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Antología de Textos Literarios
(Siglo XX-XXI)
Rubén Darío
Fue un poeta, periodista y diplomático nicaragüense,
iniciador y máximo representante del Modernismo
literario en lengua española. Nació el 18 de enero de
1867 en Matagalpa y falleció un 6 de febrero de 1916
en León, Nicaragua.
1. Sonatina
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
—la princesa está pálida, la princesa está triste—,
más brillante que el alba, más hermoso que abril!
—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».
De Prosas profanas y otros poemas (1901)
2. Canción de otoño en primavera
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.
Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.
Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
[…]
Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.
Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;
y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.
¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.
En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!
Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!
De Cantos de vida y esperanza.
3.- Lo fatal
A René Pérez
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
De Cantos de vida y esperanza.
Antonio Machado
(1875-1939) Poeta y prosista español, perteneciente a
la generación del 98. Probablemente sea el poeta de su
época que más se lee todavía.
Nació en Sevilla y vivió luego en Madrid, donde
estudió. En 1893 publicó sus primeros escritos en
prosa, mientras que sus primeros poemas aparecieron
en 1901. Viajó a París en 1899, ciudad que volvió a
visitar en 1902, año en el que conoció a Rubén Darío,
del que será gran amigo. En Madrid, conoció a
Unamuno, Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez y otros
destacados escritores con los que mantuvo una
estrecha amistad. Fue catedrático de Francés y se casó
con Leonor Izquierdo, que morirá en 1912. En 1927
fue elegido miembro de la Real Academia Española
de la Lengua. Durante los años veinte y treinta
escribió teatro en compañía de su hermano, también
poeta, Manuel, estrenando varias obras entre las que
destacan La Lola se va a los puertos, de 1929. Cuando
estalló la Guerra Civil española dio su apoyo a la
República y se exilió en enero de 1939. Murió en
Colliure, un mes más tarde.
4.- A un olmo seco
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
hunden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas, de alguna mísera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
5.- Proverbios y cantares I
Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
XXIX Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
XLIV
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
6. Recuerdo infantil
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
mil veces ciento, cien mil,
mil veces mil, un millón.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
7. Yo voy soñando caminos Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
- la tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía
"la espina de una pasión;
"logré arrancármela un día:
"ya no siento el corazón".
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
"quién te pudiera sentir
"en el corazón clavada".
8. A José María Palacio
Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas
entré las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra... 9. Allá, en las tierras altas
Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.
10. Inventario Galante
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano,
negras noches sin luna,
orilla al mar salado,
y el chispear de estrellas
del cielo negro y bajo.
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano.
Y tu morena carne,
los trigos requemados,
y el suspirar de fuego
de los maduros campos.
Tu hermana es clara y débil
como los juncos lánguidos,
como los sauces tristes,
como los linos glaucos.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano...
Y es alba y aura fría
sobre ellos pobres álamos
que en las orillas tiemblan
del río humilde y manso.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano.
De tu morena gracia
de tu soñar gitano,
de tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Me embriagaré una noche
de cielo negro y bajo,
para cantar contigo,
orilla al mar salado,
una canción que deje
cenizas en los labios...
De tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Para tu linda hermana
arrancaré los ramos
de florecillas nuevas
a los almendros blancos
en un tranquilo y triste
alborear de marzo.
Los regaré con agua
de los arroyos claros,
los ataré con verdes
junquillos del remanso...
Para tu linda hermana
yo haré un ramito blanco.
11. La muerte del niño herido
Otra vez en la noche... Es el martillo
de la fiebre en las sienes bien vendadas
del niño. —Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!
—Duerme, hijo mío. —Y la manita oprime
la madre, junto al lecho. —¡Oh, flor de fuego!
¿quién ha de helarte, flor de sangre, dime?
Hay en la pobre alcoba olor de espliego;
fuera, la oronda luna que blanquea
cúpula y torre a la ciudad sombría.
Invisible avión moscardonea.
—¿Duermes, oh dulce flor de sangre mía?
El cristal del balcón repiquetea.
—¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!
José Martínez Ruiz, «AZORÍN»
(Monóvar, Alicante, 1873 - Madrid, 1967) Escritor
adscrito a la Generación del 98. Sus primeros libros
fueron La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y
Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). Pasó
de un espíritu anarquista a un ideario conservador.
Otros libros suyos son: La ruta de Don Quijote
(1905), Castilla (1912), Clásicos y modernos (1913),
Al margen de los clásicos (1915) y Una hora de
España (1924) y ensayos narrativos y teatrales como
Don Juan (1922), entre otros.
12. «Nuestro atraso cultural se evidencia cuando nos
comparamos con otras naciones. Aún no se han
impuesto aquí con toda fuerza el derecho, la libertad,
el deber. La tierra clásica del honor es la tierra de la
arbitrariedad: en política, en el caciquismo
deshonroso; en literatura, el elogio interesado y la
censura rencorosa.
Se duda de si la ley del progreso es una verdad
en España. La apatía nos ata las manos: callamos ante
la injusticia y confirmamos las palabras del ilustro
arzobispo De Pradt: ―La geografía ha cometido un
error colocando a España en Europa, porque pertenece
a África. Sangre, costumbres, lengua, manera de vivir
y de luchar, todo en España es africano‖. El
militarismo nos ahoga, la marea de la reacción
religiosa va subiendo. Espíritus enérgicos, que
trabajaron siempre por la ciencia y el arte libres se
rinden a un sentimentalismo religioso que antaño les
hacía reír. Revolucionarios de toda la vida, vuelven su
cara atrás y refunden su programa sobre las bases de
la Iglesia y el Ejército.
Cuarenta millones se dedican a los gastos de
culto y clero; seis a la enseñanza. Los catedráticos son
separados arbitrariamente de sus cátedras. El Poder
legislativo es una comedia; el judicial, un orden
dependiente del ejecutivo; el ejecutivo, un servidos de
la ambición. El obrero no espera nada del Estado.
Dejemos los entusiasmos exagerados y el
lirismo del mal gusto. La época de las declamaciones
ha pasado. Necesitamos ahora científicos. El triunfo
de las nuevas ideas vendrá por la ciencia. Haga la
iniciativa privada y particular lo que el Estado no
hace: Fúndense instituciones para la enseñanza,
laboratorios para científicos, escuelas donde el obrero
aprenda a ser hombre y a hacer efectivos sus derechos.
Que aprenda el obrero a desconfiar de los apóstoles
del falso socialismo; que medite que el credo católico
es incompatible con las aspiraciones del mundo que
trabaja.» [Azorín, 1895]
José Ortega y Gasset
(Madrid, 1883 - 1955) Filósofo y ensayista
español. Su pensamiento, plasmado en numerosos
ensayos, ejerció una gran influencia en varias
generaciones de intelectuales. Fundó el diario El Sol
(1917), la revista España (1915) y la Revista de
Occidente (1923). El núcleo de su pensamiento se
halla en obras como España invertebrada (1921), El
tema de nuestro tiempo (1923) y La rebelión de las
masas (1930).
13.- «En la escuela, cuando alguien notifica que el
maestro se ha ido, la turba parvular se encabrita e
indisciplina. Cada cual siente la delicia de evadirse a
la presión que la presencia del maestro imponía, de
arrojar los yugos de las normas, de echar los pies por
alto, de sentirse dueño del propio destino. Pero como
quitada la norma que fijaba las ocupaciones y las
tareas la turba parvular no tiene un quehacer propio,
una ocupación formal, una tarea con sentido,
continuidad y trayectoria, resulta que no puede
ejecutar más que una cosa, la cabriola». (Ortega y
Gasset, J. La rebelión de las masas. Vol. IV, pág. 237. Obras
Completas. Revista de Occidente, Madrid, 1983.)
«Para los efectos de la tesis fundamental hemos
entendido por realidad "lo que verdadera e
indubitablemente hay". Según la tesis realista lo que
verdaderamente hay es cosas, mundo; esto es, lo que
existe en sí y por sí, lo independiente de mí. Esto era
un error y hemos hecho la corrección idealista: la
existencia de algo por completo independiente de mí
es esencialmente problemática, cuestionable: no
puede, en consecuencia, ser una primera verdad. Sólo
es indubitable que lo que hay lo hay en relación
conmigo, dependiendo de mí, que lo hay para mí.
Hasta aquí la tesis idealista parece invulnerable. El ser
independiente de mí que el realismo ingenuamente
afirma no tiene salvación posible. Sólo hay, con
verdad indubitable, lo que hay para mí». [José Ortega y
Gasset, Unas lecciones de metafísica. Lección XIII (Obras
Completas, vol. XII, Alianza Editorial)]
Juan Ramón Jiménez
(Moguer, Huelva, 1881 – San Juan, Puerto Rico,
1958). Estudió derecho, pero abandonó esa carrera
para dedicarse a la poesía y a la pintura. Tuvo que
abandonar España a causa de la guerra. Se refugió en
Puerto Rico. Le concedieron el Premio Nobel de
Literatura en 1956 y murió dos años después en San
Juan de Puerto Rico. Algunas de sus obras son: La
soledad sonora, Diario de un poeta recién casado y
Animal del fondo, pero la más conocida es la prosa
poética Platero y yo
http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/jrj/ (biografía y
poemas)
http://www.poesi.as/indexjrj.htm (aquí encontraréis muchos
de sus poemas).
14. Nocturno, VI Viene una música lánguida,
no sé de dónde, en el aire.
Da la una. Me he asomado
para ver qué tiene el parque.
La luna, la dulce luna,
tiñe de blanco los árboles,
y, entre las ramas, la fuente
alza su hilo de diamante.
En silencio, las estrellas
tiemblan; lejos, el paisaje
mueve luces melancólicas,
ladridos y largos ayes.
Otro reló da la una.
Desvela mirar el parque
lleno de almas, a la música
triste que viene en el aire.
15. Platero
I
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por
fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.
Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual
dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia
tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las
florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo
dulcemente: ―¿Platero?‖, y viene a mí con un trotecillo
alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo
ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas
mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los
higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una
niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra...
Cuando paseo sobre él, los domingos, por las últimas
callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de
limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
-Tien’ asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo
tiempo.
(de Platero y yo, 1914/ 17)
16. Mar
¡Solo un punto!
Sí, mar, ¡quién fuera,
cual tú, diverso cada instante,
coronado de cielos en su olvido;
mar fuerte -¡sin caídas!-,
mar sereno
de frío corazón con alma eterna-,
¡mar, obstinada imajen del presente!
(de Diario de un poeta recién casado)
17. Eternidades
Vino primero pura,
vestida de inocencia;
y la amé como un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes;
y la fui odiando sin saberlo.
Llegó a ser una reina
fastuosa de tesoros...
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!
Más se fue desnudando
y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica
y apareció desnuda toda.
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!
(de Eternidades, 1919)
18. En lo desnudo de este hermoso fondo
Quiero quedarme aquí, no quiero irme
a ningún otro sitio.
Todos los paraísos
(que me dijeron) en que tú hablabas,
se me han desvanecido en mis ensueños
porque me comprendí mejor este en que vivo,
ya centro abierto en flor de lo supremo.
Verdor de primavera de mi atmósfera,
¿qué luz podrá sacar de otro verdor
una armonía de totalidad más limpia,
una gloria más grande y fiel de fuera y dentro?
Esta fue y es y será siempre
la verdad:
Tú oído, visto, comprendido en este paraíso mío,
tú de verdad venido a mí
en lo desnudo de este hermoso fondo.
19. El nombre conseguido de los nombres
Si yo, por ti, he creado un mundo para ti,
dios, tú tenías seguro que venir a él,
y tú has venido a él, a mí seguro,
porque mi mundo todo era mi esperanza.
Yo he acumulado mi esperanza
en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito;
a todo yo le había puesto nombre
y tú has tomado el puesto
de toda esta nombradía.
Ahora puedo yo detener ya mi movimiento,
como la llama se detiene en ascua roja
con resplandor de aire inflamado azul,
en el ascua de mi perpetuo estar y ser;
ahora yo soy ya mi mar paralizado,
el mar que yo decía, mas no duro,
paralizado en olas de conciencia en luz
y vivas hacia arriba todas, hacia arriba.
Todos los nombres que yo puse
al universo que por ti me recreaba yo,
se me están convirtiendo en uno y en un
dios.
El dios que es siempre al fin,
el dios creado y recreado y recreado
por gracia y sin esfuerzo.
El Dios. El nombre conseguido de los nombres.
(de Dios deseado y deseante, 1949)
(http://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz1.php
&wid=25&p=Juan%20Ram%F3n%20Jim%E9nez&t=El%2
0nombre%20conseguido%20de%20los%20nombres&o=Ju
an%20Ram%F3n%20Jim%E9nez, para escuchar el poema
en la voz del poeta)
Federico García Lorca
(Nacido en Fuente Vaqueros, provincia de Granada, en
1898 – muerto entre Víznar y Alfacar, provincia de
Granada, en 1936). Escribió importantes poemarios
como Romancero gitano (1928) y Poeta de Nueva
York (1930) y renovadoras obras de teatro como
Bodas de sangre (1933) y La casa de Bernarda Alba
(1936).
20. Si mis manos pudieran deshojar
Yo pronuncio tu nombre
en las noches oscuras,
cuando vienen los astros
a beber en la luna
y duermen los ramajes
de las frondas ocultas.
Y yo me siento hueco
de pasión y de música.
Loco reloj que canta
muertas horas antiguas.
Yo pronuncio tu nombre,
en esta noche oscura,
y tu nombre me suena
más lejano que nunca.
Más lejano que todas las estrellas
y más doliente que la mansa lluvia.
¿Te querré como entonces
alguna vez? ¿Qué culpa
tiene mi corazón?
Si la niebla se esfuma,
¿qué otra pasión me espera?
¿Será tranquila y pura?
¡¡Si mis dedos pudieran
deshojar a la luna!!
21. Canción Otoñal
Noviembre de 1918. (Granada.)
Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas,
pero mi senda se pierde
en el alma de la niebla.
La luz me troncha las alas
y el dolor de mi tristeza
va mojando los recuerdos
en la fuente de la idea.
Todas las rosas son blancas,
tan blancas como mi pena,
y no son las rosas blancas,
que ha nevado sobre ellas.
Antes tuvieron el iris.
También sobre el alma nieva.
La nieve del alma tiene
copos de besos y escenas
que se hundieron en la sombra
o en la luz del que las piensa.
La nieve cae de las rosas,
pero la del alma queda,
y la garra de los años
hace un sudario con ellas.
¿Se deshelará la nieve
cuando la muerte nos lleva?
¿O después habrá otra nieve
y otras rosas más perfectas?
¿Será la paz con nosotros
como Cristo nos enseña?
¿O nunca será posible
la solución del problema?
¿Y si el amor nos engaña?
¿Quién la vida nos alienta
si el crepúsculo nos hunde
en la verdadera ciencia
del Bien que quizá no exista,
y del Mal que late cerca?
¿Si la esperanza se apaga
y la Babel se comienza,
qué antorcha iluminará
los caminos en la Tierra?
¿Si el azul es un ensueño,
qué será de la inocencia?
¿Qué será del corazón
si el Amor no tiene flechas?
¿Y si la muerte es la muerte,
qué será de los poetas
y de las cosas dormidas
que ya nadie las recuerda?
¡Oh sol de las esperanzas!
¡Agua clara! ¡Luna nueva!
¡Corazones de los niños!
¡Almas rudas de las piedras!
Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas
y todas las rosas son
tan blancas como mi pena.
De Libro de poemas
22. Romance sonámbulo Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verde rama.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura,
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
*
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
viene con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
*
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando
desde los puertos de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, ¡dejadme
hasta las verdes barandas!
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas,
dejando un rastro de sangre,
dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.
*
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
*
Sobre el rostro del aljibe,
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
lo sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
De Romancero Gitano
23. Ciudad sin sueño
(NOCTURNO DEL BROOKLYN BRIDGE)
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan las cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que
no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las
esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de
los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que
callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra
húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias
muertas.
Pero no hay olvido ni sueño. Carne viva
los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes,
y al que le duele su dolor
le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre los hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los
ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección
de las mariposas disecadas
y aun andando por un paisaje de esponjas grises y
barcos mudos
veremos brillar el anillo y manar rosas de nuestra
lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y
aguacero,
a aquel muchacho que llo
ra porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y
un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes
esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento
escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Hay un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie
por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en
las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
De Poeta en Nueva York
24. Soneto de la dulce queja
Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua, y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento
Tengo miedo de ser en esta orilla
tronco sin ramas, y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla
para el gusano de mi sufrimiento
Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,
no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.
De Sonetos del amor oscuro
Luis Cernuda
Nació en 1902 en Sevilla. Hijo de un militar, inició
estudios de Derecho en la Universidad de Sevilla. En
los años 1920 se trasladó a Madrid, donde entró en
contacto con los ambientes literarios de lo que luego
se llamará la Generación del 27. Durante la Guerra
Civil participó en el II Congreso de Intelectuales
Antifascistas de Valencia, y en 1938 se exilió a
Inglaterra y México, donde murió en 1963.
25. Donde habite el olvido
Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el
tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a
imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
26. Qué ruido tan triste
Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando
se aman,
parece como el viento que se mece en otoño
sobre adolescentes mutilados,
mientras las manos llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas de manos que fueron un día
flores en el jardín de un diminuto bolsillo.
Las flores son arena y los niños son hojas,
y su leve ruido es amable al oído
cuando ríen, cuando aman, cuando besan,
cuando besan el fondo
de un hombre joven y cansado
porque antaño soñó mucho día y noche.
Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como dicen;
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante de muerto.
Rafael Alberti
Nació en 1902 en el Puerto de Santa María (Cádiz).
Tras la Guerra Civil española se exilió debido a su
militancia comunista. Regresó a España tras finalizar
la dictadura. Murió en 1999. Es autor de marinero en
tierra, Sobre los ángeles y A la pintura.
27. El mar. La mar.
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños la marejada
me tira del corazón;
se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?
28. Colegio
Veo los años,
los mismos que ahora escucho volver a mí esta tarde
colgados de sotanas,
espantajos oscuros,
henchidos como cerdos de pez muerta que fueran
navegando,
dejando tras de sí una cola de tinta goteada de
esperma sucia y vómito.
Oigo cómo me invaden crucifijos,
despiadadas penumbras de toses con rosarios y vía-
crucis
y un olor a café, a desayuno seco,
descompuesto en las bocas tibias de los
confesionarios.
No es posible que vuelva este mismo paisaje,
que reconquiste ni por un momento su sueño
embrutecido de moscas,
formol y humo.
No es posible otra vez este retrete sórdido de hábitos
con eructos y sopa de tapioca.
No es posible, no quiero,
no es posible querer para vosotros la misma infancia y
muerte.
29. El Ángel Bueno
Vino el que yo quería
el que yo llamaba.
No aquel que barre cielos sin defensas.
luceros sin cabañas,
lunas sin patria,
nieves.
Nieves de esas caídas de una mano,
un nombre,
un sueño,
una frente.
No aquel que a sus cabellos
ató la muerte.
El que yo quería.
Sin arañar los aires,
sin herir hojas ni mover cristales.
Aquel que a sus cabellos
ató el silencio.
Para sin lastimarme,
cavar una ribera de luz dulce en mi pecho
y hacerme el alma navegable.
De Sobre los ángeles.
Pedro Salinas
Pedro Salinas, nació en Madrid en 1891 y murió
en Boston en 1951. Publicó, entre otros libros: La voz
a ti debida y Razón de amor.
30. Ayer te besé en los labios
Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
Rojos. Fue un beso tan corto
Que duró más que un relámpago,
Que un milagro, más.
El tiempo,
Después de dártelo
No lo quise para nada
Ya, para nada
Lo había querido antes.
Se empezó en él, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso;
Estoy solo con mis labios.
Los pongo
No en tu boca, no, ya no
-¿A dónde se me ha escapado?-
Los pongo
En el beso que te di
Ayer, en las bocas juntas
Del beso que se besaron.
Y dura este beso más
Que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
Ni una boca lo que beso,
Que se escapa, que me huye.
No. Te estoy besando más lejos.
31. No quiero que te vayas, dolor
No quiero que te vayas,
Dolor, última forma
De amar, me estoy sintiendo
Vivir cuando me dueles
No en ti, ni aquí, más lejos;
En la tierra, en el año
De donde vienes tú,
En el amor con ella
Y todo lo que fue.
En esa realidad
Hundida que se niega
A sí misma y se empeña
En que nunca ha existido,
Que sólo fue un pretexto
Mío para vivir.
Si tú, dolor, no me quedaras
Dolor irrefutable
Yo me creería;
Pero me quedas tú.
Tu verdad me asegura
Que nada fue mentira.
Y mientras yo te sienta,
Tú me serás, dolor,
La prueba, a lo lejos,
De que existió, que existe,
De que me quiso, sí,
De que aún la estoy queriendo.
Gabriel Miró
Novelista español. Nació en Alicante (1879).
Escribió Figuras de la Pasión del Señor (1917); Libro
de Sigüenza (1917) y El obispo leproso (1926), que
desató el escándalo de los grupos conservadores y
clericales e impidió su entrada en la Real Academia
Española. Murió en 1930 en Madrid.
32. Años y leguas (fragmento)
" Dice el Eclesiastés que la risa, el habla y el andar
del hombre muestran su corazón. Pues el ánimo del
dueño de estas heredades se manifiesta en las
ventanas; aquí, aun sin querer, pone su tono, sus
resabios, sus cavilaciones, sus conceptos,
singularmente el de la Interinidad de la vida. Crece el
edificio; va quejándose su fisonomía con los rasgos de
los balcones de las rejas... (Una ventana encima de un
huerto, del mar, de las soledades de un monte, nos
comunica las complacencias de los que están junto a
la vidriera mirando.) Y apenas se acaban estas órbitas,
el dueño les baja unos párpados de ladrillos. En la faz
tapiada se endurece una mueca de avidez, como la de
los tuertos y sordomudos. La ventana no es sólo la
mirada, es también el grito, la ansiedad, la sonrisa
hacia los senderos, las nubes, los caminantes, las aves,
los rebaños, la lluvia, las estrellas. […]
No; la señora no quiere cavilar ni desperdiciar
dineros en una hacienda que sólo ha de tener mientras
viva. ¡Y qué le queda de vivir a sus ochenta y seis
años! Después, sin hija ya en el mundo, los bienes de
don Pedro irán a poder de los de su sangre, y las
heredades de ella, a los de la suya. Dejó el esposo
sobrinos que esperan... le queda a la señora la sobrina.
Todo el pan está ya rebanado y a punto que se lo
repartan. A doña Elisa, con sus alpargatas, su toca y su
hábito del Carmen, ya no le falta sino acostarse en la
tierra, al lado de la niña y del marido... Y otra vez se le
llenan los ojos de bruma inmóvil de eternidad: ¡Es la
eternidad...! […]
Sigüenza se revuelve mirando la gota de lumbre de
Venus, lumbre jugosa, de una sensación de desnudez.
Ya baja por los hombros del Ponoch. Se lo avisa a la
señora, que no puede levantar tanto su frente; y la
sobrina busca el lucero por otro horizonte. Venus se
hunde veloz, quebrándose en la humedad de la
mirada... Se ha embebido el zumo de claridad, y el
cielo se va desamparando. "
Miguel Hernandez
Orihuela, 1910 - Alicante, 1942. Poeta adscrito a la
Generación del 27, destacó por la hondura y
autenticidad de sus versos, reflejo de su compromiso
social y político. Publicó Perito en lunas (1933), El
rayo que no cesa (1936) y Cancionero y romancero de
ausencias (1938), entre otros.
33. Umbrío por la pena, casi bruno
Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!
De El rayo que no cesa
34. Elegía a Ramón Sijé
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las ladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
De El rayo que no cesa
35. Canción del esposo soldado
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
De Viento del Pueblo
Dámaso Alonso
Poeta y filólogo que perteneció a la generación del 27.
Licenciado en Derecho y Filosofía y Letras, antes de
la Guerra Civil española coincidió en la Residencia de
Estudiantes con Lorca, Buñuel y Dalí. Fue catedrático
de Filología Románica y en 1945 ingresó en la Real
Academia Española, de la que llegó a ser director. También recibió el Premio Cervantes.
36. Insomnio
Madrid es una ciudad de más de un millón de
cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo
en este nicho en el que hace cuarenta y cinco
años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar
los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido, fluyendo
como la leche de la ubre caliente de una gran
vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi
alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en
esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren
lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra
podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?
Gabriel Celaya
Nació en 1911 en Hernani, Guipúzcoa. Estudió
ingeniería industrial en Madrid, donde se vinculó a la
Residencia de Estudiantes. Allí conoció a Lorca, Juan
Ramón Jiménez y otros, que determinaron su vocación
literaria. Fundó en 1947 la colección "Norte" de poesía.
Dedicó su obra al compromiso y la defensa de la
libertad. En los años cincuenta se incorporó de lleno a la
poesía social. Publicó: Las cartas boca arriba (1951),
Cantos iberos (1955) y Canto en lo mío (1968), entre
otros. Falleció en 1991 en Madrid.
37. La poesía es un arma cargada de futuro
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado, como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta
mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
De Cantos iberos, 1955.
38. España en marcha
Nosotros somos quien somos.
¡Basta de Historia y de cuentos!
¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a
sus muertos.
No vivimos del pasado,
ni damos cuerda al recuerdo.
Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus
comienzos.
Somos el ser que se crece.
Somos un río derecho.
Somos el golpe temible de un corazón no resuelto.
Somos bárbaros, sencillos.
Somos a muerte lo ibero
que aún nunca logró mostrarse puro, entero y
verdadero.
De cuanto fue nos nutrimos,
transformándonos crecemos
y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a
muerto.
A la calle!, que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.
No reniego de mi origen,
pero digo que seremos
mucho más que lo sabido, los factores de un
comienzo.
Españoles con futuro
y españoles que, por serlo,
aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por
bueno.
Recuerdo nuestros errores
con mala saña y buen viento.
Ira y luz, padre de España, vuelvo a arrancarte del
sueño.
Vuelvo a decirte quién eres.
Vuelvo a pensarte, suspenso.
Vuelvo a luchar como importa y a empezar por lo que
empiezo.
No quiero justificarte
como haría un leguleyo.
Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso.
España mía, combate
que atormentas mis adentros,
para salvarme y salvarte, con amor te deletreo.
De Cantos iberos, 1955.
39. Cuéntame cómo vives, cómo vas muriendo Cuéntame cómo vives;
dime sencillamente cómo pasan tus días,
tus lentísimos odios, tus pólvoras alegres
y las confusas olas que te llevan perdido
en la cambiante espuma de un blancor imprevisto.
Cuéntame cómo vives;
ven a mí, cara a cara;
dime tus mentiras (las mías son peores),
tus resentimientos (yo también los padezco),
y ese estúpido orgullo (puedo comprenderte).
Cuéntame cómo mueres;
nada tuyo es secreto:
la náusea del vacío (o el placer, es lo mismo);
la locura imprevista de algún instante vivo;
la esperanza que ahonda tercamente el vacío.
Cuéntame cómo mueres;
cómo renuncias -sabio-,
cómo -frívolo- brillas de puro fugitivo,
cómo acabas en nada
y me enseñas, es claro, a quedarme tranquilo.
De Tranquilamente hablando, 1945
Blas de Otero
(Bilbao, 1916). Estudió derecho aunque no ejerció.
Escribe Ángel fieramente humano (1950) y Redoble
de conciencia (1951). Pido la paz y la palabra (1955),
En castellano (1960) y Que trata de España (1964),
entre otros. En su poesía se aprecia la fe en la
solidaridad humana y la necesidad de una
transformación social. Falleció en 1979 en Madrid.
40. Hombre
Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
De Ángel fieramente humano (1950)
41. Digo vivir
Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.
(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.)
Digo vivir, vivir como si nada
hubiese de quedar de lo que escribo.
Porque escribir es viento fugitivo,
y publicar, columna arrinconada.
Digo vivir, vivir a pulso, airada-
mente morir, citar desde el estribo.
Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,
abominando cuanto he escrito: escombro
del hombre aquel que fui cuando callaba.
Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra
más inmortal: aquella fiesta brava
del vivir y el morir. Lo demás sobra.
De Redoble de conciencia (1951)
42. En nombre de muchos
Para el hombre hambreante y sepultado
en sed —salobre son de sombra fría—,
en nombre de la fe que he conquistado:
alegría.
Para el mundo inundado
de sangre, engangrenado a sangre fría,
en nombre de la paz que he voceado:
alegría.
Para ti, patria, árbol arrastrado
sobre los ríos, ardua España mía,
en nombre de la luz que ha alboreado:
alegría.
De Pido la paz y la palabra (1955)
43. En el principio
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
De Pido la paz y la palabra (1955)
Juan Marsé
(Barcelona, 1933) Uno de los máximos representantes
de la narrativa española de la segunda mitad del siglo
XX. De formación autodidacta, consiguió un
resonante éxito con Últimas tardes con Teresa (1965).
Algunas de sus obras destacadas son: La oscura
historia de la prima Montse (1970), Si te dicen que
caí (1973), Un día volveré (1982) y El embrujo de
Shangai (1993).
44. La isla del libro y el día del tesoro
Veo sentada ante mí, en casa, a la joven estudiante
de robustas rodillas y nervioso bolígrafo que me
visita para anotar en su cuaderno gravísimos datos
sobre mis novelas con destino a su tesina; la veo
parpadear, confusa, ante mis delgadas respuestas
(que no encajan en su vasto y complicado plan de
estudios: le digo, por ejemplo, que el Pijoaparte
jamás se propuso desenmascarar a la burguesía
catalana, sino simplemente enamorar a Teresa), la
veo cotejar notas, alterar esquemas, rectificar
planteamientos, desorientada, y yo, algo entristecido,
me pregunto quién la ha desorientado, cuándo y
cómo ha perdido esa muchacha el placer de leer.
Afirma que la novela le gustó, pero se nota que no lo
pasó bien leyéndola, y lo que es peor, ya no
considera importante el pasárselo bien leyendo
novelas. Entonces, ¿quién o quiénes le quitaron a esa
chica el deseo de disfrutar con un libro, dejándole
sólo la obligación de aprender? ¿Aprender qué,
además? ¿Sociología, semiótica y semiología,
estructuralismo, sentido y forma, relaciones
metalingüísticas, perspectiva exógena y estructura
interna?
Por un breve instante, horribles fantasmas de
posibles tesinas pasadas y futuras desfilan por mi
mente con extravagantes títulos: El significado de los
toros y de la humilde patata en la poesía de Miguel
Hernández - Estructura, calor y sabor de las
magdalenas en la obra de Proust - El Pijoaparte hijo
natural semiótico de Henry James, con permiso de
Félix de Azúa - Los silencios de Moby Dick y su
relación metalingüística con la pata de palo de John
Silver y con el mezcal y los barrancos de la prosa de
Malcolm Lowry - Madame Flaubert soy yo, dijo
Federico García Lorca.
¡Maldición, estamos rodeados! Así es imposible
leer, hay que saber demasiadas cosas, hay que
amueblar la mente de bidets teóricos, hay que ser
experto en demasiadas chorradas -le digo a la
desilusionada estudiante de graves rodillas y afanoso
bolígrafo. Se han empeñado ellos, los malditos
tambores de las cátedras y de los institutos, los
avinagrados columnistas de diarios de provincias, los
rastreadores de estilos y figuras de la alfombra, los
rebuznos de la crítica trascendente y los cuarenta
años de incultura franquista, en convertir la lectura de
un libro en cualquier cosa menos en un placer, un
acto libre y espontáneo, una aventura personal con la
imaginación. ¿Quieres un consejo? Tira por la borda
ese cuaderno y ese bolígrafo y ponte a leer, sobre
estas rodillas sojuzgadas de estudiante aplicada, y
con ojos infantiles a ser posible, renovada la
capacidad de asombro, el sentido de la vida y la
imaginación penetrante, otra vez, "La isla del tesoro".
Callarán los bobos tambores eruditos y recobrarás el
tesoro de leer.
[Publicado por primera vez en El Periódico, 22/4/79]
Ángel González
(Oviedo, 1925 - Madrid, 2008) Miembro del Grupo
Poético de los años 50, publicó Sin esperanza, con
convencimiento (1961), Grado elemental (1962) y
Tratado de urbanismo (1967). A partir de 1968 utilizó
el título de Palabra sobre palabra para las sucesivas
ediciones de su obra acumulada.
45. Para que yo me llame Ángel González
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
De Áspero mundo (1956)
Jaime Gil de Biedma
(Barcelona, 1929 - id., 1990) Destacado representante
del Grupo Poético de los años 50 y unido por razones
de afinidad intelectual y de amistad con algunos de
sus miembros (en especial Carlos Barral y el poeta en
catalán Gabriel Ferrater), recogió su obra en el
volumen titulado Las personas del verbo.
46. Contra Jaime Gil De Biedma
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas, a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
—seguro de gustar— es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.
Si no fueses tan puta!
Y si yo supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.
A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!
47Pandémica y celeste
quam magnus numerus libyssae arenae
……………………………………………
………….
aut quam sidera multa, cum tacet nox,
furtiuos hominum uident amores.
catulo, vii
Imagínate ahora que tú y yo
muy tarde ya en la noche
hablemos hombre a hombre, finalmente.
Imagínatelo,
en una de esas noches memorables
de rara comunión, con la botella
medio vacía, los ceniceros sucios,
y después de agotado el tema de la vida.
Que te voy a enseñar un corazón,
un corazón infiel,
desnudo de cintura para abajo, hipócrita lector -mon semblable,-mon frère!
Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo a otros cuerpos
a ser posiblemente jóvenes:
yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual deslumbramiento que a los veinte años !
Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
-con cuatrocientos cuerpos diferentes-
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.
Y por eso me alegro de haberme revolcado
sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,
mientras buscaba ese tendón del hombro.
Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones…
Aquella carretera de montaña
y los bien empleados abrazos furtivos
y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,
pegados a la tapia, cegados por las luces.
O aquel atardecer cerca del río
desnudos y riéndonos, de yedra coronados.
O aquel portal en Roma -en vía del Balbuino.
Y recuerdos de caras y ciudades
apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,
de escaleras sin luz, de camarotes,
de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,
y de infinitas casetas de baños,
de fosos de un castillo.
Recuerdos de vosotras, sobre todo,
oh noches en hoteles de una noche,
definitivas noches en pensiones sórdidas,
en cuartos recién fríos,
noches que devolvéis a vuestros huéspedes
un olvidado sabor a sí mismos!
La historia en cuerpo y alma, como una imagen rota,
de la langueur goûtée à ce mal d’être deux.
Sin despreciar
-alegres como fiesta entre semana-
las experiencias de promiscuidad.
Aunque sepa que nada me valdrían
trabajos de amor disperso
si no existiese el verdadero amor.
Mi amor,
íntegra imagen de mi vida,
sol de las noches mismas que le robo.
Su juventud, la mía,
-música de mi fondo-
sonríe aún en la imprecisa gracia
de cada cuerpo joven,
en cada encuentro anónimo,
iluminándolo. Dándole un alma.
Y no hay muslos hermosos
que no me hagan pensar en sus hermosos muslos
cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.
Ni pasión de una noche de dormida
que pueda compararla
con la pasión que da el conocimiento,
los años de experiencia
de nuestro amor.
Porque en amor también
es importante el tiempo,
y dulce, de algún modo,
verificar con mano melancólica
su perceptible paso por un cuerpo
-mientras que basta un gesto familiar
en los labios,
o la ligera palpitación de un miembro,
para hacerme sentir la maravilla
de aquella gracia antigua,
fugaz como un reflejo.
Sobre su piel borrosa,
cuando pasen más años y al final estemos,
quiero aplastar los labios invocando
la imagen de su cuerpo
y de todos los cuerpos que una vez amé
aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.
Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza, sin fuerza y sin deseo,
mientras seguimos juntos
hasta morir en paz, los dos,
como dicen que mueren los que han amado mucho.
48. No volveré a ser joven
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
De Las personas del verbo
http://www.rtve.es/television/imprescindibles/jaime-
gil-de-biedma/
Luis Alberto de Cuenca
49. La herida
Nada, ni el sordo horror, ni la ruidosa
verdad, ni el rostro amargo de la duda,
ni este incendio en la selva de mi cuerpo
que amenaza con no extinguirse nunca,
ni la terrible imagen que golpea
mis ojos y tortura mi cerebro,
ni el juego cruel, ni el fuego que destruye
esa otra imagen de armonía y fuerza,
ni tus palabras, ni tus movimientos,
ni ese lado salvaje de tu calle,
impedirán que encienda en tu costado
la luz que da la vida y da la muerte:
tarde o temprano sangrará tu herida,
y no será momento de hacer frases.
De La caja de plata (1985)
Luis García Montero
Poeta y ensayista español nacido en Granada en
1958. Licenciado en Filosofía y Letras por la
Universidad de Granada, obtuvo su Doctorado en la
misma Universidad con una tesis sobre el poeta Rafael
Alberti con quien lo unió una gran amistad. Es uno de
los poetas más importantes de la poesía española de
hoy. Actualmente es profesor titular del departamento
de Filología Española de la Universidad de Granada.
50. El amor
Las palabras son barcos
y se pierden así, de boca en boca,
como de niebla en niebla.
Llevan su mercancía por las conversaciones
sin encontrar un puerto,
la noche que les pese igual que un ancla.
Deben acostumbrarse a envejecer
y vivir con paciencia de madera
usada por las olas,
irse descomponiendo, dañarse lentamente,
hasta que a la bodega rutinaria
llegue el mar y las hunda.
Porque la vida entra en las palabras
como el mar en un barco,
cubre de tiempo el nombre de las cosas
y lleva a la raíz de un adjetivo
el cielo de una fecha,
el balcón de una casa,
la luz de una ciudad reflejada en un río.
Por eso, niebla a niebla,
cuando el amor invade las palabras,
golpea sus paredes, marca en ellas
los signos de una historia personal
y deja en el pasado de los vocabularios
sensaciones de frío y de calor,
noches que son la noche,
mares que son el mar,
solitarios paseos con extensión de frase
y trenes detenidos y canciones.
Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,
acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.
51. Confesiones
Yo te estaba esperando.
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lentos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de fútbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
más allá del muchacho obligado a la luna,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.
Yo te estoy esperando.
Por detrás de las noches y las calles,
de las hojas pisadas
y de las obras públicas
y de los comentarios de la gente,
por encima de todo lo que soy,
de algunos restaurantes a los que ya no vamos,
con más prisa que el tiempo que me huye,
más cerca de la luz y de la tierra,
yo te estoy esperando.
Y seguiré esperando.
Como los amarillos del otoño,
todavía palabra de amor ante el silencio,
cuando la piel se apague,
cuando el amor se abrace con la muerte
y se pongan mas serias nuestras fotografías,
sobre el acantilado del recuerdo,
después que mi memoria se convierta en arena,
por detrás de la última mentira,
yo seguiré esperando.
52.Sonata triste para la luna de Granada
A Marga
"Le ciel est par-dessus le toit"
Paul Verlaine
Esta ciudad me mira con tus ojos,
parpadea,
porque ahora después de tanto tiempo
veo otra vez el piano que sale de la casa
y me llega de forma diferente,
huyendo del salón,
abordando las calles
de esta ciudad antigua y tan hermosa,
que sigue solitaria como tú la dejaste,
cargando con sus plazas,
entre el cauce perdido del anhelo
y al abrigo del mar.
Estarías aquí
y nada habría cambiado sino el tiempo,
el cadáver extraño de sus ríos
que siguen sumergidos
como tú los dejaste.
Ahora
siento otra vez mi cuerpo poblarse de veletas
y lo veo entendido
sobre generaciones de ventanas antiguas
mientras la noche avanza solitaria y perfecta.
Somos de una ciudad
cargada de paciencia,
que no conoce el sueño de los invernaderos,
ni ha vivido la extraña presencia del amor.
Como pequeñas venas
los comercios esperan para abrirse mañana
y el deseo no existe
más allá de la luna de los escaparates.
Hemos soñado ya todos los sueños,
hemos vivido aquí
donde la historia olvida sus raíles vacíos,
donde la paz es negra y se recoge
entre plazas cerradas,
sobre tabernas viejas,
bajo el borde morado del misterio.
Alguna vez soñamos
con un mundo distinto:
era cuando el imperio perdido del azúcar
y llegaban viajeros
al olor de la industria.
Las calles se llenaron de motores rugientes
y la frivolidad
como una enredadera brillante por los ojos
nos ofreció de pronto
templada carne, lámparas de araña.
Parece que os recuerdo
abrasados al mundo entre trajes de hilo,
entre la piel hermosa de una época
que nos dejó sus árboles,
el corazón grabado
sobre las pitilleras, y su dedicatoria
en las fotografías.
Ahora
cuando el destino ya no es una excusa
sino la soledad,
y los cielos están bajo el tejado
como tú los dejaste,
todo recuerda un sueño sucio
de madrugada.
Aquí
no tuvimos batallas sino espera.
La guerra fue un camión que nos buscaba,
detenido en la puerta,
partiendo con sus ojos encendidos
de espía
y al abrigo del mar.
Más tarde
entre canciones tristes de marineros rubios
todo quedó dormido.
De balcón a balcón
oímos la posguerra por la radio,
y lejos,
bajo las cruces frías de las plazas,
ancianas sombras negras paseaban
sosteniendo en las manos
nuestra supervivencia.
Esta ciudad es íntima, hermosamente obscena,
y tus manos son pálidas
latiendo sobre ella
y tu piel amarilla, quemada en el tabaco,
que me recuerda ahora
la luz artificial del alumbrado.
Vuelvo hacia ti. Mi corazón de búho
lo reciben sus piernas.
Como testigos mudos de la historia
acaricio las cúpulas perdidas,
palacios en ruina,
fuentes viejas
que recogen la luna
donde van a esconderse los últimos abrazos.
Verdes en el cansancio
de todas las esquinas
esta ciudad me mira con tus ojos de musgo,
me sorprende tranquila
de amor y me provoca.
Amanece
moradamente un día
que las calles comparten con la lluvia.
La soledad respira más allá
de las grúas
y mi cuerpo se extiende
por una luz en celo que adivina
los labios de la sierra,
la ropa por las torres de Granada.
La madrugada deja
rastros de oscuridad entre las manos.
Oigo
una voz que clarea. Lentamente
los tejados sonríen cada vez más extensos,
y así,
como una ola,
entre la nube abierta de todos los suburbios,
esta ciudad se rompe sobre las alamedas,
bajo los picos últimos
donde la nieve aguarda
que suba el mar, que nazca la marea.
De El jardín extranjero http://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz1.php
&wid=1582&t=Sonata+triste+para+la+luna+de+Granada&
p=Luis+Garc%EDa+Montero&o=Luis+Garc%EDa+Monte
ro
53. Canción de aniversario
"...incómodos de no sentir el peso de los años".
Jaime Gil de Biedma
Son
extrañamente hermosos todavía,
estos labios de hace ahora tres años
y me parece inédito
el gesto de tu beso,
este llegar aquí cada vez más tranquilo,
con la serenidad
del que tiene por cómplice la vida
y su rutina.
Hoy sabemos que entonces,
cuando tus veinte años y mi primer abrazo,
empezamos por ser
sobre todo indecisos: la tímida torpeza
de la primera noche
y la dificultad
con que dejar las manos
en el hábito infiel de nuestros vicios.
Ahora
extrañamente hermoso estar aquí,
demasiado a menudo y decididos,
incómodo
de no sentir el peso de los años
aprendiendo contigo la premeditación
y escribiendo en tu piel mi alevosía.
Porque suele haber bancos donde se espera siempre,
aceras que prefieres por costumbre
o líneas de autobús al mediodía.
Y sin embargo tú
reapareces inédita en tu gesto
para decirme hoy
que le conteste al tiempo y sus preguntas
el práctico saber que tienes de mi cuerpo.
Carlos Marzal
(Valencia, 1961) Licenciado en filología hispánica, se
dio a conocer como poeta con El último de la fiesta
(1987). Ha publicado también La vida de frontera
(1991), Los países nocturnos (1996) y Metales
pesados (2001) Fuera de mí (2004) . Ha publicado
también la novela Los reinos de la casualidad (2003).
54. El último de la fiesta
I Deberías marcharte. La fiesta ha terminado.
Helada y sucia ya se anuncia el alba
con su oscuro cortejo de presagios.
Tendrías que acostarte, huir de este lugar
antes de que la luz te restituya
esa imagen de ti que ya conoces,
indefensa a tus ojos, lastimosa.
Has tocado por hoy el fondo de tu noche:
las ropas no guardan la corrección de unas horas atrás
y tu lengua está torpe,
has empezado a hurgar en la memoria
y ya no hay quien te fíe.
lo más sensato ahora sería retirarse.
II
Aquí, con convicción, ya nada te retiene.
Suena de nuevo idéntica la música
y no es fácil andar sobre el untuoso suelo del local.
Ha pasado la hora de raptarse alguna compañía
con quien querer fingir la noche inacabable,
y te será mejor no recurrir
a invitados finales,
errante cada cual en su constelación,
rezumando bebida como paredes húmedas,
dispuestos a cualquier confidencia extemporánea.
Es infame el lugar. Tal vez lo fuera siempre;
pero hasta hace poco era el teatro
idóneo para tus intenciones.
Se trataba de malgastar el tiempo,
uno más entre la turbadora clientela,
regresando al sabor bronco de noches apuradas,
de ti mismo perdido y encontrado.
El azar nos otorga reductos alejados de la severidad,
momentáneos reinos en donde nadie trata
el enojoso tema de la vida,
no importa si a conciencia o ignorantes
de que la vida huye al ser nombrada.
El azar nos obsequia y el azar nos despoja.
Así te ocurre ahora: la fiesta ha terminado,
y con la fiesta terminó el hechizo.
III
Has apurado el plazo
que la noche te había concedido,
y a quien la luz ha de traer
ya lo conoces.
Si vuelves hacia casa, con tus pasos
volverán sus pasos. Y a tu fatiga
su fatiga habrá de acompañar.
La fiesta ha terminado y queda su enseñanza:
como una vieja deuda contraída,
nada hay más imposible que escapar de nosotros.
Ya se aproxima el alba, y nadie ignora
que todo plazo acaba por cumplirse,
que toda deuda acaba por pagarse.
IV
Ya ves; eso es lo que te aguarda, si te marchas,
y lo que aquí te espera no es mejor.
Conoces de antemano cuál será tu conducta:
sopesarás los dos ofrecimientos que posees
—la despoblada soledad de una fiesta ya extinta,
la habitual afrenta de estar solo contigo—
y antes de encaminarte hacia la casa
apurarás la noche un poco más.
(Un poco más, a estas torpes alturas de tu vida,
no puede ser muy malo).
La fiesta ha terminado. Y aquí viene la luz,
la vieja hiena.
De El último de la fiesta (1987)
55. La noche antes del viaje
Deseo lo que habrá de venir, pero aún deseo más
que lo que haya de ser sea un recuerdo,
otro nuevo episodio que permita, en un breve futuro,
distintas noches previas al día de partida,
puesto que en esas horas el vivir se descubre
con una fuerza extraña que el viaje no conoce,
y que el deseo nunca podría contener.
La vida antes del viaje no parece vida,
sino un ofrecimiento
imposible de ser ya defraudado.
Nuestras fieles rutinas no conciernen
a quien se marchará, y el día de mañana, inabarcable,
excita los sentidos, aviva la esperanza
y nos impide el sueño. El tiempo cotidiano,
aunque nos pertenezca, en el recuerdo es torpe,
y ese distinto tiempo que se aguarda
tiene un lugar para creer posible
que otra será la vida que suceda.
Más próxima a la idea que tenemos
La noche antes del viaje.
Todavía unas horas demoran la partida
y ya quiero volver para esperar de nuevo.
De La vida de frontera (1991)
56. El corazón perplejo
Desventurado corazón perplejo,
inconsecuente corazón,
no dudes.
No tiembles nunca más por lo que sabes,
no temas nunca más por lo que has visto.
Calamitoso corazón,
alienta.
Aprende en este ahora
el pálpito que vuelve con lo eterno,
para latir conforme en valentía.
Los números del mundo están cifrados
en la clave de un sol tan rutilante
que te ciega los ojos si calculas.
Ciégate en esperanza,
errátil corazón,
suma los números.
Un orden en su imán te está esperando.
Desde el final del tiempo se levanta
un ácido perfume de hojas muertas.
Respíralo y respira su secreto.
Abre de par en par tu incertidumbre.
No permitas
que encuentre domicilio la tibieza,
ni que este inescrutable amor oscuro
cometa el gran pecado de estar triste.
Acógete a ti mismo en tus entrañas
con tu abrazo más fuerte,
tu mejor padre en ti, tu mejor hijo,
gobierna tu ocasión de madurez.
Insiste una vez más
aspira en estas rosas
su pútrido fermento enamorado.
En este desvarío de tu voz
se desnuda el enigma, transparece
la recompensa intacta de estar siendo.
Aquí estamos tú y yo,
altivo corazón,
en desbandada.
A fuerza de caer, desvanecidos,
y a fuerza de cantar,
enajenados.
De Metales pesados (2001)
57. Metal pesado
Igual que sucedía, siendo niños,
con las mágicas gotas de mercurio,
que se multiplicaban imposibles
en una perturbada geometría,
al romperse el termómetro, y daban a la fiebre
una pátina más de irrealidad,
el clima incomprensible de los relojes blandos.
Algo de ese fenómeno concierne a nuestra alma.
En un sentido estricto, cada cual
es obra de un sinfín de multiplicaciones,
de errores de la especie, de conquistas
contra la oscuridad. Un individuo
es en su anonimato una obra de arte,
un atávico mapa del tesoro
tatuado en la piel de las genealogías
y que lleva hasta él mismo a sangre y fuego.
No hay nada que no hayamos recibido
ni nada que no demos en herencia
Existe una razón para sentir orgullo
en mitad de esta fiebre que no acaba.
Somos custodios de un metal pesado,
lujosas gotas de mercurio amante.
De Metales pesados (2001)
Vicente Gallego
Poeta y narrador español (Valencia, 1963). Ha
publicado La luz de otra manera (1990), La plata de
los días (2001), Santa deriva (2002). Es considerado,
junto a García Montero, Benítez Reyes o Carlos
Marzal, uno de los principales representantes de la
poesía de la experiencia de los años ochenta y
noventa. También ha publicado relatos: Cuentos de un
escritor sin éxito y El espíritu vacío.
58. La perspectiva miente
Esta tarde me aburro
como un guardagujas
en una vía muerta, y el verano parece
el inútil sofoco de una dama anticuada.
Por buscarle a este tiempo alguna luz
he pensado en los días de otro agosto
que en la memoria brillan como un faro:
ese agosto en que un niño fue feliz.
O lo imagina al menos este hombre
que es ahora aquel niño,
porque ha comprendido que esa luz
no le llega de entonces, y que es el recuerdo
quien la pone en escena cuando los años pasan.
Mi memoria se esfuerza
por volver a aquel tiempo y serle fiel,
y esa misma película, que hace sólo un segundo
rebosaba de brillo y de color,
ahora pasa en mi mente con la escasa
y temblorosa luz con la que fue rodada:
En un pueblo pequeño, bajo el cielo
inexplicable y alto de los viejos veranos,
unos niños se aburren: ese mundo,
con horarios de vuelta y prohibiciones,
les parece pequeño. Para matar las horas
se esconden de sus padres, fuman, dicen
que fumar a escondidas ya les cansa,
que están hartos del pueblo, de sus padres,
de esperar que la vida, la verdadera vida,
comience.
Sí, en aquellas escenas
todo fue en blanco y negro, y es ahora el recuerdo
—experto en adornar viejas películas—
el que al darles color y darles brillo
me devuelve tan bellas sus imágenes.
La experiencia me enseña que estas tardes de tedio,
cuando olvide sus sombras
atrapado en las sombras de otras tardes
todavía más negras, quedarán registradas
como un tiempo de luz en mi recuerdo,
y sabrán consolarme en las horas oscuras.
Debe haber cierta luz en las tardes de ahora,
la experiencia lo enseña.
Lo que no nos enseña la maldita experiencia
es en dónde se esconde, de qué modo gozarla en el
presente,
ni por qué cruel torpeza cualquier tiempo que luego
brillará como un sol en la memoria
tenemos que vivirlo a la luz de una vela.
De La plata de los días (1996)
59. Una tarde cualquiera
No hay grandeza en la tarde, ni en el ocio
que la tarde me entrega y que he gastado
en buscar algo grande en el entorno
que ahora envuelve mi tiempo. Y después de la
música,
y de mucho tabaco, y de dar muchas vueltas
por mi vieja memoria y por la casa,
he encontrado en un libro algunas fotos
de una tarde tranquila como ésta
en las que estoy fumando en la terraza.
Y al mirar esas fotos todavía recientes
de un momento trivial como este mismo,
una extraña emoción adorna los objetos
que desde allí me observan, y que voy comparando
con lo que son ahora: las macetas
han cambiado de sitio, ya se han muerto las flores
que crecían entonces, y entre otros detalles
sin ninguna importancia que mi mano mudó
al correr de los días, descubro ahora que es la mano
que sostiene el cigarro y parece la misma
lo que más ha cambiado, pues pertenece a un hombre
que soñaba un futuro diferente
para el que hoy lo mira, y se sonríe,
y alimenta otros sueños, y comprende
que también pasarán los de este día,
y aún contempla la tarde que se escapa,
y en ella al fin percibe, durante un solo instante,
esa extraña grandeza que al pasar pone el tiempo en las cosas pequeñas.
De La plata de los días (1996)
60. El olivo
En su hábito oscuro, con los brazos abiertos,
como un monje que al cielo le dirige
su plegaria obstinada por la vida del alma,
el olivo difunto permanece de pie
mientras la tarde dobla sus rodillas.
Enhebrado en la luz que se adelgaza,
su severo perfil
cose el cielo a la tierra,
vertebra el espinazo de la tarde.
Y un saber de lo nuestro
en su reserva humilde sospechamos.
Encallecida mano codiciosa
cuyos dedos se tuercen arrancándole al aire
un pellizco de vuelo,
algo extraño nos hurta el viejo olivo:
un secreto inminente, temperatura extrema
de un decirse que clama en su lenguaje mudo.
Y el hombre le dirige su pregunta.
Con su carga de hormigas y de soles,
con el misterio a cuestas
que buscamos cifrar en su oficio sencillo,
este tronco orgulloso es sólo eso:
sugestión arraigada de las cosas
que quedarán aquí cuando partamos,
contundente respuesta
que a la luz de la luna nos aturde el oído
con su seco zarpazo de silencio.
De Santa deriva (2002)
Javier Marías
(Madrid, 1951). Hijo del filósofo Julián Marías, se
licenció en filosofía y letras y colabora habitualmente
en revistas y prensa. Algunas de sus novelas son El
siglo (1983), Todas las almas (1989), Corazón tan
blanco (1992), Mañana en la batalla piensa en mí
(1995) y Los enamoramientos (2013).
61. Shakespeare, el mayor inspirador [El País,
16/abril/2014]
Sé de numerosos escritores que leyeron a los más
grandes en su temprana juventud —quizá cuando sólo
eran lectores— y luego jamás vuelven a ellos. En
parte lo entiendo: resulta desalentador, disuasorio,
incluso deprimente, asomarse a las páginas más
sublimes de la historia de la literatura. ―Existiendo
esto‖, se dice uno (yo el primero), ―¿qué sentido tiene
que llene folios con mis tonterías? No sólo nunca
alcanzaré estas alturas o esta profundidad, sino que en
realidad es superfluo añadir ni una letra. Casi todo se
ha dicho ya, y además de la mejor manera posible‖.
Hay escritores, por tanto, que para sobrevivir como
tales y encontrar el ánimo para pasar meses o años
ante el ordenador o la máquina, necesitan fingir que
no han existido Shakespeare ni Cervantes ni Dante ni
Proust, ni Faulkner ni Montaigne ni Conrad ni
Hölderlin ni Flaubert ni James, ni Dickens ni
Baudelaire ni Eliot ni Melville ni Rilke, ni muchos
más seguramente. Lo último que se les ocurre es
regresar a sus textos, al menos mientras trabajan,
porque el pensamiento consecuente suele ser: ―Mejor
me quedo callado y no doy a las exhaustas imprentas
otra obra más: ya hay demasiadas, y la mayoría están
de sobra. Por cálculo de probabilidades, sin duda las
mías también‖. Para quienes estamos en activo la
frecuentación de los clásicos puede ser más
paralizante y esterilizadora que nuestros mayores
pánicos e inseguridades, y créanme que, excepto los
muy soberbios (los hay, los hay), no hay novelista ni
poeta que no se vea asaltado por ellos, antes, durante y
después de la escritura.
Quizá por esa extendida evitación sorprende un
poco —quizá por eso se me haya solicitado esta
pieza— que alguien como yo, todavía en activo y más
o menos contemporáneo, esté en permanente contacto
(sería presuntuosa la palabra ―diálogo‖) con el más
intimidatorio de cuantos escritores han sido,
Shakespeare, hasta el punto de incorporarlo a menudo
a mis propios textos, en los que lo cito, lo comento, lo
parafraseo; está presente en muchos de ellos. De
hecho le debo tanto que seis títulos de libros míos son
citas o ―adaptaciones‖ de Shakespeare, y aún pueden
ser siete si la novela que acabo de terminar conserva
finalmente el provisional que la ronda. No es que
desconozca esa admiración desalentadora, ese estupor
disuasorio que producen los más grandes autores, al
lado de los cuales uno siempre se siente un iluso o un
fatuo. Vivimos en una época en la que el
deslumbramiento por los vivos está casi descartado,
porque está más vigente que nunca aquel viejo lema,
creo que medieval: ―Nadie es más que nadie‖. Cada
vez está más generalizada la negativa a reconocer la
―superioridad‖ de nadie en ningún campo (salvo en el
deportivo), y hoy sería poco imaginable la reacción
del narrador de El malogrado, de Thomas Bernhard,
quien abandona su carrera pianística al coincidir con
Glenn Gould y darse cuenta de que, por competente
que llegara a ser, jamás se aproximaría al talento y al
virtuosismo del intérprete canadiense. Cualquier
artista actual está obligado a suprimir —o a silenciar,
al menos— la admiración por sus colegas vivos, más
aun si son compatriotas suyos o escriben en la misma
lengua. Incluso hemos llegado a un punto en el que,
para sobrevivir, también hace falta desacreditar a los
muertos —qué molestia son, qué incordio, cómo nos
hacen sombra, cómo subrayan nuestras deficiencias y
nuestra mediocridad—; o, si no tanto, hacer caso
omiso de ellos y desde luego rehuirlos. No son
escasos los literatos que hoy afirman no haber leído
apenas —ya les trae cuenta— y tener como
referencias únicas el cine, la televisión, los cómics o
los videojuegos. El propio, posible talento con las
palabras no se ve amenazado si uno ignora lo que
otros lograron con ellas.
Supongo que, en este mundo temeroso y
mezquino, mi actitud es anacrónica. Frecuento a
Shakespeare porque para mí es una fuente de
fertilidad, un autor estimulante. Lejos de
desanimarme, su grandeza y su misterio me invitan a
escribir, me espolean, incluso me dan ideas: las que él
sólo esbozó y dejó de lado, las que se limitó a sugerir
o a enunciar de pasada y decidió no desarrollar ni
adentrarse en ellas. Las que no están expresas y uno
debe ―adivinar‖. Por eso he hablado de misterio:
Shakespeare, entre tantísimas otras, posee una
característica extraña; al leérselo o escuchárselo, se lo
comprende sin demasiadas dificultades, o el
encantamiento en que nos envuelve nos obliga a
seguir adelante. Pero si uno se detiene a mirar mejor, o
a analizar frases que ha comprendido en primera
instancia, se percata a menudo de que no siempre las
entiende, de que resultan enigmáticas, de que
contienen más de lo que dicen, o de que, además de
decir lo que dicen, dejan flotando en el aire una niebla
de sentidos y posibilidades, de resonancias y ecos, de
ambigüedades y contradicciones; de que no se agotan
ni se acaban en su propia formulación, ni por lo tanto
en lo escrito.
En mis novelas he puesto ejemplos: ―It is the
cause, it is the cause, my soul‖ (―Es la causa, es la
causa, alma mía‖), así inicia Otelo su famoso
monólogo antes de matar a Desdémona. El lector o el
espectador leen o escuchan eso tranquilamente por
enésima vez, lo comprenden. Y sin embargo, ¿qué
demonios quiere decir? Porque Otelo no dice ―She is
the cause‖ ni ―This is the cause‖ (―Ella es la causa‖ o
―Esta es la causa‖), que resultarían más claros y más
fáciles de entender. O cuando a Macbeth le comunican
la muerte de Lady Macbeth, murmura: ―She should
have died hereafter‖ (―Debería haber muerto más
adelante‖, más o menos). ¿Y eso qué significa —esa
célebre frase—, cuando la situación es ya desesperada
y el propio Macbeth morirá en seguida? También
Lady Macbeth, tras empaparse las manos con la
sangre del Rey Duncan que su marido ha asesinado,
vuelve a este y le dice: ―My hands are of your color;
but I shame to wear a heart so white‖ (―Mis manos
son de tu color; pero me avergüenzo de llevar un
corazón tan blanco‖). No se sabe bien qué significa
ahí ―blanco‖, si inocente y sin mácula, si pálido,
asustado o cobarde. Por mucho que ella quiera
compartir el sino de Macbeth, ensangrentándose las
manos, lo cierto es que la asesina no ha sido ella, o
sólo por inducción, instigación o persuasión. Su
marido es el único que se ha manchado el corazón de
veras.
Son ejemplos de los que me he valido en el
pasado. Pero hay centenares más. (―¡Ojalá fuera tan
grande como mi pesar, o más pequeño mi nombre!
¡Ojalá pudiera olvidar lo que he sido, o no recordar lo
que ahora debo ser!‖, dice Ricardo II en su hora peor).
Las historias de Shakespeare rara vez son originales,
rara vez de su invención. Es una prueba más de lo
secundario de los argumentos y de la importancia del
tratamiento. Es su verbo, es su estilo, el que abre
brechas por las que otros nos podemos atrever a
asomarnos. Señala sendas recónditas que él no
exploró a fondo y por las que nos tienta a
aventurarnos. Quizá por eso sigue siendo el clásico
más vivo, al que se adapta y representa sin cesar; el
que sobrevuela películas y series de televisión
oceánicas como El señor de los anillos, Los Soprano,
El padrino o Juego de tronos, o más superficialmente
House of Cards. A él sí osamos volver. No sólo yo,
desde luego, aunque en mi caso no haya la menor
ocultación. Lo reconozcan o no otros autores, a los
cuatrocientos cincuenta años de su nacimiento y a los
trescientos noventa y ocho de su muerte, Shakespeare
sigue siendo el que corre más por nuestras venas y el
mayor inspirador de nuestros balbuceos.
Almudena Grandes
(Madrid, 1960) se dio a conocer en 1989 con Las
edades de Lulú (1989) y ha continuado con Malena es
un nombre de tango (1994), Atlas de geografía
humana (1998), Los aires difíciles (2002), El corazón
helado (2007), Inés y la alegría (2010) y
recientemente La tres bodas de Manolita (2014).
62. "Mientras informaba a sus compañeros de lo que
había ocurrido, mientras se vestía tan rápido como
podía, mientras se bebía un café que todavía estaba
hirviendo sin haber revuelto bien el azúcar depositado
en el fondo de la taza, mientras pisaba el acelerador de
su coche para remontar la rampa del aparcamiento
subterráneo del hospital, Juan Olmedo trataba de
desplazar todos los cadáveres que poblaban su
memoria con el recuerdo de todos los accidentados
que habían logrado sobrevivir ante sus ojos. Se
aferraba a cada cama de hospital, a cada ejercicio de
recuperación, a cada lágrima furtiva, a cada sonrisa
consciente, a cada jarrón con flores, como a la única
palanca capaz de hacer saltar por los aires otras tantas
imágenes de cuerpos sin piernas, sin brazos, sin ojos,
sin cabeza, sin verdadero cuerpo, todos los despojos
privados de vida cuya muerte había visto certificar o
había tenido que certificar él mismo. Nunca había
estado sometido a una presión semejante, nunca se
había sentido tan fuera de sí, nunca recordaba haber
tenido tanto miedo como entonces. Necesitaba gritar,
maldecir al cielo, machacarse los nudillos contra el
salpicadero, arañarse la cara, pero se estaba quieto, y
conducía con toda la prudencia que era capaz de
simultanear con la máxima velocidad que desarrollaba
el motor del coche, y con toda la fe que podía
improvisar."
De Los aires difíciles