EL PAPA FRANCISCO NOS HABLA DEL AMOR QUE DIOS SIENTE … · “Dios es Amor”, nos dice san Juan...

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EL PAPA

FRANCISCO

NOS HABLA

DEL AMOR

QUE DIOS SIENTE

POR NOSOTROS

Selección de textos:

Matilde Eugenia Pérez T

PRESENTACIÓN

“Dios es Amor”, nos dice san Juan (cf.1 Juan 4, 8). El amor es su ser, su esencia, y también su quehacer.

Dios es Amor y nos ama infinitamente a cada uno de los hombres y mujeres que poblamos el mundo, ahora en el presente, y también, por supuesto, en el pasado transcurrido y en el futuro que vendrá.

Dios es Amor y nos ama con un amor que no tiene límites, que no hace exclusiones. Un amor de Padre y de Madre a la vez; un amor de Amigo y de Esposo, como proclama hermosamente el Cantar de los cantares.

Dios es Amor y nos ama como nadie nos ha amado ni nadie nos amará nunca.

Su amor es el fundamento de nuestro ser, de nuestra existencia, y de la existencia de todos y cada uno de los seres animados e inanimados que pueblan el universo. Así lo leemos en el libro de la Sabiduría: “Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho” (Sabiduría 8, 24).

Su amor llena nuestro corazón y nuestra vida de fuerza y entusiasmo, de alegría y de esperanza.

Dios es Amor. Amor creador, amor salvador, amor santificador.

Dios es Amor y su amor es un amor de palabras y de obras un amor que promete y cumple. Un amor que se da, un amor que se entrega a plenitud. Un amor que todo lo hace nuevo.

El amor de Dios es un amor concreto. Un amor cálido. Un amor lleno de ternura y bondad. Un amor que nos cuida y nos protege de todo peligro.

Dios es Amor. Amor “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (Salmo 103(102)8).

Un amor que nos acoge cada día en su seno. Un amor que nos abraza. Un amor que nos acaricia. Un amor que sana todas nuestras heridas, y perdona todos nuestros pecados por grandes que sean..

Cuando tenemos la certeza de este Amor infinito de Dios por nosotros, en nuestra mente y en nuestro corazón, nuestro ser y nuestra vida son lo que tienen que ser, llegan a donde tienen que llegar.

Cuando tenemos la certeza de este Amor infinito de Dios por nosotros, en nuestra mente y en nuestro corazón, nuestro ser y nuestra vida alcanzan su plenitud, porque

el Amor de Dios es un amor que inspira, que impulsa, que mueve.

Este es el anuncio de Jesús, la Buena Noticia que Jesús vino a traernos. La Buena noticia que el Papa Francisco quiere que todos conozcamos y asumamos personalmente, para que disfrutemos de ella, y para que con nuestras obras y nuestras palabras la llevemos al mundo, que necesita con urgencia conocerla.

Porque el Amor de Dios es la más grande, la más buena y la más bella noticia que ha habido y que habrá. Una noticia que sana los corazones heridos por el mal y el pecado, y reconstruye las vidas truncadas, en la fe y la esperanza.

Matilde Eugenia Pérez Tamayo

Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.

(1 Juan 4,8)

En el origen del mundo está sólo el amor libre y gratuito

del Padre.

Todo el universo material es un lenguaje

del amor de Dios.

Como en la creación, también

en las etapas sucesivas de la historia de la salvación

resalta la gratuidad del amor de Dios.

El amor de Dios nos sale al encuentro como un río en crecida

que nos arrolla pero sin aniquilarnos; más bien, es condición de vida.

Verdaderamente deberíamos decir con toda nuestra fuerza:

"Soy amado, luego existo".

Todo ser humano es objeto

de la ternura infinita del Señor, y Él mismo

habita en su vida.

Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga

el amor infinito e inquebrantable de Dios.

Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar,

con una ternura que nunca nos desilusiona

y que siempre puede devolvernos la alegría.

La caridad, el amor, es compartir en todo la suerte del amado.

El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros

y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros.

¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy!

Paciencia de Dios, cercanía de Dios, ternura de Dios.

¡Cuánta necesidad tiene el hombre de hoy,

en toda latitud, de sentir que Dios lo ama y que el amor es posible!

A todos debe llegar el consuelo y el estímulo

del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente

en cada persona, más allá de sus defectos

y caídas.

En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene;

en que Dios envió al mundo a su Hijo único

para que vivamos por medio de él.

(1 Juan 4, 9)

Dios piensa en cada uno de nosotros... y piensa bien, nos quiere, ‘sueña’ con nosotros. Sueña acerca de la alegría que gozará con nosotros. Por esta razón el Señor quiere ‘re-crearnos’, y hacer nuevo nuestro corazón, ‘re-crear’ nuestro corazón para hacer que la alegría triunfe.

¡El Señor sueña conmigo! ¡Piensa en mí!

¡Yo estoy en la mente, en el corazón del Señor!

¡El Señor es capaz de cambiarme la vida!

Dios Padre nos conoce mejor que cualquier otro, y nos mira con confianza, nos ama como somos, pero nos hace crecer según lo que podemos

llegar a ser.

Dios no reserva su amor a algunos privilegiados,

sino que lo ofrece a todos. Así como es Creador

y Padre de todos, del mismo modo quiere ser

el Salvador de todos.

También aquellos que nos parecen alejados

del Señor, son seguidos

– o mejor “perseguidos” – por su amor apasionado,

su amor fiel y también humilde. ¡Porque el amor de Dios es humilde, tan humilde!

El amor de Dios por cada uno de nosotros es fuente de consolación y de esperanza. Es una certidumbre fundamental para nosotros: ¡nada podrá jamás separarnos del amor de Dios! Ni siquiera las rejas de una cárcel. La única cosa que nos puede separar de Él es nuestro pecado; pero si lo reconocemos y lo confesamos con arrepentimiento sincero, ese pecado se convierte en lugar de encuentro, porque Él es misericordia.

Dios está siempre preparado

para abrirnos los brazos, pase lo que pase.

Dios no nos ama porque en nosotros hay motivos

para ser amados. Dios nos ama

porque Él mismo es amor, y el amor,

por su propia naturaleza, tiende a difundirse, a darse.

Dios no nos pide nada de lo que no nos haya

dado antes... Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno

de nosotros, nos conoce por nuestro nombre,

nos cuida y nos busca cuando lo dejamos.

Dios no dejará jamás de querernos mucho.

Dios caminará con nosotros siempre, siempre.

Esta es nuestra esperanza.

Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene,

y hemos creído en Él. (1 Juan 4, 16a)

El que no perdonó ni a su propio Hijo,

antes bien le entregó por todos nosotros,

¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?(Romanos 8, 32)

Dios Padre nos ama como somos:

nos ama siempre, a todos.

Buenos y malos.

Dios siempre nos busca antes, nos espera antes,

nos ama antes. Es como la flor del almendro,

así dice el profeta: florece antes.

La ternura de Dios es capaz de mover

un corazón de piedra y poner en su lugar un corazón de carne.

El amor de Dios no cesará nunca, ni en nuestra vida

ni en la historia del mundo.

El Evangelio de Jesucristo nos revela

que Dios no puede estar sin nosotros:

Él no será jamás un Dios “sin el hombre”;

esto es un gran misterio. Y esta certeza es

la fuente de nuestra esperanza.

Hemos sido elegidos por amor y ésta es nuestra identidad.

Dios se ha enamorado de nuestra pequeñez.

Él elige a los pequeños.

Dios es Padre a su manera: bueno, indefenso

ante el libre albedrio del hombre,

capaz sólo de conjugar el verbo “amar”.

Dios no es sólo Padre; es también como una Madre

que nunca deja de amar a su criatura.

Dejémonos inundar por el amor de Dios.

Reconozcamos todos ser mendigos

del amor de Dios, no dejemos

que el Señor pase de largo.

Miren qué amor nos ha tenido el Padre

para llamarnos hijos de Dios,pues ¡lo somos!.

(1 Juan 3, 1)

Dios es amor. Pero no amor de telenovela.

¡No, no! Amor sólido, fuerte;

amor eterno... Amor concreto;

amor de obras y no de palabras.

El amor de Dios no es indiferenciado. Dios mira con cariño

a cada uno, con nombre y apellidos.

El amor fiel que Dios tiene

por cada uno de nosotros, nos ayuda a enfrentar

con serenidad y fuerza, el camino de cada día,

que a veces es ágil, a veces, en cambio, es lento y fatigoso.

Dios nos ama gratuitamente como una mamá a su niño.

La gracia de Dios es cercanía, es ternura.

El amor de Dios es un amor que permanece siempre joven,

activo y dinámico, y que atrae hacia sí

de un modo incomparable. Un amor fiel que no traiciona

a pesar de nuestras contradicciones. Un amor fecundo que genera vida y va más allá de nuestra pobreza.

El amor de Dios no tiene límites.

Como repetía muchas veces san Agustín,

es un amor que va "hasta el fin sin fin".

Dios ama con un amor sin fin, que ni siquiera el pecado

puede frenar, y gracias a él,

el corazón del hombre se llena de alegría y de consolación.

Dios te busca aunque tú no lo busques.

Dios te ama aunque tú lo hayas olvidado.

Dios ve una belleza en ti, incluso si piensas

que has desperdiciado todos tus talentosinnecesariamente.

El amor del Padre que recibimos

el día de nuestro Bautismo, es una llama

que ha sido encendida en nuestros corazones

y requiere que sea alimentada por la oración y la caridad.

Déjense llenar de la ternura del Padre,

¡para difundirla a su alrededor!

En esto consiste el amor: no en que nosotros

hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo

como propiciación por nuestros pecados.

(1Juan 4, 10)

Dios no se limita a afirmar su amor,

sino que lo hace visible y tangible.

Dios nos ama, nos ama tanto,

que nos ha dado a su Hijo como nuestro hermano,

como luz para nuestras tinieblas.

El amor de Dios no es algo abstracto,

genérico; el amor de Dios

tiene nombre y rostro: Jesucristo.

¡Qué gran misterio la Encarnación de Dios!

Su razón es el amor divino, un amor que es gracia,

generosidad, deseo de proximidad,

y que no duda en darse y sacrificarse,

por las criaturas a las que ama.

Dios nos da en Cristo la garantía de un amor

indestructible.

En Jesús, en su “carne”,es decir, en su concreta humanidad, está presente todo el amor de Dios,

que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor,

va hacia Jesús, y va con fe, y recibe de él la vida,

la Vida eterna.

Si en la creación el Padre nos ha dado

la prueba de su inmenso amor donándonos la vida,

en la pasión y muerte de su Hijo nos ha dado la prueba

de las pruebas: ha venido a sufrir y a morir

por nosotros. ¡Y ello por amor...!

La Cruz de Cristo es la prueba suprema

del amor de Dios por nosotros.

Si queremos conocer el amor de Dios

debemos mirar al crucificado, un hombre torturado,

un Dios vaciado de la divinidad, ensuciado por el pecado.

Un Dios que, aniquilándose, destruye para siempre el mal.

Entrando hoy en el misterio de Dios a través de las llagas de Jesús, comprendemos que la misericordia no es una entre otras cualidades suyas, sino el latido mismo de su corazón. Y entonces, como Tomás, no vivimos más como discípulos inseguros, devotos pero vacilantes, sino que nos convertimos también en verdaderos enamorados del Señor.

Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotrosdebemos amarnos

unos a otros.(1 Juan 4, 11)

El Niño Jesús, nacido en Belén, es el signo que Dios dio

a los que esperaban la salvación, y permanece para siempre

como signo de la ternura de Dios y de su presencia en el mundo.

Jesús es el Amor

hecho carne.

Jesús es la fuente inagotable

de ese amor que vence todo egoísmo,

toda soledad, toda tristeza.

Cada gesto, cada palabra de Jesús,

revela el amor misericordioso y fiel

del Padre.

El amor auténtico nos lo da Jesús:

él nos ofrece su Palabra que ilumina nuestro camino;

nos da el Pan de Vida, que nos sostiene

en las fatigas de cada día.

El Evangelio es el anuncio del amor de Dios

que en Jesucristo, nos llama

a participar de su vida.

Donde esta Jesús, hay misericordia

y felicidad;sin él

existen el frio y las tinieblas.

La justicia de Dios se ha hecho carne en su Hijo;

se ha hecho misericordia, se ha hecho perdón; el corazón de Dios

siempre está abierto al perdón.

Entrar en el misterio de Jesucristo

es dejarse caer en aquel abismo de misericordia

donde no hay palabras: sólo el abrazo del amor. El amor que lo condujo

a la muerte por nosotros.

La compasión de Jesús no indica simplemente una reacción emotiva frente a una situación

de inquietud de la gente, sino que va más allá.

Jesús aparece como la realización

de la solicitud y de la atención de Dios hacia su pueblo.

Queridos, amémonos unos a otros,

ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

(1 Juan 4, 8b)

La misericordia de Dios... va al encuentro de todos con el rostro del Padre que acoge y perdona,

olvidando completamente el pecado cometido.

Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan profundo... Un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía. A mí me produce siempre una gran impresión releer la parábola del Padre misericordioso; me impresiona porque me infunde siempre una gran esperanza.

La misericordia es el corazón del Evangelio.

Es la buena nueva de que Dios nos ama.

De que ama siempre al pecador, y con este amor lo atrae hacia sí

y lo invita a la conversión.

La misericordia de Dios cambia la historia

de los individuos e incluso de los pueblos.

Cuando nos reconocemos pecadores,

Dios nos llena de su misericordia

y de su amor. Y nos perdona,

nos perdona siempre.

¡No hay límite a la misericordia divina

ofrecida a todos! Acuérdense bien

de esta frase.

La misericordia de Dios: una gran luz de amor, de ternura.

Dios perdona pero no con un decreto,

sino con una caricia, acariciando nuestras heridas

del pecado.

Dios mira en el “campo” de la vida

de cada persona, con paciencia y misericordia. Ve mucho mejor que nosotros

la suciedad y el mal, pero también ve

los retoños del bien y espera con confianza,

que maduren.

En mi vida personal, he visto muchas veces

el rostro misericordioso de Dios,

su paciencia.

Queridos hermanos y hermanas, dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame; de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan hermosa, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor.

Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros

y su amor ha llegado en nosotros

a su plenitud.(1 Juan 4, 12b)

Donde está el Señor

está la misericordia.

Solo la misericordia del Señor

sana el corazón.

El Señor usa la misericordia,

perdona ampliamente, está lleno de generosidad

y de bondad que derrama sobre cada uno

de nosotros, abre a todos los territorios sin límites

de su amor y de su gracia, que solamente pueden dar

al corazón humano la plenitud de la alegría.

La salvación que Dios nos ofrece

es obra de su misericordia. No hay acciones humanas, por más buenas que sean,

que nos hagan merecer un don tan grande.

Dios es Padre... nos ama siempre. Si lo buscamos,

Él nos acoge y nos perdona... Él nos levanta de nuevo

y nos devuelve nuestra plena dignidad.

Dios no nos olvida.

Dios no se cansa nunca de perdonar,

somos nosotros los que nos cansamos

de acudir a su misericordia.

Dios es paciente, sabe esperar.

¡Qué hermoso es esto! Nuestro Dios es

un Padre paciente que nos espera siempre,

y nos espera con el corazón en la mano,

para acogernos, ¡para perdonarnos!

No hay pecado que Dios no perdone. Él perdona todo. Tu dirás: ‘Pero, padre, yo no voy a confesarme porque hice tantas cosas feas... tantas... que no tendré perdón...’ No. No es verdad. Perdona todo. Si tú vas arrepentido, perdona todo... Tantas veces ¡no te deja hablar! Tú comienzas a pedir perdón y Él te hace sentir esa alegría del perdón antes de que tú hayas terminado de decir todo.

Solo se entiende la misericordia de Dios

cuando se derrama sobre nosotros,

sobre nuestros pecados, sobre nuestras miserias.

El Señor nos mira siempre con misericordia; no lo olvidemos, nos mira siempre con misericordia, nos espera con misericordia. No tengamos miedo de acercarnos a Él. Tiene un corazón misericordioso. Si le mostramos nuestras heridas interiores, nuestros pecados, Él siempre nos perdona.

Como el Padre me amó, yo también los he amado a ustedes;

permanezcan en mi amor.Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor,

como yo he guardado los mandamientos de mi Padre,

y permanezco en su amor.(Juan 15, 9-10)

El amor de Dios por cada uno de nosotros es fuente de consolación y de esperanza. Es una certidumbre fundamental para nosotros: ¡nada podrá jamás separarnos del amor de Dios! Ni siquiera las rejas de una cárcel. La única cosa que nos puede separar de Él es nuestro pecado; pero si lo reconocemos y lo confesamos con arrepentimiento sincero, ese pecado se convierte en lugar de encuentro, porque Él es misericordia.

Dios está siempre a nuestro lado, especialmente en la hora de la prueba; es un Padre ‘rico en misericordia’, que siempre dirije sobre nosotros su mirada serena y benévola... Ésta es una certeza que infunde consolación y esperanza, especialmente en los momentos difíciles y tristes.

Pensemos esto, es hermoso:

la misericordia de Dios da vida al hombre,

le resucita de la muerte.

Estamos llamados a caminar para entrar cada vez más

dentro del misterio del amor de Dios,

que nos sobrepasa, y nos permite vivir

con serenidad y esperanza.

El buen ladrón nos recuerda nuestra verdadera condición

ante Dios: que nosotros somos sus hijos,

que Él siente compasión por nosotros,

que Él se derrumba cada vez que le manifestamos

la nostalgia de su amor.

El verdadero amor es amar y dejarme amar. Es más difícil dejarse amar que amar. Por eso es tan difícil llegar al amor perfecto de Dios, porque podemos amarlo, pero lo importante es dejarnos amar por Él. El verdadero amor es abrirse a ese amor que está primero y que nos provoca una sorpresa.

Frente al amor, frente a la misericordia,

a la gracia divina derramada en nuestros corazones,

la consecuencia que se impone

es una sola: la gratitud.

Si tú en tu relación con el Señor

no sientes que Él te ama con ternura,

aún te falta algo, aún no has comprendido qué cosa es la gracia...

El amor fiel que Dios tiene por cada uno de nosotros,

nos ayuda a afrontar con serenidad y fuerza el camino de cada día,

que a veces es ágil, a veces en cambio, es lento y fatigoso.

Si nosotros tuviéramos el valor

de abrir nuestro corazón a esta ternura de Dios,

¡cuánta libertad espiritual tendríamos!...

Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él,

y haremos morada en él. (Juan 14, 23)

El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones,

fragilidades y pequeñeces, pero es precisamente

a través de nuestras contradicciones,

fragilidades y pequeñeces, como Él quiere escribir

esta historia de amor.

El amor del Señor abrazó al hijo pródigo,

abrazó a Pedro después de las negaciones,

y nos abraza siempre, siempre,

después de nuestras caídas, ayudándonos a levantarnos.

El amor del Señor es un amor que no patea,

que no aplasta, un amor que no margina,

que no se calla, un amor que no humilla

ni avasalla.

El amor del Señor es un amor de todos los días,

discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad,

amor que sana y levanta.

El amor del Señor es un amor que sabe más

de levantadas que de caídas, de reconciliación

que de prohibición, de dar una nueva oportunidad

que de condenar, del futuro que del pasado.

El amor del Señor es el amor silencioso de la mano tendida

en el servicio y la entrega. Es el amor que no se pavonea,

que se da a los humildes. Es el amor que nos une.

Hemos sido amados con un amor entrañable

que no queremos y no podemos callar;

un amor que nos desafía a responder

de la misma manera: con amor.

La invitación que el Señor nos regala

es una invitación a ser parte de una historia de amor

que se entreteje con nuestras historias.

Allí donde nos encontremos, haciendo

lo que estamos haciendo, siempre podremos

levantar la mirada y decir: Señor, enséñame a amar como Tú nos has amado.

María, la “influencer” de Dios, con pocas palabras

se animó a decir “sí”, y a confiar en el amor,

a confiar en las promesas de Dios,

que es la única fuerza capaz de renovar, de hacer nuevas

todas las cosas.

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único,

para que todo el que crea en él no perezca,

sino que tenga vida eterna.(Juan 3, 16)

Hay un Dios en el cielo que nos ama

como nadie en la tierra nunca lo ha hecho, ni lo podrá hacer.

Si todosnuestros amores terrenales

se desmoronaran, y no quedara más que polvo,

siempre queda para todos nosotros,

ardiendo, el amor único y fiel de Dios.

El amor de Dios es constante....

El amor de Dios es como el amor de una madre que nunca puede olvidar...

Es el amor perfecto.

Nuestro Dios tiene sentimientos. Nuestro Dios

no nos ama con las ideas, nos ama con el corazón. Y cuando nos acaricia,

nos acaricia con su corazón, y cuando nos reprende,

como buen padre, nos reprende con su corazón, y sufre más Él que nosotros.

Cuando hablamos de Dios como "padre", mientras pensamos en la imagen de nuestros padres, especialmente si nos han querido, al mismo tiempo tenemos que ir más allá. Porque el amor de Dios es el del Padre "que está en los cielos", según la expresión que nos invita a usar Jesús: es el amor total que en esta vida solo saboreamos de manera imperfecta.

¡No tengan miedo! Ninguno de nosotros está solo. Si hasta, por desgracia, tu padre terrenal se hubiera olvidado de ti y tú sintieras quizás, rencor por él, no se te niega la experiencia fundamental de la fe cristiana: saber que eres un hijo amadísimo de Dios, y que no hay nada en la vida que pueda extinguir su apasionado amor por ti.

Dios puede llenar con su amor

nuestros corazones y hacer que podamos

caminar juntos hacia la tierra

de la libertad y de la vida.

Es importante reconocer cuándo somos

visitados por Jesús, para abrirnos

a su amor divino.

Hay una línea directa que une el pesebre

y la cruz, es la línea directa del amor

que se da y nos salva, que da luz a nuestra vida,

y paz a nuestros corazones.

El Señor abre a todos los territorios sin límites

de su amor y de su gracia, que solamente pueden dar

al corazón humano la plenitud de la alegría.

ORACIÓN

DEL PAPA

FRANCISCO

A JESÚS,

ROSTRO

MISERICORDIOSO

DE DIOS PADRE

Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.

Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.

Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena del buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.

Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios!

Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia.

Haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.

Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error.

Haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.

Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena

Nueva a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos.

Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia.

A ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Amén.

A.M.D.G