Post on 13-Oct-2018
Año XVII / coleccionable nº 344,50 euros / US$ 7 / 10 pesos
Director: Beltrán Gambier
INTRAMUROS BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
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ESPECIALALEMANIA
María Cecilia BARBETTA I Volker BRAUN I Günter GRASS I Peter HAMM I Elke HEIDENREICH
Reinhard JIRGL I Sibylle LEWITSCHAROFF I Andreas MAIER I Herta MÜLLER I KathrinSCHMIDT
Ilija TROJANOW I Martin WALSER I Feridun ZAIMOGLU
Primavera 2011 EDICIÓN INTERNACIONAL
Der moderne Buchdruck. Foto: © Ian Press
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Foto de Ricardo Labougle E d i t o R i a L
BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS
InTRAMUROS
“CONOCÍA EL DECIR Y EL CALLAR; SIN EMBARGO, DESCONOCÍA ESE JUEGO INTERMEDIO DEL SILENCIO HABLADO SIN CONTENIDO.”
HERTA MÜLLER, AQUÍ EN ALEMANIA
" ESTA REvISTA HA RECIBIDO UNA SUBvENCIóN DE LA DIRECCIóN GENERAL DEL LIBRO, ARCHIvOS Y BIBLIOTECAS pARA SU DIfUSIóN EN BIBLIOTECAS, CENTROS CULTURALES Y UNIvERSIDADES DE ESpAñA, pARA LA TOTALIDAD DE LOS NúMEROS EDITADOS EN EL AñO."
UnIvERSIdAd dE BARcElOnABoletín de la Unidad de Est. Biográficos
PaRLaMENto EURoPEoOficina en España
COMISIÓN EUROPEARepresentac ión en España
Director: Beltrán Gambier
Editores: María Sheila Cremaschi, Beltrán Gambier
Este número es una coproducción con el Goethe-Institut Madrid.
Coordinadora: Cecilia Dreymüller
Patronos: Juan E. Cambiaso, Elena Calparsoro, Juan Carlos
Cassagne, Luis felipe Castresana Sánchez, Clara María de
Amezúa, Marta fernández patrón Costas, Magdalena Mora,
Marta Moreno Hueyo, Marga Muñoz vargas de Macaya, María
Antonia Otero Monsegur, Lucy pujals de pescarmona
Colaboran en este número: María Cecilia Barbetta, volker Braun,
Günter Grass, peter Hamm, Elke Heidenreich, Reinhard Jirgl,
Sibylle Lewitscharoff, Andreas Maier, Herta Müller, Kathrin
Schmidt, Ilija Trojanow, Martin Walser, feridun Zaimoglu; y como
ganadores del concurso “Alemania en mi vida”, pablo H. Ramos
y Lucía Núñez García
Corrección: SC Estudio de Traducción soniacastelli@fibertel.com.ar
Asistentes del director: Katia Banci, Chiara Cavallo, Jessica
Scortichini
Asistentes de producción: Chiara pasquinucci, Rita vastarelli
Créditos fotográficos, gráfica e ilustraciones: Katia Banci,
Jue Bauer, Aureliano Cattaneo, Thomas Dorn, Bettina flitner,
Liesa Johannssen, María G. Kioro, Leonie von Kleist, Mareike
Lauken / activestills.org, Adriana Mansilla, Matth van Mayrit /
www.matthvanmayrit.eu, Roger Melis, Luis Miró, Lucía Núñez
García, Britta Rating, Karin Rocholl, Susanne Schleyer, peter
Schwaar, Gerhard Steild, Cilli Üsnuen
Diseño y maquetación: pinkpepper / www.pinkpepper.com.ar
Agradecimientos: ActiveStills, Ludovic Assémat, Celia Ayllón
de Gambier Ballesteros, Katia Banci, Bartleby Editores, Thomas
Dorn, Carl Hanser verlag GmbH & Co. KG, Kiepenheuer & Witsch
(foto de perfil de feridun Zaimoglu), María G. Kioro, Adriana Man-
silla, Luis Miró, Lucía Núñez García, pablo H. Ramos, Ilija Trojanow
Oficina en Madrid:
c/ Ayala 7, 2º derecha
28001 Madrid
Tel. 915 779 506 fax 917 811 402
Grupo intramuros: www.grupointramuros.com/revista
Director/editor: bgambier@trc.es
bgambier@despachogambier.comCoeditora: editoramshc@grupointramuros.comImpresión: Monterreina, Cabo de Gata,
Área Empresarial, Andalucía
Registro de la propiedad intelectual Nº 957 237
Depósito legal av 184-1997 i.s.s.n. 0329 3416intramuros es una marca registrada.
intramuros es una publicación de propiedad de Beltrán Gambier y María
Sheila Cremaschi.
Las notas firmadas no reflejan necesariamente la opinión editorial.
Prohibida la reproducción total o parcial sin previa autorización.
AñO XVII / nº 34 / PRIMAVERA 2011
Alemania sigue dejando huella en la historia de Intramuros. primero fueron los escritores berlineses y luego un
número especial llamado Pensar Europa, recordar Alemania, en el que contamos con la presencia, entre otros, de
Jutta Limbach y Jürgen Habermas.
Me complace presentar en esta ocasión un número especial dedicado a Alemania, celebrando el hecho de que
este país sea el invitado de la feria del Libro de Madrid, en coincidencia con los actos del Espacio de Encuentro
Hispano-Alemán.
El impulso creativo de la directora del Goethe-Institut Madrid, Margareta Hauschild, y la excelente coordinación
de Cecilia Dreymüller nos han permitido concretar esta edición en la que la escritura en primera persona, desde
la prosa y la poesía, ha sido el hilo conductor de los textos. No es casual que Goethe fuera un cultor del género
autobiográfico; de allí su magnífico libro Poesía y verdad (De mi vida, editado por Alba Editorial, Barcelona, 1999).
La variedad de miradas se caracteriza por un sesgo introspectivo profundo. Se habla de la patria, del exilio, de la
identidad y la lengua, de la memoria colectiva; no se soslaya la consideración de los extremos políticos otrora
vigentes y se trata la necesidad de que exista una conciencia cívica. Esto último es clave en estos tiempos. Una
nación que no aliente la vocación cívica de sus ciudadanos no está trabajando por la grandeza de su pueblo.
Contar con textos de dos premios Nobel de Literatura es un honor para Intramuros. vaya nuestro agradecimiento a
todos los escritores que nos acompañan con su aporte para fortalecer el puente cultural entre España y Alemania.
Beltrán GambierdiRECtoR
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La feria del Libro de Madrid figura entre las más
antiguas de Europa, presentando, desde 1933, so-
bre todo literatura escrita en español o traducida a
esta lengua.
Desde 2009, cada año se recibe a un “país invita-
do”, con sus autores y representantes más desta-
cados del mercado editorial y de la crítica literaria
(el primero en ser invitado fue francia y, en 2010,
los países del norte de Europa), por lo que también
la lengua del país invitado está presente en la feria
del Libro.
El Goethe-Institut y la Embajada Alemana en Es-
paña quieren agradecerle especialmente a la
dirección de la feria del Libro que haya elegido a
Alemania como país invitado en 2011, coincidien-
do con el espacio de encuentro hispano-alemán,
que conlleva actividades culturales desarrolladas
a nivel nacional desde abril hasta junio.
Del 27/05 al 12/06 les invitamos a la feria del Li-
bro de Madrid bajo el lema ¡AleManía!, donde po-
drán descubrir o redescubrir la literatura alemana
a través de sus autores: una oportunidad única
para disfrutar de una literatura dinámica, compro-
metida y abierta muy de cerca, aunque lejos de los
estereotipos. Junto a las presentaciones de libros,
se le ofrecerán al público coloquios y mesas redon-
das entre expertos españoles y alemanes.
Mientras dure la feria del Libro, estaremos encan-
tados de atenderles en nuestra caseta espacio de encuentro hispano-alemán, en la que les informa-
remos de los mejores libros alemanes que pueden
encontrar en lengua española, de dónde están fir-
mando sus libros los escritores, etcétera.
El filósofo Rüdiger Safranski será el encargado de
inaugurar el programa de la feria del Libro el 27 de
mayo. En las siguientes dos semanas, podrán co-
nocer cada día a otro autor alemán. Además, el 11
de junio tendrá lugar un momento muy esperado,
que pondrá punto y final a la presentación de auto-
res: el acto con Hans Magnus Enzensberger.
El protagonismo de Alemania en la feria del Libro
nos ha brindado la ocasión perfecta para editar
este número de la revista Intramuros. por eso,
quisiera aprovechar esta oportunidad para agra-
decerle muy especialmente al director de la revis-
ta, Beltrán Gambier, el excelente trabajo en equi-
po sin el cual este número nunca habría salido a
la luz. Beltrán Gambier fue también el artífice del
concurso en español “Alemania en mi vida”, en el
que pudieron participar los alumnos de alemán del
curso de primavera del Goethe-Institut de Madrid,
creando así un puente especial entre la revista y
nuestros alumnos. Los dos mejores textos fueron
seleccionados por un jurado para aparecer publica-
dos en este número de Intramuros.
Me gustaría agradecerle de todo corazón a Cecilia
Dreymüller su gran compromiso como crítica litera-
ria a la hora de divulgar la literatura alemana en Es-
paña. Ella ha sido la coordinadora de este número
de Intramuros y ha estado en todo momento junto
al equipo del Goethe-Institut prestando su apoyo
y sus conocimientos. Gracias a esta colaboración,
hemos podido dar a conocer aun a más autores
alemanes en España, aparte de aquellos invitados
a la feria. De esta manera ofrecemos al público un
amplio abanico en cuanto a la literatura alemana,
tanto a través de la revista como del programa de
la feria. Esperamos que, de este modo, muchos de
ellos conquisten a nuevos seguidores en el país de
Don Quijote. Algunos de los textos de esta edición
se han traducido al español por primera vez.
por último, me gustaría expresarles a mis compañe-
ras del Goethe-Institut de Madrid, Anna Maria Balles-
ter, Rebeca Castellano, Jördis Lüdke, Anja Reder y
Susanne Teichmann, mi más sincero agradecimien-
to por sus magníficas contribuciones al proyecto.
Y a todos los lectores de Intramuros les deseo que
disfruten mucho descubriendo nuevas joyas de la
literatura alemana.
Foto de perfil: Liesa Johannssen
Alemania, país invitado a la Feria del LibroMargareta Hauschild, directora del Goethe-institut de Madrid
LES INvITAMOS A LA fERIA DEL LIBRO DE MADRID BAJO EL LEMA ¡ALEMANÍA! A DES-CUBRIR O A REDESCUBRIR LA LITERATURA ALEMANA A TRAvéS DE SUS AUTORES: UNA OpORTUNIDAD úNICA pARA DISfRUTAR DE UNA LITERATURA DINÁMICA, COMpROMETI-DA Y ABIERTA MUY DE CERCA, AUNQUE LE-JOS DE LOS ESTEREOTIpOS
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Si no se indica lo contrario, todos los eventos tendrán lugar en el pabellón Fun-
dación Círculo de Lectores. La entrada es libre. Habrá traducción simultánea
alemán-español.
Eventos por fecha:27/05, 19:00: Inauguración del programa cultural: Rüdiger Safranski, invitado
especial.
27/05, 21:30: fiesta de inauguración en la librería-vinoteca “Tipos Infames”
(por invitación).
28/05, 20:00: Intramuros, presentación del número especial sobre Alemania,
con Margareta Hauschild, Beltrán Gambier y Cecilia Dreymüller.
29/05, 18:00: Cristianos contra Hitler de José Manuel García pelegrín: presen-
tación a cargo de la editorial Libros Libres.
29/05, 20:00: Fatzer (Bertolt Brecht): lectura escénica presentada por Miguel
Sáenz. Organiza la editorial La uña RoTa.
30/05, 20:00: La ciudad, las luces: Ernesto Calabuig charla con Clemens Meyer.
31/05, 11:30: Mercado editorial en Alemania y España: mesa redonda.
31/05, 20:00: La obra de Eduard Keyserling: presentación a cargo de Nocturna
Ediciones.
01/06, 17:00: ¿Quién teme al crítico feroz? La literatura en los medios, con
Elke Heidenreich, peter Hamm e Ignacio Echevarría. Modera Cecilia Dreymüller
(este evento tendrá lugar en el Auditorio Fundación Mapfre, P° Recoletos 23).
02/06, 18.00: Mi vida con Vostell. Un artista de vanguardia: presentación a
cargo del Goethe-Institut y de La fábrica. Con Mercedes Guardado.
02/06, 20:00: Historia dividida, literaturas divididas: ¿está reunificada la lite-ratura alemana?: Cecilia Dreymüller charla con volker Braun.
03/06, 18:00: En las vertientes de la traducción: mesa redonda con Carlos
fortea, Rosa pilar Blanco y Juan Mayorga. Modera Belén Santana; organiza ACE
Traductores.
03/06, 20:00: Charla con Kathrin Schmidt.04/06, 13:00: Mindcracker vs. Berta Mir: Jordi Serra i fabra charla con Christos
Yiannopoulos.
04/06, 18:00: Libros de arte - el Arte en los Libros: presentación a cargo de la
Editorial TASCHEN.
04/06, 20:00: Buen Karma: charla con David Safier.
05/06. 13.00: Poetry Slam: presentación a cargo de Ediciones pigmalión.
05/06, 20:00: ¿Qué hace un detective en la peluquería?: Boris Izaguirre (por
confirmar) charla con Christian Schünemann.
07/06, 20:00: ¿Cuánta política aguanta la literatura hoy?: Cecilia Dreymüller
charla con Andreas Maier.
08/06, 17:00: Cruzando el puente: traductores y mediadores en la literatura:
con peter Schwaar, Susanne Lange, patricio pron y Christian Hansen. Modera
Miguel Sáenz (este evento tendrá lugar en el Auditorio Fundación Mapfre, P°
Recoletos 23).
09/06, 20:00: nuestra montaña mágica: miradas hispanoamericanas sobre la literatura alemana: con María Cecilia Barbetta, Andrés Neumann y Sergi Bellver.
10/06, 18:00: Cuando Kafka, Rilke y Grass hablan en español: mesa redonda
con Adan Kovacsis, Eustaquio Barjau y Miguel Sáenz. Modera Isabel García Adá-
nez; organiza ACE Traductores.
10/06, 20:00: Sombras sobre la ciudad: Juan Madrid charla con volker Kutscher.
11/06, 20:00: Clausura: vicente verdú charla con Hans Magnus Enzensberger.
12/06, 20:00: Fiesta final: Poetry Slam en la feria.
Pabellón Infantil - Tema: “El Viaje”ATENCIÓN: Los eventos en horario de mañana son sólo para colegios y con ins-
cripción previa. Para más información, consultar a amano@amanocultura.com
Eventos por fecha30/05, 12:30: El diente, el calcetín y el perro astronauta: taller con la ilustra-
dora Birte Müller.
31/05, 18:00-18:30: ¿Qué es un lectómetro?: presentación para padres y
niñ@s.
01/06, 12:30: El diente, el calcetín y el perro astronauta: taller con la ilustra-
dora Birte Müller.
01/06, 18:00 y 18:45: Todo lo que hay - cuentos al azar: Moka Seco.
02/06, 11: 30 y 12:30: Cómo recitar poesía sin parecer idiota: taller Poetry
Slam con Nacho Aldeguer y Jonathan Teuma.
03/06, 12:30: El diente, el calcetín y el perro astronauta: taller con la ilustra-
dora Birte Müller.
03/06, 18:00 y 18:45: Todo lo que hay - cuentos al azar: Moka Seco.
04/06, 18:00 y 20:00: Cuentacuentos Walter Moers, en colaboración con la
editorial Maeva.
06/06, 11:00 y 12:30: Cuatro amigos y medio y el misterio del móvil: gymkhana
interactiva y encuentro con Joachim friedrich.
07/06, 11: 30 y 12:30: Cómo recitar poesía sin parecer idiota: taller Poetry
Slam con Nacho Aldeguer y Jonathan Teuma.
07/06, 18:00-18:30: ¿Qué es un lectómetro?: presentación para padres y
niñ@s.
08/06, 18:00 y 18:45: Todo lo que hay - cuentos al azar: Moka Seco.
09/06, 18.00 Atrévete con la literatura infantil: mesa redonda. Organiza EUNIC
España.
10/06, 18:00 y 18:45: Todo lo que hay - cuentos al azar: Moka Seco.
11/06, 18:00 y 20:00: Cuentacuentos Walter Moers, en colaboración con la
editorial Maeva.
Además: Exposición permanente de libros infantiles alemanes actuales.
Talleres con Birte Müller en el pabellón fundación Mapfre.
Exposición El diente, el calcetín y el perro astronauta, en la biblioteca del
Goethe-Institut Madrid.
Programa de la Feria del Libro, Madrid 2011. 27/5 - 12/6
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preguntar a un alemán por su relación con Alemania
o por la idea que tiene de su país como patria es un
asunto harto peliagudo. Especialmente si se trata
de un alemán nacido después de 1940. pues en
los ciudadanos alemanes conscientes de su pasa-
do histórico, cualquier manifestación colectiva de
amor patrio suele suscitar cierta suspicacia, como
efecto secundario de la conciencia colectiva de cul-
pa. Los escritores no son una excepción a esta regla,
por mucho que Goethe afirmara que escribir histo-
rias era una manera de quitarse de encima el pasa-
do. De hecho, la literatura alemana contemporánea
es conocida justamente por lo contrario: por aden-
trarse en el pasado e interpelar al presente sobre el
legado a que nos obliga la historia.
Cogimos el toro por los cuernos y quisimos saber
qué responden los escritores alemanes a esta pre-
gunta. Tras titubeos y rechazos −incluida alguna
deserción− conseguimos reunir trece textos de
poesía, ensayo y, sobre todo, relato autobiográfico
escrito para este propósito. Y aun así quedaba la
duda: trece textos cortos sobre la relación del autor
con Alemania, ¿qué pueden decir de los autores?
¿Qué consiguen presentar de la literatura alemana
actual, una literatura productiva como pocas, que
ha merecido tres premios Nobel desde 1999? Cuan-
do la vitalidad de la literatura alemana se expresa
precisamente mediante su gran diversidad, apoya-
da en varias generaciones de escritores que no sólo
son representantes de diferentes épocas históricas
sino de dos sistemas políticos y de los más diversos
orígenes culturales.
El lector tendrá que ajustar sus expectativas al re-
ducido espacio, pero si lo hace, reconocerá tanto la
diversidad de la literatura alemana como su signo
distintivo más notable: la capacidad de reflejar pro-
cesos sociales y políticos y la voluntad de participar
en la discusión pública. De esta preocupación por
la res publica está impregnada, ante todo, la escri-
tura de los autores de la generación de posguerra,
Günter Grass, Christa Wolf, Martin Walser, volker
Braun y Hans Magnus Enzensberger −por parte de
la crítica, también peter Hamm−, que no solamente
sigue activa sino que ha protagonizado las grandes
polémicas públicas de las últimas dos décadas:
Christa Wolf y volker Braun, con su defensa de la
utopía socialista tras el derrumbe de la RDA; Martin
Walser, con su propuesta de enterrar el pasado nazi
de una vez y con sus ataques contra el crítico litera-
rio judío Marcel Reich-Ranicki; Günter Grass, con la
revelación de su silenciado pasado como miembro
de las SS.
También las polémicas, por muy farragosas que
resultaron en su momento, dan cuenta de la impli-
cación de los escritores alemanes en la sociedad, a
la vez que demuestran la consideración general de
la que goza la literatura en Alemania. precisamente
de esto habla el texto del poeta y dramaturgo volker
Braun que, tras cuarenta años de espera en la RDA
para sacar los manuscritos guardados en el cajón,
lamenta la paulatina pérdida de relevancia de la
literatura después de la caída del muro. De Günter
Grass se ha escogido un poema que remite a la épo-
ca en la que esto todavía no había sucedido: fue es-
crito en 1967 y forma parte de una serie de pregun-
tas a las que sometía Grass a su país en su poemario
Interrogado. Martin Walser, el novelista del Lago de
Constanza, concurre con unas reflexiones del año
1963 sobre su supuesta patria y el patriotismo
alemán que no son nada alentadoras, pero tan bien
aderezadas de humor cáustico que resulta difícil re-
sistirse a sus aplastantes verdades. El crítico peter
Hamm hace hincapié en su ensayo sobre la relación
de Goethe con Alemania y la compleja relación de los
alemanes con Goethe, en lo esencialmente ambiguo
e incluso contradictorio de los amores patrios. La
periodista Elke Heidenreich se remite al poema de
Heinrich Heine −“Cuando de noche pienso en Ale-
mania / no desciende a mis párpados el sueño”− en
su letra de una canción de 1976 para la actriz Senta
Berger, que cantaba contra el miedo en la oscuridad
de los años de gran represión policial tras los aten-
tados del grupo Baader-Meinhoff.
De la generación de escritores nacidos en los años
cincuenta, el novelista berlinés Reinhard Jirgl apor-
ta una escena hilarante de la época inmediatamen-
te después de la caída del muro, de su novela más
reciente, El silencio. Su particular sistema orto-
gráfico y de puntuación (tan difícil de pasar a otro
idioma) obliga a una lectura ralentizada que ayuda
a prepararse para el explosivo contenido irónico de
su prosa exuberante. Herta Müller ha aportado una
aguda reflexión sobre la terrible sensibilización lin-
güística a la que somete la experiencia del exilio al
perseguido y escapado de una dictadura, con la nota
grotesca añadida de que existen también exilios en
la propia lengua. Su propia expulsión de la patria y
de la lengua no termina con su viaje de Rumania a
Alemania, sino que se perpetua por la indiferencia o
impermeabilidad de los acomodados ciudadanos de
las democracias occidentales frente a la realidad de
los países del Este.
Sibylle Lewitscharoff, que en sus novelas describe
las excrecencias fatales de esta confrontación invo-
luntaria, indaga en su historia familiar como hija de
padre búlgaro y madre suaba, para trazar algunos
aspectos tragicómicos del malogrado aprendizaje
patriótico. Ilija Trojanow, búlgaro nacionalizado en
Alemania, que se siente en casa lo mismo en Kenia o
Sudáfrica que en la India, señala el efecto unificador
de la literatura y de la lengua alemanas. En cambio,
Kathrin Schmidt, criada al mismo tiempo que Tro-
janov en la RDA, advierte que el contacto con otras
culturas y lenguas en la RDA dificultaba tanto que,
a pesar de la curiosidad por lo otro de los jóvenes
de su generación, se convirtió en una angustiante
prueba. paralelamente a esta socialización germa-
no-oriental, en la parte occidental se volvía de la
conquista particular de la lejanía y se descubría el
atractivo de las estructuras de comunidad locales.
La Alemania de Andreas Maier, a su vez, es la de las
alternativas a los discursos ideológicos oficiales
y de las vías políticas institucionalizadas. Cecilia
Barbetta, la autora argentina que ha optado por su
lengua adoptiva como lengua literaria, se acerca a
Alemania con la fascinación de una amante que se
entrega plenamente al encanto del idioma y de la
cultura ajenos. Trece miradas sobre el mismo país,
trece puntos de vista, lúcidos, críticos, apasiona-
dos. Disfruten de ellos.
Foto de perfil: © peter Schwaar
Trece miradas de AlemaniaCecilia dreymüller, crítica literaria y traductora
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Nada más llegar a Alemania, a los primeros tres
días ya estaba invitada a una cena. El anfitrión
tenía, cuando entré en la cocina, carne de cordero
en el horno. por primera vez veía un horno ilumi-
nado y con cristal. No podía apartar los ojos, la luz
exponía la carne. Las burbujitas de calor reptaban
de un lado para otro, respiraban y estallaban. veía
esa carne brillante y marrón como una película pai-
sajística en un televisor de color: sol con bruma y
la roca bovina habitada por animales vidriosos. El
anfitrión abrió la puerta de cristal y dijo, mientras
daba la vuelta a los trozos de carne: “Canetti tam-
bién es de Rumania, ¿verdad?”. Yo dije: “Es de Bul-
garia”. él dijo: “Ah, vale, siempre confundo los dos
países, pero me sé las capitales: Bulgaria con Sofía,
Rumania con Budapest”. Yo dije: “Budapest es la de
Hungría, la de Rumania es Bucarest”. Su manera
de darle la vuelta a la carne con el tenedor se veía
en mi película como si un cangrejo de río reordena-
ra el paisaje. Y me daba la sensación de haberse
confundido sólo por haber confundido los trozos
de carne en la bandeja. Cerró la puerta de cristal
y dijo: “Espero que te guste. ¿Has comido cordero
alguna vez?”. “En Rumania se come mucho cordero
−le aseguré−. La epopeya nacional de los ruma-
nos, su Cantar de los Nibelungos, trata de ovejas y
pastores”. “Qué divertido”, dijo él. Le corregí: “No es
divertido, trata de engaño y de completo abandono
en medio del miedo, trata de dolor y de muerte”.
El alemán es mi lengua materna. Desde el princi-
pio lo entendí todo en Alemania. Todas las palabras
eran conocidas de cabo a rabo para mí. Sin embar-
go, los enunciados de muchas frases resultaban
ambiguos. No sabía qué pensar de las situaciones,
la intención con la que se pronunciaban se me es-
capaba. Seguía el rastro de comentarios desenfa-
dados como “qué divertido”. Los entendía como
frases definitivas. No entendía que querían ser
nada más que un suspiro secundario, que no sig-
nificaban nada, simplemente: “ah, vale” o “pues”.
Me los tomaba como frases completas, pensaba
“divertido” sigue siendo lo contrario de “triste”.
En cada palabra pronunciada tiene que haber un
enunciado, de lo contrario no se habría dicho. Co-
nocía el decir y el callar; sin embargo, desconocía
ese juego intermedio del silencio hablado sin con-
tenido.
En Alemania, a la gente le gusta decir (y eso se
hace hoy sin verificación alguna): “La lengua es la
patria”. Especialmente a los escritores les gusta
decirlo. Han adoptado ese dicho de los autores que
fueron expulsados por los nazis y condenados al
exilio. pero los autores del exilio que huyeron de la
muerte sintieron en su propia piel muy duramen-
te lo contrario; esto se puede leer en cada una de
sus frases. Los expulsados tuvieron que mantener
en alza el brillo de esta frase para no perderse a sí
mismos en medio de tanta pérdida. Dentro de su
propia cabeza, para no perderse camino de la fren-
te a la boca. para mis oídos esta frase significa:
“Todavía me tengo a mí mismo”. La lengua como
última posesión en el caso más extremo. Sin nece-
sidad no debería uno aventurarse a pronunciarla.
puesto que uno no se puede llevar la lengua. Se la
ha de llevar. Sólo si uno estuviera muerto, ya no la
Aquí en AlemaniaHerta Müller*
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CONOCÍA EL DECIR Y EL CALLAR; SIN EM-BARGO, DESCONOCÍA ESE JUEGO INTERME-DIO DEL SILENCIO HABLADO SIN CONTENIDO
Herta Müller. Foto: © Bettina flitner
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tendría, ¿pero eso qué tiene que ver con la patria?
Incluso, si uno transporta la misma lengua de aquí
para allá, no es la misma. Trastrabilla en la igualdad.
frases con palabras conocidas de cabo a rabo se
vuelven extrañas, porque no se puede descifrar su
relación con el asunto en cuestión. Me irrita la fra-
se “la lengua es la patria” cada vez que la escucho.
No se toma en serio el exilio como la aniquilación
de la existencia. Se ha tardado, pero finalmente en
Alemania se ha reconocido el Nacionalsocialismo
como el mayor desastre causado por culpa propia.
Sin embargo, cuando las conversaciones pasan de
las generalidades al detalle, existen huecos como
esta frase, donde el pesar normalizado se con-
vierte en irreflexión. “La lengua es la patria.” Si eso
fuera cierto, cualquier exilio sería aguantable como
una patria muy cercana e íntima. Naufragado en
la nada, uno tendría una segunda patria debajo de
su piel, hecha a medida y muy superior a cualquier
geografía o familiaridad. Uno podría, con la esquizo-
frenia de esta lengua metida en la cabeza, seguir
siendo alegremente “patriado”.
Como contrapartida de la frase “la lengua es la pa-
tria”, tomé nota de lo que dice Jorge Semprún, como
de pasada, en su último libro sobre su época como
ministro de cultura: “La patria no es la lengua. La
patria es lo que se habla”. Y en un país se habla de
lo que se hace con la cabeza, las manos y los pies.
Llegado al resbaladizo parqué de intrigas y rituales
de la alta política, el pensamiento del ministro de
cultura Semprún sigue retornando a Buchenwald,
al exilio y a la clandestinidad. él sabe que la patria
es la concordancia interior con lo que sucede en el
exterior. Y en la dictadura franquista, España no era
una patria. Como tampoco era una patria el ruso
para Sacharow durante su arresto domiciliario. En
“la patria es lo que se habla” se expresa la perse-
cución como un “no formar parte”, agudizado hasta
la amenaza de muerte, también sin exilio. La frase
demuestra que para tantos chinos, paquistaníes,
iraníes, serbios o cubanos, la lengua no constituye
una patria, como tampoco lo hace el país. La frase
de Semprún es precisa y no alberga sentimiento
alguno; sin embargo, en Alemania se prefiere la an-
tigua y sentimental con el consuelo incorporado.
Un consuelo sinuoso que basta mientras uno no lo
necesite, pues dispone de suficiente concordancia
en casa y no tiene idea del sufrimiento ajeno.
Dos veces compré flores en la misma tienda. La
dependienta, una mujer en su cincuentena, se se-
guía acordando de mí de una visita a otra. Así que,
como recompensa por haber vuelto, escogió para
mí los conejitos más hermosos del cubo, titubeó
un momento y preguntó: “¿Qué paisana es usted,
es francesa?”. puesto que no me gusta la palabra
“paisana”, yo también vacilé, y entre nosotras se
colgó un silencio antes de que yo respondiera: “No,
soy de Rumania”. Ella dijo: “Bueno, no pasa nada”, y
sonrió como si de repente tuviera dolor de muelas.
Sonó amable, como si dijera “eso le puede pasar a
cualquiera, sólo es una pequeña tara”. Y ya no le-
vantó la vista, mantuvo los ojos clavados en el ramo
envuelto. Estaba avergonzada, pues me había so-
breestimado. Ya al pedir conejitos con el nombre de
“boquitas de león”, pensé: en mi alemán traído de
allá, de Rumania, estas flores se llaman “boquitas
de rana”; en el idioma pueblerino de mi casa se de-
cía directamente “croares”, es decir, simplemente
el canturreo que emiten las ranas. La diferencia
entre leones y ranas no podía ser mayor; comparar
los dos animales es absurdo. Las “boquitas de león”
alemanas son boquitas de rana grotescamente so-
breestimadas. De la misma manera me sobreesti-
maron a mí unos minutos más tarde.
Cuántas veces he tenido que decir en Alemania de
dónde soy. En el kiosco, en la sastrería de arreglos,
en la zapatería, la panadería o la farmacia. Entro,
saludo, pido lo que quiero pedir, los dependientes
me atienden, dicen el precio y entonces, tras un
trago vacío de aliento: “¿De dónde es usted?”. En-
tre poner el dinero en la barra y guardar la vuelta
digo: “De Rumania”. Dado que hay que hablar un
poquito sobre el zapato o el vestido, sobre lo que se
puede hacer y lo que no, hasta aclarar los procedi-
mientos técnicos, pronuncio varias frases comple-
tas seguidas. Y me despiden con el comentario: “Ya
habla usted bastante bien el alemán”. No quiero de-
jarlo así y, sin embargo, no tengo nada que añadir.
El corazón me late en los oídos, quiero salir a la calle
cuanto antes y lo más disimuladamente posible, de
modo que me equivoco en la puerta y llamo la aten-
ción: en vez de empujar, tiro del picaporte o en vez
de tirar, empujo. Quiero desaparecer y ser invisible
y soy el hazmereír del día. pues en la puerta de la
sastrería o de la zapatería, además, cuelga una
campanita que pone en música mi estado interior.
El latido de mi corazón canta en todo el taller, antes
de conseguir finalmente salir. Es una campanita
señorial. A menudo hay otros clientes delante que
ladean un poco la cabeza y miran.
Inmediatamente después, al andar por la calle, me
imagino cómo sería si todos los clientes anteriores
y los que llegan después de mí tuvieran que decir
de dónde son. Repaso nombres de lugares y rimas:
“Buenos días, quiero jarabe para la tos y soy de
voss. Buenos días, quiero aspirina y soy de Tubin-
ga. Buenos días, quiero dos barras de pan y soy de
Aquisgrán. Buenos días, quiero cuchillas de afeitar
y soy de Neuenahr”. O al despedirse: “Hasta luego,
soy de Colonia y volveré otro día”. Me hago reír sa-
biendo que, en primer lugar, río demasiado tarde y,
en segundo lugar, me río de mí misma, ya que este
entramado de rimas no hace daño a nadie, y a mí no
me servirá de nada la próxima vez. Me hago un poco
de música contra la campanita en la puerta, pero no
me hago una piel más curtida. Y la necesitaría como
los zapatos necesitan suelas nuevas.
Cuántas frases empiezan desde hace años con las
palabras: “Aquí en Alemania...”. Quisiera ponerme a
la defensiva, pero al final mantengo la compostura
“LA LENGUA ES LA pATRIA.” SI ESO fUERA CIERTO, CUALQUIER ExILIO SERÍA AGUAN-TABLE COMO UNA pATRIA MUY CERCANA E ÍNTIMA. NAUfRAGADO EN LA NADA, UNO TENDRÍA UNA SEGUNDA pATRIA DEBAJO DE SU pIEL, HECHA A MEDIDA Y MUY SUpERIOR A CUALQUIER GEOGRAfÍA O fAMILIARIDAD. UNO pODRÍA, CON LA ESQUIZOfRENIA DE ESTA LENGUA METIDA EN LA CABEZA, SE-GUIR SIENDO ALEGREMENTE “pATRIADO”
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y digo: “pero si yo también estoy aquí en Alemania”.
Ante una mirada incrédula y de ojos muy abiertos,
me repiten entonces con aparente retractación:
“pero aquí en Alemania no se dice Bretsel sino
Breetsl. La primera “e” hay que alargarla y la segun-
da, tragársela, ¿me entiende? No tiene importan-
cia, pero ahora ya lo sabe”. A continuación una son-
risa que significa, según pienso: “No pasa nada”. Sin
embargo, acto seguido, viene en tono de pregunta
la frase: “¿Todo bien?”. Yo asiento con la cabeza
y supero todas las expectativas al decir “Laugen-
breetsl”. Y el dependiente dice: “Toll”, “genial”. Con-
tinúa sonriendo cuando el siguiente cliente pide un
“pan de soltero”. Yo ya estoy en la escalera mecá-
nica y la palabra “toll” me ronda por la cabeza. Yo
sólo conozco significados muy distintos de “toll”:
Tollwut (rabia), Tollkirsche (belladona), Tollhaus
(manicomio), Atoll (atolón), tollkühn (temerario).
También tolerancia y Ayatolá suenan a “toll”. Cada
una de estas palabras es casi tan larga como Lau-
genbreetsl. ¿Debería habérselas enumerado al
dependiente?, ¿o haberle cantado el anuncio de
pan en el metro?: “Ante el altar la novia permanecía
callada / un sabroso bocadillo de pan Pech masti-
caba”. Debería haberle dicho al dependiente cuánto
me gusta la palabra “pan Pech”. Que pan Pech para
mí expresa, de la manera más sucinta, todo lo que
las dictaduras hacen a la gente. En los interroga-
torios el agente secreto me decía a menudo que
no debía olvidar que comía pan rumano. En aquel
entonces no se me ocurría cómo llamar con una
única palabra el suplicio al que me sometía. Tuve
que esperar hasta el anuncio de pan en el metro
de Berlín para averiguar la palabra correcta para el
agotamiento de nervios. Estaba asombrada: la fra-
se “He comido mi pan Pech” es tan desconcertante-
mente clara como aquella de Semprún: “La patria es
lo que se habla”. La expresión es tan adecuada para
describir una dictadura que incluso se podría decir:
“puesto que Semprún comió su pan de brea, sabe
que la patria no es la lengua sino lo que se habla”.
De qué se habla cuando encuentro a mi vecina aba-
jo, junto a los buzones, y me cuenta, al subir juntas
la escalera, que por la noche no pega ojo porque su
hijo de tres años viene entre las dos y las tres de la
madrugada con un cordero de peluche a su cama
y quiere jugar: “Esto es el terror puro y duro”, afir-
ma, “el servicio secreto rumano no podría haberse
imaginado algo peor”. De profesión es historiadora.
¿Debo decirle que el servicio secreto rumano no
quería jugar conmigo a los peluches?
Traducción: Cecilia Dreymüller
*Herta Müller. nació en nitzkydorf, Rumania, en 1953.
Estudió Filología y trabajó como traductora y profesora de
alemán. En 1982 se publicó en Rumania una edición fuer-
temente censurada de su libro de relatos En tierras bajas,
considerado una profanación de la patria por la cruda ex-
posición de la vida en la diáspora alemana. Perseguida por
la Securitate, logró abandonar Rumania en 1987 y estable-
cerse en Berlín. Allí publicó en 1992 La piel del zorro, y en
1994, La bestia del corazón, sendos ajustes de cuentas con
la Rumania de ceaucescu. En su novela Hoy hubiera prefe-
rido no encontrarme a mí misma narra sus experiencias con
el servicio secreto rumano. Su novela Todo lo que tengo lo
llevo conmigo, de 2008, versa sobre la deportación de la mi-
noría germanoparlante de Rumania y su confinamiento en
un campo de trabajo soviético después de 1945. Sus ensayos
de El diablo está en el espejo y El rey se inclina y mata ex-
ploran la relación entre lenguaje y dictadura. Paralelamente
a su obra en prosa ha publicado tres volúmenes de poemas-
collage, también traducidos al español. En 2009 recibió el
Premio nobel de literatura.
EN LOS INTERROGATORIOS EL AGENTE SECRETO ME DECÍA A MENUDO QUE NO DEBÍA OLvIDAR QUE COMÍA pAN RUMANO. EN AQUEL ENTONCES NO SE ME OCURRÍA CóMO LLAMAR CON UNA úNICA pALABRA EL SUpLICIO AL QUE ME SOMETÍA
Herta Müller. Foto: © Bettina flitner
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Un punto de mira bajo y preguntas directas
pedirá siempre el horizonte:
cuando, testigo, dejé el estrado,
contra la pared, frente al tribunal,
en donde fronteras contradicen ríos,
a seis mil metros sobre el vaho, en casa,
el peluquero echó el aliento
al espejo y con el dedo escribió:
¿Nacido cuándo? vamos, dilo, ¿dónde?
Está al nordeste, al oeste de
y sigue alimentando a los fotógrafos.
Se llamó así y hoy se llama asá.
Allí vivieron hasta que, desde entonces, vivieron.
Lo deletreo: Wrzeszcz antes se llamó.
La casa quedó en pie, sólo el revoque.
El cementerio al que yo, no existe ya.
Donde entonces vallas, hoy puede entrar cualquiera.
Tan góticamente imagina las cosas Dios.
porque para mucho hay dinero hoy.
Conté gabletes, ninguno faltaba:
se recupera el medievo.
Sólo ese monumento de cola de caballo
se fue hacia el oeste huyendo.
Cada sintonía de radio pregunta;
porque cuando yo, entre conchas,
jugaba con la arena,
cuando encontré una tumba junto a Brentau,
cuando removí papeles en el Archivo
y en el hotel, a la pregunta en cinco idiomas:
¿nacido cuándo dónde y por qué?,
no supe qué decir y mi lápiz confesó:
fue en la época del marco-renta.
No lejos del Motlava, un afluente,
en donde forster bramó y Hirsch fajngold guardó
silencio, aquí, donde gasté mis primeras suelas
y, cuando pude hablar,
aprendí el tartamudeo: arena, empapada,
para hacer castillos, hasta que mi Grial de niño
se alzó góticamente y se derrumbó.
fue casi veinte años tras verdún;
y treinta años de plazo, hasta que mis hijos
me hicieron padre; olor de establo
tiene esa lengua, instinto de coleccionista,
cuando pinchaba historias, mariposas,
pescando palabras que temblaban
como gatos sobre madera flotante y,
al llegar a tierra,
parieron doce pequeños: grises y ciegos.
¿Nacido cuándo? ¿Y dónde? ¿por qué?
Eso lo he arrastrado de un lado a otro,
hundido en el Rin, enterrado junto a Hildesheim:
Castillo de arena mojadaGünter Grass*
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Günter Grass. Foto: © Gerhard Steidl
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pero buceadores lo encontraron y, en jaulas,
salieron a la luz los acarreos.
Hayuco, ámbar, polvo efervescente,
calcomanías y esta navaja,
una pieza de la pieza, cifras de tonelaje,
minuteros, botones, monedas,
una bolsita de viento para cada lugar.
Mi oficina de objetos perdidos me enseña el engaño:
olores, umbrales desgastados,
deudas prescritas, pilas
contentas sólo en las linternas
y nombres que son sólo nombres:
Elfriede Broschke, Siemoneit,
Guschnerus, Lusch y Heinz Stanowski;
también Chodowiecki y Schopenhauer
nacieron allí. ¿Cuándo? ¿por qué?
Sí, en Historia fui siempre bueno.
preguntadme sobre pestes y carestías.
Rezo de carrerilla tratados de paz,
maestres de órdenes, la miseria sueca,
y conozco a todos los Jaguelones
y todas las iglesias, desde la de San Juan
hasta la, ladrillo rojo, Trinidad.
¿Quién pregunta dónde aún? Mi acento
es malicioso hogareño báltico.
¿Cómo hace el Báltico? Blubb, pifff, pshsh...
En alemán, polaco: blubb, pifff, pshsh...
pero cuando, harto de fiestas populares,
en el encuentro de los refugiados,
alimentado en Hannover por autobuses especiales
y la Bundesbahn,
pregunté a los funcionarios,
se habían olvidado de cómo hace el Báltico
e hicieron rugir el Atlántico;
yo insistí: blubb, pifff, pshsh...
y entonces gritaron: ¡Muera!
Ha renunciado a derechos humanos y pensiones,
a indemnizaciones, su cuidad natal,
escuchad su acento:
eso no es el Báltico, es alta traición.
Interrogadlo bajo tormento, traed la Torre de los
Condenados, estiradlo, a la rueda, cegadlo,
quebradlo y quemadlo,
ponedle tornillos en la memoria.
Queremos saber dónde y cuándo.
No en el Dique de la paja ni en prado vecinal,
ni en el Barrio del pebre −¡ay, si sólo
hubiera nacido entre los graneros de Holm!−,
ocurrió junto a Striess, el riachuelo, el pasto
del Ejército,
y hoy la calle se llama Lelewela...sólo el número
quedó y quedó, a la izquierda de la puerta.
Arena, empapada, para hacer castillos: Grial...
Nacido en el castillo de arena, al oeste de.
Eso queda al nordeste y al sur de.
La luz cambia allí mucho más aprisa que en.
Las gaviotas no son gaviotas, sino.
Y también el río de la Leche, tributario del vístula,
fluía con miel bajo multitud de puentes.
Bautizado vacunado confirmado escolarizado.
Yo he jugado con fragmentos de bombas.
y me crié entre el Espíritu Santo
y el retrato de Hitler.
Me quedaron en los oídos sirenas de barcos,
frases truncadas, gritos contra el viento,
campanas intactas, algún fogonazo,
y algo de ese Báltico: blubb, pifff, pshsh...
publicado en el Libro Lírico Botín (Bartleby Editores)
Traducción: Miguel Sáenz
*Günter Grass. nació en 1927 en danzig (actual Gdansk).
vivió en su primera juventud los coletazos de la Segun-
da Guerra Mundial, tras la cual estudió Artes Plásticas en
düsseldorf y Berlín. desde 1956 ejerció simultáneamente
la literatura y la creación literaria, primero en París y luego
en Berlín. debutó como poeta con Las ventajas de las ga-
llinas de viento (1956) y más tarde escribió obras de teatro,
ensayos políticos y novelas. Su posición capital en las letras
alemanas se debe a la publicación de El tambor de hojala-
ta, en 1959. El gato y el ratón, de 1961, y Años de perro,
de 1963, le afianzaron como la voz más internacional de la
narrativa alemana de posguerra y de la conciencia políti-
ca de la Alemania socialista y antinazi. con El rodaballo
(1977), La ratesa (1986), Es cuento largo (1995) y A paso
de cangrejo (2005) presentó sendos cuadros críticos de la
sociedad alemana en los accidentados contextos históricos
del siglo XX. con su relato autobiográfico Pelando la ce-
bolla desató una fuerte polémica, al revelar que había sido
miembro voluntario de las SS. En 1999 recibió el Premio
nobel de literatura.
08-03-09. Foto: © Matth van Mayrit
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Bajo un cielo de acero Volker Braun*
La pregunta acerca de la labor de las artes en las
transformaciones bruscas, de la fuerza subversiva
del conocimiento estético, de su demanda de posi-
bilidad de existencia, no es una pregunta baladí en
una época indecisa en la que percibimos algo pesa-
do, algo inaguantable, pues se está consolidando
un orden antiguo.
para que la historia se mueva han de congregarse
los elementos socialmente separados. Justamente
esto ocurrió hace cuarenta años en parís y praga,
y hace veinte años en el Este. 1968 y 1989: esas
fueron grandes lecciones de historia que transcu-
rrió durante tanto tiempo de manera improductiva.
En 1968 fue abolido el reglamento universitario; en
1989 lo fueron las reglas del Estado.
Rubricamos nuestra lectura, que suscita los as-
pectos serios y graciosos de esta revuelta, con
un verso blanco de Thomas Brasch: Bajo un cielo
de acero. El 21 de octubre de 1989 una cantante
germano-francesa sorprendió en el canal France
Culture con el comentario: “Habrá que darse prisa
para cantar al Berlín dividido porque pronto estará
reunificado”. No era una época de cantar canciones,
ni sobre la división ni sobre la unidad. La relación
entre literatura y política era precaria, precisa-
mente porque la literatura tenía relevancia, pues
los libros nuevos se esperaban con ansiedad y se
temían. Desde el siglo de Horacio y Ovidio nunca la
literatura ocupó e indignó tanto a los poderosos y
animó tanto al hombre común. No es que se leye-
ran los libros impresos, bajo mano se sacaban los
libros suprimidos. Debates como confabulaciones,
y todos desembocaban en un único pensamiento:
de qué manera estamos presentes en la sociedad.
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pARA QUE LA HISTORIA SE MUEvA HAN DE CONGREGARSE LOS ELEMENTOS SOCIAL-MENTE SEpARADOS
No tocar. Alto voltaje. Foto: © María G. Kioro
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Se representaban de repente las piezas largamente
guardadas en el cajón, y actores de Dresde se salie-
ron de sus papeles con un manifiesto para dejar las
cosas claras. pero recordémoslo: ya en sus papeles
representaron su rol, el rol del arte, de atravesar las
fronteras. En la sala de espectadores se vivía una
realidad opuesta, donde la gente contenía el alien-
to; se ensayaba un pensamiento contrario en el
que se rompía con lo establecido.
La revolución no puede lograrse como dictadura.
Si no nos liberamos a nosotros mismos, no tendrá
consecuencias para nosotros.
fue una época de acción de las artes, de trabajar
hacia un cambio, que comenzó largo tiempo antes
como trabajo de serenamiento. Su prólogo solitario
fue el poema de Hermlin de 1947. Pasó la época de
los prodigios. Alcanzó su máxima repercusión en
aquel año lleno de prodigios: 1989. Actuar signifi-
caba penetrar en las contradicciones. No sólo mos-
trar unos síntomas sino toda la desgracia que des-
garra la sociedad. Tal vez hemos de reprocharnos
el no haber reconocido su parte buena, no haber
hablado a su favor. “Si ya no se trata de renovación
o limpieza,” (Christa Wolf en Accidente, 1986) “se
trata del completo derrumbamiento y no de alguna
promesa, ni mucho menos de una certeza para el
tiempo después...”. Y llegaron palabras de ánimo de
un lado insospechado: el cambio −vocablo de Gor-
batchov−; y en el x Congreso de Escritores, en no-
viembre de 1988, se citaba a Jakowlew: “Los tiem-
pos exigen someter cualquier decisión económica
o técnica a una especie de prueba humanitaria; hay
que aclarar, si usted quiere, su sentido humano y
su dirección”. Ese fue el nuevo pensamiento de
aquellos días y el impulso de la última literatura de
la RDA.
El cambio, 1988:
Este sorprendente viento del campo
En los pasillos. Escritorios
Estrellados. La sangre que vomitan
¿Y LA FAMA? Y EL HAMBRE
Los periódicos. Sobre los talones
Se da la vuelta la historia;
Por un momento
Decidida.
Y eso fue exactamente lo que experimentamos
entonces: que la historia estaba dando la vuelta
sobre los talones; y que sólo durante un momento
fue nuestro propio movimiento. La RDA desapareció
cuando empezó a ser interesante y nuestros lecto-
res y espectadores se convirtieron en otros tantos
oradores y actores. No puedo quitarme la idea de la
cabeza de que fue una sustancia humana, una de-
terminada moral de la multitud lo que colaboró en
producir el cambio pacífico. ¿No estuvo condiciona-
do por un potencial de conocimiento o expectativa?
¿Y no es su demanda hacia los resultados lo que la
hace estar en desacuerdo con ellos?
Si en 1968 en praga era Kafka lo que circulaba, en
el Berlín de 1989 fue Büchner: “La forma del Estado
ha de ser un vestido transparente que se ciñe es-
trechamente al cuerpo del pueblo”. Lemas tan tras-
lúcidos como este aparecieron en las calles. Aun-
que, donde sea que la literatura esté involucrada,
se trata siempre de historias incompletas. Al igual
que el proyecto de 1968, también el de 1989 es un
fragmento. La contraseña que se convirtió en per-
manente es “éramos el pueblo”. La sociedad solida-
ria no está a la vista. fuera lo que fuere el cambio,
no fue un cambio universal. Si bien Günter Grass re-
sumió todavía el año pasado: “Necesitamos un nue-
vo 68”, yo insinúo: “No. Hemos de pensar un nuevo
89; un cambio en el pie con el que pisa el género”.
El tipo de literatura que busca e investiga sigue
siendo incómodo en un Estado que había llegado
al final de las preguntas, cuando nos dio la res-
puesta definitiva. Desde entonces, aprendimos en
Alemania no tanto a actuar cómo ser objeto de ne-
gociaciones; no hemos hecho historia sino hemos
soportado historia. Ahora nos está centrifugando la
crisis que separa la nata de los ricos del suero del
salario mínimo. La policía de la empresa ha prepa-
rado preventivamente la expresión de la posdemo-
cracia. No obstante, continúa el movimiento y “la
autocomposición de las fuerzas sociales”, y des-
cubrimos dos Américas con el cambio. ¿Qué habría
pasado si hace veinte años Obama hubiera sido el
partenaire de Gorbatchov? El mundo se habría aho-
rrado guerras y terror, y también la prensa alemana
probélica. Con la asunción de Obama se abre por
un momento el cielo americano de acero. La “dul-
ce realidad de este momento” vuelve a ser el digno
instante de la poesía.
Que así sea. ¡Salud! por la no acometida, la no vivida
revuelta de hoy.
Traducción: Cecilia Dreymüller
Foto de perfil: © Roger Melis
*Volker Braun. nació en dresde en 1939. Tras el Arbitur,
trabajó como obrero industrial en la minería y en la construc-
ción y luego estudió Filosofía. A partir de 1960 fue miembro
del SEd y comenzó a publicar sus escritos. desde que en
1966 publicó su primer poemario en la editorial Suhrkamp,
Cosas provisionales, publica paralelamente en la RdA y la
RFA. Trabajó como dramaturgo en el Berliner Ensemble y
en el deutsches Theater. En 1988 recibió el premio nacional
de la RdA. Entre otros, ha firmado los poemarios Nosotros,
no ellos (1970), El lento crujir de la madrugada (1987), Tu-
mulus (1999), Jardín de recreo, Prusia (1996), y A las her-
mosas farsas (2005). Su prolija obra dramática, entre otras,
Los volquetes (1972), La historia inacabada (1975), Transit
Europa (1987), La gran paz (1990) −traducida al español− y
Bohemia junto al mar (1992), al igual que su poesía y prosa,
ponen el dedo en la llaga de las consecuencias morales de
la política. defensor empedernido de la utopía socialista, la
contrasta críticamente con la realidad, primero de la RdA y
después de la Alemania reunificada. Entre sus relatos y nove-
las se destacan Hinze y Kunze (1985), El veleta (1995) y La
zona no ocupada (2004). En 2000 recibió el premio Georg
Büchner. En 2009 la editorial Suhrkamp editó sus diarios de
trabajo Días laborales I.
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SI BIEN GÜNTER GRASS RESUMIó TODAvÍA EL AñO pASADO: “NECESITAMOS UN NUEvO 68”, YO INSINúO: “NO. HEMOS DE pENSAR UN NUEvO 89; UN CAMBIO EN EL pIE CON EL QUE pISA EL GéNERO”
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Mi abuelo todavía no sabía que era un alemán. En
el año 1870, en nuestros lares, llamaron a filas
todavía bajo la bandera bávara. Mi padre, alumno
de un instituto de bachillerato real y bávaro, pro-
bablemente tampoco se habría enterado del todo
bien de su "alemanidad" si no le hubiesen dado
unas sangrientas clases particulares entre 1914
y 1918. Cuando regresó a casa en 1919, estos te-
rribles años no podían haber tenido ningún senti-
do, así que lo mejor era seguir creyendo que había
sido a causa de Alemania. De modo que para mí
casi ya no se cuestionaba el asunto: yo desde le
principio había de ser alemán. (No quiero apelar
a las reservas bávaras, ya que son de naturaleza
más folclórico-heráldica que estatal.) Sin embargo,
a nuestros padres el sentimiento nacional produ-
cido en Berlín y Weimar no debió de parecerles lo
suficientemente insensible a la luz, de ahí su ocu-
rrencia mortífera: deberíamos convertirnos en ale-
manes de cabo a rabo. La biología tendría que dar
finalmente lo que la historia y la tradición, ni con
las falsificaciones más descaradas, habían podido
ofrecer, a saber: el hombre alemán. La que mon-
tamos como alemanes de cabo a rabo para por fin
tomar conciencia de nuestra particular forma de
ser es de sobra conocido. Desde entonces, lo que
uno más desea es renunciar de una vez por todas
a ser alemán. pero, como nadie es alemán por libre
elección, tampoco puede deponer su nacionalidad
como le da la gana y evadirse de este modo de la
sucia historia. Al menos para la mayoría esto re-
sulta imposible. Y aquellos que se podían permitir
hacerse ciudadanos de Liechtenstein, aparente-
mente no han sido empujados por su conciencia,
sino por su asesor fiscal al otro lado de la fronte-
ra. En cambio, nosotros, que debemos disfrutar
del desayuno en este país todavía unos cuantos
Siempre que quisimos ser una naciónMartin Walser*
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UN MOSAICO ALEMÁN I
DE MODO QUE pARA MÍ CASI NO SE CUESTIO-NABA EL ASUNTO: YO DESDE EL pRINCIpIO HABÍA DE SER ALEMÁN
Reflejos en Berlín. Foto: © Adriana Mansilla
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años más, echamos mano, cada uno a su manera,
del distanciamiento o de la ceguera, pues hemos
tenido que resignarnos a que somos más o menos
alemanes. Menos mal que nos señalaron a tiempo
un enemigo en el Este que nos dirige hacia una mo-
vilización "positiva" de nuestros sentimientos. Aun
así, tampoco hoy somos unos alemanes especial-
mente manifiestos.
Justo a tiempo antes de que pudiéramos conver-
tirnos en alemanes nacionales, se hicieron fuer-
tes las ideologías supranacionales, los sucesores
históricos de las naciones. Se equivocaba el suizo
Conrad ferdinand Meyer, que simpatizaba con no-
sotros, cuando nos vaticinaba una madurez tardía:
"cuando otros se marchiten, nosotros llegaremos
a ser un Estado". No llegamos a serlo. El pueblo
alemán siguió siendo una población, una reunión
de tribus que a duras penas soporta una lengua
común como corona. El efecto de las guerras mun-
diales y la influencia del ferrocarril han sido más
determinantes a largo plazo para la consolidación
conjunta de estas tribus que la fundación del Reich
por Bismarck. A él se debe, no obstante, que el fe-
rrocarril durante un tiempo haya podido llamarse
ferrocarril del Reich Alemán. Se demostró lo poco
que tenemos de nación cuando Alemania fue vacu-
nada con dos cultivos ideológicos distintos. ¡Cuán
rápidamente se distanciaron! Hoy Alemania ya
no existe. Y aquel que habla de reunificación en
libertad y paz se vería en un grave apuro si se le
pidiera explicar cómo quiere reunir en un Estado,
en libertad y pacíficamente, frankfurt del Meno
con frankfurt del Oder. Aunque ningún orador de
calibre renunciará a declararse defensor de la re-
unificación, las dos frankfurts siguen alejándose
irremisiblemente la una de la otra. Y no se ve dón-
de puede acabar esto. Al fin y al cabo, los oradores
de las dos Alemanias demuestran a diario a sus
doctores de vacunación que, con la ayuda de las
ideologías, se deja producir un grado de enemistad
que, en comparación con el odio de los chauvinis-
tas históricos, casi parece un signo de humanidad.
¿Habrá que constatar entonces que los alema-
nes vuelven a ser, de forma contemporalizada,
los mayores accionistas para la fundación de la
enemistad en el mundo? Sin duda radica una ló-
gica tenebrosa en el hecho de que la división de
Alemania es resultado de una guerra que nosotros
causamos porque nos comportamos como una na-
ción. para comportarnos como nación, por lo visto,
siempre necesitábamos algún similor para cegar a
los talentos políticos todavía existentes. El “Tercer
Reich”: ya el nombre no es otra cosa que una papa-
rrucha histórica. No se puede exigir que los efectos
sean menos absurdos que las causas. Alemania
fue dividida como una nación que se había dado
pote, sin haberlo sido en realidad jamás. De ahí
que el Berlín cruelmente dividido simboliza hoy un
destino nacional que −descontando los tiempos
de guerra− nunca fue una realidad. Y a Adenauer,
que es tan poco patriótico como un buen manual
de física, le cayó la sospecha de haber sido poco
amable con Berlín.
Al menos ahora estaremos probablemente para
siempre a salvo de dinastas mentecatos y semipi-
rados fanáticos del Reich que pretendan fundirnos
en una nación. por un precio terrible nos hemos li-
brado de la obligación de convertirnos en nación.
por aquí y por allá seríamos alemanes. Seríamos.
Nosotros en la República federal, por ejemplo. Un
Estado parcial, más adelante. ¿Qué aportamos
para ello? ¿Qué constituye lo alemán en nosotros
si no tenemos una cancillería del Reich que nos
lo proclame? La enorme distancia que mantiene
con nosotros cualquiera que viva en Zúrich o en
viena parece facilitar la tarea de discernir en una
persona lo que hace de ella un alemán. No hay
nada que añadir a estas calificaciones vulgares.
personalmente, prefiero la descripción, citar algu-
nas experiencias. Es posible que, de este modo, se
componga una imagen que, en cuanto a precisión,
se puede dejar ver al lado de las calificaciones del
montón.
Traducción: Cecilia Dreymüller
Foto de perfil: © Karin Rocholl
*Martin Walser. nació en Wasserburg, junto al lago de
constanza, en 1927. Su obra literaria arranca con Matrimo-
nios en Philppsburg, en 1957, y retrata con mirada crítica la
sociedad alemana de posguerra, con enfoque en la supervi-
vencia del individuo en el seno de un opulente mundo con-
sumista, especialmente en su trilogía Medio tiempo (1960),
El unicornio (1966) y La caída (1973). Es uno de los escri-
tores alemanes más premiados y también de los más prolí-
ficos: su obra abarca más de 30 libros de relatos y novelas,
entre las que se destacan Trabajo espiritual (1975), Oleaje
(1985), Dorle y Wolf (1987), La guerra de Fink (1996) y La
muerte de un crítico (2002). como tantos otros libros de
Walser, esta última novela, junto a su discurso de agradeci-
miento por el Premio de la Paz de los libreros Alemanes,
levantó una fuerte controversia. El consejo central de los
Judíos en Alemania le acusó de "incendiario intelectual",
y su novela se leyó como un ajuste de cuentas con el críti-
co literario judío Marcel Reich-Ranicki. En 2008 publicó
una novela sobre Goethe: Un hombre amante. como autor
de teatro se destacó especialmente en las décadas del 60 y
70. Ensayos como Hablar de Alemania le acreditan como
uno de los más importantes ensayistas políticos en lengua
alemana.
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SE DEMOSTRó LO pOCO QUE TENEMOS DE NACIóN CUANDO ALEMANIA fUE vACUNADA CON DOS CULTIvOS IDEOLóGICOS DISTIN-TOS. ¡CUÁN RÁpIDAMENTE SE DISTANCIA-RON! HOY ALEMANIA YA NO ExISTE
NO SE pUEDE ExIGIR QUE LOS EfECTOS SEAN MENOS ABSURDOS QUE LAS CAUSAS. ALEMANIA fUE DIvIDIDA COMO UNA NACIóN QUE SE HABÍA DADO pOTE, SIN HABERLO SIDO EN REALIDAD JAMÁS
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El otro día en Wendlandandreas Maier*
El otro día volví a viajar a Wendland1. Allí, todas las
personas llevan barba y saben hacer juegos ma-
labares. También el presidente de la iniciativa ciu-
dadana, Lüchow-Dannenberg, lleva barba y sabe
hacer juegos malabares. Yo iba a algo llamado
Lachparade, desfile de la risa, donde la gente se
congrega en un pajar y mira a otras personas con
barba hacer juegos malabares. por lo visto, estas
barbas tan singulares han surgido de la resistencia
contra la economía nuclear alemana. En el primer
tomo de Astérix (Astérix, el galo), en un momento
dado, preparan una pócima mágica que produce
un crecimiento de barba instantáneo. De repente,
a todo el ejército romano le crece la barba, igual que
a la resistencia en Wendland. En general, desde
siempre la resistencia en Wendland se ha definido
a través de los Astérix. Toda Alemania está ocupada
por la economía nuclear germano-federal... ¿Toda?
¡No! Una comarca poblada por irreductibles habi-
tantes de Wendland resiste, todavía y siempre, al
invasor. El último transporte de residuos nucleares
fue llamado, muy consecuentemente, “Castornix”2.
Los habitantes de Wendland resisten, todavía y
siempre, a la economía nuclear germano-federal,
mientras mi patria chica, la Wetterau, y más con-
cretamente mi ciudad natal, Bad Nauheim, ni si-
quiera resiste a la Expo de jardinería, por no hablar
de la vía de circunvalación. Creo que en toda la
comarca de Wendland hay tres semáforos, dos en
Dannenberg y uno en Lüchow. En la Wetterau pron-
to sólo habrá vías de circunvalación que llevarán a
las Expos de jardinería, en ciudades de las que no
ha quedado nada y que sólo se circunvalan. Me
gustaría invitar algún día a la comarca Wendland a
visitar la Wetterau para ofrecer allí un poco de resis-
tencia. por ejemplo, no tendría nada en contra de
una barricada de tractores en nuestra nueva vía de
circunvalación. Descargar un par de bloques de ce-
mento en la carretera y encadenarse a uno de ellos
para que nadie pudiera pasar. Sin embargo, la ley
de las carreteras de la Wetterau es más brutal que
la autoridad de la policía en Wendland durante el
desfile anual del castor. Los de la Wetterau simple-
mente atropellarían a la resistencia de Wendland
en sus vías de circunvalación. A lo mejor te puedes
plantar en el camino de un transporte de residuos
nucleares, ¿pero quién se planta en el camino de
uno de la Wetterau cuando se acerca a todo trapo,
a ciento treinta kilómetros por hora, por una vía de
circunvalación?
Mi patria chica está más muerta que una tumba, ha
abrazado la demencia del embellecimiento y de la
circunvalación como una ideología de redención,
para ser redimida finalmente de sí misma median-
te la aniquilación, tal como lo sueñan los héroes
amorosos de las óperas de Wagner. Hundirse en la
dulce nada. La nada de la Wetterau tiene forma de
carretera, el habitante de la Wetterau tiene forma
de coche y la redención empieza a 130 kilómetros
por hora.
En Wendland me encontré con una persona que no
sólo vivía “sin coche” −esto es, sin lugar a dudas, el
primer paso para todo lo demás− sino que incluso
vivía sin corriente eléctrica. Y, por cierto, no se le
veía nada raro. vino con su bici de carrera y llevaba
casco, debajo del cual asomaba una barba.
Durante medio año yo llevé barba en la Wetterau.
Todos me tomaron por un... aquí me falta la palabra
adecuada. por un sonado. por enmohecido. por en-
greído. Cada uno me tomaba por otra cosa, la ma-
yoría, por profundamente religioso y levitando en
el más allá. Yo me sentaba en el jardín detrás de
mi casa y hacía juegos malabares para mí mismo.
Más tarde me fui a Wendland para el Castornix y allí
pronuncié un discurso en el que sostuve la tesis de
que todos los Wendlanderos llevan barba y hacen
juegos malabares.
Así que el otro día volví a estar en Wendland, invi-
tado por el primer presidente de la iniciativa ciuda-
dana, Dannenberg-Lüchow, el jefe de la resistencia.
Lleva, ya lo mencioné, barba. Nada más presentar-
me en su granja, cogió disimuladamente tres pelo-
tas y empezó a hacer malabares. Lo hacía con toda
la tranquilidad del mundo, y únicamente cuando de
pronto hizo bailar las pelotas sólo con una mano en
vez de con las dos, me guiñó brevemente el ojo. Lo
que significaba: “no está nada mal, ¿verdad?”.
Entonces llegaron los caballos, dos frisios enor-
mes. A uno de ellos, una dama, le habían pintado
una x amarilla (como en el Castornix) en el trasero.
Este trasero se agitaba bastante. Y pensé cómo se-
ría el sexo aquí en Wendland y si ellos se pintarían
también en otras partes.
finalmente flotábamos a la deriva en una cister-
na de plástico cortada por la mitad sobre un lago
cubierto de cañas y observábamos las ranas ras-
gándose el vientre. Cuando llevas cuarenta y ocho
horas en Wendland, tienes la sensación de haber
pasado ya cinco años en esta comarca. Hasta los
pueblos de allí, todos redondos, tienen aspecto de
pueblo de Astérix. Alrededor están los romanos, en
uniformes verdes, por todas partes.
El antiguo ministro del interior Kanther una vez se
refirió a la gente de allá como a “gentuza asquero-
sa”. Los aludidos se lo tomaron a pecho y desde en-
tonces se llaman así entre ellos. Cuando en Lüchow,
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1Zona rural en Baja Sajonia, antiguamente fronteriza con la RDA, donde se encuentra el depósito de residuos nucleares al que el estado francés envía por tren sus desechos radioactivos. Desde la década de los 80, los habitantes de la zona han creado un movimiento de resistencia ciudadana muy activo contra los transportes, que cuenta con apoyo creciente en todo el país.2Juego de palabras que combina la negación coloquial alemana “nix” con la denominación oficial para los recipientes de residuos nucleares, “castor”, acrónimo de cask for storage and transport of radio-active material, es decir, recipiente de almacenaje y transporte de material radioactivo.
LOS HABITANTES DE WENDLAND RESISTEN, TODAvÍA Y SIEMpRE, A LA ECONOMÍA NU-CLEAR GERMANO-fEDERAL, MIENTRAS MI pATRIA CHICA, LA WETTERAU, Y MÁS CON-CRETAMENTE MI CIUDAD NATAL, BAD NAU-HEIM, NI SIQUIERA RESISTE A LA ExpO DE JARDINERÍA, pOR NO HABLAR DE LA vÍA DE CIRCUNvALACIóN
MI pATRIA CHICA ESTÁ MÁS MUERTA QUE UNA TUMBA, HA ABRAZADO LA DEMENCIA DEL EMBELLECIMIENTO Y DE LA CIRCUNvA-LACIóN COMO UNA IDEOLOGÍA DE REDEN-CIóN, pARA SER REDIMIDA fINALMENTE DE SÍ MISMA MEDIANTE LA ANIQUILACIóN, TAL COMO LO SUEñAN LOS HéROES AMOROSOS DE LAS ópERAS DE WAGNER
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o en Waddeweitz, o en Breselenz, o en cualquier
otra parte un grupo de Wendlanderos se encuentra
con otro, el primero exclama: “Allí está otra vez esa
gentuza asquerosa de la resistencia que todo el
santo día no da palo al agua, ni se lava y apesta”. Y
el segundo grupo responde: “Anda ya, si vosotros lo
que queréis es nuestra corriente eléctrica”.
La gentuza asquerosa de Wendland vuelve a estar
de gira este verano y busca un nuevo campamen-
to base, sí, exactamente, justo delante de nues-
tra casa. Barricadas de tractores inclusive. Quien
quiere puede aprender allí a hacer juegos malaba-
res. Un mes entero sin lavarse. Cuidado, ya vienen.
Traducción: Cecilia Dreymüller
Foto de perfil: © Jue Bauer
*Andreas Maier. nació en Bad nauheim, en las cercanías
de Frankfurt, en 1967, y estudió Filología clásica. Por su
primera novela, Martes del Bosque, un tratado ácido de la
rumorología provinciana, recibió el premio de la Fundación
Jürgen Ponto, el premio Ernst Willner del concurso Inge-
borg Bachmann y el premio de literatura “Aspekte”. En
2002 apareció su segunda novela, Klausen, una sátira sobre
las especulaciones inmobiliarias y la xenofobia en un idílico
pueblo del Tirol italiano. Su novela Kirilow, de 2005, cons-
tituye un complejo melodrama existencialista en torno a la
resistencia estudiantil contra el almacenaje de los residuos
nucleares del gobierno socialista. las tres primeras novelas
de Maier están traducidas al español. Sanssoucí, de 2009,
una malévola e hilarante intriga al estilo del Marqués de
Sade, que gira alrededor del tema de la verdad. Su novela
La habitación, de 2010, revisa las costumbres y modos de
vida provincianos. las columnas periodísticas, de las que
publicamos aquí una, se recopilaron en el tomo El tío J. Co-
nocimiento de la patria, de 2010.
Wendland, Alemania, 6 de noviembre de 2010. Manifestación contra el transporte de basura nuclear. Foto: © Mareike Lauken / activestills.org
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Soy alemana. En mi árbol genealógico pululan,
aparte de los ancestros de Turingia −en su mayo-
ría pastores protestantes, cantores o maestros de
escuela−, también “Losmänner”, “hombres de sor-
teo”, de la zona de prusia oriental. Eran pequeños
arrendadores a los que se les adjudicaba un terre-
no por sorteo. Este generalmente no bastaba para
alimentar a una familia, así que además trabajaban
de peones o de jornaleros. Entre ellos cuenta el li-
tuano Mikkelis Skleris; también había un polaco, un
ruso... Soy una mezcla, tal vez no muy variada, pero
me parece notar la mezcolanza, que se expresa en
un interés marcado por antepasados prusianos,
por biografías bálticas y la historia lituano-bielorru-
sa. Y si bien me crié en Turingia, fue esta otra cara
de la moneda de la vida que yo anhelaba. De ahí
que me ubico, cuando me preguntan por mi origen
en Alemania, siempre un poco más hacia el Este de
lo estrictamente necesario. Con una pierna estoy
plantada en el actual suelo alemán, pero la otra no
se decide y trata de pasar la frontera polaca hacia
el óblast Kaliningrado, tiembla un poco encima de
Masuria y Lituania y se queda suspendida en el
aire. No soy una alemana estable, me inclino hacia
el Este. Otros alemanes se inclinan hacia Turquía,
Italia o vietnam. Y puede ser que algunos se resis-
tan y prefieran no darse cuenta del temblor de su
pierna, ¿pero, lo consiguen? Cuando iba al colegio
−¡que conste: en la RDA!− teníamos en el tercer
curso un profesor de Biología que proyectó una au-
daz visión. “Un día”, profería a nuestros oídos abier-
tos de par en par, “todas las personas del mundo se
parecerán. Las diferencias raciales habrán desapa-
recido por completo, porque la gente se enamorará
por encima de las fronteras y tendrá hijos." A mí,
esta idea me parecía fabulosa y en casa proclama-
ba orgullosa querer tener hijos sólo con un negro.
Tras la primera risotada de mi madre seguían deba-
tes muy serios: que un niño de tez oscura siempre
sería un marginado, como el hijo de nuestra pro-
fesora de francés, que era madre soltera. Que un
niño de tez oscura simplemente no encajaba con
niños blancos, que tenía otra mentalidad, que era
más salvaje y no podía aprender los modales ale-
manes. Que los demás en la calle siempre estarían
cuchicheando a espaldas del niño. Estaba asom-
brada, ya que mis padres, como todos los demás,
solían venerar la aproximación de los pueblos, es
más, la amistad de los pueblos. Cuando dos años
más tarde unos argelinos debían hacer una for-
mación profesional en nuestra pequeña ciudad
germano-oriental, porque la dirección de nuestro
país prometía de su acercamiento al bloque orien-
tal la superación de su dependencia de francia, a
las chicas nos sometieron a unas charlas, separa-
das de los chicos, en las que nos ponían firmes a
todas. Debíamos aprender a no andar solas por la
tarde o la noche por la ciudad, sino siempre por lo
menos de tres en tres. Y no estaba directamente
prohibido bailar en el beat, como llamábamos a los
bailes, con los argelinos, pero no debíamos permi-
tir que nos acompañasen a casa. Que ellos tenían
otra relación con las mujeres y chicas que los hom-
bres alemanes, y a pesar de haber pasado las más
estrictas pruebas, no se podía garantizar que no
hubiera entre ellos violadores y navajeros. Aquello
incitaba mi curiosidad, yo bailaba, me morreaba y
me dejaba llevar a casa. ¿Y mi vecina Sabine? pa-
rió el primer hijo de argelinos a la edad de 15 años,
el segundo a los 17, el tercero a los 18 y el cuarto
a los 20. Al final se trasladó a Argelia, país que de
repente volvía a formar parte más del Oeste que
del Este. veinticinco años después, me la encontré
por casualidad. Estaba divorciada, sus hijos vivían
en Argelia y ella había vuelto a Turingia, cosa que
probablemente no habría hecho si hubiera seguido
siendo Alemania oriental. Despotricaba contra la
RDA que la había empujado a semejante infierno
matrimonial sólo para poder abandonar el país; por
suerte, ahora todo esto había terminado...
En aquel entonces, raras veces se perdían extran-
jeros en la parte oriental de Alemania. Es cierto,
estaban los rusos, que ni mucho menos eran
rusos todos ellos, aunque se llamasen así. pero
su vida transcurría esencialmente separada de
nuestra cotidianidad. Yo sólo puedo recordar tie-
sos encuentros entre alumnos y unidades de apa-
drinamiento del Ejército Rojo, o una compra en el
almacén ruso, donde había leche condensada azu-
carada, alfombras más bonitas que en las tiendas
propiedad del Estado y vajilla de hierro esmaltado
de colores que yo curiosamente adoraba. por lo
demás, se extendían a veces en las calles barreras
de tablas de clavos y se nos prohibía salir de casa.
Entonces sabíamos que otra vez uno de ellos había
desertado y que su fuga acabaría inevitablemente
con su muerte. Nunca veíamos a los soldados sin
uniforme; por tanto, nunca los veíamos como seres
humanos. Más tarde vinieron chilenos, vietnamitas
y cubanos. pero mientras los vietnamitas por lo ge-
neral mantenían una tímida distancia y no se sal-
taban la prohibición de contactos privados con los
alemanes, los refugiados políticos de Chile no eran
tan fáciles de disciplinar, y también los cubanos
mostraban ganas de disfrutar de la vida. La tenden-
cia iba más hacia la observación que hacia la profi-
laxis. En aquel entonces, cuando en la RDA la paz
entre los pueblos y la aproximación de los pueblos
adornaban con frases trilladas cualquier meeting,
la realidad te deparaba todo lo contrario. ¿Y hoy? Si
bien el racismo no tiene buena prensa en Alemania,
los extranjeros que buscan asilo político a menudo
viven lejos de los centros de las poblaciones, en
el llamado quinto pino, donde su contacto con los
lugareños es prácticamente nulo. Toda Europa −y
Alemania híbridaKathrin Schmidt*
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CON UNA pIERNA ESTOY pLANTADA EN EL ACTUAL SUELO ALEMÁN, pERO LA OTRA NO SE DECIDE Y TRATA DE pASAR LA fRONTERA pOLACA HACIA EL óBLAST KALININGRADO, TIEMBLA UN pOCO ENCIMA DE MASURIA Y LITUANIA Y SE QUEDA SUSpENDIDA EN EL AIRE
NUNCA vEÍAMOS A LOS SOLDADOS SIN UNI-fORME; pOR TANTO, NUNCA LOS vEÍAMOS COMO SERES HUMANOS
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también toda Alemania− envía dinero al Magreb,
para impedir el paso de los que vienen del sur de
África y pretenden cruzar el Mediterráneo. para que
nadie, en la medida de lo posible, se entere de esto,
en Alemania la gente se distrae con Thilo Sarrazin,
quien ha desencadenado un debate sobre el fun-
damento genético específico de cada pueblo para
el intelecto y sobre el rechazo de adaptación de los
alemanes de origen extranjero. Apenas nadie ha
leído realmente su libro Deutschland schafft sich
ab (Alemania se desmonta), aunque cientos de mi-
les lo han comprado. En los medios, a Sarrazin se le
quita la palabra de forma previsible con las tijeras
del antirracismo. A pesar de tener razón en muchas
cosas que dice, yo no sacaría las mismas conclu-
siones que saca él. pero no me gusta que se esté
en contra de hechos observables sólo porque se
oponen a un punto de vista prefabricado supues-
tamente antirracista. pues una se va olvidando
del cierre de fronteras sancionado por el Estado
mientras está discutiendo con Sarrazin. Alguien
que tiene, como yo, amigos de Bosnia o ha presen-
ciado una deportación por avión sabe de qué estoy
hablando.
Una diferencia fundamental entre los viejos y los
nuevos tiempos: hoy en Alemania uno puede levan-
tar la voz, inmiscuirse, estar en contra y, a veces,
conseguir algo con coraje social cuando el Estado
zarandea a un extranjero. No considero a Alemania
mi país. Es el país cuya lengua hablo por mayor o
menor casualidad. Nada más, pero, por suerte,
tampoco nada menos.
Traducción: Cecilia Dreymüller
*Kathrin Schmidt. nació en Gotha, Turingia, en 1958.
Estudió Psicología y ha trabajado como psicóloga infantil,
periodista y socióloga. conocida primero como poeta desde
que en 1993 ganó el premio leonce-und-lena de poesía,
irrumpió en 1998 en la narrativa alemana con su exuberante
novela feminista La expedición Gunnar-Lennefsen (Tus-
quets). Entre sus novelas se destacan Los gatos negros de
Seebach, que trata del acoso de los servicios secretos de la
RdA y de su penetración en la vida familiar de las personas,
y Los hijos de Koenig, que aborda el desarraigo que expe-
rimentaron muchos ciudadanos de la RdA tras la caída del
muro. En 2009 ganó el Premio del libro Alemán a la mejor
novela con su relato autobiográfico sobre la paulatina recu-
peración de la memoria tras un coma clínico, No morirás.
Sus títulos más recientes son el poemario Abejas ciegas y
el tomo de relatos Finito. Pasemos página. Es madre de 5
hijos y vive en Berlín.
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Kaiser Wilhelm Gedachtniskirche. Foto: © Matth van Mayrit
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Yo era una niña profundamente arraigada en Suabia.
Me parecía que la forma más natural de hablar era el
alemán. También para mi padre, que era búlgaro. él
había estudiado Medicina en Austria y hablaba con
un ligero acento vienés, pero en un alemán mucho
más complejo y ágil que la familia suaba a la que
se había integrado por matrimonio. Esto cambiaba
cuando le venían a visitar otros emigrantes búlga-
ros. De repente se convertía en un extraño, empeza-
ba a gesticular con las manos y adoptaba otra ento-
nación. Nuestro Teckel enseguida se ponía a gruñir
y se retiraba bajo el sofá, desde donde ladraba y gru-
ñía sin parar, y no había manera de tranquilizarle,
hasta que mi padre volvía a hablarle en su dialecto
suabo habitual.
Yo vivía en una simbiosis mimética con el animal,
me imaginaba que entendía todo lo que le pasaba
y que a su vez el animal me entendía a mí hasta el
más mínimo detalle. No es de extrañar que adopta-
ra sus gruñidos. Cuando mi padre hablaba búlgaro,
también yo empezaba a arrugar la frente y a gruñir.
Este reflejo lo conservo hasta el día de hoy. Nada
más escuchar a alguien en el metro hablar en un
idioma eslavo, ya se activa. Sólo debido a un capa-
razón de civilización arduamente adquirido no me
levanto de un salto ladrando y cambio de asiento.
Hasta consigo fingir una falsa amabilidad, sonrío in-
cluso y contesto con educación cuando alguien me
pide alguna información.
De los esfuerzos emprendidos por los miembros de
la minúscula asociación de emigrantes búlgaros
para arraigar después de la guerra en el entorno
suabo y en un idioma extranjero, yo no tenía ni idea
de niña. La mayoría de ellos se hallaba sin remedio
a merced del nuevo mundo; ni para visitas podían
viajar a su antigua patria. Un caso extremo de vene-
ración de la lengua alemana y su contenido espiri-
tual lo representaba un analfabeto. Este miembro
económicamente más pudiente de la asociación,
Confusiones lingüísticas alemanasSybille Lewitscharoff*
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ENTRE LA MULTITUD DE pARIENTES ARCHI-SUABOS DESpUNTABA UN pERSONAJE QUE HABLABA DE fORMA TAN SINGULAR QUE CASI SONABA COMO UN LENGUAJE SECRETO
Unter den Linden. Foto: © Matth van Mayrit
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propietario de un club de alterne, regentaba con
mano férrea el ambiente prostibulario de Stuttgart.
Apenas sabía leer y escribir; no obstante, había ins-
talado una biblioteca en su piso. Ocupaba casi todas
las paredes y constaba de tomos de madera que
imitaban una vetusta y venerable biblioteca surtida
de ediciones completas de la filosofía y literatura
alemanas del siglo xvIII y xIx. Especialmente coque-
ta resultaba la mirilla situada entre Kant y Schelling
por la cual se podía atisbar el dormitorio desde el
salón.
Yo vivía en Stuttgart en una isla lingüística de gran-
des autoridades. Esto me ha marcado. Entre la mul-
titud de parientes archisuabos despuntaba un per-
sonaje que hablaba de forma tan singular que casi
sonaba como un lenguaje secreto. Aunque se podía
entender cada palabra, el contexto permanecía os-
curo o, por el contrario, el contenido de sus parcas
palabras era de una precisión tan cortante que una
caía de cualquier contexto. La tía Luise hablaba el
lenguaje de la tiranía. Ella encabezaba el clan, era la
mayor de doce hermanos, de los cuales mi abuela
era la más joven. Seis años en la primaria habían
bastado para convertirla en la reina del mercado
negro de Stuttgart. Levantó un auténtico imperio,
compuesto de casas de pisos en la parte occiden-
tal de Stuttgart que iba comprando una tras otra. De
paso, llevaba una tienda de electrodomésticos. La
visita oficial de Haile Selassi coincidió con su época
de gloria. Cuando paró en Stuttgart, consiguió ven-
der a su delegación de empresarios un gran número
de calentadores eléctricos de biberones. Con miles
de biberones calentados volvieron los señores a su
país, caluroso como un horno.
Alrededor de la tía Luise circulaban incontables his-
torias. De haber sido una época del mito, ella habría
dado la talla para un gran personaje mitológico. Con
una cabeza como una india, la vista aguda hasta su
ancianidad, solía bajar en coche a toda hostia, toda-
vía a sus noventa años, por la calle Neue Weinsteige,
mareando a cualquiera que iba con ella. Como habla-
dora, la tía Luise era muy parca, nunca participaba
en los chismorreos, y menos con temas reservados
más bien a las mujeres. La tía Luise guardaba silen-
cio y paseaba sus ojos oscuros con mirada aguda a
su alrededor. A continuación solía hablar escueta-
mente. Cuando emitía un juicio, uno podía oír tem-
blar las cucharitas de café. Nunca se retractaba ni
añadía nada. Sus juicios se sostenían sin frases su-
bordinadas. Entre el vaivén del parloteo, sus frases
parecían hechas de molde. Un monólogo de frases
cortas con largas pausas entre medio. Alguien que
domina con semejante seguridad el monólogo bre-
ve desde luego no se deja impresionar con frases
como “yo soy el que soy”. La tía se las había arregla-
do sin dios y consideraba a su hermana menor una
deficiente mental a causa de su piedad. Muy en con-
tra de la creencia común, según la cual solo aque-
llos que llevan una vida devota tendrán una muerte
dulce, ella murió segura de sí misma.
pero ahora, adiós a Suabia. Dieciséis horas de vuelo
y se llega a Buenos Aires. Allí vivía yo en los años 76
y 77 con veintitrés años. Eran tiempos tenebrosos
en Argentina. La inflación avanzaba a galope; el apa-
rato militar bajo videla arrojaba a los miembros de la
oposición al mar.
Buenos Aires es una ciudad rara. Extendida a lo lar-
go y a lo ancho, como una tortilla de maíz, junto a la
desembocadura de un gran río, en ella se encuen-
tran todos los estilos arquitectónicos conocidos
desde mediados del siglo xIx en las distintas me-
trópolis europeas. En el centro predominan los bu-
levares al estilo parisino, en el resto de los barrios
está todo bastante revuelto. Una casa de la Selva
Negra con entramado de madera se halla al lado de
una villa romana; casas adosadas al estilo inglés se
ven junto a una torre art déco. Respecto del idioma,
me sentía a gusto entre los argentinos y pronto me
salía su español consonántico como de metralleta.
Los argentinos son artistas verbales natos. Nada
les gusta más que un extranjero que comete erro-
res. Lo asimilan enseguida, lo van pasando de uno a
otro y se lo pasan pipa. Nunca más he visto a gente
que le quita a una la inhibición de hablar de forma
tan alegre.
Lo que me resultaba cansador era la manera de con-
versar, que es opuesta a la de los alemanes. A los
alemanes nos gusta seguir con un mismo tema y
expandirlo en todas las direcciones. Los argentinos
consideran eso pedante. preguntan algo y antes de
que el interpelado tenga oportunidad de contestar,
ya están en otra parte. Cien temas distintos no son
nada raro en una conversación nocturna de sobre-
mesa. van saltando y saltando, toman aquí y allá un
bocado y lo dejan caer. Esto a mí me producía verda-
deros mareos. Y, sin embargo, a la postre he vivido
con gratitud la experiencia de tener que desarrollar
una manera más saltarina de conversar, ajena al
galimatías del inmigrante búlgaro y alejada de las
autoridades suabas.
Traducción: Cecilia Dreymüller
Foto de perfil: © Susanne Schleyer
*Sibylle Lewitscharoff. nació en Stuttgart en 1954, hija
de madre alemana y padre búlgaro. Estudió ciencias de la
Religión y trabajó como contable en una agencia de publi-
cidad. debutó como escritora con obras de teatro radiofó-
nico sobre las desgracias hilarantes del despiadado mundo
laboral. Su primera novela, Pong (1998), ganó el premio
Ingeborg Bachmann. En Montgomery (2003) presentó un
ejercicio de imaginación y lucidez narrativa, en el que un
productor de cine de Stuttgart reflexiona en Roma sobre
el amor, el mundo del cine y su no amada patria. En Con-
sumatus (2006), despliega con fuegos artificiales de ironía
el monólogo de un profesor borracho que hace desfilar los
muertos de su vida. cargada de humor cáustico, Apostolov
(2009, publicada en España por Adriana Hidalgo Editores)
relata el viaje de dos hermanas alemanas a Bulgaria, la pa-
tria de su padre. En 2010 expuso en el Museo de la literatu-
ra Moderna de Marbach una serie de proyectos de teatro de
papel sobre grandes escritores alemanes. En 2009 ganó por
Apostolov el premio de la feria del libro de leipzig.
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LOS ARGENTINOS SON ARTISTAS vERBA-LES NATOS. NADA LES GUSTA MÁS QUE UN ExTRANJERO QUE COMETE ERRORES. LO ASIMILAN ENSEGUIDA, LO vAN pASANDO DE UNO A OTRO Y SE LO pASAN pIpA. NUNCA MÁS HE vISTO A GENTE QUE LE QUITA A UNA LA INHIBICIóN DE HABLAR DE fORMA TAN ALEGRE
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A mí también me nacionalizaron. fue en los viejos
tiempos, antes del test de habilitación. Un funcio-
nario estaba hojeando los formularios que yo había
completado con sumo esmero. Me preguntaba por
mis datos personales, pero también por mis hob-
bies. Así fue como llegamos a hablar de mi amor por
la literatura. “Ah”, decía el funcionario, visiblemente
aliviado por haber dado con el definitivo test indica-
dor universal, “entonces usted seguramente me po-
drá decir algo sobre el gran escritor alemán Lenz”.
“Claro que sí”, le contesté, “¿pero a qué Lenz se
refiere? ¿A Hermann, a Siegfried o a Jakob Michael
Reinhold?”. “vale, vale”, me interrumpió el funciona-
rio impaciente, “ya veo que está al tanto”. Acto se-
guido, firmó mi solicitud y me dejó marchar.
Se podría decir que debo mi pasaporte alemán a un
cumplimiento excesivo de integración, y quién sabe
si me habrían invitado hace poco a un encuentro
con el señor ministro de exteriores, sin haberme
familiarizado con Lección de alemán, de Siegfried
Lenz, sin haberme ocupado con El encuentro, de
Hermann Lenz o incluso con El tutor, de J.M.R. Lenz.
En la conversación ministerial sobre cultura, lengua
y pluralidad había una serie de personas interesan-
tes e inteligentes con “fondo migratorio”. Debatie-
ron animadamente durante un buen rato y no se
pusieron de acuerdo.
Estaban aquellos que querían obligar a las niñas
musulmanas a asistir a las clases de natación, ya
que ese sería el camino para librarlas de las mortí-
feras garras reaccionarias de sus padres. Estaban
aquellos otros que abogaban por ofertas retóricas
para los “autoctonalizados” con el fin de aumentar
su identificación con este país. Estaban aquellos
que tomaban una postura decididamente antirreli-
giosa, y aquellos otros que exigían clases del Corán
en alemán en el colegio. Y finalmente estaban aque-
llos que casi se desesperaban ante la complejidad
de los retos. Lo único que teníamos en común era
que todos dominábamos la lengua alemana, que
pensábamos y sentíamos en ella. Todos nosotros,
tal como estábamos reunidos en un separado, éra-
mos patriotas lingüísticos.
Esta es la razón por la que uso la palabra “alemán”
sin cargo de conciencia. para mí significa, ante todo,
la lengua alemana que elegí como patria. ¿Quiere
decir eso que la lengua alemana es superior a otras
lenguas? ¿puede serlo? ¿Implicaría semejante
convicción una relación hostil hacia otras lenguas?
Cualquier profesional del tenis apuesta por su pro-
pia raqueta, y mi raqueta es la lengua alemana. Hay
todo tipo de razones para aprender el alemán: leer
a Büchner, Kafka o Celan en su idioma original; ave-
riguar en qué mal alemán vociferan los nazis en las
viejas películas de Hollywood; o entender los bucles
creativos del Kanaksprak, la jerga que hablan los jó-
venes turco-alemanes.
Doscientos cincuenta y seis millones de euros, el
presupuesto anual del Goethe-Institut, parece una
friolera cuando se trata de fomentar y difundir una
de las lenguas culturales más ricas de la historia de
la humanidad. Resulta absurdo en este contexto ha-
blar, como en acto reflejo, del miedo ante un nuevo
imperialismo cultural, dado que la oferta del Goethe-
Institut no compromete a nadie, la participación es
voluntaria y el alemán compite con otras lenguas
europeas más grandes. No obstante, parecería que
a la clase política que, por un lado, pide en voz tan
alta la asimilación de los extranjeros le faltase, por
otro lado, la confianza necesaria para llevar la len-
gua propia hacia el mundo.
por desgracia, la penosa desatención de la lengua
alemana se comprueba no sólo a nivel político. Se
observan también supuestos embellecimientos de
tipo cosmético. La operación se denomina “anglo-
nización”, y el producto final, “McAlemán”. por una
parte, están las tantísimas palabras −se estiman
entre 5.000 y 8.000− que en los últimos años se
han difundido como una epidemia: opening, ticket,
crew. por otra parte, se han introducido clandesti-
namente anglicismos secretos, en especial entre
los verbos: generieren (generar), initialisieren (ini-
cializar) e implementieren (implementar). Estamos
rodeados de expresiones idiomáticas importadas;
um eine lange Geschichte kurz zu machen (para
abreviar una larga historia), einen Unterschied ma-
chen (hacer una diferencia), Ich sehe Ihren Punkt
(veo su punto), ¿en la frente? Sí, hasta Liebe ma-
chen (hacer el amor) es una expresión no alemana,
ya que el teutón solía ejercer durante siglos −tan
aparatosa como ordenadamente− el comercio car-
nal.
Naturalmente, no todos los lunares de la propia
amada son hermosos, y no todas las piezas de bi-
sutería que se cuelgan constituyen un ejemplo de
fealdad. por eso, resultan a menudo ridículos los
intentos de germanizar cualquier importación lin-
güística. El intento más famoso de limpieza verbal
lo realizó en 1801 Joachim Heinrich Campe: para
“desmentido” propuso “mentira denunciada”. Y
nada menos que cuatro alternativas para “ironía”:
“ignorancia fingida”, “alabanza de la burla”, “broma
vapuleada” y “seriedad de bromista”.
Tanta “broma vapuleada” era insoportable y hoy
cualquier ciudadano conoce, al menos teóricamen-
te, la ironía. Aunque se la guarde, como todas las
demás adaptaciones tras siglos de nacionalización,
en guetos enciclopédicos. Y es que en Alemania
existe una extraña jaula idiomática llamada “dic-
cionario de extranjerismos”, un fenómeno prácti-
camente desconocido en inglés. Los guardianes de
las diferencias de origen anotan allí no sólo las pala-
bras extranjeras propiamente dichas sino también
los llamados préstamos léxicos, como si quisieran
señalar que lo que viene de afuera siempre será de
afuera. Al pomelo, por ejemplo, Pampelmuse en ale-
mán, que inmigró hace muchos siglos del tamil bal-
bolmas, pasando por el neerlandés pompelmoes,
se le sigue arrinconando, a pesar de sonar tan es-
tupendamente alemán como Apfelmus, la compota
de manzana.
Y allí nos topamos con un malentendido fundamen-
tal. Integración no debería significar adaptación
sino enriquecimiento. Si uno se pone a investigar
La nacionalización del pomeloilija trojanow*
E S p E C I A L A L E M A N I A
LO úNICO QUE TENÍAMOS EN COMúN ERA QUE TODOS DOMINÁBAMOS LA LENGUA ALEMANA, QUE pENSÁBAMOS Y SENTÍA-MOS EN ELLA. TODOS NOSOTROS, TAL COMO ESTÁBAMOS REUNIDOS EN UN SEpARADO, éRAMOS pATRIOTAS LINGÜÍSTICOS
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objetivamente las “tendencias de mestizaje” en la
Alemania actual, uno comprueba que no es la mez-
quita la que domina la silueta de la ciudad, sino la
popular multiculturalidad culinaria que se ha im-
puesto hasta tal punto que la taberna alemana
prácticamente ha desaparecido, dejando lugar para
la pizzería, los burger y los locales de gyros. Y con
respecto a la lengua, de ninguna manera la amena-
za de extranjerismos viene de Anatolia. Los bajás
con su fez a duras penas han conseguido colar el
“cadí” y el “café” en el idioma alemán, mientras los
yanquis y los ingleses lo atropellaron. ¿Quién inva-
de con extranjerismos a quién? ¿Y quién se defien-
de contra ello? Las fronteras entre los frentes no
están tan claramente trazadas como nos quieren
hacer creer algunos artículos de opinión.
Hace algún tiempo, en uno de estos chawls donde
vive hacinada la mayoría de los habitantes de Bom-
bay, me abrazó un extraño con una gran sonrisa ni
bien se enteró de dónde venía. “Hablo alemán”, dijo
el hombre, “lo he estudiado un poco”. “¿por qué?”,
le pregunté sorprendido. “porque amo la lengua, es
una lengua tan hermosa”, me explicó, dejándome
sin respuesta. Me sentí orgulloso. En aquel barrio
pobre de la India −lejos de los debates sobre he-
chos diferenciales, catálogos de medidas y tests de
nacionalización− no era problema para mí, el pa-
triota lingüístico, sentirme feliz con ese cumplido.
Traducción: Cecilia Dreymüller
Foto de perfil: © Thomas Dorn
*Ilija Trojanow. nació en Sofía, Bulgaria, en 1965. En 1971
huyó con su familia a Italia y a Alemania, donde obtuvieron
asilo político. Residió diez años en Kenia y luego estudió
derecho y Etnología en Múnich. Fundó la editorial Marino
para la promoción de la literatura africana. En la década del
noventa vivió en la India, donde estudió sus culturas y se
convirtió al Islam. Su viaje a la Meca lo recogió en Viaje
a las fuentes santas del islam. En 1996 publicó su primera
novela sobre un exiliado búlgaro en Italia y Alemania, El
mundo es ancho y la salvación acecha en todas partes (Tus-
quets). Su novela sobre el arabista y explorador Sir Francis
Richard Burton, El coleccionista de mundos (Tusquets), fue
un éxito internacional. Aparte de novelas ha publicado múl-
tiples libros de viajes y ensayos sobre África y temas del en-
cuentro de culturas, como Negativa a la lucha. Las culturas
no luchan entre ellas. Reside actualmente en Múnich.
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HAY TODO TIpO DE RAZONES pARA ApREN-DER EL ALEMÁN: LEER A BÜCHNER, KAfKA O CELAN EN SU IDIOMA ORIGINAL; AvERI-GUAR EN QUé MAL ALEMÁN vOCIfERAN LOS NAZIS EN LAS vIEJAS pELÍCULAS DE HO-LLYWOOD; O ENTENDER LOS BUCLES CREA-TIvOS DEL KANAKSpRAK, LA JERGA QUE HABLAN LOS JóvENES TURCO-ALEMANES
Sansibar. Trojanow toma notas para su último libro
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¡Hostia-tú: en los últimos años papá estaba cada
vez peor. Mamá y yo ya pensábamos que lo iba a
mandar todo a paseo: la agencia & todo lo que ha-
bía levantado en los buenos años anteriores desde
que se independizó con la oficina de agrimensura.
papá se había llevado a todos los empleados, an-
tiguamente nuestros compañeros de trabajo, a su
empresa como colaboradores. Eso fue a principios
de los ochenta. éramos 7 en la empresa –los 7
enanitos con la gran mira, jaja, así nos llamábamos
entonces. ¡Hostia, aquello empezó requete=bien:
encargos & más de los que podíamos satisfacer.
fueron tiempos gloriosos, cuando los municipios
todavía tenían dinero, tanto que podrían haber
chapado en oro sus calles y aceras. Entonces,
a mediados de los ochenta, se acabó. Encargos
pingües ya no se daban. pues como también las
grandes empresas de construcción tenían ahora
sus propias oficinas de agrimensura, ya no necesi-
taban a peces=pequeños como nosotros. Sólo nos
quedaban los encargos insignificantes y, al final,
ni esos. Como si hubiésemos de ahogarnos. papá
me dijo entonces, muy apesadumbrado: “Ralf, no
podemos más. Ya no sé qué hacer: tendremos que
despedir a la gente”. primero 1, después 2, &cétera.
Al final sólo quedamos él & yo. Iba todo el día con-la-
cabeza-gacha, estaba cada vez más desmejorado,
las cartas del banco las tiraba sin abrir. “¡Si ya sé
qué ponen”. Silencio y melancolía. También mamá
estaba perdida. Lo cual le inspiró a papá la idea de
despedirse a sí mismo. ¡Hostia, aquello fue muy
feo. Es verdad: todos lo pasamos de-vez-en-cuando
mal. pero papá se convirtió en su propio riesgo. 1
noche (a veces se quedaba hasta muy tarde acu-
rrucado detrás de su escritorio en la oficina, con
un montón de papeles delante, facturas-sin-pagar,
cartas-sin-contestar, con la mirada fija en la oscuri-
dad) fui a verle, pues ¡esto tenía que acabar. pero el
que ¡tenía que acabar, eso también se le había ocu-
rrido a él esa noche. Es verdad: todos la cagamos
en algún momento, pero esto no es motivo... desde
luego. Aquella noche, pues, llegué justo-a-tiempo
a su oficina, enciendo la luz -: y ¡hostia: allí estaba
en el suelo. Enseguida le hice un torniquete en el
brazo, lo vendé, la hemorragia cesó. Estaba pálido
como un cirio de velatorio, su voz un mero susurro:
“por favor, hijo, ¡no al médico. por favor, no avises al
médico. Esta ¡vergüenza, Dios mío, esta ¡vergüen-
za”. Y con eso se desplomó. Me lo cargué en el hom-
bro, lo llevé al coche & hala, a casa. Mamá se puso a
chillar cuando nos vio. ¡Hostia, pensé, ahora tendré
otro problema más. pero mamá se recompuso en-
seguida, es una Mujer=valiente. Llevamos a papá
a-la-cama. Allí yació días-y-noches, con la mirada
fija en el techo, sin pronunciar palabra. Todo este
tiempo yo estuve solo en la oficina. Y 1icamente
para cubrir expediente, lo mismo podría haber esta-
do allí una araña, pues no quedaba nada para hacer,
excepto tranquilizar y quitarnos de encima a los
tíos del banco & de hacienda. Y claro: esto también
era cada día más-difícil-&-más-difícil. Mamá y yo
ya no sabíamos ¿qué hacer. Así ¡no podíamos se-
guir. Eso era lo 1ico que estaba claro. pero ¿cómo
tirar para adelante & sobre todo ¿con qué. Eso fue
en otoño de mil novecientos ochenta y nueve. En-
tonces, en noviembre, se cayó en Berlín EL MURO:
alambre=espino=franja-de-la-muerte, dispositivos
de disparo automático; de hoy-para-mañana todo,
como si nunca hubiese existido. ¡Hostia, ¡fue La
leche. Y de repente, como si hubiésemos chocado
con otro planeta, todo-el-Este estaba delante de
nosotros. ¡Cuánto trabajo no habría para nosotros:
¡hostia, sería ¡La leche. ¡Nos salvamos por los pe-
los. La mierda nos llegaba ya hasta el borde inferior
del labio superior. Ahora bien, ¡sí supimos cómo se-
guir. Y aunque tampoco ahora teníamos dinero, al
menos papá se había vuelto a animar. Y ¡las cartas.
Las cartas de la prima de mamá, Henriette, y de su
marido, Georg, de Berlín Oriental.
Lo que había estado oculto durante décadas detrás
del telón de acero, ahora surgía, ya que EL TELóN
había caído. Yo nunca antes había visto a los dos y
creo saber que mamá y papá tampoco los habían
echado de menos en todos-estos-años; nosotros
estábamos aquí / ellos del-otro-lado. Así eran las
cosas. pero ahora llegó en las cartas de los dos la
invitación & la oferta desde el Este, en el momento
justo, & se referían a ¡mí.
Un domingo por la mañana, en agosto de 1991, par-
timos a-primera-hora en nuestro viejo van, papá,
mamá y yo, en dirección a Berlín. papá había carga-
do el coche con todos sus utensilios de agrimensor
como si ya fuera al trabajo. La fuerza-de-la-costum-
bre. Solo cuando estábamos en ruta se dio cuenta
de que semejante presentación ¿tal vez resultaría
excesivamente aplastante. Aunque −tampoco qui-
so dar la vuelta− quizás se lo tomara como un buen
augurio para todo lo venidero.
Una fría luz azul se derramó en la madrugada en
la que nos pusimos en marcha. papá insistió en
conducir todo el trayecto hasta Berlín ¡él solo. Ni a
mamá ni a mí me permitió coger el volante. Se puso
realmente=pesado con esto. De modo que también
mamá, que en un principio se había sentado en el
asiento de atrás con la intención de dormir, perma-
neció despierta a causa de la excitación, como si
ya estuviéramos en la-tierra-desconocida. Nos leía
cada letrero de pueblo que los faros arrancaban por
unos segundos de la oscuridad y los pronunciaba
como un conjuro. “Ojalá le sirva de algo”, susurró 1
vez para sí misma. Yo hacía como si no hubiese oído
nada (entendía perfectamente a qué se refería).
En 1 pueblo detrás de la antigua frontera paramos
delante de 1 taberna. El aspecto era deprimente. La
vieja & torcida casa de entramado de madera esta-
ba tuneada a medias y al estilo=occidental, o lo que
Reconstrucción del OesteReinhard Jirgl*
ENTONCES, EN NOvIEMBRE, SE CAYó EN BER-LÍN EL MURO: ALAMBRE=ESpINO=fRANJA-DE-LA-MUERTE, DISpOSITIvOS DE DISpARO AUTOMÁTICO; DE HOY-pARA-MAñANA TODO, COMO SI NUNCA HUBIESE ExISTIDO
LO QUE HABÍA ESTADO OCULTO DURANTE DéCADAS DETRÁS DEL TELóN DE ACERO, AHORA SURGÍA, YA QUE EL TELóN HABÍA CAÍDO
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tomaban por tal (pintada la fachada a toda prisa en
colores chillones, mientras que debajo se escon-
dían los viejos muros cascados): el bar de Nobbi. De
modo que la casa parecía duplicada por su propia
apariencia espectral. Entramos.
“Allí-al-fondo, más o menos, hmm, allí-allí ¿? - ¡!
donde acaba el bosque, sí: tras el cortafuegos ese;
¡no, o sí, o ¿a ver: no, un poquito más hacia la de-
rresha ¡!: allí ¡! debe haber estao”, mascullaba tras
nuestra pregunta el tabernero, un tipo gordote con
mejillas sonrosadas, no muy mayor pero ya con
ademanes de viejo, parecidos a los de los últimos=
restantes habitantes del pueblo, de los cuales 2
estaban plantados alrededor de la mesa de la ter-
tulia. Difícil de interpretar el orgullo en la voz del ta-
bernero, como si él-en-persona hubiese levantado
la mano contra La frontera y hubiese decidido su
destrucción.
“pero ¿por dónde ¡exactamente pasaba La fronte-
ra”, insistía papá −el agrimensor lo quería saber−.
El tabernero hizo un esfuerzo, dirigió una mirada
interrogativa a sus dos clientes habituales (que
permanecieron con mirada vidriosa delante de
sus cervezas, levantando únicamente las manos
toscas ante la pregunta del dueño del bar). fue en-
tonces que nos dimos cuenta: habían ¡olvidado por
completo dónde estaba La frontera.
Extracto de la novela El silencio, Múnich, Hanser verlag, 2009
Traducción: Cecilia Dreymüller
*Reinhard Jirgl. nació en Berlín Este en 1953 y se crió
con su abuela en Salzwedel (Altmark). Tras una formación
profesional en Electromecánica, estudió Electrotécnica en
la Universidad Humboldt de Berlín, donde entró como téc-
nico de iluminación en el teatro volksbühne. Allí conoció a
Heiner Müller, quien le apoyó en su vocación literaria. En
1985, el manuscrito de su monumental y corrosiva Novela
Padre Madre es rechazado por la editorial estatal Aufbau
por "falta de visión histórica marxista". Sólo tras la caída del
muro, las novelas y relatos que Jirgl guardó en el cajón fue-
ron publicados y galardonados con una docena de premios.
Tanto su trilogía de la RdA, Genealogía del matar, como la
novela generacional, Los incompletos (2003), sobre el des-
tino de los sudetes expulsados de checoslovaquia, certifican
a Jirgl como un pertinaz y cáustico cronista del pasado y
presente de Alemania. En 2005 publica Renegado. Novela
de la época nerviosa, y en 2009 su gran saga familiar, El
silencio. ninguna de sus obras está traducida al español. En
2010 recibe el Premio Gerorg Büchner.
DIfÍCIL DE INTERpRETAR EL ORGULLO EN LA vOZ DEL TABERNERO, COMO SI éL-EN-pERSONA HUBIESE LEvANTADO LA MANO CONTRA LA fRONTERA Y HUBIESE DECIDI-DO SU DESTRUCCIóN
Rio Spree. Foto: © Matth van Mayrit
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Hace a la dulzura de la tragedia: la certeza de que
uno nunca podrá hacerse con aquella de la que está
enamorado. “A ti, dulce lengua de Alemania, / te he
elegido y buscado, solitario. / A través de vigilias y
gramáticas, / de la jungla de las declinaciones, / del
diccionario, que no acierta nunca / con el matiz pre-
ciso, fui acercándome.” Así lo ponía en verso Jorge
Luis Borges. Con relación a esta amada, natural-
mente, lo que está en juego es la proximidad, pero
también aquella distancia insuperable que separa
a cualquier hablante de otra lengua de la bella ex-
traña. A menudo muestra su lado inaccesible que
la vuelve más deseable; se entrega para evadirse al
próximo encuentro.
Uno es y permanece toda la vida un hablante de
lengua extranjera.
Los hablantes de lenguas extranjeras son los últi-
mos románticos.
En la mesilla de noche de los hablantes de lenguas
extranjeras a menudo descansa un ejemplar de El
placer del texto. Cuando se les molesta durante
su lectura nocturna, los hablantes de lenguas ex-
tranjeras se defienden con las siguientes palabras:
Nada, absolutamente nada llega a la suela de los
zapatos de la amada.
Aprendí alemán junto a la desembocadura del Río
de la plata. Mis padres, en cambio, no saben ale-
mán y, aparte del hecho de que su hija vive en Berlín
desde octubre de 1996, no poseen ningún vínculo
real con Alemania. No obstante, pensaban desde
siempre que los colegios alemanes eran mejores
que los colegios públicos argentinos, de ahí que mi
primer encuentro con la lengua alemana se produ-
jera a la edad de cinco años, ante el portón verde de
una guardería germano-argentina en Buenos Aires.
Mi madre me llevaba todas las mañanas, antes de
ir al trabajo. “Mami −me dirigí a ella en una ocasión,
con una voz que dejaba entrever cierta inquietud−
¿escuchaste a las dos señoras?” “¿Te refieres a las
que pasamos hace un momento?” “Mm −asentí y
añadí:− Están discutiendo...” “No, cariño −replicó
ella, acariciándome el pelo trenzado−, no están
discutiendo, hablan alemán”.
Mientras el ajetreo en la calle me parecía rudo, aje-
no y amenazante, en la guardería germano-argenti-
na me lo pasaba muy bien. Mi madre se despedía de
mí y una tía me daba la bienvenida. Bien mirado, la
tía no era una tía en el sentido literal de la palabra,
sino una cariñosa puericultora que nos enseñaba a
cantar. Esta era una experiencia especial con la que
volvía extasiada a casa, pues con ella quería impre-
sionar a mis padres. La hija −en esa época, la ale-
gría del hogar, bautizada con el nombre de la santa
patrona de la música− congregaba a la madre y al
padre y, en cuanto ellos daban su consentimiento,
se ponía a cantar, tras una breve frase introducto-
ria: “Hopp, hopp, hopp / Ferchen loif Galopp / iuba
Stok un iuba Staine / aba brich dia nich di Baine /
hopp, hopp, hopp / Ferchen loif Galopp...”.
Aquello era tremendamente divertido. Era fácil, te-
nía ritmo, la letra era eso, no había más, y se trata-
ba de un bucle infinito, que sobre todo a mí nunca
me cansaba y que ora acompañaba con guitarra,
ora lo aligeraba con la pandereta, ora con castañue-
las o el xilófono, según el humor, según lo primero
que encontraba en el baúl de los juguetes, todo por
amor al buen sonido. Siempre anunciaba el concier-
to diciendo: “¡Os canto una canción en alemán!” Mis
inocentes padres a veces repetían: “¡Nuestra hija
canta en alemán!”.
Tuvieron que pasar años hasta que pude descifrar
por completo la canción pegadiza de mi infancia. Se
hizo la luz en el colegio germano-argentino, recono-
cía los nombres (caballito, galope, patas, piedras),
los verbos, las conjunciones, las preposiciones...
Sin embargo, se perdió lo esencial y en Buenos Ai-
res no se iba a poder recuperar. Se perdió la ligereza
y la naturalidad en el trato con la lengua alemana,
se perdió lo vitalmente afirmativo de declaraciones
como “ahora cantaré algo en alemán” o “¡nuestra
hija sabe alemán!”. Se perdió toda la parte lúdica
que la lengua extranjera había representado hasta
entonces.
En vez de ello aprendí a recitar con los ojos cerrados
las tablas de declinación y a formular en la clase
−que conste: a paso de caracol− frases gramati-
calmente correctas. El paso de caracol era obligado
pues, mientras hablaba, uno tenía que ordenar en
la cabeza las estructuras (sujeto = nominativo, ob-
jeto directo = acusativo, objeto indirecto = dativo).
Esto no era un juego de niños, requería su tiempo.
Concentrados al máximo, estábamos sentados
como forrados de serrín en nuestros bancos, dan-
do una prueba de paciencia; también el profesor se
mostraba comprensivo. Y mientras uno se atenía a
las reglas, no había sorpresas desagradables. Eran
procesos dirigibles. Bien mirado, íbamos sobre se-
guro. Era casi como las matemáticas.
Esto lo conocía. Sabía manejarlo. En nuestra casa
había cantidad de estructuras lógicas y procesos
monocausales, mi madre era profesora de econó-
micas, mi padre, contable. En gran parte era pre-
visible: después del colegio la hija se decidió por
una carrera de “Alemán como lengua extranjera”.
Quería dominar a la perfección la lengua alemana.
Me obligaba a leer a Julio Cortázar, Jorge Luis Bor-
ges, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato, a todos
los grandes de la literatura argentina que amo y
aprecio en traducciones al alemán. ¡Qué empresa
más disparatada! Sin embargo, entonces estaba
convencida de que bastaría con hacer otro esfuer-
zo más y algún día hablaría alemán sin acento y lo
escribiría impecablemente. Tras la graduación, mi
profesor de literatura me aconsejó irme a Alemania
para hacer el doctorado. Yo no tenía ni idea en lo
que me iba a meter −tan lejos de casa−, pero de
una cosa me había dado cuenta: la perfección en
Buenos Aires no se podría alcanzar.
Como estudiante de doctorado en una universidad
alemana se aprende a hacer uso de términos espe-
cíficos y a pertrecharse bien de ellos. En el Instituto
de Germanística se trazaban claras líneas de de-
marcación entre textos y géneros mediante trucos
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Se hacen arreglos de mujeresMaría Cecilia Barbetta*
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retóricos y categorías de teoría literaria. Iba achi-
cando la lista de literatura secundaria, sin alcan-
zar jamás a apurarla del todo. El peso del adverbio
sinnstiftend (significativo) me producía considera-
bles dolores de espalda.
Un día, una amiga me trajo una edición Reclam de
las Cartas sobre la educación estética del hombre,
de friedrich Schiller. Leía que el arte es un hijo de la
libertad. Leía que a través de la belleza uno camina
hacia la libertad. Leía sobre el efecto liberador del
arte y de la literatura. Leía que el mundo estético
es el lugar donde el hombre se convierte explíci-
tamente en lo que implícitamente ha sido desde
siempre: un homo ludens. Leía que el juego libre
permite al individuo convertirse en algo completo,
en una totalidad en pequeño. Leía todo aquello y
lo anhelaba.
por primera vez, en verano de 2005, barajé la idea
de ponerme a escribir. Tras haberme ganado la vida
exitosamente con diversas actividades, me encon-
traba ante la perspectiva del paro. La situación se
me antojaba bastante amenazante y me presenté
para varios puestos de trabajo; no obstante, el co-
mienzo de mi historia estaba decidido: al ir en bici
por Berlín había tenido la sensación de tener en
Buenos Aires un doble, una mujer que cuenta sus
pasos al pasear. Mientras estaba en esto, no me
podía sacar de la cabeza el poema de Rilke sobre el
famoso Torso. “Has de cambiar tu vida”, dice, y yo,
sin embargo, volvía a hacer una y otra vez el mis-
mo trayecto, pasando por todos los sitios ya cono-
cidos, delante del taller de arreglos, delante de su
escaparate gris, hasta que un día me detuve y des-
cubrí el maniquí con un letrero debajo. “Änderung
von Damen” (arreglos de mujeres), decía, y en la
línea siguiente: “Kinder- und Herrenbekleidung”
(Arreglos de prendas de niños y hombres).
Como hablante de lenguas extranjeras en paro, una
es especialmente sensible. volví a leer, no seguía
ningún guión a la palabra “Damen”. Como lectora
de literatura fantástica latinoamericana, una in-
tuye a cada paso un gran misterio. ¿Qué pasaría,
pues, si seguía la pista indicada, abría la puerta de
la tienda y franqueaba el umbral? En alemán, la
falta de un signo −de un minúsculo guión que in-
dica que lo que se arreglan son mujeres y no sus
prendas− puede causar grandes cataclismos y po-
ner patas arriba proyectos de vida enteros, todo lo
que hubo antes. Las palabras son vitales, sensua-
les, plásticas, juguetonas, enérgicas, engañosas,
pérfidas, peligrosas. ¡Qué potencial, “lo fantástico
como lenguaje”, como lo llamó Jean-paul Sartre!
En las suaves aproximaciones y sutiles cambios
de sentido del lenguaje discierne Sartre verdades
que transmiten un sentido para la existencia hu-
mana. Estas verdades pierden su color y su vida en
cuanto son sacadas del agua. pero mientras siguen
flotando bajo el agua, prosigue Sartre, refulgen con
un extraño brillo. presumiblemente por eso, esta
manera distinta de enfrentarme a la literatura sería
la que me transmitiría la sensación de estar como
pez en el agua a la hora de escribir. La boca del pez
formaría un primer “oh”, seguido por un segundo y
un tercer signo. Oh...oh...oh.... Llegarían todos a la
superficie. Sin embargo, en aquella oportunidad,
me quedé como un pasmarote delante del taller de
arreglos, veía mi reflejo en el escaparte y no salía
de mi asombro.
Traducción: Cecilia Dreymüller
Ilustración de Joseph Cornell
*María Cecilia Barbetta. nació en Buenos Aires, Argen-
tina, en 1972. Se formó en un colegio bilingüe (castellano-
alemán) y más tarde se graduó como profesora de alemán.
En octubre de 1996 viajó a Berlín gracias a una beca de
doctorado que le otorgó el dAAd, el Servicio Alemán de
Intercambio Académico. A fines del año 2000 se doctoró
en Germanística en la Universidad libre de Berlín y deci-
dió quedarse en Alemania. Entre otras cosas, dictó clases
de literatura y Español hasta que en el verano de 2005 co-
menzó a escribir en alemán lo que se convertiría en su pri-
mera novela y que la editorial S. Fischer publicaría en julio
de 2008: Änderungsschneiderei Los Milagros. Recibe por
la novela el premio Aspekte, un reconocimiento a la mejor
ópera prima escrita en idioma alemán, y un año más tarde
el premio de fomento Adelbert-von-chamisso y el premio
Bayern2-Wortspiele. Actualmente vive y trabaja en Berlín.
Su novela, sin embargo, se desarrolla en Buenos Aires a fi-
nes de los años ochenta. En un taller de arreglos de ropa de
mujeres se mezclan la realidad y lo fantástico, se confunden
las tramas, las prendas y las identidades, se desata una histo-
ria de dobles que sólo el lector podrá desenredar.
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En los primeros días en Alemania creía que los
alemanes, las nuevas personas diferentes en mi
país de la infancia, eran extranjeros. Yo tenía ocho
años y medio y no quería entender que una tota-
lidad puede partirse en dos mitades o en muchos
trozos. Me habían prohibido mirar fijamente, pues
quien gira la cabeza para mirar a otro se convierte
en el papamoscas de una sensación; eso lo decía
mi padre, por la mañana ante el espejo, y se quita-
ba los puntos de espuma de afeitar de la cara, tras
ajustar el nudo de su corbata justo debajo de la
Adamsapfel1. fue la primera palabra alemana que
aprendí: no el albaricoque de Adán, ni la pera de
Adán; no, en el cuello de Adán abultaba una peque-
ña manzana, de ahí que mirara fijamente las cua-
tro partes de la manzana en el plato del postre. Mi
madre había partido la fruta, que cabía en las dos
manos de un adulto, y me imaginaba cómo las par-
tes se recomponían en una manzana y cómo esta
misma manzana crecía justo debajo del mentón
del señor Adán. En la forma educada, hombre y mu-
jer se llamaban señor y señora −me instruían en
casa− y no debía apartarme en ningún momento
del día de la forma educada.
De modo que lo turco tenía una trampilla por la que
yo me escapaba, si bien sólo una semana más tar-
de; por el momento solía quedarme de pie ante la
ventana panorámica de nuestro piso en München-
Moosach, miraba fijamente el césped verde, el seto
de altura mediana que bordeaba un camino de
peatones, y veía pasar los medios cuerpos. No me
movía por miedo a que descubrieran que un niño
en secreto les estaba mirando fijamente. A veces
surgía un morro de perro del seto, a veces una mu-
jer perdía su mantón al reírse y el siguiente tran-
seúnte lo recogía del suelo y se lo alcanzaba. Más
tarde estaba sentado en la terraza del jardín y las
palabras pronunciadas por los caminantes del seto
eran como guisantes que venían rodando hasta las
puntas de mis zapatos: Adán esparcía guisantes a
mis pies; esta imagen me gustaba mucho.
Sin embargo, me parecía extraño que la señora ve-
cina me llamara guisante y que me quisiera hacer
una raya cada vez que me acariciaba el pelo. Yo la
dejaba. Ante los hombres y las mujeres adultos yo
me quedaba con la cabeza gacha, porque sus pala-
bras caían sobre mí como una lluvia de guisantes
y alubias. Después decía mi padre que la vida le
había arrastrado hasta aquí en el invierno de su de-
sazón y que viajaríamos hacia allí, al país de todos
nosotros, en el verano de nuestro ocio. La suma de
todas las horas de ocio en alemán se llamaba "va-
caciones". Mi madre lo traducía para mi hermana y
para mí en palabras inteligibles. Era muy difícil y
había que saber hacer malabarismos para llegar a
ser señor y señora de la patria, por eso ellos, nues-
tros padres, nos prohibirían a partir de ahora tener
trato con otros niños turcos. En ese momento,
cuando me familiarizaron con esta nueva regla de
mi vida, perdí el espíritu infantil y me dediqué al tra-
bajo infantil: el aprendizaje del alemán se convirtió
en mi causa principal.
Mi estricta educación hacia la amabilidad preveía
que mirara, aunque no fijamente, a aquellos que
me sacaban una cabeza, tratándolos de usted. Un
absorto niño turco de ninguna manera debería de-
venir un grosero, pues el comportamiento del hijo
repercutía en la madre, y el grosero traía deshonra
a la casa. El hogar y la patria, me explicaban, eran
una misma alma bajo un mismo cielo. A mí me zum-
baba la cabeza de tantas novedades, de tantas
nuevas sensaciones.
pero entonces llegó la mañana en la que mi ma-
dre se acuclilló delante de mí, me abotonó el últi-
mo botón de la camisa blanca y almidonada y me
anudó una corbata al cuello. “Darás muy buena
impresión −dijo− a partir de hoy aprenderás el
alfabeto alemán, y quién va a tener miedo de las le-
tras, son juguetes nuevos y relucientes, y quién se
asustará porque las letras no tienen ni rizos ni gru-
mos, esfuérzate por tener una buena letra, nada de
garabatos, ¿me entiendes?”. “Sí −respondí− no
enfadaré a la señora dueña de la patria con testa-
rudez”. Mi bella hermana llevaba lazos rojos al final
de sus trenzas largas e iba saltando a cada paso en
el camino a la escuela, y las mariposas rojas de Eva
volaban alrededor de sus orejas. Adán, sin embar-
go, sólo a mi padre le había regalado una manzana.
Más tarde estaba delante de la pizarra, las manos
de la señora alma del hogar reposaban sobre mis
hombros y yo mantenía la mirada fija en los gui-
santes delante de las puntas de mis zapatos; des-
pués miré fijamente a los hermosos niños que me
miraban fijamente a mí: eran mi nuevo alfabeto. En
la pausa, siete niños me colocaron en el centro de
su círculo, y cuando el círculo sonreía, sonreía el
centro, y cuando el centro callaba, callaba también
el círculo. Ocho niños estaban sentados en el sa-
liente del muro, siete niños daban mordiscos a sus
bocadillos y masticaban, el octavo niño señalaba
la barra color marrón en el crujiente papel de pla-
ta recogido y decía: "Chicolata". Había empezado a
atenerme a la regla de romper en trozos lo ensam-
blado y construido, con cuidado y educación, y lo
que salía a la luz era una palabra con un alambre
incandescente escondido dentro, intacto y articu-
lado. “Chicolata”, la palabra turca para chocolate,
escondía un jilguero gorjeante en un charco de
Coca-Cola, y chocolate era una barra de jade que
del susto había adoptado un extraño color de ver-
güenza.
En casa el diccionario yacía abierto en mi regazo, y
yo partía las palabras en alemán como si partiera
"bocadillo" en milímetros de alambre incandescen-
Cómo Adán consiguió su nuezFeridun Zaimoglu*
N. del E.: la nuez de Adán se llama en alemán "Adamsapfel", manzana de Adán.
EN ESE MOMENTO, CUANDO ME fAMILIARI-ZARON CON ESTA NUEvA REGLA DE MI vIDA, pERDÍ EL ESpÍRITU INfANTIL Y ME DEDIQUé AL TRABAJO INfANTIL: EL ApRENDIZAJE DEL ALEMÁN SE CONvIRTIó EN MI CAUSA pRINCIpAL
EL HOGAR Y LA pATRIA, ME ExpLICABAN, ERAN UNA MISMA ALMA BAJO UN MISMO CIELO. A MÍ ME ZUMBABA LA CABEZA DE TANTAS NOvEDADES, DE TANTAS NUEvAS SENSACIONES
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te −boca/di/yo− y leía la imagen en mi cabeza: yo
había dado la boca. Y ya ofrecía mi boca para hincar
el “diente” −di/ente−, que era una cosa indefini-
da y grande que debía decir. Y entonces reflexioné
que tampoco se decía “guiñar” para pestañear, ni
se decía: dos pestañas se besan una y otra vez.
"Se dice pestañear", decía la chica alemana a la
tercera semana en el patio de recreo, “Cierra los
ojos”, y mis cuatro párpados se besaban un rato, y
entonces petra me enseñaba la pestaña en la pun-
ta de su índice. Yo enfriaba, porque ella lo exigía,
el dedo quemado con mi aliento y quitaba la coma
negra de un soplo. "¿En qué deseo has pensado?",
preguntaba, y yo decía: "En contar pestañas". Así
que en casa miraba fijamente las falsas pestañas
que mi madre guardaba en un estuche de plástico
transparente y me extrañaban los grumos negros
en sus puntas.
En la cena conté que la señora alma del hogar lleva-
ba una falda que se parecía a una gran campana y
que un chico de la clase se quería esconder debajo
de ella; era su máximo deseo. De golpe se hizo el
silencio en la mesa, la campana se rompió en mil
pedazos y un trozo rozó al vuelo mi mejilla. Enton-
ces supe que habría más bofetadas si hablaba de
petra, que hacía sudar a los guijarros en sus puños;
que torcía el dedo índice para ponérmelo delante
y me abordaba con gorgoteos canoros como si
quisiera invitarme a volar hacia el columpio de los
cuervos; que se ahogaba porque tenía que reírse
en voz baja sólo porque yo había aparecido en la
clase con una oreja pintada con tinta azul. "Alguien
diestro no puede pintarse la oreja derecha sin mi-
rarse al espejo; además, no te atreverás". Estas
habían sido sus palabras el día anterior. Hice un
poco de trampa y vacié un cartucho de tinta sobre
mi oreja; no quería ser un grajo, pero sí un cuervo
con algo de azul en el plumaje.
pues yo leía, leía los sonidos de truenos y rayos
en los bocadillos que flotaban encima de las ca-
bezas de los héroes, y entre los forzudos había un
hombre cuervo con pico de águila: a él me quería
parecer. Y empezaba a entender el invierno de la
N. del E.: la nuez de Adán se llama en alemán "Adamsapfel", manzana de Adán.Museumsufer. Foto: © Katia Banci
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desazón. Esto significaba que el descontento ami-
noraba; no, mal dicho, se hacía líquido y se filtraba
como espeso jarabe de la añoranza en las grietas
y ranuras del suelo. Entonces, a mi madre y mi pa-
dre se les ponía la mirada vacía, el alma del hogar
y de la patria arrancaba un trozo de su sombra y la
astilla de la sombra flotaba hasta sus pupilas, se
derretía en la brasa de sus ojos y desbordaba los
párpados.
Todo esto intentaba explicárselo a mi profesora,
parloteando con mi pico de águila. pero ella dijo: “El
artículo es la cola que arrastra el vestido de noche
del sustantivo y tú eres el portador de la cola, ¡no
olvides los artículos!”. Era una tontería rebelarse
contra el orden de los genéricos, una tontería ha-
blar de las astillas de la sombra y del jarabe de la
añoranza. Sólo un pequeño idiota podía creer que
se podría pertrechar detrás de grandes pilas de pa-
labras; seguía siendo un enano.
Así que me sentía avergonzado, y de pura vergüen-
za ya no tocaba los tebeos y el diccionario gordo.
Bajo la tutela de la maestra de mi clase me serené.
Aprendí a pronunciar lo que veía, cualquier añadido
me parecía un adorno de quincalla. Cuando me sa-
lía una sencilla frase correcta, no latía mi corazón,
ni ardían mis mejillas, ni surgía ningún bocadillo
de mi boca; simplemente hablaba correctamente
alemán.
Dos chicos de mi clase se hicieron amigos míos.
Uno de ellos era el hijo de un concesionario de ga-
solinera; el otro, el hijo de una madre hermosa. Los
dos se llamaban Michael y trabaron amistad con-
migo porque ninguno de los otros trastos de niño
quería jugar con ellos. Me enseñaron a no disimular
tanto la “r” sonora y a no hablar como un imbécil
alemán: en Baviera, el bávaro tenía preferencia
ante el dialecto de los prusianos.
Ya hacía tiempo que no llevaba corbata y que ha-
bía pasado a hablar en medias frases, sin punto
ni coma. Mi hermana les ladraba a los Michaels
en alto alemán, que no pusieran ojos como platos
cada vez que pasaba. A ella también le sentaban de
maravilla los saltos de crecimiento en nuestra nue-
va lengua; y un día se atragantó, y después de una
tos aguda había perdido el acento. En nuestro ho-
gar turco no había ningún rincón lingüísticamente
desocupado. Estaba prohibido charlar, estaba pro-
hibido hacer ruido, había que hacer el favor de con-
tar una historia. El televisor permanecía la mayoría
del tiempo apagado, mi padre hacía una excepción
con los documentales de animales y los programas
musicales.
Los vecinos, si es que nos visitaban, paseaban
la mirada sobre los muchos objetos de adorno −
cada uno un recuerdo de la patria antigua o de la
nueva− colocado encima de un tapete de encajes
bordado a mano. Y a nosotros, a los hijos, nos toca-
ba señalar la góndola veneciana iluminada y decir:
esto es una góndola de venecia. También habría
que nombrar los juguetes de los adultos, de ahí que
también aprendía sus nombres: el destornillador,
el taladro, la manguera de jardín; la caja de sombre-
ro, los rulos, el crucigrama. Las cosas que nombra-
ba se hacían visibles, y lo que veía tenía existencia
propia, no hacía falta partirlo en sílabas e inflarlo
con significados. El abracadabra del enano que fan-
farronea con añadidos vistosos, chapando en oro la
chatarra, lo desterré a mis sueños.
En pocos años el alemán se me acopló como len-
gua materna y entonces comprendí con gran ale-
gría: suficiente es peor que demasiado.
Traducción: Cecilia Dreymüller
Foto de perfil: © Britta Rating
*Feridun Zaimoglu. nació en Bolu, Turquía, en 1964 y
vive en Alemania desde los ocho años. Estudió Arte y Me-
dicina en Kiel, donde ha trabajado como escritor, guionista
y periodista. Fue columnista para el semanario Die Zeit y
colabora habitualmente en Die Welt, Frankfurter Rundschau
y FAZ. Sus primeras novelas, Kanak Sprak (1995), Chusma
(1997) y Marcas de amor, rojo escarlata (2000), retratan con
humor el crudo ambiente social de los emigrantes turcos en
Alemania, para cuya jerga acuñó el término “Kanaksprak”.
Su novela Leyla, de 2006, relata la infancia y adolescencia
de su madre en Turquía. como roadmovies literarios se pre-
sentan Fuego pasional (2008) y Tierra adentro (2009), que
llevan a sus protagonistas turco-germanos por media Europa.
En 2002 recibió el premio Hebbel; en 2004, el premio Adal-
bert von chamisso y en 2005, el premio Hugo Ball.
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Y EMpEZABA A ENTENDER EL INvIERNO DE LA DESAZóN. ESTO SIGNIfICABA QUE EL DESCONTENTO AMINORABA; NO, MAL DICHO, SE HACÍA LÍQUIDO Y SE fILTRABA COMO ESpESO JARABE DE LA AñORANZA EN LAS GRIETAS Y RANURAS DEL SUELO
Calle de Stralsund. Foto: © Lucía Núñez García
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Alemania Letra de canción para Senta Berger
Elke Heidenreich*
No pienso en Alemania por la noche.
¿para qué?, bastante tengo en qué pensar.
Bastante tengo que hacer para distraerme
de mis preocupaciones por Alemania.
pues pienso todos los días en Alemania
y leo lo que pasa en nuestro país,
y siento que cada vez hace más frío.
por eso, por la noche Alemania me da miedo.
No pienso en Alemania por la noche,
hago otras cosas muy distintas:
música, el amor, lloro, sueño y río.
pero a veces me preocupa lo que hace Alemania.
pero a veces me preocupa lo que hace Alemania.
Traducción: Cecilia Dreymüller
Foto de perfil: © Leonie von Kleist
*Elke Heidenreich. nació en Korbach, Hesse, en 1943 y
se crió en Essen, en plena cuenca del Rur. Estudió Filología
alemana y comenzó su carrera periodística en la radio públi-
ca alemana. Su personaje radiofónico Else Stratmann, una
carnicera de la cuenca del Rur que desde 1976 se despacha-
ba cada semana con desparpajo y sabiduría popular sobre
la realidad política, social y cultural de Alemania, la hizo
famosa en todo el país. Paralelamente escribía y actuaba
en espectáculos de cabaret y trabajaba de moderadora para
programas de televisión. Su programa literario “¡leer!” fue
uno de los más populares del nuevo milenio. Además de las
recopilaciones de sus columnas literarias y artículos, ha pu-
blicado libros de relatos y dos novelas negras. Su pasión
más reciente son los libretos de ópera. desde 1998 colabora
con libretos para la Ópera Infantil de colonia. En su libro
Passione (2009) explica su amor por la ópera italiana. En
2010 ganó el premio Julius campe por su labor a favor de
la literatura. Martin Gropius Bau. Foto: © Matth van Mayrit
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“A veces me da la sensación como si Goethe no hu-
biese pasado por el infierno de la existencia huma-
na, por el que sí pasaron, por ejemplo, Hölderlin y
van Gogh, poe y Dostoievski, y que por eso le falta
a veces algo, aquello por lo que se destacan justa-
mente los más grandes.” Esto lo escribió en 1944
Nico Rost, el prisionero y fervoroso admirador de
Goethe, en el campo de concentración de Dachau.
Hay un tipo de escritores −son los mártires de la
literatura− ante los cuales resulta tosca, profana
e inadecuada cualquier cosa que se pueda decir.
Ante ellos sólo queda corresponder o no correspon-
der. Apelan menos a nuestro entendimiento que a
nuestra existencia. Autores como Hölderlin, Kafka,
Robert Walser. frente a ellos, probablemente la úni-
ca reacción adecuada −mientras uno todavía sea
capaz de comportarse convenientemente− sea el
pudor. Sobre otros autores −sobre los represen-
tantes− uno puede expresar su opinión y declarar-
se en oposición. ¿También sobre Goethe? Entre el
pobre hombre en la torre de Tubinga y el señor con-
sejero áulico en Weimar mide una distancia difícil
de vencer. Y a la inversa, la distancia entre Weimar
y Tubinga, ¿acaso puede ser vencida?
para los mártires de la literatura todo estaba pres-
crito; el hijo de la alta burguesía de frankfurt podía
elegir. Aparentemente. pero necesitaba un pro-
grama, un programa de justificación. Si Goethe se
defendió con tan llamativa vehemencia contra los
mártires de la literatura y les contraponía “lo clási-
co” como “lo sano”, sin duda no lo hacía por falta de
entendimiento sino como defensor de su progra-
ma. A él toda esta dirección, la dirección hacia aba-
jo, le molestaba. No quería dejarse arrastrar hacia
allí, hacia el abismo, hacia la “poesía de hospicio”.
¿pero realmente se sentía arrastrado? ¿Le hacía
falta defenderse? Una persona que sentía tanto te-
rror ante los entierros que nunca apareció en ningu-
no −ni siquiera en el de su propia esposa−, no pa-
rece simplemente celoso de los otros, los hombres
dolorosos, que vivían con naturalidad la proximidad
de la muerte. Las desventuras de Werther, al fin y al
cabo, eran del tipo que al joven del pantalón amari-
llo y la chaqueta azul no le quedaba otra salida que
coger la pistola. En la segunda parte del fausto se
dice: “Cualquier consuelo es inquina, y desespe-
ración deber”. Que él intentara sustraerse de este
deber en cuanto podía, ¿sólo es comprensible y
sensato o tal vez sea algo más?
Después de haber conocido en 1812 a Beethoven
en Teplitz, escribió a su amigo Zelter: “Su talento
me ha llenado de asombro; mas, lamentablemente,
es una personalidad completamente indómita, y si
bien no se equivoca para nada al considerar detes-
Las calamidades de Goethe. Goethe calamitosoPeter Hamm*
Frankfurt am Main. Foto: © Katia Banci
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table al mundo, no por ello lo hace más delectable,
ni para sí mismo ni para otros”. Esto es in nuce el
programa de justificación de Goethe. Reza: sólo la
contención garantiza un poco de placer. Y sin em-
bargo, en la constelación de Teplitz, el Beethoven
indómito brilla con mucha más fuerza. La coraza de
contención del representante (que Goethe era en
aquel entonces ya hacía tiempo) no sólo protege,
sino también oculta y distancia.
El permanente distanciamiento de Goethe fue el tí-
tulo de un noble discurso de Joachim fest, en agra-
decimiento a la concesión de la medalla Goethe por
parte de la ciudad de frankfurt. El título de fest im-
plica dos cosas: hasta qué punto Goethe ha sido un
extraño para la nación que gusta tanto servirse de
su nombre, pero también cómo mantenía distancia
con aquellos que intentaban acercársele y cuánto
rechazo les producía. Ya Schiller confesó: “Estar a
menudo en compañía de Goethe me haría infeliz:
ni con sus amigos más cercanos tiene nunca un
momento de efusión, no hay por dónde asirle...
Esparcía benéficamente su existencia, pero sólo
como un dios, sin darse a sí mismo... La gente no
debería favorecer en su entorno una forma de ser
como esta”. Este resumen ciertamente espantoso
inspiró a Thomas Mann su relato sobre Schiller Ho-
ras penosas.
Según su diario, Kafka planeaba en 1912 un ensayo
titulado La espantosa forma de ser de Goethe. A las
pocas semanas, el diario da otra noticia: “Goethe,
consuelo en medio del dolor”. ¿En qué estamos
entonces, espanto o consuelo? por lo visto, Goethe
provocaba ambas reacciones, ambos sentimien-
tos. Su contradictoria forma de ser correspondía
exactamente a su grandeza. Las cosas espantosas
y consoladoras-edificantes están en su caso toda-
vía más cerca las unas de las otras que las dos en-
tradas en el diario de Kafka; incluso a veces están
entrelazadas hasta resultar indistinguibles. Ya sólo
por eso Goethe es lo contrario de un autor popular.
La popularidad va con lo inequívoco, un inequívoco
como el de Schiller.
“¿por qué permanecen delante? / ¡cuando hay
puertas y muy grandes! / Si entraran con confian-
za /recibirían abrazos de bonanza.” Goethe entregó
este cuarteto un tanto mentiroso en 1827, como
pie de imagen para un dibujo de O.Wagner de su
casa junto a la plaza frauenplan de Weimar. proba-
blemente más sincera fuera una entrada en su dia-
rio de 1778: “No estoy hecho para este mundo. En
cuanto uno sale de su casa, hunde el pie en el lodo”.
De hecho, los impertinentes mirones goethianos le
producían la misma repulsión que los indiferentes,
la masa, sobre la que escribió frases escandalosas
como esta: “Ayer, metido a fondo en las ceremonias
que acompañan la feria, me acordé de la cita de
Ariosto sobre la plebe: merece la muerte, desde el
nacimiento”. Otra observación suya sobre la masa
ya resulta más difícil de rechazar: “Nada es más
repugnante que la mayoría: pues se constituye de
unos pocos precursores vigorosos, de bribones que
se acoplan, de débiles que se asimilan y de la masa
que los sigue en tropel sin tener la más mínima idea
de lo que quiere”.
Sin duda alguna, se contaba a sí mismo entre los
“precursores vigorosos”, y el lema de su vida po-
dría ser: “No se lo digáis a nadie, sólo a los sabios, /
pues enseguida la muchedumbre se burla...”. para
él, “anticipar los sentimientos de almas nobles es
la profesión más deseable”. Y siendo ya un ancia-
no, confesó todavía a Eckermann: “Mi querido hijo,
le quiero confiar un secreto... Mis cosas no pueden
nunca llegar a ser populares; quien esto piensa y
anhela está equivocado. No están escritas para la
masa, sino sólo para individuos que quieren y bus-
can algo parecido”.
Sin embargo, justamente el joven admirador de
Goethe, Eckermann, cometió el error de querer po-
pularizarlo: fueron sus Conversaciones con Goethe
que parieron la hasta hoy vigente imagen de Goethe
como habitante del Olimpo, como sonora figura de
estuco. Con este libro, que bien mirado sólo abar-
ca los últimos nueve años de una vida de ochenta
y tres, y que en vez de reflejarlos los proyecta en
un majestuoso Biedermeier, Goethe se convirtió
en aquel “jovial decano de la literatura europea
que contesta a las preguntas más diversas con
respuestas listas para la imprenta” (Josef Hofmi-
ller). El mismo Nietzsche que elogiaba las Conver-
saciones con Goethe de Eckermann como el mejor
libro alemán de todos, lamentaba que Goethe sólo
hubiera sido en la historia alemana “un incidente
sin consecuencias”. ¿Cómo se le podía escapar
que esta falta de consecuencias también tenía que
ver con los preparados goethianos de Eckermann?
¿Habrá que pensar que se daban entre los admira-
dores de Goethe tantas contradicciones como en el
objeto de su admiración?
La muerte de Goethe, en 1832, no mereció ni siquie-
ra una nota en la principal revista literaria alemana,
la Stuttgarter Literaturblatt, a pesar de editarse en
Cotta, la editorial que sostenía los derechos exclu-
sivos de todas las obras de Goethe.
El hombre del momento, incluso del siglo, fue Schi-
ller. A él y no a Goethe se le erigió apenas cinco años
más tarde en Stuttgart el primer monumento que
no representaba a un comandante o un regente
sino a un escritor. pocos años después, en 1849,
el centésimo aniversario de Goethe pasó casi in-
advertido, mientras una década más tarde toda
Alemania se hundió en un delirio de entusiasmo
sin precedentes para celebrar el centenario del
nacimiento de Schiller. La gente, mejor dicho, la
emancipada burguesía alemana, no le perdonaba
a Goethe el cortesano, el “siervo de príncipes”, su
evasión ante la política y la revolución.
“En cuanto despuntaba algo descomunal o amena-
zante en el mundo político, yo solía ocuparme obs-
tinadamente con lo más lejano.” Aquello que ahora,
tras las últimas guerras y revoluciones fracasadas,
nos puede parecer otro signo de la sabiduría de vida
de Goethe, resultaba del todo inaceptable a sus más
HAY UN TIpO DE ESCRITORES −SON LOS MÁRTIRES DE LA LITERATURA− ANTE LOS CUALES RESULTA TOSCA, pROfANA E INADECUADA CUALQUIER COSA QUE SE pUEDA DECIR
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jóvenes contemporáneos progresistas. Börne lo lla-
maba un “loco de la estabilidad” y −con algo más
de respeto− “un águila que anida bajo el canalón”.
Beethoven escribió a su editor tras el encuentro en
Teplitz: “A Goethe le agrada sobremanera el aire de la
corte, más de lo que es decoroso para un poeta. No
queda nada que decir de la ridiculez de los virtuosos,
si los poetas, que deberían ser considerados como
los principales educadores de la nación, son capa-
ces de olvidar todo lo demás por este fulgor”. proba-
blemente, esto era exactamente lo que se pensaba
en aquel entonces de Goethe en Alemania, había
una urgente necesidad de educadores de la nación;
sin embargo, Goethe era algo menos, a la vez que
algo más: es decir, un educador del individuo.
Y no hacía falta conquistar antes su nación, su
patria, hacía tiempo ya que existía: “Lo verdade-
ro encontróse hace tiempo, / Unió los más nobles
espíritus. / ¡Lo antiguo verdadero, tócalo!” Lo “an-
tiguo verdadero” fue para Goethe lo orgánico, lo
intacto, la naturaleza; y con aquello, la Alemania re-
cién amanecida no sabía qué hacer. La naturaleza
agradaba sólo cuando se presentaba domesticada,
como campo de explotación y telón de fondo, como
finalidad. Goethe, sin embargo, rechazaba precisa-
mente el utilitarismo o la poesía utilitaria en rela-
ción con la naturaleza: “La naturaleza y el arte son
demasiado grandes para proponerse finalidades,
ni tienen necesidad de ello, pues en todas partes
existen referencias y las referencias son la vida”.
Las referencias le importaban más que las afirma-
ciones, la polaridad más que tomar partido. “Me da
la sensación (...) de que todo se conjunta bien si se
escoge el término polaridad como hilo conductor
(...)”, escribió para explicar su Teoría de los colores.
También Goethe intentaba percibir en todas sus
manifestaciones la “unidad de contrarios”, llamada
“concreta” en la dialéctica de Hegel.
por lo demás, en su vejez sí veía Goethe, por ejem-
plo, la revolución francesa, que al principio había
rechazado tan bruscamente, como “consecuencia
de una gran necesidad”, si bien, y seguramente
con razón, le seguía pareciendo todavía imposible
su directa aplicación a Alemania. “El ser colectivo
que se denomina Goethe” −es el anciano Goethe
que se caracteriza de esta manera− se había pro-
puesto objetivos más lejanos que meramente los
de la política de partidos. “Si hacia el infinito quie-
res caminar, / expándete en lo finito en todas las
direcciones.” Semejante máxima no contribuía a
su popularidad en una “nación atrasada”, como la
alemana, vuelta hacia lo finito. Aunque tampoco se
puede afirmar que Goethe haya sido directamente
“antialemán”. En realidad, participaba fuertemente
de las deficiencias alemanas, sólo hay que pensar
en su miedo ante el desorden. “¿Qué puedo hacer?,
forma parte de mi naturaleza, pero prefiero come-
ter una injusticia que soportar un desorden.” Esta
frase tan eminentemente alemana de Goethe no
tiene remedio, como tampoco su “regla de la vida”
de filisteo: “Si una linda vida te quieres construir, /
de cuitas del pasado has de prescindir”, una divisa
que después de 1945 volvió a abrazar con fervor
una nación que sólo recientemente había vuelto a
amanecer con demasiado ímpetu.
Cuando la muerte ya era innegable y verdadera-
mente no cabía ya pensar en construirse una lin-
da vida, Goethe cuidaba de forma particular de su
pasado: pedía a los destinatarios que le devolvie-
sen cartas suyas escritas hace medio siglo; quería
construirse una linda pervivencia para la posterio-
ridad. Goethe se preocupaba meticulosamente por
su imagen futura, y puede que tanto más cuanto
menos eco provocaba su obra en los últimos años
de vida. El hecho de que quisiera asegurar su pervi-
vencia para la posteridad, limando y puliendo tanto
su propia imagen y enderezándola hacia lo sano y
vital, como nos la transmitió Eckermann −a quien
él se había presentado así deliberadamente−,
puede considerarse legítimamente obra del miedo:
miedo a desaparecer con la muerte en las fauces
del “monstruo eternamente devorador, eternamen-
te rumiante” que para él representaba la naturaleza
también, igual que la sociedad, sin duda.
¡Y qué de miedos, los suyos! ¡Y cuánto se esforza-
ba por disimularlos, negarlos, él, que, sin embargo,
llamaba a la belleza “una hija del miedo”! No obs-
tante, no hay que olvidar que el Wolfgang recién na-
cido tuvo que luchar por su vida durante tres días y
tres noches, y que a los seis años ya le espantaba
“la ilimitada arbitrariedad de la naturaleza”, al en-
terarse del terremoto en Lisboa en 1755. Aquí, en
estas tempranas experiencias traumáticas de la
destrucción y de la lucha contra la muerte, echó raí-
ces el “demonio del espanto” que dio pie a la hiper-
sensibilidad de Goethe y a su programa holístico
de armonización, que persiguió denonadadamente
durante toda su vida.
Desde Roma escribió en 1787 a la señora von Stein:
E S p E C I A L A L E M A N I A
A éL TODA ESTA DIRECCIóN, LA DIRECCIóN HACIA ABAJO, LE MOLESTABA. NO QUERÍA DEJARSE ARRASTRAR HACIA ALLÍ, HACIA EL ABISMO, HACIA LA “pOESÍA DE HOSpICIO”
Viaje circular por obligación. Foto: © María G. Kioro
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“por cierto, he tenido la suerte de haber conocido
a gente feliz, que lo es solamente porque es com-
pleta; incluso la persona más humilde, cuando es
completa, puede ser feliz y a su manera perfecta.
Esto es algo que yo ahora quiero y debo conseguir
también, y puedo hacerlo, al menos sé dónde está y
cómo es, en este viaje he llegado a conocerme inde-
ciblemente bien”. Esta carta la escribió un hombre
que en vez de ser feliz y completo, estaba bastan-
te escindido (este es otro capítulo significativo del
libro Goethe y los alemanes, Goethe sólo en Italia
llegó a encontrarse a sí mismo y pudo desembara-
zarse un poco de sus viejos miedos). Seguramente
él no tenía esa sensación de armonía de los griegos
que elogiaba sin parar; ¿para qué, si no, tenía que ir
a buscarla en Italia? El “hombre armonioso” Goethe
es una leyenda, igual que el Goethe sano; no obs-
tante, sabía “encubrir bastante bien sus derrumba-
mientos”, como destacaba Gottfried Benn.
“procuraba ponerme a salvo de este terrible (de-
moníaco) ser, y huía a esconderme, según mi cos-
tumbre, tras una imagen”, reza el Wilhelm Meister.
La imagen significaba huida −lo dijo el propio
Goethe−, y del mismo modo que su viaje a Italia era
una huida, toda su vida era una defensa de lo trági-
co, de lo negativo; es sabido que no soportaba ver al
martirizado en la cruz; cuando evitaba los entierros,
también era para esquivarlo a él. Y una huida era
probablemente también su salida hacia lo que él te-
nía por ciencias naturales, cuando en realidad era
más bien fe en la naturaleza. “¡La percepción mor-
fológica de Goethe”, dice Adolf Muschg, “en el fondo
no es otra cosa que el descubrimiento de un ‘prin-
cipio salvador’ en la naturaleza! Y, de hecho, para
Goethe sería para toda su vida la única forma de
historia que le interesaría, mientras seguía incapaz
de reconocer sentido alguno en la historia política
universal. Sentido adquiere la historia mediante la
autoridad inmanente de una ley, y para los sujetos
mediante la fe en esta ley, que él enaltece para su
conocimiento y su piadosa contemplación”.
Hasta su insistencia en la pura contemplación es
huida, una huida del propio desasosiego y del im-
pulso hacia adelante a la paz de la contemplación
de la naturaleza. “La maldita falta de naturalidad”
fue su reacción de rechazo a Kleist, quien no con-
seguía fugarse en la sosegada contemplación de
la naturaleza, sino sólo en un suicidio bellamente
escenificado en medio de un escenario natural. En
su Campaña en Francia sabemos que aconsejó al
desesperado plessing (a quien visitó de incógnito,
probalemente otro intento de rechazo de lo trági-
co):“...sólo mediante la contemplación de la natura-
leza y la cordial participación en el mundo exterior,
uno se salvará y se liberará de un estado de ánimo
doloroso, autoflagelante y sombrío; el más general
conocimiento de la naturaleza, venga del lado del
que viniere, una implicación activa, sea como jar-
dinero o agricultor, como cazador o minero, ya nos
distrae de nosotros mismos”. De esto se trataba
pues: distraerse de uno mismo. Autorrealización
mediante autominimalización.
Cioran, en una ocasión, en vez de polemizar y poner
en la picota la “magnífica mediocridad” de Goethe,
la elogió. Magnífica era aquella mediocridad, al
obligarse un hombre tan desmedido y desgarrado
como Goethe a aspirar lo mediano en vez de lo ex-
tremado, a encontrar su medida en la moderación,
en contra del peligro de parecer un filisteo. Su mag-
nífica mediocridad es su humanidad. Y a esta perte-
nece también que Goethe siempre siguió siendo un
enemigo de todo lo tenebroso, obligado a la fórmula
de la creación: “¡Se haga la luz!”. Aquél que eligió
en 1775 como símbolo de escudo el “esplendoro-
so lucero”, escribió en el Diván: “¡Oh, a la noche y al
dolor, / no me abandones, mi luna! / ¡Oh tú, mi cirio
y mi sol, / tu luz no me niegues nunca!”. Estaba con-
vencido de que hemos nacido para la luz: “Si algo de
sol el ojo no tuviere, / nunca mirar el sol podría; / si
en nosotros no hubiera algo de Dios, / ¿de lo divino
quién se prendería?”.
El rebelde Jakob Börne lo insultó no sólo como un
“loco de la estabilidad”, sino también como el “poe-
ta de los felices”, cuya religión era la comodidad.
Hoy, veinte años después de una rebelión que sólo
restableció la situación que pretendía cambiar, ya
no tenemos la frivolidad de denunciar la felicidad,
la comodidad y la moderación como atributos auto-
máticamente reaccionarios. Nuestra necesidad de
desmantelamiento, de caos y de desmesura está
bastante cubierta, al igual que nuestra necesidad
de una politizante literatura de la carencia que no
es capaz de pagar sus minúsculas verdades con
otra cosa que con moneda pequeña.
“Se genera un gran estilo cuando lo bello vence lo
descomunal”, aseguraba Nietzsche con vistas a
Goethe. “El estilo superior sólo el amor te lo ense-
ña”, declaraba el propio Goethe en las Elegías roma-
nas. Sin duda alguna, ningún otro autor de nuestra
historia literaria se dejaba instruir tan bien y de
tan buen grado por el amor como él. A los 75 años
escribió todavía esta frase digna de ser tomada en
consideración: “Quien no me ama, tampoco tiene
derecho a juzgarme”.
(...)
Cada época, cada generación tiene su Goethe, del
mismo modo que cada lector por sí mismo tiene su
Goethe, construido en cada caso según la carencia
de sentimientos. La “muñeca-dios-Goethe”, que
sacó al escenario en su Carlota en Weimar Thomas
Mann, este Thomas Mann que “se conchababa
con Goethe (...), y sin escrúpulos se servía de su
citas para cubrir cualquier apetencia conserva-
dora” (Martin Walser), sólo es una, si bien una ex-
tremadamente repugnante, contemporización de
Goethe. Lo cierto es que de la naturaleza universal
de Goethe uno puede continuamente recoger lo que
la propia añoranza y la propia inclinación precisan
en el momento. por supuesto, Goethe era conscien-
te también de esto: “por lo común, la gente entien-
de otra cosa que lo que digo”, escribió a Zelter, y a
continuación viene este añadido tan significativo
para su repulsiva y al mismo tiempo atractiva sere-
nidad: “y eso probablemente esté bien”.
Texto publicado en Der Wille zur Ohnmacht (La voluntad de impo-
tencia). Múnich, Hanser, 1992.
Traducción: Cecilia Dreymüller
Foto de perfil: © Cilli Üsnuen
*Peter Hamm. nació en Múnich en 1937 y se crió en Wein-
garten, al sur de Alemania. Abandonó el colegio con 14 años
y publicó sus primeros poemas a los 17 en la revista Ak-
zente. desde 1965 trabaja como crítico literario y musical
para Frankfurter Allegemeine Zeitung, Die Zeit y la Radio
Bávara, donde dirige la redacción de literatura. Realiza do-
cumentales de televisión sobre Heinrich Böll, Ingeborg Ba-
chmann, Hanns Eisler, Hans Werner Henze, Alfred Brendel,
Fernando Pessoa y Peter Handke. Forma parte del progra-
ma televisivo suizo Literaturclub. Es autor de los libros de
poesía: La viga (1981) y El mundo en vías de desaparición
(1985), de antologías de poesía sueca y chequeslovaca y de
un “arca de noé poética”: ¿Qué animal va contigo?. Ha pu-
blicado los ensayos: La crítica de la crítica (1968, editado
en España en Barral Ediciones), La voluntad de impotencia
(1992), De la anti-historia (1997) y El arte de lo imposible
(2007). Su libro de conversaciones con Peter Handke, Vivan
las ilusiones, se publicará en breve en la editorial Pretextos.
E S p E C I A L A L E M A N I A
ESTO ES IN NUCE EL pROGRAMA DE JUSTI-fICACIóN DE GOETHE. REZA: SóLO LA CON-TENCIóN GARANTIZA UN pOCO DE pLACER
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Cuando comenzamos a pensar en los contenidos de este número especial, se nos ocurrió que era una buena idea convocar un concurso entre los estudiantes del Goethe-institut Madrid para promover la escritura de textos en primera persona, vinculados con sus experiencias con el país cuya lengua aprenden. así nació “alemania en mi vida”. La acogida de la convocatoria fue muy buena y los numerosos trabajos presentados nos permitieron conocer muchas historias interesantes.No fue fácil emitir un dictamen final, pero finalmente, entre Margareta Hauschild, Cecilia dreymüller, anja Reder y yo, con la asistencia de Jördis Lüdke, logramos ponernos de acuerdo. Lo interesante de los debates fue descu-brir cómo los textos nos provocaban de diferente manera.así, los trabajos elegidos fueron los de Pablo H. Ramos (primer premio, seudónimo: arrabal amargo), Lucía Núñez García (segundo premio, seudónimo: Marlene) y antonio Nieto (mención especial, seudónimo: Noka). Felicitaciones para todos ellos. Vaya nuestro agradecimiento, también, para todos los que participaron de la convocatoria.
Beltrán Gambier
Arrabal amargo y Marlene
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En el improbable caso de que nos volvamos a en-
contrar, ya no estaré cubriendo aquella ruta.
A veces te imagino volviendo a vagar sin descanso
y sin motivo por las calles de cualquier ciudad, lige-
ra, sugerente y tímida como en tus mejores días, el
sol de septiembre cayendo de refilón que no llega
a calentar ni el asfalto ni tu silueta, la música desli-
zándose por las ventanas abiertas de los bares, el
murmullo alegre de los niños jugando en el parque.
Sin embargo, Dresden fue una foto desenfocada,
no vivimos sus calles por ese afán tuyo de exprimir
con ansia y con torpeza cada paso que diste por el
palacio Zwinger. Teníamos pensado encontrarnos
allí el último domingo de septiembre y viajar el lu-
nes hacia Leipzig. Recuerdo haber estado en forma
ese verano, haber tenido capacidad física y mental
para soportar interminables viajes en coche, horas
oprimido junto a dos o tres desconocidos, ocupan-
do algún asiento trasero, clavando mis rodillas en
los riñones del copiloto. Recuerdo también las lar-
gas noches sin dormir o cabeceando a punto de do-
blarme en los bancos de cualquier estación. Mien-
tras el mundo seguía ajeno a tus fantasías, yo iba
en tu busca para continuar juntos el camino, y no
sabía que tan solo compartiría una tarde contigo.
pocos minutos después de bajar del tren y poner
el pie en Dresden, apenas media hora antes de que
nos encontrásemos, me quedé un momento abs-
traído contemplando una pintura de Giuseppe Saffi,
La traición, que ilustraba el anuncio de una exposi-
ción especial de la Gemäldegalerie Alte Meister. Se
celebraba el tricentésimo aniversario de la adqui-
sición, precisamente, de los cuadros de Saffi, que
compartían pared con los de otros artistas italia-
nos en las salas nobles de la Galería de pinturas de
Maestros Antiguos.
Cuando por fin nos vimos en aquel bosque en mi-
niatura que es el parque contiguo a los museos de
la ciudad, nuestro primer contacto fue cariñoso,
alegre, suave pero extraño, con ese punto de frial-
dad inoportuna que surge cuando una pareja lleva
mucho tiempo sin verse. La conversación fluyó
como de costumbre durante la tarde, y poco antes
de abandonarla noté un cambio de tono en tu voz
que denotaba incomodidad y un grado de desespe-
ración ínfimo aunque perceptible.
Tampoco tenemos mucho presupuesto, y el mit-
fahren es cosa de hippies, decías. Yo cedí. En fin, si
no quieres mitfahren, siempre podemos malgastar
los últimos euros que tengamos encima, dije sin
ocultar mi patosa malicia. Sacaremos un billete de
segunda para Leipzig y ya mañana vemos dónde
dormimos. Mi propuesta parecía completamente
lógica de acuerdo a lo que habíamos convenido,
que era hacer lo que llevábamos haciendo cada ve-
rano desde nuestro primer encuentro.
Supongamos que no te voy a volver a ver. Larga
pausa. Me voy a quedar aquí, empiezo a trabajar el
lunes. Esas fueron tus palabras exactas.
Aunque te fueras a quedar entre todas aquellas
maravillas, entre los grabados de Cranach y los re-
tablos de Durero, entre los grupos de estudiantes y
el lento caminar de los viejos aficionados, no pude,
te prometo que no pude, dejar de imaginar que era
una ocurrencia más. pero cuando bajaste la mi-
rada, comprendí que era cierto. Te quedabas. Te
despedías de nuestros paseos, de nuestros ritos y
del cosquilleo que nos entraba al pisar cada nuevo
destino. Ya no te perderías por más calles ajenas.
Sentí que de golpe se me subió la sangre a la cabe-
za y al instante bajó a mis pies como una catarata.
Lo siguiente que recuerdo es tu sombra cruzando
a la sala contigua, la sala de las pinturas italianas.
Me mantuve de pie, no perdí el conocimiento, pero
viví una suerte de experiencia bastarda entre la
realidad y un sueño límpido, triste e irrevocable.
Conocías mis simpatías por todo aquello que no
deja de moverse. Sabías que estaba intrigado por
cualquier cosa que me pudiera encontrar al doblar
cualquier esquina. Decidiste, sin embargo, adap-
tarte a la vida esclava, porque así será tu vida, y re-
nunciar a la estabilidad del movimiento constante.
pagaste un precio.
*Pablo H. Ramos. nació en Zamora en 1985 y vive en Ma-
drid desde hace ocho años. Es licenciado en Periodismo, ha
trabajado para varios medios (Cadena SER, DEIA, Diario
AS) y ha publicado artículos en revistas de comunicación
(Vivat Academia). En la actualidad está realizando su tesis
doctoral, al tiempo que colabora en la sección internacional
del diario digital SIGLO XXI.
A las puertas de nada. Foto: © María G. Kioro
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MIENTRAS EL MUNDO SEGUÍA AJENO A TUS fANTASÍAS, YO IBA EN TU BUSCA pARA CON-TINUAR JUNTOS EL CAMINO, Y NO SABÍA QUE TAN SOLO COMpARTIRÍA UNA TARDE CONTIGO
Último domingo de septiembrePablo H. Ramos*
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Pequeño juego de espejosLucía Núñez García*
Nací debajo del sombrero de Hans Schnier una fres-
ca noche del mes de marzo, en los escalones de la
estación de trenes de Bonn. Lo primero que él me
dio fue un sorbito de coñac y una caladita de su ci-
garro para ir entrando en calor. Eran días de Carna-
val y otro borracho, disfrazado de fidel Castro, trató
de provocar a mi payaso mendigo. María, María,
María, decía.
pero yo me encontraba enormemente confundida
en esa situación tan poco acorde al que por en-
tonces era mi estado de ánimo. Se trataba de un
principio demasiado...podría decir contemporáneo,
terriblemente complejo para ser, pues eso, un prin-
cipio. Así que me escapé saltando de tres en tres
las escaleras de la estación.
Mi siguiente destino, ya mío y elegido, fue Stuttgart.
Allí me esperaban sus suaves colinas y viñedos, el
fluir lento del Neckar y esos dos locos adolescentes
que discutían proclamando a Hölderlin el poeta más
grande de Alemania y que recitaban, en lo alto de la
torre de Tübingen, sus poemas. Y digo locos porque
había un algo en ellos que me esquivaba, que no
lograba entender, pero era precisamente ese algo
lo que más les envidiaba. permanecí todo ese se-
mestre del Gymnasium perdida en esa atmósfera
embriagadora, hasta que al conocer el destino de
ambos, Hans y Konradin, me decidí a volver.
volver. Eso fue lo que hice, directo a mi principio y
mucho más preparada para entenderlo. Y una vez
que volví a dejar a mi payaso en las escaleras de la
estación, esta vez sin correr y con una despedida,
quise seguir por ese camino. Y así me encontré con
las actividades terroristas de Baader Meinhof y con
esa chica, Katharina. Tenía problemas tremendos
con la policía y aún peores con un par de periodis-
tas. Traté de ayudarla a encontrar su honor perdi-
do, pero yo era por ese entonces aún más ingenua
que ella, por lo que acabé perdiendo también el mío.
Así que no le fui de mucha ayuda, pero −por lo que
pude saber más tarde, tampoco le hacía falta− se
las arregló muy bien ella sola.
Y cuando ya creía entender mucho, o más senci-
llamente, cuando me había acostumbrado a com-
prender muy poco o nada, mi respetado y admirado
Edoardo escribió, en una hoja de hotel con su letra
de pájaro, la dirección de patrick Troll en una noche
minotáurica en Múnich. Empecé a recibir las cartas
de Herr Troll, las 33 en total, y apareció mi Ello, ju-
guetón y peligroso. Y aquí sigo, tratando de respon-
der al menos a una de sus cartas.
Y puedo seguir completando mi lista de Suchende.
paseé por las playas de Stralsund y vi cisnes ne-
gros meciéndose en sus aguas. Recorrí ciudades
imaginarias cuyas calles no acababan nunca, y
cada noche que las soñaba eran más y más infini-
tas. Quise estar en los palcos de la ópera de Dresde
la noche del estreno de Salome dejándome envol-
ver por su opulencia (Wie schön ist die Prinzessin
Salome heute Nacht!). Estuve en el origen del Da-
nubio, en su fuente de piedra fría y suave, sintiendo
la atracción de sus oscuras aguas acariciadas por
el musgo y sentí su fuerza palpitar en mí cuando de
allí bajé en bicicleta.
Y no niego que habrá habido muchos otros mo-
mentos que tal vez podría haber mencionado aquí.
Quizás pueda echar en falta la poesía, y tal vez
también a Lachemann. Ni siquiera puedo discernir
completamente aquello soñado o incluso imagina-
do de lo que pudo realmente suceder. pero los re-
cuerdos son así, huidizos y caprichosos. Sin mucha
lógica y poco orgullosos, y creo que es así como hay
que tratarlos.
*Lucía Núñez García. nació en 1976, de origen nicara-
güense y español. Ingeniera de Montes de formación, titu-
lada por la Universidad Politécnica de Madrid, ha trabajado
también como paisajista, actividades que siempre ha com-
binado por gusto con la literatura y la escritura. Ha vivido
en Berlín y en Italia. casada y con una hija, vive en la ac-
tualidad en Madrid.
vOLvER. ESO fUE LO QUE HICE, DIRECTO A MI pRINCIpIO Y MUCHO MÁS pREpARADA pARA ENTENDERLO
RECORRÍ CIUDADES IMAGINARIAS CUYAS CALLES NO ACABABAN NUNCA, Y CADA NOCHE QUE LAS SOñABA ERAN MÁS Y MÁS INfINITAS
Pescadores en la isla de Rügen. Foto: © Lucía Núñez García
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Presentación de Intramuros dedicado a Francisco Umbral En el Círculo de Bellas Artes de Madrid
Fotos: © Luis Miró
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LIBRERÍA aNtoNio MaCHadoC/MARQUéS DE CASA RIERA,228014 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍACaSa ÁRaBEC/ALCALÁ, 62 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍA CÓdiCEC/ MORATÍN, 828014 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍA FaCSiMiLia y aRtEC/CRISTóBAL BORDÍU, 3628003 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍA La CENtRaL MNCaRSRONDA DE ATOCHA, 2 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍA PÉRGaMoGENERAL ORAÁ, 24 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍAaRCEC/COvARRUBIAS,928010 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍA CaSa dE ÁFRiCaC/DOCTOR MATA, 1MADRID, ESpAñA
LIBRERÍA dEL CENtRoC/GALILEO, 52 28015 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍA La FÁBRiCaALAMEDA, 9 28014 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍAPUBLiCaCioNES MUGa, S.L.AvDA. pABLO NERUDA, 89 LOCAL 628018 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍA BLaNqUERNaC/ALCALÁ, 44 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍA CaSaLiNi LiBRiC/O ACCIONA fORWARDING, SAAv. pORTS D’EUROpA, 10008040 BARCELONA, ESpAñA
LIBRERÍA diÁLoGo LiBRoSC/SERRANO, 10828006 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍA ViSoR LiBRoSC/ISAAC pERAL, 18 28015 MADRID, ESpAñA
LiBRERÍaS EN doNdE SE PUEdE adqUiRiR iNtRaMURoS:
LIBRERÍA MUSEo MaLBaAvDA. fIGUEROA ALCORTA 3415BUENOS AIRES, ARGENTINA
LIBRERÍA oCHo y MEdioMARTÍN DE LOS HEROS, 1128008 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍALiBRaiRiE dES CoLoNNES54 BOULEvARD, TÁNGER, MARRUECOS
LIBRERÍAFUENtEtaJaC/ SAN BERNARDO, 3528015 MADRID, ESpAñA
LIBRERÍA JUaN RULFoC/fERNANDO EL CATóLICO, 86 28015 MADRID, ESpAñA
WWW.GRUPoiNtRaMURoS.CoM
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