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DIRECTORIO Marzo 2018
Año 6, número 65
Director José Luis Barrera Mora
Editor
Luciano Pérez
Coordinador Gráfico Juvenal García Flores
Asistente de editor
Norma Leticia Vázquez González
Web Master Gabriel Rojas Ruiz
Consejo Editorial Agustín Cadena
Alejandro Pérez Cruz Alejandra Silva
Fabián Guerrero Fernando Medina Hernández
Ave Lamia es un esfuerzo editorial de:
Director
Juvenal Delgado Ramírez
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Reserva de Derechos: 04 – 2013 – 030514223300 - 023
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ÍNDICE
EDITORIAL 3
IMAGEN DEL MES “DESNUDO” Fotografía: Patricia Molina
Modelo: Melina Balbuena 5
MÁXIMO GORKI (1868 ─ 1936) José Luis Barrera 6
LA ÚLTIMA VICTORIA DEL
ZORRO DEL DESIERTO
Luciano Pérez 12
LA MUJER Y EL MATRIMONIO,
EN UN CUENTO DE JUAN JOSÉ
ARREOLA
Adán Echeverría 17
ADVENIMIENTO XI (Final)
Enrique Soria 24
EL JOROBADO DE NUESTRA
SEÑORA DE LORETO
Luciano Pérez 31
SIRENA CÉLTICA
José Luis Barrera 36
SOBRE LOS AUTORES 37
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Llegar a marzo significa
haber sobrevivido al des-
viejadero de enero y de
febrero, que incluso ya
hasta a los jóvenes les
llega. Mexicópolis ha su-
frido uno de los inviernos
más fríos, y las gripes y
resfriados han atacado a
casi todos sus habitantes,
en este infame maratón
Lupe-Reyes que cada vez
es más caótico y sin sen-
tido. Y por supuesto, son
los llamados viejos quie-
nes más sufren, por estar
más expuestos a todo tipo de enfriamientos por culpa de las posadas y de las fiestas de navidad
y año nuevo.
Sin embargo, antes signo de sabiduría, hoy nadie quiere llegar a la vejez, ni a nada que se
le parezca. Hay viejos que insisten en enamorarse y se casan para procrear nietos en vez de
hijos. Las señoras también se enamoran, pero para su dolor ya no pueden llegar a ser abuelas
de su propia progenie. Facebook propicia las relaciones de todo tipo, pero los viejos nada
quieren saber de las señoras, ni éstas de aquéllos, pues unos y otras están obsesionados por,
como decía López Velarde, “la gloria triste de la carne joven”. Sin embargo, muchos de esos
mayores no llegan a marzo, o al menos no en tan buenas condiciones.
En un mundo como el actual que sólo favorece a la juventud, de preferencia rica y bien
parecida, es difícil que la primavera se apiade de la gente mayor. Y ésta, en vez de aprovechar el
tiempo y lograr sabiduría, lo pierden todo viendo la televisión, acudiendo al celular (muchos viejos
se han hecho fieles devotos de éste), cualquier cosa menos leer. Recuerdo que de niño me
gustaba mucho la lectura, y mis primos y tíos me decían que “parecía viejito”. Quizá, pero he co-
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conocido a pocos viejos a los que les
guste leer. Tal vez los de décadas muy
atrás, que al menos leían el periódico.
Ya no, al menos no en mi edificio, pues
soy el único que lo hace, y es más,
ningún vecino de ninguna edad lo hace.
Pero luego me andan persiguiendo las
madres de familia, desesperadas porque
a sus hijos les pidieron en la escuela un
periódico para aprender a analizar
información. No me queda más remedio
que prestárselos o de plano regalárselos
(pues me lo regresan con rastros de
manteca y de azúcar); a veces hay que
quedar bien, pese a lo generalmente
amargo de las noticias que suelen hoy
aparecer en los diarios.
Ave Lamia, no obstante, recibe a
la primavera, y se congratula de
disfrutarla junto con las estaciones que
siguen, lo cual no significa que se llegue
al año que viene; pero todo es cosa de
que la suerte, la “Tije” de los griegos,
siga favoreciéndonos un año más, hasta
que la cuerda se estire demasiado y ni a
diciembre lleguemos.
Loki Petersen
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Desnudo
Fotografía: Patricia Molina
Modelo: Melina Balbuena
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odo llega a su tiem-
po, y Máximo Gorki
llegó a mis manos
justo en la época en la que
la rebeldía me hacía soñar
con el socialismo. Yo cur-
saba mi primer semestre en
el CCH Oriente, célebre por
sus protestas y sus huelgas,
en una época en la que ser
estudiante aún era sinónimo
de conciencia política y de
rebelión contra el status
quo. Ahí comenzó a brotar
de la crisálida insertada por
mi padre, en mi alma abur-
guesada, del espíritu rebel-
de e izquierdista. Ahí conocí
a los “chavos banda” de Ne-
za y las injusticias sociales
comenzaron a tomar sentido
en mi espectro de vida. En-
tonces llegaron los maestros
con formación evidentemen-
te humanista y las lecturas
de materialismo histórico
que comenzaban a entrete-
jerse con la herencia cultural
de mi padre (lector del
Excelsior hasta la expulsión
de su director Julio Scherer
García). Y entonces llegó u-
na de las lecturas obligadas
en la materia de Literatura:
La madre de Maximo Gorki.
Debo decir que este
libro ya había estado en mis
manos cuando, cansado de
mis fracasos estudiantiles
de secundaria, se me ocu-
rrió salirme de clases para
encerrarme en la biblioteca
de la misma escuela (literal-
mente me “fui de pinta” de
una forma que fue de-
finiendo mi forma de ser).
Disfrutando en primera ins-
tancia del silencio de esta
biblioteca, acto seguido me
hice a la labor de encontrar
un libro para pasar el resto
del turno (poco más de una
hora, hasta que sonara la
chicharra que anunciaba el
horario de salida). Ahí me
en contré con un libro cuyo
título me pareció atractivo:
La madre, de una autor que
entonces no conocía y que
por su apellido extranjero no
se quedó en mi mente. Co-
mencé a conocer la historia
de Pelagiya Nílovna Vlá-
sova, una madre como mu-
chas: abnegada y maltrata-
da por el marido, que al ini-
cio de la novela pierde a es-
te mismo. Recuerdo que en
aquella ocasión no entraba
aún a la parte medular de la
trama cuando tuve que dejar
el libro en el estante para
dirigirme a mi casa.
T
Máximo Gorki (1868 ─ 1936)
José Luis Barrera
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Pese a lo grato que
resultó mi incursión en la bi-
blioteca de la escuela, no
volví a entrar en ella y me
dediqué a terminar la secun-
daria a “duras y maduras” y
ya no volví a abrir el libro, ya
que no lo encontré en las
colecciones que tenía mi pa-
dre en su gran librero.
Ya cuando leí La ma-
dre, estudiando con más
ventura (social y académica)
me reencontré con Pelagia,
a la que había abandonado
en la biblioteca de la se-
cundaria dos años atrás. Y
ahora si quedé atrapado por
la historia que me iba me-
tiendo en la constante indig-
nación por las injusticias de
la que son objeto los pro-
tagonistas. El hijo de Pela-
gia es quien comienza a te-
ner la conciencia política, y
ella, que al principio veía
con rechazo las reuniones
de su hijo con sus compa-
ñeros revolucionarios, para
después comenzar a iden-
tificarse con los afanes de
los jóvenes, hasta pasar de
ser una espectadora y sim-
patizante del movimiento a
una auténtica activista a
causa de la detención y pos-
terior sentencia que manda
a Pável, su hijo, a Siberia.
Sería difícil no identificarse
con los avatares de Pelagia
y terminar, literalmente, de-
vorándose el libro. Cada que
surge la indignación surge el
deseo de seguir leyendo es-
ta novela icónica revolucio-
naria, que fue llevada al cine
en varias ocasiones desta-
cando dos: una primera de
1926, que es una magnífica
versión de Vsevolod Pudo-
vkin, con una magistral ac-
tuación de Vera Baranov-
skaya, quedando como una
obra cumbre de la cinemato-
grafía; la segunda de Gleb
Panfilov en 1989, con la es-
posa del director, Inna Chu-
rikova, como Pelagia. Ade-
más, esta historia también
inspiró a Bertolt Brecht para
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hacer una obra de teatro en
1930.
Pero hablando de
Máximo Gorki, a quien es o-
bligado celebrar a 150 años
de su nacimiento, es en rea-
lidad un escritor pre-revo-
lucionario cuya obra revela
la necesidad de cambio que
influye fuertemente en las
mentes rebeldes que hicie-
ron posible la revolución de
octubre de 1917, y que por
tanto adopta al autor como
uno de sus representantes.
Para entender a Má-
ximo Gorki y su obra es ne-
cesario leer su trilogía bio-
gráfica, que inicia, como en
la obra de La madre, con la
muerte de su padre. En ese
volumen, Días de infancia,
nos describe la vida en casa
de sus abuelos maternos,
en donde transcurre la vida
entre la amable sabiduría de
su abuela Akulina y el rigor,
con ciertos tintes de bru-
talidad de su abuelo Vasili.
También describe cuando
tiene que dejar la escuela, el
segundo matrimonio de Bár-
bara, su madre, y el impor-
tante declive de la fortuna
de su abuelo quien aparece
como un acomodado tintore-
ro en el comienzo del libro.
Este volumen termina con la
muerte de su madre y la
nueva vida que emprende el
joven Alexéi Maxímovich
Péshkov (nombre de pila de
Gorki), que ahora tiene que
ganarse el sustento por sí
mismo.
El segundo tomo, Por
el mundo, nos describe sus
andanzas de trabajador: co-
mo empleado de una zapa-
tería, criado de un primo su-
yo, y friega platos en el “Do-
bri”, un primer vapor en el
que se embarca para traba-
jar y que hacía la ruta del
río Volga, entre otros. Pero
es en este tomo donde ya
describe la lectura como su
gran pasión, devorando
cuanto libro le llega a sus
manos: Dumas, Sue, Víctor
Hugo, Scott, así como Bal-
zac. Pero también Pushkin,
Gógol, Turguéniev y Tiút-
chev. Entre los trabajos que
desempeña está el de ven-
dedor en una tienda de íco-
nos (Imagen religiosa pinta-
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da o hecha en relieve o con
mosaico, realizada según la
técnica del arte bizantino ca-
racterístico de las iglesias
cristianas orientales), asis-
tiendo con cierta frecuencia
al taller donde se fabrican, y
ahí oficia como lector para
entretener el trabajo de los
artistas. El retrato de este
ambiente, con sus artistas
de la Rusia profunda entre-
gados a una existencia sór-
dida y mísera, es quizás el
punto culminante de la tri-
logía. Pero también es en
este volumen en donde ma-
nifiesta un despertar social,
ya que a bordo del primer
vapor en que trabaja, tiene
el tiempo de hacer re-
flexiones en las que aflora u-
na crítica radical de lo inhu-
mano, de la injusticia y el
sufrimiento convertidos en
rutina.
Años después, aban-
dona el taller, regresa con
su primo como capataz en
algunas obras que éste rea-
liza en la ciudad, pero al fi-
nal del libro lo deja todo pa-
ra viajar a Kazán con la in-
tención de estudiar en su
universidad. En este punto
se autorretrata a los quince
años como un muchacho
que "no bebía vodka ni an-
daba con mujeres, pues es-
tos dos medios de embria-
garse el alma eran sustitui-
dos por los libros. Pero
cuanto más leía, más tra-
bajo me costaba llevar una
vida tan vacía e inútil como
la que a mi parecer llevaban
las gentes." Y en otra parte
de este volumen afirma: "De
continuo me parecía que iba
a encontrar a un ser hu-
mano sencillo y sabio que
me conduciría a un camino
ancho y luminoso."
Justo en el tercer vo-
lumen de la trilogía, Mis uni-
versidades, inicia con la e-
motiva despedida de la a-
buela a la que intuye que no
volverá a ver, y parte a Ka-
zán. Sin embargo el título
del libro se queda sólo en
declaración de intenciones
ya que los escasos recursos
con los que contaba Alexei,
lo hicieron alejarse de las
aulas para desempeñarse
de nueva cuenta en diversos
trabajos, entre ellos una lar-
ga temporada como pana-
dero de la que extraería ti-
pos y escenas para algunas
de sus mejores narraciones.
Entonces comienza en esta
época su aproximación a los
círculos revolucionarios, y
en ellos le choca especial-
mente la imagen idealizada
del pueblo que tenían los jó-
venes de origen burgués o
aristocrático con los que to-
ma contacto, y que contras-
ta con su propia experiencia.
Angustiado por su mísera e-
xistencia a la que no le en-
cuentra ningún sentido,
Alexéi intenta suicidarse en
diciembre de 1887, pero el
disparo que buscaba el co-
razón atraviesa sólo un pul-
món y en breve se recupera.
Después, la narración lo
describe en un grupo de ten-
dencia populista que trata
de llevar algo de cultura y
organización a una aldea
desde un pequeño comer-
cio. Allí padecen la hostil-
idad de los mujiks (campe-
sinos rusos), incapaces de
entender su labor, que ter-
minan quemando su casa y
forzándoles a dejar el lugar.
Con veintiún años, Alexéi a-
bandona Kazán.
Esta trilogía es consi-
derada lo más perfecto que
escribió Gorki, cuya descrip-
ción realista y colorida de la
Rusia de finales del siglo
XIX, permite al lector perci-
birla muy cercana y sobre
todo descubrir la situación
real del pueblo, que luego
sería parte medular de su o-
bra.
Alexei entonces co-
mienza la labor periodística
en Tiflis (Georgia) en donde
comienza a firmar como Má-
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ximo Gorki, tomando el
nombre del padre y su pe-
queño hermano fallecido an-
tes de que naciera el propio
Alexei, y Gorki que significa
amargo en ruso, con lo que
trata de reflejar la desespe-
ranzada visión que tenía de
la realidad, forjada en su lar-
go aprendizaje.
Como lo describe en
su autobiografía, la dura vi-
da que le toca llevar le hace
tomar conciencia política y
residiendo fundamentalmen-
te en San Petersburgo, apo-
yaba al ala bolchevique del
Partido Socialdemócrata.
Entonces se viene el recha-
zo de Nicolas II de darle el
nombramiento como acadé-
mico en 1902, lo que provo-
có la renuncia de Antón
Chéjov y Vladímir Korolen-
ko. Su participación en ta-
reas subversivas le valió va-
rios arrestos, y tras la revo-
lúción de 1905, en la que tu-
vo un papel activo, se vio o-
bligado a exiliarse, residien-
do principalmente en Capri.
Tras regresar de nuevo a
Rusia en 1913, colabora con
el partido de Lenin, pero
cuando rechaza la toma del
poder por éste en 1917, sus
críticas son silenciadas por
la censura. Recordemos que
son éstos los años en que
aparecen los tres tomos de
su autobiografía ya mencio-
nada, entre 1913 y 1923. En
1921 se establece de nuevo
en el sur de Italia, en este
caso en Sorrento, aunque
en 1928 vuelve a Rusia,
donde su 60 cumpleaños es
celebrado como un aconte-
cimiento nacional.
En su última etapa en
suelo ruso, Gorki se convier-
te en propagandista del es-
talinismo y en 1934 es el pri-
mer director de la Unión de
Escritores Soviéticos, desde
la que aboga por los princi-
pios del realismo socialista.
Su producción literaria en
esta época abarca algunas
novelas sobre la Rusia pre-
soviética, como Los Artamó-
nov (1925), que describe la
vida de tres generaciones
de una familia propietaria de
una fábrica en la Rusia rural,
geniales libros de recuerdos
sobre otros escritores, como
Tolstói, Chéjov o Andréiev, y
también fragmentos que en-
salzan algunos de los as-
pectos más brutales del es-
talinismo, como la construc-
ción del canal entre el mar
Blanco y el Báltico, en un li-
bro del que fue editor en
1933. Su distanciamiento
del régimen en 1936, año en
que fallece, cuando fue
puesto bajo arresto domici-
liario, ha motivado especula-
ciones sobre un hipotético a-
sesinato que nunca han po-
dido ser probadas. En 1932
Gorki vio cómo Nizhni Nóv-
gorod, la ciudad que le ha-
bía visto nacer, pasaba a lla-
marse con su nombre, deno-
minación que se mantuvo
hasta 1990, después de la
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disolución de la Unión So-
viética.
Muchos han dicho
que la obra de Gorki fue ma-
nipulada por el sistema so-
cialista de Rusia a manera
propagandística, lo cierto es
que el autor fue simpati-
zante del socialismo dadas
la injusticias de que fue tes-
tigo, y aunque hubo dife-
rencias con este mismo sis-
tema, su obra sin duda tiene
el sello social que se apega
mucho más al socialismo.
Esto hace que a algunos les
disguste la obra de Gorki,
pero a muchos más simple-
mente nos extasía. Lo cierto
es que por sí mismo, y sin
mirar desconfiadamente por
el rabillo político, es un autor
al que no se le puede pasar
desapercibido y menos
cuando se cumplen 150 a-
ños de su nacimiento.
Máximo Gorki se me apa-
reció de manera circuns-
tancial cuando cursaba el
segundo año de la Secun-
daria y se apoderó de mis fi-
lias cursando el primer se-
mestre del CCH, ayudando
a reforzar el incipiente na-
cimiento de mi rebeldía y
conciencia social.
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l mariscal alemán Er-
win Rommel, el afa-
mado Zorro del De-
sierto, fue un militar que ob-
tuvo una victoria tras de o-
tra, primero en Francia en
1940 y luego en África del
Norte, de 1941 a 1942, de
modo que los británicos a
los que se enfrentaba lo cre-
yeron invencible. Esa fama
lo hizo temible a la vez que
admirable para sus enemi-
gos, y lo convirtió en un ído-
lo para los alemanes. Hasta
la actualidad es considerado
uno de los grandes soldados
de la historia.
Sin embargo, quien
muchas victorias consigue y
acumula, llega a provocar la
envidia de los dioses, y hu-
bo un momento en que Ro-
mmel tuvo que sufrir una de-
rrota. Ello fue entre octubre
y noviembre de 1942 en El
Alamein, cuando Rommel
pretendía invadir Egipto y
llegar hasta Alejandría. Más
allá, incluso, pues el ilustre
alemán dijo que no pararía
hasta entrar en la India. Eso
ya era hybris, así que el ge-
E
La última victoria
del Zorro del
Desierto Luciano Pérez
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neral inglés, futuro mariscal
también, Montgomery, le hi-
zo frente en el lugar antes
citado, ubicado en la fron-
tera entre Libia y Egipto, y le
asestó al Afrika Korps de
Rommel un fuerte golpe.
Mucho tuvo que ver en esto
el que no les llegasen sufí-
cientes refuerzos y suminis-
tros, así como más tanques,
a los alemanes, pues mucho
del material, que pasaba a
Libia en barcos italianos a
través del Mediterráneo, era
hundido por los submarinos
ingleses de la base de la isla
de Malta.
Rommel tuvo que re-
tirarse penosamente de El
Alamein, sufriendo fuertes
bajas, y se inició ahí una ca-
rrera persecutoria por parte
de Montgomery, a través de
la Libia tan duramente con-
quistada por el mariscal ale-
mán. Enfermo éste, se vio o-
bligado a dejar por un tiem-
po el frente para tratarse en
Alemania por una ictericia
de la que se contagió en el
desierto, y volvió luego a
Noráfrica, para encontrarse
con que todo había empeo-
rado, no sólo porque los in-
gleses ya estaban arrinco-
nando al Afrika Korps hacia
Túnez, sino también por el
desembarco, en noviembre
de 1942, de tropas de los
Estados Unidos en Marrue-
cos y Argelia. Así que Ro-
mmel estaba siendo ame-
nazado desde dos lados.
Y al mismo tiempo
que en Stalingrado los rusos
cercaban al VI ejército ale-
mán, en África del Norte es-
taban los Aliados a punto de
lograr lo mismo contra el A-
frika Korps. Rommel seguía
con mala salud, pero decidió
realizar un ataque que detu-
viese el avance de los esta-
dounidenses. Los dioses le
concedieron al célebre ale-
mán la gloria de una última
victoria, así que mientras u-
na parte de su ejército tra-
taba de contener en el este
a los ingleses en la frontera
de Libia y Túnez (en la lla-
mada Línea Mareth), la otra
parte fue lanzada en el oes-
te contra los americanos, ya
dentro de Túnez, en un lu-
gar llamado Kasserine, cer-
ca de Argelia, en febrero de
1943, cuando ya se sabía
que Stalingrado había caído
en poder ruso.
El ejército estadouni-
dense era un nuevo enemi-
go para los alemanes, así
que Rommel quiso aprove-
char que se enfrentaría a
novatos, darles una amarga
lección a éstos y hacerlos
retroceder, con la esperanza
de que Adolfo Hitler acepta-
se evacuar al Afrika Korps
hacia Italia. El Führer no a-
ceptaría nada de eso, me-
nos ahora que estaba colé-
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rico por la rendición del ma-
riscal Paulus en Stalingrado.
Pero la situación de Rommel
era desesperada: atacado
desde dos frentes, no tenía
más opción que ganar tiem-
po al atacar al enemigo me-
nos preparado para luchar, y
que Hitler se convenciese
de la necesidad de la eva-
cuación y la autorizase.
El II Cuerpo de ejér-
cito de los Estados Unidos,
al mando del general Fre-
dendall, había llegado a la
ciudad de Tebessa, unos ki-
lómetros al oeste de Kasser-
ine, y ya estaba avanzando
hacia esta última. Sin expe-
riencia de combate, los sol-
dados americanos, bien ali-
mentados, bien afeitados,
vestían pulcramente, incluso
usaban corbata en su unifor-
me (después la desecha-
rían), y no sabían lo que les
esperaba por parte de los
endurecidos soldados de
Rommel, que solían estar
sucios, hambrientos, y sin
rasurar, y que soportaban
bien el clima norafricano
(muy caluroso de día y muy
frío de noche), que a los mi-
mados yanquis les parecía
deplorable. Fredendall, que
era muy arrogante, confiaba
en que sus americanos, por
el solo hecho de serlo, ven-
cerían al Zorro del Desierto.
Y el 14 de febrero éste ata-
có, y ocurrió entonces una
de las más oprobiosas de-
rrotas sufridas por el ejército
estadounidense, compara-
ble a El Álamo, Little Big
Horn, Pearl Harbor y las Ar-
denas...
Rommel utilizó dos
armas nuevas, una el lanza-
cohetes Nebelwerfer, y otra
el tanque pesado Tiger. Los
americanos, cuando se vie-
ron atacados por cohetes,
que desconocían, huyeron
despavoridos; una década
después los Estados Unidos
lanzarían cohetes al espa-
cio, pero en esos días de
febrero de 1943 en Kasse-
rine, sus soldados no supie-
ron qué hacer ante la lluvia
de cohetes alemanes y se
llenaron de pánico. Y los
nuevos Tiger fueron arro-
llando a los que huían, y nin-
gún cañón pudo detenerlos.
Estas nuevas armas todavía
no aparecían en el frente
ruso (hubieran sido muy ú-
tiles para equilibrar la situa-
ción en Stalingrado, pues el
Tiger demostró luego ser el
único tanque alemán com-
parable al T-34 ruso e inclu-
so mejor que éste), sino
hasta unos meses después
en la ofensiva de Kursk de
julio de 1943.
El general Eisen-
hower, comandante en jefe
del ejército estadounidense,
no daba crédito a lo que es-
taba ocurriendo en Kasse-
rine, y le exigió a Fredendall
hacer algo para detener a
los alemanes que avanza-
ban hacia Argelia. Los ame-
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ricanos contraatacaron, y los
alemanes se detuvieron el
23 de febrero, pero no tanto
por la resistencia estadouni-
dense, sino porque se aca-
bó la gasolina. El tanque Ti-
ger gastaba demasiado de
ésta, y no había llegado de
Italia la provisión necesaria
de ella. Cuando por fin llegó
la gasolina, no la suficiente,
Rommel reanudó el ataque
el 6 de marzo, y volvió a a-
rrollar a los americanos. An-
te la evidente incompetencia
de Fredendall, Eisenhower
lo destituyó y ya nunca se le
dio otro mando, y en su lu-
gar fue traído el general Pa-
tton (el mismo que persiguió
a Villa en Chihuahua en
1916), para enfrentar al Zo-
rro. Los alemanes no pudie-
ron avanzar más, por el
fuerte apoyo aéreo aliado, y
entonces Patton atacó el 16
de marzo; pero el mariscal
alemán ya no estaba en Ka-
sserine, sino que había vuel-
to a su país para intentar
convencer a Hitler de lo inú-
til que era seguir en África,
pues aunque el golpe en Ka-
sserine había sido exitoso,
no se contaba con tropas
sufícientes para enfrentar
próximos ataques america-
nos, y menos cuando los
ingleses atacaban desde el
otro lado. Hitler rechazó por
completo la idea de salir de
Túnez.
Sin su jefe, los ale-
manes se retiraron de Ka-
sserine, y en abril los ingle-
ses saltaron sobre la Línea
Mareth. El Afrika Korps ya
no funcionó igual con su
nuevo comandante el gene-
ral von Arnim, y a Rommel
ya no se le permitió regresar
al escenario de sus victorias
africanas, ni al sitio de la úl-
tima de éstas, lograda sobre
los estadounidenses, que a-
hora se habían fortalecido
por el apoyo aéreo y por la
habilidad de Patton. Por lo
tanto, los alemanes se vie-
ron entre la espada y la pa-
red en Túnez, y no hubo
más remedio que rendirse el
13 de mayo de 1943. Ro-
mmel ya no pudo hacer na-
da, y nunca le perdonó a
Hitler el haber abandonado
al Afrika Korps. 200 mil ale-
manes e italianos se entre-
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garon prisioneros a los Alia-
dos.
Y el Zorro del Desier-
to, aunque se recuperó de
su enfermedad y se le dio la
orden de defender la Muralla
del Atlántico (hubiera sido
más útil enviarlo a Rusia,
donde nunca estuvo, así
que nunca sabremos qué
estrategia habría seguido
contra los soviéticos), la cual
fue atravesada por el de-
sembarco angloamericano
en Normandía en junio de
1944, que Rommel no pudo
detener, pues nunca más
volvió a conocer la victoria.
Los dioses le habían conce-
dido ya demasiadas de és-
tas, y no hubo ninguna otra
más. Rommel fue obligado a
suicidarse en octubre de
1944, por haber participado
en la conspiración contra Hi-
tler.
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ué cosa es la
migala que pre-
senta Arreola?
¿Es acaso la misma migala
de que nos habla Julio Cor-
tázar? Desentrañar la seme-
janza podría parecernos im-
posible. Desarrollar una idea
respecto de este ser, mitad
artrópodo, mitad estecia, es
algo que apenas se ha podi-
do dibujar dentro del ámbito
de la literatura, del entresue-
ño, del esoterismo incluso,
como esos seres extraños
de la zoología fantástica a
los que ni siquiera Borges y
Margarita Guerrero le siguen
el paso en su “Manual de
zoología fantástica”, donde
existen basiliscos, aves fé-
nix y roc, entre muchas o-
tras, pero no migalas.
La migala es esa forma
en que Arreola habla del
matrimonio, pero no el matri-
monio que ya Nietzsche a-
sume como sin sentido en la
época moderna, arguyendo
que se ha perdido su funcio-
nabilidad social, que repre-
sentaba la unión de poderío
económico. En un país a-
cendradamente machista y
católico como México, el
juego del matrimonio no es
más que una apuesta para
conseguir el dominio de la
hembra. Todo cambia cuan-
do el acta de matrimonio es
firmada, todo cambia cuan-
do la bendición es dictada
dentro del rito religioso. La
mujer no pasa a formar un
equipo, una sociedad con el
hombre que desposa, sino
que ─así lo interpreta el vul-
go─ la mujer pasa a formar
parte de la decoración de la
casa del marido, o para las
más liberales, pasan a ser el
grillete para el desarrollo del
hombre.
Arreola asume esa vul-
garización para retratarnos
la voz multitudinaria en que
los hombres hacen burla de
otros hombres cuando di-
¿Q
La mujer y el
matrimonio, en un
cuento de Juan José
Arreola
Adán Echeverría
La migala discurre libremente por la casa
pero mi capacidad de horror no disminuye.
Juan José Arreola
18 www.avelamia.com
cen: „Ya tienes dueña, ya no
te dejarán salir con tus ami-
gos‟; y lo dicen en ese afán
tan mexicano de hacer me-
nos al otro, como para picar
el lomo del machismo-toro
del hombre casado. Arreola,
con el ingenio que siempre
lo ha caracterizado en sus
textos, crea a la migala para
desarrollar el cambio que o-
curre en la relación románti-
ca antes del matrimonio, o el
antes de irse a vivir juntos. Y
nos ofrece pistas para ello.
Beatriz es la mujer que
se nombra. Un texto narrado
en primera persona, pone al
personaje recordando el día
cuando junto a Beatriz en-
traron en “aquella barraca
inmunda de la feria calle-
jera”. Primero hay que reco-
nocer quién es Beatriz en la
literatura, cuál es justamente
el personaje que sostiene e-
se nombre dentro de nues-
tro bagaje literario, y no es
otro que Beatriz la de la “Vi-
da nueva”, Beatriz la de la
“Divina Comedia”, Beatriz la
de Dante: “la gloriosa dama
de mis pensamientos, a
quien muchos llamaban
Beatriz, en la ignorancia de
cuál era su nombre”.
No es por demás claro
señalar que Beatriz es el
nombre del amor, el nombre
del amor romántico, el amor
de la inocencia, del enamo-
ramiento infantil que el poe-
ta italiano enaltece para so-
brevolar el tiempo. Y esta
Beatriz, la que el narrador
del cuento de Arreola men-
ciona, lo acompaña a la ba-
rraca inmunda de la feria ca-
llejera. La feria callejera no
es más que los juegos y bro-
mas de los enamorados, las
tradiciones de familia, la fe-
ria es la sociedad entera y
sus exigencias de merolicos.
El personaje se resiste ante
la idea del matrimonio: “la
repulsiva alimaña era lo más
atroz que podía depararme
el destino”. El narrador re-
conoce que no tenía el de-
seo de consumar el matri-
monio, no importa lo que los
de la feria dijeran, no impor-
taba las presiones familia-
res, ni lo que la propia Bea-
triz exigiera para sostener la
relación y dar un paso más
adelante. Se siente decidido
a mantener su soltería.
Pero días más tarde, no
puede con la idea de la se-
paración, y esto se asocia
cuando el personaje arre-
pentido ─y curioso─ co-
menta: “volví para comprar
la migala”. No encuentra
más resistencia. Se hace de
la migala, se hace de la a-
limaña, es decir cede ante el
matrimonio, ante el deseo
de Beatriz para vivir juntos:
“el sorprendido saltimbanqui
me dio algunos informes a-
cerca de sus costumbres y
su alimentación extraña”. Es
sabido que todos en la “fe-
ria” que es la sociedad opi-
19 www.avelamia.com
nan sobre las relaciones de
los demás, cómo llevártela
bien, qué hacer, cómo desa-
rrollar una vida en pareja.
Todos parecen tener una
idea de cómo debe funcio-
nar. Existe una industria edi-
torial que todos los años im-
pulsa obras para decirles a
las personas cómo deben
llevarse mejor. Con todo lo
estúpido que significa que
otros te digan cómo llevarte
con tu pareja, haciendo a un
lado el simple hecho de que
si dos no logran entenderse,
lo mejor es no estar juntos.
“Comprendí que tenía
en las manos, de una vez
por todas, la amenaza total,
la máxima dosis de terror
que mi espíritu podía sopor-
tar”. De amenaza total, de
dosis de terror llama el per-
sonaje a la idea de ya no es-
tar solo en casa. El hecho
de que dos mundos diferen-
tes, la educación de dos di-
ferentes familias que forman
a la mujer y al hombre (o
cualquier pareja que decide
compartir vivienda), chocan
en un encuentro dentro de la
casa. Todo cambia. Las co-
sas que ahora tienen que
compartirse, el adecuarse el
uno al otro, para formar una
propia familia. Y es que es
un absurdo seguir pensando
que el núcleo de la sociedad
sea la familia. El núcleo tie-
ne que ser el individuo, lo
indivisible. Reconocernos
como el otro para los de-
más. Saber que en eso de-
be convertirse la aceptación
de los otros, solo aceptán-
dolos podemos cambiar
nuestro entorno, adaptarnos
a esta nueva vida en pareja.
Arreola escribe: “Dentro de
aquella caja iba el infierno
personal que instalaría en
mi casa para destruir, para
anular al otro, el desco-
munal infierno de los hom-
bres”. La casa ha sido to-
mada, ha sido entregada la
llave del hogar en la fun-
dación de la pareja.
“Todas las noches tiem-
blo en espera de la picadura
mortal”. El autor, en la voz
del personaje habla del a-
mor. El temblor que es te-
nerse completos para cada
instante, compartir no solo el
hogar, sino la cama, el ce-
tro, el cuerpo, el reinado que
ha caído, que ha sido con-
quistado. Ya Julio Cortázar
nos da de nuevo una idea
del monstruo: “Si ellas pu-
dieran imaginarnos no les
gustaría; no es que las es-
piemos pero ellas segura-
mente nos verían como dos
migalas en la oscuridad.”
Describiéndolas dentro del
cuento “Historia con miga-
las” en su cuentario “Quere-
mos tanto a Glenda”. Se en-
cuentran en un ala de aque-
lla cabaña, y comparten la
pared con, al parecer dos
mujeres, al otro lado, y las
escuchan, o creen escu-
charlas, voces de mujeres,
apenas una voz de hombre,
que apenas creen descubrir.
Y se retrotraen sin dejar de
observarlos a distancia.
La mujer-migala, el ma-
trimonio-migala que se pre-
siente, el terror del cambio:
“Sin embargo, siempre ama-
nece. Estoy vivo y mi alma
inútilmente se apresta y se
perfecciona”. Y he acá cómo
el monstruo que al parecer
causa pánico, terror, termina
perfeccionándolo. Este es el
asunto del cuento, el darnos
cuenta de las intenciones
del autor; lo que nos infiere
miedo, y nos debería pare-
cer destructivo, es aceptado
por el personaje que se
siente cada día mejor, cada
día se perfecciona. El hom-
bre ha sorteado al fin, la ma-
ledicencia de la sociedad.
Todo el miedo que aquella
sociedad, la burda feria, ha
dicho respecto del amor,
respecto del vivir en pareja.
El personaje de Arreola aca-
ba amando a su temible
monstruo, acaba aceptándo-
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lo, termina reconociéndose
cercano a él.
“Hay días en que pienso
que la migala ha desapare-
cido, que se ha extraviado o
ha muerto. Pero no hago na-
da para comprobarlo”. ¿Por
qué? Podríamos preguntar.
Y la respuesta es que ya no
siente el espanto del princi-
pio: “Dejo siempre que el a-
zar vuelva a ponerme frente
a ella al salir del baño, o
mientras me desvisto para
echarme en la cama”. La du-
cha, la cama, sitios para re-
conocer la intimidad del per-
sonaje y su pareja. Ahí don-
de se descubren y se hacer-
can cada vez más en la
construcción de su viaje ex-
periencial sobre el matrimo-
nio, sobre vivir juntos. Tan
compenetrados que puede
uno verlos compartir el ali-
mento, no saber quién lo ha
devorado, si la migala-mu-
jer, o alguno de los hués-
pedes de la casa. Porque
como “inocente huésped”
señala el personaje las otras
presencias que habitan aho-
ra su hogar. Y qué cosa más
inocente que la presencia de
un infante. Ya no sólo es
nuestro personaje, y su mi-
gala, sino que ahí se en-
cuentra algún inocente
huésped para la conviven-
cia, para alimentarse del a-
mor que se produce como
impulso vital.
El miedo por el matrimo-
nio-migala ha claudicado al
grado de preguntarse si no
ha sido engañado por el
“saltimbanqui” y no le ha-
brán vendido una falsa mi-
gala. Porque contrario a lo
que decían, la migala no ter-
minó por devorarlo. El matri-
monio no ha sido un enfren-
tamiento, no ha sido un gri-
llete, como todos le habían
dicho, prendados del ma-
chismo con el que se cons-
truyen los otros en sociedad.
El personaje incluso se sabe
tan cómodamente tranquilo
que alcanza a decir: “he
consagrado a la migala con
la certeza de mi muerte a-
plazada”. La autodestruc-
ción de la soledad ha sido
sorteada, ahora la vida en
pareja le parece necesaria,
al grado de utilizar el verbo
“consagrar”.
Luego el personaje se
reconoce preso de sus re-
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flexiones, y las comparte di-
ciendo: “En las horas más a-
gudas del insomnio cuando
me pierdo en conjeturas y
nada me tranquiliza, suele
visitarme la migala”. He acá
como ha sido transformado
el tema, como aquello que le
daba miedo, terror, ahora le
procura tranquilidad. Y se
reconoce desde los ojos de
la migala como: “el compa-
ñero”. Rematando el texto
de nuevo con la presencia
del amor romántico como la
herramienta con la que ha
logrado salir adelante: “es-
tremecido en mi soledad, a-
corralado por el pequeño
monstruo, recuerdo que en
otro tiempo yo soñaba con
Beatriz y en su compañía
imposible”.
Y termina de darnos luz
el autor, al poner de nuevo
la presencia de la mujer a-
mada, aquella que parecía
un imposible, y que ahora
apenas es una detrás de la
presencia de aquel mons-
truo, un monstruo que no e-
ra tal, como lo dictaban los
de la feria, que no es otra
cosa que la posibilidad de
ser compañero, pareja, a-
mado y amador, conviviendo
juntos en las habitaciones,
al través de los años. Una
forma muy bella para quitar-
nos el vendaje de la tradi-
ción, de todo aquello que en
muchas ocasiones nos aleja
de lo que nos haría bien. A-
prender que la mujer no es
el monstruo, que el matrimo-
nio o la convivencia en pare-
ja no es el monstruo que to-
dos dicen, sino que cada
quien puede atreverse a vi-
virlo en su propia experien-
cia, y a encontrar la tran-
quilidad en aquello que más
se desea.
Ya Thomas Mann, den-
tro de su “Doctor Faustus”
nos narra una historia de a-
mor terrible por la super-
chería religiosa de tanto sal-
timbanqui, que impulsan el
machismo de Heinz a incidir
en la muerte de la joven
Bärbel. Ellos se aman, el pa-
dre de la chica desprecia a
Heinz, y éste y ella deciden
contradecir al padre y co-
mienzan a tener relaciones.
Sin embargo los amigos de
Heinz lo invitan a departir en
un burdel. Heinz se niega al
inicio, y los amigos lo tildan
de imbécil, de tener un gri-
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llete con la chica Bärbel.
Heinz entonces, picado en
el orgullo, asiste al burdel y
al estar frente a una de las
prostitutas, sufre de impo-
tencia. Sabiéndose una per-
sona sana, no entiende lo
que ha pasado. Al día si-
guiente corre al lecho de
Bärbel, y la ama como siem-
pre ha podido amarla, en-
trando en ella sin proble-
mas. Entonces la esposa de
uno de sus clientes se le in-
sinúa a Heinz, él la rechaza,
pero siente en la humillación
de darle sexo a otra mujer
que algo hay de malo en su
comportamiento. En por qué
no puede tener deseo se-
xual con otras mujeres que
no fueran Bärbel, al grado
de tenerse por víctima del
diablo. Por lo cual acude a
confesarse con un religioso
(la historia ocurre en la épo-
ca de la Inquisición) quien
se conduele de él, y afirma
que seguramente está he-
chizado por Bärbel, quien es
detenida confesando que
por temor a la infidelidad de
su Heinz, había recurrido a
una hechicera que le pre-
paró una pomada con grasa
de un niño muerto sin bau-
tizar. La Inquisición coge a
la hechicera, y las dos muje-
res ardieron en la hoguera,
todo porque en aquellos
días ni Heinz ni nadie, po-
dían reconocer que “el amor
es, sin duda, una especie de
selección refinada del sexo”.
Esta pequeña historia
narrada por Thomas Mann,
viene a reforzar la historia
de la migala-mujer, migala-
matrimonio narrada por
Juan José Arreola. O tal co-
mo Luis Alberto de Cuenca
lo describe en el poema „Mi
monstruo favorito‟: “Qué va
a pasar cuando mi novia se-
pa /que no puedo vivir sin
tus pseudópodos, /sin tu ho-
rrible humedad en mi bol-
sillo. // Qué va a pasar cuan-
do descubra un día /las hue-
llas de tu baba entre mis de-
dos, /y empiece a hacer pre-
guntas, y la rabia /y los ce-
los se agolpen en sus ojos,
/y yo confiese al fin que la
he engañado contigo, /y que
no puede comparársete, /y
te enseñe orgulloso el agua
sucia /donde se reproducen
nuestros hijos”.
El amor por la mujer co-
mo ese monstruo que han
querido construir en el paso
de los años. El miedo a la
mujer que han querido cons-
truir desde la institución. El
terror al amor romántico que
ahora quieren inculcar en la
mujer, en espera de que
pueda clausurarlo en pro de
su soledad y en busca de
que el monstruo ahora sea
el hombre (acaso siempre lo
ha sido, al construir institu-
ciones para doblegar a la
mujer).
En esa batalla de egos,
de sexos, en que muchos
quieren tomar partido, como
integrantes de aquella feria
que son las sociedades hu-
manas, sin reconocer el ver-
dadero lugar que tiene la
mujer en el desarrollo de los
textos religiosos. El cual po-
demos constatar desde el i-
nicio del Pentateuco: “Y
Dios le dijo: ¿Quién te ense-
ñó que estabas desnudo? Y
el hombre respondió: La mu-
jer que me diste por compa-
ñera me dio del árbol, y co-
mí.” El cobarde hombre acu-
sa a la mujer y al mismo
Dios (tú me la diste, así que
es tu culpa), y como trai-
ciona a la mujer también
traiciona la intimidad de lo
que entre ellos había ocurri-
do, porque ambos habían
comido del fruto, y sólo A-
dán acusa.
Ahora veamos cómo
responde la mujer: “Dios dijo
a la mujer: ¿Qué es lo que
has hecho? Y dijo la mujer:
La serpiente me engañó, y
comí.” Acá vemos que la
mujer reconoce que fue en-
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gañada, y acepta de frente
lo que ha hecho, sin titu-
bear. Y aquel texto sagrado
para al menos tres de las
grandes religiones mono-
teístas (judíos, cristianos,
musulmanes) va más allá e
indica: “pondré enemistad
entre ti y la mujer, y entre tu
simiente y la simiente suya;
ésta te herirá en la cabeza,
y tú le herirás en el cal-
cañar.”
Por lo cual nos queda
claro el poder de la mujer,
como aquella capaz de herir
a la serpiente, y con ello
todo lo que la serpiente
pueda reconocerse en el
transcurso de la historia y la
literatura. Es la mujer, y no
el hombre, el cobarde hom-
bre que acusa a Dios y a la
mujer, quien tendrá el poder
de herir a lo que es capaz
de engañar, de sacarnos del
paraíso. La mujer se vuelve
el instrumento para alcanzar
el equilibrio.
He acá de nuevo el sen-
timiento de parte del per-
sonaje que Arreola identifica
en el inicio de su cuento. El
hombre temeroso del grillete
matrimonial, el hombre que
tiene miedo al monstruo que
representa la fidelidad, la vi-
da en pareja, la voluntad de
vivir con la mujer, porque los
cientos, miles de saltimban-
quis, hombres, mujeres, ins-
tituciones, construyen ese
temor en la sociedad: No te
cases, para qué. Solo aca-
bará tu libertad. Para qué
juntarte con alguien, solo
has venido al mundo, solo
puedes irte de este mundo.
Y el personaje de nuestra
historia, coge valor y decide
volver por la migala.
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Advenimiento XI (Final)
Enrique Soria
A la tarde
Ante la resignación de ya no verte
Le comenzaron a faltar texturas
Que solo encontraba en ti
Jamás creí
Es cierto,
Que esto podría llegar más lejos
De lo que llegó
Pero
Ante el estridente amor
Que surgía de mi pupila
Cada que nos encontramos,
Me entregué
A la idea de hacerte feliz
Y curar todo mal que tuvieras.
Y cuando te abracé sentí
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Como si abrazara la historia completa.
Besarte parecía
Atracar en casa
Después de siglos y siglos
De tempestades.
Pareciera que se hubieran resumido
Cinco mil años
Y millones de destinos,
Hasta adquirir en ti
La forma exacta de mis sueños,
Y se recompensaran mis esperas
Y mis soledades más profundas,
Como si todo perdiese su nombre común
Y su interpretación universal;
Y se volviera un acto
Profundamente individual
Que me hace tuyo;
Como si tu presencia
Se me tuviera reservada.
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Es ahí
Que me aterroriza
No haber podido retenerte. . .
Si no pude merecer esto
Que la historia reservaba para mí
Tal vez tenga que aceptar
Que ya no merezco nada
... Se dolieron tanto
Que la edad
Los encontró rendidos
Ante la fuga
De su mutua compañía.
...se dolieron
Cuando en casa
No había
Quien bien viniera
Su llegada por la noche,
Cuando el frío
Y una película de amor lejano
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Deambulaban
Por las habitaciones
...se dolieron
Sin saber que se dolían,
Y se quedaron solos
Sin estarlo
Porque a la distancia
Y sin haberse conocido
No imaginan
La vida separados
...se dolieron tanto
Que aprendieron a vivir
Con el dolor a cuestas
Para siempre
En el hueco de tu ausencia
Nunca alcancé a ver
En qué momento te fuiste.
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Y como todos,
Me olvide de lo que tengo
Para pensar en lo que me faltaba,
Yo pensaba en lo que quería,
Y tú en lo que necesitaba,
Uno lo sabía todo,
Y el otro
Nunca se enteró de nada,
Y siendo yo el exiliado,
Con mis adicciones
Y mi afán por acabar conmigo,
Use tu recuerdo de dogal,
Cuando la última vez
Que nos vimos
Pareció ser la última vez.
Aprendí entonces
Que nadie ama
A quien no se lo merece,
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Y que al final
No había perdido tu sonrisa
Porque nunca fue mía del todo,
Y que fue un premio sentir
Tu fragilidad en mi hombro,
Y que aunque tus labios
Son más navegables
Que esta puta realidad
En la que vivo,
Y me atormente saber
Que ya perdí tu beso,
Ese beso era para alguien más,
Y he sido yo
El que lo tomó prestado
De momento.
Entiendo hoy
Que lo importante fue hallarnos,
Y aun pensando
Que hubiera sido preferible
Arrepentirnos de seguir adelante
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Que de no hacerlo;
Es peor,
Ser de aquellos
Que debieron encontrarse
Y por alguna razón nunca pudieron.
Hoy
A estas alturas de la suerte,
Comienzo a sentir
Quizá muy tarde
Que tu advenimiento
Me basta...
...y que saber de ti
Fue suficiente
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uién puede a-
cordarse de có-
mo era la capi-
tal mexicana en 1960? Los
que pudieran hacerlo o es-
tán muertos o han perdido la
memoria, que equivale a lo
mismo. No obstante, algu-
nos, muy pocos, nos acor-
damos, y lo plasmamos en
historias antes de que nos
llegue la hora y no quede
ningún testimonio. Susy
cumplió sus 15 de edad en
el año mencionado, y para
conmemorar el magno acon-
tecimiento le hicieron su mi-
sa en la iglesia de Nuestra
Señora de Loreto, diseñada
y construida en el siglo XVIII
por Manuel Tolsá, ubicada
en la esquina de San Ilde-
fonso y Rodríguez Puebla, a
un paso de Mixcalco (donde
vivió Diego Rivera antes de
partir a Coyoacán y casarse
allá con Frida Kahlo, abrién-
doles una obsesión a los tu-
ristas extranjeros. “Where is
Frida‟s Museum?”, pregun-
tan ellos y uno quisiera de-
cirles que es en Mixcalco.
No es así, pero qué bueno
hubiera sido que la casa a-
zul de ella, tan querida en
Japón y los Estados Unidos,
quedase donde hoy sólo pa-
san perros y borrachos).
Estamos en que Susy
cumplió sus quince, y dio
gracias a la Señora loreten-
se, la cual aceptó la ofrenda
de esta señorita, a la que
desde niña le brotaron pre-
tendientes como hongos en
el país de Alicia. Uno de e-
llos en particular la seguía
mucho, por más que ella no
le hacía ningún caso, aun-
que fue el más insistente, y
el más peculiar también. Él
era jorobado. Algo le ocurrió
de recién nacido, tal vez se
cayó, o las brujas y nahua-
les (tan comunes entonces
en el centro de la ciudad) le
chuparon la sangre y le de-
jaron una gran joroba, que
ningún médico fue capaz de
quitar. Para su madre, su-
mamente hermosa por cier-
to, fue un inmenso dolor ver
a su querido y único hijo así.
Lo quiso mucho, lo adoraba
con intensidad; y el niño se
pareció mucho a ella, por lo
que de inmediato fue apre-
ciado por toda la gente a-
¿Q
El jorobado de Nuestra Señora
de Loreto
Luciano Pérez
32 www.avelamia.com
dulta, que se condolía sin-
ceramente de su condición.
Era de la misma edad
de Susy, de hecho vivían en
la misma calle, la de Miguel
Alemán, a dos cuadras de la
iglesia de Loreto. Sus vecin-
dades estaban juntas, y él la
conoció porque coincidían
en la tienda de la esquina,
en el callejón de Leona Vi-
cario, y compraban ahí dul-
ces, chocolates y lo que les
encargaban sus respectivas
mamás. A ella le pareció
chistoso el jorobadito, pero
nunca quiso hablarle, aun-
que él le dirigía la palabra.
Los encargados de la tien-
da, gente mayor, veían mal
el que Susy no le contes-
tara, y le decían: “Mucha-
cha, no sea mal educada,
contéstele al niño”. Pero no
lo hizo, nada más sonreía; y
nunca le habló y no lo haría
nunca y así pasaron los
años. Y llegó el tiempo en
que Susy se puso muy bien
(hablamos del cuerpo), y él
la seguía por doquier y le
hablaba, mas ella como si
no lo escuchara. Bien que
tampoco se atrevió a decirle
de plano que ya no insistie-
se, que no la siguiera ni le
hablase más.
De hecho era la única
muchacha con quien hacía
eso, porque aunque había
otras, y quizá mejores, so-
lían ser crueles con él, lo
cual le era inadmisible. Susy
nunca le quiso hablar, pero
al menos nunca lo humilló.
Las otras, apenas se topa-
ban con él, le gritaban: “¡Jo-
robado! ¿Te cargo yo, o me
cargas tú?”, y se reían es-
truendosamente. No les de-
cía nada, y pasaba rápido
para alejarse de ellas, en
medio de la lluvia de pa-
peles en forma de pelota o
de avión que le arrojaban.
Asimismo le escupían. Y por
supuesto, también se burla-
ban de Susy: “¡Hey, aquí
viene la novia del jorobado!”
Y decían más: “¡La novia del
jorobado de Nuestra Señora
de Loreto!” Ah, porque él se
hizo devoto de la Virgen alu-
dida, y acudía mucho a su
iglesia, para arrodillarse an-
te la patrona de la aviación y
llorarle amargamente: “¿Por
qué permitiste que fuese yo
así, Señora mía? ¿Qué mal
hice yo para no ser como los
demás?” Pero sólo lloraba
ahí, afuera siempre se mos-
traba sonriente, o al menos
relajado. Por supuesto que
había personas peores que
las chamacas maloras, y e-
ran los chamacos, que lo
hacían víctima de sus resor-
terazos con cáscaras de na-
ranja, que dolían muchísi-
mo. Le gritaban: “¡No quere-
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mos a Quasimodo!” Por
supuesto que no sabían
quién era Quasimodo, pero
alguna vez oyeron a un
maestro referirse así al joro-
bado, aunque el contexto
fue este: “¡Lástima de mu-
chacho, parecer un Quasi-
modo!” Y es que era listo en
la escuela, mas no lo su-
ficiente, porque en aritméti-
ca fallaba mucho.
Él evadía los tiros de
resortera con habilidad, así
como los de cerbatana, que
no sólo contenían chochitos
sino a veces piedras. Lo
ayudaba su estatura, que lo
hizo capaz de subirse a lo
alto de las ventanas y llegar
a las azoteas. Era admirable
cómo lo lograba, de modo
que alguien le comentó a la
madre del jorobado que lo
llevase a un circo, donde se-
ría contratado de inmediato.
Se lo dijeron de buena fe,
pero ella, aullando y gritan-
do los echaba fuera a sarte-
nazos: “¡No me molesten a
mi niño!”, les decía. Y el ni-
ño llegó a tener quince años
y estaba más enamorado
que nunca de Susy, a la que
quiso ver en la misa que le
hicieron. Le era fácil por su
tamaño meterse entre la
gente, pero no lo hizo así:
prefirió escalar la iglesia y
meterse por la cúpula y des-
lizarse por ahí hacia adentro
mediante una larga y fuerte
cuerda. Lo había hecho an-
tes, y los sacerdotes lo re-
prendieron duramente. Sólo
que él dijo ser devoto de la
Señora de las alturas, así
que ¿cómo no andar en lo
alto? Se ayudaba bien con
las manos, pero también
con mecates de diversas
medidas, y un fierro puntia-
gudo que le servía como a-
poyo. Era todo un alpinista
urbano, e incluso le tomaron
fotografías. Un periódico de-
portivo de color café le hizo
una vez un reportaje, titu-
lado: “¡Si Víctor Hugo lo vie-
ra!” Es que el reportero de
otro tiempo, a diferencia del
de ahora, conocía algo de li-
teratura, aunque sus lecto-
res no habrían entendido a
qué Víctor Hugo se refería.
Los lectores no estaban obli-
gados a saberlo, pero los
periodistas sí, y el jefe de re-
dacción lo supo y dio por
buena la cabeza, e incluso
le dio por arreglar un poco
los pies de foto, como uno
que quedó así, mientras el
sonriente jorobado escalaba
Loreto: “¿Qué Esmeralda lo
aguarda dentro del sagrado
recinto?” Los lectores no
captaron qué tenía que ver
una joya con el jorobado. Y
para nosotros, hoy, nos pa-
rece evidente que la joya no
podía ser otra que Susy.
Y como en el libro, la
joya no estaba destinada
para el jorobado sino para
“quién sabe quién”. Es decir,
para un tipo vigoroso, bigo-
tudo como solían serlo en-
tonces (hoy sería impresen-
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table como imagen, así se
tratase de un hombre fuer-
te), un héroe del futbol de
los llanos de Tepito. Se tra-
taba del capitán de un equi-
po más o menos bueno, y e-
ra conocido en todos lados
como el Capi. Decía: “No
seré el Capi Peña, pero me
defiendo”. En la actualidad
nadie sabe quién es el Capi
Peña, y no se preocupen,
que el autor de este relato
no se molestará en explicár-
selos. Que los muertos en-
tierren a sus muertos, dijo
Jesucristo, y tuvo razón. Eso
es lo que haremos: enterrar
al jorobado. Apenas vio a
Susy besándose con el ca-
pitán, sintió que su vida, con
ser tan mala, no tenía por
qué continuar. Se lo contó a
su madre: “Mamá, que la
Susy no me quiere, que
quiere a otro”. Y ella le con-
testó con decisión: “¿Y us-
ted qué se apura? Tiene us-
ted a su madre, que lo a-
dora. ¿Para qué quiere a la
Susy?” Él no supo qué con-
testarle, y ella lo tomó en
sus brazos para cargarlo y
besarlo. Él pensó: “¡que die-
ra porque la Susy hiciese
esto mismo conmigo!” No
resistió la tentación, y le dio
un gran beso en la boca a
su mamá, y ésta de inme-
diato lo bajó, diciéndole en
tono cariñoso pero firme:
“¡No! Tampoco se trata de
que se case usted con su
mamá, niño mío”. Mas él no
había pensado en eso, ¿có-
mo podía hacerlo así, dado
que la Susy lo significaba
todo?
Todos los días iba si-
guiendo a la muchacha, que
iba tomada de la mano del
fuerte Capitán. Iban ellos a
besarse al jardín de Loreto y
a veces entraban a la igle-
sia. Al tipo le comenzó a
molestar el que el jorobado
caminase cerca de ellos. Le
dijo a la Susy que un día de
estos no aguantaría más y
le daría una paliza al inso-
lente. Mas ella le suplicó
que no lo hiciera: “Recuerda
que eres más fuerte, y Dio-
sito te castigaría si le pega-
ras a alguien que no es de
tu tamaño”. Ni modo, el Capi
se aguantó, porque también
es cierto que en otro tiempo
los machos se aguantaban,
y prometían no atacar a
quien sus chicas no querían
que se lastimase. Además,
ni había de qué preocupar-
se, tratándose del jorobado.
Pero era éste el que estaba
en verdad preocupado, pues
no sabía cómo lograr que el
Capi no siguiese con la Su-
sy.
¿Cómo no lo había
pensado antes? Se le o-
currió pedírselo a la Virgen
de Loreto. Se fue a arrodillar
ante Ella, y le dijo esto: “Se-
ñora mía, si me haces el mi-
lagro de apartar al Capi de
la Susy, te prometo subirme
hasta la cúpula y aventarme
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desde ahí hacia abajo.
¿Verdad que sí lo harás?”
La Señora, desde lo alto y
rodeada de aeroplanos, no
dijo ni sí ni no, pero a los po-
cos días el Capi fue severa-
mente lesionado en un jue-
go de futbol en el llano de
Tepito (aún no existía el Ma-
racaná por entonces). Uno
de los hermanos Canchola,
el más alevoso de ellos, As-
tolfo, le dio una fuerte pata-
da y lo dejó cojo de por vida.
Por supuesto que no se po-
día presentar así ante Susy,
ni continuar su noviazgo;
porque si ella, con toda ra-
zón, no había querido al jo-
robado, no tenía ahora por
qué querer a un cojo. El Ca-
pi tenía sentido del honor, y
prefirió desaparecer, yéndo-
se de paracaidista a la Co-
lonia Moctezuma, donde es
tradición que los aviones, de
los cuales es patrona la Vir-
gen loretense, no dejan dor-
mir.
Susy quedó en extre-
mo triste, pero no le faltaría
quién más le hablase de a-
mores, y el jorobado lo sa-
bía. Así que éste se adelan-
tó, antes de que viniera otro,
y decidió cumplir con su pro-
mesa: escaló hasta la cúpu-
la romana de Loreto, y ya a-
rriba tiró al vacío el fierro de
apoyo y los mecates; estaba
agarrado de la cruz, y luego
se soltó, lanzándose abajo,
entre los gritos de la gente
que iba al mercado Abelardo
Rodríguez de compras. El
jorobado se estrelló en el
piso del estacionamiento
que estaba atrás de Loreto,
en la calle de Venezuela
(frente a Sears), y ahí quedó
estampado, con la satisfac-
ción en la cara de haber lo-
grado separar a la Susy del
Capi, pero con la decisión
también de no exponerse a
sufrir más. “La lista será lar-
ga y yo jamás estaré ahí”,
dijo antes de aventarse, re-
firiéndose a la lista de pre-
tendientes de la Susy, que
agradecieron mucho al Can-
chola el que convirtiese en
cojo al hombre al que ella
quería tanto.
¿Y se enteró ella de
la muerte del jorobado? Sí,
pero no lloró, porque no po-
día llorarle a alguien a quien
no quería, ¿verdad? Ade-
más, un nuevo futbolista a-
pareció en su panorama, es-
ta vez un portero, al que le
pusieron de sobrenombre el
Tuvo. No porque quisiera
éste emular al Tubo, un
guardameta muy famoso en
aquel tiempo, sino porque él
fue el que LA tuvo. Es decir,
a la Susy. El Capi no logró
llegar hasta lo último, pre-
fería esperarse hasta que se
casaran. Pero el Tuvo no
perdió más tiempo y se ca-
só de inmediato con ella. Y
fueron muy infelices toda la
vida, llenos de hijos, y el jo-
robado desde lo alto sonrió,
diciendo: “Qué bueno que
no me casé con ella, sólo
sirve para hacer chamacos,
con lo que los odio. Son
buenos con las resorteras
estos hijos suyos, eso sí lo
reconozco”. Es que él lo
veía todo, en los brazos de
la Virgen de Loreto. Fíjense
bien en el personaje que
carga Ella, la próxima vez
que entren a la iglesia. No
es niño.
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Sirena
Céltica José Luis Barrera
Uno espera que en enero mueran los viejos (los míos murieron en febrero), y aunque haya creído que las sirenas son inmortales, hoy, en plena cesura de enero, murió mi Sirena Céltica; de manera sorpresiva y dolorosa como su nombre, y no acerté más que hacerle un homenaje escuchando su canto singular y cautivante. Descansa en paz, Sirena.
Voz hechizante que asciende desde la Colina Sagrada de Tara, hasta los rincones escindidos de
mi alma, Resuenan los tambores remitiendo las conciencias a la guerra. Los zombies, nacidos de
las idioteces humanas, vibran en un canto céltico que desgarra las indiferencias del hombre
“…When the violence causes silence we must be mistaken…”. Nadie, ni el pirata de Espronceda,
Barbanegra, el Olonés, ni James Hook evitarán perderse ante el influjo de sus cuerdas bucales. Mi
naufragio etílico acompañado de humeante verdor fue a causa de las notas emitidas desde sus
entrañas. Las blasfemias se cantan en maitines. Los sueños ─exabruptos emancipadores del
inconsciente─ no son exclusivos de la cotidiana muerte nocturna. Desde un satélite enfundado en
ropas de buhonero moderno, y en compañía de la
risueña dama joven, escuchaba aquella voz
hechizante. La seducción perfecta entra por el
oído, y eso lo saben las sirenas. La mujer perfecta
se construye a partir de su voz. El lado oscuro es
sustancia de inspiración, explorando en las zonas
irredentas del alma. Dolores eclosionando en un
canto de sincretismo emocional. Fundación del
delirio. Los espantapájaros despiertan en las
promesas rotas. Los druidas escuchan a las
lamias para filosofar. En las Colinas de Tara están
despertando los zombies, en tanto celebremos las
exequias de la sirena terrestre convertida en
materia etérea, como ese canto que me
acompañó en miles de infortunios. Descansa,
sálvate sirena, ya encenderemos tu vela en el
Samhain.
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Año 6, número 66: El aniversario de la Iglesia
del Diablo y el 666 se encuentran en la edición
de Nuestra Señora la Lamia. Por algo será.