Post on 08-Dec-2015
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Dónde estuvo la bandera robada
Iniciada en 1978 la «Operación Retorno», en la que el MIR
ingresó clandestinamente a Chile a militantes con
instrucción militar, el grupo armado decidió dar un golpe
comunicacional para desafiar a la dictadura y robó la
bandera en la que se juró la independencia de Chile. El
hecho se abordó en el segundo capítulo de Los archivos
del cardenal. Durante veintitrés años el emblema patrio
permaneció oculto, hasta que, en 2003, Andrés Pascal
Allende gestionó su devolución. Aquí el alto dirigente del
MIR revela la historia clandestina de la bandera.
La bandera de seda sobre la cual se juró la independencia de Chile en 1818 reposa hoy en
una cámara oculta al público en el Museo Histórico Nacional. En la sala Idea de Libertad,
los visitantes pueden apreciar solo una réplica. Probablemente se trate de una medida de
seguridad en respuesta a lo sucedido el 30 de marzo de 1980, cuando un comando del MIR
robó el emblema y lo mantuvo oculto por veintitrés años.
Andrés Pascal Allende, ex secretario general del MIR y hoy
vicerrector de planificación en la Universidad Arcis,
recuerda que el movimiento fundado por Miguel Enríquez
fue duramente golpeado durante los primeros años de la
dictadura y que, hasta 1977, la tarea de los dirigentes fue
preocuparse por la seguridad de los militantes
sobrevivientes. Pero en 1978 comienza la «Operación
Retorno», con el regreso clandestino del propio Pascal
Allende a Chile, y el MIR decide pasar a la ofensiva con la
creación de dos grupos de resistencia armada: la Fuerza
Central, integrada principalmente por cuadros con
instrucción militar en el extranjero y con capacidad para
emprender acciones armadas, y las Milicias de
Resistencia Popular, cuya función era realizar acciones
propagandísticas de menor intensidad en el uso de
armamento.
Una vez que la estructura clandestina tuvo cierta
fortaleza la dirección del MIR comenzó a planear sus
primeras acciones.
«Buscábamos una acción simbólica. Un acto de presencia
que dijera: aquí estamos nuevamente», relata Pascal
Allende. Entonces se decidió «recuperar» la bandera de la
Independencia, es decir, robarla desde el Museo Histórico.
«Pensamos hacerlo para transmitir el mensaje de que
Chile no era libre, ni democrático. Nos propusimos
guardarla hasta que tuviéramos soberanía popular. El
museo estaba en plena Plaza de Armas y si lográbamos
nuestro objetivo sería como tomarle el pelo a la
dictadura», agrega el ex dirigente del MIR, a treinta y un
años de concretada la acción.
Sin romper un vidrio
La operación se le encargó a un grupo de milicianos,
bautizados Comando Javiera Carrera, quienes comenzaron
a hacer un estudio de su objetivo, visitando el museo para
conocer sus rutinas y medidas de seguridad. Pensaban
que debían prepararse para enfrentar a los guardias y a
los carabineros que custodiaban fuertemente el sector,
pero en una de las visitas se dieron cuenta de que la sala
donde se exhibía la bandera estaba sola.
El investigador del Centro de Estudios Públicos Cristián
Pérez, autor de la historia del MIR Si quieren guerra,
guerra tendrán, afirma que en la tarea participaron cuatro
hombres, de los cuales dos ingresaron al museo. Eduardo
Arancibia, uno de los miristas que participó en la acción,
reveló en un documental de TVN sobre la restauración de
la bandera que subió al segundo piso en pleno día;
invadido por la emoción y el miedo, tocó la cubierta de
vidrio de la vitrina en que yacía el emblema y descubrió
con sorpresa que se deslizaba y se abría. «Se dio fácil»,
dijo. «Me la guardé en el cuerpo, me cubrí con una
especie de parca o chaqueta y nos fuimos caminando,
aparentemente tranquilos».
«Algunos días después yo recibí la bandera en la casa de
seguridad donde me encontraba», agrega Pascal Allende,
por entonces uno de los hombres más buscados por los
organismos represivos. «Iba metida en un barretín, no
recuerdo que se usó, pero iba oculta. La extendí sobre la
cama y sentí cierta emoción de pensar que era la bandera
de la Independencia de Chile. También me di cuenta de
que nos habíamos metido en un lío, porque la bandera
había que cuidarla».
Las primeras informaciones de la prensa atribuían la
acción a un loco, «un sicópata coleccionista enfermizo», al
que la policía prometía encontrar gracias a sus huellas
dactilares. También se encargó a la Interpol la búsqueda
del emblema en países extranjeros.
El MIR demoró algunos días en reivindicar la acción.
Una semana después de cometido el robo, a través de la
«Agencia Informativa de la Resistencia», el Comando
Javiera Carrera se lo atribuyó. Para no dejar dudas,
adjuntaron la foto de un miliciano, con el rostro cubierto,
posando junto a la bandera colgada horizontalmente a su
espalda. La imagen fue publicada en La Tercera del 8 del
abril de 1980. Pero, hasta entonces, el MIR no aparecía
directamente como responsable.
Horas después, en el vespertino La Segunda del mismo
día, la relación del grupo armado con el robo quedó más
nítida. Nuevamente a través de la Agencia el diario recibió
un comunicado de las Milicias de Resistencia Popular.
Pero lo decidor fue que estaba escrito y firmado de puño y
letra por Andrés Pascal Allende.
En el artículo de La Tercera, el subdirector del Museo
Histórico Nacional, Andrés Pinto, confirmaba la
autenticidad del emblema patrio. Y se quejaba, también,
porque aparecía «enchinchado» en un muro, cuestión que
ya provocaba un daño en la seda.
En el MIR estaban conscientes de que la mantención sería
un problema adicional. Después de la fotografía, la
bandera se dobló y se ocultó en una maleta con doble
fondo. «Nos preocupamos porque no sabíamos qué
cuidados debíamos tener con ella. Escribimos una carta
a El Mercurio, pidiendo derechamente al director del
museo que nos dijera qué hacer –cuenta Pascal Allende–.
Él nos respondió, a través de la prensa, que tenía que
estar en un lugar seco, frío, no expuesta a la luz y
extendida».
En efecto, en los noticiarios del entonces Canal 7, el
subdirector Pinto explicó que la bandera debía guardarse
aislada del polvo y la luz, y estirada. «Lo fundamental es
que esté horizontal, para que no trabaje la tela», dijo.
En la clandestinidad, el MIR tomó nota. «Nos dimos
cuenta de que nuestro barretín no cumplía con ninguna
de esas condiciones y buscamos personas que, sin
relación con el MIR, se hicieran cargo del cuidado de la
bandera», relata Pascal Allende, quien era el secretario
general del MIR en el exterior pero de tanto en tanto
entraba en forma clandestina al país.
El 12 de abril, los servicios de seguridad capturaron en
pleno centro de Santiago a Ricardo de la Riva, un
orientador de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Lo
torturaron y lo acusaron de haber sido el chofer que
condujo a Andrés Pascal, quien, según la versión de la
Central Nacional de Informaciones (CNI), habría robado
personalmente la bandera, cuestión que él niega. De la
Riva, en cambio, no desmintió su participación en los
hechos («Fue un gran cartel ser el chofer de Pascal
Allende y ser parte del robo de la bandera», dijo en una
entrevista en 2003), pero lo cierto es que el grupo fue
dirigido por Charles Ramiro Calderón, «el Beño», quien
fue abatido un año después en un asalto a una sucursal
del Banco de Chile, en Manquehue. Otros integrantes del
comando murieron también años más tarde en otras
acciones, o en falsos enfrentamientos.
Pascal Allende se reserva el nombre de las personas que
cuidaron el emblema, pero asegura que con el transcurso
del tiempo pasó a manos nuevas. «Nunca la perdí de vista
ni me desentendí del compromiso de cuidarla», afirma.
«Se ha dicho que la bandera estaba en mal estado
cuando la devolvimos, pero debo decir que, dentro de las
condiciones en que nos encontrábamos, siempre nos
esmeramos en su preservación. De lo contrario se hubiera
deshecho. Cuando yo la recibí, ya venía con los hilos
sueltos y los colores desteñidos. El rojo era más bien
amarillo, y el azul, celeste pálido. Sin revelar quién la
cuidó, puedo decir que la mayor parte del tiempo estuvo
en manos de un museólogo».
Aferrándose a lo que queda del mito, Pascal Allende
declina revelar si la bandera salió alguna vez de Chile.
«Hay gente que dice que estuvo en Nicaragua y otras
revoluciones. Anda a saber tú», dice sonriendo.
Las dudas de Pascal
En 1990 la dictadura había terminado pero a los ojos de
Andrés Pascal, quien continuaba impedido de regresar
legalmente a Chile, «el gobierno civil de la Concertación»
no podía calificarse de democrático, ni sustentado en la
soberanía popular, y por lo tanto a su juicio no se
cumplían las condiciones para devolver la bandera.
«Se me hacía cuesta arriba entregarle la bandera a
Patricio Aylwin, instigador del golpe. Tampoco los
siguientes presidentes me provocaban mucho
entusiasmo», continúa.
Pero, con el paso del tiempo, Pascal comenzó a dudar:
«Me preguntaba hasta cuándo íbamos a tener escondida
la bandera. Es un símbolo nacional y las causas que
motivaron su recuperación ya no existen, me decía. Yo ya
había vuelto a Chile y me preguntaba qué hacer».
Encontró la respuesta en 2003, en la angustia de los
familiares de los detenidos desaparecidos del MIR,
quienes reclamaban que, a pesar de la creación de la
Mesa de Diálogo en 2000 y el trabajo de otras iniciativas,
la información proporcionada por las Fuerzas Armadas
sobre los casi seiscientos desaparecidos de esa
colectividad era prácticamente nula. En ese contexto, se
propusieron hacer una campaña para lograr atención
pública sobre sus familiares.
«Entonces me acordé de la bandera», dice Pascal Allende.
«El gobierno de Ricardo Lagos no era aquel al que me
hubiera gustado devolvérsela, pero también me
preguntaba hasta cuándo tenía sentido seguirla
guardando. Pensaba que los jóvenes que iban de visita al
museo tenían derecho a conocer toda su historia. Por otro
lado, seguir con ella era una gran responsabilidad. ¿Qué
íbamos a hacer? ¿Destruirla? Eso estaba fuera de
discusión, porque para nosotros su existencia también era
un símbolo muy importante».
Pascal reveló a los familiares de los desaparecidos que él
tenía acceso a la bandera y les propuso que, si ellos
estaban de acuerdo, podrían devolverla y usar el
momento para atraer atención sobre su demanda. «Ellos
tomaron la decisión. Así, las nuevas generaciones podrían
visitar este símbolo, conocer la acción que tomamos, y
entender por qué estuvo en nuestro poder todo ese
tiempo», dice.
Un acuerdo trunco
Andrés Pascal decidió que la mejor forma de cumplir su
cometido era en acuerdo con la entonces directora del
Museo Histórico Nacional, Bárbara de Vos Eyzaguirre.
El ex secretario general del MIR, quien mantiene la
desconfianza propia de quien tuvo una vida clandestina,
hizo averiguaciones sobre ella. «Me enteré de que era una
persona honorable, preocupada por los bienes nacionales.
Yo sabía que iba a priorizar la recuperación de la bandera
por sobre cualquier acto de persecución, que a esa altura
no tendría ningún sentido», revela.
Contando con que la mujer no intentaría llevarlo a
tribunales, Pascal se presentó un día en su oficina y le
informó sobre sus intenciones. «Tuvimos una
conversación amable. Le planteé que tendríamos la
voluntad de devolver la bandera, con la condición de que
fuera exhibida acompañada de un relato que incluyera
tanto sus orígenes como la acción que tomamos».
La funcionaria accedió y fijó una fecha de entrega. En la
víspera del día acordado, Pascal Allende recuperó la
bandera.
«Me la entregaron en un estacionamiento en Providencia.
Yo llegué un poco antes de la hora fijada. La persona que
la tenía en su poder se estacionó a mi lado y me la pasó
envuelta en un papel especial. Yo le agradecí el cuidado
con que la había preservado por tanto tiempo», relata el
ex dirigente del MIR, quien llevó la bandera a una casa
que estaba cerca del Parque Juan XXIII, en Ñuñoa.
«Contacté a un grupo de jóvenes ligados a la cultura
mirista y les pedí que hicieran la entrega formal a dos
madres de detenidos desaparecidos. Otros compañeros
pasaron a buscar a Edita Salvadores y Luz Encina, y las
llevaron al parque. El momento lo filmó Carmen Castillo,
porque queríamos hacerlo con cierta ceremonia».
El pabellón fue envuelto en una bandera del MIR,
confeccionada para la ocasión, y así lo llevaron las
mujeres hasta el Museo Histórico Nacional, donde se
congregaron periodistas, familiares de víctimas de
violaciones a los derechos humanos, la directora y el
personal del museo. Las mujeres entraron e hicieron una
alocución explicando que devolvían la bandera con la
demanda de verdad y justicia para sus familiares. Pidieron
que, así como el Estado había proporcionado los medios
para secuestrar a las víctimas y arrojarlas al mar, como se
había afirmado en la Mesa de Diálogo, ahora «también el
Estado ponga los recursos» para una investigación judicial
completa, incluyendo el pago de misiones submarinas
para buscar sus restos.
La bandera de la Independencia estuvo expuesta al
público durante veinte días y luego fue retirada para
someterla a un delicado y paciente proceso de
restauración, al final del cual se guardó en la bóveda
aislada donde aún permanece. Junto a la vitrina en la que
se exhibe su réplica hay una placa que recuerda su
historia. Sin embargo, nada dice sobre los veintitrés años
en que estuvo en manos del MIR.