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CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRAEDGAR ALLAN POE
EL SISTEMA DEL DOCTOR ALQUITRÁN
Y EL PROFESOR PLUMA
Durante el otoño de 18..., mientras visitaba las provincias del
Mediodía de Francia, mi ruta me condujo a las proximidades de cierta casa
de salud, hospital particular de locos, del cual había oído hablar en París a
notables médicos amigos míos. Como yo no había visitado jamás un
establecimiento de esta índole, me pareció propicia la ocasión, y para no
desperdiciarla propuse a mi compañero de viaje -un gentleman con el cual
había entablado amistad casualmente días antes- apartarnos un poco de
nuestra ruta, desviarnos alrededor de una hora y visitar el sanatorio. Pero
él se negó desde el primer momento, alegando tener mucha prisa y obje-
tando después el horror que le había inspirado siempre ver a un alienado.
Me rogó, sin embargo, que no sacrificase a un deseo de ser cortés con él
la satisfacción de mi curiosidad y me dijo que continuaría cabalgando
hacia adelante y despacio, de manera que yo pudiese alcanzarlo en el
mismo día o, a lo sumo, al siguiente. Cuando se despedía de mí me vino a
la mente que tropezaría quizá con alguna dificultad para penetrar en ese
establecimiento, y participé a mi camarada mis temores. Me respondió
que, en efecto, a no ser que conociese personalmente al señor Maillard, el
director, o que me proveyese de alguna carta de presentación, podría
surgir alguna dificultad, porque los reglamentos de esas casas particulares
de locos eran mucho más severos que los de los hospicios públicos. Por su
parte, añadió, algunos años antes había conocido a Maillard y podía, al
menos, hacerme el servicio de acompañarme hasta la puerta y
presentarme; pero la repugnancia que sentía por todas las
manifestaciones de la demencia no le permitía entrar en el
establecimiento.
Se lo agradecí; y separándonos de la carretera, nos internamos en un
camino de atajo, bordeado de césped, que, al cabo de media hora, se per-
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdía casi en un bosque espeso, que bordeaba la falda de una montaña.
Habíamos andado unas dos leguas a través de este bosque húmedo y
sombrío, cuando divisamos la casa de salud. Era un fantástico castillo,
muy ruinoso, y que, a juzgar por su aspecto de vetustez y deterioro,
apenas debía de estar habitado. Su aspecto me produjo verdadero terror,
y, deteniendo mi caballo, casi sentía deseos de tomar las bridas de nuevo.
Sin embargo, pronto me avergoncé de mi debilidad y continué el camino.
Cuando nos dirigimos a la puerta central noté que estaba entreabierta y vi
un rostro de hombre que miraba de reojo. Un momento después, este
hombre se adelantaba, se acercaba a mi compañero, llamándolo por su
nombre, le estrechaba cordialmente la mano y le rogaba que bajara del
caballo. Era el mismo señor Maillard, un verdadero gentleman a la antigua
usanza: hermoso rostro, noble continente, modales exquisitos, dignidad y
autoridad, a propósito para producir una buena impresión.
Mi amigo me presentó y expresó mi deseo de visitar el establecimien-
to; Maillard le prometió que tendría conmigo todas las atenciones posibles.
Mi compañero se despidió y desde entonces no lo he vuelto a ver.
Cuando se hubo marchado, el director me introdujo en un locutorio
extremadamente pulcro, donde se veían, entre otros indicios de gusto
refinado, -muchos libros, dibujos, jarrones con flores e instrumentos de
música. Un vivo fuego ardía alegremente en la chimenea. Al piano, can-
tando un aria de Bellini, estaba sentada una mujer joven y muy bella, que
a mi llegada interrumpió su canto y me recibió con una graciosa cortesía.
Hablaba en voz baja y había en todos sus modales algo de atormentado.
Creí ver huellas de dolor en todo su rostro, cuya palidez excesiva no deja-
ba de tener cierto encanto a mis ojos, al menos. Estaba vestida de
riguroso luto, y despertó en mi corazón un sentimiento mezclado de
respeto, de interés y de admiración.
Había oído decir en París que la casa de salud del señor Maillard es-
taba organizada conforme a lo que generalmente se llama sistema de
benignidad; que se evitaba el empleo de todo castigo; que no se recurría a
la reclusión sino muy de tarde en tarde; que los enfermos, vigilados
secretamente, gozaban en apariencia de una gran libertad, y que podían
casi siempre circular por la casa y por los jardines vestidos como las
personas que están en sus cabales.
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CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Todos estos detalles estaban presentes en mi ánimo; por eso cuidé
muy bien de lo que podía hablar ante la señora joven; porque nada me
certificaba que estuviese en el pleno dominio de su razón; en efecto, había
en sus ojos cierto brillo inquieto que me inducía casi a creer que no estaba
plenamente cuerda. Restringí, pues, mis observaciones a temas generales
o a los que creía que no podían desagradar a una loca, ni siquiera excitar-
la. Respondió a todo lo que le dije de una manera perfectamente sensata,
y sus observaciones personales estaban robustecidas por el más sólido
buen sentido. Pero un detenido estudio de la fisiología de la locura me ha-
bía enseñado a no fiarme de semejantes pruebas de salud mental, y conti-
nué, durante toda la entrevista, practicando la prudencia que había
empleado al principio.
En ese momento, un criado muy elegante trajo una bandeja cargada
de frutas, de vinos y de refrescos, de los cuales me hicieron participar; al
poco tiempo, la dama abandonó la sala. Después que hubo salido, dirigí a
mi huésped una mirada interrogante.
-No -dijo-. ¡Oh, no! Es una persona de mi familia... mi sobrina... una
mujer perfectamente correcta...
-Le pido mil perdones por la sospecha -repliqué-; pero sabrá usted
disculparme. La excelente administración de su sanatorio es muy conocida
en París, y yo creí que sería posible, después de todo...; ¿comprende
usted?...
-Sí, sí, no me diga más; yo soy más bien quien debo darle las gracias
por la muy loable prudencia que ha demostrado. Encontramos rara vez
tanta cautela en los jóvenes y más de una vez hemos presenciado deplo-
rables incidentes por la ligereza de nuestros visitantes. Durante la aplica-
ción de mi sistema, y cuando mis enfermos tenían el privilegio de pasear
por todos los sitios a su capricho, caían algunas veces en crisis peligrosas
a causa de las personas irreflexivas, invitadas a visitar nuestro estable-
cimiento. Me he visto, pues, forzado a imponer un riguroso sistema de ex-
clusión, y en lo sucesivo nadie ha podido tener acceso a nuestra casa si yo
no podía contar con su discreción.
-¿Durante la aplicación de su primer sistema? -le dije, repitiendo sus
propias palabras-. ¿Debo entender con eso que el sistema de benignidad,
de que tanto se me habló, ha cesado de ser aplicado aquí?
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CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
- Hace ahora unas semanas -replicó- que hemos decidido aban-
donarlo para siempre.
- En verdad, me asombra usted.
-Hemos juzgado absolutamente necesario -dijo, exhalando un
suspiro- volver a los viejos errores. El sistema de lenidad era un espantoso
peligro en todos los momentos y sus ventajas se han avaluado con
plusvalía exagerada. Creo, señor mío, que si alguna vez se ha hecho una
prueba leal y sincera, ha sido en esta misma casa. Hemos hecho todo lo
que razonablemente podía sugerir la humanidad. Siento que usted no nos
haya hecho una visita en época anterior. Habría podido juzgar por sí mis-
mo. Pero supongo que está usted al corriente del tratamiento de
benignidad en todos sus detalles.
-Nada absolutamente. Lo que yo sé, lo sé de tercera o cuarta mano.
-Definiré, pues, el sistema en términos generales; un sistema en que
el enfermo era tratado con cariño, un sistema de dejar hacer. No contra-
riábamos ninguno de los caprichos que se incrustaban en el cerebro del
enfermo. Por el contrario, no sólo nos prestábamos a ellos, sino que los
alentábamos, y así hemos podido operar un gran número de curaciones
radicales. No hay razonamiento que impresione tanto la razón debilitada
de un demente como la reducción al absurdo. Hemos tenido hombres, por
ejemplo, que se creían pollos. El tratamiento consistía en este caso en re-
conocer y en aceptar el caso como un hecho evidente; en acusar al enfer-
mo de estupidez, porque no reconocía el suyo como un caso positivo, y,
desde luego, en negarle durante una semana toda otra alimentación que
la que corresponde propiamente a un pollo. Gracias a este método basta-
ba un poco de mijo para aperar milagros.
-Pero esta especie de aquiescencia a la monomanía por parte de us-
tedes, ¿era todo lo que constituía el método?
-No. Teníamos gran fe también en las diversiones de índole sencilla,
tales como la música, el baile, los ejercicios gimnásticos en general, los
naipes, cierta clase de libros, etcétera. Dábamos indicios de tratar a cada
individuo por una afección física corriente y no se pronunciaba jamás la
palabra locura. Un detalle de gran importancia era dar a cada loco el en-
cargo de vigilar las conversaciones de todos los demás. Poner su confianza
en la inteligencia o en la discreción de un loco, es ganarlo en cuerpo y
4
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEalma. Por esta causa no podíamos prescindir de una tropa de vigilantes
que nos salía muy costosa.
-¿Y no tenía castigos de ninguna clase?
-Ninguno.
-¿Y no encerraba jamás a sus enfermos?...
- Muy rara vez. De cuando en cuando, la enfermedad de algún in-
dividuo se exaltaba hasta una crisis, o se convertía súbitamente en furor;
entonces lo transportábamos a una celda secreta, por miedo de que el de-
sorden de su cabeza contagiase a los demás, y lo reteníamos allí hasta el
momento en que pudiésemos enviarlo a casa de sus parientes o sus ami-
gos, porque no queríamos tener nada que ver con un loco furioso. Por lo
general, era trasladado a los hospicios públicos.
-¿Y ahora ha cambiado todo eso y cree haber acertado?...
-Decididamente, sí. El sistema tenía sus inconvenientes y aun sus
peligros. Actualmente, está condenado, ¡a Dios gracias!... en todas las ca-
sas de salud de Francia.
- Estoy muy sorprendido -dije- de todo lo que me cuenta usted...
-Pero llegará el día en que aprenda a juzgar por sí mismo todo lo que
acontece en el mundo, sin fiarse en la charla de otro. No crea nada de lo
que oiga decir y no crea sino la mitad de lo que vea. Ahora bien; con
respecto a nuestras casas de salud, es evidente que algún ignaro se ha
burlado de usted. Después de comer, cuando usted haya descansado de
las fatigas del viaje, tendré sumo gusto en pasearlo a través de la casa y
hacerle apreciar un sistema que, en mi opinión y en la de todas las
personas que han podido apreciar sus resultados, es incomparablemente
el mejor y más eficaz de todos los concebidos hasta el día.
-¿Es su propio sistema? -pregunté-. ¿Un sistema de su invención?...
-Estoy orgulloso -replicó- de confesar que es mío, al menos hasta
cierto punto.
Conversé así con el señor Maillard durante una hora o dos, durante
las cuales me mostró los jardines y los terrenos del establecimiento.
- No puedo -me dijo- dejarlo ver a mis enfermos inmediatamente.
Para un espíritu sensitivo hay algo siempre más o menos repugnante en
esta clase de exhibición y no quiero quitarle el apetito para la comida.
Porque comeremos juntos. Puedo ofrecerle ternera a la Sainte-
5
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEMenéhould; coliflores con salsa aterciopelada; después de eso un vaso de
Clos de Vougeót; sus nervios quedarán bien vigorizados...
A las seis se anunció la comida y mi anfitrión me introdujo en un am-
plio comedor, donde se había congregado una numerosa bandada, veinti-
cinco o treinta personas en conjunto. Eran, en apariencia, personas
pertenecientes a la buena sociedad, seguramente de esmerada
educación, aunque sus trajes, a lo que me pareció, fuesen de una
ostentación extravagante y participasen algo del fastuoso refinamiento de
la antigua corte de Francia1.
Observé también que las dos terceras partes de los convidados eran
mujeres, y que algunas de ellas no estaban vestidas conforme a la moda
que un parisién de hoy considera como el buen gusto del día. Muchas se-
ñoras que no tenían menos de setenta años, estaban adornadas con pro-
fusión de cadenas, dijes, sortijas, brazaletes y pendientes, todo un surtido
de bisutería, y mostraban sus senos y sus brazos ofensivamente
desnudos. Noté igualmente que muy pocos de estos trajes estaban bien
cortados o, al menos, muy pocos se adaptaban a las personas que los
llevaban. Mirando alrededor, descubrí a la interesante jovencita a quien el
señor Maillard me había presentado en la sala de visitas; pero mi sorpresa
fue enorme al verla emperifollada con una enorme falda de volados, con
zapatos de tacón alto y un gorrito de encaje de Bruselas, demasiado
grande para ella, tanto que daba a su figura una ridícula apariencia de
pequeñez. La primera vez que la había visto, iba vestida de luto riguroso,
que le sentaba a maravilla. En suma, había un aire de extravagancia en
toda la indumentaria de esta sociedad, que me trajo a la mente mi idea
primitiva del sistema de benignidad y me hizo pensar que el señor Maillard
había querido engañarme hasta el final de la comida por miedo a que
experimentase sensaciones desagradables durante el ágape, dándome
cuenta de que me sentaba a la mesa con unos lunáticos. Pero me acordé
de que me habían hablado en París de los provincianos del Mediodía como
de personas singularmente excéntricas y obsesionadas por una multitud
de ideas rancias; y, además, hablando con algunos de los convidados,
1 A propósito de la ternera a la Sainte-Menéhould, de la salsa aterciopelada, de la antigua corte, etcétera, conviene no olvidar que el autor es norteamericano y que, como todos los autores ingleses y yanquis, tenía la manía de emplear términos franceses y de hacer ostentación de ideas francesas, términos e ideas algo pasados de moda.
6
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpronto sentí disiparse por completo mis aprensiones...
El comedor, aunque ofreciese algunas comodidades y tuviese buenas
dimensiones, no ostentaba toda la elegancia deseable. Así el pavimento
casi no estaba alfombrado; es cierto que esto ocurre con frecuencia en
Francia. Las ventanas no tenían visillos; las contraventanas, cuando esta-
ban cerradas, se hallaban sólidamente sujetas por barras de hierro, fijas
en diagonal, a la manera usual de las cerraduras de los comercios.
Observé que la sala formaba, por sí sola, una de las alas del castillo y que
las ventanas ocupaban así tres lados del paralelogramo, pues la puerta
estaba colocada en el cuarto lado. No había menos de diez ventanas en
total.
La mesa estaba espléndidamente servida; cubierta de vajilla de plata
y cargada de toda clase de exquisiteces. Era una profusión absolutamente
barroca. Había bastantes manjares para regodear a los Anakim. Jamás ha-
bía contemplado en mi vida tanta monstruosa ostentación, tan extrava-
gante derroche de todas las cosas buenas que la vida ofrece; pero había
poco gusto en el arreglo del servicio; y mis ojos, acostumbrados a luces te-
nues, sentíanse heridos vivamente por el prodigioso brillo de una multitud
de bujías, en candelabros de plata que se habían puesto sobre la mesa y
diseminado en toda la sala, dondequiera que se había podido encontrar un
sitio. El servicio lo hacían muchos domésticos diligentísimos, y, en una
gran mesa, al fondo de la sala, estaban sentadas siete u ocho personas
con violines, flautas, trombones y un tambor. Esos personajes, en
determinados intervalos de tiempo, durante la comida, me fatigaron
mucho con una infinita variedad de ruidos, que tenían la pretensión de ser
música, y que, al parecer, causaban un vivo placer a los circunstantes;
bien entendido, con excepción mía.
En fin, yo no podía dejar de pensar que había cierta extravagancia en
lo que veía; pero, después de todo, el mundo está compuesto de toda
clase de gente, que tiene maneras de pensar muy diversas y una porción
de usos completamente convencionales. Y, además, ya había viajado lo
bastante para ser un perfecto adepto del nil admirari; por consiguiente,
tomé tranquilamente asiento al lado de mi anfitrión, y, dotado de
excelente apetito, hice los honores a esa buena comida.
La conversación era animada y general. Pronto vi que esa sociedad
7
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEestaba compuesta, casi por completo, de gente bien educada, y mi hués-
ped por sí solo era un tesoro de anécdotas alegres. Parecía que se
disponía a hablar de su posición de director de una casa de salud, y con
gran sorpresa mía, la misma locura sirvió de tema de conversación
favorita a todos los convidados.
-Tuvimos aquí en una ocasión un gracioso -dijo un señor grueso
sentado a mi derecha- que se creía tetera y, dicho sea de paso, ¿no es no-
table que este capricho particular entre tan frecuentemente en el cerebro
de los locos? No hay en Francia un manicomio que no pueda suministrar
una tetera humana. Nuestro señor era una tetera de fabricación inglesa y
tenía cuidado de limpiarse él mismo todas las mañanas con una gamuza y
blanco de España...
-Y, además -dijo un hombre alto que estaba precisamente enfrente-,
hemos tenido, no hace mucho tiempo, un individuo a quien se le había
metido en la cabeza que era un asno, lo cual, metafóricamente hablando,
era perfectamente cierto. Era un enfermo muy fatigoso y teníamos que
tener mucho cuidado para que no se propasara. Durante muchísimo
tiempo no quiso comer más que cardos; pero lo curamos pronto de esa
idea, insistiendo en que no comiera otra cosa. Se entretenía sin cesar en
cocear así... así...
-¡Señor de Kock! Le agradecería mucho que se contuviese -inte-
rrumpió entonces una señora anciana sentada al lado del orador-. Guarde,
si le parece, las coces para usted. ¡Me ha estropeado mi vestido de
brocado! ¿Es necesario aclarar una observación de un modo tan material?
Nuestro amigo, que está aquí, lo comprenderá igualmente sin esta demos-
tración física. Palabra, que es usted casi tan asno como ese pobre loco que
creía serlo. Su agilidad en cocear es completamente natural, tan cierto
como yo soy quien soy...
-¡Mil perdones, señorita! -respondió el señor de Kock, interpelado de
esa manera-. ¡Mil perdones! Yo no tenía intención de ofenderla. Señorita
Laplace; el señor de Kock solicita el honor de brindar una copa de vino con
usted.
Entonces, el señor de Kock se inclinó, le besó ceremoniosamente la
mano y bebió el vino que le ofreció la señorita Laplace.
- Permítame usted, amigo mío -dijo el señor Maillard, dirigiéndose a
8
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmí-, permítame ofrecerle un pedazo de esta ternera a la Sainte-Mené-
hould; la encontrará delicadísima...
Tres robustos criados habían conseguido depositar, sin riesgo, sobre
la mesa, un enorme plato, que más bien parecía un barco, conteniendo lo
que yo suponía ser el monstrum horrendum, informe, ingens, cui lumen
ademptum.
Un examen más atento me confirmó, no obstante, que sólo era una
ternera asada, entera, apoyada en sus rodillas, con una manzana entre los
dientes, según la moda usada en Inglaterra para servir una liebre.
-No, muchas gracias -repliqué-; para decir verdad, no tengo una gran
debilidad por la ternera a la Sainte... ¿cómo dice usted?, porque, ge-
neralmente, no me sienta bien. Le suplico que haga cambiar este plato y
que me permita probar algo de conejo.
Había sobre la mesa algunos platos laterales, que contenían lo que
me parecía ser conejo casero, a la francesa; un bocado delicioso que me
permito recomendaros.
-¡Pedro! -gritó mi anfitrión-. Cambie el plato del señor y sírvale un
pedazo de ese conejo al gato.
-¿De ese... qué? -interrogué.
-De ese conejo al gato.
-¡Ah, pues lo agradezco mucho!... Pensándolo bien, renuncio a co-
merlo y prefiero servirme un poco de jamón.
En realidad (pensaba yo) no sabe uno lo que come en la mesa de
estas personas de provincia. No quiero saborear conejo al gato por la
misma razón que no querría probar gato al conejo.
- Y luego -dijo un personaje de figura cadavérica, colocado al extremo
de la mesa, reanudando el hilo de la conversación donde se había
interrumpido-, entre otras extravagancias, hemos tenido en cierta época a
un enfermo que se obstinaba en creerse un queso y que se paseaba con
un cuchillo en la mano, invitando a sus amigos a cortar, para saborearlo,
un pedazo de su muslo.
-Era, sin duda, un loco perdido -interrumpió otra persona-; pero no se
podía comparar con un individuo que todos hemos conocido, con
excepción de este caballero extranjero. Me refiero al hombre que se
figuraba ser una botella de champaña y que hablaba siempre con un
9
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpau... pau... y un pschi... i... i..., de esta manera...
Entonces el orador, muy torpemente, a mi juicio, metió su pulgar de-
recho bajo su carrillo izquierdo, y lo retiró bruscamente con un ruido se-
mejante al estallido de un corcho que salta, y luego, por un hábil
movimiento de la lengua sobre los dientes, produjo un silbido agudo, que
duró algunos minutos, para imitar el borboteo del champaña. Esta mímica
no fue grata al señor Maillard, por lo que pude observar; no obstante, no
dijo nada. Entonces la conversación fue reanudada por un hombre menu-
do, muy flaco, con una gran peluca.
-Había también -dijo- un imbécil que se creía una rana, animal al cual
se asemejaba extraordinariamente, dicho sea de paso. Quisiera que usted
lo hubiese visto, señor (se dirigía a mí); le habría causado alegría ver el
aire de naturalidad que daba a su papel. Señor, si ese hombre no era una
rana, puedo decir que era una gran desgracia que no lo fuese. Su croar
era, aproximadamente, así: ¡O... o... o... güe... o... ooo... güe...! ... Solía dar
verdaderamente la nota más limpia del mundo; i un sí bemol!, y cuando
ponía los codos sobre la mesa de esta manera, después de haber bebido
una o dos copas de vino, y distendía su boca así, y giraba sus ojos de esta
manera, y luego los hacía pestañear con excesiva rapidez, así, ¿ve
usted?..., señor, le juro de la manera más seria y positiva que usted habría
caído en éxtasis ante la genialidad de ese hombre.
-No lo dudo -respondí.
-Había también (dijo otro personaje) un tal Petit Gaillard que se creía
una pizca de tabaco y que estaba desconsolado de no poder tomarse a sí
mismo entre su índice y su pulgar.
-Hemos tenido también a Julio Deshouliéres, que era verdaderamente
un genio singular y que se volvió loco sugestionado por la idea de que era
una calabaza. Perseguía sin cesar al cocinero para hacer que lo pusiera en
un pastel, cosa a la cual el cocinero se negaba con indignación. i Por mi
parte, no afirmaré que un pastel a la Deshouliéres no fuese un manjar
exquisito, en verdad!...
-Usted me asombra -dije.
Y miré al señor Maillard con ademán interrogativo.
-¡Ah, ah! -dijo éste-. ¡Eh, eh! ¡Ih, ih! ¡Oh, oh, oh! ¡Uh, uh, uh!...
Excelente, en verdad. No debe asombrarse, amigo mío; este señor es un
10
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEextravagante, un gran bromista; no hay que tomar al pie de la letra lo que
dice...
- ¡Oh!... -dijo otra persona de la reunión-. Pero también hemos
conocido a Bouffon-Legrand, otro personaje muy extraordinario en su gé-
nero. Se le trastornó el cerebro por una pasión amorosa y se imaginó que
era poseedor de dos cabezas. Afirmaba que una de ellas era la de Cicerón;
en cuanto a la otra, se la imaginaba compuesta, siendo la de Demóstenes
desde la frente hasta la boca y la de Lord Brougham desde la boca hasta
el remate de la barbilla. No sería imposible que estuviese engañado; pero
lo habría convencido de que tenía razón, porque era un hombre de gran
elocuencia. Tenía verdadera pasión por la oratoria y no podía contenerse
en manifestarlo. Por ejemplo, tenía la costumbre de saltar así sobre la
mesa y luego...
En ese momento, un amigo del orador, sentado a su lado, le puso la
mano en el hombro y le cuchicheó algunas palabras al oído; al oír esto, el
otro cesó inmediatamente de hablar y se dejó caer sobre la silla.
- Y luego -dijo el amigo, el que había hablado en voz baja- hubo
también un tal Boulard, la girándula. Lo llamo la girándula porque estuvo
atacado de la manía singular acaso, pero no absolutamente insensata, de
creerse transformado en veleta. Hubieran muerto de risa al verlo girar. Pi-
rueteaba sobre sus talones de esta manera: vea usted...
Entonces, el amigo a quien él había interrumpido un momento antes,
le prestó exactamente, a su vez, el mismo servicio.
-Pero -exclamó una anciana con voz chillona- su señor Boulard era un
loco y un loco muy estúpido además. Porque, permítame preguntarle:
¿quién ha oído hablar jamás de una veleta humana? La cosa es absurda
en sí misma. Madame Joyeuse era una persona más sensata, como usted
sabe. También tenía su manía, pero una manía inspirada por el sentido
común, y que causaba gran satisfacción a todos los que tenían el honor de
conocerla. Había descubierto, tras madura reflexión, que había sido
transformada, por un singular accidente, en gallo; pero en su calidad de
gallo, se comportaba normalmente. Batía las alas así, así, con un esfuerzo
prodigioso, y su canto era deliciosísimo... ¡Coo... o... co... coo... o...! ¡Coo...
o... co... coo... oo...!
-Madame Joyeuse, le ruego que procure contenerse -interrumpió
11
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEnuestro anfitrión con cólera-. Si no quiere conducirse correctamente como
una dama debe hacerlo, puede abandonar la mesa inmediatamente. ¡Elija
usted!...
La dama (a quien yo quedé asombrado de oír nombrar Madame Jo-
yeuse, después de la descripción de Madame Joyeuse que ella acababa de
hacer) se ruborizó hasta las pestañas y pareció profundamente humillada
por la reprimenda. Bajó la cabeza y no respondió ni una sílaba. Pero una
dama más joven reanudó el tema de conversación. Era la hermosa mu-
chacha de la sala de visitas.
-¡Oh! -exclamó-. i Madame Joyeuse era una loca! Pero había mucho
sentido común en la fantasía de Eugenia Salsafette. Era una hermosísima
joven, de aire modesto y contrito, que juzgaba muy indecente la
costumbre vulgar de vestirse y que quería vestirse siempre poniéndose
fuera de sus ropas, no dentro. Es cosa muy fácil de hacer, después de
todo. No tenéis más que hacer así... y luego así... y después... y
finalmente...
-¡Dios mío! ¡Señorita Salsafette! -exclamaron una docena de voces a
coro-. ¿Qué hace usted? ¡Conténgase!... ¡Basta! ¡Ya vemos cómo puede
hacerse! ¡Basta!...
Y varias personas saltaban ya de las sillas para impedir a la señorita
Salsafette ponerse al igual de la Venus de Médicis, cuando el resultado
apetecible fue súbita y eficazmente logrado por consecuencia de los gritos
o de los aullidos que provenían de algún departamento principal del cas-
tillo. Mis nervios se sintieron muy impresionados, si he de decir la verdad,
por esos aullidos; pero los otros convidados me causaron lástima. Nunca
he visto en mi vida reunión de personas sensatas tan absolutamente em-
pavorecidas. Se tornaron todos pálidos como cadáveres, saltaban sobre la
silla, se estremecían y castañeteaban de tenor y parecían esperar con
oídos ansiosos la repetición del mismo ruido. Se repitió, en efecto, con
tono más alto y como aproximándose; y luego una tercera vez, muy
fuerte, muy fuerte, y, por fin, una cuarta vez, con energía que iba en
descenso. Ante ese aparente apaciguamiento de la tempestad, toda la
reunión recobró inmediatamente su alegría y su animación y las
anécdotas pintorescas comenzaron de nuevo. Me aventuré entonces a
indagar cuál era la causa de ese ruido.
12
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-Una bagatela -dijo el señor Maillard-. Estamos ya fatigados de ello y
nos preocupamos muy poco. Los locos, a intervalos regulares, se ponen a
aullar a coro, excitándose el uno al otro, y llegando a veces a formar como
una jauría de perros por la noche. Ocurre también de cuando en cuando
que ese concierto de aullidos va seguido de un esfuerzo simultáneo de
todos para evadirse; en ese caso, hay quien siente algún temor, na-
turalmente.
-¿Y cuántos tienen ahora encerrados?
-Por ahora, diez entre todos.
-Supongo que mujeres, principalmente...
-¡Oh, no! Todos hombres y robustos mozos; se lo puedo afirmar. - La
verdad es que yo había oído decir siempre que la mayoría de los locos
pertenecía al sexo amable.
-En general, sí; pero no siempre. Hace algún tiempo teníamos aquí
unos veintisiete enfermos y de este número no había menos de dieciocho
mujeres; pero desde hace poco, las cosas han cambiado mucho, como
usted ve.
- Sí... han cambiado mucho... como usted ve -interrumpió el señor
que había destrozado la tibia de Mademoiselle Laplace.
- Sí, han cambiado mucho, como usted ve -clamó al unísono la so-
ciedad.
-¡Cállense ustedes, cállense!... ¡Contengan la lengua!... -gritó mi
anfitrión, en un acceso de cólera.
Al oír esto, toda la reunión guardó durante un minuto un silencio de
muerte. Hubo una dama que obedeció al pie de la letra al señor Maillard,
es decir que, sacando la lengua, una lengua excesivamente larga, la
agarró con las dos manos y la tuvo así con mucha resignación hasta el fin
del banquete.
- Y esta señora -dije al señor Maillard, inclinándome hacia él y ha-
blándole en voz baja-, esta excelente dama que hablaba hace un mo-
mento y que nos lanzaba su ¡cocoricó! y ¡kikirikí!, ¿es absolutamente
inofensiva, totalmente inofensiva, eh?
-¡Inofensiva! -exclamó con sorpresa no fingida-. ¿Cómo? ¿Qué quiere
usted decir?
-¿No está más que ligeramente atacada? -dije yo señalándole la
13
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEfrente-. Supongo que no está peligrosamente afectada, ¿eh?
-¡Dios mío! ¿Qué se imagina usted? Esta dama, mi particular y an-
tigua amiga, Madame Joyeuse, tiene el cerebro tan sano como yo. Padece
de algunas excentricidades, sin duda alguna; pero ya sabe usted que
todas las ancianas, todas las señoras muy ancianas, son más o menos ex-
céntricas...
-Sin duda alguna -dije-, sin duda. ¿Y el resto de esas señoras y
señores?...
-Todos son mis amigos y mis guardianes -interrumpió el señor
Maillard, irguiéndose con altivez-, mis excelentes amigos y mis ayudantes.
-¿Cómo? ¿Todos ellos? -pregunté-. ¿Y las mujeres, también, sin
excepción?...
- Indudablemente -dijo-. No podríamos hacer nada sin las mujeres:
son las mejores enfermeras del mundo para los locos; tienen una manera
suya especial, ¿sabe usted? Sus ojos producen efectos maravillosos, algo
como la fascinación de la serpiente, ¿sabe usted?...
- Seguramente -dije yo-, seguramente. Se conducen de un modo algo
extravagante, ¿no es eso? Tienen algo de original. ¿No le parece a usted?
- ¡Extravagante! ¡Original! ¡Cómo! ¿Opina usted así?... A decir ver-
dad, en el Mediodía no somos hipócritas; hacemos todo lo que nos agrada;
gozamos de la vida; y todas esas costumbres, ya comprende usted...
- Perfectamente -dije-, perfectamente...
- Y luego ese Clos de Vougeót es algo capitoso, ¿comprende usted?;
un poco fuerte, ¿no es eso?
-Seguramente -dije yo-, seguramente. Entre paréntesis, señor, ¿no le
he oído yo decir que el sistema adoptado por usted, en sustitución del
famoso sistema de benignidad, era de una severidad rigurosa?...
-De ningún modo. La reclusión es absolutamente rigurosa; pero el
tratamiento -el tratamiento médico, quiero decir- es agradable para los
enfermos.
- ¿Y el nuevo sistema es de su invención?
-Nada de eso, absolutamente. Algunos aspectos de mi sistema deben
ser atribuidos al profesor Alquitrán y del cual ha oído usted forzosamente
hablar; y hay en mi plan modificaciones que me es grato reconocer como
pertenecientes de derecho al célebre Pluma, a quien ha tenido usted el
14
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhonor, si no me engaño, de conocer íntimamente.
- Me siento avergonzado de confesar -repliqué- que hasta ahora
jamás había oído pronunciar los nombres de esos señores.
-¡Cielo santo! -exclamó mi anfitrión, retirando bruscamente la silla y
levantando las manos en alto-. i Es posible que yo le haya entendido
mal!... ¿No habrá querido usted decir, verdad, que no ha oído hablar jamás
del erudito doctor Alquitrán ni del famoso profesor Pluma?...
-Me veo forzado a reconocer mi ignorancia -respondí-; pero la verdad
ante todo. Créame que me siento humillado de no conocer las obras de
esos dos hombres, sin duda alguna, extraordinarios. Voy a ocuparme de
buscar sus escritos y los leeré con estudiosa diligencia. Señor Maillard,
usted me ha hecho, lo confieso, avergonzarme de mí mismo...
Y era la pura verdad.
-No hablemos más de eso, mi joven y excelente amigo -dijo con
bondad, estrechándome la mano-; tomemos cordialmente juntos un vaso
de Sauterne.
Bebimos ambos. La reunión siguió el ejemplo sin vacilaciones. Char-
laban, bromeaban, reían, realizaban mil extravagancias. Los violines ras-
caban, el tambor multiplicaba sus rataplanes, los trombones mugían como
toros de Phalaris; y toda la cuadrilla, exaltándose a medida que los vinos
la dominaban imperiosamente, se convirtió al fin en una especie de pan-
demónium in petto. Sin embargo, el señor Maillard y yo, con algunas bo-
tellas de Sauterne y de Clos de Vougeót repartidas entre nosotros dos,
continuábamos el diálogo a chillidos. Una palabra pronunciada en el dia-
pasón ordinario no habría tenido más probabilidades de ser oída que la
voz de un pez en el fondo del Niágara.
-Señor -le grité al oído-, me hablaba usted, antes de la comida, del
peligro que implica el antiguo sistema de lenidad. ¡A qué se refiere usted?
- Sí -respondió-, había algunas veces un gran peligro. No es posible
darse cuenta de los caprichos de los locos; y, a mi juicio, y asimismo
según la opinión del doctor Alquitrán y del profesor Pluma, no es prudente
jamás dejarlos pasearse libremente y sin vigilantes. Un loco puede ser
pacífico, como suele decirse, por algún tiempo, pero al fin es siempre
capaz de turbulencias. Además, su astucia es proverbial y
verdaderamente muy grande. Si tiene un plan sabe ocultarlo con
15
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmaravillosa hipocresía; y la habilidad con que remeda la lucidez ofrece al
estudio del filósofo uno de los más singulares problemas psíquicos.
Cuando un loco parece completamente razonable, es ocasión, créamelo,
de ponerle la camisa de fuerza.
-Pero ese peligro, querido amigo, ¿ese peligro de que usted habla?...
Según su propia experiencia, desde que esta casa está bajo su control,
¿ha tenido usted una razón material y positiva para considerar peligrosa la
libertad en un caso de locura?...
- ¿Aquí? ¿Por mi propia experiencia?... Ciertamente, no puedo res-
ponder ¡sí!... Por ejemplo, no hace mucho tiempo, una circunstancia singu-
lar se ha presentado en esta misma casa. El sistema de benignidad, como
usted sabe, estaba entonces en uso y los enfermos se hallaban en
libertad. Se conducían notablemente bien, a tal punto que toda persona de
buen sentido hubiera podido deducir de esa cordura la prueba de que se
fraguaba entre estos amigos algún plan diabólico. Y, en efecto, una buena
mañana, los guardianes aparecieron atados de pies y manos y arrojados a
las celdas, donde fueron vigilados por los mismos locos que habían
usurpado las funciones de guardianes.
-¡Oh! ¿Qué me dice usted? No he oído hablar jamás, en mi vida, de
absurdo semejante...
- Es un hecho. Todo eso ocurrió, gracias a un necio, a un estúpido, a
un loco a quien se le había metido en la cabeza que era el inventor del
mejor sistema de gobierno de que se hubiera oído hablar jamás, gobierno
de locos, bien entendido. Deseaba dar una prueba de su invento y así per-
suadió a los otros enfermos de unirse a él en una conspiración para derri-
bar al poder reinante.
- ¿Y lo consiguió realmente?...
-Completamente. Los vigilantes y los vigilados tuvieron que trocar sus
respectivos papeles, con la diferencia muy importante, sin embargo, de
que los locos habían quedado libres mientras que los guardianes fueron
inmediatamente encerrados en calabozos y tratados (me duele confesarlo)
de una manera muy poco gentil.
-Pero presumo que ha debido llevarse a cabo muy pronto una con-
trarrevolución. Esta situación no podía durar mucho tiempo. Los campe-
sinos de las cercanías y los visitantes que venían a ver el establecimiento
16
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhabrán dado, sin duda, la voz de alarma.
- Está usted en un error. El jefe de los rebeldes era demasiado astuto
para que eso pudiera ocurrir. No admitió en lo sucesivo a ningún visitante;
con excepción, por una sola vez, de un caballero joven, de fisonomía muy
boba y que no podía inspirarle desconfianza alguna. Le permitió visitar la
casa, como para introducir en ella un poco de variedad y para divertirse
con él. Inmediatamente que le hubo enseñado todo, lo dejó salir...
-¿Y cuánto tiempo ha durado el reinado de los locos?...
-¡Oh, mucho tiempo, en verdad! Un mes, seguramente; no sé si más;
acaso, pero no puedo precisarlo. Sin embargo, los locos se daban buena
vida; puedo jurárselo. Desecharon sus trajes viejos y raídos, y apro-
vecharon lindamente el guardarropa de familia y las joyas. Las bodegas
del castillo estaban bien provistas de vino y esos demonios de locos son
buenos catadores y saben beber bien. Han vivido espléndidamente, se lo
aseguro...
-¿Y el tratamiento? ¿Cuál era el género de tratamiento que aplicaba
el jefe de los rebeldes?...
- En cuanto a eso, he de decirle que un loco no es necesariamente
necio, como ya se lo he hecho observar, y es mi humilde opinión que su
tratamiento era un tratamiento bastante mejor que el que había sido mo-
dificado. Era un tratamiento verdaderamente fundamental, sencillo, lim-
pio, sin obstáculo alguno, realmente delicioso... era...
Aquí las observaciones de mi anfitrión fueron bruscamente interrum-
pidas por una nueva serie de gritos, de la misma calidad de los que ya nos
habían desconcertado. Sin embargo, esta vez parecían proceder de perso-
nas que se iban acercando rápidamente.
-¡Cielo santo! -exclamé-. Los locos se han escapado, sin duda.
-Me temo que tenga usted razón -respondió el señor Maillard, po-
niéndose entonces terriblemente pálido.
Apenas concluida su frase cuando se hicieron oír grandes clamores e
imprecaciones debajo de las ventanas, e inmediatamente después obser-
vamos, con toda claridad, que algunos individuos que estaban fuera se in-
geniaban para entrar por maña o por fuerza en la sala. Se golpeaba en la
puerta con algo que debía de ser una especie de cencerro o un enorme
martillo y las contraventanas eran sacudidas y empujadas con prodigiosa
17
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEviolencia.
Siguió una escena de la más terrible confusión, el señor Maillard, con
gran asombro mío, se escondió debajo del aparador. Hubiera esperado de
él más resolución y energía. Los miembros de la orquesta, que desde un
cuarto de hora antes parecían demasiado beodos para ejercer sus funcio-
nes artísticas, saltaron sobre sus taburetes y sus instrumentos y,
escalando el tablado, atacaron al unísono una marcha, el Yankee-Doodle2,
que ejecutaron, si no con maestría, al menos con una energía
sobrehumana, durante todo el tiempo que duró el desorden.
Con todo, el señor a quien antes se le había impedido, con gran difi-
cultad, saltar sobre la mesa, saltó ahora en medio de vasos y botellas. In-
mediatamente que estuvo instalado con toda comodidad, inició un
discurso que indudablemente hubiera parecido de primer orden si se le
hubiera podido oír. En el mismo instante el hombre cuyas predilecciones
estaban por la veleta, se puso a piruetear alrededor de la habitación, con
inmensa energía, tanto que tenía el aspecto de una verdadera veleta, de-
rribando a todos los que encontraba a su paso. Y luego, oyendo increíbles
petardeos y chorreos inauditos de champaña, descubrí que todo eso pro-
cedía del individuo que durante la comida había desempeñado tan bien el
papel de botella. Al mismo tiempo, el hombre-rana croaba con todas sus
fuerzas, como si la salvación de su alma dependiese de cada nota que pro-
fería. En medio de todo ello, se elevaba, dominando todos los ruidos, el
ininterrumpido rebuzno de un asno. En cuanto a mi antigua amiga, Ma-
dame Joyeuse, parecía hallarse atacada de tan horrible perplejidad, que
me inspiraba deseos de llorar. Estaba de pie en un rincón, cerca de la es-
tufa, y se contentaba con cantar, a voz en cuello, ¡cocoricó, kikirikí!
Por fin, llegó la crisis suprema, la catástrofe del drama. Como los gri-
tos, los aullidos y los kikirikís eran las únicas formas de resistencia, los
únicos obstáculos opuestos a los esfuerzos de los asaltantes, las dos
ventanas fueron forzadas rápidamente y casi simultáneamente. Pero no
olvidaré jamás mis sensaciones de aturdimiento y de horror cuando vi
saltar por las ventanas y precipitarse atropelladamente entre nosotros,
gesticulando con las manos, con los pies, con las uñas, un verdadero
ejército aullador de monstruos, que primeramente tomé por chimpancés,
2 Aire popular norteamericano.
18
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEorangutanes o grandes babuinos negros del Cabo de Buena Esperanza.
Recibí unos terribles golpes, y entonces me apelotoné debajo de un
diván, donde quedé inmóvil. Después de haber permanecido allí un cuarto
de hora aproximadamente, durante el cual escuché todo lo que ocurría en
la sala, obtuve, al fin, con el desenlace, una explicación satisfactoria de
esa tragedia. El señor Maillard, al contarme la historia del loco que había
excitado a sus camaradas a la rebelión, no había hecho sino relatar sus
propias fechorías. Ese señor había sido, en efecto, dos o tres años antes,
director del establecimiento; luego su cerebro se había perturbado y había
pasado al número de los enfermos. Este hecho no era conocido del com-
pañero de viaje que me había presentado a él. Los guardianes, en número
de diez, habían sido súbitamente atacados, luego bien alquitranados, lue-
go cuidadosamente emplumados, luego, por fin, encerrados en los sóta-
nos. Habían estado así encerrados más de un mes, y durante todo ese
tiempo el señor Maillard no sólo les había concedido generosamente el al-
quitrán y las plumas (lo cual constituía su sistema) sino también... algo de
pan y agua en abundancia. Diariamente una bomba impelente les enviaba
su ración de duchas...
Al fin, uno de ellos, habiéndose evadido por una alcantarilla, devolvió
la libertad a todos los demás.
El sistema de benignidad, con importantes modificaciones, ha sido
restaurado en el sanatorio de los locos; pero no puedo menos de
reconocer, con el señor Maillard, que su tratamiento, el suyo original y
peculiar, era, en su género, un tratamiento fundamental. Como él mismo
hacía observar con exactitud, era un tratamiento sencillo, limpio, sin
dificultad alguna, absolutamente ninguna...
Sólo he de añadir unas palabras.
Aunque he buscado por todas las bibliotecas de Europa las obras del
doctor Alquitrán y del profesor Pluma, no he podido, hasta hoy, a pesar de
todos mis esfuerzos, conseguir un ejemplar.
19
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
AUTOBIOGRAFÍA LITERARIA DEL
SEÑOR NO SÉ CUÁNTO
AUTOBIOGRAFÍA LITERARIA DEL
SEÑOR NO SÉ CUÁNTO3
Ex director del Hacen rin, hacen ran
Estoy envejeciendo y, como tengo entendido que Shakespeare y el
señor Emmons murieron alguna vez, no es imposible que hasta yo mismo
muera. Se me ha ocurrido, por lo tanto, que podría retirarme de las Letras
y descansar por fin sobre mis laureles. Mi anhelo, sin embargo, es rubricar
mi abdicación al trono literario con algún legado importante para la pos-
teridad, y quizá no pueda dejarle nada mejor que una crónica de mis pri-
meros años en la profesión. Por cierto, hace tanto tiempo que mi nombre
ocupa sin interrupción un lugar de privilegio ante el público, que no sólo
admito el natural interés que despierta por doquier, sino que acepto la
responsabilidad de satisfacer la curiosidad que inspira. En efecto, dejar hi-
tos que señalen el propio ascenso no es más que un deber de quien alcan-
za la grandeza, para que otros puedan seguir sus pasos.
Por ende, en este artículo (que en algún momento pensé titular "Me-
morias en beneficio de una historia literaria de los Estados Unidos") me
propongo reseñar esos decisivos -aunque tímidos y vacilantes- pasos
iniciales que me pusieron a la larga en la senda hacia la cumbre.
Es innecesario hablar mucho de nuestros antepasados más remotos.
Mi padre, don Thomas Bob, ocupó durante varios años la cima de su pro-
fesión de barbero en la gran urbe Fatua. Su negocio era el refugio de la
gente del lugar, especialmente de los miembros de las brigadas periodísti-
3 El nombre en inglés es Thingum Bob, expresión que se usa para referirse a alguien cuyo nombre no se conoce o no se recuerda, de modo que el nombre del autor ficticio de este texto equivaldría en español al de "Señor No se cuánto". [N. de la T.]
20
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcas, que a todos inspiran reverencia y veneración. Yo, por mi parte, los
veía como dioses, y bebía con avidez el ingenio y la sabiduría sin par que
fluían de sus augustos labios durante el proceso que se denomina de "apli-
cación en la espuma". El primer instante de genuina inspiración en mi vida
data de esa época memorable, del día en que, ante un auditorio devoto
formado por nuestros aprendices, el brillante director del Tábano recitó en
los intervalos de la operación arriba mencionada un poema incomparable
en honor de la "Única y Genuina Crema de Afeitar de Bob" (cuyo nombre
provenía de su dotado inventor, mi padre), declamación por lo cual la
firma Thomas Bob & Cía., barberos, lo recompensó con generosidad.
La genialidad de las estrofas de la "Crema de Bob" me insufló por
primera vez el afflatus divino. Decidí en el acto ser un gran hombre y
comenzar por ser un gran poeta. Esa misma noche, caí de rodillas a los
pies de mi padre.
-Padre, iperdóname!, pero mi alma se eleva por encima de la brocha
y de la espuma. Tengo el firme propósito de dejar el negocio. Quiero ser
director de un diario, quiero ser poeta, quiero escribir estrofas a la "Crema
de Bob". i Perdóname y ayúdame en mi camino hacia la inmortalidad!
-Querido Bagatela -contestó mi padre (me habían bautizado Bagatela
en honor a un pariente acaudalado que tenía ese apellido) .
"Querido Bagatela -repitió alzándome por las orejas-, eres un as, y
sales a tu padre en eso de tener un alma. También tienes una cabeza in-
mensa, y debe de contener mucho seso. Hace rato que me percaté de
este hecho, y te destinaba a la profesión de abogado. Pero ese oficio,
empero, se ha vuelto poco caballeresco, y el de político no rinde. En
general, tu elección es sensata, el oficio de periodista es el mejor, y si
puedes ser poeta al mismo tiempo, como lo son la mayoría de los
periodistas dicho sea de paso, matarás dos pájaros de un tiro. Para
alentarte en los comienzos, te alquilaré una buhardilla, te daré pluma,
tinta y papel, un diccionario de la rima y un ejemplar del Tábano. No creo
que puedas pedir más.
- Sería un villano ingrato si lo hiciera -contesté con entusiasmo-. Tu
generosidad no tiene límites. Te la retribuiré haciéndote padre de un
genio.
Así terminó mi plática con el mejor de los hombres y, apenas finaliza-
21
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEda, consagré todo mi celo a las labores poéticas, puesto que en ellas cifra-
ba mis esperanzas de alcanzar el enviciado sillón de director de un diario o
revista.
En mis primeros intentos de creación poética, descubrí que las estro-
fas a la "Crema de Bob", más que provechosas, resultaban un estorbo. Su
esplendor me encandilaba en lugar de iluminarme. En comparación con
mis propios engendros, su carácter excelso me provocaba, naturalmente,
desánimo, de modo que durante buen tiempo me esforcé en vano. Por fin,
tuve una de esas ideas excepcionales por su originalidad que alguna que
otra vez nacen en la mente del hombre de genio. Se trataba de lo siguien-
te o, más bien, así fue como la llevé a cabo. Entre los bodrios que había en
una librería de viejo de un barrio apartado de la ciudad, elegí varios volú-
menes antiguos totalmente desconocidos u olvidados. El librero me los
vendió por nada. De uno de ellos, que decía ser la traducción de una obra
titulada Infierno de un tal Dante, copié con gran prolijidad un largo pasaje
sobre un hombre llamado Ugolino, que tenía varios hijos. De otro libro, que
contenía una cantidad de obras de teatro de un autor cuyo nombre no
recuerdo, copié con igual esmero algunos versos que hablaban de "án-
geles", "sacerdotes que bendecían el pan", "espíritus infernales" y otras
cosas por el estilo. De un tercer volumen, escrito por un ciego, no me
acuerdo si griego o de la tribu choctaw (no puedo perder tiempo en recor-
dar con precisión esas nimiedades), saqué unos cincuenta versos que co-
menzaban con la "cólera de Aquiles", "grasa" y alguna otra cosa.
De un cuarto, que también era obra de un ciego, elegí una página
donde se hablaba de "salves" y de la "santa luz", y aunque no corresponde
que un ciego escriba sobre la luz, los versos eran a su manera aceptables.
Una vez hechas las fieles copias de estos poemas, las firmé a todas
con el seudónimo "Oppodeldoc" (nombre convenientemente sonoro) y,
colocándolas en sendos sobres elegantes, las envié a las cuatro
principales revistas literarias, solicitando su rápida publicación y
consiguiente pago. La respuesta a este plan tan bien trazado (cuyo éxito
me habría ahorrado muchas penurias posteriores), sin embargo, me
convenció de que es imposible engatusar a ciertos directores y dio el
coup-de-gráce (como dicen en Francia) a mis incipientes esperanzas
22
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE(como dicen en el centro de los trascendentes) 4
La cuestión es que todas y cada una de las revistas vapulearon al se-
ñor "Oppodeldoc" en sus "Respuestas a los lectores". El Plumífero aderezó
sus comentarios de esta manera:
"Quienquiera que sea 'Oppodeldoc', nos ha enviado una larga ti-
rade acerca de un lunático a quien ha bautizado `Ugolino', que tenía
muchos hijos a quienes habría hecho en bien azotar y enviar a la cama
sin comer. Toda la trama es muy desabrida, por no decir hueca.
`Oppodeldoc' (quienquiera que sea) carece totalmente de imagi-
nación, y la imaginación, en nuestra humilde opinión, no sólo cons-
tituye el alma de la POESÍA, sino su corazón. Pero `Oppodeldoc'
(quienquiera que sea) tiene además la audacia de solicitar por su basu-
ra una `rápida publicación y consiguiente pago'. No publicamos ni pa-
gamos semejantes despropósitos. No obstante, `Oppodeldoc' podrá
hallar compradores ansiosos de estas paparruchas en el Camorrero, el
Almíbar o el Ganso Intoxicado.
Debo admitir que todo el párrafo era despiadado con "Oppodeldoc",
lo más cruel de todo era la palabra POESÍA en versalitas. i Cuánta hiel re-
zumaban esas seis letras destacadas!
"Oppedeldoc", sin embargo, recibió un trato igualmente impiadoso
por parte del Camorrero, que le contestó con estas palabras:
"Hemos recibido una singular e insolente carta de una persona
(sea quien sea) que firma `Oppodeldoc', profanando así la memoria del
ilustre emperador romano de igual nombre. Acompañaba esa carta
una altisonante profusión de versos desagradables y sin sentido sobre
'Ángeles y sacerdotes que bendicen el pan', versos que nadie se
atrevería a perpetrar como no fuera Nat Lee o ese tal `Oppodeldoc'. Y
por este disparate se nos pide el `consiguiente pago'. i Se equivoca,
señor! Nosotros no pagamos por ese tipo de producto. Para eso,
diríjase al Plumífero, al Almíbar o al Ganso Intoxicado. Esos periódicos
aceptarán sin duda cualquier basura literaria que reciban y también
prometerán pagárselas."4 El Club de los Trascendentes estaba formado por un grupo de intelectuales norteamericanos que se reunían en casa de Emerson y dio origen a un movimiento fisiológico, religioso y social que luego tuvo eco en Europa. [N. de la T.]
23
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Un comentario áspero, en efecto, sobre "Oppodeldoc", aunque en
este caso el peso de la sátira recae sobre el Plumífero, el Almíbar y el
Ganso Intoxicado, revistas a las que el artículo llama periódicos, y en
bastardillas además, mordacidad que les debe de haber llegado al
corazón.
Pero el Almíbar fue apenas menos incisivo:
"Un individuo que se regocija con el apelativo `Oppodeldoc' (i a
cuán bajos menesteres se aplican con excesiva frecuencia los nombres
de los muertos ilustres!) nos ha hecho llegar unos cincuenta o sesenta
versos que comienzan así:
De Aquiles de Peleo canta, Diosa, la venganza fatal que a los
Argivos origen fue de, etc., etc., etc.5
"Se informa con todo respeto al señor Oppodeldoc' (sea quien
sea) que no hay un solo tinterillo en nuestra oficina que no haya logra-
do en sus cotidianos tanteos versos mejores que ésos. Es imposible es-
candir los versos citados. El señor `Oppodeldoc' debería aprender a
contar. Como sea, lo que está más allá de la comprensión es cómo se
le ocurrió a ese señor que nosotros (finada menos que nosotros!)
podíamos desacreditar nuestras páginas con esa tontería inefable.
Semejante desatino apenas alcanza el nivel del Plumífero, el
Camorrero y el Ganso Intoxicado, donde se acostumbra publicar el
`Arroz con leche' como poesía original. Pero `Oppodeldoc' (sea quien
sea) tiene incluso el tupé de reclamar un pago por esta sandez. ¿No
sabe acaso `Oppodeldoc' (sea quien sea), no tiene conciencia por
ventura de que ningún dinero sería suficiente para que publicáramos
semejantes engendros?
A medida que leía, me sentía cada vez más pequeño hasta que, al lle-
gar al punto en que calificaban al poema con desdén como "versos",
apenas si quedaba algo de mí. En cuanto a `Oppodeldoc', empecé a sentir
compasión por él. Sin embargo, el Ganso Intoxicado fue menos clemente
5 Poe cita aquí los versos iniciales de la Ilíada. La traducción citada es la de José Gómez Hermosilla, casa Editorial Garnier Hermanos, París. [N. de la T.]
24
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEaún, si es que cabe.
Ésta fue su repuesta:
"Un desdichado poetastro, que firma `Oppodeldoc', ha cometido
la ridiculez de imaginar que publicaríamos y pagaríamos por una mez-
colanza de ampulosidad e incoherencias que nos ha remitido, y que co-
mienza con un verso más o menos inteligible
¡Salve, santa luz! ¿Progenie del Cielo, primogénito!'
"Como hemos dicho `más o menos inteligible'. Quizá
`Oppodeldoc' (sea quien sea) tenga la bondad de explicarnos cómo el
granizo6 puede ser luz santa. A nuestro buen saber y entender,
siempre fue lluvia congelada. ¿Podría también decirnos cómo la lluvia
congelada puede ser a la vez luz santa' (sea esto lo que sea y
`progenie'). Si no ignoramos el inglés en demasía, este último término
se aplica correctamente sólo a los vástagos de una estirpe. Pero es
ridículo continuar con este absurdo, aunque `Oppodeldoc' (sea quien
sea) tiene el desparpajo insólito de suponer que no sólo
`publicaríamos' sus ignorantes delirios sino que, además, ¡se los
pagaríamos!
"¡Maravilloso! ¿Excepcional! Casi estamos tentados de escarmen-
tar la soberbia del joven escritorzuelo publicando realmente su compo-
sición verbatim et literatim, tal como la ha escrito. Ningún castigo más
cruel podríamos infligirle, si no fuera por el aburrimiento que impon-
dríamos a nuestros lectores al hacerlo.
"Que `Oppodeldoc' (sea quien fuere) remita sus futuras obras al
Plumífero, al Almíbar y al Camorrero. Ellos las publicarán. Todos los
meses publican cosas por el estilo. Envíeselas a ellos. No es posible in-
sultarnos con semejante impunidad."
Fue mi fin. En cuanto al Plumífero, el Camorrero y el Almíbar, jamás
entendí cómo sobrevivieron. El haberlos colocado en su lugar tan subal-
terno (ése era el problema: la consiguiente insinuación de su bajeza, su
abyección) mientras NOSOTROS los contemplábamos desde las
mayúsculas, tenía la amargura del ajenjo y de la hiel. De haber sido yo
6 Hay aquí un juego de palabras intraducible. En inglés, la palabra "iHail!" (traducida aquí como "¡Salve!", también significa "granizo"). [N. de la T.]
25
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEresponsable de alguno de esos periódicos, no habría ahorrado esfuerzos
para llevar a juicio al Ganso Intoxicado. Cabría haber invocado la Ley de
Protección de los Animales. En cuanto a "Oppodeldoc" (sea quien sea),
para ese momento ya me había hartado la paciencia y no me inspiraba el
menor apego. Fuera de toda duda, era un tonto y se merecía lo que
habían dicho de él.
El resultado del experimento con los libros usados me convenció, en
primer lugar, de que "la honestidad es la mejor política" y, en segundo lu-
gar, de que, si no lograra escribir mejor que el señor Dante, los dos ciegos
y toda la antigua caterva, sería por lo menos difícil escribir peor que ellos.
Recobré el ánimo y me propuse ser "absolutamente original" (como dicen
en las tapas de las revistas), a costa de cualquier esfuerzo. Con las brillan-
tes estrofas de la "Crema de Bob" otra vez ante los ojos, me dispuse a es-
cribir una oda sobre el mismo tema que pudiera rivalizar con la anterior.
No tuve dificultades con el primer verso, que decía así:
"Exaltar en una oda la `Crema de Bob"
Habiendo consultado minuciosamente todas las rimas de "Bob", me
fue imposible continuar. Ante el dilema, recurrí a mi padre para que me
socorriera y, después de algunas horas de sesuda meditación, los dos
juntos logramos terminar el poema:
"Exaltar en oda la `Crema de Bob'
no es menos duro que las pruebas de Job."
(firmado) SNOB
Desde luego, la longitud de la composición no era mucha pero, "toda-
vía tenía que aprender", como dicen en el Edinburgh Review, que la mera
extensión de una obra literaria nada tiene que ver con sus méritos. Con
respecto a la cantinela del Quarterly acerca de un "esfuerzo sostenido", es
imposible encontrarle sentido alguno. En líneas generales, por lo tanto, mi
intento inaugural me satisfacía y mi única duda se refería a lo que haría
con él.
Mi padre aconsejó que lo enviara al Mosca Viajera, pero había dos
motivos que sugerían lo contrario. Temía la envidia del director, y sabía
26
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcon certeza que no pagaba las colaboraciones originales. Después de las
correspondientes deliberaciones, entonces, confié el artículo a las páginas
más circunspectas del Almíbar y aguardé la respuesta con ansiedad, pero
con resignación.
En el siguiente número tuve el orgullo de ver mi poema impreso en
su totalidad como artículo principal, precedido por estas significativas
palabras, escritas en bastardilla y entre corchetes:
[Llamamos la atención de nuestros lectores sobre las admirables
estrofas de la "Crema de Bob" que nos han presentado. Es innecesario
mencionar su carácter sublime, su pathos: no es posible leerlas sin
lágrimas en los ojos. A los que ha sufrido los tristes versos que
perpetró la pluma de ganso del director del Mosca Viajera sobre tan
augusto tema, les haría bien comparar las dos composiciones.
P.S. Nos consume la curiosidad por develar el misterio que hay de-
trás del seudónimo "Nov". ¿Nos concedería el autor una entrevista per-
sonal?]
Si bien estrictamente justo, debo confesar que todo esto era más de
lo que yo esperaba, lo reconozco para eterno deshonor de mi patria y de
la humanidad. Sin embargo, sin pérdida de tiempo me presenté ante el di-
rector del Almíbar y tuve la suerte de encontrar a este caballero en su
casa. Me saludó con aire de profundo respeto, algo matizado de una ad-
miración paternal e indulgente suscitada, sin duda, por mi aspecto de ex-
tremada juventud e inexperiencia. Me indicó que tomara asiento y abordó
de inmediato la cuestión de mi poema, pero la molestia me impide repetir
los mil elogios que me prodigó. Los panegíricos del señor Ladilla (tal era el
apellido del director) no eran indiscriminadamente exagerados. Analizó la
composición con gran libertad y criterio, y no dudó en señalar algunos
defectos triviales, hecho que lo elevó mucho en mi propia estima. Desde
luego, surgió el nombre del Mosca Viajera y espero que nunca me
sometan a una crítica tan aguda, a objeciones tan mordaces como las que
el señor Ladilla le brindó en esa infeliz y fervorosa ocasión. Siempre había
considerado al director del Mosca Viajera como un superhombre, pero
Ladilla pronto me sacó del error. Analizó las cualidades literarias y
personales del Mosca (así llamaba satíricamente al rival director del Mosca
27
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEViajera) a la luz de la verdad. El señor Mosca no valía nada. Había escrito
textos infames. Era un escritorzuelo que vendía sus trabajos a razón de un
centavo la línea, un bufón y un villano. Había concebido una tragedia que
provocó risotadas unánimes en todo el país, y una farsa que lo inundó de
lágrimas. Por otra parte, había tenido la desvergüenza de redactar una
sátira con lo que opinaba de él mismo (del señor Ladilla) e incluso había
osado aplicarle el mote de "asno". Me manifestó además que, si en cual-
quier circunstancia, yo tuviera el deseo de expresar mi opinión sobre
Mosca, las páginas del Almíbar estaban desde ya a mi entera disposición.
Entretanto, y habida cuenta de que me atacarían desde las páginas del
Mosca por mi intento de componer un poema rival sobre la "Crema de
Bob", él (el señor Ladilla) tomaría sobre sus hombros la tarea de ocuparse
de mis intereses privados y personales. Y si yo no salía de todo esto
convertido en un hombre hecho y derecho, no sería por culpa suya (del
señor Ladilla).
Habiendo hecho el señor Ladilla una pausa en este punto de su dis-
curso (cuya última parte me fue imposible comprender), me arriesgué a
mencionar algo sobre la remuneración que podía esperar por mi poema,
visto un anuncio en la portada del Almíbar donde se decía que (el Almíbar)
"señalaba su posibilidad de pagar honorarios exorbitantes por todas las
colaboraciones aceptadas, gastando a menudo en un solo poema breve
más que todo lo invertido en un año por el Plumífero y el Ganso Intoxicado
juntos".
Apenas pronuncié la palabra "remuneración', el señor Ladilla abrió
primero los ojos y luego la boca hasta parecer un pato añoso y agitado en
el acto de graznar, y así permaneció (llevándose de tanto en tanto las ma-
nos a la frente como si fuera presa de una perplejidad desesperante) casi
hasta que terminé de decir lo que me había propuesto.
Cuando hube terminado, se hundió en el asiento como abrumado,
con los brazos desmayados sin vida a los costados del cuerpo y la boca to-
davía abierta como un pato. Mientras yo lo miraba mudo de asombro ante
conducta tan alarmante, se puso repentinamente de pie y corrió hacia el
cordón de la campanilla, pero pareció cambiar de opinión, o lo que fuere,
antes de alcanzarlo, porque se sumergió debajo de la mesa y resurgió de
inmediato provisto de un garrote. Estaba ya por levantarlo (me es imposi-
28
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEble imaginar con qué propósito), cuando una súbita sonrisa plácida inundó
su rostro y se volvió a sentar reposadamente en la silla.
-Señor Bob -dijo (porque yo había enviado mi tarjeta antes de
presentarme)-. Usted es un hombre joven, muy joven ¿supongo bien?
Asentí y agregué que aún no había cumplido los quince años.
-¡Muy bien! -contestó-. Ya veo, no diga nada más. Acerca de este
tema de la compensación, lo que usted dice es muy justo, extremada-
mente justo en realidad. Pero... por ejemplo, no es costumbre de ninguna
revista pagar la primera colaboración. ¿Me entiende? La verdad es que, en
tales casos, la revista es la beneficiaria. [El señor Ladilla sonrió de manera
insulsa mientras subrayaba la palabra "beneficiaria".] En la mayor parte
de los casos, nos pagan a nosotros por la publicación de una primera obra,
especialmente en verso. En segundo lugar, señor Bob, la norma de la
revista es no desembolsar jamás lo que en Francia denominan argent
comptant: sin duda usted me entiende. Pasados tres o seis meses de la
publicación del artículo -o pasado un año o dos- no tenemos objeción
alguna contra un pagaré a nueve meses, siempre que podamos arreglar
nuestras cosas de manera de poder liquidarlo a los seis meses. Realmente
espero, señor Bob, que esta explicación lo satisfaga. Aquí se detuvo con
los ojos húmedos.
Apenado en el fondo del alma por haber herido, aunque fuera sin in-
tención, a un hombre tan eminente y tan sensible, me apresuré a discul-
parme y a tranquilizarlo expresándole mi total coincidencia con sus puntos
de vista, así como mi comprensión cabal de la situación delicada en que
se hallaba. Habiendo manifestado todo eso de manera clara y precisa, me
despedí.
No mucho después, una bella mañana, "me desperté siendo famoso".
La difusión de mi renombre podrá apreciarse mejor si hago referencia a
las opiniones periodísticas de ese día que, como se verá, aparecían bajo la
forma de reseñas críticas del número del Almíbar que contenía mi poema
y eran totalmente satisfactorias, concluyentes y claras, con la excepción
de la inscripción en jeroglífico adjunta a todas ellas: "Sep. 15-1-t."
El Lechuzón, periódico de gran sagacidad y conocido por la reflexiva
seriedad de sus opiniones literarias, decía:
"¡El Almíbar! El número de octubre de esta deliciosa revista supera
29
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
a todos los que lo precedieron y desafía cualquier intento de compe-
tencia. En la belleza de la tipografía y el papel, en el número y la
excelencia de sus grabados y en el mérito literario de sus colaboracio-
nes, el Almíbar eclipsa a sus lerdos rivales como Hiperión al sátiro. Es
cierto: la fatuidad del Plumífero, el Camorrero y el Ganso Intoxicado no
tiene igual, pero en todos los otros aspectos ¡no hay como el Almíbar!
Excede nuestra comprensión cómo este aplaudido periódico puede
soportar costos evidentemente enormes. Sin duda, tiene una
circulación de 100.000 ejemplares y su lista de suscriptores ha aumen-
tado en un veinticinco por ciento en el último mes, pero por otro lado,
las sumas que desembolsa permanentemente para pagar las colabora-
ciones son inconcebibles. Se comenta que Taimado recibió nada menos
que treinta y siete centavos y medio por su incomparable artículo sobre
`Los Cerdos'. Con el señor Ladilla como director y plumas tales como
ESNOB y Taimado entre los colaboradores, la palabra `fracaso' no
existe para el Almíbar. i Vaya y suscríbase! Sep.15-l-t."
Debo admitir que me halagó una reseña escrita con estilo tan elegan-
te en una publicación tan respetable como el Lechuzón. Además, el hecho
de que mi nombre, es decir mi nom de guerre, precediera al del gran Tai-
mado era un acontecimiento tan feliz como merecido.
Acto seguido, llamaron mi atención los siguientes párrafos del Rena-
cuajo, publicación conocida por su rectitud e independencia, por su falta
total de adulonería y ciega sumisión ante los que ofrecen banquetes.
"El número de octubre del Almíbar está en la vanguardia de todos
sus contemporáneos y los supera, desde luego, en el esplendor de su
ornamentación así como en la riqueza de su contenido. Debemos
admitir que la fatuidad del Plumífero, el Camorrero y el Ganso
Intoxicado no tiene igual, pero en todos los otros aspectos ¡no hay
como el Almíbar! Excede nuestra comprensión cómo este aplaudido
periódico puede soportar costos evidentemente enormes. Sin duda,
tiene una circulación de 200.000 ejemplares y su lista de suscriptores
ha aumentado en un treinta por ciento en la última quincena pero, por
otro lado, las sumas que desembolsa mensualmente para pagar las
30
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
colaboraciones son aterradoras. Se ha sabido que el señor Chapurreo
recibió nada menos que cincuenta centavos por su recién publicada
`Monodia en un charco de barro'.
"Entre los colaboradores originales del presente número se desta-
can (además de Ladilla, su eminente director) hombres como ESNOB,
Taimado y Chapurreo. Más allá de los editoriales, lo más precioso a
nuestro juicio, empero, es esa joya poética firmada por Esnob acerca
de la `Crema de Bob', aunque nuestros lectores no deben inferir por la
similitud del título que este bijou sin par se parezca en algo a los
garabatos que escribió sobre el mismo tema un individuo despreciable
cuyo nombre ofende los oídos refinados. El actual poema acerca de la
`Crema de Bob' ha despertado curiosidades universal con respecto al
dueño de evidente seudónimo. `Esnob' es el nom de plume del señor
Bagatela Bob, vecino de esta ciudad y pariente del señor Bagatela
(cuyo nombre lleva), ciudadano vinculado con las más ilustres familias
de nuestro estado. Su padre, don Thomas Bob, es un rico comerciante
de Fatua. Sep. 15-l t."
Tan generoso elogio conmovió mi corazón, muy especialmente por-
que provenía de una fuente de pureza tan impoluta, tan proverbial como
el Renacuajo. Aplicada a la "Crema de Bob" escrita por Mosca, la palabra
"garabatos" me pareció particularmente cáustica y conveniente. No obs-
tante, las palabras "joya" y "bijou", utilizadas con referencia a mi propia
obra, me parecieron algo débiles. Me daba la impresión de que les faltaba
vigor. No eran suficientemente prononcés (como decimos en Francia).
Apenas había terminado de leer el Renacuajo, cuando un amigo me
acercó un ejemplar del Topo, diario que gozaba de gran reputación por la
agudeza de su percepción en general y por el abierto, honesto y elevado
estilo de sus editoriales. El Topo se refirió al Almíbar en los términos
siguientes:
"Acabamos de recibir el Almíbar de octubre y debemos decir que
nunca antes un número de periódico nos había producido semejante
placer. Lo decimos con toda intención. El Plumífero, el Camorrero y el
Ganso Intoxicado deberían cuidar sus laureles. Sin duda, estas publica-
31
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
ciones superan a todas en la ostentación de sus pretensiones, pero en
los otros aspectos, ¡no hay como el Almíbar! Excede nuestra compren-
sión cómo este aplaudido periódico puede soportar costos evidente-
mente enormes. Sin duda, tiene una circulación de 300.000 ejemplares
y su lista de suscriptores ha aumentado en un cincuenta por ciento en
la última semana pero, por otro lado, las sumas que desembolsa men-
sualmente para pagar las colaboraciones son enormes. Sabemos de
buena fuente que el señor Charlatán recibió nada menos que sesenta y
dos centavos por su novela intimista El repasador de cocina.
"Las colaboraciones del número que tenemos ante nosotros son
del propio Ladilla (eminente director), de ESNOB, Chapurreo, Charlatán
y otros pero, después de las inimitables obras del propio director, nos
quedamos con esa alhaja salida de la pluma de un poeta en ciernes
cuyo seudónimo es `Esnob', nom de guerre al que auguramos un brillo
que algún día hará sombra al afamado `Boz'7. Nos han informado que `ESNOB' es un tal señor No sé cuánto, único heredero de un opulento
comerciante de esta ciudad, don Thomas Bob, y pariente cercano del
distinguido señor Bagatela. El título del admirable poema del señor
Bob es `Crema de Bob' elección algo afortunada, permítasenos decir
de paso, ya que un despreciable vagabundo relacionado con la prensa
fácil ha ofendido a la ciudad con otras líneas deleznables sobre el
mismo tema. Pero no hay cuidado: es imposible confundir las dos
obras. Sep. 15-l t."
La generosa aprobación de un periódico tan clarividente como el
Topo llenó mi corazón de alborozo. La única objeción que me vino a la ca-
beza fue que la expresión "despreciable vagabundo" podría haberse mejo-
rado de este modo: "sinvergüenza, granuja y despreciable vagabundo".
Me parece que hubiera sonado mejor. Por otra parte, debe admitirse que
el término "alhaja" apenas tiene intensidad suficiente para expresar lo que
el Topo evidentemente pensaba del brillo propio de la "Crema de Bob".
La misma tarde en que vi las reseñas del Lechuzón, el Renacuajo y el
Topo tuve oportunidad de leer un ejemplar del Jején, periódico cuya gran
7 Boz, seudónimo de Dickens cuando colaboraba con el Morning Chronicle. [N. de la T.]
32
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElucidez era proverbial. Allí se decía lo siguiente:
"¡El Almíbar! El número de octubre de esta espléndida revista ya
está al alcance del público. Toda cuestión de preeminencia queda des-
cartada definitivamente y, de aquí en adelante, sería francamente ri-
dículo que el Plumífero, el Camorrero o el Ganso Intoxicado hicieran
ninguno de sus espasmódicos esfuerzos por competir. Estos periódicos
podrán superarlo en sus clamores pero, ino hay como el Almíbar! Es
imposible comprender cómo esta célebre revista puede soportar
gastos evidentemente enormes. Es cierto que cuenta con una
circulación de medio millón de ejemplares y que sus suscriptores han
crecido en un setenta y cinco por ciento en los últimos días, pero las
sumas que desembolsa mensualmente en retribución por las
contribuciones que publica son inverosímiles. Sabemos, por ejemplo,
que la señorita Plagio recibió no menos de ochenta y cinco centavos
por su último y valioso cuento titulado `El saltamontes de la ciudad de
York y el saltaparedes de Bunker-Hill'.
"Las contribuciones más meritorias del presente número son, des-
de luego, las que firma el director (el eminente Ladilla), pero también
hay artículos magníficos firmados por nombres de la talla de ESNOB, la
señorita Plagio, Taimado, la señora Mentirillas, Chapurreo, la señora
Fiasco y, por último, aunque no menos egregio, el de Charlatán. Seme-
jante pléyade de genios constituye un desafío para el mundo entero.
"No se nos oculta que el poema firmado por ESNOB recibió elogios
universales y estamos obligados a manifestar que, si cabe, merece aún
más encomio. Esta obra maestra de la elocuencia y el arte se titula
'Crema de Bob'. Algún lector recordará tal vez vagamente, aunque con
fastidio, un poema (?) de título similar, obra de un cagatintas
miserable, un pordiosero y asesino que, según tenemos entendido,
trabaja en uno de esos indecentes periodicuchos de los suburbios. A
ese lector le rogamos, por amor de Dios, que no confunda a los dos
autores. Por lo que sabemos, el autor de `Crema de Bob' es don No sé
cuánto Bob, caballero de enorme talento y vasta erudición. `Esnob' es
un mero nom de guerre. Sep. 15-l t."
33
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Apenas si puedo contener mi indignación cuando leí las últimas líneas
de esta diatriba. Para mí era claro como el agua que la manera ambigua,
por no decir amable, con el que el Jején se refería a ese cerdo, el director
del Mosca Viajera, sólo podía provenir de una complicidad con Mosca, a
quien el Jején quería encumbrar a mis expensas. Hasta con los ajos
cerrados, cualquiera podía darse cuenta de que si la intención real del
Jején hubiera sido la pretendida, el artículo se habría expresado en térmi-
nos más directos, más cáusticos y muchísimo mas atinados. Las palabras
'cagatintas", "pordiosero" y "asesino" eran epítetos tan equívocos e
inexpresivos que sonaban peor que nada aplicados al autor de las más
execrables estrofas que hayan salido de pluma humana alguna. Nadie
ignora cómo se puede "utilizar la parquedad como crítica indirecta" y
¿quién podría dejar de advertir aquí el encubierto propósito de utilizar la
reticencia como condena eufemística?
Pero si bien lo que el Jején tenía que decir del Mosca Viajera no era de
mi incumbencia, sí lo era lo que decía de mí. Después de los elogios del
Le-chuzón, el Renacuajo y el Topo con respecto a mis dotes, era
demasiado tener que soportar la frialdad con que el Jején se refería a mí,
calificándome de mero "caballero de enorme talento y vasta erudición". i
Caballero!
Instantáneamente, decidí obtener excusas por escrito o llevar las co-
sas al terreno del honor.
Imbuido de este propósito, busqué entre mis amigos alguien a quien
pudiera confiar un mensaje para su señoría, el director del Jején y, puesto
que el director del Almíbar me había dado muestras de su estima, decidí
solicitar su asistencia.
Jamás llegué a explicarme de manera satisfactoria para mi propio en-
tendimiento la actitud y el semblante del señor Ladilla mientras escuchaba
la exposición de mis propósitos. Repitió la escena de la campanilla y el
garrote, sin omitir el pato. En un momento creí que realmente iba a lan-
zarse a graznar. Pero, al igual que la primera vez, el acceso cedió y Ladilla
comenzó a actuar y a hablar de manera racional. Rechazó, sin embargo,
ser portador del desafío y, de hecho, hasta me disuadió de enviarlo, pero
fue lo bastante sincero como para admitir que el Jején había cometido un
error imperdonable, especialmente en lo que concernía a la expresión
34
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE"caballero de enorme talento y vasta erudición".
Hacia el final de la entrevista, el señor Ladilla, que realmente parecía
tener interés paternal en mi persona, me sugirió que podía ganar algún di-
nero honradamente y procurar a la vez el aumento de mi reputación si, de
tanto en tanto, hacía de Thomas Hawk para el Almíbar.
Le solicité que me informara quién era el tal Thomas Hawk, y cómo
se suponía que yo podía hacer su papel.
En ese momento el señor Ladilla abrió los ojos desmesuradamente
(como decimos en Alemania) pero, recuperado por fin de un profundo
ataque de estupefacción, manifestó que había usado las palabras "Thomas
Hawk" para evitar la vulgaridad de mencionarlo como Tommy, pero
que se trataba simplemente de Tommy Hawk, o tomahawk, y que la
expresión "hacer de tomahawk" significa despellejar, intimidar o aniquilar
de alguna manera al rebaño de pobres diablos que publican.
Aseguré a mi protector que, si sólo se trataba de eso, me resignaría a
hacer el papel de Thomas Hawk. Acto seguido, el señor Ladilla expresó su
deseo de que aniquilara de inmediato al director del Mosca Viajera uti-
lizando el estilo más feroz que estuviera a mi alcance como prueba feha-
ciente de mis posibilidades. Así lo hice sin pérdida de tiempo en una
reseña de la "Crema de Bob" original que ocupó treinta y seis páginas del
Almíbar. Hacer de Thomas Hawk me resultó mucho menos difícil que hacer
poemas, porque desarrollé un sistema que me permitió desempeñar mi
tarea con suma facilidad. El procedimiento era el siguiente. En un remate,
compré ejemplares (baratos) de los discursos de Lord Brougham, de las
obras completas de Cobbet, del nuevo diccionario de slang, del Arte de la
Injuria, del Método de la Diatriba (edición infolio) y de La Lengua, de Lewis
G. Clarke. Desmenucé concienzudamente estas obras, luego las pasé por
un cedazo para no dejar nada que pudiera parecer decente (una insignifi-
cancia), y separé las frases más duras colocándolas en un pimentero de
orificios longitudinales, de modo que una frase entera pudiera pasar por la
abertura sin dañarse. La mezcla quedó así pronta para el uso. Cuando ya
estaba listo para hacer de Thomas Hawk, bauticé un pliego de papel con
clara de huevo de ganso y luego desmenucé también la obra que debía re-
señar como antes lo había hecho con los libros, sólo que con más cuidado
para que cada palabra quedara separada. Mezclé los últimos trozos con
35
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElos primeros, corrí la tapa del pimentero y espolvoreé bien la mezcla sobre
el pliego ungido, donde quedó pegada. El efecto logrado era hermosísimo.
Seductor. De hecho, con esta simple receta logré que me aceptaran rese-
ñas sin parangón que maravillaron al mundo entero. Al principio, por pura
timidez -producto de la inexperiencia-, me perturbó cierta incoherencia, un
aire bizarre (como decimos en Francia) que se desprendía de la
composición. No todas las frases coincidían (como decimos en anglosajón).
Algunas eran bastante deformes. Otras estaban incluso al revés, y de
estas últimas no quedaba ninguna incólume en cuanto al efecto, a excep-
ción de los párrafos del señor Lewis Clarke, tan vigorosos y sólidos que
ninguna posición lograba disminuirlos y resultaban siempre satisfactorios
y felices, patas arriba o patas abajo.
Es difícil establecer qué fue del director del Mosca Viajera después de
mi crítica sobre su "Crema de Bob". La conclusión más razonable es que
lloró tanto que acabó por morirse. Como sea, desapareció de inmediato de
la faz de la Tierra, y desde entonces nadie ha visto ni siquiera su espectro.
Habiendo llevado a buen término todo este asunto, y aplacadas las
Furias, me convertí de golpe en el preferido del señor Ladilla. Me otorgó su
confianza, me concedió empleo permanente en el Almíbar como Thomas
Hawk y, como no podía pagarme un sueldo por el momento, me permitió
aprovechar su tutela a discreción.
- Querido Bagatela -me dijo un día después de comer-, respeto sus
aptitudes y lo quiero como a un hijo. Será usted mi heredero. Le dejaré el
Almíbar como legado cuando me muera. Entretanto haré un hombre de
usted, siempre que siga mis consejos. El primero que le doy es que debe
quitarse de encima a ese viejo fastidioso.
-¿A quién? -pregunté.
- Su padre.
- Comprendo -dije.
-Tiene que labrar su fortuna, Bagatela -explicó el señor Ladilla-, y el
autor de sus días es como una rueda de molino atada a su cuello. De-
bemos deshacernos de él. [Aquí saqué mi navaja.] Debemos deshacernos
de él -continuó Ladilla- de una vez y para siempre. Es una carga. No sirve.
Bien pensado, debería darle un buen par de puntapiés o de bastonazos,
ahuyentarlo de algún modo.
36
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-¿Qué le parece -dije con pudor- si empiezo por darle un par de
puntapiés, después unos bastonazos y termino retorciéndole la nariz? El
señor Ladilla me miró pensativamente algunos momentos y contestó:
-Opino, señor Bob, que lo que usted propone sería suficiente, más
que suficiente en cierto caso, pero un barbero es hueso duro de roer y me
parece que, en líneas generales, después de haber sometido a Thomas
Bob a las operaciones que usted sugiere, convendría dejarle los dos ojos
en compota, de manera concienzuda y eficaz, a fin de que no pueda
volver a verlo a usted en los lugares de moda. Después de eso, no creo
que usted pueda hacer más. Sin embargo, no sería desatinado revolcarlo
también
una o dos veces en el arroyo y entregarlo a la policía. A la mañana si-
guiente, usted puede presentarse en la comisaría y alegar un asalto.
Los bondadosos sentimientos hacia mi persona que ese excelente
consejo manifestaba me conmovieron en lo hondo, y no tardé en ponerlo
en práctica. En suma, que me libré del viejo fastidioso y empecé a disfru-
tar de mi condición de caballero y mi nueva independencia. No obstante,
la falta del dinero me originó cierta incomodidad durante algunas semanas
pero, a la larga, usando bien mis dos ojos para observar lo que se me
presentaba ante la nariz, caí en la cuenta de cómo tenía que manejar las
cosas. Nótese que digo "cosas", porque la palabra latina es rem. A propó-
sito, ya que hablamos de latín, ¿alguien puede decirme cuál es el significa-
do de quocunque, o de modo?
Mi plan era sumamente simple. Compré por una bagatela una dieci-
seisava parte del Mordiscón: eso fue todo. Ahí terminaba el plan y el
dinero entraba en mi bolsillo. Desde luego, hubo algunas disposiciones
posteriores, pero eso no formaba parte del plan. Eran una consecuencia
de él, un efecto. Por ejemplo, compré una pluma, papel y tinta y me su-
mergí en una furiosa actividad. Una vez terminado el artículo, le puse por
título "FOL LOL", por el autor de "Crema de Bob" y lo envié al Ganso Into-
xicado. Como esa revista lo tildaría de "tartajeo" en el "Correo mensual de
los Lectores", cambié el encabezamiento por "Cataplín Cataplero", por el
señor No sé cuánto, autor de la oda a la "Crema de Bob" y director del
Mordiscón. Con esta enmienda, volví a enviarlo al Ganso Intoxicado y me
dediqué a publicar diariamente en el Mordiscón mientras aguardaba la
37
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POErespuesta, lo que podría denominarse una investigación fisiológica y ana-
lítica a seis columnas de los méritos literarios del Ganso Intoxicado, así
como los méritos personales de su editor. Al cabo de una semana, el Gan-
so Intoxicado descubrió que, por un error inexplicable, había "confundido
un estúpido artículo titulado `!Hola Jején!' y firmado por un don nadie con
una joya de brillo resplandeciente escrita por el señor No sé cuánto, el
celebrado autor de la `Crema de Bob"' . La publicación declaraba "que
lamentaba un accidente tan explicable" y por otra parte prometía la pu-
blicación del genuino "i Hola Jején!" en el número siguiente.
La verdad es que en ese momento realmente pensé, y no tengo
razón para pensar de otra manera ahora, que el Ganso Intoxicado se había
equivocado de veras. Con las mejores intenciones del mundo, nunca
conocí publicación alguna que cometiera tantos errores como el Ganso
Intoxicado. Desde ese mismo día le tomé simpatía, advertí la profundidad
de sus méritos literarios y no dejé de explayarme sobre ellos en el
Mordiscón en cuanta oportunidad se me presentaba. Y debe considerarse
como una curiosa coincidencia, una de esas coincidencias notables que
hacen meditar profundamente, que una modificación tan radical de mis
opiniones, un bouleversement (como decimos en francés) tan absoluto, un
trastocamiento (si se me permite utilizar un término vigoroso de los
choctaws) tan completo de mis opiniones por una parte y las del Ganso
Intoxicado por la otra parte, semejante vaivén, insisto, volviera a repetirse
muy poco después, en circunstancias muy parecidas, entre el Camorrero y
yo y entre el Plumífero y mi persona.
Así fue como, por un golpe maestro de genialidad, alcancé por fin el
triunfo "llenándome los bolsillos". Puede decirse sin faltar a la verdad ni a
la justicia que así comenzó esa carrera brillante y rica en acontecimientos
que luego me hizo famoso y que hoy me permite decir con Chateaubriand:
"He hecho historia (rai fait l'historie)".
Sí, he hecho historia. Desde esa precisa época que ahora evoco, mis
acciones -mis obras- son patrimonio de la humanidad. El mundo entero las
conoce. Es innecesario entonces abundar en detalles sobre mi vertiginoso
ascenso: la herencia del Almíbar, la fusión de éste con el Plumífero, la
posterior oferta de compra del Camorrero que me hizo propietario de los
tres periódicos, y el negocio final que ofrecí al único rival que subsistía,
38
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhasta que reuní toda la literatura de la región en una sola y magnífica re-
vista conocida en todas partes con el nombre de Camorrero, Almíbar,
Plumífero y Ganso Intoxicado
Sí. He hecho historia. Mi fama es universal. Llega hasta los lugares
más apartados del globo. Es imposible leer ningún periódico donde no se
halle una alusión al inmoral señor No sé cuánto. Que el señor No sé cuánto
dijo tal cosa, que No sé cuánto escribió tal otra, que el señor No sé cuánto
hizo esto o aquello. Pero soy modesto, y expiro con el corazón pleno de
humildad. Al fin y al cabo, ¿qué es eso indescriptible que los hombres
persisten en llamar "genio"? Concuerdo con Buffón (y con Hogarth): no es
más que maña.
¡Contempladme! i Cuánto esfuerzo, cuánto ahínco, cuánta obra! i Oh
dioses, lo que habré escrito! Nunca supe el significado de la palabra "des-
canso". Durante el día me sentaba ante un escritorio y por la noche -pálido
estudioso- consumía el aceite de mi lámpara. Deberíais haberme visto. Me
inclinaba a la derecha. Me inclinaba a la izquierda. Me adelantaba en el
asiento. Me apoyaba en el respaldo. Sentado, téte baissée (como dicen en
Kickapoo), se me cerraban los párpados sobre la página de alabastro. Y,
sobre todo, escribía. En la dicha y en la desdicha, escribía. Con hambre y
con sed, escribía. Con buena o mala reputación, escribía. Bañado por la luz
del sol y de la luna, escribía. Es innecesario decir qué escribía. ¡El estilo:
eso era todo para mí! Lo aprendí del ilustre Charlatán, ¡ejem! Y en este
mismo instante brindo a los lectores una muestra representativa.
CÓMO ESCRIBIR UN ARTÍCULO DE
BLACKWOOD
Supongo que todo el mundo ha oído hablar de mí. Mi nombre es
Signora Psyche Zenobia. Esto lo sé con seguridad. Sólo mis enemigos me
llaman Suky Snobbs. Me han asegurado que Suky es una vulgar corrupción
de Psyche, que es una palabra griega que significa "el alma" (esa soy yo,
soy toda espíritu) y, a veces, "una mariposa", lo que, sin duda, alude al
39
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEaspecto que tengo con mi nuevo traje de satén carmesí, con el mantelet
árabe azul cielo y las orlas de agraffas verdes, y los siete faralaes de
aurículas de color naranja. En cuanto a Snobbs..., cualquier persona que
se tomara la molestia de mirarme dos veces se daría cuenta de que mi
nombre no es Snobbs. Miss Tabitha Turnip propagó ese rumor, movida por
pura envidia. ¡Precisamente Tabitha Turnip! ¡La pobre infeliz! Pero, ¿qué
se podía esperar de un nabo como ella? Me pregunto si conocerá el viejo
adagio acerca de "sacar sangre de un nabo", etcétera (recordar: decírselo
en la primera ocasión que surja, recordar también tirarle de las narices).
¿Por dónde iba? ¡Ah! Me han asegurado que Snobbs no es más que una
corrupción de Zenobia, y que Zenobia fue una reina (igual que yo. El
Doctor Moneypenny siempre me llama la Reina de Corazones), y que
Zenobia, al igual que Psyche, es griego del bueno, y que mi padre era "un
griego", y que, en consecuencia, tengo derecho a mi patronímico, que es
Zenobia, y no Snobbs. La única que me llama Suky Snobbs es Tabitha
Turnip; yo soy la Signora Psyche Zenobia.
Como ya dije antes, todo el mundo ha oído hablar de mí. Yo soy esa
Signora Psyche Zenobia, tan justamente célebre como secretaria
corresponsal de la "Asociación Singular, Operativa, Moral de Bellas y
Retoños, Oficial de Salmodias Originales, Libros, Odontólogos, Tratados,
Estudios, Ditirambos, En Azote, de la Zafiedad, Universal, Localizada". El
Doctor Moneypenny fue el que se inventó el nombre, y dice que lo eligió
así porque suena grandioso, como un tonel de ron vacío. (Es un hombre
vulgar, que a veces..., pero es un hombre profundo.) Todos ponemos las
iniciales de la sociedad detrás de nuestros nombres, como lo hacen los
miembros de la R.S.A. (Real Sociedad de las Artes), de la S.D.U.K.
(Sociedad para la Difusión de Conocimientos Utiles), etcétera. El Doctor
Moneypenny dice que la "S" viene de rancio, y que "D.U.K." quiere decir
pato (lo que no es cierto), y que lo que significa "S.D.U.K." es pato rancio,
y no la sociedad de lord Brougham, pero, por otra parte, el Doctor
Moneypenny es un hombre tan raro, que nunca se sabe seguro cuándo
está diciendo la verdad. En cualquier caso, siempre añadimos al final de
nuestros nombres las siglas A. S. O. M. B. R. O. S. O. L. O. T. E. D. E. A. Z.
U. L. Es decir, "Asociación Singular Operativa, Moral, De Bellas y Retoños,
Oficial de Salmodias Originales, Libros, Odontólogos, Tratados, Estudios,
40
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEDitirambos, En Azote, de la Zafiedad, Universal, Localizada", una letra por
cada palabra, lo que introduce una clara mejora con respecto a lord
Brougham. El Doctor Moneypenny insiste en que las iniciales son toda una
definición de nuestro verdadero carácter, pero que me aspen si sé a lo que
se refiere.
A pesar de los buenos oficios del doctor y de los enormes esfuerzos
que hizo la asociación para hacerse notar, no tuvo un gran éxito hasta que
yo me uní a ella. La verdad es que los miembros utilizaban un tono
excesivamente frívolo en sus discusiones. Los papeles que se leían todos
los sábados por la tarde se caracterizaban más por su estupidez que por
su profundidad. No eran más que un revoltillo de sílabas. No existía
ninguna investigación acerca de las causas primeras, de los primeros
principios. De hecho, no existía investigación alguna acerca de nada. No
se prestaba ninguna atención al grandioso aspecto de la "Adecuación de
las Cosas". En pocas palabras, no había nadie que escribiera cosas tan
bonitas como éstas. Era todo de bajo nivel, ¡mucho! Carecía de
profundidad, de erudición, de metafísica, no había nada de lo que los
eruditos llaman espiritualidad y que los incultos han decidido estigmatizar
llamándolo jerga. (El doctor M. dice que "jerga" se escribe con "j"
mayúscula, pero yo sé lo que me hago.)
Cuando me uní a la sociedad, mi propósito era introducir un mejor
estilo tanto en el pensamiento como en los escritos, y todo el mundo sabe
hasta qué punto he tenido éxito. Conseguimos ahora tan buenas
publicaciones en la A. S. O. M. B. R. O. S. O. L. O. T. E. D. E. A. Z. U. L.
como se puedan encontrar incluso en Blackwood. Digo Blackwood, porque
me han asegurado que la mejor literatura sobre cualquier tema es la que
aparece en las páginas de la tan justamente celebrada revista. La
utilizamos ahora como modelo para todos nuestros temas, y, en
consecuencia, estamos consiguiendo una gran notoriedad a gran
velocidad. Y, después de todo, tampoco es tan difícil componer un artículo
con el sello de Blackwood, siempre y cuando uno se tome la cuestión con
seriedad. Por supuesto que no me refiero a los artículos políticos. Todo el
mundo sabe cómo se hacen éstos, desde que el Doctor Moneypenny nos
lo explicó. El señor Blackwood tiene unas tijeras de sastre y tres
41
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEaprendices a sus órdenes. Uno de ellos le alcanza el Times, otro el
Examiner y el tercero el "Nuevo compendio de Argot Moderno de Gulley".
El señor B. se limita a cortar y entremezclar. Eso queda hecho
rápidamente. Todo consiste en mezclar un poco del Examiner, "Argot
Moderno" y el Times, después otro poquito del Times, "Argot Moderno" y
del Examiner y después del Times, el Examiner y "Argot Moderno".
Pero el mérito fundamental de la revista radica en la variedad de sus
artículos; y de, entre éstos, los mejores vienen bajo el encabezamiento de
lo que el señor Moneypenny llama las "Bizarreríes" (lo que quiera que
pueda significar eso), y el resto de la gente llama las intensidades. Este es
un tipo de literatura que aprendí a apreciar hace largo tiempo, aunque
sólo a raíz de mi última visita al señor Blackwood (como representante de
la sociedad) he llegado a conocer el método exacto de su creación. El
método es muy sencillo, aunque no tanto como el de los artículos
políticos. Cuando llegué a ver al señor B. y una vez que le hice saber los
deseos de la Sociedad, me recibió con gran cortesía, llevándome a su
estudio y dándome una clara explicación de la totalidad del proceso.
Mi querida señora dijo él, evidentemente impresionado por mi
aspecto majestuoso ya que llevaba puesto el traje de satén carmesí, con
las agraffas verdes y las aurículas de color naranja.
Mi querida señora dijo él, siéntese. La cuestión parece ser ésta: en
primer lugar, su escritor de intensidades debe utilizar una tinta muy
negra, y una pluma muy grande, con un plumín muy romo. ¡Y fíjese usted
bien, Miss Psyche Zenobia! continuó, después de una pausa, con gran
energía y solemnidad. ¡Fíjese usted muy bien! ¡Esa pluma jamás-debe-ser-
arreglada! Ahí, madame, está el secreto, el alma de la intensidad. Yo me
atrevo a decir que ni un solo individuo, por muy genial que haya sido, ha
escrito jamás con una buena pluma, entiéndame usted, un buen artículo.
Puede usted partir del supuesto de que cuando un manuscrito se puede
leer, no vale la pena leerlo. Este es el principio guía de nuestra fe, y si no
está usted de acuerdo con él, habremos de dar por terminada nuestra
entrevista.
42
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Hizo una pausa. Pero como yo, por supuesto, no tenía ningún deseo
de dar por terminada la entrevista, acepté aquella proposición tan
evidente, que era además una verdad de la que había sido consciente
desde siempre. El pareció satisfecho y siguió con su perorata.
Puede parecer pedante por mi parte, Miss Psyche Zenobia, el
recomendarle un artículo, o una serie de artículos a guisa de modelo o
materia de estudio, y aun así, no obstante, tal vez fuera lo mejor que le
señalara unos cuantos casos. Veamos. Estaba el "muerto viviente", ¡algo
fantástico! Era el relato de las sensaciones de un caballero que había sido
enterrado antes de que la vida hubiera abandonado su cuerpo... Estaba
repleta de buen gusto, terror, sentimiento, metafísica y erudición. Hubiera
uno jurado que su autor había nacido y había sido criado en el interior de
un ataúd. También tuvimos las "Confesiones de un comedor de Opio".
¡Espléndido, realmente espléndido! Una imaginación gloriosa, filosofía
profunda, agudas especulaciones, abundancia de fuego y de furia, todo
bien sazonado con toques de lo ininteligible. Aquello era una cháchara de
la buena y la gente se la tragó encantada. Tenían la impresión de que
Coleridge era el autor, pero no era así. Fue creado por mi babuino
preferido, Juniper, con la ayuda de una jarra de Hollands con agua,
"caliente y sin azúcar". (Esto me hubiera costado trabajo creerlo si me lo
hubiera contado una persona que no fuera el señor Blackwood, que me
aseguró que era cierto.) Estaba también "El Experimentalista
Involuntario", que trataba de un caballero que fue asado en un horno, y
salió vivo y en buen estado, si bien, desde luego, muy hecho. Estaba
también "El Diario de un Doctor Extinto", cuyo mérito radicaba en la
presencia de magníficos disparates y una indiscriminada utilización del
griego, ambos muy del gusto del público. También estaba "El hombre de
la campana", que, dicho sea de paso, Miss Zenobia, es una obra que no
puedo dejar de recomendar a su atención. Es la historia de una persona
joven, que se queda dormida bajo el badajo de la campana de una iglesia
y es despertada por el sonar de la campana tocando a funeral. El sonido le
vuelve loco, y, en consecuencia, saca su cuadernito y nos describe sus
sensaciones. Después de todo, lo fundamental son las sensaciones, que
supondrán para usted diez guineas la página.Si desea usted escribir con
fuerza, Miss Zenobia, preste minuciosa atención a las sensaciones.
43
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Eso mismo haré, Mr. Blackwood dije yo.
¡Magnífico! replico. Ya veo que es usted un discípulo de los que a mí
me gustan. Pero debo ponerla au fait en conocimiento de los detalles
necesarios para la composición de lo que podríamos llamar un genuino
artículo de Blackwood con el sello de lo sensacional, del tipo que supongo
que usted comprenderá que considero el ideal bajo cualquier
circunstancia.
El primer requisito a cumplir es el meterse uno en una situación en
la que nadie haya estado antes. El horno, por ejemplo... ese fue un
verdadero éxito. Pero si no tiene usted a mano un horno, o una campana
grande, y si no le resulta cómodo caerse desde un globo, o que se le
trague la tierra en un terremoto, o quedarse atascada en una chimenea,
tendrá que conformarse con imaginarse una situación semejante. Yo
preferiría, no obstante, que viviera usted la experiencia en cuestión. Nada
ayuda tanto a la imaginación como un conocimiento experimental del
asunto a tratar. "La verdad es extraña", sabe usted, "más extraña que la
ficción", aparte de ser mucho más apropiada.
Al llegar aquí le aseguré que tenía un magnífico par de ligas y que
pensaba colgarme de ellas en la primera oportunidad.
¡Espléndido! replicó él, hágalo; aunque ahorcarse está ya algo visto.
Tal vez pueda usted hacer algo mejor. Tómese una buena dosis de
píldoras de Brandreth y después venga a explicarnos sus sensaciones. No
obstante, mis instrucciones se aplican exactamente igual a cualquier caso
de desgracia o accidente, y es perfectamente fácil que antes de llegar a su
casa, le golpeen en la cabeza, la atropelle un autobús o le muerda un
perro rabioso, o se ahogue en una alcantarilla. Pero continuemos con lo
que íbamos diciendo.
Una vez decidido el tema, debe usted tomar en consideración el
tono o estilo de su narración. Existe, por supuesto, el tono didáctico, el
tono entusiasta, el tono natural, todos suficientemente conocidos. Pero
también está el tono lacónico, o seco, que se ha puesto de moda
últimamente. Consiste en escribir con frases cortas. Algo como esto:
44
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POENunca se es demasiado breve. Nunca, demasiado mordaz. Siempre, un
punto. Jamás, un párrafo.
También está el tono elevado, difuso e interjectivo. Algunos de
nuestros mejores novelistas son adictos a este estilo. Todas las palabras
deben ser como un torbellino, como una peonza sonora, y sonar de forma
muy parecida, lo que suple muy bien a la falta de significado. Este es el
mejor estilo que se debe adoptar cuando el escritor tiene demasiada prisa
para pensar.
También es bueno el tono metafísico. Si conoce usted palabras
ampulosas, ahora es el momento de utilizarlas. Hable de las escuelas
Jónica y Eleática, de Architas, Gorgias y Alcmaeon. Diga algo acerca de lo
subjetivo y de lo objetivo. Insulte, por supuesto, a un hombre llamado
Locke. Desdeñe usted todo en general, y si algún día se le escapa algo un
poco demasiado absurdo, no tiene porque tomarse la molestia de borrarlo,
añada simplemente una nota a pie de página, diciendo que está usted en
deuda por la profunda observación citada arriba con la "Kritik der reinem
Vernunf", o con "Metaphysische Anfangsgründe der Naturwissenschaft".
Esto le hará parecer erudita y... y... sincera.
Hay varios otros tonos igualmente célebres, pero mencionaré tan
sólo dos más, el tono trascendental y el tono heterogéneo. En el primero,
todo consiste en ver la naturaleza de las cosas con mucha más
profundidad que ninguna otra persona. Esta especie de don del tercer ojo
resulta muy eficaz cuando se aborda adecuadamente. Leer un poco el Dial
le ayudará a usted mucho. Evite usted en este caso las palabras
altisonantes. Utilícelas lo más pequeñas posibles y escríbalas al revés.
Ojee los poemas de Channing y cite lo que se dice acerca de un "pequeño
hombrecillo gordo con una engañosa demostración de Can". Introduzca
algo acerca de la Unidad Suprema. No diga ni una sola palabra acerca de
la Dualidad Infernal. Sobre todo, trabaje con insinuaciones. Insinúelo todo,
no afirme nada. Si tuviera usted el deseo de escribir "pan y mantequilla"
no se le ocurra hacerlo de una forma directa. Puede usted decir todo lo
que se aproxime al "pan y mantequilla". Puede hacer insinuaciones acerca
del pastel de trigo negro, e incluso puede usted llegar a hacer
insinuaciones acerca del "porridge", pero si lo que quiere usted decir de
45
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEverdad es pan y mantequilla, sea usted prudente, mi querida Miss Psyche
y bajo ningún concepto se le ocurra a usted decir "pan y mantequilla".
Le aseguré que jamás lo haría en toda mi vida. Me besó y continuó
hablando:
En cuanto al tono heterogéneo, no es más que una juiciosa mezcla,
a partes iguales, de todos los demás tonos del mundo, y consiste, por lo
tanto, en una mezcla de todo lo profundo, extraño, grandioso, picante,
pertinente y bonito.
Supongamos entonces que usted ya ha decidido el tema y el tono a
utilizar. La parte más importante, de hecho, el alma de la cuestión, está
aún por hacerse. Me refiero al relleno. No es lógico suponer que una
Dama, ni tampoco un caballero, si a eso vamos, haya llevado la vida de un
ratón de biblioteca. Y, no obstante y por encima de todo, es necesario que
el artículo tenga un aire de erudición, o al menos pueda ofrecer pruebas
de que su autor ha leído mucho. Ahora le explicaré cómo hay que hacer
para lograr ese aire. ¡Fíjese! dijo, sacando tres o cuatro volúmenes de
aspecto ordinario y abriéndolos al azar. Echando un vistazo a casi
cualquier libro del mundo, podrá usted percibir de inmediato la existencia
de pequeñas muestras de cultura o de belespritismo, que son
precisamente lo que hace falta para sazonar adecuadamente un artículo
modelo Blackwood. Podría usted ir apuntando unos cuantos, según se los
voy leyendo. Voy a hacer dos divisiones: en primer lugar, Hechos Picantes
para la Elaboración de Símiles, y, en segundo lugar, Expresiones Picantes
para Ser Introducidas Cuando la Ocasión lo Requiera. ¡Ahora escriba!
Y yo escribí lo que él dictaba.
HECHOS PICANTES PARA HACER SÍMILES. "Originalmente, no había
más que tres musas, Melete, Mneme, Aoede: meditación, memoria y
canto", Puede usted sacar mucho partido de ese pequeño hecho si lo
utiliza adecuadamente. Debe saber que no es un hecho demasiado
conocido y parece recherché. Debe usted poner mucha atención en
ofrecer el dato con un aire de total improvisación.
46
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Otra cosa. "El río Alpheus pasaba por debajo del mar y resurgía sin
que hubiera sufrido merma la pureza de sus aguas." Un tanto manido, sin
duda, pero si se adorna y se presenta adecuadamente, parecerá más
fresco que nunca.
Aquí hay algo mejor. "El Iris Persa parece poseer para algunas
personas un aroma muy fuerte y exquisito, mientras que para otras
resulta totalmente carente de olor." Esto es espléndido y... ¡muy delicado!
Se altera un poco y puede dar un resultado prodigioso. Vamos a buscar
algo más en el terreno de la botánica. Nada da mejor resultado que eso,
especialmente con la ayuda de un poco de latín. ¡Escriba!
"El Epidendrum Flos Aeris, de Java. Tiene una flor de extraordinaria
belleza y sobrevive aun cuando ha sido arrancada. Los nativos la cuelgan
del techo y disfrutan de su fragancia durante años." ¡Esto es magnífico!
Con esto ya tenemos suficientes símiles. Procedamos ahora con las
expresiones picantes.
EXPRESIONES PICANTES. "La Venerable novela China Ju-kiao-li."
¡Espléndido! Introduciendo estas pocas palabras con destreza, demostrará
usted su íntimo conocimiento de la lengua y literaturas chinas. Con la
ayuda de esto posiblemente pueda usted arreglárselas sin el árabe, el
sánscrito o el chicka-saw. No obstante, no se puede uno pasar sin algo de
español, latín y griego. Tendré que buscarle algún pequeño ejemplo de
cada uno. Cualquier cosa es suficiente, ya que debe usted depender de su
ingenio para hacer que encaje en su artículo. ¡Escriba!
"Aussi tendre que Zaire", tan tierno como Zaire; en francés. Alude a
la frecuente repetición de la frase la tendre Zaire, en la tragedia francesa
que lleva ese nombre. Adecuadamente introducida demostrará no sólo su
conocimiento de esta lengua, sino también la amplitud de sus lecturas y
de su ingenio. Puede usted decir, por ejemplo, que el pollo que estaba
comiendo (escriba un artículo acerca de cómo estuvo a punto de asfixiarse
por culpa de un hueso de pollo) no resultaba del todo aussi tendre Zaire.
¡Escriba!
Ven muerte tan escondida,
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CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Que no te sienta venir
Porque el placer de morir
No me torne a dar la vida
Eso es español, de Miguel de Cervantes. Esto puede usted meterlo
muy à propos, cuando esté usted en los últimos espasmos de la agonía
por culpa del hueso de pollo. ¡Escriba!
"Il Pover' huomo che non se'n era accorto,
Andava combattendo, e era morto"
Esto, como sin duda habrá notado, es italiano, de Ariosto. Significa
que un gran héroe, en el ardor del combate, sin darse cuenta de que
estaba muerto, seguía luchando, muerto como estaba. La aplicación de
esto a su propio caso es evidente, ya que espero, Miss Psyche, que dejará
usted pasar al menos una hora y media antes de morir ahogada por el
hueso de pollo. ¡Escriba, por favor!
"Und sterb', isch doch, so sterb'ich denn
Durch sie durch sie!"
Esto es alemán de Schiller. "Y si muero, al menos muero por ti... ¡por
ti!" Aquí es evidente que se dirige usted a la causa de su desastre, el
pollo. De hecho, ¿qué caballero (o si a eso vamos, qué dama) con sentido
común no moriría, me gustaría saber, por un capón bien engordado de la
raza Molucca, relleno de alcaparras y setas, y servido en una ensaladera
con gelatina de naranja en mosaiques? ¡Escriba! (Los sirven preparados
así en Tortoni's.) ¡Escriba, hágame el favor!
Aquí hay una bonita frase en latín, que además es rara (uno no
puede ser demasiado recherché ni breve al hacer citas en latín, se está
haciendo tan vulgar...): ignorantio elenchi. El ha cometido un ignorantio
elenchi, es decir, ha comprendido las palabras de lo que ha dicho usted,
pero no su contenido. El hombre es un tonto, ¿comprende? Algún pobre
idiota al que usted se dirige mientras se ahoga con el hueso de pollo, y
que, por lo tanto, no sabe de lo que estaba usted hablando. Tírele a la cara
el ignorantio elenchi e instantáneamente le habrá usted aniquilado. Si osa
replicar, puede usted hacerle una cita de Lucano (aquí está), que los
48
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdiscursos no son más que anemonae verborum, palabras anémona. La
anémona, a pesar de sus brillantes colores, carece de olor. O si empieza a
ponerse violento, puede caer sobre él con insomnia Jovis, el arrobamiento
jupiteriano, una frase que Silius Itálicus (fíjese, aquí) aplica a las ideas
pomposas y grandilocuentes. Esto, sin duda, le herirá en lo más vivo. No
podrá hacer nada mejor que dejarse caer y morir. ¿Tendría usted la
amabilidad de escribir?
En griego tenemos que buscar algo bonito, por ejemplo, algo de
Demóstenes.
Anero jenwn cai paclin macesetai
Existe una traducción tolerablemente buena de esto en Hudibras,
"Porque aquel que huye puede volver a luchar.
Lo que jamás podría hacer el que ha sido muerto."
En un artículo Blackwood, nada queda tan bien como el griego.
¡Observe tan sólo, Madame, el aspecto astuto de esa épsilon! ¡Esa "pi"
debería, sin duda, ser obispo! ¿Puede haber alguien más listo que esa
omicrón? ¡Fíjese en esa tau! En pocas palabras, no hay nada como el
griego para un artículo de verdadera sensación. En el caso presente, la
aplicación que puede usted hacer de esto es de lo más evidente. Lance
usted la frase, junto con algún terrible juramento y a modo de ultimátum
al villano cabezota e inútil, que fue incapaz de comprender lo que le
estaba diciendo en relación con el hueso de pollo. El aceptará la
insinuación y se irá, puede usted estar segura.
Estas fueron todas las instrucciones que el Sr. B. pudo darme acerca
de aquel tema, pero, en mi opinión, eran más que suficiente. Al cabo de
un tiempo, fui capaz de escribir un genuino artículo de Blackwood y decidí
seguir haciéndolo a partir de entonces. Al despedirnos, el Sr. B. me
propuso comprarme el artículo una vez que lo hubiera escrito, pero como
no podía ofrecerme más que cincuenta guineas por hoja, decidí que sería
mejor dárselo a nuestra sociedad antes que sacrificarlo por una suma tan
escasa. A pesar de su tacañería, el caballero tuvo todo tipo de
consideración conmigo en los demás aspectos y me trató de hecho con la
49
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmayor educación. Sus palabras de despedida se grabaron profundamente
en mi corazón, y espero recordarlas siempre con gratitud.
Mi querida Miss Zenobia me dijo con los ojos inundados de lágrimas,
¿existe cualquier otra cosa que pueda yo hacer para favorecer el éxito de
su laudable labor? ¡Déjeme reflexionar! Cabe dentro de lo posible que no
pueda usted, en un cierto margen de tiempo, a... a... ahogarse, o...
asfixiarse con un hueso de pollo, o... o... ahorcarse, o... ser mordida por
un... ¡pero espere! Ahora que lo pienso, tenemos un par de espléndidos
bulldogs en el patio, unos animales magníficos, se lo aseguro, salvajes y
todo eso... de hecho, son justo lo que usted necesita. En cuestión de cinco
minutos se la habrán comido entera, con todo y aurículas (aquí tiene usted
mi reloj), y ¡piense usted tan sólo en las sensaciones! ¡Tom, Peter, aquí!
Dick, maldito seas, deja salir a ésos pero como yo realmente tenía mucha
prisa, y no podía perder ni un minuto más, tuve, muy para mi disgusto,
que acelerar mi partida y, en consecuencia, me despedí inmediatamente,
y de una manera algo más que brusca de lo que la cortesía recomienda en
otras circunstancias.
Mi objetivo fundamental, una vez terminada mi visita al señor
Blackwood, era el meterme en algún tipo de dificultad inmediatamente,
siguiendo sus recomendaciones, y con ese propósito pasé la mayor parte
del día vagando por Edimburgo, en busca de aventuras desesperadas,
aventuras que fueran adecuadas a la intensidad de mis emociones, y que
se adaptaran a las ambiciosas características del artículo que había
decidido escribir. Durante esta excursión me acompañaba un sirviente
negro, Pompey, y mi perrita faldera, "Diana", a la que había traído
conmigo desde Filadelfia. No obstante, no fue hasta bien entrada la tarde
cuando, por fin, tuve éxito en mi ardua empresa. Fue entonces cuando
ocurrió un importante suceso, cuya sustancia y resultados son los
referidos en el artículo de Blackwood que sigue.
MALAVENTURA
50
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
¿Qué es, buena señora, lo que os ha afligido así?
Comus.
Era una tarde tranquila y apacible cuando paseaba por la agradable
ciudad de Edina8. La confusión y el bullicio de las calles era terrible. Los
hombres hablaban. Las mujeres chillaban. Los niños tosían. Los cerdos
silbaban. Los carros crujían. Los toros bramaban. Las vacas mugían. Los
caballos relinchaban. Los gatos maullaban. Los perros bailaban. ¡Bailaban!
¿Será posible? ¡Bailaban! ¡Ay!, pensé, ¡mis días de baile ya pasaron! Así es
siempre. ¡Qué cantidad de pálidos recuerdos se despertarán siempre en la
mente del genio y la imaginación contemplativa!, especialmente de un
genio condenado a lo imperecedero, lo eterno, lo continuo y, como se po-
dría decir, la continua, sí, la continua y continuadam, amarga, acosadora,
turbadora y, si se me permite la expresión, la muy turbadora influencia de
lo sereno, lo divino, lo celestial, lo exaltante y elevado y purificante efecto
de lo que puede ser llamado lo más envidiable, lo más verdaderamente
envidiable, i no!, lo más benignamente bello, lo más deliciosamente etéreo
y, como si lo fuera, la más linda (si se me permite tan enfática expresión)
cosa (perdóneme, amable lector) del mundo, siempre me dejo llevar por
mis sentimientos. Con tal estado de ánimo, repito, ¡qué cantidad de re-
cuerdos se amontonan por una nadería! ¡Los perros bailaban! Yo, yo no
podía. Ellos retozaban, yo lloraba. Ellos brincaban, yo gemía. !Conmove-
doras circunstancias! que no pueden dejar de traer a la memoria del clá-
sico lector ese exquisito pasaje sobre la perfección de las cosas, que se
encuentra al comienzo del tercer volumen y esa admirable y venerable
novela china, el Yo-Voy-Lenta9.
En mi solitaria caminata por la ciudad tuve dos humildes pero fieles
compañeros. Diana, mi perra lanuda, i la más dulce de las criaturas! Tenía
gran cantidad de pelo sobre su único ojo y una cinta azul elegantemente
atada en su cuello. Diana no tenía más de cinco pulgadas de alto pero su
cabeza era algo más grande que su cuerpo, y su cola, cortada muy al ras,
8 Poéticamente, Edimburgo.9 "Jo-Go-Slow" en el original inglés.
51
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEle daba un aire de inocencia lastimada que al interesante animal le hacía
ganar la simpatía de todos.
Y Pompeyo, ¡mi negro!, ¿dulce Pompeyo!, ¿cómo podría olvidarte? Yo
me había tomado del brazo de Pompeyo. El tenía tres pies de alto (quiero
ser precisa) y como setenta años, o quizás ochenta. Tenía las piernas
combadas y era corpulento. Su boca no podría decirse pequeña, ni sus
orejas cortas. Sus dientes, sin embargo, eran como perlas y el blanco de
sus grandes ojos era delicioso. La naturaleza lo había privado de cuello y
había puesto sus tobillos (como es usual en esa raza) en el medio de la
parte superior de sus pies. Estaba vestido con impactante simplicidad. Sus
únicas vestimentas eran una faja de nueve pulgadas de alto y un gabán
casi nuevo que había pertenecido al alto, esbelto e ilustre doctor
Moneypenny. Era un buen gabán. Estaba bien cortado. Bien hecho. El
gabán era casi nuevo. Pompeyo lo sostenía con ambas manos para que no
se ensuciara.
Había tres personas en nuestro grupo y dos de ellas ya han sido
objeto de nota. Había una tercera y esa persona era yo misma. Yo soy la
Signora Psyche Zenobia. No soy Suky Snobbs. Mi apariencia es imponente.
En la memorable ocasión de la que hablo estaba vestida con un atuendo
de satén carmesí y un mantelet árabe azul-cielo. El vestido estaba
guarnecido de agraffas verdes y siete gráciles velos de aurícula naranjas.
Así era la tercera del grupo. Estaba la perra de lana. Estaba Pompeyo.
Estaba yo misma. Éramos tres. Del mismo modo que originalmente las
Furias no eran sino tres: Meltia, Nimia y Hetia, la Meditación, la Memoria y
el Violín.
Apoyándome en el brazo del galante Pompeyo y seguida por Diana a
respetable distancia, seguí bajando por una de las populosas y agradables
calles de la ahora desierta Edina. De pronto, apareció ante mis ojos una
gran iglesia, una catedral gótica, venerable y con un alto campanario er-
guido hacia el cielo. ¿Qué locura me poseía ahora? ¿Por qué me apresura-
ba hacia mi destino? Estaba poseída por el incontrolable deseo de subir el
empinado pináculo y desde ahí vislumbrar la inmensa extensión de la
ciudad. La puerta de la catedral se mantenía invitadoramente abierta. Mi
destino prevaleció. Entré por la ominosa arcada. ¿Dónde estaba entonces
mi ángel guardián?, si es que tales ángeles existían. ¡Sí! ¡Perturbador mo-
52
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEnosílabo!, ¡qué mundo de misterio y significado y duda e incertidumbre
envolvían esas solas dos letras! ¡Entré por la ominosa arcada! Entré y, sin
dañar mis aurículas color naranja, pasé debajo del portal y emergí en el
vestíbulo. Así como pasaba el inmenso río Alfred, ileso y sin mojarse,
debajo del mar.
Pensé que la escalera no iba a terminar nunca. ¡Girando! Sí, girando y
arriba, girando y arriba, girando y arriba hasta que no pude evitar sospe-
char, junto al sagaz Pompeyo en cuyo brazo descansaba con la confianza
de un afecto temprano, no pude evitar sospechar que el extremo superior
de la continua escalera de caracol había sido accidentalmente, o quizá
premeditadamente, quitado. Hice una pausa para recobrar el aliento y,
entre tanto, ocurrió un accidente de una naturaleza tal, tanto desde un
punto de vista moral como metafísico, que no puedo dejar pasar. Me pa-
reció, tenía por cierto bastante confianza en el hecho, no podía estar equi-
vocada, ¡no!, había, por momentos, observado cuidadosa y ansiosamente
los movimientos de mi Diana, dije que no podía estar equivocada, ¡Diana
olió una rata! De inmediato llamé la atención de Pompeyo sobre el tema y
él... él estuvo de acuerdo conmigo. No podía haber entonces duda razo-
nable por más tiempo. La rata había sido olida, y por Diana. ¡Cielos! ¿Lle-
garé a olvidar la intensa excitación del momento? ¡La rata!, estaba ahí, es
decir, estaba en algún lugar. Diana olió a la rata. Yo, yo no pude. Del mis-
mo modo que el Isis Prusiano tiene, para algunas personas, un perfume
dulce y poderoso, mientras que para otras es perfectamente inodoro.
La escalera había sido conquistada y ahora sólo quedaban tres o
cuatro escalones interponiéndose entre nosotros y la cima. Ascendimos un
poco más y ahora sólo quedaba un escalón. ¡Un escalón! ¡Un pequeño,
pequeño escalón! De tan pequeño escalón en la gran escalera de la vida
humana, ¡qué vasta cantidad de humana felicidad depende! Pensé en mí,
luego en Pompeyo y luego en el misterioso e inexplicable destino que nos
rodea. ¡Pensé en Pompeyo!, ¡pensé en el amor! Pensé en los muchos
pasos10 equivocados que había dado y que aún daría. Resolví ser más
precavida, más reservada. Abandoné el brazo de Pompeyo y, sin su
asistencia, monté el escalón que faltaba y llegué a la cámara del
campanario. Fui seguida inmediatamente por mi perra, Pompeyo quedó
10 "Steps" en el original inglés, que significa tanto "escalón" como "paso".
53
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsolo más atrás. Permanecí de pie en el extremo de la escalera y lo alenté a
subir. Alargó su mano hacia mí y, desafortunadamente, al hacerlo se vio
obligado a abandonar el gabán que sostenía con firmeza. ¿Nunca cesarán
los dioses su persecución? El gabán se cayó y, con uno de sus pies,
Pompeyo se enreda con el largo faldón del abrigo. Tropieza y cae, esta
consecuencia era inevitable. Cayó hacia adelante y, con su maldita
cabeza, me dio de lleno en... en el pecho, precipitándome hacia adelante,
junto a él, sobre el duro, sucio y detestable piso del campanario. Pero mi
venganza fue segura, inmediata y completa. Asiéndolo furiosamente de la
lanuda cabellera con ambas manos, le arranqué una vasta cantidad de
material negro, matoso y rizado y lo arrojé lejos de mí con todo un gesto
de desdén. Cayó entre las sogas del campanario y ahí se quedó. Pompeyo
se levantó y no dijo palabra. Pero me miró lastimeramente con sus
grandes ojos y... suspiró. ¿Dioses, qué suspiro! Me penetró el corazón. Y el
cabello... ¡la lana! Si pudiera haber alcanzado la lana la habría bañado con
mis lágrimas en señal de arrepentimiento. Pero he ahí que ahora estaba
fuera de mi alcance. Hamacándose entre el cordaje de la campana,
imaginaba que estaba aún vivo. Imaginaba que se erguía con indignación.
Como la felizdandy Flos Aeris de Java que da una bella flor que seguirá
viva aun cuando se la arranca de raíz. Los nativos la suspenden del techo
con un cordel y disfrutan de su fragancia durante años.
Nuestra disputa había acabado y buscamos una abertura que nos
permitiese visualizar la ciudad de Edina. Ventanas no había. La única luz
que se filtraba en la sombría cámara procedía de una abertura cuadrada,
de cerca de un pie de diámetro a una altura de unos siete pies del piso.
¿Qué es lo que no puede hacer la energía del verdadero genio? Resolví
trepar hasta ese agujero. Había, cerca y frente al agujero, una gran canti-
dad de ruedas, piñones y otra maquinaria de aspecto cabalístico; y a tra-
vés de éste pasaba un bastón de hierro, parte de la maquinaria. Entre las
ruedas y la pared donde estaba el agujero había apenas espacio para mi
cuerpo y aunque era desesperante, estaba determinada a perseverar. Lla-
mé a Pompeyo a mi lado.
- ¿Ves ese agujero, Pompeyo? Quisiera mirar por él. Te quedarás pa-
rado acá, justo debajo del agujero, así. Ahora, sostiene así una de tus ma-
nos y déjame poner un pie en ella. Ahora con la otra mano, Pompeyo,
54
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEayúdame a subir encima de tus hombros.
Hizo todo lo que le pedí y me encontré en cuanto estuve arriba con
que podía fácilmente pasar mi cabeza y cuello por la abertura. La perspec-
tiva era sublime. Nada podía ser más magnífico. Hice sólo una pausa para
ordenarle a Diana que se comportase y le aseguré a Pompeyo que sería
considerada y descansaría sobre sus hombros lo más ligeramente posible.
Le dije que sería tierna con sus sentimientos, ossi tender que beefsteak.
Habiéndole hecho justicia a mi fiel amigo me dediqué con viveza y
entusiasmo al goce de la escena que gentilmente se desplegaba ante mis
ojos.
Este tema, sin embargo, lo dejaré de lado. No describiré la ciudad de
Edimburgo. Todos han estado en la ciudad de Edimburgo. Todos han es-
tado en Edimburgo, la clásica Edina. Me limitaré a los detalles puntuales
de mi lamentable aventura. Habiendo de algún modo satisfecho mi curiosi-
dad respecto de la extensión, situación y apariencia general de la ciudad,
tuve el deseo de ver la iglesia en la que estaba y la delicada arquitectura
del campanario. Noté que la abertura por la que había asomado mi cabeza
daba al disco de un gigantesco reloj y, desde la calle, debía de parecer
como un gran ojo de cerradura tal como se ve en el frente de los relojes
franceses. Sin duda debía de estar para permitir que el brazo de un opera-
dor ajuste, cuando es necesario, las agujas del reloj desde adentro. Obser-
vé también, con sorpresa, el inmenso tamaño de estas agujas, de las
cuales la más larga no debería medir menos de diez pies y ocho o nueve
pulgadas en su parte más ancha. Aparentemente estaban hechas de un
sólido acero y sus bordes parecían afilados. Habiendo tomado nota de
estas particularidades, y de algunas otras, volví mis ojos hacia la gloriosa
perspectiva de más abajo y me quedé absorta en la contemplación.
De ésta, después de algunos minutos, fui sacada por la voz de
Pompeyo que me dijo que no podía seguir sosteniéndome por más tiempo
y me pidió que tuviera la gentileza de bajar. Esto no era razonable y se lo
dije con un discurso algo largo. Me contestó pero con una evidente falta
de comprensión de mis ideas respecto del asunto. Empecé a enojarme en
la misma medida y le dije directamente que era un tonto, que había
cometido una ignoramus electa, que sus nociones eran apenas insomnio
de bueyes y sus palabras apenas mejores que un enema verborum. Con
55
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEesto pareció quedar satisfecho y continué con mis contemplaciones.
Debe de haber sido como media hora después de este altercado que,
estando profundamente absorta por el celestial escenario que se extendía
debajo de mí, fui sobresaltada por algo muy frío que apretaba con gentil
presión la parte trasera de mi cuello. No hace falta decir que me sentí
inexpresablemente alarmada. Sabía que Pompeyo estaba a mis pies y que
Diana, de acuerdo con mis expresas directivas, estaba sentada sobre sus
cuartos traseros en el rincón más alejado de la habitación. ¿Qué podía ser?
¡Ay!, demasiado pronto lo descubrí. Haciendo suavemente mi cabeza a un
lado, percibí, con el horror más extremo, que el gigantesco y centelleante
minutero con aspecto de cimitarra había, en el curso de su giro horario,
descendido sobre mi cuello. Supe que no había un segundo que perder.
Me corrí hacia atrás... pero era demasiado tarde. No tuve ocasión de sacar
la cabeza de la boca de esa terrible trampa en la que caí tan limpiamente
y que se estrechaba cada vez más con una rapidez demasiado horrible
como para ser concebida. La agonía de ese momento es algo que no
puede ser imaginado. Extendí mis manos y apliqué toda mi fuerza en
empujar hacia arriba la pesada barra de hierro. Podría mejor haber tratado
de levantar en vilo a la catedral misma. Bajaba, bajaba y bajaba, cada vez
y cada vez más cerca. Le pedí ayuda a Pompeyo a gritos pero me res-
pondió que había herido sus sentimientos al llamarlo "ignorante electa".
Le grité a Diana pero ella sólo respondió con un "guauguauguauguau" y
que yo le había dicho que "por ningún motivo se alejara del rincón". Así no
podía esperar ayuda alguna de parte de mis asociados.
Mientras tanto, la pesada y terrible Guadaña del Tiempo (pues ahora
descubría la importancia literal de la clásica frase) no se había detenido ni
se iba a detener. Bajaba y seguía bajando. Ya había enterrado su filoso
borde una pulgada en mi carne y mis sensaciones se tornaban indistintas
y confusas. En un momento me veía a mí misma en Filadelfia con el mun-
dano doctor Moneypenny y al otro de vuelta en la oficina del señor Black-
wood recibiendo sus invalorables instrucciones. Y luego de nuevo los
dulces recuerdos de mejores y remotos tiempos y pensé en ese período
feliz en que el mundo no era todo un desierto y Pompeyo no tan cruel.
El tictac de la maquinaria me divertía. Me divertía, digo, pues ahora
mis sensaciones rozaban la perfecta felicidad y las circunstancias más tri-
56
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEviales me aportaban placer. El eterno tictac, tictac, tictac del reloj era para
mis oídos la música más melodiosa y, ocasionalmente, me recordaba los
elegantes sermones del doctor Ollapod. Estaban también los grandes nú-
meros de la esfera del reloj, i qué inteligentes, qué intelectuales parecían
todos! Al momento empezaron a bailar una mazurka y me pareció que era
el número V el que mayor satisfacción daba. Era, evidentemente, una
dama bien educada. Nada de fanfarronería ni falta de delicadeza en sus
movimientos. Hacía la pirueta admirablemente, girando alrededor de su
eje. Hice el gesto de alcanzarle una silla pues vi que parecía fatigada de
sus ejercicios y no fue hasta entonces que percibí mi lamentable situación.
!Lamentable, por cierto! La hoja había penetrado dos pulgadas en mi cue-
llo. Fui elevada a un grado de intenso dolor. Rogué por la muerte y, en la
agonía del momento, no pude dejar de citar los exquisitos versos del
poeta Miguel de Cervantes:
¡Vanny Buren, tan escondida
Query no te senty venny
Pork and pleasure, delly morry
Nommy, torny, darry, widdy!
Pero ahora se presentaba un nuevo horror y uno que por cierto basta-
ba para soliviantar los nervios más templados. Mis ojos, por la cruel pre-
sión de la máquina, estaban saliéndose completamente de sus órbitas.
Mientras pensaba en cómo podría arreglármelas sin ellos, uno saltó de mi
cabeza y, rodando por la cornisa del campanario, cayó en la canaleta de
desagüe que corría por los bordes del edificio principal. La pérdida de un
ojo no era tanto como el insolente aire de independencia y contento con
que me miraba después que estuvo fuera. Ahí estaba, en la canaleta, justo
bajo mi nariz y los aires que se daba habrían sido ridículos si no fueran de-
sagradables. Tales guiños y parpadeos nunca antes habían sido vistos. Ese
comportamiento de parte de mi ojo en la canaleta no era sólo irritante te-
niendo en cuenta su manifiesta insolencia y vergonzosa ingratitud, sino
57
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtambién excesivamente inconveniente en vistas de la simpatía que siem-
pre existe entre los dos ojos de la misma cabeza, no importa cuán
alejados estén. Fui forzada, en cierto modo, a guiñar y parpadear, quiera o
no, en coordinación exacta con esa cosa depravada que yacía bajo mi
nariz. Fui en el acto liberada, sin embargo, por la caída del otro ojo. Al caer
tomó la misma dirección que su compañero (quizá se complotaron
previamente). Ambos rodaron juntos por la canaleta y la verdad es que me
sentí muy contenta de librarme de ellos.
La barra estaba ahora cuatro pulgadas y media incrustada en mi cue-
llo y sólo quedaba un pequeño trozo de piel por cortar. Mis sensaciones
eran de completa felicidad porque sentí que, como mucho, en unos pocos
minutos, quedaría liberada de mi desagradable situación. A la espera de
eso no me hallaba del todo decepcionada. A las cinco y veinticinco minu-
tos de la tarde, precisamente, el enorme minutero había avanzado lo sufi-
ciente en su terrible revolución como para cortar lo poco que quedaba de
mi cuello. No me lamenté de ver la cabeza que me ocasionó tantas moles-
tias separada definitivamente de mi cuerpo. Primero rodó por la cornisa,
luego por la canaleta durante unos pocos segundos precipitándose enton-
ces en medio de la calle.
Debo confesar con candidez que mis sentimientos eran ahora del
más singular... no, del más misterioso, perplejo e incomprensible carácter.
Mis sentidos estaban acá y allá al mismo tiempo. Con mi cabeza
imaginaba, al mismo tiempo, que yo, la cabeza, era la verdadera Signora
Psyche Zenobia, al instante siguiente estaba convencida de que yo, el
cuerpo, era la propia identidad. Para esclarecer mis ideas sobre este tema
saqué de mi bolsillo la caja de rapé pero, al querer aplicar un puñado de
su gratificante contenido de la forma normal, me percaté inmediatamente
de mi peculiar deficiencia y, al momento, arrojé la caja hacia abajo, a mi
cabeza. Tomó el puñado con gran satisfacción y me devolvió una sonrisa
de reconocimiento. Momentos después empezó a hablarme pero como no
tenía oídos la oí muy mal. Alcancé, sin embargo, a entender lo suficiente
como para darme cuenta de que la cabeza estaba muy extrañada de que
yo quisiera seguir viviendo bajo estas circunstancias. En su frase final
mencionó los nobles versos de Ariosto:
58
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Il pover hommy che non sera corty
Andaba combattendo y erry morty
comparándome así con el héroe que, en el calor del combate, no se
daba cuenta de que ya estaba muerto y seguía combatiendo con
interminable valor. Ya no había nada que me impidiese bajar del sitio al
que había subido y así lo hice. Nunca pude saber qué vio Pompeyo de
particular en mi aspecto. Abrió la boca de oreja a oreja y cerró los ojos
como si quisiese romper nueces con los párpados. Al fin, tirando su gabán,
saltó hacia la escalera y desapareció. Grité al villano aquellas vehementes
palabras de Demóstenes:
Andrew O'Phlegethon,
qué pálido estás
y torné hacia la amada de mi corazón, la del único ojo, la lanuda
Diana. ¡Ay!, qué horrible espectáculo me esperaba. ¿Había visto en verdad
una rata que volvía a su cueva? Y esos huesos, ¿eran los del desdichado
angelito que había sido cruelmente devorado por el monstruo? ¡Dioses!,
¡qué estoy mirando! ¿Ésa es el alma, la sombra, el fantasma de mi amada
perrita, lo que veo allí sentado en el rincón con pesarosa gracia?
¡Escuchad al que habla y, cielos... en el alemán de Schiller!:
Unt stubby duk, so stubby dun Duk she! Duk she!
¡Ah, cuán ciertas resultaron sus palabras!
Y si he muerto, al menos he muerto Por ti... por ti
¡Dulce pequeña! ¡Ella también se sacrificó por mí! Sin perra, sin ne-
gro, sin cabeza, ¿qué queda ahora de la infeliz Signora Psyche Zenobia?
59
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE¡Ay, nada! He terminado.
MISTIFICACIÓN
¡Demonios! Si éstos son tus "pasos" y tus "montantes", no quiero
saber nada de ellos.
Ned Knowles.
El barón Ritzner Von Jung pertenecía a una aristocrática familia húngara,
cuyos miembros (al menos hasta donde se puede comprobar con docu-
mentos antiguos y fidedignos) se habían destacado por esa suerte de gro-
tesquerie de la imaginación, de la cual Tieck, uno de los descendientes, ha
constituido un ejemplo, aunque no el más vívido. Mi relación con Ritzner
comenzó en el magnífico castillo de los Jung, adonde me llevó una serie de
extrañas aventuras que no quiero dar a publicidad, en los meses estivales
del año 18... Fue allí donde me hice acreedor a su aprecio y donde, con
algo más de dificultad, adquirí un conocimiento parcial sobre la con-
formación de su mente. Con posterioridad, ese conocimiento se hizo más
estrecho, a medida que se profundizaba la amistad que le dio origen. Y
cuando volvimos a encontrarnos en G...n luego de tres años de separa-
ción, sabía todo lo que necesitaba saber sobre la personalidad del barón
Ritzner Von Jung.
Recuerdo los comentarios de curiosidad que su llegada despertó dentro
del ámbito de la universidad la noche del veinticinco de junio. También
recuerdo claramente que, si bien a primera vista todos lo calificaron de "el
hombre más notable del mundo", nadie dio los fundamentos de su opinión.
Tan innegable era que se trataba de un ser singular, que parecía una
impertinencia preguntar en qué residía su singularidad. Pero dejando de
lado este tema por el momento, me limitaré a observar que, desde el
60
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEprimer momento que puso un pie dentro del perímetro de la universidad,
comenzó a ejercer sobre los hábitos, modales, personas, finanzas y prefe-
rencias de la comunidad entera una influencia tan amplia como despóti-
ca, y al mismo tiempo tan indefinida como inexplicable. Así, el breve lapso
de su residencia en la universidad conformó una era en sus anales, ca-
racterizada por todas las personas que pertenecieron a ella como "la
extraordinaria época de la dominación del barón Ritzner Von Jung".
A su llegada a G...n, Von Jung fue a buscarme a mis habitaciones. Te-
nía una edad indefinida. Con eso quiero decir que era imposible hacer el
menor cálculo sobre sus años a juzgar por los datos de su aspecto físico.
Bien podía ser que tuviera quince o cincuenta, y lo cierto es que tenía
veintiún años y siete meses. No era de manera alguna un hombre
apuesto, sino más bien lo contrario. El contorno de su cara era un tanto
angular y severo. Tenía frente alta y muy hermosa, nariz chata y ojos
grandes, vidriosos e inexpresivos. Con respecto a la boca había más para
observar. Los labios eran levemente protuberantes, y solía llevarlos
apretados de una manera tal que es imposible pensar en ninguna
combinación de rasgos, ni siquiera la más compleja, que transmitiera de
manera tan total y única la idea de gravedad, de solemnidad y reposo.
Por lo que ya he dicho, podrá advertirse sin duda que el barón era una
de esas anomalías humanas que se encuentran de tanto en tanto, y que
hacen de la ciencia del absurdo el estudio y la ocupación de su vida. El
sesgo especial de su mente le confería dotes instintivas para esta ciencia,
mientras que su aspecto físico le daba grandes facilidades para llevarla a
cabo. Creo fervientemente que, durante esa afamada época a la que tan
insólitamente se define como la dominación del barón Ritzner Von Jung,
ningún alumno de G...n consiguió develar el misterio que ensombrecía su
carácter. Tengo la convicción de que nadie de la universidad, salvo yo
mismo, lo consideró nunca capaz de hacer una broma, fuese un simple
chiste verbal o una broma pesada. Antes hubieran acusado al viejo bull-
dog del jardín, al fantasma de Heráclito o a la peluca del profesor emérito
de teología. Y esto, siendo que era evidente que los más egregios e
imperdonables trucos, extravagancias y bufonadas eran realizadas, si no
directamente por él, al menos por su intermedio o connivencia. La belleza,
por así decirlo, de su arte mystifique residía en su gran habilidad
61
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE(producto de un conocimiento casi instintivo de la naturaleza humana, y
de un maravilloso aplomo) mediante la cual siempre daba a entender que
las bromas que preparaba se producían pese a los esfuerzos que él hacía
por impedir-
las, y por preservar la dignidad y el orden de su universidad. La profunda,
punzante y abrumadora mortificación que el fracaso de sus insignes es-
fuerzos dibujaba en todas sus facciones no dejaba la menor duda de su
sinceridad en el ánimo hasta de sus compañeros más escépticos. No era
menos digna de observación la astucia con que se ingeniaba para
trasladar el sentido de lo grotesco del creador a lo creado, de su propia
persona a los absurdos que originaba. Jamás, antes de este episodio,
había visto yo que un bromista escapara a las naturales consecuencias de
sus maniobras, es decir, que lo ridículo se traspasara a su propia persona.
Envuelto de continuo en un clima de capricho, mi amigo parecía vivir sólo
para las normas más estrictas de la sociedad; y ni siquiera las personas de
su propia casa pensaron en asociar nunca el recuerdo del barón Ritzner
Von Jung con otras ideas que las de rigidez y majestuosidad.
Durante la época de su estancia en G...n, daba la impresión de que el
demonio del dolce far niente permanecía como un íncubo en la universi-
dad. Al menos, no se hacía otra cosa que dedicarse a la comida, la bebida
y el jolgorio. Los departamentos de los alumnos se habían convertido en
igual número de tabernas, y ninguna de ellas era tan famosa ni tan concu-
rrida como la del barón. Allí nuestras parrandas eran muchas, muy ruido-
sas y prolongadas, siempre llenas de incidentes.
En una oportunidad, habíamos prolongado la reunión casi hasta el alba,
y se había bebido una desusada cantidad de alcohol. Los presentes eran
siete u ocho, además del barón y yo. La mayoría eran muchachos de
fortuna y de abolengo, orgullosos de su linaje e imbuidos de un exagerado
sentido del honor. Abundaban en todos ellos las opiniones más ultrager-
mánicas sobre el duelo. Estas ideas quijotescas habían recibido nuevos
impulsos con ciertas publicaciones recientes aparecidas en París, así como
por tres o cuatro lances con resultado fatal que habían ocurrido en G...n;
por eso, durante casi toda la noche, la conversación giró, desenfrenada,
alrededor del fascinante tema del momento. El barón, que durante la pri-
mera parte de la velada había estado insólitamente callado y abstraído,
62
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdespertó por fin de su apatía, intervino en la conversación y se explayó so-
bre los beneficios -más especialmente sobre las bellezas- del código de
etiqueta del lance caballeresco con tal ardor y elocuencia, con una
vehemencia tan grande, que despertó el más cálido entusiasmo en sus
oyentes y hasta en mí mismo, que sabía perfectamente bien que en el
fondo él ridiculizaba las mismas cosas que en ese momento defendía, y
más precisamente, y que sentía por toda la fanfaronade del duelo el
desprecio que se merece.
Mirando alrededor en una de las pausas del discurso del barón (sobre el
cual el lector podrá formarse una leve idea si digo que se asemejaba al
estilo fervoroso, monótono y sin embargo musical del discurso sermones-
co de Coleridge), noté en el rostro de uno de los presentes síntomas de
algo más que un simple interés general. El caballero, a quien llamaré Her-
mann, era original en todo sentido, salvo quizás en el hecho de que era un
reverendo tonto. Sin embargo, dentro de determinado grupo de la univer-
sidad se había hecho fama de profundo pensador metafísico, y de tener,
creo, cierto talento para la lógica. Asimismo había adquirido gran renom-
bre como duelista, incluso en G...n. No recuerdo exactamente el número
de víctimas que cayeron a sus manos, pero eran muchas. Sin lugar a
dudas, era un hombre valiente. Pero su mayor orgullo residía en su
conocimiento íntimo de la etiqueta del duelo, y en el refinamiento de su
sentido del honor. Estas cosas constituyeron una afición en él que llevó
hasta la muerte. A Ritzner -que siempre andaba a la pesca de lo grotesco-
esas peculiaridades ya le habían ofrecido desde hacía tiempo pasto para
las bromas. Eso yo no lo sabía. Sin embargo, en este caso en particular me
di cuenta de que algo andaba tramando mi amigo, y que el destinatario
era Hermann.
A medida que el barón procedía con su discurso -o mejor dicho, su
monólogo-, noté que iba creciendo la excitación de Hermann. Por último
éste tomó la palabra, objetó un punto sobre el cual Ritzner insistía y
enumeró minuciosamente sus razones. El barón le respondió también en
detalle, conservando su tono de entusiasmo exagerado, y terminando con
un sarcasmo y una ironía que me parecieron de muy mal gusto. La afición
de Hermann salió a la luz con todo su vigor, cosa que pude notar en el
estudiado fárrago de su respuesta. Recuerdo claramente sus últimas
63
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpalabras:
-Permítame que le diga, barón Von Jung, que sus opiniones, si bien en
términos generales son correctas, en muchos aspectos constituyen un
descrédito para usted y para la universidad a la que pertenece. Ciertos
puntos ni siquiera merecen una refutación en serio. Más aún, me atrevería
a agregar que, si no fuera por el temor a ofenderlo (aquí sonrió
amablemente), diría que sus opiniones no son las que se pueden esperar
de un caballero.
Cuando Hermann terminó esta equívoca frase, todos los ojos se posa-
ron en el barón. Primero se puso pálido y luego muy colorado. Después
dejó caer su pañuelo, y cuando se agachó para recogerlo pude vislumbrar
en su cara una expresión que ninguno de los presentes alcanzó a verle.
Era un rostro radiante, con la expresión burlona que constituía su carácter
natural, pero que nunca le había visto adoptar salvo cuando estábamos a
solas y él se permitía distenderse. Al instante se enderezó y enfrentó a
Hermann; jamás había visto yo un cambio tan total de semblante en tan
breve lapso. Por un momento hasta llegué a creer que me había equivoca-
do, y que el barón obraba con seriedad. Daba la impresión de estar conte-
niéndose, y su rostro se había puesto de un blanco cadavérico. Se quedó
un instante en silencio, al parecer tratando de dominar su emoción.
Cuando por fin lo consiguió, tomó un botellón que tenía cerca, lo aferró
con fuerza y dijo:
-El lenguaje que consideró apropiado usar para dirigirse a mí, Mynheer
Hermann, es cuestionable en tantos aspectos, que no tengo tiempo ni de-
seos de especificárselos en detalle. Sin embargo, decir que mis opiniones
no son las que pueden esperarse de un caballero es tan ofensivo, que me
deja margen para una sola línea de conducta. De todos modos debo ser
cortés con estas personas y con usted mismo, que son mis invitados. Ten-
drá que perdonarme, pues, que me aparte un poco de lo que es la conduc-
ta habitual de los caballeros en similares casos de afrenta personal.
Discúlpeme por el moderado esfuerzo de imaginación que le impondré; le
ruego que por un instante considere el reflejo suyo en aquel espejo como
si fuera Mynheer Hermann en persona. Cuando lo haya hecho, no habrá la
menor dificultad. Arrojaré este botellón de vino a la imagen del espejo, y
así llevaré a cabo en espíritu, aunque no al pie de la letra, lo que debería
64
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhacer ante su insulto, evitando así ejercer violencia física contra usted.
Dichas estas palabras, lanzó el botellón lleno de vino contra el espejo
que había frente a Hermann; golpeó con gran precisión la parte que refle-
jaba su imagen, y como era de prever, hizo añicos el cristal. Todos los pre-
sentes se pusieron de pie y se marcharon, a excepción de Ritzner y de mí.
En el momento en que Ritzner se retiraba, el barón me pidió en susurros
que lo siguiera y que ofreciera mis servicios. Acepté hacerlo, sin saber
muy bien qué pensar de tan ridículo asunto.
El duelista aceptó mi ayuda en su estilo acartonado y ultra recherché,
y, tomándome del brazo, me condujo a sus habitaciones. Me costó mucho
no reírmele en la cara cuando pasó a comentar, con gran seriedad, lo que
describió como "el carácter refinadamente peculiar" de la ofensa recibida.
Luego de una aburridora arenga en su estilo habitual, bajó de la biblioteca
una cantidad de mohosos volúmenes sobre el tema del duello, y me entre-
tuvo largo rato leyéndome trozos de su contenido y comentándolos con
convicción. Recuerdo el título de algunas de las obras: la Ordenanza de
Felipe el Hermoso sobre el combate personal, el Teatro del honor, de
Favyn, y un tratado sobre La autorización para los duelos, de Andiguier.
También exhibió con gran ostentación las Memorias de duelos, de
Brantome, publicadas en Colonia en 1666, con letra de tipo Elzevir, un
volumen único y preciado, impreso en papel de vitela, con anchos
márgenes y encuadernado por Deróme. Pero, con un aire de misteriosa
sagacidad, me hizo reparar en un grueso volumen en octavo, escrito en
latín bárbaro por un tal Hedelin, un francés, que ostentaba el raro título
Duelli Lex Scripta, et non; aliterque. De ahí me leyó uno de los capítulos
más extraños relativo a las Injuria per applicationem, per constructionem,
et per se, la mitad de lo cual, según me dijo, se aplicaba estrictamente a
su caso "refinadamente peculiar", aunque juro que no pude entender ni
una palabra de todo eso.
Al terminar el capítulo, cerró el libro y me preguntó qué consideraba yo
que debía hacerse. Le respondí que confiaba plenamente en la gran
delicadeza de sus sentimientos, y que aceptaría lo que él propusiera. Mi
respuesta lo hizo sentir halagado, y se sentó a escribirle una nota al barón.
Decía así:
Señor:
65
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Mi amigo, el señor P..., le entregará esta esquela. Me veo
obligado a requerirle cuanto antes una explicación de lo ocurrido
esta noche en sus aposentos. En caso de que declinara este
pedido, el señor P... tendrá el agrado de arreglar, con la persona
que usted designe, los pasos previos a un encuentro.
Con el más profundo respeto, su humilde servidor,
JOHAN HERMANN Al barón
Ritzner Von Jung,
18 de agosto de 18...
Al no saber qué otra cosa podía hacer, llevé a Ritzner esta epístola.
Cuando se la entregué hizo una inclinación, y con semblante serio, me in-
dicó que tomara asiento. Luego de leer el texto, escribió la siguiente res-
puesta, que luego llevé a Hermann:
Señor:
Por medio de nuestro común amigo, el señor P..., he recibido su
mensaje de esta noche. Luego de reflexionar, admito con franqueza
lo adecuado de la explicación que usted sugiere. Habiéndolo
reconocido, sigue resultándome sumamente difícil (debido al
carácter refinadamente peculiar de nuestra desinteligencia, y de la
afrenta personal que le infligí) expresar lo que tengo que decir para
disculparme de modo de satisfacer las minuciosas exigencias y los
variados matices de este caso. Sin embargo, confío plenamente en
la suma delicadeza de discriminación, en temas vinculados con las
normas de la etiqueta, por la cual se distingue usted desde hace
tanto tiempo. Por lo tanto, con la certeza de ser comprendido, no
expresaré mis propios sentimientos, sino que me remitiré a las
opiniones de Sieur Hedelin, tal como las expone en el noveno
párrafo del capítulo sobre Injuriae per applicationem, per cons-
tructionem, et per se, de su obra Duelli Lex Scripta, et non;
aliterque. La sutileza de su discernimiento en todas las cuestiones
allí tratadas bastarán, estoy seguro, para convencerlo de que la
mera circunstancia de que yo lo remita a ese admirable capítulo
debe satisfacer su pedido de explicaciones en tanto hombre de
honor.
66
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Con la expresión de mi más profundo respeto, su obediente ser-
vidor,
VON JUNG
Al señor Johan Hermann, 18 de
agosto de 18...
Hermann comenzó la lectura de la carta con expresión adusta, que
lentamente fue transformándose en una sonrisa de la más ridícula vanidad
cuando llegó al galimatías sobre las Injuria per applicationem, per cons-
tructionem, et per se. Al terminar de leer, me rogó con la más amable
sonrisa que ,tomara asiento, mientras él se remitía al tratado en cuestión.
Buscó la página indicada, leyó con sumo cuidado en voz baja, cerró el li-
bro y luego me solicitó, en mi carácter de amigo íntimo del barón Von
Jung, que lo elogiara por su conducta caballeresca, y le asegurara que la
explicación ofrecida era de carácter tan honorable como satisfactorio.
Un tanto desconcertado por esto, regresé a los aposentos del barón,
quien recibió la amistosa carta de Hermann como si tal cosa. Conversó
conmigo unos instantes, se dirigió a una habitación interior y regresó lue-
go trayendo el insigne tratado Duelli Lex Scripta, et non; aliterque. Entre-
gándome el tomo, me pidió que leyera una parte de él. Eso hice, pero de
nada me sirvió pues no pude comprender ni una palabra. Tomó entonces
él el libro y me leyó un capítulo en voz alta. Cuál no sería mi sorpresa
cuando me di cuenta de que lo que leía era el relato más absurdo y horri-
ble de un duelo entre dos mandriles. Procedió luego a explicarme el mis-
terio, mostrándome que el volumen, contrariamente a lo que parecía
prima facie, estaba escrito siguiendo los versos disparatados de Du
Bartas; es decir, las palabras habían sido ingeniosamente colocadas para
que presentaran todos los signos exteriores de inteligibilidad, y hasta de
profundidad, cuando de hecho no existía ni el más mínimo atisbo de
sentido. La clave consistía en leer una palabra de cada tres, con lo cual
aparecía una serie de ridículas bromas sobre un combate realizado en
nuestros tiempos.
El barón más tarde me informó que se las había ingeniado para que
Hermann conociera el tratado dos o tres semanas antes de la aventura, y
que por el tono de su conversación se dio cuenta de que lo había estudia-
67
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdo con suma atención, y creía a pie juntillas que se trataba de una obra de
desusado mérito. Basándose en este indicio procedió a actuar. Hermann
habría muerto mil veces antes que reconocer su incapacidad para com-
prender cualquiera de los escritos que existen en este mundo sobre el
tema del duelo.
SIN ALIENTO
Oh, no respires, etc.
(Melodías, de Moore)
La desventura más notoria a la larga debe ceder ante el incansable
coraje de la filosofía, así como la ciudad más pertinaz frente a la incesante
vigilancia del enemigo. Salmanasar, como sabemos por las Escrituras, sitió
Samaria durante tres años; pero ésta al fin cayó. Sardanápalo -véase a
Diodoro- consiguió mantenerse siete años en Nínive, pero de nada le
sirvió. Troya sucumbió al terminar el segundo lustro, y Azoth, según jura
Aristeo por su honor de caballero, al final tuvo que abrir sus puertas a
Psamético, después de haberlas tenido trancadas durante la quinta parte
de un siglo.
- ¡Canalla! ¡Perra! ¡Arpía! -le dije a mi mujer al día siguiente de
nuestra boda-. ¡Bruja! ¡Antro de iniquidad! ¡Horrenda quintaesencia de
todo lo abominable, tú, tú...! -En puntas de pie, la aferré del cuello, apoyé
la boca cerca de su oreja, y cuando me preparaba para lanzarle un nuevo
y más enérgico epíteto de oprobio que, de ser dicho, la convencería
plenamente de su insignificancia, comprobé con horror y asombro que ha-
bía perdido el aliento.
Las frases como: "Me he quedado sin aliento" o "Me falta el aliento"
son muy habituales en la conversación, pero nunca se me había ocurrido
68
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque el terrible accidente del que hablo pudiera suceder bona fide y de ver-
dad. ¡Imagine el lector, si tiene afición por la fantasía, imagine, digo, mi
asombro, mi consternación, mi desesperación!
Sin embargo, tengo un genio protector que nunca me ha abandonado
del todo. En mis estados de ánimo más incontrolables siempre conservo
cierto sentido de la propiedad, et le chemin des passions me conduit -
como Lord Edouard dice en Julie que le ocurrió a él- á la philosophie
véritable.
Aunque al principio no pude determinar hasta qué punto me había
afectado el hecho, decidí de todos modos ocultárselo a mi mujer, hasta
que una ulterior experiencia me hiciera saber la medida de tan insólita ca-
lamidad. Por lo tanto, modifiqué mi expresión -que en un instante dejó su
apariencia hinchada y deforme y adquirió un tono de pícara y coqueta
bondad-, le di a mi mujer una palmadita en una mejilla y un beso en la
otra y, sin pronunciar palabra (i Furias, me era imposible!), la dejé azorada
de mi rareza, al tiempo que me retiraba de la habitación realizando un pas
de zéphyr.
Véame ahora el lector escondido en mi boudoir privado, terrible
ejemplo de las lamentables consecuencias que produce la irascibilidad:
vivo, pero con las características de un muerto; muerto, con las propen-
siones de los vivos; una anomalía sobre la faz de la Tierra; muy tranquilo,
pero sin aliento.
¡Sí, sin aliento! No bromeo cuando digo que se me había ido entera-
mente el aliento. No podría haber movido ni una pluma con él aunque mi
vida dependiera de ello, como tampoco podría haber empañado la delica-
deza de un espejo. ¡Triste suerte! Sin embargo, hubo cierto alivio de ese
primer aplastante paroxismo de dolor. Realicé unas pruebas y descubrí
que la facultad de dicción -que creía totalmente perdida debido a mi in-
capacidad de continuar la conversación con mi mujer- en realidad estaba
afectada sólo en parte. También descubrí que, si en aquella interesante
crisis hubiera bajado la voz a un tono profundo y gutural, quizá podría ha-
ber seguido comunicándole mis sentimientos, pues veo que ese tono (el
gutural) no depende del paso del aire sino de cierto movimiento espasmó-
dico de los músculos de la garganta.
Me desplomé en una silla y permanecí un rato absorto en la medita-
69
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEción. Mis reflexiones, a decir verdad, no eran de tipo consolador. Mil fan-
tasías vagas y lacrimógenas se apoderaron de mi alma, y hasta cruzó por
mi mente la idea del suicidio; pero es un rasgo de la perversidad de la na-
turaleza humana el rechazar lo obvio y lo fácil y preferir lo remoto y equí-
voco. Me estremecía de sólo pensar en el suicidio como la más espantosa
de las atrocidades, mientras mi gato ronroneaba vigorosamente sobre la
alfombra, y el perro de aguas jadeaba bajo la mesa, haciendo ambos
ostentación de la capacidad de sus pulmones y burlándose de mi propia
incapacidad pulmonar.
Angustiado por un tumulto de imprecisas esperanzas y temores, oí
por fin los pasos de mi mujer que bajaba la escalera. Seguro ya de su au-
sencia, regresé con corazón palpitante al escenario de mi desastre.
Cerré con llave desde adentro y emprendí una búsqueda minuciosa.
Era posible, pensé, que el objeto de mis desvelos estuviera escondido en
algún rincón oscuro, o agazapado en algún armario o cajón. Quizá tuviera
una forma vaporosa y hasta tangible. La mayoría de los filósofos siguen
siendo muy poco filosóficos en muchos puntos de la filosofía. Sin embargo,
en su obra Mandeville, William Godwin asegura que "las cosas invisibles
constituyen las únicas realidades", y éste, sin duda, es un caso en
cuestión. Pido al lector criterioso que se detenga antes de acusar
indebidamente de absurdas tales afirmaciones. Se recordará que
Anaxágoras sostenía que la nieve es negra, y desde este episodio me he
convencido de que, en efecto, lo es.
Continué investigando con esmero, pero la deleznable recompensa
de mi industria y perseverancia resultó ser apenas una dentadura postiza,
un par de rellenos de caderas, un ojo y cierto número de billets-doux del
señor Muchoaliento para mi mujer. Vale la pena que aclare aquí que esta
confirmación de la parcialidad de mi mujer para con el señor Mucho-
aliento no me preocupaba demasiado. El hecho de que la señora de
Pocoaliento admirara a alguien tan diferente de mí era un mal natural y
necesario. Es bien sabido que tengo una contextura robusta y corpulenta,
pese a lo diminuto de mi estatura. No es de extrañar, entonces, que la ex-
trema delgadez como de palo de mi conocido y su altura, que se ha vuelto
proverbial, despertaran la debida admiración a los ojos de la señora de Po-
coaliento. Pero volvamos al tema.
70
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Como ya he dicho, mis esfuerzos resultaron infructuosos. Armario
tras armario, cajón tras cajón, rincón tras rincón revisé inútilmente. Sin
embargo, en determinado momento creí estar seguro de mi presa cuando,
revisando una caja de tocador, accidentalmente volqué un frasco de
Aceite de los Arcángeles, de Grandjean, el cual, en tanto perfume agra-
dable, me tomo la libertad de recomendar.
Regresé apesadumbrado a mi boudoir, a meditar allí sobre algún mé-
todo para eludir la sagacidad de mi esposa, hasta que pudiera organizar
mi partida del país, decisión que ya tenía tomada. En un país extranjero,
desconocido, tendría alguna probabilidad de ocultar mi desdichada calami-
dad, una calamidad que seguramente me privaría, más que la pobreza,
del afecto de la multitud, y atraería sobre mi persona la bien merecida
indignación de los virtuosos y los felices. No vacilé mucho tiempo. Como
soy naturalmente rápido, me aprendí íntegramente de memoria la
tragedia de Metamora. Tuve la buena suerte de recordar que en la
acentuación de este drama, o por lo menos en las partes que se le asignan
al héroe, los tonos de voz que a mí me faltaban eran totalmente
innecesarios, pues en toda la obra prevalecía un tono de voz monótono y
gutural.
Practiqué durante un tiempo en los bordes de un concurrido pantano,
pero no recurrí a similares procedimientos de Demóstenes sino a un
método de mi propia invención. Decidí luego hacerle creer a mi mujer que
me había entrado una repentina pasión por el teatro. En esto tuve un éxito
casi milagroso; a cada pregunta o sugerencia que me hacía le contestaba
con el tono de voz más sepulcral y parecido al croar de las ranas, citando
algún pasaje de la tragedia; pronto advertí con gran placer que esos
pasajes podían aplicarse igualmente bien a cualquier tema. No debe
suponerse, empero, que al recitar dichos pasajes yo dejara de mirar de
soslayo, de mostrar los dientes, mover las rodillas, arrastrar los pies o
hacer cualquiera de las incontables gracias que con toda razón se
consideran características de los actores populares. Desde luego,
hablaban de ponerme chaleco de fuerza, ¡pero gracias a Dios jamás
sospecharon que me faltaba el aliento!
Habiendo puesto por fin en orden mis asuntos, una mañana muy
temprano ocupé mi asiento en la diligencia que se dirigía a..., dando a en-
71
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtender a mis relaciones que debía ir a aquella ciudad a encargarme de im-
portantes asuntos personales.
El carruaje iba colmado de pasajeros, pero a la débil luz del alba no
podía distinguir las facciones de mis compañeros. Sin oponer la menor re-
sistencia, dejé que me ubicaran entre dos caballeros de colosales dimen-
siones, mientras que un tercero, de tamaño aun mayor, pidió perdón por
la libertad que iba a tomarse, y se tendió sobre mí cuan largo era, quedán-
dose dormido en un instante, ahogando mis guturales pedidos de ayuda
con un ronquido que habría hecho enrojecer de vergüenza a los bramidos
del toro de Falaris. Felizmente, gracias al estado de mis facultades respira-
torias, era imposible pensar en una eventual sofocación.
No obstante, cuando al aclarar el día nos aproximábamos a los alre-
dedores de la ciudad, mi torturador se levantó y, acomodándose el cuello
de la camisa, me agradeció amablemente mi cortesía. Al ver que yo per-
manecía inmóvil (ya que tenía todos los miembros dislocados y la cabeza
torcida hacia un lado), comenzó a preocuparse, y despertando al resto de
los pasajeros les comunicó, en tono muy decidido, que en su opinión du-
rante la noche les habían adosado un muerto fingiendo que se trataba de
otro pasajero, tras lo cual me asestó un golpe en el ojo derecho para de-
mostrar la verdad de lo que sostenía.
En consecuencia, los demás pasajeros (que eran nueve) se sintieron
obligados a tirarme de a uno de las orejas. Un médico joven me aplicó un
espejo a la boca, y al comprobar que yo no tenía aliento, declaró que las
afirmaciones de mi torturador eran ciertas. Todo el grupo expresó luego la
decisión de no tolerar tales imposiciones en el futuro, y con respecto al
presente, no seguir viaje junto con un cadáver.
Por tanto, cuando pasábamos frente al cartel de la taberna del Cuer-
vo, me arrojaron del carruaje sin que yo sufriera otro accidente que la ro-
tura de ambos brazos bajo la rueda izquierda trasera del vehículo. Debo
agregar para hacer justicia al cochero, que no se olvidó de tirarme uno de
mis baúles más voluminosos, el cual, lamentablemente, cayó sobre mi
cabeza, partiéndome el cráneo de manera tan interesante como
extraordinaria.
El posadero del Cuervo, que es un hombre hospitalario, al comprobar
que mi baúl contenía lo suficiente para indemnizarlo por alguna molestia
72
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque se tomara por mí, mandó a llamar a un médico conocido y me entregó
a su cuidado con una cuenta y recibo por diez dólares.
El comprador me llevó a su casa y de inmediato se puso a trabajar.
Sin embargo, luego de cortarme las orejas descubrió ciertos signos de
vida. Mandó entonces a llamar a un boticario vecino para consultarlo con
urgencia. Por si acaso se confirmaban sus sospechas respecto de mi
existencia, me practicó una incisión en el abdomen y me extrajo varias
vísceras para disecarlas privadamente.
El boticario era de la idea de que yo estaba muerto, idea que traté de
refutar pateando y saltando con todas mis fuerzas, y haciendo las más
violentas contorsiones, pues la operación del médico me había devuelto
los sentidos. Sin embargo, todo se atribuyó a los efectos de una nueva
batería galvánica con la cual el boticario, que era un hombre instruido,
realizó varios extraños experimentos que no pude dejar de presenciar con
interés debido a mi participación personal en ellos. Sin embargo, lo que
me mortificaba era que, pese a que hice varios intentos de conversar,
carecía de la facultad de hablar pues ni siquiera podía abrir la boca, y
menos aún responder a ciertas teorías ingeniosas pero estrafalarias que
en otras circunstancias mi profundo conocimiento de la patología
hipocrática me habría permitido rebatir rápidamente.
Al no poder arribar a una conclusión, decidieron dejarme en paz para
un futuro examen. Fui llevado a una buhardilla; y cuando la mujer del
médico me hubo vestido con calzoncillos y medias, el propio médico me
ató las manos, y me ató también las mandíbulas con un pañuelo. Luego
cerró la puerta por fuera y se fue a cenar, dejándome en silencio, entrega-
do a la meditación.
Pronto descubrí con placer que, si no hubiese tenido atada la boca
con el pañuelo, podría haber hablado. Consolándome con esta reflexión,
comencé a repetirme pasajes de la Omnipresencia de la Divinidad, como
acostumbraba hacer antes de dormir, cuando de pronto dos gatos, de as-
pecto voraz y vituperioso, entraron por un agujero de la pared, dieron un
salto á la Catalani, y cayeron uno frente al otro sobre mi cara, tras lo cual
comenzaron una indecorosa disputa por la miserable recompensa de que-
darse con mi nariz.
Pero, así como el haber perdido sus orejas sirvió para elevar al trono
73
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEa Ciro, el Mago de Persia, y así como la mutilación de su nariz le dio a Zo-
piro posesión de Babilonia, del mismo modo la pérdida de unas onzas de
mi rostro resultó ser la salvación de mi cuerpo. Muerto de dolor y ardiendo
de indignación, hice saltar de un solo golpe las ataduras y el vendaje.
Recorrí la habitación a grandes trancos, y lanzando una mirada de despre-
cio a los contrincantes, abrí la ventana, y ante su horror y desencanto, me
arrojé con destreza por allí.
En ese momento, el ladrón W., a quien me parecía enormemente, era
llevado desde la cárcel del pueblo al patíbulo erigido en los alrededores
para su ejecución. Debido a su extremada debilidad, y al largo tiempo que
llevaba enfermo, había obtenido el privilegio de ir desatado. Vestido con el
atuendo de los condenados -muy parecido al mío- yacía cuan largo era en
el fondo del cano del verdugo (cano que justo pasaba bajo la ventana del
médico en el momento de mi caída) sin más custodia que el carrero, que
iba dormido, y dos reclutas del sexto de infantería, que estaban ebrios.
Quiso la mala suerte que yo cayera parado sobre el vehículo. W., que
era un tipo astuto, captó en el acto su oportunidad. Bajó del carro de un
salto, se introdujo en una callejuela, y en un abrir y cerrar de ojos había
desaparecido. Sobresaltados por el ruido, los reclutas no pudieron com-
prender qué había pasado, pero al ver un hombre igual al delincuente pa-
rado en el carro ante sus ojos, opinaron que el sinvergüenza (refiriéndose
a W.) trataba de escapar (eso dijeron), y luego de comunicarse uno al otro
esta opinión, bebieron sendos sorbos, y acto seguido me derribaron a cu-
latazos con los mosquetes.
Poco después arribamos a destino. Desde luego, nada podía aducir yo
en mi defensa. Era inevitable que me ahorcaran, a lo cual me resigné con
una sensación entre tonta y mordaz. Tenía yo muy poco de cínico, pero
todos los sentimientos de un perro. El verdugo, sin embargo, me ajustó el
lazo al cuello. La trampa cayó.
Me abstengo de describir mis sensaciones en el cadalso, aunque
indudablemente podría hablar con seguridad, y se trata de un tema sobre
el que no se ha dicho nada correcto. De hecho, para escribir sobre este
tema uno tendría que haber sido ahorcado. Todo autor debería limitarse a
lo que conoce por experiencia. Así, Marco Antonio redactó un tratado so-
bre la borrachera.
74
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Permítaseme mencionar, empero, que no morí. Mi cuerpo estaba sus-
pendido, pero eso no podía suspender mi aliento; y si no fuera por el nudo
bajo la oreja izquierda (que sentía como si fuera un corbatín militar) me
atrevería a decir que no experimentaba grandes molestias. En cuanto al
sacudón que recibió mi cuello al caer, simplemente sirvió para corregir la
torcedura de la cabeza que me había causado el grueso caballero de la di-
ligencia.
No obstante, tenía buenas razones para retribuir por sus molestias al
gentío. Se comenta que mis convulsiones fueron extraordinarias; mis es-
pasmos, difíciles de superar. El populacho pedía un bis. Varios caballeros
se desmayaron; y una cantidad de damas fueron llevadas de vuelta a sus
casas con ataques de histeria. Pinxit aprovechó la oportunidad para hacer
unos retoques, partiendo de un bosquejo tomado en el lugar, a su admira-
ble cuadro de Marsias desollado vivo.
Cuando hube proporcionado suficiente diversión, se consideró apro-
piado retirar mi cadáver del patíbulo, máxime porque entretanto se había
hallado y apresado al verdadero culpable, hecho del que lamentablemente
no llegué a enterarme.
Desde luego, hubo demostraciones de conmiseración por mí, y como
nadie se presentó a reclamar el cadáver, se ordenó que fuera sepultado
en una bóveda pública.
Allí fui depositado luego de un lapso conveniente. Luego de retirarse
el sepulturero, quedé solo. Un verso del Malcontento, de Marston, me pa-
reció en ese momento como una mentira palpable:
La muerte es una buena amiga y tiene su casa abierta...
Sin embargo, arranqué la tapa de mi ataúd y salí. El lugar me pareció
terriblemente lóbrego y húmedo, y me sentí afectado por el ennui. Para di-
vertirme, fui tanteando los diversos ataúdes que allí había acomodados.
Los bajé uno por uno, y luego de abrirles la tapa, quedé absorto en medi-
taciones sobre la mortalidad que encerraban.
- Éste -monologué, tropezando con un cadáver hinchado y abota-
gado-, éste ha sido sin duda un infeliz en todo el sentido de la palabra, un
hombre desdichado. Tuvo la mala suerte de desplazarse como un pato en
vez de caminar, de andar por la vida como un elefante y no como un ser
75
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhumano, como un rinoceronte y no como un hombre.
Sus intentos de avanzar resultaban infructuosos, y sus movimientos
giratorios eran un fracaso total. Cuando daba un paso adelante, la mala
suerte le hacía dar dos a la derecha y tres hacia la izquierda. Sus estudios
se limitaron a la poesía de Cangrejus. Nunca tuvo idea de la maravilla que
puede ser una pirouette. Para él, el pas de papillon era un concepto
abstracto. Jamás ascendió a la cima de un cerro. Nunca contempló desde
un campanario el esplendor de una metrópolis. El calor era su enemigo
mortal. En la canícula, pasaba unos días de perro. Entonces soñaba con
llamas y asfixia, con una montaña sobre otra, el monte Pelión sobre el
Ossa.
Le faltaba el aliento; sí, en una palabra, le faltaba el aliento.
Consideraba un disparate tocar instrumentos de viento. Fue el inventor de
los abanicos automáticos, de las mangueras de viento y de los
ventiladores. Protegió a Du Pont, el fabricante de fuelles, y murió
miserablemente cuando intentaba fumar un cigarro. Su caso me
despertaba un profundo interés pues me solidarizaba sinceramente con su
suerte.
-Pero aquí -dije, retirando malignamente de su receptáculo un cuerpo
alto, de aspecto peculiar, cuya notable apariencia me produjo una
desagradable sensación de familiaridad-, aquí hay un canalla que no
merece la menor conmiseración en esta tierra. -Y diciendo eso, para poder
ver mejor al sujeto, lo agarré de la nariz apretándosela entre el dedo
pulgar y el índice, obligándole a sentarse en el suelo, y así lo mantuve
mientras continuaba mi soliloquio.
-Que no merece la menor conmiseración en esta tierra -repetí-. ¿A
quién se le ocurriría compadecerse de una sombra? Además, ¿no tuvo
acaso todas las dichas de los mortales? Fue el creador de los monumentos
altos, de los pararrayos, de los álamos de Lombardía. Su tratado sobre Ti-
nieblas y sombras lo inmortalizó. Corrigió con distinguida maestría la últi-
ma edición de South habla sobre los huesos. Concurrió desde muy joven a
la universidad y estudió la ciencia neumática. Luego de regresar a su casa,
se dedicó a hablar y a tocar el corno francés. Protegía las gaitas. El capitán
Barclay, que andaba en contra del tiempo, no quiso andar contra él. Sus
escritores predilectos eran Ventarrón y Muchoaliento; su pintor preferido,
76
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEPsss. Murió gloriosamente, mientras inhalaba gas; levique flatu corrupitur,
como la fama pudicitiae en San Jerónimo11. Era indudablemente un...
- ¿Cómo se le ocurre... cómo se le ocurre? -interrumpió, jadeante, el
objeto de mi animadversión, arrancándose con un esfuerzo desesperado el
vendaje de las mandíbulas-. ¿Cómo se le ocurre, señor Sinaliento, tener
una crueldad tan infernal como para apretarme de ese modo la nariz? ¿No
vio que me ataron la boca? ¡Y tiene que saber, si es que sabe algo, que
debo exhalar una enorme cantidad de aliento superfluo! Si no lo sabe,
siéntese y verá. En mi situación, es un gran alivio poder abrir la boca,
explayarme, comunicarme con una persona como usted, que no es de los
que interrumpen a cada instante el hilo del discurso de un caballero. Las
interrupciones son fastidiosas y sin duda deberían ser abolidas, ¿no le pa-
rece? No conteste, se lo pido. Basta con que hable una sola persona por
vez. Ya termino enseguida y puede empezar usted. ¿Cómo diablos llegó a
este lugar, señor? ¡Ni una palabra, le imploro! Hace un tiempo que estoy
aquí... ¿Terrible accidente! Se habrá enterado de él, supongo. ¡Una cala-
midad atroz! Cuando pasaba caminando bajo sus ventanas... hace un
tiempo, más o menos en la época en que usted se interesó por el teatro...
¿Una cosa terrible! ¿Alguna vez oyó la expresión "contener el aliento"? i
Cállese la boca, le digo! i Le aseguro que contuve el aliento de otra per-
sona! Siempre me había sobrado con el mío... Ese día me encontré con
Chismoso en la esquina... no me dejó decir ni una palabra... imposible cal-
zar yo ni una sílaba... en consecuencia sufrí un ataque epiléptico... Chis-
moso se escapó... ¡Tontos de los demonios! Me tomaron por muerto y me
trajeron aquí... i Los muy idiotas! He oído hasta la última palabra que dijo
usted sobre mí. ¡Todo es mentira! ¡Algo horrible, espantoso, tremendo,
incomprensible! Etcétera, etcétera, etcétera.
Imposible imaginar mi asombro ante tan inesperado discurso, y la
alegría que me embargó cuando poco a poco fui convenciéndome de que
el aliento tan afortunadamente apresado por el caballero (a quien pronto
reconocí como mi vecino Muchoaliento) era, en realidad, la misma exha-
11 Ternera res in feminis fama pudicitiae, et quasi flos pulcherrimus, cito ad levem marcescit, levique flatu corrupitur, maxime, etc. (Hieronymus ad Salviniam).
77
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElación que yo había perdido en oportunidad de conversar con mi mujer. El
tiempo, el lugar y la circunstancia lo confirmaban. Pero no solté de in-
mediato la nariz del señor Muchoaliento, al menos durante el largo rato en
que el inventor de los álamos de Lombardía siguió ofreciéndome sus
explicaciones.
En este sentido, demostraba yo la habitual prudencia que ha sido
siempre mi rasgo dominante. Reflexioné que muchas dificultades había
aún en la senda de mi salvación, y que sólo podría superar con gran es-
fuerzo de mi parte. Muchas personas, me dije, estiman los bienes que po-
seen -por inservibles o incómodos que sean- en proporción directa con los
beneficios que obtendrían otros si los poseyeran, o ellos mismos si los
abandonaran. ¿No podía ser ése el caso del señor Muchoaliento? Si me
mostrara ansioso por ese aliento que tan dispuesto estaba a abandonar,
¿no quedaría muy propenso a sufrir las extorsiones de su avaricia? Hay
sinvergüenzas en este mundo, recordé con un suspiro, que no tienen es-
crúpulos en aprovecharse del vecino de al lado; y además (estas palabras
pertenecen a Epicteto), cuanto más ansiosa está una persona por librarse
de la carga de sus calamidades, menos deseos tiene de aliviar la misma
carga del prójimo.
Sobre reflexiones de esta índole, sin soltar aún la nariz del señor Mu-
choaliento, consideré apropiado basar la respuesta que le di:
- ¡Monstruo! -empecé, con un tono de profunda indignación-.
¡Monstruo e idiota de largo aliento! Tú, a quien los cielos han castigado
por tus iniquidades confiriéndote una doble respiración, tú, digo, ¿osas di-
rigirte a mí con el lenguaje familiar de los viejos conocidos? Dices que
miento, que me calle la boca. ¡Por supuesto! Qué gran conversación, por
cierto, con un hombre que tiene un solo aliento. Y todo esto cuando está
en mis manos la posibilidad de aliviar la calamidad que tan merecidamen-
te te aflige, eliminar las superfluidades de tu desafortunada respiración!
Al igual que Bruto, hice una pausa esperando una respuesta con la
cual en el acto el señor Muchoaliento, como un tornado, me apabulló. Me
ofreció protestas y disculpas de todo tipo. No había condiciones que él no
estuviera dispuesto a acatar, y todas las aproveché yo para mi beneficio.
Acordados por fin los detalles preliminares, procedió a devolverme mi
respiración. Luego de revisarla detenidamente, le entregué por ella un
78
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POErecibo.
Sé que muchos me recriminarán que hable de manera tan superficial
sobre una transacción de tanta sutileza. Dirán que podría haber brindado
detalles más precisos sobre un hecho que podría echar nueva luz -esto es
muy cierto- sobre una rama sumamente interesante del conocimiento
físico.
Lamento no poder responder a todo esto. La única respuesta que
puedo dar es una simple insinuación. Había circunstancias -pero
pensándolo bien, creo conveniente decir lo menos posible sobre un asunto
tan delicado-, circunstancias, repito, muy delicadas, que al mismo tiempo
involucran a un tercero cuyo ácido resentimiento no tengo el menor deseo
de sufrir en este momento.
Poco después de esta necesaria operación escapamos de las mazmo-
rras del sepulcro. La fuerza unida de nuestras voces resucitadas fue
pronto oída. Tijeras, director de un diario republicano, aprovechó para
volver a publicar un tratado sobre "la naturaleza y origen de los ruidos
subterráneos". No tardó en aparecer en las columnas de un diario
demócrata una respuesta-réplica-impugnación-justificación. La polémica
sólo pudo zanjarse luego de que se abriera la bóveda, cuando la aparición
del señor Muchoaliento y la mía demostró que ambas partes estaban
decididamente equivocadas.
No puedo concluir estos detalles de algunos pasajes muy singulares
de una vida sumamente memorable sin volver a llamar la atención del
lector sobre los méritos de esa filosofía sin distinciones que constituye un
seguro escudo contra los dardos de la calamidad que no se suelen ver,
sentir ni comprender del todo. En el espíritu de esta sabiduría, los antiguos
hebreos creían que las puertas del cielo se abrían inevitablemente para el
pecador, o el santo, que, a voz en cuello y con una gran confianza,
vociferaba la palabra "¡Amén!". En el espíritu de esta misma sabiduría,
cuando una terrible plaga asoló Atenas y se agotaron todos los medios
para derrotarla, Epiménides -según relata Laercio en su segundo libro
sobre el filósofo-aconsejó que se erigiera un santuario "al Dios apropiado".
LYTTLETON BARRY
79
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
EL HOMBRE QUE SE GASTÓ
Relato de la reciente campaña contra los indios
espantajos y los kickapoos
Pleurez, pleurez, mes yeux, et fondez vous en eau!
La moitié de ma vie a mis l'autre au tombeau.12
Corneille.
No recuerdo en este momento cuándo ni dónde fue que conocí a ese
hombre tan apuesto, el brigadier general honorario John A. B. C. Smith.
Alguien me presentó a él, por supuesto, en alguna función pública,
claro, realizada con algún motivo de gran importancia, sin duda, en un
lugar o en otro, alguien, decía, cuyo nombre inexplicablemente he
olvidado. Lo cierto es que esperé dicha presentación en tal estado de
ansiedad que me impidió registrar una impresión precisa de tiempo o
lugar. Soy de temperamento nervioso, se trata de un defecto de familia y
no lo puedo evitar. La menor apariencia de misterio, cualquier cosa que
no alcance a comprender del todo, me produce de inmediato un
lamentable estado de agitación.
Había por así decirlo algo de notable -sí, de notable, aunque el
término es muy débil para expresar todo lo que quiero dar a
entender- en el aspecto del personaje en cuestión. Medía alrededor
de un metro noventa, y su apariencia era imponente.
Emanaba de él un air distingué que daba a entender una
esmerada educación y alcurnia. Sobre este tema -el de apariencia
personal de Smith- siento una especie de satisfacción melancólica en
12 ¡Llorad, llorad ojos míos, y fundíos en agua!La mitad de mi vida ha llevado la otra a la tumba. [N. de la T.]
80
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEser detallista. Su pelo le habría hecho honor a un Bruto, pues tenía unas
hermosas ondas y un brillo maravilloso. Era de un negro azabache, que
también era el color -o mejor dicho, el no color- de sus patillas
inimaginables. El lector ya habrá advertido que no puedo hablar de
estas últimas sin entusiasmo, creo que no exagero si digo que eran el
más bello par de patillas bajo el sol. Rodeaban, y a veces hasta cubrían,
una boca incomparable, donde resplandecían los dientes más blancos y
parejos que pueda concebirse. De esa boca, en cada ocasión apropiada,
surgía una voz clara y melodiosa, de gran fuerza. Si hablamos de los
ojos, Smith estaba, también, magníficamente dotado. Cada uno de ellos
valía por un par de órganos oculares comunes. Sumamente grandes y
luminosos, eran de un color castaño intenso, y a veces percibía en ellos
esa dosis justa de oblicuidad que vuelve fecunda una mirada.
El torso del general era sin duda el mejor que yo hubiera visto jamás.
Imposible encontrar alguna falla en sus maravillosas proporciones.
Esta rara peculiaridad hacía resaltar unos hombros que hubieran
hecho sonrojar de envidia al Apolo de mármol. Tengo debilidad por los
hombros bellos, y puedo decir que nunca había visto otros tan
perfectos. Los brazos estaban admirablemente moldeados, y los
miembros inferiores no eran menos perfectos. Eran realmente el nec
plus ultra de las piernas bellas. Todo conocedor de la materia
reconocía que esas piernas eran atractivas. No eran ni demasiado
carnosas ni demasiado magras... ni rudeza ni fragilidad. Imposible
imaginar una curva más agraciada que la del os femoris, tenía además
el suave abultamiento de la parte trasera de la fíbula que colabora con
la conformación de una pantorrilla bien proporcionada. Ojalá mi amigo
y talentoso escultor Chiponchipino hubiera podido aunque más no
fuera contemplar las piernas del brigadier general honorario John A. B.
C. Smith.
Sin embargo, aunque los hombres tan apuestos no abundan
tanto como las razones o las zarzamoras, me costaba creer que eso
tan notable que he mencionado -extraño je ne sais quoi que rodeaba a mi
reciente conocido- se debiese a la excelencia de sus atributos físicos.
Quizá podía deberse a su estilo, pero tampoco en esto puedo ser positivo.
Había cierta severidad, por no decir dureza, en su porte, un grado de
81
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEprecisión mesurada, y si se me permite decirlo, rectangular, en todos
sus movimientos, que en una persona de menor tamaño habría tenido un
dejo de afectación o pomposidad, pero que en un caballero de sus
dimensiones podía adjudicarse a cierta reserva, hauteur y, en resumidas
cuentas, al loable sentido de lo adecuado a la dignidad de las colosales
proporciones.
El amigo que tuvo la amabilidad de presentarme al general Smith me
susurró al oído algunos comentarios sobre su persona. Se trataba de
un hombre notable -muy notable-, de hecho uno de los más
notables de esa época. También tenía un gran éxito entre las damas,
principalmente por su gran reputación de hombre valiente.
- En ese sentido no tiene rival, es todo un temerario, sumamente
audaz -dijo mi amigo, bajando la voz y llenándome de entusiasmo por lo
misterioso de su tono-. Sí, sumamente audaz sin duda. Y eso lo
demostró en la última y tremenda lucha de los pantanos, allá en el
sur, contra los indios espantajos y kickapoos. [Aquí mi amigo abrió
más los ojos.] ¡Cantidades de sangre y pólvora, loado sea Dios!
¡Prodigios de valor! Supongo que habrá oído hablar de él... Es el hombre
que...
- ¿Cómo le va, amigo? ¿Cómo anda? i Me alegro mucho de verlo! -In-
terrumpió el mismo general tomando del brazo a mi compañero y
haciendo una reverencia rígida pero profunda cuando le fui
presentado. Me pareció en aquel momento (y aún lo pienso) que no
había oído nunca una voz más clara y nítida, ni visto mejor dentadura
que la suya. Sin embargo, confieso que en ese momento lamenté la
interrupción pues, debido a los susurros e insinuaciones mencionados,
se había despertado en mí un gran interés por el héroe de la campaña
contra los espantajos y los kickapoos.
No obstante, la deliciosa y brillante conversación del brigadier
general honorario John A. B. C. Smith pronto disipó este desagrado.
Como mi amigo se marchó casi de inmediato, tuvimos un largo tête-
à-tête, y el encuentro no sólo me dejó complacido sino que también
me resultó muy instructivo. Jamás he oído a un hombre de un hablar tan
fluido y tan bien informado como él. Con una digna modestia, sin
embargo, evitó tocar el tema que más me atraía -es decir, las
82
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmisteriosas circunstancias que rodearon la guerra contra los
espantajos-, y por mi parte, una apropiada delicadeza me impidió
hacer mención de dicho tema, aunque a decir verdad estuve
sumamente tentado de hacerlo. También noté que el bizarro militar se
inclinaba por las cuestiones de interés filosófico, y le complacía
especialmente comentar el rápido avance de las invenciones mecánicas.
Por cierto, adondequiera que yo lo llevase, invariablemente
volvía a este tema.
- No hay nada comparable a esto -decía--. Somos un pueblo ma-
ravilloso y vivimos en una era también maravillosa. ¡Paracaídas y trenes...
trampas para individuos, y trampas de alambre y escopeta! Nuestros
vapores surcan todos los mares, y el globo de Nassau está a punto de
realizar viajes regulares entre Londres y Timboctú a sólo veinticinco
libras el pasaje de ida y vuelta. ¿Quién puede calcular la enorme
influencia sobre la vida social, sobre las artes, el comercio y la
literatura que tendrán los grandes principios del electromagnetismo?
¡Y le aseguro que esto no es todo! El avance de las invenciones no
tiene fin. Las más admirables... las más ingeniosas... Y permítame
agregar, señor... señor... Thompson, creo... permítame agregar, digo, que
los aparatos mecánicos más útiles, más verdaderamente útiles, brotan
cada día como hongos, si es que puedo expresarme de esta manera, o
en sentido más figurado, como langostas, señor Thompson, sí, ja, ja, como
langostas en torno de nosotros.
Mi apellido no es Thompson, pero de más está decir que me
separé del general Smith con un mayor interés por su persona y una
alta opinión de sus dotes para la conversación, además de un profundo
sentido de los valiosos privilegios de que gozamos por el hecho de vivir
en esta era de invenciones mecánicas. Sin embargo, mi curiosidad no
había quedado del todo satisfecha, y de inmediato decidí realizar
averiguaciones entre mis conocidos respecto del brigadier general
honorario, en particular sobre los tremendos acontecimientos quorum pars
magna fuit ocurridos durante la campaña contra los espantajos y los
kickapoos.
83
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
La primera oportunidad que se me presentó -y que (horresco
referens) no tuve el menor escrúpulo en aprovechar- sucedió en la
iglesia del reverendo doctor Batidor de Parche donde, un domingo,
llegado el momento del sermón, me encontraba no sólo sentado en
uno de los bancos, sino al lado de la señorita Tabita T., una amiga mía
muy meritoria y comunicativa. En ese momento me felicité, y con
razón, por lo bien que se presentaban mis asuntos. Si había alguien
que sabía algo sobre el propio brigadier general honorario, era la
señorita Tabita T. Nos telegrafiamos unas señales, y acto seguido
comenzamos, sotto voce, un animado tête-a-tête.
-¡Smith! -dijo ella en respuesta a mi ansiosa pregunta-. ¡Smith! ¿Se
refiere usted al general A. B. C.? ¡Loado sea Dios! ¡Pensé que se habría
enterado! ¡Ésta es una era de grandes inventos! ¡Qué episodio tan
horrendo! Y esos kickapoos son unos sanguinarios! Luchó como héroe...
prodigios de valor... fama inmortal. ¡Smith!... ¡brigadier general honora-
rio John A. B. C.! Usted sabe que es el hombre que...
-¡El hombre -gritó en ese momento el doctor Batidor de Parche a voz de
cuello, y dio un puñetazo que por poco derrumba el púlpito-, el hombre
que ha nacido de mujer tiene una vida breve; apenas nace es cortado
como una flor! -Me corrí hacia el extremo del banco, y por las encendidas
miradas que me echaba el reverendo, me di cuenta de que la ira que casi
resulta fatal para el púlpito provenía de los susurros entre la dama y yo. No
había nada que hacerle; por lo tanto me sometí, y en medio del martirio
de un silencio digno, escuché el resto de tan importante discurso.
A la noche siguiente llegué un tanto tarde al Teatro De La Farsa,
donde seguramente podría satisfacer en el acto mi curiosidad con sólo en-
trar en el palco de esos exquisitos especímenes de afabilidad y
omnisciencia, las señoritas Arabella y Miranda Sabedoras. El notable
trágico Clímax representaba a Yago ante un público muy numeroso, y tuve
cierta dificultad en hacerme entender, sobre todo porque nuestro palco
colgaba prácticamente sobre el escenario.
-¡Smith! -dijo Arbella cuando por fin comprendió lo que le preguntaba-.
¡Smith! ¿No será el general John A. B. C.?
-¿Smith? -preguntó Miranda, pensativa-. ¡Que Dios me ampare! ¿Alguna
84
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEvez vio usted a un hombre de mejor porte?
-Nunca, pero por favor, dígame...
-¿O una apreciación tan notable del efecto escénico?
-¡Señorita!
-¿O un sentido más excelso de las verdaderas bellezas de Shakespeare?
¡Tenga la bondad de mirar esas piernas!
-¡Que diablos! -exclamé, y volví a dirigirme a su hermana.
-Smith -dijo ella-, ¿no será el general John A. B. C.? ¡Fue un episodio
horrendo! ¿Verdad? Y los espantajos, qué depravados... qué salvajes!
Felizmente vivimos en una era de grandes inventos. ¡Smith! ¡Ah, sí! Un
gran hombre. De una gran audacia... renombre inmortal... prodigios de
valor. ¡Nunca supe de nadie igual! [Esto lo dijo a gritos]. ¡Dios libre y
guarde! Es el hombre que...
-¡... ni la madrugada Ni todas las pócimas somníferas del mundo Te
producirán jamás ese dulce sueño Que ayer tuviste! -me gritó Clímax
en el oído, blandiendo el puño ante mi cara, de una forma que no pude
ni quise tolerar. Me alejé de inmediato de las señoritas Sabedoras, fui
detrás de las bambalinas y le propiné a ese sinvergüenza una paliza
que supongo recordará hasta el día de su muerte.
En la soirée de la señora Kathleen O'Trump, una simpática viuda,
me sentí seguro de que no habría de sufrir otra desilusión. Por
consiguiente, no bien estuve sentado a la mesa de juego frente a mi
bella anfitriona, planteé los interrogantes cuya respuesta se había
convertido en un asunto fundamental para la tranquilidad de mi espíritu.
-¡Smith! ¿No se referirá al general John A. B. C.? Un episodio tre-
mendo, ¿no? ¿Diamantes, dijo usted? ¡Ah, qué desgraciados los
kickapoos! Por favor, señor Chismes, estamos jugando al whist... Sí,
ésta es la era de las invenciones par excellence.
-¿Habla francés? Sí, todo un héroe... muy valiente... ¿No tiene co-
razones, señor Chismes? ¡No lo puedo creer! ¡Si es el hombre que...!
-¡Mann! ¿El capitán Mann? -gritó una voz femenina desde el extremo
más apartado del salón-. ¿Habla usted sobre el capitán Mann y el
duelo? ¡Ah, eso lo quiero escuchar! ¡Prosiga, por favor, señora O'Trump!
Y eso hizo la señora, se embarcó en un relato sobre un tal
capitán Mann, a quien habían ahorcado o muerto de un disparo, o
85
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmerecía haberlo sido. ¡Sí, por supuesto! Y como la señora seguía
hablando, yo... me marché. Ya estaba visto que aquella noche no me
enteraría de nada más respecto del brigadier general honorario John A.
B. C. Smith.
Me consolé pensando que la racha de mala suerte no podía
durar eternamente y decidí tratar con audacia de obtener
información preguntándole a ese fascinante angelillo, la simpática señora
Pirueta.
-¡Smith! ¿No se referirá usted al general John A. B. C.? Terrible ese
asunto con los espantajos, ¿verdad? Qué seres tan espantosos los indios...
-¡Sáquese el dedo de la nariz! ¿No le da vergüenza? Un hombre
muy valeroso, el pobre... Pero ésta es una era tan maravillosa, de
grandes inventos... Ay, mi Dios, me quedo sin aliento... un hombre
audaz... prodigios de valor... i Usted se enteró! No lo puedo creer.
-Tendré que sentarme y contarlo todo... ¡Smith!... Pero si es el que...
-¡Man-fredo, le digo! -gritó en ese momento la señorita Medias Azules,
cuando yo llevaba a la señora Pirueta a un sillón-. ¿Alguien oyó alguna vez
cosa semejante? ¡Es Man-fredo, y no Man-fred! Al decir eso, la señorita
Medias Azules me hizo señas en un modo muy perentorio. Y yo, aunque
no lo quisiera, tuve que alejarme de la señora Pirueta para terciar en
un litigio relativo al título de cierto drama poético de Lord Byron. Y pese a
que de inmediato aseguré que el verdadero título era Man-fredo, en
absoluto Man-fred, cuando volví a buscar a la señora Pirueta no la
encontré por ninguna parte. Entonces me marché de la casa
sintiendo una gran animosidad contra toda la raza de personas
parecidas a Medias Azules.
Las cosas se habían vuelto muy serias, por lo que resolví visitar
cuando antes a mi amigo, el señor Theodore Sinivate, pues suponía
que él podía darme alguna información precisa.
-¡Smith! -dijo, con su manera peculiar de arrastrar las sílabas-. ¡Smith!
¿Alude usted al general John A. B. C.? Ese episodio con los kickapoos
fue lamentable, ¿no es cierto? ¡Una gran audacia! ¡Qué pena! ¡Una
era de maravillosos inventos! ¡Prodigios de valor! A propósito, ¿oyó hablar
del capitán Mann?
-¡Qué el capitán Mann se vaya al d...! -exclamé-. Continúe, por favor,
86
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcon la historia.
-¿Ejem! Bueno, es la la méme cho-o-se, como decimos en Francia.
Smith, ¿eh? ¿Dice usted el brigadier general John A. B. C.? [Aquí el señor
Sinivate juzgó apropiado apoyar un dedo contra su nariz.] ¿No
insinuará usted, sinceramente, que desconoce por completo ese
episodio de Smith? ¿Se refiere usted a Smith, John A. B. C.? Válgame Dios,
si es el hombre que...
- Señor Sinivate -le imploré-, ¿se trata del hombre de la máscara?
-¡No-o-o! -respondió, poniendo cara de entendido-. Tampoco es el
hombre de la luna.
Consideré que esa respuesta era un claro insulto, por lo que en el
acto me marché de la casa indignado, con la firme decisión de llamar a mi
amigo, el señor Sinivate, y pedirle una explicación de su conducta tan
poco caballeresca y muy maleducada.
Entre tanto, sin embargo, no quería prescindir de la información que
deseaba. Todavía me quedaba un recurso. Recurriría a las fuentes
mismas. Iría a visitar al propio general y le pediría, con palabras
explícitas, una solución a ese abominable misterio. Allí al menos no
habría posibilidad de error. Sería directo, positivo, perentorio, conciso
como Tácito o Montesquieu.
Era temprano cuando llegué a casa del general, y éste se estaba
vistiendo, pero como aduje que se trataba de un asunto urgente, un
anciano negro me llevó de inmediato al dormitorio y se quedó allí por si su
amo lo necesitaba. Al entrar en la habitación busqué con la vista a su
ocupante, pero no lo localicé. Había un bulto grande, de aspecto
singular, en el suelo, junto a mis pies, y como no me hallaba de muy
buen humor, le di una patada para sacarlo del camino.
-¡Ejem, ejem! Qué educado, ¿no? -dijo el bulto, con la vocecita más
fina y rara que he oído jamás, algo entre un chirrido y un silbido-. Muy
poco cortés de su parte.
Lancé un grito de terror y huí en diagonal hasta el rincón más
alejado de la habitación.
-¡Dios me ampare, mi estimado amigo! -volvió a silbar el bulto-, ¿qué...
qué le pasa? Hasta creería que no me reconoce.
¿Qué podía decirle? Con paso tambaleante me desplomé en un
87
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsillón y me quedé con los ojos fijos y la boca abierta, esperando que se
resolviera el misterio.
-Qué raro que no me conozca, ¿no? -pronunció al instante esa cosa
indescriptible que, según advertí, se había puesto a efectuar en el
piso ciertos movimientos semejantes a los de calzarse una media. Sin
embargo, se veía una sola pierna. -Qué raro que no me reconozca.
¡ Pompeyo, alcánzame la pierna! -Pompeyo le entregó al bulto una
pierna artificial de grandes dimensiones con la media ya puesta, que
el bulto se atornilló en un instante. Luego se enderezó ante mis ojos.
"Y fue una batalla muy sangrienta -continuó diciendo la cosa, como
en un monólogo-, pero uno no puede pelear contra los espantajos y los
kickapoos y creer que va a salir sin un rasguño. Pompeyo, dame por
favor ese brazo. Thomas [dirigiéndose a mí] es quien hace las mejores
piernas ortopédicas, pero si alguna vez le hace falta un brazo, mi
estimado amigo, permítame recomendarle a Bishop. -En ese momento,
Pompeyo le atornilló un brazo.
"Fue una batalla terrible, como le decía. A ver, condenado,
colócame los hombros y el pecho. Pettit fabrica los mejores hombros,
pero si quiere un pecho, tiene que recurrir a Ducrow.
-¡Un pecho! -exclamé.
- Pompeyo, ¿no vas a terminar nunca con la peluca? Duele mucho
cuando a uno le arrancan el cuero cabelludo, pero después de todo,
luego se puede usar un peluquín tan bueno como éste, de De L'Orme.
¡Un peluquín!
-¡A ver, negro, tráeme los dientes! Si quiere una buena dentadura, le
conviene ir ya mismo a Parmly. Cobra caro, pero el trabajo es excelen-
te. Yo, por ejemplo, me tragué muchos dientes cuando un indio
espantajo me golpeó con la culata de su rifle.
-¡Con la culata del rifle! ¡Lo golpeaba! ¡Mis ojos...!
-Ah, casualmente... Pompeyo, trae el ojo y atorníllamelo. Esos kic-
kapoos no son lerdos para arrancarlos. Pero el doctor Williams es
maravilloso; usted no se imagina lo bien que veo con los ojos de fábrica.
Comencé entonces a percibir con claridad que el objeto que
tenía ante mí era nada menos que el brigadier general honorario John
A. B. C. Smith. Las manipulaciones de Pompeyo, debo reconocer,
88
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhabían cambiado notablemente el aspecto del hombre. La voz, sin
embargo, me seguía intrigando, pero hasta ese aparente enigma se
resolvió enseguida.
-¡Pompeyo, negro sinvergüenza! -chilló el general-. ¡Serías capaz de
dejarme salir sin mi paladar!
El negro se acercó a su amo murmurando una disculpa; le abrió
la boca con el aire de persona entendida de un jockey, y con un
movimiento diestro le acomodó en el interior un aparato de singular
aspecto que no alcancé a distinguir. Sin embargo, el cambio operado
en la expresión del general fue instantáneo y asombroso. Cuando
volvió a hablar, su voz había recuperado la fuerza y el tono melodioso
que yo le había notado cuando nos presentaron.
-¡Malditos sean esos vagabundos! -exclamó con una dicción tan clara
que me sobresaltó-. ¡Malditos sean! No sólo me arruinaron el paladar, sino
que se tomaron el trabajo de seccionarme siete octavos de lengua. Pero
felizmente tenemos a Bonfanti en América si se necesitan artículos de
esta clase. Se lo remiendo con confianza [al decir esto, el general hizo una
inclinación de cabeza], y le aseguro que lo hago con gusto.
Agradecí lo mejor que pude su amabilidad y me marché en el acto,
pues ya tenía un conocimiento cabal de la situación y comprendía perfec-
tamente el misterio que durante tanto tiempo me había perturbado. Era
evidente. Era un caso muy claro.
El brigadier general honorario John A. B. C. Smith era el hombre...
era el hombre que se gastó.
LA ESTAFA
Considerada como una de las Ciencias
Exactas
89
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Hey, diddle, diddle
The cat and the fiddle.13
Desde el principio del mundo ha habido dos Jeremías. Uno escribió
una jeremiada acerca de la usura, y se llamaba Jeremías Bentham. Fue
muy admirado por el señor John Neal y fue un gran hombre a pequeña
escala.
El otro dio nombre a la más importante de las Ciencias Exactas y fue
gran-
de a gran escala (y puedo afirmar que a la más grande de las escalas).
La estafa -o lo que el verbo estafar implica- es un término suficien-
temente bien entendido. Sin embargo, el hecho, el acto, la cosa que cons-
tituye la estafa es algo dificil de definir. Podemos llegar, no obstante, a
una aceptable definición del asunto que nos ocupa definiendo no la cosa,
la estafa en sí, sino al hombre como un animal que estafa. Si Platón
hubiese atinado a esto se habría evitado la afrenta del pollo desplumado.
Se le preguntó a Platón, con mucha razón, por qué un pollo desplu-
mado, que era claramente un "bípedo sin plumas", no era, según su propia
definición, un hombre. Pero yo no seré importunado por preguntas simi-
lares. El hombre es un animal que estafa y no hay otro animal que estafe
excepto el hombre. Para contradecir esto deberá echarse mano de todo un
gallinero de pollos pelados.
Lo que constituye la esencia, el meollo, el principio de la estafa es, de
hecho, exclusivo de la clase de criatura que usa chaquetas y pantalones.
El cuervo roba, el zorro engaña, la comadreja es ingeniosa y el hombre
estafa. Estafar es su destino. "El hombre fue hecho para lamentarse", dice
el poeta. Pero no es así: fue hecho para estafar. Esa es su meta, su objeto,
su fin. Y es por esta razón que cuando un hombre ha sido estafado
decimos que está "acabado".
13 Plin, plin, plinEl gato y el violín. [N. del T.]
90
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
La estafa, correctamente considerada, es un compuesto cuyos ingre-
dientes son pequeñez, interés, perseverancia, ingenio, audacia, noncha-
lance, originalidad, impertinencia y burla.
Pequeñez: Tu estafador es pequeño. Opera a pequeña escala. Su ne-
gocio es la venta minorista en efectivo o con cheque al portador. Desde el
momento en que es tentado por la gran especulación comercial pierde al
momento sus rasgos distintivos y se vuelve lo que llamamos un "financis-
ta". Esta última palabra se condice en todo aspecto con la idea de la
estafa excepto por lo que respecta a la magnitud. Un estafador puede ser
visto como un banquero en potencia, y una "operación financiera", como
una estafa en Brobdignag. Uno es a lo otro como Homero a "Flaccus", un
mastodonte a un ratón o la cola de un cometa a la de un ratón.
Interés: Tu estafador está guiado por el interés en sí mismo. No
estafa por el solo hecho de hacerlo. Tiene un objetivo a la vista -su bolsillo
y el tuyo-. Siempre busca la mejor oportunidad. Cuida al número Uno. Tú
eres el número Dos y debes cuidarte por ti mismo.
Perseverancia: Tu estafador persevera. No se desanima enseguida.
Aunque la banca quiebre él no se preocupa por eso. Persigue su fin sin
desviaciones y
Ut canis a corio nunquam absterrebitur uncto,
así deja que lo suyo continúe.
Ingenio: Tu estafador es ingenioso. Tiene una gran creatividad. En-
tiende de complots. Inventa y reinventa. No es Alejandro pero puede ser
Diógenes. Puede no ser un estafador pero será un hacedor de trampas
para ratones o un pescador de truchas.
Audacia: Tu estafador es audaz. Es un hombre atrevido. Lleva la gue-
rra al interior de Africa. Lo conquista todo por asalto. No temería las dagas
de Frey Herren. Si hubiese sido un poco más prudente, Dick Turpin habría
sido un gran estafador; Daniel O'Connell, si menos petulante; Carlos XII,
con una o dos libras más de cerebro.
Nonchalance: Tu estafador es sereno. No se pone nervioso por nada.
No tiene nervios. Nunca pierde la calma. Nunca se sale de quicio; de lo
único que puedes sacarlo es de tu casa. Es frío como un pepino. Es calmo
("calmo como una sonrisa de Lady Sepultura"). Es adaptable como un
91
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEviejo guante o las damiselas de la antigua Baiae.
Originalidad: Tu estafador es ingenioso, conscientemente o no. Sus
pensamientos son suyos propios. Le daría vergüenza usar los de otros. Los
trucos gastados le producen aversión. Estoy seguro de que devolvería un
bolso si descubriera que lo obtuvo mediante una estafa poco original.
Impertinencia: Tu estafador es impertinente. Fanfarronea. Levanta los
brazos. Pone las manos en los bolsillos del pantalón. Se ríe en tu cara. Te
pisa los callos. Come tu cena, bebe tu vino, te pide dinero prestado, te tira
de la nariz, patea a tu perro y besa a tu esposa.
Burla: Tu verdadero estafador hace la cuenta final con una risa burlo-
na. Sólo él la ve. Se ríe cuando ha terminado el trabajo del día, cuando ha
cumplido con sus labores, a la noche en su propio cuarto y sólo para su
propia y privada diversión. Va a su casa. Cierra la puerta. Se quita la ropa.
Apaga la vela. Se mete en la cama. Apoya la cabeza en la almohada. Des-
pués de todo esto, procede a reírse burlonamente. No es una hipótesis. Es
un hecho. Lo pienso a priori, y una estafa no sería una estafa sin una risita
burlona.
El origen de la estafa se remonta a la infancia de la Raza Humana.
Probablemente el primer estafador fue Adán. En todo caso, podemos ras-
trear la ciencia hasta la Antigüedad. El hombre moderno, sin embargo, la
ha llevado a una perfección nunca soñada por nuestros testarudos proge-
nitores. Sin detenerme a hablar de los "viejos estafadores", me contentaré
con un resumen de las "instancias más modernas".
Esta es una estafa muy buena. Un ama de casa que desea un sofá,
por ejemplo, es vista entrar y salir de distintas mueblerías. Al final llega a
una que ofrece una excelente variedad. Un individuo voluble y educado la
aborda en la puerta y la invita a entrar. Ella encuentra un sofá de su gusto
y, preguntando el precio, se sorprende agradablemente al oír una suma
menor en un veinte por ciento, cuando menos, de lo que esperaba. Se
apura a efectuar la compra, recibe una factura y un recibo y deja su domi-
cilio pidiendo que el artículo le sea enviado a su casa lo más rápido posible
y se retira en medio de una profusión de inclinaciones del vendedor.
Llega la noche pero no el sofá. Pasa un día y nada. Un sirviente es enviado
a inquirir por la demora. Toda la transacción le es negada. Ningún sofá ha
sido vendido, ningún dinero ha sido recibido excepto por el estafador que
92
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhizo, para la ocasión, el papel de vendedor.
Nuestras mueblerías suelen quedar completamente desatendidas y
así se dan todas las facilidades para este tipo de truco. Los visitantes
entran, miran muebles y se van sin haber sido vistos ni oídos. Si alguien
quiere comprar o pedir el precio de algún artículo, hay una campanilla a
mano y esto se considera más que suficiente.
Esta es otra estafa bastante respetable. Un individuo bien vestido en-
tra en un negocio; hace una compra por valor de un dólar; encuentra, a su
pesar, que ha dejado la billetera en el bolsillo de otra chaqueta y así se lo
dice al vendedor:
- Señor mío, no importa, ¿tendrá la gentileza de enviarme el paquete
a casa? Aunque..., espere, estoy casi seguro de que en casa no tengo bi-
lletes de menos de cinco dólares. No obstante, usted podrá enviar junto
con el paquete cuatro dólares de cambio.
- Muy bien, señor -replica el vendedor que, para ese momento, ya se
había hecho una elevada opinión de su cliente-. Conozco personas -se dice
a sí mismo- que se habrían metido el paquete bajo el brazo y se habrían
marchado con la promesa de volver a pagar el dólar por la tarde.
Es enviado un muchacho con el paquete y el cambio. A medio ca-
mino, y de forma bastante accidental, encuentra al comprador que ex-
clama:
- iAh, ése es mi paquete por lo que veo! Pensé que llegarías a casa
hace un rato. i Bien, sigue! Mi esposa, la señora Trotter, te dará los cinco
dólares, le dejé instrucciones para ello. El vuelto me lo puedes dar a mí,
necesitaré algo de cambio para la oficina postal. ¡Muy bien! Uno, dos, ¿es
buena esta moneda?, tres, cuatro, ¡perfecto! Dile a la señora Trotter que
me encontraste, ve tranquilo y no te distraigas por el camino.
El chico no se distrae en absoluto pero demora bastante en volver de
su mandado pues no encuentra a ninguna mujer con el nombre de señora
Trotter. Se consuela a sí mismo, sin embargo, diciéndose que no ha sido
tan tonto como para dejar la mercancía sin el dinero y regresa al negocio
con aire de satisfacción, aunque se sentirá herido e indignado cuando su
patrón le pregunte qué ha hecho con el vuelto.
Una estafa muy simple es la siguiente: Una persona con aspecto de
funcionario le presenta al capitán de un barco que está a punto de partir
93
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEuna factura de gastos inusualmente bajos. Contento de que haya resulta-
do tan poco y presionado por los cientos de obligaciones que en ese mo-
mento lo apremian, paga la cuenta sin demora. En quince minutos le es
remitida otra factura menos razonable por alguien que, sin duda, hace
quedar al primer colector corno un estafador, y como una estafa la factura
original.
Y también acá tenemos algo similar. Un vapor suelta amarras. Se
avista un viajero, abrigo en mano, corriendo hacia el muelle, a toda velo-
cidad. Hace un alto repentino, se agacha y levanta algo del suelo en una
forma agitada. Es una billetera. "¿Algún caballero ha perdido su billete-
ra?", exclama. Nadie puede decir que haya perdido precisamente la bille-
tera, pero se produce una gran excitación cuando se descubre que el
tesoro encontrado es de gran valor. El barco, sin embargo, no puede ser
detenido.
- El tiempo y la marea no esperan a nadie -dice el capitán.
- Por el amor de Dios, espere sólo unos pocos minutos -dice el que
encontró la billetera-. El verdadero dueño se presentará.
- No puedo esperar -responde quien manda-. Salga, ¿oyó?
-¿Qué voy a hacer?-pregunta el hombre, con gran turbación-. Voy a
dejar el país varios años y no puedo retener a sabiendas esta gran suma.
Permítame, señor (y aquí se dirige a un caballero en la orilla), pero usted
parece una persona honesta. ¿Me hará el favor de hacerse cargo de esta
billetera y devolverla? Sé que puedo confiar en usted. Usted ve que
contiene una suma considerable. El dueño, sin duda, querrá recompen-
sarlo por las molestias.
-¡No a mí!, la usted!, ¿fue usted quien encontró la billetera!
- Bueno, silo dice de ese modo... Tomaré una pequeña recompensa,
sólo para justificar sus escrúpulos. Déjeme ver... ¿por qué estos billetes
son todos de a cien? i Por mi alma! Cien es demasiado, es suficiente con
cincuenta, estoy seguro.
-Vamos, fuera -dice el capitán.
-Pero no tengo cambio de cien y usted tiene mejor...
- Vamos, vamos -dice el capitán.
-No importa -dice el hombre en la orilla, que ha estado examinando
94
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsu billetera durante el último minuto-, no importa. Lo puedo arreglar. Aquí
tengo un billete de cincuenta del Banco de Norteamérica. Arrójeme la
cartera.
Y el hombre escrupuloso toma los cincuenta con marcada reluctancia
y arroja al caballero la billetera mientras el vapor silba y humea po-
niéndose en camino. Una media hora después de la partida se descubre
que la "gran suma" son "falsificaciones" y que todo el asunto es una gran
estafa.
La siguiente es una estafa audaz. Va a celebrarse una reunión rural o
algo por el estilo en un lugar al que sólo se puede acceder por un puente.
Un estafador se estaciona en el puente e informa respetuosamente a
todos los pasajeros que por la nueva ley del condado, que establece un
arancel de un centavo por pasajeros a pie, dos por caballos y mulas, etc.,
etc. Algunos se quejan pero todos acatan la norma y el estafador vuelve a
su casa con cincuenta o sesenta dólares bien ganados. Cobrarle peaje a
una gran muchedumbre es algo sumamente pesado.
Éste es un engaño hábil: Un amigo del estafador tiene un pagaré de
éste, debidamente llenado y firmado, de los comunes, impresos en tinta
roja. El estafador compra una docena o dos de esos formularios y cada día
moja uno de ellos en su sopa, se lo arroja a su perro para que salte y lo
agarre y por fin se lo da como un rico bocado. Cuando el documento llega
a su vencimiento, el estafador y su perro van a lo del amigo y hablan del
pagaré. El amigo lo toma del escritorio y en el momento de alcanzárselo al
estafador, el perro salta y lo devora. El estafador no sólo se muestra
sorprendido, sino vejado y molesto por la conducta absurda de su perro y
expresa su completa disposición a cancelar la obligación cuando la
evidencia de ésta le sea presentada.
La siguiente es una pequeña estafa. Una mujer es insultada en la
calle por un cómplice del estafador. El estafador mismo vuela en su ayuda
y, después de haberle dado a su amigo una cómoda paliza, insiste en
acompañar a la mujer hasta la puerta de su casa. Se inclina apoyando la
mano sobre el corazón y se despide muy respetuosamente. Ella lo invita a
entrar para ser presentado como su salvador ante su hermano mayor y su
padre. Con un suspiro, declina la invitación.
- Entonces, señor, ¿no hay manera -dice ella- en que pueda tes-
95
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtimoniar mi gratitud?
- Por cierto, señora, que la hay. ¿Sería tan amable de prestarme un
par de chelines?
En un primer momento la dama resuelve desmayarse. Lo vuelve a
pensar, sin embargo, abre su bolso y le da lo pedido. Ésta, me parece, es
una estafa pequeña porque la mitad de la suma obtenida debe ser pagada
al caballero que tuvo que proceder con el insulto y aguantarse la paliza
por haberlo hecho.
Una estafa también pequeña, pero científica. El estafador se aproxi-
ma al mostrador de una taberna y pide un par de rollos de tabaco. Se los
dan y, habiéndolos examinado ligeramente, dice:
-No me gusta mucho este tabaco. Tómelo y déme, en su lugar, un
vaso de brandy y agua.
El estafador bebe el brandy y el agua que le sirven y se encamina
hacia la puerta. Pero la voz del tabernero lo detiene.
- Creo, señor, que ha olvidado pagarme el brandy y el agua.
-¿Pagar por el brandy y el agua? ¿No le di el tabaco a cambio del
brandy y el agua? ¿Qué más quiere?
-Pero, señor, por favor. No recuerdo que me haya pagado el tabaco.
.
-¿Qué quiere decir con eso, bribón? ¿No le devolví el tabaco? ¿No es
ése que está ahí? ¿Espera que pague por lo que no tomé?
-Pero, señor -dice el tabernero sin saber cómo seguir-, pero, señor...
- Sin peros, señor -lo interrumpe el estafador, aparentemente muy
disgustado y golpeando la puerta tras de sí mientras se escapa-. Sin peros,
señor, y basta de trucos contra los viajeros.
Acá hay otra hábil estafa, de la cual la simplicidad no es el rasgo me-
nor. Un bolso o una billetera que realmente se ha perdido y de la cual el
sujeto publica en uno de los diarios de una gran ciudad un aviso muy des-
criptivo.
Nuestro estafador copia los detalles de este aviso cambiando el enca-
bezamiento, la fraseología general y el domicilio. El original, por ejemplo,
es largo y explicativo, está encabezado como "i Billetera extraviada!" y
pide dejar el objeto, cuando sea encontrado, en el n° 1 de la calle Tom. La
copia es breve, está encabezada sólo corno "Pérdida" e indica el n° 2 de la
96
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcalle Dick o el 3 de la calle Harry. Además, el aviso es colocado en cinco o
seis diarios del día y aparece sólo unas pocas horas después del original.
Si es leído por quien ha extraviado su cartera, difícilmente sospechará que
pueda tener alguna relación con el suyo propio. Pero, por supuesto, las
chances de que quien encuentre el objeto repare en el domicilio dado por
el estafador en lugar del dado por el verdadero dueño son de cinco o seis
a una. Aquél paga la recompensa, se embolsa el tesoro y desaparece.
Ésta es bastante parecida. Una dama acaudalada ha perdido en la ca-
lle un anillo de diamantes de un gran valor. Ofrece cuarenta o cincuenta
dólares por su recuperación y da, en su aviso, una descripción muy minu-
ciosa de la joya y de sus engarces, declarando que pagará la recompensa
al instante en el n° tal y tal de la Avenida tal y tal, sin hacer una sola pre-
gunta. Uno o dos días más tarde, en ausencia de la dama, alguien llama a
la puerta en el domicilio citado; se asoma una criada; el visitante pregunta
por la señora de la casa y se le responde que ésta se halla fuera; ante tan
inesperado suceso, el visitante expresa su más sentido pesar. Su asunto
es de importancia y concierne a la señora misma. De hecha, él tuvo la
buena suerte de haber encontrado su anillo de diamantes. Pero quizás
estaría bien que volviera a pasar en otro momento. "i De ninguna
manera!", dice la sirvienta. "i De ninguna manera!", dicen la hermana y la
cuñada de la dama, quienes son llamadas de inmediato. El anillo es
clamorosamente identificado, la recompensa pagada y el visitante casi
empujado fuera. La dama regresa y expresa cierto disgusto con su
hermana y su cuñada porque han pagado cuarenta o cincuenta dólares
por un facsímil de su anillo de diamantes, un facsímil incuestionablemente
bien logrado.
Pero como realmente la estafa es algo que no tiene fin, tampoco lo
tendría este ensayo aun cuando sugiriera la mitad de variantes o inflexio-
nes de que esta ciencia es susceptible. Por fuerza, entonces, debo llevar
este artículo a una conclusión y no puedo hacerlo mejor que mediante un
breve resumen de una considerable aunque algo rebuscada estafa, de la
cual nuestra propia ciudad ha sido teatro no hace mucho, y que fue pos-
teriormente repetida con éxito en otras localidades de la Unión, todavía
más ingenuas. Un caballero de mediana edad y procedencia desconocida
llega a la ciudad. Es notablemente correcto, cauto y reflexivo en sus mo-
97
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdales. Su vestimenta es puntillosamente pulcra, pero sencilla y sin osten-
tación. Usa una corbata blanca, un chaleco holgado, hecho expresamente
para que resulte cómodo; zapatos de suela gruesa y pantalones sin traba.
Tiene, de hecho, todo el aire del acomodado, sobrio y respetable hombre
de negocios par excellence -una de esas personas duras por fuera y
tiernas por dentro que vemos en las comedias- cuya palabra es una
garantía, y que se destacan por repartir guineas de limosna con una mano
mientras que con la otra, a la hora de negociar, exigen hasta la última
fracción de un cuarto de penique.
Es muy quisquilloso para elegir donde alojarse. No le gustan los
niños. Está acostumbrado a la tranquilidad. Sus hábitos son metódicos y
por esto preferiría ocupar una habitación en casa de una familia pequeña
y respetable, de inclinaciones religiosas. Las condiciones de pago, no
obstante, lo tienen sin cuidado; sólo insiste en que liquidará la cuenta el
primero de cada mes (ahora estamos al día dos) y, cuando finalmente
obtiene una pensión a su gusto, le ruega a la dueña no olvidar sus
instrucciones respecto de este punto: enviar una factura y un recibo,
exactamente a las diez en punto, el primer día de cada mes y, en ninguna
circunstancia, dejarlos para el segundo.
Hechos estos arreglos, nuestro hombre de negocios alquila una ofici-
na en un barrio de la ciudad más respetable que de moda. No hay para él
nada más despreciable que ser pretencioso. "Donde hay mucho
espectáculo", dice, "rara vez hay algo sólido detrás", una observación que
impresiona tan profundamente a su propietaria que la anota al instante en
la gran Biblia de la familia, al margen de los Proverbios de Salomón.
El paso siguiente es publicar un aviso en los principales periódicos
mercantiles de la ciudad; en los de seis peniques; los de un penique no
son "respetables" y además reclaman el pago anticipado de todos los
avisos. Como un punto de honor, nuestro hombre de negocios sostiene
que no se debe pagar ningún trabajo hasta que no esté concluido.
PEDIDO. Los anunciantes, a punto de iniciar extensas operaciones
mercantiles en esta ciudad, requieren los servicios de tres o cuatro
empleados inteligentes y capaces, a quienes se remunerará con-
venientemente. Serán exigidas las mejores recomendaciones, no tanto por
la capacidad como por la integridad que se espera. Dado que las tareas a
98
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcumplir implican una gran responsabilidad y que los contratados deberán
manejar grandes sumas de dinero, consideramos necesario exigir a cada
persona empleada un depósito de cincuenta dólares. No deberá
postularse, en consecuencia, ninguna persona que no esté dispuesta a
dejar esa suma en custodia de los anunciantes, y que no pueda presentar
los más satisfactorios testimonios de moralidad. Se preferirá a los
caballeros jóvenes con creencias religiosas. Presentarse de diez a once hs.
y de dieciséis a diecisiete a los señores
Pantanos, Cerdos, Troncos, Ranas & Co.
Calle del Perro n° 110
Para el día 31 del mes, el aviso ha llevado a las oficinas de los
señores Pantanos, Cerdos, Troncos, Ranas & Co. a unos quince o veinte
jóvenes caballeros con inclinaciones piadosas. Pero nuestro hombre de
negocios no tiene apuro en cerrar contrato con ninguno (ningún hombre
de negocios es jamás precipitado) y sólo después del más rígido
cuestionario respecto de la piedad en la inclinación de cada joven
caballero son contratados sus servicios y recibidos sus cincuenta dólares,
sólo a manera de precaución, por la respetable firma Pantanos, Cerdos,
Troncos, Ranas & Co. A la mañana del día primero del siguiente mes, la
propietaria no presenta su factura de acuerdo con lo prometido,
negligencia por la cual el satisfecho director de la firma que termina en las
eses no habría dudado en reprenderla severamente si hubiese
permanecido en la ciudad uno o dos días más a tal fin.
Como es de suponer, la policía pasó un mal momento con esto, co-
rriendo de aquí para allá, y todo lo que puede hacer es declarar enfática-
mente que el hombre de negocios es un "peso pesado", queriendo decir
en realidad, según entiende cierta gente, que es un n.e.i., por lo cual debe
entenderse supuestamente la muy clásica frase non est inventus.
Entretanto,
los jóvenes caballeros, todos y cada uno, están un poco menos
piadosamente inclinados que antes, mientras la propietaria compra la
99
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmejor goma de borrar de un chelín y, con sumo cuidado, elimina la nota a
lápiz que algún tonto ha escrito en la gran Biblia familiar, sobre el ancho
margen de los Proverbios de Salomón.
EL ÁNGEL DE LO RARO
Extravagancia
Era una fresca tarde de noviembre. Justamente acababa de
despachar una comida más sólida que de costumbre, en la que la trufa
dispéptica no constituyó el artículo menos importante. Estaba solo,
sentado en el comedor, los pies en el morillo de la chimenea y el codo en
una mesita que había acercado al fuego con algunas botellas de vinos de
varias clases y de licores espirituosos.
Por la mañana había leído el Leónidas, de Glover; la Epigoniada, de
Wilkie; la Peregrinación, de Lamartine; la Colombiada, de Barlow; la Sicilia,
de Tuckermann, y las Curiosidades, de Griswold; así, pues, confesaré que
me sentía ligeramente estúpido. A fuerza de vasos de Laffitte me es-
forzaba por despertarme, y no consiguiéndolo, recurrí desesperado a un
periódico que había a mi lado. Habiendo leído detenidamente la columna
de alquileres, y luego la columna de los perros perdidos, y luego las dos
columnas de las mujeres y aprendices fugados, ataqué con vigorosa
resolución la parte editorial, y, habiéndola leído desde el principio hasta el
fin sin entender una sílaba, se me ocurrió que podía estar escrito en chino,
y la releí desde el fin hasta el principio, pero sin obtener resultado más
satisfactorio. Disgustado, estuve a punto de gritar:
Este in folio de cuatro páginas, obra dichosa
100
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Que la crítica misma no critica,
cuando sentí mi atención un poco atraída por el siguiente párrafo:
"Las rutas que conducen a la muerte son numerosas y extrañas. Un
diario de Londres menciona la muerte de un hombre, acaecida de un
modo singular. Jugaba al puff the dart, que se juega con una larga aguja
enhebrada de lana que se sopla contra un blanco al través de un tubo de
estaño. Colocó la aguja en el lado malo del tubo, y, aspirando fuertemente
para lanzar luego la aguja con más vigor, la atrajo hacia su gola,
penetrando hasta los pulmones y matando al imprudente en pocos días".
Al leer eso, sentí inmensa rabia sin saber exactamente por qué.
Este artículo, exclamé, es una despreciable falsedad, la hez de la
imaginación de algún deplorable borrajeador a cinco céntimos la línea, de
algún miserable fabricante de aventuras en el país de Jauja. Esos pícaros,
conocedores de la prodigiosa bobería del siglo, emplean todo su espíritu
en imaginar improbables posibilidades, accidentes raros, como ellos dicen,
pero para un espíritu reflexivo (como el mío, añadí a manera de parénte-
sis, apoyando sin darme cuenta de ello mi índice en la punta de la nariz),
para una inteligencia contemplativa semejante a la que yo poseo, resulta
evidente a primera vista que la maravillosa y reciente multiplicación de
estos raros accidentes es el más raro de todos. Por mi parte, estoy
decidido a no creer en adelante nada que implique algo de singular.
- Mein Gott! Hay que zer un azno para dezir ezto -respondió una de
las más sorprendentes voces que jamás oí en mi vida.
Al principio la tomé por un zumbido de mis oídos, como suele ocurrir
a un hombre que está muy ebrio; pero, reflexionando luego, consideré el
ruido como más semejante al que sale de un barril vacío cuando se lo gol-
pea con un palo; y, en verdad, hubiese creído lo último, a no ser por la
articulación de las sílabas y de las palabras. Yo no soy nervioso por tem-
peramento, y, como los varios vasos de Laffitte que había sorbido no sir-
vieron poco para infundirme valor, no experimenté ninguna trepidación;
pero elevé simplemente los ojos, y miré cuidadosamente por el cuarto
para descubrir al intruso. Pero no vi a nadie.
- ¡Uf! -prosiguió la voz, mientras yo continuaba mi examen-. Ez
101
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEprezizo que zea ugté tonto de capigote paga no vegme zentado a zu lado.
Al oír esto me puse a mirar enfrente de mi nariz. En efecto, casi en-
frentándome, estaba instalado cerca de la mesa un personaje aún no des-
crito, aunque no absolutamente indescriptible. Su cuerpo era una pipa de
vino, un tonel de ron o algo análogo, y tenía una apariencia verdadera-
mente fantástica. A su extremidad inferior estaban unidos dos toneles que
parecían desempeñar el oficio de piernas. En lugar de brazos, pendían de
la parte superior del armazón dos botellas pasablemente largas cuyos
cuellos figuraban las manos.
Todo lo que el monstruo poseía en lugar de cabeza era uno de esos
baúles de Hesse parecidos a grandes tabaqueras con un agujero en el cen-
tro de la tapa. Este baúl (coronado por un embudo en la parte superior,
como un sombrero de caballero echado sobre los ojos) estaba bien mon-
tado sobre el tonel, con el agujero vuelto de mi lado, y, por ese agujero
que parecía guiñar y estaba arrugado como la boca de una solterona muy
ceremoniosa, emitía la criatura ciertos ruidos sordos y roncadores que,
evidentemente, tenía por lenguaje inteligible.
- Ez prezizo -dijo- que zea uzté tonto de capigote, paga eztag zentado
ahí y no begme cuando yo estoy aquí, y que zea también máz animal que
un ganzo paga no creeg lo que han imprezo en el periódico. Ez la beg-dá,
la begdá, palabra pog palabra.
-Dígame quién es usted, se lo suplico -lo interrogué con mucha
dignidad, aunque algo desconcertado-. ¿Cómo ha entrado aquí? ¿Qué se le
ofrece?
- Cómo he entrado -replicó el monstruo -ez coza que no le impogta, y
menog lo que hago aquí, y en cuanto quién zoi llo he venido senziyamente
paga que ugté ze entere pog zí mizmo.
-Usted es un borracho miserable -le dije-, y voy a llamar a mi criado
para que lo eche fuera a puntapiés.
-i Ji, ji, ji! -respondió el bellaco-. i Jo, jo, jo!, ugted no puede haceg
ezo.
-¿Que no puedo? -exclamé-. ¿Qué quiere decir? ¿Qué es lo que no
puedo?
-Tocag la campaniya -me replicó pretendiendo dibujar una mueca con
102
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsu boca abominable.
Al oír esto hice un esfuerzo para levantarme y poner mi amenaza en
ejecución; pero el muy bandido se inclinó sobre la mesa, y asestándome
un golpe en la frente con el gollete de una de sus largas botellas, me des-
plomó en el fondo del sillón, del que me había levantado a medias. El gol-
pe me dejó completamente aturdido, y durante un minuto no supe qué
partido adoptar. Él prosiguió su discurso:
-Ve ugté. Lo mejó zerá que egté tranquilo. Ahora zabrrá quién zoi.
Míreme: zoi el Anquel ti Raro.
-Bastante raro, en efecto -osé replicarle-, pero me figuré que un ángel
debía de tener alas.
-Cáyate -exclamó grandemente enojado-. ¿Qué voi a hazeg con eyag?
¿Ez que me tomag por un poyo?
-No, no -respondí alarmadísimo-; usted no es un pollo; seguramente
que no.
-i Me alegro! Ezté tranquilo y compórtese megor, o le haré zufrir to-
davía el efegto de mi puño. Ez el poyo quien tiene alaz, y el búho quien
tiene alaz, y el demonio quien tiene alaz, y el cran tiablo quien tiene alaz.
El ángel no tiene alaz, y llo zoi el Anquel de lo Raro.
-¿Y el asunto para el que ha venido usted, es... es...?
-¡Paga ezo! -gritó el horrible objeto-; ¿qué vil espezie de Ganapán mal
educado ez ugté paga preguntag a un chentlemán y a un ánquel si le
integuessan zug asuntog?
Este lenguaje era superior a lo que yo podía soportar, aun procedien-
do de un ángel. Así, pues, acopiando mi valor, tomé un salero que se ha-
llaba al alcance de mi mano, y lo lancé a la cabeza del intruso. El eludió el
golpe, y yo apunté mal; pues sólo conseguí romper el cristal que protegía
el cuadrante del reloj colocado en la chimenea. En cuanto al Angel, com-
prendió mi intención y respondió al ataque con dos o tres vigorosos golpes
asestados consecutivamente en la frente, como ya había hecho antes. Ese
trato me sometió en seguida, y casi me avergüenzo de decir que, sea
dolor, sea humillación, me acudieron algunas lágrimas a los ojos.
-Mein Gott! -dijo el Ángel de lo Raro, aparentemente dulcificado por el
espectáculo de mi situación-, el pobrre hombrre eztá boracho. Ez prrezisso
103
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEno beber assí de lo zeco; hay que echar acua en buestrro bino. Ea, beba
egto; beba egto, como un niño bueno, y no yore mag! ¿Comprrende?
El Ángel de lo Raro llenó mi vaso (que sólo contenía una tercera parte
de Oporto) con un fluido incoloro que vertió de uno de sus largos brazos.
Yo observé que las botellas que le servían de brazos ostentaban unas
etiquetas en el cuello, en las que se leía la inscripción Kirschenwasser
(agua bendita) .
La solícita bondad del Ángel me aquietó grandemente, y aliviado con
el agua que sirvió varias veces para atenuar mi vino, encontré al fin la su-
ficiente calma para escuchar su extraordinario discurso. No pretendo
relatar todo lo que me dijo; pero lo que de él retengo en sustancia es que
era el genio que preside los contratiempos en la naturaleza, y que su
función consistía en aportar esos accidentes raros que sorprenden
continuamente a los escépticos. Como yo me aventurase una o dos veces
a expresar mi total incredulidad referente a sus pretensiones, se puso rojo,
hasta el punto de parecerme la más cuerda política el no decir nada, y
dejarlo hablar.
Y habló, pues, a su gusto, mientras yo permanecía tendido en mi si-
llón, los ojos cerrados, comiendo uvas y arrojando los cabos por la habita-
ción. Pero el Angel interpretó esa conducta como un signo de desprecio
por mi parte, y levantándose con terrible irritación se caló completamente
el embudo hasta los ojos, lanzó un enorme juramento, articuló una
amenaza, cuyo preciso carácter no pude comprender, y, finalmente, me
hizo un profundo saludo de adiós, deseándome, a la manera del arzobispo
del Gil Blas, "mucha suerte y un poco más de buen sentido".
Su partida fue para mí un gran alivio. Los varios vasos de Laffitte que
había bebido a pequeños sorbos, tuvieron por efecto amodorrarme, y sentí
deseos de echar una siesta de quince o veinte minutos, como es mi
costumbre tras la comida. A las seis tenía una importante entrevista, a la
cual tenía gran necesidad de asistir. Habiendo expirado el día antes la pó-
liza de seguro de mi habitación, y habiéndose suscitado una dificultad, se
convino en que me presentase a las seis ante el consejo de los directores
de la compañía para convenir los términos de la renovación. Lanzando una
mirada al péndulo de la chimenea (pues me sentía harto pesado para
sacar mi reloj), tuve el gusto de observar que aún me quedaban veinte
104
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEminutos.
Eran las cinco y media; fácilmente podía llegar a la oficina de seguros
en cinco minutos, y mi siesta habitual jamás pasaba de veinticinco minu-
tos. Sintiéndome, pues, suficientemente tranquilo, me acomodé en segui-
da para echar mi sueño.
Cuando lo hube terminado muy satisfactoriamente y me desperté,
miré de nuevo el reloj, y me sentí medio inclinado a creer en la posibilidad
de los accidentes raros, viendo que, en lugar de mis quince o veinte minu-
tos habituales, sólo había dormido tres. Recomencé, pues, la siesta, y en
fin, al despertar por segunda vez, vi con inmensa sorpresa que seguían
siendo las seis menos veintisiete minutos.
Di un salto para reconocer el reloj, y advertí que estaba parado. El
que llevaba en el bolsillo me informó que eran las siete y media. Luego,
había dormido dos horas, faltando así a la cita.
"Nada se ha perdido -me dije-, iré a la oficina por la mañana y me
excusaré. Ahora bien: ¿qué habrá podido ocurrir al reloj?"
Al examinarlo reconocí que un cabo de las uvas que arrojé por el
cuarto mientras que el Ángel de lo Raro me dirigía su discurso, había pa-
sado a través del cristal roto, alojándose bastante singularmente en el
agujero de la llave, y quedando fuera un pedazo había detenido la revolu-
ción de la aguja.
"¡Ah! -exclamé--. Ahora lo comprendo todo. Accidente natural, como
suele ocurrir de tiempo en tiempo."
Y ya no volví a ocuparme de la cosa. A la hora habitual me metí en la
cama. Habiendo colocado la bujía en una mesita, a la cabecera de mi
cama, hice un esfuerzo para leer algunas páginas de la Omnipresencia de
la Divinidad, y, desgraciadamente, me quedé dormido en menos de veinte
segundos dejando encendida la luz en el mismo sitio.
Mi sueño estuvo horriblemente turbado por las apariciones del Angel
de lo Raro. Me pareció que estaba al pie de mi lecho, que descorría las
cortinas y que, con el sonido cavernoso, abominable, de un tonel de ron,
me amenazaba con la más amarga venganza por el desprecio que yo le
había inferido. Luego acabó su larga arenga quitándose su sombrero-
embudo, y hundiéndome el tubo en la garganta, me inundó con un océano
de agua bendita que derramaba en continuo chorro de una de las grandes
105
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEbotellas que le servían de brazos. Mi agonía se hizo a la larga intolerable, y
me desperté en el momento preciso para poder observar que una rata
huía con la bujía encendida; pero, desgraciadamente, no pude acudir a
tiempo de impedir que se metiese en su agujero con su peligrosa presa. Mi
olfato no tardó en percibir un olor fuerte y penetrante. La casa ardía,
comprendí en seguida.
El incendio estalló violento en pocos minutos. Excepción hecha de la
ventana, mi cuarto no tenía otro escape por estar todos cortados. La mu-
chedumbre se procuró rápidamente una larga escalera y la arrimó al
muro. Gracias a ella descendí velozmente, y ya me creía salvado, cuando
a un enorme cerdo -cuya gran panza y aun la fisonomía toda me
recordaron en cierto sentido al Ángel de lo Raro- que hasta entonces había
dormido tranquilamente en el cieno, se le metió en la cabeza que su lomo
izquierdo tenía la necesidad de rascarse y no encontró mejor rascador que
el pie de la escalera. En un instante me vi precipitado en el suelo, y tuve la
desgracia de romperme un brazo.
Ese accidente, unido a la pérdida de mi seguro y a la pérdida aún
más grave de mis cabellos todos chamuscados, predispuso mi espíritu a
las impresiones serias, hasta el punto de que decidí casarme.
Había una viuda rica que aún lloraba la pérdida de su séptimo mari-
do, y ofrecí a su alma ulcerada el bálsamo de mis promesas. No sin resis-
tencia me dio su consentimiento. Me arrodillé a sus pies, lleno de gratitud
y de adoración. Ella se ruborizó e inclinó hacia mí sus abundantes bucles
hasta ponerlos en contacto con los que el arte de Grandjean me había
ofrecido para suplir temporalmente a mi cabellera ausente. Ignoro cómo
se hizo el enredo; pero se hizo. Yo me levanté sin peluca, con un cráneo
brillante como una bola; ella, llena de desprecio y de rabia, medio envuel-
ta en una cabellera extraña. Así terminaron mis esperanzas relativas a la
viuda por un accidente que de seguro yo no podía prever; pero que era
una consecuencia natural de los sucesos.
Sin embargo, emprendí sin desesperarme el sitio de un corazón me-
nos implacable. También ahora los destinos me fueron propicios durante
algún tiempo; pero todavía un accidente trivial interrumpió el curso de mis
cosas. Encontrando a mi novia en un paseo, adonde concurría la sociedad
106
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEescogida, me apresuré a saludarla con uno de mis más respetuosos
saludos, cuando una molécula de yo no sé qué extraña materia se alojó en
mi ojo y me volvió momentáneamente ciego. Antes de que pudiese reco-
brar la vista, la dama de mi corazón había desaparecido, irremediable-
mente ofendida de que yo pasase por su lado sin saludarla, lo cual tradujo
por una grosería premeditada. Mientras permanecí en mi sitio, todavía
deslumbrado por lo súbito de este accidente (que a cualquiera hubiese po-
dido acaecer) y mientras duraba mi ceguera, se me acercó el Angel de lo
Raro, que me ofreció su ayuda con una delicadeza que yo no podía des-
preciar. Primero examinó mi ojo enfermo con gran dulzura y maestría; me
dijo que tenía una gota en el ojo (ignoro qué clase de gota) y la extrajo
procurándome así gran alivio.
Entonces pensé que era tiempo para mí de morir, puesto que la
fortuna había jurado perseguirme, y, consiguientemente, me dirigí al
próximo río. Allí me despojé de mis ropas (pues ninguna razón se opone a
que muramos como hemos nacido) y me arrojé de cabeza en la corriente.
El único testigo de mi destino era una corneja solitaria que, seducida por
un grano empapado en aguardiente, se había embriagado y abandonado
el resto de la bandada.
Apenas me sumergí en el agua, cuando al pájaro se le ocurrió huir
con la parte más indispensable de mi vestido, de suerte que, aplazado por
el momento mi proyecto de suicidio, metí lo mejor que pude mis miembros
inferiores en las mangas de mi chaqueta, y empecé a perseguir a la
culpable con toda la agilidad que reclamaba el caso y que las circunstan-
cias me permitían. Pero el mal destino me acompañaba siempre. Como
corría velozmente, sorbiendo el viento, y sólo me ocupaba del ladrón de
mi propiedad, advertí súbitamente que mis pies no tocaban tierra firme.
Lo cierto es que me arrojé a un precipicio, e infaliblemente me hubiese
destrozado, si, por dicha mía, no hubiese tomado una cuerda que colgaba
de un globo que pasaba por allí.
Apenas hube recobrado mis sentidos para comprender la terrible si-
tuación en que me encontraba colocado (o mejor, suspendido), desplegué
toda la fuerza de mis pulmones para advertir mi situación al aeronauta
colocado sobre mí. Durante mucho tiempo me despulmoné en vano. El
imbécil no podía verme, o no lo quería perversamente. Entretanto, la má-
107
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEquina se elevaba con rapidez, mientras que mis fuerzas se agotaban aún
más rápidamente.
Pronto estuve a punto de resignarme a mi destino, y a dejarme caer
tranquilamente en el mar, cuando todos mis espíritus se sintieron
transportados por una voz cavernosa que partía de una altura y que
parecía preludiar indolentemente un aire de ópera. Alzando los ojos
reconocí al Ángel de lo Raro. Con los brazos cruzados se apoyaba en el
borde de la barquilla, con una pipa en la boca y arrojando tranquilas
bocanadas. El Ángel parecía satisfecho de sí mismo y del universo. Yo
estaba demasiado exhausto como para hablar, de modo que seguí
contemplándolo con aire suplicante.
Durante algunos momentos no me dijo nada, a pesar de mirarme en
pleno rostro. En fin, trasladándose cuidadosamente su espuma de mar del
lado derecho de la boca izquierda, consintió en hablarme.
-¿Quién ez ugté? -me preguntó-. Y pog el diablo, ¿qué haze ahí? Al oír
este supremo rasgo de impudicia, de crueldad y de afectación, apenas
pude responder con algunos gritos:
-¡Socorro! ¡Ayúdeme!
- ¿Alludagos? -respondió el bandido-. No, a fe mía. Ahí ba la boteya:
sírpase ugté migmo, y que el tiablo cargue con ugté.
Dijo, y soltó una gran botella de kirschenwasser (agua bendita), que
cayó precisamente encima de mi cabeza, haciéndome creer que mi cráneo
había saltado en pedazos. Asaltado por esa idea, estuve a punto de soltar-
me y rendir con gusto mi alma, cuando me contuvo el grito del ángel re-
comendándome que me agarrase bien.
-¡Cuidado! -decía-. No ze dé prriza, ¿olle? ¿Quierre ugté otrra poteya,
o ze ha dezempriagado y puelto en zí?
Yo le contesté moviendo dos veces la cabeza: una en sentido negati-
vo, queriendo decir que prefería por el momento no recibir la otra botella,
y otra vez en sentido afirmativo, significando que no estaba ebrio, y que,
positivamente, me había repuesto. Así logré dulcificar un poco al Angel.
-¿Y ahoga -me preguntó-, crree ugté? ¿Crree ugté en la pozibilitá de
lo raro?
Hice con la cabeza un nuevo signo de asentimiento.
108
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
- ¿Y reconoze ugté que ez un porracho ciego y un pestia? Aún
respondí: sí.
-¿Y ve ugté en mí al Ángel de lo Raro?
Nuevo sí con la cabeza.
-Entonzes meta ugté la mano trecha en el polziyo izquierdo de zu
pandalón en tegtimonio de zu perfegta zumizión al Anquel de lo Raro.
Por razones evidentes me pareció imposible cumplir esta condición.
Ante todo me había roto el brazo izquierdo en la caída de la escalera, y si
hubiese soltado la mano derecha habría descendido rodando. En segundo
lugar, carecía de pantalón desde que me lo hurtó la corneja. Con gran
sentimiento mío, me vi obligado a mover la cabeza en sentido negativo
queriendo dar a entender al Ángel que me parecía incómodo en ese mo-
mento preciso satisfacer su demanda, por razonable que fuese. Tan pronto
como acabé de sacudir la cabeza, el Ángel de lo Raro empezó a rugir:
-¡Entonces bállaze al tiáplo!
Y pronunciando estas palabras, con un cuchillo bien afilado, cortó la
cuerda a la que me había asido, y, como precisamente pasábamos enton-
ces sobre mi casa (que durante mis peregrinaciones habían reedificado
convenientemente) tuve la fortuna de bajar de cabeza por la gran chime-
nea y de caer en el hogar de mi comedor.
Al recobrar el sentido (pues la caída me había aturdido completa-
mente) advertí que eran las cuatro de la madrugada. Me encontré tendido
en el lugar mismo donde el globo me dejó caer. Mi cabeza se agitaba en
las cenizas de un fuego mal extinguido, mientras que mis pies reposaban
en el naufragio de una mesita derribada, entre los restos de un yantar
variado, sin omitir un periódico, algunos vasos rotos, varias botellas que-
bradas, y una botella vacía de agua bendita. Así se había vengado el Ángel
de lo Raro.
MELLONTA TAUTA
109
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
A1 director del Lady's Book:
Tengo el honor de enviarle para su revista un artículo que espero
sea usted capaz de comprender más claramente que yo. Es una
traducción hecha por mi amigo Martin Van Buren Navis (llamado
«El brujo de Poughkeepsie») de un manuscrito de extraña
apariencia que encontré hace aproximadamente un año dentro de
un porrón tapado, flotando en el Mate Tenebrarum-mar bien
descrito por el geógrafo nubio, pero rara vez visitado en nuestros
días, salvo por los trascendentalistas y los buscadores de
extravagancias.
Suyo,
EDGAR A. POE
A bordo del globo Skylark, 1° de abril de 2848.
Ahora, mi querido amigo, por sus pecados tendrá que soportar le inflija
una larga carta chismosa. Le digo claramente que voy a castigarlo por
todas sus impertinencias y que seré tan tediosa, tan discursiva, tan
incoherente y tan insatisfactoria como pueda. Además, aquí estoy,
enjaulada en un sucio globo, con cien o doscientos miembros de la
canaille, realizando una excursión de placer (¡qué idea divertida tiene
alguna gente del placer! ), y sin perspectiva de tocar tierra firme durante
un mes por lo menos, Nadie con quien hablar. Nada que hacer. Cuando
una no tiene nada que hacer, ha llegado el momento de escribir a los
amigos. Comprende usted, entonces, por qué le escribo esta carta: a
causa de mi ennui y de sus pecados.
Prepare sus lentes y dispóngase a aburrirse. Pienso escribirle todos los
días durante este odioso viaje.
¡Ay! ¿Cuándo visitará el pericráneo humano alguna Invención?
¿Estamos condenados para siempre a los mil inconvenientes del globo?
¿Nadie ideará un modo más rápido de transporte? Este trote lento es, en
mi opinión, poco menos que una verdadera tortura. ¡Palabra, no hemos
hecho más de cien millas desde que partimos! Los mismos pájaros nos
110
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdejan atrás, por lo menos algunos de ellos. Le aseguro que no exagero
nada. Nuestro movimiento, sin duda, parece más lento de lo que
realmente es, por no tener objetos de referencia para calcular nuestra
velocidad, y porque vamos a favor del viento. Indudablemente, cuando
encontramos otro globo tenemos una posibilidad de advertir cuán rápido
volamos, y entonces, lo admito, las cosas no parecen tan mal.
Acostumbrada como estoy a este modo de viajar, no puedo evitar una
especie de vértigo cuando un globo pasa en una corriente situada
directamente encima de la nuestra. Siempre me parece un inmenso pájaro
de presa a punto de caer sobre nosotros y de llevarnos en sus garras. Esta
mañana pasó uno, a la salida del sol, y tan cerca que su cuerda-guía rozó
la red que sujeta la barquilla, causándonos seria aprensión. Nuestro
capitán dijo que, si el material del globo hubiera sido la mala «seda»
barnizada de quinientos o mil años atrás, hubiéramos sufrido perjuicios
inevitables. Esa seda, como me lo explicó, era un tejido hecho con las
entrañas de una especie de gusano de tierra. El gusano era
cuidadosamente alimentado con moras -una fruta semejante a la sandía-
y, cuando estaba suficientemente gordo, lo aplastaban en un molino. La
pasta así obtenida recibía el nombre de papiro en su primer estado, y
sufría variedad de procesos hasta convertirse finalmente en «seda». ¡Cosa
singular, fue en un tiempo muy admirada como artículo de vestimenta
femenina! Los globos también se construían por lo general con seda. Una
clase mejor de material, según parece, se halló luego en el plumón que
rodea las cápsulas de las semillas de una planta vulgarmente llamada
euphorbium, pero que en aquella. época la botánica denominaba
vencetósigo. Esta última clase de seda recibía el nombre de
seda-buckingham14, a causa de su duración superior, y por lo general se la
preparaba para el uso barnizándola con una solución de caucho, sustancia
que en algunos aspectos debe de haberse asemejado a la gutapercha,
ahora de uso común. Este caucho merecía en ocasiones el nombre de
goma de la India o goma de whist15, y se trataba, sin duda, de uno de los
14 Una de las muchas bromas y retruécanos que hacen perder sabor a este relato una vez traducido. Se alude a James Silk Buckingham (1786-1855), parlamentario inglés que visitó los Estados Unidos y escribió un libro de impresiones. Silk significa igualmente seda. El nombre de este periodista y escritor aparece en «Conversación con una momia».15 Rubber, caucho, denota asimismo una mano en el juego del whist u otros juegos de cartas.
111
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEnumerosos hongos existentes. No me dirá usted otra vez que en el fondo
no soy una verdadera arqueóloga.
Hablando de cuerdas-guías, parece que la nuestra acaba de hacer
caer al agua a un hombre que viajaba en una de las pequeñas
embarcaciones propulsadas magnéticamente que surcan como
enjambres el océano a nuestros pies; se trata de un barco de unas seis
mil toneladas y, a lo que parece, vergonzosamente sobrecargado. No
debería permitirse a esas diminutas embarcaciones que llevaran más de
un número fijo de pasajeros. Como es natural, no se permitió al hombre
que volviera a bordo, y muy pronto él y su salvavidas se perdieron de
vista.
Me alegra, querido amigo, vivir en una edad demasiado ilustrada para
suponer que cosas tales como los meros individuos puedan existir. La
verdadera Humanidad sólo se preocupa por la masa. Y ya que estamos
hablando de la humanidad, ¿sabía usted que nuestro inmortal Wiggins
no es tan original en su concepción de las condiciones sociales y otros
puntos análogos, como sus contemporáneos parecen suponer? Pundit
me asegura que las mismas ideas fueron formuladas casi de la misma
manera, hace unos mil años, por un filósofo irlandés llamado Peletero, a
causa de que tenía un negocio al menudeo para la venta de pieles de
gato y otros animales16. Pundit sabe, como no lo ignora usted, y no es
posible que se engañe. ¡Cuán admirablemente vemos verificada
diariamente la profunda observación del hindú Aries Tottle, según la cita
Pundit! «Cabe así sostener que no una, o dos, o pocas veces, sino
repetidas casi hasta el infinito, las mismas opiniones giran en círculo
entre los hombres»17.
2 de abril.-Nos pusimos hoy al habla con el cúter magnético que se
halla a cargo de la sección central de los alambres telegráficos flotantes.
Me entero de que cuando este dispositivo telegráfico fue puesto en
funcionamiento por Horse18, se consideraba absolutamente imposible
llevar los alambres a través del mar, pero ahora lo imposible es
comprender cuál era la dificultad. Así cambia el mundo. Tempora
mutantur... excúseme por citar en etrusco. ¿Qué haríamos sin el
16 Furrier, o sea Charles Fourier, que por supuesto no era irlandés.17 Aries Tottle: Aristóteles.18 Morse. (
112
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtelégrafo atalántico? (Pundit dice que antes se escribía «Atlántico».)
Hicimos alto unos minutos para hablar con los del cúter y, entre otras
gloriosas noticias, nos enteramos de que la guerra civil arde en Africa,
mientras la peste cumple. una magnífica tarea tanto en Uropa como en
Hasia. ¿No es sumamente notable que, antes de que la humanidad
iluminara brillantemente la filosofía, el mundo tuviera costumbre de
considerar la guerra y la peste como calamidades? ¿Sabía usted que en
los antiguos templos se elevaban rogativas para que esos males (!) no
asolaran a la humanidad? ¿No resulta dificilísimo comprender cuáles
eran los principios e intereses que movían a nuestros antepasados?
¿Estaban tan ciegos como para no percibir que la destrucción de una
miríada de individuos representaba una ventaja positiva para la masa?
3 de abril.-Resulta realmente muy divertido subir por la escala de
cuerda que lleva a lo alto de la esfera del globo y contemplar desde allí el
mundo que nos rodea. Desde la barquilla, como bien sabe usted, el
panorama no es tan amplio, pues poco se alcanza a ver verticalmente.
Pero sentada aquí (desde donde le escribo), en la piazza abierta,
lujosamente cubierta de almohadones, de lo alto del globo, se puede ver
todo lo que ocurre en cualquier dirección. En este momento diviso una
verdadera muchedumbre de globos, que presentan un aspecto
sumamente animado, mientras el aire resuena con el zumbido de millones
de voces humanas. He oído decir que cuando Amarillo (o como Pundit
afirma, Violeta19, que, según parece, fue el primer aeronauta, sostenía la
posibilidad de atravesar la atmósfera en todas direcciones, ascendiendo o
descendiendo hasta encontrar una corriente favorable, sus
contemporáneos apenas le prestaban atención, creyéndole una especie de
loco ingenioso, y todo ello porque los filósofos (!) del momento declaraban
que la cosa era imposible. ¡Ah, me resulta completamente inexplicable
cómo una cosa tan factible pudo escapar a la sagacidad de los antiguos
savants! Pero en todas las edades, los mayores obstáculos al progreso en
las artes han sido creados por los así llamados hombres de. ciencia.
Ciertamente, nuestros hombres de ciencia no son tan intolerantes como
los de antaño... Pero tengo algo muy raro que decirle al respecto. ¿Sabía
19 Pero más probablemente «Verde», o sea Charles Creen, a quien Poe cita otra vez en «El camelo del globo».
113
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEusted que apenas han pasado mil años desde que los metafísicos
consintieron en desengañar a la gente de la singular fantasía de que sólo
existían dos cansinos posibles para llegar a la verdad? ¡Créalo, si le es
posible! Parece ser que hace mucho, muchísimo, en la noche de los
tiempos, vivió un filósofo turco (o más posiblemente hindú) llamado Aries
Tottle. Esta persona introdujo, o al menos propagó lo que se dio en llamar
el método de investigación deductivo o a priori. Comenzó postulando los
axiomas o «verdades evidentes por sí mismas», y de ahí pasó
«lógicamente» a los resultados. Sus discípulos más notables fueron un tal
Neuclides y un tal Cant. Pues bien, Aries Tottle se mantuvo inexpugnable
hasta la llegada de un tal Hog, apodado «el pastor de Ettrick»20, que
predicó un sistema por completo diferente, que llamó inductivo o a
posteriori. Su teoría lo remitía todo a la sensación. Hog procedía a
observar, analizar y clasificar los hechos -instantiae natura, como se les
llamaba afectadamente- en leyes generales. En una palabra, el método de
Aries Tottle se basaba en noumena, y el de Hog, en phenomena. Pues
bien, tan grande admiración despertaba este último sistema que Aries
Tottle quedó inmediatamente desacreditado. Más tarde recobró terreno y
se le permitió compartir el reino de la Verdad con su más moderno rival.
Los savants sostuvieron que las vías aristotélicas y baconianas eran los
únicos caminos posibles del conocimiento, Como usted sabe; «baconiano»
es un adjetivo inventado para reemplazar a «hogiano», por más eufónico y
digno.
Ahora bien, querido amigo, le aseguro rotundamente que expongo esta
cuestión de la manera más leal, y basándome. en las autoridades más
sólidas; fácilmente podrá comprender, pues, cómo una noción tan
absurda debió retrasar el progreso de todo conocimiento verdadero, que
avanza casi invariablemente por saltos intuitivos. La noción antigua
reducía la investigación a un mero reptar; y durante siglos la ciega
creencia en Hog hizo que, por así decirlo, se dejara prácticamente de
pensar. Nadie se atrevía a expresar una verdad cuyo origen sólo debía a
su propia alma. Ni siquiera valía que aquella verdad fuese demostrable,
pues los tozudos savants de la época sólo se fijaban en el camino por el
20 Hog, cerdo, alude a Bacon (bacon, tocino). «El pastor de Ettrick», que la corresponsal menciona por puro disparate, era un poetastro llamado James Hogg -de ahí la confusión-, que gozó de mucha fama en Inglaterra (1770-1835).
114
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcual se había llegado a ella. No querían mirar los fines. « ¡Veamos los
medios, los medios!», gritaban. Si al investigar los medios se descubría
que no encajaban en la categoría Aries (o sea, Carnero), ni en la categoría
Hog (a sea, Cerdo), pues bien, los savants se negaban a seguir adelante,
declaraban que el «teorizador» era un loco y no querían nada con él ni
con su verdad.
Ni siquiera puede sostenerse aquí que, gracias al sistema de reptación,
fuera posible acumular grandes cantidades de verdad a lo largo de los
tiempos, pues la represión de la imaginación era un mal que no se
compensaba con ninguna certeza que pudieran dar los antiguos métodos
de investigación. El error de aquellos Alamanes, Francos, Inglis y
Amricanos (estos últimos, dicho sea de paso, fueron nuestros antepasados
inmediatos) era análogo al del sabihondo que se imagina que va a conocer
mejor una cosa si la arrima a un centímetro de los ojos. Aquellas gentes se
cegaban a causa de los detalles. Cuando seguían el camino del Cerdo, sus
«hechos» no siempre eran tales, cosa que en sí hubiera tenido poca
importancia de no mediar la circunstancia de que ellos sostenían que sí lo
eran, y que tenían que serlo porque se presentaban como tales. Cuando
tomaban el camino del Carnero, su' marcha era apenas tan derecha como
los cuernos de un morueco, puesto que jamás tenían un axioma que
verdaderamente lo fuera. Debieron de estar muy ciegos para no verlo, aun
en su época, pues ya entonces gran cantidad de los axiomas
«establecidos» habían sido rechazados. Por ejemplo: Ex nihilo nihil fit, «un
cuerpo no puede actuar allí donde no está», «no puede haber antípodas»,
«la oscuridad no puede nacer de la luz»; todas ellas, y una docena de
proposiciones semejantes, admitidas al comienzo como axiomas, eran
consideradas como insostenibles aun en el período del que hablo. ¡Gentes
absurdas que persistían en depositar su fe en los axiomas como bases
inmutables de la verdad! Aun si se los extrae de las obras de sus
razonadores más sólidos, es facilísimo demostrar la futileza, la
impalpabilidad de sus axiomas en general. ¿Quién fue el más profundo de
sus lógicos? ¡Veamos! Lo mejor será que vaya a preguntarle a Pundit;
volveré dentro de un minuto. ¡Ah, ya lo tengo! He aquí un libro escrito
hace casi mil años y recientemente traducido del Inglis (que, dicho sea de
paso, parece haber constituido los rudimentos del Amricano). Pundit
115
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEafirma que se trata de la obra antigua más inteligente sobre la lógica. El
autor (muy estimado en su tiempo) era un tal Miller o Mill, y nos
enteramos, como detalle de cierta importancia, que era dueño de un
caballo de tahona llamado «Bentham»21. Pero examinemos el tratado.
¡Ah! «La capacidad o la incapacidad de concebir algo -dice muy
atinadamente Mr. Mill- no debe considerarse en ningún caso como criterio
de verdad axiomática.» ¿Qué moderno que esté en sus cabales osaría
discutir este truismo? Lo único que puede asombrarnos es cómo a Mr. Mill
se le ocurrió mencionar una cosa tan obvia. Todo esto está muy bien...
pero volvamos la página. ¿Qué encontramos? «Dos cosas contradictorias
no pueden ser ambas verdaderas, vale decir, no pueden coexistir en la
naturaleza.» Mr. Mill quiere decir, por ejemplo, que un árbol tiene que ser
un árbol o no serlo, o sea, que no puede al mismo tiempo ser un árbol y no
serlo. De acuerdo; pero yo le pregunto por qué. Y él me contesta
-perfectamente seguro de lo que dice-: «Porque es imposible concebir que
dos cosas contradictorias sean ambas verdaderas». Ahora bien, esto no es
una respuesta aceptable, ya que nuestro autor acaba de admitir como
truismo que «la capacidad o la incapacidad de concebir algo no debe
considerarse en ningún caso como criterio de verdad axiomática».
Pues bien, no me quejo de los antiguos porque su lógica fuera, como
ellos mismos lo demuestran, absolutamente infundada, fantástica y sin
el menor valor, sino por su pomposa e imbécil proscripción de todos los
otros caminos de la verdad, de todos los otros medios para alcanzarla, y
su obstinada limitación a los dos absurdos senderos -uno para
arrastrarse y otro para reptar- donde se atrevieron a encerrar el Alma
que no quiere otra cosa que volar.
Dicho sea de paso, querido amigo, ¿no cree usted que nuestros
antiguos dogmáticos se hubieran quedado perplejos si hubieran tenido
que determinar por cuál de sus dos caminos se había logrado la más
importante y sublime de todas sus verdades? Aludo a la verdad de la
Gravitación. Newton la debió a Kepler. Kepler admitió que había
conjeturado sus tres leyes, esas tres leyes admirables que llevaron al
gran matemático inglis a su principio, esas leyes que eran la base de
todo principio físico y para ir más allá de las cuales tenemos que
21 Alusiones a John Stuart Mill (mill, molino) y a Jeremy Bentham.
116
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpenetrar en el reino de la metafísica. Sí, Kepler conjeturó... es decir,
imaginó. Era esencialmente un «teorizador», término hoy sacrosanto y
que antes constituía un epíteto despectivo. Y aquellos viejos topos, ¿no
habrían sentido la misma perplejidad si hubiesen tenido que explicar por
cuál de los dos «caminos» descifra un criptógrafo un mensaje en clave
especialmente secreto, y por cuál de los dos caminos encaminó
Champollion a la humanidad hacia esas duraderas e innumerables
verdades que se derivaron del desciframiento de los jeroglíficos?
Una palabra más sobre este tema y habré terminado de aburrirlo. ¿No
es extrañísimo que, con su continuo parloteo sobre los caminos de la
verdad, aquellos fanáticos no vieran el gran camino que nosotros
percibimos hoy, can claramente... el camino de la Coherencia? ¡Cuán
singular que no hayan sido capaces de deducir de las obras de Dios el
hecho vital de que toda perfecta coherencia debe ser una verdad
absoluta! ¡Cuán evidente ha sido nuestro progreso desde que esta
afirmación fue formulada! Las investigaciones fueron arrancadas de las
manos de los topos y confiadas como tarea a los auténticos pensadores, a
los hombres de imaginación ardiente. Estos últimos teorizan. ¿Puede usted
imaginar el clamor de escarnio que hubieran provocado mis palabras en
nuestros progenitores si pudieran inclinarse sobre mi hombro para ver lo
que escribo? Estos hombres, repito, teorizan, y sus teorías son corregidas,
reducidas, sistematizadas, eliminando poco a poco sus residuos
incoherentes... hasta que, por fin, se logra una coherencia perfecta; y aun
el más estólido admitirá que, por ser coherentes, son absoluta e
incuestionablemente verdaderas.
4 de abril.-El nuevo gas hace maravillas en combinación con el
perfeccionamiento de la gutapercha. ¡Cuán seguros, cómodos, manejables
y excelentes son nuestros globos modernos! He aquí uno inmenso que se
nos acerca a una velocidad de por lo menos ciento cincuenta millas por
hora. Parece repleto de pasajeros (quizá haya a bordo trescientos o
cuatrocientos) y, sin embargo, vuela a una milla de altitud,
contemplándonos desde lo alto con soberano desprecio. Empero, cien o
aun doscientas millas horarias representan después de todo una travesía
bastante lenta. ¿Recuerda nuestro viaje por tren a través del Kanadaw?
¡Trescientas millas por hora! ;Eso era viajar! Imposible ver nada...
117
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POENuestras únicas ocupaciones consistían en flirtear y bailar en los
magníficos salones. ¿Recuerda qué extraña sensación se experimentaba
cuando, por casualidad, teníamos una visión fugitiva de los objetos
exteriores mientras el tren corría a toda velocidad? Cada cosa parecía
única... en una sola masa. Por mi parte, debo decir que preferiría viajar en
el tren lento, el de cien millas horarias. Había en él ventanillas de cristal y
hasta se podía tenerlas abiertas, alcanzando alguna visión del paisaje.
Pundit dice que el camino por donde pasa el gran ferrocarril del Kanadaw
debió haber sido trazado hace aproximadamente novecientos años. Llega
a afirmar que pueden verse huellas del antiguo camino, y que
corresponden a ese antiquísimo período. Parece que los rieles eran
solamente dobles; como usted sabe, los nuestros tienen doce rieles y
están en preparación tres o cuatro más. Los antiguos rieles eran muy
livianos y se hallaban tan juntos que, para nuestras nociones modernas,
resultaban tan baladíes como peligrosos. El ancho actual de la trocha
-cincuenta pies- se considera apenas suficientemente seguro... Por mi
parte, no dudo de que en tiempos muy remotos debió existir una vía
ferroviaria, como lo asegura Pundit; pues estoy convencidísima de que
hace mucho tiempo, por lo menos siete siglos, el Kanadaw del Norte y el
del Sur estuvieron unidos; ni que decir entonces que los kanawdienses se
vieron obligados a tender un gran ferrocarril a través del continente.
5 de abril.-Me siento casi devorada por el ennui. Pundit es la única
persona con quien se puede hablar a bordo; pero el pobrecito no sabe más
que de arqueología... Se ha pasado todo el día tratando de convencerme
de que los antiguos americanos se gobernaban a sí mismos. ¿Oyó usted
alguna vez despropósito semejante?, Sostiene que tenían una especie de
confederación donde cada persona era un individuo... a la manera de los
«perros de las praderas» de que se habla en las fábulas. Dice que
partieron de la idea más rara imaginable, a saber, que todos los hombres
nacen libres e iguales... y esto en las mismas narices de las leyes de
gradación, tan visiblemente impresas en todas las cosas, tanto en el
universo moral como en el físico. Todos los hombres «votaban» (así le
llamaban), es decir, se mezclaban en los negocios públicos, hasta que se
acabó por descubrir que el negocio de todos es el negocio de nadie, y que
la «República» (como llamaban a esa cosa absurda) carecía
118
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcompletamente de gobierno. Se dice, empero, que la primera
circunstancia que perturbó seriamente la autocomplacencia de los
filósofos que habían construido esta «República» fue el .sorprendente
descubrimiento de que el sufragio universal se prestaba a los planes más
fraudulentos, por medio de los cuales se obtenía la cantidad deseada de
votos, sin posibilidad de descubrimiento o de prevención, y que esto podía
llevarlo a cabo cualquier partido político lo bastante vil como para no
sentir vergüenza del fraude. La menor reflexión sobre este descubrimiento
bastó para mostrar con toda claridad que la bellaquería debía predominar;
en una palabra, que un gobierno republicano no podía ser otra cosa que
un gobierno de bellacos. Entonces, mientras los filósofos se ocupaban de
ruborizarse por su estupidez al no haber previsto tan inevitables males, y
trataban de inventar nuevas teorías, la cuestión fue bruscamente resuelta
por un individuo llamado Populacho, quien tomó las cosas por su cuenta e
inició un despotismo frente al cual las tiranías de los fabulosos Cerones y
Heliopávalos resultaban tan respetables como deliciosas. Este Populacho
(un extranjero, dicho sea de paso) parece haber sido el hombre más
odioso que haya deshonrado la tierra. De gigantesca estatura, insolente;
rapaz, sucio, tenía la hiel de un buey junto con el corazón de una hiena y
el cerebro de un pavo real. Dé todos modos sirvió para algo, como ocurre
con las cosas más viles, y enseñó a la humanidad una lección que ésta no
habrá de olvidar: la de no correr jamás en sentido contrario a las analogías
naturales. En cuanto al republicanismo, imposible encontrarle ninguna
analogía en la faz (le la tierra, salvo que tomemos como ejemplo a los
«perros de las praderas», excepción que sólo sirve para demostrar, si
demuestra algo, que la democracia es una admirable forma de gobierno...
para perros.
6 de abril.-Anoche vi admirablemente bien a Alfa Lyrae, cuyo disco, a
través del telescopio del capitán, subtendía un ángulo de medio grado, y
tenía el mismo aspecto que presenta nuestro sol en un día neblinoso.
Aunque muchísimo más grande que el sol, dicho sea de paso, Alfa Lyrae
se le parece en cuanto a las manchas, la atmósfera y otros detalles. Sólo
en el último siglo -según me dice Pundit comenzó a sospecharse la
relación binaria existente entre estos dos astros. El evidente movimiento
de nuestro sistema en el espacio había sido considerado (¡cosa extraña!)
119
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcomo una órbita en torno a una prodigiosa estrella situada en el centro de
la Vía Láctea. Conjeturábase que cada uno de estos cuerpos celestes
giraba en torno a dicha estrella o a un centro de gravedad común a todos
los astros de la Vía Láctea, que se suponía cerca de Alción, en las
Pléyades; calculábase que nuestro sistema completaba su circuito en
117.000.000 de años. Pero a nosotros, con nuestras actuales luces y
nuestros grandes perfeccionamientos en los telescopios, nos resulta
imposible imaginar la base de semejante suposición. Su primer
propagandista fue un tal Mudler22. Cabe presumir que la analogía lo indujo
a postular tan extraña hipótesis; pero de ser así hubiera debido sostener la
analogía en todo el desarrollo de su idea. A1 sugerir un gran astro central,
Mudler no incurría en nada ilógico. Empero, y desde un punto de vista
dinámico, este astro central tendría que ser muchísimo más grande que
todos los otros cuerpos celestes juntos. Cabía entonces preguntarse: «
¿Cómo es que no lo vemos?» Precisamente nosotros, que ocupamos la
región media del inmenso racimo, el lugar cerca del cual debería hallarse
situado aquel inconcebible sol central, ¿cómo no lo vemos? Quizá en este
punto el astrónomo se refugió en una noción de no-luminosidad y al
hacerlo abandonó por completo la analogía. Pero, aun admitiendo que el
astro central no fuera luminoso, ¿cómo explicar que el incalculable ejército
de resplandecientes soles que se encaminan hacia él no lo iluminen? No
hay duda de que lo que el sabio sostuvo al final fue la mera existencia de
un centro de gravedad común a todos los cuerpos del espacio; pero aquí
tuvo que renunciar de nuevo a la analogía. Nuestro sistema gira, es cierto,
en torno de un centro común de gravedad, pero lo hace en relación con un
sol material cuya masa compensa más que suficientemente las de todo el
sistema junto. El círculo matemático es una curva compuesta por infinidad
de líneas rectas; pero esta idea del círculo, que con relación a la
geometría terrena consideramos como meramente matemática,
distinguiéndola de la idea práctica de un círculo, esta idea es la única
concepción práctica que cabe mantener con respecto a los titánicos
círculos que debemos concebir, por lo menos en la fantasía, cuando
suponemos a nuestro sistema y a sus semejantes girando en torno a un
punto en el centro de la Vía Láctea: ¡Intente la más vigorosa imaginación
22 Alude -llamándolo «embarrador»- a Johann Heinrich Von Mádler, astrónomo alemán
120
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhumana dar un solo paso hacia la comprensión de un circuito tan
inexpresable! Apenas resultaría paradójico decir que un relámpago,
corriendo por siempre en la circunferencia de este inconcebible círculo,
correría por siempre en línea recta. El camino de nuestro sol a lo largo de
esta circunferencia, la dirección de nuestro sistema en semejante órbita,
no puede, para la percepción humana, haberse desviado en lo más
mínimo de una línea recta, ni siquiera en un millón de años; imposible
suponer otra cosa, pese a lo cual aquellos astrónomos antiguos se dejaban
engañar al punto de creer que una curvatura bien marcada habíase hecho
visible en el breve período de la historia astronómica en ese mero punto,
en esa absoluta nada de dos o tres mil años. ¡Cuán incomprensible es que
consideraciones como las presentes no les indicaran inmediatamente la
verdad de las cosas... o sea, la revolución binaria de nuestro sol y de
Alpha Lyrae en torno a un centro común de gravedad!
7 de abril.-Continuamos anoche nuestras diversiones astronómicas.
Vimos con mucha claridad los cinco asteroides neptunianos y
observamos con sumo interés la colocación de una pesada imposta
sobre dos dinteles en el nuevo templo de Dafnis, en la luna. Resultaba
divertido pensar que criaturas tan pequeñas como los selenitas y tan
poco parecidas a los hombres muestran un ingenio mecánico muy
superior al nuestro. Cuesta además concebir que las enormes masas que
aquellas gentes manejan fácilmente sean tan livianas como nuestra
razón nos lo enseña.
8 de abril.- ¡Eureka! Pundit resplandece de alegría. Un globo de
Kanadaw nos habló hoy, arrojándonos varios periódicos recientes.
Contienen noticias sumamente curiosas sobre antigüedades kanawdienses
o más bien amricanas. Presumo que estará usted enterado de que
numerosos obreros se ocupan desde hace varios meses en preparar el
terreno para una nueva fuente en Paraíso, el principal jardín privado del
emperador. Parece ser que Paraíso, hablando literalmente, fue en tiempos
inmemoriales una isla -vale decir que su límite Norte estuvo siempre
constituido (hasta donde lo indican los documentos) por un riacho o más
bien un angosto brazo del mar-. Este brazo se fue ensanchando
gradualmente hasta alcanzar su amplitud actual de una milla. El largo
121
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtotal de la isla es de nueve millas; el ancho varía mucho. Toda el área
(según dice Pundit) hallábase, hace unos ochocientos años, densamente
cubierta de casas, algunas de las cuales tenían hasta veinte pisos; por
alguna razón inexplicable se consideraba la tierra como especialmente
preciosa en esta vecindad. Empero, el desastroso terremoto del año 2050
desarraigó y asoló de tal manera la ciudad (pues era demasiado grande
para llamarle poblado), que los más infatigables arqueólogos no pudieron
obtener jamás elementos suficientes (como monedas, medallas o
inscripciones) para establecer la más nebulosa teoría concerniente a las
costumbres, modales, etc., etc., de los aborígenes. Puede decirse que todo
lo que sabemos de ellos es que constituían parte de la tribu salvaje de los
Knickerbockers23, que infestaba el continente en la época de su
descubrimiento por Recorder Riker, uno de los caballeros del Vellocino de
Oro. No eran completamente incivilizados, sino que cultivaban diversas
artes e incluso ciencias, pero a su manera. Se dice que eran muy
perspicaces en ciertos aspectos pero atacados por la extraña monomanía
de construir lo que en el antiguo amricano se llamaba «iglesias», o sea,
unas especies de pagodas instituidas para la adoración de dos ídolos
denominados Riqueza y Moda. A1 final, nueve décimas partes de la isla no
eran más que iglesias. Las mujeres, según parece, estaban extrañamente
deformadas por una protuberancia de la región donde la espalda cambia
de nombre, aunque se consideraba que esto era el colmo de la belleza,
cosa inexplicable. Se han conservado milagrosamente una o dos imágenes
de tan singulares mujeres. Tienen un aire muy raro... algo entre un pavo y
un dromedario.
En fin, tales eran los pocos detalles que poseíamos acerca de los
antiguos Knickerbockers. Parece, sin embargo, que al cavar en el centro
del jardín del Emperador (que, como usted sabe, cubre toda la isla), los
obreros desenterraron un bloque cúbico de granito, evidentemente tallado
y que pesaba varios cientos de libras. Hallábase bien conservado y la
convulsión que lo había sumido en la tierra no parecía haberlo dañado. En
una de sus superficies había una placa de mármol con ( ¡imagínese
usted!) una inscripción... urna inscripción legible. Pundit está arrobado. Al
desprender la placa apareció una cavidad conteniendo una caja de plomo
23 Se denomina así a los descendientes de las primeras familias holandesas que se establecieron en los Estados Unidos.
122
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdonde había diversas monedas, un rollo de papel con nombres,
documentos que tienen el aire de periódicos, y otras cosas de fascinante
interés para el arqueólogo. No cabe duda de que se trata de auténticas
reliquias amricanas, pertenecientes a la tribu de los Knickerbockers. Los
diarios arrojados a nuestro globo contienen facsímiles de las monedas,
manuscritos, caracteres tipográficos, etc. Copio para diversión de usted la
inscripción Knickerbocker de la placa de mármol:
Esta piedra fundamental de un monumento
a la memoria de
JORGE WASHINGTON
fue colocada con las debidas ceremonias el
19 de octubre de 1847,
aniversario de la rendición de
Lord Cornwallis
al General Washington en Yorktown,
A D. 1781,
bajo los auspicios de la
Asociación pro monumento a Washington de la
Ciudad de Nueva York.
La precedente es traducción verbatim hecha por Pundit en persona, de
modo que no puede haber error. De estas pocas palabras preservadas
surgen varios importantes tópicos de conocimiento, entre los cuales el no
menos interesante es que, hace mil años, los verdaderos monumentos
habían caído en desuso -lo cual estaba muy bien- y la gente se
contentaba, como hacemos nosotros ahora, con una mera indicación de
sus intenciones de erigir un monumento en tiempos venideros, colocando
cuidadosamente una piedra fundamental, «solitaria y sola» (me excusará
usted por citar al gran poeta americano Benton), como garantía de tan
magnánima intención. Asimismo, de esa admirable piedra extraemos la
seguridad del cómo, el dónde y el qué de la gran rendición de que en ella
se habla. En cuanto al dónde, fue en Yorktown (dondequiera que se
hallara), y por lo que respecta al qué, se trataba del general Cornwallis
(sin duda algún acaudalado comerciante en granos24. No hay duda de
24 Corn, grano o cereal.
123
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque se rindió. La inscripción conmemora la rendición de... ¿de quién?
Pues de «Lord Cornwallis». La única cuestión está en saber por qué
querían los salvajes que se rindiera. Pero si recordamos que se trataba
indudablemente de caníbales, llegamos a la conclusión de que lo querían
para hacer salchichas. En cuanto al cómo de la rendición, ningún
lenguaje podría ser más explícito. Lord Cornwallis se rindió (para servir
de salchicha) «bajo los auspicios de la Asociación pro monumento a
Washington», institución caritativa ocupada en colocar piedras
fundamentales ... ¡Santo Dios! ¿Qué ocurre? ¡Ah, ya veo, el globo se está
viniendo abajo y tendremos que posarnos en el mar! Sólo me queda
tiempo, pues, para agregar que, después de una rápida lectura de los
facsímiles que aparecen en los diarios, advierto que los grandes hombres
de aquellos días entre los americanos eran un tal John; herrero, y un tal
Zacarías, sastre25.
Adiós, y hasta la vista. Poco me importa que reciba usted o no esta
carta, pues la escribo solamente para divertirme. Pondré de todos modos
el manuscrito en una botella y lo arrojaré al mar.
Su amiga invariable, PUNDITA
EL MILÉSIMO SEGUNDO CUENTO DE
SCHEHERAZADE
La verdad es más extraña que la ficción.
(Viejo proverbio)
Hace poco, en el curso de ciertas investigaciones sobre el Oriente,
tuve oportunidad de consultar el Ahoradime Esonoasí, una obra (como el
Zohar de Simeon Jochaides) prácticamente desconocida, aun en Europa, y
25 John Smith y Zacarías Taylor.
124
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque jamás fue citada por ningún americano, según tengo entendido -si ex-
ceptuamos, quizás, al autor de Curiosidades de la Literatura Americana-;
tuve ocasión, digo, de hojear algunas páginas de esa obra tan notable, y
me sorprendió mucho descubrir que el mundo literario ha estado en un
error hasta ahora, extrañamente, con respecto al destino de Scheheraza-
de, la hija del visir, tal como se lo describe en las Noches Árabes; y que el
dénouement allí expuesto, si no del todo inexacto, es por lo menos culpa-
ble de no haber ido mucho más lejos.
Para mayor información sobre este interesante tema, debo remitir al
lector inquisitivo al Esonoasí mismo; pero, mientras tanto, habrá de per-
donárseme que resuma lo que allí he descubierto.
Se recordará que, en la versión habitual de los cuentos, cierto monar-
ca, justificadamente celoso de su Reina, no sólo la condena a muerte sino
que hace la promesa, por su barba y por el profeta, de desposar cada
noche a la doncella más bella de sus dominios y enviarla por la mañana al
verdugo.
Habiendo cumplido esta promesa varios años al pie de la letra, con
una puntualidad religiosa y un método que le valió un gran crédito como
hombre de sentimientos devotos y fina sensibilidad, fue interrumpido una
tarde (en sus plegarias, sin duda) por la visita de su gran visir, a cuya hija,
parece, se le había ocurrido una idea.
Su nombre era Scheherazade, y su idea era que libraría al reino del
impuesto despoblador aplicado a la belleza, o perecería en el intento,
como corresponde a toda heroína.
Consecuentemente, y aunque no era ése un año bisiesto (que hace el
sacrificio más meritorio), ella envía a su padre, el gran visir, para que le
ofrezca su mano al Rey. El Rey acepta la mano de inmediato (se había
propuesto obtenerla, de todas maneras, y sólo aplazaba el asunto día a
día por temor al visir) pero, al aceptarla, da a entender claramente a todas
las partes que, gran visir o no, él no tenía la más mínima intención de
alejarse un ápice de su promesa ni de sus privilegios. Por lo tanto, cuando
la bella Scheherazade insistió en casarse con el Rey y en efecto lo hizo,
pese al excelente consejo de su padre de no hacer tal cosa, cuando ella
quiso y se casó, digo, fue con sus bellos ojos negros tan bien abiertos
125
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcomo la naturaleza del caso lo permitía.
Pero parece ser que esta política damisela (que, sin duda, había leído
a Maquiavelo) tenía en mente un plan muy ingenioso. En la noche de la
boda se las arregló, no me acuerdo con qué pícaro pretexto, para que su
hermana ocupara un lecho lo bastante cerca de la pareja real como para
poder mantener una conversación de cama a cama; poco antes de que
cantara el gallo, se aseguró de despertar al buen monarca, su marido (que
no le deseaba ningún mal, pero que le haría retorcer el cuello por la ma-
ñana) ; consiguió despertarlo, digo (pese a que la conciencia limpia y una
excelente digestión le permitían dormir bien), gracias al interés de la his-
toria (acerca de una rata y un gato negro, creo) que le estaba contando a
su hermana (en voz baja, por supuesto). Cuando se hizo de día, sucedió
que su historia aún no había terminado y que, como estaban dispuestas
las cosas, Scheherazade no podría terminarla, pues era hora de levantarse
para ser estrangulada, cosa muy poco más tentadora que el
ahorcamiento, aunque algo más cortés.
La curiosidad del Rey, sin embargo, prevaleció incluso sobre sus sóli-
dos principios religiosos, lamento decir, y lo indujo, sólo por esa vez, a
posponer el cumplimiento de su promesa hasta la mañana siguiente, con
el propósito y la esperanza de oír esa noche qué había ocurrido finalmente
con el gato negro (creo que era un gato negro) y la rata.
Al llegar la noche, empero, Scheherazade no sólo puso un punto final
al cuento del gato negro y la rata (la rata era azul) sino que, sin darse
cuenta, se encontró a sí misma profundamente sumergida en los vericue-
tos de un relato referido (si no me equivoco) a un caballo rosa (con alas
verdes) que se movía rápidamente mediante un mecanismo de relojería, y
al que se le daba cuerda con una llave de color índigo. Esta historia le pa-
reció al Rey mucho más interesante que la otra y, cuando el día rompió
antes de su conclusión (pese a los esfuerzos de la Reina por llegar a
tiempo para el estrangulamiento), no hubo más remedio que posponer la
ceremonia por veinticuatro horas como se había hecho antes. La noche
siguiente hubo un accidente similar con un resultado similar; y luego la
siguiente, y de nuevo la siguiente... Hasta que, al fin, el buen monarca,
después de ser, inevitablemente privado de toda oportunidad de cumplir
su promesa durante un período de no menos de mil y una noches, o bien
126
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEse olvida por completo del asunto al cabo de ese tiempo, o se declara
legalmente absuelto del compromiso, o (lo que es más probable) la rompe
directamente, lo mismo que a la cabeza de su padre confesor. Como sea,
Scheherazade, que, al ser descendiente directa de Eva, heredó quizá los
siete canastos de charla que esta última dama, todos sabemos, recogió al
pie de los árboles en el jardín del Edén; Scheherazade, repito, triunfó
finalmente, y el impuesto a la belleza fue abolido.
Ahora bien, esta conclusión (que es la del cuento tal como lo cono-
cemos) es, sin duda, sumamente apropiada y agradable, pero, ¡ay!, como
muchas cosas agradables, es más agradable que cierta; estoy en deuda
con el Esonoasí por la rectificación de este error. "Le mieux -dice un
proverbio francés- est l'ennemi du bien" y, cuando mencioné que
Scheherazade había heredado las siete canastas de la charla, debería
haber agregado que las puso a generar interés hasta que fueron setenta y
siete.
- Querida hermana -dijo ella, en la noche milésimo segunda (cito
ahora literalmente el Esonoasí)-, ahora que este pequeño inconveniente
de la estrangulación se ha disipado y que este odioso impuesto ha sido fe-
lizmente abolido, me siento culpable de una gran indiscreción por haberles
ocultado a ti y al Rey (quien, lamento decirlo, ronca, algo que ningún
caballero haría) el final completo de Simbad el Marino. Ese personaje pasó
por otras muchas e interesantes aventuras, además de las que conté; pero
la verdad es que esa noche tenía sueño, y me dejé tentar, abreviando el
relato; un lamentable desatino por el que espero Alá me perdone. Pero
todavía no es demasiado tarde para remediar mi gran negligencia y, tan
pronto como le haya dado al Rey un par de pellizcones para despertarlo y
hacer que termine con esos horribles ruidos, pasaré a entretenerte (y a él
también, silo desea) con la continuación de esta notable historia.
Ante lo cual, la hermana de Scheherazade, como lo refiere el Esonoa-
sí, no mostró mayor entusiasmo; pero el Rey, tras ser suficientemente pe-
llizcado, cesó por fin de roncar y dijo "¡Hum! ", y luego "¡Mmm!" la Reina -
sabiendo que esas palabras (sin duda arábigas) significaban que él era
todo oídos y que haría lo posible por no roncar más-, cuando la Reina,
digo, después de disponer las cosas a su entera satisfacción, retomó de in-
mediato la historia de Simbad el Marino:
127
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
- Finalmente, en mi vejez (éstas son las palabras de Simbad, tal como
las refiere Scheherazade), finalmente, en mi vejez, y después de haber
disfrutado muchos años la tranquilidad del hogar, me volvió a poseer el
deseo de visitar otras tierras, y un día, sin decir nada a mi familia, em-
paqué algunas mercancías del mayor valor y el menor volumen y, contra-
tando a un porteador para que las cargase, bajé con él hasta la costa a
esperar la llegada de cualquier navío que pudiera sacarme del reino y lle-
varme a alguna región que aún no hubiera explorado.
"Dejamos los bultos en la arena, nos sentamos a la sombra de unos
árboles y miramos hacia el océano con la esperanza de avistar algún
barco, pero durante varias horas no divisamos ninguno. Entonces me
pareció oír una especie de zumbido o murmullo singular; tras escuchar un
instante, el porteador dijo que también lo percibía. Pronto se hizo más
intenso y luego más intenso aún, por lo que no nos quedaron dudas de
que el objeto que lo producía se estaba acercando. Al fin, advertimos en el
horizonte un punto negro que rápidamente aumentaba de tamaño, y
pudimos ver que se trataba de un enorme monstruo, nadando con una
buena parte del cuerpo fuera del agua. Venía hacia nosotros a una
increíble velocidad, levantando grandes olas de espuma en torno a su
pecho e iluminando la parte del mar por donde pasaba con una larga línea
de fuego que se perdía en la distancia.
"Cuando aquella cosa se acercó lo suficiente, la distinguimos con
toda claridad. Su largo era igual al de tres árboles de los más altos, y era
tan ancho como la gran sala de audiencias de tu palacio, ¡oh el más subli-
me y generoso de los califas! Su cuerpo, diferente del de los peces comu-
nes, era tan sólido como una roca y de un negro azabache en toda la
porción que sobresalía del agua, a excepción de una angosta raya roja que
lo circundaba por completo. El vientre, que sólo podíamos ver por mo-
mentos, cuando el monstruo subía y bajaba entre las olas, estaba entera-
mente cubierto con escamas metálicas de un color como el de la luna con
niebla. El lomo era chato y casi blanco, y salían de él seis espinas, aproxi-
madamente tan largas como la mitad de su cuerpo.
"Esa horrible criatura no tenía una boca que pudiéramos percibir,
pero, como para compensar esta deficiencia, estaba provista de, al menos,
cuatro veintenas de ojos que sobresalían de sus órbitas como los de una
128
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEluciérnaga verde y que estaban ubicados alrededor del cuerpo en dos hi-
leras, una arriba de la otra, y paralelas a la franja roja, que parecía hacer
las veces de ceja. Dos o tres de estos temibles ojos eran mucho más gran-
des que los otros y parecían hechos de oro macizo.
"Aunque esta bestia venía hacia nosotros, como dije antes, con la
mayor rapidez, debía de avanzar por alguna arte mágica, pues no tenía
aletas como los peces ni patas palmeadas como los patos ni alas como la
ostra marina, que es impulsada a la manera de un velero; y tampoco se
contorsionaba para avanzar como las anguilas. Su cabeza y su cola tenían
una forma muy similar excepto que, no lejos de la última, había dos pe-
queños agujeros que servían de narices y a través de los cuales el
monstruo exhalaba su pesado aliento con prodigiosa violencia y un
desagradable chillido.
"Nuestro terror al contemplar esa criatura horrible fue muy grande,
pero nuestra estupefacción lo sobrepasó cuando distinguimos sobre su
lomo un gran número de animales del tamaño y la forma de los hombres,
y muy parecidos a éstos, además, salvo que no usaban vestimenta alguna
(como hacen los hombres), sino que estaban provistos (por la naturaleza,
sin duda) de una fea e incómoda envoltura, semejante a la tela pero pega-
da a la piel, como para hacerlos lucir ridículamente torpes y someterlos, al
parecer, a un intenso sufrimiento. Llevaban en la cabeza unas cajas cua-
dradas; a primera vista, pensé que las usarían a modo de turbantes, pero
pronto noté que eran sumamente pesadas y sólidas, y deduje entonces
que, en razón de su peso, se trataba de artefactos diseñados para mante-
ner la cabeza derecha y encima de los hombros. Las criaturas tenían todas
unos collares negros (distintivos de servidumbre, sin duda), como los que
les ponemos a nuestros perros, sólo que más anchos y duros, por lo que
les resultaba imposible mover la cabeza en cualquier dirección sin mover
el cuerpo al mismo tiempo, y así estas pobres víctimas quedaban
condenadas a la perpetua contemplación de sus narices, un espectáculo
chato y torvo en grado sumo, si no absolutamente horrendo.
"Cuando el monstruo había casi alcanzado la orilla donde estábamos,
proyectó repentinamente uno de sus ojos a gran distancia e irradió por él
un terrible relámpago de fuego, acompañado por una densa nube de
humo y un ruido que no puedo comparar con otra cosa que un trueno. Al
129
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdisiparse el humo, vimos a uno de aquellos extraños animales-hombres
parado cerca de la cabeza de la gran bestia, sosteniendo en la mano una
trompeta; se la llevó entonces a la boca y se dirigió a nosotros con unos
sonidos fuertes, ásperos y desagradables que, quizás, habríamos confundi-
do con un lenguaje si no los hubiese emitido también por la nariz.
"Era evidente que se nos había hablado, pero yo no sabía qué contes-
tar, pues no pude en absoluto entender lo que se dijo; ante esta dificultad,
me volví hacia el porteador, que estaba a punto de desmayarse por el es-
panto, y le pregunté su opinión sobre el tipo de monstruo que teníamos
enfrente, qué quería y qué clase de criaturas eran las que se
amontonaban en su lomo. Dominando el temblor lo mejor que podía, el
porteador respondió que una vez había oído hablar de aquella bestia
marina; que era un demonio cruel con entrañas de azufre y sangre de
fuego, creado por genios malignos para infligir desdichas a la humanidad,
que las cosas sobre su lomo eran sabandijas como las que a veces
infestan a perros y gatos, sólo que un poco más grandes y más salvajes, y
que esas sabandijas tenían su utilidad, aunque maligna, pues con la
tortura que le causaban a la bestia con sus mordiscones y picotazos, la
llevaban al grado de enfurecimiento necesario como para hacerla rugir y
provocar daño y así cumplir los vengativos y maléficos designios de los
genios perversos.
"Esa explicación me hizo salir corriendo a toda velocidad hacia las co-
linas, sin mirar atrás ni una sola vez, mientras el porteador corrió con la
misma rapidez, aunque casi en la dirección opuesta, de modo tal que
consiguió escapar finalmente con mi equipaje, el que, no lo dudo, cuidó
escrupulosamente, si bien eso es algo que no puedo confirmar, porque no
recuerdo haberlo visto otra vez.
"Por lo que a mí respecta, fui hostigado por un enjambre de hombres-
sabandija (que llegaron a la orilla en botes) y pronto fui capturado, atado
de pies y manos, y llevado a bordo de la bestia, que volvió a internarse de
inmediato mar adentro.
"Me arrepentí entonces amargamente de la locura de haber dejado
un hogar confortable para arriesgar mi vida en aventuras como aquélla;
pero, dado que lamentarse era inútil, procuré mejorar en lo posible mi si-
tuación y traté de ganarme la buena voluntad del hombre-animal que
130
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtenía la trompeta y que parecía ejercer cierta autoridad sobre sus
semejantes. Me fue tan bien en esto que, en pocos días, la criatura me
concedió varias muestras de su favor y hasta terminó por tomarse la
molestia de enseñarme los rudimentos de lo que sería vano llamar su
lenguaje; así, pude llegar a conversar con la criatura y logré hacerle
entender mis ardientes deseos de ver el mundo.
"Quéyey escuach kik, Simbad, ejestaf taf rujumbler jis fis guis", me
dijo un día después de la cena... i Pero pido mil perdones! Había olvidado
que Vuestra Majestad no habla el dialecto de los cockneighs (así se llaman
los animales-hombres; presumo que esto se debe a que su lenguaje se
relaciona con el de los caballos y el de los gallos)26. Con vuestro permiso,
lo traduciré: "Quéyey escuach" y demás, es decir, "Me alegra descubrir, mi
querido Simbad, que eres realmente un excelente sujeto; ahora estamos a
punto de hacer algo que se llama circunnavegar el globo, y ya que estás
tan deseoso de ver el mundo, te haré una concesión y te daré un pasaje
gratis en el lomo de la bestia".
Cuando la dama Scheherazade llegó a este punto, dice el Esonoasí, el
Rey se volvió sobre su lado derecho y dijo:
- Es, sin duda, muy sorprendente, mi querida Reina, que hayas omi-
tido hasta ahora estas últimas aventuras de Simbad. ¡Sabes que las en-
cuentro extraordinariamente entretenidas y extrañas?
Habiéndose el Rey expresado de este modo, se nos dice, la bella
Scheherazade reanudó su historia con las siguientes palabras:
"Le agradecí al animal-hombre su gentileza -dijo Simbad- y pronto me
sentí como en mi casa sobre la bestia, que surcaba el océano a prodigiosa
velocidad, aunque la superficie de éste, en esa parte del mundo, no es
plana sino redonda como una granada, de manera que íbamos, por así
decirlo, cuesta arriba o cuesta abajo todo el tiempo."
-Eso, creo, es muy raro -interrumpió el Rey.
-Sin embargo, es verdad -respondió Scheherazade.
- Tengo mis dudas -insistió el Rey-, pero, te lo ruego, ten la ama-
bilidad de proseguir con la historia.
-Lo haré -dijo la Reina.
26 Cockney es como se llama popularmente a los londinenses. Cockneigh significa, literalmente, gallo-relincho. [N. del T.]
131
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
"La bestia -continuó Simbad- nadó, como decía, cuesta arriba y
cuesta abajo hasta que, al fin, llegamos a una isla de muchos cientos de
millas de circunferencia pero que, sin embargo, había sido construida en
medio del mar por una colonia de pequeños seres parecidos a orugas''27.
-¡Hum! -dijo el Rey.
"Al dejar esa isla -dijo Simbad (pues se entiende que Scheherazade
no hizo caso de la intempestiva interjección de su esposo)- llegamos a otra
donde los bosques son de piedra sólida y tan dura que las hachas mejor
templadas que utilizamos para cortarlos quedaron hechas pedazos"28.
- ¡Hum! -volvió a decir el Rey, pero Scheherazade, sin prestarle
atención, continuó con el relato en palabras de Simbad.
"Pasando esta última isla, llegamos a un país donde había una cueva
que se internaba treinta o cuarenta millas en las entrañas de la Tierra y
que contenía un gran número de palacios, mucho más grandes y magnífi-
cos que los que puedan encontrarse en todo Damasco o Bagdad. De los
techos de estos palacios colgaban miríadas de gemas, parecidas a los dia-
mantes pero más grandes que los hombres, y en las calles llenas de
torres, pirámides y templos, fluían inmensos ríos negros como el ébano,
27 Los corales.
28 Una de las más notables curiosidades naturales de Texas es un bosque petrificado, cerca de la cabecera del río Pasigno. Consiste en varios cientos de árboles, de posición erecta, todos convertidos en piedra. Algunos, aún creciendo, están parcialmente petrificados. Es un hecho sorprendente para la filosofía natural y debe inducir a modificar la teoría actual sobre la petrificación." Kennedy.
Este relato, en principio desacreditado, ha sido desde entonces corroborado por el descubrimiento de un bosque completamente petrificado, cerca de la cabecera del río Cheyenne, que tiene sus fuentes en las Colinas Negras de las Rocallosas.
Pocas veces, quizás, habrá en la superficie del globo un espectáculo más notable, aun desde un punto de vista geológico o pintoresco, que el presentado por el bosque petrificado, cerca de El Cairo. El viajero, habiendo pasado las tumbas de los califas, justo después de las puertas de la ciudad, procede hacia el sur, casi en ángulo recto al camino que atraviesa el desierto de Suez y, después de haber viajado diez millas por un valle bajo y estéril, cubierto con arena, grava y conchas marinas, fresco como si la marea se hubiera retirado ayer, cruza una serie de médanos que, por cierta distancia, han corrido paralelos a su camino. La escena que ahora se le presenta es más que singular y desolada. Una masa de fragmentos de árboles, todos convertidos en piedra, que cuando son hollados por los cascos de un caballo suenan como de hierro, se extiende por millas y millas alre dedor en la forma de un bosque decaído y postrado. La madera tiene un tono marrón oscuro pero conserva su forma a la perfección, teniendo los pedazos de uno a quince pies de largo y de medio a tres pies de ancho, tan entreverados hasta donde se puede ver, que un asno egipcio apenas puede abrirse paso y tan natural que, aun en Escocia o Irlanda, puede pasar por un enorme pantano desecado en el cual los árboles exhumados yacen pudriéndose al sol. Las raíces y los brotes son, en muchos casos, casi perfectos y en algunos pueden reconocerse los agujeros que han hecho los gusanos en la corteza. Los más delicados canales de la savia y todas las porciones más finas del centro de la madera están perfectamente enteros y soportan ser examinados con las lupas más poderosas. El conjunto se ha silicificado hasta el punto de rayar el cristal y ser capaz de recibir el más profundo pulimento. Revista Asiática.
132
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POErepletos de peces que no tenían ojos"29.
- ¡Hum! -dijo el Rey.
"Fuimos luego hasta una región del mar donde encontramos una altí-
sima montaña por cuyas laderas bajaban torrentes de metal fundido, algu-
nos de los cuales tenían doce millas de ancho y sesenta de largo30,
mientras que de un abismo en la cima emanaba tan vasta cantidad de
cenizas que el sol quedaba enteramente oculto en el cielo y el día parecía
más oscuro que la más oscura medianoche, tanto que, cuando ya nos
habíamos alejado ciento cincuenta millas de la montaña, aún era
imposible ver el más blanco de los objetos, por cerca que lo tuviéramos de
los ojos"31
-¡Hum! -dijo el Rey.
"Al dejar esa costa, la bestia continuó su viaje hasta que nos topamos
con una tierra en la que la naturaleza de las cosas parecía invertida, pues
vimos un gran lago, al fondo del cual, más de cien pies debajo de la super-
ficie del agua, florecía un tupido bosque de altos y exuberantes árboles"32.
-¡Mmm...! -dijo el Rey.
"Algunos cientos de millas más lejos encontramos un clima donde la
atmósfera era tan densa que podía sostener el hierro o el acero, como la
nuestra sostiene una pluma"33.
-¡Caramba! -dijo el Rey.
"Siguiendo siempre en la misma dirección, llegamos a la más maravi-
llosa región de todo el mundo. Serpenteaba por ella un imponente río de
29 La Cueva del Mamut en Kentucky30
? En Islandia, 1783.
31 Durante la erupción del Hecla, en 1766, nubes de esta clase producían tal grado de oscuridad que, en Glaumba, que está a más de cincuenta leguas de la montaña, la gente sólo podía encontrar su camino tanteando. Durante la erupción del Vesubio, en 1794, en Caserta, a cuatro leguas de distancia, la gente sólo podía caminar a la luz de las antorchas. En el 1° de mayo de 1812, una nube de cenizas volcánicas y arena, proveniente de un volcán en la isla de San Vicente, cubrió la totalidad de las Barbados, derramando una oscuridad tan intensa que, a mediodía, al aire libre, uno podía no percibir los árboles u otros objetos cercanos o aun un pañuelo blanco ubicado a una distancia de seis pies del ojo." Murray, p. 215, Phil. edit.
32 En el año de 1790, en Caracas durante un terremoto, una porción del suelo de granito se hundió y dejó un lago de ochocientas yardas de diámetro y de ochenta a cien pies de profundidad. Era parte del bosque de Aripao que se hundió y los árboles permanecieron verdes durante varios meses bajo el agua." Murray, p. 221.
33 El más duro acero alguna vez manufacturado puede, por la acción del soplete, ser reducido a un polvo impalpable que flotará tranquilamente en el aire atmosférico.
133
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEvarios miles de millas. Era de una profundidad incalculable y de una
transparencia más diáfana que la del ámbar. Tenía entre tres y seis millas
de ancho, y sus orillas, que se elevaban perpendicularmente mil doscien-
tos pies a cada lado, estaban coronadas de árboles de follaje perenne y
flores del más dulce aroma, que hacen de todo el territorio un magnífico
jardín; pero el nombre de esta tierra exuberante era el Reino del Horror, y
entrar en él significaba inevitablemente la muerte"34.
-¡Uff! -dijo el Rey.
"Dejamos ese reino a toda prisa y, después de algunos días, llegamos
a otro donde nos sorprendió observar miríadas de animales monstruosos
con cuernos semejantes a guadañas sobre sus cabezas. Estas bestias ho-
rrendas cavan en la tierra vastas cavernas con forma de canal, y alinean a
los lados rocas dispuestas de tal modo que ceden instantáneamente cuan-
do otros animales las pisan, precipitándolos en los cubiles de los
monstruos, quienes les chupan la sangre en el acto y arrojan luego sus
restos, desdeñosamente, lejos de las `cavernas de la muerte'"35
- ¡Bah! -dijo el Rey.
"Continuando nuestro viaje, vimos un sitio donde las plantas no cre-
cían en el suelo, sino en el aire36. Había otras que brotaban de la savia de
otras plantas37; y otras que extraían su alimento de los cuerpos de anima-
les vivientes38; había también unas que brillaban con un intenso fulgor39;
34 La región del Níger, Ver Colonial Magazine de Simmona.
35 El Mirmeleón, león-hormiga. El término "monstruo" es igualmente aplicable tanto a pequeñas como a grandes cosas anormales mientras que epítetos tales como "vasto" son meramente comparativos. La caverna del mirmelón es vasta en comparación con el agujero de la hormiga roja común. Un grano de sílice también es una "roca".
36 El Epidendron, Flos Aeris, de la familia de las Orchieae, crece con sólo la superficie de sus raíces aferradas a un árbol o a otro objeto del que no obtienen alimento alguno, sólo lo consiguen del aire.
37 Las Parásitas, tal como la maravillosa Rafflesia Arnoldii.
38 Schouw menciona un tipo de planta que crece en animales vivientes, la Plantae Epizooe. De esta clase son los Fuci y las Algae.
Mr. J. B. Wiliams, de Salem, Mass. se presentó en el "Instituto Nacional" con un insecto de Nueva Zelandia descripto de este modo: El Hotte, decididamente una oruga o gusano, crece a los pies del árbol Rata y tiene una planta que le crece en la cabeza. Este insecto tan extraordinario y peculiar va del árbol Rata al Perriri y, penetrando por el tope, hace su camino carcomiendo, perforando el tronco del árbol hasta que llega a la raíz, sale entonces por ésta y muere o se queda durmiendo y la planta se propaga a partir de su cabeza; el cuerpo queda perfecto y entero, compuesto de una sustancia más sólida que cuando estaba vivo. De este insecto los nativos hacen un colorante que usan para tatuajes.
39 En minas y cuevas naturales encontramos especies de fungus criptógamos que emiten una intensa fosforescencia.
134
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEotras que se movían a voluntad de un sitio a otro40, y lo que era aún más
asombroso, descubrimos flores que vivían, respiraban y movían sus miem-
bros a voluntad y tenían, además, la detestable pasión que tiene la huma-
nidad por esclavizar a otras criaturas y confinarlas en hórridas y solitarias
prisiones hasta el momento de cumplir con las tareas indicadas41
- ¡Buhh! -dijo el Rey.
"Al dejar esa tierra, pronto llegamos a otra en la que las abejas y los
pájaros eran matemáticos de tal genio y erudición que todos los días da-
ban a los hombres sabios del imperio instrucciones para la ciencia de la
geometría. El Rey del lugar ofrecía una recompensa por la solución de dos
problemas muy difíciles, que fueron resueltos en el acto, uno por las abe-
jas y otro por las aves. Pero el Rey guardó la solución en secreto, y sólo
después de los cálculos y los trabajos más complicados, y de haber escrito
una infinidad de libros durante una larga serie de años, los matemáticos
humanos llegaron por fin a las mismas soluciones que las dadas al
instante por las aves y las abejas"42.
- i Vaya! -dijo el Rey.
"Apenas perdimos de vista ese imperio cuando ya nos encontramos
en otro, desde cuyas costas vino hacia nosotros una bandada de pájaros,
40 Las orchis, scabius y valisneria.
41 "La corola de esta flor (Aristolochia Clematitis), que es tubular pero que remata hacia arriba en un miembro ligulado, tiene una base globular. La parte tubular tiene pelos duros en su interior que apuntan hacia abajo. La parte globular contiene el peristilo, que solamente consiste en germen y estigma junto a los estambres que lo rodean. Pero los estambres, siendo aún más cortos que el germen, no pueden descargar el polen como para arrojarlo por sobre el estigma pues la flor se mantiene erguida hasta después de la fecundación. Y de ahí, sin ninguna ayuda adicional y peculiar, el polen debe necesariamente caer al fondo de la flor. Ahora, la ayuda que la naturaleza ha provisto en este caso es que el Tiputa Pennicornis, un pequeño insecto que entra en el tubo de la corola buscando néctar, desciende hasta el fondo y merodea hasta quedar bastante cubierto de po len, pero, como no es capaz de volver a salir debido a los pelos que apuntan hacia abajo convergiendo a un punto como los alambres de una trampa para ratones e impacientándose por su confinamiento, se agita hacia adelante y hacia atrás, probando cada rincón hasta que, después de haber atravesado repetidamente el estigma lo cubre con polen suficiente como para fecundarlo, a causa de lo cual la flor empieza pronto a inclinarse y los pelos a contraerse a un lado del tubo permitiendo al insecto una rápida salida. Rev. P. Keith, Sistema de Fisiología Botánica.
42 Desde que las abejas existen han estado construyendo sus panales con tal cantidad de lados, en tal número y con tales inclinaciones como ha sido demostrado (en un problema que envuelve los más profundos principios matemáticos) que la cantidad de lados, el número y la inclinación es el que proporciona a las criaturas el mayor espacio compatible con la mayor estabilidad de la estructura.
Durante la última parte del último siglo, surgió entre los matemáticos la cuestión de "determinar la mejor forma que se les puede dar a las aspas de un molino de acuerdo con sus distancias variables desde los ejes giratorios y asimismo desde los centros de rotación". Éste es un problema excesivamente complejo pues consiste, en otras palabras, en encontrar la mejor posición posible en una infinidad de distancias y con una infinidad de puntos de apoyo. Hubo miles de intentos inútiles de parte de los más ilustres matemáticos para responder a la pregunta y cuando, por fin, fue hallada una innegable solución, los hombres descubrieron que las alas de un pájaro la habían dado con absoluta precisión desde que la primera ave atravesó el cielo.
135
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEde una milla de ancho y doscientas cuarenta de largo; así que, aunque vo-
laban a una milla por minuto, tardó no menos de cuatro horas en pasar la
bandada entera, en la que había varios millones de aves, sobre nuestras
cabezas43
- ¡Pamplinas! -dijo el Rey.
"No bien nos libramos de esos pájaros, que nos causaron mucha mo-
lestia, nos aterró la aparición de un ave de otra clase, infinitamente más
grande que los enormes rucs que había visto en mis viajes anteriores,
pues era más grande que la cúpula mayor de tu harén, oh el más
Generoso de los Califas. A ese pájaro terrible no se le veía cabeza alguna,
sino que era tan sólo un vientre redondo de prodigioso grosor, de una
sustancia de aspecto blando, resplandeciente, y con rayas de diversos
colores. Apresada entre sus garras, el monstruo llevaba a su nido en los
cielos una casa a la que le había arrancado el techo, y en cuyo interior
distinguimos claramente seres humanos que, sin duda, estaban en un
estado de pavorosa desesperación frente al horrible destino que los
esperaba. Gritamos cuanto pudimos, con la esperanza de que el pájaro se
asustara y soltara a su presa, pero el ave se limitó a resoplar como con
furia, y dejó caer sobre nuestras cabezas un pesado saco que resultó estar
lleno de arena."
-¡Pavadas! -dijo el Rey.
"Justo después de esta aventura descubrimos un continente de gran
extensión y prodigiosa solidez, pero que estaba apoyado íntegramente so-
bre el lomo de una vaca celeste que no tenía menos de cuatrocientos
cuernos"44.
-Eso sí lo creo -dijo el Rey-, porque he leído algo parecido, en un libro.
"Pasamos entonces por debajo de este continente (nadando entre las
patas de la vaca) y, después de algunas horas, nos encontramos en un
país ciertamente maravilloso que, me informó el hombre-animal, era su
tierra natal, habitada por seres de su propia especie. Esto lo elevó mucho
en mi estima y, de hecho, empecé a sentirme avergonzado por el
43 Observé una bandada de pájaros pasando entre Francfort y el territorio de Indiana, de, al menos, una milla de ancho; la bandada tardó cuatro horas en pasar lo que, a la velocidad de una milla por minuto, da un largo de 240 millas y, a razón de tres pájaros por yarda cuadrada, el resultado es de 2.230.272.000 pájaros. "Viajes en Canadá y en los Estados Unidos" por el Tte. F. Hall.
44 La tierra está sostenida por una vaca de color azul que tiene una cantidad de cuatrocien tos cuernos". El Corán.
136
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdesprecio y la familiaridad con que lo había tratado, pues vi que los
hombres-animales eran un pueblo de grandes magos que vivían con
gusanos en el cerebro45, los que sin duda servían para estimularlos con
sus dolorosos retorcimientos y contorsiones, obligándolos a los más
milagrosos esfuerzos de la imaginación."
-¡Tonterías! -dijo el Rey.
"Entre los magos, había animales domésticos de especies muy
particulares; por ejemplo, había un inmenso caballo cuyos huesos eran de
hierro y cuya sangre era agua hirviente. En lugar de maíz, generalmente
comía piedras negras y aun, a pesar de hacer una dieta tan pesada, era
tan fuerte y rápido que podía acarrear un peso mayor al del templo más
grande de esta ciudad, y a una velocidad que superaba la del vuelo de la
mayoría de las aves46.
-¡Bobadas! -dijo el Rey.
"Vi también entre esa gente una gallina sin plumas pero más grande
que un camello; en lugar de carne y hueso tenía hierro y ladrillos; su san-
gre, como la del caballo (con el que estaba estrechamente emparentada),
era de agua hirviente y, como él, no comía otra cosa que madera y piedras
negras. Esta gallina producía frecuentemente un centenar de polluelos al
día que, después de paridos, vivían durante varias semanas en el
estómago de la madre"47.
-¡Disparates! -dijo el Rey.
"Un miembro de esa nación de poderosos hechiceros creó un hombre
de bronce, madera y cuero, otorgándole tal ingenio que podría haber de-
rrotado al ajedrez a toda la raza humana, a excepción del gran califa Ha-
rún Al Raschid48. Otro de los magos construyó (con el mismo material) una
criatura que avergonzaba el genio mismo de quien la hizo. Tan grandes
eran sus facultades de raciocinio que, en un segundo, hacía cálculos tan
extensos que hubieran requerido el trabajo conjunto de cinco mil hombres
45 Los Entozoa, o gusanos intestinales, han sido repetidamente observados en los músculos y en la sustancia cerebral de los hombres. Véase la Fisiología de Wyatt, p. 143.
46 En el gran Ferrocarril Occidental, entre Londres y Exeter, se ha alcanzado una velocidad de 71 millas por hora. Un tren de 90 toneladas recorrió la distancia entre Puddington y Didcot (53 millas) en 51 minutos.
47 La Incubadora.48
? El autómata jugador de ajedrez de Maelzel.
137
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEde carne y hueso durante un año49. Pero un hechicero aún más
extraordinario fabricó una poderosa criatura que no era hombre ni bestia,
pero que tenía cerebro de plomo mezclado con una materia negra
como la pez, y dedos que usaba con tal velocidad y destreza que no
habría tenido problema en escribir veinte mil copias del Corán en una
hora, y eso con una precisión tan exquisita que no se hallarían dos copias
diferentes siquiera en el ancho de un cabello. Tan prodigioso era su poder,
que erigía y destruía de un soplo los más grandes imperios; pero el mismo
era empleado por igual para el bien y para el mal."
- ¡Ridículo! -dijo el Rey.
"Entre los nigromantes de aquella nación había uno que tenía en sus
venas la sangre de la salamandra, pues no tenía escrúpulos en sentarse a
fumar su chibuquí en un horno al rojo vivo hasta que su cena se hubiera
cocinado en el piso de éste50. Otro tenía la facultad de convertir los meta-
les comunes en oro sin siquiera mirarlos durante el proceso51. Otro tenía
un tacto tan delicado que podía hacer un alambre tan fino que se volvía
invisible52. Otro tenía una amplitud de percepción tal que contaba por se-
parado todos los movimientos de un cuerpo elástico mientras éste se ba-
lanceaba hacia atrás y hacia adelante a razón de novecientos millones de
veces por segundo"53.
- ¡Absurdo! -dijo el Rey.
"Otro de estos magos, mediante un fluido que nunca nadie ha visto
todavía, podía hacer que los cadáveres de sus amigos movieran los
brazos, sacudieran las piernas, se retorcieran o incluso se levantaran y
bailaran54. Otro había cultivado su voz de un modo tal que podría haberse
hecho oír de un extremo del mundo a otro55. Otro tenía un brazo tan largo
49 La máquina de calcular de Babbage.
50 Chabert y, tras él, otros cien.
51 El electrotipo.
52 Wollaston fabricó un alambre de platino de un grosor igual a la dieciocho mil ava parte de una pulgada para la retícula de un telescopio. Sólo podía ser visto por medio de un microscopio.
53 Newton demostró que la retina, bajo la influencia del rayo violeta del espectro, vibraba 900.000.000 por segundo.
54 La pila voltaica.
55 El aparato impresor electrotelegráfico.
138
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque podía sentarse en Damasco y escribir una carta en Bagdad, o en
cualquier otro sitio, a la distancia que fuera56. Otro le ordenaba al
relámpago descender a él desde los cielos, y el relámpago acataba su
llamado y le servía de juguete. Otro tomó dos sonidos muy fuertes y
produjo con ellos un silencio. Otro hizo una profunda oscuridad a partir de
dos luces brillantes57. Otro hizo hielo en un horno caliente58. Otro le ordenó
al sol pintar su retrato y el sol lo obedeció59. Otro tomó ese astro, junto con
la luna y los planetas y, después de pesarlos con escrupulosa exactitud,
sondeó sus profundidades y calculó la solidez de la materia con que
estaban hechos. Pero todo el pueblo es de una habilidad nigromántica tan
sorprendente, que hasta sus niños y sus perros y gatos más comunes
pueden ver sin problemas objetos que no existen en absoluto o que,
veinte millones de años antes del nacimiento de su propia nación, habían
desaparecido de la faz de la Tierra"60
- ¡Descabellado! -dijo el Rey.
"Las esposas e hijas de estos magos incomparablemente sabios y
grandes -continuó Scheherezade sin sentirse en absoluto molesta por
56 El electrotelégrafo transmite texto al instante, por lo menos a cualquier distancia en la Tierra.
57 Experimentos comunes en Filosofía Natural. Si dos rayos rojos provenientes de dos puntos luminosos son admitidos en una cámara oscura y chocan contra una superficie blanca y difieren en su largo un 0,0000258 de pulgada, su intensidad se duplica. También se aplica si la diferencia en el largo es un múltiplo de esa fracción. Un múltiplo de 2 1/4, 3 1/4, etc. da una intensidad igual a la de un rayo; pero un múltiplo de 2 1/2, 3 1/2, etc. da un resultado de oscuridad total. Usando rayos violetas se obtiene un resultado similar cuando la diferencia en el largo es de 0,000157 de pulgada; y con todos los otros rayos los resultados son los mismos, la diferencia varía con un incremento uniforme del violeta al rojo. Experimentos análogos con el sonido han producido resultados semejantes.
58 Póngase un crisol de platino sobre una lámpara de alcohol y manténgase caliente; viértase en el mismo un poco de ácido sulfúrico que aunque es el más volátil de los cuerpos a temperatura ambiente se hallará completamente estable en un crisol caliente y no evaporará una sola gota, quedando rodeado por una atmósfera propia; en efecto, no tocará las paredes del crisol. Se introducen ahora unas pocas gotas de agua, entonces el ácido, poniéndose de inmediato en contacto con los costados calientes del crisol, se evapora en una nube de ácido sulfuroso tan rápidamente que el agua pierde su calor interno y cae al fondo en forma de hielo; si se la saca antes de que vuelva a derretirse se habrá obtenido hielo de una vasija ardiente.
59 El daguerrotipo.
60 Aunque la luz viaja a 167.000 millas por segundo, la distancia a Cisne 61 (la única estrella cuya distancia ha sido verificada) es tan inconcebiblemente grande que sus rayos requerirían más de 10 años en llegar a la Tierra. Para estrellas más lejanas, 20 o aun 1.000 años sería una estimación moderada. Así, si se han extinguido hace 20 o 1.000 años aún las estaremos viendo por la luz que partió de su superficie hace 20 0 1.000 años. Que muchas de las que vemos diariamente están realmente extintas no es imposible, ni siquiera improbable.
Herschel padre sostiene que la luz de la nebulosa más difusa vista a través de su gran telesco pio debe de haber tardado 3.000.000 de años en llegar a la Tierra. Algunas, visibles con el instrumento de Lord Ross, deben de haber requerido, por lo menos, 20.000.000 de años.
139
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEestas frecuentes y poco amables interrupciones de parte de su marido-,
las esposas e hijas de estos eminentes hechiceros son de lo más educadas
y refinadas, y serían las criaturas más bellas e interesantes de la creación
si no fuera por una desafortunada fatalidad que las agobia y de la cual,
hasta el presente, ni siquiera los milagrosos poderes de sus maridos y
padres han conseguido salvar. Algunas fatalidades asumen ciertas formas,
y otras asumen formas distintas; ésta de la que hablo asumió la forma de
una excentricidad."
- ¿Una qué? -dijo el Rey.
"Una excentricidad -dijo Scheherazade-. Uno de los genios malignos,
que están siempre alertas para hacer daño, ha metido en la cabeza de
esas damas refinadas que, lo que definiríamos como belleza personal, con-
siste en la protuberancia de la región que se encuentra no muy lejos de
donde termina la espalda. La perfección de la hermosura, les dijeron, está
en relación directa con la magnitud de esa protuberancia. Poseídas desde
hace mucho por esa idea, y siendo los almohadones tan baratos en ese
país, han pasado los días en que era posible distinguir a una mujer de un
dromedario..."
- ¡Basta! -dijo el Rey-. ¡No puedo tolerar eso, y no lo haré! Ya me has
dado un terrible dolor de cabeza con tus mentiras. Y veo, además, que
está amaneciendo. ¿Cuánto tiempo llevamos casados? Mi conciencia me
está causando problemas otra vez. Y encima ese asunto del dromedario...
¿me tomas por tonto? En suma, ya puedes levantarte y ser estrangulada.
Esas palabras -leo en el Esonoasí- sorprendieron y apenaron a
Scheherazade; pero, sabiendo que el Rey era un hombre de escrupulosa
integridad y en absoluto inclinado a romper su palabra, se sometió
resignadamente a su destino. Halló gran consuelo pensando (mientras le
apretaban la soga al cuello) que aún faltaba contar una buena parte de la
historia, y que la petulancia del bruto de su marido le había valido un justo
castigo, al privarlo de escuchar muchas otras aventuras increíbles.
PARÁGRAFO CON X
140
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Como es bien sabido, los "sabios" vienen "del Oriente"61 y como el
señor Toco-y-me-voy Cabeza-de-bala vino también del Este, se sigue que
el señor Cabeza-de-bala era un sabio. Si hiciera falta una prueba adicional,
aquí la tenemos: el señor C. era editor. La irascibilidad constituía su único
lado flaco, pues la obstinación de la cual la gente lo acusaba no era en ab-
soluto una debilidad, ya que él la consideraba justamente como su fuerte.
Era su punto fuerte, su virtud; y hubiera hecho falta toda la lógica de un
Brownson para convencerlo de que era "otra cosa".
He demostrado que el señor Toco-y-me-voy Cabeza-de-bala era un
sabio; la única ocasión en que no se mostró infalible fue cuando hizo
abandono de ese legítimo hogar de todos los sabios, el Este, y emigró a la
ciudad de Alejandro-el-Grande-o-nópolis, o a cualquier sitio de nombre
parecido, en el Oeste.
Debo hacerle justicia diciendo que, cuando se decidió finalmente a
instalarse en dicha ciudad, tenía la impresión de que en esa parte del país
no existía ningún diario y, en consecuencia, ningún editor. Al fundar La
Tetera, esperaba ser el único dueño del terreno. Estoy seguro de que
jamás se le habría ocurrido instalarse en Alejandro-el-Grande-o-nópolis si
hubiera sabido que en Alejandro-el-Grande-o-nópolis vivía un caballero lla-
mado John Smith (si mal no recuerdo), quien, durante muchos años, había
engordado tranquilamente editando y publicando la Gaceta de Alejandro-
el-Grande-o-nopólis. O sea que, sólo por haber sido mal informado, el
señor Cabeza-de-bala vino a parar a Alejan... –llamémosle Nópolis, para
abreviar– pero, una vez que estuvo allí, decidió mantener su reputación de
obsti... de firmeza, y quedarse. Así que se quedó e hizo aún más:
desembaló su prensa, su tipografía, etc., etc., alquiló un local situado
exactamente enfrente de la Gaceta y, en la tercera mañana después de su
arribo, publicó el primer número de La Tetera de Alejan..., es decir La Te-
tera de Nópolis, pues si mis recuerdos no me engañan, así se titulaba la
nueva publicación.
El artículo de fondo, debo admitirlo, era brillante, por no decir severo.
Se mostraba especialmente amargo con las cosas en general, y en par-
ticular con el director de La Gaceta, a quien hacía pedazos. Algunas
observaciones de Cabeza-de-bala eran tan feroces, que desde entonces
61 Los Reyes Magos, conocidos como "los sabios". [N. de la T.]
141
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEme he visto obligado a ver a John Smith –quien todavía vive– a la luz de
una salamandra. No pretendo reproducir verbatim todos los párrafos de La
Tetera, pero uno de ellos era como sigue:
"i Oh, sí! ¡Oh, percibimos! ¡Oh, sin duda! El editor de enfrente es un
genio... ¡Oh, por mí! ¡Oh graciosos dioses! ¿A qué ha llegado el mundo?
¡Oh, tempora! ¡Oh, Moses!"
Una filípica, a la vez tan cáustica y tan clásica, cayó como una grana-
da entre los hasta entonces pacíficos ciudadanos de Nópolis. Grupos de
personas excitadas se juntaban en las esquinas. Todos esperaban, con sin-
cera ansiedad, la respuesta del digno Smith, la cual apareció al día si-
guiente de esta forma:
"Extraemos de La Tetera de ayer el siguiente párrafo: ¡Oh, sí! ¡Oh,
percibimos! ¡Oh, sin duda! ¡Oh, por mí! ¡Oh, dioses! ¡Oh, tempora! ¡Oh,
Moses!' i Vamos! i Pero este hombre es todo O! Esto explica que razone en
un círculo, y explica por qué él no tiene ni principio ni fin, ni tampoco lo
tienen sus dichos. Estamos plenamente convencidos de que el pobre
hombre es incapaz de escribir una sola palabra que no contenga una O.
¿Este Oes será una
costumbre suya? Dicho sea de paso, este sujeto llegó del Este con gran
apuro.
¿Tendrá tantas deudas62 como las que ya tiene aquí? ¡Oh, es lamentable!"
No intentaré describir la indignación del señor Cabeza-de-bala ante esas
escandalosas insinuaciones. Contra lo previsto, sin embargo, y de acuerdo
con el principio de la anguila pelada63, no era el ataque a su integridad el
que más lo ofendía. Era que se burlaran de su estilo lo que lo
desesperaba. ¡Cómo! ¡Él, Toco-y-me-voy Cabeza-de-bala, incapaz de
escribir una palabra que no contuviera una O! Bien pronto iba a probar a
ese zángano que estaba equivocado. ¡ Sí, ya le mostraría hasta qué punto
estaba equivocado, ese cachorrito! Él, Toco-y-me-voy Cabeza-de-bala,
originario de Sapolagópium, demostraría al señor John Smith que él,
Cabeza-de-bala, era capaz de redactar, si así lo creía conveniente, un
parágrafo completo... ¡Ay!, ¡un artículo entero!... donde tan despreciable
vocal no apareciera ni una sola, lo que se dice ni una sola vez. ¡Pero no!
62 O se lee como owe, en inglés deberle algo a alguien. [N. de la T.]63 Eel-skinning, la anguila es muy pequeña y no se le puede sacar la piel. [N. de la T.]
142
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEEso significaría reconocerle un triunfo al susodicho John Smith. Él, Cabeza-
de-bala, no cambiaría en nada su estilo, y menos para satisfacer los
caprichos de cualquier señor Smith de esta Cristiandad. ¡Que tan vil
pensamiento caiga en la nada! ¡Viva la O! Persistiría en la O. Sería tan O-
bstinado como O-bstinado pudiera ser.
Ardiendo ante lo caballeresco de tal determinación, el gran Toco-y-
me-voy se limitó a insertar en el número siguiente de La Tetera este pará-
grafo referido al desdichado asunto:
"El editor de La Tetera tiene el honor de informar al editor de La Ga-
ceta que él (La Tetera) aprovechará su edición de mañana para conven-
cerlo (a La Gaceta) de que él (La Tetera) puede y ha de ser su propio amo
en materia de estilo; y que él (La Tetera), con objeto de mostrarle (a La
Gaceta) el supremo y absoluto desprecio que las críticas (de La Gaceta)
provocan en el seno independiente de él (de La Tetera), componiendo
para especial satisfacción (?) de él (de La Gaceta) un artículo de fondo de
cierta extensión, en el cual tan hermosa vocal –emblema de la Eternidad–,
tan ofensiva para la hiperexquisita sensibilidad de él (de La Gaceta) no ha
de ser ciertamente evitada por éste su obediente y humilde servidor La
Tetera." "¡Tanto por Buckingham!"
En cumplimiento de tan terrible amenaza, tan oscuramente y no
claramente enunciada, el gran Cabeza-de-bala hizo oídos sordos a todos
los pedidos de "material" y, limitándose a decir a su gerente que se fuera
al demonio, en momentos que éste (el gerente) le aseguraba a él (La
Tetera) que ya era tiempo de entrar en prensa, el gran Cabeza-de-bala,
repetimos, hizo oídos sordos a todo y pasó la noche consumiendo el aceite
de medianoche, absorto en la composición del incomparable parágrafo
que sigue: Oh John, ¿cómo ahora? Te dije eso, sabes. ¡No cacarees otra
vez antes de salir de los bosques! ¿Sabe tu madre que estás fuera? ¡Oh,
no, no!
¡Así que vete a tu casa ahora mismo, ahora, John, a tus viejos odiosos
bosques de Concord! ¡Vete a tu casa, a tus bosques, viejo búho, ve! ¡Tú no
irás! ¡Oh, poh, poh, no hagas eso! ¡Tienes que irte, sabes! ¡Así que vete
ya, y no vayas despacio, pues nadie te debe aquí, tú sabes! ¡Oh! ¡John, si
no vas no eres hombre, no! Eres solamente un ave, un búho, una vaca,
143
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEuna cerda, una muñeca, una encuesta; un pobre, viejo, inútil-don-nadie,
tronco, perro, cerdo o sapo, salido de una ciénaga de Concord. Tranquilo
ahora... ¡tranquilo! ¡Quédate tranquilo, tonto! ¡Ninguno de tus cacareos,
viejo gallo! ¡No frunzas el ceño, no lo hagas! ¡No chilles, ni aúlles, ni gru-
ñas, ni te arquees de aflicción... aflicción! Buen Señor, John, ¿cómo estás?
Te lo dije, tú sabes, pero deja de sacar tus gansos desde la vieja urna y ve
y entierra tus tristezas en un cacharro64.
Exhausto, naturalmente, por tan estupendo esfuerzo, el gran Toco y
me Voy no fue capaz de ocuparse aquella noche de ninguna otra cosa. Fir-
me, sereno, pero a la vez con un aire de ser consciente de su poder, entre-
gó su manuscrito al primer aprendiz que estaba de turno y luego se retiró
con gran dignidad a sus aposentos.
Mientras tanto, el aprendiz a quien había sido confiado el original,
voló sin perder un instante a su "caja" y se dispuso a "componer" el
manuscrito.
En primer lugar, por supuesto y dado que la palabra inicial era ¡Oh...!,
metió la mano en el agujero correspondiente al signo de admiración y la
retiró triunfante con uno de dichos signos. Entusiasmado por este éxito, se
lanzó de inmediato y con gran ímpetu a la caja de las "oes" mayúsculas;
pero, ¿quién describirá su horror cuando sus dedos volvieron a salir sin la
anticipada letra entre ellos? ¿Quién pintará su estupefacción y su rabia al
advertir, mientras se frotaba los nudillos, que su mano no había hecho
otra cosa que tantear inútilmente el fondo de una caja vacía? En el com-
partimiento de la "o" mayúscula no quedaba una sola "o" mayúscula; y,
lanzando una ojeada temerosa al de la "o" minúscula, el aprendiz compro-
bó para su indescriptible espanto que tampoco había allí ninguna letra.
Despavorido, su primer impulso fue correr en busca del encargado.
¡Señor! -jadeó, tratando de recobrar el aliento-. ¡No puedo componer
nada si me faltan las oes!
-¿Qué quieres decir? -gruñó el encargado, malhumorado por tener
que estar despierto tan tarde.
64 Este párrafo está escrito en inglés con términos con la vocal o, que es la predominante en el texto, de ahí que cuando se convierte la o en x el párrafo es incomprensible o casi, en la traducción se respeta el texto pues es imposible encontrar palabras en español para hacer el mismo juego y al mismo tiempo respetar el texto. [N. de la T.]
144
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-¡Señor... no queda ni una o en la caja... ni grande ni chica!
-¿Cómo? ¿Y dónde d... han ido a parar todas las que había?
-Yo no sé, señor -dijo el chico, pero uno de los aprendices de La
Gaceta anduvo dando vueltas por aquí toda la noche, y a mí me parece
que se las debe de haber robado.
-¡Qué se queme en el infierno! ¡No tengo dudas! -gritó el encargado,
rojo de rabia. No importa, Bob, yo te diré lo que has de hacer. En la
primera ocasión que tengas, entras allá y les sacas todas las íes que ten-
gan... ¡y las zetas también, malditos sean!
De acuerdo -dijo Bob, guiñando el ojo-. Ya lo creo que iré, y ya lo
creo que les haré alguna que otra cosa. Pero, entretanto... ¿y este
parágrafo? Hay que componerlo esta noche, porque si no... seré yo quien
cobre...
-Ya veo -dijo el encargado, suspirando profundamente-. ¿Es un suelto
muy largo, Bob?
Yo no diría que es muy largo -opinó Bob.
¡Ah, bueno, entonces arréglate como puedas! Sea como sea, "de-
bemos" entrar de una vez por todas en prensa -agregó distraídamente el
encargado, que estaba hasta el cuello de trabajo-. En vez de "o" pon cual-
quier otra letra; de todos modos nadie va a leer la basura que este tipo
escribe.
Muy bien -dijo Bob, y se volvió corriendo a su caja, mientras
murmuraba para sí: "¿Conque tengo que ir a sacarles todas las íes y las
zetas, eh? ¡Pues yo soy el hombre para eso!" La verdad es que Bob,
aunque sólo tenía doce años y cuatro pies de altura, estaba en
condiciones de afrontar cualquier lucha, siempre que no fuera muy dura.
La orden que acababa de darle el encargado no era demasiado extra-
ña, pues cosas así suelen ocurrir en las imprentas. Aunque no tiene expli-
cación es un hecho indiscutible, cuando eso sucede se acude siempre a la
x como sustituto de la letra faltante. Quizá la razón resida en que la x sue-
le ser sobreabundante en las cajas de composición (o, por lo menos así
ocurría en otros tiempos), por lo cual los impresores se han ido acostum-
brando a emplearla para sustituir otras letras. En cuanto a Bob, frente a
un caso como el presente, habría considerado una herejía emplear otra le-
tra que la x, pues tal era su costumbre.
145
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-Deberé "exear" este parágrafo -se dijo a sí mismo, mientras leía
asombrado-, pero es el más horrible parágrafo con o que he visto -así que
lo "exeó" sin pestañear, y en la imprenta fue "exeado".
A la mañana siguiente la población de Nópolis se quedó de una pieza
al leer en La Tetera el siguiente extraordinario artículo:
"Xh Jxhn, ¿cxmx ahxra? Te dije esx, sabes. ¡Nx cacarees xtra vez an-
tes de salir de lxs bxsques! ¿Sabe tu madre que estás fuera? ¡Xh, nx, nx!
¡Así que vete a tu casa ahxra mismx, ahxra, Jxhn, a tus viejxs xdixsxs
bxsques de Cxncxrd! ¡Vete a tu casa, a tus bxsques, viejx búhx, ve! ¡Tú nx
irás! ¡Xh, pxh, pxh, nx hagas esx! ¡Tienes que irte, sabes! ¡Así que vete
ya, y nx vayas despacix, pues nadie te debe aquí, tú sabes! ¡Xh! ¡Jxhn, si
tu nx vas nx eres hxmbre, nx! ¡Eres sxlamente un ave, un búhx, una vaca,
una cerda, una muñeca, una encuesta; un pxbre, viejx, inútil-dxn-nadie,
trxncx, perrx, cerdx x sapx, salidx de una ciénaga de Cxncxrd! Tranquilx,
ahxra... ¡tranquilx! ¡Quédate tranquilx, txntx! Ningunx de tus cacarexs,
¡viejx gallx! ¡No frunzas el ceñx, nx lx hagas! Nx chilles, ni aúlles, ni gru-
ñas, ni te inclines de afliccixn... ¡afliccixn! Buen Señxr, Jxhn, ¿cxmx estás?
Te lx dije, tú sabes, perx deja de sacar tus gansxs desde la vieja urna y ve
y entierra tus tristezas en un cacharrx."
Difícil de concebir la agitación ocasionada por ese místico y cabalísti-
co artículo. La primera idea concreta que circuló entre el pueblo fue que
en esos jeroglíficos se ocultaba alguna traición diabólica, por lo cual hubo
una avalancha de gente en dirección al domicilio de Cabeza-de-Bala, para
lincharlo; pero dicho caballero no se encontraba allí. Había desaparecido,
sin que nadie supiera decir cómo, y desde entonces no se ha vuelto a ver
ni siquiera su fantasma.
Incapaz de descubrir el legítimo objeto, la muchedumbre fue calman-
do poco a poco su furia, dejando detrás de él, como si fuera un sedimento,
diversas opiniones sobre ese desdichado asunto.
Un caballero opinaba que todo había sido una excelente broma. Otro
sostuvo que, indudablemente, Cabeza-de-Bala había demostrado poseer
una fantasía exuberante.
Un tercero lo declaró excéntrico, pero no más que eso.
Un cuarto sólo alcanzaba a suponer el deseo de expresar su
exasperación de manera general.
146
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
"Digamos -sugirió un quinto- que quería exponer un ejemplo para la
posteridad."
Para todo el mundo resultaba claro que Cabeza-de-Bala había sido
llevado a tales extremos y, puesto que dicho editor había desaparecido, se
habló en cierto momento de linchar al que quedaba.
La conclusión más compartida, sin embargo, fue que el asunto era
sencillamente extraordinario e inexplicable. Incluso el matemático del
pueblo admitió que no encontraba la solución a un problema tan oscuro.
Como todo el mundo sabía, x representaba una incógnita; pero en este
caso (como hizo notar apropiadamente) había una cantidad desconocida
de x.
La opinión de Bob (que mantuvo en secreto su intervención en el pa-
rágrafo con X) no encontró la atención que yo creo que merecía, aunque
fue expresada abiertamente y sin ningún temor. Bob manifestó que por su
parte, no le cabía duda sobre el tema, pues era muy sencillo:
Al señor Cabeza-de-Bala "Nunca se lo pudo persuadir de que bebiera
lo que bebían los otros muchachos del pueblo; se pasaba el tiempo
bebiendo esa condenada cerveza marca XXX, y, como natural
consecuencia, se le mezcló con la bilis y lo hizo volverse X (enojado) en
extremo".
EL HOMBRE DE NEGOCIOS
El método es el alma de los negocios.
(Antiguo adagio)
Soy un hombre de negocios. Soy un hombre metódico. Al fin y al
cabo, el método es lo más importante. Pero a nadie desprecio más que a
esos tontos y excéntricos que hablan sobre el método y no lo entienden,
que cumplen estrictamente con la letra y violan su espíritu. Esas personas
viven haciendo las cosas más insólitas de una manera que definen como
ordenada. He ahí, creo yo, una paradoja. El verdadero método pertenece
sólo a lo que es común y obvio, y no puede aplicarse a lo outré.
147
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
¿Qué podemos entender si alguien menciona a algún "tonto metódi-
co" o un "vanidoso sistemático"?
Mis ideas sobre esta cuestión podrían no haber sido tan claras como
lo son, si no fuera por un afortunado accidente que me sucedió cuando era
pequeño. Un día en que yo hacía más ruido de lo necesario, una vieja y
bondadosa niñera irlandesa (a quien no olvidaré en mi testamento) me
tomó por los pies, me revoleó dos o tres veces, y luego de maldecirme
calificándome de "criatura gritona", terminó golpeándome la cabeza
contra el respaldo de la cama, y convirtiéndomela en un sombrero de tres
picos. Ese hecho decidió mi destino e hizo mi fortuna. En el acto me salió
un chichón en la coronilla, y éste se transformó en un perfecto órgano del
orden. De ahí proviene la marcada inclinación por el sistema y la
regularidad que han hecho de mí el distinguido empresario que soy.
Si hay algo que detesto en este mundo son los genios. Los genios son
todos asnos redomados -cuanto más geniales, más asnos-, sin la menor
excepción. En especial, no se puede hacer un hombre de negocios de un
genio, como tampoco sacarle dinero a un judío o conseguir nueces de un
pino. Esos individuos viven saliéndose de su cauce para dedicarse a algu-
na actividad fantástica o ridícula especulación, totalmente reñida con "lo
apropiado de las cosas", tampoco hacen negocios que puedan catalogarse
de tales. A esos personajes se los reconoce enseguida por el carácter de
sus ocupaciones. Si alguna vez el lector ve a un hombre que se instala
como comerciante o fabricante, que se dedica al rubro del algodón, del
tabaco o cualquiera de esos otros productos excéntricos, que comercia
con tejidos, con jabones o algo por el estilo, que dice ser abogado, herrero
o medico... es decir, cualquier cosa que no sea habitual, sepa con certeza
que es un genio, y según la regla de tres, un asno.
Yo, por mi parte, no soy genio en absoluto, sino un empresario nor-
mal, y esto se aprecia en el acto en mi diario y mi libro mayor. Están bien
llevados, aunque sea yo el que lo dice. Y en mi hábito de exactitud y la
puntualidad, no me va a ganar el reloj. Más aún, mis ocupaciones siempre
han coincidido con las costumbres de los demás.
No es que en este sentido me sienta en lo más mínimo en deuda con
148
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmis padres, sumamente débiles, que sin duda habrían hecho de mí un ge-
nio redomado si no hubiese aparecido en el momento justo mi ángel de la
guarda a rescatarme. En las biografías, la verdad es lo más importante, y
en las autobiografías lo es todavía más, sin embargo, no pretendo que me
crean cuando afirmo, aunque lo haga solemnemente, que mi pobre padre,
cuando yo tenía alrededor de quince años, me puso a trabajar en el des-
pacho de "i un respetable comerciante ferretero y comisionista que
realizaba una buena cantidad de negocios!" ¡Una buena cantidad de
tonterías! Sin embargo, la consecuencia de tal desatino fue que, a los dos
o tres días, hubo que enviarme de vuelta a mi obtusa familia con un
estado febril, y con un dolor intenso y peligroso en la coronilla, alrededor
de mi órgano del orden. Fue un caso casi perdido, pues durante seis
semanas mi estado fue crítico, y los médicos estuvieron a punto de
desahuciarme. Pero, pese a que sufría mucho, yo era en general un
muchacho agradecido. Me salvé de convertirme en un "respetable
comerciante ferretero y comisionista que realizaba una buena cantidad de
negocios", y mentalmente agradecía a la protuberancia que había sido mi
medio de salvación, como también a la bondadosa mujer que puso ese
medio a mi alcance.
La mayoría de los muchachos se van de la casa a los diez o doce
años de edad, pero yo esperé hasta los dieciséis. No sé qué habría hecho
ni siquiera entonces, si por casualidad no hubiera oído a mi anciana madre
sobre la posibilidad de instalarme por mi cuenta en el negocio de
comestibles. ¡De comestibles! ¡Pensar que dijo eso! Resolví entonces
marcharme de inmediato, y tratar de establecerme en alguna ocupación
decente, para ya no tener que cumplir ciegamente los caprichos de esos
ancianos excéntricos, y correr el riesgo de que a la larga me convirtieran
en un genio. En este emprendimiento tuve éxito al primer intento, y a los
dieciocho años, realizaba una amplia y redituable labor comercial en el
ramo de las propagandas ambulantes.
Lo único que me permitió librarme de las molestas obligaciones de
esa profesión fue adherir firmemente al sistema que constituía el rasgo
más importante de mi mente.
Un método escrupuloso caracterizaba mis actos tanto como mi conta-
bilidad. En mi caso, puede afirmarse que era el método -no el dinero-el que
149
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhacía al hombre, al menos la parte de él que no estaba hecha por el sastre para el que
trabajaba. Todas las mañanas, a las nueve, iba a ver a ese individuo para recibir las prendas
del día. A las diez me hallaba en un elegante paseo o en algún otro sitio de entretenimiento
público. La exacta regularidad con que hacía girar mi elegante persona para dejar a la vista
sucesivamente todas las porciones del traje que llevaba puesto era la admiración de todos los
entendidos en la materia. Nunca pasaba la hora del almuerzo sin que hubiera llevado algún
cliente a la casa de mis empleadores, los señores Corte & Vuelvaotravez. Esto lo digo con
orgullo, pero con lágrimas en los ojos, puesto que los dueños de la firma resultaron ser los
más viles ingratos. Ningún caballero familiarizado con la naturaleza del negocio puede
considerar recargada la pequeña cuenta causante de que nos peleáramos, y por último de
nuestra separación. En este punto, sin embargo, me produce un gran agrado permitir que el
lector juzgue por sí mismo. Mi factura decía lo siguiente:
Señores Corte & Vuelvaotravez, Sastres.
A Pe ter Proffit, anunciador callejero.
Dólare
s
Julio 10 Paseo habitual. Regreso con un
cliente
$ 0,25
Julio 11 Idem, ídem $ 0,25Julio 12 Mentira de segunda clase. Tela
negra dañadavendida por verde invisible $ 0,25Julio 13 Mentira de primerísima clase.
Recomendaciónde un satinete como si fuera un
género fino
$ 0,75Julio 20 Compra de un cuello de papel para
que resalteel grueso abrigo gris $ 0,02Agosto
15
Por llevar puesto el traje de doble
forro (cuandoel termómetro marcaba 30 grados a
la sombra)
$ 0,25Agosto
16
Por quedarme tres horas parado
sobre una solatrabilla, a 12,1/2 centavos por
pierna, por hora
$
0,371/2Agosto
17
Paseo habitual. Regreso con un
cliente(hombre robusto) $ 0,50Agosto
18
Ídem, ídem. (Hombre de contextura
mediana)
$ 0,25Agosto
19
Ídem, ídem. (Hombre menudo y mal
pagador)
$ 0,06
$
2,951/2
El punto cuestionado de esta cuenta era el precio muy moderado de
dos centavos por cuello de papel. Juro por mi honor que no era precio
exagerado. Se trataba de uno de los cuellos más limpios y bellos que he
visto jamás, y tengo buenas razones para creer que fue un elemento
determinante en la venta de tres abrigos Petersham. Sin embrago, el socio
principal de la firma sólo quiso pagarme un centavo, y se empeñó en
150
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdemostrarme cómo podían obtenerse cuatro de los mismos cuellos de una
hoja de papel oficio. De más está decir que me mantuve en el principio de
la cosa.
Los negocios son los negocios, y hay que encararlos como correspon-
de. No había ningún sistema en el hecho de que me estafara un centavo
(un evidente fraude del cincuenta por ciento), ni tampoco un método.
Dejé entonces de inmediato el empleo en lo de los señores Corte &
Vuelvaotravez, y me instalé por mi cuenta en el negocio de la Ofensa a la
Vista, la más lucrativa, respetable e independiente de las ocupaciones
comunes.
Una vez más entraron en juego mi estricta integridad y mis rigurosos
hábitos comerciales. Pronto me encontré con un negocio floreciente, y me
hice muy conocido. Lo cierto es que nunca me metí en asuntos muy
llamativos, sino que me mantuve dentro de la sobria rutina de la profe-
sión, profesión en la que sin duda seguiría en la actualidad si no fuera por
un pequeño accidente que sucedió en el curso de una de mis habituales
operaciones. Cada vez que a un viejo avaro, un heredero despilfarrador o
una empresa en quiebra se les ocurre construir un palacio, no hay nada
que los detenga, como toda persona inteligente sabe. Ese hecho precisa-
mente constituye la base del negocio de Ofensa a la Vista. Así, pues, no
bien alguna de las partes nombradas proyecta construir un edificio, noso-
tros adquirimos una bonita esquina del lote elegido, o bien nos ubicamos
justo al lado o enfrente. Luego esperamos hasta que la construcción haya
llegado hasta la mitad, entonces le pagamos a un arquitecto de buen
gusto para que nos levante una artística choza de barro en el terreno
lindero, o una pagoda oriental u holandesa, o un chiquero, o bien alguna
otra obra ingeniosa sea esquimal, kickapoo u hotentote. Desde luego, no
podemos darnos el lujo de demoler estas estructuras por menos de una
cifra superior en un quinientos por ciento al costo del lote y de los
materiales. ¿Acaso podríamos hacerlo?, pregunto yo. Se lo pregunto a los
hombres de negocios. Sería irracional suponer tal cosa. Sin embargo, hubo
una empresa sinvergüenza que me pidió que hiciera ¡exactamente eso!
Desde luego, no respondí tan absurda propuesta, pero consideré mi
obligación ir esa misma noche y cubrir con negro de humo el frente de su
palacio. Por este acto, aquellos villanos irracionales me metieron preso, y
151
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcuando salí, los caballeros vinculados con el negocio de Ofensa a la Vista
no tuvieron más remedio que cortar toda relación conmigo.
El negocio de Injurias y Golpes en el cual me vi forzado luego a aven-
turarme para ganarme la vida no se adaptaba muy bien a mi delicada
constitución, así y todo lo asumí de buena gana, y me vi beneficiado, igual
que antes, por los estrictos hábitos de metódica precisión que me había
inculcado aquella simpática nodriza (sería el más desagradecido de los
hombres si no la recordara en mi testamento). Observando, como he
dicho, el sistema más estricto en todas mis operaciones, y llevando con
prolijidad mis libros, pude sortear graves dificultades hasta que logré
establecerme decorosamente en la profesión. La verdad es que muy pocas
personas han podido tener un negocio más cómodo que el mío. Me
limitaré a copiar una o dos páginas de mi diario, así no tengo necesidad de
autoelogiarme, deleznable costumbre que no practica ningún hombre de
elevadas miras. Sin embargo, el diario no miente.
"1° de enero. Primer día del año. Me encontré en la calle con Snap,
tambaleante.
Memorándum: Él me va a servir, minutos después me encontré con
Gruff, totalmente ebrio. Memorándum: él también responderá. Asenté a
ambos en mi libro mayor, y a cada uno le abrí una cuenta corriente.
"2 de enero. Vi a Snap en la Bolsa. Me acerqué a él y le pisé los dedos
del pie. Cerró el puño y me derribó de un golpe. i Bien! Volví a levantarme.
Tuve un pequeño problema con Bag, mi abogado. Quiero reclamar mil
dólares por daños y perjuicios, pero él dice que por un simple puñetazo no
conseguiremos más que quinientos.
Memorándum: tengo que sacarme de encima a Bag, pues carece de
sistema.
"Fui al teatro a buscar a Gruff. Lo vi sentado en un palco de la se-
gunda fila, entre una mujer gorda y una delgada. Estuve mirando a todo el
grupo con los prismáticos, hasta que la mujer gorda se sonrojó y le susurró
algo a G. Entonces me dirigí al palco, entré y puse mi nariz al alcance de la
mano de Gruff. No me quiso dar un tirón. Me soné, y volví a intentarlo,
pero sin éxito. Luego me senté y le guiñé el ojo a la dama delgada, hasta
que tuve la satisfacción de que G. me levantara agarrándome del cuello y
152
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEme arrojara al foso. Cuello dislocado y pierna derecha muy astillada. Volví
a casa feliz, bebí una botella de champán y asenté en el libro al joven por
el valor de cinco mil dólares. Bag dice que va a salir bien.
"15 de febrero. Llegué a un arreglo en el caso del señor Snap. Cifra
asentada en los libros: cincuenta centavos.
"16 de febrero. Perdí el litigio contra el sinvergüenza de Gruff, quien
me hizo un regalo de cinco dólares. Costas del juicio: cuatro dólares con
veinticinco. Ganancia neta: setenta y cinco centavos (véase libros) .
Puede verse aquí que, en un período muy breve, había obtenido un
beneficio de un dólar con veinticinco centavos, nada más que en los casos
Snap y Gruff. Y juro que estos datos fueron tomados de mi libro diario, al
azar.
Sin embargo, un viejo y cierto adagio dice que el dinero no es nada
en comparación con la salud. Las exigencias de la profesión resultaron de-
masiadas para el delicado estado de mi cuerpo. Y cuando ya estaba total-
mente desfigurado -tanto, que ya no sabía qué hacer al respecto y mis
amigos, cuando me encontraba en la calle, no podían asegurar que yo fue-
ra Peter Proffit-, se me ocurrió que lo más conveniente sería cambiar de
ramo de negocio. Volqué pues mi atención al Salpicado de barro, labor que
proseguí durante unos años.
Lo peor que tiene esta ocupación es que les gusta a demasiadas
personas, y por ende la competencia es excesiva. Cualquier ignorante que
no tenga suficiente cerebro como para abrirse camino trabajando de anun-
ciador callejero, en el negocio de la Ofensa a la Vista o el de Injurias y
Golpes cree, desde luego, que le va a ir muy bien como salpicador de ba-
rro. Pero nunca hubo una idea más errónea que la de creer que para sal-
picar barro no hace falta inteligencia. En especial, en este rubro no se
puede hacer nada sin método. Yo, por mi parte, sólo lo hacía al por menor,
pero mis viejos hábitos de sistema me hacían avanzar sobre la cresta de la
ola. En primer lugar, elegí con cuidado el cruce de las calles, y nunca acer-
qué una escoba a ninguna parte de la ciudad como no fuera a ésa. Tam-
bién me preocupé de tener a mano un lindo charco con barro, al que podía
recurrir en cualquier instante. Utilizando estos medios llegué a ser
conocido como hombre confiable, y permítaseme decir, esto en los nego-
cios es tener la mitad de la batalla ganada. Nadie que me haya tirado ape-
153
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEnas un cobre llegó nunca hasta el lado de enfrente de mi cruce con los
pantalones limpios. Y como en este sentido mis prácticas comerciales eran
ampliamente conocidas, nunca tuve que soportar el menor abuso. De
haber ocurrido así, no lo habría tolerado. Como yo no me imponía a nadie,
no aceptaba que nadie lo hiciera conmigo. Los fraudes de los Bancos,
desde luego, no los podía evitar. La suspensión de sus servicios me creaba
grandes inconvenientes. Pero desde luego, los Bancos no son personas
sino empresas, y las empresas, como se sabe, no tienen un cuerpo que
uno pueda patear, ni un alma a la cual mandar al demonio.
Estaba ganando dinero en este negocio cuando, en un mal momento,
me sentí tentado de ingresar en la Salpicadura de Perro, profesión en cier-
to sentido análoga, pero de manera alguna tan respetable. Mi ubicación en
pleno centro por cierto era excelente, y no me faltaban betunes y cepillos.
Mi perrito era muy gordo, y estaba habituado a todas las variedades de
olfateo. Llevaba mucho tiempo en el oficio, y hasta puedo afirmar que lo
comprendía. Nuestra rutina general era la siguiente: Luego de revolcarse
en el barro, Pompeyo se quedaba en la puerta del negocio hasta que veía
venir por la calle a un dandi con los botines bien lustrados. Salía a su
encuentro y se frotaba una o dos veces contra él. El dandi lanzaba maldi-
ciones y miraba alrededor en busca de un lustrabotas. Y ahí estaba yo,
bien a la vista, con betunes y cepillos. Hacía el trabajo apenas en un mi-
nuto, y luego recibía seis centavos. La cifra me bastó durante un tiempo
pues de hecho yo no era codicioso, pero mi perro sí lo era. Le daba un ter-
cio de las ganancias, pero alguien le aconsejó que pidiera la mitad. Eso yo
no podía tolerarlo, de modo que tuvimos una discusión y nos separamos.
Luego probé durante un tiempo ser Organillero, y puedo asegurar
que me fue muy bien. Es un negocio fácil y honrado, que no requiere
ninguna aptitud en particular. Se puede adquirir un organillo por muy poco
dinero, y para ponerlo en funcionamiento basta con abrirlo y aplicarle tres
o cuatro martillazos. Así se mejora el tono del aparato para sus fines
comerciales, mucho más de lo que usted imagina. Luego de hacer esto, lo
único que tiene que hacer es salir a caminar con el organillo a la espalda,
hasta que ve un jardín con árboles y una aldaba forrada de cuero.
Entonces se detiene y da vueltas a la manija, poniendo cara de estar
dispuesto a tocar hasta el día del juicio. Al instante se abre una ventana,
154
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEalguien arroja seis peniques y pide: "i Haga silencio y váyase, etcétera. Sé
que algunos organilleros han aceptado marcharse por esa suma; yo, por
mi parte, debido a lo alta que era mi inversión de capital, no podía darme
el lujo de marcharme por menos de un chelín.
Me fue muy bien con esta ocupación, pero así y todo no estaba satis-
fecho, de modo que al final la abandoné. La verdad es que trabajaba con
la desventaja de carecer de un mono, además, las calles norteamericanas
son muy fangosas, y la plebe muy molesta... y abundan los chiquilines tra-
viesos...
Estuve varios meses sin empleo, pero a la larga, con gran empeño,
conseguí un puesto en el Falso Correo. El trabajo allí era sencillo, y me de-
jaba un margen bastante amplio de ganancias. Por ejemplo, de mañana
muy temprano tenía que armar mi fajo de cartas falsas. Dentro de cada
una escribía unas pocas líneas sobre cualquier tema que me pareciese
misterioso, y firmaba todas las epístolas como Tom Dobson, Bobby
Tompkins o algo así. Luego las cerraba, las lacraba y les agregaba sellos
postales falsos de Nueva Orleans, Bengala, Botany Bay o cualquier otro
sitio remoto. Hecho esto, salía de inmediato a mi recorrida diaria, como si
tuviera mucha prisa. Iba siempre a casas importantes a entregar las
cartas, y cobraba el franqueo. Nadie duda en pagar una carta, máxime si
es voluminosa. i La gente es tan tonta! No me costaba nada llegar a la
esquina y dar la vuelta antes de que tuvieran tiempo de abrir las epístolas.
Lo peor de esta profesión era que me obligaba a caminar tanto y tan
rápidamente, como también a cambiar a menudo de itinerario. Además,
sentía graves escrúpulos de conciencia. No soporto que se insulte a las
personas, y la forma en que toda la ciudad maldecía a Tom Dobson y
Bobby Tompkins era muy desagradable de oír. A la larga sentí un profundo
asco, y me lavé las manos del asunto.
Mi octavo y último emprendimiento fue en el rubro de la Cría de ga-
tos, actividad que me ha resultado la más agradable y lucrativa de todas,
sin causarme el menor problema. Como se sabe, abundan los gatos en la
región, a punto tal que en la última y memorable sesión de la Legislatura
se presentó un pedido de ayuda firmado por gran cantidad de personas
respetables. En aquella época, la Asamblea se hallaba desusadamente
bien informada, y coronó sus numerosas decisiones sabias y edificantes
155
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsancionando la Ley de Gatos. En su forma original, esta ley ofrecía una re-
compensa por toda cabeza de gato, a razón de cuatro centavos cada una,
pero el Senado consiguió enmendar el artículo principal, y reemplazar la
palabra "cabeza" por "colas". La enmienda era tan adecuada, que la Cá-
mara de Representantes la aprobó nemine contradicente.
No bien el gobernador hubo firmado el decreto, invertí mis bienes en
la compra de gatos. Al principio sólo pude alimentarlos con ratones (que
son baratos), pero muy pronto aquéllos cumplieron el mandato bíblico a
tal velocidad, que a la larga me pareció más adecuado adoptar una
política más dadivosa, y comencé a alimentarlos con ostras y tortugas.
Sus colas, a precio legislativo, me producen un buen ingreso, pues he
descubierto un sistema que, utilizando el aceite de Macassar, me permite
obtener tres camadas al año. Me encanta, también, que los animales se
hayan acostumbrado tanto, que prefieran perder la cola a conservarla. Por
lo tanto, me considero un hombre hecho, y estoy negociando la compra de
una propiedad sobre el río Hudson.
UN CUENTO DE JERUSALÉN
Intensos rigidam in frontero ascendere canos Passus erat...
Lucano, De Catone.
... un hirsuto aburrido
Traducción.
- Corramos hacia las murallas -dijo Abel-Phittim a Buzi-Ben-Levi y Si-
meón el Fariseo, en el décimo día del mes de Thammuz, en el año del
mundo tres mil novecientos cuarenta y uno-, apurémonos hasta los muros
cercanos a la puerta de Benjamín, que está en la ciudad de David y a la
vista del campamento de los incircuncisos; pues es la última hora de la
cuarta guardia, al alba, y los idólatras, cumpliendo la promesa de Pompe-
yo, nos estarán esperando con los corderos para los sacrificios.
156
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Simeón, Abel-Phittim y Buzi-Ben-Levi eran los Gizbarim, o subcolec-
tores de las ofrendas, en la ciudad santa de Jerusalén.
-Ciertamente -replicó el fariseo-, apurémonos, pues esta generosidad
es rara de parte de los paganos y la volubilidad siempre ha sido ca-
racterística de los adoradores de Baal.
-Que son volubles y traicioneros es tan cierto como el Pentateuco -
dijo Buzi-Ben-Levi-, pero sólo hacia el pueblo de Adonai. ¿Cuándo se ha
sabido que los amonitas descuidaran sus propios intereses? ¡Me parece
que no es una gran muestra de generosidad dejarnos corderos para el
altar del Señor, recibiendo a cambio treinta siclos de plata por cabeza!
-Sin embargo te olvidas, Ben-Levi -contestó Abel-Phittim-, que el
romano Pompeyo, que está ahora sitiando impíamente la ciudad del
Altísimo, no está seguro de que usemos estos corderos así adquiridos para
el altar, sino para sustento del cuerpo más que del espíritu.
- Ahora, i por las cinco puntas de mi barba! -gritó el fariseo, que
pertenecía a la secta llamada Los Flageladores (ese puñado de santos
cuya manera de flagelarse y lacerar los pies contra el pavimento era como
una espina y un reproche para los menos devotos, una piedra de toque
para los menos dotados caminadores)-, ¡por las cinco puntas de la barba
que, como sacerdote, estoy impedido de cortar! ¡Hemos vivido para ver el
día en que la blasfemia y la idolatría que nace de Roma nos acusará de
preferir los apetitos de la carne a los elementos más santos y
consagrados? ¿Hemos vivido para ver el día en que...?
- No cuestionemos los motivos de los filisteos -interrumpió Abel -
Phittim-, pues hoy por primera vez nos beneficiamos con su avaricia o su
generosidad; corramos más bien hacia los muros, no sea que las ofrendas
falten en ese altar cuyo fuego las lluvias del cielo no pueden extinguir y
cuyos pilares de humo ninguna tempestad puede disipar.
Esa parte de la ciudad hacia la que corrían nuestros valiosos Gizbarim
y que tenía el nombre de su arquitecto, el rey David, era tenida por el más
sólidamente fortificado distrito de Jerusalén; situada en la abrupta y ma-
jestuosa colina de Sión. Ahí, el ancho y profundo foso que la rodeaba, ca-
vado en la roca sólida, estaba defendido por un muro de gran fortaleza
erigido sobre su borde interior. Esta muralla estaba adornada, a intervalos
regulares, por torres cuadradas de mármol blanco; la más baja tenía
157
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsesenta y la más alta ciento veinte codos de alto. Pero, cerca de la puerta
de Benjamín, el muro no salía del borde del foso. Por el contrario, entre el
nivel de la pared y la base del baluarte, se levantaba un risco
perpendicular de doscientos cincuenta codos, formando parte del
escarpado monte Mo-ria. Así que, cuando Simeón y sus asociados llegaron
a la cima de la torre llamada Adoni-Bezek, la más orgullosa de todas las
torres de Jerusalén y el sitio habitual de conferencia con el ejército
sitiador, miraron abajo hacia el campamento del enemigo desde una
altura que excedía en muchos pies la de la pirámide de Keops y, por
varios, la del templo de Belus.
- ¡Verdaderamente -dijo el fariseo mientras miraba mareado por
encima del precipicio- los incircuncisos son como las arenas de la playa,
como las langostas en el páramo! El valle del Rey se ha vuelto el valle de
Adommin.
-¡Y aun así -agregó Ben-Levi- no puedes señalarme un filisteo, ni
siquiera uno... de la Aleph a la Tau, del exterior hasta la fortificación, que
parezca algo más grande que la letra Jod!
-¡Bajad la canasta con los siclos de plata! -gritó un soldado romano
con voz hosca y ruda, que parecía haber salido de la regiones de Plutón-.
¡Bajad la cesta con las malditas monedas que quiebran las mandíbulas del
noble romano cuando pronuncia su nombre! ¿Es así como demostráis
gratitud con nuestro señor Pompeius que, en su condescendencia, ha
pensado en escuchar vuestra inoportuna idolatría? El dios Febo, que es un
verdadero dios, anduvo en su carro durante una hora, ¿no ibais a estar en
los muros al amanecer? ¡Aedepol! ¿Pensáis que nosotros, los
conquistadores del mundo, no tenemos nada mejor que hacer que esperar
junto a cada perrera del muro, para traficar con los perros de la tierra?
¿Bajadla, digo, y cuidad que vuestras baratijas sean de color brillante y de
peso exacto!
-¡El Elohim! -manifestó el fariseo a medida que los discordantes tonos
del centurión reptaban por las grietas del precipicio y se desvanecían
contra el templo-. ¡ El Elohim! ¿Quién es el Dios Febo? ¿A quién invoca el
blasfemo? Tú, Buzi-Ben-Levi, que has leído las leyes de los gentiles y has
vivido entre los que se contaminan con el Teraphim, ¿es Nergal de quien
habla el idólatra? o Ashimah? o Nibhaz? ¿o Tartak? o Adramalech? o
158
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEAnamalech? o Succoth-Benith? ¿o Dagon? ¿o Belial? o BaalPerith? o Baal-
Peor? o Baal-Zebub?
- En realidad, ninguno; pero no dejes que la soga se deslice demasia-
do rápidamente entre tus dedos, pues si la cesta queda colgada de aquel
saliente se caerán lamentablemente los objetos sagrados del santuario.
Con la ayuda de una maquinaria toscamente construida, la cesta pe-
sadamente cargada era ahora cuidadosamente bajada entre la multitud y,
desde el elevado pináculo, se veía a los romanos juntándose confusamen-
te alrededor; pero debido a la gran altura y a una niebla persistente, no
podía distinguirse lo que estaban haciendo.
Había ya pasado media hora.
- ¡Llegaremos demasiado tarde! -se lamentó el fariseo cuando se
asomó al abismo al término de ese período -. ¡Llegaremos demasiado tar-
de! Los Katholim concluirán el oficio.
-Nunca más -respondió Abel-Phittim-, nunca más festejaremos con lo
más suculento de la tierra, nuestras barbas no olerán más a incienso ni
nuestros cuerpos lucirán el fino lino del Templo.
-¡Raca! -juró Ben-Levi-. ¡Raca! ¿Querrán defraudarnos con el dinero
de la compra o, santo Moisés, estarán pesando los ciclos del tabernáculo?
-¡Al fin han dado la señal! -gritó el fariseo-. ¡Han dado la señal al fin!
¡Tira, Abel-Phittim! ¡Y tú también, Buzi-Ben-Levi, tira! Pues ver-
daderamente están aún los filisteos sosteniendo la canasta o el Señor ha
suavizado sus corazones para poner ahí una bestia de buen peso.
Y los Gizbarim tiraron, mientras su carga se balanceaba pesadamente
subiendo a través de la aún creciente niebla.
-Booshoh he! Booshoh he! -fue la exclamación que salió de los labios
de Ben-Levi cuando, al cabo de una hora, un objeto en el extremo de la
soga se hizo claramente visible.
-¡Oh vergüenza! ¡Es un carnero de los sotos de Engedi y tan arrugado
como el valle de Jehoshaphat!
-Es el primogénito del rebaño -dijo Abel-Phittim-. Lo reconozco por su
balido y la forma inocente de combar sus patas. Sus ojos son más bellos
que las joyas del Pectoral y su carne es como la miel de Hebrón.
-Es un becerro engordado en las pasturas de Bashan -dijo el fariseo-.
¡Los paganos nos han tratado maravillosamente! ¡Elevemos un salmo con
159
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEnuestras voces! ¡Demos gracias con el shawn y el salterio, con el arpa y el
huggab, con la cítara y el sackbut!
No fue sino hasta que la canasta llegó a pocos pies de los Gizbarim,
que un gruñido sordo traicionó su percepción: un cerdo de un tamaño
poco común.
-El Emanu! -exclamó el trío, levantando los ojos lentamente y
soltando la cuerda, a lo cual el puerco fue de cabeza hacia los filisteos-. El
Emanu! ¡Dios sea con nosotros! ¡Es la carne innombrable!
LA ESFINGE
Durante el terrible reinado del cólera en Nueva York, acepté la
invitación de un pariente a pasar quince días con él en el retiro de su
cottage orné sobre las orillas del Hudson. Teníamos a mano todos los
medios normales de entretenimiento veraniego y, vagando por los
bosques, dibujando, paseando en bote, pescando, bañándonos, con
música y libros, tendríamos que haber pasado el tiempo de manera
suficientemente agradable excepto por las temibles noticias que nos
llegaban cada mañana desde la populosa ciudad. No pasaba un día sin
recibir novedades sobre la muerte de algún conocido. En consecuencia, a
medida que la fatalidad aumentaba, aprendimos a esperar diariamente la
pérdida de algún amigo. A la larga temblábamos en cuanto se acercaba un
mensajero. El mismo aire que venía del sur nos parecía impregnado de
muerte. Este paralizante pensamiento, en verdad, tomó completa
posesión de mi alma. No podía hablar ni pensar y tampoco soñar con algo
más. Mi anfitrión tenía un temperamento menos excitable y, aunque muy
deprimido de ánimo, se esforzaba por sostener el mío. Su intelecto,
filosóficamente rico, no era afectado en ningún momento por irrealidades.
Para lo sustancial del terror estaba lo suficientemente vivo, pero no tenía
aprensión por sus sombras.
Sus intentos de sacarme de la condición de anormal pesadumbre en
la que había caído se frustraron, en gran medida, por ciertos volúmenes
que encontré en su biblioteca. Eran de un carácter que obligaba a germi-
160
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEnar cualquier semilla de superstición hereditaria que podía estar latente
en mi pecho. Estuve leyendo estos libros sin su conocimiento y, por lo
tanto, no podía explicarse la fuertes impresiones que habían provocado en
mi fantasía.
Uno de mis temas favoritos era la popular creencia en profecías, una
creencia que, en esa época de mi vida, estaba casi seriamente dispuesto a
defender. Sobre este tema tuvimos largas y animadas discusiones; él
mantenía la profunda insustancialidad de fe en tales asuntos, yo
contestaba que un sentimiento popular que aparecía con absoluta
espontaneidad, es decir, sin trazas aparentes de sugestión, tenía en sí los
inconfundibles elementos de la verdad y merecía un gran respeto.
El hecho es que, enseguida después de mi llegada a la cabaña me
ocurrió un incidente tan enteramente inexplicable y que tenía tanto de
portentoso, que bien puedo ser excusado de tomarlo como una profecía.
Me aterró y, al mismo tiempo, me dejó tan confundido y perplejo que
pasaron muchos días antes de que pudiera decidirme a comunicar la
circunstancia a mi amigo.
Casi al final de un día excesivamente caluroso, estaba sentado, libro
en mano, ante una ventana abierta que dominaba una gran extensión de
la orilla del río incluyendo una colina lejana, una de cuyas caras, la más
cercana a mi posición, había sido despojada, por lo que se denomina un
desmoronamiento, de la mayor parte de sus árboles. Mis pensamientos
vagaban entre el libro que tenía frente a mí y la sombría y desolada
ciudad vecina. Al levantar mis ojos de la página que leía, fueron a dar
contra la cara desnuda de la colina, sobre un objeto... sobre un monstruo
viviente de forma horrible que recorrió con rapidez la distancia entre la
cima y la base, desapareciendo finalmente en el denso bosque de abajo.
Cuando esa criatura se me presentó a la vista, dudé de mi propia cordura
o, cuando menos, de la evidencia de mis propios ojos, y pasaron varios
minutos hasta que me convencí de que no estaba loco ni soñando. Aun
cuando pueda describir al monstruo (al que distinguí claramente y seguí
con calma durante todo su recorrido), mis lectores, me temo, tendrán más
dificultad que yo en convencerse.
Estimando el tamaño de la criatura en comparación con el diámetro
de los árboles cerca de los cuales había pasado –los pocos gigantes del
161
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEbosque que escaparon de la furia del desmoronamiento– concluí que era,
de lejos, más grande que cualquier barco de línea existente. Digo barco de
línea porque la forma del monstruo me sugiere esa idea, el caso de
nuestros setenta-y-cuatro puede dar una muy tolerable concepción de la
silueta general. La boca del animal estaba situada al extremo de una
trompa de sesenta o setenta pies de largo y casi tan gruesa como el
cuerpo de un elefante común. Cerca de la base de su tronco había una
gran cantidad de hirsuto cabello negro, más de los que podían haber
suministrado las pieles de una veintena de búfalos; y proyectándose
desde este cabello hacia abajo y a los lados, emergían dos
resplandecientes colmillos no diferentes de los del jabalí pero de
dimensiones infinitamente mayores. Extendiéndose hacia adelante,
paralelos a la trompa y a cada lado de ella, había una gigantesca asta, de
treinta o cuarenta pies de largo, formada aparentemente de puro cristal y
con la forma de un prisma perfecto, reflejando de una manera maravillosa
los rayos del sol declinante. El tronco tenía forma de cuña con la punta
hacia la tierra. De éste se extendían dos pares de alas, cada ala de cerca
de cien yardas de largo, un par encima de otro y todo densamente
cubierto con escamas de metal, cada una de aparentemente diez o doce
pies de diámetro. Observé que las partes altas y bajas de las alas estaban
conectadas con una fuerte cadena. Pero la principal peculiaridad de esta
cosa horrible era la representación de una Calavera que cubría casi toda la
superficie de su pecho y que estaba trazada con precisión en un blanco
brillante sobre el fondo oscuro del cuerpo como si hubiera sido
cuidadosamente dibujada por un artista. Mientras miraba a ese terrible
animal y, más especialmente, la apariencia de su pecho, con una pavorosa
sensación de horror, con un sentimiento de maldad inminente que en-
contré imposible de sofocar con ningún esfuerzo de la razón, noté que las
gigantescas mandíbulas al extremo de su trompa se expandieron de re-
pente y de ellas provenía un sonido de lamento tan fuerte y tan expresivo
que sacudía mis nervios como el toque de difuntos, y en tanto el monstruo
desaparecía al pie de la colina, caí al suelo de inmediato,
desvaneciéndome.
Cuando me recobré mi primer impulso, por supuesto, fue el de infor-
mar a mi amigo lo que había visto y oído, y apenas puedo explicar el sen-
162
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtimiento de repugnancia que, al fin, me lo impidió.
A la larga, una tarde, como tres o cuatro días después del suceso, es-
tábamos sentados juntos en el salón en que había visto la aparición, ocu-
pando yo el mismo sitio junto a la misma ventana mientras él descansaba
en un sofá cercano. La asociación del lugar y el momento me empujó a
contarle el fenómeno. Me escuchó hasta el final, al principio rió con ganas
y luego adoptó una actitud excesivamente grave, como si mi insanidad
fuese algo de lo que no se podía dudar. En ese momento tuve de nuevo
una clara visión del monstruo al cual, con un grito de absoluto terror, dirigí
su atención. Miró detenidamente pero sostuvo no haber visto nada a pesar
de haberle descrito minuciosamente el camino de la criatura a medida que
bajaba por la cara desnuda de la colina.
Ahora yo estaba inmensamente alarmado pues consideraba la visión
o bien como un presagio de mi muerte o, peor, como el prólogo de un
ataque de locura. Me dejé caer pesadamente en mi silla y, por algunos
momentos, hundí la cara en las manos. Cuando descubrí los ojos, la
aparición ya no estaba.
Mi anfitrión, sin embargo, había vuelto, en alguna medida, a mostrar-
se calmo y me interrogó muy rigurosamente respecto de la conformación
de la criatura vista. Cuando lo satisfice por completo, suspiró profunda-
mente, como aliviado de algún intolerable peso y comenzó a hablar, con lo
que pensé era una cruel calma, de varios puntos de filosofía especulativa
que habían constituido hasta entonces tema de discusión entre nosotros.
Recuerdo que insistió especialmente (entre otras cosas) en la idea de que
la principal fuente de error en todas las investigaciones humanas yacía en
la inclinación del entendimiento por subestimar o sobrevalorar la
importancia de un objeto por, simplemente, medir de modo equivocado su
cercanía. -Para estimar apropiadamente, por ejemplo -dijo-, la influencia
que debe ejercer a la larga en la humanidad la amplia difusión de la
Democracia, la lejanía de época en la cual tal difusión pueda posiblemente
ser completada no debe dejar de formar parte de la estimación. ¿Puedes
nombrarme un escritor que, sobre el tema del gobierno, haya pensado
alguna vez que esta rama particular del asunto merece alguna discusión?
Acá se detuvo un momento, fue hacia la biblioteca y trajo consigo
una de las sinopsis ordinarias de Historia Natural. Pidiéndome entonces
163
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque cambie de asiento con él, de modo que pudiera distinguir más clara-
mente la delicada impresión del volumen, se sentó en mi sillón junto a la
ventana y, abriendo el libro, continuó su discurso muy en el mismo tono
que antes.
- Si no fuera por tu minuciosidad -dijo-- en describir el monstruo,
nunca habría podido demostrarte lo que era. En primer lugar déjame leer-
te un apunte escolar del género Esfinge, de la familia Crepuscularia, del
orden Lepidoptera, de la clase Insecta, o insectos. El apunte dice así:
- "Cuatro membranosas alas cubiertas con pequeñas escamas colo-
readas de apariencia metálica; la boca forma una trompa enrollada, pro-
ducida por una elongación de las quijadas, sobre cuyos lados podemos
hallar rudimentos de mandíbulas y palpas vellosas; las alas inferiores se
sostienen de las superiores por un pelo rígido, las antenas tienen forma de
garrote alargado, prismático; el abdomen es puntiagudo. La Esfinge Cala-
vera ocasionó, en ciertos tiempos, mucho terror entre el vulgo por la clase
de grito melancólico que profiere y la insignia de muerte que lleva en el
corselete".
Aquí cerró el libro y se inclinó hacia adelante en la silla, ubicándose
precisamente en la posición que yo había ocupado en el momento de ver
al "monstruo".
- Ah, acá está -exclamó en ese momento-, está reascendiendo la
ladera de la colina, y debo admitir que es una criatura digna de admirar.
Sin embargo, de ningún modo es tan grande o está tan lejos como
imaginaste; el hecho es que, a medida que trepa por ese hilo que alguna
araña tendió a lo largo del marco de la ventana, veo que mide cerca de
una dieciseisava parte de pulgada de un extremo al otro y está también a
una dieciseisava parte de pulgada de la pupila de mi ojo.
POR QUÉ LLEVA LA MANO EN
CABESTRILLO EL FRANCESITO
164
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Para todos los que se complazcan en leerlas, están lo suficientemente
claras en mis tarjetas de visita (y son todas de papel satinado rosa) las
palabras: "Sir Patrick O'Grandison, baronet, 39 Southampton Road, Russell
Square, Parroquia de Bloomsbury". Y si usted quiere saber quién es el
maestro de la buena educación y el que da el tono a toda la ciudad de
Londres..., bueno, soy yo precisamente. No es para asombrarse después
de todo (así que, por favor, deje de escarbarse la nariz) ya que puedo
afirmar que soy un caballero en cada pulgada de las seis vigilias, y desde
que dejé los pantanos irlandeses para asumir la baronía, este Patrick ha
vivido como un emperador, educándose y refinándose cada vez más. ¡Oh,
sería una bendición para sus ojos posarse un instante sobre Sir Patrick
O'Grandison, baronet, cuando se viste para ir a la ópera, o cuando sube a
su coche para ir a dar un paseo por Hyde Park! Todas las damas se
enamoran de mí a causa de mi apuesta figura. ¿Cabe alguna duda de que
mido seis pies y tres pulgadas, en medias, y que mis proporciones son
perfectas? En cambio ese extranjero, el francesito que vive frente a mi
casa, apenas si mide tres pies y un poquitín más. ¡Así es, la misma
persona que devora con los ojos (mala suerte para él) a la linda viuda
Mistress Tracle, mi vecina (Dios la bendiga) e inmejorable amiga y
conocida! Habrá notado que el gusanito anda algo cabizbajo y lleva la
mano izquierda en cabestrillo. Y ahora mismo voy a contarle por qué.
La verdad es muy simple; el mismísimo día en que llegué de Con-
naught y saqué a pasear mi elegante figura por la calle, el corazón de la
viuda, que estaba asomada a la ventana, quedó instantáneamente pren-
dado de mí. Me percaté de ello enseguida, como puede advertir, y por
Dios que es la pura verdad. Primero vi que abría la ventana y miraba por
ella con sus grandes ojos. Después asomó un catalejo que la hermosa
viuda se llevó a un ojo, y que el diablo me queme si ese ojo no habló tan
claro como un ojo de mujer y dijo: "¡Tenga usted muy buenos días, Sir
Patrick O'Grandison, baronet, preciosura! ¡Qué apuesto caballero! Yo
misma y mis cuarenta años quedamos a su servicio, querido, en cualquier
momento del día y para lo que guste mandar". Pero no me iban a ganar en
gentileza y buenos modales, así que le hice una reverencia que le hubiera
partido a usted el corazón de haberla visto; me descubrí la cabeza salu-
dando y le guiñé los ojos dos veces como diciéndole: "Bien ha dicho usted,
165
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEadorable criatura, Mrs. Tracle, mi encanto, y que me hunda ya mismo en
un pantano si Sir Patrick O'Grandison, baronet, no pone una tonelada de
amor a los pies de su alteza en menos tiempo del que dura una tonada de
Londonberry."
A la mañana siguiente, justo cuando estaba pensando si sería educa-
do enviarle una cartita amorosa a la viuda, vino mi criado con una ele-
gante tarjeta y me dijo que el nombre escrito en ella (pues yo nunca pude
leer nada impreso, por ser zurdo) era de un Mesiú, el conde A Gusto Miré,
metré de dans (si es que eso significa algo), y que el dueño de toda esa
endiablada jerigonza era el francesito que vive enfrente de mi casa.
Enseguida apareció el maldito en persona, hizo una complicada reve-
rencia a modo de saludo, diciendo que se había tomado la libertad de
honrarme con su visita, tras lo cual continuó hablándome un rato largo. Y
maldita sea si le entendía una sola palabra, excepto cuando decía "parlé
vú, vulé vú" y me largaba una carrada de mentiras, sosteniendo que
(¡peor para él!) estaba locamente enamorado de Mrs. Tracle y que mi
viudita Mrs. Trade estaba perdidamente enamorada de él.
Al oír esto, como puede usted suponer, me puse más furioso que un
leopardo, pero recordé que era Sir Patrick O'Grandison, baronet, y que no
era bueno que el enojo fuese más fuerte que la buena educación. Disimulé
la rabia, por lo tanto, y me mostré muy amable con aquel pequeñajo. ¿Y
qué me propone al cabo de un rato? i Visitar juntos a la viuda, diciendo
que tendría el placer de presentarme!
- ¡Conque esas tenemos! -me dije-. Patrick, eres sin duda el más
afortunado de todos los mortales. Pronto veremos si Mrs. Tracle sólo tiene
ojos y oídos para el amor de mi apuesta persona o para ese pequeño
Mesiú Metré Dedans.
Y así nos fuimos hasta la puerta vecina, y puede decirse que era una
casa en verdad elegante. Había una alfombra en el piso y, en un rincón, un
pianoforte y un arpa y el diablo sabe qué más. En el otro rincón había un
sofá que era la cosa más linda del universo, y sentada en el sofá, nada
menos que ese pequeño ángel, Mrs. Trade.
- Tenga usted muy buenos días, Mrs. Trade -dije yo, al tiempo que
hacía una reverencia tan elegante que le habría maravillado verla.
- Vulé vú, parlé vú -dice el pequeño forastero francés-. Mrs. Tracle -
166
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEprosiguió-, este caballero es su reverencia Sir Patrick O'Grandison,
baronet, y es también el mejor y más íntimo amigo que tengo en el
mundo.
Entonces la viuda se levantó del sofá, nos hizo el saludo más bonito
que jamás se haya visto y volvió a sentarse. ¡Y no va usted a creerlo! El
condenado Mesiú Metré Dedans se sentó tranquilamente en el sofá, a la
derecha de la viuda. !Que el diablo se lo lleve! Por un momento creí que
se me salían los ojos de las órbitas, tan furioso estaba. "!Conque así es la
cosa? -pensé-. ¿Así es como nos portamos, Mesiú Metré Dedans?". En el
acto, me senté a la izquierda de su alteza para estar a la par con el mal-
dito. !Diablos! Se hubiera regocijado usted al ver el doble guiño que le
hice a la viuda en plena cara y con ambos ojos.
El francesito no sospechaba de mí en absoluto, y empezó a cortejar
desesperadamente a su alteza, "Vulé vú", le decía. "Parlé vú", agregaba.
"Eso no te servirá de nada, Mesiú Rana, querido mío" -pensé yo, y
comencé a hablar en voz alta y sin pausa hasta ganar completa y absolu-
tamente la atención de su alteza, gracias a la elegante conversación que
mantenía con ella sobre mis queridos pantanos de Connaught. De tanto en
tanto, ella me deleitaba con su exquisita sonrisa de oreja a oreja, con lo
cual yo me sentía más envalentonado que un cerdo; y por fin, le tomé la
punta de su meñique de la manera más delicada del mundo, mientras la
miraba con los ojos en blanco.
Y sólo entonces percibí la astucia de mi ángel, pues apenas observó
que trataba de tomarle la mano la retiró de inmediato y se la llevó a la es-
palda, como diciéndome: "Ahora sí, Sir Patrick O'Grandison, te doy una
mejor oportunidad, mi querido, pues no queda bien tomarme la mano de-
lante del pequeño extranjero francés, Mesiú Metré Dedans".
Entonces le guiñé un ojo marcadamente, como respondiéndole: "No
hay como Sir Patrick para estas triquiñuelas", y me puse manos a la obra.
Se habría muerto de risa usted al ver la astucia con que deslicé mi brazo
derecho entre el respaldo del sofá y la espalda de su alteza hasta
encontrar su pequeña y dulce manecita, que parecía esperarme para
decir: "Buenos días tenga usted, Sir Patrick O'Grandison, baronet." Y no
sería yo, le aseguro, si no le hubiese dado el apretón más suave del
mundo, el más delicado, como para no lastimar a su alteza. Y válgame
167
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEDios! ¿No fue el apretón más gentil y delicado de todos lo que recibí a
cambio? "i Sangre y truenos, Sir Patrick, querido mío!" -pensé para mis
adentros-. "Eres sin duda el hijo de tu madre, y no hay nadie más buen
mozo y afortunado entre todos los jóvenes que dejaron alguna vez los
pantanos de Connaught."
Apreté entonces su mano con más fuerza, ¡y por los cielos que ella
me lo devolvió de la misma forma! Y en ese momento usted se habría
desternillado de risa si hubiese visto cómo se portaba Mesiú Metré
Dedans. Tanto parloteo, sonrisitas y parlés vús, y todo lo que le dedicaba a
su alteza. ¡Nunca se vio algo semejante sobre la tierra! Y el diablo puede
quemarme si no vi con mis propios ojos al francesito guiñarle un ojo. ¡Oh,
no! ¡Quisiera que me dijesen si no estaba yo más furioso que un gato de
Kilkenny!
- Permítame decirle, Mesiú Metré Dedans -le dije tan educadamente
como pude-, que no es nada gentil, y que tampoco le queda bien estar
mirando y mirando a su alteza de ese modo.
Y volví a apretarle la mano a la dama, como diciendo: "¿No es cierto
que Sir Patrick, joya mía, sabrá protegerla?"
Y su respuesta fue un nuevo apretón, que decía claramente y del
modo más directo en que un apretón puede hablar en todo el mundo: "Es
verdad, querido Sir Patrick, y propio de un caballero como usted. Es la
pura verdad." Y con esto abrió sus preciosos ojos de tal manera que creí
que se le saldrían de sus órbitas, mientras miraba furiosa como una gata a
Mesié Rana, y luego a mí, sonriendo angelicalmente.
- ¿Cómo? -dijo el miserable-. ¡Oh! Vulé-vú, parlé-vú.
Y se encogió tanto de hombros que pensé que iba a salírsele la
camisa, haciendo al mismo tiempo una mueca despectiva con su maldita
boca. Y ésa fue toda la explicación que obtuve de él.
Créame usted que quien se puso irracionalmente furioso en ese mo-
mento fue Sir Patrick, y más cuando el francés insistía en guiñarle el ojo a
la viuda y la viuda seguía apretándome con fuerza la mano, como di-
ciendo: "IA él, a él, Sir Patrick O'Grandison, mi cielo!" Por lo cual solté un
terrible juramento y dije:
- ¡Tú, pequeña rata insignificante, hijo pantanero de una maldita
monja!
168
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
¿Creerá usted lo que hizo entonces su alteza? Se levantó de un salto
como si la hubiesen mordido y se fue corriendo hacia la puerta, mientras
yo la miraba asombrado y estupefacto y seguía su carrera con mis dos
ojos. Usted comprenderá que yo tenía mis razones para pensar que mi
ángel no podía salir de la sala aunque quisiera, pues tenía su mano en la
mía, ¡y que el diablo me lleve si pensaba soltarla! Por eso le dije:
- ¿No se olvida un poquitín de algo que le pertenece, su alteza?
¡Vuelva usted, querida mía, así le devuelvo su manecita!
Pero ella salió disparada escaleras abajo sin escuchar, y entonces
miré al francesito extranjero. ¡Demonios! ¡Era su maldita mano, pequeña
como era, la que estaba agarrada de la mía!
Y no sería yo mismo si en ese momento no estuve a punto de
morirme de risa al verle la cara al pobre diablo cuando advirtió que la
mano que sostuvo todo el tiempo no era la de la viuda, sino la de Sir
Patrick O'Grandison. ¡Ni el mismo demonio vio jamás una cara tan afligida
como ésa! Por lo que respecta a Sir Patrick O'Grandison, baronet, no es
hombre de preocuparse por un malentendido tan pequeño. Basta con
decir que antes de soltar la mano del condenado Mesiú (y esto sólo
sucedió cuando el sirviente de la viuda nos echó a patadas escaleras
abajo), le di un apretón tan grande que se la dejé hecha mermelada de
frambuesa.
- Vulé vú -dijo él-. Parlé vú -agregó-. ¡Maldición!
Y ésa es la razón por la que anda con la mano izquierda en
cabestrillo.
BON-BON
Quand un bon vin meuble mon estomac
Je suis plus savant que Balzac,
Plus sage que Pibrac;
Mon bras seul faisant l'attaque
169
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
De la nation Cossaque,
La mettroit au sac;
De Charon je passerois le lac
En dormant dans son bac;
J'irois au fier Eac,
Sans que mon Coeur fit tic ni tac,
Présenter du tabac65.
(Vodevil francés)
Que Pierre Bon-Bon era un restaurateur de talento poco común, nadie
que durante el reinado de... frecuentara el pequeño café en el cul-de-sac
Le Febre, en Rouen, se animará -supongo- a discutirlo. Que Pierre Bon-Bon
era, en un grado equivalente, versado en la filosofía de ese período resulta
-presumo- más indiscutible todavía. Sus pâtés a la fois eran sin duda
inmaculados; pero, ¿qué pluma puede hacer justicia a sus ensayos sur la
Nature, a sus pensamientos sur l'Ame, a sus observaciones sur l'Esprit? Si
sus omelettes, si sus fricandeaux eran inestimables, ¿qué littérateur de
esos días no hubiera dado el doble por una "Idée de Bon-Bon" que por
toda la hojarasca de "Idées" de todo el resto de los savants? Bon-Bon
había hurgado en bibliotecas en las que nadie más había hurgado, había
leído más de lo que nadie sospechara que se podía leer, había entendido
más de lo que cualquier otro hubiera imaginado posible entender. Y aun-
que en su época no faltaban algunos autores en Rouen para los cuales "su
dicta no mostraba ni la pureza de la Academia ni la profundidad del Liceo",
o aunque -nótese bien- sus doctrinas eran en general muy poco
comprendidas, no se desprende de ello que fueran difíciles de compren-
der. Creo que su propia evidencia llevaba a muchas personas a conside-
rarlas abstrusas. El mismo Kant -y no llevemos esto más lejos- le debe su
65 Cuando un buen vino amuebla mi estómagoSoy más sabio que Balzac, Más juicioso que Pibrac, Mi brazo atacando solo La nación cosacaLa saquearíaDe Charon el lago pasaría En su barca dormiríaIría al orgulloso Eac,Sin que mi corazón hiciera tic ni tacoA presentar tabaco.
170
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmetafísica principalmente a Bon-Bon. Este no era por cierto platónico ni,
estrictamente hablando, aristotélico, ni desperdició, como el moderno
Leibnitz, las preciosas horas que podían emplearse en la invención de una
fricassé o el simple análisis de una sensación, en vanos intentos de recon-
ciliar las obstinadas aguas y aceites de la discusión ética. De ninguna ma-
nera. Bon-Bon era jónico... E igualmente era itálico. Razonaba a priori...
Razonaba a posteriori. Sus ideas eran instintivas... o no. Creía en George
de Trebizond... y creía en Bossarion. Bon-Bon era, categóricamente, bon-
bónico.
He hablado del filósofo en su calidad de restaurateur. No quisiera, sin
embargo, que ninguno de mis amigos piense que nuestro héroe, al cumplir
sus deberes hereditarios en esa profesión, les restaba a éstos dignidad e
importancia. Lejos de ello. Era imposible determinar qué rama de su
trabajo le inspiraba más orgullo. En su opinión, los poderes del intelecto
tenían una íntima conexión con las facultades del estómago. No creo, en
realidad, que discrepara mucho con los chinos, para quienes el alma se
aloja en el abdomen. En todo caso, pensaba él, tenían razón los griegos,
que usaban la misma palabra para la mente y el diafragma. No quiero
insinuar con esto una acusación de glotonería ni ningún otro cargo grave
en perjuicio del metafísico. Si Pierre Bon-Bon tenía sus debilidades -¿y qué
gran hombre no tiene miles?-, si tenía sus debilidades, digo, eran debili-
dades de muy poca importancia; faltas que, en otros temperamentos, sue-
len considerarse a la luz de las virtudes. Una de esas debilidades no
merecería siquiera mención en esta historia, si no fuera por la notable
prominencia, el extremo alto relieve con que se destaca en el plano
general de su personalidad: jamás pasaba por alto una oportunidad de
regatear.
No es que fuera avaro, no. No era en modo alguno necesario, para la
satisfacción del filósofo, que el regateo le fuese favorable con tal que se
llegara a un trato. Un trato de cualquier clase, en cualquier término y en
cualquier circunstancia. Una sonrisa triunfante le iluminaría el rostro du-
rante días, y un guiño astuto en sus ojos daría pruebas de su sagacidad.
Un humor tan peculiar como el que acabo de describir llamaría la
atención en cualquier época, sin que ello tuviera nada de extraordinario. Y
171
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhabría sido en realidad sorprendente si esa peculiaridad no hubiera
atraído la atención en la época de nuestro relato. Pronto se advirtió que,
en esas ocasiones, la sonrisa de Bon-Bon era muy diferente de la sonrisa
franca con que festejaba sus propios chistes o recibía a un conocido.
Corrieron rumores de carácter emocionante; se contaron historias acerca
de tratos peligrosos pactados deprisa y lamentados a la hora del sosiego;
y se habló de facultades extrañas, anhelos ambiguos e inclinaciones no
naturales, implantados por el autor de todo mal para sus propios y astutos
fines.
El filósofo tenía otras debilidades, pero apenas merecen nuestro aná-
lisis detallado. Por ejemplo, son pocos los hombres de extraordinaria pro-
fundidad que no tengan inclinación por la bebida. Si dicha inclinación es la
causa o, por el contrario, la prueba válida de esa profundidad, es algo
difícil de precisar. Hasta donde sé, Bon-Bon no creía que la cuestión jus-
tificara una investigación minuciosa; y yo tampoco. Pero no debe supo-
nerse que, al ceder a una propensión tan auténticamente clásica, el
restaurateur perdía de vista esa discriminación intuitiva que solía caracte-
rizar, a la vez y por igual, sus essais y sus omelettes. En sus reclusiones, el
vino de Bourgogne tenía su hora, y había asimismo momentos para el
Cote du Rhone. Para él, el Sauterne era al Medoc lo que Catulo a Romero.
Jugaba con un silogismo sorbiendo un St. Peray, pero desentrañaba un
razonamiento con un Clos de Vougéot, y desbarataba una teoría en un to-
rrente de Chambertin. Bueno hubiera sido que ese mismo sentido agudo
de lo apropiado lo hubiese acompañado en la frívola tendencia a que alu-
dí, pero no fue el caso. De hecho, esa característica del filosófico Bon-Bon
empezó a adquirir con el tiempo una extraña intensidad y misticismo, y
parecía profundamente teñida de la diablerie de sus estudios germánicos
favoritos.
Entrar en el pequeño café en el cul-de-sac Le Febre era, en la época
de nuestro relato, entrar en el sanctum de un hombre de genio. Bon-Bon
era un hombre de genio. No había en Rouen un sous-cuisinier que no
dijera que Bon-Bon era un hombre de genio. Hasta su gata lo sabía, y
evitaba acicalarse la cola en presencia del hombre de genio. Su gran perro
de aguas también lo reconocía y, cuando su amo se acercaba, revelaba la
conciencia de su propia inferioridad portándose beatíficamente, bajando
172
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElas orejas y dejando caer la mandíbula inferior en un proceder nada indig-
no de un perro. Es verdad, sin embargo, que una buena parte de ese res-
peto habitual podía atribuirse a la apariencia del metafísico. Un aspecto
distinguido, debo decir, impactará incluso a una bestia, y admitiré que en
la envoltura carnal del restaurateur había mucho que podía impresionar la
imaginación del cuadrúpedo. Hay una peculiar majestad en la atmósfera
de los pequeños grandes -si se me permite una expresión tan equívoca-
que la mera corpulencia física no podría crear por sí misma. Aunque Bon-
Bon medía apenas tres pies de alto y su cabeza era diminutamente
pequeña, era imposible contemplar la rotundidad de su estómago sin
sentir una magnificencia que rozaba lo sublime: en su tamaño, tanto los
perros como los hombres debían de ver un símbolo de sus logros; en su
inmensidad, un espacio para alojar su alma inmortal.
Podría aquí, si quisiera, extenderme en el tema de la vestimenta y
otros detalles exteriores del metafísico. Podría señalar que nuestro héroe
usaba el cabello corto, suavemente combado sobre su frente y coronado
por un gorro blanco de franela, cónico y con borlas; que su chaqueta verde
no seguía la moda imperante entre el común de los restaurateurs; que sus
mangas eran un poco más amplias que las permitidas por la convención;
que el doblez de los puños no estaba hecho, como era habitual en aquel
período bárbaro, con tela de la misma clase y color que la prenda, sino
que estaban forrados, más imaginativamente, en terciopelo multicolor de
Génova; que sus pantuflas eran de un púrpura brillante, curiosamente
filigranadas, y que podían parecer japonesas, salvo por la exquisita
terminación en punta y los tintes brillantes de la costura y el bordado; que
sus calzas eran de ese material amarillo parecido al satén, llamado aima-
ble; que su capa celeste, parecida a una bata y ricamente adornada con
dibujos carmesíes, flotaba caballerescamente sobre sus hombros como la
niebla de la mañana; y que su tout ensemble dio lugar a la notable
observación de Benvenuta, la Improvisatrice de Florencia: "que era difícil
decir si Pierre Bon-Bon era un ave del paraíso o, más bien, un paraíso de
perfección". Podría, digo, explayarme sobre todos estos puntos si quisiera,
pero me abstengo; los detalles meramente personales pueden ser dejados
a los novelistas históricos: están por debajo de la dignidad moral de los
hechos.
173
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
He dicho que "entrar en el café en el cul-de-sac Le Febre era entrar
en el sanctum de un hombre de genio", pero sólo un hombre de genio
podía estimar debidamente los méritos del sanctum. Un gran cartel
pintado, con forma de libro, colgaba a la entrada. Una cara del volumen
mostraba una botella; la otra, un pâté. En el lomo se leía en letras
grandes: CEuvres de Bon-Bon. Así quedaban delicadamente insinuadas las
dos ocupaciones del propietario.
Al traspasar el umbral se presentaba a la vista todo el interior del lo-
cal. En realidad, todo lo que ofrecía el café era un largo salón de techo
bajo, de construcción antigua. En un rincón del lugar se hallaba la cama
del metafísico. Un arreglo de cortinas con un dosel a la Grecque le daba
un aire a la vez clásico y confortable. En el rincón diagonalmente opuesto
aparecían, en familiar comunión, los elementos de la cocina y la bibliothé-
que. Un plato de polémicas descansaba pacíficamente en el aparador.
Aquí, una hornada de las últimas éticas... allá, una pava de mélanges en
duodécimo. Los tratados alemanes de moral eran carne y uña con la pa-
rrilla; podía verse un trinchante al lado de Eusebius; Platón se reclinaba a
sus anchas en la sartén, y manuscritos contemporáneos se apilaban en la
asadera.
En otros aspectos, podría decirse que el Café de Bon-Bon no era muy
distinto de los restaurants normales de la época. Un gran hogar bostezaba
enfrente de la puerta. A la derecha de éste, una alacena abierta exhibía
una formidable colección de botellas etiquetadas.
Fue allí una vez, alrededor de la medianoche, en el duro invierno
de..., donde Pierre Bon-Bon, después de escuchar durante un rato los co-
mentarios de sus vecinos acerca de su singular propensión, que Pierre
Bon-Bon -repito__echó a todos de su casa, cerró la puerta con un juramento
y fue a instalarse, no de muy buen humor, en un confortable sillón de
cuero, delante de un buen fuego.
Era una de esas noches terribles que sólo se ven una o dos veces en
un siglo. Nevaba con furia y la casa temblaba hasta los cimientos con las
ráfagas de viento que, filtrándose por las grietas de la pared y bajando
impetuosamente por la chimenea, agitaban con violencia las cortinas de la
cama del filósofo y alteraban el orden de sus fuentes de pâté y sus
papeles. Expuesto a la furia de la tempestad, el gran cartel colgante crujía
174
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEominosamente, y sus puntales de roble macizo emitían un sonido lasti-
mero.
No fue de buen humor, repito, que el metafísico acomodó su asiento
en el lugar habitual junto al fuego. Durante el día habían ocurrido varias
cosas de naturaleza desconcertante que perturbaron la serenidad de sus
meditaciones. Al preparar unos oeufs a la Princesse le había salido, lamen-
tablemente, una omelette a la Reine; un guiso que se volcó malogró el
descubrimiento de un principio ético, y por último, aunque no lo de menos
importancia, se había visto frustrado en uno de esos admirables regateos
que siempre le encantaba llevar a feliz término. Pero, a la irritación surgi-
da en su espíritu ante esas inexplicables vicisitudes, no le faltaba un poco
de esa nerviosa ansiedad que la furia de una noche tempestuosa puede
producir con tanta facilidad. Silbándole a su vecino más inmediato, el gran
perro negro de aguas del que hablamos antes, y acomodándose inquieto
en su sillón, no pudo evitar echar una mirada cauta e intranquila hacia los
rincones del salón cuyas sombras implacables ni siquiera la intensa luz
roja del fuego alcanzaba a disipar por completo. Después de concluir un
escrutinio cuyo propósito exacto era quizás incomprensible para él mismo,
acercó a su asiento una pequeña mesa llena de libros y papeles, y pronto
quedó absorto en la tarea de retocar un voluminoso manuscrito que
pensaba publicar a la brevedad.
Llevaba así ocupado unos minutos, cuando una voz plañidera mur-
muró de repente en el lugar:
-No tengo ningún apuro, Monsieur Bon-Bon.
-¡Al Diablo! -exclamó nuestro héroe, incorporándose de un salto,
derribando la mesa y mirando perplejo alrededor.
- Muy cierto -replicó la voz tranquilamente.
-¡Muy cierto! ¿Qué es muy cierto? ¿Cómo entró aquí? -vociferó el
metafísico, posando la mirada en algo que estaba tendido a sus anchas
sobre la cama.
-Le decía -prosiguió el intruso, sin hacer caso a las preguntas-que no
estoy en absoluto apurado por la hora, que el asunto por el que me tomo
la libertad de venir no es urgente; en pocas palabras, que puedo per-
fectamente esperar hasta que haya terminado su Exposición.
175
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-¡Mi Exposición! Pero... ¿cómo sabe usted..., cómo llegó usted a saber
que estaba escribiendo una Exposición? ¡Santo Dios!
-¡Shh...! -contestó la figura y, levantándose rápidamente de la cama,
avanzó un paso hacia nuestro héroe mientras una lámpara de hierro que
colgaba sobre él se balanceó convulsivamente evitando su cercanía.
El asombro del filósofo no le impidió efectuar un minucioso examen
de la vestimenta y apariencia del desconocido. Un raído traje negro,
ceñido al cuerpo y de un corte muy propio del siglo anterior, permitía
apreciar claramente su figura, sumamente delgada, pero muy por encima
de la estatura común. Era evidente que esa ropa había sido hecha para
una persona mucho más baja que su actual poseedor, cuyos tobillos y
muñecas quedaban varias pulgadas al desnudo. En sus zapatos, sin
embargo, un par de hebillas muy brillantes contradecían la extrema
pobreza que traslucía el resto del atuendo.
Llevaba la cabeza descubierta66 y era completamente calvo, salvo por
una queue de considerable longitud que le nacía de la nuca. Un par de an-
teojos verdes, con cristales laterales, protegían sus ojos de la luz y, al
mismo tiempo, le impedían a nuestro héroe determinar su color y
conformación. No se le veía camisa por ningún lado, pero llevaba anudada
con sumo cuidado una corbata blanca, de aspecto sucio, cuyas puntas
colgaban solemnemente dando la idea (aunque me atrevo a decir que sin
intención) de un eclesiástico. Por cierto, muchos otros detalles, tanto en su
apariencia como en sus maneras, podrían haber sustentado muy bien una
impresión de esa naturaleza. En la oreja izquierda llevaba, al modo de un
oficinista moderno, un instrumento que semejaba el stylus de los antiguos.
En el bolsillo superior del saco asomaba conspicuamente un pequeño libro
negro asegurado con broches de acero. Ese libro, accidentalmente o no,
sobresalía de modo tal que dejaba ver las palabras Rituel Catholique en
letras blancas sobre el lomo. Toda su fisonomía era atractivamente
saturnina, cadavéricamente pálida incluso. La frente era alta,
profundamente marcada por las arrugas de la contemplación. Las
comisuras de la boca se recortaban hacia abajo imprimiéndole una
expresión de la más sumisa humildad. Tenía además una forma de juntar
las manos mientras se acercaba a nuestro héroe, un modo de suspirar y
66 His head was bare, en el original. En un aparente descuido, un poco más adelante el autor le asigna al personaje un sombrero. [N. del T.]
176
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEun aspecto general de una santidad tan absoluta que no podía ser sino
forzosamente simpático. Una vez finalizada su inspección del visitante,
toda sombra de ira se disipó en el rostro del metafísico; le estrechó
entonces la mano cordialmente y lo invitó a tomar asiento.
Pero sería un error radical atribuir este instantáneo cambio de humor
en el filósofo a cualquiera de esas razones que, como naturalmente se su-
pondría, podrían haber influido en él. Hasta donde he llegado a entender
su carácter, Pierre Bon-Bon era sin duda, de todos los hombres, el menos
propenso a dejarse llevar por ninguna clase de apariencia externa. Era im-
posible que un observador tan agudo de hombres y de cosas no advirtiera,
en el acto, el verdadero carácter del personaje que había sacado provecho
de su hospitalidad. Por no decir más, la conformación de los pies del visi-
tante era bastante llamativa, llevaba puesto a la ligera un sombrero inusi-
tadamente alto, se notaba un trémulo ondular en la parte posterior de sus
calzas, y la vibración del faldón de su chaqueta era un hecho palpable.
Júzguese, entonces, con qué satisfacción nuestro héroe se encontró de re-
pente en compañía de un personaje por el que tuvo siempre el más incon-
dicional de los respetos. No obstante, era demasiado diplomático como
para dejarle ver la menor señal de sus sospechas respecto de la verdad.
No era su intención mostrarse consciente del gran honor que tan
inesperadamente disfrutaba, sino entablar una conversación con su
huésped y elucidar algunas importantes ideas éticas que, incluidas en el
trabajo que pensaba publicar, podrían esclarecer a la raza humana y, al
mismo tiempo, inmortalizar al autor; ideas que, cabe agregar, la edad de
su visitante y su conocido dominio de la ciencia moral le permitirían
seguramente abordar sin problemas.
Movido por estas miras elevadas, nuestro héroe invitó al caballero a
sentarse mientras agregaba algunos leños al fuego y colocaba sobre la
mesa, devuelta a su posición natural, algunas botellas de Mousseux.
Terminadas rápidamente estas operaciones, puso su sillón vis-a-vis del de
su compañero y esperó a que éste iniciara la conversación. Pero aún los
planes mejor concebidos suelen desbaratarse en la práctica, y el
restaurateur se vio completamente desconcertado por las primeras
palabras de su visitante.
-Veo que me conoce, Bon-Bon -le dijo-. ¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Ji, ji, ji!
177
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE¡Jo, jo, jo! ¡Ju, ju, ju!
Dejando de lado la santidad de su aspecto, el Diablo abrió la boca al
máximo, de oreja a oreja, mostrando un conjunto de dientes desparejos,
semejantes a colmillos y, echando hacia atrás la cabeza, rió larga, sonora,
perversa y ruidosamente, mientras el perro negro, agazapado, le hacía
coro con entusiasmo y la gata atigrada, huyendo de golpe, se erizaba y
chillaba desde el rincón más alejado de la habitación.
No así el filósofo; era un hombre de mundo muy aplomado para reír
como el perro o revelar con chillidos la indecorosa alarma de la gata. Hay
que confesar que sintió un poco de estupefacción al ver que las letras
blancas que formaban las palabras Rituel Catholique, en el libro de su
huésped, cambiaban súbitamente de color y de significado y que, en
pocos segundos, en lugar del título original, brillaban en caracteres rojos
las palabras Régistre des Condamnés. Este hecho sorprendente dio a la
respuesta de Bon-Bon un tono de embarazo que, en otras circunstancias,
probablemente no habría tenido.
-¡Vaya, señor! -dijo el filósofo-. ¡Vaya, señor! Para ser sincero... creo
que usted es..., le doy mi palabra..., el d..., es decir, creo..., supongo...,
tengo una vaga..., una muy vaga idea... del notable honor...
-¡Oh... ah! i Sí, muy bien! -lo interrumpió Su Majestad-. No diga más,
ya entiendo.
Y, quitándose los anteojos verdes, limpió los cristales con la manga
de la chaqueta y se los guardó en el bolsillo.
Si el incidente del libro había asombrado a Bon-Bon, el espectáculo
que ahora se presentaba ante él aumentó ese asombro de manera consi-
derable. Al levantar la mirada con una gran curiosidad por saber qué color
de ojos tenía su huésped, vio que no eran en absoluto negros, como
esperaba, ni grises, como podría haber imaginado, ni castaños, ni azules,
ni amarillos o rojos, ni púrpuras, ni blancos, ni verdes, ni de ningún otro
color que existiese en los cielos o en la tierra, o en las aguas bajo la tierra.
Para abreviar, Pierre Bon-Bon no sólo vio claramente que Su Majestad no
tenía ojos, sino que tampoco advirtió señales de que los hubiera tenido al-
guna vez, pues el espacio donde naturalmente deberían hallarse era tan
sólo -me veo obligado a decirlo- un plano liso de carne.
No estaba en la naturaleza del metafísico abstenerse de hacer alguna
178
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpregunta sobre la causa de tan extraño fenómeno, y la respuesta de Su
Majestad fue inmediata, digna y satisfactoria.
- ¡Ojos! ¡Mi querido Bon-Bon...! ¿Ojos, dijo? ¡Oh, ah! ¡Ya entiendo!
¿Las ridículas imágenes que circulan le han dado una idea falsa de mi
apariencia? ¡Ojos, por supuesto! Los ojos, Pierre Bon-Bon, están muy bien
en su lugar adecuado..., y ese lugar, diría usted, ¿es la cabeza? Correcto,
la cabeza de un gusano. Para usted, además, esas ópticas son indispen-
sables. Pero le demostraré que mi visión es más aguda que la suya. Veo
que hay una gata en el rincón..., una linda gata..., mírela..., obsérvela
bien. Ahora, Bon-Bon, ¿ve usted los pensamientos..., los pensamientos,
digo..., las ideas..., las reflexiones que se están generando en su pericrá-
neo? ¡Ahí tiene, usted no los ve! En este instante piensa que admiramos el
largo de su cola y la hondura de su mente. Acaba de concluir que yo soy el
más distinguido de los eclesiásticos y que usted es el más superficial de
los metafísicos. Como verá, no soy nada ciego; pero para alguien de mi
profesión, los ojos de los que usted habla serían solamente un estorbo,
expuestos a ser arrancados en cualquier momento por un tenedor o una
horquilla. Admito que para usted esos elementos ópticos son in-
dispensables. Esfuércese, Bon-Bon, por usarlos bien; mi visión se ocupa
del alma.
Tras esto, el visitante se sirvió del vino que estaba en la mesa y, lle-
nando una copa para Bon-Bon, le pidió que lo bebiera sin escrúpulos y se
sintiera como en su casa.
-Un libro brillante el suyo, Pierre -continuó Su Majestad, palmeándole
con aire conocedor el hombro a nuestro amigo cuando éste dejó su vaso,
después de complacer puntillosamente el requerimiento del visitante-, un
libro brillante, palabra de honor. Un trabajo de los que me gustan. Creo,
sin embargo, que su tratamiento del asunto podría mejorarse; muchas de
sus ideas me recuerdan a Aristóteles. Ese filósofo fue uno de mis
conocidos más íntimos. Me caía bien, tanto por su terrible malhumor como
por el don que tenía para equivocarse. Hay una sola verdad indiscutible en
todo lo que escribió, y porque yo se la sugerí, por pura compasión, al verlo
tan absurdo. Supongo, Pierre Bon-Bon, que sabe muy bien a qué divina
verdad moral me estoy refiriendo...
-No puedo decir que...
179
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-¡Vaya! Pues, yo fui quien le dijo a Aristóteles que, al estornudar, el
hombre expele las ideas superfluas por la nariz.
-Lo que es... ¡hic!... indudablemente cierto dijo el metafísico
mientras se servía otra copa de Mousseux y le ofrecía su caja de rapé al
visitante.
-También estaba Platón -continuó Su Majestad, declinando mo-
destamente el rapé y el cumplido que implicaba-. También estaba Platón,
por quien, en un momento, sentí todo el afecto de un amigo. ¿Conoce us-
ted a Platón, Bon-Bon? ¡Ah, por supuesto..., le pido mil perdones! Me lo
encontré una vez en Atenas, en el Partenón, y me dijo que necesitaba an-
gustiosamente una idea. Le sugerí escribir que . Me dijo
que lo haría y se marchó a su casa, en tanto yo me encaminé hacia las
pirámides. Pero me remordía la conciencia por haber expresado una ver-
dad, aunque fuera para ayudar a un amigo, y, volviendo a Atenas a toda
prisa, me acerqué por detrás a la silla del filósofo, que estaba escribiendo
. Aplicándole a la lambda un golpecito con el dedo, la di vuelta. De
modo que la frase dice ahora , y es, como usted sabe, la
doctrina fundamental de su metafísica.
-¿Ha estado usted en Roma? -preguntó el restaurateur mientras
terminaba la segunda botella de Mousseux y extraía de la alacena una ge-
nerosa provisión de Chambertin.
-Sólo una vez, monsieur Bon-Bon, sólo una vez. En un tiempo -dijo el
Diablo, como si estuviera recitando el pasaje de algún libro-hubo allí una
anarquía que duró cinco años, durante los cuales la república, privada de
todos sus funcionarios, no tenía otros magistrados que los tribunos del
pueblo, quienes no estaban legalmente investidos de ningún poder
ejecutivo... En ese momento, monsieur Bon-Bon, sólo en ese momento
estuve en Roma, y no tengo, por lo tanto, relación terrena alguna con
nada de su filosofía67.
-¿Qué piensa usted de... qué piensa de... ¡hic!... Epicuro?
-¿Qué pienso de quién? -respondió el Diablo sorprendido-. ¡Supongo
que no pretenderá encontrar ningún error en Epicuro! i Qué pienso de
Epicuro! ¿Está usted hablando de mí? ¡Yo soy Epicuro! Yo soy el mismo
67 "Ils écrivaient sur la Philosophie (Cicero, Lucretius, Seneca) mais c'était la Philosophie Grecque" (Condorcet): Escribían sobre filosofía (Cicerón, Lucrecio, Séneca) pero era la filosofía griega. Condorcet.
180
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEfilósofo que escribió cada uno de los trescientos tratados elogiados por
Diógenes Laercio.
-¡Eso es mentira! -dijo el metafísico, pues el vino se le había subido
un poco a la cabeza.
-¡Muy bien! i Muy bien, señor mío! i Realmente muy bien! -dijo Su
Majestad, sumamente halagado, al parecer.
-¡Es mentira! -repitió el restaurateur dogmáticamente-. ¡Es... ¡hic!...
mentira!
-¡Bien, bien, como usted diga! -respondió el Diablo pacíficamente, y
Bon-Bon, al derrotar a Su Majestad en esa disputa, consideró su deber
acabar con una segunda botella de Chambertin.
-Le decía -prosiguió el visitante-, como le señalé hace un momento,
que hay algunas ideas demasiado outrées en ese libro suyo, monsieur
Bon-Bon. ¿Qué quiere usted decir, por ejemplo, con toda esa patraña del
alma? Se lo ruego, señor, ¿qué es el alma?
-El... ¡hic!... alma -contestó el metafísico, remitiéndose a su ma-
nuscrito- es sin duda...
-¡No, señor!
-Indudablemente...
-¡No, señor!
- Indiscutiblemente...
-¡No, señor!
- Evidentemente...
-¡No, señor!
-Incontrovertiblemente...
-¡No, señor!
-¡Hic!...
-¡No, señor!
- Y fuera de toda duda, el...
-¡No, señor, el alma no es tal cosa! (Aquí el filósofo, echando chispas,
aprovechó para terminar, en el acto, la tercera botella de Chambertin).
-Entonces... ¡hic!... le ruego me diga..., señor, ¿qué... qué es?
- Eso no viene al caso, monsieur Bon-Bon -contestó Su Majestad,
pensativo-. He probado..., es decir, he conocido algunas almas muy malas,
181
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEy algunas otras bastante buenas.
Al decir esto se relamió los labios y apoyó inconscientemente la mano
en el libro que tenía en el bolsillo, tras lo cual tuvo un violento ataque de
estornudos.
Por fin, continuó:
-Estaba el alma de Cratino... pasable; la de Aristófanes... picante; la
de Platón... exquisita; no su Platón, sino Platón el poeta cómico; su Platón
le habría revuelto el estómago a Cerbero... ¡puaj! Luego, déjeme ver...
estaban Nevius, Andrónico, Plauto y Terencio. Después, Lucilio, Catulo,
Naso y Quinto Flaco... ¡querido Quinti! Como lo llamé cuando me cantó
una seculare para entretenerme, mientras yo lo tostaba, de muy buen hu-
mor, en una horqueta. Pero a los romanos les falta sabor. Un griego gordo
vale por una docena de ellos y, además, se conserva, lo que no puede de-
cirse de un Quirite. Probemos su Sauterne.
Bon-Bon, a esa altura, había optado por el nil admirari, y procedió con
esfuerzo a bajar las botellas en cuestión. Podía oír, sin embargo, un ex-
traño sonido en la habitación, como el meneo de una cola. Pero no se dio
por enterado de esa conducta, tan impropia de Su Majestad; simplemente
pateó al perro, ordenándole que se quedara quieto. El visitante continuó:
-Encontré que Horacio tenía un sabor muy parecido al de Aristóteles;
y usted ya sabe, me gusta la variedad. No hubiese podido diferenciar a
Terencio de Menandro. Naso, para mi sorpresa, era Nicandro disfrazado.
Virgilio tenía un fuerte dejo de Teócrito. Marcial me hizo recordar mucho a
Arquíloco, y Tito Livio era Polibio en persona.
-iHic! -replicó Bon-Bon, y Su Majestad retomó la palabra.
-Pero si tengo un penchant, monsieur Bon-Bon, si tengo un penchant,
es por los filósofos. Permítame decirle, señor, que no todos los diab...,
quiero decir, no todos los caballeros saben cómo elegir un filósofo. Los al-
tos no son buenos; y los mejores, si no están bien descascarados, suelen
ser un poco rancios, por la hiel.
-i Descascarados!
-Sin el cuerpo, quiero decir.
- ¿Qué le parecería... ihic!... un médico?
-¡Ni los mencione! ¡Puaj! -Su Majestad eructó violentamente-. Sólo
probé uno... ¡Ese canalla de Hipócrates!... ¡Olía a asafétida! ¡Uff! Me
182
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpesqué un resfrío espantoso al lavarlo en la Estigia, y a pesar de eso me
produjo cólera.
-¡El muy miserable...hic! -exclamó Bon-Bon-. ¡Ese aborto de
pastillero... hic!
Y el filósofo dejó caer una lágrima.
-Después de todo -continuó el visitante-, si un diab..., si un caballero
quiere vivir, debe tener suficiente ingenio; entre nosotros, una cara
rechoncha es muestra de diplomacia.
-¿Cómo es eso?
-Bueno, a veces estamos muy escasos de provisiones. Usted sabrá
que, en un clima tan sofocante como el nuestro, a menudo es imposible
mantener vivo a un espíritu por más de dos o tres horas; y, una vez muer-
to, si no lo adobamos de inmediato (y un espíritu adobado no es bueno),
comenzará a... oler..., usted entiende, ¿no es así? Siempre hay que cuidar-
se de la putrefacción cuando nos envían las almas del modo habitual.
-¡Hic... hic! ¡Santo Dios! ¿Cómo se las arreglan?
En ese momento, la lámpara de hierro empezó a balancearse con re-
doblada violencia y el Diablo dio un respingo en su asiento; pero luego,
con un ligero suspiro, recobró la compostura, diciéndole en voz baja a
nuestro héroe:
-¿Sabe, Pierre Bon-Bon? Mejor no echemos más juramentos. El
anfitrión apuró otro trago, denotando su plena comprensión y aceptación,
y el visitante continuó:
-Bueno, hay diversas maneras de arreglarse. La mayoría de nosotros
pasa hambre; algunos se conforman con la conserva adobada; personal-
mente, yo adquiero mis espíritus vivent corpore, pues encuentro que así
se conservan muy bien.
-¡Pero el cuerpo... hic... el cuerpo!
-El cuerpo, el cuerpo... ¿Qué hay con el cuerpo? ¡Oh, ya veo! Bien,
señor mío, el cuerpo no se ve afectado en absoluto por la transacción. He
efectuado incontables adquisiciones de esa clase en mis tiempos, y los in-
teresados jamás sufrieron inconveniente alguno. Puedo nombrarle a Caín y
Nimrod, Nerón, Calígula, Dioniso, Pisístrato y... y otros mil, que en la
última parte de sus vidas ignoraron por completo lo que era tener un
alma; no obstante, señor, esos hombres adornaban la sociedad. ¿No tene-
183
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmos ahora a A..., a quien usted conoce tan bien como yo? ¿No está él en
posesión de todas sus facultades, físicas y mentales? ¿Quién escribe epi-
gramas más agudos? ¿Quién razona con más ingenio? ¿Quién...? i Pero,
espere! Tengo su contrato en el bolsillo.
Diciendo esto, sacó una cartera de cuero rojo y extrajo de ella una
serie de papeles, entre los cuales Bon-Bon alcanzó a ver escrito "Ma-
quiav... ", "Maza...", "Robesp...", y los nombres de "Caligula", "George", y
"Elizabeth". Su Majestad eligió un pergamino angosto y leyó en voz alta lo
siguiente:
"A cambio de ciertos dones mentales que no hace falta especificar, y
a cambio, además, de mil luises de oro, yo, de un año y un mes de edad,
cedo por la presente al portador de este acuerdo todos mis derechos, títu-
los y privilegios sobre el espectro llamado `mi alma'. Firmado: A...68." (Aquí
Su Majestad dijo un nombre que no me siento autorizado a indicar de
manera más inequívoca.)
-Un sujeto talentoso -continuó diciendo-, pero, corno usted, monsieur
Bon-Bon, se equivocaba acerca del alma. i El alma un espectro! ¡Claro! ¡El
alma un espectro! ¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Ju, ju, ju! ¡Imagínese un espectro
fricaseado!
-¡Imagínese... hic... un espectro fricaseado! -exclamó nuestro héroe,
iluminadas aún más sus facultades por la profundidad del discurso de Su
Majestad-. ¡Imagínese... hic... un espectro fricaseado! ¡Vaya... hic... pff!
¡Ojalá yo hubiera sido tan... hic... simplón! ¡Mi alma, señor... pff...!
-¿Su alma, monsieur Bon-Bon?
- Sí, señor... ¡hic!... mi alma no es...
-¿Qué, señor?
-¡Ningún espectro, maldita sea!
-Usted quiere decir...
-Sí, señor, mi alma es... ¡hic!... ¡pff! ¡Sí, señor!
-No irá usted a sostener...
-Mi alma reúne... ¡hic!... todas las condiciones... ¡hic!... para un...
-¡Qué, señor?
68 ¿Arouet, quizás?
184
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
- Guiso.
-¡Ja!
-Soufflée.
-¡Vaya!
-Fricassée.
-¡No me diga!
-Ragout y fricandeau... y, vea, mi buen amigo, se la dejaré a usted
por... ¡hic!... una bagatela -dijo el filósofo, y le palmeó la espalda a Su
Majestad.
- Ni pensar en tal cosa -dijo este último en tono calmo, levantándose
de su asiento.
Bon-Bon se quedó mirándolo.
-Estoy bien provisto por el momento -agregó Su Majestad.
-¡Hic! ¿Eh...? -dijo el filósofo.
- Y no tengo fondos a mano.
-¿Qué?
- Además, no estaría bien de mi parte...
-¡Señor!
- ... aprovecharme de...
-¡Hic!
- ... su vergonzoso estado, indigno de un caballero.
Entonces el visitante saludó y se fue -no se sabe exactamente de qué
modo-. Pero en un deliberado intento de arrojarle una botella al "villano",
la delgada cadena que pendía del techo se cortó, y el metafísico quedó
tendido debajo de la lámpara.
EL DUQUE DE L'OMELETTE
Y entró al instante en una región más serena.
Cowper.
185
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
A Keats lo mató la crítica. ¿Quién fue que murió de una Andrómaca69?
¡Almas innobles! El duque de l'Omelette pereció por un verderón.
L'histoire en est breve. ¡Ayúdame, espíritu de Apicio!
Una jaula dorada transportó al pequeño vagabundo alado,
enamorado, enternecedor e indolente, desde su hogar en el lejano Perú a
la Chaussée D'Antin. De su regia dueña, La Bellísima, al duque de
l'Omelette, seis pares del reino llevaron al pájaro afortunado.
Esa noche el duque cenaría solo. En la intimidad de su estudio, se re-
clinó lánguidamente en la otomana por la cual sacrificó su lealtad al Rey,
al ofrecer más que éste en la subasta... La famosa otomana de Cadet.
Hunde la cabeza en la almohada. ¡Suena el reloj! Incapaz de contener
sus impulsos, Su Gracia engulle una aceituna. En ese momento, la puerta
se abre suavemente al son de una dulce melodía y... ¡mirad, el más
delicado de los pájaros es presentado ante el más enamorado de los hom-
bres! Pero ¿qué inexpresable desencanto ensombrece ahora el rostro del
duque? "Horreur!... chien!... Baptiste!... l'oiseau! ah, bon Dieu!... cet
oiseau modeste que tu as deshabillé de ses plumes, et que tu as serví
sans papier!" Sería superfluo agregar nada: el duque expiró en un
paroxismo de disgusto.
- ¡Ja, ja, ja! -dijo Su Gracia al tercer día de su deceso.
-¡Je, je, je! -respondió el Diablo débilmente, levantándose con un aire
de hauteur.
-¡ Vamos, no hablará usted en serio!... -observó de l'Omelette-. He pecado,
c'est vrai, pero, mi buen señor... ¡no pensará realmente llevar a la práctica
esas amenazas tan... bárbaras!
- ¿No qué? -dijo Su Majestad-. ¡Vamos, señor, desnúdese!
-¡Desnudarme, claro! ¡Muy bonito, en verdad! ¡No, señor, no me
desnudaré! ¿Quién es usted, le ruego me diga, para que yo, duque de
l'Omelette, príncipe de Foie-Gras, apenas mayor de edad, autor de la Ma-
69 Montfleury. El autor del Pamasse Reformé le hace decir en el Hades: "L'homme donc qui voudrait savoir ce dont je suis mort, qu'il ne demande pas si 'l fut de fievre ou de podagre ou d'autre chose mais qu'il entende que ce fut de 'L'Andromache"'. (Que el hombre que quisiera saber de qué he muerto no se pregunte si fue de fiebre o de verderón o de otra cosa sino que entiende que fue de Andrómaca.)
186
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEzurquiada y miembro de la Academia, deba quitarme a requerimiento
suyo los pantalones más exquisitos jamás hechos por Bourdon, la más re-
finada robe-de-chambre jamás confeccionada por Rombêrt, por no decir
nada de sacarme los papillotes, y para no mencionar la molestia que me
significaría quitarme los guantes?
-¿Que quién soy? ¡Ah, cierto! Yo soy Baal-Zebud, príncipe de las Moscas.
Acabo de sacaros de un ataúd de palo de rosa incrustado de marfil.
Estabais curiosamente perfumado, y facturado para entregar. Os envió
Belial, mi Inspector de Cementerios. Los pantalones que decís fueron he-
chos por Bourdon, son un excelente par de calzoncillos de lino, y vuestra
robe-de-chambre es una mortaja de bastante buen tamaño.
-¡Señor -replicó el duque-, no seré insultado impunemente!
¡Aprovecharé la primera oportunidad para vengar esta ofensa! ¡Tendrá
noticias de mí, señor! i Mientras tanto, au revoir!
Y empezaba a alejarse de la satánica presencia después de saludar,
cuando fue interceptado y devuelto a su sitio por un guardián. Su Gracia
se frotó entonces los ojos, bostezó, se encogió de hombros y reflexionó.
Tras quedar convencido de su identidad, echó un rápido vistazo
alrededor.
El aposento era soberbio. El mismo de l'Omelette lo declaró bien
comme il faut. No era su largo ni su ancho, sino su altura..., i ah, era algo
pavoroso! No había techo..., ninguno, por cierto..., sino un denso remolino
de nubes color fuego. Su Gracia sintió que la cabeza le daba vueltas al
mirar hacia arriba. Desde lo alto colgaba una cadena de un desconocido
metal
rojo sangre; su extremo superior se perdía, como la ciudad de Boston,
parmi les nuages. Del extremo inferior pendía un enorme farol. El duque
supo que era un rubí, pero emanaba de él una luz tan intensa, tan inerte y
terrible como jamás se adoró una en Persia, como nunca imaginó una
Gheber, como jamás soñó una el musulmán cuando, drogado con opio,
tambalea hasta un lecho de amapolas, la espalda contra las flores y el
rostro hacia el dios Apolo. El duque musitó un ligero juramento,
decididamente aprobatorio.
Los rincones del aposento estaban redondeados, formando nichos.
Tres de ellos estaban ocupados por estatuas de proporciones gigantescas.
187
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POESu belleza era griega, su deformidad egipcia, su tout ensemble francés. La
estatua del cuarto nicho estaba cubierta por un velo; no era colosal. Pero
podía verse un tobillo delgado y un pie calzado con sandalias. De l'Ome-
lette se llevó la mano al corazón, cerró los ojos, volvió a abrirlos, y sor-
prendió a su Satánica Majestad... ruborizado.
¿Pero aquellas pinturas! ¡Kupris! ¡Astarté! ¡Ashtoreth! ¿Mil y la mis-
ma! ¡Y Rafael las vio! Sí, Rafael ha estado aquí; ¿acaso no fue él quien
pintó la...? ¿Y no fue condenado por eso? ¿Esas pinturas, esas pinturas!
¡Oh lujuria! ¡Oh amor! ¿Quién, contemplando esas bellezas prohibidas,
tendrá ojbs para las delicadas obras que en sus marcos dorados salpican
como estrellas las paredes color jacinto y pórfido?
Pero el duque siente desfallecer su corazón. No está mareado por la
magnificencia, como supondréis, ni ebrio por el aroma arrebatador de los
incontables incensarios. C'est vrai que de toutes ces choses il a pensé
beau-coup - mais! El duque de l'Omelette está aterrado; pues - mirad...
¡en la rojiza vista que le permite una única ventana sin cortinas, brilla el
más espantoso de todos los fuegos!
Le pauvre duc! No pudo no imaginar que las gloriosas, las
voluptuosas, las inmortales melodías que llenaban aquel salón, filtradas y
transmutadas por la alquimia de los ventanales encantados, eran los
lamentos y los gemidos de los condenados sin esperanza. Y allí, en la
otomana!, ¿quién puede ser?, ¿es él, el petit-maitre?, ¿o es la Deidad?,
¿quién es el que está sentado, como tallado en mármol, et qui sourit, con
el rostro pálido, si amérement?
Mais il faut agir... vale decir, un francés nunca desfallece por comple-
to. Además, Su Gracia odiaba las escenas... De l'Omelette vuelve a ser él
mismo. Había algunos floretes sobre una mesa, y algunos estoques. El du-
que estudió con B..., il avait tué ses six hommes. Ahora, entonces, il peut
s'échapper. Toma dos estoques y, con una gracia inimitable, ofrece la
elección a Su Majestad. Horreur! ¡Su Majestad no sabe esgrima!
Mais il joue! ¡Qué magnífica idea! Su Gracia siempre tuvo una exce-
lente memoria. Alguna vez había hojeado Le Diable, del abate Gualtier. Se
dice allí que "le Diable n'ose pas refuser un jeu d'écarté".
¡Pero las chances... las chances! Desesperadas, es cierto; pero
apenas más desesperadas que el duque. Además, ¿no estaba él al
188
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcorriente?, ¿no había leído al Pere Le Brun?, ¿no era miembro del Club
Vingt-et-un? "Si je perds -se dijo- je serai deux fois perdu (me condenaré
dos veces), voila tout!" (Y aquí Su Gracia se encogió de hombros). "Si je
gagne, je reviendrai a mes ortolans; que les cartes soient préparées!"
Su Gracia era todo cuidado, todo atención; Su Majestad, todo con-
fianza. Un espectador habría pensado en Francis y Charles. Su Gracia
pensaba en el juego. Su Majestad no pensaba: barajaba. El duque cortó.
Se reparten las cartas. Se da vuelta el triunfo..., es... ¡el rey! No...,
era la reina. Su Majestad maldijo su atuendo masculino. De l'Omelette se
llevó la mano al corazón.
Juegan. El duque cuenta. La mano ha terminado. Su Majestad cuenta
lentamente, sonríe, y toma vino. El duque se escamotea una carta.
- C'est a vous de faire -dijo Su Majestad, cortando. Su Gracia asintió,
repartió, y se puso de pie en présentant le Roi.
Su Majestad pareció apesadumbrado.
Si Alejandro no hubiera sido Alejandro, habría sido Diógenes; y el
duque le aseguró a su antagonista, al despedirse, "que s'il n'eút été De
l'Omelette il n'aurait point d'objection d'étre le Diable".
TRES DOMINGOS EN UNA SEMANA
-¡Tú, insensible, testarudo, costroso, mohoso, roñoso, añoso y viejo
salvaje! -dije, por lo bajo, una tarde, a mi tío abuelo Rumgudgeon agitando
ante él el puño en mi imaginación.
Sólo en mi imaginación. El hecho es que, sí que existía justo
entonces, una trivial discrepancia entre lo que yo decía y lo que no tenía el
valor de decir, entre lo que hacía y lo que deseaba hacer.
La vieja marsopa, cuando abrí la puerta de la sala de estar, se hallaba
sentada con los pies sobre la repisa de la chimenea y con una copa de
189
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEoporto en su zarpa, haciendo activos esfuerzos por llevar a la práctica la
cantinela:
Remplis ton verre vide!
Vide ton verre plein!
-Mi querido tío --dije, cerrando la puerta suavemente y
aproximándome a él con la más meliflua de las sonrisas--, siempre has
sido tan amable y considerado y has demostrado tu benevolencia de
tantas, tantísimas maneras que... que creo que bastará sugerirte sólo una
vez más ese pequeño asunto para estar seguro de tu plena aquiescencia.
-Ajá --dijo-- ¡Buen chico! ¡Prosigue!
-Estoy seguro, queridísimo tío (¡detestable y viejo bribón!) que no
tendrás realmente, un serio propósito de oponerte a mi unión con Kate.
Eso no es más que una broma de las tuyas, ya lo sé... ¡ja, ja, ja! ¡Qué
divertido eres a veces!
-¡Ja, ja, ja! --dijo él-- ¡Qué condenado! ¡Vaya que sí!
-Desde luego, desde luego. Ya sabía que estabas bromeando. Bueno,
tío, todo lo que Kate y yo deseamos es que nos favorezcas con tu consejo
en... en lo que respecta a la fecha, tú ya me entiendes, tío. En un a
palabra, ¿Cuándo te viene mejor que la boda vaya a consumarse? Ya me
entiendes.
-¿Consumarse, bergante? ¿Qué quiere decir con eso? Mejor será que
esperes primero a que se celebre.
-¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Ji, ji, ji! ¡Jo, jo, jo! ¡Ju, ju ju! ¡Oh, eso sí que es
estupendo! ¡Qué chiste! Pero lo que queremos ahora, ya me entiendes tío,
es que nos indiques la fecha exactamente.
-¡Ah! ¿Exactamente?
-Sí, tío. Es decir, si te viene bien.
-¿No convendría más, Bobby, que lo dejara al azar? ¿Para algún día,
dentro de un año o así? ¿O es que tengo que decirlo exactamente?
190
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-Si te place, tío..., exactamente.
-Pues bien, Bobby, hijo mío... Tú eres un buen muchacho ¿verdad? Y
como quieres saber la fecha justa, yo..., sí señor, yo te voy a dar gusto por
una vez.
-¡Querido tío!
-¡Chist, caballerete! (Ahogando mi voz)..., te voy a dar gusto por una
vez. Tendrás mi consentimiento... y la pasta, no debes olvidar la pasta.
¡Vamos a ver!... ¿Cuándo será? Hoy es domingo, ¿Verdad? Pues bien, ¡Os
casaréis exactamente --¡exactamente!--, recuérdalo, cuando se junten tres
domingos en una semana. ¿Me oyes, caballerete? ¿Por qué abres así la
boca? Repito que tendrás a Kate y su pasta cuando se junten tres
domingos en una semana, pero hasta entonces no, bribón, hasta
entonces, no, aunque me muera. Ya me conoces... soy hombre de
palabra..., y, ahora, ¡largo!
Dicho esto, se echó al coleto su vaso de oporto, mientras yo salía
precipitadamente de la estancia lleno de desesperación.
Un “viejo y auténtico caballero inglés” era mi tío abuelo, sí; pero a
diferencia de la canción tenía sus puntos flacos. Era un personaje menudo,
obeso, pomposo, apasionado y semicircular con una roja nariz, un grueso
cráneo, una gran fortuna y un fuerte sentido de su propia importancia.
Con el mejor corazón del mundo contribuía, debido a un predominante
espíritu de contradicción, a ganarse fama de tacaño ente aquellos que
sólo le conocían superficialmente. Como ocurre con muchas personas
excelentes parecía poseído de la manía de atormentar a la gente, lo cual
hubiese podido tomarse fácilmente a primera vista por malevolencia. A
toda su petición, su inmediata respuesta era un categórico “¡no!”. Pero al
final, muy, muy al final, eran poquísimas las peticiones que dejaba de
atender. A todos los ataques dirigidos contra su bolsa oponía la más feroz
defensa, pero, en definitiva, la cantidad que se le arrancaba estaba por lo
general en razón directa con la duración del asedio y la tenacidad de la
resistencia. En cuestiones de caridad ninguno daba con más liberalidad ni
con peor gracia.
Por las bellas artes y, en especial, por las belles lettres sentía un
profundo desprecio, que le había inspirado Casimir Perier, cuya petulante
191
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpreguntilla “A quoi un poète est-il bon?” tenía la costumbre de citar, con
una pronunciación muy chusca, como el non plus ultra de agudeza lógica.
De ahí que mi propia inclinación por las Musas hubiese provocado su total
descontento. Me aseguró un día, cuando le pedí un ejemplar de una nueva
edición de Homero, que la traducción de “Poeta nascitur non fit” era que
“Un asqueroso poeta no vale para nada”70, observación que recibí con
gran resentimiento. Además, su repugnancia hacia “las humanidades”
había aumentado mucho últimamente a causa de un accidental viraje en
favor de lo que él suponía que eran las ciencias naturales. Alguien le había
abordado en la calle, tomándole nada menos que por el doctor Dubble L.
Dee, el catedrático de física empírica. Esto le hizo cambiar bruscamente
de rumbo, y justo por la época de esta historia, pues esta historia va
camino de ser después de todo, mi tío abuelo Rumgudgeon se mostraba
asquible y pacífico sólo en lo tocante a puntos que daban en coincidir con
las cabriolas del hobby71 que montaba. Por lo demás, reía a mandíbula
batiente y su política era inflexible y fácil de comprender. Pensaba, con
Horseley, que “la gente no tiene que ocuparse de las leyes más que para
obedecerlas”.
Había vivido yo toda mi vida con el anciano caballero. Mis padres, al
morir, me habían donado a él como un rico legado. Creo que el viejo
bribón me quería como a un hijo, casi, si no tanto, como a su hija Kate,
pero me daba una vida de perros, después de todo. Desde mi primer año
con él hasta el quinto, me favoreció con periódicas azotainas. Del quinto al
decimoquinto, me amenazaba a todas horas con el correccional. Del
decimoquinto al vigésimo no pasó un día en que no me prometiera
desheredarme. Era yo un tarambana, es cierto, pero eso constituía una
parte de mi naturaleza, un rasgo de mi manera de ser. En Kate, sin
embargo, yo tenía una fiel amiga y lo sabía. Era una buena muchacha y
me decía dulcemente que sería mía (con pasta y todo), siempre que a
fuerza de importunar a mi tío abuelo le arrancara el necesario
consentimiento. ¡Pobre muchacha! Tenía apenas quince años y, sin ese
consentimiento, no podría echar mano a su pequeño capitalito hasta que
cinco inconmensurables veranos hubiesen “terminado de arrastrar su
70 Juego de palabras intraducible. La pronunciación inglesa de la frase latina Poeta nascitur non fit = el poeta nace, no se hace, da pie a la interpretación de Rumgudgeon.71 Otro juego de palabras. Hobby, además de pasatiempo favorito, significa también caballito.
192
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElarga existencia”. ¿Qué hacer, pues? A los quince, e incluso a lo veintiuno
(pues yo había pasado ya mi quinta olimpíada), cinco años en perspectiva
nos parecían quinientos. En vano asediábamos al anciano caballero con
nuestra machaconería. Era aquella una pièce de résistance (como dirían
los señores Ude y Carene) que se acomodaba perfectamente a su
perversa imaginación. Habría excitado la indignación del mismo Job el ver
hasta qué punto se conducía como un viejo perro ratonero con dos
pobrecillos y míseros ratones como nosotros dos. Su corazón nada
deseaba más ardientemente que nuestra unión. Era una idea que había
alimentado desde siempre. En realidad, habría dado diez mil libras de su
propio bolsillo (la pasta de Kate era de ella) si hubiese podido inventar
algo que se pareciera a un pretexto para acceder a nuestros muy
naturales deseos. Pero es que Kate y yo habíamos sido tan imprudentes
como para mencionar por primera vez la cuestión nosotros mismos. Creo
sinceramente que no oponerse a ella en tales circunstancias era algo
superior a sus fuerzas.
He dicho ya que tenía sus puntos débiles, pero, cuando hablo de
ellos, no debe entenderse que me refiero a su testarudez, que por cierto
era uno de sus puntos fuertes: “assurément ce n’était pas sa faible”.
Cuando menciono sus debilidades, hago ilusión a na inexplicable
superstición de vieja comadre que le acosaba. Era dado a conceder mucha
importancia a sueños, portentos et id genus omne de galimatías. Era,
también muy puntilloso en pequeñas cuestiones de honor y , a su manera,
hombre de palabra, sin ninguna duda. Aquello constituía, en realidad, uno
de sus pasatiempos. No tenía escrúpulos en reducir el espíritu de sus
promesas a cero, pero la letra era un compromiso inviolable. Ahora bien,
fue de esta última peculiaridad de su idiosincrasia de la que el ingenio de
Kate nos permitió un buen día, no mucho después de nuestra entrevista
en la sala, sacar un provecho inesperado. Y habiendo agotado así en
prolegómenos, a la manera de todos los bardos y oradores, todo el tiempo
puesto a mi servicio y casi todo el espacio puesto a mi disposición,
resumiré en pocas palabras lo que constituye el meollo de esta historia.
Sucedió entonces -así lo dispusieron los hados- que entre las
relaciones náuticas de mi prometida se contasen dos caballeros que
acababan de poner pie en las costas de Inglaterra, tras un año de
193
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEausencia, cada uno de ellos haciendo un viaje por el extranjero. En
compañía de estos dos caballeros, mi prima y yo, premeditadamente,
hicimos una visita al tío Rumgudgeon un domingo por la tarde, el diez de
octubre, justo tres semanas después de la memorable decisión que había
echado por tierra tan cruelmente nuestras esperanzas. Durante media
hora la conversación discurrió sobre tópicos corrientes, pero al fin nos las
arreglamos, con toda naturalidad, para darle el siguiente giro:
Capitán Pratt.-Bien, he estado ausente justo un año. Justo un año
hará hoy, a fe mía. Vamos a ver... ¡sí! Estamos a diez de octubre.
Recordará usted, señor Rumgudgeon, que vine a verle tal día como hoy
para despedirme de usted. Y, a propósito: sí que parece una coincidencia
¿no es verdad? que nuestro amigo el capitán Smitherton, aquí presente,
haya estado ausente también un año... ¡un año se cumple hoy!
Smitherton.-Sí, justo un año redondo. Recordará usted, señor
Rumgudgeon, que vine con el capitán Pratol ese mismo día, el año pasado
para presentarle mis respetos al partir.
Tío.-Sí, sí, sí... lo recuerdo muy bien... ¡Muy raro, verdaderamente! Se
marcharon ustedes dos hace justo un año. ¡Una coincidencia muy extraña,
verdaderamente! Justo lo que el doctor Dubble L. Dee denominaría una
extraña concurrencia de acontecimientos. El doctor Dub...
Kate.- Pues sí, papá, el capitán Pratt dio la vuelta al Cabo de Hornos y
el capitán Smitherton dobló el Cabo de Beuna Esperanza.
Tío.-¡Exactamente! El uno fue por el este y el otro fue por el oeste,
tunanta, y ambos han dado la vuelta completa al mundo. Entre paréntesis,
el doctor Dubble L. Dee...
Yo (apresuradamente).-Capitán Pratt, debiera usted venir mañana a
pasar la tarde con nosotros..., usted y Smitherton. Podrán contarnos todo
lo referente a sus viajes, jugaremos al whist y...
Pratt.-Al whist, mi querido muchacho..., olvida usted que mañana es
domingo. Alguna otra tarde...
Kate.-¡Oh, no, por favor! Robert no es tan torpe. Hoy es domingo.
Tío.-Claro que sí, claro que sí.
194
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Pratt.-Les pido a los dos mil perdones, pero yo no puedo estar tan
equivocado. Sé que mañana será domingo porque...
Smitherton (muy sorprendido).-¿En qué están pensando todo
ustedes? ¿No fue ayer domingo?
Todos.-¡Ayer! ¡Vamos! ¡Usted está chiflado!
Tío.-Hoy es domingo, repito. ¿No lo sabré yo?
Smitherton.-Todos ustedes están locos... todos y cada uno de
ustedes. Estoy tan seguro de que ayer fue domingo como de que me hallo
sentado en esta silla.
Kate (levantándose impetuosamente).-Ya veo... ya lo veo todo. Papá,
esto significa el fallo de... de ya sabes qué. No digáis nada y os lo
explicaré en un minuto. Es una cosa sencillísima, verdaderamente. El
capitán Smitherton dice que ayer fue domingo, y lo fue: tiene, pues razón.
El primo Bobby, el tío y yo decimos que hoy es domingo, y lo es. Tenemos,
pues razón. El capitán Pratt sostiene que mañana será domingo, y lo será:
tiene, pues, razón también. El hecho es que todos tenemos razón y que de
esta forma se han reunido tres domingos en una semana.
Smitherton (tras una pausa).-Pues sí, Pratt, Kate se halla totalmente
en lo cierto. ¡Qué tontos somos los dos! Señor Rumgudgeon, la cosa es
clara: la tierra, como sabe, tiene veinticuatro mil millas de circunferencia.
Ahora bien, este globo terráqueo gira sobre su propio eje, da vueltas, se
mueve en círculo... con lo cual esas veinticuatro mil millas de longitud se
desplazan de oeste a este en veinticuatro horas exactamente.
¿Comprende, señor Rumgudgeon?
Tío.-Desde luego, desde luego... El doctor Dub...
Smitherton (cortándole la palabra).-Bien, señor, eso hace una
velocidad de mil millas al este de aquí. Ahora bien, suponga que zarpo de
un punto situado a mil millas al este de aquí. Desde luego me anticiparé
una hora a la salida del sol aquí, en Londres. Veré salir el sol una hora
antes que ustedes. Habiendo recorrido, en la misma dirección otras mil
millas, me anticiparé en tres horas a ella, y así sucesivamente hasta dar la
vuelta completa al globo y regresar a este punto en que, habiendo
recorrido veinticuatro mil millas en dirección este, me habré anticipado a
195
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEla salida del sol londinense en no menos de veinticuatro horas, es decir,
tendré un día de adelanto con respecto al horario de ustedes.
Comprendido ¿eh?
Tío.-Pero Dubble L. Dee...
Smitherton (hablando muy alto).-El capitán Pratt, por el contrario,
cuando hubo navegado mil millas hacia el oeste de este punto, tenía una
hora de retraso y cuando hubo navegado veinticuatro mil millas hacia el
oeste tenía veinticuatro horas, o un día, de retraso con respecto al horario
de Londres. Así, para mí ayer era domingo, así, para ustedes hoy es
domingo y así, para Pratt mañana será domingo. Y lo que es más, señor
Rumgudgeon, está taxativamente claro que todos tenemos razón, pues no
puede existir ninguna razón filosófica para pensar que la idea de uno de
nosotros deba tener preferencia sobre la de los demás.
Tío.-¡Vaya, vaya! Bien, Kate; bien Bobby, éste es el fallo, como decís.
Pero yo soy hombre de palabra, ¡que no se olvide! Tuya será muchacho
(con pasta y todo) cuando quieras. ¡Esto está concluido, por Júpiter! ¡Tres
domingos en fila! ¡Iré a oír la opinión de Dubble L. Dee sobre eso!
EL DIABLO EN EL CAMPANARIO
¿Qué hora es?
(Expresión antigua)
Todos saben de una manera vaga que el lugar más bello del mundo
es -o era, desgraciadamente- el pueblo holandés de Vondervotteimittiss.
Sin embargo, como se encuentra a cierta distancia de todas las grandes
vías, en una situación por decirlo así extraordinaria, probablemente lo
haya visitado un corto número de mis lectores. Por está razón considero
oportuno, para entretenimiento de aquellos que no hayan podido hacerlo,
entrar en algunos pormenores con respecto a él. Y esto es realmente tanto
más necesario cuanto que si me propongo relatar los calamitosos
196
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEacontecimientos ocurridos últimamente dentro de sus límites, es sólo con
la esperanza de conquistar para sus habitantes la simpatía popular.
Ninguno de quienes me conocen dudar de que el deber que me impongo
no sea ejecutado con toda la habilidad de que soy capaz, con esa rigurosa
imparcialidad, escrupulosa comprobación de los hechos y a ardua
confrontación de autoridades, que deben distinguir siempre a aquel que
aspira al título de historiador.
Gracias a la ayuda conjunta de monedas, manuscritos e inscripciones,
estoy autorizado a afirmar positivamente que el pueblo de
Vondervotteimittiss existió siempre, desde su fundación, precisamente en
las mismas condiciones en que hoy se encuentra. Por lo que respecta a la
fecha de su origen, me es singularmente penoso no poder hablar sino con
esa precisión indefinida con que los matemáticos se ven a veces obligados
a conformarse con determinadas fórmulas algebraicas. La fecha -me está
permitido hablar así-, habida cuenta de su prodigiosa antigüedad, no
puede ser menos que una cantidad determinable cualquiera.
Con respecto a la etimología del nombre Vondervotteimittiss;
confieso, no sin pena, estar en duda. Entre una serie de opiniones sobre
este delicado punto, muy sutiles algunas de ellas, otras muy eruditas y
otras lo suficientemente en oposición no hallo ninguna que pueda
considerar satisfactoria. Tal vez la idea de Grogswigg, que coincide casi
con la de Kroutaplenttey deba aceptarse prudentemente. Está concebida
en los siguientes términos: Vondervorreimittiss: Vonderlege Donder;
Votteimittis, quasi und Bleitziz; Bleitziz obsol, pro Blit zen. A decir verdad,
esta etimología encuentra, de hecho, bastante confirmación de algunas
señales de fluido eléctrico que pueden verse todavía en lo alto del
campanario del Ayuntamiento. Sea como fuere, no es mi intención
comprometerme en una tesis de esta importancia, y le ruego al lector
ávido de informaciones que consulte los Oratiunculoe de Rebus Praeter
Veteris, de Dundergutz; que vea, también, Blunderbuzzard, De
Derivationibus, desde la página 27 a la 5.010; infolio, edición gótica,
caracteres rojos y negros, con llamadas y sin numeración, y que consulte
también las notas marginales del autógrafo de Stuffundpuff, con los
subcomentarios de Gruntundguzzell.
197
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
A pesar de la oscuridad que envuelve de este modo la fecha de la
fundación de Vondervotteimittiss y de la etimología de su nombre, no
cabe duda; como ya he dicho, de que ha existido siempre tal como lo
vemos en la actualidad. El más viejo hombre del lugar no recuerda ni la
más leve diferencia en el aspecto de una parte cualquiera de él, y, en
realidad, la simple sugestión de tal posibilidad sería considerada como un
insulto. El pueblo está situado en un valle perfectamente circular, cuya
circunferencia mide, poco más o menos, un cuarto de milla, y está
rodeado completamente por lindas colinas, cuyas cimas jamás pensaron
sus habitantes hollar con su planta. No obstante, éstos dan una excelente
razón de su proceder, por cuanto creen que no hay absolutamente nada al
otro lado.
Alrededor del lindero del valle -que es completamente liso y
pavimentado en toda su extensión con ladrillos planos- hay una
ininterrumpida fila de sesenta pequeñas casas. Se apoyan por detrás
sobre las colinas, y, por tanto, todas miran al centro de la llanura, que se
encuentra justamente a sesenta yardas de la puerta delantera de cada
casa. Cada una de éstas tiene a la entrada un jardincillo, con una avenida
circular, un reloj de sol y veinticuatro coles. Las mismas construcciones
son tan absolutamente iguales que es imposible distinguir una de otra. A
causa de su extrema antigüedad, el estilo arquitectónico es un tanto
extravagante, pero, por esta razón, es todavía notablemente pintoresco.
Estas casas están construidas con pequeños ladrillos, bien endurecidos al
fuego, rojos, con cantos negros, de tal modo, que las paredes parecen un
tablero de ajedrez de grandes proporciones. Los remates están vueltos del
lado de la fachada y poseen cornisas tan grandes como el resto de la casa
en los bordes de los tejados y en las puertas principales. Las ventanas son
estrechas y de amplio alféizar, con vidrieras formadas por cristales
pequeñísimos y grandes marcos. El tejado está recubierto por una gran
cantidad de tejas de puntas arrolladas. La madera es toda de un color
sombrío, totalmente tallada, pero de dibujos poco variados, puesto que,
desde tiempos inmemoriales, los tallistas de Vondervotteimittis no han
sabido esculpir más que dos objetos: un reloj y una col. Ahora bien hay
que reconocer que esto lo hacen admirablemente, y lo prodigan con
singular ingeniosidad en cualquier sitio que pueda encontrar el cincel.
198
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Las habitaciones son tan parecidas a la parte interior como a la
externa, y los muebles son todos de un solo modelo. El piso está
pavimentado con baldosas cuadradas. Las sillas y mesas son de madera
negra, con patas torneadas, delgadas y finas. Las chimeneas son largas y
altas; y no solamente poseen relojes y coles esculpidos en la superficie de
su parte frontal, sino que, además, sostienen en medio de la repisa un
auténtico reloj que produce un prodigioso tic-tac, con dos floreros, cada
uno de los cuales contiene una col; situados en los extremos a modo de
batidores. Entre cada col y el reloj se encuentra, además, un muñeco
chino, panzudo, con un gran agujero en medio de la barriga, a través del
cual puede verse la esfera de un reloj.
Los lares son amplios y profundos, con retorcidos morillos.
Continuamente arde un gran fuego; sobre el que se encuentra una enorme
marmita llena de sauerkraut y carne de cerdo, incesantemente vigilada
por la dueña de la casa. Esta es una gruesa y vieja señora, de ojos azules
y colorado rostro, que se toca con un inmenso gorro semejante a un pilón
de azúcar.
Adornado con cintas purpúreas y amarillas; su traje es de mezclilla
anaranjada, larguísimo por detrás y de estrecha cintura, por otros
conceptos demasiado corto, porque deja descubierta la mitad de la pierna.
Éstas son un poco gruesas, lo mismo que los tobillos pero están cubiertas
por un lindo par de medias verdes.
Sus zapatos, de cuero rosado, están atados con un lazo de cintas
amarillas dispuesto en forma de col. En su mano izquierda tiene un pesado
relojito holandés, y con la derecha maneja un cucharón para el sauerkraut
y la carne de cerdo. A su lado se encuentra un gato gordo y manchado,
que exhibe en la cola un relojillo de cobre dorado de repetición, que «los
chiquillos» le han atado allí como juego.
En cuanto a estos chicos, los tres están en el jardín, cuidando del
cerdo. Todos tienen dos pies de altura, se tocan con tricornios y visten
chalecos purpúreos que les llegan casi a los muslos, calzones de piel de
gamo, medias roja de lana, zapatones con gruesas hebillas de plata y
largas blusas con grandes botones de nácar.
199
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Cada uno tiene una pipa en la boca y un abultado reloj en la mano
derecha. Una bocanada de humo, una mirada al reloj; una mirada al reloj,
una bocanada de humo. El cerdo, que es corpulento y perezoso, se
entretiene unas veces en mordisquear las hojas que han caído de las coles
y otras en querer morderse el relojito dorado que aquellos pícaros le han
atado también al rabo, con objeto de embellecerle tanto como al gato.
Exactamente enfrente de la puerta de entrada, en una poltrona de
amplio respaldo forrado de cuero, con patas torneadas y finas, como las
de las mesas, se ha instalado el viejo propietario de la casa. Es un
viejecillo excesivamente hinchado, con grandes ojos redondos y una
enorme doble papada. Su indumentaria se parece a la de los muchachos,
y nada más tengo que decir sobre está en particular. Toda diferencia
consiste en que su pipa es un poco mayor que la de aquellos, y por tanto,
puede lanzar más humo. Lo mismo que ellos, tiene un reloj, pero lo guarda
en el bolsillo. A decir verdad, tiene algo que hacer más importante que
vigilar un reloj, y esto es lo que voy a explicar. Está sentado, con la pierna
derecha sobre la rodilla izquierda. Tiene el semblante grave y conserva
siempre uno por lo menos de sus ojos decididamente fijo en cierto objeto
muy interesante del centro de la llanura.
Este objeto está situado en el campanario del Ayuntamiento. Los
miembros del Consejo son todos unos hombrecillos achaparrados,
adiposos e inteligentes, con ojos gruesos como salchichas y enormes
papadas. Visten trajes mucho más largos, y las hebillas de sus zapatos son
mucho mayores que las del resto de los habitantes de Vondervotteimittiss.
Desde que resido en el pueblo han celebrado varias sesiones
extraordinarias, y han tomado estos tres importantes acuerdos:
«Es un crimen alterar el antiguo buen ritmo de las cosas.»
«No existe nada tolerable fuera de Vondervotteimittiss.»
«Juramos fidelidad a nuestros relojes y a nuestras coles.»
Sobre el salón de sesiones se encuentra el campanario, y en el
campanario o torre está, y siempre ha estado, desde tiempo inmemorial,
200
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEel orgullo y maravilla del pueblo: el gran reloj de la aldea de
Vondervotteimittiss. Y hacia este objeto están vueltos los ojos de los viejos
caballeros que se encuentran sentados en poltronas forradas de cuero.
El gran reloj tiene siete esferas, una sobre cada una de las siete caras
del campanario, de modo que se le puede observar cómodamente desde
todos los barrios. Estas esferas son enormes y blancas, y las agujas,
pesadas y negras. En la torre está empleado un hombre cuya sola misión
consiste en cuidar del mismo, pero tal función es la más perfecta de las
sinecuras, porque desde tiempos inmemoriales el reloj de
Vondervotteimittiss jamás ha necesitado de sus servicios. Hasta esos
últimos días, la simple suposición de semejante cosa era considerada
como una herejía. Desde los más antiguos tiempos que los archivos
registran, las horas habían sonado regularmente en la gran campana, y,
en realidad, lo mismo acontecía con todos los demás relojes, grandes y
pequeños, de la aldea. Nunca existió lugar comparable a éste en señalar
con tanta exactitud las horas. Cuando el voluminoso mazo juzgaba llegado
el momento de decir: «¡Las doce!» todos sus obedientes servidores abrían
simultáneamente sus gargantas y respondían como un solo eco. En
resumen, los buenos burgueses estaban encantados con su sauer-kraut,
pero orgullosos de sus relojes.
Todas las personas que disfrutan de sinecuras son objeto de mayor o
menor veneración, y como el campanero de Vondervotteimittiss poseía la
más perfecta de ellas, es el más perfectamente respetado de todos los
mortales. Es el principal dignatario de la aldea, incluso los mismos cerdos
le contemplan reverentemente.
La cola de su casaca es mucho mayor. Su pipa, las hebillas de sus
zapatos, sus ojos y su estómago son mucho mayores que los de ningún
otro viejo caballero de la aldea, y en cuanto a su papada, es no solamente
doble, sino triple.
Describo el feliz estado de Vondervotteimittiss. ¡Ay, qué lástima que
tan delicioso cuadro estuviese condenado a sufrir un día una cruel
transformación!
201
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Hace muchísimo tiempo que ha sido aceptado y comprobado por los
habitantes más sabios de la aldea un proverbio según el cual «nada bueno
puede venir de allende las colinas». Y, en realidad, hay que creer que
estas palabras contenían en sí algo profético. Faltaban cinco minutos para
el mediodía de anteayer cuando, en lo alto de la cresta de las colinas del
lado Este, surgió un objeto de extraño aspecto. Semejante acontecimiento
era propio para despertar la atención universal, y cada uno de los viejos
hombrecillos, sentados en sus poltronas tapizadas de cuero, volvió uno de
sus ojos, desorbitado por el espanto, hacia el fenómeno, continuando con
el otro fijo en el reloj del campanario.
Faltaban sólo tres minutos para el mediodía cuando se comprobó que
el singular objeto en cuestión era un pequeño jovencillo que parecía
extranjero. Descendía por la colina con una enorme rapidez, de modo que
todos pudieron verle muy pronto fácilmente. Era realmente el más
precioso hombrecillo que se había visto jamás en Vondervotteimittiss.
Tenía el rostro un tono oscuro como el rapé, larga y ganchuda la nariz,
ojos que parecían lentejas, enorme boca y magnífica hilera de dientes, que
parecía muy interesado en exhibir riéndose de oreja a oreja. Añádase a
esto patillas y bigotes, y no creo que nada más quedase por ver en su
rostro. Tenía la cabeza descubierta, y su cabellera había sido
cuidadosamente arreglada con papillotes para rizarla. Componíase su
indumentaria de una casaca ajustada y colgante, que terminaba en una
especie de cola de golondrina -por uno de cuyos bolsillos dejaba colgar
una larga punta de pañuelo blanco-, de unos calzones de casimir negros,
medias negras y unos gruesos escarpines cuyos cordones consistían en
enormes lazos de raso negro. Bajo uno de sus brazos llevaba un chapeau-
de-bras, y bajo el otro, un violín casi cinco veces mayor que él. En su
mano izquierda tenía una tabaquera de oro, de donde continuamente
cogía pulgaradas de rapé con la actitud más vanidosa del mundo,
mientras saltaba descendiendo la colina y dando toda clase de pasos
fantásticos.
¡Bondad divina! Era un gran espectáculo para los honrados burgueses
de Vondervotteimittiss.
202
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Hablando claramente, el pícaro reflejaba en su rostro, a pesar de su
sonrisa, un audaz y siniestro carácter. Mientras se dirigía
apresuradamente hacia el pueblo, el aspecto singularmente extraño de
sus escarpines bastó para despertar muchas sospechas, y más de un
burgués que le contempló aquel día hubiese dado algo por dirigir una
ojeada bajo el pañuelo de blanca batista que colgaba de modo tan
irritante del bolsillo de su casaca con cola de golondrina. Pero lo que
despertó principalmente una justa indignación fue el hecho de que aquel
miserable botarate, mientras ejecutaba tan pronto un fandango como una
pirueta, no guardase una regla en su danza y no poseyera ni la menor
noción de lo que se llama llevar el compás.
Mientras tanto, los buenos habitantes del pueblo no habían aún tenido
tiempo para abrir del todo sus ojos cuando, exactamente medio minuto
antes del mediodía, se precipitó el tunante, como os digo, en medio de
ellos, hizo aquí un chassezé allí un balanceo y después de una pirouette y
un pas-de-zephyr, se dirigió como una flecha a la torre del Ayuntamiento,
donde el campanero fumaba estupefacto con una actitud de dignidad y
temor. Pero el pillastruelo le agarró primero de la nariz, se la sacudió y tiró
de ella, le puso sobre la cabeza su gran chapeau-de-bras, hundiéndoselo
hasta la boca, y después, levantando su enorme violín, le golpeó con él
durante tanto rato y con tal violencia, que, dado que el vigilante estaba
muy gordo y el violín era amplio y hueco, se hubiese jurado que todo un
regimiento con enormes tambores redoblaba diabólicamente en la torre
del campanario de Vondervotteimittiss.
No se sabe a que desesperado acto de venganza hubiese impulsado
aquel indignante ataque a los aldeanos de no haber sido por el
importantísimo hecho de faltar medio segundo para el mediodía. Iba a
sonar la campana, y era de absoluta y suprema necesidad que todos
consultaran sus relojes. Era indudable, sin embargo, que, exactamente en
ese instante, el pillo que se había introducido en la torre quería algo que
se relacionaba con la campana, y se metía donde nadie le llamaba. Pero
como empezaba a tocar, nadie tenía tiempo de vigilar sus maniobras,
porque cada uno de los hombres del pueblo era todo oídos contando las
campanadas.
203
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-Una... -dijo el reloj .
-Una... -replicó cada uno de los viejos hombrecillos de
Vondervotteimittiss, en cada sillón tapizado de cuero.
-Una... -dijo el reloj de su mujer.
Y:
-Una... -dijeron los relojes de los niños y los relojillos dorados colgados
de las colas del gato y del cerdo.
-Dos... -continuó la pesada campana.
Y:
-¡Dos! -repitieron todos.
-¡Tres! ¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho! ¡Nueve! ¡Diez! -dijo la
campana.
-¡Tres! ¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho! ¡Nueve! ¡Diez! -
respondieron los otros.
-¡Once! -dijo la grande.
-¡Once! -aprobó toda la pequeña gente.
-¡Doce! -dijo la campana.
-¡Doce! -contestaron ellos perfectamente satisfechos y dejando caer
sus voces a compás.
-¡Han dado las doce! -dijeron todos los viejecillos, guardando de
nuevo sus relojes. Sin embargo, la gran campana no había acabado aún.
-¡Trece! -dijo.
-¡Trece!- exclamaron todos los viejecillos, palideciendo y dejando caer
las pipas de sus bocas, mientras descabalgaban sus piernas derechas de
sus rodillas izquierdas- ¡Trece!
204
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-¡Trece! ¡Trece! ¡Dios santo, son las trece!- gimotearon.
¿Describir la espantosa escena que se originó? Todo
Vondervotteimittiss estalló de repente en un lamentable tumulto.
-¿Qué le ocurrir a mi barriga? -gritaron todos los niños-. ¡Tengo
hambre desde hace una hora!
-¿Qué les pasa a mis coles? -exclamaron todas las mujeres-. ¡Deben
de estar cocidas desde hace una hora!
-¿Qué le ocurre a mi pipa? -juraron todos los viejecillos- ¡Rayos y
truenos! Debe de estar apagada desde hace una hora.
Y volvieron a cargar sus pipas con gran rabia. Se arrellanaron en sus
sillones y aspiraron el humo con tal prisa y ferocidad, que,
inmediatamente quedó el valle velado por una nube impenetrable.
Mientras tanto, las coles iban adquiriendo tonalidades purpúreas, y
parecía que el mismo viejo diablo en persona se apoderase de todo lo que
tenía forma de reloj. Los relojes tallados sobre los muebles poníanse a
bailar como si estuvieran embrujados, mientras que los que se
encontraban sobre las chimeneas apenas si podían contener su furor y se
obstinaban en un toque incesante: «¡Trece! ¡Trece! ¡Trece!»
Y el vaivén y movimiento de sus péndulos era tal, que resultaba
verdaderamente espantoso de ver. Lo peor era que los gatos y los cerdos
no podían soportar más el desarreglo de los relojillos de repetición atados
a sus colas, y ostensiblemente lo demostraban huyendo hacia la plaza,
arañándolo y revolviéndolo todo, maullando y gruñendo, produciendo un
espantoso aquelarre de maullidos y gruñidos, lanzándose a la cara de las
personas, metiéndose debajo de las faldas, produciendo la más terrible
algarabía y la más tremenda confusión que persona sensata pudiera
imaginar. En cuanto al miserable tunante instalado en la torre, hacía
evidentemente todo lo posible por lograr que la situación fuera más
aflictiva. De cuando en cuando podía vislumbrársele en medio del humo.
Continuaba siempre allí, en la torre, sentado sobre el cuerpo del
campanero, que yacía de espaldas. El infame conservaba entre sus
205
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdientes la cuerda de la campana, sacudiéndola sin parar con la cabeza, de
izquierda a derecha, produciendo tal barullo, que mis oídos se estremecen
aún ahora al recordarlo. Descansaba sobre sus rodillas el enorme violín,
que rascaba sin acorde ni compás con sus dos manos, procurando fingir
horrorosamente, ¡oh, infame payaso! , que estaba tocando la canción de
«Judy O'Flannagan and Paddy O'Rafferty».
Como las cosas habían llegado a tan lamentable estado, abandoné
con repugnancia el lugar, y ahora dirijo un llamamiento a todos los
amantes de la hora exacta y del buen sauer-kraut. Marchemos en masa
hacia el pueblo y restauremos el antiguo orden de cosas en
Vondervotteimittiss, expulsando de la torre a aquel bellaco.
NOTABILIDADES
-all people went
Upon their ten toes in wild wonderment.
Bishop Hall's Satires.
Creo ser acreedor a que se me tenga por todo un hombre célebre,
aunque no sea el autor de Junius, ni el Hombre de la Máscara de Hierro.
Me llamo, según afirman, Robert Jones, y nací no sé en qué barrio de la
ciudad de Fum-Fudge.
El primer acto de mi vida consistió en agarrarme la nariz con ambas
manos. Mi excelente madre, al verlo, auguró que sería un genio; mi padre
lloró de alegría y me premió regalándome un tratado de nasología. Fui un
sabio en esta ciencia antes de usar pantalones.
Este hecho decidió mi orientación en el camino de la ciencia; por él
comprendí que todo hombre, con tal que tenga una nariz suficientemente
206
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdesarrollada, puede, sin más que dejarse arrastrar por su propio instinto,
llegar a ser una notabilidad. No me entretuve en divagaciones teóricas,
sino que, acudiendo a la práctica, todas las mañanas de todos los días de
Dios, me tiraba dos veces de la punta de mi trompa, finalizando esta ma-
niobra, como medio indispensable para el buen resultado de mis intentos,
con media docena de copitas que a continuación me endosaba.
Un día, cuando fui mayor de edad, mi padre me invitó a seguirlo a su
gabinete, y haciéndome sentar frente a él, me preguntó:
- Hijo mío, ¿en qué te ocupas, cuál es tu porvenir, cuál tu misión?
-Padre -le respondí-, me dedico al estudio de la nasología.
-¿Y qué significa eso de nasología, Roberto?
- Señor, la ciencia que estudia las narices.
-¿Y puedes decirme, hijo, cuál es la significación de la palabra
narices?
-Padre, las narices -contesté, bajando algo la voz- las han definido de
muy diverso modo millares de sabios -y, al decir esto, saqué el reloj, miré
la hora y proseguí-: aún no es mediodía, y hasta las doce de la noche
tendremos tiempo de pasar revista de todas estas definiciones.
Esperemos, pues. La nariz, según Bartholius, es esta protuberancia, esta
giba, esta excrecencia, esta...
-Todo eso está muy bien, Robert -interrumpió mi padre-, me confieso
anonadado por lo profundo de tus conocimientos, te lo juro -dijo, cerrando
los ojos y poniéndose la mano derecha sobre el corazón-. ¡Acércate! -
añadió, tomándome del brazo-: tu educación está concluida; creo que es
ya tiempo de que hagas tu entrada en el mundo, y para caminar por él, lo
mejor que debes hacer es seguir sencillamente a tu nariz. Así, pues,
márchate, y que Dios te proteja -me gritó, acompañando sus palabras con
formidables puntapiés, que fui recibiendo hasta llegar a la puerta de la
calle.
A pesar de todo, acepté el consejo paternal, y resolví seguir a mi
nariz. Con mayor fuerza que de ordinario, me di de ella tres tirones
mayúsculos, de los cuales brotó un folleto sobre la nasología.
Todo Fum-Fudge quedó estupefacto al leer mi primera obra.
-¡Soberbio ingenio! -dijo el Quarterly.
-¡Estupenda fisiología! -dijo el Westminster.
207
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-¡Ingenioso compañero! -dijo el Foreign.
-¡Excelente escritor! -dijo el Edinbourgh.
-¡Profundo pensador! -dijo el Dublin.
-¡Ilustre hombre! -dijo Bentley.
-¡Alma divina! -dijo Fraser.
-¡Uno de los nuestros! -dijo Blackwood.
-¿Quién será? -dijo una señora literata.
-¿Qué será? -dijo una señorita literata.
No hice caso de cuanto dijeron de mí estas gacetillas y,
despreciándolas, fui derecho al estudio de un artista.
Estaba éste haciendo un retrato a la duquesa de Tal; el marqués de
Cual tenía el perrito de aguas de la duquesa; el conde de Esto-y-lo-otro ju-
gueteaba con el frasco de sales de dicha dama, y Su Alteza Real de Noli-
me-tangere se mecía en su butaca.
Me acerqué al artista y me volví la nariz hacia arriba.
-¡Oh, bellísima! -suspiró Su Excelencia.
-¡Oh, socorro! -gritó el marqués.
-¡Oh, espantosa! -murmuró el conde.
-¡Oh, abominable! -gritó Su Alteza Real.
- ¿Cuánto quiere usted? -me preguntó el artista.
-¿Por la nariz? -exclamó Su Excelencia.
- Mil libras -contesté, tomando asiento.
- ¿Mil libras? -me dijo el artista, pensativo.
-Mil libras -respondí.
- Muy buena es -me dijo con entusiasmo.
208
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
- Pues vale mil libras -repetí.
- ¿La garantiza usted? -preguntó, volviéndome la nariz hacia la luz
para examinar las medias tintas.
- La garantizo -dije, sonándola con estruendo.
-¿Es real, verdadera? -replicó palpándola con algún temor.
-¡Vamos! -dije, tomándola y retorciéndomela bruscamente.
- ¿No es copia? -volvió a preguntar, examinándomela con una lente.
- Absolutamente original -le respondí, hinchándola.
-¡Admirable! -gritó entusiasmado por la maniobra.
- Mil libras -repetí.
-¿Mil libras? -observó.
-Exactamente -dije.
- ¿Mil libras? -insistió.
- Justas y cabales -contesté.
- Las tendrá -respondió-: ¡vaya ejemplar!
Me entregó un billete de mil libras y realizó un esbozo de mi nariz.
Alquilé un piso en Jermyn-Street, y dediqué a Su Majestad la nonagésima
novena edición de mi Nasología adornada con el retrato de mi trompa. El
príncipe de Gales, ese calaverillo libertino, me invitó a comer un día.
Éramos todos personas notables y gente del mejor tono.
Allí estaba un neoplatónico que citó a Porfirio, Jamblique, Plotino,
Proclus, Hierocles, Máximo de Tur y Syrianus. Un profesor de perfectibi-
lidad humana, que citó a Turgot, Price, Priestly, Condorcet, de Staël y el
Ambitius estudiante en salud enferma.
Don Positivo Paradoja afirmó que todos los locos eran filósofos, y que
todos los filósofos eran locos.
Estaba Estético Ético: Habló de fuego, unidad y átomos, alma
bipartita y preexistente; afinidad y discordia; inteligencia primitiva y
homomeria.
209
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Teólogo Teología charló acerca de Eusebio y Arrio; sobre la
herejía y el concilio de Nicea; sobre el Puseísmo y el
Consustancialismo; sobre Homousios y Homoiosios.
El señor Guisado disertó sobre la lengua a la escarlata, las
coles en salsa veloutée, la vaca a la Sainte-Menchould, el
escabeche a la San Florentino y la jalea de naranja en mosaico.
Bibulus, o Bumper, dijo cuatro palabras sobre el Markobrunner,
el Champagne mousseux, el Chaulbertin, el Richebourg y el San
Jorge; sobre el Haut-brian, el Leonville y el Médoc, sobre el Grave,
el Sauterne, el Laffitte y el Saint-Peray, y moviendo la cabeza con
ademán despreciativo, añadió que se preciaba de saber distinguir
con los ojos cerrados el amontillado del jerez.
El señor Tintontintino de Florencia habló de Cimabue, de Arpino,
Carpaccio y Agostino, de las tinieblas de Caravaggio, de la suavidad de
Albano, del colorido de Ticiano, de las comadres de Rubens y de las pi-
cardías de Jan Steen.
El rector de la universidad de Fum-Fudge nos contó que la luna se
llamaba Bendis en Tracia, Bubastes en Egipto, Diana en Roma y
Artemisa en Grecia.
También habló un gran turco de Estambul, que creía firmemente
que los ángeles son caballos, gallos y toros; que en el séptimo cielo
existía uno que tenía setenta mil cabezas, y que la Tierra estaba
sostenida por una vaca azul celeste, con infinito número de cuernos
verdes.
Delfín Polígloto habló de lo que habían llegado a ser las ochenta y tres
tragedias de Esquilo, las cincuenta y cuatro oraciones de Isaías, los tres-
cientos noventa y un discursos de Lysias, los ciento ochenta tratados de
Teofrasto, el octavo libro de las secciones cónicas de Apollonio, los himnos
y ditirambos de Píndaro, y las cuarenta y cinco tragedias de Homero el
Joven.
Don Fernando Fitz-Tosillus Feldspar hizo una reseña del fuego central
de la Tierra y de las capas terciarias, aeriformes, fluidiformes y
solidiformes; de las esquitas y chorlos; de la mica esquita y la pudinga, el
cianito y el lipidolito; la amatista y la tremolita, el antimonio y la
calcedonia, el manganesio y otras muchas cosas más.
210
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Y, por último, me encontraba yo, que hablé de mí, de mí, y, sobre
todo, de mí; de nasología, de mi folleto y de mí. Enseñé mi nariz y hablé
de mí.
-¡Hombre venturoso! ¡Maravillosa criatura! -dijo el príncipe.
-¡Soberbio! -exclamaron a una todos los convidados, y a la mañana
siguiente, Su Excelencia la duquesa me honró con su visita. - ¿Vendrá
usted a Almack, hermosa criatura? -me dijo, haciéndome una caricia en la
barba.
-Se lo prometo, bajo palabra de honor -contesté.
-¿Con toda su nariz, por supuesto? -preguntó.
-Eso ni qué decir tiene -le respondí.
- He aquí una tarjeta de invitación, bellísimo ángel. ¿Anuncio su
visita? ¡Vendrá usted?
-Querida duquesa, con todo mi corazón.
-¿Quién le habla de su corazón? Con su nariz, con toda su nariz, ¿no
es verdad?
-Ni un adarme menos, amor mío.
Me la retorcí una o dos veces, y me dirigí hacia Almack.
Los salones estaban repletos de invitados.
-¡Ya llega! -gritó uno desde la escalera.
-¡Ya llega! -repitió otro que estaba situado un poco más arriba.
-¡Ya llega! -dijo un tercero desde más arriba aún.
-¡Llega!... -gritó la duquesa-. ¡Ya llegó nuestro ángel! Y,
estrechándome entre sus brazos, me dio tres besos en la nariz.
Inmediatamente la asamblea dio inequívocas muestras de desaprobación.
- Diavolo! -exclamó el conde Capricornutti.
-¡Dios nos asista! -dijo el señor Navajas.
- Mille tonnerres! -gritó el príncipe de Grenouille.
-¡Mil diablos! -gruñó el elector de Bluddennuff.
"Esto no puede quedar así", pensé. Monté en cólera y, encarándome
con Bluddennuff, le dije:
-Caballero, es usted un monigote.
-Caballero -replicó, después de una pausa-, ¡relámpagos y truenos!
No hubo necesidad de una palabra más; cambiamos nuestras
tarjetas, y a la mañana siguiente, en Chalk-Farm, le aplasté la nariz, y, por
lo tanto, pude presentar la mía a mis amigos.
211
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-¡Bestia! -me llamó el primero.
-¡Tonto! -el segundo.
-¡Avestruz! -el tercero.
-¡Burro! -el cuarto.
-¡Simple! -el quinto.
-¡Badulaque! -el sexto.
-¡Fuera de aquí! -me dijo el séptimo.
Eso me apesadumbró de un modo atroz, y fui a ver a mi padre.
-Padre mío -le pregunté-, ¿cuál es la misión de mi vida?
-Hijo mío -me contestó-, el estudio de la nasología; pero al desnarigar
al elector has traspasado los límites de tus designios. Tienes una nariz
hermosísima; pero Bluddennuff ya no la tiene. Te concedo que en Fum-
Fudge la magnitud de una notabilidad es proporcional a la dimensión de
su trompa; pero, por Dios, hijo, comprende que no puede existir rivalidad
posible para una notabilidad que no tenga absolutamente ninguna.
CONVERSACIÓN CON UNA MOMIA
El symposium de la noche anterior había sido un tanto excesivo para
mis nervios. Me dolía horriblemente la cabeza y me dominaba una
invencible modorra. Por ello; en vez de pasar la velada fuera de casa como
me lo había propuesto, se me ocurrió que lo más sensato era comer un
bocado e irme inmediatamente a la gama.
Hablo, claro está, de una cena liviana. Nada me guste tanto como las
tostadas con queso y cerveza. Más de una libra por vez, sin embargo, no
es muy aconsejable en ciertos casos. En cambio, no hay ninguna oposición
que hacer a dos libras. Y, para ser franco, entre dos y tres no hay más que
una unidad de diferencia. Puede ser que esa noche haya llegado a cuatro.
Mi mujer sostiene que comí cinco, aunque con seguridad confundió dos
cosas muy diferentes. Estoy dispuesto a admitir la cantidad abstracta de
212
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcincos pero, en concreto, se refiere a las botellas de cerveza que las
tostadas de queso requieren imprescindiblemente a modo de condimento.
Habiendo así dado fin a una cena frugal, me puse m gorro de dormir
con intención de no quitármelo hasta las doce del día siguiente, apoyé la
cabeza en la almohada y, ayudado por una conciencia sin reproches, me
sumí en profundo sueño.
Mas, ¿cuándo se vieron cumplidas las esperanzas humanas? Apenas
había completado mi tercer ronquido, cuando la campanilla de la puerta
se puso a sonar furiosamente, seguida de unos golpes de llamador que me
despertaron al instante. Un minuto después, mientras estaba frotándome
los ojos, entró mi mujer con una carta qué me arrojó a la cara y que
procedía de mi viejo amigo el doctor Ponnonner. Decía así:
«Deje usted cualquier cosa, querido amigo, apenas reciba esta carta.
Venga y agréguese a nuestro regocijo. Por fin, después de perseverantes
gestiones, he obtenido el consentimiento de los directores del Museo para
proceder al examen de la momia. Ya sabe a cuál me refiero. Tengo
permiso para quitarle las vendas y abrirla si así me parece. Sólo unos
pocos amigos estarán presentes... y usted, naturalmente. La momia se
halla en mi casa y empezaremos a desatarla a las once de la noche.
Su amigo, Ponnonner».
Cuando llegué a la firma, me pareció que ya estaba todo lo despierto
que puede estarlo un hombre. Salté de la cama como en éxtasis,
derribando cuanto encontraba a mi paso; me vestí con maravillosa rapidez
y corrí a todo lo que daba a casa del doctor.
Encontré allí a un grupo de personas llenas de ansiedad. Me habían
estado esperando con impaciencia. La momia hallábase instalada sobre la
mesa del comedor, y apenas hube entrado comenzó el examen.
Aquella momia era una de las dos traídas pocos años antes por el
capitán Arthur Sabretash, primo de Ponnonner, de una tumba cerca de
Eleithias, en las montañas líbicas, a considerable distancia de Tebas, sobre
el Nilo. En aquella región, aunque las grutas son menos magníficas que las
tebanas, presentan mayor interés pues proporcionan muchísimos datos
sobre la vida privada de los egipcios. La cámara de donde había sido
extraída nuestra momia era riquísima en esta clase de datos; sus paredes
aparecían íntegramente cubiertas de frescos y bajorrelieves, mientras que
213
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElas estatuas, vasos y mosaicos de finísimo diseño indicaban la fortuna del
difunto.
El tesoro había sido depositado en el museo en la misma condición en
que lo encontrara el capitán Sabretash, vale decir que nadie había tocado
el ataúd. Durante ocho años había quedado allí sometido tan sólo a las
miradas exteriores del público. Teníamos ahora, pues, la momia intacta a
nuestra disposición; y aquellos que saben cuán raramente llegan a
nuestras playas antigüedades no robadas, comprenderán que no nos
faltaban razones para congratularnos de nuestra buena fortuna.
Acercándome a la mesa, vi una gran caja de casi siete pies de largo,
unos tres de ancho y dos y medio de profundidad. Era oblonga, pero no en
forma de ataúd. Supusimos al comienzo -que había sido construída con
madera (platanus), pero al cortar un trozo vimos que se trataba de cartón
o, mejor dicho, de papier maché compuesto de papiro. Aparecía
densamente ornada de pinturas que representaban escenas funerarias y
otros temas de duelo; entre ellos, y ocupando todas las posiciones,
veíanse grupos de caracteres jeroglíficos que sin duda contenían el
nombre del difunto. Por fortuna, Mr. Gliddon era de la partida, y no tuvo
dificultad en traducir los signos -simplemente fonéticos- y decirnos que
componían la palabra Allamislakeo1.
1 All a mistake, un puro engaño. (N. de T.)
Nos costó algún trabajo abrir la caja sin estropearla, pero luego de
hacerlo dimos con una segunda, en forma de ataúd, mucho menor que la
primera, aunque en todo sentido parecida. El hueco entre las dos había
sido rellenado con resina, por lo cual los colores de la caja interna estaban
algo borrados.
Al abrirla --cosa que no nos dio ningún trabajo-- llegamos a una tercera
caja, también en forma de ataúd, idéntica a la segunda, salvo que era de
cedro y emitía aún el peculiar aroma de esa madera. No había intervalo
entre la segunda y la tercera caja, que estaban sumamente ajustadas.
Abierta esta última, hallamos y extrajimos el cuerpo. Habíamos
supuesto que, como de costumbre, estaría envuelto en vendas o fajas de
lino; pero, en su lugar, hallamos una especie de estuche de papiro
214
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcubierto de una capa de yeso toscamente dorada y pintada. Las pinturas
representaban temas correspondientes a los varios deberes del alma y su
presentación ante diferentes deidades, todo ello acompañado de
numerosas figuras humanas idénticas, que probablemente pretendían ser
retratos de la persona difunta. Extendida de la cabeza a los pies aparecía
una inscripción en forma de columna, trazada en jeroglíficos fonéticos, la
cual repetía el nombre y títulos del muerto, y los nombres y títulos de sus
parientes.
En el cuello de la momia, que emergía de aquel estuche, había un collar
de cuentas cilíndricas de vidrio y de diversos colores, dispuestas de modo
que formaban imágenes de dioses, el escarabajo sagrado y el globo alado.
La cintura estaba ceñida por un cinturón o collar parecido.
Arrancando el papiro, descubrimos que la carne se hallaba
perfectamente conservada y que no despedía el menor olor. Era de
coloración rojiza. La piel aparecía muy seca, lisa y brillante. Dientes y
cabello se hallaban en buen estado. Los ojos (según nos pareció) habían
sido extraídos y reemplazados por otros de vidrio, muy hermosos y de
extraordinario parecido a los naturales, salvo que miraban de una manera
demasiado fija. Los dedos y las uñas habían sido brillantemente dorados.
Mr. Gliddon era de opinión que, dada la rojez de la epidermis, el
embalsamamiento debía haberse efectuado con betún; pero, al raspar la
superficie con un instrumento de acero y arrojar al fuego el polvo así
obtenido, percibimos el perfume del alcanfor y de otras gomas aromáticas.
Revisamos cuidadosamente el cadáver, buscando las habituales
aberturas por las cuales se extraían las entrañas, pero, con gran sorpresa,
no las descubrimos. Ninguno de nosotros sabía en aquel momento que con
frecuencia suelen encontrarse momias que no han sido vaciadas. Por lo
regular se acostumbraba extraer el cerebro por las fosas nasales y los
intestinos por una incisión del costado; el cuerpo era luego afeitado, la-
vado y puesto en salmuera, donde permanecía varias semanas, hasta el
momento del embalsamamiento propiamente dicho.
Como no encontrábamos la menor señal de una abertura, el doctor
Ponnonner preparaba ya sus instrumentos de disección, cuando hice notar
que eran más de las dos de la mañana. Se decidió entonces postergar el
examen interno hasta la noche siguiente, y estábamos a punto de
215
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsepararnos, cuando alguien sugirió hacer una o dos experiencias con la
pila voltaica.
Si la aplicación de electricidad a una momia cuya antigüedad se
remontaba por lo menos a tres o cuatro mil años no era demasiado
sensata, resultaba en cambio lo bastante original como para que todos
aprobáramos la idea. Un décimo en serio y nueve décimos en broma,
preparamos una batería en el consultorio del doctor y trasladamos
allí a nuestro egipcio.
Nos costó muchísimo trabajo poner en descubierto una porción del
músculo temporal, que parecía menos rígidamente pétrea que otras
partes del cuerpo; pero, tal como habíamos anticipado, el músculo no dio
la menor muestra de sensibilidad galvánica cuando establecimos el
contacto. Esta primera prueba nos pareció decisiva y, riéndonos de
nuestra insensatez nos despedíamos hasta la siguiente sesión, cuando mis
ojos cayeron casualmente sobre los de la momia y quedaron clavados por
la estupefacción. Me había bastado una mirada para darme cuenta de
que aquellos ojos, que suponíamos de vidrio y que nos habían llamado la
atención por cierta extraña fijeza, se hallaban ahora tan cubiertos por los
párpados que sólo una pequeña porción de la tunica albuginea era visible.
Lanzando un grito, llamé la atención de todos sobre el fenómeno, que
no podía ser puesto en discusión.
No diré que me sentí alarmado, pues en mi caso la palabra no
resultaría exacta. Es probable sin embargo que, de no mediar la cerveza,
me hubiera sentido algo nervioso. En cuanto al resto de los asistentes, no
trataron de disimular el espanto que .se apoderó de ellos. Daba lástima
contemplar al doctor Ponnonner. Mr. Gliddon, gracias a un procedimiento
inexplicable, había conseguido hacerse invisible. En, cuanto a Mr. Silk
Buckingham, no creo que tendrá la audacia de negar que se había metido
a gatas debajo de la mesa.
Pasado el primer momento de estupefacción, resolvimos de común
acuerdo proseguir la experiencia. Dirigimos nuestros esfuerzos hacia el
dedo gordo del pie derecho. Practicamos una incisión en la zona exterior
del os sesamoideum pollicis pedís, llegando hasta la raíz del músculo
abductor. Luego de reajustar la batería, aplicamos la corriente a los
nervios al descubierto. Entonces, con un movimiento extraordinariamente
216
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElleno de vida, la momia levantó la rodilla derecha hasta ponerla casi en
contacto con él abdomen y, estirando la pierna con inconcebible fuerza,
descargó contra el doctor Ponnonner un golpe que tuvo por efecto hacer
salir a dicho caballero como una flecha disparada por una catapulta,
proyectándolo por una ventana a la calle.
Corrimos en masa a recoger los destrozados restos de la víctima, pero
tuvimos la alegría de encontrarla en la escalera, subiendo a toda
velocidad, abrasado de fervor científico, y más que nunca convencido de
que debíamos proseguir el experimento sin desfallecer.
Siguiendo su consejo, decidimos practicar una profunda incisión en la
punta de la nariz, que el doctor sujetó en persona con gran vigor,
estableciendo un fortísimo contacto con los alambres de la pila.
Moral y físicamente, figurativa y literalmente, el efecto producido fue
eléctrico. En primer lugar, el cadáver abrió los ojos y los guiñó
repetidamente largo rato, como hace Mr. Barnes en su pantomima; en
segundo, estornudó; en tercero, se sentó; en cuarto, agitó violentamente
el puño en la cara del doctor Ponnonner; en quinto, volviéndose a los
señores Gliddon y Buckingham, les dirigió en perfecto egipcio el siguiente
discurso:
-Debo decir, caballeros, que estoy tan sorprendido como
mortificado por la conducta de ustedes. Nada mejor podía esperarse del
doctor Ponnonner. Es un pobre estúpido que no sabe nada de nada. Lo
compadezco y lo perdono. Pero usted, Mr. Gliddon... y usted, Silk... que
han viajado y trabajado en Egipto, al punto que podría decirse que ambos
han nacido en nuestra madre tierra... Ustedes, que han residido entre
nosotros hasta hablar el egipcio con la misma perfección que su lengua
propia... Ustedes, a quienes había considerado siempre como los leales
amigos de las momias... ¡ah, en verdad esperaba una conducta más
caballeresca de parte de los dos! ¿Qué debo pensar al verlos contemplar
impasibles la forma en que se me trata? ¿Qué debo pensar al descubrir
que permiten que tres o cuatro fulanos me arranquen de mi ataúd y me
desnuden en este maldito clima helado? ¿Y cómo debo interpretar, para
decirlo de una vez, que hayan permitido y ayudado a ese miserable
canalla, el doctor Ponnonner, a que me tirara de la nariz?
217
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Nadie dudará, presumo, de que, dadas las circunstancias y el antedicho
discurso, corrimos todos hacia la puerta, nos pusimos histéricos, o nos
desmayamos cuan largos éramos. Cabía esperar una de las tres cosas.
Cada una de esas líneas de conducta hubiera podido ser muy
plausiblemente adoptada. Y doy mi palabra de que no alcanzo a
explicarme cómo y por qué no seguimos ninguna de ellas. Quizá haya que
buscar la verdadera razón en el espíritu de nuestro tiempo, que se guía
por la ley de los contrarios y la acepta habitualmente como solución de
cualquier cosa por vía de paradoja e imposibilidad. Puede ser, asimismo,
que el aire tan natural y corriente de la momia privara a sus palabras de
todo efecto aterrador. De todos modos, los hechos son como los he
contado, y ninguno de nosotros demostró espanto especial, ni pareció
considerar que lo que sucedía fuese algo fuera de lo normal.
Por mí parte me sentía convencido de que todo estaba en orden, y me
limité a correrme a un costado, lejos del alcance de los puños del egipcio.
El doctor Ponnonner se metió las manos en los bolsillos del pantalón, miró
con fijeza a la momia y se puso extraordinariamente rojo. Mr. Gliddon se
acarició las patillas y se ajustó el cuello,. Mr. Buckingham bajó la cabeza y
se metió el dedo pulgar derecho en el ángulo izquierdo de la boca.
El egipcio lo miró severamente durante largo rato, tras lo cual hizo un
gesto despectivo y le dijo:
-¿Por qué no me contesta, Mr. Buckingham? ¿Ha oído o no lo que acabo
de preguntarle? ¡Sáquese ese dedo dé la boca!
Mr. Buckingham se sobresaltó ligeramente, quitóse el pulgar derecho
del lado izquierdo de la boca y, por vía de compensación, insertó el pulgar
izquierdo en el ángulo derecho de la abertura antes mencionada.
A1 no recibir respuesta de Mr. Buckingham, la momia se volvió
malhumorada a Mr. Gliddon y, con tono perentorio, le preguntó qué
diablos pretendíamos todos.
Mr. Gliddon le contestó detalladamente en idioma fonético; y sí no
fuera por la carencia de caracteres jeroglíficos en las imprentas
norteamericanas, me hubiese encantado reproducir aquí su excelentísimo
discurso en la forma original.
Aprovecharé la ocasión para hacer notar que la conversación con la
momia se desarrolló en egipcio antiguo; tanto yo como los otros miembros
218
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEno eruditos del grupo contamos con los señores Gliddon y Buckingham
como intérpretes. Estos caballeros hablaban la lengua materna de la
momia con inimitable fluidez y gracia; - pero no pude dejar de observar
que (a causa, sin duda, de la introducción de imágenes modernas, vale
decir absolutamente novedosas para el egipcio) ambos eruditos se veían
obligados en ocasiones a emplear formas concretas para explicar
determinadas cosas. Mr. Gliddon, por ejemplo, no pudo hacer comprender
en cierto momento al egipcio la palabra «política» hasta que no hubo
dibujado en la pared, con un carbón, un diminuto caballero de nariz llena
de verrugas, con los codos rotos, subido a una tribuna, la pierna izquierda
echada hacia atrás, el brazo derecho tendido hacia adelante, cerrado el
puño y los ojos vueltos hacia el cielo, mientras la boca se abría en un
ángulo de noventa grados. Del mismo modo, Mr. Buckingham no consiguió
hacerle entender la noción absolutamente moderna de whig hasta que el
doctor Ponnonner le sugirió el medio adecuado; nuestro amigo se puso
sumamente pálido, pero consintió en quitarse la peluca2.
2 Poe hace un juego de palabras con wig, peluca, y whig, partido
político norteamericano formado hacia 1834. (N. del T.)
Se comprenderá fácilmente que el discurso de Mr. Gliddon versó
principalmente sobre los grandes beneficios que el desempaquetamiento
y destripamiento de las momias había proporcionado a la ciencia,
aprovechando esto para excusarnos de todos los inconvenientes que
pudiéramos haber causado en especial a la momia llamada Allamistakeo;
concluyó sugiriendo finamente (pues apenas era una insinuación) que, una
vez explicadas estas cosas, muy bien podíamos continuar con el examen
proyectado.
Al oír esto, el doctor Ponnonner se puso a preparar sus instrumentos.
Pero parece ser que Allamistakeo tenía ciertos escrúpulos de
conciencia -cuya naturaleza no pude llegar a comprender- con respecto a
la sugestión del orador. Mostróse, sin embargo, satisfecho de las excusas
ofrecidas y, bajándose de la mesa, estrechó las manos de todos los
presentes.
219
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Terminada esta ceremonia, nos ocupamos inmediatamente de reparar
los daños que el bisturí había ocasionado en nuestro sujeto. Le cosimos la
herida de la frente, le vendamos el pie y le aplicamos una pulgada
cuadrada de esparadrapo negro en la punta de la nariz.
Notóse entonces que el conde (tal parecía ser el título de Allamistakeo)
temblaba ligeramente, sin duda a causa del frío. El doctor se trasladó al
punto a su guardarropa, volviendo con una magnífica chaqueta negra,
admirablemente cortada por Jennings; un par de pantalones de tartán
celeste con trabillas, una camisa de guinga color rosa, un chaleco de
brocado, un abrigo corto blanco, un bastón con puño, un sombrero sin
alas, botas de charol, guantes de cabritilla de color paja, un monóculo, un
par de patillas y una corbata del modelo en cascada. Dada la disparidad
de tamaño entre el conde y el doctor (que sé hallaban en proporción de
dos a uno), tuvimos alguna dificultad para disponer aquellas prendas en la
persona del egipcio; pero, una vez vestido, hubiera podido decirse que lo
estaba de verdad. Mr. Gliddon le dio entonces el brazo y lo llevó hasta un
confortable sillón junto al fuego, mientras el doctor llamaba y pedía
cigarros y vino.
La conversación no tardó en animarse. Como es natural, nos sentíamos
muy curiosos ante el hecho bastante notable de que Allamistakeo siguiera
todavía vivo.
-Hubiera pensado --expresó Mr. Buckingham- que estaba usted muerto
desde hacía mucho.
-¡Cómo! -replicó el conde, profundamente sorprendido-. ¡Si apenas he
pasado los setecientos años! Mi padre vivió mil y no estaba en absoluto
chocho cuando murió.
Siguieron a esto una serie de preguntas y cálculos, tras de los cuales
fue evidente que la antigüedad de la momia había sido muy groseramente
estimada. Hacía cinco mil cincuenta años, con algunos meses, que le
habían depositado en las catacumbas de Eleithias.
-Mi observación, empero -continuó Mr. Buckingham-, no se refería a la
edad de usted en el momento de su entierro (ya que no tengo
inconveniente en reconocer que es usted un hombre joven), sino a la
inmensidad de tiempo que llevaba, según su propio testimonio, envuelto
en betún.
220
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-¿En qué? -dijo el conde.
-En betún -persistió Mr. Buckingham.
- ¡Ah, sí, creo entender! El betún podía servir, en efecto; pero en mi
tiempo se empleaba casi exclusivamente el bicloruro de mercurio.
-Lo que nos resulta particularmente difícil de comprender -dijo el doctor
Ponnonner- es cómo, después de morir y ser enterrado en Egipto hace
cinco mil años, se encuentra usted hoy lleno de vida y con aire tan sa
ludable.
-Si hubiese estado muerto, como dice usted -replicó el conde-, lo más
probable es que continuara están dolo; pero veo que se hallan ustedes en
la infancia del galvanismo y no son capaces de llevar a cabo la que en
nuestros antiguos tiempos era práctica corriente. Por mí parte, caí
en estado de catalepsia y mis mejores amigos consideraron qué estaba
muerta o que debía estarlo; me embalsamaran, pues, inmediatamente,
pero... supongo que están ustedes al tanto del principio fundamental del
embalsamamiento.
- ¡De ninguna manera!
-¡Ah, ya veo! ¡Triste ignorancia, en verdad! Pues bien, no entraré en
detalles, pero deba decir que en Egipto el embalsamamiento propiamente
dicho consistía en la suspensión indefinida de todas las funciones animales
sometidas al proceso. Empleo el término « animal» en su sentido más
amplio, incluyendo no sólo el ser físico, sino el moral y el vital. Repito que
el principio básico consistía entre nosotros en suspender y mantener
latentes todas las funciones animales sometidas al proceso de
embalsamamiento. O sea, que, en resumen, cualquiera fuese la condición
en que se encontraba el sujeto en el momento de ser embalsamado, así
continuaba por siempre. Pues bien, como afortunadamente soy de la
sangre del Escarabajo, fui embalsamado vivo, tal como me ven ustedes
ahora.
-¡La sangre del Escarabajo! -exclamó el doctor Ponnonner.
-Sí. El Escarabajo era el emblema, las «armas» de una distinguidísima
familia patricia muy poco numerosa. Ser «de la sangre del Escarabajo»
significa sencillamente pertenecer a dicha, familia cuyo emblema era el
Escarabajo. Hablo figurativamente.
-Pero, ¿qué tiene eso que ver con que esté usted vivo?
221
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-Pues bien, la costumbre general en Egipto consiste en extraer el
cerebro y las entrañas del cadáver antes de embalsamarlo; tan sólo la
raza de los Escarabajos se eximía de esa práctica. De no haber sido yo un
Escarabajo, me hubiera quedado sin cerebro y sin entrañas; y no resulta
cómodo vivir sin ellos.
-Ya veo -dijo Mr. Buckingham-, y presumo que todas las momias que
nos han llegado enteras son de la raza del Escarabajo.
-Sin la menor duda.
-Yo había pensado -dijo tímidamente Mr. Gliddon- que el Escarabajo era
uno de los dioses egipcios.
-¿Uno de los qué egipcios? -gritó la momia, poniéndose de pie.
-Uno de los dioses -repitió el erudito.
-Mr. Gliddon, estoy estupefacto al oírle hablar de esa manera -dijo el
conde, volviendo a sentarse-. Ninguna nación de este mundo ha
reconocido nunca más de un dios. El Escarabajo, el Ibis, etc., eran para
nosotros los símbolos (como seres semejantes lo fueron para otros), los
intermediarios a través de los cuales adorábamos a un Creador demasiado
augusto para dirigirnos a él directamente.
Hubo una pausa. La conversación fue reanudada por el doctor
Ponnonner.
-A juzgar por lo que nos ha explicado usted -dijo-, no sería improbable
que en las catacumbas próximas al Nilo haya otras momias de la raza de
los Escarabajos e igualmente vivas.
-Sin la menor duda -replicó el conde-. Todos los Escarabajos
embalsamados vivos por accidente siguen estando vivos. Incluso algunos
de aquéllos, embalsamados expresamente, pueden haber sido olvidados
por sus ejecutores testamentarios y, sin duda, continúan en sus tumbas.
-¿Sería usted tan amable de explicarnos -pregunté- qué entiende por
embalsamar «expresamente»?
-Con mucho gusto -repuso la momia, luego de mirarme atentamente a
través del monóculo, pues era la primera vez que me atrevía a hacerle
una pregunta directa.
-Con mucho gusto -repitió-. La duración usual de la vida humana en mi
tiempo era de unos ochocientos años. Pocos hombres morían, a menos de
sobrevenirles algún accidente extraordinario, antes de los seiscientos;
222
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpero la cifra anterior era considerada como el término natural. Luego de
descubierta el principio del embalsamamiento, tal como lo he explicado
antes, nuestros filósofos pensaron que sería posible satisfacer una muy
laudable curiosidad, y a la vez contribuir grandemente a los intereses de
la ciencia, si ese término natural era vivido en varias etapas. En el caso de
la historia, sobre todo, la experiencia había demostrado que algo así
resultaba indispensable. Un historiador, por ejemplo, llegado a la edad de
quinientos años, escribía un libro con muchísimo celo, y luego se hacía
embalsamar cuidadosamente, dejando instrucciones a sus albaceas pro
tempore, para que lo resucitaran transcurrido un cierto período -digamos
quinientos o seiscientos años-. A1 reanudar su vida, el sabio descubría
invariablemente que su gran obra se había convertido en una especie de
libreta de notas reunidas al azar, algo así como una palestra literaria de
todas las conjeturas antagónicas, los enigmas y las pendencias personales
de un ejército de exasperados comentadores. Aquellas conjeturas, etc.,
que recibían el nombre de notas o enmiendas, habían tapado, deformado
y agobiado de tal manera el texto, que el autor se veía precisado a
encender una linterna para buscar su propio libro. Una vez descubierto, no
compensaba nunca el trabajo de haberlo buscado. Luego de escribirlo
íntegramente de nuevo, el historiador consideraba su deber ponerse a
corregir de inmediato, con su conocimiento y experiencias personales, las
tradiciones corrientes sobre la época en que había vivido anteriormente. Y
así, ese proceso de nueva redacción y de rectificación personal, cumplido
de tiempo en tiempo por diversos sabios, impedía que nuestra historia se
convirtiera en una pura fábula.
-Perdóneme usted -dijo en este punto el doctor Ponnonner, apoyando
suavemente la mano sobre el brazo del egipcio-. Perdóneme usted, señor,
pero... ¿puedo interrumpirlo un instante?
-Ciertamente, señor -replicó el conde.
-Tan sólo una pregunta -continuó el doctor-. Mencionó usted las
correcciones personales del historiador a las tradiciones referentes a su
propio tiempo. Dígame usted: ¿qué proporción de dichas tradiciones eran
verdaderas?
-Pues bien, señor mío, los historiadores descubrían que las tales
tradiciones se encontraban absolutamente a la par de las historias mismas
223
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEantes de ser reescritas; vale decir que en ellas no había jamás, y bajo
ninguna circunstancia, la menor palabra que no fuera total y radicalmente
falsa.
-De todas maneras -insistió el doctor-, puesto que sabemos que han
pasado por lo menos cinco mil años desde su entierro, doy por descontado
que las historias de aquel período, si no las tradiciones, eran
suficientemente explícitas sobre el tema de mayor interés universal, o sea
la Creación, que, como bien sabe usted, se produjo hace tan sólo diez
siglos.
-¡Caballero! -exclamó el conde Allamistakeo.
El doctor repitió sus palabras, pero sólo logró que el egipcio las
comprendiera después de muchas explicaciones adicionales. Entonces, no
sin vacilar, dijo este último:
-Confieso que las ideas que acaba de sugerirme me resultan
completamente nuevas. En mis tiempos jamás supe que alguien abrigara
la singular fantasía de que el universo (o este mundo, si lo prefiere hubiera
tenido jamás un principio. Sólo recuerdo que una vez -una vez tan sólo-
escuché de un hombre de grandes conocimientos cierta remota
insinuación acerca del origen de la raza humana, y esa misma persona
empleó la palabra Adán (o sea tierra roja) que acaba de emplear usted.
Pero él lo hizo en un sentido muy amplio, refiriéndose a la generación
espontánea de cinco vastas hordas humanas salidas del limo (como nacen
miles de otros organismos inferiores ), y que surgieron simultáneamente
en cinco partes distintas y casi iguales del globo.
Al oír esto nos miramos, encogiéndonos de hombros, y uno o dos se
llevaron un dedo a la sien con aire significativo. Entonces- Mr. Silk
Buckingham, luego de echar una ojeada al occipucio y a la coronilla de
Allamistakeo, habló como sigue:
-La larga duración de la vida en sus tiempos, así como la costumbre
ocasional de pasarla en distintas etapas, según nos ha explicado usted,
debe haber contribuido profundamente al desarrollo y a la acumulación
general del saber. Presumo, pues, ,que la marcada inferioridad de los
egipcios antiguos en materias científicas, si se los compara con los
modernos, y más especialmente con los yanquis, nace dé la mayor dureza
del cráneo egipcio.
224
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
-Debo confesar nuevamente -repuso el conde con mucha gentileza que
me cuesta un tanto comprenderle. ¿A qué materias científicas se refiere,
por favor?
Uniendo nuestras voces, le dimos entonces toda clase de detalles sobre
las teorías frenológicas y las maravillas del magnetismo animal.
Luego de escucharnos hasta el fin, el conde se puso a narrarnos
algunas anécdotas que demostraron claramente cómo los prototipos de
Gall y de Spurzheim habían florecido en Egipto en tiempos tan remotos
como para que su recuerdo se hubiese perdido; así como que -los
procedimientos de Mesmer eran despreciables triquiñuelas comparados
con los verdaderos milagros de los sabios de Tebas, capaces de crear
piojos y muchos otros seres similares.
Pregunté al conde si su pueblo sabía calcular los eclipses. Sonrió un
tanto desdeñosamente y me contestó que sí.
Esto me desconcertó algo, pero seguí haciéndole preguntas sobre sus
conocimientos astronómicos hasta que uno de los presentes, que hasta
entonces no había abierto la boca, me susurró al oído que para esa clase
de informaciones haría mejor en consultar a Ptolomeo (sin explicarme
quién era), así como a un tal Plutarco, en su De facie lunae.
Interrogué entonces a la momia acerca de espejos ustorios y lentes, y
de manera general sobre la fabricación del vidrio; pero, apenas había
formulado mis preguntas, cuando el contertulio silencioso me apretó
suavemente el codo, pidiéndome en nombre de Dios que echara un
vistazo a Diodoro de Sicilia. En cuanto al conde, se limitó a preguntarme, a
modo de respuesta, si los modernos poseíamos microscopios que nos
permitieran tallar camafeos en el estilo de los egipcios.
Mientras pensaba cómo responder a esta pregunta, el pequeño doctor
Ponnonner se puso en descubierto de la manera más extraordinaria.
- ¡Vaya usted a ver nuestra arquitectura! -exclamó, con enorme
indignación por parte de los dos egiptólogos, quienes lo pellizcaban
fuertemente sin conseguir que se callara.
-¡Vaya a ver la fuente del Bowling Green, de Nueva York! -gritaba
entusiasmado-. ¡O, si le resulta demasiado difícil de contemplar, eche una
ojeada al Capitolio de Washington!
225
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Y nuestro excelente y diminuto médico siguió detallando
minuciosamente las proporciones del edificio del Capitolio. Explicó que tan
sólo el pórtico se hallaba adornado con no menos de veinticuatro
columnas, las cuales tenían cinco pies de diámetro y estaban situadas a
diez pies una de otra.
El conde dijo que lamentaba no recordar en ese momento las
dimensiones exactas de cualquiera de los principales edificios de la ciudad
de Aznac, cuyos cimientos habían sido puestos en la noche de los tiempos,
pero cuyas ruinas seguían aún en pie en -la época de su entierro, en un
desierto al oeste de Tebas. Recordaba empero (ya que de pórtico se
trataba) que uno de ellos, perteneciente a un palacio secundario en un
suburbio llamado Karnak, tenía ciento cuarenta y cuatro columnas de
treinta y siete pies de circunferencia, colocadas a veinticinco pies una de
otra. A este pórtico se llegaba desde el Nilo por una avenida de dos millas
de largo, compuesta por esfinges, estatuas y obeliscos, de veinte, sesenta
y cien pies de altura. El palacio, hasta donde alcanzaba a recordar, tenía
dos millas de largo, y su circuito total debía alcanzar las siete millas. Las
paredes estaban ricamente pintadas con jeroglíficos en el interior y
exterior: El conde no pretendía afirmar que dentro del área del palacio
hubieran podido construirse unos cincuenta o sesenta Capitolios como el
del doctor, pero, aun sin estar completamente seguro, pensaba que, con
algún esfuerzo, se hubieran podido meter doscientos o trescientos. Claro
que, después de todo, el palacio de Karnak era bastante insignificante. De
todas maneras el conde no podía negarse conscientemente a admitir el
ingenio, la magnificencia y la superioridad de la fuente del Bowling Green,
tal como la había descrito el doctor. Se veía forzado a reconocer que en
Egipto jamás se había visto una cosa semejante.
Pregunté entonces al conde qué opinaba de nuestros ferrocarriles.
Contestó que no opinaba nada en especial. Los ferrocarriles eran un
tanto débiles, mal concebidos y torpemente realizados. Por supuesto que
no se los podía comparar con las enormes calzadas, perfectamente lisas,
directas y con vías de hierro, sobre las cuales los egipcios transportaban
templos enteros y sólidos obeliscos de ciento cincuenta pies de altura.
Aludía nuestras gigantescas fuerzas mecánicas.
226
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Convino en que algo sabíamos de esas cosas, pero me preguntó cómo
me las habría arreglado para colocar las impostas de los dinteles, aun en
un templo tan pequeño como el de Karnak.
Decidí no escuchar esta pregunta, y quise saber si tenía alguna idea
sobre los pozos artesianos. El conde se limitó a levantar las cejas,
mientras Mr. Gliddon me guiñaba con violencia el ojo y me decía en voz
baja que los ingenieros encargados de las perforaciones en el Gran Oasis
acababan de descubrir uno hacía muy poco.
Mencioné entonces nuestro acero, pero el egipcio levantó
desdeñosamente la nariz y me preguntó si nuestro acero habría podido
ejecutar los profundos relieves que se ven en los obeliscos y que se
ejecutaban con la sola ayuda de instrumentos de cobre.
Esto nos desconcertó tanto que juzgamos prudente trasladar la
ofensiva al campo metafísico. Mandamos buscar un ejemplar de un libro
llamado The Dial, y le leímos en alta voz uno o dos capítulos acerca de
algo no muy claro, pero que los bostonianos denominaban el Gran
Movimiento del Progreso.
El conde se limitó a decir que los Grandes Movimientos eran cosas
tristemente vulgares en sus días; en cuanto al Progreso, en cierta época
había sido una verdadera calamidad, pero nunca llegó a progresar.
Hablaos entonces de la belleza e importancia de la democracia, y
tuvimos gran trabajo para hacer entender debidamente al conde las
ventajas de que gozábamos viviendo allí donde existía el sufragio ad
libitum, y no había ningún rey.
Nos escuchó muy interesado y, en realidad, me dio la impresión de que
se divertía muchísimo. Cuando hubimos terminado, nos hizo saber que,
mucho tiempo atrás, había ocurrido entre ellos algo parecido. Trece
provincias egipcias decidieron ser libres y dar un magnífico ejemplo al
resto de la humanidad. Sus sabios se reunieron y confeccionaron la más
ingeniosa constitución que pueda concebirse. Durante un tiempo se las
arreglaron notablemente bien, sólo que su tendencia a la fanfarronería era
prodigiosa. La cosa terminó, empero, el día en que los quince Estados, a
quienes se agregaron otros quince o veinte, se consolidaron creando el
más odioso e insoportable despotismo que jamás se haya visto en la
superficie de la tierra.
227
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Pregunté el nombre del tirano usurpador.
El conde creía recordar que se llamaba Populacho.
No sabiendo qué decir a esto, alcé mi voz para deplorar la ignorancia
de los egipcios sobre el vapor.
El conde me miró lleno de asombro, pero no dijo nada. En cambio el
contertulio silencioso me dio fuertemente en las costillas ron el codo,
diciéndome que bastante había hecho ya el ridículo, y preguntándome si
realmente era tan tonto como para no saber que la moderna máquina de
vapor deriva de la invención de Hero, pasando por Salomón de Caus.
Nos hallábamos en grave peligro de ser derrotados. Pero, entonces,
para nuestra buena suerte, el doctor Ponnonner acudió a socorrernos e
inquirió si el pueblo egipcio pretendía rivalizar seriamente con los
modernos en la importantísima cuestión del vestido.
El conde, al oír esto, miró las trabillas de sus pantalones y, tomando
luego uno de los. faldones de su chaqueta, se lo acercó a los ojos durante
largo rato. Por fin lo dejó caer, mientras su boca se iba extendiendo
gradualmente dé oreja a oreja; pero no recuerdo que dijese nada a
manera de contestación.
Recobramos así nuestro ánimo, y el doctor, acercándose con gran
dignidad a la momia, le pidió que declarara francamente, por su honor de
caballero, si alguna vez los egipcios habían sido capaces de comprender la
fabricación de las pastillas de Ponnonner o de las píldoras de Brandeth.
Esperamos ansiosamente una respuesta, pero en vano. La respuesta no
llegaba. El egipcio se sonrojó y bajó la cabeza. Jamás se vio triunfo más
completo; jamás una derrota fue sobrellevada con tan poca gracia.
Realmente me resultaba insoportable el espectáculo de la mortificación de
la pobre momia. Busqué mi sombrero, me incliné secamente y salí.
Al llegar a casa vi que eran las cuatro pasadas, y me metí
inmediatamente en cama. Son ahora las diez de la mañana. Desde las
siete estoy levantado, redactando esta crónica para beneficio de mi
familia y de la humanidad. A la primera no volveré a verla. Mi mujer es
una arpía.
Diré la verdad: estoy amargamente cansado de esta vida y del siglo XIX
en general. Me siento convencido de que todo va mal. Además tengo gran
ansiedad por saber quién será Presidente en 2045. Por eso, tan pronto me
228
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhaya afeitado y bebido una taza de café, volveré a casa de Ponnonner y
me haré embalsamar por un par de siglos.
LOS ANTEOJOS
Hace años, estaba de moda ridiculizar la idea de "amor a primera
vista"; pero aquellos que piensan, así como aquellos que sienten
profundamente, siempre han defendido su existencia. De hecho, los
descubrimientos modernos en el campo de lo que podría llamarse
magnetismo ético o estética magnética parecen probar que los afectos
humanos más naturales, y en consecuencia más auténticos e intensos,
son los que surgen en el corazón como por simpatía eléctrica; en una
palabra, que los grilletes psíquicos más radiantes y duraderos son los
impuestos por una mirada. La confesión que voy a hacer agregará uno
más a los ya casi incontables ejemplos que prueban la verdad de esa idea.
El relato me obliga a dar algunos detalles. Todavía soy un hombre jo-
ven; no he cumplido aún los veintidós años de edad. Mi nombre actual es
muy común y bastante plebeyo: Simpson. Digo "actual" porque no hace
mucho que me llamo así; he adoptado legalmente este nombre el año pa-
sado para poder recibir una importante herencia que me dejó un pariente
lejano, Adolphus Simpson, Esq.72 El legado me imponía como condición
adoptar el nombre del testador; su apellido, no el nombre de pila. Mi
nombre de pila, o más exactamente mi nombre de pila completo, es Na-
poleón Bonaparte.
Adopté el apellido Simpson con cierta renuencia, pues siento un or-
gullo muy perdonable por mi verdadero patronímico, Froissart, y creo que
podría demostrar mi descendencia del inmortal autor de las Crónicas. Y ya
que estamos en el tema de los nombres, de paso, quisiera mencionar una
singular coincidencia de sonidos entre los nombres de algunos de mis pre-
decesores inmediatos. Mi padre era Monsieur Froissart, de París. Su
72 Abreviatura de Esquire, literalmente "escudero", título honorífico sin un significado preciso, aplicado en Inglaterra a los comunes asimilados al rango social de caballeros; en los Estados Unidos solía aplicarse a los abogados.
229
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEesposa -mi madre, que se casó con él a los quince años- era Mademoiselle
Croissart, la hija mayor del banquero Croissart, cuya esposa, a su vez, de
sólo dieciséis años al casarse con él, era la hija mayor de Victor Voissart.
Monsieur Voissart, muy curiosamente, estaba casado con una dama de
apellido similar: Mademoiselle Moissart. Ella también se casó siendo casi
una niña, y su madre, Madame Moissart, tenía catorce años cuando la lle-
varon al altar. Estos matrimonios tempranos son comunes en Francia.
Como sea, he aquí a los Moissart, los Voissart, los Croissart y Froissart, en
línea directa de descendencia. Pero mi nombre, como dije, pasó a ser
Simpson por disposición legal, y con tanto rechazo de mi parte que, en un
momento, realmente dudé en aceptar el legado sujeto a aquella inútil y
molesta condición.
En cuanto a dotes personales, no me faltan en absoluto. Por el con-
trario, creo estar bien formado, y poseo lo que nueve de cada diez perso-
nas llamarían un rostro bien parecido. Mido cinco pies y seis pulgadas de
altura. Mi cabello es negro y rizado. Mi nariz está bastante bien. Tengo
ojos grandes y grises, y aunque son débiles en un grado muy inconvenien-
te, nadie sospecharía algún defecto en ellos por su apariencia. Esa debili-
dad, sin embargo, siempre me molestó, y he recurrido a todos los
remedios, excepto los anteojos. Siendo joven y apuesto, naturalmente me
desagradan, y me he negado rotundamente a usarlos. No conozco nada
que desfigure tanto el rostro de una persona joven, ni que imprima tanto
en los rasgos un aire no de gravedad, sino de santurronería y de vejez, di-
rectamente. El monóculo, por su parte, tiene un tinte de vanidad y afec-
tación. Hasta ahora me las he arreglada tan bien como pude sin ninguno
de esos elementos. Pero ya basta de estos detalles meramente personales
que, después de todo, no tienen importancia. Me contentaré con agregar
que mi temperamento es sanguíneo, arrebatado, ardiente y entusiasta, y
que toda mi vida he sido un devoto admirador de las mujeres.
Una noche, el invierno pasado, entré en un palco del Teatro P... en
compañía de un amigo, Mr. Talbot. Era una velada de ópera y el programa
presentaba un atractivo muy especial, de modo que la sala se hallaba
atestada. Sin embargo, nosotros llegamos a tiempo para ocupar las
plateas que habíamos reservado y hasta las cuales, con cierta dificultad,
nos abrimos paso.
230
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Durante dos horas, mi compañero, que era un fanático musical, con-
sagró toda su atención al escenario; yo, mientras tanto, me entretuve ob-
servando al público, compuesto en su mayor parte por la elite misma de la
ciudad. Una vez satisfecho sobre este punto, estaba por dirigir mi vista a
la prima donna, cuando mis ojos fueron detenidos y atrapados por una fi-
gura que, en uno de los palcos privados, había escapado a mi observación.
Aunque viviera mil años, jamás podría olvidar la intensa emoción con
que admiré esa figura. Era la mujer más exquisita que jamás había
contemplado. Tenía en ese momento el rostro vuelto hacia el escenario y,
durante algunos minutos, no pude verlo; pero su forma era divina; ninguna
otra palabra alcanza a describir la belleza de su contorno, e incluso el
término "divina' me parece ridículamente insuficiente mientras lo escribo.
La magia de una forma encantadora en la mujer -la nigromancia de la
gracia femenina- fue siempre un poder al que había encontrado imposible
resistirme; pero aquí estaba la gracia personificada, encarnada, el beau
idéal de mis más exaltadas y entusiastas visiones. La figura, que la
construcción del palco me permitía ver casi entera, sobrepasaba un poco
la altura promedio, y rozaba casi, sin alcanzar de hecho, lo majestuoso. Su
perfecta plenitud y tournure eran deliciosas. La cabeza, de la cual sólo se
veía la parte posterior, rivalizaba en sus líneas con la de la Psique griega,
y era más exhibida que ocultada por una elegante gorra de gaze aérienne,
que me recordó el ventum textilem de Apuleyo. Su brazo derecho se
apoyaba sobre la barandilla del palco, y estremecía cada fibra de mi ser
con su exquisita simetría. Desde el hombro, y hasta pasar apenas el codo,
estaba cubierto por una de esas mangas abiertas y sueltas que están de
moda. Se continuaba entonces con otra, de un material tenue y ceñido,
rematada en un puño de fino encaje que caía grácilmente sobre el dorso
de la mano y sólo permitía ver los delicados dedos, en uno de los cuales
resplandecía un anillo de diamantes, cuyo extraordinario valor advertí de
inmediato. La admirable redondez de la muñeca se veía realzada por el
brazalete que lucía, también engarzado y adornado con una magnífica
aigrette de piedras preciosas, revelando al mismo tiempo, en términos
inequívocos, la riqueza y el gusto refinado de su portadora.
Me quedé contemplando aquella aparición regia por lo menos media
hora, como si me hubiese petrificado de repente; y durante ese tiempo
231
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsentí toda la fuerza y la verdad de cuanto se ha dicho o cantado sobre el
"amor a primera vista". Mis sentimientos eran por completo diferentes de
todos los que había experimentado hasta ese momento, aun en presencia
de los modelos más renombrados de belleza femenina. Una inexplicable
simpatía de alma a alma, que no puedo sino considerar como magnética,
parecía fijar no sólo mi visión, sino todas mis facultades intelectuales y
sensibles, en el admirable objeto que tenía ante mí. Vi, sentí y supe que
estaba profunda, perdida e irrevocablemente enamorado, aun antes de
ver el rostro de la persona amada. De hecho, tan intensa era la pasión que
me consumía, que creo realmente no se habría atemperado mucho si las
facciones, no vistas todavía, resultaran ser ordinarias: tan anómala es la
naturaleza del único amor verdadero -el amor a primera vista- y tan poco
depende en realidad de las condiciones externas, que sólo en apariencia lo
generan y controlan.
Mientras estaba absorto admirando aquella imagen encantadora, un
repentino disturbio entre el público la hizo girar ligeramente la cabeza ha-
cia mí, y pude entonces contemplar su perfil. Su belleza excedía todas mis
previsiones, y sin embargo había en ella algo que me desilusionó, aunque
no podía precisar qué era. Dije "desilusionó", pero ésa no es en absoluto la
palabra adecuada. Mis sensaciones se calmaron y exaltaron al mismo
tiempo. Tenían ahora menos de arrebato y más de un entusiasmo sereno,
de reposo entusiasmado. Esa sensación quizás obedeciera al aire
maternal, como de Madonna, que mostraba aquel rostro... pero me daba
cuenta de que no podía deberse enteramente a ello. Había algo más,
algún misterio que no lograba develar, alguna expresión de aquel
semblante que me perturbaba levemente al tiempo que avivaba
intensamente mi interés. De hecho, me hallaba en ese estado mental que
predispone a un hombre joven y susceptible de cometer cualquier acto de
extravagancia. Si la dama hubiese estado sola, sin duda yo habría ido
hasta su palco, arriesgándome a hablarle; pero afortunadamente la
acompañaban dos personas: un caballero y una mujer sumamente
hermosa y -daba la impresión- algunos años menor que ella.
Di vueltas en mi mente a mil planes que me permitieran en el futuro
ser presentado a la dama de más edad, o en todo caso que me
permitieran en el presente apreciar mejor su belleza. Me habría cambiado
232
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEa un asiento más próximo al de ella, pero el teatro estaba repleto y era
imposible hacerlo; y últimamente los rígidos decretos de la Moda habían
prohibido en forma terminante el uso de gemelos en un caso como aquél,
aun cuando los hubiera tenido, de manera tal que estaba desesperado.
Finalmente, decidí recurrir a mi amigo.
-Talbot -le dije-, usted tiene unos gemelos. Préstemelos.
— ¿Gemel
os? ¡No! ¿Qué supone que estaría haciendo yo con unos gemelos? -me
respondió, volviéndose impacientemente hacia el escenario.
-Pero, Talbot -insistí, tironeándolo del hombro-, escúcheme, por favor.
¿Ve aquel palco? ¡Aquél... no, el siguiente! ¿Vio alguna vez una mujer más
hermosa?
- Es muy hermosa, sin duda -dijo.
-Me pregunto quién podrá ser...
-¡Vaya! ¡Por todos los cielos! ¿No sabe quién es? "El no conocerla
revela su propio anonimato". Es la famosa Madame Lalande, la belleza del
momento par excellence, y el comentario de toda la ciudad.
Inmensamente rica; además, viuda y un gran partido. Acaba de llegar de
París.
-¿Usted la conoce?
-Sí, he tenido el honor.
-¿Podría presentármela?
- Por supuesto, con el mayor placer. ¿Cuándo?
-Mañana, a la una, lo veré en el B...
- Muy bien; y ahora cállese, si puede.
A ese respecto, me vi obligado a escuchar el consejo de Talbot, pues
éste se mantuvo obstinadamente sordo a toda otra pregunta o
insinuación, y se ocupó exclusivamente de lo que estaba ocurriendo en el
escenario durante el resto de la velada.
Por mi parte, yo mantuve mis ojos fijos en Madame Lalande, y final-
mente tuve la buena fortuna de ver su rostro de frente. Era exquisitamen-
te encantador: eso, claro está, ya me lo había dicho mi corazón, aún antes
de que Talbot me lo confirmara; pero ese algo ininteligible seguía pertur-
bándome. Concluí finalmente que lo que afectaba mis sentidos era un
cierto aire de gravedad, de tristeza o, más exactamente, de cansancio,
233
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque le quitaba a aquel semblante algo de su juventud y frescura, pero
otorgándole una ternura y majestuosidad seráficas, y, por supuesto, para
mi temperamento entusiasta y romántico, un atractivo diez veces mayor.
Mientras deleitaba de aquella manera mis ojos, noté estremecido, por
un sobresalto casi imperceptible de la dama, que ésta había advertido de
repente mi intensa mirada. Yo estaba absolutamente fascinado, sin em-
bargo, y no pude dejar de observarla, ni siquiera un instante. Ella desvió el
rostro, y volví a ver sólo el cincelado contorno de su cabeza. Tras unos
minutos, como urgida por la curiosidad de saber si yo la seguía mirando,
giró gradualmente el rostro una vez más, y una vez más encontró mi ar-
diente mirada. Bajó de inmediato sus grandes ojos oscuros, y un profundo
rubor tiñó sus mejillas. Pero cuál no sería mi asombro al ver que no sólo no
apartó la cabeza por segunda vez, sino que tomó de su regazo unos ge-
melos, los alzó, los ajustó, y se puso a observarme con ellos, atenta y deli-
beradamente, por espacio de varios minutos.
Si hubiese caído un rayo a mis pies no me habría sentido tan
perplejo; solamente perplejo: ni ofendido ni disgustado en absoluto,
aunque una actitud tan audaz en cualquier otra mujer seguramente me
habría molestado. En este caso, todo aquello fue hecho con tanta
serenidad, tanta nonchalance, tanta calma, con un aire tan evidente de la
mejor crianza, en suma, que no se percibía el más mínimo descaro, y mis
únicas sensaciones fueron de admiración y sorpresa.
Noté que la dama pareció satisfecha con la rápida inspección que
hizo primero de mi persona, y estaba bajando los gemelos cuando, como
asaltada por un segundo impulso, volvió a levantarlos y continuó mirán-
dome con fijeza durante varios minutos; cinco minutos por lo menos, estoy
seguro.
Aquel comportamiento, tan llamativo en un teatro norteamericano,
atrajo la atención general y provocó entre el público un vago movimiento,
un murmullo, que me llenó de confusión por un momento, pero que no
produjo ningún efecto visible en el rostro de Madame Lalande.
Una vez satisfecha su curiosidad -si era eso- bajó los gemelos y se
concentró nuevamente en el escenario, dándome el perfil como antes. Yo
continué mirándola sin tregua, aunque tenía plena conciencia de lo im-
propio que era hacerlo. Entonces vi su cabeza cambiar lenta y ligeramente
234
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEde posición; y pronto me convencí de que la dama, mientras simulaba
interesarse en el escenario, estaba en realidad observándome
atentamente. Huelga decir el efecto que produjo esa conducta, de parte
de una mujer tan fascinante, en mi espíritu excitable.
Después de espiarme durante quizás un cuarto de hora, el bello
objeto de mi pasión se dirigió al caballero que la acompañaba y supe, por
las miradas de ambos, que hablaban de mí.
Luego, Madame Lalande se volvió una vez más hacia el escenario y,
durante unos minutos, pareció estar absorta en la función. Pero al cabo de
ese tiempo, me vi sumido en una extrema agitación cuando la vi tomar
por segunda vez los gemelos, enfocarlos nuevamente hacia mí y,
desdeñando el renovado murmullo del público, examinarme de pies a
cabeza con la misma compostura que tanto había deleitado y confundido
mi alma previamente.
Aquel comportamiento extraordinario me provocó una absoluta y fe-
bril excitación, un auténtico delirio de amor, y sirvió más para alentarme
que para desconcertarme. En la insensata intensidad de mi devoción, me
olvidé de toda otra cosa que no fuera la presencia y la majestuosa belleza
de la visión que estaba contemplando. Esperé mi oportunidad y, cuando
me pareció que el público estaba concentrado en la ópera, logré captar la
atención de Madame Lalande y, sin más, le hice una leve pero inconfun-
dible reverencia.
Se sonrojó visiblemente, apartó la mirada, miró luego lenta y cauta-
mente alrededor, como para ver si mi osadía había sido advertida, y se in-
clinó después hacia el caballero sentado junto a ella.
Tomé entonces lacerante conciencia de la impertinencia que había
cometido, y no esperé otra cosa que la denuncia inmediata, mientras una
visión de pistolas a la mañana siguiente atravesó rápida e inquietante-
mente mis pensamientos. Pronto me sentí muy aliviado, sin embargo, al
ver que la dama simplemente le dio un programa al caballero, sin decirle
nada. Pero el lector podrá hacerse una vaga idea de mi asombro, de mi
profundo desconcierto, del delirante trastorno de mi corazón y de mi alma
cuando, inmediatamente después, tras haber mirado furtivamente alrede-
dor, la dama posó plena y fijamente sus ojos resplandecientes en los míos,
235
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEy luego, con una ligera sonrisa que dejó ver sus dientes brillantes como
perlas, hizo dos inclinaciones de cabeza, claras, marcadas, inequívocas y
afirmativas.
No tiene sentido, por supuesto, que me extienda acerca de la alegría,
del arrebato, del éxtasis infinito de mi corazón. Si algún hombre enloque-
ció alguna vez por exceso de felicidad, fui yo en aquel momento. Amaba.
Ése era mi primer amor, así lo sentía. Era un amor supremo, indescriptible.
Era "amor a primera vista", y también a primera vista había sido apreciado
y correspondido.
Sí, correspondido. /Cómo y por qué había de dudarlo un instante?
¿Qué otra explicación podía dar de semejante conducta por parte de una
dama tan bella, tan adinerada, tan manifiestamente culta, de tan alta
cuna, de posición social tan elevada, tan enteramente respetable en todo
sentido como yo estaba seguro que era Madame Lalande? i Sí, ella me
amaba, ella correspondía al entusiasmo de mi amor con un entusiasmo
tan ciego, tan desinteresado, tan espontáneo, tan desenfrenado y tan ab-
solutamente ilimitado como el mío! Esas deliciosas fantasías y reflexiones,
sin embargo, se vieron de pronto interrumpidas por la caída del telón. El
público se puso de pie y pronto se produjo el tumulto habitual. Abando-
nando a Talbot abruptamente, hice todo lo posible por abrirme paso y
acercarme a Madame Lalande. Frustrado en mi intento a causa de la mul-
titud, desistí por fin de mi persecución y me dirigí hacia mi casa, conso-
lándome por la decepción de no haber podido rozar siquiera el dobladillo
de su capa al pensar que Talbot me presentaría a ella en forma debida, al
día siguiente.
Llegó, por fin, ese día; es decir, amaneció finalmente después de una
larga y agotadora noche de impaciencia. Y luego, hasta la una, las horas
se arrastraron como caracoles, cansinas e innumerables. Pero incluso Es-
tambul, se dice, tendrá su fin, y así concluyó aquella larga espera. El reloj
dio la una. Mientras se apagaba su último eco entré en el B... y pregunté
por Talbot.
-Salió -dijo el criado, precisamente el de Talbot.
-¡Salió! -respondí, retrocediendo unos pasos-. Permítame decirle, mi
buen amigo, que eso es absolutamente imposible e inconcebible. Mr.
236
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POETalbot no salió. ¿Qué es lo que quiere decir?
-Nada, señor..., sólo que Mr. Talbot no está. Eso es todo. Partió para
S... inmediatamente después del desayuno, y dejó dicho que no volvería
hasta dentro de una semana.
Me quedé petrificado de horror y rabia. Intenté replicar, pero mi len-
gua se negó a su deber. Finalmente, di vuelta sobre mis talones, lívido de
ira y enviando por dentro a toda la tribu de los Talbot a las regiones más
remotas del Erebo. Era evidente que mi considerado amigo, il fanatico, ha-
bía olvidado por completo la cita que tenía conmigo; la había olvidado tan
pronto como fue hecha. Jamás fue un hombre de mucha palabra. Aquello
no tenía remedio, de modo que, ocultando mi enfado lo mejor posible,
remonté la calle malhumorado, haciendo fútiles averiguaciones sobre
Madame Lalande con cada conocido que me encontraba. Por los informes,
descubrí que todos la conocían; muchos tan sólo de vista. Pero llevaba
apenas dos semanas en la ciudad, y por lo tanto eran pocos los que la
conocían personalmente. Esos pocos, siendo en realidad casi extraños
para ella, no podían, o no querían, tomarse la libertad de presentarme
mediante la formalidad de una visita matinal. Mientras, lleno de
desesperación, conversaba con un trío de amigos acerca del tema que
absorbía por completo mi corazón, sucedió que el tema mismo pasó por
allí.
-¡Por mi vida, ahí está! -exclamó uno.
-¡Sorprendentemente hermosa! -agregó el segundo.
-¡Un ángel en la Tierra! -dijo el tercero.
Miré, y en un coche abierto que se acercaba lentamente por la calle
hacia nosotros, iba sentada la encantadora visión de la ópera, acompaña-
da por la dama más joven que la noche anterior ocupaba un asiento en su
palco.
-Su acompañante también está muy bien -dijo el que había hablado
primero.
-Es asombroso -dijo el segundo-. Todavía tiene un aire de lo más
lozano; pero es que el arte hace maravillas. ¡Palabra, luce mejor que en
París, hace cinco años! Una bella mujer todavía, ¿no le parece, Froissart?...
Simpson, quiero decir.
-¡Todavía! -dije yo, ¿y por qué no habría de serlo? Pero, comparada
237
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcon su amiga, es como una vela ante la estrella vespertina, como una
luciérnaga frente a Antares.
-¡Ja, ja, ja! ¡Vaya, Simpson, usted tiene un don sorprendente para
hacer descubrimientos..., por lo originales, quiero decir!
Y entonces nos separamos, mientras uno del trío empezó a
canturrear un alegre vaudeville, del que sólo capté los versos
Ninon, Ninon, Ninonábas Á bas Ninon de l'Enclos!
Durante esta pequeña escena, sin embargo, una cosa había servido
grandemente para consolarme, si bien alimentó la pasión que me consu-
mía. Cuando el coche de Madame Lalande pasó junto a nuestro grupo,
noté que ella me reconoció; y lo que es más, me bendijo con la más será-
fica de las sonrisas imaginables, sin ninguna señal equívoca de aquel reco-
nocimiento.
En cuanto a la presentación, me vi obligado a abandonar toda espe-
ranza hasta que Talbot considerase apropiado regresar del campo.
Mientras tanto, frecuenté con perseverancia todos los sitios respetables de
entretenimiento y, por fin, en el mismo teatro donde la había visto por
primera vez, tuve la suprema dicha de encontrarla y de intercambiar
miradas con ella una vez más. Pero esto sólo sucedió al cabo de una
quincena. Diariamente, en el ínterin, había preguntado por Talbot, y
diariamente me había estremecido de rabia el eterno "No ha vuelto
todavía" de su criado.
La noche en cuestión, por lo tanto, me hallaba en un estado próximo
a la locura. Madame Lalande, me habían dicho, era parisina; había llegado
hacía poco de Francia. ¿No podía regresar a París repentinamente, antes
de que Talbot volviese? ¿Y no la perdería entonces para siempre? Era una
idea terrible de soportar. Dado que estaba en juego mi felicidad futura,
resolví actuar de modo viril. Al terminar la función, por lo tanto, seguí a la
dama hasta su residencia, anoté la dirección y, a la mañana siguiente, le
envié una larga y elaborada carta en la que volcaba todo mi corazón.
Me expresé audaz y libremente... en una palabra, me expresé con pa-
sión. No oculté nada, ni siquiera mis defectos. Aludí a las románticas cir-
cunstancias de nuestro primer encuentro, e incluso a las miradas que
238
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhabíamos intercambiado. Llegué al extremo de decirle que estaba seguro
de su amor, y le ofrecí esa seguridad y la intensidad de mi devoción como
dos excusas de mi conducta, por lo demás imperdonable. Como tercera,
mencioné mi temor de que pudiera marcharse de la ciudad antes de haber
tenido yo la oportunidad de serle presentado formalmente. Concluí la
carta más vehemente y entusiasta que jamás se haya escrito declarando
con franqueza mi posición social, mi fortuna, a la vez que le ofrecía mi co-
razón y mi mano.
Aguardé la respuesta con angustiante expectativa. Después de lo que
pareció ser un siglo, la respuesta llegó.
Sí, realmente llegó. Por romántico que parezca todo, realmente recibí
una carta de Madame Lalande; la hermosa, la acaudalada, la idolatrada
Madame Lalande. Sus ojos, sus magníficos ojos, no habían desmentido su
noble corazón. Como la auténtica francesa que era, había obedecido los
francos dictados de su razón, los generosos impulsos de su naturaleza, ig-
norando las mojigaterías convencionales de la sociedad. No había desde-
ñado mis declaraciones. No se había refugiado en el silencio. No había
devuelto mi carta sin abrir. Por el contrario, me había enviado en respues-
ta una escrita por su propia y exquisita mano. Decía así:
"Monsieur Simpson me pardonar por no ecribir la ermosa lengua de
su pais tan bien como debría. Es solamente muy poco que he llegado, y no
tuve opportunité para l'étudier.
"Echa mi disculpa po la manière, diré ahora que, ¡hélas, Monsieur
Simpson! no a divinado sino la verdad. ¿Debo decir de más? ¡Hélas! ¿No
me apuro a hablar en demasiado?
Eugénie Lalande"
Besé un millón de veces esa nota de noble inspiración, e incurrí segu-
ramente en otras mil extravagancias que ahora escapan a mi memoria.
Pero Talbot no volvía. i Ay! Si hubiera podido hacerse siquiera una vaga
idea del sufrimiento que me causaba su ausencia, ¿su alma compasiva no
habría vuelto de inmediato para aliviarme? Pero Talbot, sin embargo, no
volvía. Le escribí. Me respondió. Lo retenían asuntos urgentes, pero pronto
regresaría. Me rogaba que no me impacientase, que moderara mis arre-
239
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEbatos, que leyera libros tranquilizadores, que no bebiera nada más fuerte
que vino del Rin, y que recurriera a los consuelos de la filosofía. i
Grandísimo tonto! Si no podía venir en persona, ¿por qué, en nombre de
todo lo razonable, no me enviaba una carta de presentación? Volví a es-
cribirle, rogándole que así lo hiciera. La carta me fue devuelta por ese
criado, con el siguiente endoso a lápiz. El truhán se había encontrado con
su amo en el campo:
"Salió de S... ayer, no dijo a dónde, ni cuándo vuelve. Como reconocí
su letra, y sé que usted siempre tiene algún apuro, me pareció lo mejor
devolverle la carta.
Lo saluda atentamente,
Stubbs"
Ni falta hace decir que envié al amo y al valet a las deidades inferna-
les; pero de nada servía la ira, y no había en la queja consuelo alguno.
No obstante, aún me quedaba el recurso de mi audacia natural. Siem-
pre me había sido muy útil, y resolví emplearla una vez más para mis
fines. Por otra parte, después de la correspondencia que habíamos
intercambiado, ¿qué acto de informalidad podía cometer, dentro de ciertos
límites, que Madame Lalande pudiera encontrar indecoroso? Desde lo de
la carta, había adoptado el hábito de vigilar su casa, y así descubrí que la
dama, al caer la tarde, solía dar un paseo por la plaza de enfrente,
acompañada solamente por un negro de librea. Allí, entre las arboledas
exuberantes, en la penumbra gris de un ocaso estival, aguardé mi
oportunidad y la abordé.
Para engañar mejor al sirviente que la acompañaba, lo hice con el
aire confiado de un viejo conocido. Con una presencia de ánimo auténti-
camente parisina, ella captó la situación en el acto y me tendió la más en-
cantadora de las manos para saludarme. El valet se alejó de inmediato
unos pasos. Y entonces, con los corazones rebosantes, hablamos extensa-
mente y sin reservas de nuestro amor.
Como Madame Lalande hablaba inglés con menos fluidez de la que
tenía para escribirlo, debimos mantener nuestra conversación en francés.
En esa dulce lengua, tan propia para la pasión, di libertad al impetuoso
entusiasmo de mi naturaleza y, con toda la elocuencia de que era capaz,
240
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEle pedí su consentimiento para que nos casásemos de inmediato.
Sonrió ante mi impaciencia. Aludió a la vieja historia del decoro, ese
espantajo que acobarda a tanta gente ante la dicha, hasta que la oportu-
nidad de la dicha se desvanece para siempre. Señaló que, imprudente-
mente, yo había hecho saber entre mis amigos que deseaba conocerla, lo
cual significaba que no habíamos sido presentados, lo cual significaba, a
su vez, que no era posible disimular la fecha en que nos habíamos presen-
tado. Casarnos de inmediato sería impropio, sería indecoroso, sería, outré.
Dijo todo esto con un encantador aire de naïveté que me hechizaba al mis-
mo tiempo que me dolía y me convencía. Llegó incluso a acusarme, entre
risas, de precipitación, de imprudencia. Me pidió recordar que, en realidad,
yo no sabía siquiera quién era ella, cuáles eran sus expectativas, sus
vinculaciones, su posición social. Me rogó, pero con un suspiro, que re-
considerase mi propuesta, y llamó a mi amor una infatuación, un capricho,
una ilusión o fantasía del momento, una construcción inestable y sin base,
más de la imaginación que del corazón. Dijo estas cosas mientras las
sombras del bello atardecer se hacían más y más oscuras alrededor; pero
luego, con una suave presión de su mano de hada, echó por tierra en un
delicioso instante todos los argumentos que había esgrimido.
Repliqué lo mejor que pude, como sólo un enamorado puede hacerlo.
Hablé extensa y obstinadamente de mi devoción, de mi pasión, de su pro-
funda belleza y de mi entusiasta admiración. Para finalizar, hice hincapié,
con convincente energía, en los peligros que rodean el camino del amor -
ese camino que jamás fue llano- y reparé en el evidente riesgo de alargar
innecesariamente su recorrido.
Este último argumento pareció suavizar el rigor de su postura. Se
ablandó, pero seguía habiendo un obstáculo, dijo, que sin duda yo no
había considerado en su debida forma. Era un tema delicado de tratar,
sobre todo para una mujer; sentía que al mencionarlo sacrificaba sus
sentimientos, pero, por mí, todo sacrificio tenía sentido. Aludió al tema de
la edad. ¿Me daba cuenta yo, me daba plenamente cuenta de la diferencia
que había entre nosotros? El mundo consideraba admisible, e incluso
conveniente, que el marido sobrepasara en algunos años -hasta quince, o
veinte- la edad de su esposa. Pero ella siempre había creído que la edad
de la mujer no debía exceder jamás la del esposo. Las diferencias tan
241
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmarcadas daban lugar -i ay, con demasiada frecuencia!- a una vida de
desdichas. Ella sabía que yo no pasaba de los veintidós años, y yo, por el
contrario, quizá no tenía conciencia de que los años de mi Eugénie
excedían considerablemente esa cifra.
En todo aquello había una nobleza de alma, una candorosa dignidad
que me deleitó, que me hechizó, que selló para siempre mis cadenas. Ape-
nas pude contener el profundo arrebato que me dominaba.
- ¡Mi dulcísima Eugénie! -exclamé-. ¿Qué está diciendo? Tiene usted
unos años más que yo. Y qué? Las costumbres del mundo sólo son
tonterías convencionales. Para aquellos que se aman como nosotros, ¿en
qué se diferencia un año de una hora? Yo tengo veintidós años, dice usted;
concedido: en realidad, bien puede considerarme de veintitrés. En cuanto
a usted, mi amada Eugénie, podrá tener no más..., no más de..., de..., de...
Me detuve un instante, esperando que Madame Lalande me inte-
rrumpiera para decirme su verdadera edad. Pero la mujer francesa casi
nunca es directa, y siempre tiene algún recurso práctico a manera de res-
puesta ante una pregunta embarazosa. En este caso, Eugénie, que desde
hacía unos instantes parecía estar buscando algo que llevaba en el pecho,
dejó caer sobre el césped un retrato en miniatura que recogí de inmediato
para devolverle.
- Consérvelo -me dijo con una de sus sonrisas del todo encantadoras-.
Consérvelo en mi honor, en honor de aquella a quien representa
demasiado halagadoramente. Además, en el reverso de ese retrato quizás
encuentre la información que parece buscar. Ahora está oscureciendo,
pero podrá examinarlo a gusto por la mañana. Entretanto, esta noche será
mi acompañante. Mis amigos van a celebrar en casa una pequeña levée
musical. Puedo prometerle que escuchará buen canto. Nosotros los fran-
ceses no somos en absoluto tan puntillosos como ustedes los norteameri-
canos, y no tendré ninguna dificultad en presentarlo como un viejo
conocido mío.
Diciendo esto, se tomó de mi brazo y fuimos hacia su casa. Era una
hermosa mansión, y descuento que estaba amoblada con buen gusto. No
obstante, no puedo pronunciarme categóricamente sobre este último
punto, pues ya había anochecido cuando llegamos y, durante el verano,
en las mansiones norteamericanas más finas rara vez se encienden las lu-
242
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEces a esa hora, la más deliciosa del día. Más tarde fue encendida una lám-
para de techo en el salón principal, y pude ver que éste estaba arreglado
con inusual delicadeza y hasta esplendor; pero las otras dos salas conti-
guas, donde estaban reunidos la mayoría de los invitados, permanecieron
toda la velada en una agradable penumbra. Ésa es una costumbre bien
pensada, que al menos permite a la gente elegir entre la luz y la sombra, y
que nuestros amigos al otro lado del mar deberían adoptar sin pérdida de
tiempo.
Aquella noche fue sin duda la más deliciosa de mi vida. Madame La-
lande no había exagerado la capacidad musical de sus amigos: en ningún
círculo privado, fuera de los de Viena, escuché jamás un canto como el
que escuché allí. Los instrumentistas eran muchos y de un talento supe-
rior. Las voces, principalmente femeninas, eran todas de jerarquía. Hacia
el final, ante el pedido de los invitados, Madame Lalande se levantó sin
reparos ni afectación de la chaise longue en la que estaba sentada a mi
lado y, acompañada por uno o dos caballeros y su amiga de la ópera, se
dirigió hacia el piano situado en el salón principal. Hubiera querido
escoltarla yo, pero sentí que, dadas las circunstancias de mi presentación,
convenía que me quedase discretamente en mi lugar. Por lo tanto, no tuve
el placer de verla cantar, pero sí el de escucharla.
La impresión que produjo en los presentes podría calificarse de eléc-
trica, pero su efecto en mí fue todavía mayor. No sé cómo describirlo. Se
debió en parte, sin duda, al sentimiento de amor que me dominaba, pero
sobre todo a la exquisita y convincente sensibilidad de la cantante. Escapa
al arte infundir a un aria o un recitativo una expresión más apasionada
que la suya. Su versión de la romanza de Otello, el tono con que dijo las
palabras "Sul mio sasso" en Los Capuletos, aún resuenan en mi memoria.
Su registro bajo era absolutamente milagroso. Su voz abarcaba tres octa-
vas completas, desde el re de la contralto hasta el re de la soprano, y,
aunque tenía potencia suficiente para llenar el San Carlos, ejecutaba con
la más minuciosa precisión todas las dificultades de la composición vocal:
escalas ascendentes y descendentes, cadencias y fiorituras. En el final de
La Sonámbula, logró un efecto del todo notable donde dice:
Ah, non guingue uman pensiero
Al contento ond `io son piena.
243
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Allí, imitando a la Malibrán, modificó la frase original de Bellini para
permitir que su voz cayera en el sol tenor, y entonces, con una rápida
transición, saltó al sol sobreagudo, a dos octavas de intervalo.
Tras esos milagros de ejecución vocal, Madame Lalande se levantó
del piano y volvió a ocupar su asiento a mi lado, momento en que le
expresé, con el más profundo entusiasmo, el placer que me había causado
su interpretación. No le dije nada de mi sorpresa, aunque estaba inoculta-
blemente sorprendido: había notado una cierta debilidad, o más bien una
trémula vacilación en su voz cuando conversaba, y no esperaba que de-
mostrase al cantar ningún talento fuera de lo común.
Ahora, nuestra conversación fue larga, intensa, ininterrumpida y sin
reservas. Me hizo contarle buena parte de mi vida, y escuchó con suma
atención cada palabra de mi relato. Nada le oculté a su afecto y su con-
fianza; no me sentía con derecho de hacerlo. Alentado por su candor sobre
la delicada cuestión de su edad, no sólo detallé con toda franqueza mis
muchos defectos menores, sino que confesé esos defectos morales y aun
físicos cuya revelación, al exigir un grado tanto mayor de coraje, es
prueba de amor tanto más grande. Le conté de mis locuras de estudiante,
de mis extravagancias, de mis juergas, de mis deudas y mis galanteos.
Hasta llegué a contarle de una tos consuntiva que me había preocupado
durante un tiempo, de un reumatismo crónico, de una tendencia
hereditaria a la gota y, por último, de la desagradable e inconveniente
debilidad de mis ojos, que hasta ese momento había ocultado
cuidadosamente.
-Sin duda cometió una imprudencia al confesar ese último punto -dijo
Madame Lalande- pues, de no haberlo hecho, estoy segura de que nadie lo
habría acusado de ese crimen. De paso -siguió diciendo, y, pese a la
penumbra de la sala, me pareció distinguir un rubor en sus mejillas-, ¿se
acuerda usted, mon cher ami, de este pequeño auxiliar visual que llevo
colgado del cuello?
Al decir eso, hizo girar entre sus dedos el par de gemelos que tanto
me abrumaran de confusión en la ópera.
-¡Perfectamente, claro que lo recuerdo! -exclamé, presionando
apasionadamente la delicada mano que me ofrecía los gemelos para que
los examinase.
244
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Era un juguete sofisticado y magnífico, ricamente engastado y filigra-
nado, resplandeciente de gemas que, aún bajo esa luz deficiente, dejaban
ver su alto valor.
-Eh bien, mon ami! -continuó diciendo, con cierto empressement en
su voz que me sorprendió un poco-. Eh bien, mon ami, usted me pidió
fervientemente algo que se ha complacido en llamar inapreciable. Me
pidió que nos casemos mañana. Si yo cediera a sus ruegos (y, podría
agregar, a las súplicas de mi propio corazón) ¿no tendría yo derecho de
pedirle a mi vez un favor muy, muy pequeño?
- ¡Pídalo! -exclamé con una energía que estuvo a punto de atraer las
miradas sobre nosotros; y sólo la presencia de los demás impidió que me
arrojara impetuosamente a los pies de mi dama-. ¡Pídalo, pídalo, mi
amada Eugénie... aunque ya está concedido antes de que lo haga!
- Entonces, mon ami -dijo ella-, vencerá usted, por esta Eugénie a la
que ama, esa pequeña debilidad que acaba de confesarme, esa debilidad
más moral que física, y que, permítame asegurarle, no se corresponde con
la nobleza de su verdadero carácter, con el candor de su temperamento;
una debilidad que, en caso de acentuarse, tarde o temprano lo pondrá
además en algún apuro muy desagradable. Vencerá, por mí, esa afec-
tación que lo lleva, como usted mismo ha reconocido, a negar tácita o im-
plícitamente el defecto de su vista. Pues usted niega ese defecto, de
hecho, al no querer emplear el instrumento con que normalmente se lo
alivia. Entenderá entonces que le diga esto: quiero que use anteojos. ¡Shh,
no me diga nada...! Usted ya consintió en usarlos, por mí. Aceptará esta
chuchería que tengo en la mano y que, aunque admirable como auxiliar de
la visión, no tiene en realidad mucho valor como joya. Verá que, con un
ligero ajuste, así..., o así..., se puede adaptar como un par de anteojos, o
puede llevarla como gemelos en el bolsillo del saco. Pero es en la primera
de esas formas, y de manera regular, que ya consintió en usarla, por mí.
- ¡Convenido! -exclamé con todo el entusiasmo que pude juntar en
ese momento-. ¡Convenido, aceptado con el mayor de los júbilos! Sacrifico
cualquier sentimiento por usted. Esta noche llevaré esos amados gemelos,
como gemelos, sobre mi corazón; pero con las primeras luces de la
mañana que me proporcione el placer de llamarla mi esposa, me los
pondré sobre la... sobre la nariz... y de allí en más los usaré para siempre
245
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEde la forma en que usted lo desea, menos romántica y menos a la moda,
pero sin duda más útil.
Nuestra conversación se volcó entonces a los detalles de los arreglos
para el día siguiente. Talbot, me dijo mi prometida, acababa de volver a la
ciudad. Tenía que verlo de inmediato, y procurarme un coche. La soirée no
terminaría antes de las dos, y el vehículo estaría en la puerta para esa
hora, cuando, en la confusión ocasionada por la partida de los invitados,
Madame Lalande podría subir a aquél sin ser observada. Iríamos entonces
a casa de un clérigo que nos estaría esperando; allí nos casaríamos, deja-
ríamos luego a Talbot y seguiríamos viaje para realizar una breve gira por
el Este, dejando que la sociedad local hiciera los comentarios que mejor le
pareciera.
Planeado todo esto, salí de la casa y fui en busca de Talbot; pero, en
el camino, no pude contenerme y entré en un hotel para examinar el re-
trato, cosa que hice con la poderosa ayuda de los gemelos. ¡El rostro era
extraordinariamente bello! ¡Esos grandes ojos luminosos! ¡Esa altiva nariz
griega! ¡Esos rizos oscuros y exuberantes!
- ¡Ah! -me dije-. ¡Es... es la imagen viva de mi amada!
Di vuelta la miniatura y descubrí las palabras: "Eugénie Lalande,
veintisiete años y siete meses".
Encontré a Talbot en su casa y, sin perder tiempo, lo puse al tanto de
mi buena fortuna. Se mostró profundamente sorprendido, por supuesto,
pero me felicitó con gran cordialidad y me ofreció toda la ayuda que estu-
viera en sus manos proporcionarme. En resumen, cumplimos el plan al pie
de la letra y, a las dos de la mañana, apenas diez minutos después de la
ceremonia, me encontraba en un carruaje cerrado con Madame Lalande -
es decir, con la señora Simpson- alejándome a gran velocidad de la
ciudad, hacia el nordeste.
Talbot nos había aconsejado que, dado que estaríamos despiertos
toda la noche, hiciéramos nuestra primera parada en C..., un pueblo si-
tuado a unas veinte millas de la ciudad, donde podríamos tomar un desa-
yuno temprano y descansar un poco antes de continuar viaje. A las cuatro
en punto, por lo tanto, el coche se detuvo en la puerta de la posada prin-
cipal. Ayudé a bajar a mi adorada esposa y ordené que nos trajeran un de-
sayuno. Nos hicieron pasar a un pequeño salón donde nos sentamos.
246
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Ya prácticamente había amanecido. Y, mientras contemplaba exta-
siado al ángel que estaba junto a mí, me asaltó de repente la idea de que,
en realidad, aquella era la primera vez, desde que conociera la celebrada
hermosura de Madame Lalande, que podía contemplar esa belleza a la luz
del día.
- Y ahora, mon ami -dijo ella, tomándome la mano e interrumpiendo
mis reflexiones-, dado que estamos indisolublemente unidos, pues he
cedido a sus ruegos apasionados y he cumplido mi parte de nuestro acuer-
do, presumo que no habrá olvidado que también usted tiene un pequeño
favor que cumplir, una pequeña promesa que es su intención mantener...
¡Ah, veamos, déjeme recordar! Sí, recuerdo perfectamente las palabras
exactas de la promesa que le hizo anoche a su Eugénie. Usted dijo: "¡Con-
venido, aceptado con el mayor de los júbilos! Sacrifico cualquier senti-
miento por usted. Esta noche llevaré esos amados gemelos, como
gemelos, sobre mi corazón; pero con las primeras luces de la mañana que
me proporcione el placer de llamarla mi esposa, me los pondré sobre la...
sobre la nariz... y de allí en más los usaré para siempre de la forma en que
usted lo desea, menos romántica y menos a la moda, pero sin duda más
útil." Esas fueron las palabras exactas, mi amado esposo, ¿no es así?
- Así es -le respondí-. Tiene usted una memoria excelente; y le
aseguro, mi bella Eugénie, que no está en mi ánimo evadir el cumpli-
miento de la trivial promesa que implican. ¡Vea! ¡Mire! Me quedan bas-
tante bien, ¿no es cierto?
Y entonces, tras ajustar los gemelos como anteojos, me los puse cui-
dadosamente donde debían ir, mientras Madame Simpson, arreglándose el
tocado y cruzándose de brazos, se sentaba erguida en la silla, en una
postura un tanto rígida y afectada, e incluso un tanto indecorosa.
- ¡Por todos los cielos! -exclamé, en el instante mismo en que el
puente de los anteojos se acomodó en mi nariz-. ¡Dios mío! ¡Por todos los
cielos! ¿Qué puede pasarles a estos lentes?
Me los quité rápidamente, los limpié con un pañuelo de seda y volví a
ajustarlos.
Pero si en la primera ocasión había ocurrido algo que me provocó sor-
presa, en la segunda esa sorpresa se convirtió en perplejidad; y esa
perplejidad era profunda..., era extrema... En verdad, podría decir que era
247
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEespantosa. En nombre de todo lo horrible, ¿qué significaba aquello? ¿Podía
dar crédito a mis ojos?... ¿Podía?... Ésa era la cuestión. ¿Eso era... eso
era... eso era rouge? Y ésas eran... ésas eran... ésas eran arrugas, en el
rostro de Eugénie Lalande? Y... ¡oh, Júpiter y todos los dioses y diosas,
grandes y pequeños! ¿Qué... qué... qué había pasado con sus dientes?
Arrojé con violencia los anteojos al suelo y, levantándome de un salto, me
paré delante de Mrs. Simpson con las manos a la cintura, echando espuma
por la boca, pero absolutamente incapaz de pronunciar una palabra, por el
espanto y la rabia.
Ya he dicho que Madame Eugénie Lalande -es decir, Simpson-hablaba
inglés apenas un poco mejor de lo que lo escribía, motivo por el cual, con
toda sensatez, procuraba no emplearlo nunca en las ocasiones ordinarias.
Pero la ira puede llevar a una dama a cualquier extremo, y en el presente
caso llevó a Mrs. Simpson al extraordinario extremo de pretender
mantener una conversación en una lengua que prácticamente desconocía.
-Bian, Monsieur -dijo, después de observarme unos instantes,
aparentemente con gran asombro-. ¡Bian, Monsieur! ¿Qués que hay? ¿Qué
pasa? ¿Tiene usted el bal de San Vito? Si no es su gusto, ¿por qué compra
antés de ver?
-¡Miserable! -exclamé, conteniendo el aliento-. ¡So... so... vieja bruja!
- ¿Bruja? ¿Vieja? ¡No soy tan muy vieja, después de todo! Yo soy ni un
día más de ochenta y dos anios.
-¡Ochenta y dos! -repetí, tambaleando hacia la pared-. ¡Ochenta y
dos mil mandriles! ¡ El retrato decía veintisiete años y siete meses!
-¡Pues sí, sí! ¡Así es... así era! Pero entonces el retrato fue tomado por
estos cincuenta y cinco anios. Cuando me casé con mi segond' esposo,
Monsieur Lalande, mandé hacer el retrato para mi hija de mi primer es-
poso, Monsieur Moissart.
-¡Moissart! -dije.
-Sí, Moissart -repitió ella, burlándose de mi pronunciación, que, a
decir verdad, no era de lo mejor-. ¿Qués que hay? ¿Qué sabe usted sobre
de Moissart?
-¡Nada, vieja espantosa!... Absolutamente nada; es sólo que tuve un
antepasado de ese nombre.
-¡Ese nombre! Y qué tiene a decig dese nombre? Es muy bon nombre,
248
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcomme Voissart, que es muy bon nombre también. Mi hija, Mademoiselle
Moissart, se es casó con Monsieur Voissart, y los dos nombres son
nombres muy respectables.
-¿Moissart? Y Voissart? -exclamé-. ¿Qué quiere decir usted?
-¿Qué quiero decig? Quiero decig Moissart y Voissart, y para el caso,
quiero decig Croissart y Froissart, también, si me da la gana. La hija de mi
hija, Mademoiselle Voissart, se es casó con Monsieur Croissart, y más
tarde la nieta de mi hija, Mademoiselle Croissart, se es casó con Monsieur
Froissart; y usted dirá, supongo, que ése no es un nombre muy respetable.
-¡Froissart! -dije, empezando a desvanecerme-. Seguramente, usted
no estará diciendo Moissart y Voissart, y Croissart y Froissart...
-Sí -replicó, reclinándose en la silla y estirando las piernas a sus
anchas-. Sí, Moissart y Voissart, y Croissart y Froissart. Pero Monsieur
Froissart era un muy grandísimo lo que ustedes llaman tonto, era un grand
bobo como usted, porque dejó la Selle France por venir a esta stupide
Amérique, y guando llegó aquí tuvo un hijo muy stupide, muy, muy stupi-
de, según dicen, aunque no tuve el plaisir de conocerlo todavía... ni yo, ni
mi amiga, Madame Stephanie Lalande. Su nombre es Bonaparte Froissart,
y supongo que usted dirá que ése tampoco es un nombre muy respetable.
Por su extensión o por su carácter, aquel discurso tuvo el efecto de
poner a Mrs. Simpson en un estado de excitación realmente extraordina-
ria: no bien lo terminó, con gran esfuerzo, saltó de la silla como hechizada,
dejando caer al piso un universo entero de miriñaque. Ya de pie, hizo
chasquear las encías, agitó los brazos, se arremangó, sacudió el puño de-
lante de mi cara y concluyó la función arrancándose la toca, y con ella una
inmensa peluca del más costoso y espléndido pelo negro, todo lo cual
arrojó al suelo con un alarido, para pisotearlo y bailarle encima un fan-
dango, en un absoluto éxtasis de rabia.
Yo, mientras tanto, me desplomé horrorizado en la silla que Madame
dejara vacía. "¡Moissart y Voissart!", repetía ensimismado, mientras ella
ejecutaba una de sus figuras, y "¡ Croissart y Froissart!", mientras
completaba otra.
- ¡Moissart y Voissart y Croissart y Napoleón Bonaparte Froissart!
¡ Vieja serpiente diabólica, ése soy yo... soy yo! ¿Me oye? ¡Ése soy yo! -gri-
té con todas mis fuerzas-, ¡ése soy yo! ¡Yo soy Napoleón Bonaparte
249
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEFroissart! ¡Y que me confunda por toda la eternidad si no me he casado
con mi propia tatarabuela!
Madame Eugénie Lalande, quasi Simpson -y antes Moissart- era mi
tatarabuela. Había sido hermosa en su juventud, y aún a los ochenta y dos
años conservaba la altura majestuosa, la cabeza escultural, los bellos ojos
y la nariz griega de su pasado. Con la ayuda de ello, de polvos de arroz, de
rouge, de cabello postizo, dientes postizos y falsa tournure, así como de
las mejores modistas de París, lograba mantener una posición respetable
entre las bellezas un peu passées de la capital francesa. En ese sentido,
por cierto, podría habérsela considerado casi a la par de la famosa Ninon
de l'Enclos.
Era inmensamente rica, y al enviudar por segunda vez -sin hijos-se
acordó de mi existencia en América. Dispuesta a hacerme su heredero,
viajó a los Estados Unidos en compañía de una bellísima y lejana parienta
de su segundo marido, una tal Madame Stephanie Lalande.
En la ópera, la insistencia de mi mirada distrajo la atención de mi ta-
tarabuela, quien, al observarme a su vez con los gemelos, creyó ver en mí
un cierto parecido de familia. Excitada su curiosidad, y sabiendo que el
heredero que buscaba residía, de hecho, en la ciudad, indagó a sus acom-
pañantes acerca de mi persona. El caballero que estaba con ella me cono-
cía, y le dijo quién era. La información obtenida la indujo a repetir su
escrutinio; y ese escrutinio fue el que me envalentonó para actuar de la
absurda manera que ya he detallado. No obstante, me devolvió el saludo,
pensando que, por alguna singular coincidencia, yo había descubierto su
identidad. Cuando, engañado por la debilidad de mi vista y las artes del
tocador sobre la edad y los encantos de la dama desconocida, le pregunté
con tanto entusiasmo a Talbot quién era ella, éste supuso que me refería a
la belleza más joven, naturalmente, y me dijo entonces, sin faltar a la
verdad, que era "la célebre viuda, Madame Lalande".
A la mañana siguiente, mi tatarabuela se encontró en la calle con
Talbot, un viejo conocido suyo de París, y la conversación, claro está, re-
cayó sobre mi persona. Se enteró entonces de mis deficiencias visuales,
que eran famosas, aunque yo ignoraba por completo su fama; y mi buena
parienta descubrió así, para su gran pesar, que se había engañado al
250
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsuponerme al tanto de su identidad, y que yo, sencillamente, había estado
haciendo el ridículo al galantear en un teatro, en forma pública, con una
anciana desconocida.
Para castigarme por esa imprudencia, se puso de acuerdo con Talbot,
quien abandonaría la ciudad a propósito, evitando así tener que
presentarme. A ojos de los demás, mis averiguaciones callejeras sobre "la
hermosa viuda, Madame Lalande" debían referirse a la dama más joven,
por supuesto; y así, la conversación con los tres amigos que encontré a
poco de dejar el hotel de Talbot se explica fácilmente, lo mismo que su
alusión a Ninon de l'Enclos. Nunca tuve oportunidad de ver a Madame
Lalande de día, y en la soirée musical, mi tonta renuencia a usar anteojos
me impidió descubrir su edad. Cuando los invitados pidieron que cantase
"Madame Lalande", hablaban de la dama más joven, y fue ésta quien se
levantó para responder al pedido; pero mi tatarabuela, prosiguiendo con el
engaño, se levantó al mismo tiempo y la acompañó hasta el piano, en la
sala principal. De haber querido escoltarla, pensaba insinuarme la
conveniencia de permanecer donde estaba, pero mi propia prudencia lo
hizo innecesario. Las canciones que tanto admiré, y que tanto confirmaron
mi impresión de la juventud de mi amada, fueron interpretadas por
Madame Stephanie Lalande. Los anteojos me fueron obsequiados como
para añadir un reproche a la burla, un aguijón en el epigrama del engaño.
Y obsequiarlos le dio oportunidad para aquel sermón sobre la afectación
con el que fui tan particularmente esclarecido. Es casi superfluo agregar
que la anciana había cambiado las lentes del instrumento por otras que se
adaptaban mejor a mi edad. De hecho, me resultaban perfectas.
El clérigo, que sólo había fingido unirnos en ese nudo fatal, era un
compinche de juergas de Talbot, y no tenía nada de sacerdote. Pero era
un cochero excelente, y después de cambiar la sotana por un levitón, con-
dujo el carruaje que transportó a la "feliz pareja" fuera de la ciudad. A su
lado, Talbot hacía las veces de acompañante. Así, los dos miserables "pre-
senciaron la matanza", y por una ventana semiabierta del salón de la po-
sada, se divirtieron observando el dénouement del drama. Creo que
deberé desafiarlos a ambos.
Con todo, no soy el esposo de mi tatarabuela, y ése es un
pensamiento que me produce un alivio infinito; pero sí soy el esposo de
251
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEMadame Lalande -de Madame Stephanie Lalande-, con quien mi buena y
anciana parienta, además de declararme su heredero universal cuando
muera... si es que alguna vez lo hace, se tomó el trabajo de arreglarme
una boda. En conclusión: terminé para siempre con los billets doux, y
jamás me verán con ANTEOJOS.
CUATRO BESTIAS EN UNA
EL HOMBRE CAMALEOPARDO
Cada uno tiene sus virtudes.
(CREBILLON, Xeraés)
Antíoco Epifanes es generalmente considerado como el Gog del
profeta Ezequiel. Este honor, sin embargo, corresponde naturalmente a
Cambises, hijo de Ciro. Y, por otra parte, el monarca sirio no tiene
verdaderamente necesidad de atavíos o adornos suplementarios.
Su advenimiento al trono, o más bien su usurpación de la soberanía,
ciento setenta y un años antes de la venida de Cristo, su tentativa para sa-
quear el templo de Diana en Éfeso, su implacable odio a los judíos, la vio-
lación del santo de los santos, y su muerte miserable en Taba, después de
un reinado tumultuoso de once años; son circunstancias de tanto bulto y
que han debido generalmente atraer la atención de los historiadores de su
tiempo más que las impías, cobardes, crueles, absurdas y caprichosas ha-
zañas que hay que añadir para formar el total de su vida privada y de su
reputación.
Supongamos, amable lector, que estamos en el año del mundo tres
mil ochocientos treinta, y por algunos minutos, transportados a la más
fantástica de las mansiones humanas, a la notable ciudad de Antioquía.
Verdad es que había en Siria y en otras comarcas dieciséis ciudades de
este nombre, sin contar aquella de que vamos a ocuparnos. Pero la nues-
tra es la que se llamaba Antioquía Epidafne, a causa de que estaba pró-
xima a la aldea de Dafne, donde había un templo consagrado a esta
252
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdivinidad.
Fue edificada (aunque la cosa es discutible) por Seleuco Nicator, pri-
mer rey después de Alejandro el Grande, en memoria de su padre Antíoco,
y se convirtió en breve tiempo en capital de la monarquía siria. En los
buenos tiempos del Imperio Romano, era residencia ordinaria del prefecto
de las provincias orientales; y muchos emperadores de la ciudad reina
(entre los que merecen especial mención Vero y Valente) pasaron en ella
gran parte de su vida.
Pero observo que hemos llegado. Subamos sobre esta plataforma y
echemos una ojeada sobre la ciudad y el país vecino.
¿Cuál es ese ancho y rápido río que se abre un paso accidentado por
innumerables cascadas, a través de un caos de montañas y después a tra-
vés de un caos de construcciones?
-Es el Orontes, y es la única agua que se percibe, a excepción del
Mediterráneo, que se extiende como inmenso espejo hasta doce millas al
sur. Todo el mundo ha visto el Mediterráneo; pero permítanme ustedes
decirles que muy pocas personas han disfrutado del golpe de vista que
ofrece Antioquía; quiero decir, muy pocas de las que, como nosotros, han
tenido el beneficio de una educación moderna. Por lo tanto dejemos el
mar en su sitio y fijemos toda nuestra atención en ese conjunto de edifi-
cios que se extiende a nuestros pies. Ustedes recordarán que nos
hallamos en el año del mundo tres mil ochocientos treinta. Si fuera más
tarde, por ejemplo en el año mil ochocientos cuarenta y cinco de nuestro
Señor Jesucristo, nos veríamos privados de este extraordinario
espectáculo. En el siglo XIX, Antioquía está, es decir, Antioquía estará en
un lamentable estado de abandono. En el intervalo, Antioquía habrá sido
completamente destruida tres veces diferentes por tres terremotos
sucesivos. A decir verdad, lo poco que quede de su primera condición se
hallará en tal estado de desolación y ruina que el patriarca transportará su
silla a Damasco. Está bien: Veo que sigue usted mi consejo, y que
aprovecha el tiempo en inspeccionar los lugares y en:
............. saciar sus ojos Con el recuerdo
y los objetos todos, Que de la gran ciudad
forman la gloria
253
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Dispense usted, había olvidado que Shakespeare no florecerá hasta
dentro de 1.750 años. Pero el aspecto de Epidafne, ¿no justifica el epíteto
de fantástica que le he dado?
-Está bien fortificada; desde este punto de vista debe tanto a la naturaleza
como al arte.
-Tiene usted razón.
-Hay una cantidad prodigiosa de imponentes palacios.
-En efecto.
-Y los templos son numerosos, suntuosos, magníficos, y pueden sos-
tener el parangón con los más célebres de la antigüedad.
-Efectivamente así es. Sin embargo hay una infinidad de chozas y
abominables barracas. También hay que confesar que existe en todas las
calles una maravillosa abundancia de inmundicias; y a no ser por el om-
nipotente humo del incienso idólatra no podríamos resistir la hediondez.
¿Ha visto usted nunca calles tan insoportablemente estrechas y casas tan
maravillosamente altas? ¡Qué negrura proyectan sus sombras sobre el
suelo! Es una suerte que las lámparas suspendidas en esas interminables
columnas estén encendidas todo el día; de otro modo tendríamos aquí una
segunda edición de las tinieblas de Egipto.
-i Verdaderamente éste es un lugar extraño! ¿Qué significa ese raro
edificio que se ve allá abajo? i Mire usted! Domina todos los demás y se
extiende a lo lejos, al este del que supongo es el palacio real.
-Es el nuevo templo del Sol, adorado en Siria con el nombre de Elah
Gabalah. Más tarde un muy famoso emperador instituirá este culto en
Roma y se llamará Heliogábalo. Me atrevo a afirmar que la vista de la
divinidad de este templo le agradaría a usted mucho. No tiene que mirar
al cielo, su majestad el Sol, por lo menos el sol adorado por los asirios, no
está allí. Esta deidad se encuentra en el interior del edificio situado allá
abajo. Es adorado bajo la forma de un ancho pilar de piedra, cuya cima
está terminada por un cono o pirámide que representa el fuego o pyr.
-¡Mire! ¡Mire! ¿Quiénes pueden ser esos ridículos seres, medio des-
nudos, con la cara pintada, que se dirigen a la canalla con grandes gestos
y vociferaciones?
-Algunos, en corto número, son saltimbanquis; otros pertenecen más
especialmente a la raza de los filósofos. La mayor parte, sin embargo,
254
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEespecialmente los que apalean al populacho, son los principales cortesa-
nos del palacio que ejecutan, como es su deber, alguna farsa inventada
por el Rey.
-¡Calle! i Otra cosa nueva! ¡Cielo! i La ciudad hormiguea de bestias
feroces! ¡Qué terrible espectáculo! ¡Qué peligrosa rareza!
-Terrible, si usted quiere, pero muy poco peligrosa. Cada animal, si
usted se toma el trabajo de observarlo, camina tranquilamente detrás de
su dueño. Algunos, sin duda, son llevados con una cuerda al cuello, pero
son principalmente las especies más pequeñas y tímidas. El león, el tigre y
el leopardo andan enteramente libres. Han sido reducidos a su presente
condición sin ningún trabajo y siguen a sus propietarios respectivos como
ayudas de cámara. Verdad es que hay casos en que la naturaleza
reivindica su imperio usurpado; pero un escudero devorado, un toro
sagrado estrangulado, son circunstancias muy vulgares para producir
sensación en los Epidáfneos.
-Pero, ¿qué extraordinario tumulto oigo? ¡De seguro he aquí un gran
ruido aun para el mismo Antíoco! Esto indica algún inusitado incidente.
-Sí, indudablemente. El Rey ha ordenado algún nuevo espectáculo,
alguna exhibición de gladiadores en el Hipódromo, o tal vez el asesinato
de los prisioneros escitas, o el incendio de su nuevo palacio, o también, a
fe mía, la quema de algunos judíos. El estruendo aumenta. Suben por los
aires rumores de grandes carcajadas. El aire es desgarrado por los instru-
mentos de viento y por el clamor de un millón de gargantas. Descendamos
y veamos lo que ocurre. Por aquí, i tenga cuidado! Estamos aquí en la
calle principal que se llama calle de Timarco. El populacho, semejante a un
mar, llega por este lado y nos será difícil remontar la corriente. Se esparce
a través de la avenida de los Heráclidas, que parte directamente del
palacio; según esto, el Rey forma parte de la banda. Sí, oigo los gritos del
heraldo que proclama su venida con la pomposa fraseología de Oriente.
Podremos verlo bien, cuando pase delante del templo de Ashimah. Pon-
gámonos al abrigo del vestíbulo del santuario; pronto llegará aquí. Entre
tanto consideremos esta figura. ¿Quién es? ¡Oh! Es el Dios Ashimah en
persona; usted ve bien que no es ni cordero, ni macho cabrío, ni sátiro; no
tiene ninguna semejanza con el Pan de los arcadios. Y, sin embargo, todos
estos caracteres han sido, ¡vuelvo a equivocarme!, serán atribuidos, quie-
255
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEro decir, por los eruditos de los siglos futuros al Ashimah de los sirios.
Póngase sus anteojos y dígame lo que es. ¿Qué es?
-¡Dios me perdone! i Es un mono!
-Sí, verdaderamente, un babuino, pero de ningún modo una deidad.
Su nombre es una derivación del griego simia; ¡qué terribles tontos son los
anticuarios! Pero, ¡vea usted! ¡Vea ese granujilla desarrapado que corre
allá abajo! ¿Adónde va? ¿Qué rebuzna? ¿Qué dice? ¡Oh!, dice que el Rey
llega en triunfo; que trae el traje de las grandes fiestas; que acaba de dar
muerte por su propia mano a mil prisioneros israelitas encadenados. Por
esta hazaña el pequeño miserable lo pone en las nubes. ¡Atención! He
aquí que viene una banda de gente que parece disfrazada. Ha compuesto
un himno latino acerca de la valentía del Rey y lo canta andando:
Mille, mille, mille
Mille, mille, mille
Decollavimus, unus homo!
Mille, mille, mille, mille decollavimus!
Mille, mille, mille!
Vivat qui mille occidit!
Tantum vini habet nemo
Quantum sanguinis effudit73
Lo que puede parafrasearse así:
"¡Mil, mil, mil,
Mil, mil, mil.
Con un solo guerrero hemos degollado mil!
Mil, mil, mil.
¡Cantemos mil para siempre!
¡Hurra! Cantemos
Larga vida a nuestro rey,
73 Flavio Vopisco dice que el himno intercalado aquí fue cantado por el populacho, cuando la guerra de los sármatas en honor de Aureliano, que había matado con su propia mano novecientos cincuenta hombres al enemigo.
256
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Que mató mil hombres tan lindamente.
¡Hurra! gritemos a voz en cuello,
Que nos ha dado una más copiosa
Vendimia de sangre.
Que todo el vino que puede producir Siria".
-¿Oye usted esa banda de cornetas?
-Sí, ¡el Rey llega! i Vea usted! i El pueblo está lleno de admiración, y
levanta sus ojos al cielo con respetuoso enternecimiento! ¡Ya llega! ¡Ya
llega! ¡Aquí está!
-¿Quién? ¿Dónde? ¿El Rey? No lo veo; le juro que no lo veo.
-Pues es preciso estar ciego.
-Es posible que lo esté. La verdad es que sólo veo una tumultuosa
multitud de idiotas y locos que se apresuran a prosternarse delante de un
gigantesco camaleopardo, y que se matan por poder depositar un beso en
la pezuña del animal. i Vea usted! La bestia acaba justamente de golpear
fuertemente a uno del populacho; i ah! otro ahora, y otro, y otro. En ver-
dad, no puedo menos de admirar al animal por el excelente uso que hace
de sus patas.
-¿Populacho, dice? ¡Pues son los nobles y libres ciudadanos de Epi-
dafne! ¿La Bestia, ha dicho? ¡Tenga cuidado, que nadie lo oiga! ¿No ve
que el animal tiene cara de hombre? Amigo mío, ese camaleopardo no es
otro que el rey Antíoco Epifanes, Antíoco el Ilustre, rey de Siria, y el más
poderoso de todos los autócratas de Oriente. Verdad es que a veces se le
llama Antíoco Epimanes, o el Loco. Es cierto que por el momento está en-
cerrado en la piel de una fiera, y que hace lo posible por desempeñar su
papel de camaleopardo; pero lo hace para sostener mejor la dignidad real.
Por otra parte, el monarca tiene una estatura gigantesca, y por consi-
guiente, el traje no le sienta mal ni le está demasiado grande. Podernos,
no obstante, suponer que, a no ser por alguna circunstancia solemne, no
se lo habría puesto. Por ejemplo, el caso presente, o sea la matanza de mil
judíos. ¡Con qué prodigiosa dignidad se pasea el monarca en cuatro patas!
Su cola va levantada en el aire, como vemos, por sus dos principales con-
cubinas, Eliné y Argeláis; y todo su aspecto sería excesivamente simpáti-
co, si no fuese por la protuberancia de sus ojos, que acabarán por
257
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsaltársele, y por el extraño color de su rostro, que se ha vuelto indefinible
a causa de la gran cantidad de vino que ha tragado. Sigámoslo al hipódro-
mo, a donde se dirige, y escuchemos el canto de triunfo que empieza a
entonar él mismo:
"¡Quién es rey sino Epifanes?
Decid, do sabéis?
¿Quién es rey, sino Epifanes?
¡Bravo! ¡Bravo!
¡No hay más rey que Epifanes,
No, no hay otro!
¡Así, echad abajo los templos
Y apagad el sol!"
i Bien cantado! El populacho saluda al Príncipe de los poetas y Gloria
del Oriente, Delicias del Universo, y, por último, el más maravilloso de los
Camaleopardos. Le hacen repetir su obra maestra, y, ¿oye usted?, la
vuelve a empezar. Cuando llegue al Hipódromo, recibirá la corona poética
como preparación para su victoria en los próximos Juegos Olímpicos.
-Pero, buen Júpiter, ¿qué ocurre en la multitud detrás de nosotros?
-¿Detrás de nosotros, dice usted? ¡Oh!, ya comprendo. Amigo mío,
me alegro de que haya hablado a tiempo. Pongámonos en lugar seguro lo
más pronto posible. ¡Aquí! Refugiémonos bajo los arcos de este acueduc-
to, y le explicaré el origen de esta agitación. Como presumo, esto acaba
mal. El singular aspecto de este camaleopardo con su cabeza de hombre,
debe de haber chocado con las ideas de lógica y armonía aceptadas por
los animales salvajes domesticados en la ciudad. De aquí ha resultado un
motín, y, como sucede siempre en tales casos, todos los esfuerzos
humanos serán impotentes para reprimir el movimiento. Algunos sirios ya
han sido devorados; pero los patriotas de cuatro patas parecen
unánimemente decididos a comerse el camaleopardo. El Príncipe de los
Poetas se ha enderezado sobre sus patas traseras, porque se trata de su
vida. Sus cortesanos han abandonado el campo, y sus concubinas han
seguido tan excelente ejemplo. ¡Delicias del Universo, en mal paso te
encuentras! ¡Gloria del Oriente, estás en peligro de ser comido! Por
258
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEconsiguiente, no mires tan lastimosamente tu cola; se arrastrará por el
lodo, no hay remedio. ¡No mires, pues, atrás, ni te ocupes de su inevitable
deshonra; sino anímate, pon en juego vigorosamente las piernas, y escapa
hacia el Hipódromo! ¡Acuérdate de que eres Antíoco Epifanes, Antíoco el
Ilustre! y también ¡el Príncipe de los Poetas, las Delicias del Universo y el
más maravilloso de los Camaleopardos! ¡Santo cielo! ¡Posees unas piernas
que son tu mejor defensa! ¡Así vas bien, camaleopardo! ¡Glorioso Antíoco!
¡Corre, salta, vuela! ¡Como una flecha lanzada por la catapulta se
aproxima al Hipódromo! ¡Corre! ¡Da un grito! ¡Ya llegó! Suerte has tenido;
porque ¡oh, Gloria del Oriente!, si tardas medio segundo más en llegar a
las puertas del anfiteatro, no hubiera habido en Epidafne un solo oso, por
pequeño que fuese, que no se cebase en tu osamenta. Vámonos,
partamos, porque nuestros modernos oídos son demasiado delicados para
soportar el inmenso estrépito que va a empezar en honor de la libertad del
Rey. ¡Oíd! Ya ha empezado. Toda la ciudad está alborotada.
-¡He ahí ciertamente la ciudad más populosa de Oriente! ¡Qué
hormigueo de pueblo! ¡Qué confusión de clases y edades! ¡Qué variedad
de trajes! ¡Qué Babel de lenguas! ¡Qué gritos de bestias! ¡Qué estrépito
de instrumentos! ¡Qué pandilla de filósofos!
-¡Vámonos, vámonos!
-Un momento aún: veo en el Hipódromo una gran algazara; dígame,
por favor, ¿qué significa?
-¿Esto? ¡oh, nada! Los nobles y libres ciudadanos de Epidafne, ha-
llándose, según declaran, satisfechos por completo de la lealtad, bravura,
sabiduría y divinidad de su Rey, y además, habiendo sido testigos de su
reciente agilidad sobrehumana, piensan llenar un deber depositando sobre
su frente (además del laurel poético), una nueva corona, premio de la ca-
rrera a pie, corona que será preciso que obtenga en las fiestas de la
próxima Olimpíada y que naturalmente decretan hoy por adelantado.
NUNCA APUESTES TU CABEZA AL
DIABLO
259
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE
Cuento con moraleja
"Con tal que las costumbres de un autor sean puras y castas -dice
don Tomás de las Torres en el prefacio de sus Poemas amatorios- importa
muy poco que no sean igualmente severas sus obras." Presumimos que
don Tomás está ahora en el Purgatorio por dicha afirmación. Sería
conveniente tenerlo allí, desde el punto de vista de la justicia poética,
hasta que sus Poemas amatorios se agotaran o quedaran eternamente en
los estantes por falta de lectores. Toda obra de ficción debería tener una
moraleja, más aún, los críticos han descubierto que toda ficción la tiene.
Tiempo atrás, Philip Melancthon escribió un comentario de la
Batracomiomaquia, y demostró que el objetivo del poeta era estimular el
desagrado por la sedición. Pierre La Seine fue un paso más allá, y mostró
que la intención era recomendar a los jóvenes temperancia en la comida y
la bebida. Por su parte, Jacobus Hugo se convenció de que en Euenis,
Homero insinuaba a Calvino, que Antonio era Martín Lutero, que los
lotófagos eran los protestantes en general, y las arpías, los holandeses.
Nuestros escoliastas, más modernos, son igualmente agudos. Estos
individuos encuentran un sentido oculto en Los antediluvianos, de una
parábola en Powhatan, de nueve ideas en Arrorró mi niño y del
trascendentalismo en Pulgarcito. En resumidas cuentas, se ha demostrado
que nadie puede sentarse a escribir sin contar con un profundo designio.
Así, los autores se ahorran muchos problemas. Un novelista, por ejemplo,
no tiene que preocuparse por la moraleja pues está allí -es decir, en
alguna parte de su obra-, y tanto ella como los críticos pueden
arreglárselas solos. Cuando llegue el momento adecuado, todo lo que el
caballero quería decir, y todo lo que no quería, saldrá a la luz en el Dial o
en el Down-Easter, juntamente con todo lo que debería haber querido
decir y aquello que claramente intentó decir, de modo que al final todo
saldrá muy bien.
Por lo tanto, no hay motivo para la acusación que ciertos ignorantes
me han hecho: que jamás escribí un cuento moral, o más precisamente un
260
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcuento con moraleja. No son ellos los críticos predestinados a hacerme
salir a la luz y a desarrollar mis moralejas, ése es el secreto. Tarde o tem-
prano el North American Quarterly Humdrum los hará avergonzar de su
estupidez. Entretanto, para aplazar el ajusticiamiento y mitigar las acusa-
ciones contra mí, ofrezco el siguiente y penoso relato, una historia cuya
moraleja no puede ser cuestionada en absoluto ya que uno puede leerla
en las letras mayúsculas que forman el título del cuento.
Debería reconocerme un mérito por usar este recurso, mucho más
sensato que el de La Fontaine y otros, que reservan hasta último momento
la impresión que desean transmitir y la incluyen al final de sus fábulas.
Defuncti injuria en officiantur, decía una ley de la doce tablas, y De
mortuis nil nisi bonum es un excelente mandamiento, aun si los muertos
en cuestión no valen nada. Por lo tanto, no es mi intención vituperar a mi
difunto amigo Toby Dammit. Era un pobre perro, en verdad, y tuvo una
muerte de perros, pero no hay que echarle en cara sus vicios. Éstos se de-
bían a un defecto personal de su madre. Esa mujer que se esforzó lo más
posible en cuanto a proporcionarle azotes cuando Toby era pequeño pues,
para su ordenada mente, los deberes eran siempre placeres, y los bebés,
al igual que la carne dura o los olivos griegos, mejoran si uno los golpea. i
Pero pobre mujer! Tenía la desgracia de ser zurda, y es preferible no azo-
tar a un niño antes que azotarlo con la mano izquierda. El mundo gira de
derecha a izquierda. No sirve azotar a un bebé de izquierda a derecha. Si
cada golpe asestado en la dirección adecuada extirpa una propensión al
mal, de ahí se desprende que cada golpe en sentido contrario profundiza
aún más la maldad. Yo solía estar presente cuando castigaba a Toby, y
hasta por la forma en que el niño pateaba me daba cuenta de que cada
día que pasaba se estaba poniendo más malo. Por último vi, con lágrimas
en los ojos, que ya no quedaban esperanzas para el sinvergüenza, y un día
en que lo habían golpeado tanto hasta dejarle la cara tan negra que bien
podía habérselo tomado por un niño africano, sin obtener otro efecto que
el de hacerlo retroceder en un ataque de furia, ya no pude soportarlo más
y, cayendo de rodillas, alcé mi voz y profeticé su ruina.
Lo cierto es que la precocidad de Toby para el vicio era terrible. A los
cinco meses le daban unos ataques tan virulentos, que no podía articular
261
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpalabra. A los seis meses lo pesqué mordisqueando un mazo de naipes. A
los siete se había acostumbrado a abrazar y besar las bebidas. A los ocho
se negó perentoriamente a firmar un documento en pro de la temperan-
cia. Así, mes a mes fue creciendo en él la iniquidad hasta que, al cumplir
su primer año de vida, no sólo usaba bigotes sino que había adquirido
cierta propensión a lanzar juramentos y malas palabras, y a respaldar sus
afirmaciones con apuestas.
Esta última y poco caballeresca práctica fue la que causó por fin la
ruina que yo había vaticinado para Toby Dammit. El hábito "fue creciendo
con él y fortaleciéndose con su fuerza" de modo que, cuando Toby ya fue
un hombre, apenas si podía pronunciar una frase sin adornarla con una
propuesta de juego.
No apostaba en serio, no. Debo ser justo con mi amigo, y decir que
antes hubiera preferido hacer cualquier otra cosa. Para él, el hábito era
una simple fórmula, nada más. No daba ningún sentido especial a sus ex-
presiones; éstas eran simples imprecaciones -aunque no del todo ino-
centes-, frases ocurrentes con las cuales redondeaba sus ideas. Cuando
decía: "Le apuesto a aquello", a nadie se le cruzaba por la mente tomarle
la palabra, pero yo no podía dejar de considerar que mi deber era repren-
derlo. Ese hábito era inmoral, y así se lo decía. Era vulgar, y le imploraba
que me creyera. Era desaprobado por la sociedad, cosa que no era más
que la verdad. Estaba prohibido por una ley del Congreso, y al decir esto
no me animaba ni la menor intención de mentir. Le hacía objeciones, pero
en vano. Lo instaba, y él sonreía. Le suplicaba, y se reía. Si lo sermoneaba,
me miraba con desdén. Si lo amenazaba, me lanzaba una palabrota. Silo
pateaba, llamaba a la policía. Si le daba un tirón de nariz, se la sonaba y
apostaba su cabeza al diablo a que no me atrevería a repetir el
experimento.
La pobreza era otro vicio que la peculiar deficiencia física de la madre
de Dammit había legado al hijo. Era detestablemente pobre, y por una ra-
zón, sin duda, sus exclamaciones relacionadas con las apuestas rara vez
tomaban un giro pecuniario. Nadie podrá decir que le oyó alguna vez
usar formas de expresión tales como: "Le apuesto un dólar". Por lo general
decía: "Le apuesto lo que usted quiera", "Le apuesto lo que usted se
atreva", "Le apuesto cualquier cosa" o, más significativamente aún: "Le
262
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEapuesto mi cabeza al diablo".
Esta última forma es la que parecía complacerlo más, tal vez porque
implicaba el menor riesgo, pues Dammit se había vuelto parsimonioso en
exceso. Si alguien le hubiera tomado la palabra, habría perdido poco
puesto que tenía una cabeza pequeña. Pero éstas son reflexiones persona-
les que me hago, y en modo alguno puedo atribuírselas a él. De todas for-
mas, la frase en cuestión se volvía cada vez más habitual, pese a lo
impropio de que un hombre apostara a su cerebro como si fuera billetes
de Banco, pero la perversa naturaleza de mi amigo no le permitía
entenderlo. Con el tiempo llegó a abandonar toda otra fórmula, y se
entregó por entero a "Le apuesto mi cabeza al diablo" con una pertinencia
y exclusividad que desagradaban y sorprendían. Siempre me desagradan
las circunstancias que no logro explicarme. Los misterios obligan al
hombre a pensar, y así se resiente su salud. A decir verdad, había algo en
el aire con que el señor Dammit pronunciaba aquella ofensiva expresión,
algo en su manera de enunciarla, que primero me interesó y luego me
puso muy nervioso, algo que, a falta de término más preciso, debo
calificar de extraño, pero que Coleridge habría denominado místico, Kant
panteístico, Carlyle retorcido y Emerson hiperexcéntrico. Aquello empezó
a desagradarme sobremanera. El alma del señor Dammit corría grave
peligro. Decidí entonces usar toda mi elocuencia para salvarla. Juré
consagrarme a él tal como dice la crónica irlandesa que San Patricio se
consagró al sapo, es decir, "despertándolo para que tomara conciencia de
su situación". De inmediato me aboqué a la tarea. Una vez más me
propuse reconvenir a mi amigo. Una vez más junté todas mis energías
para un intento final de recriminación.
Cuando hube concluido con mi discurso, el señor Dammit se permitió
una conducta sumamente equívoca. Durante unos instantes permaneció
en silencio, limitándose a mirarme inquisidoramente a la cara, pero luego
inclinó la cabeza hacia un lado y arqueó mucho las cejas. Acto seguido
tendió las palmas de las manos y se encogió de hombros. Guiñó el
ojo derecho y repitió la operación con el izquierdo. Después cerró
fuertemente los dos, y al instante los abrió tanto, que me preocupé
seriamente por las consecuencias. Aplicándose el pulgar a la nariz, juzgó
oportuno realizar movimientos indescriptibles con el resto de los dedos.
263
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEPor último, poniendo los brazos en jarra, se avino a responder.
Me vienen a la mente sólo los titulares de su discurso. Me estaría muy
agradecido si me callara la boca. No quería que le dieran consejos. Des-
preciaba todas mis insinuaciones. Ya era bastante grande como para cui-
darse solo. ¿Todavía lo consideraba un bebé? ¿Me atrevía a criticar su
naturaleza? ¿Me proponía insultarlo? ¿Era tonto yo? En una palabra, ¿sabía
mi madre que yo me había ausentado de mi casa? Esta última pregunta
me la hacía considerándome un hombre veraz, y estaba dispuesto a creer
en mi respuesta. Una vez más me preguntaba explicativamente si mi
madre sabía que yo había salido. Mi confusión, según dijo, me traicionaba,
y por ende estaba dispuesto a apostarle su cabeza al diablo a que no sabía
nada.
El señor Dammit no se detuvo a la espera de mi respuesta. Giró sobre
sus talones y me abandonó con indigna precipitación. Y de lo bien que
hizo. Me había herido en mis sentimientos y hasta había provocado mi in-
dignación. Por una vez en la vida habría querido aceptarle su insultante
apuesta. Habría ganado para el Archienemigo la pequeña cabeza del señor
Dammit, porque lo cierto es que mi madre estaba perfectamente enterada
de mi ausencia temporal del hogar.
Pero Coda shefa midéhed -el cielo brinda un alivio-, como dicen los
musulmanes si uno les pisa los dedos de los pies. Había sido ofendido
mientras cumplía con mi deber, y soporté el insulto como un hombre. Sin
embargo, ahora me parecía que había hecho todo lo que se me podía
pedir por aquel miserable individuo, y decidí no molestarlo más con mis
consejos, dejándolo librado a su propia conciencia y a sí mismo. Sin
embargo, aunque desistí de darle más consejos, no pude renunciar del
todo a su compañía. Hasta llegué a soportar algunas de sus inclinaciones
menos cuestionables, y en ciertas oportunidades hasta elogié sus
desagradables chistes tal como elogian los epicúreos la mostaza: con
lágrimas en los ojos; tan profundamente me hería oír su maligno lenguaje.
Un hermoso día en que habíamos salido a pasear juntos, tomados del
brazo, el camino nos llevó en dirección a un río. Había un puente y deci-
dimos cruzarlo. Era un puente techado que servía para proteger del mal
tiempo, y como tenía pocas ventanas, adentro resultaba incómodamente
oscuro. Cuando ingresamos, el contraste entre el resplandor externo y la
264
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpenumbra interior me produjo un gran desánimo. No así al desdichado
Dammit, quien enseguida apostó su cabeza al diablo a que yo me sentía
deprimido. Él, por su parte, estaba de muy buen humor. Tal vez un poco
animado por de más, lo cual me había sentir cierta suspicacia. No es im-
posible que lo haya afectado algún tipo de trascendentalismo. Pero no soy
muy versado en el diagnóstico de esta enfermedad como para expedirme
sobre nada, y lamentablemente no estaba presente ninguno de mis
amigos del Dial. No obstante, sugiero la idea debido a cierto espíritu
payasesco que parecía aquejar a mi pobre amigo haciéndolo comportarse
como un tonto. Nada le agradaba más que deslizarse y saltar por debajo o
por encima de cualquier cosa que se le pusiera por delante, y lo hacía
gritando o susurrando todo tipo de palabras o palabrotas, aunque
manteniendo siempre el rostro serio. Yo sinceramente no sabía si
compadecerlo o patearlo. Por último, cuando ya habíamos cruzado casi
todo el puente y nos acercábamos al final, un molinete de cierta altura nos
impidió seguir. Calladamente lo sorteé como suele hacerse, es decir,
haciéndolo girar. Pero esto no convenía al señor Dammit, quien insistió en
saltarlo por arriba y afirmó que era capaz de realizar también una pirueta
en el aire. Ahora bien, en conciencia no me parecía que pudiera hacerlo. El
que mejor piruetas hacía era mi amigo Carlyle, y como yo sabía que él no
podía hacerlo, tampoco creía que lo pudiera hacer Toby Dammit. Por
consiguiente se lo dije con todas las letras, agregando que lo consideraba
un fanfarrón que no podía cumplir con lo que decía. Esto que dije lo
lamenté posteriormente, pues en el acto él apostó su cabeza al diablo a
que lo hacía.
Estaba yo a punto de responderle, pese a mi anterior resolución, re-
prochándole su impiedad, cuando oí muy cerca una tos muy parecida a la
exclamación "¡Ejem!". Me sobresalté y miré asombrado en derredor. Mis
ojos cayeron por fin en un nicho que había en la estructura del puente, y
repararon en la figura de un diminuto y anciano caballero cojo, de vene-
rable aspecto. Nada podía ser más excelso que su apariencia, pues no
sólo
iba vestido todo de negro, sino que llevaba una camisa muy limpia,
con cuello que se doblaba prolijamente sobre una corbata blanca, y usaba
el pelo con raya al medio como una muchacha. Tenía las manos entrelaza-
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CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdas en gesto pensativo sobre el vientre, y había puesto los ojos en blanco.
Observándolo más atentamente noté que, por encima, de su ropa,
llevaba puesto un guardapolvo de seda negra, lo cual me resultó muy
raro. Sin embargo, antes de que tuviera oportunidad de hacer un
comentario sobre tan singular circunstancia, me interrumpió con un
segundo "¡Ejem! ".
No me sentí preparado para responder de inmediato tal observación.
Lo cierto es que los comentarios tan lacónicos son prácticamente imposi-
bles de responder. Conozco una revista trimestral que quedó desconecta-
da ante la palabra "¡Tonterías!". Por lo tanto, no me avergüenza decir que
me volví al señor Dammit en busca de ayuda.
-Dammit, ¿qué haces? -le pregunté-. ¿No oyes? Este caballero dice
"¡Ejem!".
Lo miré con aire serio mientras le hablaba, porque a decir verdad me
sentía particularmente desconcertado, y cuando un hombre se siente par-
ticularmente desconcertado, debe fruncir las cejas y poner expresión sal-
vaje, porque de lo contrario es seguro que parecerá un tonto.
-Dammit -continué, aunque la palabra pareció una maldición, cosa
que estaba muy lejos de mi pensamiento-, Dammit74, este caballero dice
"¡Ejem!".
No trataré de defender mis palabras afirmando que eran profundas
pues a mí tampoco me lo parecieron, pero he notado que el efecto de
nuestras palabras no siempre es proporcional a la importancia que tiene
ante nuestros ojos. Y si hubiera arrojado una bomba al señor Dammit, o si
lo hubiera golpeado en la cabeza con un ejemplar de Poetas y Poesías de
Norteamérica, no lo habría visto tan molesto como cuando le dirigí aque-
llas simples palabras:
-"Dammit, ¿qué haces? ¡Acaso no oyes? El caballero dice ¡Ejem!"
-¿Ah, sí? -musitó al fin, y por su rostro pasaron más colores que los
que despliega, uno tras otro, un barco pirata cuando lo persigue una nave
de guerra-. ¿Estás seguro de que eso dijo? Bueno, de todos modos ya
estoy listo, y mejor que enfrente el tema con decisión. Aquí voy: i Ejem!
Al oír esto el hombrecito pareció complacido, sólo Dios sabe por qué.
Salió del nicho donde se hallaba, se adelantó rengueando con un aire
74 Damn it!: En inglés, ¡Maldición! [N. de la T.]
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CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEgentil y estrechó cordialmente la mano de Dammit, mirándolo con la más
pura expresión de bondad que pueda imaginar un ser humano.
-Estoy convencido de que usted ganará, Dammit -dijo, con una
sonrisa franca-, pero por fuerza debemos tener una prueba, por una mera
formalidad.
-¡Ejem! -repuso mi amigo quitándose la chaqueta con un profundo
suspiro, atándose un pañuelo de bolsillo a la cintura y modificando
inexplicablemente sus facciones, para lo cual revolvió los ojos y bajó la
comisura de sus labios-. i Ejem! i Ejem! -repitió tras una pausa, y a partir
de allí no le oí decir otra cosa que el mismo "¡Ejem! ".
"Ajá -me dije, aunque no lo expresé en voz alta-, éste es un silencio
notable por parte de Toby Dammit, sin duda consecuencia de su anterior
verbosidad. Un extremo induce al otro. Me pregunto si se ha olvidado de
todas esas preguntas imposibles de responder que con tanta fluidez me
formuló el día en que le di mi último sermón. De todos modos, parece cu-
rado de los trascendentalismos."
-¡Ejem! -respondió Toby como si hubiera estado leyendo mis pen-
samientos, y con cara de carnero viejo en un sueño.
El anciano caballero lo tomó del brazo y lo llevó más hacia el interior
del puente, hasta unos pasos antes del molinete.
-Estimado amigo -dijo-, en conciencia tengo que concederle todo este
tramo para que pueda correr y tomar impulso. Espere aquí hasta que yo
me ubique junto al molinete, así puedo ver si lo salta en forma elegante y
trascendental, sin omitir ninguno de los movimientos de la pirueta. Pura
formalidad, como usted sabe. Diré "Uno, dos, tres, ya". No arranque hasta
oír el "¡Ya!". -Se ubicó junto al molinete, hizo una pausa como sumido en
profunda reflexión, miró hacia arriba y me pareció que esbozaba una
sonrisita; luego se ajustó las tiras del delantal, miró largamente a Dammit
y pronunció las palabras convenidas:
Uno, dos, tres... ¡Ya!
Al oír el "¡Ya!", mi pobre amigo salió a la carrera. Su estilo no era tan
notable como el del señor Lord, ni tan malo como el de los críticos del se-
ñor Lord, pero me dio la impresión de que lograría superar obstáculos. Y si
no pudiera? Ah, ésa era la cuestión. ¿Y si no pudiera? ¿Qué derecho tenía
un anciano caballero -dije- de obligar a otro a saltar? ¿Y quién es este tipo?
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CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POESi me pide a mí que salte, no lo haré, lisa y llanamente no lo haré, y no me
importa quién diablos sea.
Como he dicho, el puente estaba cubierto de una manera muy ridícu-
la, y en todo momento había dentro de él un eco muy incómodo, eco que
nunca había notado tan nítidamente como cuando pronuncié las tres úl-
timas palabras.
Pero lo que dije, lo que pensé o lo que oí ocupó apenas un instante.
Menos de cinco segundos después de haber tomado impulso, mi pobre
Toby daba el salto. Lo vi correr ágilmente, dar un grandioso salto y efec-
tuar notables movimientos con las piernas al elevarse. Lo vi en lo alto, rea-
lizando una admirable pirueta sobre el molinete, y desde luego, me
pareció insólito que no completara el movimiento del salto. Pero todo eso
duró un momento, y antes que tuviera tiempo de hacer una reflexión pro-
funda, vi que el señor Dammit caía de espaldas, del mismo lado del moli-
nete de donde había partido. Y en ese mismo instante, vi también que el
anciano caballero salía corriendo y rengueando a toda velocidad, luego de
recoger y envolver en su delantal algo que caía pesadamente desde la pe-
numbra del techo en arco, justo sobre el molinete.
Todo eso me dejó atónito, pero no tuve demasiado tiempo para pen-
sar, pues el señor Dammit se hallaba particularmente quieto, por lo cual
deduje que se sentía ofendido y necesitaba mi ayuda. Rápidamente me
acerqué a él y comprobé que había recibido lo que podría denominarse
una herida grave. A decir verdad, había sido privado de la cabeza, que no
pude encontrar por ninguna parte. Decidí entonces llevarlo a casa y man-
dar a llamar a los homeópatas. Entretanto, se me ocurrió algo, y luego de
abrir una ventana en el puente, descubrí la triste verdad. A una altura de
un metro y medio del molinete, cruzando la arcada del techo a modo de
soporte, se extendía una barra plana de hierro puesta con el filo
horizontalmente, uno de varios soportes similares que contribuían a
reforzar la estructura del puente. Al parecer, el cuello de mi infortunado
amigo había entrado precisamente en contacto con dicho filo.
Mi amigo no sobrevivió a su terrible pérdida. Los homeópatas le su-
ministraron bastante poco remedio, y el poco que le dieron él no lo pudo
tomar. A la larga empeoró y murió, dando así una lección a todas las per-
sonas de vida licenciosa. Regué su tumba con mis lágrimas, agregué una
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CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEbarra siniestra al escudo de armas de su familia y, para cubrir los gastos
generales de su entierro, envié una cuenta muy módica a los transcenden-
talistas. Como los sinvergüenzas se negaron a pagar, en el acto hice exhu-
mar al señor Dammit y lo vendí como alimento para perros.
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