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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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TÍTULO
LA NECESIDAD DE TRASCENDER
DERECHOS RESERVADOS
MONCAYO VARÍAS, Enrique Eliseo
CORRECCIÓN DE ESTILO
VEGA REQUEJO, Stanley
CARÁTULA Y DIBUJOS INTERNOS
CAMPOS BALAREZO, Jorge
1ª ed., Abril 2016
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca
Nacional del Perú Nº 2014-19476
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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ÍNDICE
DEDICATORIA
INTRODUCCIÓN
I El exilio II De descartable a destacado III De ayudante del ayudante a principal IV ¡Si no nos convences, nos salimos! V Los grandes escudos VI El gran crimen que cometí VII Los diablillos VIII La gran promesa
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Dedicado a Luz
mi esposa, a
mis hijos
Camila y Oscar.
A todas las
personas que se
esfuerzan por
alcanzar la
trascendencia.
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INTRODUCCIÓN
Existen muchas necesidades esenciales y
vitales en cada uno de los individuos:
alimentarse, vestirse, aparearse, protegerse.
Trascender en la vida es una necesidad
importante pues permite demostrar que cada
uno de nosotros puede dejar en este mundo
una huella imborrable, impronta que sin duda
será recordada por aquellos que siguen el
sendero del éxito.
Reúno ocho relatos en que narro diversas
experiencias y recreo variados escenarios por
donde anduve, tomando como base mis
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vivencias personales. Es el testimonio de un
hombre que en su afán de superación atraviesa
por innumerables situaciones y que gracias a
su perseverancia supera las dificultades
halladas en su tránsito y logra convertirse en un
profesional.
Intento humildemente promover una
constante motivación para aquellas personas
que deseosos de superación no desmayan en
cristalizar sus metas trazadas.
El autor.
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Sentado en una de las bancas centrales
de la acogedora plaza de armas de la tierra que
ha sido y será la cuna de los ronderos, emergía
de mi espíritu la mayor y más profunda alegría.
Por un lado evocaba mis andanzas, aquellas
que cuando era un joven impetuoso,
enamoradizo, juguetón, pletórico de energía,
realizaba. Por otro, el haber cumplido una
promesa que hasta ese momento había
tardado veinte años en hacerla realidad, y que
fue -y es todavía- uno de los prodigiosos
sueños que el universo me ha permitido
cristalizar. Promesa que en el camino me
había impuesto con el propósito de trascender
personal y profesionalmente.
Esta historia empezó así, hace muchos años…
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Cuando cursaba el quinto de secundaria
en la escuela pública de la ciudad evocadora,
mi tierra natal, me atrajo el curso de Biología.
No era para menos. El año anterior había
obtenido un excelente puntaje. Todo ello
obviamente eran los méritos de mi sabia
maestra. Ella trasmitía una proverbial dulzura al
instante de enseñar y trasmitir los
conocimientos. Me convirtió en su pupilo
indoblegable, un amante de aquella magnífica
e iluminadora disciplina científica. Tuve la
certeza que por fin hallaba mi derrotero, mi
futura carrera profesional.
Me atreví incluso a pensar el lugar
donde estudiaría. Sería en Trujillo, ciudad
impecable y primaveral. Postularía a la
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Universidad Nacional que lleva su mismo
nombre, reconocida por brindar la mejor
formación en el área de ciencias. Presumí que
era mi destino, justo y luminoso. No
descansaría hasta convertirme en un gran
biólogo.
Por lo demás, mi hermana Laura, una de
las más cariñosas, residía en esa ciudad. Las
circunstancias me favorecían. Entusiasmado,
decidí contarle a mi madre este anhelo.
–Si te portas bien, desde luego que te
envío –me repitió durante todo el año, a
manera de almibarada amenaza y cada vez
que mostraba un díscolo comportamiento.
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Por entonces, mi padre sufría de
diabetes y había adquirido una malhadada
costumbre: insultarme o pegarme con lo que
hallaba a su alcance.
A fines de aquel año, él me envío a
comprar una cajetilla de cigarrillos. La tienda no
estaba lejos. Distaban cinco cuadras desde
nuestra casa. Para que me apurara siempre
escupía en el piso y decía:
–¡Si se seca te reviento!
Para mi padre las órdenes se cumplían
marcialmente. Sin dudas ni murmuraciones. Y
como ya estaba hastiado de sus exabruptos me
demoré más de lo razonable.
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Al llegar observé su desaforado enojo. Y
ni bien estuve cerca me ametralló con insultos.
No satisfecho de hacer uso de frases hirientes
cogió un palo y trató de estamparlo en mi
cuerpo. Le agarré del brazo y forcejeamos
hasta que mis hermanos aparecieron y nos
separaron.
A consecuencia de ese altercado, mi
padre sufrió un coma diabético. Tuvieron que
llevarlo de emergencia al hospital. Mis
hermanos mayores no tardaron en
amenazarme:
–¡Si muere nuestro padre, te matamos!
Sus dedos los sentía en mis narices,
atemorizantes. Tenían los rostros encendidos.
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Gracias a Dios no fui sacrificado. Mi
padre salió del coma. Sin embargo, el
problema continuaba. Pero ya en menor
intensidad. Evité encuentros conflictivos. Cada
vez que hubo la posibilidad de prender la
hostilidad salía de casa. Me sentaba por horas
en una huaca ubicada a siete cuadras de la
casa. Por ello mis amigos del barrio me
apodaron sin misericordia “El loco huaca”.
El conflicto con mi padre cambió mi vida.
Era un tema latente. Motivó a que mis
hermanos decidieran alejarme de él.
Obviamente quería evitar un problema mayor.
La salud de nuestro progenitor corría riesgo.
Tampoco compartían la idea que fuera a
estudiar en Trujillo. Cada fin de semana
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regresaría a casa. Era una ciudad cercana. A
tres horas en bus.
En junta de hermanos, dieciséis, de los
dieciocho que vieron la luz, habían acordado
enviarme a Chota, cuna de los ronderos,
pujante provincia de Cajamarca. Allí podría
estudiar una carrera profesional. Ni siquiera me
consultaron. De manera que cierto día cuando
ingresaba a mi casa, uno de mis hermanos me
abordó:
–Hermano, deseo conversar contigo.
–Claro, tú dirás –le respondí.
–Entremos al cuarto de nuestra mamá.
Ingresamos. Allí estaban los demás,
sentados en círculo, como si me fuesen a
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juzgar por un crimen de lesa humanidad. Me
ubicaron en una silla que habían dispuesto
para apreciar al tribunal. Tito, el mayor, dijo:
–Mira hermano, deseamos lo mejor para
ti. Por eso José María desea llevarte a Chota,
para que estudies una carrera profesional.
–¿Chota? ¿Dónde queda ese lugar?
Se esforzaron por explicarme con lujo de
detalles las bondades del lugar, pero mi mente
estaba en Trujillo. De tanta insistencia y
sabiendo que no podía lograr revertir tal
decisión opté por pensar inteligentemente y
pactar con ellos. Convenimos en que si no
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ingresaba a la universidad de tal ciudad (no
sabía que solo existía un instituto pedagógico)
regresaría a postular en Trujillo.
En el mes de enero del siguiente año
enrumbé a la desconocida y misteriosa ciudad.
Fue entonces que conocí a una guapa mujer.
Desde un primer momento me impresionó.
Digamos que nació un amor a primera vista.
Sus padres tenían un pequeño negocio.
Con el pretexto de comprar algo aproveché
para frecuentarla y tener mis primeros
encuentros amorosos. De este modo fue
cambiando mis perspectivas. Decidí entonces
postular e ingresar en el único centro de
estudios superiores que existía en la ciudad, el
Instituto Superior Pedagógico “Nuestra Señora
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de Chota” que por cierto siempre ha sido
considerado como uno de los mejores en el
Perú. Pero ser profesor nunca pasó por mi
mente. Pero como dicen, “el fin justifica los
medios”.
Comencé a prepararme con tal
convicción que en mi perspectiva no existía el
“no ingresé”. Tenía que logarlo a toda costa,
contra viento y marea.
Al momento de comprar mi carpeta de
postulante solo existían tres opciones:
Educación Inicial, Educación Primaria y
Educación Física. Hubiera deseado estudiar
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Biología y Química, especialidad relacionada
con lo que siempre me agradó. Pero nada. Con
desánimo opté por la carrera de profesor de
Educación Física.
Pasé mis exámenes físicos con la mayor
soltura y en el examen escrito ocupé el quinto
lugar. Algo curioso. Ya tenía un motivo para
quedarme: el amor.
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Alimentado por los sublimes momentos
que me brindaba el amor e inundaba todo mi
ser, asistí a las clases del instituto. Pero no le
prestaba mucho interés a las diferentes
actividades pedagógicas propuestas por los
docentes. Estaba más preocupado por resolver
los conflictos con mi flamante pareja. Tratar de
comprenderla. Empecé a sentir que a mi
enamorada la habían contratado para hacerme
la vida imposible.
Ambos aspectos me ayudaron a ser un
estudiante irresponsable. No estudiaba ni
cumplía con las tareas. Me expulsaban del aula
a causa de mis pesadas bromas y como
consecuencia, desaprobé en el primer ciclo tres
cursos. En el segundo uno, y dos en el tercero.
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En tan poco tiempo tenía un récord de seis
cursos. ¡Qué tal mérito!
Casi al final del tercer ciclo, el profesor de
Teorías de la Educación planteó un trabajo en
equipo e invitó a que cada coordinador forme
su grupo y presente la nómina de sus
integrantes. Al ser yo un modelo de alumno
indisciplinado nadie deseó integrarme a su
equipo. Y no era la primera vez. De todos
modos pasé de grupo en grupo pero nada. Los
alumnos del penúltimo equipo me dijeron que
ya estaban completos. Isadora era mi última
esperanza, una gran amiga, las más destacada
en el aula. Inteligente, responsable,
preocupada y que gracias a ello le habían
otorgado la banda de coordinadora de su
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grupo. Ella se hallaba ubicada cerca a la
pizarra, a un costado de la ventana. Me
acerqué por detrás y le golpeé su hombro:
–Isidora, ingrésame a tu grupo por favor.
Tú eres mi salvación.
–Sabes, basura, no te quiero en mi
grupo –replicó.
Me pareció uno de aquellos golpes al
alma de los que habla Vallejo. Un tremendo
puñetazo que me arrojó hacia el piso. E incluso
sentí que mi propia alma tenía los huesos
rotos. Saqué fuerzas de flaqueza e insistí.
–Pero por qué me agredes, Isidora.
–Porque eres basura. No estudias, no
sabes, eres un vago.
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Estas elogiosas palabras magullaron mi
orgullo.
–Amiga, no es lo que parece. Ser
maestro no me agrada. No es lo mío. No soy
vago ni bruto.
–Entonces, ¿por qué pierdes tu tiempo?
¿Por qué no te retiras? ¡Estás haciéndole un
daño a la educación, a la sociedad!
–Mira Isidora, te voy a demostrar que
estás equivocada y te prometo que llegará el
día en que verás lo que en verdad valgo. Que
en realidad soy más inteligente de lo que jamás
imaginaste.
–Ojala esté viva para poder ver ese
milagro, aunque dudo que pueda cumplirse.
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Ese día terminé haciendo y exponiendo
mi trabajo solo.
A partir de ese incidente sufrí una
transustanciación que me marcó con fuego.
Una huella imborrable quedó tatuada en mí. En
esta nueva faceta de estudiante surgió una
historia azarosa, relumbrante.
Al empezar el cuarto ciclo cambié la
ubicación de mi asiento en el aula. De
sentarme al final, con el perverso propósito de
fastidiar a los maestros y compañeros, me situé
en las carpetas de adelante con la firme
decisión de escuchar con atención a los
maestros y refutar con argumentos a mis
compañeros. Me volví un lector compulsivo.
Desarrollé la gran habilidad de comprender los
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textos con el simple hecho de darle una sola
lectura. Exponía con mayor fluidez y
coherencia. Respondía pertinentemente toda
interrogante formulada por los docentes y
condiscípulos. Mis exámenes no bajaban de
dieciocho de nota. Fue tan brusco el cambio
que los docentes, incrédulos de mi capacidad
cognitiva, se ubicaban cerca de mi carpeta al
momento de rendir los exámenes. Pensaban
que para obtener notas destacadas plagiaba.
Los comentarios en la sala de profesores no
cesaban.
–¿Qué mosquito le habrá picado? ¿Han
visto el cambio? ¿No le habrán hecho brujería?
Los coordinadores de equipo empezaron
a mirarme de otra manera. Me invitaban a
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formar parte de sus grupos de estudio. Empecé
a elegir el equipo con el que deseaba trabajar.
Cuando llegó el quinto ciclo, era ya un
alumno destacado. Gracias a ese mérito me
convertí en coordinador. Mi mentor y gran
maestro de carrera, Víctor, cariñosamente
llamado “Vitucho”, se había convertido casi en
mi padre. Seguía de cerca mis cambios.
Siempre resaltaba mis virtudes como
estudiante modelo. Y es que cada vez que
lanzaba al aire una pregunta la terminaba
respondiendo yo. Constantemente decía:
–No sé si él lee mucho, o tiene una gran
memoria.
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Me encantaba que mi maestro me
pusiera como ejemplo, aunque claro, algunos
de mis compañeros trataban de ofenderme
tildándome de sobón. Nunca entendí aquella
actitud. Lo único que hacía era responder las
interrogantes que nadie quería o no podía
resolver. Más cólera e impotencia les
provocaba cuando el profesor pedía a cualquier
compañero que diga un número para tomarle a
aquel o aquella alumna el tradicional y famoso
examen oral. Como todos mis discentes sabían
mi número de orden, a propósito lo
mencionaban, para salir al frente y responder
las interrogantes. El maestro convencido de mi
capacidad solemne decía:
–Allí nomás. Tú sabes las respuestas.
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Y la pica se difundía por los poros de los
compañeros.
En el séptimo ciclo había consolidado mi
posición en el aula, siendo un referente
principal. Como coordinador intentaba
conformar el mejor grupo humano. La
excepción era mi mejor amigo Gato Balta.
Todos lo querían fuera del equipo. Sin
embargo, lo defendí a capa y espada. Su
función en los trabajos se limitaba a traer los
sanguchitos de pavo y el cuarto de ciento de
papel bond. Nunca se sentaba a trabajar. Todo
lo contrario. Se quedaba a ver televisión en su
casa. Lo más curioso, es que hoy en día, Gato
Balta tiene un Doctorado en Educación. ¿Habrá
hecho lo mismo estos últimos años?
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Con el paso de los ciclos, Isidora
empezó a bajar su rendimiento académico.
Resulta que se había enamorado de un tipo
comprometido. Vivía constantemente
enfrentándose a la esposa de aquél. Y por
último, la furiosa y adolorida mujer la amenazó
con acusarla ante las altas autoridades del
Instituto. Esto implicaba que las propias monjas
podían expulsarla de manera definitiva.
Cuando llevamos el curso de
Tecnologías Educativas III, prerrequisito para el
siguiente curso del mismo nombre, el profesor
Galvecino nos dio la última tarea, un tema que
habría de ser investigado y expuesto. Además,
tenía un gran peso en el puntaje acumulativo
para el promedio final del curso. Isidora tenía
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muy bajas notas en este curso. Es por ello que
el profesor se le acercó y manifestó que la
única forma de aprobar la asignatura era con
una buena nota en esa nueva tarea. Ella nos
quedó mirando. Desde luego pensó que
nuestro grupo era su salvación.
Nosotros estábamos cerca a la pizarra, a
un costado de las ventanas cuando sentí un
golpe en el hombro y descubrí cerca de mí el
rostro preocupado de Isidora.
–Amigo, necesito aprobar este curso y el
profesor me ha dicho que solo lo lograré si
hago una buena exposición. Tu equipo es el
mejor. Inclúyeme, por favor.
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En ese momento me acordé de una
escena similar, cuando estábamos cursando el
tercer ciclo, aquella vez en que le pedí que por
favor me incorporara a su equipo y ella me dijo
que en su equipo no quería basuras. Entonces
le respondí.
–En mi grupo no queremos basura. Tú
no estudias, no sabes, eres una vaga.
–¿Por qué me dices ello? –me respondió
sorprendida.
-Porque eres basura. No estudias ni
sabes. Eres una vaga. Pierdes tu tiempo. ¿Por
qué no te retiras? Estás haciéndole un daño a
la educación, a la sociedad.
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Me di cuenta que jamás había olvidado
su ofensa.
–Amigo, te desconozco, ¿por qué me
dices eso? –replicó sin salir de su sorpresa.
–¿No te acuerdas cuando tú me dijiste
eso hace tiempo? Aquella época cuando para ti
era un estudiante mediocre. Esa vez te prometí
que cambiaría y te demostraría que no era lo
que pensabas. Hoy, gracias a Dios veo
cristalizada mi promesa. Me siento más aliviado
por sacarme un gran peso de encima y
demostrarte lo contrario.
Isidora, con el rostro apenado se dio
vuelta y dio tres pasos. En ese momento le jalé
de su brazo y ella volteó, cabizbaja.
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–Mira, hermana, conozco de los
problemas que te aquejan últimamente y que
ha sido la causa de este gran bajón en tus
estudios. Tú eres una persona muy inteligente.
No eres lo que te he dicho. Discúlpame por
hacerte recordar tus propias palabras.
Simplemente quiero que recapacites y vuelvas
a ser la misma de antes.
Tomé un poco más de aire y proseguí.
–Alguien te puso en mi camino para que
seas la persona que me haga entender mi mal
comportamiento. Te agradezco, pues. Gracias
a ti ahora soy como soy. Por ello viviré
eternamente agradecido. Desde luego que te
apoyaré para que apruebes el curso.
Bienvenida a nuestro equipo.
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Isidora se quedó mirándome. Por lo visto
no recodaba nada. Ni bien se integró al grupo
le exigí a cada integrante desarrollar el mejor
trabajo. Lo logramos y por lo consiguiente ella
aprobó el curso. Sin embargo, Isidora no logró
resolver su problema sentimental y no pudo
seguir estudiando el siguiente ciclo.
A partir de ese momento comprendí que
el estudio y la responsabilidad sería mi mejor
arma para alcanzar mis metas a pesar de los
obstáculos y superarme como persona y como
profesional, actitud positiva que mantengo y
que me ha servido para asumir y emprender
nuevos y dificultosos retos en la vida.
Entendí que el cambio puede ser motivado
por alguien pero es impulsado por uno mismo.
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Es así como terminé mis estudios con
altas calificaciones. La mayoría de mis
compañeros me decían que por poco y
ocupaba el primer puesto en el aula. No lo hice
por los cursos desaprobados en los primeros
ciclos. Pero eso nunca me importó. Me bastaba
con ser el orgullo de mi excelente maestro. La
estima hasta hoy se mantiene.
Lo que sí me costaron tiempo fueron los
cursos jalados en los primeros ciclos. Tuve que
llevarlos en las vacaciones de verano. Uno a
uno tuve que aprobar. Así pude nivelar mis
estudios y concluir mi carrera en el tiempo
dado. Ahora estoy en mi edad de oro…
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Después de diez años de intentar ser un
profesional competitivo en las grandes ligas de
entrenadores locales y nacionales me di cuenta
que no era lo mío. Durante todo ese tiempo
llevaba a cuestas muchos fracasos.
Comencé a leer el contexto. Entonces
me percaté que existían muy pocos maestros
de mi área dedicados a estudiar e investigar la
didáctica en la Educación Física, materia en la
que destacaba cuando era estudiante.
Con muchas ganas y ahínco empecé a
investigar y practicar nuevas propuestas
pedagógicas en los procesos de aprendizaje
con mis estudiantes del nivel secundario.
Comprobé desde un primer instante que
aquello era lo que me agradaba y sin duda
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significaba el norte magnético a seguir. Me
decía: vas a ser especialista en didáctica y
planificación. Yo lo vaticinaba como si me
estuviera viendo en el ojo de Thundera, de los
famosos dibujos animados ThunderCats. Solo
era cuestión de seguir con rigor y dedicación, y
esperar la oportunidad para explotar
intelectualmente.
Luego de dos años de investigación, una
institución de Lima me invitó a formar parte de
su equipo de capacitadores, que se presentaba
ante el Ministerio de Educación para participar
en un concurso para el Programa Nacional
Nueva Secundaria, cuya finalidad era capacitar
a los docentes de varias regiones en el Perú.
Esta institución se presentó para la región de
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Lambayeque y Tumbes. Todo el equipo nos
preparamos para rendir el examen, que era
obligatorio aprobar para poder ejercer la
función de capacitador. Por otro lado, la
institución tenía que ganar la buena pro con su
mejor propuesta económica y pedagógica.
Llegó el examen y muy tranquilo procedí
a resolverlo. Curioso fue que al terminar me
hallé con un docente de mi equipo. Lo noté
preocupado. Me resultó extraño pues él fue
quien nos había preparado. Luego me enteré
que no logró aprobar el examen.
Yo pertenecía al equipo que postulaba a
Lambayeque. La institución no logró ganar la
pro en esta región pero sí había logrado ganar
en Tumbes. Para mi suerte, los candidatos a
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capacitar en Tumbes no habían aprobado el
examen y yo sí en la mía. El Ministerio de
Educación me permitió trabajar como invitado
en Tumbes. Luego de ser capacitado en
Chiclayo enrumbé a la tierra de los manglares,
a mi nuevo y prometedor destino.
Viajé pues a Puyango, distrito del
departamento fronterizo, lugar donde se
ubicaba la oficina de la institución capacitadora.
Todo el equipo nos reunimos con el propósito
de planificar las rutas de capacitación.
Cierto día, sentado frente a la mesa de
trabajo, el coordinador, en su afán de
diagnosticar la capacidad de su equipo,
comenzó a realizar algunas preguntas sobre
los temas que se tratarían en los primeros días
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de capacitación. Por mi parte, previamente ya
había leído todos los temas, materia de la
capacitación.
–¿Qué son capacidades? –preguntó y
señalando con su dedo me dijo– ¿Qué dices
tú?
Supuse que desconfiaba de mí. Todo
porque era docente de Educación Física.
Resulta que muchos tienen la errónea idea que
es una especialidad menor, la última rueda del
coche. Sin embargo olvidan que la Educación
Física es vida, el mayor bien jurídico y derecho
humano.
Le respondí en forma jocosa. Me esmeré
en que el concepto relacionado a ese tema sea
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entendido por mis colegas. Pero eso no bastó
porque el coordinador al momento de formar
los equipos me dio la función de ser el
ayudante de la ayudante. O sea que mi trabajo
consistiría en apoyar a la expositora principal.
Cargar y entregar los papelotes, plumones y
demás cosas.
Llegó el primer día de capacitación.
Afortunadamente a nuestro equipo le tocó la
Institución Educativa más problemática, aquella
que se había preparado con exclusividad para
tumbarse a cualquier capacitador que se le
ponga al frente, costumbre inveterada que es
necesario erradicar.
Mis colegas capacitadoras,
experimentadas en procesos de capacitación
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en anteriores programas del Ministerio de
Educación, habían preparado la famosa bolsita
ecológica (un papel sábana doblado y pegado
por los costados y adornados con florecitas de
distintos colores). Procedieron a pegarla a un
costado de la pizarra. A todos los presentes les
pareció muy cursi. Eran del nivel secundario y
al parecer no les gustó que los trataran, según
su percepción, como a niños de inicial.
La expositora empezó la jornada
saludando a todos y luego procedió a explicar
su tema.
De pronto, un profesor interrumpe la
exposición y pide que le responda una
pregunta (desde luego que él sabía la
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respuesta pero se notó que su intensión era
probar a la docente).
Ella, muy sagaz, respondió
cómodamente.
Pero su respuesta a nadie le agradó y
comenzó la avalancha. Dijeron que su
respuesta no les convencía y que era de otra
manera y que cómo era posible que dijera
aquello, que era impertinente y que por aquí y
por allá.
La colega expositora se puso muy
nerviosa. La agresividad de los participantes
flotaba en la atmósfera. Ella decidió continuar
desarrollando las ideas propuestas en la ruta
de trabajo, sin embargo la abordaban
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insistentes, con otra pregunta y al tratar de
responder se le adelantaban con la respuesta.
La capacitación se tornó inviable. El aula era un
caos. Puro bulla. Pobre expositora. Deseaba
que la tierra le tragase.
El coordinador, observando desde la
puerta del aula y señalando con sus pulgares
hacia abajo mostraba su total disconformidad
con el trabajo que estábamos realizando.
Yo seguía sentado, impertérrito, al lado
del pupitre, muy cómodamente observando
cómo maltrataban de manera injusta a la
colega. Ella, vacilante se acercó y le pidió a la
ayudante principal que continúe con la charla.
Esta última, en un principio se resistió, pero
como si la hubieran empujado por una fuerza
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mayor a su voluntad, fue a parar en el centro
del ruedo, enfrentando a las fieras sedientas de
sangre capacitadora.
Procedió a exponer y de igual manera,
se repitieron las escenas abrasantes.
Preguntas con trampa. La asistente principal,
muy nerviosa, respondía. Pero igual. No se
salvó de los palos. Arrastrándose por el piso,
con el alma hecha tirones, abollada de tanta
paliza inquisitiva y necia, me pidió auxilio y
ordenó trémula:
–Te toca.
–Mi labor es entregar papelotes y
plumones.
–No amigo, es tu hora, te toca, enfrenta
a la bestia de siete cabezas –insistió.
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Procedí a ubicarme al centro del aula,
con firmeza y voz fuerte saludé.
–Buenos días colegas. Mi nombre es
Enrique y voy a tratar el siguiente tema.
Un profesor levantó la mano y queriendo
hacer la misma jugada tramposa realizó una
pregunta.
–Muy interesante su pregunta. Guárdela.
Ya le responderé en su debido momento.
Permítame primero explicar el tema para luego
poder discutir los hechos. De esta manera
discerniremos sobre todas las interrogantes
que puedan hacer.
Diserté con solvencia. Usando verbo
pertinente y dando luces sobre el tema de los
valores, que era un eje temático de la famosa
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emergencia educativa de ese año. Los
profesores interesados en el tema realizaron
preguntas y uno por uno los iba peinando. Les
ponía sus lacitos en la cabeza y los dejaba
quietecitos en cada una de sus sillas. Un
silencio aprobatorio de aquellos que revelaban
la atención e interés me llevaron a la
conclusión que ese día dominé con solvencia a
la respetable asistencia.
Nuestro coordinador, quien observaba
todo mi desenvolvimiento, cambió rápidamente
de actitud y levantó los pulgares hacia arriba,
en señal de satisfacción y aprobación del
trabajo desplegado.
Terminó mi exposición y con la
satisfacción del deber cumplido, me tomé la
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licencia de formular la siguiente interrogante:
¿Hay más preguntas? Bueno, como no las hay,
muchas gracias a todos y no se olviden que
mañana hay tres funciones más. Todos
contentos y felices se retiraron del aula.
Al salir me abordó y me preguntó:
–¿Has trabajado como vendedor de
libros alguna vez?
–No, nunca –le respondí.
–¿Y cómo encantador de serpientes? –
vuelve a interrogarme.
Medito.
A partir de esa experiencia comprendí
que tenía habilidades para desarrollar esta
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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función, y que esta era mi verdadera vocación:
ser maestro de maestros.
Mi coordinador, gracias a esa heroica
acción, por salvar aquel barco que estuvo a
punto de encallar, me ascendió en mis
funciones. Me convertí en uno de los
principales capacitadores y cada vez que me
asignaba un colegio, me enviaba con mis
ayudantes.
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53
Me convertí en un experto veterano.
Nunca lo había pensado. Participé en varios
programas de capacitación organizado por el
Ministerio de Educación. Poco a poco fui
ganando más experiencia. El hecho de
compartir con otros maestros capacitadores me
proporcionó bagaje.
Había adquirido pues un importante
currículo, fruto de mi esfuerzo. Además de
compartir experiencias con aquellos maestros
que habían capacitado en todo el norte del
Perú, no dejaba de estudiar e investigar.
Durante ese tiempo noté que los
maestros que participaban en los programas de
capacitación propuestos por el Ministerio de
Educación, le tenía tirria a cualquier
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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capacitador. En muchas ocasiones esta actitud
se justificaba debido a sus malas experiencias
ocurridas con funcionarios sin nivel ni
capacidad. Sin embargo, esta aversión se
hacía extensiva, de manera también injusta,
hacia la nueva generación de capacitadores, de
quienes aún no conocían su capacidad.
Siempre pensé y estoy convencido que
aquel gesto resultaba un mecanismo de
defensa. Los participantes, en realidad,
evitaban que otros conozcan sus modos de
trabajar, o que exhiban algunas de sus
debilidades al momento de desarrollar sus
procesos de enseñanza aprendizaje en el aula.
O tal vez, el docente no soportaba estar en el
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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papel de estudiante, sentado frente a otros
docentes.
Se presentó un nuevo proyecto de
capacitación, y esta vez, me habían
seleccionado para trabajar en Chepén,
provincia importante de Trujillo, más cerca de
Chiclayo que de la capital liberteña.
Como siempre, o por obra del azar, me
asignaron la institución más conflictiva. Nunca
supe la razón de tener tremenda suerte. Por
un lado, pensaba que lo hacían porque
confiaban en mi capacidad, y por otro, creía
que era una forma inteligente de retrasar, por
envidia, el avance vertiginoso que demostraba
en el campo de la formación docente.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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Entré al aula llena de docentes que me
miraban con una actitud sospechosa y
desconfiada. Ni bien los saludé, inicié mi
discurso. El tema a tratar fue el proceso de
diversificación del Diseño Curricular Nacional,
que por ese tiempo estaba en boga. Estaba
hablando sobre el proceso de contextualización
cuando un docente se puso pie y me
interrumpió con mucho desenfado.
–Mire maestro, nosotros no tenemos
nada contra usted pero (siempre el “pero” por
delante, como valla mental contra cualquier
intento por mejorar la educación), esa cuestión
de contextualizar el currículo del DCN acorde a
las necesidades del contexto del estudiante es
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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ajeno a nuestro principios, acciones, formas de
trabajar de nuestro currículo institucional.
–Le explico –continuó- el porqué: el 80%
de los estudiantes que egresan de nuestras
aulas ingresan a las universidades nacionales
de Lambayeque y Trujillo. Eso quiere decir que
nuestros logros son óptimos. Tenemos una
gran cantidad de estudiantes en nuestra
escuela. Los padres hacen cola para matricular
a sus menores hijos pues confían en nuestro
trabajo y esa es la necesidad que estamos
cubriendo tanto para el estudiante como para
los padres de familia. ¿No cree usted que
nuestro currículo sea pertinente a las
necesidades que se requieren?
Tomó aliento y prosiguió:
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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–¿Por qué negar la importancia del
contexto, conocer nuestras costumbres,
tradiciones, nuestra literatura, nuestros
personajes locales? Pero (otra vez el “pero” por
delante), ¿de qué nos sirve tratar de la
literatura del señor Arbildo Cosavalente,
personaje ilustre de Chepén, si en los
prospectos de admisión de las universidades ni
siquiera aparece, ni tampoco lo conocen? ¿No
cree usted que en verdad al estudiante lo
estamos descontextualizando de sus
necesidades?
Y finalizó:
–Así que profesor, por favor, y esto es
un pedido de todos los maestros, salvo mejor
parecer, nos gustaría que nos explique una
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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forma coherente donde se inserte de una forma
pertinente el currículo. Algo que combine
nuestras intenciones pedagógicas y las del
Ministerio de Educación. Y eso sí, maestro, en
caso no logre convencernos, nos retiramos del
aula. ¿Sí o no compañeros?
–Síííííííííííí –respondieron todos, al
unísono.
Se presentaron dos situaciones. Uno, las
ideas del docente eran muy coherentes, tenía
razón. Y dos, la verdad no sabía qué decir ante
tal pedido. Mas aún ahora que habían
amenazado con irse del aula. Nunca estuve en
una situación tan difícil. No tenía respuesta
alguna.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
60
Pensé, calmadamente y comencé a
darme fuerzas. “Siempre hay una respuesta”,
me decía.
-Con desfachatez les dije:
–Siempre hay una respuesta, pero (me
tocó a mí jugar con ello) primero deseo conocer
más la forma de enseñar de todos ustedes. Los
principios que desarrollan, sus acciones. Todo
ello me permitirá dar la propuesta coherente
que ustedes exigen. Por ejemplo, usted,
colega, ¿que me dice al respecto?
Y así fui preguntando a cada participante
del taller. Cada cosa que decían lo iba
apuntando en la pizarra. Era una estrategia que
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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me servía dilatar el tiempo y encontrar la
respuesta idónea.
Después de jugar con varios maestros,
un docente exasperado por la demora se pone
de pie y dice:
–¡Ya basta maestro, deseamos que nos
dé la respuesta!
–Muy bien, les daré la respuesta –
respondí.
En el fondo no tenía ninguna. Esa
situación se parecía al paredón. Todos ellos a
punto de fusilarme.
Di la media, miré la pizarra por unos
segundos y como si la divina providencia, o mi
madre, que hacía un par de años había
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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fallecido, acudieron en mi apoyo. Mi mente se
esclareció y surgieron innumerables ideas.
Comencé a explicar:
–Muy bien, ustedes desean un currículo
pertinente, ¡muy fácil! Para ello haremos lo
siguiente: De las ocho horas libres que ustedes
tienen y que destinan a Matemática,
Comunicación y CTA, ahora lo van a destinar a
crear una nueva área que la llamaremos
“Ingresando a la Universidad”. Para ello
construiremos un currículo. Nos nutriremos de
los prospectos de las universidades donde con
mayor frecuencia postulan nuestros
estudiantes. De este modo abarcaremos la
literatura nacional e internacional, el álgebra, la
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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geometría, trigonometría, biología, química,
como asignaturas específicas.
Con más seguridad continué:
–Vamos a seleccionar a los docentes
que construirán este currículo y, por ende, sean
los que dicten esos cursos. Como me han
repetido reiteradamente que ustedes se deben
a sus estudiantes y los aprecian -todo lo he
anotado en la pizarra-, vamos a demostrar que
eso es cierto. Para fortalecer el área
“Ingresando a la Universidad” vamos a
aumentar una hora de trabajo diario. Ya no
vamos a salir a la una de tarde sino a las dos.
En este sentido ya no tendremos ocho horas
sino trece para tal área. Los días sábado
vamos a hacer simulacros de exámenes que
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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permitan formar habilidades en nuestros
estudiantes en la resolución de las
interrogantes. Allí les daremos unos tics o
truquitos.
Y ya con los participantes
escuchándome atentos, seguí:
–Por otro lado, es preciso que el
estudiante desarrolle su identidad. Debe
relacionarse con su acervo cultural, sus
costumbres, tradiciones, literatura local, sus
comidas, su fauna, su flora. No debemos
descontextualizarlo. Debemos ayudarlo a que
se apropie de un conjunto de saberes que le
permitan desenvolverse con soltura en su
realidad y de esta manera le ayuden a resolver
los problemas que se le presenten en la vida
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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cotidiana. Las áreas de Comunicación,
Matemática, CTA, Historia y Geografía deben
ser integradoras. Este fin se halla en el DCN
propuesta por el MED. Aprovecharemos pues
para transversalizar el currículo de acuerdo a
las necesidades del estudiante acorde con la
realidad.
Hice una breve pausa:
–Dicho de otra manera, mientras que en
el área de Comunicación hablamos de los
poemas del señor Arbildo Cosavalente,
personaje ilustre de Chepén y de sus obras,
por otro lado en el área de “Ingresando a la
Universidad” hablaremos en Literatura
Universal de Rubén Darío, Gabriel García
Márquez, entre otros grandes de la lengua
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
66
española. Concluyendo mis estimados colegas,
esta es la respuesta más sensata, coherente y
pertinente que por el momento les propongo. Si
eso no les convence, ustedes me dirán con
argumentos más sólidos, cuál creen, según su
perspectiva, sería la correcta.
Se sintió en el ambiente un silencio
absoluto. Durante unos segundos todos me
miraron sorprendidos. Esperaba el veredicto
final: sus disparos o la absolución.
Un profesor se puso de pie y manifestó:
–Realmente me ha dejado impresionado.
Esa es la respuesta que deseaba escuchar.
Creo que esa es la forma de lograr ambos
propósitos. Lo que realmente me preocupa es
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
67
si en verdad estamos preparados para lograr
ello. Pero eso ya no depende de usted sino de
la convicción de cada uno de nosotros los
maestros quienes aún podemos reaprender
para lograr los fines que usted tan claramente
nos ha explicado.
–Entonces –repliqué–, primero hay que
aprender a contextualizar el currículo nacional
a las necesidades regionales y locales de
nuestros estudiantes para luego crear nuestra
área particular. ¿Cómo vamos a crearla? Se
seleccionará al equipo de docentes que
construirán el currículo y enseñarán el área de
“Ingresando a la Universidad”. Vamos a
trabajar hasta las dos de la tarde y los sábados
también, ¿de acuerdo?
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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Todos miraban al techo, al piso, a su
cuaderno. Se miraban entre ellos. Nadie
respondía. Un docente se manifestó.
–Desde luego profesor, pero primero la
contextualización.
Me habían hecho perder media mañana
para regresar al inicio de mi ruta de trabajo.
Pero todo salió bien.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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Ser un joven capacitador era una gran
desventaja. Frente a mi solía tener una buena
cantidad de maestros mayores que yo. Esto a
ellos les parecía un insulto a su vasta
experiencia y años de servicio en la docencia.
Todo ello se evidenció en algunos
procesos de capacitación bajo una serie de
comportamientos que parecerían poco creíbles.
He aquí algunos:
● “El agrio”. Apodo con que habían rebautizado
a un joven maestro debido a la actitud muy
peculiar. Siempre andaba molesto, avinagrado
y parecía que todo lo que le decían le
incomodaba sobremanera. Una de sus tantas
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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ocurrencias lo empujó a desacreditar un
concepto que explicaba sobre estrategias. En
mi exposición pragmática afirmé que las
estrategias son acciones que uno diseña y
pone en práctica para lograr un fin. Sin
embargo, interrumpió y cogiendo un libro que
estaba leyendo, manifestó: Eso es mentira.
Aquí en el libro dice que las estrategias son un
conjunto de procedimientos, técnicas, métodos
que de forma integrada permiten el logro de los
aprendizajes en nuestros estudiantes.
–Claro que sí, mi estimado maestro, me
imagino que cuando usted conquistó a su
esposa planificó cómo conquistarla. Pensó
primero en llevarla al cine, luego a cenar. La
invitó a bailar y allí se le declaró. ¿Lo hizo así?
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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¿Logró que su esposa lo aceptara como su
enamorado? Me respondió, ¡Sí! Entonces usted
utilizó una estrategia para lograr su fin. Eso no
te lo explica el libro mi estimado amigo, pero yo
sí. Este gracioso ejemplo les pareció a todos
muy divertido y empezaron a reírse.
● En una charla sobre evaluación. De espaldas
a los maestros estaba escribiendo en la pizarra
las ideas más resaltantes cuando de pronto
escucho una tremenda carcajada y la voz de un
participante: ¿Qué cochinada nos está
explicando? Eso no sirve. Me doy vuelta y
observo a un maestro que se encontraba en la
primera fila, mirando a sus compañeros,
agitando sus brazos. Los motivaba a que me
hagan cargamontón.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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Regresé la vista a la pizarra y pensé:
Cálmate y busca rápidamente una solución
ante tremenda situación. Me acordé de algunas
frases muy importantes que tenía guardaditas
en el cofre de mi mente. Estas brotaron frescas
para ser utilizadas en una situación
problemática como aquella. En un extremo de
la pizarra escribí:
Ante una idea no te burles. Si
tienes una mejor, proponla.
Esta frase calmó por unos minutos al
maestro. Aproveché para seguir explicando:
–Me parece muy complicada su
propuesta –volvió a interrumpir el mismo
colega.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
74
–La evaluación debe ser objetiva y
sistemática, mi estimado colega –respondí–, de
lo contrario estamos evaluando, como siempre,
al ojímetro. Pero veo que usted, profesor,
conoce de evaluación.
–Sí –me responde orgullosamente.
–A ver, lo invito a que nos explique un
ejemplo –le dije a la vez que señalaba la frase
escrita en la pizarra.
Tremendo error.
–Bueno, compañeros –dijo el orgulloso
docente mientras escribía en la pizarra– Si el
estudiante hace muy bien su trabajo le pongo
18. Si lo hace bien 16; regular, 14, y muy
pobre, 12.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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La risa de sus compañeros no se dejó
esperar. Empezaron a burlarse y al mismo
tiempo refutaban.
–Oiga compañero, o sea que no existe
notas impares –dijo uno.
–¿Entonces, no existe la escala
vigesimal? –preguntó otro.
–Colega, esa sí es una verdadera forma
de evaluar al ojímetro
y su propuesta no tiene ni pies ni cabeza
–saltó un tercero.
Yo estaba al otro extremo de la pizarra,
observando el cargamontón que le hacían al
colega soberbio. Por su parte, él no sabía qué
responder. Me miraba como diciéndome, ¿qué
hago? Me quedé mirándolo fijamente,
esperando que su atrevimiento le sirva de
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
76
lección. Diciéndole con el alma, aprende a ser
humilde y respetuoso de las ideas de los
demás. Al no hallar salida se acercó y me
entregó el plumón. Luego se dirigió a su
asiento donde permaneció muy quieto y sobre
todo, completamente humillado.
Me acerqué a la pizarra y continúe con
mi exposición, sin que nadie en adelante
interrumpa ¡La humildad engrandece al ser
humano!
● En cierta época percibí en mis estudiantes
cierto cansancio y apatía. No disfrutaban el
estudio. Deduje que podría ser un problema de
estrés. Entonces decidí llevar al aula una
grabadora y una hoja donde estaba escrita la
secuencia de una técnica de relajación. Invité a
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
77
una estudiante que lea el texto. Ella poseía una
bonita voz. Sus demás compañeros,
cómodamente sentados en sus carpetas,
escuchaban. La música clásica flotaba
arrulladora en el aula, mezclándose con la
dulce voz de la narradora. En el proceso me di
cuenta que no funcionaba bien. Faltaba algo. A
los estudiantes les pregunté sobre aquella
experiencia y ellos poca o nula satisfacción.
Preocupado por el resultado e
investigando sobre programas para desarrollar
audios, descargué de la Web algunos sonidos
ambientales, música ideal para relajación y le
pedí a mi gran amiga Doris, de mirada dulce y
alma transparente y seráfica, que grabe con su
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
78
espléndida y cándida voz, la lectura propuesta
para tal fin. Se produjo un audio hermoso.
Volví a experimentar con los mismos
estudiantes. Esta vez la respuesta fue
satisfactoria. Tanto así que pidieron repita el
audio. No solo ocurrió en un aula de la misma
institución secundaria, sino en varias. Esta
propuesta lo llevé a varios colegios. La
respuesta fue la misma: pedían repetición. Lo
importante era que la actitud de los estudiantes
cambiaba en los procesos de aprendizaje. Se
mostraban más atentos y laboriosos al
momento de desarrollar sus tareas en clase.
En un proceso de capacitación,
explicaba a los maestros la experiencia
desarrollada y que lo ideal sería hacerlos
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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escuchar en alguna parte de la escuela donde
hubiera un ambiente natural, acogedor.
Un profesor, que en mi mente lo apodé
“El no pero”, debido a la muletilla que siempre
usaba no solo al momento de exponer sino
también cuando interrumpía. Él trabaja en el
cercado de Chiclayo. Su escuela tenía
espacios ambientales muy acogedores.
–No, pero no se puede aplicar profesor
su propuesta (refiriéndose al audio de
relajación) en mi colegio. –intervino dicho
colega.
–¿Por qué, maestro? –pregunto.
–Porque no habría tomacorrientes donde
enchufar el minicomponente.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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Al escuchar esta respuesta los colegas
soltaron sus sonrisas. Me quedé pensando
sobre aquella dificultad. Una colega intervino.
–Profesor, no se haga problemas.
Compre pilas, pues.
“El no pero” la mira y mueve la cabeza
hacia los costados, como diciéndole no ayuda
tu intervención.
Me dije, pensativo, tanto esfuerzo en
investigar y construir un material digital para
que digan, de manera infantil, no se puede
aplicar porque el tomacorriente está lejos.
● En otra oportunidad me tocó trabajar las
famosas GIAs (grupos de inter aprendizaje) con
un equipo de docentes muy complicados.
Existían. Estas concentraciones se
desarrollaban en horarios fuera de las jornadas
normales de capacitación. Muy difícil pedirles a
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
81
los maestros que den más de su tiempo para
desarrollar los temas propuestos en el
programa.
Logré, en unas semanas y con mucho
esfuerzo, convencer a los docentes para
desarrollar el GIA. Les propuse un horario
nocturno. Me preparé y llegó el día. Por la
mañana recibí la terrible noticia que mi madre
había muerto. Sentado frente al féretro de mi
madre estuve toda la mañana y tarde,
acompañándola en su sepelio, y recordando
todo lo bueno que me había enseñado, muchos
de los valores que ahora intentaba promover
entre los docentes. Pensaba todo el tiempo si
era necesario dar o suspender la charla esa la
noche. Sería muy difícil volver a congregarlos.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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Por un momento sentí que ella me decía: Hijo,
anda y trabaja a favor de tus colegas, no
desmayes. Te comprendo y no te preocupes
por mí. Ya más tarde me vienes a acompañar.
Yo estaré a tu lado en todo momento. Mi madre
siempre fue comprensiva. Estoy seguro que
eso es lo en verdad deseaba para mí.
Llegó la noche y como si fuese un artista
me dije, la función debe continuar. Expuse mi
charla. Concluí con mucha satisfacción mi
trabajo y regresé a acompañar a mi madre en
sus momentos de descanso eterno. Nunca les
comenté a los docentes, que mientras realizaba
mi exposición, mi madre estaba velándose, que
había sido recogida por el arquitecto del
universo.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
83
Estas experiencias, entre otras más,
fortalecieron mi espíritu de capacitador tenaz y
de vocación indestructible. Nunca me amilané
ante la adversidad. Se convirtieron en
fortalezas. Como profesa el dicho, lo que no
mata engorda.
Por lo demás, sentí la necesidad de
fortalecerme en otros aspectos que me
permitan solidez, firmeza. Hablar con mayor
propiedad y sabiduría. Publicar un libro, ganar
un concurso nacional o regional. Todo esto me
permitiría obtener más respeto.
A partir de allí comenzó mi obsesión por
desarrollar un conjunto de proyectos de
investigación desde el aula. Las experiencias
logradas con mucha satisfacción se
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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sistematizaron y los envié a varios concursos
nacionales. El producto de ello: Primer puesto
en el concurso Nacional “Maestro Digital” en
dos años consecutivos; Maestro que deja
Huella Regional, primer puesto regional; y
quinto nacional en el concurso “Enseñamos
Contigo”, y a nivel internacional finalista en el
certamen EDUCARED España. Ya tenía
premios logrados.
Paralelo a ello inicié mi carrera como
autor de libros de consulta pedagógica.
Publiqué “Sesión de aprendizaje, evaluación de
los aprendizajes”, “7 pasos para Educar”, “7
pasos para diseñar una visión innovadora”,
entre otros.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
85
Mis libros fueron comprados por
docentes de distintas partes del norte,
nororiente y oriente del Perú. Me sentía
orgulloso de ello y pensaba, algún día estarán
por todo el país Perú. Solo es cuestión de
esperar la oportunidad. Ahora sí me sentí más
seguro. Comencé a comprender los
comportamientos de algunos docentes.
Siempre buscaban un pretexto para rechazar
las propuestas tanto del MED como las mías.
En ese momento lo veía tan natural que si no
intervenía un ocurrente maestro y se oponía a
cualquier planteamiento por el simple placer de
oponerse, comenzaba a extrañar esas
intervenciones.
Me embarqué en más proyectos de
capacitación. Sentí que estaba protegido por
una gran coraza.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
87
El MED convocó a profesionales para
desarrollar el Plan Nacional de Fortalecimiento
de la Educación Física. Al poco tiempo recibí la
noticia de que había sido seleccionado como
capacitador Regional de Cajamarca. Esta
propuesta de trabajo me llenó de alegría no
solo por el aspecto económico sino que
además tendría la oportunidad de apoyar y
compartir experiencias ya logradas en el área.
A todos los capacitadores,
coordinadores regionales, promotores de red
de todo el Perú, nos convocaron a una
capacitación de dos días en la ciudad de Lima.
En este tipo de evento que organiza el MED
uno gana experiencia, nos da cierta autoridad
para desempeñar esta labor, aunque
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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lamentablemente abarca poco tiempo. No sé
en qué momento pensé: Esta es la oportunidad
que mis libros lleguen a todo el Perú.
Nos hospedaron en la campestre y
colorida Huampaní. Al día siguiente nos
trasladaron al auditorio del colegio Melitón
Carbajal. Los capacitadores expusieron
muchos temas, diría demasiados. Daba la
impresión que se les había dado poco tiempo
para disertar. Media hora a lo mucho. Por ello,
apurados cumplían sus participaciones.
Yo había llevado dos cajas pequeñas
llenas de dos libros recién publicados,
“Diversificación” y “Sesión de Aprendizaje”.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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Al terminar la jornada matutina nos
invitaron a almorzar. En una parte del coliseo
deportivo habían colocado unas mesas, donde
comeríamos. El almuerzo lo trajeron en tápers
descartables.
Aproveché ese espacio y comencé a
promocionar mis libros. Los docentes se
acercaban y compraban sin mayores
aspavientos. Se acabaron todos los
ejemplares. Los docentes que no llegaron a
comprar me pidieron que por favor mandara a
traer otro paquete. Llamé a mi esposa que me
enviara pronto otra remesa.
Al día siguiente, cargado con la caja que
había recogido de la agencia, me senté en una
de las butacas intermedias. Algunos docentes
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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se acercaron con la intención de comprar mis
libros. Les dije que en el intermedio lo haría,
pero tanto fue sus insistencias que opté por
salir un rato con la caja y empecé a venderles.
Salían como pan caliente. Pasado una media
hora, salió del auditorio un señor, que parecía
trabajar en el equipo del MED y me llamó la
atención, diciéndome:
–Profesor, no puede hacer esto en un
proceso de capacitación. Así que guarde sus
libros.
Luego reingresó al auditorio. Mientras él
ingresaba al auditorio me retiré a unos veinte
metros con el propósito de acomodar, guardar
bien los libros. En ese momento salió otra
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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profesora. Se me acercó y de igual manera
recalcó mi actitud.
–No puedes hacer este negocio. Estás
poniendo en peligro tu oportunidad de trabajo.
Fácil te podemos sacar.
Ya para ese momento estaba
desconcertado. Sentí que había cometido un
gran delito. Acomodé los libros y volví
nuevamente al auditorio. Llegó la hora de
almuerzo y todos recibimos los tápers
descartables. Se me había ido el apetito. Me
quedé en el auditorio pensando en las
consecuencias de la acción que había
provocado. Mi mente, siempre tratando de
buscar un equilibrio decía: Ve las cosas
positivas que has logrado. Has cumplido un
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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gran sueño. Uno de tus libros ya está en todo el
Perú. Si te despiden por ello, es por algo; no te
preocupes.
Durante la jornada vespertina me ubiqué
en la parte final del auditorio, escuchando la
charla de unos de los capacitadores
nacionales. Se trataba de la Higiene. Lo
importante de lavarse las manos antes de
comer. Bañarse después de realizar cualquier
actividad física. Parecía que el tema lo habían
copiado y pegado del Rincón del Vago, en
Internet. Muchos de los ponentes no exponían
estrategias de aprendizaje ni tampoco
desarrollaban procesos de investigación a partir
de la necesidad de insertar la problemática.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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Con toda sinceridad y modestia, aquellos
profesionales no estaban a la altura del evento.
En ese momento se me acercó un
docente:
–Profesor, por favor véndame un par de
libros.
–No puedo mi estimado amigo. Me han
prohibido vender.
–Por favor, haga un excepción, véndame
dos –me quedó mirando y después se sienta a
mi costado.
–Mire, le voy a pasar la plata por debajo
y usted me pasa también por debajo los libros.
¿Le parece? –me propuso guiñándome.
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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Así lo hicimos. Después de tener los
libros en sus manos comentó:
–Profesor, ni que estuviera vendiendo
drogas.
–Así es amigo –le respondí– Aunque esa
sensación es la que tengo.
Mi contertulio sonrió.
–No desmaye profesor, siga adelante.
Los del Ministerio no saben cuánto
necesitamos este tipo de material. En nuestro
medio no existen libros como los que ha
publicado. Antes de comprarle ya los había
visto, por eso le rogué que me los vendiera.
Se puso de pie y se ubicó en una butaca
donde estaba su equipo regional. En su rostro
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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se dibujaba la alegría. Yo me quedé pensando
en las bonitas palabras del colega.
Me dije, ¿no será que mi madre utilizó a
este profesor para ayudarme en este momento
difícil? Asumí que así era y le agradecí por el
acto. Esto permitió que vuelva a tener equilibrio
y pueda mirar con la frente en el alto, otra vez.
Terminada la jornada me acerqué a los
tres coordinadores y capacitadores más
importantes del Ministerio. Ellos sabían muy
bien de lo ocurrido con los libros.
–Soy consciente del error que he
cometido. Debí pedir permiso. Con hidalguía
acepto cualquier sanción que ustedes me
impongan. No es correcto lo que hice; pero
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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(utilizando la estrategia de siempre) quiero que
sepan que como investigador que soy, siento la
necesidad de compartir mis experiencias
pedagógicas desarrolladas producto de mi
constante estudio e investigación. Estoy seguro
que le han de servir a los docentes que tengan
mis libros. El precio ha sido muy módico. Está
al alcance de todos ellos. Además, lo que
recaudo es para seguir invirtiéndolo en mis
siguientes proyectos. Ustedes no saben
cuántos recursos necesitamos en estos
procesos. De allí que debemos buscar la forma
de generarlos.
Ellos me respondieron que el problema
lo tratarían en sus reuniones de coordinación y
La necesidad de Trascender Enrique Moncayo Varías
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que la respuesta me la comunicarían de todas
maneras.
Por la noche me embarqué a Chiclayo.
Al cabo de cinco días recibí un e-mail de la
coordinadora nacional del Plan manifestando lo
siguiente:
Profesor Enrique Moncayo:
En la Jornada de Capacitación Nacional del Plan de Fortalecimiento de la Educación Física y el Deporte Escolar realizada los días 25 y 26 de junio pasado, usted realizó una venta ambulante de libros cuando debió estar abocado estrictamente al desenvolvimiento del citado evento.
Dicha actitud evidenció que sobre los objetivos institucionales usted superpuso objetivos personales en perjuicio del Plan.
Hecho que usted ha reconocido personalmente con el equipo pedagógico durante la Jornada.
En tal sentido, hemos visto por conveniente no contratar sus servicios como CAPACITADOR REGIONAL.
Atentamente:
Coordinadora Nacional
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La sanción me pareció
desproporcionada e irrazonable. Vender libros
que puedan ayudar a los docentes para mi no
era un delito. Representaba una simple falta.
Sin embargo, la sentencia estaba
echada. Me habían expulsado del programa
por ofrecer conocimientos. Ellos habían usado
mis disculpas. Consideraron que era un
antecedente para incriminarme. ¡Qué pena!
Me limité a responder el e-mail con el
siguiente texto:
Aunque en realidad me quedé con las
ganas de decirle muchas cosas más.
Mi estimada
Muchas gracias por su inmediata respuesta y
comprendo su gran decisión.
He aprendido una gran lección.
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Corrían los días del mes de enero. Una
importante universidad había publicado una
convocatoria para cubrir una plaza como
docente de educación superior. Sin pensarlo
me presenté con mi expediente en mano ante
el vicerrector de asuntos académicos. Él se
quedó observando mi hoja de vida y asintiendo
su cabeza manifestó:
–Interesante currículo. Preséntate al
concurso y allí veremos.
Después de dar el examen escrito, una
entrevista y una clase demostrativa, esperé a
que den los resultados del concurso. Grande
fue mi alegría al saber que había salido
seleccionado para cubrir dicha plaza.
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Empezaba mi carrera como docente
universitario en la escuela profesional de
Educación. La Directora de Escuela al
entrevistarme me dijo:
–Felicitaciones maestro. Desde ahora
forma parte del staff de docentes de nuestra
escuela y su primera tarea a lograr es
transformar a un grupo de estudiantes de un
ciclo superior que nadie desea enseñarles. Son
terribles, problemáticos. No podemos permitir
que en esas circunstancias se gradúen con ese
perfil.
Sonreí.
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–No hay problema señora Directora. Yo
también fui terrible cuando era un estudiante.
Sé cómo tratarlos.
Ella sonrío como diciendo, no sabes con
quién te estás enfrentando; terribles diablillos,
sin compasión alguna. Me dio la bendición.
Faltaba la cruz, la Biblia, la estaca y el manojo
de ajos.
Llegó la primera clase. Me acerqué al
aula. En el corredor los diablillos me
esperaban sosteniendo en sus rostros una
mirada de desconfianza.
–Jóvenes, por favor pasen a su aula.
Con apatía y desgano se demoraron en
ingresar.
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Antes de empezar con el tema de mi
clase saludé a todos y les dije mi nombre.
Dentro de mi discurso resalté dos palabras:
“respeto” y “comunicación”. Que de ahí en
adelante deberíamos practicarlo. Que si no
lo hacíamos y trasgredíamos esas normas
perderíamos todo.
–Todo lo que hagamos y discutamos se
queda en esta aula –resalté.
Había marcado mi territorio ante ellos.
Durante la primera semana visité a los
diablillos en los colegios donde realizaban sus
prácticas profesionales. Me sorprendieron al
mostrar interesantes propuestas pedagógicas
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ante sus niños. Tenían grandes
potencialidades.
Concluidas sus clases se acercaban
para asesorarles. Los invitaba a sentarse a mi
lado. Con un papel y su carpeta de trabajo
empezaba a manifestarles las acciones
observadas. Temiendo haber cometido muchos
errores me miraban como esperando las
frases: “Todo está mal”, “esta pésimo”, “cómo
es posible que un estudiante hasta estas
alturas no pueda lograr los propósitos
establecidos en su planificación”. Hasta creo
que esperaban el momento en el que rayara
sus diseños de clase.
Jamás ocurrió eso. Por el contrario.
Resalté sus grandes fortalezas y por allí muy
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disimuladamente las acciones que debían
mejorar.
Maira una de las estudiantes más
destacadas me observó con asombro y me hizo
una pregunta:
–Maestro, ¿qué ha comido?
–¿Por qué? –le pregunto.
–Porque hasta ayer sentía que me había
equivocado al elegir la carrera de ser profesora.
La maestra que nos enseñaba antes de usted
me decía que todo estaba mal. Me rayaba mis
documentos sin compasión. Me hacia leña
cuando cometía un error. Terminaba llorando
cada vez que llegaba a mi aula. Sin embargo,
usted me dice que estoy bien, que soy una
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buena maestra, que tengo tal potencial y que
debo de aprovechar mis fortalezas para
alcanzar la sabiduría deseada. Cuando me
corrige lo hace tan sutilmente que me ayuda a
entenderlo positivamente. Me motiva a que
busque mejorar mi práctica. Me ha dejado
perpleja.
–Bueno, creo que fue la leche y el huevo
frito que desayuné –le comenté con una
sonrisa.
El cuchicheo en el aula no se dejó
esperar. Que el profe por aquí, que el profe por
allá, que sí, que no. Mi presencia les había
llamado la atención. Más aún cuando se
enteraron que en una reunión que había tenido
con la Directora de Escuela, defendía las notas
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de dos estudiantes destacadas. Para todos los
demás no merecían tales notas elevadas.
Se acercó el aniversario de la
universidad y como de costumbre las escuelas
profesionales se preparaban para desarrollar
las actividades propuestas. Una de ellas,
presentación de estampas coreográficas. Era el
aniversario, toda una fiesta y algarabía.
La delegada de toda la Escuela de
Educación ingresó muy animosa al aula de los
diablillos y comunicó:
–Chicos, como ya sabemos, debemos
de participar en el concurso de estampas.
Necesitamos voluntarios para armar la
coreografía. Todos debemos comprar nuestro
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polo insignia. Colaborar para los materiales, la
vestimenta del grupo representativo y… –en
ese momento es interrumpida por Rocio, una
estudiante que destacaba por su buen
geniecito.
–Sabes que mamita, este año no vamos
a participar. Todos los años hemos gastado y
colaborado para ello, así que regresa por
donde entraste.
–Pero chicos, bien saben que tienen que
participar. Es la orden de la Directora de
Escuela –reiteró la delegada.
Se puso de pie Fabiola, impetuosa como
nadie:
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–¿Ah, sí?; entonces que ella venga acá
y nos diga en nuestra cara.
La delegada salió del aula y al poco rato
vino con la Directora, quien entró
envalentonada.
–Aquí estoy. Sabemos que tenemos que
tener representatividad en el aniversario de la
universidad, por lo tanto tenemos que
participar.
–Mire, señora Directora, estamos
gastados de tantos materiales que compramos
para nuestras práctica. Andamos prestando
para cubrir esa necesidad. ¿De dónde quiere
que saquemos dinero? –replicó Roxana.
Asombrada, la Directora preguntó:
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–¿Todos están de acuerdo en su
decisión de no participar, sabiendo que puede
haber consecuencias por su atrevida posición?
–Síiiiiiiiii –respondieron al unísono.
La delegada junto a la Directora salieron
echando chispas.
Al día siguiente también tenía clases con
los diablillos. Cuando ingresaba a la oficina a
firmar mi asistencia escuché la voz de la
Directora. Se acercó a darme las quejas sobre
el comportamiento de los estudiantes y en tono
impositivo me dijo:
–Estimado profesor, no sé lo que hace
pero sus estudiantes deben participar en el
evento. Es muy importante.
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–No se preocupe. El día sábado ellos
estarán con su polo y participando –le dije muy
seguro de lo que afirmaba.
Ese día entré al aula y les pregunto:
–Me comentan que ustedes no desean
participar, ¿es verdad ello?
–Sí, profesor, ya estamos cansados de
que todos los años tengamos que gastar para
participar y además, estamos sin recursos.
–Claro, pero es el último año que
estarán aquí y tienen que salir por la puerta
grande. Miren, chicos, he dado mi palabra que
todos ustedes participarán. Les comunico
simplemente esto. No hay problema conmigo si
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no desean participar. Es la voluntad de
ustedes. La respetaré.
Me senté en mi pupitre y cogí unos
folletos que me habían dado para entregarle a
cada uno de ellos.
De pronto Zuley, la delegada del aula
se puso de pie y mirando a sus compañeros
dijo:
–Bueno, chicos, podemos conseguir
unos polos más baratitos. Hagamos un
esfuerzo por colaborar con lo solicitado.
Veamos quienes podemos participar en la
coreografía. Además, el sábado lo tenemos
libre.
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El día que se realizó el evento la
Directora no terminaba de asombrarse al ver a
los diablillos bien uniformados y a otros
participando con algarabía en la coreografía.
–¿Qué hizo maestro para convencerlos?
–me preguntó si abandonar su sorpresa.
–Nada –le respondí–, simplemente les
dije que tenían que participar.
Sabía que no solo era ello. Había
logrado el reto que ella me propuso,
incentivando a ese grupo de jóvenes
incomprendidos, diciéndoles que ellos eran
MÁS GRANDES que sus problemas e
indiferencias. Que cada uno de ellos encerraba
un mundo de sorpresas, un mundo donde nos
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sorprendían sus virtudes y fortalezas. Mi
secreto consistió en trabajar con ellos bajo dos
importantes ingredientes: Comunicación y
respeto mutuo.
Lo anecdótico del caso es que al final los
diablillos hicieron las paces con la directora y
los demás profesores siendo considerados
como ejemplo de cambio para las demás
jóvenes de ciclos de estudios menores.
Este final me pareció conocido. Un
reflejo de mí cuando fui joven.
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Después de terminar mis estudios
pedagógicos, decidí regresar a mi tierra y
ejercer allí la docencia. Me había convertido en
un joven con mayor madurez, entusiasta.
Deseaba fervientemente ejercer el rol de
maestro.
Mis grandes amigos Víctor y Evaristo me
acompañaron a la empresa de transportes.
Antes de subir les di un fuerte abrazo. Me
embargó cierta pena a tal punto que me detuve
en la puerta del vehiculo y dirigí la mirada hacia
el parque principal. Entonces me dije: Como un
gesto de gratitud por las grandes experiencias
que he tenido durante la mayor parte de mi
adolescencia, la formación personal y
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profesional que he recibido en este pueblo,
prometo regresar algún día con algo en lo que
pueda contribuir en beneficio de su gente. No
regresaré sino tengo algo que dar.
Al cabo de quince años de noviazgo me
casé con la mujer que fue el motivo para
quedarme en Chota. Ella, siendo natural de
aquel lugar, todos los años me invitaba a la
fiesta patronal de su querida tierra.
Siendo capacitador, gestioné la
realización de una capacitación en Chota pero
no se pudo efectuar. Los intereses de algunos
compañeros de estudios, que fungían de
funcionarios en la UGEL de aquella ciudad,
buscaron la forma de boicotear mi entrada. Lo
único que deseaba era que organicen el evento
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y paguen mi pasaje y estadía. Lo demás era
cuenta mía. En mi mente solo rondaba la idea
de cumplir mi promesa, hasta ese momento,
frustrada.
Pasaron veinte años. Publiqué mi tercer
libro denominado “Indicadores e instrumentos
de evaluación”. Con la UGEL de Chiclayo
realizamos un curso sobre el tema. Un taller
donde asistieron maestros de distintas
regiones. El evento se desarrolló con mucho
éxito. Logré llamar la atención de los
especialistas de la UGEL Chota que se habían
inscrito y participado en dicho evento. De
regreso a su ciudad, ellos propalaron las
bondades del curso y propusieron que se
desarrolle en la UGEL Chota.
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Al cabo de siete días, recibí
inesperadamente una llamada por teléfono. Era
el Director de Gestión Pedagógica de la UGEL
Chota y me invitaba a una reunión de
coordinación en Chiclayo para poder lograr
desarrollar el mismo curso para su comunidad
educativa.
Estaba feliz. Era la gran oportunidad que
desde hace buen tiempo ansioso estaba
esperando. Ya tenía algo que dar. Un buen
tema pedagógico y un libro que compartir.
En la reunión se fijó las fechas, los
distritos donde se congregarían los docentes y
se desarrollaría la capacitación, mi estadía y
demás detalles.
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Ya en Chota, me presenté en el auditorio
de la Municipalidad Provincial. Eran las 7:50 de
la mañana. No había nadie. Todos los
maestros se encontraban congregados en la
Plaza de Armas. Siendo las 8:00 abrieron las
puertas del auditorio y los docentes en tropel,
ingresaron y tomaron por asalto las sillas del
auditorio. Había más de 300 profesores de
distintas áreas pedagógicas.
Estaba sentado frente a ellos. Me
observaban con un extraño y cálido asombro.
Les parecía conocido.
A las 8:30 recién aparecieron las
autoridades de la UGEL, trayendo el equipo
multimedia y la laptop. Desde ese momento
empezó el desorden, los silbidos, los gritos:
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–Tardones, como siempre.
La animadversión se lo habían ganado a
pulso los propios funcionarios. Algunos
maestros apremiaban señalando su reloj.
–Compadrito, empieza ya. Para eso te
pagan.
–Avanza o nos salimos.
Observaba y pensaba. El gran sueño
que deseaba cumplir se estaba convirtiendo en
una gran pesadilla. Una voz resonó desde mi
interior: Busca una estrategia para calmarlos y
poder lograr el objetivo por el que has venido.
Me acordé de una estrategia que había
aplicado con éxito en Chiclayo, en el
emblemático colegio San Judas. Este plantel se
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caracterizaba por tener una gran cantidad de
maestros, muchos de ellos, conflictivos. Aquella
estrategia me había ayudado a establecer un
canal de respeto entre ellos y yo.
Uno de los especialistas se presentó
ante el auditorio. Dio la bienvenida y explicó
los objetivos del taller. Al cabo de unos minutos
me presentó. Leyó mi hoja de vida. Sentí que
ello calmó un poco a los maestros. Tenía
algunos interesantes méritos. El presentador
terminó invitándome a desarrollar el taller. De
pie, saludé de esta peculiar manera:
–Para mí, es un gran honor estar frente
a maestros chotanos. Tal vez ustedes no me
conozcan. Quien habla se formó en el Instituto
Superior Pedagógico “Nuestra Señora de
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Chota”. He pasado gran parte de mi
adolescencia en esta hermosa ciudad. Este
pueblo es mi segunda tierra. Antes de empezar
mi disertación, primero, permítanme contarles
la historia del Colibrí.
Y empecé a narrar:
–Cierto día se inició un incendio en el
bosque (señalé un lado del auditorio). Todos
los animales corrían despavoridos. La gacela,
el tigre, el elefante, la hiena (señalando el otro
lado del auditorio). En el trayecto observaron
que un colibrí iba y venía. El elefante, que
encabezaba la carrera lo detiene, y le pregunta:
¿Qué haces colibrí? Él responde: Se ha
iniciado un incendio en el bosque, vamos a
apagarlo. ¡Estás loco!, no sabes que ante un
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incendio hay que huir, le responde el elefante.
El colibrí seguía yendo y viniendo. De un lago
recogía un poco de agua en su piquito y lo
arrojaba en el incendio. Por segunda vez el
elefante lo detiene y le dice: ¿Tú crees que con
ese poquito de agua vas a apagar tremendo
incendio? ¿Hasta dónde te da tu sensatez,
colibrí? Él le responde: Yo hago mi parte. Hasta
allí me da mi sensatez y tú, ¿sabes cuál es tu
parte? El elefante se quedó pensando en lo
que le había dicho el colibrí.
Me detengo en medio del auditorio y
mirando a los asistentes les digo:
–Cuando les relato esta historia a mis
estudiantes pretendo desarrollar el aprendizaje
cooperativo. Deseo que comprendan que ante
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un problema no podemos huir. Muy por el
contrario. Debemos afrontarlo y la mejor
manera es en equipo. Por mínimo que sea el
aporte de cada uno no deja de ser importante.
Sin embargo, cuando les relato a los docentes
les doy otra connotación. En cualquier proceso
de transformación institucional o profesional
siempre se va a observar a profesores que
están buscando en otros los defectos, sus
debilidades, buscan saber de qué pie cojean
para hacerlos caer. Andan al acecho, sigilosos.
Al menor descuido saltan y con un zarpazo
tratan de tumbarlo. Este tipo de maestro
representa al tigre de la historia. Otros, te ven
en el piso tirado, lastimado, herido y en lugar
de darte la mano te chancan más. Son
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carroñeros. Tal como la hiena. Esperan que
estés muerto para comerte. Hay aquellos que
cuando se van a formar las comisiones, el
desarrollo de tareas, piden permiso para ir al
baño aprovechando para fugar velozmente
como la gacela y de esta manera evitar
involucrarse en sus responsabilidades.
También hay otros que viven bajo la cultura
“live”. Son permisibles, indiferentes, ni fu ni fa.
Representan al elefante blanco pues están de
adorno. Sin embargo, hay un maestro que se
involucra totalmente. Es proactivo. Da más de
su tiempo sin pedir nada a cambio. No le
interesa las críticas en su contra pues su buen
accionar (siempre le dicen que le van a poner
un monumento por su trabajo) contribuye a la
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transformación de la escuela. Es pequeño de
tamaño pero grande en espíritu, como el colibrí.
Estimados colegas, hoy día, después
de 20 años he regresado a este pueblo pues
hice la promesa de no regresar hasta que
tenga algo para darle a ustedes en gesto de
gratitud. Si en estos tres días de capacitación
encuentro un solo colibrí, habré cumplido con
mi promesa. De lo contrario simplemente he
cumplido con mi trabajo de capacitador.
Me di cuenta que había logrado llamar la
atención de todos. Y sobre todo logré que
identifiquen los diferentes comportamientos que
se podían dar en adelante (tigre, hiena, gacela,
elefante o colibrí). El respetado auditorio
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guardó silencio y me permitió dar mi
disertación.
–Muy bien colegas, ahora vamos a
empezar con nuestro tema, el cual nos ha
convocado…
Los tres días de trabajo con los maestros
fue un éxito total. Cada día los docentes
participaban con entusiasmo, responsabilidad,
compromiso y sobre todo se mostraban muy
satisfechos.
Al término del tercer día, los de la UGEL
clausuran el evento y me invitaron a dar mis
últimas palabras:
–Agradezco la invitación de los
especialistas. Para mi ha sido un gran honor
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trabajar con cada uno de ustedes. Gracias a
todos por permitirme cumplir mi promesa. No
saben la alegría que me embarga pues fue uno
de mis grandes sueños, que ha tardado
muchos años, y que hoy lo veo materializarse.
No solo he hallado uno sino muchos colibrís.
Muchas gracias a todos ustedes.
Más de un maestro se acercó y me
tendió la mano a la vez que me golpeaban el
hombro en un gesto de amistad y gratitud.
Había logrado mi gran promesa.
Terminó el evento. Me despedí de los
especialistas presentes y salí del auditorio. Me
dirigí hacia la Plaza de Armas y me senté en
una de las bancas centrales a gozar de la gran
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alegría que irradiaba. Recordé mis andanzas
cuando era un adolescente. Mi promesa se
había cumplido.
Después de todo ello, me enrumbé a
conseguir un nuevo objetivo en mi vida…