Post on 14-Jul-2022
Ex scriptorio .........................................................................................................................
Recopilación de artículos
José Antonio
FORTEA
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Editorial Dos latidos © Copyright José Antonio Fortea Cucurull
Título: Ex scriptorio
Todos los derechos reservados
fortea@gmail.com
Publicación en formato digital octubre 2016
Editorial Dos Latidos
Benasque, España
www.fortea.ws
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Versión para tablet Versión 1.3 de esta obra
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EX SCRIPTORIO ...........................................................................................
Recopilación de artículos
José Antonio
FORTEA
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Índice Introducción 1
Artículos sobre temas eclesiales
1. Dos Papas, dos formas de ministerio 3
Consideraciones eclesiológicas acerca de la simultaneidad de un Papa reinante
con un Papa emérito 3
2. ¿Es el obispo el maestro por antonomasia de su
diócesis? 13
Consideraciones acerca de esta afirmación y ramificaciones hacia otros
aspectos del ejercicio de la función episcopal 13
3. La figura de los arciprestes 28
Artículo que completa las consideraciones del libro Colegio de pontífices
acerca de esta figura eclesiástica 28
4. Sobre los obispos y la capacidad para conocer la
verdad 37
Algunas consideraciones acerca de la desconfianza que hay que tener acerca de
la propia capacidad para no equivocarse al juzgar a personas o grupos de
personas 37
Artículos sobre teología
5. ¿Dios es laico o sacerdote? 43
Reflexiones acerca de si el carácter sacerdotal es compatible con la esencia de
la Divinidad. 43
6. Papas y faraones 50
Paralelismos entre la institución faraónica del Antiguo Egipto y la Corte Papal 50
7. De augures paganos a pontífices cristianos 59
Paralelismos entre la antigua religión romana y el cristianismo 59
8. Ucronías sobre Israel 66
vi
Los seis estados que existieron en Palestina o pudieron seguir existiendo hasta
nuestros días 66
9. Los cristianismos posibles 73
Reflexión acerca de los cristianismos que pudieron existir 73
10. El infierno y las normas que lo rigen 77
La capacidad de la mente humana para saber cómo sería el infierno incluso
aunque éste nunca hubiera existido 77
11. ¿Cuándo se acaba la presencia eucarística? 82
Reflexiones acerca del momento en que la presencia de Jesucristo puede
finalizar en la Eucaristía 82
Artículos sobre liturgia
12. Apuntes para una ceremonia ecuménica de carácter
mundial 90
Sugerencias acerca de cómo organizar la ceremonia de un gran encuentro
interreligoso como el de Asís en 2016 90
13. La misa ad orienten 97
Algunas opiniones acerca de la liturgia y de hacia dónde debe dirigir sus
oraciones el celebrante 97
14. La misa tridentina y la misa del Vaticano II 103
Artículo que analiza la esencia del por qué de la reforma litúrgica de ese
concilio 103
15. Apologia pro Vaticano II 108
Pensamientos en torno al gran concilio ecuménico 108
16. La posibilidad de que un protestante pueda recibir
la comunión en una misa católica 113
Acerca de si existe una imposibilidad absoluta o de conveniencia de un cambio
canónico en este sentido 113
Artículos sobre otros temas 117
17. La palabra que resuena en el aire 118
Algunos cuantos consejos acerca de cómo dar conferencias 118
18. La lista de las listas 131
La lista de las mejores novelas, músicas y películas mi vida 131
19. El doctorando, el tutor y el director de tesis 136
Algunos consejos acerca de cómo cambiar el espíritu con que se escogen los
temas de las tesis doctorales y se realizan éstas 136
vii
20. Bach: el regalo de Dios a los hombres 142
Apreciaciones y comentarios a la obra de Johan Sebastian Bach 142
21. La necesidad de racionalizar el flujo migratorio a
Europa 147
Una sugerencia acerca de cómo organizar el fenómeno de la inmigración
cuando ésta se convierte en un fenómeno masivo 147
22. Un gobierno mundial 170
El ideal de un gobierno de la razón, universal, unitario, que gobierne una paz y
una prosperidad universal 170
1
Introducción
Este libro es una recopilación de algunos de mis artículos. Me
ha parecido bien a estas alturas reunirlos todos en una sola obra.
Por un lado para facilitar el que pudieran ser encontrados por los
lectores interesados. Y por otra parte, para que puedan ser citados
por aquellos que desearan incluirlos en alguna obra académica.
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I parte .......................................................................................................................................................
Artículos sobre temas eclesiales
3
1. Dos Papas, dos formas de
ministerio Consideraciones eclesiológicas acerca de la simultaneidad de un
Papa reinante con un Papa emérito
MONSEÑOR GEORG GÄNSWEIN, Prefecto de la Casa Pontificia, el
20 de mayo, tuvo una intervención en la presentación de un libro
acerca del pontificado de Benedicto XVI1. En esa intervención, dijo
unas pocas frases que dieron la vuelta al mundo eclesiástico,
afirmando que el Papa Benedicto no ha abandonado el ministerio
de Pedro, y hablando de un papado en el que hay un miembro
activo y un miembro contemplativo.
No oculto que, en un primer momento, tuve una impresión de
desagrado hacia sus palabras. ¿Cómo era posible que el Prefecto de
la Casa Pontificia difuminara la nitidez de una renuncia pontificia,
una cuestión canónica de gravísima trascendencia para la vida de
la Iglesia?
Pero en los días siguientes seguí reflexionando sobre el tema.
Y me di cuenta de que monseñor Gänswein había abierto un
apasionante tema eclesiológico totalmente nuevo, nunca tratado
antes con la hondura que merecía. Un tema que, además, podía
ofrecer una utilísima luz a otro campo, el de la teología del
episcopado. Después de darle muchas vueltas a este asunto, me
encontré con que del desagrado pasé a suscribir enteramente las
palabras de Prefecto de la Casa Pontificia. Este artículo quiere ser
1 Presentación del libro de Roberto Regoli Oltre la crisi della Chiesa, que tuvo lugar en la Universidad
Gregoriana el 20 de mayo.
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una profundización en sus brevísimas frases y del por qué de mi
cambio de opinión.
Hay que dejar claro, desde el principio, que el único que tiene
potestad de jurisdicción es el Papa Francisco. Rotunda e
indudablemente, el Papa Francisco es el único Vicario de Cristo. A
él le compete el gobierno de la Iglesia. El asunto de quién gobierna
la Iglesia es algo canónicamente tan incontestable que no merece
que se le dedique más espacio que la mera afirmación: la plenitud
de la jurisdicción papal le compete solo a nuestro santo padre
Francisco, le compete a él de forma plena e indivisa.
Ahora bien, ¿cuál es el estatuto eclesial de un Papa emérito?
¿Un estatuto de honor exclusivamente? ¿El ser otro obispo más
como cualquier otro? Las cuestiones eclesiológicas, sobre todo
cuando son muy complejas, siempre se dilucidan mejor mirando a
la institución humana de la familia, porque la Iglesia es una familia.
Un abuelo que deja el gobierno de la casa y de sus campos
con sus viñadores en manos de su primogénito ¿ya no es nada?
Pensemos con la mentalidad del Antiguo Testamento, una figura
patriarcal que, por la edad, ni gobierna ni puede gobernar su casa
¿ya no es nada?
Sin responder todavía a esta cuestión tras la comparación
propuesta, enfoquemos el asunto de otra manera: Un obispo
emérito de una diócesis, una vez que se jubila, ¿ya no es más que
una figura honorífica? ¿Ya solo le queda el sacramento del orden y
nada más? ¿O eclesiológicamente queda un “algo” más?
Evidentemente, queda algo más que el sacramento. Pero ese
“algo difuso” no es fácil concretarlo al modo canónico. Lo que está
claro es que en una familia no puede haber dos padres. Pero
también está claro que uno que es padre no puede dejar de ser
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padre. La paternidad no es un traje que ahora me pongo y después
me quito. Eclesialmente hablando, o se es padre o no se es padre.
Monseñor Gänswein ha lanzado a rodar una cuestión eclesial
que, de ningún modo, carece de importancia, pues profundizar
teológicamente en este asunto será de grandísima utilidad para
entender la figura, función y sentido de los obispos eméritos.
No pretendo, en este artículo, yo solo dilucidar este asunto,
sino ser un autor más en esta reflexión que, sin duda, continuará
con otros autores. En mi modesta opinión, la figura que da luz a
esta situación es la figura del abuelo en una familia. La situación
que ahora vivimos es totalmente paralela a la de un abuelo, ya
debilitado por el peso de la edad, en una familia en la que existe un
primogénito que, en la madurez de su edad, ejerce de paterfamilias.
La comparación me parece adecuada, porque ocurre a veces
que el patriarca fundador de una empresa llega un momento en que,
de manera formal y con todas las prescripciones legales, cede el
gobierno de la empresa a su hijo. ¿Eso significa que el abuelo-
patriarca pasa a no ser nada? Desde luego eso no es así en la
institución familiar humana y no debe ser así en la Iglesia que es
una gran familia.
Veamos otro ejemplo que puede dar luz. Imaginemos en el
siglo I que un San Pedro muy anciano ya no puede ni salir de su
hogar en Roma, porque las piernas no le sostienen y la ceguera ya
no le permite reconocer los rostros. Y que, de común acuerdo entre
el clero y el apóstol, se decide que otro clérigo ocupe el lugar de
Pedro en el gobierno de la iglesia romana. Imaginemos que, por
parte de Pedro, esa decisión de tener un sucesor ya en vida va
acompañada de una renuncia formal a ejercer el gobierno sobre la
iglesia romana. No sería lo normal en esa época. Lo normal sería
una lenta y gradual sustitución de facto. Pero imaginemos que se
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produce una meditada y anunciada renuncia pública, en presencia
del clero y el pueblo, al ejercicio del gobierno en favor de su
sucesor. ¿Eso significaría que Pedro pasa a no ser nada?
Evidentemente, no.
Pedro seguiría siendo Pedro aunque no gobernase. Del mismo
modo que, actualmente, un obispo emérito sigue siendo sucesor de
los apóstoles, aunque sea emérito. Es decir, un obispo emérito no
solo seguirá teniendo la potestas ordinis que le ha conferido el
sacramento del episcopado, sino que también seguirá manteniendo
su lugar en la Iglesia universal como sucesor de los Doce. Puede
renunciar totalmente al gobierno sobre una diócesis, pero, en ese
acto de renuncia, no abandona todo lo que conlleva ser sucesor de
los apóstoles.
¿Un sucesor de Pedro deja de ser sucesor de Pedro por
renunciar al gobierno? Evidentemente, no. Sigue siendo sucesor de
Pedro, tanto como al principio de su pontificado, solo que ya no
ejerce el gobierno que asumió tras su elección. Cierto que siempre
unimos el hecho de la sucesión apostólica al reconocimiento de la
posesión de la autoridad para ejercer el gobierno eclesiástico. Y esa
unión es correcta, pero, en sí mismos, son dos conceptos
separables. Un presbítero que es ordenado obispo ya es sucesor de
los apóstoles, aunque el Papa no le otorgara diócesis alguna donde
ejercer potestas regiminis alguna.
El que ha sido Papa, seguirá siendo sucesor de Pedro no solo
hasta el final de su vida, sino también en el más allá. No porque
imprima carácter, sino porque es un hecho. Por eso, un Papa
emérito debe tener un protocolo de funerales (los novendiales)
exactamente igual que cualquier otro Papa.
Hemos dicho antes que la figura del obispo es equivalente a
la figura de un padre en una familia. Pero el gobierno de una familia
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es solo una faceta de la paternidad. La paternidad la sigue
manteniendo un padre, por muy anciano que sea, porque a eso no
se puede renunciar. Ningún padre puede renunciar a ser padre.
De ahí que las palabras del Prefecto de la Casa Pontificia las
veo totalmente verdaderas. El ministerio de Benedicto sigue siendo
petrino. Ciertamente es un ministerio alargado, como el Prefecto
afirmó. Un Papa emérito, en virtud de ese ministerio verdadero,
puede dedicarse no solo a la contemplación, sino también a hablar
a sus hijos (no ha renunciado a la paternidad) y a aconsejar a su
primogénito que ahora le sucede, como sería lo normal en cualquier
familia.
Pero sobre todo su mera presencia es algo muy valioso, pues
es signo de continuidad, de lo que significa la paternidad espiritual
en la Iglesia. Es prueba de que la Iglesia es una familia. No una
empresa en la que se puede prescindir de un director general, tras
lo cual lo mejor es que éste desaparezca, yéndose a un lugar bien
lejos del lugar donde se toman las decisiones.
En una empresa, la presencia de un antiguo presidente general
(salvo que sea familia del nuevo presidente) se entiende como una
intromisión, como una fuente de problemas, como un modo de
dejar clara la decisión de no querer abandonar el gobierno. En la
Iglesia las cosas no son así. La presencia de un Papa emérito en
todos los actos a los que quiera asistir no solo no eclipsa al
“primogénito”, sino que lo orna.
No solo eso, sino que si, en algún siglo, se produjera la
situación de un Papa reinante sentado en su sede flanqueado de dos
Papas eméritos esa imagen sería bellísima. En una situación así, la
continuidad sería no solo un concepto que se aprende en los libros
con palabras, sino una verdad materialmente visible en las
fotografías.
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Por supuesto que cabe la posibilidad de un Papa emérito que
crease problemas a su sucesor, por lo que dijera en sus
predicaciones, por sus escritos que suscitasen confrontación con un
Papa reinante, o por los comentarios a otros eclesiásticos si estos
comentarios son mera crítica. En un caso así, el Papa emérito
tendría que obedecer al Papa reinante, sin poder alegar ningún
derecho proveniente de su figura de Papa emérito. En una familia,
un patriarca que ha entregado el gobierno de la viña a su sucesor
no puede retomar ese gobierno alegando que su sucesor hace mal
las cosas. Lo mismo en la Iglesia, ninguna situación de excepción
autorizaría a un Papa emérito a eximirse de la obediencia a su
sucesor.
Incluso podemos indagar distintos escenarios límite que nos
ayudan a comprender este status especial. Por ejemplo, si falleciese
el Papa reinante y se diese posteriormente una situación de
desorden excepcional durante la sede vacante, en una situación así
de caos ¿podría un Papa emérito invocar su figura como sucesor de
Pedro para imponer autoritativamente sobre otros eclesiásticos
algún tipo de gobierno transitorio suyo hasta la elección de un
nuevo sumo pontífice? La respuesta es no. La ley canónica es clara.
El gobierno de la Iglesia en esos casos de sede vacante o impedida
queda en manos del Colegio Cardenalicio.
Por muy excepcional que fuese una situación así, aunque se
diese cada cuatrocientos años, un Papa emérito no podría esgrimir
la autoridad de su figura para imponer su gobierno transitorio. Y
eso por dos razones:
La primera razón es para que quede meridianamente claro que
su puesto eclesial carece de toda potestad de jurisdicción. De lo
contrario, la lista de posibilidades para ejercitar algún tipo de
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potestad de régimen sería interminable y siempre generadora de
conflictos con otras autoridades como el Colegio Episcopal o el
Colegio Cardenalicio. Aceptar la permanencia de algún tipo de
autoridad de gobierno en un Papa emérito sí que sería internarse en
un laberinto. Porque si se admitiera tal cosa, implicaría admitir que
queda en su persona algo de esa potestad de jurisdicción. Y si es
así, podría darse el caso de un Sumo Pontífice que renunciase
parcialmente a su potestad de jurisdicción, reservándose algunos
aspectos de esa autoridad, no cediendo algunos campos donde
ejercerla.
La potestad de régimen o se posee o no se posee. Trocearla
sería ir en contra de la voluntad de Cristo, cuyo diseño organizativo
de la Iglesia es claro en cuanto al ejercicio de la autoridad. A nivel
de potestad de gobierno, o se es obispo de una diócesis o no se es.
O se es Papa o no se es. Trocear la autoridad para ejercer el
gobierno eclesiástico, sin duda, implicaría ir en contra de la
voluntad fundacional de Cristo.
La segunda razón es que precisamente porque lo normal es
que un sumo pontífice renuncie, porque el peso del gobierno ya
resultaba demasiado oneroso para sus fuerzas. Si no podía llevar
ese peso en una situación normal, menos podrá hacerlo en una
situación excepcional. Por eso no sería adecuado que en una
situación de mucha mayor dificultad sea el que ya no podía llevar
ese peso, el que lo retomara de nuevo. Un pontífice así lo normal
es que fuese totalmente manipulable por el grupo de los más
cercanos a él.
Como se ve, la cuestión de un Papa emérito es
eclesiológicamente apasionante. Después de todo lo dicho, se
comprende la conveniencia de que la figura del Papa emérito vaya
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vestida exactamente igual que un Papa, puesto que, en verdad, es
un sucesor de Pedro. Y si viste así también, lógicamente, conviene
que siga manteniendo su nombre pontificio, el tratamiento de Su
Santidad y que se le siga llamando Papa, aunque se le añada el
adjetivo emérito.
Con toda sinceridad, sin ningún ánimo de elogiar
protocolariamente, quiero felicitar a monseñor Gänswein por haber
abierto a la discusión teológica esta nueva dimensión eclesiológica
de la figura de los Papas eméritos. Sin duda, el Prefecto de la Casa
Pontificia sabía que sus palabras iban a provocar un gran desagrado
en la mayor parte de los eclesiásticos, salvo en los más radicales
enemigos del Papa Francisco. Y, sin embargo, monseñor Gänswein
optó por abrir la cuestión teológica desde la más completa fidelidad
a los dos Papas.
Desde una perspectiva civil y mundana, desde una
perspectiva de mero poder, un Papa emérito debería desaparecer.
Porque aparecer se interpretaría como sinónimo de creación de
problemas. Desde una perspectiva eclesiástica y, por lo tanto,
espiritual, un Papa emérito sigue siendo sucesor de Pedro y sigue
manteniendo su paternidad, y, por tanto, todo lo que haga de un
modo constructivo será positivo.
Desde esta perspectiva, un Papa emérito no es una figura para
ser escondida, no es una figura que deba sentirse culpable por
aparecer. ¿Se siente culpable un abuelo por pasar mucho tiempo
con sus nietos, por visitarles a menudo? Imaginemos un Papa
emérito, no muy anciano, pero que no se siente con fuerzas,
renuncia al gobierno de la Iglesia y decide regresar a un hospital de
un lugar de misiones para seguir atendiendo a los enfermos con sus
manos, cosa que hacía como presbítero. Pues, dado que es sucesor
de Pedro, tal acción sería un modo de ejercer el ministerio petrino:
Pedro cuidando a los enfermos.
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Desde esta perspectiva, el estatuto del Papa emérito no
plantea ningún conflicto, en cuanto a su futuro, incluso en el caso
de que el que renunciase no fuera muy anciano. La única cosa que
debe tener en cuenta, por simple prudencia, es que su labor debe
ser constructiva, y que, en cualquier caso, está sometido al pastor
que gobierna.
Teniendo en cuenta esto, un Papa emérito puede tener una
frecuente presencia cultual en la Basílica de San Pedro; él solo, sin
necesidad de que siempre esté presente el Papa reinante. Su
presencia puede ser incluso semanal o más frecuente: en grandes
pontificales, en el rezo de las horas canónicas con el capítulo de
San Pedro, en la adoración al Santísimo Sacramento. Un Papa
emérito puede ser el mejor ornato de la Basílica de San Pedro si sus
fuerzas le permiten tomar parte en esos actos. También puede, por
poner otro ejemplo, ejercer como consejero de cardenales y
obispos. Ahora mismo recibir a muchos prelados sería visto con
recelo por muchos, porque, sin darnos cuenta, aplicamos a la
Iglesia criterios de poder mundanos.
El espacio eclesiológico que puede ocupar un Papa emérito
puede ser muy rico, solo limitado por sus posibilidades físicas.
Aunque, en la mayoría de los casos futuros de Papas eméritos, su
presencia será infrecuente precisamente por esa razón.
Con todo lo expuesto hasta ahora, no debería sacarse la
impresión de que la jubilación de los Papas debería ser, a partir de
ahora, algo frecuente y normal. No, porque, precisamente desde
esta perspectiva de la Iglesia como una familia, un padre debe
permanecer en su puesto hasta el final, a no ser que él en conciencia
considere que ya no puede o no debe seguir en su puesto. No
importa si está enfermo o muy anciano, dado que la Iglesia no es
una empresa y no se rige por criterios de efectividad, lo ideal es que
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un Papa muera siendo Papa, aunque su volumen de trabajo
disminuya con el tiempo.
Pero aunque lo más recomendable es que los Papas no se
jubilen, si lo hacen, la presencia simultánea de un Papa-abuelo
junto a un Papa-padre no plantea problema eclesiológico alguno. A
pesar de todo lo dicho, lo normal será que un Papa emérito anciano
no desee otra cosa que retirarse de cualquier aparición pública,
estas reflexiones muestran cómo esta figura eclesial peculiar sigue
manteniendo su ministerio petrino. Lejos de ser una figura
problemática en la claridad del organigrama, es un elemento
enriquecedor de la familia que es la Iglesia.
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2. ¿Es el obispo el maestro por
antonomasia de su diócesis? Consideraciones acerca de esta afirmación y ramificaciones hacia
otros aspectos del ejercicio de la función episcopal
Del obispo no se afirma a menudo que sea el maestro por
antonomasia de su diócesis, más bien es una expresión muy
infrecuente. Pero dado que, alguna que otra vez, sí que se afirma
tal cosa, conviene hacer algunas reflexiones. Reflexiones a las que
le voy a dedicar cierta extensión, porque nos llevará a profundizar
tanto en la esencia del episcopado así como en otras dimensiones,
tales como su condición de pastor y su relación con los presbíteros.
En los primeros siglos de la Iglesia, cuando alrededor de una
sede episcopal podían orbitar unos treinta presbíteros, era lógico
que los clérigos escogieran al más santo y sabio de entre ellos.
Hasta el siglo IV, había presbíteros casados que se ocupaban de sus
negocios y familias. Como es natural, cuando se elegía como
obispo a un monje de otro lugar, un monje dedicado al estudio de
los libros sagrados que los había leído y meditado bajo la tutela de
un maestro reconocido, este monje se convertía con la ordenación
en el maestro natural de los clérigos que, aun habiendo aceptado
ejercer el sacerdocio en una comunidad, ni habían tenido una
formación propiamente clerical ni habían posteriormente
disfrutado de calma para dedicarse a la ciencia sagrada.
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De ahí que tanto si se designaba como sucesor del obispo a
un clérigo propio, eligiendo al más sabio y santo de entre ellos,
como si se escogía a un reconocido monje foráneo espiritual e
instruido, en ambos casos el obispo pasaba a convertirse en la
fuente de instrucción natural del clero y en el más reconocido
predicador del pueblo fiel.
Esto es así, clarísimamente, en el Norte de África hasta el
siglo VI que es la institución episcopal que más he estudiado. Con
toda razón se puede suponer que el fenómeno fue similar en todas
partes, excepto en aquellas grandes sedes que ya tenían escuelas
teológicas (Antioquía, Alejandría, etc) y que merecerían un análisis
separado.
Pero, en el resto de sedes normales de todo el Imperio, el
obispo era el maestro por antonomasia sencillamente porque lo más
usual era que fuese el que más sabía. Si a eso se añadía que en esa
época, ante todo, se buscaba la espiritualidad, se comprende que la
figura episcopal fuese habitualmente el más excelente pozo de
ciencia y santidad presente en esa sede. Por eso había sido escogido
obispo.
Si a eso añadimos que el sacramento del orden confiere una
participación en la misión de los apóstoles, y que los apóstoles eran
maestros, se comprende que entre las características esenciales del
episcopado haya estado siempre el ser maestro. Presencia de esa
propiedad como un aspecto consustancial con el episcopado,
aunque no en todos los siglos se ejerciera. En la Edad Media
algunos obispos raramente predicaban.
Pero, incluso en esa época feudal, se tenía claro que un obispo
era un sucesor de los apóstoles, un sucesor en su misión, y que los
apóstoles eran maestros. Luego el obispo era sucesor de los grandes
doce maestros primigenios.
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Fácilmente se podrían dedicar varias páginas a insistir en lo
esencial que resulta esta característica del magisterio en la misión
episcopal. Pero otros lo han hecho muy bien, así que no abundaré
en una materia indiscutible.
Pero una cosa es que la predicación forme parte esencial de
esa misión, y otra distinta es que él sea el maestro por antonomasia
de la diócesis. Es decir, no es lo mismo afirmar que el obispo es
maestro, que afirmar que es el maestro por excelencia en su
diócesis. Ya hemos visto que durante los primeros siglos de la
Iglesia esto fue así de hecho. Y por su misma excelencia personal,
en esos siglos, el obispo era el garante de la ortodoxia de la fe en
su diócesis. Pero desde la Edad Media hasta nuestros días, el obispo
dejó de ser el clérigo más instruido en teología en su diócesis. Si a
esto añadimos que no existe una identificación infalible entre la
figura personal del obispo y la ortodoxia, la lista de obispos
condenados por concilios es larga, la pregunta acerca de cómo
entender esa afirmación acerca de la excelencia de esta faceta
episcopal debe abordarse.
El obispo ¿es el garante o debería ser el garante? No es lo
mismo. En otras funciones no hay duda alguna, el obispo ES el que
gobierna. El obispo ES el que ejerce el sumo sacerdocio en los
grandes actos cultuales de su diócesis; añádase a esto su faceta
como administrador del sacramento del orden. Como se ve, en la
función de gobierno, en la cultual y en la sacramental no hay duda
alguna, no hay matices que añadir a la afirmación. Pero en la
función de enseñar las cosas no son tan simples.
Un sacerdote actualmente es elegido como obispo electo de
una diócesis. Hasta que ha sido ordenado, ¿él era el más sabio entre
los sacerdotes? Normalmente, no. Se suele designar para el
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episcopado a candidatos con gran bagaje teológico. ¿Pero esa
elección garantiza que ellos son la cima del saber teológico en sus
respectivas diócesis? Evidentemente, no. No solo no son la cima en
esa faceta, sino que tampoco hay necesidad de que eso sea así.
Imaginemos una diócesis con una prestigiosa facultad de
teología. Indudablemente, lo normal será que en esa universidad
haya teólogos más profundos y brillantes que el obispo. O, como
mucho, el obispo será por su saber uno más entre ese cuerpo de
maestros de la ciencia sagrada. Incluso aunque se escogiese
siempre como obispo al mejor y más brillante teólogo del claustro
de profesores, él solo sería el más experto en su especialidad, no en
todas. Existe una cierta imposibilidad material de que actualmente
el obispo sea la cima de la teología en su diócesis, dado que la labor
en la cúspide de los maestros siempre se ejerce de un modo
colegial. A eso se añade el que, sin ninguna duda, el sacramento
del orden no le confiere al obispo ninguna ciencia especial. La
gracia de estado no le otorga el carisma de la infalibilidad en
materia teológica, ni siquiera una perspicacia peculiar.
Así que nos encontramos con que un nuevo obispo concreto
que llega a su diócesis no es el más sabio ni el que está dotado de
mayor conocimiento de la teología, tampoco está dotado de
infalibilidad, necesariamente no es el más santo de los clérigos de
su diócesis. Aclaro esto porque algún alma cándida tal vez crea que
lo que el obispo no sabe ex scientia le es inspirado ex sanctitate. Si
no es el que más sabe ni el que mejor predica, si puede equivocarse,
¿en qué sentido habría que afirmar que el obispo es el maestro por
excelencia de su diócesis?
La respuesta no es un no absoluto. Se puede afirmar tal cosa
por varias razones: él otorga a sus clérigos el permiso para predicar
la fe de la Iglesia, ninguno de ellos le puede quitar a él un oficio
que es nativo. Es sucesor de los apóstoles y el oficio de enseñar
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resulta indivisible del carácter de apóstol. En todos esos sentidos sí
que se puede afirmar que es el predicador por antonomasia.
Pero después de todo lo explicado, no considero que esta
expresión de predicador por excelencia o predicador por
antonomasia sea muy feliz. Se presta más a inducir a equívoco que
a dar luz, lo mismo que la expresión de que los niños nacen con
pecado original. Por muy acuñada que esté esa expresión para los
niños, no deja de ser una expresión que induce al error de pensar
que un inocente pueda tener algo tan personal e intransferible como
el pecado.
La expresión de la antonomasia también es correcta en cuanto
que el obispo debería ser el garante de la ortodoxia, es decir, del
magisterio auténtico del colegio episcopal. Es cierto, también,
como ya se ha dicho, que el obispo convendría que fuera una fuente
de saber para su clero.
Pero como se ve, todos estos matices, necesarios, proceden
de la diferencia entre lo que un obispo es y lo que debería ser.
Distinción de ambos verbos que es totalmente justa cuando
consideramos que tanto al referirnos al gobierno episcopal como al
ejercicio del sumo sacerdocio aplicamos el verbo ser de forma
absoluta: el obispo ES el que gobierna, el obispo ES el que ejerce
las funciones pontificales en el ámbito ritual de su diócesis.
Otra luz, respecto a la cuestión sobre la que estamos
reflexionando, la podemos encontrar si analizamos esta otra
cuestión: ¿es el obispo el pastor por antonomasia de su diócesis?
En cuanto que los demás pastores son sustituibles y trasladables a
otras diócesis con facilidad, mientras que él encarna la
permanencia del oficio apostólico, en ese sentido, él si que es el
pastor por excelencia entre todos los demás. Pero es una expresión
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que, aunque tenga una interpretación correcta, se presta a
equívocos. Resulta más adecuado afirmar que el obispo es pastor
de pastores, porque los presbíteros son verdaderos pastores de sus
rebaños. No son meros delegados del único pastor de la diócesis.
¿Podría pretender un joven obispo recién llegado a la diócesis
ser el verdadero y auténtico pastor de un pequeño pueblo por
encima del anciano y querido párroco que lleva allí ya veinte años,
atendiendo a sus ovejas, aconsejándolas, confortándolas, hablando
con ellas y conociéndolas? Evidentemente, el párroco es un
verdadero pastor de su grey, aunque el obispo tenga autoridad sobre
ese pastor. Del mismo modo que es panadero el que hace panes, así
también pastor es el que pastorea. El que alguien por razones
eclesiológicas tenga esa prerrogativa de forma nativa no implica
que el otro (el presbítero) no tenga esa función (aunque sea por
concesión) y que la ejerza más, e incluso mejor, que el que se la
concedió.
El obispo puede afirmar que es verdadero y auténtico pastor
de los fieles de su diócesis en razón de su encargo apostólico: él
puede quitar a los pastores, ellos no le pueden quitar a él. En el
sentido de la legitimidad, el obispo siempre será un pastor
verdadero y un pastor auténtico. Pero en el sentido de la realidad,
de la función realizada día a día sobre un pequeño rebaño, del
párroco se afirma con rotundidad que es verdadero pastor.
Sería fuente de confusión, nadie lo entendería, si un joven
obispo que llega por primera vez a un pequeño pueblo se sentara
en el centro del presbiterio y les tratase de explicar que él mismo
es el verdadero pastor y que su antiguo párroco ha sido algo
necesario, pero menos auténtico que un sucesor de los apóstoles.
Pues lo que se dice del obispo como pastor, se puede decir de
él como predicador. El obispo es predicador auténtico en cuanto a
19
la cuestión de su legitimidad como predicador. Pero un humilde
párroco de una pequeña iglesia será el que ejercerá de forma real
ese oficio de predicar cada semana a su grey. El párroco no predica
como delegado, predica como verdadero pastor. El párroco no es
un delegado del obispo. Es más sencillo y más comprensible decir
del obispo que es el pastor de pastores. Esa afirmación la entiende
todo el mundo y no requiere de páginas de matices y explicaciones.
Cierto que el pastor de pastores también ejerce su función sobre las
ovejas del rebaño y no solo sobre los pastores. Pero aquí vemos
cómo una expresión es clara y cristalina, y la otra requiere, con toda
justicia, de muchos matices.
Un delegado para la educación solo posee la autoridad que se
le ha delegado para esa función. Un delegado puede ser presbítero,
diácono o laico, porque lo único que tiene en sus manos es una
autoridad conferida para encargarse de algo. Mientras que un
párroco es pastor. O se le nombra pastor o no se le nombra, pero el
pastoreo no es una realidad maleable y divisible a voluntad del
obispo. El obispo puede dar tantas consignas, órdenes e
indicaciones como quiera a su delegado. Puede descender a los
detalles que desee, es su delegado. El obispo pone a quien desee
para pastorear una grey. Pero una vez puesto allí, es el pastor y
ejercerá el pastoreo por su participación en el sacerdocio de Cristo,
no como delegado del que le puso allí. El nivel al que el obispo
puede descender al dar indicaciones a un párroco es distinto,
porque está hablando a un pastor, no a un mero ejecutor de la
voluntad episcopal. El párroco no es un siervo del obispo. Es un
siervo de Dios, bajo la obediencia al obispo. Eso explica la relación
entre un presbítero y su supervisor; la palabra griega lo dice todo.
No es que como el obispo no pueda llegar a todos los pueblos,
tenga que extender su pastoreo a través de sus presbíteros. Como si
el clero fuera una mera extensión del obispo. Esta concepción es
eclesiológicamente errónea. Los pastores-presbíteros son
20
verdaderos pastores (también los diáconos participan de esa
característica) y, por tanto, son colaboradores del obispo, no meros
instrumentos ejecutores de las directrices y consignas del que les
preside.
Como se ve, la cuestión de si el obispo es el predicador por
antonomasia de la diócesis nos lleva a otras muchas cuestiones muy
interesantes. Afirmar que el obispo es el gran predicador de la
diócesis es falso, puede haber otro presbítero que predique más y
mejor. El obispo ex officio no es el gran predicador de la diócesis,
ni en calidad ni en cantidad. El obispo puede ser un predicador
menor frente a uno de sus presbíteros. ¿Es acaso el obispo el que
administra por antonomasia el sacramento del bautismo?
Evidentemente, no. ¿Es acaso el obispo el que administra por
antonomasia la confesión o la unción de los enfermos? No.
Podríamos seguir.
Por eso la expresión analizada se presta a mucha confusión.
Hay una cuestión de legitimidad nativa en ciertas funciones
episcopales, no solo en la función de predicar. Pero eso no significa
ni que realice mejor esas funciones, ni que los otros las realicen por
delegación.
Las conclusiones de todo esto me parecen claras. Las
afirmaciones de que el obispo es el pastor o el predicador por
antonomasia o por excelencia en su diócesis son verdaderas solo
con muchos matices y, además se prestan a confusión. Hay otras
muchas expresiones que dicen lo mismo, pero de un modo más
preciso y más claro.
Hechas estas reflexiones sí que me gustaría profundizar un
poco más en algunos de los temas tocados. Es cierto que el obispo
no es infalible en materia teológica. Pero si el obispo es un hombre
21
santo de gran oración, que humildemente pide consejo a los sabios
de la diócesis cuando hay materias dudosas de la moral y la
teología, si escucha a los maestros, sopesa las cosas con calma y
pide luces al Señor, entonces no dudo en afirmar que el obispo
fácilmente será iluminado por el Espíritu Santo.
Si es un obispo santo y siempre obra así, será un garante de
la ortodoxia verdaderamente celestial, como un ángel puesto sobre
la sede en mitad de su clero, en mitad de su pueblo.
Es cierto que el carisma de la infalibilidad del sucesor de
Pedro solo lo posee el Papa y nadie más. Ese carisma o se posee o
no se posee. Ahora bien, no me parece que, por usar un símil
evangélico, no puedan caer las migajas de la mesa a los perros que
hay debajo. El carisma de Pedro es, en definitiva, asistencia de lo
alto: directamente de Dios, inspiración de los ángeles, intercesión
de los santos. Esa asistencia, en un grado distinto, puede descender
sobre el obispo. No de forma automática, solo si es digno y se
esfuerza por buscar la verdad.
Entendido de un modo recto, el carisma de Pedro (aun siendo
algo único) no carecería de una cierta participación en los grados
inferiores. O en vez de observar la cuestión de arriba abajo, sino al
revés: el carisma de Pedro sería este carisma episcopal elevado al
más alto grado. En el fondo, estamos hablando de la gracia de
estado, aplicada a la ortodoxia.
Algunos entienden la gracia de estado como algo automático
y no es así. Si el obispo se esfuerza, busca, ora, pide consejo, lee
las Escrituras y sopesa todo con mucha calma, la gracia de estado
vendrá a él más que a un laico normal y corriente. Gracia de estado
que le iluminará en la defensa de la ortodoxia, en el gobierno de la
diócesis, en lo que ha de decir a su presbiterio. Hay un modo
equivocado de entender la gracia de estado, como algo automático.
22
Y un modo correcto: el Espíritu Santo actúa sobre el que es digno
de recibir esa iluminación.
Nunca hay que apelar a la gracia de estado para pedir el
asentimiento de los demás. Pues el más santo de los obispos se
puede equivocar por más que haya dedicado tiempo y humilde
esfuerzo para buscar la verdad. La gracia de estado existe, pero
nunca se puede apelar a ella. Porque, en definitiva, sería como
decir: asentid a lo que enseño u ordeno porque soy un iluminado de
lo alto. La iluminación celestial existe, pero solo un soberbio
apelaría a ella como criterio para el sometimiento. La gracia de
estado no es una realidad constante, no es una res existens, sino una
inspiración, a veces viene y a veces no. Tan grandiosa que no dudo
en afirmar que es una cierta, pequeña y humilde participación en el
carisma de la infalibilidad petrina. Pero se trata de una realidad a la
que uno jamás de los jamases puede apelar, salvo que uno sea un
insensato.
Pero entendida de forma correcta, hasta el párroco participa
de esa gracia. En él existe una participación de esa illuminatio
apostolica que he dicho que puede existir en el obispo. Si los
clérigos fueran santos, si a más altura de rango en la jerarquía
hubiera mayor santidad, esa illuminatio apostolica se participaría
en diversos grados, descendiendo desde el Santo Padre a los
cardenales, arzobispos, obispos y párrocos. No consideraríamos la
infalibidad del obispo de Roma como una realidad en la que no
caben participaciones menores de esa misma iluminación. Eso sí,
dejando claro que solo la gracia en la cúspide de la pirámide otorga
infalibilidad segura, objetiva e indudable. Por debajo del Papa esa
iluminación no es segura e indudable. Es decir, no adquiere un
rango de objetividad tal que merezca nuestro asentimiento en
conciencia.
23
No han sido pocos los teólogos progresistas que se han
llevado las manos a la cabeza al oír hablar de la infalibilidad papal.
Mi postura es justamente la contraria: ese carisma debería recorrer
los rangos jerárquicos de la Iglesia. Si no lo hace, es porque no
somos dignos. No somos dignos del rango que ostentamos en la
Iglesia de Dios.
Si se entiende este carisma del modo que he explicado, un
obispo puede estar más iluminado que el Papa. Un obispo
cualquiera no tiene ex iure el rasgo de la infalibilidad. Pero, ex
facto, puede ser más infalible (por estar siempre más iluminado)
que el Papa.
Como se ve, si la santidad fuera el gran ornato de los rangos
eclesiásticos; si se escogiera para estar más arriba, al que ha sido
más transformado por la gracia; si se colocara en lo más alto del
candelabro a la vela que más ilumina, entonces el obispo sería la
gran fuente de la sabiduría colocada en medio de sus presbíteros,
de sus diáconos y de su pueblo. De forma natural, sería el garante
de la ortodoxia. Sería no solo el pastor de pastores, sino el modelo
de todo pastor de su grey. Sería el pastor por excelencia, porque
sería el pastor más excelente.
Desgraciadamente algunas veces se escoge al sordo espiritual
para hablar a los pastores, al cojo en su alma para regir el paso de
los que precede en el peregrinar. Esto ocurre algunas veces, pero lo
que sí que ocurre muchas veces es que se escoge no al mejor, sino
a alguien bueno. Bueno, pero que no es el mejor.
Aun así, aunque el que presida sea un obispo muy limitado en
sus capacidades, él, en cierto modo, es el garante de la ortodoxia.
Antes ya he dicho que una cosa es serlo y otra que debería serlo.
Mi matiz es verdadero. Ahora bien, el obispo en cuanto que tiene
24
la misión de velar por la ortodoxia, en ese sentido, es el garante de
la ortodoxia. Prácticamente siempre cumple con esa función. Los
casos en que no es así, son excepcionales. Cierto que existen
policías corruptos, pero la mayor parte de los policías son
honrados. En ese sentido, las excepciones no anulan la afirmación
de que la policía es garante del orden. Lo mismo se aplica al obispo,
con independencia de sus cualidades y aunque pueda haber
excepciones.
Del mismo modo, la predicación del obispo no es una
predicación más, es la predicación del garante de la ortodoxia, es
la predicación del que ejerce la función de los apóstoles aquí y
ahora. En ese sentido, su predicación tiene el rasgo de lo peculiar.
Aunque, de hecho, un humilde párroco pueda predicar mucho
mejor que su obispo. Pero cuando vaya a un pequeño pueblo, la
predicación del obispo que escucharán los lugareños no será la de
un pastor más, sino la del supervisor de ese pastor y de ese rebaño.
Por todo lo dicho, porque la predicación episcopal puede ser
una pésima homilía, no me parece lo más adecuado hablar de la
excelencia de la predicación del obispo, sino de la autoridad de la
persona que la da. ¿Por qué usar expresiones que se prestan a la
confusión, pudiendo usar expresiones más nítidas?
Mucho antes, al hablar del “ser” y el “deber ser”, había dicho
que un obispo sí que es pastor y sí que es sumo sacerdote de su
diócesis. Pero incluso esto no es absoluto. Un obispo ausente de la
diócesis dos años (por ejemplo, por estar prisionero en un régimen
comunista) podría ejercer su gobierno a través de otro clérigo. Un
obispo muy anciano podría delegar en otro clérigo la presidencia
en los grandes pontificales de la diócesis.
Por tanto, esto también tiene su influencia a la hora de
considerar al obispo como garante de la fe. El obispo es garante de
25
la fe, pastor y sumo sacerdote. Las excepciones no destruyen esta
afirmación de las tres facetas, porque son excepciones. Y aunque
ya se ha visto que el verbo “ser” no se aplica de la misma manera
a las tres facetas, se puede afirmar de forma tajante que el obispo
es garante de la fe, garante de la ortodoxia, en su diócesis. Y todos
los obispos juntos son garantes de ambas cosas (fe y ortodoxia) en
la Iglesia.
Pero estas reflexiones, largas y aparentemente llenas de
vaivenes, lo que nos muestran es que la verdad se logra de forma
eclesial, es decir, de un modo colegial, comunitario. En los casos
dudosos acerca de la ortodoxia, la pureza de la respuesta no se
obtiene como acto de gobierno individual, sino como resultado de
una búsqueda eclesial a través del estudio, la oración y el diálogo.
La iluminación existe, pero el modo ordinario para obtener la
verdad es coral y no personal. Si no fuera así, no habría ninguna
necesidad de realizar estudios teológicos y reuniones en una
diócesis, bastaría un acto autoritativo del obispo y podríamos
ahorrarnos todo ese otro trabajo. ¿Para qué discutir, estudiar y
evaluar, cuando solo tendríamos que preguntar y escuchar? Y lo
mismo valdría para la Iglesia universal, ¿para qué convocar
concilios para discutir las cuestiones dudosas, cuando el Papa
podría resolver todo a base de continuas intervenciones ex
auctoritate?
Esto nos confirma el carácter verdaderamente peculiar que
tiene en la Iglesia el obispo como garante de la ortodoxia. El obispo
es una roca, un fundamento, pero inserto en una arquitectura
catedralicia. Una piedra puede estar encima de una columna y, sin
embargo, estar transmitiendo un empuje lateral hacia un
contrafuerte: pesa (hacia abajo) y, sin embargo, empuja hacia un
lado. Una piedra puede estar en lo alto de una nervadura y estar, al
mismo tiempo, evitando que caigan los bloques que hay más abajo
en los arcos: está arriba y, sin embargo, mantiene en su sitio a las
26
de abajo. Son solo dos ejemplos del complejo sistema de pesos,
empujes y contrapesos del orden que supone una catedral. En la
catedral invisible de la Iglesia sucede lo mismo. Su sistema de
pesos, empujes y contrapesos es admirable y conforma una
milenaria armonía.
Después de lo anterior, podría dar la impresión de que el
obispo es regens y pontifex, pero que como maestro en la diócesis
es uno más. Si el obispo no es infalible, si el obispo no es el más
sabio, si no es el que mejor predica, ¿queda su figura reducida, lo
repito, a la de ser un maestro más? La respuesta es no. Tal
conclusión no sería correcta. Nos basaríamos en los aspectos
negativos (lo que no es), pero dejaríamos de fijarnos en los aspectos
positivos provenientes de su apostolicidad.
Si nos fijamos en lo positivo, hay una palabra clave:
autoridad. Autoridad que procede de su sucesión en la
apostolicidad. El obispo debe ser escuchado por su presbiterio y
fieles. A otro predicador le escucho si me interesa y no le escucho
si no me interesa. En el caso del obispo, al ir unida su predicación
a su carácter de pastor de pastores, debo escucharle. El presbiterio
debe escuchar su enseñanza con respeto, como se escucharía a un
padre.
Se puede dar el caso (y se da) de que un laico pueda saber
más teología que su párroco. Pero el laico, al asistir a la liturgia,
tiene que escuchar la predicación de su pastor y debe hacerlo con
el respeto que le otorga su autoridad.
Quizá éste sea un ejemplo que nos ilustra acerca de cómo
compaginar los aspectos negativos (lo que no es) con los aspectos
positivos de la predicación episcopal. En el caso del obispo, su
palabra de enseñanza va unida a su función como sucesor de los
apóstoles. Después de tantas reflexiones, después de tantos
27
matices, ¿cuál sería la forma ideal para referirse al obispo en esta
faceta predicadora, teológica y relativa a la ortodoxia? En mi
opinión, lo mejor es afirmar que el obispo es maestro. Es una
afirmación verdadera, sencilla y que no suscita problemas.
Además, normalmente esto es lo que se suele decir del obispo. Ésta
afirmación es verdadera y es la que se suele usar.
El obispo es pastor, pontífice y maestro. Pastor de los pastores
y de los fieles. Pontífice de los sacerdotes, es decir, sumo sacerdote
de su presbiterio. El Papa es Sumo Pontífice, aunque usualmente
se abrevie denominándolo como “pontífice”. El obispo es maestro
en cuanto sucesor de los apóstoles, dado que esta faceta del enseñar
no se puede dividir del regir. Él es el garante de la ortodoxia, en el
sentido de que si hay una duda perplejidades y disputas entre los
laicos acerca de la doctrina, estos acuden a su párroco; si hay dudas
entre los párrocos, se acude a los maestros de la diócesis, es decir,
a los peritos en Teología; si hay dudas entre los maestros, el obispo
autoritativamente puede intervenir. Él es el máximo rompeolas de
la herejía, la última instancia de la iglesia particular.
28
3. La figura de los arciprestes Artículo que completa las consideraciones del libro Colegio de
pontífices acerca de esta figura eclesiástica
SI ALGO DESEARÍA pedirles de rodillas a los obispos es que
nombren como arciprestes a sacerdotes ardientes de celo por el bien
espiritual de sus hermanos sacerdotes. Este artículo completa la
descripción que de la figura del arcipreste hago en mi libro Colegio
de pontífices. En esa obra están descritas las líneas esenciales de la
reforma que propongo. Lo que continúa aquí es para completar ese
artículo sin repetir lo ya dicho allí.
Líneas que escribo porque hoy he vivido en primera persona
un episodio presbiteral con un hermano que me ha impulsado desde
lo más íntimo, casi como un grito del alma, a escribir algo más
sobre el tema. Alguien tiene que preocuparse de los presbíteros,
dejando claro que la figura del arcipreste no es la del director
espiritual, sino que actúa siempre en el ámbito externo tanto
personal como ministerial.
Hay que partir del hecho de que ningún obispo puede hacer
un seguimiento adecuado de todos sus sacerdotes. Si algún obispo
cree que puede realizar tal cosa, viviendo algunos de sus sacerdotes
en lugares lejanos, y hablando con ellos, personalmente, tres o
cuatro veces al año, se equivoca. ¿Puede un párroco hacer un
seguimiento de un sacristán que viviera a cuatrocientos kilómetros
si ese seguimiento de su persona y trabajo se redujera a
entrevistarse con él cuatro veces al año? Evidentemente, no. Pues,
29
desgraciadamente, esto es lo que sucede en la mayor parte de las
diócesis.
Hay que conseguir sacerdotes que sean faros, verdaderas
figuras paternales, hombres de Dios que descuellen como
directores espirituales que se encarguen de sus hermanos
sacerdotes. Que descuellen como directores de almas, a sabiendas
que su función de arciprestes no les autoriza a entrar en las almas
de sus hermanos. Su campo es lo externo personal o ministerial.
Personal: no asistes a las reuniones, se te ve triste, estás cayendo en la obesidad
mórbida, debes cambiar ese peinado inadecuado para un clérigo, ese automóvil es
demasiado caro, haces demasiados viajes costosos, etc, etc.
Ministerial: celebras la misa de un modo no acorde a las rúbricas, te enfadas
demasiado con los fieles, no te sientas en el confesionario, no te encuentran
cuando hay necesidad de administrar la unción de los enfermos, etc, etc.
El cargo de arcipreste se encomendaría a sacerdotes de cierta
edad, conocidos por su celo, rodeados de la fragancia del buen olor
de Cristo. Una buena frecuencia es que cada arcipreste visite a sus
sacerdotes, como mínimo, una vez cada dos meses. Si un arcipreste
tiene encomendados a diez sacerdotes, de ahí la palabra “decano”,
solo tendría que visitar a cinco sacerdotes al mes. Si por
proximidad, visitara a dos sacerdotes en una mañana, solo tendría
que dedicar dos mañanas al mes a esta tarea. En una mañana podría
visitar a dos y en otra a tres. No es una labor que resulte agobiante.
Por supuesto que hay arciprestes que tienen a su cargo a
catorce sacerdotes en un arciprestazgo, y otros tienen a siete. La
geografía suele indicar los límites naturales de cada arciprestazgo.
En cualquier caso, diez presbíteros por arcipreste es un número
muy adecuado. A la hora de hacer las divisiones en arciprestazgos,
se debería tener en cuenta esta labor personal con los sacerdotes
para no acumular demasiado trabajo en un arcipreste.
30
He hablado alguna vez con algún obispo y me ha dicho la
dificultad de encontrar sacerdotes así. Me han dado ganas de
preguntarle: ¿en serio que en su diócesis no puede encontrar a diez
sacerdotes que sean los mejores entre todos?
Estas figuras no pueden ser designadas por votación. Hay que
consultar a todos, sí. Y después volver a consultar a los mejores
consejeros de la diócesis. Y tras meditarlo mucho y debatirlo entre
los mejores consejeros, nombrar a las figuras que sean más
incontestables.
El cargo de arcipreste no sería una función temporal de
camino hacia otra. En principio, sería una función con vocación de
estabilidad máxima. Sus ramificaciones en el clero requieren que
un arcipreste sea como un árbol. Incluso, en muchos casos, lo
normal sería, además, que el arcipreste acabara siendo de los curas
más antiguos en el arciprestazgo.
A estos faros habría que esparcirlos por el territorio de la
diócesis. Habría que colocarlos en cada arciprestazgo como un
tesoro entre los sacerdotes. El obispo al nombrar un arcipreste para
un arciprestazgo debería poder decir más que nombrar un cargo, os
coloco un ejemplo en medio de vosotros. Muchos de ellos
fácilmente acabarían, de forma espontánea, convirtiéndose en
confesores de sus hermanos.
Si hay que esperar para el nombramiento, porque durante un
tiempo no estará todavía disponible el sacerdote adecuado para esta
misión, es mejor nombrar un delegado del clero de ese
arciprestazgo. El delegado sí que puede ser nombrado por votación,
sabiendo que su función es transitoria hasta que se nombre el
presbítero adecuado por edad y cualidades para ser arcipreste. ¿Por
qué tanta importancia a esta función sin potestad de régimen?
Porque la pregunta ¿quién se ocupa del sacerdote? queda resuelta
31
de esta manera: de cada presbítero siempre se encarga un sacerdote
santo.
Del arcipreste se esperará que sea de una sinceridad absoluta
en sus conversaciones con cada presbítero: Mi misión es señalarte
tus defectos. Después tú haz lo que quieras. El arcipreste le podría
decir también: No estoy aquí para hacerme tu amigo. Tú escoges a
tus amigos. A mí lo que se me ha encargado es conversar contigo
acerca de aquello en lo que debes mejorar. Yo te diré lo que se dice
de ti entre el clero, lo que yo perciba directamente, también lo que
tus feligreses me hayan dicho.
El arcipreste debería recordar al presbítero que ni le va a
imponer nada, ni puede hacerlo, ni desea hacerlo. Yo estoy aquí
como hermano mayor tuyo. Yo estoy aquí para recordarte que en
el sacerdote el trabajo ministerial y la vida personal forman una
unidad. Y que las deficiencias en el desempeño del ministerio, muy
a menudo, tienen su raíz en problemas internos del presbítero.
Al principio, esos problemas quedan totalmente ocultos en el
interior del alma del sacerdote. Pero, poco a poco, comienzan a
aflorar al exterior y comienzan a ser percibidos por su feligresía o
por sus compañeros sacerdotes. No se piense que me estoy
refiriendo en exclusiva a pecados de lujuria. Por ejemplo, ¿cómo
un sacerdote puede caer en la obesidad mórbida sin que el tema sea
afrontado fraternalmente y se le dé un seguimiento a la cuestión?
Con unos doce arciprestes, en una diócesis de 150 sacerdotes
no quedaría abandonado ningún párroco, coadjutor, capellán,
sacerdote jubilado, o sacerdote temporalmente descansando por
enfermedad. De esta labor paternal no quedaría excluido nadie.
Hasta el vicario general o el secretario del obispo tendrían el
arcipreste que les tocase por razón de su zona. No sería poca ayuda
32
para un vicario episcopal que su anciano arcipreste le hiciera notar
los defectos que el clero ve en él y las cosas que se dicen de él.
No convendría crear arciprestazgos basados en criterios tales
como la labor en un determinado apostolado, lo cual conllevaría
que los sacerdotes estarían dispersos por la diócesis. El criterio
territorial es el óptimo, para lograr que el arcipreste siempre esté
cerca del sacerdote sobre el que ejerce su función.
Cuán grande es la figura del arcipreste en el Derecho
Canónico, que está colocada entre el obispo y el presbítero. Cierto
que también lo están los vicarios episcopales, pero estos
lógicamente se encontrarán volcados en el objeto de su misión: las
religiosas, la organización pastoral en una vicaría, etc. El objeto del
arcipreste son sus sacerdotes.
Ahora mismo en la mayor parte de los lugares, el arcipreste
es escogido por votación y se limita a ser un coordinador.
Normalmente se suele escoger a párrocos populares, es decir, a
sacerdotes que gozan de buena opinión del resto, eso es todo. El
que los designa, el obispo, tampoco valora mucho sus funciones;
pues considera que si hay un problema deben acudir a él. Los
obispos consideran que lo importante son los vicarios episcopales.
Porque la tendencia es a valorar los planes pastorales, los nuevos
apostolados y acciones similares. En todo este celo, en todo este
trabajo, la labor oculta con los mismos pastores queda, a menudo,
olvidada.
En las diócesis, hay sacerdotes dedicados al gobierno de la
diócesis (aunque sean también párrocos), otros dedicados a la curia,
otros dedicados a la teología, etc. Eso sin contar con que unos se
dedican a los enfermos, otros a los pobres, etc. Pero ¿quién se
dedica a los sacerdotes?
33
Existe una tendencia a considerar que los tres o cuatro
vicarios episcopales que suele haber en cada diócesis deberían
encargarse de esta función de cuidado de los presbíteros. Pero una
cosa es el gobierno, la organización, la autoridad de la jurisdicción,
y otra muy distinta el acompañamiento paternal, el
acompañamiento de la autoridad espiritual. No solo son funciones
distintas, sino que, muchas veces, perjudica que sea la misma
persona que tiene la autoridad de gobierno (alguien que, además,
es cercano al obispo) la persona con la que hay que sincerarse.
Porque si bien es cierto que el arcipreste no puede meterse en
el alma del hermano sacerdote y debe limitarse a lo externo, no deja
de ser cierto que muchas veces (por su edad, por su carácter
venerable) acabará haciendo una mayor o menor labor de director
espiritual. El arcipreste no debe meterse él mismo a director
espiritual, pero sí que puede ser metido en esa labor por el
interesado. Muchas veces es lo que ocurrirá porque los problemas
ministeriales tienen su raíz en lo personal, y la conversación sobre
lo uno llevará a lo otro. De manera que de forma paulatina, mes a
mes, será imposible distinguir entre la faceta externa y la interna.
Pero, al principio, hay que tener claro que no solo son dos
cosas distintas, sino que en la mayor parte de los casos la autoridad
de la jurisdicción estorba el otro tipo de acompañamiento, el de la
autoridad espiritual. No es fácil abrir el corazón al que manda, es
más fácil abrirlo a un hermano sacerdote anciano. Eso es así en
todos los ámbitos, no solo en el ámbito eclesiástico. No será fácil
que se abra su alma un empleado a su jefe. Sí que es más fácil abrir
el corazón a un compañero de trabajo. Un vicario episcopal a estos
efectos es visto como un subdirector, no como un compañero.
Además, solo podrá acompañar adecuadamente el que visita
de forma regular y frecuente al sacerdote interesado. Esta labor
requiere tiempo, por eso la figura del vicario episcopal no es la más
34
adecuada para realizar esto de forma general. Se requiere un clérigo
encargado de esto ex professo. La edad también será una ayuda.
Siempre es más fácil abrirse al compañero sacerdote anciano.
La labor del arcipreste, como se ve, es sumamente delicada:
decir las cosas sin ofender, decir las cosas sin exigir, acompañar sin
obligar, muchas veces acompañar al que no quiere ser acompañado,
visitar al que no quiere ser visitado, hablar con el que no tiene
ningún interés en recibirte. Si ya es difícil la labor de un cura con
un feligrés alejado de la práctica sacramental, ya no digo nada lo
difícil que es la labor de un cura con otro cura.
El cura siempre invocará su independencia, su libertad, su
derecho a que no se inmiscuya nadie en su vida: ¡ya tengo mi
director espiritual! Será una labor muy ingrata del arcipreste
hacerle entender que si está allí es porque se nota que él (en el
ámbito externo) no está haciendo bien su labor. No dudo de que
tengas director espiritual. Pero ya se ve que, a pesar de ello,
precisas ayuda.
Por favor, de nuevo les pido a los obispos que lean estas
líneas: No dejéis solos a ningún sacerdote, ni a uno solo. Enviadles
este tipo de ángeles. Haberlos, los hay. Pero, desgraciadamente, a
menudo están arrinconados en una pequeña población. Para que se
pueda ejercer esta labor, el obispo debe explicar a su presbiterio
que, a partir de ahora, los arciprestes van a comenzar a ejercer esta
función con tacto y prudencia, poco a poco. Aunque solo cuando
estén muy consolidados en su puesto, por los años, se les facilitará
realizar esta labor; labor que nunca será fácil.
Aunque la autoridad de gobierno y la autoridad espiritual son
distintas, existe la tendencia, de hecho, a identificar ambas
autoridades. Cierto que el Código de Derecho Canónico distingue
35
ambas figuras eclesiásticas. Pero también es cierto que no ha
habido en la literatura de la espiritualidad o en la eclesiología un
gran desarrollo acerca de la figura del arcipreste.
Cierto que lo ideal sería escoger para desempeñar la autoridad
episcopal al más santo, prudente y docto de todos. De manera que
el cargo de sucesor de los Apóstoles fuese signo de santidad
personal. De esa manera, la autoridad de gobierno y la autoridad
espiritual ornarían la cabeza del sucesor de los Doce.
Pero, con cierta frecuencia, el obispo no es para nada el más
adecuado para realizar la labor paciente y cuidadosa del director
espiritual. Y, sin embargo, la experiencia de casi todas las diócesis
es que todos los problemas graves con los sacerdotes o se discuten
y se tratan de arreglar por vía episcopal, o no se discuten y se
quedan como están. Esto conduce a una tendencia, en todas las
diócesis, a que la mayoría de los asuntos, por graves que sean, en
la práctica, se diriman en una conversación en el despacho del
obispo. Puede después venir un cambio de impresiones con los
vicarios episcopales, pero el sistema conduce a lo que he dicho, el
mecanismo eclesiástico muestra una clara tendencia a resolver las
cosas con cierta celeridad, bajo el argumento de la autoridad
episcopal. Con el mucho trabajo, con la falta de tiempo, peor
todavía con la urgencia que imprimen ciertas situaciones, las cosas
se suelen “solucionar” por vía de decisión episcopal, sin atender a
la prehistoria que tiene ese suceso y que sería necesario atender
para resolver la fuente del problema. Y cuando hay problemas
graves, hay que entender que debajo de ellos siempre, siempre, hay
un problema espiritual.
Vuelvo a repetir que no me estoy refiriendo solo a problemas
relativos al sexo. Unas veces el problema puede venir por un
tradicionalismo exacerbado, otras porque resulta imposible a los
sucesivos coadjutores convivir con ese párroco, otras por la
36
depresión que padece. El obispo puede hacer de padre, pero lo más
razonable es dejar esa labor en manos de alguien que esté cerca y
que tenga un conocimiento de primera mano de la situación. El
obispo difícilmente conocerá tan bien la parroquia de un sacerdote,
como un sacerdote que es vecino de él. El arte de aconsejar y guiar
radica, en buena medida, en el conocimiento que se tiene de
alguien, de la labor que ejerce, de cómo la ejerce y de su modo de
ser. Este conocimiento no se puede suplir con buena voluntad.
Pido a los obispos que busquen esos sacerdotes ejemplares,
con larga experiencia en la dirección espiritual, y que los pongan
en lo alto del candelabro para que los ojos de sus hermanos se fijen
en él.
37
4. Sobre los obispos y la
capacidad para conocer la verdad Algunas consideraciones acerca de la desconfianza que hay que
tener acerca de la propia capacidad para no equivocarse al juzgar
a personas o grupos de personas
CUANDO ME ENCONTRABA ENFRASCADO en la redacción de un
artículo sobre la catedral de San Agustín, leí unos fragmentos de
dos cartas del santo obispo al monasterio femenino gobernado por
una abadesa, de la que no se sabe el nombre. Resulta muy
interesante la situación que se describe en esas cartas (epístola 210
y 211), porque una parte de las monjas quieren que la abadesa
renuncie a su cargo en favor de la superiora que le seguía en el
gobierno de la comunidad. Para ello apelan al capellán, que no las
ayuda en este propósito, pero que acaba proponiendo su propia
renuncia ante una situación de total división que debió ser muy
agria para provocar tal reacción.
Finalmente apelan al obispo Agustín. El cual les escribirá una
carta durísima: ¿Cómo es posible que se produzca un cisma en un
monasterio? ¡Y eso contra una madre que, durante años, os ha
asistido, cuidado, instruido y os ha dado el velo a la mayor parte
de vosotras!
El obispo les reprende con gran dureza y así acaba la segunda
carta. Durante algún tiempo seguí dándole vueltas al contenido de
esas dos epístolas. Meditaba acerca de la capacidad limitada que
tienen las jerarquías eclesiásticas para conocer la verdad cuando se
producen graves problemas en una comunidad parroquial o
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religiosa. Unas veces la cosa está clara tanto en sus causas como en
sus soluciones. En ocasiones no está nada claro el asunto, aunque
se dedique tiempo a investigarlo. Y otras veces, uno cree estar
seguro de cuáles son esos problemas y soluciones, y se equivoca.
Todos estamos convencidos de que investigando una
situación llegaremos a saber la verdad. Pero, en no pocas ocasiones,
eso no es así. Fijémonos en el caso de esa comunidad de monjas de
Hipona, la capacidad de unas pocas personas para indisponer a la
mayoría nunca debe ser subestimada. Indisposición que puede
volverse crónica, haga lo que haga la víctima. Cuando se llega a
crear cierta situación todas sus decisiones ya son vistas
negativamente. A veces, la persona prudente, buena e inocente está
rodeada de elementos circunstanciales que impelen al investigador
a sacar una conclusión negativa. Pero le impelen a ello de forma
injusta.
El superior prudente de una comunidad puede enfrentarse a
una situación de desprestigio creada por una persona que mueve
hábilmente a un grupo mínimo de individuos. En cuestiones
eclesiásticas, no es infrecuente que el investigador no pueda
estudiar el hecho en sí, sino los relatos de las personas que forman
un círculo concéntrico. En ocasiones, es fácil hacerse idea de qué
sucedió y qué está pasando y cómo es cada uno. Pero en otras
ocasiones, no.
Feliz el obispo que cuenta, entre las filas de su clero, con uno,
dos o tres presbíteros que puedan investigar las cosas sin prisa, sin
subjetividad, con perspicacia, sospechando de los propios
prejuicios, sospechando de la misma capacidad para conocer la
verdad.
Resulta llamativo el afán episcopal de algunos por pretender
juzgarlo todo por sí mismos a base de primeras impresiones, sin
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dedicar el tiempo que el asunto requiera, confiados en su mucha
experiencia, confiados en una especie de gracia de estado que les
iluminará. La gracia de estado es una ayuda de Dios que actúa tras
poner los medios naturales para obtener la verdad.
Debemos ser humildes y entender nuestra limitación, aun
dedicando mucho tiempo a tratar de conocer la verdad que atañe a
grupos de personas. La abadesa de la carta de San Agustín pudo ser
muy buena durante muchos años, ¿pero estaba seguro el obispo de
que no se había vuelto cruel y despótica? Cierto que había una
división en la comunidad. Pero esta división ¿era fruto únicamente
del pecado de algunas súbditas, o existían graves deficiencias en el
gobierno de la superiora?
La santidad de San Agustín no le confiere infalibilidad en sus
juicios. Cualquier individuo que se halle rodeado de miles de
personas que le consideren santo sí que puede caer de forma
inconsciente en la trampa de considerar que su juicio está más
iluminado de lo que él mismo cree. Las dos cartas de San Agustín,
aunque sean admirables en sí mismas, loables por su contenido
genérico, para nada me hacen pensar que fueron las monjas las que
estaban equivocadas.
En toda estructura de autoridad, civil o religiosa, existe una
innata tendencia a resistirse a delegar funciones. Eso provoca falta
de tiempo. Y, precisamente, la falta de tiempo se esgrime como
excusa para tener que zanjar una situación que se le ha presentado:
enfrentamiento de unos feligreses con el párroco, tensión entre un
párroco y su coadjutor, etc.
De ahí que existe una tendencia provocada por el mismo
sistema: a mayor trabajo, menor tiempo el que se puede dedicar a
cada asunto. A menor tiempo dedicado, más se fía todo a las
primeras impresiones. El conocimiento parcial es causa de no
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poder realizar un juicio adecuado de la situación y personas. Pero
incluso el conocimiento pleno no asegura un juicio adecuado final.
El obispo puede sentirse respaldado por el hecho de que
clérigos y fieles acudan a él en busca de su juicio. Pero no acuden
a él porque confíen en su capacidad para conocer la situación,
(muchas veces son realistamente escépticos), sino porque el
sistema tampoco ofrece otra alternativa efectiva de apelación.
La solución racional es confiar menos en la gracia de estado,
en la propia experiencia, y delegar más. Sobre todo cuando en esos
juicios está en juego una especie de veredicto tácito acerca de la
labor de toda una vida de un clérigo. El afectado no es tonto y sabe
que un determinado traslado de destino es un modo de declarar que
tenían razón los que le acusaban de arrogante, de perezoso, de
imprudente o de tantas otras cosas. Estos juicios sumarios
realizados en el despacho curial suponen, en algunos casos, la
desmoralización del pastor, la pérdida de ilusión.
Además, el juicio sumario es inadecuado tanto para castigar
como para premiar. La parcialidad del conocimiento cuántas veces
ha llevado a que un determinado clérigo sea elegido para un
importante puesto parroquial o curial. Las propias primeras
impresiones nos traicionan también en ese campo. La solución a
todo esto está en el reforzamiento de la figura de los arciprestes,
eligiendo, además, a los más santos para esos puestos. Además de
que poder contar en la diócesis con algunas personas de buen juicio
(pueden ser incluso laicos) que estén en disposición de dedicar el
tiempo necesario para que el conocimiento parcial de una situación
se transforme en conocimiento suficiente para tomar una decisión.
41
42
II parte ..................................................................................................................................
Artículos sobre teología
43
5. ¿Dios es laico o sacerdote? Reflexiones acerca de si el carácter sacerdotal es compatible con
la esencia de la Divinidad.
PODRÍA PARECER que la pregunta tiene un sentido incluso jocoso,
pero nada más lejos de mi intención. Conociendo el significado de
laico y de sacerdote, ¿Dios es lo uno o lo otro? ¿O no es ninguna
de las dos cosas? Por supuesto que, al hacer esta pregunta, no me
estoy refiriendo a Jesucristo. Dios hecho hombre sí que es
sacerdote, de eso no hay ninguna duda. Pero en este artículo me
estoy refiriendo a Dios como espíritu.
Por su esencia, ¿Dios es sacerdote? ¿Dios hubiera sido
sacerdote si nunca hubiera existido ninguna criatura? Es una
intrincada cuestión sobre la que vale la pena reflexionar, porque la
reflexión nos llevará a conocer mejor la naturaleza de Dios.
Una posible respuesta al problema es afirmar que Dios no es
ni laico ni sacerdote. Del mismo modo que Dios, por esencia, no es
ni hombre ni mujer. Dios no es ni alto ni bajo. Hay aspectos en los
que Dios no es ni una cosa ni otra. Pero me temo que éste no es el
caso, no veo que podamos decir que Dios no es ni laico, ni
sacerdote. Da la sensación, a primera vista, que debe ser una cosa
o la otra.
Hay una cosa clara, siguiendo la doctrina de la Carta a los
Hebreos: Todo sumo sacerdote es elegido (...) para ofrecer dones
y sacrificios por los pecados (Heb 5, 1). En este sentido, parecería
que Dios sí que es sacerdote, dado que a través de su Encarnación
se ha ofrecido todo Él en sacrificio. El sacrificio sobre el altar de la
Cruz es el sacrificio de Dios. El hacerse hombre sería el medio para
consumar ese sacrificio.
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Alguien podría objetar que solo se ofrece la Segunda Persona
de la Trinidad; y que, por tanto, el Espíritu Santo no tiene una
esencia sacerdotal, y lo mismo el Padre. Ahora bien, el
ofrecimiento en la Cruz lo ha hecho el Hijo, pero lo ha hecho Dios.
Es cierto que el Hijo se ofrece al Padre inmolándose, pero también
es verdad que el Padre y el Espíritu Santo estaban allí presentes en
el Calvario. Dios es impasible por naturaleza, pero el Padre amaba
infinitamente a su Hijo: si el Padre hubiera podido sufrir, hubiera
sufrido por su Hijo; lo mismo el Espíritu Santo.
Por otra parte, si Jesucristo es sumo sacerdote de la Nueva
Alianza, lo es por concesión del Padre. No es un honor que se
arrogue a sí mismo. Y si Dios es la fuente primigenia de todo
sacerdocio, entonces Él parece que debería serlo.
Sin embargo, esto plantea una dificultad. Un sacerdote ofrece
algo a la Divinidad. En este caso, si Dios (por su misma naturaleza)
es sacerdote, ¿ante quién ofrece su sacrificio? Yo puedo dar un
millón de euros a otra persona, pero no puedo dármelos a mí
mismo; sería un acto sin sentido, no dotado de veracidad.
La solución a esto podría radicar en afirmar que es solo la
Segunda Persona Encarnada la que se ofrece al Padre, y que las
otras personas no son sacerdotes, pues nada ofrecen. Pero es el
Padre (lleno de amor) el que envía al Hijo. Y ya hemos visto que
toda la Trinidad estaba en el Calvario unida por el amor entre ellos.
La Trinidad siempre ha estado unida. También sobre el Calvario.
Desde esta perspectiva, parecería que Dios no es sacerdote y solo
lo fuera, exclusivamente, la Segunda Persona a través de la
Encarnación. ¿Cómo superar esta dificultad de tipo lógico?
Dificultad, ya que no se trata de una paradoja lógica, como se va a
ver.
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La solución, me parece, está en un hecho: el fin de la gloria
de Dios. El fin de la gloria de Todopoderoso es Dios mismo. Desde
esta afirmación, Dios es un Dios sacerdotal. Dios mismo se ofrece
por nosotros a la mayor gloria de Dios. Es el Dios Infinito quien se
ofrece, aunque solo una Persona se encarne. Es el Dios Uno el que
se ofrece, aunque solo se haga hombre el Hijo. Bajo esta
perspectiva, Dios es sacerdote de sí mismo.
Por muy humilde que sea Dios, ninguna acción suya puede
tener otro fin principal que la glorificación de sí mismo. Esto no es
egoísmo, no puede ser de otra manera. Dios es el centro absoluto
de todo, el fin absoluto de todo. Podría parecer que lo dicho hasta
ahora es un mero juego intelectual, pero ésta es una cuestión de una
profundidad abismal: Dios es un Dios sacerdotal que se ofrece a sí
mismo a su mayor gloria.
Dios es sacerdote, no solo lo es la Palabra Encarnada.
Puede ser todo un descubrimiento entender que Dios es
profundamente sacerdotal. Dios es plenamente Sacerdote, Profeta
y Rey. Esto lo es Dios, por esencia, no solo lo es Jesucristo.
Dios se tiene a sí mismo un respeto sacerdotal. El colmo de
esa gloria, la plenitud de esa glorificación, ha sido el sacrificio de
Él mismo encarnado. Pero es el ser sacerdotal del Dios Uno el que
le ha movido a encarnarse. Dios se siente movido y Dios se
encarna. Intratrinitariamente, es el Padre el que envía al Hijo. Pero
es su misma esencia la que es así, no es una mera cuestión de
decisión. El Dios Uno (y cada una de la Tres Personas) sería
sacerdotal, aunque nunca se hubiera producido la Encarnación y
posterior inmolación. Esta característica de su ser sacerdotal no es
egoísmo, nosotros estamos incluidos en sus designios de amor y
glorificación.
Solo Dios puede comprender íntegramente quien es Dios. Y
por eso Él se tiene un respeto reverencial hacia sí mismo, un respeto
sagrado. Porque solo Él sabe quién es Él. El Ser Infinito es
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infinitamente humilde, pero no puede olvidar, y no lo olvida, de
que es Dios.
Una cuestión subsiguiente que nos podríamos plantear es si
Dios hubiera sido un Ser sacerdotal si no hubiera habido pecado en
la Humanidad, y, por tanto, si no hubiera existido necesidad alguna
de Redención. La conclusión que se extrae de todo lo expuesto
anteriormente es que sí, hubiera sido sacerdote, porque su Ser es
sacerdotal.
Dios es glorificador de sí mismo. Sin ninguna criatura que
nunca hubiera sido testigo de ello, el Señor se hubiera tributado
hacia sí mismo un respeto mayor que el más santo de los sacerdotes
humanos.
El sacrificio de los sacerdotes humanos no tiene por qué ser
material (una oveja, un toro, etc), puede ser espiritual (oraciones,
mortificaciones espirituales, ayunos). Luego un sacrificio espiritual
es verdaderamente sacrificio sin necesidad de que intervenga para
nada lo material. Ahora bien, el sacrificio no tiene otro fin que
mostrar el amor a Dios y darle gloria. Dios se ama a sí mismo en
grado infinito, se da gloria a sí mismo en grado infinito. Nadie hace
esas dos cosas respecto a Dios, como Dios mismo. Por eso su Ser
es sacerdotal, aunque nunca hubiera habido humanos. No hay
ninguna necesidad de oblaciones materiales para ello, las cuales
son solo medios: medios materiales en un mundo material.
Dios habita en el Templo Infinito que es su mismo Ser. Dios
no solo es poderoso, es santo. Santo con una santidad tal que es
sagrada, lo más sagrado que pueda existir. Y el Dios Uno habita en
medio de esa santidad que es Él mismo, el Altísimo es esa santidad.
Su Ser es sagrado, no solo poderoso o sabio. De manera que el Dios
espíritu es templo de sí mismo, es sacerdote, y Él es la glorificación
que reina en el seno del Templo que es Él mismo. Dios se adora a
sí mismo. Por eso el Dios Uno es fuente del sacerdocio.
47
Los objetos consagrados a la adoración a Dios son sagrados
(sus vasos, sus altares, las vestiduras litúrgicas), porque Él es
sagrado en grado máximo, Dios es sagrado y se respeta a sí mismo
con la delicadeza suma con que lo haría el más santo de los
sacerdotes. Razón por la que nos enseña a tener esa delicadeza en
el culto respecto a Él. Nos enseña lo que Él mismo hace.
Estrictamente hablando, no es que Dios se dé gloria a sí
mismo, sino que Dios es gloria. El Señor es gloria de sí mismo. En
realidad, para ejercer su sacerdocio, solo tiene que ser. El Ser de
Dios es el acto de alabanza más grande hacia sí mismo.
¿Cuál es la medida del respeto y amor que se tiene Dios a sí
mismo? El respeto y amor que se tiene es infinito, la más perfecta
adoración. Dios conociéndose se adora; no puede ser de otra
manera. La adoración es la única postura razonable ante Dios. Por
eso, en el Evangelio, Jesús llama Dios al Padre. Podría llamarle
siempre Padre, pero muchas veces le llama simplemente Dios. Para
así dejar claro que el Hijo (siendo Dios) adora al Padre. La
adoración del Hijo hacia el Padre está fuera de toda duda; solo hay
que ver el respeto con que le trata, la obediencia perfecta que le
muestra. A Dios solo se le puede adorar. El Hijo adora al Padre.
No se piense que esto es solo porque el Hijo se ha encarnado.
La Palabra al surgir del Padre quedó extasiada ante la belleza y el
amor de la Primera Persona, y le adoró. No fue una mera
admiración, no fue solo amor, fue un amor de adoración. Y el Padre
al contemplar al Hijo vio el Ser Infinito en Él, y su respeto, amor y
admiración fueron infinitos. De ahí que el Padre también adoró al
Hijo. Y lo mismo vale para el Espíritu Santo en relación a las otras
dos Personas. Puede parecer excesiva la afirmación de que el Padre
adora al Hijo, pero los mayores y más perfectos santos humanos,
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los mayores adoradores, no poseen más que una ínfima
participación del amor, admiración, respeto y deseos de glorificar
que tiene el Padre por el Hijo. No es una admiración muy grande
la que tiene Él, es verdadera y auténtica adoración.
No solo el Hijo adora al Padre. Dios se adora a sí mismo, por
eso nos enseña a nosotros a adorarle. Cualquier otra medida de
amor o respeto resultaría insuficiente. Dios se ama a sí mismo. ¿En
qué medida? Infinitamente. Esto no es soberbia egoísta. Solo Dios
puede ser objeto digno del obrar de Dios, fin digno del obrar de
Dios. Su objeto y su fin, en realidad, es su SER. Nosotros, las
criaturas, podemos entretenernos con objetos inferiores. Pero Dios
conoce todas sus criaturas conociéndose a sí mismo; glorifica a sus
criaturas, glorificándose a sí mismo.
El sacrificio es solo un medio de adoración, el más grande
que pueden realizar los seres humanos. Pero el sacrificio, en
definitiva, es donación. El Padre se dona totalmente al Hijo, y el
Hijo al Padre; lo mismo sucede con el Espíritu Santo. Los humanos
glorificamos a través de la donación que supone un sacrificio, el
cual es un modo de glorificar. Dios es sacerdote sin necesidad de
sacrificios (donaciones) materiales. Porque la misma vida
intratrinitaria es donación en medio de un acto infinito de respeto-
amor-glorificación.
Por eso, incluso aunque nunca hubiera existido criatura
alguna, yendo a la esencia del asunto, Dios es el Adorador
Supremo, todo lo hace para su propia gloria. En todo esto no hay la
más mínima soberbia. No hay la más mínima desviación. En su
propia glorificación, Dios no se queda por debajo (reconociéndose
menos de lo que es, sería una mentira) ni se excede por demasía,
pues no tiene otra posibilidad que reconocer su Ser como lo que es.
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Por humildad Dios no puede falsear las cosas. Nunca caerá en
exceso, porque su glorificación se limita a Ser. Su gloria consiste
en la conjugación en un eterno presente de indicativo del verbo
SER.
De hecho, sería más adecuado escribir ser con mayúscula
SER en todas las letras que forman ese verbo. Porque su SER es
distinto al ser de cualquier otro existente. No lo he hecho en este
artículo, por una mera razón estilística.
Pero su Ser es de tal manera que su Humildad en grado
perfecto no es obstáculo para que su acción sea realizada en la
verdad. Por muy humilde que sea, no puede evitar reconocer su
propia sacralidad; y así nos ha enseñado a tratarle. Dios se tiene a
sí mismo un respeto sacerdotal. Nadie es tan consciente como Él
mismo de su propia santidad. En este sentido, podríamos decir que
Dios es el espíritu sacerdotal por antonomasia.
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6. Papas y faraones Paralelismos entre la institución faraónica del Antiguo Egipto y la
Corte Papal
HACE AÑOS me sorprendí al descubrir ciertas semejanzas entre los
usos de las cortes faraónicas y las papales. Hablo de “corte papal”
porque son usos que no los encontraremos en la iglesia romana
primitiva, sino solo cuando esta institución alcanzó un grado de
protocolo suficiente como para poder hablar de una “corte”. En el
presente artículo voy a tratar de analizar estas semejanzas, para
después intentar dar una explicación del por qué de esas
similitudes.
Los faraones eran embalsamados, los Papas también. De
hecho en la cripta de la iglesia de San Vicente y Anastasio en
Roma, la que está frente a la Fontana di Trevi, desde hace siglos,
se guardan en ánforas de loza las entrañas de los Romanos
Pontífices.
Los Papas y los Reyes eran portados en sillas gestatorias. Uno
de los símbolos que acompañaban a los faraones eran siervos con
grandes abanicos de plumas de avestruz. Esos mismos abanicos,
con el nombre de flabelos, vuelven a aparecer con los Papas como
insignia pontificia. A la silla gestatoria y los flabelos, se une la tiara
por parte de los Papas, tan parecida a las coronas faraónicas.
A eso se añade el que los faraones eran enterrados en tres
cajas, como los Papas. Uno de los símbolos del faraón era el
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cayado, el cual se parece, ciertamente, a un báculo de obispo. El
otro símbolo era el látigo, un látigo pequeño. Este símbolo no tiene
su contrapartida en el campo pontificio.
En Egipto el faraón era sacerdote y rey, como los Papas. En
Egipto, el Ankh era el símbolo de la vida. Curiosamente ese
símbolo es prácticamente una cruz. Este símbolo, a veces, se
representa colgado del cuello del Faraón con un collar, con lo cual
eso recuerda al uso de las cruces pectorales por parte de los obispos.
Los Faraones, como los Papas, tenían su nombre de pila y tomaban
otro al convertirse en Faraones divinos.
El otro gran símbolo omnipresente en Egipto era el escarabajo
como recuerdo de la resurrección. De ahí tantas medidas para
preservar el cuerpo material. La fe en una vida espiritual en el más
allá sí que es común a muchas religiones, pero la fe en la
resurrección del cuerpo, no. En el cristianismo, sin embargo, el
fundamento por excelencia de nuestra fe es la Resurrección de
Cristo, y creemos en la resurrección universal de los muertos.
Está claro que la corte papal de ningún modo quiso imitar
nada de una cultura pagana como ésa. Una civilización que en
Europa era conocida solo por los textos bíblicos, los cuales la
presentaban como símbolo de la resistencia a Dios. Espiritualmente
hablando, Egipto era la tierra del pecado de la que habíamos salido,
y el faraón era la imagen por antonomasia del opresor y del que se
opone a los designios divinos.
En razón de estas lecturas bíblicas, por parte de los Papas no
existió ningún interés, ni el más mínimo, en reproducir ningún uso
faraónico. Estos, simplemente, fueron apareciendo, poco a poco,
con el pasar de las generaciones. En Egipto permanecieron extintos
esos símbolos durante siglos, y cuando ya nadie los recordaba,
fueron recreándose lentamente en la Roma pontificia. Lo
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interesante es precisamente eso: que no existió ni una continuidad
de tradición entre ambos momentos históricos ni una voluntad de
imitación.
Como se ve, hay ocho coincidencias entre Papas y faraones.
A las que se pueden añadir otras dos de carácter más genérico entre
el Antiguo Egipto y el cristianismo. Las diez coincidencias son las
siguientes:
-embalsamamiento de ambas figuras
-sepultura en tres cajas
-silla gestatoria
-flabelos
-corona y tiara
-báculo
-los dos son sacerdote y rey
-lo dos cambian de nombre al acceder al trono faraónico o pontificio
………………………
-fe en la resurrección
-el ankh y la cruz
Estas semejanzas para un ateo son puro fruto de la casualidad.
Pero, para un creyente, tantas coincidencias pueden tener una razón
de ser. Podría ser entendida como si Dios quisiera decir que el
faraón era el antitipo del Papa.
Si las citadas coincidencias resultan objetivas y, por tanto,
innegables, saltan a la vista, hay otras concomitancias que, sin
llegar al grado de “coincidencia”, no me resisto a señalarlas. Son
algo más rebuscadas, pero su análisis resulta realmente interesante.
Más que de concomitancias propiamente dichas deberíamos hablar
de relectura de símbolos cristianos a la luz de la mentalidad egipcia.
El clero romano de ningún modo quiso imitar los símbolos
egipcios, y, sin embargo, si un egipcio de la época de Ramses II se
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diera hoy día un paseo por la Basílica del Vaticano, nos iría
explicando concomitancias que a nosotros se nos pasan
desapercibidas.
Por ejemplo, justo bajo las basas de las columnas salomónicas
del baldaquino, en sus cuatro pedestales, rodeando el centro de la
basílica, aparecen de forma bien patente ante los ojos de cualquier
visitante las abejas de los escudos pontificios. Son las abejas del
escudo papal de Urbano VIII. Un egipcio nos explicaría que, según
sus leyendas, las lágrimas del dios Ra se transformaron en abejas
al caer al suelo, por lo que se consideraron insectos sagrados. Por
esto la corte egipcia las consideró como un símbolo real desde los
comienzos de la primera dinastía.
Posteriormente, en la iconografía egipcia, la abeja (sin dejar
de ser un símbolo propio del faraón) pasará a ser símbolo del alma
de los hombres. Y es plasmada en las tumbas como imagen de la
supervivencia del alma después de la muerte.
En un escrito que intenta mostrar las similitudes objetivas
entre ambos mundos, no puedo dejar de hacer un ex cursus de tipo
homilético. Ra era considerado el Gran Dios, él acabó siendo la
figura principal del panteón egipcio. Era el símbolo de la luz solar,
el responsable del ciclo de la muerte y la resurrección. Como
hemos dicho, las abejas eran sus lágrimas que cayeron sobre la
tierra. Dado que las abejas tienen un aguijón, podríamos decir de
un modo poético, que esos aguijones son símbolo de cada una de
las punciones que sufrió el cuerpo de Jesús en su Pasión. De forma
que se podrían ver esas lágrimas del Gran Dios (Dios Padre) como
las lágrimas que derramó por cada una de las llagas de su Hijo.
Reconozco que esta relectura es enteramente subjetiva, pero
a un egipcio antiguo le hubiera parecido una alegoría más que
convincente. Es una alegoría que encaja en el lenguaje simbólico
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del antiguo Egipto. Esta reintepretación, aunque suponga una
superposición, me parece que confiere una impresionante belleza a
esos escudos papales en las basas del baldaquino: los escudos con
abejas que rodean el altar representarían las lágrimas de Cristo o
las almas que se posan alrededor de ese lugar sagrado.
Si seguimos este camino del lenguaje alegórico, podríamos
decir que el baldaquino vaticano representaría la Historia desde
Egipto en la base, pasando por las columnas salomónicas (Israel),
los capiteles clásicos (Grecia y Roma), hasta llegar a la Cruz en lo
alto.
El símbolo primario por el que las abejas están en el
baldaquino es porque, en el simbolismo cristiano, la colmena
representa a la Iglesia. Ése es el significado primario, el
simbolismo egipcio aquí explicado es subjetivo y, en todo caso,
secundario.
Sea dicho de paso, las abejas aparecen no solo en los escudos
del baldaquino, sino que también se las ve posadas entre los
laureles que ascienden por las cuatro columnas. Y de nuevo, de
forma muy manifiesta, en el dosel superior. Aunque pocos se
detienen a buscar las abejas entre esos finos tallos de laurel, todavía
menos turistas saben que entre las hojas también hay lagartijas,
lagartijas de bronce. Las lagartijas se pusieron allí porque es un
animal humilde que protege los cultivos de los parásitos dañinos.
Pero lo que le hubiera dicho un egipcio a Bernini, es que la lagartija
era vista en su época como un reptil símbolo del faraón. Dicho
animal, en su mitología, representaba la felicidad y el
conocimiento. Como se observa, la pieza central de la nave central
de la basílica vaticana hubiera sido un elemento cargado de
sentidos para un egipcio antiguo.
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A un egipcio que pasease por las calles de Roma, también le
resultaría impresionante la visión de todos los obeliscos egipcios
coronados por la cruz. Hoy día hay más obeliscos egipcios en
Roma que en Egipto. Esta idea de la recapitulación de la historia
pagana en el cristianismo, queda incontestablemente manifiesta en
el hecho de que un obelisco traído de Egipto esté en el centro de la
Plaza de San Pedro. Curiosamente un obelisco sin inscripción
alguna. Como si el faraón que lo mandó erigir, supiera que la
Historia estaba por escribir. Como si la Providencia supiera dónde
iba a ser colocado, y no quisiera que fuera mancillado por elogio
alguno a ningún falso dios. Ahora los obeliscos en Roma han sido
coronados con la cruz. Como si el mundo antiguo se hubiera
transformado en pedestal para la Cruz de Jesucristo.
Nosotros no nos avergonzamos de estos signos precristianos.
Por el contrario, nosotros los cristianos nos consideramos
herederos de la Historia. La Historia entera, la de todas las culturas,
la de todas las civilizaciones, confluyó hacia Cristo. Y los signos
de esta confluencia son visibles en Roma, y especialmente en el
Vaticano. Casualmente en el Vaticano hay estatuas egipcias y
varias momias.
Pero retornando al hilo principal de este artículo, por encima
de los detalles iconográficos, por encima de las pequeñas
semejanzas visuales, no podemos olvidar que existe un eje tan
esencial como el hecho de que los faraones eran los representantes
de la divinidad en la tierra. En este caso, la concomitancia con los
Vicarios de Cristo no requiere ni siquiera ser explicada.
Tampoco debemos olvidar que, por encima de este hecho
esencial, el reino de Egipto estaba extraordinariamente centrado en
el hecho de lograr la resurrección. La construcción de las
56
pirámides, las ceremonias funerarias, el embalsamiento, el ajuar
que se añadía, todo eso tenía como eje central la fe en la
resurrección.
Y desearía recalcar que no estamos hablando meramente de
la pervivencia del alma tras la vida, sino que se remarcaba que
había que preservar ese cuerpo porque era el cuerpo el que iba a
resucitar. También ellos creían en un juicio del alma tras la muerte.
Aunque el cristianismo supuso una ruptura total y radical con las
mitologías anteriores, es interesante mencionar que en la cúspide
de su panteón de dioses había una tríada: Osiris, Isis y Horus. Osiris
es asesinado, resucita, asciende a los cielos y juzga a los muertos.
Esto no tuvo la más mínima influencia en el origen de la fe del
cristianismo, pero la coincidencia existe. Sería innegable negarlo,
aunque de ello hayan construidos castillos en el aire algunos
antropólogos. En un artículo sobre las analogías entre el
cristianismo y el Egipto faraónico, tampoco puedo dejar de
simplemente mencionar a Akenatón con su reforma religiosa a
favor del monoteísmo.
Durante mucho tiempo me resistí a escribir este artículo con
todos los elementos que había recogido durante los años. Eso se
debía a que yo era consciente de que habría Testigos de Jehová y
algunos protestantes fundamentalistas que usarían este artículo,
elemento a elemento, para atacar al papado, echándonos en cara
que el catolicismo, en el fondo, es un modo de paganismo.
Pero me fui haciendo consciente de que estas semejanzas
suponían todo un mensaje de Dios, un bellísimo mensaje. Y que
esta belleza sutil no se merecía estar oculta. Tanto cuanto es más
sutil la mano de Dios que escribe en la Historia, tanto es más
grandioso su mensaje.
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Estos paralelismos para mí son indicios de una enseñanza del
Dios de la Historia. Estos indicios son relevantes, no meras
coincidencias. Son portadores de un contenido si creemos que el
poder del Omnipotente sobre la Historia es absoluto, no grande sino
absoluto. Ni una hoja cae de un árbol sin que el Ser Infinito
determine que caerá esa hoja exactamente, y que lo hará en ese
momento, de esa manera, posándose en ese lugar. Lo que vale para
la hoja de un árbol, para un cabello de mi cabeza, para un pájaro
que vuela en el campo, con igual razón vale para un reino, para una
dinastía, para un imperio. Dios deja mensajes ocultos, sutiles, en
los que nos enseña cosas.
Las semejanzas, las coincidencias, las concomitancias, entre
la corte faraónica y la corte papal, aunque pocas, me parecen
innegables. Le hubieran parecido innegables a un egipcio de la
época de Tutankamón. El cual hubiera visto más de lo que nosotros
vemos. Un egipcio tolemaico en el Vaticano hubiera quedado
abrumado por la celestial recapitulación que se le hubiera ofrecido
ante sus ojos. Un egipcio ante la visión de un papa en su silla
gestatoria, con su tiara, con todos los elementos que antes he
explicado, avanzando hacia el Baldaquino de San Pedro, no hubiera
podido dejar de ver en ello los elementos de un lenguaje simbólico
que le era familiar. Aquello iba más allá de la mera acción del azar
histórico. Aquello iba mucho más allá de que alguna prenda de los
faraones se pareciera a alguna de los romanos pontífices. ¿Pero cuál
es, por tanto, el mensaje que se desprende de estas semejanzas?
En mi opinión lo que un profeta le hubiera podido decir al
faraón en el siglo XV antes de Cristo, hubiera podido ser esto:
Faraón, ¿ves tu gran reino, tu gran gloria, tu poder? Pues
desaparecerá. Pero habrá otro reino que no será de este mundo.
Habrá otro gran rey-sacerdote, cuyo poder será mayor que el tuyo.
Él sí que será el representante de Dios en la tierra. Tu reino, oh
faraón, es un reino de opresión, un reino de sangre y esclavitud. El
58
Reino de Dios será un reino de libertad, un reino de gracia y
liberación. Y en las colosales pirámides verán prefigurada una y
otra vez la profecía de una Santísima Trinidad que todavía no
conocéis ni tú ni tus sacerdotes.
Tú, faraón, buscaste la resurrección por medios errados, ellos
sí que otorgarán esa resurrección para la Vida. Sí, en ese reino
futuro habrá un nuevo faraón, habrá una nueva casta sacerdotal,
tendrán sus templos y sus imágenes, sus ritos y ceremonias. Pero
todo eso será para la adoración del Único Dios Verdadero. Y ese
Reino de Dios tendrá un gran Nilo que lo recorrerá, que le dará la
vida, que hará crecer vergeles a sus orillas. Ese nuevo Nilo será
Jesucristo. Y ese Reino de los Cielos sobre la tierra, sobre el
desierto de la tierra, se abrazará a ese Río de agua viva. Y ya no se
dirá Egipto es el Nilo, y el Nilo es Egipto, sino: el Reino de Dios es
Cristo, y Cristo es el Reino de Dios.
59
7.De augures paganos a pontífices
cristianos Paralelismos entre la antigua religión romana y el cristianismo
DESDE UNA INTERPRETACIÓN CATÓLICA DE LA HISTORIA, el
cristianismo parece prefigurarse en las tinieblas del paganismo.
Desde una interpretación protestante, el paganismo se infiltró en la
iglesia romana. Tanto las claras coincidencias como los
paralelismos de interpretación más subjetiva existen. Otra cosa es
cómo los interpretemos. En algunos de esos detalles que ahora voy
a ir desgranando se ve una prefiguración, en otros detalles lo que
observamos es el modo admirable en el que el cristianismo se
inculturó en el mundo romano. Sin duda, ésta ha sido la mejor y
más perfecta inculturación que haya logrado la Iglesia.
Pero más allá de las semejanzas estéticas, ¿qué estudioso de
la Antigua Roma no puede dejar de ver en las vírgenes vestales
una especie de prefiguración de las monjas del cristianismo? Con
su hábito, con su consagración, con su voto de castidad, viviendo
en comunidad, su existencia parece como una profecía viviente en
el centro de la misma Urbe. Qué historiador no puede ver una
semejanza entre los dioses romanos con sus altares y los santos
cristianos con los suyos.
Augusto fue el emperador bajo el que nació el Mesías. El
símbolo del emperador Augusto era el lituus, el instrumento ritual
de los augures, que curiosamente es exactamente igual que la parte
superior de un báculo episcopal, la espiral superior del báculo. Un
predicador podría afirmar que con ello era como si Dios quisiera
60
anunciar que en su tiempo iba a nacer el Pastor por antonomasia, el
Obispo de los obispos.
Interesante resulta también saber que con ese instrumento el
augur trazaba un signo en el cielo un templum, un templo
simbólico. Dado que el augur dividía el cielo en cuatro partes, era
claro que trazaba ese templo trazando la señal de la cruz hacia el
cielo.
En tiempos de Augusto, rondando la fecha del nacimiento de
Cristo, se consagró en Roma el Ara Pacis, un grandioso altar para
agradecer al cielo el que se hubiera logrado la paz universal. No
pienso que sea por casualidad que el nacimiento de Cristo coincida
con la erección del Altar de la Paz en Roma. Más curioso es que
todos los relieves expresen una y otra vez la idea de que se ha
retornado a la Edad de Oro.
No está de más advertir que el nombre de Augustus en latín
significa: consagrado, santo, majestuoso. Cualquier predicador
medieval, sin hacer mucho esfuerzo, vería en el nombre del
emperador terreno el anuncio de que en su principado iba a nacer
el verdadero Santo, el verdadero consagrado al Padre, el lleno de
majestad.
En Roma hay dos colosales columnas labradas con relieves,
la Columna de Trajano y la Columna de Marco Aurelio. En esas
dos gigantescas columnas, las dos únicas que había en Roma de ese
tamaño y belleza, siempre he visto simbolizadas a las dos columnas
de la Iglesia: San Pedro y San Pablo. Esas dos columnas romanas
narran batallas para ampliar el Imperio. Esas luchas serán símbolo
de las batallas espirituales de esos dos Apóstoles por extender el
Reino de Dios que eran más grandes que los otros dos emperadores.
61
Un punto de reflexión que salta a la vista y obliga a
reflexionar es la gran cantidad de palabras propias de la religión
romana que pasaron al cristianismo: hostia, patena, altar,
pontifex, solo por citar algunas de las palabras específicamente
cultuales que fueron tomadas por los cristianos. Esto significa que
los cristianos rechazaron la adoración de los falsos dioses, pero no
el concepto de culto. Y eso es tan así, que incluso no tuvieron
reparos en tomar algunas de las palabras del anterior culto.
Y así, entre esas palabras, llama la atención que el título de
Pontífice Máximo. Sorprende que un título tan específico fuera
tomado tal cual por los Papas. Pero no solo eso, del altar no solo
tomaron la palabra altar, sino que los antiguos altares de las más
primitivas basílicas también muestran que los cristianos acabaron
replicando los altares de los cultos antiguos, para usarlos en la
nueva adoración.
Eso sin contar que las vestiduras y la misma liturgia muestran
en el rito latino un marcado carácter romano. Basta ver una liturgia
oriental (con sus vestiduras exuberantes y sus ritos llenos de
redundancias) para darse cuenta de la estética tan marcadamente
romana que tienen nuestras celebraciones en la Urbe. El altar, las
vestiduras, los mismos ritos recuerdan a aquellos antiguos
sacerdotes de la época de Catón o de Vespasiano. Visualmente
hablando, son escenas muy similares, incluso en su amor por las
procesiones, solo que los antiguos altares han sido sustituidos por
nuevos altares donde se ofrece un sacrificio incruento. Similitudes
llamativas en detalles como las patenas de los actuales sacerdotes
cristianos del rito romano, las cuales son idénticas a muchas de las
que aparecen representadas en las manos de los antiguos sacerdotes
romanos paganos.
Hay que hacer notar que para los mismos romanos el
concepto de sacrificio incruento no les era desconocido. Pues, por
62
ejemplo, los sacerdotes paganos de Roma ofrecían sobre el altar
unas tortas de trigo llamadas hostiae.
Los actuales solideos de las cabezas de los obispos les
resultarían familiares a los romanos, pues los flamines (uno de los
principales colegios de sacerdotes) llevaban sobre la cabeza un
gorro muy similar (aunque más amplio) llamado apex.
Otro elemento interesantísimo son las sibilas, las mujeres
dotadas de un don profético que les permitió anunciar que se
aproximaba el nacimiento de un mesías que iniciaría una nueva
edad de oro. No en vano, todas las sibilas están pintadas en la
bóveda de la Capilla Sixtina.
Con estas explicaciones no estoy hablando en modo alguno
de que haya existido una contaminación. No es que se nos hayan
introducido elementos indeseados. Sino que los cristianos de la
época imperial estuvieron muy abiertos a la posibilidad de
reconocer que, incluso en su mundo sin Cristo, hubo signos que
anunciaban el nuevo mundo espiritual que se avecinaba. Los
seguidores de Cristo pensaban que en ese mundo pagano lo
incorrecto era la idolatría, pero no el mismo concepto de liturgia,
el sacerdocio o los elementos empleados en ese culto.
No quiero acabar este artículo sin una relectura (ésta
subjetiva) de la palabra Vaticano. El Vaticano era un monte, Mons
Vaticanus. No era grande como una montaña, pero tampoco era
pequeño como una colina. Era simplemente un monte, aunque hoy
día aparezca totalmente desmochado por las obras del emperador
Constantino. Y habían dado a esa elevación ese nombre en honor
del dios que cuidaba de los vagidos de los niños. Como si con ello
el Dios cristiano quisiera decir que la Curia Romana cuidaría de los
63
vagidos de los infantes espirituales, es decir, que ellos se
encargarían de cuidar de los niños en el espíritu.
Siempre que contemplo las cuatro columnas salomónicas del
baldaquino de la Basílica Vaticana, me recuerdan a cuatro
gigantescos cordones umbilicales. Como si desde allí se cuidara a
los infantes en el espíritu. No uno, sino cuatro cordones umbilicales
de la Santa Madre Iglesia, porque muchos son sus hijos. Cuatro que
simbolizan a sus hijos en cuatro ámbitos: Eurasia, América, África
y Oceanía.
Soy muy consciente de que esto es una relectura subjetiva de
la palabra Vaticanus. Pero una vez que se me ocurrió, ya me resultó
imposible ver ese objeto sin que la superposición interpretativa no
me viniera a la mente.
Otra lectura subjetiva es que Roma es la palabra Amor escrita
al revés. Pero, por muy subjetiva que sea, una vez conocida la
superposición de significados sobre un significante, ya no es
posible olvidarlo. Sin embargo, otros hechos son objetivos e
insoslayables. Por ejemplo, los paralelismos entre el dios Dionisio
y Jesucristo. Dionisio muere, resucita y sube al cielo junto a su
padre Zeus. Era considerado como un salvador, lo cual no era
común entre los dioses. Sin embargo, Dionisio ofrecía una promesa
de salvación a sus seguidores. Único culto que ofrecía vida eterna
a sus iniciados a través del rito de beber vino en sus ceremonias, la
cual era considerada la sangre derramada de Dionisio. Además, a
Dionisio se le creía hijo de un padre divino gobernante del mundo
y una madre mortal que era virgen en el momento de unirse a Zeus.
Todo esto hizo que algunos cristianos vieran en Dionisio una
prefiguración de Cristo. Ellos no creían ni una palabra de esos
mitos, pero sí que creían que la figura inventada de ese falso dios
fuese una profecía de lo que iba a venir después. Hasta tal punto
64
que hubo mosaicos que representaban a Dionisio con la llaga en su
costado como la de Cristo. Claro que otros vieron en estas
semejanzas no una prefiguración, sino la envidia del demonio que
inspiró ese mito dionisiaco como burla del Mesías que iba a venir.
Otro ejemplo, aunque este menor, es Lucio Apuleyo
describiendo en sus Metamorfosis a Isis como una mujer alta y
bella, coronada de estrellas, vestida de blanco con un manto azul
llevando en sus brazos a su hijo (el dios Horus), mientras ella pisa
con su pie una serpiente. Los ejemplos se podrían multiplicar a lo
largo de la mitología.
Llegados a este punto hay que distinguir entre dos aspectos.
Las semejanzas entre la mitología y la fe cristiana son muy
puntuales, quizá fruto del azar (o de la envida del demonio) y, en
cualquier caso, no hubo casualidad entre la fe pagana y la posterior
fe cristiana. Mientras que este artículo sí que ha intentado mostrar
que las conexiones entre la antigua religión romana y el
cristianismo de rito romano son numerosas e indudables.
Conexiones éstas fruto de la inculturación y, en algún caso, fruto
de un Dios Todopoderoso que quiso anunciar en la antigua religión
humana algunas verdades de la futura religión verdadera, la
cristiana.
Éste es un tema siempre delicado para reflexionar por parte
del autor creyente. Porque si las semejanzas son pocas, el autor de
la reflexión recibe las críticas de los que afirman que esas
coincidencias son demasiado débiles para ver conexión alguna y,
por tanto, la supuesta Mano de un Dios que guía la Historia. Y si
las coincidencias son muchas, entonces los lectores no creyentes
afirman que hay una evidente relación de causalidad entre esa
creencia pagana y el cristianismo. Mi postura, como ya he
manifestado, es que sí que existen prefiguraciones puestas por el
Señor de la Historia. Como si el Señor de los siglos hubiera puesto
65
unos cuantos mojones en el campo que nos recordasen hacia donde
iba el correr de los siglos: hacia Cristo, su fe y su religión.
66
8. Ucronías sobre Israel Los seis estados que existieron en Palestina o pudieron seguir
existiendo hasta nuestros días
CUANDO LOS PEREGRINOS VISITAN EL ESTADO DE ISRAEL, albergan
una cierta tendencia a pensar que el estado judío que ven en
nuestros días es, en esencia, el Estado que existió siempre. Como
si ese Estado judío fuera una realidad inalterada, aunque sufriera
una interrupción durante algún tiempo a causa de la última guerra
romana y la diáspora subsiguiente. Sin embargo, eso no es así. El
actual estado hebreo es fruto de decisiones que imprimieron una
determinada dirección a los acontecimientos. La sucesión de
hechos podría haber sido completamente diversa y hoy día podría
existir un estado de Israel muy distinto que aceptaríamos con total
naturalidad.
Pudo haber habido una Judea Cristiana que llegara hasta
nuestros días. En el año 33 o en los años posteriores, los judíos
pudieron haber seguido el camino del Evangelio. Eso podría haber
sido causa de una diferente concatenación de acontecimientos que
llevara a la resistencia de esa tierra a toda invasión musulmana
posterior.
Me explico, difícilmente se hubiera producido la última
guerra judaica si en esas tierras hubiera existido una población
mayoritariamente cristiana. La guerra judaica de los tiempos de
Vespasiano fue demográficamente devastadora. Sin toda esa
destrucción los territorios de Judea, Israel y Samaría hubieran
constituido una provincia mucho más rica, poblada y fuerte, tal vez
67
habría sido capaz de resistir las invasiones del siglo VII que iban a
provenir de tierras más desérticas y menos habitadas. Que la
provincia romana de Palestina hubiera podido funcionar como
rompeolas de la marea musulmana es una posibilidad que no
podemos descartar. No me detengo a analizar las consecuencias de
esta Judea cristiana que fue posible, porque lo hago en mi libro El
león y las llaves.
Otro Israel posible fue el de una Palestina bizantina: una
tierra completamente cristianizada, perfectamente integrada como
parte del Imperio Romano de Oriente, con monasterios, obispos y
catedrales. Es decir, la segunda posibilidad histórica es una tierra
sin presencia judía (a causa de la diáspora forzada del siglo I),
colonizada por cristianos bizantinos y que hubiera sobrevivido
hasta nuestros días como un aspecto parecido al de Grecia o al del
Chipre no turco.
Aunque los caminos de la Historia tienen muchas
bifurcaciones, hay que reconocer que estos dos israeles, el judeo-
cristiano y el bizantino, tenían pocas posibilidades de perdurar
frente al empuje fortísimo de los ejércitos musulmanes en el siglo
VII. Pocas posibilidades, no ninguna. Si el avance arábigo hubiera
sido contenido justo al principio, difícilmente en el 642 estos
hubieran podido penetrar en Egipto. El momento de mayor
debilidad de esas huestes islámicas fue justo al salir de la península
arábiga fue el de los comienzos. Cualquier fuerte revés en ese
primer avance hubiera podido ser causa de pérdida de confianza en
ese nuevo credo, causa de divisiones y de conflictos armados
internos.
La tercera posibilidad es la de una Palestina Musulmana que
hubiera erradicado de su seno cualquier otra confesión, es decir,
Jerusalén y todas las regiones del antiguo Israel podrían haberse
convertido en una región enteramente musulmana sin la menor
68
presencia de otras minorías religiosas. Ese Israel también fue
posible, una palestina sin ninguna iglesia, sin el menor rastro del
Santo Sepulcro; una población que careciera de la más pequeña
tradición acerca de la presencia de Jesús en lugar alguno
determinado de su geografía. Actualmente las iglesias y las
tradiciones jalonan esa geografía gracias a una tradición viva
mantenida por comunidades cristianas que han perdurado.
Los cristianos de todo el mundo hubiéramos mirado de forma
muy distinta esa región si la Judea Cristiana hubiera pervivido e
innumerables tradiciones sólidas hubieran llegado hasta nuestros
días: las casas natales de los doce apóstoles, todos los lugares
donde estuvo Jesús en Jerusalén, quizá hubieran sido conservados
piadosamente hasta los mismos edificios involucrados en las
Escrituras Santas. Tal vez hubieran llegado a nosotros los sepulcros
de Lázaro, de María Magdalena, de Zaqueo, etc, etc.
Frente a un Israel que contuviera una constelación de
tradiciones y reliquias, el polo opuesto hubiera sido la Palestina
Musulmana radical. Una tierra donde no quedara el más mínimo
rastro de Jesús, un perfecto lugar vacío en cuanto a los hechos
sucedidos dos mil años antes.
Un camino posible para la Historia hubiera sido el que esas
tierras palestinas monolíticamente musulmanas jamás hubieran
permitido la colonización judía que se dio a partir del siglo XIX.
Los judíos del mundo hubieran tenido que resignarse a una tierra
de Israel que fuera impenetrable para ellos, más impenetrable de lo
que es en la actualidad para ellos Irán o Libia.
La cuarta posibilidad fue que los Reinos Cruzados se
consolidasen. La actual percepción popular que se tiene de las
cruzadas es que fueron un absoluto fracaso. Pero lo cierto es que la
dominación cristiana perduró en esas tierras desde el año 1099 al
69
1291. Eso son casi doscientos años que no es poca cosa. La Unión
Soviética nadie considera que fuera una realidad fugaz y duró 69
años. El Imperio Napoleónico, 10 años.
Este Reino de Jerusalén, el Condado de Trípoli, el Principado
de Antioquía, el Condado de Edesa y el Reino Armenio de Cilicia
sí que podrían haber echado raíces cada vez más fuertes y haberse
mantenido hasta nuestros días. De haber sido así, la historia de toda
esa región podía haber sido muy distinta. Hoy día, tal vez,
hubiéramos tenido una democracia occidental en pleno Oriente
Medio. Unos reinos que hubieran ejercido una influencia cultural
en toda la región. La misma historia de Irán e Irak tal vez habría
sido muy diferente. Las disensiones internas entre los cruzados, sus
luchas armadas intestinas, hundieron lo que los primeros cruzados
consideraron que había sido un verdadero regalo de Dios. Las
luchas internas por el poder fueron decisión de unas pocas
personas. Esas pocas personas con sus pequeñas ambiciones
realmente provocaron un radical cambio en la dirección de la
Historia del mundo.
La quinta posibilidad que tampoco fue, era la de que esas
tierras hubieran permanecido bajo mandato británico, como un
protectorado. Es decir, que Gran Bretaña hubiera mantenido esas
tierras bajo su domino, ejerciendo de árbitro entre cristianos, judíos
y musulmanes. El entero imperio británico podía haber caído y, sin
embargo, haber mantenido su arbitraje en ese protectorado para
evitar el enfrentamiento armado entre musulmanes y colonos
judíos. Podría haber habido variantes, ejercer el protectorado solo
sobre Jerusalén, ejercerlo solo sobre algunas regiones de
convivencia complicada, que ese protectorado fuera asumido por
parte de Naciones Unidas. La idea de un Protectorado
Internacional tuvo muchas posibilidades de acabar siendo la
forma jurídica que configurara toda esa región.
70
Cada uno de estos israeles tuvo más o menos posibilidades de
haber existido. Al final, la Historia siguió el curso que todos
sabemos. Pero hay que tener en cuenta que cada uno de esos
estados pudo haber tenido éxito. La tierra de Israel fue enteramente
cristiana durante más de dos siglos, entre el siglo IV y V, aunque
con la presencia de comunidades judías. Y de nuevo la presencia
cristiana fue sustancial allí durante el dominio cruzado.
¿Realmente tienen más derecho los judíos que los cristianos
a considerar esa tierra como históricamente suya? La Palestina
Bizantina estaba formada por habitantes que llevaban allí desde las
migraciones de la época helenística. Y eso sin contar a los hebreos
conversos al cristianismo desde la época del siglo I, los cuales no
se unieron a la rebelión judía. Los colonos gentiles primero, los
judíos cristianos después, llevaban allí (como mínimo) desde el
siglo I hasta el siglo VII ¿tienen menos derecho a reclamar como
suya esa tierra los judíos conversos que los judíos no conversos?
Es perfectamente comprensible que, desde la perspectiva de
un judío de religión mosaica, esa tierra es de ellos y solo de ellos.
Pero desde la perspectiva de todos los judíos conversos, tan judíos
como los primeros, esa tierra era tan de ellos como de los que no
aceptaron a Jesús. Dígase lo mismo de los musulmanes que
llegaran después del siglo VII. Un judío húngaro o polaco que
desembarcara en 1930 en el puerto de Jaifa no podía decirle a un
árabe que llevaba allí, por lo menos, trece siglos, que esa tierra era
solo suya y que él estaba allí como un huésped tolerado.
Eso no era razonable ni justo, y, desde luego, los judíos no
pretendieron hacer eso al llegar al protectorado inglés. Su idea era
bien clara, crear una democracia, que todos tuvieran los mismos
derechos, árabes, cristianos y judíos. Pero, justo es decirlo, el
fanatismo musulmán quiso imponer la ley de la violencia contra
unos judíos que ya se habían establecido allí masivamente desde el
71
siglo XIX, les gustase o no a los musulmanes. Realmente fue ese
fanatismo musulmán el que hizo descarrilar un proceso que tal
como lo habían ideado los sionistas hubiera sido el ideal. Después,
cierto es, llegó el fanatismo de algunas minorías judías que
afirmaron con radical despotismo: esta tierra es nuestra y solo
nuestra. Afortunadamente, estos también eran una minoría. Pero
una minoría a la que hay prestarle ningún caso, pues no tienen de
su parte ni la razón bíblica ni la de la más elemental justicia
humana.
Como se ve, pudo haber llegado hasta nuestra época un Israel
muy diferente al que conocemos. Hoy día el Estado de Israel es
judío, porque es un hecho insoslayable que en esa nación la
mayoría de sus habitantes son judíos. Pero si no fuera por la vía de
los hechos, si nos atuviéramos únicamente a la cuestión de la
legitimidad histórica, los cristianos tienen tantos derechos
históricos como los judíos, y los musulmanes también tienen tantos
derechos sobre esa tierra como los judíos.
Les guste a unos o no les guste, Dios ha hecho que esa tierra
ahora históricamente pertenezca de pleno derecho a las tres
religiones. Nadie puede alegar que esa tierra es suya y solo suya.
Históricamente, esa tierra es tan judía como cristiana. Y los
musulmanes que llevan allí desde el siglo VII tienen tanto derecho
a estar allí como los judíos. Los cristianos lucharon y murieron por
esa tierra, vivieron sobre ese suelo generación tras generación,
siglo tras siglo. Pueblos enteros cristianos habitaron sus solares, en
perfecta continuidad, desde el siglo I hasta el siglo XXI. Los
cristianos no son huéspedes en una tierra que pertenezca a otros.
Están en su propia tierra. La justicia de considerar ese suelo su
hogar no queda anulada por una inmigración masiva en los últimos
dos siglos.
72
Cualquier persona culta e ilustrada, hoy día, acepta la
legitimidad de la democracia que impera en el Estado de Israel. La
legitimidad de la democracia, al final, es la mejor solución. Ahora
bien, la próxima vez que alguien te diga que por una mera cuestión
de razones históricas esa tierra es judía y solo judía, recuerda que
nosotros los cristianos tenemos tanto derecho como los judíos a
considerar esa tierra como nuestra.
73
9. Los cristianismos posibles Reflexión acerca de los cristianismos que pudieron existir
EN MI LIBRO EL LEÓN Y LAS LLAVES explicaba con detención que
hubieran sido posibles distintas formas de cristianismo dentro del
mismo molde dogmático. Pero no solo eso, también hubieran sido
posibles, además, otras cristianismos todavía más diversos si Dios
hubiera creado otra construcción dogmática. Incluso cabe la
posibilidad de que en construcciones dogmáticas muy diversas dos
formas de cristianismo hubieran adoptado formas finales
(canónicas, estéticas, jerárquicas, etc) prácticamente iguales
distinguiéndose solo en la base inicial de la que partieron sus
construcciones lógicas e históricas.
¿Hubiera sido posible (como una posibilidad de razón) un
catolicismo incipiente que hubiera tenido que refugiarse en el siglo
II en las llanuras de Asia, y que, ajeno a la filosofía griega, hubiera
acabado asentando su sede petrina en el Tibet tras varios siglos de
éxodo asiático? Un cristianismo perseguido, peregrinante. Una
comunidad que hubiese custodiado los Evangelios, pero no hubiera
tenido ningún contacto con el Poder, ni con los grandes centros
urbanos del conocimiento del mundo romano.
¿Podemos imaginarnos un Imperio Romano pagano hasta su
disolución y un estado teocrático cristiano en un Tibet converso a
Cristo? Imaginemos una historia del cristianismo mucho más
espiritual de la que, de hecho, tuvo en Europa. Imaginemos una
corte monástica en la capital de esa teocracia cristiana tibetana, una
74
liturgia cristiana que entroncara con el sustrato precedente y se
inculturara allí.
O podemos imaginar un catolicismo muchísimo más parecido
al protestantismo de tipo cuáquero o evangélico. Con los mismos
dogmas, pero que hubiera reducido los aspectos rituales y
jerárquicos usque ad minimum. Sin negar nada de la actual
estructura dogmática, pero centrando la vida cotidiana de los
católicos bajo la Palabra, reservando el Misterio de la Eucaristía a
unos contados lugares sagrados atendidos por monjes ascetas,
pocos pero escogidísimos por su santidad. Una situación en la que
los ordenados in sacris fueran una minoría itinerante, carente de
estructuras humanas. Podemos imaginar toda una canonística
totalmente distinta de la actual sin variar ni un solo dogma, con los
fieles recibiendo cada uno de los sacramentos una sola vez en la
vida, en momentos verdaderamente excepcionales, con un clero
que viviera como Jesús deambulando por Galilea.
También podemos imaginar un cristianismo en el que todas
las características propias de las iglesias ortodoxas se exacerbaran
al máximo. Con un Papa, Patriarca de Patriarcas, en continua y
permanente visita de los sínodos provinciales, sin sede fija. Una
Iglesia en la que se hubiera paralizado de forma voluntaria toda
evolución de la teología. Una Iglesia que no conociera más que una
minuciosa recapitulación de la patrística, con los teólogos aferrados
a esos textos venerados porque el sistema de estudios estuviera
organizado como una sagrada lectio de los pilares primitivos del
cristianismo, con unas facultades de teología en las que los estudios
estuvieran totalmente ritualizados.
Unas facultades monásticas en las que las horas de estudio
con los profesores fueran una especie de extenso oficio de lecturas
en las que cada hora esas lecturas se alternasen con oraciones.
75
Podemos imaginar una Iglesia que actuara frente a los Santos
Padres como ciertas corrientes judías han actuado frente al Talmud.
¿Por qué es bueno reflexionar sobre estas posibilidades? Por
dos razones.
1. Porque usar la razón nos ayuda a entender que en la Iglesia ha habido una acción
del Espíritu Santo, una Providencia del Cielo.
2. Porque nos hacemos conscientes de la necesidad de un ecumenismo ad extra y de
una cierta flexibilidad teológica ad intra.
Voy a explicar esas dos razones. En la Iglesia ha habido una
acción del Espíritu Santo. Los sucesos eclesiales han ocurrido por
causalidades humanas, sí, pero también ha habido una mano
invisible que ha encarrilado la sucesión de hechos. De lo contrario,
podríamos haber acabado en un punto final muy distinto. Y
entender esto nos lleva a amar la Tradición, pero también a tener
una cierta flexibilidad mental.
Tenemos que tener un cierto ecumenismo con nuestros
hermanos de la misma Iglesia que no piensan como nosotros.
Todos, inconscientemente, tendemos a creer que todo tiene que ser
como queremos nosotros. Identificando el yo y la verdad. Las
mejores cabezas de la Iglesia siempre han sido flexibles, siempre
han jugado con gusto al ajedrez teológico. Es decir, han jugado con
gusto unos cuantos de los millares de los movimientos lícitos y
ortodoxos sobre el tablero de las posibilidades. Quedándose
después con los mejores movimientos.
Los teólogos más rígidos siempre han sido más proclives a la
erudición. A veces, sí, dotados de una erudición maniaca.
Erudición admirable pero que recubría un núcleo inicial de
inflexibilidad ante lo posible. Pero pensar cosas nuevas, el arte de
76
pensar lo que nadie había pensado antes, no ha sido un don
concedido a todos.
77
10. El infierno y las normas que lo
rigen La capacidad de la mente humana para saber cómo sería el
infierno incluso aunque éste nunca hubiera existido
SI RESPONDEMOS BIEN a la pregunta quién es Dios, podremos
enfocar acertadamente la respuesta a la pregunta de quién es el
Diablo. Aquél que crea en un Dios primitivo, cruel, iracundo,
vengativo, tenderá a tener una visión igual de simplista respecto al
demonio.
Muchos, fruto de las trampas del subconsciente, tienden a pensar
en los demonios como en unos seres parecidos a los goblins o a los
brownies escoceses o a los gremlins del folclore. Hay que ser
comprensivos con esta celada del subconsciente, provocada por los
distintos sustratos del conocimiento. Sustratos que han generado
prejuicios que a muchos les impiden tomarse en serio la posibilidad
intelectual de que un ser espiritual pueda vivir una eternidad
definitivamente alejado de su Creador. Cuando tal posibilidad no
contiene en sí ninguna contradicción interna y entra dentro del
mundo de los entes posibles.
Alguno, al leer las líneas precedentes, pensará con
vehemencia: ¡pero si yo no creo ni siquiera en la existencia de Dios!
El actual artículo para nada entra en la cuestión de la existencia,
sino de la capacidad intelectual para barajar las distintas
posibilidades del ser. El cero tampoco existe en el mundo real ni el
concepto de infinito, y podemos hacer operaciones lógicas con
ellos. De hecho, ni siquiera existe en el mundo real el número 15,
78
es una abstracción. Pero si uno quiere limitarse a sí mismo a no
realizar operaciones mentales con las posibilidades del 0, el ∞ y el
15 que sepa que nadie le va a obligar a ello y tiene todo el derecho
del mundo.
Sea uno ateo, agnóstico o creyente, para los que quieran
reflexionar acerca del concepto “demonio” entendido como “ser
espiritual condenado para toda la eternidad”, son las reflexiones de
este artículo. Tal reflexión acerca de cómo podría ser la existencia
de un ser demoniaco la podría realizar perfectamente un ateo. Una
vez que comprendemos el concepto de Ser Absoluto, podemos
preguntarnos las posibilidades de existencia de un ser cerrado
absolutamente a ese Ser Infinito. Esto no sería otra cosa que una
especie de matemáticas con conceptos, de operaciones mentales a
través de las reglas de la lógica. Algunos estarán seguros de que en
estas operaciones falla la base, pues están seguros de que falta la
existencia del Ser Infinito. Pero, insisto, ése no es el objeto de las
reflexiones de estas líneas.
La mente humana puede barajar todas las jugadas, todas las
combinaciones, de ese ajedrez celestial que son las posibilidades
del ser. De la valoración de todas las jugadas realizables, cualquier
mente va entendiendo que las posibilidades razonables son solo una
fracción de lo posible. La ramificación lógica de causas y efectos
impone una disciplina a ese mundo de lo posible, va podando sus
ramas. Las leyes de la lógica ejercen una tiranía sobre lo que, en
principio, podría parecer una selva. Si Dios existe, Dios actúa con
lógica. Y así pasamos del todo es posible, al si Dios existe, solo una
serie de posibilidades y concatenaciones son razonables. Un Ser
Infinito es un ser personal lógico. Y eso impone una lógica a su
creación y a las permisiones en su creación.
De ahí que si respondemos correctamente a la pregunta de
quién es Dios, a qué Dios estamos adorando, qué Dios es posible –
79
solo un Dios es posible–, entonces las opciones se acotan
extraordinariamente.
Los años no han hecho otra cosa que consolidar en mí la
misma conclusión a la que llegó Aristóteles y Santo Tomás de
Aquino de que solo un Ser Infinito es posible. Y si eso es así, del
mismo modo la cerrazón al Bien Absoluto sigue unas reglas tan
fijas como lo son los principios de la trigonometría. Solo es posible
un tipo de ser condenado eternamente.
Aunque solamente existiera un único ser personal condenado
o se multiplique el número de réprobos por millones con todas sus
variantes e historias personales, la psicología y la vida de un
demonio seguirá unas reglas esenciales. No importa cuánto esos
individuos se sumerjan más en el abismo del Mal o menos, las leyes
que rigen el infierno, es decir, las reglas que rigen la existencia de
una vida eternamente separados del Bien Infinito son reglas fijas
que surgen de la intersección entre el obrar y la permisión del Ser
Infinito, y el rechazo de esos seres malignos pero la imposibilidad
de no seguir existiendo.
Todo esto me parece formidable: la altura de las cumbres del
Bien y la profundidad de los abismos del Mal están dominadas por
la lógica, por la objetividad de las reglas que ya fueron descubiertas
por los griegos al descubrir las matemáticas de los silogismos.
Todo este mundo es el que he intentado descubrir y describir
en mis libros sobre el demonio. La presente reflexión no era para
sumergirnos en el infierno, sino para entender qué reglas rigen la
vida en la condenación.
Desde la pregunta ¿a qué Dios adoro? Si vamos
descendiendo, pregunta a pregunta, hacia respuestas menos
acertadas, poco a poco, vamos dando lugar a verdaderos errores.
Los pequeños errores, al final, nos llevan a que los inquisidores
80
cristianos recorran Europa. Podemos pasar de adorar al Jesús que
es Amor a quemar a nuestros hermanos en las hogueras, todo ello
resultado de operaciones mentales equivocadas.
A través de concatenación de arduos razonamientos, el modo
en el que entendemos el infierno puede acabar conformando
nuestro mundo real. No hay que creer que los arduos razonamientos
no son los que, finalmente, se imponen. La capacidad de que la
filtración de agua siga en su descenso el camino más intrincado es
tan posible como el camino más directo.
Construir el infierno sobre la tierra, bien para un reducido
grupo de víctimas, bien a nivel colectivo más amplio, ha sido uno
de los caminos del cielo que se han propuesto con cierta infausta
frecuencia. Y aunque, ciertamente, el infierno eterno tiene
características totalmente diversas que el infierno transitorio, no
debemos olvidar que para la víctima de un campo de concentración,
buena parte del peso de sufrimiento, radica en su carácter de
indefinición en cuanto a la duración de ese estado de cosas: el
presente es constante y, a veces, el final no se vislumbra por
ninguna parte.
En ese sentido, los infiernos transitorios nos ofrecen una
aproximación a la existencia de un ser pensante continuamente
sufriente sin esperanza. Cierto que no se sufre de igual manera
siendo bueno que siendo malo. No es igual el sufrimiento que tiene
su causa en el interior del individuo, que el que proviene de fuera.
Entre ambos infiernos hay puntos de coincidencia, aunque también
rasgos, no pequeños, diferentes. El sufrimiento es sufrimiento en
un caso y en otro. Pero la eternidad confiere a cualquier sufrimiento
un peso apabullante. Eso sin contar con que el sufrimiento que
proviene del mal interno es, qué duda cabe, cualitativamente
distinto del sufrimiento que sufre un alma buena.
81
Lo interesante, lo apasionante, es que vale más la pena seguir
existiendo, aun sufriendo, que no existir. Aunque uno se pregunta
si no hay un umbral de padecimiento en el que ya no valdría la
pena. Si existe ese umbral, ¿por qué un Ser Infinito seguiría
manteniendo en la existencia a alguien al que ya no le vale la pena?
¿Qué gana la persona o los bienaventurados o el resto de
condenados o las víctimas de ese réprobo con mantenerle en la
existencia? Hoy por hoy, sigo pensando que a todos los réprobos
les vale la pena existir.
Después de tantos años dándole vueltas al infierno, estoy
convencido de que ese “lugar” es una opción de existencia que el
Padre bueno otorga. No les otorga su casa, al estilo de la Parábola
del Hijo Pródigo, pero si una casa. No les otorga una existencia
como Él querría, pero sí, al menos, una existencia.
82
11. ¿Cuándo se acaba la presencia
eucarística? Reflexiones acerca del momento en que la presencia de Jesucristo
puede finalizar en la Eucaristía
UN TEMA que ha provocado reacciones viscerales muy contrarias a
mi persona y mi obra en algunos de mis lectores es la cuestión que
aparece en mi libro Exorcística acerca de la cuestión de si la
presencia de Cristo continúa en la forma consagrada cuando la
Eucaristía está siendo profanada por parte de una secta satánica con
prácticas tan espantosas que no hace ninguna falta describir aquí.
Yo sostengo (sin una completa seguridad) que en ese
momento en que va a comenzar esa serie de profanaciones, la
presencia de Cristo desaparece: Jesús se va. Sobre este tema, por
supuesto, me sometería gustoso a lo que dijera la Congregación
para la Doctrina de la Fe en el improbable caso que algún día dijera
algo. Aunque es un tema tan de detalle, que lo más probable es que
nunca diga nada y que solo en el Cielo sepamos la verdad. Pero
permítaseme dar algunas razones para sostener mi postura.
Cuando la Iglesia, a lo largo de todos los siglos, ha afirmado
la presencia de Cristo en la Eucaristía, ha afirmado con rotundidad
esa verdad de fe: la verdad de la presencia. Pero el dogma nunca ha
afirmado el momento exacto en que desaparece esa presencia por
la corrupción de las especies. Esa cuestión ha sido dejada a la labor
de los teólogos, para que con el instrumento de la razón, diluciden
el momento en que desaparece esa presencia.
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La Iglesia con su autoridad ha afirmado lo positivo: Cristo
está en la Eucaristía. Los teólogos con los argumentos de la razón
han dilucidado lo negativo: cuándo esa presencia cesa.
Resulta evidente que cuando los accidentes de la Eucaristía
se degradan, desaparece esa presencia. Es decir, cuando los
accidentes dejan de ser un soporte digno para esa presencia, la
presencia abandona esos accidentes. Sería indigno que algo tan
grandioso como la presencia de Cristo siguiera presente en unos
accidentes degradados y corrompidos. Pero dilucidar la cuestión
del momento exacto es labor de la razón. La Sagrada Escritura no
dice nada acerca del tema negativo, solo del positivo.
Una respuesta razonable es afirmar que cuando la sustancia
de esas especies ya no es tal sustancia, la presencia desaparece.
Pero esa afirmación más bien parece el momento máximo más allá
del cual estamos seguros que ya no hay presencia.
Cuando el sacerdote realiza la fracción del pan sobre el altar,
si pudiéramos ver esa escena bajo un haz de luz que entrase por una
ventana, veríamos en la negrura del ambiente oscuro del templo
cómo brillan cientos de pequeños fragmentos de la forma que
quedan en suspensión en el aire. Cientos de fragmentos serían
claramente visibles, pero en realidad veríamos también como al
realizar la fracción aparece un cierto polvo que es el resultado de
miles de partículas.
Esas partículas son totalmente incontrolables para el
celebrante por su tamaño, quedan suspendidas en el aire. ¿Cuánto
tiempo transcurrirá hasta que su sustancia de pan se degrade? Sin
ninguna duda, pasarán meses incluso en el caso de un ambiente
húmedo. Una vez cayó accidentalmente la forma de un enfermo en
el suelo. Deposité piadosamente esa forma en un tarro de cristal de
la sacristía. Mi idea era que se disolviese y enterrarla en una maceta
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de la capilla. Comprobé que no se disolvió y que el pan seguía
siendo claramente pan una semana después.
Si eso sucedió con pan completamente empapado, no hace
falta insistir que el polvo resultado de la fracción del Pan puede
permanecer sustancialmente inalterado durante meses. Se secará,
pero seguirá siendo la misma sustancia.
Mi opinión es que Jesucristo retira su presencia de aquellos
fragmentos en los que no resulta razonable que continúe allí. Si no
fuera así, si su presencia tuviera una obligación absoluta de
permanecer a toda costa, entonces todos los templos tendrían en
todos sus rincones un polvo eucarístico acumulado durante años.
No solo eso, ese polvo saldría del templo por las corrientes de aire:
tendríamos esa presencia eucarística en cualquier lado.
Frente a esta posibilidad de una necesidad absoluta, parece
más sensato pensar que hay permanencia razonable. Cuando ya no
es razonable mantener esa presencia por cuestiones de corrupción
o de pequeñez, Jesucristo hace que cese su presencia en esa
sustancia. Es su voluntad la que decide que un pequeño fragmento
del tamaño de una mota de polvo no es adecuado para esa
presencia. Pero recordemos que vista al microscopio, esa mota de
polvo sigue siendo sustancialmente pan.
¿En unas circunstancias tan horribles como es un ritual
satánico, qué hombre religioso y adorador de Dios mantendría esa
presencia a toda costa si pudiera ponerle fin? ¿Dios no haría lo que
cualquier hombre razonable haría si pudiese?
El dogma afirma lo que las cosas son. Pero el dogma no
afirma lo que Dios no puede hacer. El dogma no cierra las puertas
a las acciones posibles divinas. Afirmar lo contrario de lo que digo,
85
sería afirmar que Dios tiene obligación de permanecer le hagan lo
que le hagan, y que no puede hacer otra cosa. Desde luego no
pienso que la fe nos obligue a creer tal cosa.
La primera cuestión es si Dios está obligado. Y, francamente,
no considero que esté obligado. La siguiente cuestión es si es
razonable permanecer. Y de nuevo considero que es preferible no
permanecer. Ni está obligado a toda costa ni es razonable. Si
nosotros, cristianos, fuéramos introducidos a un culto satánico, nos
marcharíamos si pudiéramos. ¿Por qué Jesús no va a poder
marcharse si es Dios? Los detractores alegarán que por el dogma.
Pero el dogma afirma la presencia, no las condiciones para la
finalización de la presencia.
Como dije al principio, ésta es mi opinión y me puedo
equivocar. Con gusto me someto a lo que pudiera decir en el futuro
la Congregación para la Fe. Pero si la cuestión fuera el carácter
absoluto del mantenimiento de la sustancia de pan, nuestros
templos estarían invadidos de polvo eucarístico. Lo cual no parece
digno de un misterio tan grandioso.
Volviendo al tema del satanismo, el Misterio Eucarístico fue
instituido por Cristo para nuestro bien espiritual. ¿Debería
permanecer Cristo en ese misterio cuando va a ser usado por un
grupo satánico en un culto demoniaco? ¿Qué provecho provendría
de ello? ¿Provecho para la Iglesia? ¿Provecho para las almas de los
satanistas? La Redención ya ha sido completada. Si Jesús abandona
los accidentes cuando estos no son un soporte digno, ¿por qué no
abandonarlos cuando se van a cometer todo tipo de indignidades
sobre esos accidentes? Dios es Dios y no tiene obligación de
rebajarse a esos siervos de Satanás. La Pasión de Cristo ya ha
acabado. ¿Para qué mantener la presencia cuando se va a usar justo
para lo contrario de lo que se pretendía con esa presencia?
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Para abundar más en el tema, me gustaría añadir dos ejemplos
más a favor del criterio de lo razonable, frente al criterio de lo
inexorable. Imaginemos una concelebración, por ejemplo, de cien
sacerdotes. Resulta casi imposible que un centenar de sacerdotes
acaben la fórmula de la consagración al mismo tiempo. Sin duda,
alguno de ellos la va a acabar antes que los otros. ¿Se quedan los
otros noventa y nueve sin consagrar? Hace poco concelebré en una
misa con otros dos sacerdotes, un sacerdote muy anciano se
adelantó claramente a todos, sin ninguna duda. La frase esto es mi
cuerpo, él acabó cuando nosotros no habíamos ni empezado ni
siquiera la palabra “cuerpo”. ¿Significa eso que ninguno de
nosotros consagró?
En grandes celebraciones, la simultaneidad en el acto de
finalizar la fórmula esencial de la consagración resulta imposible.
Y unánimemente los manuales tradicionales enseñan que si uno no
consagra, no ha celebrado misa. Y si uno no ha celebrado misa,
tendría, incluso, que ofrecer otra misa por la intención con
estipendio que se suponía iba a ofrecer en esa celebración.
¿Quién sería capaz de afirmar tajantemente que el único que
celebró misa fue el sacerdote que se adelantó a todos en acabar las
dos fórmulas consecratorias? ¿Quién sensatamente podría afirmar
que los noventa y nueve sacerdotes realmente no celebraron misa,
sino que se limitaron a recitar el canon? Si en Roma hay una
concelebración de mil sacerdotes y uno solo se adelante, ¿el resto
ya no consagran el Cuerpo de Cristo?
En este caso, sin duda no parece adecuado hablar de una
aparición de la Presencia según el criterio de lo inexorablemente
automático. Pues, al final, este acto depende de Dios y Él querrá
que los cien sacerdotes (o los mil) consagren. No es voluntad de
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Dios, seguro, que todos reciten la fórmula con la tensión de ser
exactamente simultáneos. A Dios sin duda le complacerá más que
se pronuncie la fórmula de un modo sensato.
Presento por último otro caso, en mis clases de Historia de la
Iglesia, un profesor nos dijo que un sacerdote condenado en Madrid
por asesinar al arzobispo en Madrid, al ser llevado al patíbulo, al
pasar delante de una panadería, alzó la mano e hizo intención de
consagrar todo el pan pronunciando de forma clara y audible por
todos la fórmula de la transustanciación. El profesor nos dijo que
reverentemente se retiró todo el pan de esa panadería y se colocó
en un lugar decente.
La solución fácil a este caso sería afirmar que el sacerdote
condenado estaba demente. ¿Pero si no lo estaba, todo el pan de la
panadería quedó consagrado? ¿Realmente creemos que en un caso
así no rige más bien el criterio de razonabilidad frente al de
automatismo inexorable?
Fijémonos en los ejemplos que he propuesto: dos se refieren
a la cesación de la Presencia (el de la profanación satánica y el de
las partículas insignificantes pero que sustancialmente son
moléculas de pan) y los otros dos se refieren a la aparición de la
Presencia (el de la concelebración y el de la panadería). Tanto para
la aparición como para la cesación parece más adecuado pensar en
el criterio de un Dios que no tiene las manos atadas.
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III parte ..................................................................................................................................
Artículos sobre liturgia
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12. Apuntes para una ceremonia
ecuménica de carácter mundial Sugerencias acerca de cómo organizar la ceremonia de un gran
encuentro interreligoso como el de Asís en 2016
A LA HORA DE ORGANIZAR UNA CEREMONIA como la de Asís en el
año 2016, caben muchas posibilidades: eso ya ofrece muchas
posibilidades de discutir incluso entre los católicos. La discusión
acerca de cómo organizar una ceremonia ecuménica puede ser
encarnizada entre los mismos católicos. Aquí ofrezco mi opinión
acerca de cómo se podría organizar una futura ceremonia de ese
tipo. No dan lo mismo todas las ceremonias. Unas son más bonitas
que otras. Unas expresan mejor las verdades teológicas que otras.
Ante todo, yo hubiera primado lo estético. La belleza ritual es
un lugar común en el que muchos se sentirían a gusto. Una estética
meticulosamente cuidada que hubiera dejado claro que estaban allí
todos reunidos para orar. Hubiera dividido la ceremonia en cinco
partes.
Hubo muchos problemas en el primer encuentro
interreligioso de Asís (en la época de San Juan Pablo II) acerca de
en qué fórmula unirse para orar, porque había religiones que tenían
tal problema con éste o el otro concepto de Dios. Leí que este
escollo se volvió un problema de imposible resolución. Este
“arrecife” resulta imposible de atravesar. Solo veo posible
esquivarlo, diciéndoles a los que se les tantee para ver si se les va
a invitar, algo parecido a esto, aunque con más diplomacia y tacto:
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“En Asís vamos a orar al Dios Único Todopoderoso. Estás
invitado a participar si no tienes problemas en hacer una oración a
un Dios así. Si tienes reparos en ello, simplemente te comunicamos
que vamos a tener ese encuentro interreligioso”.
A ese encuentro se va a orar a Dios. Si alguien no puede
unirse en una oración al Todopoderoso, ese encuentro no es para
esa persona o para ese grupo religioso. Una vez resueltos los
matices, sugerencias e inconvenientes entre denominaciones
acerca del desenvolvimiento de la oración, todo de común acuerdo,
no debería haber ningún problema.
Toda esta ceremonia ecuménica se grabará y la grabación se
considerará como parte muy importante de este acto. Pues poca
gente podrá estar físicamente en la basílica donde va a tener lugar
la oración. Pero millones de personas podrán ver el vídeo en
Internet. Y esos millones de individuos se unirán a ese acto en
espíritu. El comienzo del vídeo animará a los que lo vean a que lo
visionen orando. La gran ceremonia ecuménica se realizará una
vez, pero permanecerá años y años en la Red produciendo frutos.
Por eso la grabación debe cuidarse en sus más mínimos detalles.
Las partes de la ceremonia serían las siguientes:
Primera parte
Todos oran en silencio media hora, dispuestos por grupos
separados alrededor de la basílica: los musulmanes en un lugar, los
evangélicos en otro, los budistas en otra parte, etc. Cada uno que
ore a Dios como lo desee, que se prepare con sus propias oraciones
y ritos para la gran oración común.
La ventaja de esta primera parte es que al ser filmada y ser
incluida en la mezcla final, como prólogo a la ceremonia común,
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se mostrará la diversidad de denominaciones religiosas, así como
sus distintas vestiduras y ritos. Las distintas religiones en ese
prólogo no oran juntas, pero sí en el mismo lugar. Oran por el bien
de todos los hijos de Dios, por la paz, por el amor y la armonía entre
todos.
No será difícil ponerse de acuerdo en lo que se le pide a Dios
en ese encuentro, porque si alguien no está dispuesto a orar por el
bien de todos los hijos de Dios, esa ceremonia no será para él. Esta
primera parte, como sugerencia, durará media hora. Aunque si
alguien quiere empezar antes, podrá hacerlo. A la hora convenida,
suena la gran campana de la basílica de Asís y se reúnen todos ante
el pórtico de entrada.
Las cámaras grabarán el desplazamiento simultáneo de cada
grupo religioso hacia el pórtico. En el portón de entrada, de pie,
oran unos cinco minutos en silencio para disponerse, para
prepararse a la gran ceremonia.
Segunda parte
Aunque en la plaza delante de la basílica habrá miles de
personas, solo los ministros y sus acompañantes, únicamente ellos,
entran en la nave central de la basílica superior. El templo está
completamente vacío. Incluso los bancos han sido sacados afuera,
para que el espacio resalte en toda su rotundidad sin nada que
distraiga.
Repartidas en los cuatro puntos cardinales, que representan
el mundo entero, se colocan sobre el suelo y en candelabros velas
que los participantes han traído de sus países. Para que todo tenga
una cierta uniformidad visual, todas las velas serán blancas, sin
colores ni nada escrito sobre ellas.
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El Pueblo (compuesto por las diversas religiones) espera
fuera, aunque puede ver la ceremonia por las pantallas. En la nave
central de la basílica, en el mismo centro del gran rectángulo, se ha
dispuesto un círculo de asientos. En la primera fila, la más interior,
se sientan cincuenta personas. Hay una segunda fila, en la que los
asientos están dispuestos por grupos, según las denominaciones. El
que preside la delegación se sienta en la primera fila, sus
acompañantes (en grupo) detrás de él.
Todos estarán reunidos allí, en representación de todos los
hijos de Dios, sin presidencia, sin ningún símbolo en medio del
círculo, solo el aire para dejar claro que oramos al Dios Invisible,
sin ninguna imagen que ofenda a nadie. Cualquier imagen sí que
supondría entrar en un laberinto de discusiones del que sería
imposible salir.
Consecutivamente oran veinte denominaciones a razón de
dos minutos cada una. Solo veinte denominaciones y, aun así, esa
parte del encuentro tendrá una hora de duración. Cada grupo orará
en un extremo del círculo, no en el centro; para así dejar claro que
el centro es Dios. Habrá cincuenta denominaciones en la primera
fila de asientos.
Cuarenta asientos se repartirán por pura representatividad de
acuerdo al porcentaje de creyentes en el mundo. Diez asientos se
repartirán entre grupos más pequeños con menor número de
seguidores.
Por sorteo se repartirá quiénes son las veinte denominaciones
que van a orar en ese primer momento. Cuando digo “orar”, podría
ser (si el grupo así lo desea) una pequeña ceremonia. Pero de dos
minutos, ni uno más. Porque esta parte no debe prolongarse más de
una hora, para no provocar tedio. Todo esto se desarrollará en una
nave bañada por una luz natural, sin iluminación artificial.
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Tercera parte
Todos se dirigirán en procesión a la parte inferior de la
basílica. Esta nave también estará completamente vacía. En un
lugar, habrá ya colocados incensarios con incienso que habrán
traído de todas partes del mundo los asistentes.
Allí cada denominación dejará una vela sobre la piedra de un
altar desnudo. Los asistentes conforme coloquen las velas se
quedarán de pie a cierta distancia.
Una vez colocadas las velas, se adelantarán tres ministros
designados previamente al azar. Ellos harán consecutivamente una
brevísima oración, canto o bendición.
Tras eso, todos los ministros se darán la paz entre ellos. Tras
ese gesto, diez ministros, uno a uno, consecutivamente, harán una
aclamación de alabanza a Dios.
Cuarta parte
Se dirigirán a otro lugar de la basílica, porque ésta es una
ceremonia cuyas traslaciones por el templo quieren representar los
distintos lugares del Orbe. Los ministros caminarán hacia un bello
ventanal gótico por el que entrará un haz de luz. Es fácil saber a
una hora determinada por dónde va a entrar la luz de un modo claro
y nítido; a no ser que esté nublado.
Delante de ese haz de luz, siete personas (también designadas
por azar previamente) harán a coro una oración final a Dios. Una
oración en nombre de todos delante de una luz que viene de lo alto.
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Incluso en el caso de que ese día el cielo esté perfectamente
encapotado, se verá algo de luz detrás de la ventana. En este lugar
se habrán colocado perfumes traídos también por los presentes.
Cada aroma colocado en un recipiente distinto.
Quinta parte
Tras la oración final de la cuarta parte, la ceremonia casi
habrá acabado. Todos los ministros y sus acompañantes saldrán al
pórtico y se hará una aclamación de alegría ante el Pueblo allí
congregado. La aclamación hecha a coro la realizarán diez
personas, también designadas por sorteo.
El Pueblo responderá con una gran aclamación. El Pueblo
habrá visto la ceremonia en directo pero fuera del templo. Fuera
del templo, porque será mucho más bonito ver a las ciento
cincuenta personas que participan en la ceremonia moverse en un
templo vacío, silencioso, en penumbra, invadido por los aromas y
el incienso, a la luz de las velas, que no tener esa misma ceremonia
en un templo lleno de gente. En este caso, como ya se dijo, debe
primar lo estético. Un ambiente que invite más a la oración
producirá también ese efecto en los millones de personas que lo
vean en sus casas.
Con las cinco partes, habrán participado los cincuenta
ministros, cada uno en un momento dado. Aunque la ceremonia
tendrá que ensayarse el día anterior con tiempo y sin prisas, habrá
cinco ceremonieros encargados de dirigir la ceremonia. Los
ceremonieros pueden ser los cinco católicos o de cinco grupos
religiosos elegidos al azar.
Dado que el Papa es el anfitrión, se puede proponer que él
haga una oración final en la plaza. Pero si esto no encuentra un
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apoyo generalizado, tampoco habría dificultad en que el Papa
participe únicamente en alguna de esas cinco partes. Que presidiera
la oración católica del segundo paso sería lo mejor.
Algún católico podría, indignado, quejarse de que, dado que
la Iglesia Católica es la anfitriona, debe el Papa hacer la oración
final. Pero hay que recordar que esta ceremonia no está pensada
para la exaltación de nadie ni para hacer proselitismo, sino para
orar todos juntos. Es decir, lo que se pretende lograr con esta
oración de todos unidos es dar gloria a Dios y que Él nos escuche.
A Dios le complacerá mucho ver a sus hijos unidos. Le
gustará que la Humanidad, como tal, le ofrezca culto. El fin de esta
ceremonia es espiritual. Seguro que nuestro Padre desea que
organicemos esta ceremonia de un modo altruista, sin buscar
propios intereses de propaganda o proselitismo: esta ceremonia
solo debe tener como fin el culto a Dios. No se puede
instrumentalizar con otros fines. Si nos obcecamos en los propios
derechos, en la nobleza de nuestra fe, la ceremonia encallará
continuamente en arrecifes. Sin temor a parecer que estamos
cediendo ante los otros, sin temor a humillarse y creer que uno se
queda en un segundo lugar. Dios no solo lo entenderá y no le
parecerá una traición a la Verdad, sino que, además, bendecirá esa
humildad.
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13. La misa ad orienten Algunas opiniones acerca de la liturgia y de hacia dónde debe
dirigir sus oraciones el celebrante
SE HA SUSCITADO en los últimos años con cierta vehemencia entre
algunos grupos de fieles y clérigos la cuestión de la celebración de
la misa de cara a la gente o de espaldas a ella. Permítaseme ofrecer
algunas opiniones mías sin ninguna voluntad de hacer un estudio
exhaustivo.
Antes debo hacer un preámbulo. Previamente al año 2000,
defendía yo ante algunos sacerdotes de mi diócesis, en una comida,
que sería mejor que los dos modos de celebrar fueran posibles en
la actual liturgia, ya que cada uno tenía su simbolismo y valor.
Recuerdo muy bien la cara que me puso un sacerdote muy ortodoxo
y piadoso, ahora profesor en San Dámaso. Una cara como de que
había que tener mucha paciencia conmigo, porque yo no entendía
ni las cosas más básicas.
Otra cosa que, antes de dar mi opinión, creo conveniente
mencionar es que en mis parroquias y capillas siempre he celebrado
la misa en latín al menos una vez al mes, no la misa tridentina sino
la misa del Vaticano II. Además, desde que me ordené siempre he
celebrado esporádicamente de forma regular de espaldas al pueblo,
bien porque así me lo imponían los altares pegados al retablo, bien
porque la misa fuera en latín.
Así que mi opinión aquí vertida no es la de un progresista que
odia la tradición. Siempre he defendido que reviviera la posibilidad
de celebrar libremente la misa de espaldas al pueblo y que las misas
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en latín se celebren, al menos, una vez al mes en cada parroquia.
Pero yo que soy un amante de la tradición, tampoco deseo que solo
se celebre de esa manera. La misa celebrada cara al pueblo refuerza
la idea de cena, de banquete, de mesa de la que todos participamos,
de apertura hacia el Pueblo allí congregado. En ese modo de
celebrar, el Pueblo está situado frente a los dones, frente al Cordero
Pascual y se refuerza la imagen de un pueblo sacerdotal.
La misa celebrada de espaldas al pueblo refuerza el aspecto
sacrificial, el aspecto visual de imaginar que todos oramos en la
misma dirección hacia el Padre. Como se ve, los dos modos son
lícitos y cada uno tiene sus ventajas. Considero que lo mejor es que
las cosas sigan como están ahora y que se pueda celebrar de un
modo y de otro. Pero no desearía que un modo se impusiese
obligatoriamente sobre el otro.
Lo mismo vale para el latín. El uso de esa lengua posee su
simbolismo y belleza, la sensación de estar inmerso en una
tradición ininterrumpida. La belleza de una lengua sacra que ya
solo es usada para adorar a Dios, que se transforma en velo para el
misterio. Estéticamente resulta muy interesante la idea de usar una
lengua sagrada para el culto sagrado. Pero no me gustaría que las
misas obligatoriamente se celebraran en latín, como tampoco solo
en lengua vernácula.
Me gustan mucho las grandes concelebraciones, pero también
me gusta que se respete el derecho a celebrar la misa uno solo, sin
pueblo, solo con uno o dos ministros. Algo que como párroco solo
podía hacer si ese día otro sacerdote había venido a celebrar la misa
en mi parroquia.
He ido con gran alegría a las concelebraciones catedralicias,
he concelebrado en mis parroquias con otro sacerdote visitante con
mucho gusto y también he celebrado completamente a solas con
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una persona o dos asistiendo a mi misa sin pueblo. Todas esas
formas me gustan. No me gustaría que solo se impusiera una sola
de ellas. Incluso me gusta que haya un rito ordinario (el rito del
Vaticano II) y otro rito extraordinario (el tridentino), como sucede
ahora. Hasta la existencia de ritos orientales y occidentales de la
misa católica son una riqueza a la que me gusta asistir.
Mi opinión por tanto es enriquecer, aceptar todos los estilos
y posibilidades, no la de eliminar opciones lícitas. Creo que la
visión de un Dios comprensivo, bondadoso, amante de la libertad,
se concreta en este modo multiforme de entender la liturgia. La
voluntad de imponer un solo rito y uno solo en todas partes implica
una visión determinada de Dios, y, por tanto, una visión
cuadriculada, uniforme, monolítica de la Iglesia.
La cuestión no es tanto una mera cuestión de orientación del
celebrante en la misa, sino de qué tipo de Iglesia es la que querría
el Señor. Jesús, mientras estuvo sobre la tierra, no quiso dejar todo
atado. Mientras enseñó, se centró en la esencia. A nosotros los
humanos nos encantan los sistemas cartesianos, nos gusta pensar
que nuestra opinión siempre es la verdadera y dirimir las cuestiones
para ahora y para siempre. Somos poco dados en dejar que sea el
Tiempo el que decante las cosas. La sabiduría que llega con la edad
es en buena parte entender que es el Tiempo, y no nosotros, el que
hace de juez. Y que, a veces, ese juez está a favor de lo multiforme.
¿Qué tipo de Iglesia queremos? No nos equivoquemos, la
lucha contra el relativismo no consiste en la uniformidad. La
defensa de la Tradición no consiste en ser más estrictos y duros con
la modernidad. Cuánta gente sueña con tener poder y ser estrictos.
Curiosamente nadie quiere que la autoridad sea más estricta con él
mismo. Hay que ser estrictos con los demás.
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Prefiero una Iglesia en la que haya misa en latín y en lengua
vernácula, de cara al pueblo y de espaldas a éste, en rito latino
ordinario y extraordinario, en rito latino y en otros ritos católicos.
He celebrado sin pueblo, con gran piedad, con gran lentitud en un
pequeño altar lateral de una basílica romana, y también me ha dado
mucha devoción concelebrar en la catedral de mi diócesis con más
de cien sacerdotes. Es bellísima tanto la misa simplicísima, con los
elementos esenciales, en la plaza de un poblado en medio de la
selva, como una misa repleta de cantos gregorianos y sobrio
esplendor monástico en una abadía cisterciense. Estoy seguro que
la Iglesia es y seguirá siendo multiforme.
La Iglesia es como un jardín, variada; y en ella reina la
libertad en todo lo que sea opinable, hay lugar para el diálogo, el
debate y la discusión teológica.
Obsérvese que he usado las expresiones: de cara al pueblo o
de espaldas al pueblo. No he usado la expresión de cara a Dios
(coram Deo), porque Dios está presente en todo el espacio del
templo. Pensar que únicamente está delante de la asamblea sería un
error que nadie defiende y, sin embargo, se usa esa errónea
expresión.
Cuántas veces he escuchado defender la misa ad orientem
bajo la razón de que es mejor orar todos en la misma dirección. Y
tienen razón de que orar todos en una sola dirección es algo bueno.
Pero también es bueno orar todos al modo de la misa cara al pueblo
para recordar que Dios (que es espíritu) está en medio de nosotros.
El espíritu de Dios está en todo el espacio litúrgico y fuera de él,
está en medio de la asamblea y sobre nosotros.
¿Celebró Jesús la Última Cena de espaldas o de cara a sus
apóstoles? No hay ninguna duda que de cara. ¿Celebraron los
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apóstoles de cara a los creyentes allí congregados? No hay ninguna
duda que de cara a sus Apóstoles, era una cena. A juzgar por la
disposición de los altares en las basílicas romanas, solo se comenzó
a celebrar de espaldas al pueblo a comienzos de la Edad Media.
No siento la más mínima reticencia en celebrar de las dos
maneras, de cara al pueblo y de espaldas al pueblo, porque las dos
formas son modos adecuados y ortodoxos. Aunque reconozco que
celebrar de espaldas me permite concentrarme más, sin la
distracción que supone el que la gente te esté mirando a la cara. La
devoción también conoce un cierto pudor. Celebrar de espaldas a
la gente, con poca luz (a la luz de las velas mezclada con la luz
natural) y sin micrófono es un modo de celebrar que hago yo, de
tanto en tanto, cuando otro sacerdote me celebra la misa a la hora
normal en la que asiste el pueblo fiel.
Hace bien el que ensalza las ventajas de uno u otro modo de
celebrar la misa. Hace mal el que afirma que uno de los dos modos
no es legítimo o inadecuado. El que construye, hace bien. El que
destruye, hace mal.
Una última cosa, es correcto llamar a uno de los modos
celebrar ad orientem. Es correcto, porque es un modo ya acuñado
en la terminología litúrgica, puesto que a partir de la Edad Media
las iglesias se construyeron con esa orientación. Pero no antes. Ni
siquiera San Pedro del Vaticano o la Basílica de Santa María la
Mayor están orientadas así. Lo digo porque hay muchos que repiten
que todas las iglesias siempre estuvieron orientadas en esa
dirección desde el principio. Y eso no era así ni siquiera en los
lugares donde no había ninguna limitación de espacio para
construirlas, valgan como ejemplo las dos citadas.
102
Una vez que expuse estas ideas, una persona, con tono
indignado, me preguntó si todo era cuestión de gustos. No,
efectivamente. En liturgia no todo da lo mismo. Ahora bien, las
cuestiones se estudian en la Congregación para el Culto Divino con
mucha meticulosidad. Los que hay allí alrededor de la mesa son
grandes sabios en temas litúrgicos. Ellos se dedican al estudio de
la liturgia como trabajo profesional. Así que podemos confiar en
que las decisiones en esa congregación son decisiones de sabios.
La liturgia debe ser un tema pacífico: bello, variado y sereno,
es la gloria de Dios sobre la tierra. Cuando un laico presenta estas
cuestiones de un modo beligerante, es que alguien ha inoculado una
cierta cantidad de veneno en esa persona. El conocimiento de la
liturgia y la participación en ella une entre los fieles. Cuando
divide, hay que preguntarse de dónde parte el veneno.
103
14. La misa tridentina y la misa del
Vaticano II Artículo que analiza la esencia del por qué de la reforma litúrgica
de ese concilio
EN LOS ÚLTIMOS AÑOS ha ido ganando terreno, sobre todo entre la
gente joven, la idea de que el Misal del Vaticano II supone un gran
atentado contra la tradición litúrgica. Para todos aquellos a los que
se les ha inculcado una cierta manía contra la misa del rito
ordinario, me gustaría decirles que la Misa del Vaticano II fue el
resultado de los estudios realizados por los mejores liturgistas del
tiempo preconciliar.
Un conocimiento meticuloso de la evolución de la
celebración eucarística desde los tiempos apostólicos llevó a la
creación de un misal que nos retrotrajera al espíritu litúrgico de los
primeros siglos. Se eliminaron repeticiones acumuladas por la
Historia, se enriqueció la liturgia de la Palabra, se buscaron las más
antiguas fórmulas de las que hay constancia para ver qué podían
aportar a nuestras celebraciones de nuestro tiempo. Y todo esto se
hizo con la clara voluntad de tratar de preservar cuanto de bello y
positivo habían decantado los siglos en el misal tridentino.
Honestamente, muchos de los que critican nuestro actual
misal no sé cuál es su nivel de conocimiento de los cánones sirios,
o de las diversas tradiciones occidentales como la ambrosiana o la
visigótica. Cualquiera que conozca de verdad esta materia
reconocerá que lo que tenemos ahora es un verdadero monumento
litúrgico que conjuga a la perfección lo antiguo, la tradición y la
104
sencillez, resultado de una magnífica evolución que nos ha llevado
a la forma actual de la misa del Vaticano II.
El Misal de Pablo VI es un tipo de misa que encaja
perfectamente tanto para un gran pontifical como para una misa en
el campo. Hay que reconocer que, a diferencia de otras liturgias, su
estilo se adapta muy bien a cualquier entorno por pobre o solemne
que sea. Insisto, no es el caso de otras liturgias que requieren de
muchos elementos y que, por su estilo estético, piden un
determinado marco.
Pero la Misa del Vaticano II sobre todo nos aporta algo que
se había ido perdiendo con el pasar de los siglos: la misa como
banquete, la misa como cena, la misa como participación de la
comunidad. El Pueblo no está allí como espectador, sino que
participa. Este considerar la celebración eucarística como cena y
estos aspectos participativos quedan mucho mejor expresados en la
nueva misa, sin quitar ni un ápice de sacralidad a las ceremonias.
Eso quedó magníficamente conseguido en el resultado final.
Resultado del que no dudo que no estuvo ausente la inspiración del
Espíritu Santo.
Para mí la grandeza de la nueva misa es conjugar
magistralmente el aspecto sacrificial con el recuerdo de que es la
Última Cena. La misa actual ordinaria está mucho más cerca de las
liturgias primitivas que la misa del siglo XVII o la del siglo XIII.
Por supuesto que este escrito mío no pretende desmerecer
para nada a la misa tridentina. Mi única intención es remarcar los
aciertos que supuso la introducción del nuevo misal y recordar que
éste no puede ser tan incorrecto, tan inadecuado, como quieren
hacernos creer algunos, puesto que Jesús quiso celebrar la Última
Cena como la celebró. La misa tridentina me encanta: su ritualidad,
su complejidad, su insistencia en lo sacrificial, su espíritu solemne
105
me producen grandísima devoción. Ha sido un acierto reinstaurar
su celebración en todas las diócesis. Nada de lo que digo es en
desdoro de una misa que es tradición ininterrumpida de más de un
millar de años.
Pero a los que critican la nueva misa como algo inaceptable,
hay que recordarles que Jesucristo hubiera podido en esa Cena
Pascual haber instaurado una Pascua cuyos ritos recalcaran más los
aspectos mistéricos, los aspectos cultuales del Templo. Y, sin
embargo, quiso primar la aproximación, la cercanía. La
instauración de la Eucaristía es un Misterio que tiene más de
aproximación que de segregación. Tiene más de aproximación, de
ruptura del velo, tanto por el modo en que se hizo esa instauración
(en una cena), como por la misma naturaleza del acto. Es decir, el
acto, por su misma naturaleza, lleva a la comunión, al acercamiento
mismo al Misterio. A diferencia de la Antigua Alianza que llevaba
(y eso me parece bien) a la separación, al ocultamiento tras los
velos.
Tampoco me parece mal que algunos ritos orientales (solo
algunos) después, en un segundo momento, hayan restaurado esos
velos, porque es un modo de recalcar la sacralidad, la indignidad
que tenemos de estar ante el Señor. Pero incluso en esos ritos como
el melquita (en cuyas ceremonias tanto he disfrutado al participar
de ellas tras el iconostasio), debemos recordar que la esencia de la
celebración eucarística es ciertamente la de un Dios que se ha
acercado a nosotros, la de un Dios que nos invita a su mesa.
No me parecen mal, sino bien y muy bien, los ropajes
litúrgicos y arquitectónicos que después han cubierto al Misterio.
Eso también es acción del Espíritu Santo. Pero es acción del
Espíritu Santo en torno a un misterio que, sustancialmente, es de
acercamiento. La misma Encarnación es un acto de aproximación.
106
El mismo Redentor quiso romper en ese acto de instauración
de la misa con el culto del Templo, iniciando una Nueva Alianza,
un nuevo culto que lleva a la instauración paulatina de una nueva
liturgia. El culto del nuevo Pueblo de Dios no es una reforma del
antiguo culto levítico, sino que supone una ruptura a nivel
ceremonial.
Por eso me parece muy bien todo lo que en la actualidad se
hace (como, por ejemplo, en algunos ritos orientales católicos) para
dejar clara la grandeza de nuestros misterios, pero hay que recordar
que son misterios del acercamiento de Dios a los hombres. El
memorial que hacemos ahora de la Última Cena es el recuerdo de
un acto que en sí mismo es un acto de aproximación a su Cuerpo y
su Sangre. No veo para nada mal los velos que después se han
colocado en algunos ritos, pero tampoco debe resultar inaceptable
el otro enfoque, como algunos pretenden hacernos creer. Existen
las dos tendencias en liturgia: la del alejamiento (para resaltar la
sacralidad) y la de la aproximación (para acercarnos a su mesa).
Ambas tendencias son lícitas.
Éste es el espíritu que movió a los autores de la constitución
Sacrosanctum Concilium. De ningún modo digo que los
predecesores tridentinos hubieran traicionado esta verdad, porque
también ellos actuaron movidos por el Espíritu Santo. Pero
ciertamente los Padres Conciliares del Vaticano II quisieron
resaltar estos aspectos, que con el pasar de los siglos habían
quedado menos claros al Pueblo de Dios.
Por eso le deseo toda la suerte del mundo a la misa tridentina.
Esa liturgia engrandece nuestra alabanza a la Trinidad. La
existencia de ese tipo de celebración antigua nos enriquece a todos.
Pero afirmar que el actual rito ordinario de la misa es menos
espiritual, menos bello y menos acorde a la tradición, es no conocer
la historia de la liturgia ni su esencia espiritual. No tengo la menor
107
duda de que los integristas se preguntan, una y otra vez, porque
Nuestro Señor hizo una Última Cena tan sencilla, en vez de hacer
algo ritualmente más barroco, algo ceremonialmente más
complejo.
108
15. Apología pro Vaticano II Pensamientos en torno al gran concilio ecuménico
EN MI OPINIÓN el más grande y renovador concilio que ha tenido la
Iglesia Católica desde su fundación ha sido el Concilio Vaticano II.
Y digo esto no tanto por la letra de sus documentos, sino por el
espíritu que logró imbuir en la Iglesia. Otros concilios definieron
mejor aspectos concretos de la fe, pero éste supo infundir un nuevo
espíritu.
Y por supuesto ningún mérito más grande que la gran y
formidable reforma litúrgica. Los que denuestan a ese gran concilio
lo hacen por los excesos que después muchos curas cometieron en
su nombre.
Y ciertamente los excesos fueron muchos y terribles, porque
no se puede hacer daño a la gente sencilla en algo tan sagrado como
la fe o el culto que se le debe a Dios. Hirieron a muchas almas sin
ninguna piedad. El ánimo de no pocos sacerdotes recién ordenados
no fue el de hacer las cosas con tacto, sino el de escandalizar lo
máximo posible. Podría contar infinitas anécdotas e historias de
esos años solo de las parroquias por las que he pasado. Ahí está el
verdadero origen de la reacción conservadora posterior que ha
estado latente durante varios decenios y que ahora parece que echa
sus tallos ya fuera de la tierra. Reacción que en algunos casos ha
sido extremista. Si deplorable fue como aplicaron el concilio los
curas revolucionarios, tampoco está resultando equilibrada la
reacción tradicionalista de algunos grupos integristas. Ni lo uno fue
pedido por el concilio, ni lo otro lo pide la Tradición.
109
Aunque la época precedente al concilio Vaticano II, fue una
época de esplendor religioso frente a la secularización que después
iba a venir, fueron una infinidad de detalles los que hicieron
conveniente ese concilio.
Para empezar la Iglesia no está ligada a ninguna estética, ni
en sus templos, ni en sus vestimentas, ni en su liturgia. En el molde
estético y ritual de la misa tridentina, era muy difícil hacer una
inculturación. Las mismas ceremonias de la misa tridentina
parecían pedir a gritos un determinado entorno. El barroquismo y
la ampulosidad de ciertas misas de los últimos siglos solo eran una
etapa temporal de esa sucesión secular que es la liturgia. ¿Se puede
celebrar la misa tridentina en un pequeño poblado de Oceanía ante
nativos recién evangelizados? Por poder, se puede. Pero siempre
resultará más fácil que se integren en la liturgia del Vaticano II y
que la entiendan.
Por otra parte, es indudable que el Vaticano II introdujo una
frescura en las relaciones internas de la Iglesia. Antes, los aspectos
formales habían ido creciendo hasta resultar cada vez más rígidos.
Esas imágenes de grandes capas de varios metros, mucetas de
armiño y toda esa parafernalia sacra eran expresión de un espíritu,
de un modo de ver y entender la Iglesia. También ahora se pueden
hacer actos en los que ese esplendor se muestre, pero ya no nos
sentimos obligados a ello, ya no nos sentimos ligados
necesariamente a ello: eso también se lo debemos al concilio.
Hubo un modo de entender la Iglesia que, sin duda, corría el
peligro de acercarnos más a los fariseos que a los pobres pescadores
fundadores de nuestra Iglesia. Por favor, no estoy diciendo que eso
fue lo habitual. Pero el peligro existía. Nadie debe escandalizarse
de esa afirmación mía, cuando son muchos los predicadores de esos
siglos los que advierten del peligro de esa tendencia.
110
Baste ver algunos libros de moral y manuales de confesores
para darse cuenta de que habíamos errado el curso en algunos
puntos. La moral adquirió tintes rígidos y rigoristas. El tono
amoroso de Jesús de Nazaret quedaba muy oculto bajo algunos
esquemas morales, expresión de una época religiosa que tenía el
algunas veces cayó en el puritanismo. El pecado aleja de Dios, pero
ciertos excesos puritanos también conducían a alejar de Dios. Los
santos, sin embargo, sí que dieron muestra de esa flexibilidad de
los hombres llenos de Dios. Flexibilidad, no relativismo. Esa
flexibilidad buena imprimió su espíritu en el concilio.
La nueva liturgia fue expresión de un nuevo espíritu.
Me gusta el fasto en la liturgia, la grandiosidad de los pontificales,
pero ese gusto no está reñido ni con la sencillez, ni con la
simplicidad. Y, desde luego, cuando hacemos de los aspectos
accidentales de la liturgia motivo de agrio enfrentamiento, nos
estamos desviando. La liturgia cuanto más bella mejor, pero no
olvidemos que también es un servicio a las almas, un modo de
servir a los hombres a través del culto a Dios. No es solo un culto
ideal que logre lo objetivamente perfecto en unas formas absolutas
e intangibles, con independencia del bien de los hombres allí
presentes. Por lo tanto no ha de convertirse en un motivo de lucha
e insatisfacción, sino de diálogo constructivo.
Quiero acabar con una conclusión. La Iglesia puede
evolucionar de muchas maneras, todos los caminos están abiertos.
Pero de lo que estoy seguro es que el futuro no está ni en el
tradicionalismo ni en un grupo de cristianos comunistas celebrando
en el salón de una casa con un vaso y un plato de la cocina. El
futuro no está ni en machacar una sacrosanta tradición por el afán
de ser modernos, ni en idolatrar esa tradición. La Iglesia no solo
avanza, sino que también evoluciona. Evoluciona sin cambiar el
mensaje de Jesús, evoluciona fiel a sus orígenes. Y los orígenes
pueden ser mucho más revolucionarios de lo que algunos amantes
111
de lo barroco se imaginan. Petrificar es un bello infinitivo que
también tuvo un pretérito imperfecto.
Hay sustancias más duras que el hormigón, bastante más
duras, y, sin embargo, mucho más flexibles. Por el contrario, otros
materiales son menos duros y encima con el defecto de ser más
rígidos y resistir menos cualquier temblor. Esto vale para la
teología, para el gobierno de la Iglesia y hasta para el modo en que
hay que tomarse la vida.
Nada hay peor para el defensor de la ortodoxia que ver el
fantasma del relativismo por todas partes. ¿Hasta dónde debe llegar
el ecumenismo? En mi opinión, casi siempre, hasta el máximo. La
Iglesia debe ser afirmación gozosa de una Buena Nueva, no un
estado de continua defensa frente a los enemigos, un estado de
permanente y tensa apologética.
Nada hay de malo en la defensa ni en la apologética, pero hay
un estado del alma que puede llevar a la continua sospecha, a la
continua confrontación, en vez de vivir en paz en la sencilla
afirmación.
Respecto al camino ecuménico iniciado en la época del
Vaticano II, hoy vemos no las promesas de sus futuros frutos, sino
los resultados ya conseguidos. Hubo un tiempo en el que la Iglesia
daba normas para sus fieles y pensando en sus fieles, y allí acababa
todo en unas sociedades homogéneas en las que cristianismo e
Iglesia Católica se identificaban. Pero en esta aldea global en la que
vivimos, cada vez se ve más claro que la Iglesia asume un papel de
Madre para todos los cristianos. Por supuesto que hay y siempre va
a haber grupúsculos totalmente anticatólicos e incluso amplias
denominaciones que se mantendrán en total hostilidad.
Pero también es cierto que la Iglesia tiene en su seno a unos
hijos que son los que están unidos por el cordón umbilical de la
112
comunión perfecta, pero esta Madre es como si abrazara a otros
hijos. Cada vez son más los cristianos de todas las denominaciones
que ven a la Iglesia Católica como una Iglesia Madre.
Estos otros hijos tienen que sentirse acogidos por nosotros.
No acogidos únicamente si se convierten, sino incluso sin
convertirse. En la Iglesia Católica tienen que sentirse en su casa.
Los que se horrorizan ante esta posibilidad alegan el peligro
del relativismo. Pero no deben tener miedo. La arquitectura
dogmática es y sigue siendo la misma. Tampoco renunciamos a que
todos logremos la plena comunión. Pero mucho me temo que la
división entre denominaciones está aquí para quedarse. Eso sí,
hasta el día que tanto ansiamos en que el Espíritu Santo pueda hacer
un milagro de la gracia. Pero, mientras tanto, la división (aunque
lamentable) forma parte de un plan divino que la permite.
Esta nueva concepción cambia también el modo en el que
vemos a nuestros hermanos cristianos, pero también a los judíos.
Los actuales judíos no son infieles, sino fieles a su tradición. De
nuevo, esto no significa que ambos mensajes son indiferentes, no
son caminos paralelos que uno escoge a voluntad. No, la Verdad es
una. Pero mientras no nos pongamos de acuerdo, más vale que nos
amemos y que insistamos en lo mucho que nos une.
113
16. La posibilidad de que un
protestante pueda recibir la
comunión en una misa católica Acerca de si existe una imposibilidad absoluta o de conveniencia
de un cambio canónico en este sentido
EN EL AÑO 2016, un obispo luterano sueco comulgó en la Basílica
Vaticana. Los obispos católicos suecos, en los días siguientes,
emitieron un comunicado recordando la norma de la Iglesia acerca
de este sacramento y los cristianos que no están en comunión con
la Iglesia.
El Papa Francisco en una visita en 2015 a una iglesia luterana
trató de responder a una mujer luterana casada con un católico
cuando le preguntó acerca de si podía comulgar cuando iba a la
misa católica. La respuesta papal no fue clara.
Mi opinión al respecto es que este tema sí que podría ser
estudiado por los teólogos en orden a conceder algunas
permisiones. Cierto que poseemos una tradición acerca de la unión
entre la recepción del sacramento de la comunión y la comunión
eclesial.
Pero no veo una imposibilidad dogmática en que un
protestante que crea en la presencia real de Cristo en la Eucaristía
y que, al mismo tiempo, esté en gracia de Dios pueda recibir este
misterio. Cierto que, hoy por hoy, tal posibilidad no está
contemplada en la legislación canónica.
114
Pero recordemos que hasta el Vaticano II hubiera sido
impensable que un ortodoxo comulgase en una misa católica. Y
hoy, bajo ciertas condiciones, eso está permitido por el Código de
Derecho Canónico. Esa permisión actualmente contemplada en la
legislación eclesial implica que no es necesaria de forma absoluta
la comunión eclesial perfecta para la recepción de ese don. Basta
una comunión suficiente (aunque no sea perfecta) para recibir la
Eucaristía. Cuál sea esa comunión suficiente se deja a juicio de la
Iglesia. En el caso de los ortodoxos la respuesta de la Iglesia ha
sido la permisión. La posibilidad para los protestantes (que crean
en la presencia real) considero que podría estudiarse.
El que luteranos, anglicanos, episcopalianos y tantos otros
bautizados pudieran acercarse con fe, respeto y devoción a recibir
este don yo lo vería como un paso positivo hacia la creación de una
gran comunión eclesial de todos los bautizados, todavía imperfecta,
pero real.
Todos debemos obedecer las prescripciones del Derecho de
la Iglesia, puesto que han sido dadas con autoridad apostólica. Por
tanto, yo no me considero exento a la obediencia a los sagrados
cánones. Pero los teólogos podrían reflexionar acerca de esta
posibilidad. Mi opinión es que no existe una imposibilidad
dogmática, sino solo razones de conveniencia.
Puede llegar el día en que en nuestras misas católicas
tengamos de forma ordinaria a miembros de otras confesiones, que
unas veces vayan a sus celebraciones y otras a las nuestras. Sobre
todo eso sucede con frecuencia en el caso de un matrimonio mixto
entre un protestante y un católico.
Lo que los cánones hoy permiten, lo permiten porque hubo
teólogos que trabajaron para que se diera un paso adelante. Esto no
es relativismo, sino la conciencia de que existe una comunión
115
imperfecta pero real entre los cristianos de casi todas las
denominaciones.
116
117
IV parte ..................................................................................................................................
Artículos sobre otros temas
118
17. La palabra que resuena en el
aire Algunos cuantos consejos acerca de cómo dar conferencias
COMO A LO LARGO DEL AÑO doy no pocas conferencias, me
gustaría señalar algunos de los errores más comunes que observo
que se suelen cometer tanto por parte de los conferenciantes, como
por parte de los presentadores del conferenciante.
Sobre el arte de dar conferencias
Dar conferencias es un placer. Es el placer de transmitir
conocimientos, discursos racionales, de hacer a otros intelectos
partícipes de la visión de nuestro intelecto. Se trata de una
comunicación de razón a razón. Para ello usamos las palabras. Los
conceptos se irán desgranando en una sucesión de frases que tienen
su música, que están cargadas en algunos momentos de emoción.
Una conferencia, frente a un escrito, está cargada de vida. Es algo
único e irrepetible. Por supuesto que estoy hablando de un gran
conferenciante, también los hay que se limitan a leer en tono
monocorde un papel colocado delante y a decir al final que ya no
hay tiempo más que para dos preguntas. El mal conferenciante, sin
duda, odia que le hagan preguntas. Para él son una mera
distracción, una concesión, un añadido sin importancia.
Escuchar una buena conferencia es uno de los mayores
placeres de la vida. Pero son muchos los que no distinguen entre la
labor concienzuda de la escritura y el arte de la conferencia. Al no
distinguir entre ambas formas de transmitir, algunos dedican todo
119
su esfuerzo a escribir una buena conferencia, convirtiendo la
conferencia en una mera lectura.
El gran Borges, del cual soy rendido admirador, era muy
bueno dando conferencias y muy aburrido cuando era entrevistado.
Ni siquiera cuando era entrevistado en profundidad, largo tiempo,
dejaba de ser superficial y tedioso. Mientras que si lo dejaban
hablar por sí mismo, solo en un escenario, resultaba grandioso e
insuperable.
De Charles Dickens todos sus contemporáneos son unánimes
al afirmar que era insuperable como conferenciante,
verdaderamente portentoso. Eso sí, hoy sabemos, que preparaba
sus conferencias con mimo, con el mismo rigor con que Fidias
tallaba cada detalle de sus esculturas. En esto, como en casi todo,
la improvisación lleva a lo trillado, a los lugares comunes.
Cuando un ser humano ha dejado el sillón de su casa, se ha
subido en su coche, se ha desplazado durante al menos veinte
minutos, ha aparcado y ha esperado unos diez minutos en su butaca,
solo para escucharte, merece la pena que prepares meticulosamente
lo que vas a decir. Que lo prepares con entusiasmo, con precisión,
que hagas de tus palabras un arte. Si las cosas no se hacen así,
hubiera sido lo mismo enviar por e-mail el texto a los presentes y
que lo leyeran en casa. Sin duda, en el caso de no pocas
conferencias, ambas cosas hubieran sido lo mismo.
En otros casos, desgraciadamente pocos, la conferencia es
toda una experiencia intelectual. Una experiencia que te puede
emocionar, que te puede hacer llorar. Algo que comentarás durante
días, que puede dejar un recuerdo duradero durante meses. En
algunos casos, me consta, una conferencia puede cambiar el
enfoque intelectual de un ser humano para siempre. Una sola
120
conferencia puede suponer un antes y un después para algunos de
los presentes.
Alguno supondrá que me estoy refiriendo a charlas de tipo
religioso. Pues no. Ciertamente que resulta mucho más fácil
entusiasmar a un auditorio hablando del Mal, del mundo angélico,
de las cruzadas, del III Reich o del Apocalipsis, que si uno tiene
que hablar hora y media de la literatura parnasiana francesa del
siglo XIX. Sí, no es lo mismo una conferencia sobre un tema
apasionante, que una conferencia que obligatoriamente debe darse
acerca de un tema técnico. Recuerdo una vez que me invitaron a
dar una conferencia en Jerusalén acerca de dos versículos de la
Biblia. Eran dos versículos sobre los que parecía imposible hablar
ni cinco minutos.
La palabra hablada... Recuerdo haber visto en un documental
la emoción que trasmitían las palabras de un guardia alemán de las
SS que hablaba de un campo de concentración donde él estuvo. Al
final del reportaje, como conclusión final, ese anciano acabó
diciendo: Me he decidido a hablar en mi vejez, porque hay ahora
algunos jóvenes que niegan que eso campos existieron. Y eso no es
verdad. Yo estuve allí.
El modo en que dijo yo estuve allí, acompañado de su mirada,
de su gesto al pronunciar la última palabra, era impresionante, una
de las cosas más impresionantes que he escuchado nunca. Leerlo
no hubiera sido ni una sombra frente a escucharle. Ésa es la
diferencia entre la palabra hablada y la escrita.
En otros casos, es el placer intelectual el que te hace desear
en tu interior: por favor, por favor, que no acabe esta conferencia,
que siga, al menos diez minutos más. Borges y Yourcenar eran
121
grandes conferenciantes. Sus conferencias suponían asomarse a sus
mentes.
Sí, una conferencia que transmita emoción y conocimiento
puede ser una hora y media impresionante. Las conferencias no
deben, en ningún caso superar la hora y media, incluyendo en ese
tiempo las preguntas. Lo ideal sería que las preguntas supusieran la
mitad del tiempo, porque ésa es la diferencia también entre un libro
y una conferencia: poder dialogar con el autor del libro. Un libro
no es un diálogo, aunque se afirme eso muchas veces. Mientras que
una conferencia ideal sí que debería serlo: el diálogo entre las
preguntas y las respuestas.
Desgraciadamente, el mal conferenciante es la especie más
abundante. El conferenciante normal llegará, se sentará, os dirá lo
que podíais haber encontrado en la Wikipedia, beberá de vez en
cuando de su vaso de agua, seguirá leyendo aburriendo hasta a las
ovejas, no permitirá casi preguntas, se quejará de que le era
imposible resumir todo en hora y media, que ha hecho lo que ha
podido en tan poco tiempo, recalcará otra vez que tendría que haber
seguido hablando un par de horas más, o al menos una más, se le
aplaudirá, y cada mochuelo a su olivo, preguntándose de camino el
público si es tarde para cenar y no sería mejor, al llegar a casa,
tomar algo ligero. Aunque después la mayoría acaba cenando más
de la cuenta, ganando calorías y yéndose a la cama con el estómago
lleno. Con el estómago lleno y, eso sí, el cerebro también lleno del
runrún interminable del señor que pasaba páginas leyendo de forma
infatigable.
He llegado a la conclusión de que para que la gente disfrute
con una conferencia, el ponente debe disfrutar. Él debe ser el
primero en pasárselo bien dando la conferencia. Si el
122
conferenciante se aburre, transmite ese aburrimiento al público. Lo
que no puede hacer el conferenciante es limitarse a leer: para eso
ya están los libros. La diferencia entre un libro y una conferencia,
es que la conferencia es algo vivo. Cada conferencia tiene que ser
única e irrepetible.
Algunos profesores no acaban de distinguir la diferencia entre
una clase y una conferencia, son dos géneros distintos. En una clase
(de licenciatura o de doctorado) se tiene el deber de profundizar en
el tema tratado. En una conferencia, normalmente, se busca
exponer ante los oyentes el panorama del tema del que has decidido
hablar.
La clase permite trabajar el detalle al máximo. Mientras que
en una conferencia, evidentemente, sería un fracaso quedarse al
comienzo de la exposición de la materia propuesta por el título por
haber dedicado todo el tiempo a explicar un detalle nimio.
En una clase, las preguntas no son un estorbo para el
desarrollo de la materia, sino que forman parte del intercambio de
ideas que se produce entre profesor y alumno. En la conferencia los
oyentes son muchos más. De manera que el intercambio es menor.
En una clase, no pasa nada si, desde el mismo comienzo de la
exposición, se emplean diez minutos de preguntas, respuestas,
réplicas y contrarréplicas acerca del sentido de la palabra griega
aion (αἰών). En una conferencia, forma parte del arte del ponente
el evitar que la exposición quede embarrancada en un arrecife
cualquiera.
La conferencia ha de poseer una cierta belleza en sus
proporciones: la manera (a veces deslumbrante) con la que se hace
entrar en el tema a los presentes (por muy especialistas que sean
los oyentes), el modo con el que se mantiene el interés, el final de
la conferencia como un final musical, es decir, con una conclusión
123
que suponga el coronamiento de una exposición. En una clase, las
cosas se retoman donde se dejaron. Todas las clases forman un
continuum en el que se busca, ante todo, que los alumnos aprendan.
No estoy diciendo que la clase es para un público más selecto
y la conferencia para un público más general. No. A veces, en una
conferencia, hay muchos profesores. La conferencia tiene más de
obra de arte. La clase tiene más de diálogo. La conferencia expone
un tema de un modo equilibrado, incluso estéticamente
proporcionado, en un tiempo predefinido que impone la necesidad
de exponer sustancialmente lo anunciado en el título. Mientras que
la clase forma un tiempo continuo dividido en días. La clase puede
descender al detalle, la conferencia presenta un panorama. Como
se ve, son dos géneros.
Existe el riesgo de que un profesor convierta sus clases en
conferencias que no deben ser interrumpidas, buscando también ser
alabado por sus alumnos al final. Este riesgo es bajo, aunque he
conocido algún caso: el profesor declamaba y no le sentaba nada
bien cualquier argumentación en contra. El mayor riesgo es el
contrario, el de que un conferenciante convierta su ponencia en una
clase, trasnformándola en una colección de detallismos
inacabables.
Ya se ha dicho que el conferenciante debe evitar leer su
intervención de principio a fin. Se leen las citas, pero se supone que
un gran ponente debe ser como el músico que improvisa a tenor de
un tema principal. De manera que cada conferencia constituya una
obra intelectual única. ¿Qué diferencia hay entre escuchar a alguien
que lee, o leer uno mismo el libro en casa, cómodamente sentado
en el sillón con una taza de té al lado? El gran conferenciante
enardece, aviva las pasiones, la pasión del conocimiento.
124
El profesor que da una clase en la universidad tampoco se
sienta en la mesa del estrado para leer unos papeles, sino para
reflexionar conjuntamente con sus alumnos. De esta manera, las
clases se convierten no en una carga, sino en un placer. La clase
debería ser para el profesor un momento agradable, distendido,
mucho más apasionante para él que la lectura de varios libros.
Desgraciadamente, no son pocos los profesores que ven a los
alumnos como meras distracciones de sus lecturas, de sus
investigaciones.
Errores por parte de los organizadores
Acabo de ver el vídeo de la conferencia de Monseñor
Ganswein en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma.
Tengo entre sus profesores a algunos conocidos. Pero con todo
cariño os quiero señalar que habéis cometido un fallo (bastante
grave) de protocolo.
El error es que no se invita a nadie a dar una conferencia y se
le coloca a un lado de la mesa. Es decir, si la mesa de la presidencia
hay tres asientos, el conferenciante SIEMPRE es colocado en el
centro. Eso es así aunque en la mesa esté presente alguien más
importante que el conferenciante. Eso se hace así por dos razones.
La primera razón, por pura cortesía. El conferenciante es un
invitado. Razón por la cual el anfitrión le coloca en el lugar de
honor. De lo contrario es un modo de decirle con los hechos: tú
eres menos importante que yo. Resulta muy complicado, casi
siempre, saber quién es el más importante en una presidencia
durante una conferencia académica. En el ejército, no es así.
Siempre está claro el rango jerárquico. Pero en el mundo
125
académico, no. Por eso, la costumbre ha acabado por reservar el
centro al conferenciante.
La segunda razón, durante una conferencia el centro del acto
es el conferenciante. Resulta lógico no desequilibrar visualmente
el acto. Si el conferenciante es el centro del acto, lo lógico es que
hable desde el centro.
Estas dos razones me parecen más que suficientes y no
debería hacer falta insistir más. Pero como siempre habrá alguien
que repetirá machaconamente, una y otra vez, que el más
importante en esa sala es, por ejemplo, el rector de la universidad,
voy a abundar más en el tema. Si en un salón de un palacio hay una
obra de teatro o toca una orquesta de cámara, no se coloca al
monarca en el centro del escenario ni en el centro del estrado. El
monarca presidirá el espacio reservado al público. Esto que parece
tan lógico en otras actividades, aunque solo haya uno que declama
o un solista que toca, es exactamente igual en el caso de una
conferencia.
Esto es así no solo en el mundo académico, sino también en
el puramente eclesiástico. Cuando en una sala asisten un obispo o
un cardenal o el Papa a una conferencia, la cabeza de la diócesis,
de la Curia o de la Iglesia Universal asisten en el lugar de mayor
honor dedicado al público.
Habiendo dejado claro esto, quisiera añadir que siempre
aconsejo dejar solo al conferenciante en la mesa central. Primero
porque se escucha muy mal una conferencia desde el asiento de al
lado. Los que están sentados al lado de un conferenciante, al cabo
de una hora, se dedican a mirar al público cada vez con menos
126
pudor, cada vez más aburridos. Siempre sucede esto, sin darse
cuenta del importante factor de dispersión de la atención que
supone una sola persona sentada al lado del conferenciante mirando
a los que escuchan. Antes o después, el oyente de la mesa de la
presidencia se despista o se aburre, y despista o aburre a todo el
público.
Lo lógico es que el conferenciante sea presentado desde el
estrado y, acto seguido, el presentador o los presentadores
desciendan a la primera fila. No se quedan presidiendo nada, sino
que descienden para escuchar, para atender.
Otro consejo, nunca hay que dar por supuesto que el
conferenciante prefiere hablar de pie. Unos prefieren hablar de pie,
gesticular, moverse. Otros prefieren pasar hojas de un modo
flemático, tranquilamente sentados. Los conferenciantes más
temperamentales y llenos de vivacidad tienden a preferir la postura
de pie. Los eruditos que les encanta desgranar citas y datos
bibliográficos tienden a preferir estar cómodamente sentados.
Para colocar las anotaciones escritas, el vaso de agua, el reloj
y alguna bolsa de caramelos, siempre el espacio amplio de una
mesa resulta mucho más cómodo que un atril. Pero esto depende
del conferenciante, ni mucho menos es ésta una regla absoluta. Dar
una conferencia sentada ofrece una imagen de serenidad. Un
conferenciante de pie siente más la tentación del gesto. Un
conferenciante sentado tiende a pensar que lo único que vale en su
conferencia es la palabra. Y, aunque hay muchos estilos, no hay
que olvidar que una gran conferencia académica debe
fundamentarse enteramente en el contenido, nunca en lo que rodea
al contenido. El contenido puede incluir todas las improvisaciones
127
que el conferenciante desee. Pero el gesto y la vivacidad nunca
pueden reemplazar al contenido.
Otro pequeño detalle, el conferenciante debe llenarse su
propia copa de agua. Cuántas veces he visto cómo alguien con toda
amabilidad, a veces la persona que está sentada al lado, le llena la
copa y por error de cálculo se la llena casi hasta el borde. Esto no
ocurre de forma excepcional, lo he visto demasiadas veces.
Muchos conferenciantes tienen un cierto nerviosismo y les va
a temblar un poco la mano al beber. Para algunos puede llegar a ser
una tortura psicológica tener que tomar delante de todos mirándole
con suma atención un vaso de agua demasiado lleno. Yo mismo no
tengo el menor nerviosismo por hablar delante de miles de personas
o por hacerlo delante de muy importantes personas. Sin embargo,
a veces, hasta hablando a un pequeño grupo de cuarenta jóvenes
universitarios, siento que mi mano va a temblar al elevar un vaso
de agua en el aire, hasta mi boca, y eso me pone muy nervioso.
Es preferible que el mismo conferenciante se sirva. Veremos
que un cierto número de ponentes solo llena una tercera parte de la
copa. En cualquier caso, si lo hace alguien que no sea el interesado,
debe llenarlo por debajo de la mitad. En una cena, se llena por
encima. Pero en una conferencia es preferible que no.
Si el conferenciante no va a hacer uso de ningún medio
audiovisual, las pantallas de televisión deben estar apagadas.
Resulta llamativo que todavía a hoy día haya quien piense que una
pantalla encendida es un objeto decorativo situado detrás del
conferenciante. Que aún lo pensaran en los años 80, pase. Pero a
estas alturas del siglo XXI, no. Se puede poner de fondo una
imagen en el estrado solo si no tiene ni el más mínimo parpadeo ni
el más mínimo brillo.
128
No hay que darle muchas vueltas a la cuestión de qué es una
conferencia, para entender que el fondo detrás del conferenciante
debería ser lo más neutro posible. Si hay cositas que se mueven en
una pantalla, éstas distraen totalmente a la audiencia. Es totalmente
imposible no distraerse de la conferencia si algo se mueve detrás
del conferenciante, aunque sea un gato.
Cómo presentar una conferencia
Hace un tiempo, recibí este e-mail:
Buenos días D. José Antonio: Me han asignado el honor de presentarle en las
Jornadas. Le agradecería, si buenamente puede, que me diera alguna idea de cómo piensa
enfocar el tema para que mi presentación tenga alguna coherencia con su conferencia.
Un saludo.
Le contesté:
Estimada Sra. X:
Ya que tiene la amabilidad de preguntármelo, le sugiero que me presente
esencialmente con los datos que aparecen en mi currículum. Pero me atrevo a hacerle
notar un error bastante común de los que presentan a los conferenciantes. LA
PRESENTACIÓN DEL CONFERENCIANTE NO ES UNA INTRODUCCIÓN A LA CONFERENCIA. Es
meramente una presentación de la persona que va a exponer el tema. El conferenciante
ya hará, como es de esperar, una introducción en su propia ponencia.
Hacer una introducción por parte del presentador, es arriesgarse a que las palabras
del conferenciante después se encaminen justo por el lado contrario a lo dicho en la
presentación; O, incluso, a que el conferenciante afirme justo lo opuesto a lo que se ha
dicho en la presentación. Esto ocurre hasta en los más prestigiosos foros, he sido testigo
de esto.
Un cordial saludo.
129
Sí, nunca insistiremos suficientemente en que la presentación
del conferenciante no es ocasión para ofrecer una
microconferencia. El presentador puede dar razón de por qué se ha
escogido ese tema o a esa persona, en concreto, para hablar. Se
puede explicar la importancia de lo que se va a exponer. Eso es
totalmente adecuado. Pero no se debe convertir la presentación en
el prólogo de la conferencia. La presentación no es un prólogo, lo
dice la misma palabra. El conferenciante hará el prólogo que
considere adecuado, nadie tiene que hacérselo.
Pero los presentadores sienten una gran afición a no soltar el
micrófono. Una presentación no debería durar más allá de un
minuto; dos a lo sumo. Una presentación de cinco minutos es, a
todas luces, excesiva. También es un error de algunos fijarse en los
detalles más intrascendentes a la hora de presentar al
conferenciante.
No está mal que el presentador realice algún comentario
gracioso. Pero resulta inconveniente que toda la presentación se
convierta en ocasión para sentar cátedra de chistoso. Hay que evitar
que la presentación sea una pequeña conferencia, pero tampoco es
el mejor momento para que sea una retahíla de bromas y
jocosidades.
Estos consejos pueden parecer que son una exageración, pero
cuanto más importante es el presentado, más necesidad siente el
presentador de ser brillante. Y cuanta más presión sienta, más
posibilidades tiene o de alargarse o de querer deslumbrar sin
lograrlo. La presentación, justo es recordarlo, es un género
humilde.
130
131
18. La lista de las listas La lista de las mejores novelas, músicas y películas mi vida
UNA PREGUNTA que, de tanto en tanto, me hacen es cuáles son los
libros que más me han gustado en toda mi vida. Y concretamente
me preguntan por los títulos de las novelas: ¿cuál es la lista de las
mejores? ¿Qué libros son los mejores de los mejores? Hay millones
de libros, gran tarea es escoger una lista de una decena entre
millones. Pero traspasado el meridiano de mi vida, a estas alturas,
sí que puedo ofrecer esa lista de títulos, a estas alturas sí. Por
supuesto que es la lista de las que he leído, seguro, sin ninguna
duda, que hay tesoros que no han llegado a mis manos Pero de lo
leído hice una selección. Después, a esa selección, se unió la lista
de las mejores músicas y de las mejores películas. Aquí está el
resultado de tantos miles de horas leyendo, escuchando y viendo.
Mi lista de mejores novelas de la Historia
Mi más amado autor es Borges. Él es el Bach de la literatura. De
su obra me quedaría con estos títulos:
La casa de Asterión
La Biblioteca de Babel
La lotería de Babilonia
Las ruinas circulares.
En esta lista, como en todas las siguientes, la mejor obra es la
primera, siguiendo un orden decreciente de interés. De otros
autores escojo los siguientes títulos, entre ellos he incluido una
obra de ensayo:
132
El nombre de la rosa
La Regenta
Si una noche de invierno un viajero
Memorias de Adriano
Madame Bovary
Una historia de la lectura (ensayo)
El amor en tiempos de cólera
La familia de Pascual Duarte
El Gatopardo
El Coronel no tiene quien le escriba
Mi lista de mejores bandas sonoras
Aunque soy un empedernido amante de la música clásica, he
preferido no caer en lugares comunes y ofrecer una lista de música
de bandas sonoras ya que soy un gran aficionado a ellas. Después
de veinte años escuchando todos los días bandas sonoras durante
varias horas, mientras trabajo, os presento la lista de las que
considero las mejores. Por supuesto que si la selección se realiza a
base de votos entre la gente común, las ganadoras siempre serán
músicas fáciles que gozaran de popularidad. La lista de las mejores
bandas sonoras, si lo que se busca es la calidad objetiva, la mejor
calidad, debe hacerse entre los críticos.
En la confección de la lista que aquí presento he buscado
escoger lo mejor de lo mejor, pura calidad sin ningún otro
condicionante. La lista es la que continúa abajo, poniendo primero
el compositor, después el título de la película y, por último, el título
de la composición favorita dentro de ese disco. Para evitar
confusiones, coloco los títulos en inglés:
Thomas Newman, American Beauty, Any other name
Gabriel Yared, El Paciente Inglés, En Csak Azt Csodálom
133
Ennio Morricone, La Misión, On Earth as it is in Heaven
Hans Zimmer, Black Hawk Down, Main Theme
Takenobu Mitsuyoshi, Shenmue II, The Morning Fog's Wave,
Alexandre Desplat, El curioso caso de Benjamin Button, Sunrise on Lake Pontchartrain
Craig Armstrong y AR Rahman, Elizabeth: The Golden Age, Opening
Hanz Zimmer, Angels and demons, God particle
James Newton-Howard, King Kong, Central Park,
Elmer Bernstein, Los Siete Magníficos, Main Theme
Randy Newman, Pleasantville, Suite
He preferido hacer una selección de bandas sonoras, porque es la
música que más me gusta. Pero si dentro de la música clásica
tuviera que escoger mis obras favoritas, el primero de ellos sería,
sin ninguna duda, Bach. Y dentro de las obras de Bach, sin ninguna
duda, su Tocata y fuga en re menor. Seguida por los Conciertos de
Brandenburgo. La última obra que escogería de él sería el primer
coro de La Pasión según San Mateo. Otras obras que me fascinan
son la Gymnopedie de Erik Satie o el Requiem de Mozart.
Mi lista de mejores películas
El cine ha sido una parte tan importante de mi vida. Desde mi
infancia vivida como hijo único, el 7º arte me ha acompañado con
fidelidad, ofreciéndome bastantes de los mejores momentos de mi
vida. Mis obras favoritas serían las siguientes. Las que están en la
cúspide de todas serían éstas, las más grandes obras maestras:
La Misión
Blade Runner
American Beauty
Un hombre para la eternidad
Ciudadano Kane
134
Ed Wood
La gran belleza
Amadeus
Después añadiría películas que son obras maestras, aunque en una
lista haya que colocar a unas por encima de otras, y éstas tengan
que estar por debajo de las otras:
American Beauty
Pleasantville
Casablanca
El curioso caso de Benjamin Button
Shakespeare in love
Medianoche en el Jardín del Bien y del Mal
Amelie
2001, Odisea del espacio
Lo que queda del día
Metrópolis
Por último, añado películas que son muy buenas y que harán las
delicias de cualquier cinéfilo:
August, Osage County
Shreck
El show de Truman
El Padrino I, II y III
Titanic
Forrest Gump
Nebraska
Blancanieves (de Pablo Berguer)
Sleepy Hollow
La chica de la perla
Juegos Secretos (Little Children)
Agárralo como puedas (The Naked Gun)
135
Mars Attacks
La comunidad
Al lector de este artículo con mi lista de libros, música y películas
le he ahorrado infinidad de horas haciendo experimentos, horas de
probar y buscar. Si lo desea, puede ir ya a lo seguro y pasar
momentos inolvidables como yo lo he hecho.
136
19. El doctorando, el tutor y el
director de tesis Algunos consejos acerca de cómo cambiar el espíritu con que se
escogen los temas de las tesis doctorales y se realizan éstas
ROMA ES TEOLÓGICAMENTE VASTA, un verdadero y extenso jardín
de estudios en todas las lenguas, con bellos parterres sobre todos
los temas. Mi vida es una vida que discurre entre libros y que da
vueltas alrededor de los libros. A estas alturas de mi vida, creo que
puedo dar algunos consejos.
Si una tesis se va a realizar en dos años, habría que dedicar
una cuarta parte de ese tiempo únicamente a leer. Dedicar, por lo
menos, cuatro meses a sumergirse en los mejores libros de teología,
incluso aunque no tengan nada que ver con nuestra especialidad,
será una magnífica inversión para el futuro de nuestra tesis. Lo
importante en esos cuatro meses sería leer una bibliografía
selectísima de lo mejor que se ha escrito en teología en todos los
campos.
Por supuesto que durante los años anteriores de estudios se
supone que un estudiante ha leído infinidad de libros. Pero ésa es
una labor que se ha hecho pensando en los exámenes, con una cierta
tensión impuesta por el calendario de los exámenes de las distintas
asignaturas. Esos cuatro meses serían la primera vez en la que
disponemos de todo el tiempo del mundo para la lectura reposada
realizada por el placer de aprender. Indudablemente, será una
lectura completamente distinta.
137
Ya no leeremos para obtener una calificación, sino para
fijarnos en cómo es un buen libro, en cómo se construye un buen
artículo, en cuáles son las características de la mejor teología, en
tratar de darnos cuenta por qué este autor es un clásico y el otro no,
en por qué con este autor avanza la teología y cómo el otro solo
repite lo ya alcanzado. Leer sin otro fin que la teología misma, será
un modo completamente distinto de leer.
Después de cuatro, o como máximo seis meses, habría que
hablar con el tutor y, entre los dos, decidirse por un tema para la
tesis. Según sea el campo que se ha escogido, el tutor aconsejará
un profesor u otro. Tendrá que haber, por tanto, un encuentro con
un profesor para tantear qué le parece el tema que se le proponga.
En ese encuentro habría que tener claro que hay que escuchar
al director de tesis, no defender a capa y espada nuestra idea inicial.
El director sabe más, en su materia es un sabio, y sus consejos serán
valiosos. Lo ideal es escoger un tema que nazca del diálogo entre
el profesor cargado de experiencia y el doctorando, un diálogo en
el que los dos se escuchen mutuamente.
Contrariamente a la opinión admitida por todos, considero
que lo mejor es escoger un tema que sea suficientemente general
para que la elaboración de la tesis constituya tan solo una bella
excusa para leer y aprender. Soy consciente de que lo que hoy día
se pretende con una tesis no es esto. Se busca un tema especializado
de investigación que haga avanzar la teología. Pero no nos
engañemos, un doctorando, y peor si tiene menos de treinta años,
difícilmente va a realizar un trabajo que suponga un verdadero
avance de la teología. Dado que lo que va a hacer el joven
estudiante es leer y recopilar, mejor es que ese trabajo suponga el
mayor desarrollo para él mismo y para las clases que pueda enseñar
en el futuro.
138
Cuando se tiene toda la teología por delante, todo el vasto
océano de la teología, ¿para qué enfrascarse tres, cuatro años, en el
estudio de un archivo del siglo XVII, en el estudio de una única
palabra de Ireneo, de un solo libro de un moralista? Nunca se
volverá a disponer de tanto tiempo para conocer la Teología entera,
nunca más.
La tesis debería ser el fruto, la síntesis, la prueba de nuestro
avance en los caminos de la teología durante todos los años de
nuestra licenciatura y doctorado. La tesis no debería convertirse en
la obligación que nos aboca a un estrecho sendero de investigación.
Los temas especializados obligan a los estudiantes a leer mucho
sobre temas que nunca les serán de utilidad alguna, aunque les
nombren profesores en un seminario o una facultad.
Por supuesto que esto que estoy defendiendo supone un
cambio en el modo común de entender las tesis doctorales. Soy
consciente de que lo que afirmo supone una visión bastante
pesimista acerca de la capacidad real de los doctorandos para hacer
avanzar la teología. El doctorando debe escribir su tesis sobre un
tema concreto, sí. Pero el centro del esfuerzo de esos años de
doctorado ya no debería estar en el tema de la tesis, que debe ser
una mera excusa para aprender más, sino la verdadera maduración
del doctorando.
Esto supondría que el director de tesis debería reunirse cada
mes con su dirigido y preguntarle qué ha leído, qué ha aprendido,
qué ha descubierto de nuevo. Bajo estas premisas, la tesis nunca
podría ser muy larga. Deberían producirse tesis más condensadas.
La tesis debería ser otro modo de aprender, con más entusiasmo,
con más libertad.
139
La teoría del sistema actual es que con las tesis actuales el
estudiante aprende a investigar. En la práctica, tenemos
doctorandos que, al final, han recopilado miles de páginas sobre
una minúscula parcela, desconociendo cosas esenciales, más
básicas, mucho más enriquecedoras, que estaban justo al lado del
pequeño túnel de investigación en el que fueron introducidos
porque se les dijo que las cosas son así, que ése es el sistema.
La tesis doctoral no debería ser un túnel, una habitación que
se clausura en torno al estudiante que querría leer otras cosas, pero
que debe dedicarse a su tesis. Un doctorando nunca más volverá a
disponer de tanto tiempo para tener una visión global del mundo
teológico recorrido con toda libertad, encauzado por su director de
tesis, pero movido por sus propias curiosidades, por sus propios
intereses, que son la fuerza más poderosa para aprender.
En el actual sistema académico, los directores de tesis no
suelen disponer de mucho tiempo ni de interés para dialogar con
sus alumnos. Se limitan a corregir errores, a decirles: te has
equivocado en esto y en aquello. El placer de un profesor lleno de
experiencia que dirige a un alumno, que le hace entender sus
propios prejuicios, que le enseña a dudar de sí mismo,
sencillamente es la excepción. Si alguno lo ha encontrado, puede
estar seguro de que se trata de un estudiante afortunado.
Y así, el doctorando trabaja para probar sus decisiones
iniciales, normalmente ya completamente decididas desde el
principio. Un doctorando debería preguntarse: ¿qué proporción de
mi trabajo es mera erudición, mero enciclopedismo? ¿Mi trabajo
no se ha convertido en una mera recolección, previsible, cada vez
más aburrida conforme avanza mi tesis? Por eso las tesis en su
etapa final suelen producir a los estudiantes bastante fastidio y
tedio. Todos están deseando acabar, trabajando con creciente
disgusto. Esto no es una teoría, es lo que he visto.
140
¿Por qué? Pues porque el trabajo de los doctorandos se
convierte en algo cada vez más mecánico: leer, extraer citas, leer,
extraer citas. Qué distinto sería el trabajo de un profesor que se
propusiera, ante todo, entusiasmar a su dirigido en el placer de la
teología misma, en el placer del descubrimiento. No se requiere
tanto tiempo para eso. Pero se trata de algo que tiene que ver con
la calidad, con la capacidad para transmitir el gozo por el proceso
de adquirir el conocimiento. Un trabajador mecánico que ha
llegado a la posición de profesor únicamente sabrá transmitir su
arte mecánico.
Hay magníficos profesores en todas las universidades, pero el
sistema no premia a los mejores, ni estimula la búsqueda de los
mejores. No siempre el mejor investigador es el mejor profesor. A
muchos investigadores, las tesis de sus alumnos les parecen una
mera pérdida de tiempo que deben atender por la obligación del
puesto que ocupan.
Considero que la realización de las tesis doctorales requiere
de un verdadero cambio radical en el espíritu. No habría que
cambiar ni una sola norma de las actuales que rigen las
universidades. Se trata de cambiar la mentalidad, de desterrar la
labor mecánica, en favor de la búsqueda de una verdadera
maduración intelectual del doctorando.
A los treinta años, un estudiante no va a hacer avanzar la
teología. Es mejor emplear su tiempo en recorrer ese vasto mundo.
Después, sí. Con los años, si tiene cualidades, una pequeña parte
de los doctores sí que podrá aportar algo. La ultraespecialización
en una sola obra, en un solo concepto, en un campo mínimo, no
tiene ningún sentido para alguien que va a ser profesor en un
seminario con alumnos sencillos que empiezan.
141
La tesis tiene que ser un instrumento para bien del
doctorando. El doctorando no puede sacrificar su valioso tiempo en
beneficio de la tesis. Hay una confusión entre fin y medio. ¿Qué
sentido tiene que un estudiante dedique incluso cinco años a una
tesis doctoral, cuando su diócesis es una tierra de misión? He visto
no pocos casos así. ¿Reporta algún beneficio para la Iglesia
emplear tanto capital humano pretendiendo el avance de la teología
a una edad en la que tal cosa es imposible o, por lo menos, no es la
regla común? Para mí la respuesta es clara. Hay que cambiar el
espíritu con que se realizan las tesis doctorales.
Leer con libertad durante varios meses, escoger un director
que se implique en la labor de crecimiento teológico, que guíe en
las lecturas, que dialogue acerca de lo que se va aprendiendo, y que
la tesis sea expresión condensada de todo ese trabajo. Una tesis
sobre un tema concreto, sí, pero más breve, más humilde y, sobre
todo, más beneficiosa para el futuro profesor de un seminario, para
el futuro asesor de la curia, para el futuro obispo.
142
20. Bach: el regalo de Dios a los
hombres Apreciaciones y comentarios a la obra de Johan Sebastian Bach
BACH ES GIGANTESCO, simplemente colosal. Él expresa como
nadie la nobleza de espíritu, el optimismo, el deseo de seguir
luchando con alegría por el bien del mundo, es un canto a la
armonía, en definitiva, es una afirmación gloriosa de que el mundo
es un bellísimo concierto a pesar del mal y de la miseria.
El orden del mundo expresado en música, en una música que
es fruto del trabajo de toda una vida, fruto de todos los sinsabores
personales. Una belleza que es el resultado del sufrimiento y de la
fe en Jesucristo, Rey del Universo. Por eso es una música que
parece inspirada desde el Cielo. Hasta los más ateos reconocerán
que si existe un Cielo, esta música fue inspirada desde allí.
Hoy he estado escuchando la obertura de su cantata titulada
Te damos gracias, Dios, te damos gracias. Su BWV 29 es suprema,
inimitable y perfecta. Difícilmente, se le hubiera ocurrido a una
mente normal, salvo que uno sea un genio, expresar el
agradecimiento de un modo tan lleno de vital energía, qué fuerza
llena de gozo y de agradecimiento hacia un Dios al que se sabía
que se le debía todo. Esa obertura (sinfonía) de tres minutos de
duración roza la abstracción que el autor culminará en su última
etapa.
Las notas descienden escalonadamente por el pentagrama del
modo más magistral que se puede imaginar. Y todo con un solo
143
propósito: dar gracias al Creador. Todo este derroche de belleza
concentrado en tres minutos únicamente para transmitir a los
asombrados oyentes de una iglesia esa idea en una predicación que
no requiere de palabras, porque lo que se transmite es un
sentimiento. Pero un sentimiento que tiene detrás una arquitectura
teológica. Esa música es la expresión de esa arquitectura. Una vida
de trabajo que produce esos tres minutos.
Hoy he escuchado una y otra vez esos tres minutos, ya que el
resto de la cantata me parece inferior. La sinfonía de comienzo la
he escuchado en distintas versiones. Sorprendente lo distinta que
puede sonar la misma música en manos de un director y de otro.
Un director, Harnocourt, tocaba las notas, pero con un ritmo más
lento del que inspiraba el ánimo de la partitura. Otro director la
interpretaba con un tempo más adecuado, pero con una sonoridad,
inferior a la versión de Herreweghe, la mejor, sin duda.
Un director toma una composición de Bach y le confiere más
brillantez, logra un resultado más lleno de fuerza, los compases son
más dinámicos y transmiten mejor la alegría de vivir. Otro director
hace que las mismas notas caminen por la partitura con pesadez sin
que eso le añada solemnidad. Otra versión está completamente falta
de agilidad y es menos hábil en la ejecución.
Las mismas notas y, sin embargo, el estilo de cada director
cómo hace que cambie una obra. A la obra del músico original se
superponen las interpretaciones de los músicos-directores. Sin
duda, la misma obra no es escuchada de la misma manera por un
oyente hoy que dentro de un año. Hay una interpretación de los
músicos que tocan los instrumentos. Hay otra interpretación
interior del que escucha. Incluso el oyente un día puede estar más
afinado y otro menos. Un día se interpreta dentro de nuestra mente
con mayor profundidad y otro día con más superficialidad.
144
Pero con independencia de los intérpretes exteriores
(músicos) e interiores (oyentes) la música de Bach es, en mi
opinión, la culminación de toda la música universal.
La obra de Bach es un mundo. Un mundo que un ser humano
podrá recorrer una y varias veces, pero que difícilmente una pobre
mente humana podrá recordar dada su extensión y complejidad. Y
así, una y otra vez, encontrará en ese mar de música una y otra
partitura que había olvidado, magistral, suprema, con notas que
parecen bajadas del mismo cielo.
Bach ha triunfado. Ha triunfado todo lo que puede triunfar un
compositor. Las masas seguirán su deriva hacia los mil sencillos
abrevaderos musicales del ancho mundo. Pero el triunfo de Bach
es su obra, su propia obra es su triunfo. Es el músico que está por
encima de la capacidad de sus oyentes para valorar lo que está
escrito en esas partituras.
Cada vez que el mundo me hace perder la ilusión, cada vez
que compruebo el triunfo de la mediocridad, solo tengo que
escuchar a Bach: sus fugas contienen un soplo que proviene de las
regiones más altas. Sus partituras son vasijas de alabastro donde se
contiene un perfume de nardo que no es de este mundo.
Esa música es la prueba de que el hombre con la ayuda de
Dios puede sobreponerse a toda ruindad y triunfar contra todo
desánimo. He mencionado la ayuda de Dios, porque esas polifonías
de voces de órgano, esas líneas melódicas de sus orquestas, son
incomprensibles sin Dios. El tema de sus composiciones está
basado en Dios, sostenido en Él y tendiendo a Él. El Creador forma
parte de su música, tanto como las notas que se organizan alrededor
de ese gran objeto central que es el Dios del Antiguo y Nuevo
Testamento.
145
Desde luego, estar en una catedral gótica y escuchar en mitad
de la celebración una pieza de órgano de este autor es algo que me
emociona. En esos momentos, en mi alma se produce una unión
entre liturgia, música y oración que resulta difícil expresar con
palabras. No es lo mismo escuchar esas obras en un salón de
conciertos que en mitad de un acto de adoración colectivo en medio
del incienso con todos los presentes uniéndose de corazón al
mensaje de esos acordes. No es lo mismo escuchar esos mismos
acordes en la soledad de una catedral, bajo la penumbra de sus
bóvedas. Hay obras de este músico que por su fuerza e inherente
carácter coral se realzan en la celebración colectiva; otras
composiciones se valoran mejor en la soledad del templo.
Y, realmente, se precisa de tiempo y soledad, porque la
música de Bach es de una increíble complejidad. Un profesor
universitario me hizo notar una mínima disonancia en la Misa en si
menor, justo cuando las voces cantan el crucifixus. Y realmente
está ahí: una disonancia buscada a propósito, pequeña, genial. Es
increíble como una determinada nota puede crear esa emoción
trágica, una simple nota. Jamás hubiera reparado en un matiz tan
mínimo sin la ayuda de este profesor. Uno se fija en el conjunto, en
el flujo de la armonía, en la impresión que le produce. Solo un gran
experto es capaz de afinar el análisis hasta el punto de mirar con
lupa un minúsculo modelado en una veta del mármol. Con razón le
pude escribir a este amigo: No tengo la menor duda de que te has
sumergido en esa música completamente. No sé cuántos allí la
habrán vivido como tú.
Bach dotó a los versos previos a la Crucifixión de un tono de
suspense, de lentitud, de tragedia que se anuncia, de que algo
grande iba a suceder. Después, a partir del crucifixus la partitura,
en verdad, llora serenamente. A mi amigo le escribí al día siguiente:
En las partituras de Bach he sido testigo de cómo el Bien y el Mal
se enfrentaban... y Jesucristo, Rey de reyes, salía vencedor.
146
En un momento dado, Dios quiso hacer un regalo a los
hombres, e hizo surgir a Bach. Fue simplemente eso, un regalo.
147
21. La necesidad de racionalizar el
flujo migratorio a Europa Una sugerencia acerca de cómo organizar el fenómeno de la
inmigración cuando ésta se convierte en un fenómeno masivo
ENTRE MIS CONVICCIONES está el que todo ser humano debería
poder trasladarse adonde quisiera para vivir o trabajar. El Mundo
como casa común. La Humanidad entera como la familia de los
seres humanos. Me gustaría pensar que el futuro, aunque no se
tratase de un futuro cercano, fuera el de un planeta en el que las
divisiones entre países serán meras líneas administrativas. Hoy día
soy muy escéptico respecto a esa posibilidad. Los pequeños y
grandes egoísmos entreveo que seguirán siendo patrimonio de la
futura Humanidad. Pero, sea de lo fuere del porvenir, hoy por hoy,
la solución a los problemas de hoy deben partir de una visión
realista de las cosas. Escribo este artículo en Europa, en el año
2016, cuando la inmigración a este continente ha sido masiva a
causa del conflicto sirio.
No es la misma emergencia atender a sirios que huyen
aterrorizados del Estado Islámico que a un subsahariano que desea,
con toda razón, una vida mejor. La primera emergencia sin duda
tiene el carácter de una urgencia humanitaria. Pero la segunda, la
económica, no es despreciable ni mucho menos. No necesito
mucho esfuerzo para ponerme en la piel de esas pobres personas:
yo huiría como los sirios y también trataría de buscar una vida
148
mejor como tantos africanos que vienen de países en guerra. Es
decir, haría lo mismo que ellos si hubiera nacido en el lugar que
ellos nacieron. Nacer en un lugar o en otro es algo meramente
aleatorio. ¿Por qué un ser humano, por haber nacido en un sitio,
tiene derecho a tanto? ¿Y otro, por haber nacido más al sur, no?
Ante el problema de cientos de miles de personas
agolpándose ante las alambradas de Hungría, un ayuntamiento de
España ofreció su polideportivo para hospedar a refugiados. Hubo
también algunas familias que ofrecieron una habitación de sus
casas. La familia ofrece su habitación y seguro que también su
comida. Pero cuando se ponga enfermo cualquiera de esos
inmigrantes, será el sistema público el que pagará su asistencia.
En un país como España, donde el paro es del 19,5% de la
población activa, las posibilidades de que un individuo
subsahariano sin formación profesional encuentre empleo es nula.
Los inmigrantes que vengan a España en esas condiciones son
personas sin ninguna perspectiva de trabajo.
Si una familia acoge a unos inmigrantes y es la familia que
acoge la que se queda sin trabajo, será el sistema público el que
pagará su renta de supervivencia. Lo mismo sucede con un largo
etcétera de sumandos que van engrosando las cuentas del débito de
cualquier Estado. Tal realidad insoslayable la gente que ofrece su
habitación o el ayuntamiento que ofrece su polideportivo no lo
tienen en cuenta, y lo comprendo. Pero la comida y un techo para
los inmigrantes es lo más barato de organizar para cualquier
gobierno. Organizado al modo de un cuartel no sería
excesivamente caro. Son los otros sumandos en el lado del debe los
que no son tan fáciles de sufragar. Sumandos negativos sin
perspectivas de que en países como España salgan de la columna
del débito ni siquiera a medio plazo.
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Un refugiado (africano o sirio) sin formación en un país sin
trabajo no tiene esperanza de encontrar trabajo. ¿Esa familia está
dispuesta a acoger a esa persona durante cinco o diez años? ¿Y
después? No quiero parecer cruel, pero esto no es una cuestión de
generosidad personal, sino un problema de Estado.
Pero el problema no acaba allí. Dado el índice de crecimiento
de la inmigración ilegal, dentro de dos años van a ser cinco
millones de inmigrantes más que los de este año los que llamen a
las puertas de Europa. Y dentro de cuatro años pueden ser veinte
millones más. El efecto llamada no es un mito que se ha inventado
algún intelectual malvado. No son egoístas mentes retorcidas las
que llevan observando con preocupación las gráficas del índice de
incremento de la inmigración ilegal. Europa tiene 72 millones de
inmigrantes. La Unión Europea cuenta con 507 millones de
habitantes.
Los que alegan que el Estado no puede asumir el número
creciente de inmigrantes que recibe Europa tienen razón. Este
fenómeno como realidad masiva solo ha hecho que comenzar.
Cada año el número crece y resulta evidente que va a seguir
aumentando, con guerra en Siria o sin ella.
¿Somos conscientes de que se está formando un verdadero
tsunami humano, aunque solo sea por huir de la pobreza? Ese
tsunami no se arreglará abriendo el polideportivo o la puerta de la
casa. Hay que empezar a pensar en soluciones a largo plazo.
Soluciones justas y humanas, pero realistas. Si voy a exponer las
cosas con una cierta crudeza, es porque es el único modo de buscar
una solución duradera. Hasta que no entendamos la magnitud del
problema al que podemos enfrentarnos en simplemente cinco o
siete años, no vamos a ponernos manos a la obra para hacer algo
150
que no se reduzca a poner parches a la situación. Las estrategias
que deberíamos tomar deberían estar a la medida del problema que
intentan solucionar; y estamos hablando de un millón de personas
que han solicitado asilo político en la Unión Europea en 2015.
Si seguimos buscando soluciones provisionales, únicamente
hay dos escenarios delante de nosotros: El primer escenario es
introducir a los millones de inmigrantes en las ciudades europeas
aumentando, año tras año, una bolsa de paro, miseria y
criminalidad sin perspectivas de solución. Sin ninguna duda, eso
significará el triunfo de partidos xenófobos y extremistas. El auge
de los partidos más radicales será imparable. Se irán haciendo con
el poder, país tras país. Europa cambiará su espíritu y los
extranjeros serán vistos como los culpables de todo. Las tensiones
que provocará esto dentro de cada nación serán cada vez más
lamentables.
El segundo escenario será consecuencia inevitable del
primero, lo alcanzaremos cuando el punto de saturación del
electorado europeo sea tal que se clausuren los límites de Europa
de forma absoluta. Es de esperar que las escenas que hemos visto,
tantos años, en las vallas de Melilla serán diarias, pero esta vez van
a ser muchos más miles de personas los que se agolpen ante las
vallas. Las escenas de los desembarcos en las playas de Grecia y
otros países costeros se convertirán en algo continuo y masivo.
Cuando el electorado europeo esté convencido de que la
marea humana de la inmigración masiva es imposible de
administrar, la opinión pública estará dispuesta a aceptar escenas
lamentables de represión violenta en sus fronteras. Ahora no, pero
dentro de unos años sí. Entonces ya sí que no se producirá ningún
clamor, aunque la brutalidad necesaria para contener a la masa
humana en esas barreras fronterizas será creciente. Es de esperar
que este segundo escenario provocará escenas de asaltos casi
151
medievales en lugares como Melilla, Ceuta y algunas costas del
Mediterráneo.
Este camino de la clausura solo es practicable de forma
parcial. Algunos vendrán en barca y no llevarán documentos para
repatriarlos ni habrá países que los reciban: serán sujetos
totalmente irrepatriables. Los países de los que partieron sus
embarcaciones no querrán saber nada de ellos, a menos que se
pague millonarias cantidades a sus corruptos gobiernos. Otros
inmigrantes, millones cada año, entrarán como turistas, pero
vendrán para quedarse. El camino de la clausura, como se ve, es de
efectividad limitada.
¿Solo hay estas dos posibilidades? Pienso que hay una tercera
vía que ni es una solución, propiamente dicha, ni va a entusiasmar
a nadie, ni a mí que la propongo. Pero que, al menos, es la única
posibilidad de poner algo de orden en esta situación.
Antes de nada, hay que decir que a los refugiados sirios hay
que buscarles una solución ya. Y eso implica su admisión
inmediata a través de cuotas. No pueden esperar a que se lleven a
cabo soluciones europeas a largo plazo. Ellos no son culpables de
que los gobernantes durante años hayan repetido que habría que
hacer algo sin hacer nada.
Pero mientras se soluciona, mejor dicho, mientras se pone un
parche al problema que hay ahora, ya hay que ponerse manos a la
obra en algo más a largo plazo. La tercera vía que propongo es algo
a medio camino entre abrir las fronteras y seguir con el sistema de
cuotas, o cerrar las fronteras y no admitir a nadie.
En esta tercera vía, lo primero sería reconocer que zonas del
norte de Irak y Siria hace ya mucho que no funcionan realmente
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como un Estado. Irak, como en la zona ISIS no hay petróleo, no
tiene interés en conquistarlo. La dictadura siria ya no cuenta con
fuerzas para hacerlo, bastante hace con apuntalarse a sí misma. En
esas zonas de Irak y Siria no hay un Estado, sino la falta de poder
que realmente ejerza autoridad alguna. La solución estaría en que
la ONU estableciera allí un protectorado bajo bandera y
administración de la Unión Europea.
Habría que tomar esas zonas por la fuerza sin devolverlas a
Badgad. El riquísimo régimen iraquí con su corrupta inactividad ha
perdido cualquier legitimidad sobre esas tierras. Ha demostrado
que mientras no se dañaran sus ingresos por los pozos de petróleo,
al gobierno no le importaba nada la vida de millones de seres
humanos abandonados a la más extrema barbarie. Escribo en el año
2016, las cosas pueden cambiar en los próximos años. Aquí
menciono Irak, pero puede ser otro el emplazamiento para ese
protectorado. Para que el proyecto comenzase a andar, sería más
que suficiente contar con 100 kms. cuadrados. Eso es un cuadrado
de 10 kms. de lado. No es mucho en esas extensiones desérticas
deshabitadas.
Reconozco que el tema de crear un protectorado fuera de la
Unión Europea es realmente problemático para el país en cuestión,
sea el que sea. Lo normal será que el país, por mal que esté, por
pobre que sea, haya hecho la dejación de funciones que haya hecho,
jamás acepte una intrusión de este tipo que mengüe su integridad
territorial. Pero voy a proseguir hablando del protectorado aquí en
el artículo y solo al final trataré la cuestión de las alternativas
territoriales a un modelo como el aquí planteado.
Una vez establecido ese protectorado (en Irak o donde se vea
conveniente y se pueda) con mandato de la ONU, pero que estaría
bajo bandera de la Unión Europea, un protectorado para bien de la
Humanidad. En ese territorio es donde se construirían campos de
153
refugiados para inmigrantes. Dado que no se puede consentir el
tráfico humano de la inmigración ilegal administrada por las
mafias, ni tampoco se pueden detener esas masas en las fronteras
como si fuera el muro de una fortaleza en tiempos de Enrique II
Plantagenet, lo mejor es construir campos de refugiados.
El único modo de acabar con esta situación es que todo
inmigrante ilegal en la Unión Europa, una vez detectado, fuera
derivado a ese protectorado de forma automática. Allí la Unión se
encargaría de construir lugares de espera lo más razonables que sea
posible. Por supuesto que el que quisiera regresar a su propio país
de origen lo podría hacer en cualquier momento. Allí nadie estará
detenido.
Toda inmigración legal hacia Europa deberá partir de ese
protectorado, siguiendo para crear ese flujo de entrada los criterios
más justos y racionales posibles. Cualquiera que entrase de forma
ilegal sería enviado allí si no es posible devolverlo a su país. La
policía revisaría de forma regular los visados de los no nacionales
para cortar de raíz el incumplimiento de la ley respecto a la
inmigración.
Mientras tanto, los acogidos en esos campos podrían recibir
algún tipo de estudios: preparación para un futuro trabajo,
formación humanística, algunos se limitarían a aprender a leer y
escribir.
Los grandes millonarios europeos, la Unión Europea, las
fundaciones filantrópicas tratarían de establecer allí algunas
industrias. Al principio, industrias sencillas de carácter utilitario:
para producir lo que allí se precisa. Parte de ese carácter utilitario
estaría no tanto en producir un producto competitivo a nivel
internacional, sino en ofrecer un trabajo a las personas que viven
en esos enclaves humanos. Si se logra que, al menos, un 30% de la
154
población pueda trabajar tres o cuatro horas diarias ya sería un
éxito.
En un segundo momento, sí que puede haber industrias de
capital europeo que realmente sean competitivas en el mercado de
la Unión. No debería ser difícil con una mano de obra tan barata.
Los beneficios de esas pequeñas industrias se invertirían en
aumentar el bienestar de la gente que vive en ese territorio. Si esas
industrias son creadas por fundaciones, los beneficios se podrían
reinvertir continuamente en pro de esa gente.
Sería como construir una pequeña China en Medio Oriente.
Una gran factoría de mano de obra barata para las empresas
europeas. Pero cuyo fin no sería el lucro personal, sino el beneficio
de esa masa de gente. Sin duda, esos campos irían evolucionando
en pequeñas poblaciones paulatinamente.
Cada año, la Unión Europea determinaría qué cantidad de
millones de inmigrantes puede asumir dentro de sus fronteras.
Además, podría elegir a los más adecuados dentro de ese
protectorado: bien por razones de humanidad, bien por razones de
menor coste social para el país receptor, bien una mezcla de ambas.
Todo este sistema supone algo parecido a crear una presa que frene
una riada. Supone crear un lugar de espera lo más humano posible.
Supone, desde el primer momento, ofrecer un techo y un cierto
nivel rudimentario de sanidad a aquellos que llegan sin nada
huyendo del terror; terror al ISIS ahora, de futuras matanzas en
otros lugares en el futuro. Y así la población europea tendrá la
sensación, verdadera, de que se ha racionalizado la entrada de
inmigrantes.
Frente a la imagen de la toma por asalto, psicológicamente
muy desestabilizadora para la población de cualquier país, frente a
155
la idea de invasión, se tendrá la sensación de haber creado una presa
de contención que controla el flujo de entrada de agua.
Al exponer esta tercera vía, doy por supuesto que la palabra
que vendrá a la mente de muchos será la de que se estaría creando
con ello un territorio sembrado de campos de concentración. Nada
más lejos de la realidad. La permanencia allí será voluntaria. Eso
sí, sabrán que no hay otro modo de entrar en Europa.
Esta propuesta puede parecer poco estética. Pero recordemos
que la primera vía, la de la aceptación de todos los inmigrantes por
vía de cuotas, tiene sus años contados. La segunda vía, la de la
férrea clausura, será más cruel que la que propongo.
Por evitar esa asociación de ideas, la de los campos de
concentración, no podemos dejar abandonados a esos millones de
personas. No es lo mismo un campo de refugiados (por masivo que
sea) que un campo de concentración. Para empezar, insisto, porque
el que quiera se puede marchar. En el protectorado, nadie estará
retenido a la fuerza.
Un territorio no autónomo como el que estoy describiendo no
me satisface enteramente. Tampoco dejo de ver los peligros en que
puede caer un proyecto como éste. Pero aquí se trata de escoger la
solución menos mala que sea realizable. No de escoger la mejor
solución posible en el País de las Maravillas.
Por supuesto que si no hacemos nada, nadie será criticado por
crear un régimen territorial que trae asociaciones mentales tan
terribles. Pero por el bien de esa gente pobre y que no tiene nada,
hay que hacer algo. Y no se me ocurre nada mejor que lo aquí
expuesto.
No lo dudemos, si Europa sigue admitiendo un flujo de gente
sin control y creciente, el resultado será el cierre hermético de sus
156
fronteras en pocos años. Y Europa habrá dado un giro político hacia
el extremismo, hacia la xenofobia. Mi solución no es agradable,
pero es la mejor, dadas las circunstancias. Como dije, la primera
vía tiene un recorrido limitado y la segunda es cruel.
Esos campos no pueden situarse en Europa, porque eso
significaría que no podrían salir de los campos. Ya que si salieran,
no regresarían. A nadie, estoy seguro, le gusta vivir en un campo
de refugiados si puede vivir en medio de una ciudad europea.
El protectorado no sería un Estado, tampoco sería un mero
territorio tutelado en el que sus habitantes gozaran de autonomía,
sino que sería un protectorado férreamente militarizado y dotado
de unas numerosas fuerzas policiales. A nadie se le escapa que un
lugar de acogida para millones de personas bajo estas condiciones
será un cóctel explosivo. El que no aceptara las reglas del
protectorado sería expulsado. Por supuesto que existirían cárceles
y su propio sistema de justicia. Este lugar solo se mantendrá con
una disciplina inflexible que se haga respetar por la fuerza.
Se podría favorecer, si la existencia de agua lo posibilita, la
creación de grandes campos agrícolas sin intervención de
maquinaria. Campos que requieran mucha mano de obra, dado que
el beneficio de esta agricultura no sería tanto la producción, como
el hacer sentirse útiles a todas esas personas. En un primer
momento hay que lograr construir un entorno adecuado: y eso
requiere buscar labores a los residentes. Después, en un segundo
momento, se puede pensar en producir algo económicamente
competitivo fuera del protectorado.
Esos campos de refugiados podrían estar en Europa solo con
dos condiciones: Primera condición, si aceptamos que haya
industrias junto a esos campos que tengan un marco regulatorio
laboral totalmente sui generis. Y, segunda condición, si los
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refugiados no pueden salir de los campos. Si vagasen libremente
por las ciudades de la Unión, pasarían a depender de los servicios
sanitarios, sociales, etc de los Estados de la Unión, que es
precisamente lo que hay que evitar si no queremos una inexorable
reacción totalmente radical de la población. Estas dos condiciones
hacen que los campos de refugiados en Europa sí que sean algo más
parecido a prisiones. Los refugiados, al menos, podrán moverse por
el protectorado. No se tendrá una tan acusada sensación de
encerramiento, como sí que la tendrían si esos campos radicasen en
Europa.
Eso sí, con el tiempo, se puede formar un sistema mixto con
la mayoría de campos de refugiados en el protectorado, pero con
algunos pocos radicados en suelo europeo. Se podría articular
como un sistema por pasos en el que el inmigrante primero entra
en los campos de los recién llegados. Después, en un segundo paso,
se integra como trabajador en el protectorado. En un tercer paso,
ya trabaja en un campo de refugiados radicado en suelo europeo. Y
en un cuarto paso queda admitido como residente en la Unión.
Los campos del protectorado serían de más larga duración,
los campos en suelo de la Unión Europea serían para aquellos que
ya van a ser los primeros en recibir la visa de entrada. Esto
permitiría colocar junto a esos campos industria mucho más valiosa
y compleja que la que se podría instalar en el protectorado, ya que
éste sería un lugar más inseguro para colocar industrias de alta
tecnología.
De esta manera, el inmigrante en vez de ser visto como un
gasto económico, sería visto, incluso, como una fuerza productiva
que colabora al sostenimiento del Estado. Este sistema puede dar
lugar a abusos. Pero la actual forma de afrontar el problema solo
lleva al ciudadano nativo a ver al recién llegado como un gasto y al
perjuicio del inmigrante que, en el futuro, solo se encontrará con
158
un sistema de fronteras férreamente clausurado y con xenófobos
detrás de esas fronteras.
Si el sistema acabara siendo mixto (campos en el protectorado
y campos en suelo europeo), la población del protectorado también
acabaría siendo mixta. Unos serían recién llegados que reciben
educación esencial. Otros serían antiguos inmigrantes que trabajan
y que llevan una vida digna en ese territorio, pero que están a la
espera de su traslado a Europa. Y, por fin, habría un tercer grupo
de inmigrantes que llevasen mucho tiempo en el protectorado, que
ejerciesen puestos de más responsabilidad y remuneración, y que
ya no quisiesen dejar ese territorio por considerarlo un buen hogar.
Fácilmente, un inmigrante puede pasar en el protectorado tres
o cuatro años antes de ser admitido a los campos de Europa por
algo más de medio año. Hay que entender que la inmigración va a
seguir aumentando en los próximos años. Veo difícil que, al final,
no se esté en esta situación una cifra de años como la que he dicho.
Tampoco la cifra de años será altísima, porque eso desmotivaría a
todos los inmigrantes a venir a Europa. Cuantos más años, más
desmotivación y, por tanto, menor inmigración.
Pero si, a pesar de todo, la inmigración fuera tan alta que
estuviésemos acercándonos a los diez años de residencia previa,
eso no significaría que el sistema no funciona. Pues si la espera
fuese tan alta, eso significaría que la migración ha aumentado en la
misma proporción. En una situación así, peor sería dejar que la
riada humana entrase con libertad en el continente. Un
desbordamiento incontrolado forzaría a las autoridades a tomar la
segunda vía, la de la clausura de fronteras.
Lo que he expuesto algunos lo calificarán de monstruoso,
pero no hay sistema sanguíneo en un cuerpo humano que pueda
159
resistir que se le haga una transfusión que aumente su volumen de
plasma en un 20 o un 30%. Lo mismo pasa con la sociedad. La
sociedad no lo resiste, bien sea por razones económicas o
sociológicas. Lo demás son discursos. La realidad es así, por mal
que suene.
Como ya afirmé en el comienzo de este ensayo, estoy
totalmente a favor de la inmigración incluso por motivos
meramente económicos y hasta simplemente porque a un ser
humano le guste más vivir en un país que en otro. Todo este asunto
debe ser enfocado desde la generosidad. Además, me encantan las
sociedades cosmopolitas, el mestizaje de las culturas. No podemos
cerrar nuestro corazón no solo al sufrimiento ajeno de los sirios ni
tampoco al deseo de una vida mejor que tantos africanos albergan.
Pero precisamente porque deseo el bien para los millones de
seres humanos concretos que se van a agolpar en el limes de nuestro
imperio, ha llegado el momento en el que Occidente debe empezar
a racionalizar una inmigración que va a tener el carácter de una
riada cada vez más caudalosa. El problema no es la inmigración
que ahora tenemos, sino la que podemos tener dentro de una
década, o la que puede haber en caso de una gran conflagración
bélica. O pensamos ahora a largo plazo o vamos a vivir escenas de
emergencia humanitaria terribles unidas al auge de partidos
neonazis cada vez más radicales.
La idea que he expuesto daría tranquilidad a todo un
continente, pues se tendría la sensación de que la Unión controla el
torrente. Todo este asunto de la inmigración, no lo olvidemos, tiene
un componente psicológico muy importante. El sistema propuesto
ofrecería sensación de control y sería verdad. Se seguiría con el
sistema de cupos, pero los estados podrían controlar la gradualidad,
la cantidad y el modo en que entrarían sus futuros habitantes.
Incluso este sistema serviría para cribar a aquellas personas que
160
objetivamente no serían más que un problema en nuestra sociedad:
delincuentes, individuos violentos, fanáticos religiosos. Si a un país
tienen que entrar 50.000 individuos, es preferible primar a aquellos
que van a ser previsiblemente buenos ciudadanos, que no a aquellos
que en los campos han probado ser individuos generadores de
graves problemas.
Cuando en una ciudad se va a producir una riada, lo ideal es
controlarla con uno o varios diques previos. Esas barreras sirven
para detener el primer gran golpe. Después, parado ese primer
momento crítico, el flujo se va controlando. Lo que hay que tener
en cuenta es que la población de ningún país reaccionará de forma
correcta, sino instintiva, ante desembarcos continuos en sus playas
o asaltos a sus vallas.
Por otra parte, el gran problema de la industria europea han
sido los países emergentes del Tercer Mundo: la industria se ha
trasladado a esos países. Este sistema de industria (con mano de
obra nativa y mano de obra inmigrante, con doble estatuto de
trabajadores, con dos sistemas de salarios) ayudaría a suavizar esa
huída de capitales. Tendríamos nuestra pequeña China.
Con esta propuesta se intenta no caer en la inhumanidad de la
extrema derecha ni en la demagogia de la extrema izquierda. Lo
que más me admira de la demagogia es su poco amor por los
números. Si se quiere hacer el bien de un modo realista, no hay otro
camino que el de hacer cuentas.
Hay dos modos de hacer el bien: el de los discursos y el de
los contables. Si alguien me va a ayudar, prefiero que me ayude el
hombre realista con los pies en la tierra, y no el amante de las
teorías y del buenismo. El buenismo siempre se queda sin gasolina
a medio camino, con todos tirados en la cuneta.
161
Mi idea de un protectorado parte del hecho de que, por fin,
hay que ponerse manos a la obra con ISIS. En esa zona de la tierra
hay un problema que alguien tiene que solucionar. Y cuanto más
tardemos, peor. Y hay problemas que solo se arreglan a través de
la fuerza militar. Las fuerzas militares deberían crear allí o en otro
lugar sumido en un caos endémico ese enclave. Si funciona bien,
se podrá hacer más grande. El país donde se asiente el enclave
debería tener interés en ello, porque a cambio de unas zonas
despobladas contará con una zona de crecimiento económico que
irradiará beneficios a la nación. Incluso aunque fueran pequeños
esos beneficios, algo es mejor que nada.
Por otra parte, el establecimiento de ese protectorado urge.
Con todas las monarquías corruptas que hay desde el norte de
África hasta la península arábiga, con tantas naciones de esa región
a punto de explotar, más vale que empecemos a crear la zona que
he descrito en territorio iraquí o donde sea, porque millones de
personas van a necesitar no uno, sino varios de estos enclaves. El
que surjan grandes crisis humanitarias con desplazamientos
masivos es algo que ocurre antes o después, es una cuestión de
mera estadística.
En principio parecería que terreno no va a faltar en el mundo
para asentar estos enclaves: porque desgraciadamente siempre van
a aparecer nuevos lugares donde el Estado ha sucumbido al caos de
forma endémica y su población es asolada por bandoleros. Ahora
mismo hay unas cuantas naciones así en el mundo. Mientras se
ayuda a los seres humanos, se puede establecer un enclave con esta
vocación. Por supuesto que el lugar óptimo para los enclaves sería
el norte de África. Eso abarataría costes y su cercanía permitiría
una mejor supervisión. Pero veo imposible que alguno de esos
países acepte algo así, a menos que las compensaciones fuesen
generosísimas.
162
Estos enclaves podrían ser instaurados por la fuerza allí donde
el caos reina, allí donde un gobierno débil y corrupto lleve años de
total absentismo frente al poder de bandas armadas. Aunque
reconozco que la opción de instaurar por la fuerza estos campos en
un país plantea problemas tan grandes a largo plazo con la nación
receptora, que la opción de crear estos macrocampos en suelo
europeo, puede ser la mejor.
Otra posibilidad será pagar dinero al país receptor de los
campos. Pero veo totalmente inadecuado no solo pagar grandes
sumas a un gobierno, sino cualquier cantidad por pequeña que sea.
Es preferible que ese dinero se invierta en el bienestar de los que
vivan en el protectorado, que no que vaya a bolsillos privados de
gobernantes corruptos. Europa podría cerrar sus fronteras y
defenderlas a sangre y fuego. Si los enclaves del protectorado se
realizan, será por un deseo de ayudar a los desfavorecidos, por un
deseo de humanidad. La intención de Europa en todo esto debe
quedar clara: razones humanitarias y solo humanitarias.
No se debe compensar con ninguna cantidad a ningún
gobierno por razón de estos campos. El dinero que se diera, en el
fondo, significaría sustraerlo a los más pobres que no tienen nada
consigo más que una maleta en el mejor de los casos. Algunas
repúblicas centroasiáticas podrían ser receptivas a este proyecto.
Algunos países tienen más territorio del que sus gobiernos pueden
gestionar.
Mi idea puede parecer fascismo puro y duro, ¿pero qué
hicieron los jesuitas en situaciones de gran peligro?: las
reducciones. Mi proyecto mal realizado daría lugar a una increíble
situación de opresión. Pero si se lleva a cabo bien, sería la solución
óptima para tranquilidad de los europeos y para que los inmigrantes
esperen de un modo digno durante un tiempo. La espera es
necesaria tanto para discernir cuáles son las situaciones más
163
dramáticas, como para no desestabilizar el ecosistema humano de
acogida.
Y encima si ese sistema mixto es productivo, si genera
beneficios, aunque sean pocos, como bien entendieron los jesuitas
con sus reducciones en el siglo XVII, estos campos se convertirán
en germen de ciudades.
Al comienzo, es conveniente que el primer campo sea un
campo de grandes dimensiones, para así poder ofrecer más
servicios y más sensación de amplitud y libertad dentro de él.
Cuanto más centralicemos, mejor podremos ocuparnos de sus
necesidades. Además de que así el campamento ofrecerá un mayor
aspecto de ciudad y no la impresión de ser un mero asentamiento
de angustiosa pequeñez. Un inmenso campamento puede tener
teatros con funciones diarias, así como otros espectáculos públicos.
Aunque las necesidades de seguridad pueden hacer que ese
campo tenga que ser compartimentado y que no todo el mundo
pueda libremente ir de una zona a otra. El mismo protectorado, por
razones de seguridad, es posible que tenga que ser a su vez
compartimentado. Pero eso solo sucederá si no hay otra
posibilidad. Aunque veo difícil que no sea así, porque hay que
contar con la intervención de terroristas, grupos de ladrones, mafias
internas y retos similares.
Ahora, en el año 2016, lo más urgente es resolver los
problemas humanitarios que ya hay: atender a los refugiados que
viven al raso, bajo la lluvia y el frío. Después, en un segundo
momento, con más serenidad, se puede pasar a tomar decisiones
que por su misma naturaleza son más complejas. El primer paso
164
puede ser crear un macrocampo en suelo europeo. Pero si está en
suelo europeo, la tentación de fuga siempre va a ser muy grande.
El campo europeo con que se iniciaran los primeros pasos del
proyecto sí que tendría que estar cerrado. La ventaja de un
protectorado es que los residentes podrían tener movilidad dentro
del amplio territorio del protectorado, así como visitar otros
campos.
Alguien puede pensar que cuanto mayor sea un campo de
refugiados más difícil será mantener el orden en su interior. En
realidad es al revés. Cuanto más pequeño es un campo de acogida,
menos posibilidades se tiene de contar con un gran contingente de
fuerzas de seguridad de reserva para mantener el orden en caso de
de pequeños altercados, o en el caso de un motín más generalizado.
Cuanto más grande es un campo, más esfuerzo se puede dedicar a
su organización, compartimentación y vigilancia, así como a
sanidad o educación.
Los campos pequeños ofrecerán la sensación de ser pequeñas
prisiones, aunque los que vivan allí puedan pasear por alrededor
con total libertad. Mientras que un macrocampo será como una
ciudad, otorgando mayor sensación de libertad, mayor oferta de
posibilidades de desarrollar potencialidades en sus residentes.
Todos los inmigrantes ilegales que se hallasen en suelo
europeo serían enviados de forma inmediata al protectorado, salvo
que quieran regresar a sus países de origen y estos los acepten.
Resulta evidente que estos campos van a suponer la creación de
muchos puestos de trabajo para los parados europeos, aunque solo
sea para mantener la seguridad dentro de ellos. Estamos hablando
de que por cada millón de inmigrantes serán necesarios no menos
de diez mil efectivos.
165
Esto también tiene un aspecto positivo económico. Los
campos pueden convertirse en motores de creación de empleo para
los parados europeos: enviando maestros de educación general,
enfermeros, profesores de oficios, maestros de artesanía, de bellas
artes, creadores de pequeñas industrias no productivas, consejeros,
psicólogos, creadores de espectáculos públicos, como el teatro o
los juegos, u otros que puedan organizar campeonatos deportivos.
Sé que lo que ofrezco con mi solución puede parecer que es
muy poco. Pero si yo fuera un refugiado, preferiría que primero de
todo se preocuparan por ofrecerme un mínimo. Preferiría también
que se tomaran algo de tiempo para tomar una decisión respecto a
mí con serenidad. Como inmigrante siempre me beneficiará la
serenidad, antes que las decisiones tomadas bajo presión social y
con premura de tiempo.
El sistema puede llegar a funcionar lo suficientemente bien
como para convertirse en una solución aceptable tanto para Estados
Unidos como Australia y otros países desarrollados. Quizá un país
como Australia, por razones de lejanía, en vez de crear su propio
protectorado, vea que le interese más llegar a un acuerdo
económico con Europa para usar un protectorado ya existente. Lo
mismo puede pasar con otros países europeos no pertenecientes a
la Unión, pero que tienen inmigración ilegal. Esos países pueden
preferir pagar a la Unión por el uso del sistema.
Démonos cuenta de que el gran problema es que cada vez será
más frecuente que los inmigrantes no puedan ser repatriados,
porque sus países de origen no los admitan, a no ser que se les dé a
sus gobiernos grandes cantidades de dinero.
Es preferible usar esas cantidades de dinero en mejorar de
forma directa la vida de esos inmigrantes en un protectorado, mejor
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que entregárselas a gobiernos carentes de moralidad que no ven en
sus propios ciudadanos huidos otra cosa que no sea una ganancia.
Un último punto a tocar, pero que no deja de tener su
importancia, es que el mandato para crear el protectorado lo ideal
es que se haga bajo la aprobación de las Naciones Unidas. Pero,
después, ese protectorado debe estar bajo bandera de la Unión
Europea. Es la Unión la que debe tener plena autoridad en la
administración de ese territorio. No solo porque ella pondrá el
dinero para empezar el proyecto y mantenerlo. Sino, sobre todo,
porque se necesitará una mano muy fuerte, una autoridad muy
decidida, para mantener el orden en ese lugar. Jamás se podrá llevar
a cabo un proyecto de estas dimensiones si la cuestión de la
autoridad no está perfectamente definida y se tiene una voluntad
muy firme de llevarla adelante.
El mayor problema es que si no se conquista un territorio, por
ejemplo, en manos de terroristas como ISIS, va a ser muy difícil
que un gobierno ceda un terreno para este proyecto, aunque solo
sea por un tiempo. ¿Qué gobierno aceptaría en su territorio un
enclave de cuatro o cinco millones de habitantes? La única solución
sería proponerle a algún presidente africano que Europa le va a
librar militarmente de la guerrilla en una zona de su país, pero que
a cambio debe ceder tal territorio durante cincuenta años. El
cambio sería beneficioso. En manos de una guerrilla, ese territorio
no lo controla y amenaza su poder. En manos de la Unión Europea
el peligro desaparece y puede convertirse en un foco de desarrollo
para la provincia en la que esté situada. Pero reconozco que
encontrar un lugar para el protectorado es el punto más difícil. Lo
normal es que los países no quieran ceder ni un trozo de desierto.
La otra posibilidad es crear esa zona de mandato internacional
en alguna extensión despoblada de Europa. Pero tendría que estar
totalmente cerrada respecto al exterior. Dada la densidad de
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población en el continente europeo, algunos desiertos del interior
de Andalucía serían la mejor opción, frente a terrenos mucho más
fríos como los de Ucrania por ejemplo.
He hablado de campos en el artículo. Pero un inmenso
macrocampo, sin duda, sería la mejor solución: la más económica
de mantener (la concentración de servicios abarataría mucho los
costes), la más segura a nivel de las fuerzas que se podrían
mantener si se concentran en un solo lugar, la que ofrecería mayor
sensación de libertad a los residentes, libertad de movimiento,
libertad para desarrollar sus propias iniciativas y vocaciones. Lo
ideal sería que el macrocampo estuviera rodeado de una gran
extensión de terreno. Por ejemplo, un perímetro cuadrado de 50
kms. por lado. Todo eso daría una mayor sensación de estar en un
pequeño Estado.
Si ese territorio está en suelo europeo, ya no hablaríamos de
protectorado, sino de territorio federal. Un territorio administrado
federalmente por la Unión. Seguiría perteneciendo al Estado
receptor, pero habría un acuerdo que podría renovarse cada
cincuenta años.
Vuelvo a repetir que soy muy consciente del Frankenstein
organizativo que se puede crear con este proyecto. Un planeta en
el que surjan campos y más campos con ciudadanos de masas sin
derechos. Países compartimentados entre ciudadanos de primera y
segunda categoría. Del peligro soy consciente, pero si yo fuera un
inmigrante sirio durmiendo en una sencilla tienda de campaña en
diciembre en Grecia, con mi familia alrededor, pediría que hicieran
algo los gobernantes. El proyecto tiene muchos peligros. Pero la
alternativa es una ley de la selva más cruel.
Ahora mismo, ya hay un cierto número de campos de
refugiados que han funcionado muy bien. No solo eso, en la
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frontera de Kenia y Somalia hay uno que cuenta con 329.000
refugiados. Otro en el este de Chad cuenta con 250.000 refugiados.
Creo que ha llegado el momento de pensar en grandes
macroproyectos para los que no tienen nada.
No hacer nada sí que es un camino hacia el desastre para los
que, en el futuro, vivirán desastres humanitarios y a los que vamos
a abocar a la desesperación ante unas fronteras cerradas. Incluso
sin emergencias humanitarias, Europa no puede asimilar las
consecuencias del efecto llamada que se ha creado. Últimamente
están entrando por los Balcanes incluso inmigrantes de Pakistan y
Afganistan. El buenismo acabará por crear mayor sufrimiento. Es
la hora de tomar alguna medida basada en la racionalidad, y no bajo
el imperio de los sentimientos de la masa.
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22. Un gobierno mundial El ideal de un gobierno de la razón, universal, unitario, que
gobierne una paz y una prosperidad universal
¿CUÁNDO LLEGARÁ EL DÍA en que la Humanidad entera esté libre
y democráticamente unida bajo un gobierno mundial en el que
reine la razón y los mejores sean elegidos para promover el bien
común? Desde luego, eso no lo conoceré en mi vida. Eso ya lo veo
claro. Quizá sea la única cosa clara que veo acerca del futuro.
Lo único evidente a estas alturas de mi vida es que somos
gobernados de un modo ineficiente por personas inadecuadas, y ni
siquiera existe un movimiento intelectual para cambiar esta
situación. Fuera del guión de lo previsible, solo pululan
movimientos revolucionarios que harían retrotraernos varias
generaciones. La revolución que esos grupos pretenden solo nos
brindaría una generación, al menos, de regímenes bolivarianos.
Con lo maravilloso que sería una Humanidad que no
conociera otras divisiones que las meramente administrativas y
todos los hombres nos consideráramos miembros de una gran
familia. Un planeta en el que todos los problemas fueran abordados
desde la más estricta racionalidad.
Un planeta en el que se promoviera la igualdad económica sin
necesidad de quitar nada a nadie. Una sociedad en la que todos
fuéramos cada vez más iguales.
Un planeta en el que las confrontaciones bélicas nacionales
fuesen consideradas locuras de tiempos más primitivos. Un tiempo
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futuro en el que las inmensas fortunas en manos de unos pocos
millonarios fuesen vistas como algo de un supremo mal gusto,
como un egoísmo más propio de urracas acaparadoras que de seres
humanos. Una sociedad en la que no se quitase nada a nadie, pero
donde las grandes fortunas estuvieran socialmente mal vistas.
Un mundo en el que se buscase el bien de todos entre todos.
Una Humanidad en la que, por fin, los problemas se abordasen de
un modo global a largo plazo.
Hoy día los pequeños egoísmos lastran todos los asuntos a
todos los niveles. Los gobernantes no se ponen de acuerdo ni en las
cosas más esenciales, combatiéndose sin piedad y sin decoro.
Cuántas cosas se podrían hacer ya ahora entre todas las naciones,
pero no se hacen. Cuántas cosas se podrían hacer en cada nación,
pero el cortoplazismo las bloquea.
Cuando he escrito acerca de este tema, he sido muy criticado
en la línea de que esto que defendía era un Nuevo Orden Mundial
inhumano y fascista. Pero el ser favorable a un gobierno
democrático mundial no es ser favorable a un fascismo mundial.
Y, por supuesto, no estoy defendiendo que esto se lleve a cabo
a toda velocidad, para que esté en funcionamiento como sea dentro
de diez años. Se trata de un proceso de integración lento que debe
ser hecho con prudencia. Un proceso así es el que se ha llevado en
la Unión Europea. Proceso que no se ha completado y que dista de
ser perfecto, pues ha sido socavado por innumerables pensamientos
provincianos. Con estos mimbres, hasta me admiro de que se haya
conseguido tanto. Sin duda, ha sido la fuerza del ideal la que ha
dado vigor al proyecto, a pesar de reveses como la salida del Reino
Unido.
Un gobierno mundial es simplemente una conveniencia a la
que nos induce la razón. Pero eso no significa ni centralismo, ni
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imposición de una élite sobre la mayoría, ni menos democracia
local o nacional. (Sea dicho de paso, la bandera de la ONU me
parece preciosa, de las más bonitas que existen.) La ONU ha hecho
lo poco que ha podido. Pero el ideal que la inspiró fue grandioso.
Durante una generación ese ideal brilló en los corazones de todos
los intelectuales. Hoy día, no. En el siglo XXI, ha triunfado la
visión del planeta como selva. En un mundo que, cada vez más,
precisa de decisiones y soluciones globales, todo el mundo aspira
a un mezquino sálvese quien pueda.
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José Antonio Fortea Cucurull, nacido en
Barbastro, España, en 1968, es sacerdote y
teólogo especializado en el campo relativo al
demonio, el exorcismo, la posesión y el infierno.
En 1991 finalizó sus estudios de Teología para el
sacerdocio en la Universidad de Navarra. En
1998 se licenció en la especialidad de Historia de
la Iglesia en la Facultad de Teología de Comillas.
Ese año defendió la tesis de licenciatura El
exorcismo en la época actual. En 2015 se
doctoró en el Ateneo Regina Apostolorum de
Roma con la tesis Problemas teológicos de la
práctica del exorcismo.
Pertenece al presbiterio de la diócesis de Alcalá
de Henares (España). Ha escrito distintos títulos
sobre el tema del demonio, pero su obra abarca
otros campos de la Teología. Sus libros han sido
publicados en ocho lenguas.
www.fortea.ws