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Índice
1 Corintios 1:1-16 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3
1 Corintios 1:17-31 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3
1 Corintios 2:1-16 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4
1 Corintios 3:1-15 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4
1 Corintios 3:16-23; 1 Corintios 4:1-5 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
1 Corintios 4:6-21 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
1 Corintios 5:1-13 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6
1 Corintios 6:1-20 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
1 Corintios 7:1-31 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
1 Corintios 7:32-40; 1 Corintios 8:1-13 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8
1 Corintios 9:1-27 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
1 Corintios 10:1-13 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
1 Corintios 10:14-33; 1 Corintios 11:1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
1 Corintios 11:2-16 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
1 Corintios 11:17-34 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
1 Corintios 12:1-13 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
1 Corintios 12:14-31 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
1 Corintios 13:1-13 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
1 Corintios 14:1-19 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
1 Corintios 14:20-40 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
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1 Corintios 15:1-19 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
1 Corintios 15:20-34 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
1 Corintios 15:35-50 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
1 Corintios 15:51-58; 1 Corintios 16:1-9 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
1 Corintios 16:10-24 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
1 CORINTIOS 1:17-31
1 Corintios 1:1-16
En Corinto había sido formada una numerosa iglesia por medio del ministerio del
apóstol Pablo (véase Hechos 18:10). Este fiel pastor, como celoso evangelista, se-
guía velando sobre ella con solicitud (2 Corintios 11:28). Desde Éfeso escribió esta
primera carta que se dirige también a “todos los que en cualquier lugar invocan el
nombre de nuestro Señor Jesucristo” (v. 2). Igualmente fue escrita para usted, que-
rido lector, si forma parte de aquellos “todos”.
Pablo había recibido noticias desagradables de Corinto. Varios desórdenes se habían
producido en esta iglesia. Pero, antes de abordar esos penosos temas, recuerda a esos
creyentes cuáles son sus riquezas espirituales y las atribuye a la gracia de Dios (v.
4-5). Paramedir nuestra responsabilidad y tomarmás en serio nuestra vida cristiana,
tratemos, de vez en cuando, de hacer la cuenta de nuestros inestimables privilegios
y demos gracias al Señor, como el apóstol lo hace aquí.
El primer reproche dirigido a la iglesia de Corinto concierne a sus disensiones. Allí
seguían al hombre, a Pablo, a Apolos, a Cefas y a Cristo como a un maestro más
excelente que los demás, (Juan 3:2) en vez de estar unidos en la comunión con
“Jesucristo nuestro Señor”, el Hijo de Dios (v. 9). ¡Que sea siempre nuestra parte
gozar de esta comunión! (1 Juan 1:3).
1 Corintios 1:17-31
Para “los que se salvan”, la palabra de la cruz es poder de Dios. Pero, para los
que no tienen la vida divina, no es más que locura. Todo lo que significa la cruz
(la muerte de un justo exigida por la justicia de Dios, el perdón gratuito para los
pecadores, el hombre natural puesto a un lado) son verdades que se oponen a la ra-
zón humana. Pero si, por el contrario, se presentan milagros y obras espectaculares,
un noble ideal que requiere esfuerzos… ¡enhorabuena!, ésta es la clase de religión
que no choca a nadie. Pues bien, a todos los sabios, escribas, disputadores, en una
palabra, a los espíritus fuertes de este siglo (y de todos los siglos) el versículo 18 los
coloca bajo una común y espantosa designación: “los que se pierden”.
Es un hecho notorio que entre los redimidos del Señor hay pocos sabios, poderosos
o nobles… (v. 26), pues a éstos les es más difícil que a los demás volverse como niños
(Mateo 18:3; 11:25). Para glorificarse, Dios escoge lo que es débil, vil y menospre-
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1 CORINTIOS 3:1-15
ciado, y tales son los creyentes según la opinión del mundo. Pero qué importa su
propio valor, ya que están en Cristo y él es, para ellos, poder, sabiduría, justifica-
ción, santificación y redención (v. 24 y 30).
1 Corintios 2:1-16
Sabemos que en el mundo un don de orador, un cierto brío y “palabras persuasivas
de humana sabiduría” pueden ser suficientes para hacer triunfar cualquier causa.
Pero para comunicar la fe, Dios no necesita esas capacidades humanas ni el arte
de la propaganda (v. 4-5). Pese a su instrucción, Pablo no se destaca por su sabidu-
ría, cultura o elocuencia en Corinto. Esto habría contradecido su enseñanza, pues
la cruz de Cristo que él anunciaba significa justamente el fin de todo aquello de
lo que el hombre se enorgullece. Pero lejos de perder por ello algo, el creyente ha
recibido a la vez las cosas invisibles “que Dios nos ha concedido” y el medio para
discernirlas y gozar de ellas: el Espíritu Santo, único agente que Dios emplea para
transmitir su pensamiento (v. 12). ¿De qué serviría una pieza de música sin instru-
mentos para interpretarla o un disco sin el aparato que permite escucharlo? Pero
también, ¿cuál sería el efecto del más hermoso concierto en un auditorio compuesto
de personas sordas? Del mismomodo, el lenguaje del Espíritu no puede ser entendi-
do por “el hombre natural”. En cambio, el que es “espiritual” puede percibir las
cosas espirituales por medios espirituales, pues el Espíritu enseña “acomodando
lo espiritual a lo espiritual” (v. 13-15).
1 Corintios 3:1-15
Absortos por sus divisiones, los corintios no habían hecho ningún progreso. Se pare-
cían a algunos malos estudiantes que se disputan tontamente acerca de quién tiene
el profesor más instruido o el aula más hermosa. El apóstol Pablo les declara que
ocuparse del siervo en vez de su enseñanza es cosa de niños; es ser aún carnal (v. 3).
¡Cuántas veces confundimos la verdad con aquel que la presenta! Si, por ejemplo,
escuchamos a un siervo de Dios con la idea preconcebida de que él no tiene nada
que ofrecernos, recibiremos exactamente lo que esperamos.
Luego el apóstol evoca la responsabilidad del que edifica. En la obra de Dios, vis-
ta como una labranza o como un edificio, cada obrero tiene su propia actividad.
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1 CORINTIOS 4:6-21
Puede traer materiales –es decir, distintos aspectos de la verdad– y edificar a las
almas presentándoles la justicia de Dios (el oro), la redención (la plata) y las glorias
de Cristo (las piedras preciosas). Pero con la apariencia de mucho volumen también
puede edificar con madera, heno y hojarasca; materiales que no resistirán el fuego.
Sí, que “cada uno mire cómo –no cuánto– sobreedifica” sobre el único e imperece-
dero fundamento: Jesucristo.
1 Corintios 3:16-23; 1 Corintios 4:1-5
Al lado de auténticos obreros que pueden hacer un deficiente trabajo (v. 15), existen
falsos siervos que corrompen el templo de Dios, este templo que es santo al igual
que El que mora en él (v. 17). Que nadie se engañe acerca de lo que es ni acerca de
lo que hace (v. 18).
Desconfiemos de los criterios y razonamientos humanos, engañosos instrumentos
de medida. La sabiduría del mundo es locura para Dios y la sabiduría de Dios es
locura para el mundo (v. 19). Una y otra se aprecian en función del fin persegui-
do. “El hombre natural” (o animal) mira con lástima al cristiano que sacrifica las
ventajas y los placeres del momento actual por un porvenir vago e incierto. ¡Ojalá
que todos pudiésemos ser atacados por ese tipo de locura! Por otra parte, ¿qué son
las miserables vanidades de las que podríamos hacer alarde, en comparación con lo
que poseemos? Todas las cosas son nuestras, afirma el apóstol Pablo, y son nues-
tras porque nosotros somos de Cristo, a quien todo pertenece. Bajo su dependencia
podemos disponer de todo para su servicio. Pero lo que importa primeramente es
ser “hallado fiel” (4:2), pues cada uno es un administrador, pequeño o grande, y
cada uno como tal recibirá la alabanza no por parte de su hermano, sino por parte
de Aquel que lee en los corazones (v. 5; léase también 2 Timoteo 2:15).
1 Corintios 4:6-21
¿Cuál era la raíz de las disensiones en Corinto? El orgullo (Proverbios 13:10). Cada
uno se valía de sus dones espirituales y sus conocimientos (1 Corintios 1:5), pero
olvidando que todo esto lo habían recibido por pura gracia. Para permanecer hu-
mildes, acordémonos siempre de la pregunta del versículo 7: “¿Qué tienes que no
hayas recibido?”
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1 CORINTIOS 5:1-13
Además, inflarse así con el viento de su propia importancia era desear otra cosa que
“Jesucristo crucificado” (2:2), era reinar desde aquel momento (v. 8), mientras está
escrito: “Si sufrimos (es el presente), también reinaremos con él” (2 Timoteo 2:12).
Por su parte, el apóstol Pablo no había invertido las cosas. Aceptaba gustoso tomar
su lugar con “la escoria del mundo, el desecho de todos”, porción con la que muy
pocos cristianos saben contentarse. Pero, sabiendo que se trataba de la verdadera
dicha de sus queridos corintios, les suplicaba que le siguieran en esa senda. Él era su
padre espiritual (v. 15) y quería que ellos se le parecieran como hijos se parecen a su
padre. Si no escuchaban sus advertencias, estaba dispuesto, cuando fuera a verlos, a
usar “la vara” (v. 21), es decir, a castigarlos severamente, cumpliendo con ese deber
paternal para provecho de sus amados hijos (v. 14).
1 Corintios 5:1-13
Ahora el apóstol aborda un tema muy penoso. Además de las lamentables divisio-
nes, en la iglesia de Corinto había un grave pecado moral, el cual, aunque había
sido cometido por un solo individuo, mancillaba a la iglesia entera (compárese con
Josué 7:13). Esa “levadura” de maldad, que habría tenido que sumergir a los corin-
tios en el dolor y la humillación, no impedía su “jactancia”. Es como si un hombre
afectado por la lepra fingiese ignorar su enfermedad y ocultase sus llagas debajo
de suntuosas vestimentas. El apóstol reclama de parte del Señor la sinceridad y
la verdad (v. 8). No vacila en poner al descubierto ese mal, sin miramientos. Pre-
viamente a cualquier servicio y profesión cristiana, es menester que la conciencia
esté en orden. Y la santidad exige que los creyentes se abstengan del mal, no sólo
en su propio andar, sino también que se mantengan separados de personas que vi-
ven en el pecado, aunque luzcan el título de hijos de Dios (v. 11). ¿Cuál es el gran
motivo por el que, tanto individual como colectivamente, debemos guardarnos de
toda comunión y liviandad con respecto al mal? No es nuestra superioridad sobre
los demás, sino el infinito valor del sacrificio de Aquel que expió nuestros pecados
(v. 7).
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1 CORINTIOS 7:1-31
1 Corintios 6:1-20
En Corinto existía otro desorden. Algunos hermanos habían llegado a llevar sus li-
tigios ante los tribunales de este mundo. ¡Qué triste testimonio! El apóstol Pablo
reprende tanto al que no soportó la injusticia como al que la cometió. Luego exa-
mina los principales vicios corrientes entre los paganos y declara solemnemente
que no es posible ser salvo y seguir viviendo en la iniquidad.
“Y esto erais algunos”, concluye. Pero, he aquí lo que Dios ha hecho: “Habéis sido
lavados… santificados… justificados” (v. 11). Y esto, ¿para que os mancilléis de
nuevo?
Excepto el pecado, nada me está prohibido… pero si me descuido, todo puede do-
minarme (v. 12). «El mal no está en las cosas en sí mismas, sino en el amor del
corazón por las cosas» escribió alguien.
Los versículos 13 a 20 tienen que ver con la pureza. Que sean grabados especial-
mente en el corazón del joven creyente, quien sin duda está más expuesto a las
tentaciones carnales. Su propio cuerpo no le pertenece más. Dios lo ha rescata-
do –¡y a qué precio, no lo olvidemos!– a fin de hacer de él, para Cristo, unmiembro
de Su cuerpo (v. 15) y, para el Santo Espíritu, un templo que debe ser santo como
lo es su divino Huésped (v. 19).
1 Corintios 7:1-31
Después de haber puesto al creyente en guardia contra la impureza (6:13-20), el
apóstol habla, en el capítulo 7, del camino que puede emprender con la aprobación
del Señor: el del matrimonio. El joven creyente que ha cuidado su andar según la
Palabra (Salmo 119:9) tendrá que seguir, más que nunca, contando con el Señor para
esa decisión capital.
Luego leemos algunas instrucciones, ya sean dadas mediante la inspiración divina
o por el apóstol como fruto de su experiencia, para ayudar a aquellos cuya situa-
ción matrimonial sea difícil, especialmente a un hermano o hermana que tenga su
cónyuge incrédulo. Nótese bien que la exhortación del versículo 16 se dirige a un
creyente ya casado en el momento de su conversión, y no a alguien que desobede-
cería a 2 Corintios 6:14. “Por precio fuisteis comprados”, repite el versículo 23 (6:20).
Los sufrimientos que le hemos costado al Señor Jesús para rescatarnos del poder de
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1 CORINTIOS 7:32-40; 1 CORINTIOS 8:1-13
Satanás y del mundo es el gran motivo para no volvernos a colocar bajo su dominio.
Para servirle, el Señor quiere a hombres y mujeres libres, pero es Él quien escoge las
condiciones en las que quiere que cada uno le sirva, es decir, país, medio ambiente,
relaciones laborales, etc. Antes de decidir cualquier cambio, ¡estemos seguros de
que es según Su voluntad!
1 Corintios 7:32-40; 1 Corintios 8:1-13
Estar sin congoja o sin inquietud en cuanto a las cosas de la tierra, tener el cora-
zón exclusivamente ocupado en los intereses del Señor buscando cómo agradarle,
dedicarse a su servicio sin distracción, sí, ahí está la ventaja del siervo de Dios que
no está casado en comparación con el que lo está. Pero, al igual que Pablo, hay que
haber recibido eso como una gracia.
En el capítulo 8 el apóstol Pablo se ocupa de las viandas (carne) que a menudo eran
ofrecidas sobre los altares paganos antes de ser vendidas en el mercado. Esto era
un problema de conciencia para varias personas (compárese con Romanos 14). En
nuestros países, esta cuestión ha dejado de tener vigencia, pero las correspondientes
exhortaciones tienen su aplicación en todos los casos en que corremos el riesgo de
“ser tropezadero” (v. 9) para otro creyente: un hermano para quien Cristo murió.
¡Cuántas cosas conocían los corintios! “¿No sabéis…?”, les repite continuamente el
apóstol (6:2, 3, 9, 15, 19…). Pero, ¿de qué les servían estos conocimientos? Sólo para
envanecerse. Nosotros corremos el mismo peligro, pues a menudo conocemos las
verdades más con la inteligencia que con el corazón. Para que uno sepa “cómo
debe saberlo”, es menester que ame a Dios (v. 3). Y amarle es poner en práctica
lo que tenemos el privilegio de conocer tocante a él (Juan 14:21-23).
El ejemplo del labrador se repite frecuentemente en la Palabra de Dios. Primero
subraya el cansancio ligado al trabajo de la tierra (Génesis 3:17); luego, la esperanza
y la fe que debe alentar al agricultor (v. 10; 2 Timoteo 2:6); por último, la paciencia
con la cual debe aguardar “el precioso fruto de la tierra” (Santiago 5:7). Los corintios
eran la “labranza de Dios” (3:9), y el fiel obrero del Señor proseguía en ella su labor al
precio del renunciamiento a muchas cosas legítimas para no poner ninguna traba al
Evangelio de Cristo. ¡Cuántas cosasmenos legítimas obstaculizan amenudo nuestro
servicio! En aquel entonces Pablo efectuaba un penoso trabajo, extirpando, por así
decirlo, todas las malas hierbas que habían crecido en el campo de Corinto.
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1 CORINTIOS 10:1-13
1 Corintios 9:1-27
Henchidos por sus dones y conocimientos, ciertos hombres se habían atribuido un
lugar preponderante en la iglesia de Corinto. Así como el que se enaltece a sí mismo
siempre es llevado a rebajar a los demás, ellos habían llegado a poner en duda la
autoridad del apóstol, es decir, la de Dios. Por este hecho, Pablo se vio obligado a
justificar su ministerio y su conducta. Su deber era evangelizar; esto le había sido
encomendado por el Señor. “No fui rebelde a la visión celestial”, afirma Pablo en su
defensa ante el rey Agripa (Hechos 26:17-19).
El apóstol Pablo se hacía el siervo de todos a fin de ganar el mayor número de
almas para Cristo. ¿Debe entenderse, pues, que estaba dispuesto a aceptar todos los
términos medios? ¡En absoluto! Si algunos consideraban a Pablo como engañador,
a los ojos de Dios era veraz (2 Corintios 6:8). Pero, como Jesús mismo lo hizo con la
samaritana junto al pozo de Sicar, Pablo sabía encontrar a cada alma sobre su propio
terreno y hablarle el lenguaje que ésta podía entender. A los judíos les presentaba
al Dios de Israel, la remisión de pecados y la responsabilidad que tenían por haber
rechazado al Salvador, Hijo de David (Hechos 13:14-43). A los gentiles idólatras les
anunciaba al Dios único, paciente para con su criatura y que manda a todos los
hombres que se arrepientan (véase Hechos 17:22-31). El apóstol siempre tenía ante
los ojos el premio de sus esfuerzos: todas las almas salvadas por su ministerio (véase
1 Tesalonicenses 2:19 y Filipenses 4:1). Esforzándose para alcanzar la meta, corría
como el atleta en el estadio, disciplinando su cuerpo estrictamente y pensando sólo
en la victoria. El campeón deportivo tiene ante sí una victoria efímera, laureles que
se marchitan (v. 25), mientras que nuestra carrera cristiana tiene como premio una
coronamuchomás gloriosa, inmarchitable. Corramos demanera que la obtengamos
(v. 24).
1 Corintios 10:1-13
Por medio del ejemplo de Israel, el apóstol Pablo nos hace medir la abrumadora
responsabilidad de los cristianos profesantes. Exteriormente han participado de las
más excelentes bendiciones espirituales: Cristo, su obra, su Espíritu, su Palabra…
(v. 3-4). Pero Dios no puede agradarse de la mayor parte de ellos, pues les falta la fe
(v. 5; Hebreos 10:38). Por la historia de este pueblo en el desierto, el Espíritu de Dios
nos da un triste ejemplo de lo que nuestros corazones son capaces de producir, aun
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1 CORINTIOS 11:2-16
bajo el manto del cristianismo: codicias, idolatría, murmuraciones… Nos advierte
solemnemente sobre lo que merecen esos frutos de la carne, aunque la gracia pueda
obrar a favor del creyente. Con el fin de hacernos caer, el tentador procura hacer
aparecer este mal que está en nosotros en toda su potencia, y esto precisamente
cuando podríamos creer estar firmes por nuestras propias fuerzas (v. 12). Pero “fiel
es Dios” (v. 13). ¡Qué aliento nos da pensar en ello! Si conocemos nuestra flaqueza,
él no permitirá a Satanás tentarnos más de lo que cada uno pueda soportar (véase
Job 1:12 y 2:6). De antemano Dios ha preparado una salida victoriosa (v. 13). Apo-
yémonos en esas promesas cada vez que el enemigo se presente. Sí, “fiel es Dios”.
1 Corintios 10:14-33; 1 Corintios 11:1
La comunión con Dios, bendita porción del creyente, rechaza toda participación
en la idolatría, incluso en sus formas más refinadas. Esa comunión se expresa de
modo especial en la Mesa del Señor. Todos los que participan de la copa y del pan
son, en principio, redimidos del Señor; pero de lejos no son todos los redimidos del
Señor. Sin embargo, por la fe los vemos a todos representados en un pan (un solo
pan), señal visible de que existe un solo cuerpo. Simboliza esa unidad de la Iglesia
que el mundo religioso pretende querer realizar… ¡mientras que ya existe!
Si no buscomi propio interés, ¡cuántosmomentos tendré disponibles para los intere-
ses de los demás, es decir, para los de Jesucristo! (v. 33; compárese con Filipenses
2:21: “Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús”). Buscar el
interés de mi hermano no es sólo cuidar de su bienestar, sino también pensar en su
conciencia; es hacer ciertas cosas por él y abstenerse de hacer otras. Así seré lle-
vado a hacerme siempre las mismas preguntas: «En esta ocasión, ¿tengo la libertad
de dar gracias? Lo que hago en este momento, incluso simplemente comer y beber,
¿es o no para la gloria de Dios?» (compárese el v. 31 en contraste con el 7).
1 Corintios 11:2-16
Pocas porciones de la Biblia han sido objeto de tantas discusiones como las enseñan-
zas de estos versículos (v. 16). ¿Por qué se ocupa el apóstol –o más bien el Espíritu
Santo– en cuestiones aparentemente tan mínimas como el hecho de que la mujer
lleve el cabello largo o que se cubra la cabeza en ciertas ocasiones? Primeramente,
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1 CORINTIOS 11:17-34
recordemos que nuestro cristianismo no consiste en algunos actos destacables cum-
plidos de vez en cuando, sino que está compuesto por un conjunto de detalles que
entretejen nuestra vida cotidiana (Lucas 16:10). Por otra parte, Dios es soberano y
no está obligado a darnos razones de todo lo que nos pide en su Palabra. Obedecer
sin discutir es la única verdadera obediencia. Así estas instrucciones son una clase
de test para cada mujer o joven cristiana; es como si el Señor le preguntara: «¿Harás
esto por mí? ¿Mostrarás tu dependencia y sumisión mediante esa señal exterior, o
pondrás en primer lugar las exigencias de la moda o de la comodidad?».
Finalmente, no olvidemos este solemne hecho: los ángeles observan de qué manera
los creyentes responden al pensamiento de Dios. El versículo 10 nos dice: “La mu-
jer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles”. ¿Qué
espectáculo les ofrecemos?
1 Corintios 11:17-34
En Corinto se habían formado diferentes bandos y las reuniones se resentían por
ello. Los ricos avergonzaban a los pobres y provocaban sus celos. Y lo que era más
grave, la cena era tomada indignamente por muchos y confundida con el ágape
(comida tomada en común).
El apóstol aprovechó esa oportunidad para señalar lo que el Señor le había revelado
especialmente: la cena es el santo recuerdo de un Cristo que se entregó por noso-
tros. Este recuerdo por un lado habla al corazón de cada uno de los participantes,
por otro lado, proclama universalmente el hecho trascendental de que el Señor
tuvo que morir. Y, hasta su regreso, nos invita a anunciar su muerte mediante el
lenguaje, tan grande y simple a la vez, que el mismo Señor nos ha enseñado.
Por último, ese memorial habla a la conciencia del creyente, pues la muerte de
Cristo significa la condenación del pecado. Tomar la cena sin habernos juzgado
a nosotros mismos, nos expone, pues, durante nuestra vida terrenal, a los efectos
de esa condenación. Esto explicaba la debilidad de muchos en Corinto (y tal vez
entre nosotros), la enfermedad e incluso la muerte que había alcanzado a muchos
(v. 30). Sin embargo, el temor no debe mantenernos apartados (v. 28). Ese temor
puede y debe concordar con una ferviente respuesta a Aquel que dijo: “Haced esto
en memoria de mí” (v. 24-25).
12 biblicom.org
1 CORINTIOS 12:14-31
1 Corintios 12:1-13
Al hablar de reunirse “como iglesia” en el capítulo precedente, el apóstol Pablo
dio el primer lugar a la celebración de la cena (11:20-34). Sólo después habla de los
dones y servicios con miras a la edificación. No olvidemos que la celebración de
la cena es la más importante de todas las reuniones.
Pablo les recuerda a esos antiguos idólatras que otrora ellos habían sido extravia-
dos por espíritus satánicos (v. 2). ¡Qué cambio! Ahora es el Espíritu de Dios quien
los dirige, obrando en ellos “como él quiere” mediante los dones que les otorga (v.
11). El apóstol enumera esos dones precisando que son dados “para provecho” (v.
7). Y, para ilustrar a la vez la unidad de la Iglesia y la diversidad de los servicios, toma
el ejemplo del cuerpo humano, el cual si bien está compuesto por muchos miem-
bros y órganos –ninguno de los cuales puede funcionar sin los demás– constituye
un único organismo conducido por una única voluntad: la que la cabeza comuni-
ca a cada miembro. Tal es el cuerpo de Cristo. Aunque está integrado por muchos
miembros (tantos como creyentes), es animado por un solo Espíritu para acatar
una sola voluntad: la del Señor, que es el Jefe, es decir, la cabeza (Efesios 4:15-16).
No tenemos, pues, que escoger nuestra actividad (v. 11) ni el lugar en donde la debe-
mos ejercer, ya que “Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo,
como él quiso” (v. 18).
1 Corintios 12:14-31
Sin ir más lejos, ¡qué objeto de admiración constituye el cuerpo en el que mora-
mos! “Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras”, exclama David
en el Salmo 139:14, al hablar de la formación del cuerpo. Sí, ¡qué diversidad y, sin
embargo, qué armonía hay en ese complejo conjunto de miembros y órganos de
los cuales aun el más pequeño tiene su razón de ser y su propia función! El ojo y
el meñique, por ejemplo, no pueden reemplazarse el uno al otro. Pero el segundo
permite quitar el granito de polvo que irrita al primero. Basta que un solo órgano
funcione deficientemente para que pronto todo el cuerpo esté enfermo.
Todo esto tiene su equivalente en la Iglesia, cuerpo de Cristo, el cual no es una
organización, sino un organismo vivo. “Los miembros… que parecen más débiles,
son los más necesarios” (v. 22), y cada uno debe cuidarse de no menospreciar su
propia función (v. 15-16), ni la de los demás (v. 21). Una creyente de edad avanzada
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1 CORINTIOS 14:1-19
o minusválida podrá sostener, a través de sus oraciones, por una palabra oportuna
o simplemente por un servicio práctico, el celo de un predicador o de un anciano.
Así, pues, que cada uno, como un buen administrador “de la multiforme gracia de
Dios” (1 Pedro 4:10), emplee para los demás lo que ha recibido.
1 Corintios 13:1-13
Después de los diferentes miembros del cuerpo de Cristo: pie, mano, oreja, ojo, men-
cionados en el capítulo 12, es como si halláramos al corazón en el capítulo 13. Su
papel es animar y dar la energía necesaria a los demás órganos. Notemos que el
amor no es un don, como los del capítulo 12, sino el móvil necesario para el ejerci-
cio de aquellos dones. Es “un camino” abierto a todos y que conduce hacia todos
(12:31). Así como un camino está hecho para que se ande por él, el amor sólo se
conoce verdaderamente por la experiencia. Por esta razón, este maravilloso capí-
tulo no nos da ninguna definición del amor. Hace una lista no completa, pero sí
suficiente como para humillarnos profundamente, de lo que el amor hace y sobre
todo de lo que no hace. Ese camino fue el de Cristo en este mundo; y notemos que
su nombre puede sustituir la palabra amor en este capítulo sin cambiarle el sentido
(véase 1 Juan 4:7-8).
Nuestro conocimiento de las cosas aún invisibles es parcial, indefinido y precario.
Pero pronto veremos “cara a cara”. Entonces, nuestro Salvador –que nos conoce a la
perfección– nos hará entrar en el completo conocimiento de sí mismo (v. 12; Salmo
139:1); así el imperecedero amor será perfecta y eternamente satisfecho en nuestro
corazón y en el Suyo.
1 Corintios 14:1-19
Muchos se quejan de la debilidad actual debida a la ausencia de dones en las iglesias.
Pero, ¿los anhelan como el versículo 1 los invita a hacerlo? El Señor tal vez se ha
propuesto confiarle cierto don, y espera notar en usted ese anhelo para recibirlo.
Pídaselo… junto con la humildad que le impida vanagloriarse de ese don que no
es para uso propio, sino “para edificación de la iglesia” (v. 12). Los corintios
empleaban sus dones para su propia gloria y ello originó un grandísimo desorden.
El apóstol los induce a tener una justa apreciación de las cosas y les muestra que el
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1 CORINTIOS 14:20-40
don del cual más se vanagloriaban –el don de lenguas– era precisamente uno de los
menos importantes (v. 5). En cambio, el don de la profecía era y sigue siendo parti-
cularmente deseable. No implica, como otrora, la revelación del porvenir, sino que
“el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación”
(v. 3).
El versículo 15 nos recuerda que tanto para orar como para cantar es necesaria
la participación de nuestra inteligencia. A menudo nos distraemos en la presencia
del Señor, cuando es necesario que pensemos en lo que expresamos ante Dios. Apli-
quémonos a meditar en profundidad, encomendando nuestro espíritu a la guía del
Espíritu Santo.
1 Corintios 14:20-40
El don de lenguas no fue otorgado para edificar a la Iglesia, ni para evangelizar, sino
para convencer a los judíos incrédulos de que Dios ofrecía la gracia a las naciones (v.
21-22), hecho que hoy en día ya no es necesario demostrar. La palabra clave de este
capítulo es la edificación; es la prueba a la cual debe someterse toda acción. Lo que
me propongo decir o hacer, ¿es realmente para el bien de mis hermanos? (Efesios
4:29). Además, si tengo en cuenta su provecho, siempre hallaré una bendición para
mí mismo. Por el contrario, si pienso en mi interés o mi gloria, finalmente resultará
una pérdida para los demás y para mí (véase 1 Corintios 3:15).
Dos condiciones más rigen la vida de la Iglesia: la decencia y el orden (v. 40). Son
los dos diques entre los cuales debe ser encauzada la corriente del Espíritu. Imponen
reglas prácticas relativas al sentido común (v. 26-33) o al orden divino (v. 34-35). El
apóstol no quería que los corintios fuesen ignorantes (12:1). Sin embargo, si alguien
descuida su instrucción en lo tocante a la Iglesia, ¡que permanezca ignorante (v. 38)!
Dios es un Dios de paz (v. 33) y quiere que la Iglesia, respondiendo a sus propios
caracteres, sea el lugar al que pueda traer a los inconversos, quienes reconocerán
allí Su presencia (v. 24-25).
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1 CORINTIOS 15:20-34
1 Corintios 15:1-19
Una grave cuestión quedaba por resolver: algunas personas en Corinto negaban la
resurrección. Pablo demuestra que esta doctrina no se puede tocar sin derrumbar
todo el edificio de la fe cristiana. Si la resurrección no existe, Cristo mismo no ha
resucitado; su obra no ha recibido la aprobación de Dios; la muerte queda invicta y
nosotros estamos aún en nuestros pecados. En consecuencia, el Evangelio no tiene
sentido y nuestra fe pierde todo su sustento. La vida de renunciamiento y de sepa-
ración del creyente se vuelve entonces absurda y, de todos los hombres, el cristiano
es el más digno de conmiseración.
¡Bendito sea Dios! No es así, sino que: “Ha resucitado el Señor verdaderamente”
(Lucas 24:34). Pero, ante la importancia de esa verdad, comprendemos por qué Dios
tuvo tanto cuidado para establecerla. Primeramente a través de las Escrituras (v.
3-4); luego por los testigos irrecusables en razón de su calidad: Cefas (Simón Pe-
dro), Jacobo y Pablo mismo (aunque se declara indigno de ello); o por su número:
unos quinientos hermanos a quienes se podía preguntar al respecto. Seguramente
muchos de nuestros lectores, sin haber visto con sus propios ojos al Señor Jesús,
habrán experimentado por sí mismos que su Salvador vive (Job 19:25).
1 Corintios 15:20-34
Cristo resucitado no hizo más que preceder a los creyentes que “durmieron” y que
resucitarán cuando él venga. En cuanto a los demás muertos, sólo más tarde se
les restituirá la vida, cuando tengan que comparecer ante el trono del juicio (véase
Apocalipsis 20:12). Sólo entonces “todas las cosas” serán definitivamente sujetas a
Cristo. Después de esto, el pensamiento se pierde en las profundidades de la bien-
aventurada eternidad en que Dios será finalmente todo en todos (v. 28).
Una vez cerrado el glorioso paréntesis de los versículos 20 a 28, el apóstol muestra
cómo el hecho de creer o no creer en la existencia de la vida futura determina el
comportamiento de todos los hombres, empezando por el suyo (v. 30-32). ¡Cuántos
desdichados hay cuya religión se resume en estas palabras: “Comamos y bebamos,
porque mañana moriremos”! (v. 32). Se persuaden a sí mismos de que no existe nada
más allá de la tumba, para así animarse a gozar sin trabas de su breve existencia
“como animales irracionales” (2 Pedro 2:12). En cuanto al creyente, su fe tendría
que mantenerle despierto (v. 34), preservarle de asociarse a peligrosas compañías,
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1 CORINTIOS 15:51-58; 1 CORINTIOS 16:1-9
impedirle comer y beber con los borrachos de este mundo (v. 33; Mateo 24:49). ¡Que
la compañía del Señor y de los suyos nos basten hasta que él venga!
1 Corintios 15:35-50
¿Cómo será el nuevo cuerpo del creyente en la gloria? (v. 35). La Biblia jamás
satisface nuestra curiosidad. “Necio…”, contesta ella a los esfuerzos de nuestra ima-
ginación. Si presento al lector una semilla desconocida, no me podrá decir qué clase
de planta saldrá de ella. Igualmente sucede con una oruga repugnante y apagada:
nada deja prever la radiante mariposa que se desarrollará bajo todos los efectos de
la luz.
Pero, para poder asistir a los pequeños milagros de la germinación o de la meta-
morfosis, es necesaria la muerte de la semilla (Juan 12:24) y el sueño de la crisálida.
Del mismo modo, el redimido que se “durmió” aparecerá vestido de un cuerpo de
resurrección. ¡Qué porvenir más prodigioso está reservado a ese cuerpo hecho con
el polvo de la tierra, simple envoltura del alma! Resucitará “en incorrupción”: la
muerte no tendrá más poder sobre él; “en gloria” y “en poder”: sin debilidad ni fla-
queza; “cuerpo espiritual”: definitivamente librado del viejo hombre y sus deseos,
instrumento perfecto del Espíritu Santo. Finalmente será semejante al de Cristo
resucitado. Con esto ya tenemos bastantes y preciosas informaciones acerca de
nuestro futuro estado… y motivos para glorificar a Dios desde ahora en nuestro
cuerpo. “Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu” (1 Corin-
tios 6:20).
1 Corintios 15:51-58; 1 Corintios 16:1-9
Esta magistral exposición de la doctrina de la resurrección no estaría completa sin
una última revelación: no todos los creyentes pasarán por el sueño de la muerte. Los
vivos no serán olvidados cuando Jesús venga. “En un abrir y cerrar de ojos” tendrá
lugar la extraordinaria transformación que hará apto a cada uno para la presencia
de Dios. Así como los invitados a la boda real de la parábola debían cambiar sus
harapos por el glorioso vestido (Mateo 22:1-14), muertos y vivos vestirán un cuerpo
incorruptible e inmortal. Entonces la victoria de Cristo sobre la muerte, de la que
dio una prueba con su propia resurrección, tendrá su grandioso cumplimiento en
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1 CORINTIOS 16:10-24
los suyos.
Como toda verdad bíblica, este “misterio” debe tener una consecuencia práctica en
la vida de cada redimido. Tenemos una esperanza “firme” (Hebreos 6:19); seamos
firmes nosotros también, “constantes, creciendo en la obra del Señor siempre”. Nues-
tro trabajo nunca será en vano si lo hacemos “en el Señor” (v. 58). Aunque en la tierra
ningún fruto haya sido visible, habrá una valoración en la resurrección.
El capítulo 16 ofrece un ejemplo de servicio cristiano: las ofrendas recogidas el
primer día de la semana. Este servicio tiene mucha importancia para el corazón del
apóstol y para el del Señor.
1 Corintios 16:10-24
Estos versículos contienen las últimas recomendaciones del apóstol Pablo, algunas
noticias y finalmente los saludos que dirigió a sus queridos corintios. De entre ellos
se complace en distinguir a hermanos abnegados y dignos de respeto: Estéfanas,
Fortunato, Acaico, y los cita como ejemplo, pues “los que ejerzan bien el diaconado,
ganan para sí un grado honroso, y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús”
(1 Timoteo 3:13).
A los creyentes de Corinto que sólo se ocupaban en los efectos exteriores y es-
pectaculares del cristianismo, Pablo subraya cuáles eran los motivos que debían
hacerlos obrar: “Hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31). “Hágase
todo para edificación” (14:26). “Hágase todo decentemente y con orden” (14:40), y
finalmente: “Todas vuestras cosas sean hechas con amor” (16:14). Y con esta palabra
amor, Pablo termina, sin embargo, una epístola muy severa (compárese con 2 Co-
rintios 7:8). Sin tener en cuenta los partidos que existían en Corinto, él afirma: “Mi
amor en Cristo Jesús esté con todos vosotros”. No obstante, dada esta condición
(“en Cristo Jesús”), si algunos no amaban al Señor se excluían por sí mismos de
esta salutación, y para ellos Su venida tomaba un solemne aspecto. ¡Maranata! (“el
Señor viene”). ¡Que podamos esperarle con gozo!
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