Post on 21-Aug-2020
Camino de Santiago Sociedad AnónimaEn apenas una década la más famosa de las rutas jacobeas se ha mercantilizado hasta
extremos insospechados. El Camino de Santiago Francés es un gigantesco negocio que puede
de morir de éxito.
Un peregrino caminando entre Rente y Brea PACO NADAL 11 NOV 2016
Hice el Camino de Santiago por primera vez en 1994. Era además febrero, pleno
invierno. Y aún recuerdo sobrecogido la soledad que envolvía la ruta jacobea, la
escasez de infraestructuras. Kilómetros y kilómetros sin un mal bar en el que
comprarte un bocadillo o un albergue en el que guarecerte. O planificabas muy bien
la etapa o terminabas durmiendo bajo el porche de una iglesia. La escasa gente que
prestaba ayuda a los peregrinos lo hacía de forma desinteresada. Y uno aceptaba de
buena gana esas penurias porque llevaba muy a gala el viejo lema jacobeo: “El peregrino no exige, agradece”. Regresé desde entonces casi cada año al
Camino, o más bien a los caminos, como autor de las guías que publicaba la
editorial de este periódico. Y experimenté en primera persona la transformación de la ruta a Compostela. En aquel lejano 1994 había 70 albergues en los 800
kilómetros que tiene el Camino Francés. Este verano he contado 400. El caso más
ilustrativo es Sarria (Lugo), donde ya existen... ¡27 albergues! Los peregrinos
suponen un chorro continuo de dinero pasando por la puerta de tu casa. Y claro,
¿quién se resiste a desaprovechar ese maná?
Pero ese excesivo mercantilismo lleva camino de cargarse la esencia del
Camino.
Una señal informativa en Ambasmestas
Albergues privados
Si algo ha transformado el Camino Francés en los últimos años ha sido en la
aparición y proliferación de los albergues privados. En pueblos donde antes
únicamente estaba el albergue municipal o el de alguna asociación de amigos del
Camino ahora se cuentan por decenas. Nadie ha querido dejar pasar la gallina de
los huevos de oro que viene andando y pasa por delante de tu puerta.
Cualquiera que tuviera un caserón antiguo y ruinoso en un pueblo atravesado por las
flechas amarillas lo ha reconvertido en albergue. O mejor dicho, en hostels. Porque la
mayoría de esos nuevos albergues privados se parecen más a un hostelmochilero de cualquier ciudad europea que al tradicional albergue de peregrinos. Un dato:
en Reliegos, pequeño pueblo de León, donde en 2010 solo había un sencillo
albergue de la junta vecinal ahora hay seis. ¡Y ni siquiera es un final de etapa
tradicional!
El negocio es la cocinaEl gran negocio de los albergues privados está en la cocina. Si llegas a un
pueblo donde solo hay tres albergues y ni una tienda donde comprar pan, eres
cautivo del alojamiento porque es la única posibilidad para cenar esa noche y
desayunar el día siguiente. De tal manera que la factura media sale por unos 23 €:
10 € por dormir, 10 € por cenar y 3 € del desayuno. Como reconocían sin pudor
muchos propietarios: “Si pusiera cocina para uso de los peregrinos (como solía
haber en los albergues antiguos) sería contraproducente para el negocio,
ellos se cocinarían y no me comprarían el menú”.
Es de justicia decir que este tipo de albergues privados suelen estar más nuevos y
ofrecen mejores servicios que la media de los públicos.
Durante los meses de invierno empeoran las condiciones meteorológicas
Negocios de temporada
Otro hecho diferenciador es la temporada de apertura de los albergues. El 90 % abre
de marzo a noviembre. O de Semana Santa a finales de octubre. La
temporada donde hay más peregrinos. A los privados no les merece la pena abrir en
invierno para uno o dos caminantes que aparecen… ¡si es que aparecen!; la
calefacción cuesta mucho. “No estamos aquí para eso”, confesaba un propietario.
Una actitud racional desde el punto de vista empresarial pero que deja un
poco que desear si pensamos que esto es un camino de peregrinación. Es la
queja de muchos hospitaleros de albergues municipales y voluntarios que atienden
establecimientos públicos: “En noviembre solo quedamos abiertos los que nos
interesan los peregrinos de verdad. Si pasas un día de invierno sabrás qué
albergues están comprometidos con los peregrinos y cuáles con los billetes”.
Pon una flecha amarilla en tu calle
Desvío para ciclistas en La Faba, subiendo a O Cebreiro
“Al final todo se traduce en saber por dónde van las putas flechas amarillas”,
exclamaba la dueña de un bar, a la que le habían repintado de negro las suyas para
atraer a los peregrinos hacia otros bares. El tema no es nuevo (lo he visto
infinidad de veces desde la década de los 90), pero ahora que la oferta se ha
multiplicado, el problema también se ha agudizado. Es común ver flechas
mal pintadas, pintadas de nuevo, repintadas…indicando albergues, bares, terrazas.
Son habituales los roces, incluso peleas, entre propietarios de negocios para desviar
las flechas amarillas , de manera que pasen por su puerta y no por la de la
competencia. O por adelantar tu negocio. La ecuación es sencilla: si tú lo tienes en
el centro del pueblo, yo lo abro dos calles antes. Y luego otro va y lo abre al inicio del
pueblo. La ubicación es importante: en localidades con varios
albergues siempre se llenan antes los que aparecen primero. Es lógico:
el caminante no sabe si habrá sitio libre más adelante y además, llevas los pies
reventados y lo que quiere es parar a descansar ya.
Peor en bares y restaurantesUn peregrino veterano, con muchos caminos a su espalda, me decía recientemente
que le apenaba ver cómo trataban en algunos bares y restaurantes a los romeros.
“En los albergues es más fácil encontrar amabilidad, pero muchos de estos nuevos
bares y restaurantes que han surgido al calor del negocio tratan a los peregrinos fatal. Pasa lo mismo que en los aeropuertos: saben que es clientela
cautiva que además nunca va a volver”. El símil me pareció perfecto: si cada día
sabes que pasan 200, 300 o 500 personas por delante de tu negocio, que no van a
regresar –los trates bien o mal- y que hagas lo que hagas mañana tendrás otros
200, 300 o 500 nuevos para empezar el ciclo… la tentación de no cuidar las formas o el producto son muy tentadoras.También los peregrinos han cambiadoTodo el peso de este cambio no hay que achacarlo a los propietarios de negocios. Al
fin y al cabo el capitalismo se basa en oferta y demanda. Si existe esa oferta, es
porque cada vez hay más gente que la demanda. La popularización de la ruta
compostelana ha hecho que el más famoso de los caminos, el Francés, se convierta en una romería de gente variopinta. Y no todos van dispuestos
a dormir en un albergue con otras 60 personas (es decir, 120 pies) que huele a
Reflex y humanidad y en el que a las cuatro de la madrugada empiezan a levantarse
los prisillas de turno y a hacer ruido con las bolsas de plástico, que dan ganas de
empezar a repartir mandobles.
Por eso el verdadero negocio son las habitaciones dobles. Muchos
privados tienen anexa una zona de habitaciones con o sin baño, y otra buena
cantidad manifiesta su intención de ir reduciendo la zona de literas para hacer más
dobles. “Para que se queden cuatro o cinco o seis a 10 euros, no compensa. El
negocio es la doble, que se cobra a 40 €”, confesaba otra propietaria.
Siguiendo las flechas amarillas
Peregrinos wifi
Ahora lo primero que pregunta un peregrino al llegar a un albergue es si hay WiFi
Cuando se publicó la primera edición de mis guías del Camino (1999) incluía como
dato práctico si en un pueblo había o no cabinas de teléfono, ¡Qué tierno! Parece
que aquello lo hubiera escrito en el Jurásico. Ahora lo primero que pregunta un
peregrino al llegar a un albergue es si hay wifi. Y lo hay, exceptuando algunos
escasos albergues municipales y parroquiales. Por ejemplo, lo tienen todos los de la
Xunta de Galicia. Y hasta en lugares remotos donde parece increíble que llegue la
cobertura lo primero que ves al entrar al albergue es el símbolo de la conexión y la
palabra: PASSWORD. Aunque bien pensado tampoco es tan raro: el Camino -o laforma de abordar una peregrinación- ha cambiado igual que ha cambiado la sociedad. Antes se suponía que si decidías hacer el Camino de
Santiago ibas en busca de silencios, de soledades y de monólogos contigo mismo.
Ahora pasas por delante de un bar, de una terraza o de un albergue, y todos (o casi
todos), vayan solos o en grupo, están mirando la pantalla de su teléfono.
No lo crítico (yo también consulto demasiado la pantalla de mi celular); solo doy fe
de ello.
El lado oscuro de la irrupción de los móviles es – y de esto se quejan mucho los
auténticos hospitaleros- que antes la gente se relacionaba en los espacios comunes, se contaban historias, compartían experiencias, hablaban de
ampollas, de perros que ladran y de sendas embarradas … ahora están pendiente del Whatsapp.
Todo pactado
Peregrinos llegando a Lavacolla
La sensación general es que está todo más pactado, más estudiado, más organizado. Se reserva con Booking, se mandan mails para pedir camas, se
conecta por Facebbok para solicitar plaza en los albergues. Hay incluso negocios en
internet que te montan todo el camino: tú les dices cuántos días y qué quieres pagar
y ellos te van reservando los albergues y se encargan del transporte de las maletas
entre puntos de pernoctación. Pagas por adelantado y ya sabes desde el primer
momento qué etapas vas a hacer, dónde vas a dormir, etc. Hay menos margen para la improvisación.
El peregrino, ¿exige o agradece?
Otra sensación generalizada entre hospitaleros veteranos: el peregrino exige cada vez más, conforme a un mercado libre donde hay oferta y demanda de
servicios. Antes el caminante agradecía lo que había, se quedaba donde podía,
aceptaban las condiciones. Hoy día los peregrinos saben que los albergues
compiten por alojarlos y usan esta abundancia de oferta para regatear condiciones.
Es una pescadilla que se muerde la cola; si en un peregrino solo ves a un cliente al
que sacarle pasta, ya no puedes esperar relaciones de agradecimiento como las que
se daban antaño. Si tratas al peregrino como un billete de 20 euros, el peregrino exigirá servicios por valor de 20 euros.
Una parada para coger fuerza y reponer provisiones
Peregrinos Lonely Planet
Otro perfil de caminante que está contribuyendo al cambio: el del joven
norteamericano, australiano-neozelandés o centroeuropeo que viene de mochilero a
vivir una experiencia tipo gap year, buscando aventura y conocer gente. Cada
vez llegan más jóvenes extranjeros a hacer el Camino en el mismo plan que harían
turismo mochilero por el Sudeste asiático. Al fin y al cabo es una manera de recorrer
España comiendo, bebiendo y durmiendo por apenas 20 euros al día. Una oferta
imbatible, pero que contribuye a desvirtuar el sentido humanista de la peregrinación.Hospitaleros Voluntarios, el espíritu del CaminoHay una institución digna de elogio: la de los Hospitaleros Voluntarios. Personas anónimas que dedican sus vacaciones a regentar
albergues a veces parroquiales, a veces municipales o de asociaciones de amigos
del Camino. Se turnan cada 15 días y ofrecen una acogida en el más puro sentido cristiano de la palabra. Suelen ser albergues que funcionan aún con
donativos, donde además se les da a los peregrinos desayuno y cena de manera
comunitaria. Cierto es que son también lugares mucho más austeros que el resto de
albergues privados, en algunos todavía se duerme en colchones en el suelo,
muchos de ellos no tienen calefacción, algunos hasta no tienen agua caliente,
pero la sensación de recogimiento y bienvenida suple sin duda el resto de las carencias logísticas.Voluntad no significa gratuidadEl problema en estos escasos lugares que quedan con donativos es que la gente confunde voluntad con gratuidad. “Con lo que sacamos de los donativos,
apenas llega para pagar la comida”, se sinceraban unos hospitaleros voluntarios en
uno de estos albergues. “La gente suele dejar mucho menos dinero del que pagaría
por el mismo servicio en un negocio privado. Algunos –los menos- no dan más
porque de verdad no tienen más. Pero en otras ocasiones la gente viene aquí a
sabiendas de que puede echar dos o tres euros y comer, desayunar y dormir sin que
nadie le reproche la cantidad”.
Monumento conmemorativo de la vista de Juan Pablo II, Monte do Gozo
Entonces… ¿queda algo del espíritu del Camino?
Por supuesto que sí. Y sigue siendo una aventura personal de lo más recomendable.
Apenas que lo intentes encontrarás gente maravillosa, hospitaleros que siente
aún el Camino como forma de servicio a los demás y a muchos otros
peregrinos que se dirigen a Compostela con espíritu religioso, de meditación, de
búsqueda personal o simplemente humanista. El Camino de Santiago lleva vivo más
de doce siglos, ha sufrido momentos de gloria y de olvido, ha servido para repoblar
territorios y para difundir arte y cultura y fue también desde sus orígenes una vía de
comercio. ¿Quién dice que no va a sobrevivir a esta nueva era digital?
Existen tantos caminos a Compostela como caminantes. Cada cual
empieza a escribir el suyo nada más poner un pie en el portal de su casa. Por lo que
siempre quedarán peregrinos que aborden la aventura vital de llegar a Santiago
agradeciendo, no exigiendo.