Las grandes potencias

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6. LAS GRANDES POTENCIAS.

1. La Inglaterra victoriana.

Gran Bretaña fue en el siglo XIX la primera potencia mundial tanto por su desarrollo económico (industrialización) como por su poder político (creación de un gran imperio). Todo ello se desarrolló durante el largo reinado de Victoria I (1837-1901), último monarca inglés de la dinastía Hannover.

En economía, se desarrolló la industria, las finanzas (con la Bolsa de Londres) y el comercio internacional, favorecidos por la creación de un gran imperio colonial con base en la India.

Texto: El Imperio Inglés

“Es la británica la más grande de las razas dominantes que el mundo ha conocido y, por consiguiente, el poder determinante en la historia de la civilización universal. Y no puede cumplir su misión, que es crear el progreso de la cultura humana, si no es merced a la expansión de la dominación inglesa. El espíritu del país tendrá fuerzas para cumplir esta misión que nos ha impuesto la Historia y nuestro carácter nacional. [...] El Imperio británico, firmemente unido, y los Estados Unidos deben juntos asegurar la paz del mundo y asumir la pesada responsabilidad de educar para la civilización a los pueblos retrasados”.

J. CHAMBERLAIN (Ministerio de Colonias Británico), 1895.

Gran Bretaña aplicó el librecambismo hasta finales del siglo XIX arruinando al medio rural. No obstante, la competencia de EEUU y Alemania al final del siglo obligó al gobierno inglés a aplicar medidas proteccionistas.

En política, Gran Bretaña mantuvo una gran estabilidad, al mantenerse la monarquía parlamentaria bajo la fórmula del bipartidismo o alternancia pacífica en el gobierno del Partido Conservador (tories encabezados por Disraeli) y del Partido Liberal (whigs dirigidos por Gladstone).

BENJAMIN DISRAELI WILLIAM GLADSTONE

A pesar de la estabilidad política, cabe destacar las sucesivas reformas electorales que fueron ampliando el número de votantes: en 1832 se amplió el derecho a voto a los propietarios con una renta superior a 10 libras al año, en 1867 se permitió votar a los que pagaran una casa en alquiler, y en 1884 se amplió el voto a los campesinos.

El Partido Laborista (Labour Party) surgió a partir de un partido socialista inglés creado en 1893. Este nuevo partido, de base sindical, llegó a sustituir a los liberales en número de votos a partir de 1920.

En el ámbito social, Gran Bretaña estableció un sistema educativo y sanitario estatal, se separó el Estado y la religión (en 1869), se desarrolló legislación laboral (se redujo la jornada, se reguló el trabajo infantil,...) y se creó un impuesto progresivo sobre la renta.

El principal problema de Gran Bretaña en el siglo XIX fue el desarrollo de un movimiento nacionalista en Irlanda. Esta se había mantenido como reino independiente bajo dominio inglés desde el siglo XII, pero en 1800 se unificó con Gran Bretaña. Frente a la masa campesina católica irlandesa, se impuso una minoría propietaria protestante inglesa.

En un contexto de crisis económica Charles Stewart Parnell fundó en 1882 el Partido Parlamentario Irlandés, que defendió en el parlamento británico la autonomía para Irlanda. Esta se concretó en la Home Rule propuesta por Gladstone, pero su aprobación fue retrasada.

Ante el retraso en la concesión de la autonomía y el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914), los nacionalistas irlandeses republicanos protagonizaron en 1916 el alzamiento de Pascua reivindicando la independencia total. Esta insurrección acabó con un tratado anglo-irlandés que fue ratificado en 1922 y dio origen al Estado Libre Irlandés.

El tratado de 1922 reconocía la independencia de Irlanda, pero también la partición de la isla, al quedar la zona norte (Ulster) de mayoría protestante, bajo soberanía británica. Esta partición generó una guerra entre los ingleses e irlandeses que defendían el tratado y los irlandeses que querían la independencia de toda la isla (el Sinn Fein y el grupo terrorista Irish Republican Army).

El Acuerdo de Viernes Santo (1998) entre el gobierno británico y el irlandés puso fin al conflicto, desarmándose el IRA y retirándose las tropas británicas de Irlanda del Norte.

2. Francia: del II Imperio a la III República.

En 1848 una revolución llevó al establecimiento en Francia de la II República. Sin embargo, el nuevo presidente electo, Luis Napoleón (sobrino de Napoleón) dio un golpe de estado en 1851 e impuso una nueva constitución por la que se proclamaba emperador como Napoleón III (1852).

Con Napoleón III en el poder se inició el II Imperio francés (1852-1870), durante el cual en política interior se desarrolló un gobierno autoritario y personalista (aunque Napoleón III convocó varios plebiscitos populares). Este gobierno dio estabilidad política a Francia y favoreció su crecimiento económico reflejado en la reforma urbana de París.

En política exterior, Napoleón III promovió una política intervencionista imperialista (con éxito, en Argelia e Indochina y sin éxito en México) y en la participación en conflictos europeos (guerra de Crimea contra Rusia, apoyo a Piamonte frente a Austria, y lucha contra Prusia).

La derrota de Francia ante Prusia, llevó a Napoleón III a abdicar en 1870, proclamándose la III República francesa (1870-1940). En esta situación y ante el avance prusiano hacia París, un levantamiento popular proclamó en 1871 la Comuna de París, un gobierno revolucionario popular dominado por los ideales de la I Internacional. Sin embargo, un gobierno provisional republicano envió al ejército para acabar con la Comuna.

Texto: La Comuna de París

“La Comuna de París fue un acontecimiento histórico singular. Duró setenta y tres días y sus efectos, sin embargo, parecen inmensos. Acontecimiento francés, se inserta entre el final de la guerra franco-alemana y el difícil nacimiento de las instituciones de la III República, y desde entonces está ligada (…) con la sangrienta liquidación del Segundo Imperio, y por otra con la llegada de la democracia francesa.  (…) Desde entonces los partidos obreros de diferentes países pensaron que la Comuna de París había sido el primer intento de organización de un gobierno proletario”. 

Georges Bourgin, La Commune, Paris, 1907.

Con la represión de los sectores populares la III República francesa dio paso a una etapa conservadora (1871-1879), en la que gobernaron moderados y monárquicos como Adolphe Thiers. No obstante, la constitución de 1875 implantó el sufragio general masculino.

Al acceder al gobierno los republicanos de Jules Ferry se inició la república de los republicanos (1880-1914). En esta etapa se desarrollaron una serie de reformas, como el establecimiento de una enseñanza estatal laica (1882), la separación entre la Iglesia y el Estado, la aprobación de una avanzada legislación social (pensiones, seguridad laboral,…),…

En esta etapa también aparecieron problemas como el auge del antisemitismo reflejado en el affaire Dreyfus de 1894 (un oficial judío francés condenado con pruebas falsas por espionaje a favor de Alemania), y el incremento del patriotismo y del militarismo frente a Alemania, que en 1870 había arrebatado a Francia Alsacia y Lorena.

3. El Segundo Reich alemán.

En 1871, tras la derrota de Francia, se creó el Segundo Reich convirtiéndose el rey de Prusia Guillermo I en emperador alemán (kaiser). El nuevo país experimentó un gran crecimiento económico basado en la unión aduanera (1834), el desarrollo ferroviario y siderúrgico, la creación del marco como moneda alemana y la creación del Banco Imperial. Además, se produjo una notable concentración financiera y empresarial.

Bismarck mantuvo la presidencia del gobierno alemán (canciller) hasta 1890. Buscó asegurar el nuevo país combatiendo las disidencias interiores y evitando la revancha de Francia aislándola (realpolitik). Buscó la separación de la iglesia del estado, pero acabó acercándose al centro católico (zentrum). Rechazó a los socialdemócratas (SPD) pero aprobó leyes pioneras sobre el seguro de enfermedad, vejez y desempleo.

El rechazo de Bismarck a la política colonial de Guillermo II, nuevo emperador desde 1888, le condujo a dimitir en 1890. Guillermo II impulsó la weltpolitik por la que promovió la expansión imperialista y el rearme naval y terrestre. Este belicismo, favorecido por la Liga Naval y la Liga Imperial, provocó rechazo en Francia y Reino Unido.

4. Los Imperios pluirinacionales.

En el siglo XIX se mantuvieron en los extremos de Europa unos Imperios plurinacionales (austrohúngaro, ruso y turco otomano), cuyos orígenes se remontaban a la Edad Media. Estos imperios tuvieron que hacer frente en el siglo XIX al auge de las ideas liberales y nacionalistas, que los pusieron en crisis.

El Imperio Austro - Húngaro reunía los territorios gobernados por la dinastía de los Habsburgo o Austrias, que eran a la vez archiduques austriacos y emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Tras las revoluciones de 1848, este imperio fue dirigido por Francisco José I (1848-1916), que promovió una lenta liberalización del país.

En 1867 Francisco José I estableció una monarquía dual (al dividirse el imperio en dos reinos - Austria y Hungría - con leyes, gobierno y parlamento propios, pero unidos por la figura del emperador y una política exterior y de finanzas común), y en 1907 se aprobó el sufragio general masculino.

El Imperio Austro – Húngaro tuvo que hacer frente a la diversidad nacional que englobaba, pues junto a las mayorías alemana y húngara que dominaban respectivamente los territorios de Austria y Hungría, también convivían numerosos pueblos eslavos (checos, eslovacos, polacos, rutenos, croatas y eslovenos) y latinos (italianos y rumanos), que intentaron independizarse.

Respecto a la política exterior, el Imperio Austro Húngaro fue derrotado por Prusia en 1866 y se disputó con el Imperio Ruso los territorios de los Balcanes pertenecientes al Imperio turco (lo que le llevó a la anexión en 1908 de Bosnia-Herzegovina).

El Imperio Ruso, gobernado por los zares de la dinastía Romanov desde el siglo XVII, mantuvo en el siglo XIX un gobierno autocrático, centrado en la figura del zar, que detentaba todo el poder y era respaldado por un potente ejército y por la iglesia ortodoxa. A la vez, mantuvo una economía agraria, basada en una mayoría de población campesina.

Alejandro I (1801-1825) se enfrentó al Imperio de Napoleón y consiguió tras el Congreso de Viena incrementar los territorios rusos. A su muerte estalló la insurrección decembrista, que intentó implantar un gobierno liberal en Rusia sin éxito, pues fue reprimida por el nuevo zar Nicolás I (1825-1855).

Alejandro II (1855-1881) abolió la servidumbre en 1861 e impulsó desde el desarrollo minero, industrial y ferroviario. Mantuvo una política autoritaria que dio origen al desarrollo de movimientos de oposición al zar como el nihilismo, el anarquismo o el populismo, siendo finalmente asesinado.

Alejandro III (18811894) inició su reinado incrementando la persecución contra la oposición para vengar la muerte de su padre y fortalecer el poder del zar. Su sucesor, Nicolás II (1894-1917) continuó la labor represiva de su padre y promovió la expansión del Imperio Ruso, pero las sucesivas derrotas rusas favorecieron el fortalecimiento de la oposición al zar.

A lo largo del siglo XIX el Imperio Ruso sufrió la tensión entre los intentos de unificación de los pueblos eslavos (paneslavismo), mayoritarios, y el separatismo mostrado por el nacionalismo polaco y finlandés.

La búsqueda de una salida al mar Mediterráneo que facilitara el comercio, provocó diversos conflictos, como la guerra de Crimea (1853-1856), en la que Rusia se enfrentó al Imperio Turco (apoyado por Gran Bretaña y Francia) o la cuestión de Oriente (disputa con el Imperio Austro - Húngaro de los territorios eslavos de los Balcanes, que estaban bajo el dominio turco).

El Imperio Turco Otomano sustituyó en el Mediterráneo oriental al Imperio Bizantino a finales de la Edad Media. Este imperio se mantuvo como un estado teocrático encabezado por el sultán, que ostentaba el poder político y religioso. Territorialmente fue un Estado extenso y complejo, formado por gran variedad de pueblos del Norte de África, Oriente Próximo, Balcanes y Anatolia.

A lo largo del siglo XIX las ideas liberales penetraron en el Imperio por medio de los Jóvenes Turcos y la debilidad del Imperio provocó la sucesiva pérdida de territorios.

La creciente dependencia financiera de Francia y Gran Bretaña, hizo que su política dependiera de estos Estados que se enfrentaron por el control del canal de Suez (Francia dominó Líbano en 1864 y Túnez en 1881 y Gran Bretaña controló Egipto en 1882).

El Imperio Turco también tuvo que hacer frente a movimientos nacionalistas disgregadores apoyados por grandes potencias. Grecia consiguió la independencia en 1829, mientras que los pueblos eslavos de los Balcanes consiguieron en 1878 tras la guerra ruso-turca la independencia (Serbia, Montenegro, Rumania) o la autonomía (Bulgaria, Bosnia-Herzegovina).

Los armenios por su parte, entre los que también se desarrolló el nacionalismo, sufrieron en Anatolia masacres multitudinarias iniciadas en torno a 1894 y que culminaron durante la Primera Guerra Mundial con un genocidio.

3.4 Las potencias extraeuropeas emergentes: EEUU y Japón.

Durante el siglo XIX EEUU tuvo una gran expansión territorial y demográfica, que facilitó un fuerte crecimiento económico. Esta expansión quedó justificada por la doctrina Monroe (1823) y la del Destino Manifiesto.

A las Trece Colonias independizadas de Gran Bretaña en 1776, se sumaron los territorios ingleses al sur de los Grandes Lagos y al este del río Mississippi (Paz de Versalles, 1783). En 1803 EEUU compró Luisiana (al oeste del Mississippi) a Francia y en 1919 compró a España Florida.

En 1846, tras un acuerdo, Gran Bretaña cedió el sur de Oregón a EEUU. Una guerra entre México y EEUU acabó con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo (1848) por el cual EEUU se hizo con Texas, Nuevo México y California continental.

Para hacerse efectivamente con los nuevos territorios del Oeste, EEUU se enfrentó con los habitantes originarios, y enfrentándose y deportando a reservas a los indios navajo y apaches, entre otros.

La expansión de EEUU continuó en 1867 con la compra a Rusia de Alaska y la expansión por ultramar (Pacífico y Caribe). Así EEUU se anexionó las islas de Hawai, y tras luchar contra España en 1898, obtuvo Puerto Rico, Filipinas y el dominio indirecto de Cuba.

EEUU tuvo un grave problema en el siglo XIX: la guerra de secesión (1861-1865). Las causas de este conflicto fueron económicas (diferencias entre un noreste industrial urbano y un suroeste agrario y ganadero) y políticas (los estados del norte eran favorables a la abolición de la esclavitud y los estados del sur esclavistas).

La guerra se inició cuando en 1861 el abolicionista Abraham Lincoln fue elegido presidente de EEUU, ante lo cual once estados del sur se separaron de la República Federal y crearon una Confederación encabezada por Jefferson Davis. Este hecho fue respondido por el gobierno de la República Federal (o Unión).

En esta guerra civil se enfrentaron los ejércitos azules de la Unión (Norte) encabezados por el general Ulysses Grant contra los ejércitos grises de la Confederación (Sur) dirigidos por el general Robert Lee.

Las consecuencias de la guerra, que provocó más de medio millón de muertos, supusieron: la abolición de la esclavitud en todos los EEUU (aunque se promovió la segregación racial), la reconstrucción material (que impulsó el desarrollo económico), y la estabilización del sistema político (al superarse las diferencias internas en EEUU estableciéndose un bipartidismo entre el Partido Republicano y el Partido Demócrata).

Japón mantuvo una organización política y económica tradicional hasta finales del siglo XIX. El emperador (mikado o tenno), considerado de origen divino, encabezaba la sociedad, mientras que quien detentaba el poder político y militar era el shogun. Estos a su vez se apoyaban en los daimios (grandes propietarios rurales) y samurais (guerreros). La economía era agraria.

Desde el siglo XVII la familia Tokugawa ocupó el cargo de shogun, imponiéndose al resto de daimios y convirtiendo a Edo (Tokyo) en la capital imperial. En esta etapa, Japón procuró aislarse de Occidente.

En julio de 1853, una flota de EEUU al mando del almirante Perry llegó a Edo y exigió al emperador la apertura comercial. Ante la amenaza militar de EEUU, Japón decidió abrirse al comercio, tal y como quedó recogido en el Tratado de Kanagawa (1854). Esta apertura impuesta se vivió como una humillación y provocó una grave crisis en el poder del shogun.

Al acceder al trono un nuevo emperador, Mutsu Hito (1867-1912), este promovió en 1868 la denominada revolución Meiji (o de las luces) que acabó con el shogunato Tokugawa (Carta de los Cinco Artículos), recuperando el emperador el poder e impulsando la occidentalización del país.

Con la revolución Meiji se estableció un gobierno liberal. En 1877 se reconoció la igualdad jurídica y en 1889 se aprobó una constitución liberal conservadora, pues el emperador conservaba su poder, pero contemplaba un parlamento bicameral elegido por sufragio censitario.

La revolución Meiji también impulsó la creación desde el Estado de grandes compañías industriales que acabaron en manos de familias privadas (zaibatsu) y la introducción de costumbres occidentales (calendario, vestimenta,…).

Los límites físicos de Japón generaron necesidad de nuevos territorios ante la presión demográfica y la exigencia de materias primas y mercados para vender los productos industriales. Esto alimentó la expansión imperialista de Japón, primero a las islas cercanas (Kuriles y Bonin en 1875, Riu Kiu en 1879) y después por el continente asiático.