Post on 31-Mar-2016
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COMUNIDAD
Matienzo Artes Escénicas
MARTE / dossier #2
DE BELÉN CHARPENTIERCON ANTONELLA QUERZOLI
COMUNIDADDe Belén Charpentier con Antonella Querzoli
Un proyecto utópico pero constructivista, que se propone generar
modos de vida social artificial pero probables. El arte de la
organización de una comunidad a través de la construcción de
una casa.
COOPERATIVA COMUNIDAD
Actúa: Antonella Querzoli
Texto, dirección y puesta en escena: Belén Charpentier
Escenografía: Sergio Fasani
Iluminación: Rocío Caliri
Video y colaboración en el proyecto: Nicolás Lodigiani
Colaboración en el proyecto: Clémence Grimal
EQUIPO DE MARTE PARA COMUNIDAD
Producción: Rocío Frías
Operación: Rocío Frías y Bárbara De Wit
Registro en video: Bárbara De Wit
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DEL DELIRIO ALA ESPERANZA MARA TEIT
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-
Partiendo de una materialidad en particular, fueron invitados
cuatro directores desde el espacio de Artes Escénicas del
Matienzo (MARTE). En el caso de Comunidad, ese material fue la
Madera. Su nobleza podría ser punto de partida hacia diversos
mundos, pero he aquí que Belén Charpentier (que hasta su
apellido la vincula emotivamente con el oficio del trabajo de ese
material) decide utilizar al arte como movilizador social,
partiendo de la construcción de una casa como espacio para la
organización de una comunidad.
Desde el inicio del espectáculo, hay una lectura, un sistema de
símbolos que dan sentido a la vulnerabilidad de aquello que
manipulamos. El desasosiego es tal frente a las imágenes del
fuego consumiendo grandes construcciones, de su poder y
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magnificencia, que cualquier acción positiva es una bocanada de
aires fresco que revitaliza.
Cuando una utopía se convierte en hecho artístico vamos sin
escala del delirio a la esperanza. Cuando se proclama un sueño y
se expone y se comparte con nosotros, estamos en la obligación
sagrada de correr la bola. El arte se convierte en un instrumento
de relectura social que, lejos de bajar línea, nos compromete a
seguir el recorrido.
Cómo voy a creer / dijo el fulano que el mundo se quedó sin
utopías. El fulano Benedetti, ha dicho. En Comunidad, se comparte
el arte, y como consecuencia, se recibe colaboración, adhesión. Es
jugar al todo por la parte, es desafiar al mito de las moscas que
comen mierda. Con una estética que juega a ser un minimalismo
constructivista, donde nuestra relación con el entorno es
palpable, donde cada elemento parece escapar de lo superfluo.
En un lugar que se ha emancipado en espacio y tiempo,
apocalíptico pero a la vez, esperanzador, ella, una mujer
(Antonella Querzoli), y su necesidad genuina de transmitir este
conocimiento pequeño de la construcción de un esquema de
construcción, con firmeza y convicción viene a rescatarnos de la
pasividad, a movilizar cimientos achanchados. Somos
constructores activos de nuestra realidad, hagámonos cargo y
hundámonos en la experiencia. El arte, usado como herramienta
social, que no deja nunca de ser arte, belleza, infamia, y un
cuerpo pequeño, aniñado, inocente, que casi pareciera no percibir
que en sus manos amasa una promesa más que generosa,
jugando a favor de la oposición entre mirar y conocer, en la de
mirar y actuar. Desafiando la idea de que si uno busca algo en el
teatro es precisamente porque uno ha renunciado a ello en la
vida real, libera a los espectadores de su ignorancia, y acto
seguido de su pasividad
Partiendo de una materialidad en particular, fueron invitados
cuatro directores desde el espacio de Artes Escénicas del
Matienzo (MARTE). En el caso de Comunidad, ese material fue la
Madera. Su nobleza podría ser punto de partida hacia diversos
mundos, pero he aquí que Belén Charpentier (que hasta su
apellido la vincula emotivamente con el oficio del trabajo de ese
material) decide utilizar al arte como movilizador social,
partiendo de la construcción de una casa como espacio para la
organización de una comunidad.
Desde el inicio del espectáculo, hay una lectura, un sistema de
símbolos que dan sentido a la vulnerabilidad de aquello que
manipulamos. El desasosiego es tal frente a las imágenes del
fuego consumiendo grandes construcciones, de su poder y
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magnificencia, que cualquier acción positiva es una bocanada de
aires fresco que revitaliza.
Cuando una utopía se convierte en hecho artístico vamos sin
escala del delirio a la esperanza. Cuando se proclama un sueño y
se expone y se comparte con nosotros, estamos en la obligación
sagrada de correr la bola. El arte se convierte en un instrumento
de relectura social que, lejos de bajar línea, nos compromete a
seguir el recorrido.
Cómo voy a creer / dijo el fulano que el mundo se quedó sin
utopías. El fulano Benedetti, ha dicho. En Comunidad, se comparte
el arte, y como consecuencia, se recibe colaboración, adhesión. Es
jugar al todo por la parte, es desafiar al mito de las moscas que
comen mierda. Con una estética que juega a ser un minimalismo
constructivista, donde nuestra relación con el entorno es
palpable, donde cada elemento parece escapar de lo superfluo.
En un lugar que se ha emancipado en espacio y tiempo,
apocalíptico pero a la vez, esperanzador, ella, una mujer
(Antonella Querzoli), y su necesidad genuina de transmitir este
conocimiento pequeño de la construcción de un esquema de
construcción, con firmeza y convicción viene a rescatarnos de la
pasividad, a movilizar cimientos achanchados. Somos
constructores activos de nuestra realidad, hagámonos cargo y
hundámonos en la experiencia. El arte, usado como herramienta
social, que no deja nunca de ser arte, belleza, infamia, y un
cuerpo pequeño, aniñado, inocente, que casi pareciera no percibir
que en sus manos amasa una promesa más que generosa,
jugando a favor de la oposición entre mirar y conocer, en la de
mirar y actuar. Desafiando la idea de que si uno busca algo en el
teatro es precisamente porque uno ha renunciado a ello en la
vida real, libera a los espectadores de su ignorancia, y acto
seguido de su pasividad
Partiendo de una materialidad en particular, fueron invitados
cuatro directores desde el espacio de Artes Escénicas del
Matienzo (MARTE). En el caso de Comunidad, ese material fue la
Madera. Su nobleza podría ser punto de partida hacia diversos
mundos, pero he aquí que Belén Charpentier (que hasta su
apellido la vincula emotivamente con el oficio del trabajo de ese
material) decide utilizar al arte como movilizador social,
partiendo de la construcción de una casa como espacio para la
organización de una comunidad.
Desde el inicio del espectáculo, hay una lectura, un sistema de
símbolos que dan sentido a la vulnerabilidad de aquello que
manipulamos. El desasosiego es tal frente a las imágenes del
fuego consumiendo grandes construcciones, de su poder y
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magnificencia, que cualquier acción positiva es una bocanada de
aires fresco que revitaliza.
Cuando una utopía se convierte en hecho artístico vamos sin
escala del delirio a la esperanza. Cuando se proclama un sueño y
se expone y se comparte con nosotros, estamos en la obligación
sagrada de correr la bola. El arte se convierte en un instrumento
de relectura social que, lejos de bajar línea, nos compromete a
seguir el recorrido.
Cómo voy a creer / dijo el fulano que el mundo se quedó sin
utopías. El fulano Benedetti, ha dicho. En Comunidad, se comparte
el arte, y como consecuencia, se recibe colaboración, adhesión. Es
jugar al todo por la parte, es desafiar al mito de las moscas que
comen mierda. Con una estética que juega a ser un minimalismo
constructivista, donde nuestra relación con el entorno es
palpable, donde cada elemento parece escapar de lo superfluo.
En un lugar que se ha emancipado en espacio y tiempo,
apocalíptico pero a la vez, esperanzador, ella, una mujer
(Antonella Querzoli), y su necesidad genuina de transmitir este
conocimiento pequeño de la construcción de un esquema de
construcción, con firmeza y convicción viene a rescatarnos de la
pasividad, a movilizar cimientos achanchados. Somos
constructores activos de nuestra realidad, hagámonos cargo y
hundámonos en la experiencia. El arte, usado como herramienta
social, que no deja nunca de ser arte, belleza, infamia, y un
cuerpo pequeño, aniñado, inocente, que casi pareciera no percibir
que en sus manos amasa una promesa más que generosa,
jugando a favor de la oposición entre mirar y conocer, en la de
mirar y actuar. Desafiando la idea de que si uno busca algo en el
teatro es precisamente porque uno ha renunciado a ello en la
vida real, libera a los espectadores de su ignorancia, y acto
seguido de su pasividad
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SOBRECOMUNIDADTOMÁS BARTOLETTI
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Mientras en el fondo se congela un círculo anaranjado, brillan
cuatro tablones formando un cuadrado. Es un sol proyectado
sacado de youtube. Las maderas están ahí, al ras del suelo,
sentando las bases de la representación y el discurso. Un discurso
que está en llamas, como los hogares a fuego vivo que se queman
apocalípticamente en otros videos de youtube que precedieron el
sol naciente. El sol es redondo, como siempre. Las construcciones
modernas, racionales, son cuadradas o rectangulares. Pero ¿cómo
se llena el espacio que queda entre lo circular y lo rectangular?
¿Por qué una comunidad debería pensarse sobre la base de un
terreno y más si esa tierra es rectangular? En 1693, Galileo dijo
que la naturaleza estaba escrita en el lenguaje de las matemáti-
cas. Después de eso, un batallón de modernos empezaron a
pensar que la naturaleza podía ser capturada tal como se domes-
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ticaba una vaca. Es decir, de forma utilitaria. Conocer es poder.
Mucho tiempo después, vino Deleuze y, gracias a toda la litera-
tura sobre comunidades “exóticas”, lejanas del centro europeo,
pudo decir algo sobre los nómades, a diferencia de los seden-
tarios. Y juntando estas oposiciones igual de modernas, proyectó
sobre ellas la idea de extensión. Por un lado, lo liso, por el otro, lo
estriado. Respectivamente, por un lado, lo libre-nómade-anarco,
por el otro, el Estado.
Dicho esto, en Comunidad de Charpentier se presentan estas
tensiones sobre la forma de la construcción de algo, ya no solo un
espacio de habitación. Y sobre la forma heredada humanamente
en que pensamos la construcción. Si la pregunta era cómo se
llena lo que queda del espacio circular y el rectangular, –por lo
menos en esta obra– la respuesta es el discurso. Y ahí empezamos
a hablar de la perfomance para dejar por un momento la insta-
lación. Pero entonces, ¿qué discurso? Y no me refiero solo a su
contenido, sino más bien a la manera de comunicarlo: su enunci-
ación. Tras pedir permiso para ocupar un terreno ficticio y levan-
tar una casa cuadrada, la protagonista-abstracta solicita la ayuda
de espectadores-reales para la construcción de la casa-
comunidad. Hasta ahí bien. Discurso-acción, pronunciar-accionar,
ficción-no ficción. Unos cuantos voluntarios se paran y
contribuyen con el armado. Pero ¿por dónde empezar? ¿Quién
pone la primera madera? ¿Quién barre el piso? Nuestra protago-
nista abstracta deviene en dramaturga de la construcción de la
comunidad. Saca planos, da órdenes. No mueve un solo dedo más
que para señalar. Antes se angustiaba por el desarraigo y la
propiedad privada, antes consultaba si podía tener su terreno, sus
metros cuadrados. Ahora, lo circular (esa imagen tierna de poder
ver el amanecer) se vuelve realmente cuadrado, ordenado y
limpio, como el baño del Malba. Si había algo que faltaba para
comprender la construcción de la comunidad y, por ende, su
imposibilidad, es una voz imperativa. Porque reclamar por la
propiedad privada no alcanza. Hay que ir hasta su enunciación
arbitraria, caprichosa, imperialista. Nada más moderno que la
propiedad privada. Por suerte, en Comunidad Charpentier mues-
tra que tampoco alcanza con señalar al progenitor de la propie-
dad privada y su halo de capricho capital. El pirómano vive en
nosotros. Pero, precisamente, no por incendiar la realidad (¡qué
bien se vería Guasones por todos lados!), sino por corroer nues-
tras comunidades posibles desde adentro, pensando que existe
UN ORDEN y que ese (tristemente) es el propio. Esta es la trage-
dia humana, tan antigua como las ruinas troyanas.
Y encima, sobre Troya, todas las mañanas sale el sol. Eppur si
muove
Mientras en el fondo se congela un círculo anaranjado, brillan
cuatro tablones formando un cuadrado. Es un sol proyectado
sacado de youtube. Las maderas están ahí, al ras del suelo,
sentando las bases de la representación y el discurso. Un discurso
que está en llamas, como los hogares a fuego vivo que se queman
apocalípticamente en otros videos de youtube que precedieron el
sol naciente. El sol es redondo, como siempre. Las construcciones
modernas, racionales, son cuadradas o rectangulares. Pero ¿cómo
se llena el espacio que queda entre lo circular y lo rectangular?
¿Por qué una comunidad debería pensarse sobre la base de un
terreno y más si esa tierra es rectangular? En 1693, Galileo dijo
que la naturaleza estaba escrita en el lenguaje de las matemáti-
cas. Después de eso, un batallón de modernos empezaron a
pensar que la naturaleza podía ser capturada tal como se domes-
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ticaba una vaca. Es decir, de forma utilitaria. Conocer es poder.
Mucho tiempo después, vino Deleuze y, gracias a toda la litera-
tura sobre comunidades “exóticas”, lejanas del centro europeo,
pudo decir algo sobre los nómades, a diferencia de los seden-
tarios. Y juntando estas oposiciones igual de modernas, proyectó
sobre ellas la idea de extensión. Por un lado, lo liso, por el otro, lo
estriado. Respectivamente, por un lado, lo libre-nómade-anarco,
por el otro, el Estado.
Dicho esto, en Comunidad de Charpentier se presentan estas
tensiones sobre la forma de la construcción de algo, ya no solo un
espacio de habitación. Y sobre la forma heredada humanamente
en que pensamos la construcción. Si la pregunta era cómo se
llena lo que queda del espacio circular y el rectangular, –por lo
menos en esta obra– la respuesta es el discurso. Y ahí empezamos
a hablar de la perfomance para dejar por un momento la insta-
lación. Pero entonces, ¿qué discurso? Y no me refiero solo a su
contenido, sino más bien a la manera de comunicarlo: su enunci-
ación. Tras pedir permiso para ocupar un terreno ficticio y levan-
tar una casa cuadrada, la protagonista-abstracta solicita la ayuda
de espectadores-reales para la construcción de la casa-
comunidad. Hasta ahí bien. Discurso-acción, pronunciar-accionar,
ficción-no ficción. Unos cuantos voluntarios se paran y
contribuyen con el armado. Pero ¿por dónde empezar? ¿Quién
pone la primera madera? ¿Quién barre el piso? Nuestra protago-
nista abstracta deviene en dramaturga de la construcción de la
comunidad. Saca planos, da órdenes. No mueve un solo dedo más
que para señalar. Antes se angustiaba por el desarraigo y la
propiedad privada, antes consultaba si podía tener su terreno, sus
metros cuadrados. Ahora, lo circular (esa imagen tierna de poder
ver el amanecer) se vuelve realmente cuadrado, ordenado y
limpio, como el baño del Malba. Si había algo que faltaba para
comprender la construcción de la comunidad y, por ende, su
imposibilidad, es una voz imperativa. Porque reclamar por la
propiedad privada no alcanza. Hay que ir hasta su enunciación
arbitraria, caprichosa, imperialista. Nada más moderno que la
propiedad privada. Por suerte, en Comunidad Charpentier mues-
tra que tampoco alcanza con señalar al progenitor de la propie-
dad privada y su halo de capricho capital. El pirómano vive en
nosotros. Pero, precisamente, no por incendiar la realidad (¡qué
bien se vería Guasones por todos lados!), sino por corroer nues-
tras comunidades posibles desde adentro, pensando que existe
UN ORDEN y que ese (tristemente) es el propio. Esta es la trage-
dia humana, tan antigua como las ruinas troyanas.
Y encima, sobre Troya, todas las mañanas sale el sol. Eppur si
muove
Mientras en el fondo se congela un círculo anaranjado, brillan
cuatro tablones formando un cuadrado. Es un sol proyectado
sacado de youtube. Las maderas están ahí, al ras del suelo,
sentando las bases de la representación y el discurso. Un discurso
que está en llamas, como los hogares a fuego vivo que se queman
apocalípticamente en otros videos de youtube que precedieron el
sol naciente. El sol es redondo, como siempre. Las construcciones
modernas, racionales, son cuadradas o rectangulares. Pero ¿cómo
se llena el espacio que queda entre lo circular y lo rectangular?
¿Por qué una comunidad debería pensarse sobre la base de un
terreno y más si esa tierra es rectangular? En 1693, Galileo dijo
que la naturaleza estaba escrita en el lenguaje de las matemáti-
cas. Después de eso, un batallón de modernos empezaron a
pensar que la naturaleza podía ser capturada tal como se domes-
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ticaba una vaca. Es decir, de forma utilitaria. Conocer es poder.
Mucho tiempo después, vino Deleuze y, gracias a toda la litera-
tura sobre comunidades “exóticas”, lejanas del centro europeo,
pudo decir algo sobre los nómades, a diferencia de los seden-
tarios. Y juntando estas oposiciones igual de modernas, proyectó
sobre ellas la idea de extensión. Por un lado, lo liso, por el otro, lo
estriado. Respectivamente, por un lado, lo libre-nómade-anarco,
por el otro, el Estado.
Dicho esto, en Comunidad de Charpentier se presentan estas
tensiones sobre la forma de la construcción de algo, ya no solo un
espacio de habitación. Y sobre la forma heredada humanamente
en que pensamos la construcción. Si la pregunta era cómo se
llena lo que queda del espacio circular y el rectangular, –por lo
menos en esta obra– la respuesta es el discurso. Y ahí empezamos
a hablar de la perfomance para dejar por un momento la insta-
lación. Pero entonces, ¿qué discurso? Y no me refiero solo a su
contenido, sino más bien a la manera de comunicarlo: su enunci-
ación. Tras pedir permiso para ocupar un terreno ficticio y levan-
tar una casa cuadrada, la protagonista-abstracta solicita la ayuda
de espectadores-reales para la construcción de la casa-
comunidad. Hasta ahí bien. Discurso-acción, pronunciar-accionar,
ficción-no ficción. Unos cuantos voluntarios se paran y
contribuyen con el armado. Pero ¿por dónde empezar? ¿Quién
pone la primera madera? ¿Quién barre el piso? Nuestra protago-
nista abstracta deviene en dramaturga de la construcción de la
comunidad. Saca planos, da órdenes. No mueve un solo dedo más
que para señalar. Antes se angustiaba por el desarraigo y la
propiedad privada, antes consultaba si podía tener su terreno, sus
metros cuadrados. Ahora, lo circular (esa imagen tierna de poder
ver el amanecer) se vuelve realmente cuadrado, ordenado y
limpio, como el baño del Malba. Si había algo que faltaba para
comprender la construcción de la comunidad y, por ende, su
imposibilidad, es una voz imperativa. Porque reclamar por la
propiedad privada no alcanza. Hay que ir hasta su enunciación
arbitraria, caprichosa, imperialista. Nada más moderno que la
propiedad privada. Por suerte, en Comunidad Charpentier mues-
tra que tampoco alcanza con señalar al progenitor de la propie-
dad privada y su halo de capricho capital. El pirómano vive en
nosotros. Pero, precisamente, no por incendiar la realidad (¡qué
bien se vería Guasones por todos lados!), sino por corroer nues-
tras comunidades posibles desde adentro, pensando que existe
UN ORDEN y que ese (tristemente) es el propio. Esta es la trage-
dia humana, tan antigua como las ruinas troyanas.
Y encima, sobre Troya, todas las mañanas sale el sol. Eppur si
muove
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Esta madera que arde se convertirá en ceniza, que penetrará en la
tierra y cristalizará en mineral primal; que con el tiempo se
volverá roca, emergerá de la tierra rodará hacia las pendientes y
encauzará las aguas formando ríos. Que hidratarán las raíces, que
harán crecer los árboles, que darán frutos, sombra y aire. Que el
metal cortará para darnos fuego, una casa y una cama donde
descansar.
- Interpretación libre del ciclo de creación y dominación de los
cinco elementos.
En la historia que nos es contada, a través de las reconstrucciones
con los restos de materia, la humanidad siempre buscó diagramar
en el espacio dimensiones donde protegerse. De las entropías
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MADERA NUEVA,MADERA AL SOLGABRIELA CLARA PIGNATARO
La propia ciencia ficción de la era posmoderna es pensar en
rascar los cielos hasta perforarlos con torres agujadas, mientras
los campos sin dueño pastan solos con la propiedad privada
como ley para la soledad.
Frente a este paisaje tan posible de nuestros días, futuro probable
perfecto, Comunidad de Belén Charpentier parece decirnos:
Somos generación enunciativa, que sabe denominar las cosas casi
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climáticas, los animales salvajes y las agrupaciones extranjeras/
enemigas. Las cuevas, la copa de los árboles, excavaciones en la
tierra tapados con cueros, las construcciones de barro, el uso de
hojas de palmera y piedras. Así, la progresiva modificación del
espacio y el uso de los elementos presentes para proporcionarse
vestimenta, utensilios y un techo.
De todos los elementos primarios, sea tal vez la madera el más
“humano” de ellos. Provenir de un útero terrestre, crecer con
marcas y rugosidades, variaciones en la textura: la identidad del
árbol. Para luego ser cortado, medido, pulido, suavizado: conver-
tido en múltiples listones funcionales dentro su potencia de
resistencia que es la misma de su quiebre.
Podemos construir porque podemos destruir. Hectáreas defor-
estadas, terrenos baldíos vacíos, basurales a cielo abierto: tierra
de nadie. Mientras el déficit habitacional crece incendiariamente
con los índices demográficos. Reduciéndose en forma paulatina el
oxígeno que respiramos.
La puesta en escena de nuestras ciudades, cartografía de lo
inexorable: cielos que varían su color a menester de las produc-
ciones industriales que llenan nuestras góndolas de plástico y de
automóviles nuestras calles, mientras se vacían los centímetros
cúbicos de horizonte natural para los ojos.
La propia ciencia ficción de la era posmoderna es pensar en
rascar los cielos hasta perforarlos con torres agujadas, mientras
los campos sin dueño pastan solos con la propiedad privada
como ley para la soledad.
Frente a este paisaje tan posible de nuestros días, futuro probable
perfecto, Comunidad de Belén Charpentier parece decirnos:
Somos generación enunciativa, que sabe denominar las cosas casi
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La propia ciencia ficción de la era posmoderna es pensar en
rascar los cielos hasta perforarlos con torres agujadas, mientras
los campos sin dueño pastan solos con la propiedad privada
como ley para la soledad.
Frente a este paisaje tan posible de nuestros días, futuro probable
perfecto, Comunidad de Belén Charpentier parece decirnos:
Somos generación enunciativa, que sabe denominar las cosas casi
La propia ciencia ficción de la era posmoderna es pensar en
rascar los cielos hasta perforarlos con torres agujadas, mientras
los campos sin dueño pastan solos con la propiedad privada
como ley para la soledad.
Frente a este paisaje tan posible de nuestros días, futuro probable
perfecto, Comunidad de Belén Charpentier parece decirnos:
Somos generación enunciativa, que sabe denominar las cosas casi
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sin tocarlas. Los mapas para configurarnos parecen en código
cuando el elemento es simple pura, materia prima. Ocupar la
tierra, levantar una casa, mirar el atardecer. Como si no hubiera
otra cosa en el mundo, la perpetuidad de un sol cayendo. Y que
construir se vuelva sentido hogar para la comunidad otra vez.
La tempestad de nuestra especie
la violencia de nuestra especie
en extinción en expansión
la elección
el dibujo de nuestros huesos
la sangre nuestra santa
savia imperfecta
la voluntad de nuestra especie
la decisión
aprender a desarmar
Madera nueva madera al sol
Madera fresca
árbol nuevo casa al sol
no hay naufragio
que no se convierta en madera
que se pueda encender
de lo mojado a lo seco
Construir
-
-
Un cuadrado de tierra puede simbolizar diferentes oportunidades.
Progreso, cosecha, trabajo o abandono. Puede ser el motor para
crear una comunidad o puede ser quien la expulse. Estas cues-
tiones y otras me hizo debatir la obra de Belén Charpentier.
La simpleza es un aspecto muy complejo: puede expresar poco o
puede hacerte encontrar diferentes significados cada vez que uno
se acerca a ella. Comunidad genera eso. Una pieza pequeña, con
pocos elementos, que ha generado diferentes significados con
cada persona que hablé de ella.
Cuando presencié la historia por primera vez, solo observé super-
ficialmente: una chica que, mirando el amanecer, nos hablaba de
lo que sentía al construir su casa en un cuadrado de tierra apro-
16
HASTA QUE TENGA SENTIDOROCÍO FRÍAS
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piado. Me detuve en las acciones y no en sus palabras. Sin
embargo, a lo largo de mi experiencia en Comunidad, fui concen-
trándome en ciertos momentos. Cuando explica el amanecer,
cuando comenta el modo en que manipulan la naturaleza,
cuando se apropia de la tierra y cuando nos quiere vender un
servicio desde su propio terreno. Ellos me hicieron pensar y
detenerme a oír la poesía en las palabras de la protagonista.
¿Cómo vivimos en comunidad? ¿Sabemos lo que ocurre a nuestro
alrededor? ¿Somos realmente dueños de nuestra tierra?
¿Manipulamos la tierra para favorecernos económicamente en el
mediano plazo? ¿Deterioramos nuestro planeta para poder seguir
favoreciendo a la élite económica, que nos hará enfrentarnos por
recursos naturales que no tendrían que haber llegado a ser no
renovables? Todas estas preguntas vinieron a mi mente cada vez
que participé en Comunidad y, aún hoy, no pude contestarlas. Por
eso creo que Comunidad deberá seguir representándose, hasta
que tenga sentido para nosotros, “hasta que tenga sentido para la
comunidad”
DOSFotografías de Paula Surraco
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“Comunidad” fue creada y estrenada
en el marco del Ciclo “Materia Prima”.
MARTE / Matienzo Artes Escénicas, Club Cultural Matienzo, 2014
MARTE / MATIENZO ARTES ESCÉNICAS ES
Paula Baró, Belén Charpentier, Giuliana Kiersz, Rocío Frías, Mar-
tina García, Laura Derpic, Nicolás Lodigiani, Malena Vain, Lucía
Deca, Nacho Sánchez, Sabrina Cassini, Guadalupe García Dupuy,
Bárbara De Wit, Clémence Grimal, Hyngrid Bermann.
Encargada de Sala: Giuliana Kiersz
Jefe Técnico: Nacho Sánchez
Comunicación: Belén Charpentier
Fotografía: Martina García
Coordinadora: Paula Baró
DOSSIER MARTE #2
Fotos: Martina García
Diseño: Isa Crosta, Agustín Jais
19
Mara Teit
Actriz, directora y entrenadora de actores. Estudió Letras y Artes
combinadas (UBA ) . En 2012 fue colaboradora de Criticunder y, desde
2013, de Llegás a Buenos Aires.
Tomás Bartoletti
(1984) Lic. Letras, Investigador (UBA-UNQUI) y docente de Estética
(IUNA). Traductor de Benjamin, von Uexküll y Bürguer, entre otros.
Mediador radial de Nunca fuimos modernos (Radio Colmena).
Gabriela C. Pignataro
(1985) Escritora, actriz y fotógrafa. Estrenó su ópera prima
biodramática en CC Matienzo. Publicó La última oleada se llevó todo
menos esto (2013) y Eso que no se parte es una respuesta (2014).
Actualmente trabaja en Proyecto 4/4 de investigación fotográfica.
Escribe reseñas, poesía y ensayos en lasalvajelucidez.tumblr.com.
Rocío V. Frías
(1987) Licenciada y Prof. en Artes Combinadas (UBA). Desde 2012 es
integrante de MARTE. En 2013 estrenó Sobre Caminos, ópera prima
en CC Matienzo. Actualmente realiza una investigación sobre obras
Site Specific a través de las Becas Grupales (FNA).
Paula Surraco
Estudia Diseño de Imagen y Sonido, dibujo, vestuario escénico y
fotografía. Trabaja en video y fotografía, realizando ensayos y
reportajes. Actualmente trabaja en el proyecto Fricciones, una video
instalación que surge de la lucha entre los cuerpos.
Matienzo Artes Escénicas
www.ccmatienzo.com.ar