Post on 10-Apr-2016
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Propuesta 1. La hoz y el martillo en la Europa mediterránea. Una historia de supervivencia
Propuesta 2. El Comunismo en la Europa mediterránea
Propuesta 3. El declive del comunismo en el sur de Europa
El desarrollo de los partidos comunistas más representativos en la Europa mediterránea
se vio siempre influenciado por las decisiones, estrategias y acontecimientos que
sucedían en el bloque del este en general, y en la Unión Soviética en particular. El
desarrollo del comunismo, desde la década de 1970 en España, Portugal, Italia y Grecia
se trata, sin lugar a dudas, de una historia de supervivencia. Curiosamente, una
supervivencia en donde no el más adaptado a las circunstancias del momento
sobrevivió, sino que fueron los elementos que menos adaptados estaban los que
consiguieron sobrevivir a la hecatombe que para el comunismo supuso los
acontecimientos encuadrados entre 1989 y 1991.
(Logotipos de los partidos que serán analizados en este texto. En la parte superior están las
imágenes del Partido Comunista Italiano y el Partido Comunista Portugués, mientras que en la
parte inferior están la marca del Partido Comunista Griego y el Partido Comunista Español)
Cuando la revolución triunfó en el lugar menos esperado
Cuando en el año 1917 el Partido Comunista de la Unión Soviética o como eran más
conocidos en aquel entonces, el Partido Bolchevique, se hizo con los resortes del poder
en el que hasta entonces había sido el Imperio Ruso, el campo político e ideológico del
comunismo dio un giro de 360º grados. Se suponía, siguiendo los escritos de la primera
generación de escritores comunistas, entre ellos Karl Marx y Frederich Engels, que la
revolución debería triunfar en un país desarrollado industrialmente, principalmente en el
Reino Unido o en Alemania. El hecho de que triunfase en un país retrasado desde el
punto de vista capitalista como era el Imperio debió suponer una confusión para todos
los teóricos y seguidores comunistas del momento. Pero lo que debió suponer con aún
mayor fuerza fue un sentimiento de ilusión y alegría. La revolución proletaria por fin
había llegado a un país y ahora sólo era cuestión de tiempo su extensión por el resto de
Europa.
Con la ventaja del paso del tiempo, ahora sabemos que la revolución no se extendió
masivamente por el mundo y que en algunos lugares llegó a través de armas que
forzaban a la población, aunque sin querer esto negar la importancia del elemento
autóctono en lugares como Yugoslavia, Albania, China o la República Checa. En aquel
1919 se intentaron varias revoluciones, principalmente en Alemania con la Revolución
Espartaquista (http://www.luchadeclases.org/inicio/movimiento-obrero/historia-del-
movimiento-obrero/791-la-revolucion-alemana-de-1918-19.html) y en Hungría, con la
República Soviética de Hungría liderada por Bela Kun
(http://www.marxist.com/republica-sovietica-hungara-1919.htm)
Aquellas intentonas acabaron en un rotundo fracaso y con la aceptación de que la
revolución a nivel mundial debería esperar para una mejor ocasión, la cual llegaría 20
años después (si los ortodoxos del comunismo me permiten la licencia) en forma de II
Guerra Mundial y mezclada con llamamientos a la liberación nacional e intereses
geoestratégicos soviéticos. Por consiguiente, en aquella época de entreguerras, la Unión
Soviética el primer, y hasta el momento, único Estado del mundo liderado bajos
postulados del marxismo, decidió afianzar su posición en el panorama internacional
hasta que la situación para la expansión del comunismo por el mundo fuese más
propicia.
Después del éxito de la revolución bolchevique, el PCUS se convirtió en el líder del
movimiento comunista mundial. La Tercera Internacional se puso en funcionamiento
(fue creada oficialmente en 1915, aunque no tuvo su primer congreso hasta 1919) y
poco después se publicaron los 21 puntos en los cuales se establecían qué condiciones
debían cumplir todas aquellas agrupaciones que quisiesen tener un hueco en la nueva
organización revolucionaria (https://en.wikipedia.org/wiki/Twenty-one_Conditions) .
Estos 21 puntos tenían como principal objetivo marcar las pautas de desarrollo a través
de las cuales los partidos comunistas del resto del mundo se desarrollarían. El
marxismo-leninismo había triunfado y ahora ese era el único camino, dejando de lado a
otras posibilidades como el marxismo libertario o los socialdemócratas que en aquel
momento aún creían en el socialismo, pero habían abandonado las pretensiones de
alcanzarlo a través de la revolución (http://www.fusda.org/eduardbernstein.pdf). Por
consiguiente, a partir de esos 21 puntos se creó en el campo comunista y marxista una
división entre “ortodoxos”, que eran aquellos que seguían fielmente las pautas del
marxismo-leninismo que eran marcadas por el PCUS, y los “otros” en donde entraban
reformistas, comunistas de izquierda, etc. La Tercera Internacional o Internacional
Comunista desapareció en 1943, pero eso no iba a significar una liberación de los
partidos comunistas del mundo de las directrices soviética.
La II Guerra Mundial imprimió a los movimientos comunistas una legitimidad que
hasta entonces nunca habían tenido, además de la oportunidad de alcanzar posiciones de
poder. Era lo más cerca que el movimiento comunista estuvo de la revolución proletaria
mundial. La mitad oriental de Europa pasaba a estar gobernada por partidos comunistas
obedientes a Moscú. Además, parecía que en Grecia y en China las cosas podían seguir
el mismo curso debido a que los partisanos comunistas estaban ganando terreno en
ambos territorios.
(Después de la II Guerra Mundial, 1/3 de la población mundial estuvo bajo Estados
dirigidos por élites comunistas que decían representar un modelo estatal diferente a
aquel practicado por el capitalismo)
Fue entonces cuando comenzaron a aparecer las primeras disensiones dentro del campo
comunista en relación con la línea oficial que había que seguir. La Unión Soviética
decidió no apoyar a los comunistas chinos que luchaban contra el ejército oficialista de
Chiang Kai-shek, mientras que ordenó a Albania y a Yugoslavia que detuviesen su
apoyo a los partisanos griegos. Stalin no tenía la más mínima intención de arriesgar su
esfera de influencia y su glacis protector para la URSS por unos revolucionarios griegos
y chinos, aunque a estos últimos los tuvo que aceptar ya que en 1949 las tropas de Mao
Zedong obtuvieron la victoria y el control de China, a excepción de la pequeña isla de
Taiwan.
No obstante, las relaciones con China se pudieron enmendar, aunque no fue así con las
relaciones con Yugoslavia. En 1948 se produjo la ruptura entre Yugoslavia y el resto del
campo comunista. Más allá de las razones que produjeron la ruptura, lo interesante para
el caso que aquí se analiza es el hecho de que los comunistas yugoslavos emprendieron
un camino diferente al de Moscú (el Socialismo Autogestionario) haciendo ver que las
directrices de Moscú no eran las únicas para desarrollar el socialismo. No obstante, el
punto de inflexión para la división del campo comunista en varias tendencias y
corrientes llegó en 1956, con el informe secreto de Jruschov en el XX Congreso del
PCUS (https://www.marxists.org/espanol/khrushchev/1956/febrero25.htm).
Stalin había fallecido tres años atrás y las élites soviéticas decidieron suavizar los
términos en los que la URSS se había desarrollado desde que el georgiano se hizo con el
control a fines de la década de 1920. Este proceso, conocido como desestalinización,
llevó a Jruschov a pronunciar un discurso en donde denunciaba, aunque fuese en
términos parciales, la arbitrariedad y la dureza con la que Stalin había liderado a la
URSS durante los últimos 20 años. Además, aunque fuese indirectamente, el reconocer
errores en la gestión de Stalin también permitía a otros partidos comunistas revisar sus
políticas e iniciar iniciativas relativamente autónomas e independientes, especialmente
en aquellas zonas fuera del bloque soviético como China o la Europa occidental. Quizás
pueda parecer contradictorio escribir que Jruschov facilitó la heterodoxia dentro del
campo comunista si se consideran los acontecimientos de Hungría de 1956 o la
construcción del muro de Berlín en 1961. Sin embargo, esos acontecimientos se vieron
motivados por motivos geopolíticos y geoestratégicos y no por cuestiones ideológicas.
La represión de Hungría fue bastante reflexionada y sólo cuando estuvo claro que Imre
Nagy quería salirse del bloque soviético las tropas del Pacto de Varsovia intervinieron,
mientras que en el caso de Berlín, cambiar a las élites de la RDA mandaría un mensaje
de debilidad sobre la capacidad de la URSS para gestionar sus asuntos dentro de su
propia casa. Por consiguiente, la heterodoxia se permitió siempre y cuando no afectase a
la posición estratégica de la URSS en Europa y así lo demuestran la política
internacional autónoma de Rumania, el fracaso de los planes de división económica en
el Comecon, la importancia de la Iglesia en la vida pública polaca, la aceptación de
Yugoslavia como un modelo de socialismo alternativo o el hecho de que Albania
rompiese relaciones con el bloque soviético para aliarse con la China de Mao tras la
ruptura de esta con la URSS en la década de 1960. No obstante, sin lugar a dudas, donde
más se noto esta manga ancha fue en los partidos comunistas de la Europa occidental,
zona en la que Moscú no tenía ningún interés estratégico.
Los años en los que nos alejamos del Marxismo-Leninismo: el Eurocomunismo
Hablar de comunismo en la Europa occidental durante los años de la Guerra Fría es
sinónimo de hablar del Partito Comunista Italiano (PCI) .Y hablar del PCI es lo mismo,
al menos desde la década de 1970, de Eurocomunismo. Quizás parezca exagerado, pero
el único partido comunista que alguna vez tuvo alguna oportunidad de lograr el poder en
la Europa occidental fue el PCI. Ni el KKE (Partido Comunista Griego), ni el PCP
(Partido Comunista Portugués), ni el PCE (Partido Comunista Español) jamás tuvieron
la más mínima oportunidad de alcanzar el poder, a pesar de que fueron las principales
fuerzas en resistir a las distintas dictaduras que se desarrollaron en los tres Estados
durante la Guerra Fría.
El PCI siempre había tenido una gran autonomía, especialmente en el campo cultural e
intelectual, respecto a la línea marcada por la Unión Soviética. Aún así, durante las dos
primeras década de la Guerra Fría, el PCI se mantuvo fiel al PCUS y no ejerció grandes
críticas a los acontecimientos de Alemania 1953, Hungría 1956 y Alemania 1961. Sin
embargo, el aplastamiento de la Primavera de Praga en 1968 fue manejado por los
órganos comunistas italianos de una forma diferente. La chapucera solución de la
Unión Soviética ante los acontecimientos de Praga, propició que muchos comunistas en
la Europa occidental demandasen una diferenciación entre sus partidos y aquellos del
bloque soviético. Así, la aparición y desarrollo del Eurocomunismo no fue un fenómeno
únicamente italiano, sino que en él participaron otros partidos comunistas como el de
España, el de Finlandia, el de G. Bretaña o el de Austria. Sin embargo, sin el PCI, el
Eurocomunismo no habría pasado de ser otra maniobra ideológica propuesta por
partidos minoritarios o al margen de la legalidad.
( “La amenaza roja” así es como apodaba la revista Time a Enrico Berlinguer).
En la adopción del Eurocomunismo tuvo gran importancia la figura de Enrico
Berlinguer (https://www.youtube.com/watch?v=iTYDwLx6wRk). El que quizás haya
sido el más famoso de todos los secretarios generales del PCI, decidió que aquella
cuestión de la dictadura del proletariado, del partido guía y la colectivización de los
medios de producción no tenía ya cabida en Italia y en Europa Occidental, por lo que
decidió poner sobre la mesa una propuesta en la que el PCI aceptase la democracia
liberal, la OTAN, y la creación de una amplia creación de partidos para solucionar las
cuestiones sociales, económicas y políticas. En resumen, el PCI renunciaba a todo
aquello que suponía, no sólo el marxismo-leninismo, sino también el marxismo para
convertirse en un Big Tent party (https://en.wikipedia.org/wiki/Big_tent). Y el giro
ideológico funcionó a corto plazo ya que en las elecciones de 1976, el PCI obtuvo los
mejores resultados de su historia, quedando a apenas 4 puntos porcentuales de la
Democracia Cristiana.
No obstante, aquel resultado no dejó de ser un oasis en medio del desierto que el
comunismo y la izquierda más allá del socialismo pasaría desde la década de 1980 hasta
el 2014 en el que Syriza venció las elecciones legislativas griegas. Aunque no está muy
claro si la victoria de Syriza será también un oasis en ese desierto. Sea como sea, lo que
está claro es que durante la década de 1980 los resultados del PCI fueron cayendo, al
igual que los del PCE que también se había sumado entusiastamente al Eurocomunismo.
En el caso español, el PCE se integró en la segunda mitad de los 80 en Izquierda Unida,
mientras que el PCI desapareció en 1991 con un total de 177 representantes en la
Cámara de los Diputados.
(En rojo aquellas regiones donde el PCI obtuvo la mayor parte de votos a la Cámara de
Diputados italiana, mientras que en blanco están aquellas regiones donde la Democracia
Cristiana obtuvo la mayoría de los sufragios).
El Eurocomunismo fue un fracaso, no tanto por cuestiones endógenas, sino que
exógenas. Así, la caída del bloque del este a fines de los 80 y comienzos de los 90 fue
decisiva para deslegitimar el proyecto eurocomunista y los partidos que los
representaban en la Europa occidental. El futuro estaba en el capitalismo neoliberal y en
la democracia liberal y la única salida era aceptar el orden de las cosas y el ritmo de los
tiempos para transformarse en socialdemócratas que aceptasen el orden neoliberal. Eso
o convertirse en una agrupación de izquierdas más a la izquierda de los socialistas, pero
que nunca tuviesen fuerza para convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda.
Bueno, hubo una tercera salida que fue la tomada por el PCP y el KKE.
Huyendo hacia adelante
En la reunión de partidos comunistas del año 1976 el campo del comunismo quedó
dividido entre aquellos que seguían la doctrina marxista-leninista marcada por la URSS,
y aquellos que deseaban alejarse de las directrices establecidas desde el Comité Central
del PCUS. La mayoría de los partidos de la Europa occidental decidieron alinearse con
las tesis eurocomunistas o bien como neutrales en la disputa entre ortodoxos y
eurocomunistas. Los únicos partidos de la Europa occidental que se mantuvieron fieles
a la línea marxista-leninista fueron el PCP y el KKE.
(Mapa que refleja la división del comunismo tras la conferencia de 1976. Los países marcados
en verde son los que se alejaron de la ortodoxia de Moscú. Los Estados en rojo los que siguieron
alineados a los postulados del PCUS).
Ambos partidos siguieron alineados a la ortodoxia marxista-leninista incluso cuando
está comenzó a ser desechada por Gorbachov en los años de la Glasnost y la
Perestroika. Cuando el comunismo dejó de ser el sistema por el que una gran parte de
Europa se regía, los partidos comunistas de ambos países mediterráneos debían afrontar
una complicada situación. ¿Qué deberían hacer? ¿Seguir los pasos de sus compañeros
italianos y españoles y abrazar la socialdemocracia? O ¿mantenerse fieles a sus
principios y sobrevivir en la que se preveía una larga travesía por el desierto? Ambos
partidos decidieron enrocarse en sus posiciones y sobrevivir lo mejor que pudiesen a la
ofensiva neoliberal que les esperaba.
El camino no fue fácil, y menos en una Europa en donde el discurso dominante era
aquel del fin de la historia, avance del capitalismo neoliberal a través del Tratado de la
Unión Europea y de una sociedad menos ideologizada y con un pensamiento único en
donde la política y la conciencia de clase tenían poco que decir. Sin embargo, ambos
partidos consiguieron mantener a su base de votantes y militantes, consiguiendo así
mantenerse a flote durante los veinte años que han transcurrido desde la caída del muro
de Berlín hasta nuestros días. Más aún, ambos partidos han logrado mejorar sus
resultados y por lo tanto aumentar su presencia en las instituciones, aunque de una
forma marginal que ni tan siquiera le permite hacer algún tipo de sombra a los otros
partidos de izquierda que tienen una posición dominante en la izquierda en sus
respectivos países (el Partido Socialista en Portugal y Syriza en Grecia).
¿Cuál es el futuro?
La situación del comunismo en la actualidad es muy diferente en los cuatro países
recogidos en este artículo. Mientras que en Grecia y Portugal siguen existiendo partidos
comunistas con una fiel base de militantes y un ligero aumento de simpatizante, en
España el PCE no es más otra fuerza dentro de una coalición que se debate entre la
renovación o la desaparición (http://www.lahuelladigital.com/izquierda-unida-entre-la-
renovacion-y-la-autodestruccion/).. Aunque la situación más dramática para el
comunismo se encuentra en Italia. No es que no existan partidos comunistas en Italia,
pero éstos son terriblemente minoritarios y sin relevancia alguna en la política y en la
sociedad italiana.
Puede parecer una contradicción que haya sido en Italia en donde el comunismo haya
sufrido más desde el fin de la Guerra Fría. Después de todo, el Eurocomunismo era una
estrategia para adaptar el comunismo a los mecanismos de la democracia burguesa y de
la economía capitalista. Sin embargo, esa adaptación también se puede interpretar de
otra manera. Cuando se renuncia a los principios básicos de la ideología en la que
supuestamente se fundamenta el partido y se decide abandonar la movilización e
ideologización de los militantes y simpatizantes, sucede que cuando todos los elementos
están en contra es terriblemente sencillo abandonar el proyecto y bajar la cabeza, como
sucedió con el PCI. Después de todo, ¿no tenía el PCI más fuerza a fines de 1980 en las
instituciones y en la sociedad que el PCE, PCP y KKE juntos?
En Italia la importancia del comunismo es un solar, pero tampoco se puede decir que en
el resto de los países mediterráneos aquí nombrados la situación no es mucho más
halagüeña. En España y en Grecia, la hegemonía de la izquierda se la disputan otros,
mientras que el KKE y el PCE (dentro de Izquierda Unida) no tienen ni los recursos, ni
las estrategias y tampoco tienen el apoyo popular para poder disputar dicha hegemonía.
El KKE tiene en Syriza un duro oponente con el que tiene que lidiar, mientras que
Izquierda Unida tiene en Podemos y en el Partido Socialista a dos rivales que parece
que son imbatibles para la organización en este momento. Aún así, la diferencia de
ambos partidos es que el KKE tiene una base de militantes sólidas que apoya al partido,
tanto en los actos electorales, como en los actos de partidos y en las manifestaciones que
el KKE o asociaciones afines a éste puedan convocar, algo que no sucede en el caso de
Izquierda Unida, cuya base de militantes siempre ha sido fluctuante hacia el PSOE y
ahora también hacia Podemos.
Tomando en consideración lo anterior, es posible que el único partido de los aquí
analizados con una verdadera capacidad de crecer y discutir el liderazgo de los
socialistas en la izquierda es el PCP. Habiendo conseguido mantener estable la base de
militantes, el reto del PCP es aumentar su base de militantes, pero especialmente la de
simpatizantes que vean en la hoz y el martillo portugués una verdadera alternativa
política a los otros partidos del espectro político de la izquierda portuguesa, el Bloco de
Esquerda y el Partido Socialista. Aunque, claro está, lo anterior no será algo sencillo y
exigirá una estrategia a largo plazo en donde el PCP deberá abrirse más a la sociedad y
a los medios de comunicación, al tiempo de establecer mayores lazos de colaboración
con organizaciones de la sociedad civil con las que puedan tener puntos de vistas
similares, asumiendo todos los riesgos que conlleva un aumento del flujo de
información y la creación de alianzas con organizaciones independientes.
Sea como sea y suceda lo que suceda, lo que sí que parece claro es que el comunismo en
la Europa mediterránea deberá seguir sobreviviendo a la espera de mejores tiempos para
volver a resurgir de sus cenizas, si es que dicho momento llega, algo imposible de
asegurar en estos momentos.