Post on 15-Jul-2021
II. EL MINISTERIO
PASTORAL EN LA
HISTORIA
1. En el Nuevo
Testamento
Los escritos del NT mencionan una gran
variedad de ministerios y funciones en el
seno de las comunidades cristianas, que
parecen revelar la existencia de distintos
modelos institucionales, ligados quizás a
zonas geográficas diferentes y a
momentos sucesivos de organización.
Destacan «los doce», cuya elección había respondido a una iniciativa personal de Jesús.
Los asoció estrechamente a su persona y a su ministerio.
Los envió en misión con su autoridad, como representantes suyos, para que, como testigos de su resurrección, predicaran en su nombre el evangelio y congregaran el nuevo Israel.
Su elección hace patente la voluntad de Jesús de prolongar su misión y su obra en el tiempo de la Iglesia a través de sus elegidos.
La tradición ha considerado a los apóstoles punto de referencia obligado, raíz y fuente de todo ministerio en la Iglesia, que por eso es «apostólico» por necesidad.
Además de «los doce», y de «los setenta» tan
cercanos a ellos, aparece un primer grupo
formado por «apóstoles, profetas y
doctores», que gozan al parecer de cierta
preeminencia (1Cor 12,28; Ef 2,20; 3,5;
4,11): juntamente con los «evangelistas» (Ef
4,11; Hech 21,8; 2Tim 4,5), se ocupaban de
predicar el evangelio y de establecer nuevas
comunidades de creyentes.
Entre los que aseguran de manera estable los servicios
dentro de las comunidades ya constituidas, encontramos
en primer lugar una serie de términos que tienen que ver
con la dirección y el gobierno de la comunidad:
«hégoumenos» (jefe, director: Heb 13,7.17.24; Lc
22,26), «proistamenos» (presidente: Rom 12,8; 1Tes
5,12), «presbyteros» (Hech 11,30; 14,22; 16,2; 20,17;
21,28; 1Tim 4,4; 5,17. 19; Tit 1,5; Sant 5, 14; 1Pe 5, 1),
«episkopos» (Hech 20,28; F1p 1,1; 1Tim 3,1-7; Tit 1,7),
«diakonos» (1Tim 3,8-13; F1p 1,1) y, en un sentido más
genérico, «poimen» (pastor: Ef 4,11; 1Pe 5,2-4; Hech
20,28), «kybemeres» (piloto: 1Cor 12,28).
En otra esfera están los «profetas» y los «didaskaloi»
(Ef 4,11; Hech 13,1).
La Iglesia apostólica se dio los ministerios que creyó
necesarios para el buen funcionamiento de las
comunidades y los concibió como una «diakonia» a la
comunidad.
Para su designación empleó una terminología profana.
Los «presbíteros», que a veces se identifican con los
«episkopoi» (Hech 20,28), aparecen en Jerusalén
ejerciendo su ministerio colegialmente (Hech
15,2.4.6.22.23; 16,4), al estilo de los «zekenim» o
ancianos de las comunidades judías.
No se puede descartar a priori la posible
influencia de modelos institucionales judíos en la
organización de los cuadros directivos de las
primitivas comunidades cristianas.
Los escritos del NT guardan silencio sobre la
forma en que eran designados o instalados en su
oficio la mayoría de los ministros mencionados.
El «establecerlos», «llamarlos», «designarlos» se
atribuye en ocasiones a Dios o al Espíritu (Hech
1,15-26; 13,2; 20,28; 1Cor 12, 28).
Pero hay tres pasajes que describen una
«liturgia de ordenación», embrionaria:
1) en Hech 6,1-3 (los «siete» que habían de «diakonein»
a las mesas): elección por la comunidad, imposición de
las manos y oración por los apóstoles;
2) en Hech 13,3-4 (misión de Pablo y Bernabé): ayuno y
oración, imposición de manos por «profetas y doctores»
(se interpreta como «misión por el Espíritu santo»);
3) en 1Tim 4,14 y 2Tim 1,6: palabra profética (¿oración
que acompaña al gesto? ¿designación por vía profética?)
e imposición de manos que confiere el «carisma de
Dios» de un modo duradero.
2. En la Iglesia
antigua
a) Los ministerios en los siglos II y III
En una fecha que no cabe fijar exactamente, entre el final
de los tiempos del NT y comienzo del siglo II, ocurrieron
dos hechos importantes:
1) La consolidación de la trilogía de ministerios
estables -obispo, presbíteros, diáconos- al frente de las
comunidades cristianas y la correlativa desaparición de
los demás ministerios ;
2) La aparición del episcopado monárquico, en
Antioquía, en tiempos de san Ignacio (ca. 110). Con una
Iglesia bien estructurada, cuyo centro de unidad es el
obispo, en estrecha colaboración con el colegio de los
presbíteros y el grupo de los diáconos.
Con su mentalidad simbólica, Ignacio de
Antioquía concibe la Iglesia como la imagen
terrena de la Iglesia celestial: en concreto, la
jerarquía de aquí abajo -obispo, presbiterio,
diáconos- es símbolo de la jerarquía celestial:
Dios, Colegio apostólico, Cristo.
La misma concepción simbólico-sacramental
encontraremos más adelante en Clemente
alejandrino, la «Didascalia apostolorum» y
Orígenes.
Para salvaguardar su propia identidad ante el peligro que
suponían los primeros cismas y herejías, sobre todo la
gnosis, a partir de mediados del siglo II la Iglesia
aprendió a mirar hacia sus orígenes.
Sobre todo la sucesión apostólica, encarnada por los
obispos, sucesores de los apóstoles, fue afirmada como la
mejor garantía de la fidelidad de la Iglesia a sus orígenes
apostólicos (Ireneo, Tertuliano).
La crisis del montanismo, al contraponer lo carismático
a lo institucional y cantar las alabanzas del carisma frente
al poder, provocaría como reacción una reflexión sobre
los poderes propios de los ministros de la Iglesia.
Una vez alejado el peligro de confundir los
ministerios cristianos con el sacerdocio judío o
pagano, se empezó a aplicarles abiertamente la
terminología «sacerdotal»: «sacerdos», «summus
sacerdos», «sacerdotalis» (Tertuliano, Traditio
Apostolica, Didascalia Apostolorum, Orígenes y,
más que nadie, san Cipriano).
Tertuliano se refiere también a la función
sacerdotal cuando emplea los términos
«ordinare», «ordinatio».
En cambio, cuando se refiere a los ministros
cristianos como «ordo» en contraposición a «plebs»,
induce en el interior del organismo eclesial una
distinción y contraposición, y abre el camino a la
interpretación de los ministerios en términos de
«honor», «dignitas», «auctoritas».
Pero, al mismo tiempo, en el vocabulario cristiano
entran expresiones como «ordo episcoporum», «ordo
presbyterii» y «ordo diaconii», que llaman la atención
sobre la índole colegial de los tres ministerios
superiores.
Hipólito (Trad. apost., ca. 125) y el papa Cornelio (251-253: cf. Eusebio, HE VI, 43, 2) son testigos del «nacimiento de una jerarquía», es decir, de la aparición de una serie de ministerios por debajo del diaconado
Los frecuentes intercambios entre las Iglesias y una intensa actividad conciliar, en el siglo III, contribuyeron a reavivar la conciencia de la colegialidad de los obispos.
subdiácono
acólito
exorcista
lector
ostiario
b) El primer «ritual» de ordenación
La Traditio apostolica (TA) de Hipólito nos ha
conservado casi un ritual de ordenaciones: una
serie de oraciones consecratorias, acompañadas
de indicaciones rituales y disciplinares de una
extremada simplicidad.
El compilador distingue bien entre la ordenación
del obispo, presbítero y diácono, por una parte, y
la designación para otros ministerios
(confesores, viudas, lectores, vírgenes,
subdiáconos …), por otra.
La Ordenación del Obispo
(TA 2-3, 4-11)
Elegido por todo el pueblo
Es ordenado en domingo en presencia de toda la
comunidad y de algunos obispos vecinos.
Estos, (y no los presbíteros) imponen las manos
sobre él, mientras «todos guardan silencio, orando
en su corazón para que descienda el Espíritu».
A continuación uno de los obispos, «a petición de
todos», pronuncia la oración consecratoria mientras
impone las manos a su vez.
La oración, en su parte anamnética, recuerda la
constitución de «jefes y sacerdotes» en el AT para el
servicio del santuario.
En la epíclesis se pide «tu fuerza, la del Espíritu soberano
("hegemonikon pneuma"), que diste a tu bienamado Hijo
Jesucristo, quien a su vez lo concedió a tus santos
apóstoles, que fundaron la Iglesia en todo lugar».
Se precisan las funciones del obispo: apacentar la grey
de Dios, ofrecer dones en virtud del espíritu del
sacerdocio soberano («arjieratikon pneuma»), perdonar
pecados, distribuir las cargas, desatar vínculos.
La ordenación del presbítero
(TA 7).
Es una «ordenación al sacerdocio» (c.
8).
Oído el parecer del clero y del pueblo,
Junto con el obispo imponen las manos
los presbíteros («a causa del espíritu
común y semejante del clero»), para
«sellar» («consignare») la acción del
obispo (c. 8).
La oración, en su parte anamnética,
menciona a «los ancianos que escogió
Moisés por orden de Dios, quien los llenó
del Espíritu que había dado a su siervo»
(n. 11,17.25).
En la epíclesis se invoca «el Espíritu de
gracia y consejo para que gobierne al
pueblo de Dios con corazón puro».
La ordenación del diácono
(TA 8).
«No es ordenado al sacerdocio, sino
al servicio del obispo, para hacer lo
que éste le indique».
Impone las manos sólo el obispo.
En la oración se pide «el Espíritu de gracia
y de celo», para que cumpla su función de
«servir a la Iglesia y presentar los dones
que ofrece aquél que ha sido establecido
como sumo sacerdote».
Paradigma del diácono es el mismo
Jesucristo «a quien enviaste para servir a tu
voluntad» (cf. Rom 15, 8: Jesucristo,
«diakonos»).
Se advierte la preocupación de marcar las
distancias y los límites entre un ministerio y
otro;
Hay más distancia entre el diácono y el
presbítero que entre éste y el obispo.
Sin embargo, el obispo detenta el «primado del
sacerdocio».
La «sacerdotalización» de los ministerios está
en marcha.
c) Los ministerios en los siglos IV-VI
Al pasar a la época de oro de la literatura
patrística no se advierte ruptura en cuanto a la
imagen de los ministerios.
La doctrina es ahora más evolucionada y rica.
Disponemos de una documentación más
abundante: tratados y sermones consagrados ex
profeso al tema, amén de frecuentes alusiones en
otros escritos.
Indiferentes a toda idea de sistematización,
ofrecen una concepción equilibrada, sin los
reduccionismos que se darán más tarde.
La adecuada atención a las tres funciones ministeriales
(martyria, leitourgia, diakonia) la armonizan con una
conciencia clara de la unidad del ministerio como misión
al servicio del proyecto divino de salvación.
Con su mentalidad simbólica presentan a los ministros de
la Iglesia como imágenes de Cristo, símbolos eficaces de
su presencia en la actividad de sus representantes.
No entienden el ministerio más que en vinculación
estrecha con la comunidad local, como función y
diakonía para el bien de la Iglesia.
Subrayan la acción del Espíritu en la
ordenación y en la actividad pastoral de
los ministros.
El simbolismo de los ritos les ayuda a
descubrir la gracia propia de cada
ministerio.
Los escritos de los Padres abundan en
doctrina sobre deberes y responsabilidad
de los pastores.
Pero este equilibrio doctrinal se vería muy
pronto perturbado por una serie de factores
históricos:
1) El cambio en el estatuto social de los jerarcas
eclesiásticos como consecuencia de la alianza
entre la Iglesia y el Estado, con el consiguiente
aumento de poder y honores, contribuye, por una
parte, a ahondar la distancia entre el clero y el
pueblo, dando nuevo impulso al incipiente
clericalismo; por otra, a que, al referirse a los
ministerios, se empleen cada vez más términos
como «dignidad», «poder» y se arrumbe la
terminología de «servicio».
2) Empiezan los traslados de obispos y las
ordenaciones absolutas (sin vinculación a una
comunidad concreta).
Las cuestiones y litigios que se originan con
ocasión de la provisión de los ministerios, en vez
de resolverlos en el interior de la comunidad
local, se resuelven recurriendo a la autoridad de
los sínodos regionales o del poder civil.
Poco a poco se va disolviendo la vinculación de
los ministerios con la Iglesia local.
3) Las distintas “órdenes” ya no se conciben
como funciones o servicios, sino como grados o
promociones sucesivas que hay que pasar para
llegar al grado supremo del episcopado.
Aparece así la idea del «cursus honorum» o
escalafón.
El principio del «organismo con pluralidad de
funciones” cede el paso al principio de «jeraquía»
(ps. Dionisio Areopagita).
Con ello el clericalismo recibe un nuevo impulso
4) Ya no es la comunidad la que hace la
designación-elección de sus ministros,
sino los colegas del elegido, lo cual es
indicio de un ambiente más clericalizado.
5) La multiplicación de las iglesias urbanas y, sobre todo,
la difusión del cristianismo en los «pagos» con el
consiguiente nacimiento de parroquias rurales trajeron
como consecuencia:
Que se disgregara el presbiterio y con ello se
degradara la conciencia colegial de los presbíteros;
Que se concentrara la atención en la función cultual
de los ministros (toda vez, por su escasa preparación, los
responsables de las nuevas comunidades descuidaban el
ministerio de la Palabra);
Que se planteara la cuestión del poder necesario para
ejercer la presidencia (de la eucaristía) en la comunidad
cristiana.
6) La reacción ante las pretensiones de los diáconos, en
el siglo IV, de ser iguales o superiores a los presbíteros y
de presidir la eucaristía, llevó a un autor anónimo que
conocemos con el nombre de Ambrosiaster a afirmar la
igualdad de presbíteros y obispos en el sacerdocio.
Esta tesis la hicieron suya san Jerónimo (Ep 146, 69,3) y
el tratado anónimo (s. V) “De septem ordinibus
Ecclesiae” (PL 30, 148 y 153).
Estos planteamientos sirvieron para polarizar aún más la
atención en los poderes cultuales de los ministros
7) En reacción contra la herejía donatista, se
afirmó que la eficacia del sacramento no
depende de la santidad personal del ministro,
sino del valor objetivo del ministerio, se empezó
a definir el orden en función del individuo (y no
de la comunidad), como una dignidad, cualidad o
poder ligado a la persona del ministro.
8) La costumbre de ordenar presbíteros a monjes
sin cargo pastoral, cuya única función ministerial
era concelebrar la eucaristía conventual, vino a
reafirmar la concepción cultual de los ministerios
y a debilitar aún más la conciencia de su
vinculación con la comunidad local y con el
ministerio de la Palabra
9) La generalización del celibato y de la vida
en común entre los clérigos contribuyó a
marcar aún más las diferencias y las distancias
entre el pueblo cristiano y el clero como
estamento social aparte.
d) Las Ordenaciones en los siglos IV-VI
Los documentos litúrgicos de la época son fiel reflejo de
la concepción del ministerio y de las transformaciones
que le iban afectando durante este período.
Documentos emparentados con la TA.
Antes de la aparición de los libros litúrgicos propiamente
dichos, en oriente tenemos una serie de ampliaciones y
glosas de la TA: «Epitome», «Testamentum Domini
Nostri Iesu Christi», «Canones Hippolyti» y, sobre todo,
«Constitutiones apostolorum» (CA), cuyo libro VIII está
en la base de algunos rituales de ordenación antioquenos
y alejandrinos. Está luego el Eucologio de Serapión.
En comparación con la liturgia de
ordenación que hemos encontrado en TA,
tomamos nota de algunas variaciones de
interés.
En la ordenación del obispo ha aparecido un rito nuevo: durante la oración consecratoria «los diáconos tienen los evangelios abiertos sobre la cabeza del ordenando» (CA VIII, 4,6: Funk 1,472). La parte anamnética de la plegaria, en las CA, se ha visto ampliada con los nombres de todas las grandes figuras del AT, desde Abel hasta Samuel, pasando por Noé, Abrahán, Moisés y Aarón; es de notar que en la lista aparecen patriarcas, sacerdotes, jefes y profetas.
En la ordenación del presbítero no se menciona
en CA la imposición de manos del presbítero.
En la ordenación del diácono la oración de CA
evoca como paradigma del diácono a san Esteban.
La del «Testamentum DNIC» pide para el
ordenado mansedumbre y amor a los huérfanos y
a las viudas (Rahmani 93).
Las oraciones de ordenación que encontramos
en el Eucologio de Serapión de Thmuis (s. IV-
V) no introducen variaciones de consideración
en la imagen de los ministros que transmiten
otras fuentes, quizás una mayor insistencia en
la sucesión apostólica de los obispos.
e) El ritual romano antiguo
En Roma, en tiempos de san Gregorio Magno (+
604), el ritual de ordenación, anterior a los
retoques de origen franco, estaba ya configurado.
Las fuentes que nos permiten reconstruirlo son
de dos clases:
Sacramentarios (que dan las fórmulas
eucológicas) y
«Ordines romani» (OR) (que describen los
ritos).
Entre los primeros están
Veronense (Ve)
Gelasiano antiguo (GeV)
Gregoriano «Hadrianum» (GrH)
De los «Ordines» interesan los n. 34, 35, 36,
39 y 40 de la edición de M. Andrieu (III,
535-613; IV, 3-205, 273-308).
Coinciden los investigadores en afirmar que
las tres oraciones consecratorias remontan,
a más tardar, a mediados del s. V (¿obra de
san León Magno?).
La ordenación de obispos, presbíteros y
diáconos se celebra en domingo (OR 34, n.
32). El desarrollo del rito es de una gran
simplicidad.
En las tres ordenaciones, antes de la oración
consecratoria, se cantan las letanías de los
santos.
Al final del rito dan el beso de paz al
ordenado el obispo y los miembros del orden
al que ha sido admitido.
Ordenación del Obispo(Ve 942-947; GrH 2, n. 21-26; OR 34, n. 14-15)
La oración consecratoria se abre invocando a Dios como autor de
la jerarquía en la Iglesia.
Desarrolla la tipología de Aarón, recordando que Dios reveló a
Moisés las vestiduras con que habrían de revestirse los sacerdotes
(Ex 39).
En la parte epiclética pide a Dios su gracia para quien eligió «ad
summi sacerdotii ministerium»; que realice en sus sacerdotes «tui
ministerii summam» y derrame sobre él la unción celestial.
El acento es casi exclusivamente «sacerdotal», si bien en el
invitatorio y al final de la oración hay alusiones a la función de
gobierno («ad regendam ecclesiam tuam et plebem universam»).
La referencia de la «unción celestial» se ha de entender todavía en
sentido metafórico.
Ordenación del Presbítero(Ve 952-954; GrH 3, n. 27-29; OR 34, 11-13)
La oración consecratoria empieza también invocando a
Dios como «honorum dator et distributor omnium
dignitatum» en la Iglesia y como causa de crecimiento
y consolidación en la naturaleza, quien «cuando
estableciste sumos sacerdotes para gobernar a los
pueblos, les escogiste como compañeros y
colaboradores a hombres de rango y dignidad inferior».
Es de notar el énfasis con que subraya la inferioridad
del presbítero respecto del obispo (más adelante
hablará de «secundi meriti munus» a propósito del
presbiterado).
En la parte anamnética evoca tres paradigmas
del presbítero, que cabe relacionar con sus tres
funciones ministeriales:
1) los setenta varones que ayudaron a Moisés a
gobernar el inmenso pueblo;
2) los hijos de Aarón, que aseguraron con su
padre el servicio del culto, que se había hecho
más complicado;
3) los «doctores fidei», que acompañaron a los
apóstoles en la predicación del evangelio en todo
el mundo.
A juzgar por el vocabulario, coexisten dos
concepciones del ministerio presbiteral: la tradicional,
que lo define en términos de «munus», «dispensatio»,
y la nueva, que lo hace en términos de «honor»
«dignitas», «gradus», «meritum».
Define el presbítero por relación con el obispo de
quien es “adiutor”, “comes”, “cooperator”, pero en
segundo plano.
Es colaborador de su obispo, no sólo en relación con
la comunidad local, sino en todo el mundo.
Ordenación del Diácono(Ve 948-951; GrH 4, n. 30-32; OR 34,4-10)
La oración consecratoria se dirige a Dios como autor de la
estructura ministerial de la Iglesia «por Jesucristo, que es
tu palabra, tu sabiduría y tu fuerza» con vistas al
crecimiento del cuerpo de Cristo.
En la parte anamnética se recuerdan los paradigmas del
diácono en el AT, que son los levitas elegidos para el
servicio del arca y, después, del templo (Núm 3,6-9).
«La gracia de los siete dones» y las virtudes
características que se piden para el nuevo diácono parecen
querer relacionar el diaconado también con el ministerio
de san Esteban y compañeros, de Hech 6,1-6.