El Obispo y El Ladrón

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EL OBISPO Y EL LADRN (de Vctor Hugo) La noche haba descendido de pronto, oscura. Afuera, el viento soplaba fuertemente, con aullidos terribles. El obispo estaba cenando a la luz de las velas. De pronto se oy golpear. Golpes vigorosos, insistentes. El obispo se levant inmediatamente y se dirigi hacia la puerta. -No abra! le advirti el ama de llaves, asustada. -Por qu? dijo, tranquilamente, el obispo- En una noche semejante no se le puede cerrar la puerta en la cara a quien necesita de nosotros. Entr un hombre con aspecto sufrido y con una expresin de maldad en sus ojos. Mal vestido, con la barba desarreglada, el desconocido apretaba en el puo un atado de trapos. -Ponte cmodo amigo! lo invit amablemente el obispo-. Si tienes hambre me hars compaa. -No va a echarme? dud el husped con desconfianza. -Por qu tendra que hacerlo? Todos somos hermanos. El desconocido cen con el obispo; luego, durmi en una habitacin confortable. -Maana podrs retomar ms descansado tu camino -le dijo el obispo, desendole las buenas noches. Pero al da siguiente, por la madrugada, un grito despert al obispo, era el ama de llaves. -El hombre que usted benefici huy con la platera! Le dije yo que no deba tenerle confianza -lloriqueaba la mujer. -Volver! -concluy el obispo con una sonrisa. Regres, de hecho, el ladrn, pero no solo. Dos gendarmes lo haban capturado en las puertas de la ciudad. - Disculpe, Monseor. -dijo uno de los gendarmes al obispo- Este hombre quiere hacernos creer que usted le regal la platera que lleva consigo. El obispo mir al husped a los ojos. Sonri. Se dio vuelta, sac de un mueble dos candelabros, tambin de plata, y entregndoselos al ladrn, dijo con bondad: - Amigo, ayer por la noche te regal tambin estos. Te los olvidaste Llvatelos, son tuyos. Los gendarmes miraron confundidos tartamudeando frases de disculpa y salieron sobre sus propios pasos, dejando libre al ladrn. Obispo y ladrn se enfrentaron durante unos instantes, el uno turbado, el otro sonriente. De pronto el ladrn, con lgrimas en los ojos, se arroj a los pies del obispo.

EL OBISPO Y EL LADRN (de Vctor Hugo) La noche haba descendido de pronto, oscura. Afuera, el viento soplaba fuertemente, con aullidos terribles. El obispo estaba cenando a la luz de las velas. De pronto se oy golpear. Golpes vigorosos, insistentes. El obispo se levant inmediatamente y se dirigi hacia la puerta. -No abra! le advirti el ama de llaves, asustada. -Por qu? dijo, tranquilamente, el obispo- En una noche semejante no se le puede cerrar la puerta en la cara a quien necesita de nosotros. Entr un hombre con aspecto sufrido y con una expresin de maldad en sus ojos. Mal vestido, con la barba desarreglada, el desconocido apretaba en el puo un atado de trapos. -Ponte cmodo amigo! lo invit amablemente el obispo-. Si tienes hambre me hars compaa. -No va a echarme? dud el husped con desconfianza. -Por qu tendra que hacerlo? Todos somos hermanos. El desconocido cen con el obispo; luego, durmi en una habitacin confortable. -Maana podrs retomar ms descansado tu camino -le dijo el obispo, desendole las buenas noches. Pero al da siguiente, por la madrugada, un grito despert al obispo, era el ama de llaves. -El hombre que usted benefici huy con la platera! Le dije yo que no deba tenerle confianza -lloriqueaba la mujer. -Volver! -concluy el obispo con una sonrisa. Regres, de hecho, el ladrn, pero no solo. Dos gendarmes lo haban capturado en las puertas de la ciudad. - Disculpe, Monseor. -dijo uno de los gendarmes al obispo- Este hombre quiere hacernos creer que usted le regal la platera que lleva consigo. El obispo mir al husped a los ojos. Sonri. Se dio vuelta, sac de un mueble dos candelabros, tambin de plata, y entregndoselos al ladrn, dijo con bondad: - Amigo, ayer por la noche te regal tambin estos. Te los olvidaste Llvatelos, son tuyos. Los gendarmes miraron confundidos tartamudeando frases de disculpa y salieron sobre sus propios pasos, dejando libre al ladrn. Obispo y ladrn se enfrentaron durante unos instantes, el uno turbado, el otro sonriente. De pronto el ladrn, con lgrimas en los ojos, se arroj a los pies del obispo.