Post on 24-Mar-2016
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Feria de sensaciones
Índice
Charlatán de feria
La alergia
El cuadro observa
Ernesto y las estrellas
El misterio de Ignacio
El llamado del instinto
El fenómeno
Encuentro a medianoche
El aprendiz
La leyenda de Yafé
La estatua
Dos chusmas
Desayunando entre libros
El entrenador
Tres escenas y una muerte
Cuando el teléfono suena
El bosque
Cuento extraño
El café debe beberse amargo
El final perfecto
Bombas
El incidente
Te atrapé
AGRADECIMIENTOS
Sobre el Professor
Contribuciones especiales
Cuestiones formales
Catálogo
A VALQUIRIA Y VERÓNICA.
DARÍO OLIVA Y ARCADIA.
Demuestre que usted es un autor “inteligente”; en esa forma nadie sabrá que es inteligente de verdad, cosa peligrosísima.
Alberto Laiseca
Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a sacrificarlas al texto ‘original’ y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación…
Jorge Luis Borges
Charlatán de feria Ever el duende abre su puesto en la feria. Acomoda el
botín de la última noche (varios micro–relatos) en los estantes.
Quita los títulos y los cambia por etiquetas de género. Lleva por
ojos dos cruces y su sonrisa tiene los dientes más blancos que
cualquier otro duende.
Tose un poco para aclarar la garganta, se acomoda las
mangas de la camisa a rayas rojas y blancas, y agita el bastón en
el aire mientras dice:
¡Pasen, pasen y lean!
Sueños de magia,
hombres que alcanzan la gloria,
pesadillas echas realidad.
¡Pasen señores pasen!
Conozcan los retratos de la locura,
leyendas del pasado,
y encuentros sobre naturales.
¡Adelante, lean… vamos!
Los juegos de la imaginación,
tiernas aproximaciones al amor,
he aquí los relatos perdidos del profesor.
¡Lean, lean, rápido!
Antes de que el autor,
los encuentre…
La alergia Me pincharon el brazo, me dieron pastillas y jarabe...
Ofertón! Todo por brote alérgico... Salir de un capítulo para
entrar en otro... así es la vida como una novela o un cuento largo
si se quiere.
En este capítulo tenemos a un escritor principiante que se
encuentra con picazón; la noche que transcurre se torna
insoportable; el ardor lo lleva al límite: El esfuerzo mental que
representa mantenerse cuerdo durante las horas en que su familia
está despierta y a la vez, esconder su locura, va a romperse. La
picazón se transforma en nervios; los nervios afectan al control.
Nuestro Antihéroe sale a las 3 de la mañana en una
bicicleta violeta hacia el hospital de día Yohana Austral. Son 8
cuadras de viaje; en el transcurso sus brazos, piernas, torso,
caderas y cuellos, son invadidos por ejércitos de hormigas
inexistentes. Ellas recorren cada porción de su masacrada piel y
la hacen una obra arte: la pintan de colorado entremezclado con
rosa.
Al llegar al hospital, se encuentra con el sereno y le
comunica que no tienen servicio de guardia.
El regreso adquiere carácter de interminable y los minutos
que lo separan, desatan una guerra mundial (suponiendo que
cada cuerpo es un mundo).
Ya en su hogar se acuesta. Intenta dormir, no lo consigue.
Da vueltas y termina por agarrar un libro, al cabo de media
hora… ¡lo devora!
Entra en un estado en donde los ojos le pesan, siente
fatiga; su cuerpo late o al menos eso piensa, libra una batalla
contra sus deseos de rascarse. Siendo las 6 de la mañana se
levanta, toma un café y lee un poco de Stephen King. Su novia
se levanta y le dice que vaya al médico, la locura asoma y
accede.
Se duerme y no acude hasta el mediodía. La espera de ser
llamado al consultorio es intolerable en exceso, la picazón es el
peor castigo posible, y sus manos se debaten entre no rascar,
moverse con aire nervioso y golpear las paredes. Por fortuna
tiene el segundo turno y lo llaman: Pastillas, jarabe y pincharle
el brazo, esa es la fórmula, ese el tratamiento.
La locura bajo control y el escritor escribe un relato
similar a este.
El cuadro observa Me desperté, la niña dormía en el regazo maternal.
Siempre las veo a madre e hija, Verónica y Valquiria en la
misma habitación, cada día, cada hora. Reposan en el suave sofá
donde la niña se siente entre nubes de almidón y la madre con la
mirada engolosinada, le cuenta historias y acaricia los inocentes
hilares castaños.
Esperan el regreso del padre. Desde el ventanal pueden
ver asomarse el carruaje negro entre los árboles, con el ocaso de
fondo que inunda de matices y atraviesa el rectángulo del
ventanal. Esta vez el cuento ya empezó y casi no puedo
escucharlas; sus palabras brotan como susurros. Si no estuviera
presa entre estos cuatro barrotes, me acercaría.
En lo profundo asoma el carruaje, las damas se alegran, la
pequeña se incorpora de un salto y corre al patio. La madre se
pone de pie, alisa el vestido con las manos y da unos pasos. Me
dirige una mirada y se acerca, endereza mi marco y sale a recibir
a su esposo.
Ernesto y las estrellas Ernesto y yo salimos del pueblo porque el Intendente
Zafallardi nos contrató pa’ levantar un molino que se había
caído.
–Pobre molino –dijo Ernesto al Intendente.
En el campo nos tocó un sol, que el mismísimo diablo
habría sudado como puerco, pero nos aguantamo’ como bien
machos que somos, gracias al estanque de al lado de las patas del
molino.
A la noche prendimos juego y cociné guiso de fideos con
pollo, acompañado por un tinto. Es cierto, comimo’ a lo pichicho
prestado.
Yo me eché panza arriba, mientras el Ernesto afinaba la
viola y se disponía a cantar una cueca. Se puso a ladrar: “las
estrellas…” y las miré. ¡Pucha, qué linda noche, majestuoso lo
que hizo el padrecito divino con tantas luces! ; y el Ernesto
seguía ladrando, ladrando y más ladridos…
–¡Cerrá el buche, bicho fiero! –le increpé– Te doy una
estrella pa’ que te callés.
El Ernesto dijo “bueno”, así que estiré el brazo a la noche,
agarré una estrella más chiquita que una bolita lechera, la bajé y
se la di al cantor.
Pucha que hizo caso, soltó la viola y se durmió.
El misterio de Ignacio En el sur las noches son más largas en invierno, por eso
nuestros días de clase empiezan y terminan de noche.
Ignacio enfermó y faltó por varios días. Es feo, o al
menos eso dicen las mujeres. Tiene una verruga con pelos en
medio de la frente, como si fuera el cuerno de unicornio.
Cuando volvió parecía distinto y lo era: el frágil e
inseguro se transformó. Se creía Brad Pitt o Juan Darthés. Me
dijo: “voy a salir con la Cecilia”. “Vos perdiste la cabeza”
respondí incrédulo. Cecilia es una rubia despampanante y muy
inteligente, en otras palabras, fuera de su alcance.
Al día siguiente estaban los dos de la mano. Una cosa de
locos y más aún, porque salieron tres días y después él la dejó.
Entonces el tumbado se fijó en la Laura –morocha, misma
categoría que Ceci–, y también salió con ella una semana y la
dejó.
Así siguió con Martha y Gervasia –las dos a la vez– que
luego terminaroncon el “efecto Ignacio”: las ex enfermaron;
primero palidecían, perdían muchísimo peso y caían en cama.
Todo muy extraño, como una especie de epidemia.
Creo que fui el primero en darme cuenta. En esos
tiempos, la tele transmitía mucho Scooby–Doo, quien en gran
medida me influenció.
Decidido entonces a resolver “el misterio de Ignacio”,
entrevisté una a una a las convalecientes.
Pero nada raro: besos, caricias, tomarse la mano y una
foto; más tarde cortaba la relación. Volví a mi casa sin nada.
Soñé con Ignacio que se sacaba fotos con las chicas y después
las dejaba.
No sé por qué pero ese tramo giraba en torno a la cámara.
Desperté con la sensación de que no cerraba algo. En la mañana
hablé con ellas. Les pregunté: “¿Exactamente en qué momento
cortó con vos?”; a lo que respondían “después de la foto con la
cámara rara”. Me la describieron como una polaroid, las cámaras
instantáneas. Ahora tenía una pista. Restaba ir a la casa de
Ignacio.
En lo más alejado de la cordillera, ahí se levantaba su
ranchito. Aplaudí y salió su mamá.
–Hola Doñita, ¿puedo hacerle unas preguntitas sobre el
Ignacio?
La señora se echó a llorar y se metió adentro. Al rato salió
el padre:
–¿Qué querés pingo?
–Hablar del Ignacio, ¿Por qué anda muy raro?
–M’hijo está enterra’o, se lo llevó la hepatiti’ A.
El padre decía la verdad por las lágrimas que se
escabullían, pero entonces ¿quién era el que se hacía pasar por
Ignacio?
El lunes en la escuela quedé sorprendido y atemorizado
por verlo a él con mi hermana. Ella no era una chinita fiera pero
tampoco linda como las ex de él.
Le advertí a mi hermana de la cámara, cuando me acerque
a saludarla.
Los seguí e Ignacio intentó sacar la foto; mi hermana
puso el grito en el aire. Aparecí de atrás y lo tumbé. Puse mi
humanidad encima, pero me tiró al diablo. Su cara se hinchó y
de su boca emergieron colmillos; estaba a punto de morderme
cuando mi hermana lo amenazó. Sostenía una piedra grande
encima de la cámara. Él dijo: “si me la das, no les hago nada y
me voy”. “¡Rompela! ” grité. El espectro de Ignacio se retorció,
se prendió fuego y en menos de un minuto se redujo a cenizas.
Por suerte hoy, al momento de escribir esto, las ex están
mejor y la Laura estaba tan agradecida que ahora es mi novia.
Igual no me explico cómo engordaron tan rápido, pareciera que
están… embarazadas…
El llamado del instinto Lobo camina por la nieve. La tormenta cae leve sobre él.
Sigue un rastro de sangre que lo cautivó; despertó la sed de
carne fresca, la sed de desgarrar. El más elemental llamado del
instinto.
El rastro lo llevó hasta un árbol, en él se postra Cuervo.
Lobo aúlla y Cuervo grazna, se estudian. De lo profundo del
bosque se escucha un disparo. Lobo alcanza a esquivarlo y
entiende quien hirió a Cuervo. Sale al trote, en busca del
humano. Lo acecha sabiendo lo peligroso que es este tipo de
animal. El arma dispara hasta que agota las municiones. Lobo
ataca y le zampa sus garras sedientas de carne, Cuervo se lanza
en picada directo a la cara. Los ojos son el suculento manjar que
despedazara con su pico. El hombre intenta defenderse pero no
puede luchar con el instinto que emana de lo profundo del alma.
Saciados del cuerpo sabroso de quien come por gula y
mata por deporte.
Cuervo anida en el lomo de Lobo y ambos, bajo la
tormenta de nieve, caminan el ocaso.
El fenómeno Hay un fenómeno de difícil explicación. Sucede una vez
por centuria.
Cuando lo hace: el bosque enmudece, los pájaros se
detienen, los ríos cambian de sentido y las hojas caídas vuelven
a sus ramas. El cielo se alegra tanto, que llueve. Las piedras se
esponjan y la luna danza un vals con el sol.
Semejante hecho sobrenatural nace profundo de tu
garganta y se escapa de las teclas de tu boca. Se mece por el aire,
llega a mis oídos, viaja por mi cuerpo y anida en mi corazón.
Encuentro a medianoche Los engendros del caos se reúnen en ronda. Vitorean los
sucesos devastadores de la inminente guerra entre Patagonia y
Caxinki por el hielo.
Inundan de carcajadas la noche… les divierte ver que la
realidad pronto se verá reducida a la nada. Eso quieren, CAOS.
–Donde mueren las luces –exclama una voz y destroza las
risas.
Los engendros lo observan, se lee miedo en sus ojos,
credulidad.
El capitán de las sombras, el que tomó por asalto La
Capital, los mira con desprecio.
–Donde el caos prevalece encerrado. Allí donde quieren
gobernar –y señala a Renacentía– les será imposible.
Los engendros del caos desaparecen en el alba. Hoy la
guerra empieza.
El aprendiz Observa obras de arte anonadado. A los pocos minutos
siente un toqueteo en el hombro. Se voltea.
–¡Buuuuuu! –dijo en tono de broma, al que casi le
provoca un paro cardiaco– ¿Se asustó?
–No, cómo me voy a asustar –respondió con sarcasmo.
–Disculpe. Soy un ilusionista en entrenamiento y vengo a
este lugar a practicar.
–¡Ah, no! ¿Y a usted le parece bonito andar por allí
asustando a la gente?
–No, no me parece nada bonito, pero nadie se presta a
ello.
–¿Por qué me asustó?
–Porque lo único que tengo es esto. Disculpe no lo voy a
volver a molestar –desapareció y esta vez, no volvió.
La leyenda de Yafé Hace años trabajaba en la envasadora de Aguas del Norte.
Las personas metían cualquier cosa dentro de los bidones de
agua vacíos: lápices, piedras, autitos de juguete, relojes,
auriculares, etc. Lo más curioso que encontré fue una hoja, la
que reproduzco a continuación:
"En los tiempos antiguos, Miguel se elevó a los cielos
para reinar con severidad sobre sus hijos. Tras varios siglos de
paz, el sabio anciano Carlos fue consultado por los caciques de
la tribu en busca de soluciones.
Las fuertes sequías que atacan la tierra, provocan
incendios. Se atribuyen a Damián, señor de las nieblas.
Carlos dictaminó que debían mudar a la tribu hacia el
sur donde los esperarían tiempos de vendimia. Los jefes rogaron
a Carlos que los acompañara en su viaje, pero su cuerpo –
enfermo y agobiado– no resistiría el viaje.
La tribu empezó su exilio. Yanina se quedó a cuidar a su
progenitor: Las primogénitas permanecían al lado de sus padres
hasta que este concebía el permiso de volar.
La fresca brisa sopla. Carlos y Yanina cazan; ella tiene
en la mira de su arco a un ciervo cuando aparece un hombre de
edad madura, quien se presentó como Santiago, un enviado de
Miguel. Les dijo que ser sabio tenía su recompensa y su misión
es sanar.
El imponente curó a Carlos y además guardaba otro
regalo. Extendió sus brazos, las nubes emergieron del día
despejado, pronto los refucilos y truenos se oyeron. La tormenta
era furia y el enviado juntó las manos en un golpe seco que
llamó a un relámpago del cielo.
El cielo se despejó rápido. Con un ademán se acercaron
al sitio donde impactó el rayo. Había un brote de planta, nacida
del trueno. La llamaron Yafé.
Yanina obtuvo su permiso de volar y a Carlos le enseñó a
preparar un brebaje con su fruto, para que sanara a todo
hombre bueno lastimado por Damián." Me maravilló la imaginación de algunos, ojala pudiera
tomar Yafé.
La estatua La calle es mágica:
cuando los rayos de sol la
calientan, uno puede freír un
huevo o arrancar una fina
película de hielo durante
invierno. La lluvia –se dijo–,
puede dificultar la estabilidad y
la conducción, pero qué bella es.
Llueve, eso es cierto. Las
gotas se deslizan por el
parabrisas y son arrastradas a los
bordes por el viento. La radio se
enciende y lo sobresalta.
Había olvidado que la
programó ayer... el volumen al
máximo: ¡Maldita radio! Se
inclina sobre el aparato y aprieta
los botones. Siente el brusco
impacto y sale volando, con la
frente rompe el vidrio, imágenes
difusas aparecen a su alrededor.
La humedad impregna su cuerpo
y la sangre el asfalto, en un juego
recíproco. Antes de perder el
conocimiento vio la estatua de
La Bruja en el centro de la
fuente.
Abre los ojos y se levanta
sin dolor. No lo cree: nada, ni un
rasguño.
Entonces la estatua le
habla:
–Tienes vida por tu azar, tu porvenir continúa en la
siguiente habitación.
Atravesó el umbral y se sintió distinto, como si un terrible
pesar se fundiera a su alma. Insoportable oscuridad lo invade;
sombrío corazón tendrá que llevar si no se marcha de la
habitación. Caminó por los suburbios, atravesó el túnel. Sin
notarlo llegó al puente. Ya está sobre el barandal, miró hacia
abajo y saltó.
La estatua de La Bruja tomó la forma de un cuervo y se
echó a volar, mientras la fuente del parque se quedó vacía.
Dos chusmas –Vos fíjate que arrugó, se achicó.
–¡Hay madre santa! Pero ¿qué le pasó?
–Y… mirá… lo que a mí me dijo la Martha fue que
perdió mucho peso y la piel se arrugó todita todita… entonces la
llevaron al médico y le dieron unas pastillas pero coso, las
pastillas la encogieron y quedó chiquitita chiquitita, más
pequeña que un alfiler.
–¡Ah, qué tragedia! Igual no era muy buena que digamos;
está bien lo que le pasó.
–Toda la razón, comadre. ¿Querés tomar mates? Dale
pasá y sigamos charlando.
Dentro de la casa charlaron y matearon. Sin embargo el
mate se cansó. Estaba muy lavado y con los oídos estropeados
por tanto chamullo. Decidió rebelarse contra las dos chusmas.
Entonces cuando la comadre volvió a verter agua dentro de él,
éste la vomitó. La vieja corría levantándose el vestido que
quemaba. La otra no sabía qué hacer y el mate se mataba de la
risa.
Desayunando entre libros Germán entra al bar del sindicato de escritores. El mozo
se acerca con la carta y se la entrega. Ojea y piensa, luego lo
mira a los ojos:
–Por favor tráigame de entrada dos capítulos de Los 7
Locos de Arlt; como plato principal La lluvia de fuego de
Lugones aderezado con Continuidad de los parques de
Cortázar… de guarnición La metamorfosis de Kafka y de postre
Matando enanos a garrotazos de Laiseca.
–Perfecto –dijo mientras anotaba– ¿Y qué le traigo de
beber?
–Mmm… se me antoja algo de Borges
–La casa recomienda Historia de la noche.
–Perfecto.
El mozo se retira y Germán saca de su mochila un termo
con café y una taza azul. Al cabo de diez minutos llega su
pedido a la mesa.
El entrenador Ricardo Salvador debutó como director técnico de
primera división de la República de Patagonia con el Reds F. C.
Logró salvarlo (valga la redundancia) del descenso. Su historial
cuenta con cinco equipos más que salvó (Halcones del Sur,
Estepario, Cerro Blanco y Patagones).
El azar, o el porvenir, lo puso en la misma situación: Reds
al borde del descenso y él designado entrenador del equipo.
El descenso es como la muerte y el campeonato pasado
nos salvamos de pepe, pensó: ¿en donde carajo me metí? Ahora
voy a tener que hacer milagros en serio.
Los años lo volvieron más sabio y aprendió algún que
otro recurso.
Convocó a una prueba de jugadores. En el predio
deportivo, 50 o 60 jóvenes se presentaron pero pocos tenían la
técnica, el nivel, el carácter y la visión necesaria. Al final del día
solo quedaron 9 jugadores, entre ellos, un joven de 16 años
llamado Darío Dinhamo. No eran los 15 refuerzos que tenía en
mente pero peor es nada.
En el país la primera está compuesta por 1 2 equipos, de
los que descienden los dos últimos. La primera fecha empezó
con una agónica victoria por 1 a 0 sobre Monitos. Le siguió la
vergonzosa derrota 6 a 0 contra Estrella del Norte. En la tercera,
mediocre empate a 0 frente a Cerro Blanco. Ríos Helados se le
impuso 2 a 1 . Dos empates seguidos, primero a 0 con Los
Lagartos y después a 1 con Esteparios. Un par de derrotas en
donde el Reds se mostró inexpresivo (1 –3 Halcones e idéntico
resultado con Patagones).
Pero, el ya veterano Leandro Sirus, autor de los cinco
goles que tenían hasta ahí, se iluminó en el clásico frente a
Colegiales. El “V” negra lo sufrió y recibió 2 goles. Ese día
también se produjo el debut de Ciro Alonzo con la número 5.
Luego cayó 1 –3 con Sportivo Los Cuervos.
Transcurridas diez fechas, el fondo de la tabla mostraba a:
Lagarto (15 puntos); Chiquillos (11); Reds (9) y Monitos (3).
Falta un enfrentamiento: Reds vs. Chiquillos; el perdedor
se despide de primera división.
El clima en “el campo de los caídos” es atrapante. El
árbitro da el pitido y comienzan los primeros minutos; ambos
equipos se estudian, tratan de ser ordenados y mantener el
control de balón. Hasta que Alonzo se escapa por la banda
derecha y echa el centro para Sirus, quien conecta de cabeza.
¡Goool! El grito baja de la tribuna como un tsunami e
inunda todo a su paso. El Reds se quedaba en primera, la ilusión
ya se asomaba pero luego de sacar del medio, el áspero defensor
Talanga levanta por los aires al goleador, lesionándolo. Los
médicos le indican a Salvador que Leandro no puede seguir.
La voz del estadio anuncia: CAMBIO, Y SE PRODUCE EL DEBUT CON TAN SOLO
16 AÑOS DE DARÍO DINHAMO
El pibe entra en la cancha, tiene miedo y siente presión.
En un abrir y cerrar de ojos, Chiquillo empata y pasa al frente.
Al finalizar el primer tiempo el resultado es R. 1 –2 Ch.
–A ver chicos, júntensen... –dice Ricardo, detrás está la
pizarra del vestuario– yo sé que están dando lo mejor de sí pero
ahora les pido que dejen el alma. Ustedes saben lo que es esta
camiseta. Llevan la misma que usó Karl Stream, Patrick
Fernández, la de gente que no tenía oportunidades y sin embargo
se abrió paso y acarició la gloria. Si nos toca perder que sea de
pie, con honor, como verdaderos caballeros. ¡Ahora vayan!
En el campo, los rojos salen con energía renovada pero ni
bien comienza la segunda parte, les embocan el tercero y el
ánimo cae por el suelo.
Ciro recibe la pelota, Talanga lo traba y lo revolea. Ahí
Salvador comprende: “Alonzo, un toque” grita. El joven no
entiende, pero Dinhamo sí. Se hizo con la pelota y se la pasó al 5
del Reds, quien estaba por pararla cuando vio la proyección de
Darío; ni siquiera reflexionó y usó el pie como punto de rebote
del balón y el mismo pasó entre dos Chiquillos y llegó a
Dinhamo. Treinta metros entre él y el arco; apuntó, pateó y la
pelota impacta en el travesaño, pica en la línea y ¡entra! ¡Goool!
El silencio anterior se transforma en el antónimo y la
hinchada festeja.
Chiquillos saca del medio y de inmediato Alonzo
recupera, levanta la mirada y divisa a Dinhamo corriendo solo
por la izquierda. Manda el pase de cuarenta metros. Darío la para
de pecho, sigue su marcha, se saca de encima a un defensor y
lanza un centro. El esférico hace una curva, muchas cabezas se
pasan de largo. La frente de Alonzo cambia la dirección, el
arquero intenta manotear pero no puede. Sin aliento, Alonzo se
tira al suelo, sus compañeros se arrojan encima. “¡Goool pibe,
gol! ”. El desafuero de Ricardo es incalculable.
Los jugadores visitantes se meten atrás y pelotazo va
pelotazo viene, los minutos se consumen. Sin embargo, Talanga
pifia y concede un córner. Ciro acomoda la pelota, retrocede tres
pasos y observa. Todos (inclusive su arquero) esperan ese tiro de
esquina. Suspira, está por desmoronarse. Traga saliva, toma
carrera y… la jugada transcurre en cámara lenta. La curva de la
pelota sobrevuela encima de algunos. En el caos del área, el
portero sale con los puños en alto y choca con un compañero;
uno con casaca colorada cabecea pero la dirección es algo
errática y termina la pelota picando en el piso. Dinhamo aparece
en escena para empujar el esférico al –¡Goool! –exhala afónico
Ricardo con los brazos extendidos. Luego se corrige: Aplaude de
pie el trabajo, la entrega y dedicación de esos dos pibes que
cambiaron el rumbo. El gesto es imitado por todos los
espectadores, inclusive los mismos jugadores aplauden a Ciro
Alonzo y Darío Dinhamo. 4 a 3 gana el Reds.
El partido termina. Ricardo Salvador se despide con una
sonrisa. Ha vencido a la muerte, de nuevo.
Tres escenas y una muerte Un estante en mi estudio contiene pociones. Está en un
compartimiento secreto detrás de la biblioteca. Las fabrico en el
laboratorio, pero las escondo allí hasta patentarlas. Hay tanta
maldad que son capaces de robármelas. Tengo pocimas de todo
tipo: de inteligencia, de ceguera, de sueños y pesadillas, de anti–
timidez y creatividad. Salieron de casualidad, a prueba y error;
en realidad busco una forma de enamorar a mi amada Jenny. No
hay forma de que ella le de pelota a un ser tan grotesco, que
mide un metro noventa, medio jorobado y con un bigote amarillo
que le tapa la boca.
A no ser que invente la poción no sucederá nunca.
Veneno de víbora, chocolate, leche, extracto de hortensia
y anestesia son los ingredientes de la formula #1 3. Falta
probarla... me la voy a jugar: cuando no mire vierto el contenido
en el vino y asé será mía. Bah, si funciona… y sino se muere,
pero es un riesgo que me dispongo a correr.
Le dejé una carta en el trabajo, un poema en Facebook
(claro que con una cuenta falsa, no me voy a mandar al frente
hasta la cena).
Tengo todo preparadito: el restaurant es el mejor de
Renacentía y he reservado el lugar más agradable. Solo falta
Jenny.
Solo falta Jenny.
¡Solo falta Jenny!
¡Solo falta Jenny! ¡No vino la muy desgraciada; me quedé
tuerto por conseguir esta cena y no vino! ¡Se terminó!
–¡Mozo traiga whisky! –voy a tomar el elixir y me voy a
enamorar de la primera mujer que pase por esta mesa.
–Gracias mozo. ¡Por el amor! ¡Salud!
*****
–Hola, me llamo Jenny, me llegó una invitación anónima
a este restaurante. No sabía si venir porque una no sabe con qué
hombre se va a encontrar… así que aquí estoy.
–Sí, señorita, el señor Prometeo la está esperando en
aquella mesa.
–¿El señor que está gritando? No, deje. Mejor me voy
antes que me arrepienta.
*****
–¿Qué le pasó? –dice el policía.
–No se sabe, hay que esperar la autopsia.
–Es un fiambre muy grande.
–Sí, pobre. Gastar tanta plata en este lugar tan caro y
morirse antes de comer, eso es mala suerte.
–Mala –pensativo– suerte… che ¿venden café acá?
–La verdad que nos vendría bien uno.
–Y bueno, anda a preguntar mientras yo tapo al fiambre.
–Copiado, bigote –ríe y se acerca a la barra. Su colega
tapa el cuerpo del loco de las pociones.
Cuando el teléfono suena ¡Qué placentero dormir en el aire! La ausencia de ruido,
silencio de noche sin estrellas. Abro los ojos y el cielo se torna
como el mar embravecido.
Tempestad: hojas, ramas y piedras se levantan. ¡Pareciera
que el tiempo perdió medida! Todo gira a mi alrededor con
fuerza. Demasiada.
Hojas me cortan y las heridas, manantial escarlata, brotan
golosas. Muy en el fondo el murmullo de un teléfono suena y me
veo por la ventana de la palabra en marcos de irrealidad.
El bosque Camina con la cabeza baja por un sendero oscuro, vestido
de negro. Oye a su alrededor sonidos inentendibles, ecos
distorsionados por el viento, que lo trasporta desde un extremo
desconocido. No sabe a dónde se dirige, ni de dónde viene, o por
qué sigue el sendero, solo lo hace. Shawnie se oye en el eco,
sigue ese camino y al parpadear se encuentra en una colina. Allí
está Whity; lleva un inmaculado blanco, como el vestido.
La luna llena con sus rayos la baña de tal forma, que
realza su feminidad. Siente celos por no poseer la belleza de
Whity en aquel momento. Shawnie, le dijo con una sonrisa que
denotaba brillo en la oscuridad. Él se sentía anonadado por verla
de esa forma, con esos ojos que no deben prestarse a la sangre de
su sangre.
La colina está rodeada de altos pinos formando un círculo
casi perfecto; flores ornamentan la escena y la luna es anfitriona.
Ambos caminan a su encuentro. Cuando Shawnie la tiene frente
a sí, las exhalaciones que escapan de su nariz lo acarician. Los
cabellos tiernamente cubren uno de sus bellos ojos escarlata. Él
estira su mano y acomoda el cabello de Whity. En ese instante
sabe que su piel es más suave de lo que había imaginado. Sus
miradas se topan. Shawnie, seducido por la vampira, pierde su
vida en el bosque.
Cuento extraño Poema persigue a Amor. Sus cejas –las de ella– se
enredan con sus cabellos; se camuflan infiriéndole misterio a su
apariencia.
Tropieza con las cenizas. Flota y corre bajo la lluvia en un
encuentro íntimo con las gotas. Ellas se deslizan atropellándose
por tocar la herida, lavarla y cicatrizarla.
Los leones duermen adentro del corredor con sus manos
en el azúcar.
–¡Glotones! , debían cuidar la copa de vino –les increpa.
Poema alcanza a Amor y se detiene a su lado, ambos
miran la copa: La luna y el espejo escapan y en su lugar dejan a
un hombre cobijado por el frío.
El café debe beberse amargo Entonces, lector, te advierto que si llegaste hasta aquí, es
tu turno para morir.
Deja el libro abierto sobre la mesa, no lo asustó la frase,
sino que hirvió el agua. El hombre toma la pava y vierte el
contenido en la taza azul. El café en saquitos tiñe el agua del
característico color negro. El hombre se sienta alrededor de la
mesa y ve cómo el vapor (caliente aún) forma pequeñas
espirales. 1… 2… 3 cucharadas contó de azúcar y las tiró con
ansias dentro de la taza. Revuelve el brebaje y, al sacar la
cuchara, ve cómo el reflejo se agita, de un lado a otro y en todas
direcciones, dejando en evidencia la barba de tres días que no
afeitó. Como no sabe a qué temperatura está el café, lo sopla y el
vapor le abre los poros de la cara.
Toma un trago que le quema la lengua. Repite este
accionar (soplar y beber), hasta que ya está tibio. Entonces, su
mente deja de mirar el reflejo y empieza a divagar, mientras sus
los ojos enfocan objetos (sillas, libreros, naipes, cajas), hasta que
se cruza un espejo y reconoce a un hombre viejo, solo y
amargado, con rulos castaños, ásperos, secos y rebeldes. Lo
divisa sentado en una mesa, bebiendo el café que exhala sus
últimos espirales de vapor. Más en las sombras ve una silueta,
parecida a una figura humana donde, no se destacaban sus
rasgos. Un haz de luz, como el reflejo de un metal brillante al
que alcanzan los rayos lumínicos, lo alarma. Entonces voltea y le
clavan un cuchillo. El extraño se acerca, saca el cuchillo del
cuerpo y lo deposita sobre la mesa; mira al hombre
desangrándose, se inclina sobre él para observarlo mejor, tuerce
un poco la cabeza, acomoda sus cabellos que caían sobre el lado
izquierdo de la cara y los coloca detrás de la oreja; con la
derecha saca del bolsillo un atado de cigarrillos, golpea la ranura
abierta del paquete en su pecho, saliendo un cigarrillo; con sus
labios lo aprieta y con un encendedor lo prende. Tiene las manos
en los bolsillos y fuma, alguna que otra ceniza cae sobre su
pantalón beige. Su vestimenta no era para nada extraña: camiseta
gris con cuello de tortuga, camisa blanca, suéter azul escote en
“v”; exhala el humo con mirada fría, cierra el libro y lee:
–El café debe beberse amargo… como la muerte.
El final perfecto Desde Renacentía partió Alex Kessler en busca de
cumplir su sueño. Hacía cuatro años que estaba en proceso de
escribir su primera novela y la meta que tenía era finalizarla en
el Jardín Botánico de La Capital.
Aprovechó la celebración de la Feria del Libro para
viajar. Tres meses pasó desde la última frase en estado de espera.
Llegado a la ciudad se dirigió al parque y examinó las
inmediaciones.
Dilucidó una fuente. La belleza de dos mujeres, que
sostenían los platos por donde el agua se escurría, le pareció por
demás exquisita.
Sacó el manuscrito que recelosamente llevaba polvo
acumulado.
–¿Usted es escritor?
El curioso se inmiscuía en su asunto y, en el arrebato,
metió el manuscrito en la campera.
–Disculpe, ¿lo molesto?
–Sí.
–Bueno –y se sentó junto a Alex.
–Le dije que me molesta.
–¿Qué le molesta?
–Usted.
–Y… qué se le va a hacer… no se le puede agradar a
todos.
–No sea cínico –agarró sus cosas y buscó un nuevo banco.
Se reinstaló…
–¿De qué versa su novela?
Otra vez el curioso.
–No le interesa, aparte: ¿quién le dijo que es una novela?
–Me lo figuro por la extensión; no es como Los Sorias
pero importante es el tamaño, aunque hay que ver la calidad.
–Veo que ha leído al maestro Laiseca. ¿Qué le parece?
–Un genio, ya le llegará el reconocimiento que se merece.
La juventud lo sigue mucho.
–¡Ojalá fuera mi maestro; aprendería muchas cosas de él!
–Podés aprender, pero tenés que tener talento, si no es al
pedo.
–Ya he sido amable con usted –dijo Alex irritado– Ahora
podría dejarme terminar mi novela, ¿no?
–Lo haría de no ser que no sabe cómo terminarla.
–Tiene razón, pero no voy a poder avanzar nada si usted
me sigue interrumpiendo.
–¡Yo le daré el final! –Alex observa con atención; el
curioso camina hacia la fuente, saca un revolver, lo apoya en la
oreja izquierda y jala del gatillo.
El sonido rompe la calma del jardín. El cuerpo cae en la
fuente y tiñe de rojo el agua. Alex corre a la fuente. El cuerpo
desaparece, solo queda el agua roja y la ropa flotando.
–Ese... –sorprendido– es... el final perfecto.
Bombas Apagué el amplificador. 30 minutos de ensayo en el
cuarto de lavado son suficientes para que las cicatrices, todavía
jóvenes de mis manos, ardan como la pasión que desato al tocar
la guitarra.
Enciendo la tele, pongo el noticiero: la guerra, Caxinki
bombardea a la Patagonia. Asustado apago el aparato, me quedo
mudo. Crece el zumbido en los oídos como el silencio en la
ciudad. Crece, se acaudala, silencio del puro y sagrado. Tomo la
guitarra y al momento de encender el amplificador: explosiones,
estruendos, gritos. Las bombas nos han alcanzado.
Me meto bajo la mesa. Al cabo de unos minutos puedo
salir. Me encuentro con un panorama desesperado, un retrato del
caos.
Escombros, fuego y silencio en el cielo. En la tierra,
gritos, llanto, corridas. ¿Dónde está la legión de antihéroes? ¿Por
qué no detuvieron a los bombarderos? Esto sucede cuando los
adultos son avarientos, idiotas y no dejan actuar a los que saben
y quieren el bien.
Enciendo de nuevo la televisión. “A los patagones que
quieran vivir, aquellos que no aceptan la voluntad de La Bruja;
las minorías cuando no individuos, la legión les ofrece refugio
en la Isla de los hielos.
Tomo mi long–board, mi campera de cuero, alisto una
mochila y salgo. No voy a quedarme a morir por decisiones
estúpidas, yo prefiero sobrevivir y pensar.
El incidente Carlos está frente a su casa. Sube las escaleras, abre la
puerta, ingresa en la cocina en donde se quita los zapatos, va a la
heladera, se saca la remera y toma agua del pico de la botella.
Camina por el pasillo, se desabrocha el pantalón y lo pierde en el
trayecto. Llega a la habitación. Su cama está deshecha pero el
cansancio pesa más que la intención de tenderla. Con el pecho
pegado al colchón, la mitad de la cara en la almohada y un brazo
colgando, rememora situaciones ocurridas en el día, casi
adormilado cuando recuerda que olvidó cerrar con llave la
puerta. “¿Me levanto o no? Estoy tan cómodo…” Al final se
duerme.
Entre disparates, recreaciones del día y exageraciones,
sueña o cree soñar que entra en su hogar deja los zapatos, se saca
la remera, bebe agua, camina por el pasillo, se desprende y
pierde el pantalón; llega a la habitación, en donde se ve a sí
mismo tirado en la cama. Se sienta al lado de la cabeza del
durmiente y lo acaricia.
Las caricias parecen tan reales que lo despiertan, siente
extrañeza, se levanta y pasa por encima de los pantalones, bebe
agua de la heladera.
Recuerda la puerta y la cierra. Allí se da cuenta de dos
pares de zapatos.
Avanza y sobre la silla dos remeras de idéntico color.
Encuentra dos pantalones en el suelo y en la cama un durmiente
idéntico a él.
Te atrapé En el inicio de este libro, Ever, el duende, hurtó cuentos
al Professor Gerhardo van Junker. Los acomodó en los estantes
de su puesto de feria, con una tapa que representaba la obra, así
La Estatua fue etiquetada de terror, El Fenómeno como de amor,
etc. Hizo esto porque aborrecía los títulos originales, le parecían
burdos y rebuscados; aparte de que los duendes no entienden un
carajo de nombres complicados. Todos esos versos que recitaba
los hizo como propaganda para cambiar los cuentos por comida
y vicios (entre ellos el alcohol).
El hambre descomunal del pequeño engendro (y la
abstinencia) lo llevaron a meterse en la casa del Professor (sí, ya
sé que profesor lleva una sola S, pero el señor van Junker
seseaba, lo que con los años lo llevó a duplicar la S al momento
de escribirla). Como el tipo no tenía más que una botella de
agua, medio limón y un saché de kétchup, no pudo calmar los
gritos de su estómago. Eso sí, había una botella de whisky Pata
Vieja en una repisa inalcanzable para él.
Buscó y revolvió a lo bobo. Cuando encontró el cofre del
escritor, tomó los cuentos. Algo podría hacer con ellos. Es más
listo que los demás duendes o al menos, se cree ese verso.
–¡Pasen, pasen!
–Te encontré, imbécil –dijo Gerhardo.
–¡Oh, pará loco! , bajá un cambio. No soy imbécil porque
ni soy viejo ni uso bastón.
–¡Sí, usás bastón! ¿Qué tenés en la mano sino?
¡Devolvéme mi legado!
–No seás infantil, ni exagerhardo. Este puñado de cuentos
de puño demente, no conforman un legado.
–No me importa, devolvemelo y andate a la cucha.
Los demás bichitos rodeaban al humano. Se frotaban las manos
por el batifondo. Si esto sigue así, terminan a las piñas,
murmuraban.
–Dale… ¡qué esperás!
–Te propongo que me pagués con whisky. ¡Ojo! , no te
pido una botella grande… con la petaquita me conformo.
Las carcajadas amanecen del horizonte que forman la
lengua del Professor y el interior de la garganta.
–¿Cómo voy a pagar por algo que me pertenece por ser el
artífice? ¿Cómo voy a pagar por algo de lo que soy progenitor?
–Porque así son las cosas: Uno trabaja; puede crear de la
nada algo con mucho esfuerzo y luego viene el ladrón que te lo
arrebata y te explota. Lo que pasa es que cuando el que viene es
la “Gran” empresa, te da unas cuantas monedas y pensás que te
pagan tu trabajo. En realidad le estás vendiendo tu vida y tu
alma. Le vendés horas que no vas a recuperar. Nunca.
La coherencia de Ever sorprendió a Gerhardo y hasta a
mí. A lo mejor sí es inteligente.
–Cuánta razón tienen tus palabras, diminuto, pero eso no
justifica el robo.
–Y bueno… –dijo emitiendo tres “eh” como si fuera una
emulación de risa, pero con otros sonidillos cargados de
picardía– robar, tomar prestado son perspectivas.
–Sos un diminuto indignante.
–Vos: un petiso que se cree grande y es enarista.
–¿Y eso?... ¿Qué significa?
–Enarista es una persona que discrimina a los enanos.
–¡Pero si sos un duende, caramba!
La Brigada Nacional Anti Disturbios, comandada por
Pierge Lasteran, se presentó en el lugar y al ver el tumulto,
agarró un cono naranja (de esos de tránsito), apuntó a la punta
con su revólver desintegrador y lo usó como amplificador de su
voz.
–¡Vayan ya cada uno a su casa! ¡Cucha!
Se comportaron como cucarachas y desaparecieron en el
acto. A Ever y el Professor los corrieron con palos y los
garrotearon; después los llevaron a la comisaria.
–Ves lo que provocaste por culpa de tus grititos
histéricos– dijo Ever en el calabozo.
–¿Yo? Si no me hubieras robado, no pasaba nada.
Guardaron silencio, enfrentados, cada uno con la espalda
en la pared.
–Che, están buenos los cuentos.
Gerhardo meditó si encontraba sarcasmo en sus palabras.
Terminó por juzgar que no.
–Gracias, ¿de verdad?
–Sí, aunque los nombres son desastrosos, por eso los
cambié por Amor, Terror, Fútbol. Es más fácil de vender.
–Eso me dio bronca… y al menos los podrías haber
ordenado para que los estantes tuvieran una mejor presentación.
–Lo están.
–¿Cómo?
–No es alfabético, no se trata de género. A cada uno le di
una letra, los metí en una bolsa e iba sacando el orden que dejé
en la repisa… el orden lo impusieron las dos fuerzas mayores
que rigen el universo: El azar y el destino. Ambos se
complotaron para generar el resultado. Aparte, es genial la idea,
pensá que dentro de ese caos aparente, hay un orden.
–Interesante.
–Lo malo es que no pude vender ninguno.
–La única forma en que se pueden vender es que una
editorial me descubra o ganar un concurso literario.
–O la tercera opción: Hácelo vos.
La idea le quedó picando en la cabeza y dictaminó:
–No es factible.
–Sí lo es y usás mi método para explicar el orden.
–No, porque los títulos tuyos, diminuto, son sensaciones.
–Exacto: El libro se llamaría Feria de Sensaciones.
Ever tenía más lógica de la esperada.
–Te doy otra idea… para la tapa usás cartón y lo pintas a
mano. Es más, me ofrezco para pintar yo y me pagás.
–Un libro hecho por un duende… ¿Cómo saber si va a
funcionar?
–Simple: agregás lo que nos pasó como un cuento más y
el que compre el libro va a sentir que tienen sentido bastantes
cosas… pará, ahora que me acuerdo, nombrás una guerra ¿de
qué trata?
–¿Querés saber más? Tenés que leer La Legión de
Antihéroes.
–¡Ah! , sos pícaro. Bueno está bien. Además, aprovechá
para agradecerle al público por leer y también le informás que
este es el
Fin.
AGRADECIMIENTOS A Marian Alem y Javier Valero por sus contribuciones,
cada uno con su arte, para brindarle más valor a esta obra.
A Lucas Olivera (Funes el sensei) de Editorial Funesiana
por inspirar este e-book.
A Darío, maestro y hermano literario. A mis colegas del
Grupo Literario Arcadia, quienes son mi familia adoptiva.
A Agustina, Sebastián y Bianca por sus palabras e ideas
para que este hijo viera la luz.
A mi familia, la que sabe de mi locura y convive con ello.
A mi tridente supremo favorito: Laiseca, Borges y Poe.
Por sobre todo agradezco a Verónica –mi reina–, por
acompañarme y cuidarme en mi caminar por el sendero de la
locura. Y a mí hermosa hija Valquiria, sin ella seguiría en las
tinieblas.
Sobre el Professor
GERHARDO VAN JUNKER
es el pseudónimo de Gerardo
Miguel Hidalgo. Nació (y vive) en
Villa Mercedes (San Luis), el 25 de
Noviembre de 1991. Participó en
diversas antologías tanto con su
producción poética, como narrativa
(incluidos prólogos).
Miembro del Grupo
Literario Arcadia desde agosto del
2009 (tesorero 2013-2015).
Fundador del proyecto Editorial
Rorschach.
Libros publicados
Feria de sensaciones, veintitrés microrrelatos (cuentos;
San Luis, Rorschach, 2013).
Sobre el croto y el campana (cuentos; San Luis,
Rorschach, 2013).
Inéditos
El sonido del cristal (poesía).
Distinciones
Primer Premio de Narrativa, Concurso Literario en
Homenaje a Mario Benedetti. Jurado: Grupo Literario Arcadia.
Cuento premiado: "Suicidio al fin de la noche" (2009).
Finalista concurso Palabras sin fronteras, Bruma
Ediciones. Cuento premiado: "Las manchas de Rorschach"
(2013).
Contribuciones especiales
Diseño de portada:
Marian Alem. Vive en Santo Tome (Santa Fe). Fotógrafa
y diseñadora. Trabaja en un diario, una editorial y da clases de
fotografía.
marian_00231@hotmail.com
http://www.flickr.com/photos/26889298@N06/
Ilustrador de La estatua:
Javier Valero. Nació en Bucaramanga (Colombia) en
noviembre de 1989. Dibujante desde nacimiento dice: los
primeros recuerdos que tengo son haciendo dibujos.
Su labor continúa en la actualidad, inclinándose en la
ilustración digital y animación 2D en los últimos tiempos.
Autodidacta.
Licenciado en Español y Literatura, egresado de la
Universidad Industrial de Santender.
http://xavierxvalero.blogspot.com.ar/
Cuestiones formales
Gerhardo van Junker, 2013.
De esta edición:
Editorial Rorschach, 2014.
Contacto con la editorial:
editorialrorschach@gmail.com
Colección El navegante de la mancha
Primera edición digital: Febrero 2014
Diseño de cubierta: Marian Alem
Ilustración La Estatua: Javier Valero
Fotografía del autor: Verónica Gómez, 2013
Conversión a formato digital: Gerardo Hidalgo
Catálogo Colección Editorial Emergente
[0001]
Dos ramas de un árbol
(Antología)
+Info
[0002]
Feria de sensaciones
(Gerhardo van Junker)
+Info
[0003]
El paso de los Furia
(Sebastián De Zaldúa Leveque)
+Info
[0004]
Eco-grafía
(Darío Oliva)
+Info
[0005]
Sobre el croto y el campana
(Gerhardo van Junker)
+Info
[0006]
Veinte poemas para gatos
(Silvina Avalle)
+Info
Colección El navengante en la mancha
[0007]
Feria de sensaciones
(Gerhardo van Junker)
+Info