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Las exclusiones más duras: mujeres bajo la pobreza moderada y extrema en Colombia
Susana Martínez-Restrepo
Working Paper
Programa de las Naciones Unidas por el Desarrollo (PNUD)
Oficina Regional para América Latina y el Caribe
Borrador. Noviembre 30 de 2015
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Después de más de una década de crecimiento económico y una reducción de la pobreza
de 49,7% a 30,3% entre 2002 y 2013 (Banco Mundial, 2014), la desigualdad socioeconómica y
la exclusión social continúan siendo unos de los problemas más graves que actualmente afectan a
Colombia y en general, a América Latina.
Puede ser tentador concluir que los logros del crecimiento económico (creación de empleo
y aumento de los ingresos laborales) se traducen automáticamente en ganancias, en el mercado
laboral, para toda la población. No obstante, la reducción de la pobreza, el crecimiento de los
ingresos laborales y de sistemas de protección social, que caracterizaron a Colombia y a América
Latina en la última década, no han beneficiado homogénea ni equitativamente a toda la población,
debido a la existencia de exclusiones duras: es decir, características sociales, de valores
(machistas), y restricciones estructurales que perpetúan las desigualdades y la exclusión de ciertos
grupos, en este caso de las mujeres en situación de pobreza extrema y moderada, sobre todo en las
zonas rurales (Chioda, 2011).
El 53% de las personas en pobreza extrema y moderada son mujeres, y éstas se concentran
principalmente en el campo o fuera del sistema de las 13 principales ciudades, en donde no hay
infraestructura, oportunidades de empleo, de generación de ingresos, o posibilidades de empleo
formal, fuera del sector público (Ramírez, Zubieta & Bedoya, 2014). Mientras que en promedio,
la tasa de actividad en las zonas urbanas es de 74,5% entre los hombres, ésta es sólo el 54% para
las mujeres (ECV, 2103). La tasa de actividad es aún menor para las mujeres en situación de
pobreza extrema1 en zonas urbanas (31,9%) y en zonas rurales (20,3%). De hecho, actualmente se
1 En Colombia la pobreza extrema y moderada se mide según los valores del Sisbén. El Sisbén es un puntaje que sale de una encuesta realizada a las personas que deseen acceder a subsidios o programas sociales del Estado. Esta encuesta tiene en cuenta aspectos como las características de la vivienda, la tenencia de activos, aspectos laborales entre otros. El peso que se le da a cada una de las variables y el puntaje no es información de acceso público. La pobreza extrema es el Sisbén del nivel 1, que en zonas rurales, otras cabeceras y 14 ciudades debe estar por encima del 32,98, el 44,79 y el 47,99, respectivamente. El nivel 2 corresponde a la pobreza moderada y tiene puntuaciones por encima del 37,80, el 51,57 y el 54,86, respectivamente.
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estima que el 85% del Producto Interno Bruto (PIB) colombiano y el 85% de las empresas formales
se concentran en este “Sistema de Ciudades”, es decir, en las 13 ciudades principales y en las zonas
rurales o de cabeceras municipales próximas a éstas (Ramírez, Zubieta & Bedoya, 2014; DNP,
2012).
Diversos estudios evidencian que un mayor número de horas dedicado al cuidado y a las
tareas domésticas, restringe la participación de la mujer en el mercado laboral remunerado
(Chioda, 2011). Asimismo, factores como la educación, la agencia, y las relaciones desiguales de
poder de género, explican las negativas diferencias laborales y de ingresos entre hombres y mujeres
(Kabeer, Mahmud & Tasneem, 2011). Ademas, la falta de infraestructura en zonas rurales –ya
mencionada-, el tiempo y costo del transporte en las grandes ciudades, y las características de la
economía rural en Colombia, afectan principalmente a las mujeres, quienes carecen de
oportunidades laborales, formales y bien remuneradas, cerca de sus zonas de residencia (Ramírez,
Zubieta & Bedoya, 2014; Haussman, 2013). Debido a la falta de oportunidades laborales
remuneradas en zonas rurales, muchas mujeres se dedican -principal o exclusivamente- a trabajos
productivos no remunerados, como la siembra y el cuidado de animales para la subsistencia
familiar (Fedesarrollo-USAID, 2015).
Aunque es crucial reconocer el valor económico de estas actividades en la agricultura
familiar y la subsistencia, también es importante entender que la falta de remuneración afecta el
negativamente empoderamiento económico de las mujeres, su poder de decisión y de negociación
dentro de sus hogares, el acceso a microcréditos para aquellas que quieran emprender negocios, y
las vuelve más vulnerables a la violencia doméstica. Así mismo, las mujeres con remuneración
invierten más en la educación y en la salud de sus hijos lo que puede ayudar a reducir la
reproducción de la pobreza intergeneracional.
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El presente estudio busca superar las visiones simplistas de esta compleja problemática, e
invita a una comprensión más profunda de los procesos de toma de decisiones laborales de las
mujeres, con el fin de mejorar el diseño y la eficacia de diferentes políticas públicas. En esta línea,
se trata de entender por qué las mujeres en situación de pobreza extrema o moderada están
excluidas de los mercados de trabajo dinámicos en las ciudades principales, y de oportunidades
laborales y de generación de ingresos en zonas rurales.
Por un lado, para salir de la pobreza es indispensable que los hogares cuenten con más de
un ingreso y que más mujeres, sobre todo en zonas rurales, realicen actividades laborales
remuneradas. Por otro lado, reducir la exclusión que sufre la mujer, especialmente del mercado
laboral, es aún más urgente si se tiene en cuenta que el número de mujeres cabeza de hogar va en
aumento. Entre los años 2002 y 2012, el porcentaje de hogares con madres cabeza de hogar pasó
de 18 a 20% (DANE, 2013). Entender a fondo dicha situación para este significativo segmento de
la población –siete millones de mujeres se encuentran en la pobreza extrema o moderada-
colombiana puede, además, mejorar la eficiencia del gasto público, lo cual es esencial en este
momento, debido a la desaceleración económica que afronta Colombia, por causa de los bajos
precios del petróleo, la subida del dólar, y otros commodities, es decir, materias primas.
Un estudio reciente demostró que Colombia está perdiendo el 16% de su Producto Interno
Bruto (PIB), debido a los bajos niveles de participación laboral de la mujer, y un 4% debido al
bajo nivel de emprendimiento por parte de las mujeres. Este promedio se aproxima al promedio
latinoamericano de 16% y de 5% respectivamente (Cuberes y Teigner, 2015).
Finalmente, reducir las brechas de género y empoderar a las mujeres y niñas para que
contribuyan a procurar un crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, son un motor
de desarrollo integral a nivel micro y macro, y dos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)
5
adoptados por el Programa de Naciones Unidas por el Desarrollo (PNUD) en el 2015 (Naciones
Unidas, 2015).
Ante este panorama, es importante preguntarse:
1. ¿Cuáles son las características del mercado laboral para las mujeres en situación
de pobreza extrema y moderada en Colombia?
2. ¿Cuáles son los factores que afectan el proceso de toma de decisiones de las
mujeres en materia laboral?
3. ¿Cómo el uso del tiempo de las mujeres afecta su participación laboral
remunerada?
4. ¿Qué políticas se pueden llevar a cabo para lograr una mayor inclusión y
reducción de la pobreza en este sector poblacional?
Con el fin de responder a dichos interrogantes, en este estudio se realiza un análisis sobre
la tasa de actividad, la informalidad, los ingresos, y el uso del tiempo de las mujeres en Colombia.
En los análisis laborales y de ingresos se utilizan los resultados de la Encuesta Nacional de Calidad
de Vida (ENCV) 2013, que es representativa de los hogares e individuos en las 14 ciudades
principales, cabeceras de municipios y zonas rurales dispersas a nivel nacional. Por otro lado, para
comprender los efectos de la cantidad de tiempo asignada por las mujeres al cuidado y a las tareas
del hogar, la presente investigación utiliza los datos de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo
(ENUT) 2012.
El análisis muestra las diferencias entre hombres y mujeres, zonas rurales y urbanas, nivel
socioeconómico y ciclo de vida. Se utiliza la variable “Sisbén” (Sistema de Identificación de
Potenciales Beneficiarios de Programas Sociales) como indicador de pobreza extrema y pobreza
6
moderada, es decir, el sistema de información colombiano que permite identificar a la población
más pobre, potencial beneficiaria de programas sociales y de salud subsidiada2.
En la primera sección de este estudio se brindan las evidencias de la exclusión de la mujer
en aspectos como la tasa de actividad económica y la formalidad laboral. La segunda sección
realiza un análisis de las brechas en los ingresos, en el cual se muestra la distribución de éstos por
género, el nivel de ingresos a lo largo del ciclo de vida, y la composición de ingresos labores, no
laborales y por concepto de pensión. En la tercera sección se observa la brecha del uso del tiempo
entre hombres y mujeres, y cómo ésta es una de las principales causas de exclusión de las mujeres,
de los mercados laborales. Finalmente, se discuten las implicaciones en las políticas públicas, de
estas exclusiones de género.
1. La exclusión laboral de la mujer en Colombia
Una de las más importantes revoluciones del siglo XX -a nivel mundial- ha sido la entrada
en masa de las mujeres a niveles superiores de educación y al mercado laboral (Goldin, 2006). En
Colombia, entre 1994 y 2013, el número de años de educación de las mujeres de 25 a 59 años pasó
de 6,8 a 9,1, y la tasa de ocupación pasó de 41,6% a 47,1% en la misma época (CEPAL, 2014).
Las mujeres colombianas presentan hoy mayores niveles educativos que los hombres. En
promedio, las mujeres entre 18 y 64 años en zonas urbanas tienen 9,4 años de educación, y las
mujeres en zonas rurales tienen 6. Los hombres de zonas urbanas tienen, por su parte, 9,2 años de
educación, y los de las zonas rurales tienen 5,6 (ENCV, 2013). A pesar de esta ventaja relativa, las
mujeres en Colombia tienen hoy menores tasas de ocupación, mayores tasas de informalidad, y
menores ingresos laborales, que los hombres en todos los grupos etarios. Estas diferencias se
2 Para su medición se tienen en cuenta componentes como: característica del hogar, tenencia de activos, salud, educación, vivienda y grado de vulnerabilidad (Flórez, Espinosa, & Sánchez, Diseño del Índice de SISBEN en su tercera versión, 2008).
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agravan en las zonas rurales y entre las mujeres en pobreza moderada y extrema. Con el uso de la
Encuesta Nacional de Calidad de Vida de 2013, en esta sección se analizan dichas desigualdades
y exclusiones duras entre hombres y mujeres, en el mercado laboral, y se evidencian sus
implicaciones.
1.1. Las brechas en la tasa de ocupación entre hombres y mujeres
Estas brechas también se observan en la tasa de ocupación3 a lo largo del ciclo de vida, y
según el nivel socioeconómico; de acuerdo con lo que ya se señaló, como proxy de nivel
socioeconómico se usa la variable “Sisbén”. La Figura 1 muestra que, en promedio, 67% de los
hombres en las zonas urbanas y 70% en las zonas rurales están ocupados. Esto contrasta con el
46% y el 30% de las mujeres en dichas zonas, respectivamente. Es importante constatar que,
mientras las mujeres en las zonas urbanas presentan mayores tasas de ocupación (16 puntos
porcentuales), los hombres en dichas zonas presentan menores tasas de ocupación que los varones
en las zonas rurales.
Figura 1. Tasa de ocupación por sexo en zonas urbanas y rurales (18 a 64 años)
Fuente: Elaboración de la Autora con base en datos de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida de 2013.
3 La tasa de ocupación se entiende como la relación porcentual entre la población ocupada y el número de personas en edad de trabajar (PET).
67%
46%
70%
30%
0%10%20%30%40%50%60%70%80%
Hombre Mujer
Urbano Rural
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Las Figuras 2 y 3 presentan estas tendencias según el ciclo de vida y según el nivel
socioeconómico, que en el caso de Colombia estimamos como la población con Sisbén (en pobreza
extrema o moderada) o sin Sisbén. Es oportuno resaltar que en las zonas urbanas, aunque a lo largo
de la vida existe una brecha en la tasa de ocupación, ésta es aún más pronunciada después de los
35 años. De hecho, en las zonas urbanas, la tasa de ocupación en las mujeres llega al 77% entre
los 30 y los 35 años, y empieza a caer después de esta edad. Las brechas son particularmente
fuertes en las zonas rurales, en donde los hombres con y sin Sisbén presentan tasas iguales o
superiores de ocupación a las de aquellos en las zonas urbanas. Las mujeres rurales en pobreza
extrema y moderada presentan las menores tasas de ocupación, a lo largo del ciclo de vida.
Figura 2. Tasa de ocupación por ciclo de vida, sexo y nivel socioeconómico en zonas urbanas
0%10%20%30%40%50%60%70%80%90%
100%
12 a 17
18 a 23
24 a 29
30 a 35
36 a 41
42 a 47
48 a 53
54 a 59
60 a 65
66 y más
Mujer con sisben Mujer sin sisben
9
Figura 3. Tasa de ocupación por ciclo de vida, sexo y nivel socioeconómico en zonas rurales
Fuente: Elaboración de la Autora con base en datos de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida de 2013.
Aunque la pobreza moderada y extrema podría estar relacionada con la falta de trabajo, se
observan altas tasas de ocupación para las mujeres con Sisbén en áreas urbanas y para los hombres
con Sisbén en zonas urbanas y rurales, incluso después de la edad de la jubilación. Por un lado,
esta evidencia sugiere que gran parte de las mujeres pobres sí están trabajando, pero que sus
ingresos y activos no son lo suficientemente altos para salir de la pobreza. Por otro lado, el análisis
del ciclo de vida nos muestra que la tasa de actividad económica es alta en las mujeres en zonas
urbanas entre los 18 y los 53 años, pero muy baja para las mujeres en zonas rurales a lo largo de
su vida. Esto, como se ha venido discutiendo, puede estar relacionado con el alto índice de trabajo
no remunerado en las zonas rurales, realizado principalmente por mujeres, y que no es reconocido
como trabajo por las encuestas de hogares.
Diferentes estudios sugieren que, aumentar la tasa de actividad en labores remuneradas en
estas mujeres rurales es particularmente complejo, debido a la estructura de la economía
agropecuaria en Colombia, en la cual las oportunidades de “jornaleo” (es decir trabajo diario en
parcelas de terceros) se da casi exclusivamente para los hombres (Fedesarrollo-USAID, 2015).
0%10%20%30%40%50%60%70%80%90%
100%
10 a 17 18 a 23 24 a 29 30 a 35 36 a 41 42 a 47 48 a 53 54 a 59 60 a 65 66 y más
Hombre con sisben Hombre sin sisben Mujer con sisben Mujer sin sisben
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A pesar de las importantes mejoras en la educación de las mujeres rurales más jóvenes en
Colombia, éstas carecen de oportunidades laborales. Su trabajo en el hogar, que incluye en muchos
casos labores productivas para el autoconsumo, se ha visto como una fuente marginal, apenas
complementaria de la del hombre. Las actividades domésticas se han subvalorado
tradicionalmente, al no ser consideradas realmente productivas, puesto que no reciben un ingreso
(Kabeer et al., 2011; Díaz, 2002; PNUD, 2011; Benería, 2001; CEPAL, 2004).
El índice aún alto de ocupación en los grupos de edad de 50 años puede reflejar la necesidad
de trabajar al acercarse la edad de la jubilación, debido a la falta de pensión contributiva por parte
de la población en pobreza extrema y moderada (Villar, Flórez, Forero, Valencia, & Puerta, 2015).
Cotlear (2011) indica que en Colombia, más del 30% de la población mayor de 60 años aún trabaja,
lo que contrasta con un 11% en la Unión Europea (Eurofound, 2013). En Colombia, la
participación laboral de las mujeres de 60 años o más es de 16%; siendo similar la situación en
Chile (15.4%) y Brasil (20%), pero considerablemente menor que en Perú (43%) (Cotlear, 2011).
Los hombres, por su parte, tienen tasas mayores en todos los países al compararlos con las mujeres,
guardando las mismas diferencias entre los países mencionados: en Colombia trabajan el 44.6%,
en Chile el 43%, Brasil el 44% y en Perú el 65.5% (Cotlear, 2011). La menor tasa de ocupación
de las mujeres que de los hombres, después de los 50 años, también está asociada al hecho de que
es mayor el número de mujeres receptoras de ayudas familiares y subsidios de programas de
protección social, que el número de hombres (Martínez-Restrepo, Enríquez, Pertuz, Alzate Meza,
& Flórez, 2015).
1.2. La informalidad laboral en las mujeres urbanas y rurales
La informalidad laboral está igualmente relacionada con las desigualdades y exclusiones
duras que afectan principalmente a las mujeres. Según estudios recientes, a nivel nacional, en
11
promedio el 47% de la población ocupada en Colombia tiene un trabajo informal, y esta tasa es
más alta entre las mujeres (52%) que entre los hombres (46%) (Fedesarrollo, 2014).
Los trabajos informales en Colombia no cuentan con pensión, vacaciones, acceso a Cajas
de Compensación Familiar4, ni acceso a servicios de salud contributiva5. Esta situación es también
preocupante, ya que afecta negativamente la preparación económica del sector femenino para la
vejez, pues las mujeres viven en promedio más años que los hombres. Por esta razón, los trabajos
informales crean vulnerabilidades y reproducen las desigualdades ya existentes entre hombres y
mujeres. Para el propósito de este estudio se usa la definición de informalidad desarrollada por el
Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) para Colombia, según el cual se
tienen en cuenta las condiciones de los trabajadores en el mercado laboral, de acuerdo con el tipo
de ocupaciones, y las características y tamaño de las empresas6.
En promedio, a nivel nacional, las mujeres presentan mayores niveles de informalidad que
los hombres, tanto en las zonas urbanas como en las rurales. En las zonas rurales, el 80% de las
mujeres que trabajan lo hacen en la economía informal, con 15 puntos porcentuales por encima de
4 Las Cajas de Compensación son entidades privadas que prestan servicios de fomento a la educación, salud, emprendimiento, créditos, recreación y turismo. 5 En Colombia, según la puntuación Sisbén, la población puede acceder a servicios de salud subsidiados. Recientemente el Gobierno ha excluido de la salud subsidiada a personas con puntuaciones de Sisbén del nivel 1 en zonas rurales, otras cabeceras y 14 ciudades, por encima del 32.98, el 44,79 y el 47,99, respectivamente; y del nivel 2 con puntuaciones por encima del 37,80, el 51,57 y el 54,86, respectivamente (SISBEN). Esta exclusión, sin embargo, no está relacionada con la formalidad de su trabajo sino con los ingresos y sus activos entre otros. Por esta razón, una parte de la población no se beneficia de la salud subsidiada, por no ser lo suficientemente pobre, pero tampoco accede al sistema de salud contributiva, por pertenecer al sector informal. 6 Según el DANE, se definen como tipos de trabajo informal: i) Los trabajadores por cuenta propia, dueños de sus propias empresas del sector informal. ii) Los empleadores, dueños de sus propias empresas del sector informal. iii) Los trabajadores familiares auxiliares, independientemente de si trabajan en empresas del sector formal o informal. iv) Los miembros de cooperativas de productores informales. v) Los asalariados que tienen empleos informales, sea que estén empleados por empresas del sector formal, por empresas del sector informal o por hogares que los emplean como trabajadores domésticos asalariados. vi) Los trabajadores por cuenta propia, que producen bienes exclusivamente para el propio uso final de su hogar, si están ocupados de acuerdo con el apartado 6) del párrafo 9 de la Resolución sobre estadísticas de la población económicamente activa, del empleo, del desempleo y del subempleo, adoptada por la 13ª Conferencia Internacional de Estadísticos del Trabajo –CIET- (DANE, 2014).
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los hombres en dichas zonas (Figura 4). Es importante mencionar que debido a las características
ocupacionales del campo, la informalidad es muy alta en general en las zonas rurales.
Figura 4. Tasas de informalidad de personas de 18-64 años por sexo y área
Fuente: Elaboración de la Autora con base en datos de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida de 2013.
En la Figura 5 se observa que más del 80% de los hombres y de las mujeres en zonas
urbanas con Sisbén (en pobreza extrema y moderada) que trabajan, lo hacen en el sector informal.
Como es de esperar, los hombres y mujeres sin Sisbén, presentan menores niveles de formalidad,
pero el nivel de informalidad aumenta con el transcurrir de los años, y es siempre superior en las
mujeres que en los hombres. Por ejemplo, la informalidad es tan sólo del 20% entre los 24 a los
29 años, aumentando a 45% entre los 48 y los 53 años, y alcanzando los niveles de la población
con Sisbén después de los 66 años (Figura 5).
En las zonas rurales se observa una tendencia similar, con mayores tasas de informalidad
y brechas de género, siendo las mujeres con Sisbén quienes presentan tasas de informalidad de
más del 90% a lo largo del ciclo de vida. Es de resaltar que los hombres con Sisbén en zonas rurales
presentan menores tasas de informalidad que aquellos en zonas urbanas. Esto se puede explicar no
necesariamente por una menor informalidad efectiva, sino por la forma como se mide la variable,
54%65%
56%
80%
0%10%20%30%40%50%60%70%80%90%
100%
Urbano Rural
Hombre Mujer
13
de acuerdo con las ocupaciones en zonas rurales típicas del sector servicios o manufacturero
(Figura 6).
Figura 5. Tasa de informalidad por sexo, nivel socioeconómico y ciclo de vida en zonas urbanas
Figura 6. Tasa de informalidad por sexo, nivel socioeconómico y ciclo de vida en zonas rurales
Fuente: Elaboración de la Autora con base en datos de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida de 2013.
¿Cómo explicar esta mayor exclusión de las mujeres de trabajos formales? Por un lado,
varios estudios sugieren que en Colombia los costos laborales no salariales son muy elevados, así
10%
20%
30%
40%
50%
60%
70%
80%
90%
100%
18 a 23 24 a 29 30 a 35 36 a 41 42 a 47 48 a 53 54 a 59 60 a 65 66 y más
Hombre con sisben Hombre sin sisben Mujer con sisben Mujer sin sisben
10%
20%
30%
40%
50%
60%
70%
80%
90%
100%
18 a 23 24 a 29 30 a 35 36 a 41 42 a 47 48 a 53 54 a 59 60 a 65 66 y más
Hombre con sisben Hombre sin sisben Mujer con sisben Mujer sin sisben
14
como el salario mínimo, en comparación con la retribución media nacional (OCDE, 2013; Lehman
y Muravyev, 2012). También existe el argumento legal por el cual se desestimula el empleo formal,
pues según la ley colombiana las empresas e independientes están obligados a contratar y a pagar
prestaciones a sus empleados. En esta línea, Levy (2008) sugiere, por ejemplo, que la estructura
de incentivos de programas sociales como las Transferencias Monetarias Condicionadas (TMC),
incentivan y subsidian el empleo informal, principalmente el de las mujeres, quienes son las
principales receptoras, interfiriendo así con el proceso en el que las trabajadoras y las empresas
buscan mejorar su productividad. Por otro lado, políticas como la Ley 1595 de 2012, que obliga a
los patrones a la formalización de las empleadas domésticas en Colombia, pueden estar generando
cambios positivos en la protección de esta actividad económica, que es realizada básicamente por
mujeres.
Sin embargo, aunque la eliminación o la reducción de las rigideces del mercado laboral
recomendadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI, 2003), y el cambio en las políticas de
los servicios y de los incentivos de los programas sociales podrían reducir la informalidad, la
problemática persistirá mientras existan los factores estructurales que afectan principalmente a las
mujeres. Por un lado, el 86% de las empresas formales en Colombia se encuentran dentro del
Sistema de Ciudades, es decir, en las 13 ciudades principales y sus alrededores, según demuestran
Ramírez, Zubieta & Bedoya (2014), lo que limita fuertemente la oferta de empleos en las zonas
rurales. Las zonas fuera del Sistema de Ciudades carecen además de la infraestructura (vías
primarias y secundarias) y el capital humano adecuado para su desarrollo económico y
agropecuario, originándose un círculo vicioso para el crecimiento del país, pues por esto las
empresas no se ubican en otras zonas, debido a esa falta de condiciones adecuadas. Por otro lado,
otra causa estructural -que constituye un cuello de botella difícil de romper- reside en las
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características del sector agropecuario, el cual excluye a las mujeres del trabajo remunerado y/o
formal, que es casi exclusivamente realizado por los hombres mediante el “Jornaleo”7 o trabajo
agrícola diario, también informal (Fedesarrollo-USAID, 2015).
2. La exclusión de género vista en términos de ingresos
Numerosas investigaciones demuestran que la participación laboral y los ingresos son los
aspectos más importantes que se deben tener en cuenta a la hora de reducir la pobreza (Lustig,
López-Calva, & Ortiz, 2013), y es en estas variables en las cuales las mujeres revelan una mayor
vulnerabilidad, por tener menor participación laboral y menores ingresos que los hombres. Además
de la baja tasa de ocupación, sobre todo en las zonas rurales, discutida en la sección anterior, se
estima que el 2,34% de las mujeres de 18 a 64 años en las zonas urbanas, y el 10% en las zonas
rurales, si bien trabajan, lo hacen sin ningún tipo de remuneración (ECV, 2013). A partir de los
datos de esta Encuesta, se analizan aquí las brechas de los ingresos laborales, y la distribución del
tipo de ingresos: laborales, no laborales, y por concepto de pensión8.
2.1. Las brechas entre hombres y mujeres en los ingresos laborales9
En la Figura 7 se observa que, en el 2013, en promedio un hombre entre los 18 y los 64
años en zonas urbanas ganaba 744 USD mensuales (PPP, 2013), esto es, 147 dólares más que una
mujer en la misma zona, y 510 dólares más que las mujeres en zonas rurales. Por su parte, una
mujer rural gana -en promedio- menos de la mitad del ingreso de una mujer urbana. Aunque estos
análisis descriptivos no controlan por factores como el nivel educativo, la experiencia laboral o la
7 El Jornaleo son las prácticas de contratación de mano de obra informal por día en parcelas fincas con producción agrícola, en su mayoría realizado por días. 8 Debido a los altos valores faltantes en los ingresos laborales, no laborales y de pensión, se realizó una imputación múltiple, teniendo en cuenta las siguiente variables. En ingresos laborales: edad, sexo, área, informalidad, nivel educativo y horas trabajadas. En ingresos no laborales: edad, sexo, nivel educativo, área e informalidad; y en pensiones: edad, sexo, nivel educativo, área, informalidad. 9 Debido a los altos valores faltantes en los ingresos laborales, se realizó una imputación múltiple, teniendo en cuenta las variables: edad, sexo, área, informalidad, nivel educativo y horas trabajadas.
16
edad, como se hace en una regresión Mincer, sí dan una idea de las brechas de género dentro de
las zonas, y más aún entre las zonas urbanas y las rurales.
Figura 7. Ingresos laborales promedio, entre los 18 y los 64 años, hombre-mujer, urbano-rural
Fuente: Elaboración propia de la Autora con base en datos de la ENCV 2013.
La Figura 8 muestra que las mujeres (que están activas en el mercado laboral y tienen un
trabajo remunerado) presentan ingresos laborales sustancialmente inferiores a los de los hombres,
a lo largo del ciclo de vida. Esta brecha es particularmente alta entre las mujeres en pobreza
moderada y extrema. También se observa que, tanto en zonas urbanas como rurales, la curva de
ingresos es relativamente plana para las mujeres, lo que sugiere que no presentan mejoras
sustanciales o ascensos en el mercado laboral a lo largo de la vida.
Una mujer en pobreza extrema o moderada en zonas urbanas gana en promedio a lo largo
de su vida productiva entre $227 USD y $292 USD mensuales (valor PPP 2013) y debe trabajar
incluso después de la edad de jubilación, debido a la falta de ingresos por concepto de pensión.
Estos ingresos fluctúan entre $116 USD y $170 USD en zonas rurales. De hecho, en promedio, los
ingresos de emprendimientos, trabajos informales y/o de trabajo doméstico pueden no presentar
grandes variaciones debido a su baja productividad.
Tanto los hombres como las mujeres en condición de pobreza extrema y moderada tienen
ingresos laborales después de la edad de la jubilación. Este fenómeno se explica porque debido a
$744.41
$450.46
$597.61
$234.68
$-$100 $200 $300 $400 $500 $600 $700 $800
Urbano Rural
Hombres Mujeres
17
su calidad de trabajadores informales nunca cotizaron o no tuvieron las condiciones necesarias
para obtener una pensión (Villar, Flórez, Forero, Valencia, & Puerta, 2015).
Figura 8. Ingresos laborales por sexo, nivel socioeconómico y ciclo de vida en zonas urbanas
Figura 9. Ingresos laborales por sexo, nivel socioeconómico y ciclo de vida en zonas rurales
Fuente: Elaboración propia de la Autora con base en datos de la ENCV 2013.
$ -
$ 200
$ 400
$ 600
$ 800
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$ 1,200
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Hombres con sisben
Hombres sin sisben
Mujeres con sisben
Mujeres sin sisben
$ -
$ 200
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$ 1,400
12 a 17 18 a 23 24 a 29 30 a 35 36 a 41 42 a 47 48 a 53 54 a 59 60 a 65 66 y más
Hombres con sisben
Hombres sin sisben
Mujeres con sisben
Mujeres sin sisben
18
Tabla 1. Diferencia de ingresos entre hombres y mujeres
18 a 23 24 a 29 30 a 35 36 a 41 42 a 47 48 a 53 54 a 59
Mujeres/Hombres con Sisbén
0.42 0.39 0.30 0.36 0.31 0.39 0.45
Mujeres/Hombres sin Sisbén
0.78 0.76 0.65 0.74 0.71 0.68 0.75
Fuente: Elaboración propia de la Autora con base en datos de la ENCV 2013.
Como lo muestra la Tabla 1, las brechas entre hombres y mujeres son particularmente altas
en la población en situación de pobreza extrema y moderada. En promedio, una mujer con Sisbén,
entre los 30 y los 35 años, gana tan sólo 30% del salario de un hombre en su misma condición de
pobreza. En el mismo rango de edad, una mujer que no es considerada pobre, gana 65% del ingreso
de un hombre. Es importante constatar que las diferencias son menores al inicio y al final de la
vida laboral, lo que podría sugerir el efecto que el cuidado de los hijos puede tener sobre la
participación laboral y la generación de ingresos de las mujeres. Este punto será estudiado en la
siguiente sección sobre la economía del cuidado.
El alto porcentaje de mujeres que no tienen ingresos laborales, y sus escasos recursos,
determinan en gran parte la pobreza en Colombia, ya que no están activas, ni reciben remuneración
alguna por concepto de trabajo. Como se discutirá en la tercera parte de esta sección, su
manutención -en muchos casos- se realiza gracias a ingresos no laborales como ayudas de hijos,
familiares, cónyuges, y/o subsidios del Estado.
Es indispensable entender cuáles son las razones por las cuales existe un gran porcentaje
de mujeres que no recibe ningún tipo de ingreso por concepto laboral. La falta de oportunidades
laborales remuneradas en zonas rurales para las mujeres, explica en parte esta brecha. De la misma
forma, como se planteó anteriormente, inclusive en zonas urbanas, el bajo nivel educativo, el
19
tiempo dedicado al cuidado, y el tiempo y costo del transporte, son importantes barreras que
enfrentan las mujeres para lograr acceder a diferentes posibilidades de generación de ingresos.
2.1. La composición de los ingresos laborales y no laborales
Las Figuras 10 a la 18 muestran la composición de los ingresos de la población
económicamente activa en las zonas urbanas y rurales de Colombia, y el porcentaje de los ingresos
por concepto laboral, no laboral (por ejemplo ayudas de hijos, familiares, TMCs y subsidios del
Gobierno), y por pensiones (incluye pensiones contributivas y no contributivas, siendo beneficiaria
solamente la población Sisbén). En la Figura 10 se observa que la mayor parte de los ingresos de
los hombres son por concepto laboral, mientras que las mujeres en las zonas urbanas y rurales
tienen un componente significativo de ingresos no laborales (20,87 y 24,28% respectivamente),
provenientes de subsidios del Gobierno y de ayudas de familiares.
Figura 10. Composición de los ingresos, 18 a 64 años, hombres-mujeres, zona urbana y rural
Fuente: Elaboración propia de la Autora con base en datos de la ENCV 2013.
Por su parte, las Figuras 11 a 18 muestran la misma distribución a lo largo del ciclo de
vida. Aunque la mayor parte de los ingresos son laborales, se observa que las mujeres en condición
de pobreza extrema reciben un alto porcentaje de ingresos por concepto no laboral, es decir, ayudas
86.2275.69
88.4873.25
9.1720.87
6.8424.28
4.61 3.44 4.68 2.48
0102030405060708090
100
Hombres Mujeres Hombres Mujeres
Urbano Rural
Ingreso laboral Ingreso no laboral Pensión
20
de familiares y subsidios del Estado. Es de resaltar que éstos empiezan a aumentar entre los 30 y
los 35 años de edad. El componente de ingresos no laborales es particularmente alto para las
mujeres en situación de pobreza extrema y moderada, en las zonas rurales, ya que llega al 30%
después de los 30 años, y al 40% después de los 48 años.
Igualmente, se observa que la población sin Sisbén aumenta sus ingresos por concepto de
pensión después de los 50 años, siendo asimismo más altos para los hombres que para las mujeres.
Esto es consistente con estudios recientes, los cuales muestran que las mujeres reciben menos
ingresos por concepto de pensión propia, debido a que cotizan menos semanas que los hombres, y
a que presentan mayores niveles de informalidad laboral (Villar, Flórez, Forero, Valencia, &
Puerta, 2015).
21
Zonas Urbanas
Figura 11. Composición de los ingresos, Hombres con Sisbén (Pobreza moderada y extrema)
Figura 12. Composición de los ingresos, Hombres sin Sisbén
Figura 13. Composición de los ingresos, Mujeres con Sisbén (Pobreza moderada y extrema)
Figura 1. Composición de los ingresos, Mujeres sin Sisbén
0102030405060708090
100
12 a 17
18 a 23
24 a 29
30 a 35
36 a 41
42 a 47
48 a 53
54 a 59
60 a 65
66 y más
Ingreso laboral Ingreso no laboral Pensión
0102030405060708090
100
12 a 17
18 a 23
24 a 29
30 a 35
36 a 41
42 a 47
48 a 53
54 a 59
60 a 65
66 y más
Ingreso laboral Ingreso no laboral Pensión
0102030405060708090
100
12 a 17
18 a 23
24 a 29
30 a 35
36 a 41
42 a 47
48 a 53
54 a 59
60 a 65
66 y más
Ingreso laboral Ingreso no laboral Pensión
0102030405060708090
100
12 a 17
18 a 23
24 a 29
30 a 35
36 a 41
42 a 47
48 a 53
54 a 59
60 a 65
66 y más
Ingreso laboral Ingreso no laboral Pensión
22
Zonas Rurales
Figura 15. Composición de los ingresos, Hombres con Sisbén (Pobreza moderada y extrema)
Figura 16. Composición de los ingresos, Hombres sin Sisbén
Figura 17. Composición de los ingresos, Mujeres con Sisbén (Pobreza moderada y extrema)
Figura 18. Composición de los ingresos, Mujeres sin Sisbén
Fuente: Elaboración propia de la Autora con base en datos de la ENCV 2013.
¿Qué nos dicen estas tendencias sobre la exclusión de las mujeres y las desigualdades duras
o difíciles de reducir? Existen personas -hombres y mujeres- en condición de pobreza extrema y
moderada que son pobres, y que trabajan y reciben ingresos por concepto laboral. Sin embargo,
0102030405060708090
100
12 a 17
18 a 23
24 a 29
30 a 35
36 a 41
42 a 47
48 a 53
54 a 59
60 a 65
66 y más
Ingreso laboral Ingreso no laboral Pensión
0102030405060708090
100
12 a 17
18 a 23
24 a 29
30 a 35
36 a 41
42 a 47
48 a 53
54 a 59
60 a 65
66 y más
Ingreso laboral Ingreso no laboral Pensión
0102030405060708090
100
12 a 17
18 a 23
24 a 29
30 a 35
36 a 41
42 a 47
48 a 53
54 a 59
60 a 65
66 y más
Ingreso laboral Ingreso no laboral Pensión
0102030405060708090
100
12 a 17
18 a 23
24 a 29
30 a 35
36 a 41
42 a 47
48 a 53
54 a 59
60 a 65
66 y más
Ingreso laboral Ingreso no laboral Pensión
23
existe un número significativamente alto de mujeres que no están activas en el mercado laboral, y
que no reciben ingresos, o que apenas reciben ingresos para su subsistencia.
En Colombia, Núñez & Cuesta (2006) encontraron como resultado del programa “Familias
en Acción”, que las mujeres beneficiarias presentaban menores niveles de participación laboral,
comparadas con quienes no recibieron el Programa. Si se tiene en cuenta que el objetivo central
de los TMC en Colombia es subsidiar la demanda educativa de niños y adolescentes (Ferreira,
2008), es indispensable revisar sí, en casos como los de estas mujeres, dichos programas de
protección social, en vez de aliviar, parecen incentivar la pobreza.
El dilema actual es, entonces, establecer políticas destinadas a fomentar la participación
laboral y la generación de ingresos, especialmente en el caso de las mujeres en condición de
pobreza extrema y moderada, y de las que están ubicadas en zonas rurales. Por ejemplo, programas
de formación para el trabajo y desarrollo de habilidades técnicas, la educación financiera y de
negocios, el acceso y uso de microcréditos con bajos intereses, pueden ser más costo-efectivos
para la reducción de la pobreza y de las desigualdades duras. En el mediano y largo plazo, éstos
contribuyen a la generación de ingresos, al empoderamiento económico, a la disminución del gasto
público social, y a la reducción de la dependencia del Estado.
3. El uso del tiempo de las mujeres
Para entender cuáles son las exclusiones duras y difíciles de cambiar que afectan a las
mujeres, es necesario analizar cómo el tiempo dedicado a las tareas domésticas y al cuidado de los
hijos y ancianos restringen su empoderamiento económico, su capacidad de negociación en el
hogar, y aumentan su vulnerabilidad y pobreza (Kabeer et al., 2011; PNUD, 2011; Duflo, 2012).
Tradicionalmente las mujeres, sobre todo aquellas de bajos ingresos y en zonas rurales,
deben cumplir con tres papeles dentro del hogar: el productivo, el reproductivo y la administración
24
de recursos colectivos (Moser, 1989). Inclusive las mujeres rurales que no tienen un trabajo
remunerado tienen un papel productivo, ya que intervienen, tanto en las labores agrícolas en sus
propias parcelas, como en muchos casos, en la obtención de ingresos complementarios. Por su
parte, el rol reproductivo se asocia con el trabajo doméstico y el cuidado de los niños, ancianos y
personas con discapacidad. Finalmente, la administración de recursos colectivos se vincula con la
provisión de servicios básicos (Moser, 1989). Estas múltiples funciones hacen que el uso del
tiempo influya en la situación de pobreza y en las decisiones laborales de las mujeres.
En esta sección se usa la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2012 (ENUT) y se estudia
la distribución del empleo del tiempo en el hogar, y sus diferencias entre hombres y mujeres, sobre
todo en cuanto al número de horas dedicadas al cuidado de niños, ancianos y labores del hogar. Al
igual que en los análisis anteriores, se usa la variable de régimen subsidiado Sisbén, como proxy
del nivel socioeconómico, para las personas que están en condición de pobreza extrema y
moderada según la medición colombiana.
3.1. El uso del tiempo de las mujeres
En la Figura 19 se observa la distribución del uso del tiempo de un día de 24 horas. Ésta
incluye el número de horas dedicadas al trabajo, trámites, trabajo no remunerado, oficios del hogar,
ocio, aseo propio y tiempo dedicado a comer. En promedio, por día, las mujeres en zonas urbanas
ocupan 4,7 horas al día en labores del cuidado (de niños y ancianos o enfermos) y 2,9 horas en
labores del hogar. Esto contrasta con lo que dedican los hombres a estas labores: 2,5 y 2,2 horas
respectivamente. Se observa, además, que los hombres duermen más que las mujeres (7,9 vs. 7,3
horas), y dedican un mayor número de horas al trabajo remunerado (5,8 vs. 3) y al ocio (5,2 vs
4,2). En promedio, un hombre rural reporta trabajar (de forma remunerada) 6,2 horas por día, es
decir 4,9 horas más que una mujer en la misma zona. Asimismo, los hombres en las zonas rurales
25
dedican menos tiempo a las labores del cuidado y del hogar, y duermen más que las mujeres, y
que sus contrapartes en las zonas urbanas.
Figura 19. Distribución del uso del tiempo entre hombres y mujeres de 18-64 años
Fuente: Elaboración propia de la Autora con base en datos de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT)10.
¿Qué refleja el análisis de los datos entre áreas urbanas y rurales, y entre niveles
socioeconómicos en cuanto al uso del tiempo? Como lo muestran las Figuras 20 y 21, en promedio,
las mujeres dedican un mayor número de horas que los varones al cuidado de sus hijos y del hogar.
Dicho tiempo es particularmente alto para las mujeres con Sisbén en zonas rurales, quienes
dedican, en promedio al día, 5,1 horas al cuidado y 4,4 horas a oficios del hogar, y sólo 1,1 horas
a trabajo remunerado. También se observa que los hombres duermen más que las mujeres, y
aquellos en condición de pobreza extrema y moderada (es decir con Sisbén) duermen un poco más
que las mujeres en su misma situación. Este último grupo reporta trabajar11 un menor número de
10 La Encuesta Nacional de Uso del Tiempo busca saber cuál es la distribución del tiempo de los colombianos en actividades cotidianas. 11Las horas incluidas en la categoría “trabajo” fueron las que dedicaba el individuo a la actividad principal, o secundaria remunerada. La encuesta no especifica qué tipo de actividades se consideran empleo o actividad.
7.9 7.3 8.4 7.8
0.6 0.70.6 0.7
5.24.2
4.3 3.6
0.7 2.9 0.8 4.32.5
4.7
2.2
5.05.8
3.06.2
1.3
0%
10%
20%
30%
40%
50%
60%
70%
80%
90%
100%
Hombre Mujer Hombre Mujer
Urbano Rural
Trabajo
Trámites
Trabajo no remunerado
Cuidado
Labores del hogar
Ocio
Asearse
Comer
Dormir
26
horas, ya que en promedio una mujer urbana trabaja una hora más por día que una mujer en pobreza
extrema y moderada. En las zonas rurales esta diferencia es de 1,3 horas por día. Es importante
tener en cuenta que ya que la ENUT realiza una reconstrucción del día de cada persona, las horas
de trabajo reportadas pueden ser diferentes a aquellas de la ENCV que tienen un fuerte módulo
laboral y preguntan las horas trabajadas por semana y no por día12.
Figura 20. Distribución del uso del tiempo por ciclo de vida, sexo y nivel socioeconómico en zonas urbanas
12 Por ejemplo, con datos de la ENCV 2014, se estimó que en promedio un hombre en zonas urbanas trabaja más de 48 horas a la semana, entre los 20 y los 59 años. Una mujer rural, por su parte, reporta trabajar en promedio entre 22 y 23 horas a la semana, lo que es también superior a lo reportado en la ENUT.
8.2 7.6 7.4 7.2
5.4 5.0 4.2 4.3
0.7 0.7 3.3 2.7
2.3 2.6
5 4.5
5.6 6.2 2.4 3.4
-
5.0
10.0
15.0
20.0
Con Sisbén Sin Sisbén Con Sisbén Sin Sisbén
Hombre Mujer
Trabajo
Trámites
Trabajo no remunerado
Cuidado
Labores del hogar
Ocio
Asearse, vestirse, arreglarseComer
Dormir
27
Figura 21. Distribución del uso del tiempo por ciclo de vida, sexo y nivel socioeconómico en zonas rurales
Fuente: Elaboración propia de la Autora con base en datos de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT).
Históricamente, las mujeres han tenido la responsabilidad del cuidado de los niños, los
enfermos y los adultos mayores, así como la del cuidado del hogar. Gracias a cambios importantes
en la planificación familiar, y a la entrada en masa de las mujeres al mercado laboral en la segunda
mitad del siglo XX, estas tareas dejaron de ser la actividad principal para muchas mujeres (Goldin,
2006). Sin embargo, los cambios no han sido homogéneos, ya que existen importantes diferencias
entre las zonas urbanas y las rurales, y entre las mujeres en condición de pobreza extrema y
moderada, y las mujeres de mayores ingresos.
Sin cambios culturales significativos en los roles masculinos en el hogar, y por el aumento
del número de mujeres cabeza de hogar (pasó de 20 a 22% entre el 2002 y el 2012), en muchos
casos las mujeres deben dividirse entre los roles del hogar y los del trabajo (Chioda, 2011). Este
fenómeno podría explicar, por ejemplo, por qué las mujeres reportan dormir menos, tener menos
horas de ocio y trabajar menos que los hombres. De hecho, estudios recientes sugieren que, aun
entre las mujeres que tienen un trabajo remunerado, la participación laboral de la mujer es vista
8.4 8 7.8 7.7
4.3 4.6 3.6 4
0.8 0.8 4.4 3.92.2 2.2
5.1 4.26.1 6.5
1.1 2.3
0.0
5.0
10.0
15.0
20.0
Con Sisbén Sin Sisbén Con Sisbén Sin Sisbén
Hombre Mujer
Trabajo
Trámites
Trabajo no remunerado
Cuidado
Labores del hogar
Ocio
Asearse, vestirse, arreglarseComer
Dormir
28
frecuentemente como una actividad suplementaria o secundaria respecto del trabajo de los
hombres (Chioda, 2011).
3.2. El tiempo dedicado a las actividades del cuidado según el ciclo de vida
La Figura 22 muestra el promedio de las horas dedicadas al cuidado y a los oficios del
hogar de los hombres y mujeres entre 18 y 64 años. Se observa que, en promedio, las mujeres
rurales son quienes más dedican su tiempo a las labores del cuidado y del hogar, con 10,36 horas
por día, casi dos horas por encima de las mujeres urbanas. Los hombres de zonas urbanas y rurales,
por su parte, sólo dedican 3,27 y 3,13 horas al día a las mismas labores.
Figura 22. Promedio de horas dedicadas al cuidado y oficios del hogar, 18-64 años, hombres-mujeres,
zonas urbana y rural
Fuente: Elaboración propia de la Autora con base en datos de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT).
¿Qué diferencias se observan a lo largo del ciclo de vida? En las Figuras 23 y 24 se observa
que las mujeres en pobreza moderada y extrema (con Sisbén) dedican más horas al cuidado y a las
labores domésticas, sobre todo entre los 18 y los 41 años. Entre los 24 y los 29 años, las mujeres
urbanas con Sisbén dedican, en promedio, 11,6 horas de su día a las labores del cuidado y oficios
del hogar, respectivamente. El tiempo dedicado a estas labores por los hombres es constante a lo
3.27 3.13
8.48
10.36
0
2
4
6
8
10
12
Urbano Rural
Hombre Mujer
29
largo del tiempo, sin cambios, por ejemplo, durante la edad reproductiva (23 a 47 años), y muy
similar entre zonas urbanas y rurales.
Figura 2. Promedio de horas dedicadas al cuidado por ciclo de vida, sexo, y nivel socioeconómico en zonas urbanas
Figura 3. Promedio de horas dedicadas al cuidado por ciclo de vida, sexo, y nivel socioeconómico en zonas rurales
Fuente: Elaboración propia de la Autora con base en datos de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT).
Aunque las actividades del cuidado tienen precio en el mercado (por ej. costo oportunidad,
valor del cuidado en una guardería que la familia se está ahorrando), la mujer no obtiene por éstas
0.0
5.0
10.0
15.0
20.0
12 a 17 18 a 23 24 a 29 30 a 35 36 a 41 42 a 47 48 a 53 54 a 59 60 a 65 66 y más
Hombre con Sisbén Hombre sin Sisbén Mujer con Sisbén Mujer sin Sisbén
0.0
5.0
10.0
15.0
20.0
12 a 17 18 a 23 24 a 29 30 a 35 36 a 41 42 a 47 48 a 53 54 a 59 60 a 65 66 y más
Hombre con Sisbén Hombre sin Sisbén Mujer con Sisbén Mujer sin Sisbén
30
una remuneración pecuniaria que le permita mejorar su poder de negociación o lograr que su
trabajo sea reconocido en las cuentas nacionales (Kabeer, Mahmud, & Tasneem, 2011). De hecho,
la Tabla 2, muestra que si consideramos las labores del hogar y del cuidado como “trabajo”, la
carga del trabajo total de las mujeres excede el trabajo hecho por los hombres; en la población con
Sisbén las mujeres dedican tres horas más al trabajo que los hombres, mientras que en los que no
tienen Sisbén la diferencia es de dos horas.
Tabla 2. Suma del trabajo remunerado de las labores del cuidado
Hombres Mujeres
Con Sisbén 8,9 11,9
Sin Sisbén 9,8 11,7
Fuente: Elaboración propia de la Autora con base en datos de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT).
Por esta razón, en Colombia, la Ley 1413 de 2010, busca incluir la economía del cuidado
en las cuentas nacionales, para así medir de forma más completa el aporte de la mujer al desarrollo
económico y social del país y en sus hogares. Aunque éste es un gran paso, su implementación y
uso aún requiere trabajo. Es importante, además, tener en cuenta que el gran cambio en el uso del
tiempo entre hombres y mujeres se dará solamente cuando se consigan cambios profundos en las
definiciones culturales de masculinidad y cultura patriarcal.
4. Conclusiones e implicaciones de políticas públicas
En Colombia siguen existiendo exclusiones profundas (laborales, culturales, en el tiempo
dedicado al cuidado entre otras) difíciles de modificar en el corto o mediano plazo, y que requieren
cambios radicales que las políticas sociales, el crecimiento económico o la creación de empleo no
conseguirían por sí solos. Todo esto afecta, principalmente, a las mujeres en condición de pobreza
31
extrema, moderada, en desplazamiento forzado y, sobre todo, a aquellas que viven en zonas
rurales. Las políticas públicas que se adelanten deben tener en cuenta el diagnóstico presentado
hasta ahora, y los elementos que a continuación se resaltan.
A pesar de tener hoy un mayor nivel educativo, las mujeres presentan todavía menores
índices de actividad económica y mayor informalidad que los hombres. Sus ingresos son
significativamente menores y un gran porcentaje no recibe ningún tipo de ingresos. Las mujeres,
además, dedican hasta nueve horas al día a cuidados del hogar, más de tres veces de lo que dedica
un hombre. Debido a que un importante número trabaja en actividades remuneradas y no
remuneradas, ellas también duermen menos y tienen menos horas de ocio que ellos. Estas
diferencias son particularmente alarmantes en las mujeres que viven en pobreza extrema o
moderada, y sobre todo, entre aquellas de este grupo que están en las zonas rurales.
¿Cómo explicar estas diferencias y estas desigualdades duras? Dicha exclusión se
caracteriza por su complejidad: bajo nivel educativo, aislamiento geográfico, falta de
oportunidades laborales locales, número de horas dedicado al cuidado, factores culturales adversos
que afectan principalmente a las mujeres.
Según el estudio de Goldin (2006), tres aspectos permitieron la entrada en masa de la mujer
al mercado laboral de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX . Primero, las mujeres
comenzaron a tener un “horizonte”, es decir, a realizar inversiones en capital humano si
consideraban que iban a tener una vida laboral larga y continua. Segundo, desarrollaron una
“identidad” individual según la cual se sentían identificadas con su trabajo o profesión. En tercer
lugar, empezaron a “tomar de decisiones” sobre su participación en el mercado laboral, de manera
conjunta o negociada con sus parejas.
32
Goldin (2006) concluye, además, que esta transición fue posible gracias a la planificación
familiar (permitida por la píldora anticonceptiva), y al hecho de que las mujeres empezaron a
casarse a una edad más tardía. De esta forma, con un número menor de hijos y casándose lo
suficientemente tarde, la formación de su identidad precedía al matrimonio. Pasaron de ser mujeres
pasivas que adoptaban los ingresos y el uso del tiempo de sus parejas, a ser actoras participativas
que pueden negociar efectivamente en el hogar y en el mercado laboral, y distribuir libremente el
uso de su tiempo. El problema es que esta evolución no ha llegado a los países latinoamericanos,
entre ellos Colombia, homogéneamente.
Muchas mujeres todavía se hallan limitadas por su bajo nivel educativo y su aislamiento
geográfico, razones que les imposibilitan desarrollar el “horizonte”, la “identidad”, y la “toma de
decisiones” necesarias para la entrada al mercado laboral. Por un lado, el 60% de la población
femenina en Colombia no tiene la educación media completa (bachillerato) (ECV, 2013), lo que
les impide encontrar un trabajo formal, con el cual se puedan sentir identificadas. Por otro lado, la
falta de oportunidades laborales en las zonas rurales, el aislamiento y la falta de infraestructura
limitan, además, ese “horizonte” necesario para la inversión en capital humano. Por su parte, la
falta de ingresos y la cultura machista, obstaculizan su capacidad de negociación en el hogar
(Kabeer, Mahmud & Tasneem, 2011).
La productividad y la educación, como proxy de ésta, son un requerimiento mínimo para
conseguir hoy un trabajo formal en Colombia. En promedio, las mujeres en zonas rurales de
Colombia tienen menos de la educación primaria (4,3 años). Este nivel es de 6,6 años de educación
para las mujeres entre los 25 y los 39 años, de 4,7 para las de 40 a 55 años, y sólo de 3,3 para las
de más de 55 años (Martínez-Restrepo, et al., 2015).
33
Una muestra de este fenómeno es que, a pesar de las TMC que subsidian la oferta educativa,
y no obstante el aumento de la cobertura educativa, y de la becas y créditos para la educación
superior, el 20% de las mujeres en Colombia tienen un embarazo durante la adolescencia (15 a 19
años) (Martínez-Restrepo, 2014). Esta cifra es del 29% para las adolescentes en este rango etario
del quintil de ingresos más bajo, y mayor en las áreas rurales que en las urbanas.
Se estima, además, que el 48% de las mujeres en Colombia se casan o entran en una unión
libre13, entre los 20 y los 24 años, y el 21% antes de los 18 años (Flórez, et al., 2013). Esto revela
que su identidad no precede a la del matrimonio, y que su inversión en capital humano se ve
truncada antes de tiempo. Igualmente, es evidente que las nuevas oportunidades educativas y
laborales no están llegando homogénea ni equitativamente a todas partes, por ejemplo a las zonas
rurales fuera del sistema de ciudades, o a las zonas periféricas dentro de las mismas. Por esto es
crucial que se se reduzcan las principales barreras que tienen las mujeres para obtener trabajos
remunerados o para desarrollar emprendimientos, tanto en zonas urbanas como rurales.
4.1. Las normas sociales y el uso del tiempo en el cuidado y los oficios del hogar
En las zonas rurales estas labores se extienden, además, a la siembra, la cosecha y la cría
de animales para el autoconsumo, lo que es un trabajo, pero no remunerado. Como se mostró en
la Tabla 1, las mujeres en situación de pobreza extrema y moderada en zonas rurales, gastan en
promedio nueve horas al día, es decir, 6,5 horas más que los hombres, en las labores del cuidado
y en oficios del hogar. Esto representa claramente una barrera para la participación laboral y la
generación de ingresos por parte de ellas.
13 Según un Decreto de la Corte Suprema de Justicia, en Colombia, los compañeros permanentes o en Unión Libre tienen jurídicamente las mismas características de los casados en un matrimonio civil o religioso, después de dos años de convivencia.
34
La economía del cuidado busca reconocer el aporte económico de todas las formas de
trabajo, incluidas las no remuneradas del cuidado. Por esta razón, más allá de estudiar la situación
de desventaja de las mujeres con respecto a las labores del cuidado, es importante analizar para
cada sexo el contraste entre esfuerzos y compensaciones (Anand & Sen, 1995). De hecho, si
juntáramos dentro de las cuentas nacionales las horas de trabajo productivo (remunerado o no), y
las horas del cuidado y de los oficios del hogar, las mujeres (y sobre todo las de zonas rurales)
trabajarían un mayor número de horas que los hombres.
Para resaltar el rol del cuidado en la economía nacional Fraser (2003) sugiere crear un
modelo llamado de doble proveedor/a y cuidador/a (es decir, de paridad de roles) que reemplaza
nuestro modelo actual del hombre como “Proveedor Universal”, y que busca generar equidad de
género mediante el reconocimiento del rol del cuidador, y la división equilibrada de los roles del
cuidado entre hombres y mujeres. Esa estrategia ayudaría a una redistribución del tiempo
(incluyendo el tiempo libre), del descanso (incluyendo las horas de sueño) entre hombres y
mujeres, y a una mayor valoración del trabajo del cuidado. Por otro lado, facilitaría el ingreso o un
mayor número de horas en el mercado laboral para las mujeres y, por consiguiente, la reducción
de la pobreza de miles de hogares.
Se deben fortalecer, igualmente, programas estatales de cuidado como los Hogares
Comunitarios de Bienestar para los niños, que se caracterizan por bajas coberturas y poca
infraestructura en las zonas rurales (Peña & Uribe, 2013). En programas de cuidado a adultos
mayores, los Centros de Bienestar del Adulto Mayor y los Centros diurnos en las zonas rurales
dispersas, también requieren fortalecerse. Una forma es por medio de la garantía del transporte a
cabeceras municipales donde existan las instituciones y así disminuir las cargas del cuidado. Por
otro lado, se pueden crear instituciones donde el cuidado no sea exclusivo a grupos etarios.
35
Asimismo se deben mejorar los sistemas de información sobre el uso del tiempo y el trabajo no
remunerado, ya que en Colombia sólo se ha aplicado la ENUT en el año 2012.
4.2. Aislamiento geográfico y mercado laboral
Las mujeres en condición de pobreza extrema y moderada, especialmente aquellas que
residen en zonas rurales, se encuentran excluidas de los mercados laborales formales dinámicos
de las 13 principales ciudades, y de la infraestructura necesaria para llegar a los centros poblados
en donde se encuentran los trabajos. Las zonas fuera del Sistema de Ciudades carecen de la
infraestructura (vías primarias y secundarias), los recursos y el capital humano adecuado para
promover su desarrollo económico, agropecuario e integral, fuera de la Unidad Productiva
Agrícola (UPA), usada principalmente para la subsistencia de las familias campesinas.
Las características del sector agropecuario colombiano excluyen a las mujeres del trabajo
remunerado y formal, que es casi exclusivamente realizado por los hombres. Todos estos factores
son causas que desincentivan igualmente el empleo formal de las mujeres en situación de pobreza,
quienes viven en las zonas periféricas de las principales ciudades de Colombia. Según Haussman
(2013), debido al alto costo en tiempo y dinero de traslado de zonas periféricas urbanas a los
centros de trabajo, un turno de ocho horas de trabajo se puede convertir en un turno de 11 horas,
pero el pago neto es de tan sólo seis. Así, el costo de oportunidad de las mujeres es mayor, debido
al costo del cuidado de sus hijos.
El costo de oportunidad y la falta de oportunidades pueden afectar el número de horas que
las mujeres trabajan. Un estudio reciente concluyó, concretamente, que las mujeres rurales
económicamente activas trabajan, en promedio, 29 y 30 horas, entre los 20 y los 59 años, 10 horas
menos que las mujeres que viven en zonas urbanas (Martínez-Restrepo, Enríquez & Rodríguez,
2015). Por su parte, los hombres en los mismos grupos de edades reportan trabajar en promedio
36
50 horas a la semana, y no se observan diferencias entre lo urbano y lo rural. Ya que en Colombia,
un trabajo de tiempo completo requiere trabajar 45 horas a la semana, el bajo ingreso de las mujeres
en zonas rurales puede, entonces, ser explicado también debido al bajo número de horas que
dedican a trabajos remunerados, y al alto número de horas que dedican al cuidado y a los oficios
del hogar.
Por estas razones, es crucial que se desarrollen políticas de infraestructura y de transporte,
pensando en facilitar la movilidad de las personas. Se necesitan sistemas que corten el tiempo y
que subsidien la oferta de transporte, tanto en zonas urbanas como en rurales, para que más
hombres y mujeres puedan movilizarse hacia los centros urbanos o cabeceras municipales que
ofrecen oportunidades labores remuneradas y formales. En las áreas rurales esto es indispensable
para las mujeres, ya que cuentan con mayores oportunidades laborales en el sector servicios de los
centros poblados.
4.3. La exclusión de programas productivos y las brechas de género en la tenencia de
activos
El Gobierno Colombiano, principalmente el Departamento para la Prosperidad Social (DPS) y
el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural (MADR) han desarrollado diversos programas para la
promoción de la productividad en el campo, y la reducción de la pobreza mediante la generación de
ingresos. Sin embargo, la mayor parte de estos programas no tienen un enfoque diferencial de género,
y existen importantes barreras de acceso que afectan principalmente a las mujeres. Por ejemplo, se
estima que el 42% de las personas que participan del programa Oportunidades Rurales, y tan sólo
el 34% de las representantes legales, son mujeres. Por su parte, el programa para el apoyo a
asociaciones de campesinos, Alianzas Productivas, Proyecto estrella del Gobierno, sólo cuenta con
el 25% de mujeres entre sus beneficiarios (Fedesarrollo-USAID, 2015).
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Estas brechas de participación se observan igualmente en la inclusión financiera, y en el
acceso a programas de crédito y microcrédito agrario, a pesar de la existencia de líneas de crédito
exclusivas para emprendimientos de mujeres, del Banco Agrario (Urdaneta & Garnica, 2012).
Las mujeres rurales en Colombia se enfrentan a diversos obstáculos para mejorar su
generación de ingresos. Uno de ellos, tal vez el más importante, es el acceso a la propiedad de la
tierra, ya que su tenencia es, en la mayoría de los casos informal o está registrada a nombre del
cónyuge (Fedesarrollo-USAID, 2015). La propiedad de la tierra en Colombia ha sido una
atribución principalmente masculina, debido a la preferencia por los hombres en la herencia, a la
existencia de programas de titulación masiva favorables para los hombres, y a sesgos de carácter
tradicional en el momento de realizar transacciones en el sector rural (Deere & León, 2000).
Estas situaciones restringen la generación de ingresos para las mujeres, ya que la tierra es
el activo más importante que sirve como colateral para acceder a microcréditos, para pertenecer a
asociaciones de campesinos productores, y para beneficiarse de programas del Gobierno
(Fedesarrollo-USAID, 2015). Por esta razón, es crucial reducir la brecha de género en la tenencia
de activos, sobre todo de la tierra.
En zonas rurales en donde el “jornaleo” está destinado a los hombres, existen importantes
oportunidades de micro-negocios (tiendas, valor agregado de productos agrícolas como frutos
secos) que las mujeres pueden desarrollar con un mayor acceso a microcréditos. Aunque existen
líneas de crédito específicas para la mujer rural por parte del Gobierno (Banco Agrario), se ha
demostrado que debido a la falta de soportes colaterales como la tierra o un trabajo formal estable,
gran parte de las mujeres en condición de pobreza extrema o moderada no pueden acceder a ellos.
Otros microcréditos de Organizaciones no Gubernamentales ofrecen préstamos para negocios,
pero con tasas de interés del 35 al 45%, cercanas a las tasas de usura en Colombia (Fedesarrollo-
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USAID, 2015), defectos estructurales que originan círculos viciosos de pobreza extrema, que son
muy difíciles de superar para las mujeres más necesitadas. Una solución para mejorar el acceso a
trabajo remunerado de las mujeres en zonas rurales es el fortalecimiento del microcrédito para
mujeres en situación de pobreza extrema y moderada, que esté apoyado por un acompañamiento
especial, el cual incluya educación financiera y planeación de negocios, entre otros aspectos.
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