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Blog deRafael Pérez Llano
Unoscuantostextos
Volumen IDesde el 15 / 8 / 2008hasta el 30 / 10 / 2010
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Unos cuantos textos
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§ Volumen I §
Textos e imágenes propias por
Rafael Pérez Llano
bajo licenciaCreative Commons:
Reconocimiento No comercial
Sin obras derivadashttp://creativecommons.org/licenses/byncnd/3.0/deed.es
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Esquinas opuestas
15 08 2008
En la esquina de la ferretería. En la esquina de la pastelería. Aunque no
es homofonía, una imprecisa homogeneidad sonora se manifiesta en los deri-
vados profesionales, como si el artefacto del lenguaje hubiera sido perezoso a
la hora de distinguir los sonidos de los nombres de lugares propicios para las
citas; y hay que añadir al problema las malas condiciones de la comunicación:
en el teléfono, de fondo, se oía música lejana, parásita, tonta. El primero en
llegar se apostó en la esquina de la ferretería. Hizo lo que todo el mundo: miró
el reloj (era un poco pronto), oteó calle arriba, calle abajo, la otra acera. En la
esquina de la pastelería se situó poco después el otro, que llegó por la cara
oculta del edificio, e hizo los mismos gestos, pero añadió el acto también co-
mún de encender un cigarrillo. El otro no fumaba: mascaba chicle. El chicle lo
desenvolvió cuando comprobó que su amigo llevaba diez minutos de retraso.
Bajo la esquina de la pastelería, el fumador, al tercer cigarrillo, se quedó sin
tabaco, pero no se atrevió a ir en busca de otro paquete por si en eso llegaba
el otro y se creía que era él el retrasado. Así que se puso más nervioso. A los
quince minutos de espera ya estaba cabreado. Era el final de la tarde. Por la
esquina de la ferretería anochecía primero; en el escaparate, el crepúsculo se
apoderó de una llave grifa roja, de un martillo, unas tenazas, unos guantes de
operario de altos hornos. Un poco después llegó el ocaso al territorio de los
pasteles, ya un poco apelmazados, de la tarde pasada sin golosos. El que espe-
raba allí no quería mirarlos por no parecer glotón y porque ya no estaba de
humor. El otro, sin embargo, no quitaba ojo del martillo. El de la pastelería ya
no estaba ni cabreado. Su enfado era lento y cáustico. Entró al bar sin prisas,
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compró tabaco, encendió un cigarrillo, salió, se alejó de la esquina, miró atrás,
paró un taxi, subió. Mientras el vehículo se alejaba, miró atrás de nuevo. El de
la ferretería se alejó caminando con las manos en los bolsillos.
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Lo que se dice una ruina
15 08 2008
Mi calle es normal, las aceras están rotas y no hay árboles, pero hay tien-
das. Primero está la mercería. Quedan pocas en la ciudad, pero en estos
barrios siempre hay alguna porque la gente todavía cose y habla de ello. Entre
nosotras nos gusta comentar: voy a hacerle esto a mi sobrina o me tengo que
cambiar estos botones. Debo desde hace meses varios metros de blonda, unos
visillos, media docena de carretes de hilo, así que procuro pasar poco por allí,
pero tampoco puedo dejar de pasar del todo porque entonces empezarán a
pensar que no voy a pagarles. La cuenta de la frutería, que está cerca, suelo
saldarla a los tres o cuatro días, con regularidad, pero a costa de ir acumulan-
do pequeños préstamos en otros sitios. Al principio todo parecía sencillo. Me
parecía que compraba lo normal, así que no me preocupaba por llevar la cuen-
ta. Tenía que ser lo normal porque era lo que le oía decir a la gente que
compraba. Claro que yo no notaba que lo que hacía era sumar lo de todos y
pensar que todo eso me hacía falta. Ahora sí lo noto, pero es igual. Empecé a
ver que el gasto mensual subía y cuando llegó el primer colmo, yo lo llamo así,
o sea, cuando por primera vez me vi muy empeñada porque había tirado a to-
das horas de tarjeta, entonces el disgusto fue gordo y rompí todas las tarjetas.
Los bancos me las habían ido dando y a mí me hacía gracia porque me parecía
la mejor manera de comprar. El caso es que después del primer desborda-
miento, las rompí, pero enseguida pedí otras. Una, poco a poco, o no tan poco
a poco, aprende cosas, los créditos rápidos, por ejemplo, y la unificación de
deuda, y aunque no sepa matemáticas, se hace una idea bastante clara de lo
que son las tasas, el interés compuesto, las progresiones geométricas y todo lo
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que no acerté a aprender en la escuela. Son las cosas de la vida. El sueldo de
limpiadora no da para mucho aunque ahora nos llaman empleadas de servicio.
Pero es un sueldo embargable, como cualquier otro. El juez te deja lo justo y
el resto te lo quitan. Y así no puedo pedir más créditos. El piso es alquilado: si
llega a ser mío, se lo queda el banco; pero el que era medio mío ya se lo quedó
mi marido durante el divorcio, no sé cómo lo hizo, y luego lo vendió y compró
otro a nombre de su nueva mujer, y luego, cuando tuvo piso y mujer, se atrajo
a los críos, por su bien, dijo, y porque al fin y al cabo él pagaba los estudios,
¿no?, y es verdad que su barrio es mejor que este para unos chavales, y así
son las cosas: pienso en todo, todo llega y se va, nada se queda y a partir de
ese momento sólo queda una sensación muy fuerte de algo que no sé como se
llama. Si tuviera más palabras, sabría el nombre y a lo mejor entonces podía
quitármelo de encima. Eso también me pasa a menudo, que no sé el nombre
de algo que me pasa y hasta que no lo aprendo y lo entiendo no sé lo que me
pasa. Me parece que empezó cuando lo hacíamos, mi marido y yo, en la cama
quiero decir, y me da vergüenza, pero yo estaba debajo y pensaba en comprar
cosas, y cuando él acababa tenía la misma sensación que tengo ahora cuando
compro algo y me doy cuenta de que ya no lo quiero porque lo que yo quería
era comprarlo. Pero me parece que desde muy pequeña tengo la idea de que
la mejor compañía es el dinero. Ya sé: a veces no sé lo que digo, pero sé lo que
quiero decir. Hay trucos para seguir comprando después del embargo. Por
ejemplo, una deja caer en el trabajo: necesito cien euros hasta el lunes, por-
que eso es lo que valen los zapatos que he visto esta mañana y no me hacen
ninguna falta, y seguro que ni siquiera son cómodos, ya ni siquiera me engaño
sobre las cosas que quiero, pero sé que no voy a parar hasta comprarlos, lo
que pasa es que eso, claro, no lo explico, pongo cara de que me ha surgido un
imprevisto, lo dejo caer sin explicarlo para que parezca más grave y las prime-
ras veces siempre hay alguien que te los presta y en cuanto te los da le dices
que mejor que el lunes, si no le importa, será el viernes, o sea, dentro de una
semana, pero tardas dos en devolvérselos: más no puedes, porque el trabajo
es el trabajo. Hay un par de nuevas que también se enrollan en el vestuario y
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va a colar, pero eso no puede hacerse muchas veces porque la gente se da
cuenta de que las has pasado putas para devolvérselo y seguro que en algún
momento piensa que no va a volver a ver los billetes y seguro que se habla de
ti a tus espaldas y se pasan la bola, tiene un embargo, dicen, seguro, porque
los de personal hablan mucho. Y dicen: siempre está tirando y empeñándose y
parece que el marido la dejó por eso. Eso sí que me da rabia, porque no es
verdad. Es sólo que una se vuelve fea: tres hijos, trabajo, y además es verdad
que nunca fui guapa, pero ya me dijo el médico que no podía echarme yo la
culpa de que mi marido se fuera. Me dijo eso y me dio unas pastillas y de vez
en cuando vuelvo y me las vuelve a dar, no es que sirvan de mucho, pero algo
hacen, y es verdad que hace tiempo que no me dice que nada es culpa mía y
me mira como si pensara que alguna culpa tengo. Una vez se lo pregunté: ¿a
usted no le parece que soy un desastre que vengo aquí porque no sé lo que me
pasa y sólo sé que me encuentro mal y usted nunca me encuentra nada? Y el
médico que dijo que no me preocupara, que es muy habitual cuando nos hace-
mos mayores y que la vida tiene esas cosas y que lo mejor es no preocuparse,
preocuparse por preocuparse no tiene sentido, dijo, y entonces estuve una
temporada más tranquila, pero fue muy corta. Y seguro que dicen: lo peor es
que lo gasta en chorradas, ya sabes, culo veo culo quiero, porque lo que tiene
es mucha tontería y mucho creerse una señora que tiene que tener más que
las demás, y la de las gafas gruesas con la mala lengua que tiene seguro que
dice: esa lo que necesita es un macho, y entonces la otra me va a poner bien
porque esa sí que me tuvo que pedir los cien euros tres semanas después y me
tiene ganas. Así que cada vez lo tengo más difícil, pero con las compañeras
suelo cumplir bien y lo que se llama artículos de primera necesitad siempre
los cubro aunque no paro de hacer apuntes en las tiendas. Culo veo culo quie-
ro, es verdad, es verdad, sin mirar lo que vale, y cuando lo tengo ya no quiero
eso, quiero el otro, el primero que pase más caro, cueste lo que cueste. Se tie-
ne un culo, o lo que sea, es que de algo tengo que reírme, recién conseguido y
ya se siente una mal porque lo ha conseguido y le ha costado mucho y ahora
no va a poder dejar de pensar cómo pagarlo, así que ya no lo quiere, lo odia,
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incluso lo esconde, si puede, porque el sofá de cuero que no me hacía ninguna
falta no hay quien lo esconda, ahí está, y ya está viejo, y fue la primera vez
que pedí uno de esos créditos rápidos por teléfono. Pero yo aprendo muy de-
prisa a no mirar las cosas que no puedo esconder o a no notar más que una
punzada pequeñita mientras las veo o a comer chocolate si la punzada es muy
grande, por eso estoy cada vez más gorda, no sé si me hace falta un macho,
como dice la cerda esa, pero de todas maneras no voy a conseguirlo, sería mu-
cho buscar y no sería el que me guste. El mundo está lleno de tiendas y de
gente que dice he comprado esto y lo otro y aquello y en la tele dicen compra,
compra y tienen razón, hay que comprar, qué se puede hacer si no es comprar
algo, dicen hay que comprar, la única manera de vivir es comprando. Eso es
una verdad como un templo y no entiendo a los que dicen se puede vivir sin
comprar tanto, se puede vivir con menos cosas, paso de comprar esto o lo
otro, no los entiendo porque la única manera de tener algo es comprándolo y
nadie da importancia a los que no tienen cosas, o sea, yo sé que hacen bien,
pero no los entiendo, porque no sé cómo hacen para ver a alguien que tiene
algo y no pensar que ellos también tendrían que tener eso, no sé cómo hacer
para no querer todas las cosas que quiero. Un día oí al del kiosco decir que es
muy difícil saber lo que se quiere, pero yo sé que lo quiero todo y no me
acuerdo de cuando pasaba días enteros sin comprar nada y sin pensar en com-
prar nada. Sé que hubo un tiempo así, pero eso debió de ser de muy niña, y
crecí muy deprisa y me eché novio para que me llevará a la verbena y me com-
prara cosas o las ganara a la tómbola y al tiro, peluches, muñecas, cadenas de
latón, manzanas envueltas con caramelo rojo como el de los pirulís, máscaras
de cartulina de esas que se atan con una goma y son inservibles, nunca coinci-
den los ojos y además hacen daño, y empecé a trabajar para poder comprar
más, claro, con el sueldo de él no bastaba, entonces teníamos coche, habíamos
comprado el piso que se quedó él, lo normal: a mí me parece que todo eso era
normal, pero algo me pasa, porque a los demás, a casi nadie le embargan la
nómina, casi nadie anda trampeando, por eso la gente se fija en ellos y habla
de ellos, y eso que a ellos no les importa, si son como yo, porque siempre voy
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corriendo a los sitios y no tengo tiempo para fijarme en nada más porque
siempre me parece que tengo que ir con prisa a comprar algo, a pagar algo
para tener una deuda menos y poder tener otra en otro sitio, eso es hacer
equilibrios, quitar el peso de un lado, ponerlo en otro, y por eso siempre pare-
ce que estoy en otra parte, me refiero a cuando alguien te está diciendo algo y
tú estás pensando en otra cosa o en cómo contestar algo que no tenga nada
que ver con lo que te han dicho pero que sirva para que te dejen seguir pen-
sando en lo tuyo. Siempre he sido un poco así, de manera que mientras me
dicen llena el caldero estoy imaginando con mucha fuerza, como si fuera de
verdad, de manera que respiro fuerte y se me suben los colores, que en cuan-
to cobre este mes me voy a comprar el reloj de colgar del cuello con la esfera
granate y luego buscaré algo a juego, un conjunto para el otoño, un bolso a
juego, y ya me veo con todo aunque ahora que me he quedado sola con el cubo
vacío me está pareciendo que no me va a bastar para todo porque me he olvi-
dado del cristal que rompí cuando me pudo la rabia, que también hay que
pagarlo, pero ya buscaré la manera y que sea lo que tenga que ser, o sea, una
ruina, lo que se dice una ruina, pero que sea lo que tenga que ser.
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Un minuto de Marx
15 08 2008
¿Cuánto hacía que no aparecía este tipo por ahí? El caso es que de pronto
surgió ese viejo discurso. La cosa era así:
Cuando las fuerzas productivas entran en conflicto con las relaciones so-
ciales de producción, comienza una era de revolución social
A ver si va a ser cierto que no hay más que esa desnudez del mundo. . .
Resulta aún más inquietante esto otro:
Están también las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas, filosófi-
cas, en resumen: las formas ideológicas en las que los hombres toman
conciencia. (. . . ) Pero no se juzga a un individuo por la idea que él tiene de sí
mismo. No se juzga a una época de revolución social por la conciencia que tie-
ne de sí misma.
Y después viene lo más serio:
La filosofía es al estudio del mundo real lo que el onanismo al amor se-
xual.
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Jatrofa, coltan, bananas
15 08 2008
A John Wyndham no sólo debemos bellos párrafos en los que describió a
Santander invadida por monstruos marinos. También es el descubridor de los
trífidos, plantas carnívoras producidas por la ingeniería humana para obtener
aceites baratos. El paso de un cometa o astro de características inexplicadas
provocó la ceguera de la humanidad y una mutación en las plantas, de modo
que la historia del mundo comenzó a resolverse en una feroz competencia en-
tre los creadores, debilitados y en tinieblas, y los creados, que de pronto
comenzaron a depredar cada palmo del terreno. Me parece que la historia de
"El día de los Trífidos" podría servir como representación del monocultivo. No
me había acordado de ella hasta que supe de la jatrofa. Esa planta de nombre
horrible seguramente es inocente en origen, pero resulta que su cultivo es ba-
rato, se adapta bien en diferentes terrenos y, mediante un proceso de
transesterificación, se convierte en biodiésel. Estas características han hecho
que la industria se fije en ella y empiece a proponerla como monocultivo en los
países del tercer o cuarto mundo, ya he perdido la cuenta. Todo parece indicar
que, dadas las maneras con que el primer mundo suele aconsejar a los sucesi-
vos, el asunto de la jatrofa puede convertirse en nueva fuente de conflictos y
de empleo para militares y blackwaters. Por supuesto, en medio de las masa-
cres, los medios de comunicación hermanados explotarán el lado inhumano
del conflicto mientras ocultan cuidadosamente los orígenes del mismo, del
mismo modo que pudimos asistir a la aniquilación de los habitantes de África
central sin oir nunca en un telediario la palabra coltan, y aún hoy, mientras se
mantiene una guerra sorda en la zona, la mayoría de la población occidental
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está convencida de que lo que se dirime allí son oscuras rencillas tribales.
¿Será que la gestión del mundo sigue las mismas pautas que en los tiempos de
la United Fruit Company, cuando todas las repúblicas tenían que ser banane-
ras?
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Para Clausewitz
15 08 2008
Me parece que, aparte de Trampa 22, de Joseph Heller, no he encontrado
mejor descripción de gente en guerra que la de Los picihiciegos de Fogwill.
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Variación inesperada del tamaño de un arma
15 08 2008
La mayoría de las bolsas de basura grandes son negras. Las hay también
azules o verdes, pero emplean tonalidades mates que delatan su condición.
Parece que alguien se sintió obligado a quitarles viveza a los colores para con-
tener la basura. Las negras, curiosamente, son más brillantes. El otro día
estaba a la puerta de la oficina principal de un banco procurando no parecer
un atracador a ojos de un vigilante provisto de un revólver más grande que él
(de hecho, el arma no dejaba ver a la persona), cuando salió una empleada de
limpieza arrastrando una de esas bolsas negras y brillantes repleta de cosas.
La mujer dio los buenos días a la mano que acariciaba el arma y se detuvo un
momento para dejar pasar a una clienta que llevaba bajo el brazo un bolsito
granate tubular. La clienta, de pronto, sorprendida, señaló la bolsa y pregun-
tó: Pero, mujer, ¿qué lleva usted ahí?. La empleada respondió con firmeza:
¿Qué quiere que lleve? Lo único que puedo sacar de un banco: basura. La
dama del bolsito tubular se perdió en la oscuridad interior y el revolver redujo
ostensiblemente su tamaño.
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Algunas consideraciones sobre el Prisionero de la
Máscara de Hierro, sus guardianes y los testigos
15 08 2008
Cuenta Voltaire no sé dónde que el Prisionero de la Máscara de Hierro
lanzó cierto día desde la ventana de su calabozo en la isla de Santa Margarita
un plato metálico en el que había arañado unas palabras. Un pescador encon-
tró el plato entre sus redes, reconoció las armas de la fortaleza y lo llevó al
alcaide, quien le preguntó si había leído el mensaje. El pescador se declaró
analfabeto y, después de algunas averiguaciones, fue liberado. Otra versión
sostiene que lo que el prisionero arrojó por la ventana fue una camisa de fino
lienzo que había cubierto de palabras usando su propia sangre como tinta y
que fue encontrada por un barbero de los guardianes. El hombre creyó ganar
méritos al delatar las palabras que sin duda hubieran proporcionado a la pos-
teridad datos valiosos sobre la identidad del enmascarado. Pero era notorio
que sabía leer, y al día siguiente apareció muerto en su litera. Otros, más co-
nocedores sin duda de los métodos del poder, sostienen que el testigo
desapareció sin dejar rastro. Desde los relatos más antiguos (ahora me acuer-
do de Acteón y Diana, pero me parece que me estoy dejando llevar por lo
sensual), la historia de alguien que profana por error o azar los secretos del
poder está presente para señalar, denunciar y disuadir a la vez. La idea de
que el poder siempre tiene algo que ocultar a cualquier precio (y la vida de los
peones se tiene por un precio barato) procede de experiencias contrastadas, y
la difusión del hecho real del Prisionero de la Máscara de Hierro en la cultura
popular no es sino una crónica, más o menos adornada para las representacio-
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nes y los relatos públicos, de lo que de verdad acontecía. La narración mues-
tra la presencia de una prueba a la que no se puede hacer desaparecer, que
no puede ser aniquilada con la contundencia habitual, a causa precisamente
de su relación con el propio poder que la oculta. Alguien caído en desgracia,
pero ajeno a la plebe y, por tanto, merecedor de distinto destino. Alguien que
no debe hablar con nadie porque puede decir lo que sabe o porque puede de-
cir quién es, y dotado por ello mismo, por lo que sabe o por lo que es, de un
aura protectora. El escudo lo establece el propio enigma. Para muchos se tra-
taba de un hermano gemelo o bastardo del rey, es decir, una mancha sobre la
singularidad del monarca. Parece lógico que sólo el respeto a la sangre por la
que fluía la excusa del derecho a gobernar pudiera impedir la aniquilación y
poner en marcha una maquinaria de ocultación que se prolongó durante déca-
das. Sin embargo, cuando no se puede eliminar la evidencia, nada impide a los
alfiles de la singularidad eliminar a los peones. La anécdota del mensaje peli-
groso muestra que implicarse en los asuntos de estado no es bueno para los
humildes. Hay cosas que no conviene recoger del suelo. De las ventanas de las
prisiones reales no puede caer nada bueno. Tampoco de las ventanas de los
palacios.
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Situación
15 08 2008
Tras una investigación que se proclamó exhaustiva (aunque la historia no
está agotada), la emblemática decidió que la ciudad donde vivo es muy noble,
siempre leal, decidida, siempre benéfica, excelentísima y la única del norte
orientada hacia el sur.
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Oulipo y urbe
15 08 2008
Este artículo1 de Vicente Gutiérrez me ha recordado la vieja cuestión de la
perspectiva, un desafío para geómetras y, por inercia, la triste situación del
paisaje urbano. Daniel Arasse, un hombre que miraba cuadros, decía que la
perspectiva elegida depende del encuadre. La cosa parece simple, pero una
segunda reflexión (es decir, cuando se levanta la vista del primer punto de
fuga) nos pone en la tesitura de enfrentarnos a la tremenda pulsión ideológica
que encierra la elección del encuadre. El cine japonés ya mostró la humildad
de una cámara puesta a la altura de la mirada de una persona sentada a la
oriental, algo que, al parecer, los occidentales no habíamos descubierto por
una cuestión, seguramente, de pura soberbia. Es el encuadre urbano lo que
me preocupa, los lienzos de la ciudad que quieren que veamos y los que quie-
ren ocultarnos. Hubo un tiempo en que las vías principales de las ciudades se
llamaban perspectivas y diagonales y compartían el poder con las plazas y los
paseos. Donde acababa la ciudad comenzaba el campo, y era fácil apreciar la
transición: desparecían las aceras, aumentaba la vegetación, los modos de
producción estaban bien definidos. Incluso en una ciudad-fachada, de paseo
junto al mar, plebe junto al cerro y los muelles y clasismo descarado, existían
la funcionalidad y la mutua dependencia. Hoy, el colosalismo de los hipercu-
bos y supositorios tornasolados que parecen clavar un plano del tamaño del
mundo a una pared de corcho ha venido a bloquear cualquier relación entre
los barrios y los espectros del mundo financiero. Aquella racionalidad burgue-
sa ha dado paso a un nuevo tipo de fiereza totalitaria: la de un poder de
templos gestores de la economía del capital deslocalizado y de la confusión
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entre lo público y lo privado, o de apropiación de lo público por lo privado, o
de servilismo descarado de lo público hacia lo privado. Los arquitectos, en ge-
neral egomaníacos como escritores (pero con instrumentos y materiales más
contundentes), han revalorizado su tendencia histórica a irrumpir en el paisa-
je, a interrumpir los devaneos de la mirada y a afirmar su presencia
horadando montañas, atravesando bosques y asfaltando marismas, no por su-
puesta necesidad civilizatoria (eso sería cosa de ingenieros), sino porque sus
teorías estéticas así se lo demandan. Las teorías, por supuesto, están también
al servicio de lo privado, aunque el encargo sea político y es el público el que
debe toparse con el resultado. Cada espacio modernizado al asalto con obras
que se proclaman audaces y son inauguradas como parques de atracciones es
un lugar más alejado de la vida cotidiana de las personas, un castillo feudal
cuyos señores, que ni siquiera lo habitan, tienen muy pocas probabilidades de
cruzarse con usted en la calle. No voy a descubrir nada si señalo que toda la
historia de la arquitectura está imbricada con la historia del arte y que el arte
es la expresión de los deseos, frustraciones y poderes de su época y recibe el
aliento directo de la visión del mundo que debaten sin tregua ciencias y su-
persticiones. Pero, ante esa pujanza de lo trivial que enmascara la parte
extraoficial de las urbes con pantallas de espejos ahumados, conviene recor-
darlo. Y en cuanto al ámbito concreto que ocupamos (a los 43° 27’ 0"
sexagesimales de latitud Norte y 3° 48’ de longitud Oeste, diviértanse buscán-
dolo en el mapa), el apunte se me hace necesario, no por lo ya hecho, sino por
los planes de destrucción lucrativa que se barruntan. Antes no hacían planes y
la ciudad creció en un caos de especulaciones. Ahora, el desembarco está
siendo organizado con toda la logística desplegada. El artículo oulípico de Vi-
cente Gutiérrez (23 siglos de Geometría en 2400 caracteres) supone un
esfuerzo por hacer sencillo y lúdico lo que suele ofrecerse a los ciudadanos
como grandilocuente e inaccesible. La misma regla deberíamos imponerles a
los que apantallan las ciudades los que tenemos por oficio el peatonaje. Some-
terles a obligaciones (contraintes las llaman los franceses: constricciones) que
estimularan su creatividad y nuestra diversión. Por ejemplo, que ningún edifi-
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cio le quite la luz a otro. O, mejor aún, que ninguno oculte las dimensiones del
abandono de un barrio.
Notas:
1. http://unpuroerrar.blogspot.com/2008/06/columna-12.html
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De Villon y la Abadesa
15 08 2008
Decía Rabelais: Haz lo que quieras.
Decía Epicuro: El cuerpo, en lances de amor, es parte indispensable del
alma.
Decía Georges Brassens que, en la Edad Media, los monjes de París, en-
contrando que cuatro Evangelios no eran demasiados, se inventaron un
quinto: el Evangelio según Venus, lo cual testimonia la abadesa de Pourras,
que fue, es y será la puta más gloriosa de los frailes del Barrio Latino. El her-
manito François Villon sabía mucho de la abadesa, promovida al cargo en
1454, encarcelada por conducta desviada en la abadía de Pont-aux-Dames,
reintegrada a la dignidad y definitivamente cesada en 1463, el año en que el
poeta desaparece de la historia. ¿Una coincidencia sospechosa?
Villon componía poemas que hacían llorar a los santos y a los humanos de
piedad y de risa, fornicaba, asaltaba a los caminantes, huía y hacía recuento
en la Taberna de la Piña con el mismo entusiasmo de su lirismo, sus peleas y
sus fonicaciones. Ante su pariente el obispo, se arrepentía, pero la vida en él
era una marea incontenible. Sólo se contuvo -es de suponer- durante su estan-
cia en el calabozo del castillo de Meung. Hoy pueden visitarse esos sótanos.
Los iluminan con luces rojizas, los ambientan con ruidos de cadenas, los han
decorado con instrumentos de tortura de la época del poeta; pero no hay ni
una rata, y tampoco huele a humedad o miedo. El acceso es un túnel estrecho
con una escalera muy empinada: parece el vacío de un falo, es decir, un útero.
Quizá sea esa perspectiva la única que se conserva como era.
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Dicen que el buen François fue el único prisionero que consiguió salir vivo
del lugar. Decían que lo encerraban por sedicioso, salteador, blasfemo, pen-
denciero, fornicador, y lo liberaban porque lanzaba su sensibilidad al alma de
los demás con la certeza del mejor arquero. Jean de la Pagaille sostiene que,
aunque desterrado y perdido en la noche, el autor de la Balada de las Contra-
dicciones, consiguió evitar que su cuello supiera lo que pesaba su culo. ¿Iba
solo? ¿Huyó con la abadesa?
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La lengua común
16 08 2008
Cita apócrifa de la Visión de los vencidos:
En cuanto recibieron la versión traducida del Manifiesto por la Lengua
Común, todos los hablantes de lenguas arauanas, álgicas, arawakanas, ayma-
ras, barbacoanas, caribes, chapacura-wanham, chibchas, chocó, chon,
comecrudan, guahibanas, guaicurian, jívaras, jicaques, lencas, macro-ges, ma-
kúes, mascoianas, mataco-guaicurúes, mayas, misumalpanas, mixe-zoqueanas,
múras, na-denés, nambiquaranas, otomangueanas, pano-tacananas, quechuas,
tequistlatecas, totonacanas, salibanas, tucanoanoanas, tupíes, witoto, xincas,
yumano-cochimíes, zamucoanas y záparouto-aztecas creyeron entender que,
si aceptaban la supremacía del vocablo de los barbudos, las suyas serían len-
guas cooficiales. "Extraña igualdad la de los blancos", murmuró un indiecito.
Pero estaban acostumbrados al universo bífido de los sabios, relatores y dipu-
tados occidentales, y sabían que, cada vez que se habían negado a algo, sus
lenguas habían tenido menos hablantes, así que firmaron el manifiesto ver-
tiendo sus nombres y los de sus tribus en el perfecto castellano de los
misioneros para unirse a la alegre cortina de humo general entre los campos
de soja.
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Bazar
16 08 2008
Las mamparas paraban la calma. Llamas al alba: caravanas paradas para
cargar las mantas labradas a la plata. Damas hartas a manadas, ajadas, cansa-
das, gastaban caras largas, faldas aladas, tramas vagas: pagaban a paladas, a
patadas, atadas a alhajas amargas.
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Jeques
16 08 2008
El regente de repente teme el frente que tejen jefes emergentes: en el
presente emprenden leyes herejes que prevén gerentes perennes.
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Sin TIC
16 08 2008
Ni PIN ni ping. Lili y Pili sin Wii, sin IP, sin ISP, sin Wifi, sin bits, sin nicks.
Nota: excepto TIC, he utilizado términos y siglas de origen anglosajón, pero
de uso común en internet en castellano. La ’y’ es una licencia.
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Oolong
16 08 2008
Oro oloroso, olor fondoso no pomposo, poso goloso: lo compro o lo robo, lo
logro, lo tomo, lo gozo.
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¿Hum? ¿Schlurps?
16 08 2008
Estaba dándole vueltas a un lipograma con la ’u’ cuando Vicente Gutiérrez
(www.unpuroerrar.blogspot.com) me regaló este:
¡UH! ¡Un Sugus! ¡Un ñu! Tú, humus sumun.
¿A alguien se le ocurre un título que no sea una onomatopeya?
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Íncipit
16 08 2008
El humorista Eugenio contaba un chiste que comenzaba de esta manera
maravillosa:
Era un hombre que vivía en París con un pato y un cerdo. . .
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Elogio de los microrrelatos (microensayo)
16 08 2008
Me encanta Marcel Proust.
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Diseño inteligente
16 08 2008
La Moral elemental es una forma fija inventada por Raymond Queneau,
que la define así: Primero tres veces tres más uno grupos sustantivo+adjetivo
(o participio) con algunas repeticiones, rimas, aliteración o ecos a voluntad;
después una especie de interludio de siete versos de una a cinco sílabas; por
fin una conclusión de tre más un grupos sustantivo+adjetivo (o participio) re-
tomando más o menos algunas de las veinticuatro palabras utilizadas en la
primera parte. Este intento tiene que ver con la Expo de Zaragoza.
Diseño inteligente
Dibujo inanimado Barro pseudoalentado Halitosis arcillosa
Balanza falsa
Antihélice altiva Sacroestafa mediática Fósil rehidratado
Pensamiento alergénico
Papado aleve Obispado intrigante Curato melifluo
Oración descompuesta
Oraculantes saciabeatas, lame-alpargatas itinerantes:
expofarsantes clerosociatas deslaicizantes.
Expo falaz Humo pactado Votos rezados
Subvención garantizada.
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Unidades de medida
16 08 2008
Con la difusión del término microrrelato parece evidente la necesidad de
regular las unidades de medida de la narración. Propongo el siguiente méto-
do, basado en el Sistema Internacional de Unidades, al que he aligerado de los
prefijos que hacían alusión demasiado directa o familiar a múltiplos y submúl-
tiplos (se me hacía poco literario). A la novela le he asignado el lugar
correspondiente al kilo, el término mini es una licencia que no puedo dejar de
permitirme. Relato (que uso además de nombre base) y novela corta se han
ganado su lugar para servir de términos en constante debate. Estaría bien,
además, añadir un ejemplo de cada medida. . . De mayor a menor:
yottarrelato
zettarrelato
exarrelato
petarrelato
terarrelato
gigarrelato
megarrelatonovela
novela corta
relato
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minirrelato
microrrelato
nanorrelato
picorrelato
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A propósito de Dábale arroz a la zorra el abad
16 08 2008
Los palindrómos han influido seriamente en la percepción de otras disci-
plinas. Este que citamos es un caso claro que aporta una falsa idea sobre la
nutrición de la zorra (Vulpes vulpes) a la vez que atribuye a las jerarquías del
clero monástico la tradición de alimentar a dichos animales con raciones, es
de suponer que generosas, de poáceas. La zoología se ha visto afectada en
otras ocasiones. Baste señalar, de momento, la negación del hábitat a los es-
trigiformes presentada por Juan Filloy de una manera tajante: ¿Acaso hubo
búhos acá?, quizá porque el maestro era tan ornitófobo como homófobo. Tam-
poco se excluyen derivas hacia predicciones que podrían asimilarse a la
ciencia ficción, como Anotará la ratona.
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Desinterés por el infinito
16 08 2008
El infinito tiene un aspecto plano y sin interés.
Douglas Adams. Manual del autoestopista galáctico.
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Hacer lo correcto
16 08 2008
Día 1298. Así que hicimos lo que teníamos que hacer. Lo desconectamos
todo y gritamos pidiendo ayuda.
Frederik Pohl. Tras el incierto horizonte.
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El principio de algo
17 08 2008
Cuando el Parlamento decretó que androides y ginoides fueran libres, su
fabricación dejó de tener interés.
Ellos eran incapaces de reproducirse y no poseían medios materiales.
La medida, sin embargo, llegó tarde, y las calles se llenaron de libertos.
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Ampliación del Universo
22 08 2008
Aunque la mitología dice que nació de la castración de Urano y que su
respiración era la del volcán Etna, el Encélado de los astrónomos es una luna
de Saturno. La sonda Cassini-Huygens ha descubierto allí géiseres que lanzan
al espacio chorros de hielo pulverizado a varios cientos de metros por segun-
do. En la galaxia NGC 1275 un agujero negro produce un monstruo magnético
(así lo han llamado los científicos) que construye ríos de gases orlados de esos
rayos denominados X, probablemente el nombre mejor puesto de la física. La
ciencia ficción está dando paso a la realidad; se aparta humildemente para de-
jar sitio a la evidencia. El lamento del replicante (naves en llamas más allá de
Orión. . . rayos C brillando cerca de la puerta Tannhäuser. . . ) alcanza el clí-
max de la conjetura cuando se observan las fotografías tomadas por el Hubble
del choque de las galaxias Antennae, que se devoran entre sí como lo harán
dentro de unos millones de años nuestra Vía Láctea y la galaxia de Andróme-
da. Mientras tanto, el Gran Colisionador de Hadrones, que no es una máquina
desenterrada por los astroarqueólogos en Venus, sino un invento del Consejo
Europeo para la Investigación Nuclear para crear bosones de Higgs y saber de
dónde sale la masa, está a punto de llegar a lo más pequeño, aun a sabiendas
de que siempre hay algo más pequeño todavía y de que quizá, superado el lí-
mite que acaso no haya, reaparezca por una esquina el resplandor de las
nebulosas. Para celebrarlo, arracimarán globos de grafeno de 250 nanómetros
de lado por 3 micrómetros de longitud. Y lo más curioso es que, según dicen
sin asomo de dogma, todo eso pudo quedar definido en tres segundos, el tiem-
po necesario para fijar las leyes del Universo. El génesis bíblico estableció
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siete días porque sólo podía referirse a fracciones del ciclo lunar. O, dicho de
otro modo, el universo era entonces más pequeño, y no es metáfora. Tenían la
excusa de la infancia, pero sus descendientes no tienen justificación para la
perseverancia. Por cierto que Plutón, el dios de la los infiernos, ha dejado de
ser un planeta de nuestro sol, y no se sabe si se ha llevado con él a Caronte.
Triunfa, pues, Heráclito: todo fluye. El viaje de la religión ha sido en vano; sus
exploraciones, tras intentar consolar desde el desconsuelo, sólo alcanzaron un
desierto sin oasis. Triunfa Demócrito: el mundo vuelve a estar hecho de áto-
mos magníficos y bellos en su combinatoria y de subpartículas atómicas (da
igual si también o a veces son ondas) con nombres que suenan a broma:
quarks (arriba, abajo, encantado, extraño, cima, fondo), leptones (cargados o
neutrinos), bosones de gauge (fotón, W, Z, gluón, gravitrón, de Higgs, axión),
mesones (piones, kaones. . . ), bariones, sin olvidar a las compañeras supersi-
métricas: squarks, sleptones, gauginos. Sólo falta un honrado capitán
Heechee reordenando soles para esconderse de un paseante indeseable. . .
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Post postnuclear 1945
26 09 2008
Shigeko había dejado los pepinos en un cubo de agua junto al estanque
del jardín, y el estallido de la bomba los había puesto negros. -Es curioso
-dije-, cuando volví a casa desde el campo de deportes de la universidad, las
larvas estaban comiéndose las hojas de azalea. El pepino se había quemado,
pero los insectos aún estaban vivos. (. . . )Al echar un vistazo al estanque
mientras hundía la mosquitera en el agua, me fijé en que estas larvas de estu-
che se afanaban en devorar los nuevos retoños de la azalea que salía del agua.
Agité las ramas y volvieron a sus estuches, pero cuando volví de recoger algu-
nos trozos de ladrillo con los que sumergir la mosquitera, habían vuelto sobre
ellas con avidez. Los retoños no estaban descoloridos ni tampoco se habían
quemado los estuches de las larvas, lo que indicaba que la luz y el calor causa-
ban algún tipo de transformación química cuando se encontraban con
materiales de metal. ¿O es que la casa o algún otro obstáculo habían servido
de protección a las larvas de estuche y a la azalea cuando estalló la bomba?;
la plantación de arroz en los campos parecía haber sido afectada por el res-
plandor, así que era probable que también se hubieran puesto negras a la
mañana siguiente. Lavé mi pequeña toalla en una zanja, a un lado de un caña-
veral de bambú; humedecí mi mejilla derecha y los tendones del cuello; luego,
enjuagué una y otra vez la toalla, escurriéndola y enjuagándola, repitiendo el
mismo procedimiento sin fin alguno. Escurrir la toalla era, según me parecía,
lo único que podía hacer a mi antojo en ese momento. El escozor de la mejilla
izquierda me mortificaba. Un cardumen de pececillos de agua dulce se movía
en el agua de la zanja y en un remanso de agua estancada crecían lirios en
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abundancia. Parecían querer decir: aquí está la sombra, esto es territorio se-
guro.
Masuji Ibuse. Lluvia negra.
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Aparición de Baudelaire
28 09 2008
Alex Türk, presidente de la CNIL (el equivalente a nuestra más discreta
Agencia para la Protección de Datos) ha hecho estas declaraciones a la revista
Télérama:
Charles Bauldelaire reivindicaba dos derechos fundamentales: el derecho
a marcharse y el derecho a contradecirse. El derecho a marcharse, hoy, está
maltratado por la videovigilancia, la geolocalización... y todos los rastreos en
el espacio. El derecho a contradecirse está siendo escarnecido por las infor-
maciones y las imágenes que quedan en la Red y que no se pueden hacer
desaparecer: ¡yo debo por lo menos tener derecho a decir blanco a los veinte
años y de pensar negro a los treinta! Sería necesario que las redes dejen el
control de la información a los usuarios. No es ese el caso actualmente.
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Leer un libro
25 10 2008
Los responsables de un foro de Filosofía de secundaria han escogido como
colofón del curso 2007/2008 la siguiente frase de un alumno:
No puedo opinar nada malo sobre este libro ya que ha sido el mejor libro
de los pocos que he leído (todos mandados en clase), sólo tengo palabras bue-
nas. . . Creo que voy a empezar a leer algún libro por voluntad propia a partir
de este año, que me he dado cuenta que no hay nada malo en ellos.
Parece ser que la inapetencia infantil procede en ocasiones de algún trau-
ma o defecto de formación que impide apreciar el sabor como una fuente de
placer. La comida no resulta atractiva y la alimentación parece un trabajo, es
decir, una forma de tortura. Puesto que el gusto por el arte o la literatura no
va unida a una necesidad fisiológica de primer grado, el descubrimiento del
placer de leer un texto o contemplar un cuadro se hace aún más difícil, y pro-
bablemente no necesite de ningún trauma: basta con la ignorancia o el
predominio de otras alternativas. Basta con preferir el aburrimiento a un es-
fuerzo cuya finalidad no se aprecia. Basta, por otra parte, con dejarse llevar
por la corriente dominante en un mundo en el que al tiempo que se exige
aprender, se desdeña el aprendizaje de la crítica. Por desgracia, sentirse atraí-
do por la lectura (de momento el alumno del ejemplo sólo percibe que no
encierra nada malo) es algo tan azaroso que parece delatar como inútiles las
teorías que pretenden programar en el tiempo y el espacio el instante crucial
en que un alumno se interese por la materia que estudia. Para algunos son te-
orías llenas de definiciones complejas y nombres largos cuya práctica camufla
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con un manglar de burocracia su renuncia a presentar el mundo como mejora-
ble. Por suerte, a veces el alumno obligado a leer, como el niño obligado a
comer, encuentra un bocado que le gusta y descubre que ingerir alimentos no
sólo no es malo, sino que además puede acercarlo a la sensualidad, es decir, a
esa mezcla de lo inútil y lo placentero que quizá hasta ese momento conside-
raba asociada sólo a las cosas vetadas por la ortodoxia académica.
Paradójicamente (porque la ortodoxia produce heterodoxia), ese descubri-
miento es el que más daño puede hacer a ese mundo acrítico en el que nos
movemos, y es probable (aunque no seguro) que conduzca al nuevo gourmet a
una suerte de insatisfacción nacida del desarrollo del pensamiento crítico, de
la exigencia de calidad literaria y del extraño tedio activo en que a veces se
sume el lector habitual que de pronto no sabe qué leer. Pero esa insatisfacción
será, por contra, el remedio contra el aburrimiento de los idiotas (definición
clásica: ciudadano privado y egoísta que no se preocupaba de los asuntos pú-
blicos). O, por lo menos, así lo espero.
Nota. - Después de releer este artículo, se me apareció el espectro de un
déjà vu (vulgo paramnesia), pero enseguida encontré alivio, seguramente nar-
cisista, en esta frase del Tratado de Narciso de André Gide:
Todas las cosas ya han sido dichas; pero, como nadie escucha, es preciso
repetirlas siempre.
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Precisión
30 10 2008
Estamos tan distraídos por el fragor mediático de la vida moderna y su ba-
nalidad que se nos ha olvidado festejar el 6012 aniversario de la creación de la
Tierra. Gracias al arzobispo James Ussher, desde el siglo XVII se sabe que
nuestro planeta apareció a las 12 del mediodía del 23 de ocubre de 4004 a. C.
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Algunas jornadas particulares
26 11 2008
Te miras en el espejo y crees que tienes una idea siquiera aproximada de
cómo va a ser el día. Te miras o no, porque piensas (pero preferirías no hacer-
lo) que todos los días son iguales, que todos merecen la misma cara. Sin
embargo, a veces es el día de la risa. A veces el anonimato de la jornada labo-
ral deja paso a una diversión inesperada, absurda, hecha de maniobras y
conversaciones que encajan en el mapa mudo del cachondeo como en el invisi-
ble bastidor de un puzzle. Llegas incluso a temer (pero eso también te da risa)
que alguien piense o diga ¿de qué se ríe o sonríe ese imbécil todo el tiempo?,
¿qué se ha creído?, ¿acaso no se da cuenta de que esa cara de felicidad no
hace sino incitar al prójimo jefe o al prójimo colega o al prójimo camarero a
fastidiarle sin piedad? Pero nada, no hay manera. Se impone esa percepción
del ser humano como portador cuando menos de valores bienhumorantes y,
aunque sabes que al final del día te quedará cierta melancolía de incompren-
dido, te sientes dueño de o poseído por un poder nada superior, un poder que
habita a la altura de cualquier mirada, y cuando sales por la puerta de la ofici-
na, por mucho que llueva, sigues dejándote mimar por esa suave,
contradictoria euforia.
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Tristeza
2 12 2008
Nunca lo llevaron a conocer el hielo.
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Más tristezas
5 12 2008
No se llamaba Ismael.
La acobardada ciudad vigilaba al mediodía.
Durante mucho tiempo se había estado acostando muy tarde.
Nunca se molestó en buscar a la Maga.
Gregorio Samsa despertó aquella mañana después de un sueño apacible y
comprobó que seguía siendo un bípedo corriente.
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Rumor
12 12 2008
A causa de un problema en un tímpano, ella oye a veces un zumbido ine-
xistente.
Algunas noches, mientras ella duerme, él permanece despierto, escuchan-
do esa sonatina de olas mentales.
El amor tiene esas cosas.
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Prescindiendo de la lluvia
18 12 2008
Está uno en la cafetería y tiene que prescindir de la lluvia que persiste al
otro lado del cristal multiplicada por esas carreras sin velocidad para escu-
char la historia del botánico, reparador médico de plantas que desprecia a su
mujer porque ella no tiene una profesión clínica, como os lo digo, y cuyo hijo
quiere ser profesor para tener muchas vacaciones y poder estar con sus hijos
el tiempo que su padre no está con él porque está tratando de sacar adelante
por orden alfabético abutilones, acalifas, alegrías, amarilis, begonias, buganvi-
llas, incluso bonsáis, camelias, crotones preñados de látex, dioneas
atrapamoscas empachadas de moscas, guzmanias, petunias, tradescantias o
zebrinas, con lo que gana mucho dinero para luego llegar a casa y hacerle sa-
ber a su esposa entre las azaleas que todo cuanto ella hace está mal hecho. Y
la luna y el sol se suceden sin desacuerdos entre sus luces en estas lluvias de
diciembre, cuando sin embargo por todas partes salen de la nada músicas de
guiñol y molinillos de viento.
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Diferencia y servicio
28 12 2008
Los occidentales utilizan, incluso en la mesa, utensilios de plata, de acero,
de níquel, que pulen hasta sacarles brillo, mientras que a nosotros nos horro-
riza todo lo que resplandece de esa manera. Nosotros también utilizamos
hervidores, copas, frascos de plata, pero no se nos ocurre pulirlos como hacen
ellos. Al contrario, nos gusta ver cómo se va oscureciendo su superficie y
cómo, con el tiempo, se ennegrecen del todo. No hay casa donde no se haya
regañado a alguna sirvienta despistada por haber bruñido los utensilios de
plata, recubiertos de una valiosa patina.
Jun'ichirö Tanizaki. Elogio de la sombra.
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Tiempo
15 01 2009
Los diseñadores del tiempo quieren separar su medición de la física per-
ceptible por los sentidos y encajarla en el mundo subatómico.
Puesto que el Sistema Internacional de Unidades ha definido un segundo
como 9. 192. 631. 770 períodos de radiación correspondiente a la transición
entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del
átomo de cesio, es lógico que la definición de la hora como la veinticuatroava
parte de un día solar medio resulte problemática.
Las señales de los relojes tradicionales, de agua, de fuego, de sol o mecá-
nicos, se basan en la observación del movimiento. Siempre hemos dependido
de lo visible o de lo sonoro: el rumor de un líquido, una vela que arde, las rue-
das dentadas que giran. Los relojes más primarios, los de sol, al principio
palos clavados en el suelo, caligrafiaban lo que los antiguos llamaron escritura
de las sombras para representar el recorrido (falso) de la estrella por el firma-
mento, dictado por la rotación del planeta y entorpecido por la inclinación de
las estaciones. Con la llegada de la física que ya intuyó Demócrito, se ha des-
cubierto que la precisión reside en lo invisible. Esas son las paradojas que
hacen poética la Ciencia.
Por algún proceso que se me escapa, pero en el que tengo que creer (por-
que, por ejemplo, escribo esto en un ordenador cuyo circuito es recorrido
cada segundo por tres mil millones de impulsos eléctricos), esos 9. 192. 631.
770 períodos que contiene la unidad de medida del tiempo son inflexibles, y
nuestros días tienen que ser adaptados a esa realidad para iniciados haciendo
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el camino inverso desde los tiempos en que las horas se contraían o dilataban
con la distancia entre el alba y el ocaso para mantener su número e ignorar la
noche, cuya introducción en la medición fue otro avance.
Ahora aceptamos que el tiempo no es igual en todo el Universo y a la vez
creemos entender que los segundos del átomo que vibra obscenamente en el
centro de la explicación oficial son los más precisos.
Parece que nos estamos sometiendo a nuevos sacerdotes, a nuevas para-
dojas binarias o trinitarias, pero, al menos, cuando se paran los relojes,
tenemos cierto derecho a pedir explicaciones y no aceptar la excusa de un
dios esquivo o la atribución del lapso a nuestros pecados. Así, algo hemos ga-
nado mientras perdíamos calor con la expansión del universo.
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Ciberinocencia
1 02 2009
Sostengo que ni el trabajo, ni la ocupación, ni la ley pueden engendrar la
propiedad; que ésta es un efecto sin causa. ¿Soy digno de reprensión? ¡Cuán-
tos murmullos se alzan!
Pierre-Joseph Proudhon. ¿Qué es la Propiedad? (1840).
Este blog ha estado últimamente algo inactivo (no, esta no es una de esas
entradas de blog en las que se niega la decadencia por la que nadie ha pre-
guntado), y eso se debe en parte a la construcción de un subdominio.
La gracia del lenguaje informático es que uno parece poseer cosas que
nunca soñó tener: dominios y subdominios, como feudos jerarquizados, que
contienen estructuras, almacenes, bancos de datos, galerías de imágenes. . .
Bancos: ¿alguien pensó alguna vez disponer de uno, acorazado, con una sola
clave de acceso encriptada por eficaces algoritmos que sin embargo (el mal
acecha) nunca están a salvo del todo? Aunque no contenga dinero, la exclusi-
vidad de ese hueco concede cierta autoestima de especulador con la
adrenalina a punto para una crisis de denegación de servicios.
Galerías: cada internauta con su falso museo a cuestas, en la alforja de los
jpegs, mientras trama quizás que un día de estos irá al museo de verdad a ver
tal o cual cuadro, que por supuesto habrá imaginado más grande o más pe-
queño, pero siempre más luminoso.
Y todo desde una génesis tan sencilla que produce nostalgia. La del humil-
de neolítico que empezó a hacer muescas ordenadas en un palo para clasificar
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los corderos marcados como propios después del primer desbarajuste comuni-
tario. Ya ven: toda la historia está llena de propiedades y apropiaciones. La del
ciberespacio también. Y de momento no hay conflicto porque abunda, se paga
con publicidad e interesa que se ocupe. Si evoluciona hacia la escasez, ya ve-
remos qué pasa.
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En Letralia
4 02 2009
El equipo editor de la revista Letralia, Tierra de letras (http://www.letra-
lia.com/) ha decidido publicar tres relatos míos cuyos enlaces iré poniendo
aquí porque un poco de autohalago no le viene mal a nadie.
Letralia se hace desde Cagua, Venezuela. Se ha propuesto ser la revista
de los escritores hispanoamericanos en internet y lo está consiguiendo, así
que me hace ilusión que me alberguen. Aconsejo un primer paseo por sus Pre-
guntas frecuentes (http://www.letralia.com/tierradeletras/faq.htm) y, por
supuesto, una larga indagación en sus contenidos.
Los textos están aquí: http://www.letralia.com/203/letras07.htm y aquí:
http://www.letralia.com/207/letras03.htm
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El pez y el deseo
22 02 2009
Bajo la lámpara de mi escritorio, en un plato de porcelana blanco ribetea-
do de rojo, yace una platija, amorfa y viscosa. En el tiempo de una breve
meditación, los aromas marinos y yodados van dejando sitio a un olor equidis-
tante de la cocción y del ahumado. ¿Superaré la prueba? He decidido
abandonar los libros y la biblioteca para interrogar a la que Linneo llama afec-
tuosamente 'Pleuronectes platessa' acerca de lo que la filosofía occidental ha
querido decir sobre el amor, el deseo, el placer, desde que un filósofo griego,
amante de las cavernas más que de las riberas, se empeñó en comparar a los
humanos con los peces planos e incluso con las ostras. Porque me gusta invo-
car al bestiario acuático y marino para expresar con brevedad lo que los
largos discursos no llegan a veces a transmitir. Tomemos, pues, la platija para
tratar de aclarar el misterio del deseo.
Michel Onfray. Teoría del cuerpo amoroso.
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Un libro
27 02 2009
El caso es que, casi sin avisar, algunos
relatos empezaron a parecer conjuntados
y, aunque probable-mente se tratara de la
farsa de un instante, me dije ¿por qué no?,
y sólo hubo que ponerle al objeto título y
portada. De manera tan sencilla surgen los
libros. Así que ahí abajo está el enlace, hu-
milde, casi sin ánimo de lucro, pero
comercial al fin y al cabo. A mí me gusta,
claro; si no, no lo publicaría.
http://stores.lulu.com/rafaelperezllano
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Risa
16 03 2009
En 1962, en Kashasha (Tanganika, hoy Tanzania) hubo una epidemia de
risa incontrolable. Parece ser que comenzó el 30 de enero, cuando tres de las
159 alumnas de una escuela-internado comenzaron a reír de un modo compul-
sivo que en pocas semanas se extendió hasta afectar a otras 95. Las víctimas
sufrían durante horas, a veces días, ataques irrefrenables de hilaridad, gritos
y agitación. La escuela se vio obligada a cerrar el 18 de marzo. El 21 de mayo,
un nuevo brote hizo fracasar un intento de reapertura. El regreso de las alum-
nas a sus hogares extendió la epidemia. A los diez días, 217 habitantes de
Nshamba, lugar de origen de la mayoría de las alumnas, estaban afectados.
Casi todos eran chicos y chicas en edad escolar. Poco después, las escuelas de
Ramasheyne y Kanyangereka, separadas por más de 30 kilómetros, tuvieron
que detener sus actividades. Al parecer, bastaba el contacto con una sola per-
sona afectada para que se produjera el contagio. La epidemia comenzó a
remitir en junio de 1964. Hasta esa fecha fueron cerradas 14 escuelas y su-
frieron el mal unas mil personas de poblaciones de Tanganika y Uganda. El
único método efectivo para impedir las propagación fue la cuarentena. Los
científicos buscaron en vano explicaciones de índole biológica (virus) o quími-
ca (gases tóxicos). La conclusión más aceptada fue que se trataba de una
enfermedad de origen psicogénico o histérico. Lo que me llama la atención de
este hecho, tan similar a muchas leyendas que circulan en la red, pero verifi-
cado por diversas investigaciones, es el punto de partida: parece ser que el
factor desencadenante fue un aislado ataque de risa (an isolated fit of laugh-
ter) o un chiste (at the start of the incident, a joke was told in a boarding
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school). No sé si algún científico ha intentado averiguar el contenido del chis-
te o reconstruir la situación que provocó esa suerte de caos, esa sincronía
acelerada que tanto se aproximó a la catástrofe. No he encontrado datos al
respecto. Pero sin conocer el primer impulso, ese primer acorde de energía hi-
larante, por mucho que se estudien los rasgos sociológicos y psicológicos de la
zona y las personas implicadas, creo que no es posible esclarecer el mecanis-
mo de lo que podría ser un arma terrible. Imagínense: ese hallazgo podría
conducir a la definición del chiste perfecto y universal, el que hiciera reír a
todo el mundo, el chiste que acabaría con todos los chistes. Aunque hay otro
dato que despeja ese temor, no sin despertar a cambio otras inquietudes: la
inmunidad a la epidemia de risa de profesores y gobernantes. ¿Voluntad de
hierro, sentido del deber o simple carencia de empatía?
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Sociedad capitalista
23 03 2009
En un blog que se tiene por literario no pueden faltar los números. He leí-
do en fuentes poco sospechosas (naveguen y cotejen, pero un tal Michel Page
ya hizo compendio) que la diferencia media de salario entre los directivos de
las empresas y los empleados de más baja categoría laboral es de 13 veces. Es
decir que, si un obrero gana unos mil euros al mes, es muy probable que un
miembro del consejo de dirección se apropie legalmente de 13000. Dicho de
otro modo: el tipo de arriba se levanta en un mes lo que el de más abajo no pi-
lla en un año; es un hecho probado, aunque no sea delito. Si se trata de una
obrera, la diferencia es aún mayor, porque la discriminación habitual le puede
suponer un 29% menos de ingresos. Parece ser que esto sí es ilegal, e inspira
campañas institucionales del tipo ande no sea usted malo y pague a la chica.
Si se trata de una mujer directiva, no habrá diferencia con sus colegas hom-
bres, y además tendrá derecho a las mismas ayudas por ser madre, ya que el
concepto de igualdad liberal se aplica en compartimentos estancos. Puesto
que me siento panfletario, haré algunas preguntas. Esa diferencia salarial,
¿implica que la formación, dedicación, responsabilidad y capacidad de un alto
cargo de una empresa, juntas o por separado, representan trece veces la de
un empleado de a pie? Suponiendo que la calidad de vida de una persona pue-
da trepar hasta el infinito y que a partir de cierto nivel no se trate de una
acumulación degradante de riquezas sin sentido, ¿los servicios prestados justi-
fican esas cifras? ¿Los ejecutivos son seres terciodécuples nacidos de la
conjunción de un rayo de Zeus y una jaculatoria de Adam Smith para impetrar
la autorregulación del mercado? Una vez integrada toda esa riqueza en la
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mente y el cuerpo de los elegidos, ¿quedará algún lugar para los escrúpulos a
la hora de conservarla o aumentarla?
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Manos
29 03 2009
Hay dos momentos de narraciones diferentes que muestran lo que me pa-
rece una interesante comunidad de gestos. El primero pertenece a uno de los
raros relatos de Edgar Alan Poe con final feliz, aunque para llegar a él su pro-
tagonista, un librepensador prisionero de los ancestros de Ratzinger, antes
debe recorrer, sin moverse de las tinieblas, todos los laberintos del infierno.
Así acaba El pozo y el péndulo (1842):
Llegó, por último, un momento en que mi cuerpo, quemado y retorcido,
apenas halló sitio para él, apenas hubo lugar para mis pies en el suelo de la
prisión. No luché más, pero la agonía de mi alma se exteriorizó en un fuerte y
prolongado grito de desesperación. Me di cuenta de que vacilaba sobre el bro-
cal, y volví los ojos. . . Pero he aquí un ruido de voces humanas. Una
explosión, un huracán de trompetas, un poderoso rugido semejante al de mil
truenos. Los muros de fuego echáronse hacia atrás precipitadamente. Un bra-
zo alargado me cogió del mío, cuando, ya desfalleciente, me precipitaba en el
abismo. Era el brazo del general Lasalle. Las tropas francesas habían entrado
en Toledo. La Inquisición hallábase en poder de sus enemigos.
El otro está en el Capítulo V del Libro III de Los miserables (1862) de Víc-
tor Hugo. Jean Valjean se dispone a rescatar a la pequeña Cosette de las
garras de los Thenardier, estereotipo de la explotación infantil, que la han en-
viado de noche al bosque por agua:
Hecho esto quedó abrumada de cansancio. Sintió frío en las manos, que
se le habían mojado al sacar el agua, y se levantó. El miedo se apoderó de ella
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otra vez, un miedo natural e insuperable. No tuvo más que un pensamiento,
huir; huir a toda prisa por medio del campo, hasta las casas, hasta las venta-
nas, hasta las luces encendidas. Su mirada se fijó en el cubo que tenía
delante. Tal era el terror que le inspiraba la Thenardier, que no se atrevió a
huir sin el cubo de agua. Cogió el asa con las dos manos, y le costó trabajo le-
vantarlo. Así anduvo unos doce pasos, pero el cubo estaba lleno, pesaba
mucho, y tuvo que dejarlo en tierra. Respiró un instante, después volvió a co-
ger el asa y echó a andar: esta vez anduvo un poco más. Pero se vio obligada a
detenerse todavía. Después de algunos segundos de reposo, continuó su cami-
no. Andaba inclinada hacía adelante, y con la cabeza baja como una vieja.
Quería acortar la duración de las paradas andando entre cada una el mayor
tiempo posible. Pensaba con angustia que necesitaría más de una hora para
volver a Montfermeil, y que la Thenardier le pegaría. Al llegar cerca de un vie-
jo castaño que conocía, hizo una parada mayor que las otras para descansar
bien; después reunió todas sus fuerzas, volvió a coger el cubo y echó a andar
nuevamente. - ¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío! -exclamó, abrumada de cansancio y
de miedo. En ese momento sintió de pronto que el cubo ya no pesaba. Una
mano, que le pareció enorme, acababa de coger el asa y lo levantaba vigorosa-
mente. Cosette, sin soltarlo, alzó la cabeza y vio una gran forma negra,
derecha y alta, que caminaba a su lado en la oscuridad. Era un hombre que
había llegado detrás de ella sin que lo viera. Hay instintos para todos los en-
cuentros de la vida. La niña no tuvo miedo.
En los dos textos encuentro la transparencia de recursos y la sencillez de
la literatura que todavía no se recreaba en la conciencia de sí misma. (Huelga
decir que transparencia y sencillez no quieren decir banalidad ni simpleza. )
Lectores y autores no eran todavía invenciones mediáticas, y el oficio podía
entregar una precisa partitura de frases naturales para presentar el curso del
miedo y el dolor hasta el remanso de una mano que desciende de las alturas.
En el caso de Poe, la aseveración final tiene un valor de deseo histórico, una
apuesta por la libertad, no sólo del prisionero, sino también de una sociedad
atenazada por el integrismo del Antiguo Régimen, con el que parece querer
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acabar en una suerte de Apocalipsis laico: trompetas, truenos, rugidos y hura-
canes contra los inquisidores. En el caso de Hugo, la perspectiva infantil, de
cuento de bosque y lobos, añade la figura del gigante como una aparición pa-
radójica, enorme y oscura, que sin embargo, con un gesto único, libera a la
niña del peso insoportable del cubo, de los terrores de la noche y del recuerdo
de la esclavitud que la espera en una casa a la que no quiere volver. Hugo
hace además una apuesta por el instinto, y el miedo desaparece. En los dos re-
latos, y eso es lo que me resulta más atractivo, la eficacia de la conclusión
reside en las manos que surgen cuando todo parece perdido. Ambos eligen
como acto liberador el movimiento más primario de ayuda a un semejante: su-
jetarlo para que no caiga. Y el lector, de pronto, se siente a salvo.
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Viaje de abril
19 04 2009
Hicimos un viaje a Amsterdam y a París. Tomé notas a vuelaboli e hice fo-
tos. Junté los escritos con las imágenes tomadas más al desgaire y me ha
salido algo que, por suerte, no parece un album ni una crónica ni un diario. Lo
he puesto en un archivo pdf al que se accede mediante este enlace que aquí
veis:
http://www.unoscuantostextos.org/wp-
content/uploads/2010/09/viajedeabril.pdf
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Víspera
29 04 2009
La última barricada de las jornadas de mayo está en la calle Ramponneau.
Durante un cuarto de hora, todavía la defiende un solo federado. Tres veces
llega a romper el asta de la bandera versallesa izada en la calle de París.
Como premio a su valor, el último soldado de la Comuna consigue escapar.
Prosper-Olivier Lissagaray. Historia de la Comuna de 1871.
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Aviso
10 05 2009
Es tiempo de cerezas:
http://www.dailymotion.com/video/x7e0ci_noir-desir-le-temps-des-
cerises_music.
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Rescoldos
16 05 2009
Escrito por los estudiantes de la Universidad Burdeos-III en el pasillo que
conduce a la sala de reuniones del Comité de Movilizaciones contra la Ley de
Reforma Universitaria:
Ya va siendo hora de reavivar las estrellas.
Guillaume Apollinaire.
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Paquidermo
24 05 2009
El nuevo vecino poseía la cabeza disecada de un elefante. Los encargados
de la mudanza, como no pudieron meterla en el ascensor, intentaron subirla
por la escalera, pero sólo consiguieron que los largos colmillos arañaran las
paredes. La dejaron en el portal, boca arriba, y parecía un ser extraño, un
monstruo vencido que miraba al techo con unos ojos muy pequeños, grises y
hundidos en cráteres estriados, como de tierra seca. Una placa de cobre afir-
maba que el animal, abatido en Angola en 1955, había pesado doce toneladas
y media. La trompa, artificialmente levantada, resumía todas las miserias de la
falocracia que había organizado la cacería. "Este vecino nuevo debe de ser un
hijo de puta", dijo el portero. Trajeron un camión con una plataforma de brazo
articulado y telescópico, el más alto grado de perfección en la elevación de ob-
jetos, pusieron la cabeza en la jaula y la alzaron hasta la terraza, a la que sólo
por un instante se asomó el propietario para hacer con la mano una indicación
innecesaria, de manera que, sin que su presencia lo convirtiera en una figura
descriptible, su autoridad quedara patente. Pocos días después, cuando la co-
munidad se reunió para hablar de los desperfectos de la escalera, el secretario
del nuevo vecino entregó un cheque por una cantidad tres veces mayor de la
estimada. "Un auténtico hijo de puta", manifestó el portero.
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El puente
21 06 2009
Los miembros de la caravana parecían haber adoptado hábitos y medios
de transporte de lugares muy distantes entre sí. Era una tribu transparente
que venía de muy lejos. Llegaron un día de primavera y se establecieron en un
claro a la orilla del río, allí donde el cauce era más estrecho y la corriente más
tranquila y había una piedra pulida y blanca en medio del curso con una rara
forma de estatua de hombre orante, como encargado de apaciguar las aguas,
que lo rodeaban sin espuma ni salpicaduras, a diferencia de las rompientes
que más abajo, a la vuelta de un meandro, servían de catapulta a los salmo-
nes. Alguno de esos peces fueron el plato principal de la fiesta que sucedió a
la instalación del campamento. No parecían dispuestos a permanecer allí mu-
cho tiempo. Montaron tiendas con pieles y carretas, cavaron letrinas en la
linde del bosque, moldearon un hogar de arcilla, encendieron fuego, asaron la
pesca, repartieron vino y prolongaron el festejo hasta el alba. Eran gente rít-
mica y sensual. Tenían címbalos, crótalos, flautas simples y pánicas, rabeles,
zanfoñas, timbales, sistros. Sabían cantar y bailar. Las hojas de las mimbreras
vibraron con los encuentros. Como por hipnosis, el compás del sexo se acordó
al paso del sopor y algunas parejas o conjuntos no cedieron en el empeño ni
durmiendo. Con el sol ya elevado, un joven salió del sueño colectivo y se sentó
en la orilla. Estuvo un buen rato contemplando los movimientos del agua.
Cuando ya lo hubo aprendido todo, ató una maroma a un árbol y a su cintura y
saltó al río. Nadó hasta la roca orante compensando las derivas del agua con
un exacto esfuerzo oblicuo. Peleó con la superficie resbaladiza de la piedra
para profanar la calma supersticiosa de la falsa estatua y se sentó sobre sus
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hombros como si hubiera encontrado al gigante cananeo que ayudaba a los
viajeros a cruzar los vados. Después, soltó el cabo de su cintura y lo ató a la
de piedra. Volvió a la orilla, ahora ayudándose con el cable. Los compañeros
de viaje seguían durmiendo. Estaban acostumbrados a abandonar el placer y
el reposo del placer sólo por el tiempo imprescindible. El joven orinó contra
un tejo. Los cantos de los pájaros de la mañana le daban energía. En su tienda
encontró el sexo remozado. Aún jadeaba cuando empezaron a crepitar los fue-
gos del desayuno. Cerca había un remanso donde era imposible no bañarse. El
siguiente movimiento consistió en reunir ramas para hacer una almadía. Para
los niños fue un juego. Las mujeres urdieron la madera con filamentos de sau-
ces. Atada a la cuerda de la roca, botaron la balsa con un hombre a bordo. La
corriente y la embarcación crearon un péndulo de orilla a orilla que cumplió
varios ciclos para enlazar una pasarela de cuerdas por la que empezaron a cir-
cular los hombres y mujeres más fuertes. A ambos lados de la piedra-eje
crecieron dos torretas de madera. Enseguida las llenaron con piedras midien-
do las formas, los encajes, evitando huecos. Al retirar el encofrado
aparecieron dos pilares mellizos y sólidos. Después hubo otra fiesta. Durante
la noche, quemando resina, libando hidromiel, aullando como fieras felices, pi-
dieron perdón a los árboles que iban a talar al día siguiente. Un día más y el
puente estuvo concluido. Era un camino de roble con demonios traviesos talla-
dos en los pretiles. Soportó sin un crujido las carretas más pesadas. Un
banquete más y llegó el momento de la partida. Pasaron el puente en silencio,
respetando las leyes arrítmicas de la física, pero, cuando todos estuvieron en
la otra orilla, comenzó a sonar un címbalo solitario simulando pisadas lentas,
inevitables sin ser tristes, con las que se fueron ayuntando, a medida que deja-
ban atrás una obra que ya era pretérita, los armónicos de cada instrumento
añadido por el camino de generaciones de la orquesta. Pocos meses después
-sería lo que tardaron en darse cuenta de que allí había una vía libre- vinieron
los soldados del señor y sus escribas a imponer el pontazgo para futuros viaje-
ros.
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Buzones de ocio
1 07 2009
Banderas de libertad, hamacas de libertinaje. . . Por motivos lúdicofesti-
vos, la actividad de este sitio va a quedar reducida al mínimo durante unos
días. En estos casos la magnitud de lo mínimo (que es un superlativo y, por
tanto, expresa un grado máximo) suele ser muy alta. Mientras, si tengo algo
que comentar, lo haré en el tumbleblog de apuntes mediante algunos recursos
técnicos que estoy probando y que incluyen el uso de un programa italiano
(¡ah, el gran misterio de alta tecnología latina!), de dos servicios de comunica-
ción y de unas líneas de código. Todo ello gratuito y libre, por supuesto. He
rescatado también de viejos pergaminos algunas jaculatorias para proteger el
sitio web y el móvil de derivas inesperadas. ¿Que si hago esto por obsesión in-
ternáutica? Al contrario: tamaños manejos me permiten dedicar a la cosa el
menos tiempo posible mientras aprovecho esos momentos tontos de los días
de ocio y vagabundeo anotando frases cuyas inutilidad, futilidad y volatilidad
me proporcionan un placer indescriptible: por eso no insistiré en ello.
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El perdón de los pecados
16 08 2009
Cuentan que, tras cometer alguna de las atrocidades que lo hacían tan pa-
recido a muchos otros nobles de su época, el Marqués de Sade, denunciado
por su suegra, que no le perdonaba lo que le toleraban su esposa y su cuñada,
huyó en barco disfrazado de sacerdote en compañía del criado guardaespaldas
encargado de aguantar la vela durante las azotainas y cópulas rugientes.
Cuando, en plena travesía, una tempestad amenazó con hacer zozobrar al na-
vío, los pasajeros, aterrorizados, acudieron al marqués-cura en busca de
consuelo y confesión. Donatien Alphonse François de Sade amaba el teatro. Su
biografía permite imaginarlo interpretando cualquier papel que le reclamara
la sociedad: valeroso combatiente en la toma de Mahón durante la Guerra de
los Siete Años, administrador de una sección parisina y renombrador de calles
durante la revolución francesa (un esfuerzo más si queréis ser
republicanos. . . ), paciente sacerdote que escucha y lava las culpas de los de-
sesperados reproduciendo una ceremonia tan estricta como las suyas de
laceraciones, ayuntamientos y polvos de cantárida. . . Seguro que, en medio
de la tempestad, musitaba buenos consejos para el largo viaje mientras el
criado aportaba plegarias y besamanos. El barco consiguió llegar a puerto se-
guro y los pasajeros encomiaron la labor del beatífico padre cura que tan
sereno y misional permaneció en medio de los elementos desatados. Debió de
ser grande el gozo del marqués mientras los asustados deslizaban en sus oídos
las mieles de los actos definidos como pecados; y no es nuevo suponer que
Sade, educado por clérigos, había sido bien iniciado en el placer de disfrutar
de la larga lista de definiciones hasta necesitar, por puro aburrimiento, inven-
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tar una nueva cada día. Sin embargo, quizá la vulgaridad de los actos narra-
dos por los posibles náufragos le hubiera devuelto al tedio de no haber
participado también el momento teatral, los gestos de la impostura (bendicio-
nes, tiernas reconvenciones, elogios del arrepentimiento) y el fondo musical
del miedo, los impulsos de la tramoya creando un mar bramante, sin olvidar,
en el momento del clímax-absolución, las expresiones de alivio de los que se
creían a salvo del castigo original. Todo como en los milenarios fingimientos
de las catedrales, pero con la inestabilidad del océano y el olor del preludio
pánico bajo las gavias desarboladas. Y, sin duda, mientras D. A. F. escuchaba
las culpas ajenas, disimulaba la erección con un misal de atrezo.
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Maurano Cántabro, víctima de un milagro
29 08 2009
Introito
En el principio, el poder separó las aguas de la tierras y las almas de los
cuerpos. De lo primero puede aceptarse como prueba la abundancia de limos,
légamos y piélagos plagados de vidas primarias. De lo segundo no hay rastro
y, a juzgar por la avidez de humedad y sal de los sentidos, bien pudiera decir-
se que buscamos el placer en la materia con más éxito que al alma en las
oraciones.
I
Maurano Exsilente dijo en público que la Anunciación era un crimen y que
todo milagro implicaba una condena. Por estas palabras tuvo que huir. En
Oriente, ejerció de astrónomo y pintor de frescos. Cuando los griegos quisie-
ron recuperar el esplendor del Pórtico de las Pinturas, le encargaron una obra
libre que indujera al pensamiento, y él pintó un extraño recorrido que le hizo
famoso en algunos ámbitos. Era un largo rectángulo en el que, con forma de
río de amplios meandros o bustrofedon (esto es, con la vuelta ajustada del
buey que ara) se sucedían las estampas según el itinerario que relató en una
carta a un cofrade.
II
De dicha carta se conservan algunos fragmentos:
Pinté cuanto a mi juicio vi de llamativo durante mi viaje. Usé colores ate-
sorados con mil precauciones durante la travesía, algunos muy difíciles de
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hallar, como el azul índigo verdadero que se extrae de arbustos exóticos o el
amarillo luminoso que se obtiene en tierras arias desecando la orina de vacas
que han comido hojas de mango. Con este color orlé el trono almendrado del
pantócrator que, desde la esquina izquierda, desde una oblicuidad que algu-
nos criticaron, extendía su manto invisible por todo el transcurso. Pintar lo
invisible, dirás, amigo, qué locura. . . Pinté un río de recuerdos que dejé fluir
bajo el astro de la mandorla, que parecía el sumidero de una vía de estrellas
como margaritas de finos pétalos. Pinté con mecánica incosciente que desliza-
ba las imágenes desde mi mano hasta el punzón del estarcido primero y luego
al pincel de aquel empantanado discurrir. . . Pinté cómo en el Norte había cru-
zado mi fuga con los carros que volvían de la guerra cargados de armas
recuperadas en el campo de batalla, manchadas de sangre y cubiertas de mos-
cas. Y a lo lejos el humo de las piras fúnebres. Y todos sabemos que el mal
ama a las moscas. Pinté la caravana de peregrinos en la que recluté a un jo-
ven aprendiz, que me siguió más por deseo de la hija de mi mucama
Radegunda la Bruta que por interés o avaricia. Antes de confiármelo, el padre,
mercader tracio de amplia prole que decía descender de los viajeros del Argos
(y viajaba con una diosa vigilante en un poste de la carreta galera), me hizo
jurar que no lo vendería como esclavo ni lo prostituiría. Pinté las naos que me
llevaron por Corinto, Atenas, Costantinopla, y lo hice respetando la ortodoxia
de las medias nueces veladas sobre ondales azules y blancos, porque no toda
corrección es aburrida, pero sin desdeñar la presencia de ballenas que emití-
an chorros espirales, tal y como te aseguro que las vimos cuando la mar ser
volvió negra. Pinté ermitas capadocias y asesinos emboscados en esas rocas
que siempre son fronteras. Pinté en una vuelta discreta una mujer encadena-
da en una torre, en homenaje al nombre falso que había adoptado para
protegerme de algún informe que hubiera seguido mis pasos. Pinté la bibliote-
ca donde durante meses leí a los cínicos, una cueva iluminada por lucernas y
espejos, con siluetas de manos en las paredes, de la que salí, no convertido en
otra persona, sino con otra idea de mi persona. Pero nada me quitó la rabia de
haber sido víctima de un milagro, lo cual pinté en una vuelta discreta, como
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osando pedir explicación a los caminantes del tiempo sobre la fragilidad del
elegido que enmudece para ser rescatado del silencio por los demonios de las
ceremonias.
III
Durante aquellos años de anonimato, Maurano de San Martín, nacido allí
donde el brazo superior de una bahía con forma de pinza de cangrejo soporta
una ciudad al abrigo de un cerro y hay una roca horadada por el mar para cre-
ar leyendas de naves de piedra, huérfano de niño, acogido como aprendiz de
panadero en la Abadía, enmudecido, sanado, trasladado a Tours y exhibido
como prueba del poder divino, adiestrado en las artesanías, herido del miste-
rio de los sentidos recuperados, blasfemo de taberna. . . ; durante aquellos
años de anonimato, Maurano Fugitivo adoptó el nombre del eremita que había
torturado a la meretriz Thais (la egipciaca, no la incendiaria de Persépolis)
para hacerla santa. La puta fue emparedada, engrillada, vejada, se le negó el
alimento, se le negó el cuerpo, sólo se ocuparon de su alma para recordarle
sus infamias, la pérdida de cualquier derecho que conlleva el pecado. Thais,
dicen, significa, la que se mantiene siempre bella. Nunca un anacoreta puso
tanto empeño en destruir un nombre. Cuando fue liberada, había perdido el
nombre y la palabra, pero algunos sostienen que la virginidad había regresado
a su vientre, que habían sido lavadas las ofensas al himen cósmico implícitas
en cada coito, felación o sodomía. Y a los pocos días de volver a ver el sol, fa-
lleció castamente.
IV
Maurano, pues, se hizo llamar Panufcio. Panufcio Atlántico, para no con-
fundirse con el anacoreta, para humillar al torturador. Se le ocurrió al ver en
Salónica, en una capilla cilíndrica, un cuadro que representaba la torre prisión
de la penitente en vista seccionada, con la precisión de un esquema de reloje-
ro, de modo que podían apreciarse todas las piezas de la historia recogida en
las Menologías y en la Leyenda Dorada. En cada piso de la torre, una instantá-
nea: el arrepentimiento, el castigo, las duras condiciones del perdón, la
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muerte-salvación. . . Métete esto en la cabeza: -dijo Maurano el Can al apren-
diz mientras este maceraba colores- somos cuerpo, átomos reunidos para
dispersarse un día en el conjunto. No hay alma que salvar porque no se puede
salvar ni condenar lo inencontrable. La energía que mueve el mar y el viento
es la misma que te sustenta, la misma del placer, el dolor, el llanto y la risa. Y
nunca repitas esto por ahí o sufriremos las consecuencias, yo por hablar, tú
por escucharme. Algunos hablan de catorce años de suplicio bajo los ojos
atentos del sacerdote, hasta que éste consideró revelada la satisfacción del to-
dopoderoso. Había llegado el momento decisivo en que nada importa, la
comunión con ese poder famoso por mover montañas sólo para revelar su pro-
pia presencia previamente oculta. La omnipotencia juega como los niños, se
esconde para aparecer por sorpresa. Cuando el oculto salta de su escondite se
hace más presente que nunca. Hierofanía, lo llaman: manifestación de lo sa-
grado. Es que nunca entienden la emoción por sí misma, solía decir Maurano
Pseudo Panufcio. No entienden que las cosas están llenas de sí mismas y quie-
ren injertarles fantasmas que las animen. Ese poder que mueve cordilleras
como corderos con la misma inteligencia con que un pintor muestra el conte-
nido de la idea de una torre. Torre de piedras negras y muros gruesos para
contener los gritos.
V
En Rodas soñó qué gran gnomon hubiera sido el coloso. El nombre más
bello de la gnomónica es sciografía: la escritura de las sombras.
VI
Con el nombre de Pafnucio, pues, volvió a la villa que no había prestado
atención al nacimiento de un niño en medio de la peste. Había nacido inmune
y con los oídos llenos de lamentos, ruegos, procesiones, rezos. Había llegado a
entender que san Matías era el culpable de la peste, ya que las rogativas aca-
baban, tarde o temprano, por detener la plaga. Eso decían los supervivientes.
No volvió por nostalgia, sino porque de pronto, un día que meditaba cómo re-
presentar a una Magdalena arrastrándose por el suelo entre los restos
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lacerantes del frasco de perfume roto, recordó que la villa en cuestión se lla-
maba Villa de los Cuerpos Santos.
VII
La mujer encerrada en la torre se ofrecía desnuda, pero desdibujada por
largos cabellos entre dorados y bermejos que llegaban a taparle las nalgas,
vuelta como estaba hacia la pared de la que colgaban los grilletes que la obli-
gaban a levantar los brazos hacia el territorio de las oraciones como si allí
pudiera alcanzar un clavo ardiendo. Pero escapaban a la censura las medias
lunas de las caderas. Además, el rostro en escorzo miraba al espectador,
quien, siempre desprevenido, descubría en él todo el sufrimiento de un orgas-
mo. Éxtasis, asalto, irrigación a la manera de Danae procedente de un monje
encapuchado (porque Yahvé, al contrario que Zeus, usaba intermediarios nada
brillantes) que, pese a tener la cara oculta en la gruta del capuchón, enviaba a
la pecadora el dardo violador de su mirada. Terror que preña, como el de la
anunciación, murmuró el falso Panufcio ante el cuadro. Por suerte, esta vez no
lo oyó nadie.
VIII
Había estudiado el cielo real y conocía las lluvias doradas. Pero sobre
todo era pintor. Pintor de tablas y frescos.
IX
Tuvo que exiliarse porque durante una cena (y estaba algo borracho, pero
no lo bastante para ser inocente) proclamó que la Anunciación del Ángel a Ma-
ría era un crimen, una barbaridad, una injusticia. Toda la parroquia
enmudeció de repente, como le había ocurrido a él de niño casi adolescente
antes de ser sometido a las miasmas de un milagro, gracia cruel emanada de
la desgracia, como le ocurría a la mar de sus temores primeros cuando viraba
el viento del sur al noroeste y durante unos latidos permanecía en una calma
terrible que provocaba una galerna. Llega un mensajero alado, transparente y
frío del todopoderoso y le dice a una mujer que ha sido embarazada por deci-
sión divina y que tal singularidad es inapelable. ¿Es eso justo?Nadie dijo nada.
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Siguió Maurano Nemesio:Un muchacho cae al suelo entre dolorosas convul-
siones. Después, queda inmóvil. Así pasan tres días, lapso al parecer
inexcusable para toda resurrección. Cuando despierta, ha perdido el habla, la
memoria, la orientación. Gruñe, a veces tiembla. A veces su falo se yergue y
eyacula. “Está poseído”, dicen. Es hijo de pobres. Ayuda en la tahona propie-
dad de la abadía, cerca de la Puerta de la Sierra. El abad dice: “Es necesario
presentarlo en el altar de San Martín el Misericordioso, pero no sirve la igle-
sia de Frómista, hay que ir a las fuentes, al grado más intenso de santidad. . .
”. El abad es primo del obispo de la villa carolingia. Quizá está buscando un
milagro. . . No le dejaron acabar la historia. El tabernero, asustado, lo expulsó
del local.
X
Ha vuelto. La memoria es frágil y los nombres falsos. Pero el abad mira la
bahía desde el camposanto mientras el chantre, también jefe de espías, infor-
ma: No es Pafnucio, sino Maurano, explica el músico al abad, que no es el que
decretó el milagro del niño, sino otro nuevo, hermano del rey de Castilla. Lle-
garon cartas. Dicen que no cree en el infierno ni en los milagros. Interesante,
reflexiona el abad Nuño, ojos como de gaviotas, cabeza fuerte, de jabalí em-
boscado. Interesante. ¿Creerá entonces ese hombre que está libre de todo mal
como lo creen las sabandijas hasta que alguien las pisa? Pero dime: ¿es buen
pintor? Tiene fama y la ha hecho pregonar. Algunos señores le han encargado
para sus torres tablas y retablos. No ha entregado ninguna todavía, pero ya
trabaja en el taller, en el arrabal de la mar. ¿Extramuros? Así es, en zona de
pescadores. Viene con una criada enorme, una joven y un ayudante moreno.
Son extraños y se fingen extranjeros, pero se entienden con los vecinos. Se ha
hecho hacer una chalupa y pesca en la bahía. ¿Lo hago prender? No. Mejor
será no despertar a la bestia dormida. Que siga en el sueño del pintor apócrifo
y goze de la pesca. . . Hazle saber, eso sí, que se respetará su silencio, y esta
vez no habrá milagro impuesto.
XI
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El obispo de Tours le dijo que, como prueba viva de un hecho milagroso,
debía permanecer puro. Tenía quince años cuando buscó a Mado la Aérea,
que se retorcía encaramada a las vergas con habilidades acrobáticas. Enton-
ces ya era aprendiz artesano y dibujaba desnudos de paraíso a la punta seca y
el carbón. Y un árbol estaba siempre presente, como una torre de la que col-
gaban, como trofeos de guerra, los frutos prohibidos.
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Ardua labor de Quignard
13 09 2009
Siempre he querido mostrar algo diferente del lenguaje. Evocar lo que
está más cerca del nacimiento, más cerca del origen, cerca de la desorienta-
ción. De hecho, lo que me atrae es lo que se encuentra antes del aprendizaje
de la lengua. Intento hacer surgir algo más antiguo que lo culto, lo civilizado,
lo bien dicho.
Pascal Quignard. Entrevista en Le Monde por Raphaëlle Rérolle
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Ciudad sin espejo
24 09 2009
Al difundir máquinas de atrapar encuentros, las nuevas tecnologías (que
ya no lo son tanto, y pronto habrá que duplicar el adjetivo), han permitido dar-
le un nuevo impulso a la idea de la espontaneidad tan cara a las vanguardias
que gemían de placer ante rescates de botelleros, urinarios, caballos o cuer-
pos desnudos (la rabia de vestirse dio a los humanos la moda) sacados de sus
contextos, tan artificiales como los que les esperaban, y expedidos hacia mejo-
res mundos de collages y (re)tra(d)iciones estéticas. Lo cual, por supuesto, no
sirvió para nada: ni para detener las guerras ni para hacer mejor el amor ni
para evitar la conversión de la cultura en el atributo de un ministerio, una
concejalía o la pretensión de una ciudad.
(No se preocupen, que esto avanza; despacio, pero avanza. )
El nuevo urbanismo, por otra parte, parece no existir sino como brumosa
expresión de periodistas persecutores de la percusión editorial, contenedor
que lo mismo recoge paseos pensados para los paseantes que piedras negruz-
cas como los que han puesto a parapetar el Ayuntamiento de Santander
sacando a escena una presunta ruralidad que sólo puedo entender como humi-
llación de lo rural mediante su incrustación en la urbe, si tal cosa ha sido la
idea y no ha respondido a un azar de gusto pobre o a la necesidad de alquilar
apoyos comprando piedras.
(Ambigua nostalgia: en esa Plaza del Ayuntamiento hubo en su día una
fuente luminosa que ahora está exiliada en El Sardinero y la estatua de un dic-
tador a caballo que lo dejaba todo muy claro. )
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Dejando de momento el ni siquiera feísmo y el soberano aburrimiento de
nuestras norteñas calles, hablemos del otro lado, es decir, de los paseos pen-
sados para los paseantes. Como tengo un ejemplo a mano, voy a utilizarlo.
En Burdeos funciona desde 2006 el llamado "Jardín de las luces", que in-
cluye el "Espejo de los muelles", superficie pulida junto a la media luna del
Garona que, además de reflejar, actúa como una fuente cuyo fluir lo mismo
imita las nubes que las lluvias. Es cierto que no está libre de críticas (consume
mucha energía), pero los viandantes de todas las edades se lo pasan en gran-
de. Era casi obligatorio hacer este vídeo (http://www.vimeo.com/11190961)
uno de los primeros días del otoño, con medios toscos, mínimos, y de ahí esa
celebración en el primer párrafo, ay, del ya viejo consumismo digital.
(Y, como tengo el día optimista, diré que la evolución, creo, nos devolverá
la mirada limpia de píxeles y broza cuántica. )
Todo parece indicar que es posible añadir un espacio lúdico donde ya exis-
tía un espacio ciudadano. Claro que hacer lo uno sin lo otro viene a ser mucho
más difícil. Percibo Santander como ciudad cuando la pienso en la Historia,
cuando veo el dibujo de Joris Hoefnagel o evoco a la milicia cristiana requisan-
do las harinas revolucionarias. Pero cuando la miro desde mi cotidiana
peatonalidad, no capto esa idea de ciudad tan pregonada, sino la sensación de
estar entre edificios tirados al lado de una bahía. Por eso no tengo muchas es-
peranzas de que alguien de por aquí con autoridad constructora pille del
ejemplo el concepto, que, como muy bien decía Pazos, es muy importante.
Pero lo dejo por escrito y grabado, por si sirve de algo. Y con ello no estoy pi-
diendo que hagan una mala copia de nada. Sólo que, para empezar, se bajen
del coche un rato y se piensen peatones. A ver si encuentran algo que nos
aproveche a todos.
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Enajenación elemental transitoria (versión 0. 1)
10 10 2009
¿Habéis estado en una imprenta detenida?
Las linotipias acechan como panteras de hierro, las prensas se aferran al
eje del planeta, las cizallas bostezan óxido. ¿Habéis visto llover azabaches so-
bre una charca superpoblada por ranas furiosas?
¿Quedan tantas ranas en el mundo?
¿Podemos llenar con ellas un océano y dejar a sirenas y trotones (sic) sen-
tados a la orilla esperando a que se vayan los anuros para recuperar las olas y
que sus pieles se exciten con los afeites salinos? (Porque todo sueño es ondu-
lado. )
¿Habéis tratado de distinguir el zumbido de una sola avispa -la que sin
duda os va a picar- entre todas las voces increíblemente menguantes de un en-
jambre?
¿Habéis hablado con las flores llamadas pensamientos y visto que entendí-
an vuestra lengua en sus caras de gatos azules?
La nueva lingüística es un fracaso de la fonética, un triunfo de los colores.
Rendíos a esa idea. No tenéis pérdida ni canción, swing ni blue-note que os
valga. Sólo risas, sonrisas y juegos de esquimales en calor de iglús os harán li-
bres.
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Visitas del porvenir (la máquina del tiempo ha venido
para negarse)
16 10 2009
Si en un sereno porvenir irrumpe un futuro aún más lejano, sabremos que
alguien de ese mañana ha inventado y fabricado la máquina del tiempo. Sin
embargo, si será así, ¿por qué no lo sabemos todavía? ¿Será que el alcance ha-
cia el pasado del más avanzado ingenio de viajar en el tiempo es limitado?
¿Será que simplemente nunca querrán visitarnos? Pero, entonces, ¿ningún
loco viajará al inframundo? ¿Lo habrán prohibido -lo prohibirán- por miedo a
las paradojas?
La hipótesis de la prohibición respetada resulta dudosa: he sido educado
en la vieja escuela científico ficticia que, entre otros postulados, mantiene la
inevitabilidad de la transgresión; dicho de otro modo, siempre hay personas
(generalmente marginales, mercenarias, expulsadas de universidades, vaga-
bundas del espacio o vulgares mutantes) que incumplen las normas. Por otra
parte, ya señaló Douglas Adams (¡Que no cunda el pánico!) que los viajes en el
tiempo son una invención realizada simultáneamente en todas las épocas. Cla-
ro que los mecanismos de autorregulación del universo, si existen y no son un
simple consuelo de cosmólogos, pueden haber determinado que los viajeros
del futuro no puedan hacerse evidentes en su pasado (ni los del pasado en el
futuro, quizá por motivos más lineales) y esten condenados(?) a entrometerse
en frustrantes antaños alternativos. En todo caso, decir que la flecha inversa
del tiempo es imprevisible, expresión tan querida al evocar la máquina steam-
punk de Wells, es ya un tópico fácil e inexacto, y se hace necesario pensar en
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círculos, a la manera helicoidal del ADN o a la tosca manera del Gran Colisio-
nador de Hadrones. Es este mecanismo brutalizador de partículas (las
magnetiza, las acelera, las hace chocar para imprimirles el carácter de bosón)
el que ha sugerido estas notas, porque acabo de leer que un par de científicos
(Holger Bech Nielsen, del Niels Bohr Institute de Copenhague, y Masao Nino-
miya, del Yukawa Institute for Theoretical Physics de Kyoto, nombres dignos
de un congreso de futurología psicodélico a la manera de Lem) han especula-
do con la posibilidad de que el laboratorio del CERN esté siendo saboteado
desde el futuro, para evitar el éxito de una experiencia aberrante, por la hipo-
tética materia de Higgs que pretende producir. Hermosa paradoja, y ahí
hubiera quedado si el doctor Nielsen, mencionando1 el disgusto de alguna di-
vinidad, no hubiera invocado la sombra irracional de las manifestaciones de lo
sagrado. Y con ello mis sospechas: ya apareció la visión del cosmos patriarcal,
protector y reaccionario. En los mundos ideados por la Ciencia, cuya historia
está llena de fracasos generadores de hallazgos, las cosas pueden no funcio-
nar, la energía perderse, la radiación quedar como poso del infinito y las cosas
ser a la vez ondas y partículas. Y hay objetos reales que sólo pueden ser detec-
tados por sus huellas y de soslayo. En los mundos de las religiones, ocurre lo
contrario: todo está quieto, sometido a sus propias cenizas y, sobre todo, vigi-
lado por agentes pertinaces. Personalmente, no creo en las paradojas
represivas. A no ser que lo demuestren, claro. De momento, si tengo que acep-
tar una idea similar, simpatizo más con la opción de Asimov en Los propios
dioses: quizá en el universo de al lado están algo molestos por nuestros hábi-
tos de pésimos vecinos.
Notas
1. Admito que puede tratarse de una frase jovial sacada de contexto, un símil, a la mane-
ra del de los dados de Einstein. A los científicos les gustan estas cosas y gasear gatos
ideales. . . Según el New York Times, Nielsen ha dicho: Bien, casi podríamos decir que tene-
mos un modelo para Dios, que más bien detesta las partículas de Higgs e intenta evitarlas.
(Well, one could even almost say that we have a model for God, that He rather hates Higgs
particles, and attempts to avoid them. ) Y también quiero decir que hacía mucho que no me di-
vertía tanto una hipótesis.
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Objeto encontrado
24 10 2009
La impresora de la recepción del hotel (una máquina arcaica y matricial)
no dejó de chillar en toda la noche. Al alba, gracias al bate de béisbol olvidado
en el paragüero de la entrada por un turista melanesio, pareció evidente que
la falacia inevitable del destino también alcanza a las cosas. Los paraguas, no
obstante, se mostraron escépticos.
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Un asunto familiar
3 11 2009
El otro día me dijo un amigo que había estado en Carmona y que parece
opinión unánime de sus habitantes que mi abuelo, el escritor y periodista Ma-
nuel Llano, nació allí y no en Sopeña. Esta es una cuestión que reaparece
cíclicamente en la historia familiar. Ya que no conocí a mi abuelo, el testimo-
nio más próximo que tengo es el de su viuda, mi abuela María Lázaro. Ella
siempre dijo que su marido había nacido en Sopeña. Era un pregunta clásica
de los parientes y conocidos durante las visitas en las tardes de invierno, poco
antes de la partida, que es cuando se hacen esas preguntas, después de que el
visitante haya recordado que tiene que coger la línea o el tren y, con las pala-
bras de despedida, aparece el recuerdo de los muertos, como si un hasta la
vista evocara un adiós extremo. Un rito funerario más: por cierto que escribo
esto el día asignado por el santoral a los difuntos. El caso es que de vez en
cuando alguien, cabuérnigo o no, resucitaba la duda: "María, perdona, ¿dónde
nació Nel (o Manolo, o Manuel)?". Y mi abuela: "En Sopeña. Él siempre dijo
que era de Sopeña". Sin embargo, la polémica se ha mantenido a lo largo de
los años. Pareció desactivada cuando mi madre se hizo con una copia literal
de la partida de nacimiento, donde se establece que Manuel Llano nació en
Sopeña, pero la persistencia de las supuestas memorias de los carmuniegos no
ha perdido intensidad. Dice mi amigo que no ha encontrado persona en el pue-
blo que no pueda aportar testimonio directo o indirecto del nacimiento de mi
abuelo, de su crianza o de la casa que habitó. "Y todos parecen sinceros", afir-
ma. Le digo que yo tampoco creo que mientan. Lo cual no quiere decir que el
dato sea cierto. De hecho, lo que más me interesa de este asunto no es dónde
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nació mi abuelo, sino los mecanismos de la memoria que, asociados a los re-
sortes del deseo, determinan situaciones de este tipo. Querer algo implica
muchas veces una beata falsificación que nos libra de la incertidumbre, que
llena los huecos que ocuparía la duda y que fija el mundo en un estado ideal y
quieto. Y también, claro, está presente una cierta tendencia a la privatización
de la Historia, la cual, al parecer, será ultraliberal o no será. Es posible que el
registro de un escribiente de 1898 que recogió los datos de una simple decla-
ración verbal sea tan fiable como cualquier testimonio trasmitido durante dos
o tres generaciones por los habitantes de un pueblo. El problema es que hay
otras personas que suman al asiento burocrático argumentos del mismo géne-
ro: el recuerdo, la costumbre, lo contado. En ambos casos, es la tradición la
que establece las certezas personales. Todos están convencidos de que se
debe asignar a su ámbito el nacimiento (no basta que viviera allí muchos años;
parece que el acto del nacer, el salto del útero, la primera luz o el primer aire
son maś importante que la tierra que se pisa y la yerba que se pace) de una
persona a la que consideran estimable, lo cual, por supuesto, es un honor (un
doble honor) para el difunto, que, de vivir, es casi seguro que también dudaría
sobre su lugar de nacimiento: nadie lo recuerda; la memoria empieza mucho
más tarde a falsificar los hechos. Sesudos científicos (me acuerdo ahora de
Elizabeth Loftus, a quien quiero creer personaje de novela, pero que ha estu-
diado con dolor propio y ajeno los falsos recuerdos) sostienen que hasta en los
testimonios más directos puede haber falsedades inducidas o autoinducidas,
que todas las historias son construcciones y que las arquitecturas que las defi-
nen están cimentadas sobre nuestras débiles mentes, nuestros pobres
espíritus, nuestras lábiles necesidades. Así que lo único cierto son las cicatri-
ces y las sonrisas. No importa que algunos incluso hayamos tenido la suerte
de haber conocido (además de a nuestras madres, pero ¿son ellas fiables?) a
las comadronas que nos empujaron al mundo, y hayamos escuchado sus rela-
tos. Aun así, nunca tendremos la seguridad de que no nos confundieran con
nuestros hermanos o vecinos. Es triste, pero sólo los objetos (documentos, pie-
dras, manuscritos, fosas, huesos) son ciertos. Ellos no tienen sentimientos.
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Aunque los datos que aportan sean tan falsos como los caprichos del alma,
ellos son las sonrisas y las cicatrices.
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Qué fácil
17 11 2009
Qué fácil es escribir cerca de la lluvia. La máquina del agua proporciona
el estado de ánimo. La lluvia no es monótona; sólo lo son los cristales. Las go-
tas varían en densidad y ritmo. La luz tarda en hacerse poderosa. Los días son
más largos. La tierra gana impactos, frío, solidez de paradoja-esponja y, si al
anochecer escampa, espejos. Las palabras adquieren la calma de las bajantes
de flujo continuo. El sonido es todo.
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Todo era tan normal que parecía barato
25 11 2009
Por aquel entonces a todo el mundo le pareció normal que una empresa
de Comunicación, Multimedia e Innovación acabara de polucionar la energía
eólica que el gobierno regional ya había contaminado. Parecía normal que tu-
vieran acceso a la lista de las empresas participantes en el concurso para la
adjudicación de molinos de viento, ya que de alguna manera tenían que obte-
ner fondos para orientar a la opinión pública en el sentido justo y necesario
que impondría la aceptación de la contrafigura eólica con la misma pasión que
el anchoísmo dominante. Por algo llevaban años exhibiendo su pericia en el
arte del vacío mediante la creación y gestión de sitios web y la inmaculada
concepción de campañas para distintos servicios de la Administración. Del
mismo modo, todos entendían que orientar era la manera aceptable de decir
manipular, confundir y obturar. Por otro lado, nadie se había mostrado sor-
prendido cuando, poco antes, la Universidad le había dado a una cátedra el
nombre de la empresa, y eso parecía tan correcto como que la empresa se
proclamara experta en la creación de canales y entornos multimedia inteligen-
tes, lo cual por supuesto la ponía en la dimensión mágica reservada a aquellos
cuyos actos siempre deben ser admirados, elogiados, homenajeados sin rubor
ni escatimo de contratos. Era incluso un dato trivial que el periódico más di-
fundido participara en la trama celeste (perdóname Bioy) poniendo su
interpretación de la verdad al servicio de la causa correcta. Y resultaba más
que lógico que quienes se ocupaban incluso de promover algo llamado dinami-
zación del club de fútbol de la capital se identificaran con la comunidad hasta
el ayuntamiento de lo público y lo privado. ¡Pero si habían establecido un gran
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edificio de avanzada tecnología (siempre inteligente) en el centro de Cultural
City, lo habían llenado de arte y de secreta poesía y habían hecho imprimir mi-
les de páginas para decir estamos aquí, hemos llegado, somos los mejores, el
futuro (como el pasado y el presente) es nuestro!Por aquel entonces a nadie
llamó la atención que la pirámide se cimentara sobre un espacio (digital, por
supuesto) en el que sólo rotaban cifras recitadas por voces grabadas mientras
el dinero de todos, una vez más, estaba en otra parte.
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En el margen de un pergamino
30 11 2009
Paréceme inútil que sigamos escribiendo. ¿No hay demasiadas obras?
Creo que ya ha salido de las plumas cuanto un buen lector puede desear y mu-
cho más de lo que pudiera llegar a leer. Nadie necesita nuevas páginas, que
además no son sino repeticiones, variaciones de las mismas materias que ya
establecieron nuestros clásicos y que los modernos simplemente han empo-
brecido anegando en los piélagos de la providencia lo que era gran variedad
de corrientes paganas. Sólo una gran mutación de la cultura, o sea, de la vida
en el mundo y sus ciudades, sacaría del círculo estéril la posibilidad de encon-
trar nuevas novelas, nuevos poemas, nuevos dramas, comedias o tratados
amatorios. Algunos fingen superar ese frío abrazo pretendiendo trastocar los
cánones y géneros, pero el recuerdo de las constricciones e intenciones reapa-
recen en cada párrafo como cuando el aceite se separa pertinazmente del
agua, recordando que nuestro pensamiento busca las formas que le dieron
vida y que pocos ejercicios azarosos de nuevos contadores, novísimos líricos o
audaces imagineros sirven para entregar al olvido la arquitectura de los sue-
ños, de la que se nutren por igual nuestro universo y nuestras pasiones. Y
puede que llegue el día en que los escritores sólo escriban para otros escrito-
res con los que celebrar sus ceremonias y sus parafernalias y lustrar cortes y
torneos. Y entonces se habrá mordido la cola la serpiente del aburrimiento.
Paréceme inútil, pero pienso también que no hay dique que no se rompa ni
placer que no retorne cabalgando un dragón loco.
Anotación en una página de las Peroratas desde la cresta del es-
polón, de Interdicto de Santanderio, chantre, bufón y secreto hereje.
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Misterios de la rue Berton
13 12 2009
¿Qué ocurrió el 4 de junio de 1903 para que alguien maldijera esa fecha
en una pintada recogida por Guillaume Apollinaire en 1918 de entre las mu-
chas de una calle de Auteuil? Un poco antes, otro graffiti había llamado la
atención del autor: en él Lili d'Auteuil declaraba sobre un corazón flechado
amar a Totor du Point du Jour, un nombre que se refiere al alba. Y al final de
la calle había un parque maravilloso con un buzón de correos. . .
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Invasiones
21 12 2009
Ya son estereotipos las primeras impresiones de una invasión.
En las ciudades portuarias, la inminencia se percibe desde los tiempos
clásicos como una calma inopinada de la mar, una ausencia de gaviotas y alca-
traces y un amanecer límpido. Ya se sabe: presencias que acechan, que han
llegado durante la noche o que esperan su momento más allá del horizonte.
En esas ocasiones, como cuando los veleros demuestran la esfericidad del
planeta, se descubre que el horizonte no tiene nada de ideal ni de geométrico,
sólo que ahora no es un escalón impertinente, sino una cortina de leyendas
tan sólida como un muro.
Pero son más de nuestro tiempo las irrupciones de máquinas o de biotipos
transgénicos.
De repente, uno dobla una esquina y se topa con un tanque, un castillo de
metal con una máscara antigás en la torre del homenaje. O surgen del vacío
resortes gigantes sembrados como dientes de dragón por un depredador inter-
galáctico que ha pasado siglos tramando aterrorizar a los terrícolas antes de
zampárselos. (Ahora me acuerdo de aquel relato de Damon Knight en el que
los extraterrestres venían equipados de un libro de cocina titulado Cómo ser-
vir al hombre. ) O se mimetizan con los detritus de las aceras crecientes
amebas hambrientas, de una simplicidad escalofriante, depositadas en los ex-
trarradios de las ciudades por las gónadas de la gran flota estelar. O aletean
caricaturas de grifos que se apoderan del aire y obligan a los humanos a re-
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cluirse en rascacielos y a no relacionarse más que mediante internet y los ma-
terializadores de materia inanimada.
O sobreviene cualquier vanguardia de otro ámbito poderoso asentado en
nuestro miedo a ser esclavizados.
Detrás, en lugar seguro, lagartos, ectoplasmas, emperadores o reyes de
las finanzas.
Enlaces relacionados:
- Invasión (fotografías):
http://fotoblog.unoscuantostextos.org/2010/07/24/invasion/
- La última de las últimas (en francés):
http://www.lieudit.unoscuantostextos.org/dans-l-art/article/camouflage-la-der-
des-ders
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Haití
17 01 2010
Pero, a la vuelta de un sendero, las plantas y los árboles parecieron secar-
se, haciéndose esqueletos de plantas y de árboles, sobre una tierra que, de
roja y grumosa, había pasado a ser como de polvo de sótano. Ya no se veían
cementerios claros, con sus pequeños sepulcros de yeso blanco, como templos
clásicos del tamaño de perreras. Aquí los muertos se enterraban a orillas del
camino, en una llanura callada y hostil, invadida por cactos y aromos. A veces,
una cobija abandonada sobre sus cuatro horcones significaba una huida de los
habitantes ante miasmas malévolos. Todas las vegetaciones que ahí crecían
tenían filos, dardos, púas y leches para hacer daño. Los pocos hombres que Ti
Noel se encontraba no respondían al saludo, siguiendo con los ojos pegados al
suelo, como el hocico de sus perros. De pronto el negro se detuvo, respirando
hondamente. Un chivo, ahorcado, colgaba de un árbol vestido de espinas. El
suelo se había llenado de advertencias: tres piedras en semicírculo, con una
ramita quebrada en ojiva a modo de puerta. Más adelante, varios pollos ne-
gros, atados por una pata, se mecían, cabeza abajo, a lo largo de una rama
grasienta. Por fin, al cabo de los Signos, un árbol particularmente malvado, de
tronco erizado de agujas negras, se veía rodeado de ofrendas. Entre sus raí-
ces habían encajado -retorcidas, sarmentosas, despitorradas- varias muletas
de Legba, el Señor de los Caminos.
Alejo Carpentier. El reino de este mundo.
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Días sin obras
6 02 2010
Antes de que los estadounidenses abrieran el Canal de Panamá, lo intenta-
ron los franceses. La empresa fue impulsada por Lesseps, que había triunfado
en Suez abriendo una zanja en el desierto con ideas que no pudo aplicar en la
selva. El intento duró más de diez años. No existe un dato aceptado sobre las
vidas que costó, aunque se considera que fueron más de 20000. Por lo visto,
es mucho más difícil calcular en vidas que en dinero porque los seres huma-
nos son fácilmente reemplazables. Por eso el escándalo de la excavación
inacabada, una gran tumba, sólo fue financiero. Los promotores abandonaron;
los obreros supervivientes, venidos de todas partes del mundo, fueron despe-
didos y repatriados. Los hospitales construidos para apenas paliar los estragos
de la malaria, las residencias de los ingenieros, las carreteras, los terraplenes,
los talleres, las grandes dragas, las excavadoras a vapor, las líneas telegráfi-
cas y telefónicas, todo fue entregado al regreso de la selva a lugares con
nombres de arquitecturas fantásticas, como el desviado río Chagres o el tajo
brutal de La Culebra. Mientras los franceses fracasaban y comenzaban a defi-
nir el retroceso de Europa, los norteamericanos iban cimentando la política
que conduciría a la separación de Panamá de Colombia y a la conclusión del
paso que dividiría las Américas. Durante los años de inacción entre los dos
proyectos de juntar los mares, el periodista Richard Harding Davis visitó la
zona y se sorprendió del raro orden en que encontró los edificios, herramien-
tas y maquinaria. Pese al empuje de la vegetación, las cosas presentaban una
calma cartesiana, inquietante, como de un cuartel rendido sin perder la disci-
plina a un ejército enemigo que no tuviera prisa por ocuparlo.
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We had read of the pathetic
spectacle presented by thousands of
dollars' worth of locomotive engines
and machinery lying rotting and rus-
ting in the swamps, and as it had
interested us when we had read of it,
we were naturally even more anxi-
ous to see it with our own eyes. We,
however,did not see any machinery
rusting, nor any locomotives lying
half buried in the mud. All theloco-
motives that we saw were raised
from the ground on ties and protec-
ted with a wooden shed,and had
been painted and oiled and cared for
as they would have been in the Bald-
win Locomotive Works. We found the
same state of things in the great ma-
chine-works, and though none of us
knew a turning-lathe from a sewing-
machine, we could at least unders-
tand that certain wheels should
make other wheels move if
everything was in working order, and
so we made the wheels go round,
and punched holes in sheets of iron
with steel rods, and pierced plates,
and scraped iron bars, and climbed
to shelves twenty and thirty feet
from the floor, only to find that each
bit and screw in each numbered pi-
Habíamos leído acerca del la-
mentable espectáculo ofrecido por
locomotoras y maquinaria valoradas
en miles de dólares que yacían pu-
driéndose y oxidándose en las
ciénagas, y como nos había interesa-
do al leerlo, estábamos aún más
ansiosos por verlo con nuestros pro-
pios ojos. Sin embargo, no vimos ni
máquinas oxidadas ni locomotoras
medio enterradas en el fango. Todas
las locomotoras que encontramos
estaban firmes sobre el terreno y
protegidas con cobertizos de made-
ra, y habían sido pintadas y
engrasadas y atendidas como lo hu-
bieran hecho en las Industrias
Baldwin en Filadelfia. El mismo esta-
do de cosas encontramos en los
talleres, y aunque ninguno de noso-
tros conocía ni el torno de una
máquina de coser, podíamos al me-
nos comprender que ciertas ruedas
podrían mover a otras si cada cosa
estaba en su lugar, y así hicimos a
las ruedas dar vueltas y perforamos
agujeros en hojas de hierro con vari-
llas de metal y horadamos chapas y
recortamos barras de hierro y trepa-
mos a estanterías situadas a veinte y
treinta pies del suelo, sólo para en-
104
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geon-hole was as sharp and covered
as thick with oil as though it had
been in use that morning.
contrar que cada pieza y tornillo re-
lucía en su casilla numerada bajo
una capa de aceite como si hubiera
sido usado esa mañana.
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A propósito de La cinta blanca, de Michael Haneke
21 02 2010
Aconsejo humildemente a los que trivializan las secuelas de una educa-
ción autoritaria, a los que la invocan y a los que buscan la comodidad del
ordeno y mando para solventar los problemas de la sociedad que vean La cin-
ta blanca, de Michael Haneke. También se la recomiendo a los que se
encuentran a gusto en medios castrenses o conventuales o escalando en los
departamentos de recursos humanos, porque en esos ámbitos, enmascarados
en la jerarquía, se sienten libres(?) de dar rienda suelta a los instintos que mé-
todos similares les inculcaron. Y se la recomiendo, por supuesto, a toda la
inmensa mayoría que alguna vez ha sufrido los manejos de esos especímenes.
Esta película resume de un modo impecable los monólogos que los dominantes
quieren hacer pasar por diálogos ante los dominados y los discursos que pre-
tenden justificar las bofetadas. Cuenta de modo magistral esa historia por
tantos sentida en la que sacerdotes, terratenientes, administradores y burgue-
ses aplican a los débiles sus disciplinas con esa suerte de placer sádico-
hipócrita (me duele a mí más que a ti) legitimado por el principio patriarcal de
la obediencia debida. Cuenta con toda claridad lo que sospechábamos: que de-
bajo de la veneración a la autoridad no hay más que miedo y autoengaño. Pero
también describe cómo los hijos de la represión, si no tienen la suerte de en-
contrar por el camino de Damasco un sano libertinaje que los vuelva a subir al
caballo, perfeccionan los códigos del dolor y se hacen dignos sucesores de los
expertos en la imposición de normas, en la justificación de las arbitrariedades
mediante los recursos aprendidos en horas de sermones y en la atribución de
sus propios deseos a los designios de la divinidad, que ha creado el mundo a la
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medida de los sacerdotes, o a la razón del poder, que ha configurado la socie-
dad a la medida de los ricos. Y la naturaleza reprimida vuelve en forma de
naturaleza represora. Los mecanismos del poder indiscutido se replican en
cada unidad familiar, escolar, laboral, como los cuadrados en las alfombras de
Sierpinski. Todo en la sociedad es permeable a los hábitos, las jerarquías y las
desigualdades. Los que pagan el precio más alto son los más indefensos o los
que no pueden permitirse el lujo de huir del látigo o del chantaje del hambre.
Creo que Haneke ha hecho con los instrumentos de la ficción un análisis muy
preciso de la sociedad europea que armó dos guerras mundiales. No hay retó-
rica que desvíe la atención o acepte el juego de los manipuladores; sólo un
relato puesto en boca de un hombre sencillo, enamorado y entristecido por las
tiranías que lo rodean. No hay grandes tesis; sólo los hechos, que se van fil-
trando entre los días y dejando un poso de consecuencias en manos del azar.
Lo necesario para atisbar por qué ocurrió lo que sabemos. Parece ser que el
buen cine todavía existe. Díganlo por ahí, por favor.
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Preverano con Franz y Sigmund
8 04 2010
Llevaba toda la noche soñando que una inundación medio sumergía la ciu-
dad, y le gustaba porque podía pasear en barca (una pequeña barca de remos
que movía sin esfuerzo) entre los edificios y saludar a la gente que se asomaba
a las ventanas. Y era una pena por los comercios, pero el día era espléndido y
poco a poco las que habían sido calles y ahora eran canales se iban llenando
de embarcaciones como la suya y más grandes, algunas de lujo, algunas enor-
mes, que la verdad estorbaban un poco, y la gente pescaba desde las bordas
con cañas adornadas con cintas y banderines de colores alegres, y luego asa-
ban los pescados en parrillas montadas sobre balsas atadas a muertos por
orinques (como decían sin pena los que ahora parecían haber sido siempre
marineros) y la gente los comía con las manos y los acompañaba con vino o
cerveza y todo era muy barato, demasiado barato, dijo alguien. Y se pregunta-
ba cómo era posible que todos tuvieran embarcaciones y de dónde había
salido tanta pesca sí ahí abajo sólo había asfalto y farolas y semáforos y más
abajo aún alcantarillas, y muchos decían que lo mejor sería despertar del sue-
ño antes de que las cosas se torcieran, ahora que todo iba bien y las almejas a
la brasa tenían ese delicioso sabor salino.
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Vuelve el animal flor del viento
18 04 2010
Para qué lo voy a explicar yo si está mejor explicado aquí: http://anemo-
napoesia.blogspot.com/2010/04/anemona-n-5.html.
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La Segunda Ucronía Mundial
1 05 2010
Las utopías me suelen parecer demasiado beatíficas, aunque, por respeto
a Eduardo Galeano, admito que pueden servir para seguir avanzando. Prefiero
las distopías, por su carga crítica y su tendencia al humor amargo. Y lo que
más me gusta es el tercer plano de los mundos improbables, las ucronías, es
decir, los relatos obtenidos por métodos contrafactuales aplicados a periodos
de hechos más o menos homologados por los medios correctores. Ya sé que la
reescritura de la Historia y de nuestras pequeñas historias es una tentación
para todos. Supongo que incluso los historiadores más honrados tienen que lu-
char contra el deseo de abolir el dato que no encaja en el prejuicio o el
descubrimiento que esclaviza la confirmación de la hipótesis. Los profesiona-
les de la política lo hacen constantemente por motivos obvios y los súbditos lo
hacemos para soñar que aquella plaza de aparcamiento estaba libre o que
nunca cogimos un autobús equivocado. Quizá sólo los locos no lo hacen, por-
que sienten que su mundo siempre es verdadero; pero esa sí que es una
historia alternativa a esta. Sin embargo, dejando aparte las grandes mentiras
y los pequeños autoengaños, cuando intervenimos sobre el pasado con ánimo
crítico y creativo, a veces conseguimos que surja del juego una mejor com-
prensión del presente. O por lo menos pasar un buen rato. Dentro del género,
hay una tradición que ha puesto el foco sobre el tema de la Segunda Guerra
Mundial y el ascenso de los movimientos fascistas. Me vienen ahora a la me-
moria las novelas El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, La conjura contra
América, de Philip Roth, El sueño de hierro, de Norman Spinrad, o el proyecto
cinematográfico Iron Sky, que merecería un artículo propio. Pero hoy toca ha-
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blar de Quentin Tarantino. Hace poco vi Inglourious Basterds y me pareció
tremenda y maravillosa. En ella se cuenta cómo la Segunda Guerra Mundial
tuvo otro final gracias a los caminos convergentes de una chica judía y un gru-
po de guerrilleros de métodos muy sucios reclutados entre la escoria (valga la
palabra de raro homenaje al yiddish Isaac Bashevis Singer) que suelen dejar a
su paso los comienzos de las guerras. Los soldados, judíos nada regulares en
busca de venganza, están a las órdenes de un teniente mestizo de Tenessee
cuyos discursos antirracistas predican una guerra santa contra los nazis y re-
cuerdan aquella parrafada bíblica (falsa, por cierto) de Samuel L. Jackson en
Pulp fiction. Pero eso es sólo una pequeña parte del elenco y un pobre retazo
de una película que homenajea al cine mientras señala el turbio papel del sép-
timo arte como excitador de los más bajos sentimientos patrióticos al servicio
del propagandista Goebbels, las exquisitas maneras de los jerarcas de la Ges-
tapo (que parecen ir a comerse el mundo como comen strudel cubierto de
nata en un restaurante de lujo) y, de paso, con salvaje frescura, introduce una
reflexión sobre la memoria histórica y sobre las marcas indelebles que, de ha-
cer caso al teniente Aldo Apache Raine, deberían delatar a los criminales y sus
cómplices. Y además es una película bella y divertida. Y, sobre todo, es buen
cine.
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Raqueros
1 05 2010
Hasta mediados del siglo XX era frecuente en Santander (hay incluso un
monumento) la figura del raquero, pero es probable que lo único exclusivo, en
esa acepción (El DRAE la recoge con un sentido más amplio, en referencia a
los ladrones de los puertos o como un tipo de embarcación), sea la palabra (lo
cual es mucho). El término inglés (wrecker) hacía referencia a los saqueado-
res de naufragios. Éstos también abundaban por toda la costa cantábrica, pero
esa, aunque próxima, es otra historia.
En Santander se llamaba raqueros a los niños que deambulaban por las
machinas (otra palabra propia que rastrear: los muelles de maderas salitrosas
y resbaladizas. ), vivían de lo que podían, nadaban en las dársenas y, al igual
que las descargadoras de los barcos (La descarga de los barcos fue en Santan-
der cosa de las mujeres desde tiempos muy antiguos. Las crónicas de viajeros
y guías para turistas del XIX consideraban su trabajo un espectáculo digno de
verse, tanto por la fortaleza y habilidad que demostraban al cargar los fardos
sobre las pasarelas como por sus gritos y su vocabulario), constituían una
atracción para el turismo.
Durante los atraques de barcos de pasajeros, éstos lanzaban monedas por
las bordas para que los niños buceasen en su búsqueda. Parece ser que siem-
pre sacaban el tesoro.
Se ha escrito bastante sobre estas actividades portuarias. José María de
Pereda hizo un buen retrato en sus Escenas montañesas y en Sotileza.
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André Gide también trató el asunto, claro que más brevemente, al descri-
bir una de estas esperas del pasaje en su maravilloso Viaje al Congo. De paso,
nos entregó lo que me parece una estampa certera de la época colonial:
Imaginamos tiburones de juguete, pecios de juguete, para naufragios de
muñecas. Los negros desnudos gritan, ríen y se pelean enseñando dientes de
caníbales. Las embarcaciones flotan sobre [la mar de color d]el té, al que ara-
ñan y labran con pequeños zaguales en forma de patas de palmípedos, rojos y
verdes, como se ven en los números náuticos de los circos. Unos buceadores
atrapan las monedas que les lanzan desde el puente del Asiae hinchan con
ellas las mejillas. Esperamos que las chalupas estén llenas; esperamos que el
médico de Grand-Bassam venga a entregar no sé qué certificados; esperamos
tanto tiempo que los primeros pasajeros, descendidos demasiado pronto a las
barquillas, y los funcionarios de Bassam, demasiado presurosos en recibirlos,
balanceados, sacudidos, molestados, caigan enfermos. Los vemos inclinarse a
izquierda y derecha para vomitar.
(On imagine des joujous requins, des joujous épaves, pour des naufrages de poupées. Les nègres nus crient, rient et se querellent en montrant des dents de cannibales. Les embarcations flottent sur le thé, que griffent et bêchent de petites pagaies en forme de pattes de canard, rouges et vertes, comme on en voit aux fêtes nautiques des cirques. Des plongeurs happent et emboursent dans leurs joues les piécettes qu’on leur jette du pont de l’Asie. On attend que les barques soient pleines ; on attend que le médecin de Grand-Bassam soit venu donner je ne sais quels certificats ; on attend si longtemps que les pre-miers passagers, descendus trop tôt dans les nacelles, et que les fonctionnaires de Bassam, trop empressés à les accueillir, balancés, secoués, chahutés, tombent malades. On les voit se pencher de droite et de gauche, pour vomir).
Creo que si una hermandad histórica existe entre los nadadores portua-
rios pobres es esa labor de recolección de monedas de turistas.
Aunque en nuestro ufano Norte han desaparecido de las aguas de los
muelles los buceadores mendigos (pero no hay capital de este lado del espacio
de Schengen sin niños mendigos), siguen presentes en los macropuertos del
Sur, que han ido atrayendo poblaciones desesperadas del interior de los conti-
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nentes. Por cierto que, en los tiempos de Gide, Konakry, Dakar, Bathurst o
Brazzaville eran más habitables que ahora.
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Variación
12 05 2010
Cuando el volcán despertó, el planeta todavía estaba allí.
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Los peligros del desempleo
21 05 2010
(. . . ) La sociedad de cada época, a través del desempleo, frustra al hom-
bre humilde en su actividad normal diaria y en su autorrespeto, le prepara
para ese último estadio en el que asumirá sin rechistar cualquier función, in-
cluso la de verdugo.
(Hannah) Arendt contaba una historia: un miembro de las SS es reconoci-
do por un antiguo compañero judío del instituto cuando éste es liberado de
Buchenwald. El judío se queda mirando a su antiguo amigo, y el de las SS
dice: "Debes comprenderme, he estado cinco años en el paro. Pueden hacer lo
que quieran conmigo".
Greil Marcus. Rastros de Carmín (1989).
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La constitución de la primavera
30 05 2010
Hacía calor y lloviznaba como una bendición erótica. Las gotas microscó-
picas de agua, templadas por la contención del aliento de la neblina que ellas
mismas tejían, pulsaban milímetros cuadrados de piel a temperaturas insensi-
blemente diferentes para constituir en el conjunto una variedad excitante (es
la palabra exacta) de caricias absortas, adsorbentes, y a ellas se agregaban las
salinidades del sudor y la saliva, de suerte que la estación se definía, por fin,
palpable en moléculas e iones, carnal, real, animal, como la eyaculación de un
sueño.
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Prospectiva siniestra
6 06 2010
Acabadoslos tiempos simples de la
Destrucción Mutua Asegurada,sustituidos los bloques simétricos por
imperios en disgregación,feudos en ascenso y reinos tribales hambrientos,si no hay en lo que llamamos Norte u Occidente
una reacción muy firme de sus habitantes que obliguea sus gobiernos y poderes
a dejar de imponer y apoyar en el resto del mundogobiernos y poderes títeres y cómplices,
negociar con los países no industrializadosuna distribución justa de la riqueza
y de la tecnología para el desarrollo,reorganizar en todo el planeta
los modelos de producción,consumo, comercio y explotación
de la naturaleza,entonces es muy posible que
la lucha por el dominiode las energías fósiles,de las tierras fértiles
y de las materias primas en general,el deterioro del ecosistema,las oleadas demográficas,
la extensión del pánicoy el deterioro de las libertadesculminen en una multiplicación
de los enfrentamientos armadoshasta alcanzar un grado
que podríamos denominarsin ápice de exageraciónTercera Guerra Mundial.
(Anónimo. Libro de la Insoportable Perspectiva. Advertencia 3017) .
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Tradición
15 06 2010
Ocupó la plaza un grupo de hombres vestidos con blusones blancos y pan-
talones negros, calzados con alpargatas, protegidos con capas de cuero de
cortes irregulares y tocados con gorros de fieltro altos, grises y desviados. Lle-
vaban largos bastones que comenzaron a lanzar al aire con todas sus fuerzas.
El juego, deporte o ceremonia consistía en evitar que el garrote, afilado por
los dos extremos, tocara el suelo. Los participantes podían capturar bastones
ajenos además de los propios y, en ese caso, el que había perdido su arma
abandonaba la plaza con gran vergüenza, entre los abucheos del público. Era
una actividad peligrosa. Los palos alcanzaban gran altura y caían con fuerza, y
los celebrantes ponían tanto empeño en atraparlos que a veces, a pesar de las
capas y los sombreros, se producían golpes y arañazos. También se empuja-
ban entre sí, se bloqueaban los unos a los otros y hasta se daban codazos y
puñetazos. Todo lo cual lo hacían sin dejar de reírse, al menos mientras esta-
ban en liza. No quedó muy claro cuándo decidió el jurado, compuesto por las
autoridades civiles, militares y religiosas, que se debía dar paso a la segunda
parte del espectáculo. El caso es que sonó un cuerno y los hombres dejaron en
el suelo de la plaza las capas que los habían cubierto y se retiraron. Entonces
entraron una docena de mujeres ataviadas con vestidos blancos sobre los que
se pusieron las prendas masculinas, sin importarles la sangre ni el sudor, y
empezaron a bailar un baile casi sin movimiento, apenas con medios giros de
cinturas sobre los pies estáticos, afianzados en el suelo de piedra. Y con el bai-
le comenzó entre los espectadores un rumor que durante mucho tiempo creció
hasta convertirse en un grito. Cuando la intensidad del grito, prolongado has-
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ta el dolor, se hizo insostenible, irrumpió un silencio tajante que afectó incluso
a niños, pájaros y perros. Un silencio excesivo, tenso. Pero enseguida se deshi-
zo la falsa calma y comenzaron las conversaciones, y la gente se fue
dispersando hacia los bares y los políticos se subieron a los coches oficiales
mientras los secretarios miraban las agendas para saber dónde tocaba a conti-
nuación comenzar el verano.
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Tres afirmaciones
26 06 2010
Raymond Roussel cruzaba los océanos para no desembarcar o no salir del
hotel. Permanecía en su camarote en puertos exóticos, Singapur, Shanghái,
Otaheite, atisbando como mucho aguas turbias y bultos de estiba por un ojo
de buey y sintiendo sin embargo la emoción estética y aventurera que ha he-
cho de viajar un arte.
Conocí a un tipo para el que todas las playas eran la misma, y esta idea le
obligaba a visitarlas una tras otra, a tumbarse en arenas de texturas que nun-
ca coincidían, alejadas entre sí miles de kilómetros, bañadas por aguas cuyas
tonalidades variaban desde la transparencia (y le daban miedo las estrellas de
mar del fondo) hasta la oscuridad azul impenetrable (y le aterrorizaban los
monstruos marinos de ojos de fósforo que adivinaba), pasando por todas las
luces de la molicie estival, los más complejos salitres, recibiendo rayos solares
de intensidades y latitudes diferentes. "Pero son todas iguales", decía.
Un día me contó un futbolista que odiaba meter goles. Era delantero cen-
tro, un gran ariete. No fallaba. Casi siempre la clavaba por la escuadra. Le
gustaba hablar conmigo porque detesto el fútbol. "Es repugnante -explicó- esa
situación que se crea cuando metes un gol y el público vocifera y los compañe-
ros se te echan encima, te tiran al suelo y te embadurnan con sus sudores. Tú
estabas un instante antes a solas con tu fatiga, concentrado en el juego, en la
idea del juego, que es el juego de verdad, no ese plano estrecho del campo
que ves, sino el mundo visto desde el aire, todo en un esquema exacto en tu
mente, los otros jugadores, la portería, las lineas blancas, el estadio, el balón,
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el árbitro, las leyes de la gravedad, la Física y la Geometría, y tiene que ser
exacto, porque si no, no sale la jugada y el balón no entra. Y actúas en conse-
cuencia. Y cuando aciertas con las coordenadas de todo eso, cuando todo se
conjuga, surge la batahola y la felicidad se derrumba en ese griterío".
____
Enlace relacionado: Ilustraciones de Henri-Achille Zo para las "Nuevas
impresiones de África" de Raymond Roussel (http://fotoblog.unoscuantostex-
tos.org/2010/07/24/ilustraciones-de-henri-achille-zo-para-las-nuevas-
impresiones-de-africa-de-raymond-roussel/)
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Viajes
10 07 2010
-¿Qué va usted a buscar allí?
-Espero a estar allí para saberlo.
André Gide. Viaje al Congo (1927).
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De fotógrafos y testigos
28 08 2010
Gracias a Joaquín Gómez Sastre (http://www.joaquingomezsastre.blogs-
pot.com/) descubrí esta entrevista con Jean-François Leroy,
(http://www.periodistas-es.org/fotografos/jean-francois-leroy-el-fotoperiodis-
mo-consiste-en-ser-testigo-de-la-realidad) director del festival de
fotoperiodismo Visa pour l’Image, que no puedo evitar comentar con la confu-
sa perspectiva de un tipo del siglo XXI acostumbrado a ver fotos, muchas
fotos, cientos de fotos todos los días y en todas partes.
Desde la frase escogida como título (el fotoperiodismo consiste en ser tes-
tigo de la realidad), no puedo evitar le sensación de estar leyendo, más que un
análisis serio, las legítimas preocupaciones de un profesional que ve peligrar
sus intereses entrelazadas con intentos de reivindicar algo que a veces me pa-
rece un discurso ético, a veces un pasado más tranquilo y a veces la necesidad
de un cambio no definido. No dudo de la honradez de Leroy ni de su compro-
miso con las causas que requieren que los informadores velen por la justicia,
pero creo que es muy difícil hacer llegar a los demás una reflexión sobre el fu-
turo de un medio de expresión artística y periodística desde el temor a perder
el modus vivendi o cuando menos el modus operandi sin explicar al detalle por
qué lo anterior era mejor que lo nuevo. Es decir, es muy difícil no levantar sos-
pechas. ¿Quiere decir que el fotoperidodismo era antes más honrado? ¿Que
los medios eran más éticos? ¿Qué los profesionales eran más respetados y es-
taban mejor pagados? En ese sentido, creo que todo está muy claro. Los
mercados decidirán el futuro de los profesionales de la fotografía, es decir, se-
rán sometidos implacablemente a las leyes de la oferta y la demanda, y la
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demanda será establecida por los compradores con las desviaciones típicas
del influjo publicitario y los focos mediáticos que determinen los propietarios
de los medios de distribución. O sea, nada nuevo bajo el sol.
Ahora bien, creo que cuando Leroy habla de la situación creada por la
evolución de las técnicas fotográficas peca de simplista al lamentar la multipli-
cidad de objetivos fotográficos. El ejemplo de Shakeaspeare y los bolígrafos se
me hace erróneo. No sé si la proliferación de escritores, escribientes o escri-
banos ha sido mala para la literatura, pero me parece que ha sido buena para
la difusión de cultura, dicha esa palabra sin mayúscula alguna, por más que la
mercadotecnia de los best-sellers oculte a las buenas obras de pequeñas tira-
da y promoción. La palabra y la imagen no son absolutamente independientes
de los instrumentos que las soportan, pero van a seguir siendo palabras e imá-
genes incluso cuando averigüemos cómo utilizar la telepatía para difundirlas
(y entonces tendremos un motivo de debate sobre la virtualización del mundo
y no podremos pedir archivos RAW como pruebas). Si acaso, tanta letra impre-
sa a mano o a máquina ha dificultado la definición de escritor profesional o la
de profesional de la escritura con una amplia gama de situaciones intermedias
que no creo que hagan mal a nadie. Puede que no haya más genios (o sí, pero
ser considerado genio se basa en la escasez de iguales, ¿no?), pero hay más
lectores.
La fotografía ha tardado más porque se trataba de hacer algo más compli-
cado que un bolígrafo; pero Leroy se queja, o eso parece, de la facilidad de
acceso a las imágenes, de sus consecuencias, de la sobreabundancia y de la
falta de control sobre la distribución (distribución que, por otra parte, tampo-
co antes controlaban los fotógrafos, sino sus contratantes). Y tiene razón en
cuanto a que eso pueda perjudicar a los que viven de su cámara. Pero es que
también se queja de que éstos manipulan, interpretan y seleccionan. Eso tam-
poco es nada nuevo, y en su propio análisis está la explicación: si se trata de
los valores estéticos de una fotografía, normalmente la mirada del profesional
debería ser la más certera (acabo de escribir esto y me doy cuanta de cuán
discutible es; no obstante dejémoslo así, en brazos de la duda), pero no sólo
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no es la estética la única emoción de una imagen: además, su peso en el con-
junto no es fácil de delimitar del contenido informativo, de la fuerza del
momento o del estado de ánimo previamente instaurado en la mirad del obser-
vador. Una foto hecha con el móvil puede informar con mayor eficacia que
cualquier gran ejercicio de reporterismo arriesgado, cualificado y contrastado.
Y aquí creo que surge la esencia de la paradoja: el profesional se ve obligado a
parecerlo y manipula, interpreta, filtra, colorea, enmascara o, simplemente,
prepara la escena, reacomoda al francotirador y hace más brillante la piel
mate de la víctima. De los fotógrafos del móvil (a quienes el entrevistado pare-
ce acusar de malvender fotos, es decir, de tener poca visión comercial) nadie
espera que sepan usar el Gimp o el Photoshop. Son ambiciosos, sin duda, y
quieren sus cinco minutos de fama o denunciar la injusticia o ambas cosas a la
vez con el mismo empeño que los profesionales. Pero son torpes, encuadran
mal y no saben vender. Su único mérito es que están junto a la noticia y saben
mandar mensajes multimedia. El problema del fotoperiodismo, ¿no será que
ahora hay muchos más testimonios y también más espejismos?
Por otro lado, sería cuestión de hablar de la sobreabundancia de profesio-
nales, de la uniformidad estética que padecen sus trabajos (lo que les
diferencia de los advenedizos de la cámara celular, pero les hace cada vez
más iguales entre sí, como si la libertad de sus maestros se estuviera volvien-
do una suerte de tedio académico, con muchas y muy buenas excepciones, por
supuesto), de su no menos escasa independencia a la hora de publicar sus tra-
bajos en los medios 'tradicionales' aunque sean digitales, de porqué a muchos
nos gustan las malas fotos cotidianas y nada espectaculares que nos ofrecen
gratis los fotoblogs y de cómo el hecho de descender a la fosa de las Marianas
y hacer fotos perfectas no frena la necesidad de hacer más rojos los corales.
Pero se van a quedar por ahora en el tintero electrónico.
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"Left behind" de Jim Shaw en el CAPC de Burdeos
5 09 2010
El Centro de Artes Plásticas Contemporáneas (CAPC) de Burdeos está si-
tuado en un antiguo almacén de productos coloniales, un espacio de grandes
dimensiones que por sí solo merece la visita. Conserva el aire, el sonido y los
grafitis de su misión original. Es un lugar lleno de ecos mercantes con tintes
de templo laico donde las piezas de la exposición Left behind, de Jim Shaw, se
acomodan sin contradicciones.
Sahw es un artista de amplios ámbitos, y no solo por su afición a pintar
grandes telones teatrales. Es dibujante, pintor, escultor, escenarista, músico
(fundador del grupo pre-punk Destroy All Monsters) y coleccionista.
Parece que quiere reunir en su persona una panorámica, en página de có-
mic y con muchas viñetas escaladas mostrando acciones simultáneas, de la
generación de artistas a la que pertenece. Una generación que quizá no apre-
cia las generaciones, esa idea tan asociada en su país, USA, a las de pioneros,
padres fundadores, valores conquistados con sabor a carne de búfalo y esen-
cias (“preciosos fluidos corporales” que, diría el General Jack D. Ripper de
“Dr. Strangelove”) irrespirables en la paz de las urbanizaciones de tráfico len-
to y tartas de buena vecindad. Irrespirables porque la habitual retórica del
lugar quiere que esa paz esté cimentada en el miedo a perderlo todo por un
golpe de mano roja, amarilla o musulmana.
Un tipo este Jim Shaw que sin duda ama profundamente todo eso, pero al
que las pesadillas del otro lado de la moneda le hacen coleccionar y represen-
tar la parafernalia religiosa y visceral que acompaña al gran tinglado de la
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gran nación. Y además es californiano, del estado en el que la sociedad, dicen,
es más liberal, y en el que gobierna un actor europeo reconvertido en político
americano conservador. Dicho así, todo parece tan confuso…
Nuestro hombre en el museo es también creador (pero sostiene que sur-
gió en el siglo XVIII en el ‘cinturón bíblico”, donde rechazan con saña a los
evolucionistas) de una religión-sumidero, el O-ísmo, con divinidad femenina,
creyente en la reencarnación y enemiga de lo figurativo, en la que ha ido en-
cajando, de grado o por la fuerza de la razón que le ha dado la marea
integrista de su país, los iconos, las leyendas, los ritos y el canibalismo funda-
cional.
Al parecer, en lo tiempos de la gran expansión, abundaban los episodios
de exploradores hambrientos obligados a comulgar con sus iguales, y las ave-
nidas nacidas de las praderas cuando los vaqueros se convirtieron en viajantes
y la épica se refugió en centros comerciales y jardines con inevitables segado-
ras no sirven para asfixiar del todo esos orígenes ni los cementerios robados a
los indios. Dicen las leyendas que el canibalismo subsiste en los suburbios. Y
que desde la era Reagan ha aumentado.
En los escenarios y murales de Jim Shaw hay, por ejemplo, una mujer con
traje de los años cuarenta esperando o no sabiendo a dónde ir con una maleta,
en una esquina, ante un laberinto surreal flotante entre edificios prósperos y
misteriosos (rara conjunción la de estas dos palabras), de modo que uno tien-
de a pensar que esa mujer no deberá estar ahí, ante un mundo tan grande y
opaco, recién llegada a la ciudad que parece inesperada, como si en su lugar
hubiera sido más lógico que, al bajar del tren, encontrara un páramo. Y sabe-
mos que esa presencia casi esquinada ha devenido un tópico para dar lugar a
cualquier historia de amantes, ladrones y perdedores, la vida es así de bonita,
baby.
Pero tampoco parece buena idea (y sabemos que ocurrirá si un narrador
con los artificios de la buena serie negra no lo remedia) recluirla en una casa
con backyard donde reina la cortacésped (no puedo volver a llamarla segadora
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porque al lado hay una botella de leche repartida por empleados blancos en
furgonetas blancas y el periódico que ha lanzado con precisión el chico de la
bicicleta apenas muestra en portada el fango del sur agitado por los huraca-
nes), la bicicleta plegable que los niños siempre olvidan plegar, la tumbona
que el marido siempre olvida recoger, el aspersor aburrido que murmura
mientras se comentan las novedades del cine al aire libre y el nuevo coche de
la señora Robinson.
Y es bueno tener de fondo esa monotonía de agua que cumple los ciclos y
que sin embargo parece menos tediosa que el recuento de esos hogares tan
separados pero, como en el relato de John Cheever1, atados por piscinas co-
municantes. No puede quedarse ahí esa viajera, así de sola, sin tener al menos
la oportunidad de tirarlo todo por la borda durante un paseo por la inmedia-
ciones del rascacielos a cuya terraza no había subido nunca porque desde el
barrio en que cada casa tiene tiene su buzón y su cubo de basura esos lugares
elevados con bares parecen los templos donde los cálculos petrolíferos se
edulcoran con cuadros abstractos, superficies lisas y trazos poco angulosos,
con escasas concesiones a la expresión. Es el arte sin conflicto por excelencia,
la opción de los millonarios americanos desde los tiempos en que Rockefeller
rompió con Diego Rivera. Qué le vamos hacer. Sospecho que a Shaw no le
apasiona esa idea del arte.
Este tipo, Shaw, parece saber algo que los presidenciables de corbata
(sólo se la quitan para exhibirse ante la barbacoa y cuando mandan gente a la
guerra, y entonces salen con uniformes de combate aunque jamás hicieron la
mili) ocultan a las ilusionadas familias (siempre la familia) de la gran democra-
cia plutocrática. Quizá de ahí haya obtenido ese lienzo de tipos gordos con
penes exagerados que vuelan como espermatozoides. Se ve que aprecia las
mutaciones, y en la bandera las barras se han vuelto serpientes y al centro co-
mercial está atado un recién nacido, globo rosa cautivo al que nadie quiere
cortar los lazos.jimshaw19
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Son lienzos como fondos de escenarios. A veces los colores suaves, paste-
les, y la luz tamizada parecen desmentir la presunta agresividad del tema. En
un bosque de árboles curvos, ha tomado tierra el gurú-pulpo.
Tampoco faltan las referencias al terror, la conspiración, la necesidad de
explicarlo todo mediante los reconfortantes recursos místicos y/o extraterres-
tres, a los ritos masónico-amerindios, a los maestros flamencos y surrealistas,
a Pablo Picasso y al largo ferrocarril de costa a costa. Por cierto que el dólar
se ha vuelto de kriptonita.
En esta recopilación de obras, reunidas bajo el epígrafe de Left behind
porque se trata de descartes, de abandonos de escenografías de óperas-rock,
de arrepentimientos de otras exposiciones y de series sin acabar, sorprende la
coherencia. Es decir, se trata de obras segregadas a lo largo de la trayectoria
del artista de otros trabajos y ciclos cuya caída en las cunetas les ha hecho en-
contar su razón de ser en el resumen de una trayectoria que, volviendo al
asunto del coleccionismo, se complementa con una vitrina llena de estampas
religiosas recopilados por Shaw, exvotos gráficos que le sugieren las ilumina-
ciones que transforma en espectáculo.
Notas:
1. Me refiero a El nadador, que Frank Perry (con ayuda de Sidney Pollack)
llevó al cine en 1968 con Burt Lancaster como protagonista.
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La máquina de los deseos humildes
20 09 2010
En la instalación playera de Martial Rayse en el centro Pompidou-Metz1,
la estrella es un juke-box mucho más luminoso y curvo que los que había en
los bares de nuestra adolescencia, que eran cuadrados y grises, pero éstos
también concedían un par de minutos de alegres deseos a cambio de una mo-
neda. Creo recordar que Peter Handke escribió un ensayo sobre esos
aparatos. Lo apunto como lectura pendiente, otra de tantas. Nunca vi ningún
juke-box en la playa; no sé si lo imaginé alguna vez. Es posible que en algún
chiringuito, por la noche. ¿En qué película o novela alguien ponía canción tras
canción en un bar vacío mientras esperaba algo o a alguien bajo la mirada
aburrida del camarero que sacaba brillo a los vasos? No me acuerdo. Pero me
estoy acordando de los cuadros de Edward Hopper. ¿Estaré contando un cua-
dro suyo?
Notas:
1. Aquí hay un selección de fotografías: http://fotoblog.unoscuantostex-
tos.org/2010/10/04/centro-pompidou-metz-%C2%BFobras-maestras/
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El prisionero
12 10 2010
Cuenta Mario Vargas Llosa que, cuando supo que le habían concedido el
Premio Nobel de Literatura, estaba releyendo El reino de este mundo, obra de
Alejo Carpentier, comunista, diplomático del gobierno cubano, musicólogo y
precursor (viajero a la semilla, habría que decir) de lo que vino a llamarse el
boom de la literatura latinoamericana, cuyos asignados también pertenecen,
por lo general, a órbitas ideológicas alejadas del liberalismo del galardonado
hispanoperuano. En el caso de Vargas, sin duda, es fácil y casi obligado elegir
al escritor y olvidar al político, y viceversa. Dudo que a José María Aznar, de
leerla, le gustara 'La casa verde', por la que Hugo Chávez manifestó su admi-
ración mientras le recordaba al escritor que él sí había ganado las elecciones.
La derecha peruana, por cierto, no quiso votar a Vargas Llosa: prefirió a Fuji-
mori. Pero a veces, y no sé si por su culpa, me parece que nuestro autor está
preso en un laberinto mayor de lo común en las existencias contradictorias de
los seres creativos, un embrollo de caminos en el que cada vuelta lo envía des-
de su pasado de niño bien militarizado a sus primeros oficios de literato de
izquierdas, desde su literatura crítica y sus estudios sobre Gustave Flaubert y
Juan Carlos Onetti a las novelas evasivas que nunca lo harán alcalde de Santa
María y, quizá lo menos importante, pero lo más pertinente ahora por imposi-
ción de la unanimidad de los medios, desde su presente de por fin premiado a
esa situación intemporal en la que un lector/escritor disfruta de un libro de
Alejo Carpentier sobre Haití1 sin dejar de escuchar los sonidos del exterior,
por si se abre una puerta y consigue este señor de derechas dejar de ser pri-
sionero de la izquierda literaria, sea eso lo que sea.
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Notas:
1. Ver la entrada del 17.01.2010 en la página 102.
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¿La situación en Cantabria mejorará con la lluvia?
24 10 2010
El 8% menos de robado puro gasto sanitario señores diputados quién le
ha chafado el habano al presidente sube el paro autonomía abstenerse secto-
res que no sean de servicios estoy hasta los presuntos atributos de machos y
machadas la ley no es igual para todos/as dígame algo que no se haya dicho
hasta el hartazgo la saciedad el yo fumo donde quiero bajo multa de 90 euros
su ciudad cultural le agradece no venir más por el polígono industrial qué más
da si lo plausible es ese fluir del dinero público al río privado de ventana en la
otra esquina o el que te invita al yate digital para firmar el contrato pero eso
nunca ha sucedido abatido 6 a 1 el equipo local de la capital fundamental nun-
ca pierde se deja ganar por impotencia escénica los supporters sponsors y
projects managers lloran restringida la dicha a la capacidad insultante ¡¡¡goo-
ooollll!!! del albo álveo del caudal de bienes muebles e inmuebles mientras
muchos vuelven al arroyo estadístico ahora bien de qué cañas cuelgan esos
jargos conceptuales que aplaudimos como las algas antiguas que ya no llegan
a las playas aplaudían a los barcos con la marea baja desarbolada la flota pes-
quera destinadas las redes al turismo de prados de golf los parados a recoger
pelotas las mentes al estereotipo 8% menos de gasto público para la sanidad y
sin embargo viene un tiempo de limusinas y petimetres electorales y algo cla-
ma que esto es la definición de aburrimiento no me hagan por favor decirlo de
otro modo en estos tiempos de (per/pre)juicios estéticos.
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Literatura erótica potencial (oulipoporno S+X)
30 10 2010
El método oulipiano1 S+7 (inventado por Jean Lescure el 13-2-1961) consiste
en sustituir cada sustantivo (S) de un texto preexistente por el séptimo sustan-
tivo encontrado en un diccionario (S+7). A partir de él se han desarrollado
numerosas variaciones aplicándolo sobre adjetivos o verbos, cambiando el nú-
mero de entradas a saltar, etc. Aquí he utilizado el diccionario de español de
www.wordreference.com y evitado las palabras derivadas y los sinónimos. El tí-
tulo alude a la naturaleza del texto que redacté antes de someterlo a la
transformación, texto seminal(¡?) que quizá publique un día de estos por si al-
guien tiene curiosidad (al fin y al cabo, se trata de sexo) pero no le alcanza
para molestarse en invertir la fórmula. Supongo que el púdico velo impuesto
por la traslación de los nombres impide hablar en sentido estricto de Oulipopo
(Taller de literatura pornográfica potencial), pero, aparte de esta advertencia,
quizá queda en la modificación un aire familiar que nos permita hablar, aco-
giéndonos al prestigio, no sé si puritano, de un término impreciso que esquiva
las penetraciones, de Literatura Erótica Potencial. Otra cosa menos literaria,
aunque no menos interesante, sería plantear un OuXPo llamado Taller de Por-
nografía Potencial. . .
Abriéndose hasta rozar con las mansedumbres de unguis carmesíes en
fornitura de pinchos sobre papión de sedimentación la cabida ausente del ca-
maranchón, decorada con un cuajo en lacero de un gran falsete narcotino, y
con los pierrots la barranca de platelminto donde comenzaba una abogacía de
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pericarpios, la mulera elevó los caducifolios hasta orientar con la washingto-
niana bruta inversa la migración del homérico, lapicera de puñalada que
afirmó con latines de antebrazo para ocupar la humita, la vagancia perfecta, el
orate bilabial, y alcanzar con el diarero de carpaccio la nuera-arponero que
emitía el meloncillo de salame del plan.
Aquí jaimitadas y gencianas como mediofondistas de rivera.
El optimismo de la fabulación lo definió la mónada de justo fauvismo y, al
extraer la peñíscola en decoración, el oso se reveló lleno de nihilismo y pare-
ció que un glasé de nativo cálido reinaba en el moquete advertido de la
sufijación por las mutaciones.
Notas:
1. OuLiPo: siglas en francés de Taller de Literatura Potencial; mantengo la
denominación gala por ser más conocida que la traducción TaLiPo. El sitio ofi-
cial es www.oulipo.net.
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