LAS PÉRDIDAS INEVITABLES Y NECESARIAS DE NUESTRA VIDA (definitivo)

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LAS PÉRDIDAS INEVITABLES Y NECESARIAS DE NUESTRA VIDA. MÁS ALLÁ DE LAS PÉRDIDAS

Introducción al tema

A partir del concepto de pérdida, entendida ésta como la vivencia de los variados hechos existenciales (desde que nacemos comenzamos a sufrir pérdidas de todo tipo, lentamente vamos dejando atrás, sueños, ilusiones, juventud, algún amigo entrañable, etc), despliego un abanico de elementos que forman parte del duelo en el que nos introduce la vivencia de estas pérdidas y que hace referencia al proceso por el que pasa todo ser humano al sufrir estos hechos en su vida. Dado el riesgo que corremos de no resolver adecuada y sanamente el duelo, tratando de evitar la tristeza y el dolor, la rabia, la frustración, la impotencia, la debilidad y la apatía, etc que conlleva toda situación de pérdida, pongo la atención en la necesidad de vivirla plenamente, permitiéndonos la expresión de todos nuestros sentimientos y la aceptación del hecho existencial que ha acontecido. Es la manifestación de los mismos lo que resuelve el duelo. De no ser así, el duelo se volverá patológico y en lugar de durar un determinado tiempo, durará años o quizá se instalará para siempre. En este caso será necesario buscar una ayuda profesional que brinde apoyo psicológico.

Finalizo con la propuesta de aprovechar todo este proceso para aprender lecciones de las más importantes de la vida, para sanar el corazón que pasa también por aprender a separarse, a renunciar, a soltar, a perdonar y perdonarse superando el resentimiento y despertando la gratitud por lo que tuvimos y nos fue concedido durante un periodo de tiempo más o menos prolongado. Aprovechar, en definitiva, estas experiencias para salir robustecidos, para buscar la luz de la esperanza en un mar de oscuridades, incertidumbres y preguntas sin respuesta.

1. Vivimos todos inmersos en un movimiento continuo de nacimientos y muertes. En mi experiencia de acompañamiento como terapeuta, diariamente constato la dificultad que tenemos los seres humanos, no sólo de aceptar las distintas pérdidas que irremediablemente van sucediendo en el periodo de nuestra vida, sino también la dificultad de soltar aquello que dolorosamente perdemos. Si la experiencia es nuestra mejor escuela, saber vivir las pérdidas que, a lo largo de la vida acontecen, es, en muchos aspectos, una asignatura de las más importantes del currículo de nuestro aprendizaje. Y es que la vida del ser humano, nuestra vida, está llena de situaciones, de personas, de momentos vividos que vienen y se van. Y necesitamos aprender la sabiduría que nos permite dejar que unas cosas y/o personas desaparezcan para dar la bienvenida a otras nuevas. La sabiduría que nos permite despedirlas bien.

Nuestras pérdidas son pequeñas muertes, un ingrediente de la vida diaria. Cuando nos vemos privados de algo o de alguien que nos importaba afectivamente, sentimos una pérdida. Nuestras pérdidas constituyen un fenómeno amplio. No sólo perdemos con la muerte y con la separación, con el adiós definitivo a nuestros seres queridos cuando se van de nuestro lado. El ser humano vive también situaciones de pérdida desde el momento que nace. Iniciamos la vida con una gran pérdida. Somos expulsados de las entrañas maternas. Perdemos el espacio seguro y cálido que nos cobija, donde recibimos alimento y calor. Y a partir de este momento, a lo largo de toda la vida, vamos sufriendo diferentes pérdidas. Unas pequeñas que tal vez no tenemos en cuenta, que incluso vivimos de forma casi desapercibida para nosotros, y otras pérdidas más

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importantes, que no tienen retorno, que irrumpen con un peso y un significado más grande.

Un extenso abanico de contenidos y de aspectos abarcan las pérdidas de nuestra vida: Sufrimos las perdidas ligadas al propio desarrollo evolutivo y a sus crisis, al propio ciclo vital normal, como lo es el paso del tiempo que nos hacen avanzar por las distintas etapas o edades, infancia, adolescencia, juventud, menopausia, vejez, etc. Perdemos nuestra salud, nuestra juventud, aquel sentimiento de invulnerabilidad que nos mantenía lejos de la mortalidad y del tiempoTambién vamos dejando objetos externos o materiales, pertenencias, lugares de convivencia; vamos viviendo rupturas emocionales dejando atrás vínculos afectivos, personas amadas, amigos, y a veces, separaciones definitivas de los seres más importantes de nuestra vida.Se van quedando en el camino ciertos aspectos de nosotros mismos. Algunos están ligados a nuestro cuerpo como la salud, las capacidades sensoriales, motoras, cognitivas, otros pertenecen al mundo de nuestra psique como la autoestima, ideales, ilusiones, realidades soñadas, expectativas no cumplidas, metas no alcanzadas, proyectos, potencialidades y capacidades que no terminamos de desarrollar, sufrimos también las pérdidas conscientes o inconscientes de nuestros deseos, de nuestras esperanzas irrealizables, de nuestras ilusiones de libertad, de poder, de juventud, valores y actividades por los que apostamos y que hemos creído importantes.

Nos puede nublar la paz y la esperanza la amenaza de una posible muerte institucional, el miedo a que la propia Congregación desaparezca y se pierda para siempre, las sensaciones de fracaso, de morir sin haber conseguido poco o nada de tantas ilusiones y sueños, el temor al olvido para siempre sin que nadie nos siga manteniendo vivos en su recuerdo afectivo o sin un amor que haya sido exclusivamente propio. Podemos padecer también la pérdida de la persona que éramos y/o de la persona que esperábamos llegar a ser… Pérdidas. Vamos por la vida con constantes pérdidas. Y sufrimos la pérdida final al abandonar o de ser abandonados. Nuestra condición en este mundo es inequívocamente pasajera. Estas pérdidas que forman parte de nuestra vida son constantes, universales e inevitables. Y son pérdidas necesarias porque son imprescindibles para crecer y para moldear sanamente nuestra vida si sabemos incorporarlas bien al conjunto de todo lo que somos. Perder y ganar son dos aspectos inherentes al hecho de vivir.

Ante este variado elenco de matices, podemos afirmar que en la vida existe dolor, que en la vida existen pérdidas. En cualquier instante la vida de cualquier persona puede sufrir un cambio inevitable. Nuestra identidad va sufriendo transformaciones. Estamos en un continuo entrenamiento para llegar a la última y gran pérdida de la vida: la muerte, única certeza que tenemos sin ningún atisbo de duda. Que nosotros vamos a morir, que algún día nuestros seres queridos también morirán, que todo lo que empieza, termina. Pero cualquier pérdida que parece un final es también un principio. Un principio de fortaleza y de transformación personal porque la aceptación de cualquier pérdida sufrida, puede convertirla en una experiencia de crecimiento y de reconstrucción de la propia vida. Todas las pérdidas que sufrimos van movilizando distintas formas de ansiedad al ir tomando conciencia de nuestra propia finitud. A cualquier edad las pérdidas tienden a ser problemáticas y dolorosas para quien las padece pero no terminamos de comprender que nuestro camino va pavimentado de renuncias. Son indispensables para crecer y

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madurar. Y sólo a través de ellas podemos convertirnos en seres humanos plenamente desarrollados. Conscientes al mismo tiempo de que somos seres tangibles, finitos, limitados. La experiencia de nuestras pérdidas, de nuestras renuncias es un hecho determinante. No existe protección contra las pérdidas necesarias. Aunque ninguna de ellas se compara a la muerte de un ser amado ya que no es fácil decir un adiós definitivo a las personas que han sido significativas afectivamente para nosotros, con las que hemos compartido momentos importantes de nuestra vida, todo lo que perdemos nos deja en un estado de carencia dolorosa, de cierta ansiedad. Es necesario aprender a despedirnos de quienes partieron. Y aprender también a hacer frente a los hechos que inevitablemente cambian, a los hechos que terminan y se van, aceptando que son, que no pueden evitarse. Es preciso integrarlos. Dejar de seguir en lucha contra ellos y continuar adelante centrando los esfuerzos en aquellos sueños o metas que todavía podemos alcanzar, que está en nuestras manos conseguirlas.

Si tomamos conciencia del propio itinerario de nuestra vida podemos comprender de qué modo nuestras pérdidas la han ido conformando y han sido el comienzo de cambios inteligentes y esperanzadores. De cambios altamente significativos.  Ya no somos los mismos después de haber transitado por una pérdida, sea ésta de cualquier índole o magnitud. Y aunque las situaciones de pérdida, pueden paralizar y bloquear nuestro crecimiento, también pueden fortalecerlo promoviendo conductas más vigorosas y proyectando una fuerza inesperada que la persona incluso puede ignorar que posee. Cuando aceptamos en nuestro corazón, dejamos de tener el sabor amargo de haber perdido algo o alguien que amábamos y comenzamos a tener el dulce sabor de haber sabido librar una batalla, de haber sabido integrarla en el conjunto. Porque nuestra vida es como un puzzle, como un rompecabezas. Cada una de sus piezas es una experiencia vivida, tal vez una pérdida, y cada experiencia ha de encajar adecuadamente en el conjunto. A veces, alguna de las piezas no termina de encontrar su hueco en el total. Pero si elaboramos y aceptamos, esa pieza habrá encontrado su lugar en él. Para que todas las piezas del puzzle vayan conformando la figura sana y adulta que estamos llamados a adquirir y para que cada una de esas piezas encuentre su lugar de integración en él, al vivir una pérdida hemos de saber identificar cuál es la magnitud de lo que estamos perdiendo y tratar luego de procesar esa pérdida ya que es tan importante superarla. ¿Qué significa para mí esta situación? ¿Cómo lo estoy viviendo? ¿Cuáles son las expectativas que están influyendo en mi estado de ánimo? ¿Qué estoy temiendo que pase en el futuro? ¿Cómo creo que será mi vida sin esta persona o sin esta realidad que he perdido o que puedo perder? ¿Creo que alguien tiene la culpa de la pérdida?¿Cuál es mi reacción y la conducta que estoy adoptando ante la sensación de soledad, indefensión, de pequeñez, ante mis miedos varios, ante mi desaliento o ante mi desesperanza? ¿Es una reacción de huida, de agresividad, de bloqueo la que estoy teniendo en la vivencia de esta realidad?

El impulso de superar la pérdida nos lleva a tratar de tener una visión más amplia, una perspectiva más grande a la hora de enfocar bien el proyecto de avance de nuestra vida. Saber decidir qué puerta debe abrirse tras la pérdida, qué será diferente, es decir, lo que la persona hará de diferente forma, el tipo de cosas distintas que sucederán cuando la ausencia quede asumida, es la garantía de un cambio saludable, de que la situación de pérdida ha sido resuelta. La persona habrá encontrado un modo distinto de verla, de mirarla, de vivirla porque habrá cambiado los significados que asigna a su situación de pérdida y se habrá planteado alguna meta que dará sentido a lo que está viviendo. Lo

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necesario es que la persona, envuelta en una situación perturbadora, cambie la manera de pensar y de vivirlo y haga algo diferente de lo que está haciendo (algo diferente a deprimirse, evadirse, desconectarse, comer en exceso, gritarle a alguien, obsesionarse, aislarse, mostrar apatía, desinterés, resentimiento, auto-reproche) aunque estas diferencias le parezcan irracionales y absurdas, dada la situación que atraviesa. Cambie la manera de mirarlo y lo proyecte a un futuro que es realmente distinto al de amenaza que siente en el presente. Se supone que si uno sabe a dónde ir, el llegar allí le resultará relativamente más fácil. En definitiva, todos los síntomas emocionales o incluso físicos que el dolor produce, van desapareciendo según la persona va aceptando la realidad dolorosa de haber tenido una pérdida. Según se vaya elaborando el duelo, reaparece la esperanza y se reconduce la vida.

2. ¿De qué hablamos cuando hablamos de duelo por una pérdida?El duelo es la reacción emocional a la pérdida. La etimología de la palabra “duelo” proviene del latín: dŏlus, dolor. El dolor es el principal sentimiento asociado a este proceso, y con él, la tristeza, la aflicción. El duelo en términos generales remite al sufrimiento provocado por la pérdida. Es una reacción emocional y comportamental relacionada íntimamente con el sufrimiento y que conlleva también correlatos fisiológicos y sociales. Reacción que todos los seres humanos vivimos varias veces a lo largo de nuestras vidas. Cuando el vínculo afectivo se rompe, surge el dolor y otros sentimientos asociados. Por lo general, la duración e intensidad de este proceso será proporcional a la dimensión y significado de la pérdida. Podemos afirmar que la palabra “duelo” comprende dos significados: designa por un lado un tipo de lucha que la persona experimenta hasta llegar a la aceptación de lo que ha perdido ; y por otro, es el proceso que atraviesa un ser humano al sufrir una pérdida (puede representar tanto a una persona que se fue de nuestro lado o a un ser querido con el que hemos roto el vínculo afectivo, o algo intangible de nuestra experiencia, un momento de la vida, todo aquello que fue o es, de alguna manera, significativo y ya no está o amenaza con perderse). El duelo es un proceso normal y acontece siempre que se produce una pérdida pero puede convertirse en patológico cuando la persona evita enfrentarse al dolor que genera la pérdida y por lo tanto, al no ser elaborado, queda enterrado en la mente. Se puede entonces manifestar en alteraciones del sueño, insomnio, trastornos alimenticios, pérdida de la motivación y especialmente aislamiento social.

¿Cuáles son aquellas pérdidas que nos llevan a enfrentar un proceso de duelo? Cualquier tipo de pérdida que nos coloca en la situación de tener que decir “adiós” a alguien o a algo y de aceptar que, seguramente, ya no va a estar más en nuestra vidas. Hoy todos somos conscientes de que estamos viviendo un momento muy especial en la historia del mundo, de la humanidad. La Vida Religiosa no se escapa de esta realidad. Se encuentra en una situación crítica de pérdidas (pocas vocaciones, envejecimiento, pérdida de calidad de vida humana, pérdida de sentido de fe, y en algunos casos una espiritualidad mediocre que produce insatisfacción y vacío). Estamos urgidos a cambios profundos orientados por una fidelidad creativa al carisma, a nuestros orígenes. Podemos vivir esta situación como una experiencia pascual: saber morir para dar lugar a una nueva vida o dejarnos llevar por el pesimismo desesperanzador y depresivo. Pertenece a nuestra responsabilidad interpretar los signos que la vida misma nos va dando y pertenece a nuestra responsabilidad la calidad de nuestras actitudes. Escuchar a

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Dios en estos signos y actuar con inteligencia. Tomar las decisiones que es preciso tomar, dejando la postura cómoda y pasiva de “Dios proveerá”, no obstaculizar sino favorecer a quienes han de tomarlas, y colaborar aceptando y llevando a cabo lo decidido. Asumiendo, incluso, morir carismáticamente si esa es la voluntad de Dios para nuestro Instituto que, después de haber enriquecido a la Iglesia con su don durante un largo tiempo, hoy la evidencia puede decirnos que, su permanencia visible ya no es necesaria.

El proceso de duelo es difícil. Sin embargo, es imprescindible atravesarlo. Durante el proceso del duelo se pueden observar algunas desviaciones del estado de ánimo y de la conducta. Después de cierto tiempo (entre 6 meses y año y medio) aminarán las manifestaciones del proceso y la pérdida será superada. Por eso el duelo no debe ser cortado, ha de seguir su cauce.

¿Cómo ha de elaborarse el duelo?. Un proceso de duelo normal conlleva, a grandes rasgos, tres momentos que se suceden y que se manifiestan en comportamientos legítimos y no en síntomas que nos hablen de ningún trastorno psicológico:

2.1. El primer momento es el del tiempo transcurrido inmediato a la pérdida. La persona se sume en llanto, aislamiento, sensación de impotencia, negación de la realidad, negación de la ausencia de lo perdido. Incredulidad, no se puede creer lo que ha pasado. Ya no está lo que se tenía. Se ha de ir soltando toda ilusión de presencia.

2.2. En un segundo momento, el mundo ha perdido interés. La persona que está viviendo el duelo se puede llegar a sentir culpable de no haber hecho algo que piensa que hubiera podido haber hecho. La persona es dominada por cierto grado de confusión. No puede centrarse, no está donde está, está en otro lado. Siente el vacío y la pobreza de la ausencia. Esta confusión es transitoria y desaparece paulatinamente, conforme se acepta y elabora el duelo. Hay también un anhelo por lo que ya no está. Afloran los recuerdos mientras se idealiza a la persona o situación que se perdió. La hostilidad ante la pérdida de cualquier objeto amado se puede evidenciar también en un enfado persistente, fruto por un lado de la frustración vivida y por otro, en cierta tendencia de buscar un responsable de sucedido, dentro o fuera de sí misma, argumentando que la pérdida se podría haber evitado. Este sentimiento es intenso pero de poca duración. Es preciso ir adoptando un cambio de significado de la pérdida, una lectura diferente.

2.3 El tercer momento es el proceso de des-vinculación, de desasimiento del objeto amado (persona o situación) que se irá yendo de manera gradual.. Procesar el duelo no significa” olvidar”. Significa haber aprendido a vivir con la ausencia física del ser querido o con la situación de perdida. Intentar centrar la atención en la vida personal, en continuarla del mejor modo. Superado el duelo, se recobra la energía que se había puesto en el objeto perdido que puede ser utilizada para emprender nuevos proyectos y hacer nuevos vínculos. Es preciso soltar, decir adiós. Soltar para ganar.

El proceso de dolor, el duelo, pasa por la vivencia de distintos sentimientos que es necesario dejarlos fluir, sean de la calidad o del grado que fueran. Sólo después de expresado el sentimiento, estamos en condiciones físicas y emocionales para volver a centrarnos y elegir el enfoque más acertado y conveniente para las circunstancias

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actuales de vida. Entonces se habrá comenzado el camino de superación del duelo y volverá la calma y serenidad interior, de paz.En síntesis estos son los sentimientos vividos en las pérdidas por un orden más o menos de aparición de los mismos:

Negación de lo sucedido, confusión y una cierta anestesia emocional. Bloqueo

Culpabilidad. Tal vez se podría haber hecho algo que no se hizo… tal vez se podría haber dado cuenta de lo que iba a suceder

Rabia. En esta rabia hay un rechazo de aceptación de la realidad que engendra el deseo de buscar y recobrar lo perdido. Expresar rabia es una forma efectiva de liberar el dolor y favorece el despegue de lo que se ha ido. Depresión, tristeza. La pena es el proceso normal de reacción interna y externa a la percepción de la pérdida. Cada tipo de pérdida implica experimentar algún tipo de privación Hemos de permitirnos sentir el vacío que esta pérdida deja en el alma. Llorar lo que sea necesario. Hablar de lo sucedido. Liberarse del dolor no significa dejar de querer o de recordar, sino que supone una forma de impedir que la tristeza nos atrape.

Aceptación. Es la etapa en la que se ha resuelto el duelo. La aceptación se traduce en la capacidad de la persona para reorganizar su vida, tolerando que la pérdida es irreversible. Implica la renuncia definitiva de toda esperanza de recuperar lo perdido. Asumir adultamente el dolor del adiós requiere permitirnos sentirlo, sin avergonzarnos, sin aislarnos y sin vernos como víctimas indefensas, sino como parte de un proceso de aprendizaje existencial. Morir es un proceso evolutivo natural. La muerte no es enemiga de los seres humanos, es un hecho irremediable que transciende al ser humano. Aceptar que la vida se va construyendo a partir de experiencias muy diversas. Y comprender que ante las pérdidas, el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional. Depende de cómo estamos viviendo el dolor, de la aceptación o rechazo que nuestra actitud frente al mismo. La aceptación de la pérdida nos capacita para volver a amar y para darnos nuevas oportunidades. Y al hacerlo podemos darnos cuenta de que las pérdidas fueron necesarias para madurar, para crecer internamente. Como dice Jean Monbourquette: “La flor se marchita para dar la semilla. La semilla se pudre para la germinación”. No hay crecimiento sin pérdidas y no hay pérdidas sin crecimiento. Nos hacen más fuertes y más completos. Incluso, en las pérdidas, podemos descubrir que somos más libres.

Si las manifestaciones del duelo se prolongan mucho más allá del tiempo estimado, si son exageradas en relación a la pérdida sufrida, será necesaria una consulta clínica, porque se podría estar en presencia de algún cuadro patológico que es preciso atender (por ejemplo, sentimientos intensos de culpa; desesperanza extrema, la sensación de que por mucho que lo intente nunca va a poder recuperar una vida que valga la pena vivirla; rabia y resentimiento incontrolados que hace que sus amigos y seres queridos se distancien; dificultades extremas para funcionar que se ponen de manifiesto en su incapacidad para seguir con su trabajo o realizar las tareas necesarias para la vida cotidiana; síntomas físicos, como la sensación de una opresión en el pecho por una angustia insuperable o una pérdida sustancial de peso que puede ser una amenaza para su bienestar físico; abuso de sustancias, refugio en drogas o el alcohol para desterrar el dolor de la pérdida; desasosiego, inquietud o depresión prolongadas, mantenidas durante varios meses de duración; pensamientos de suicidio casi de forma obsesiva que van más allá del deseo de desaparecer o de poder reunirse con su ser querido, etc). Aunque en realidad cualquiera de estos síntomas pueden aparecer con normalidad en un proceso de duelo, cuando se presenta de una forma continuada y casi obsesiva, con la

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sensación de no encontrar salida, podemos encontrarnos con una causa de preocupación y de consulta.3. ¿Qué podemos aprender de las pérdidas? ¿Cómo situarnos ante ellas?.Todos tenemos los recursos dentro de nosotros para aprender la sabiduría que nos permite transformarlas en una antología de fortaleza y esperanza. La esperanza activa, el creerse capaz de hacer frente a las cosas y el mantener la convicción de que la situación la tenemos controlada, es una posición que cura. Todos podemos ampliar la experiencia tonificante de nuestra dimensión espiritual. Tener una vida de mayor significado y sentido. Por muchas pérdidas y finales que se produzcan en nuestra vida siempre hay nuevos comienzos a nuestro alrededor y en nuestra existencia.

¿Cómo hacerlo, cómo vivirlas?. Podemos utilizar alguna de las pequeñas pérdidas cotidianas, pequeñas muertes, como oportunidades para aprender, tratando de captar su significado y su lugar en nuestra vida, para darnos a nosotros mismos la oportunidad de “ensayar” nuestra adaptación a otras pérdidas importantes que llegarán de no haber llegado ya. Nada nos pertenece. Nada es permanente. Todo lo que tenemos nos ha sido prestado por un tiempo. Todo en la tierra es temporal. Al final, todo se desvanece y termina. Y hasta nuestra vida es un préstamo. Luchamos contra esta certeza porque no queremos sufrir y mientras tanto ignoramos que no podemos crecer si no existen las pérdidas. La pérdida es vida y la vida es pérdida. Y, sin embargo, tampoco queremos enfrentarnos a la última pérdida que vamos a vivir, la muerte misma. Como expresa H. Mujica (monje y poeta argentino) “Sólo previendo mi muerte percibo mi finitud como irremisible y hago de esta anticipación una capacidad de referirme y dirigirme hacia el final, pero también en mi dolor está ya presente, lo que por ser mi futuro es mí verdadero presente, la verdad de mí muerte que soy”

3.1. El dolor es normal en nuestra existencia. Encontrarnos con él, dejarlo expresarse en nosotros y saber leerlo. Siempre trae encerrado un mensaje para nosotros. Al dolor no hay que taparlo, no hay que justificarlo, no hay que explicarlo, solamente escucharlo, dejarlo manifestarse. Podemos tomarnos un tiempo para sentir la experiencia que estamos viviendo, y escribir nuestras reflexiones y nuestra toma de conciencia (siempre podemos ser más concretos y concisos al hacerlo). Las pérdidas generan una sensación de dolor que es único, y la pena hay que sacarla, hay que vaciarla, hay que agotarla, no hay que darnos a nosotros ni hay que dar razones a otros por vivirlo porque el dolor no necesita nada, sólo necesita salir, sólo necesita expresarse. Pero como nos sentimos impotentes frente al mismo intentamos evadirlo. Podemos orar los significados encontrados en esas pequeñas pérdidas dando gracias al descubrir su sentido para nosotros y al descubrir el hilo conductor de nuestra vida, la aportación del dolor en él. “Ha habido interesantes especulaciones sobre el potencial valor curativo de las lágrimas. El estrés produce un desequilibrio químico en el cuerpo, y algunos investigadores creen que las lágrimas se llevan las sustancias tóxicas y ayudan a restablecer la homeostasis. Hacen la hipótesis de que las lágrimas producidas por el estrés emocional son diferentes de las lágrimas secretadas como causa de la irritación de los ojos. Debido a la carga afectiva”. WORDEN, William J, “El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia”, editorial Paidós, Barcelona, 1991, página 44

3.2. También podemos compartirlo con alguna persona de nuestra confianza, con alguien que tenga oídos dispuestos para escucharnos y acogernos. El dolor necesita ser compartido. Pero sin esperar más allá de lo que los demás pueden darnos. La gente

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puede tratar de comprender un poco lo que sentimos pero nadie puede captar nuestro dolor porque nuestra forma de sentirlo es diferente, única. No obstante, el dolor no es el problema, el problema son las emociones no sanadas, el resentimiento, la falta de perdón. El problema es que se haya quedado una relación inconclusa con la persona que partió o con aquella realidad que se tuvo que despedir para siempre. Quizá ha quedado algo por expresar, algo que ha dejado la herida abierta y que es preciso saber cerrar para poder desprenderse, soltar, perdonar y ser perdonado, para poder decir adiós.

3.3. Y no resistirnos al cambio, al crecimiento que se va produciendo en todo el proceso. Sin cerrar los ojos para poder nombrar también aquellos otros aspectos en los que nos hemos quedado empobrecidos. Una persona espiritual – la vida tiene como esencia la espiritualidad – es aquella en la que los ideales se pueden hacer carne y sangre propia porque han sido incorporados. El proceso de incorporar es el de encarnar los valores esenciales, realmente llegar a vivir lo que antes era fruto de ideas y deseos. Sin esta incorporación la pérdida lleva al estancamiento, a la división interior, a la fragmentación de lo que somos.

3 .4. Nutrirnos con ese crecimiento que nos da como posibilidad esa pequeña muerte. La sanación de una pérdida no es un proceso directo y ascendente que como la línea de un gráfico nos lanza de forma rápida a la serenidad y armonía, sino que es algo circular y ondulante. Que unas veces nos mantiene arriba y que otras, casi de forma repentina, abajo, dándonos la sensación de que retrocedemos al punto de partida. Ser conscientes de esta realidad y no desanimarnos con la sensación de no avanzar

3.5. Podemos, en definitiva, apostar por vivir una espiritualidad más coherente comprendiendo el grado de profundidad de nuestras convicciones religiosas, de nuestras certezas, de nuestra fe, y de cómo ésta, la aplicamos o no a la propia experiencia cotidiana. Una pérdida es un vacío en nuestro corazón pero es un vacío que contiene en igual medida la posibilidad de llenarlo con un amor más totalizante y pleno. Un vacío que nos abre a la fortaleza y a la esperanza. La pérdida nos presenta nuestros mayores desafíos: mantener viva la esperanza y dar un nuevo significado a la vida cuando algo o mucho nos ha sido quitado, cuando algo se va para siempre. “No llores porque las cosas hayan terminado, sonríe porque han existido” C.E. Bordakian.

CONCLUSIÓN

Concluimos diciendo que, la pérdida de un ser querido o cualquier otro tipo de despedida, viene aparejada siempre de un intenso sufrimiento que es capaz de romper el equilibrio en la vida emocional de cualquier persona. Trae consigo una serie de cambios que deben ser vividos, reconocidos, aprovechados. Si logramos enfrentarlos exitosamente, podremos entonces, experimentar un crecimiento personal en cada una de nuestras dimensiones, reafirmar el sentido de nuestra vida, revisar nuestras prioridades vitales, reconectar con el norte de nuestros propios valores, de lo esencial para nosotros y enseñarnos a aplicar todo el conocimiento de nuestra experiencia de pérdida a relaciones y proyectos futuros. Para superar el duelo hay que vivirlo. Conviene un tiempo para reflexionar y para expresar el dolor emocional que supone la pérdida. Porque si nos negamos a entrar en alguna de sus fases, si reprimimos emociones dolorosas, pueden surgir síntomas patológicos, relacionados con la necesidad de permanecer asidos a lo que perdemos. Hay que hacer duelo para poder convivir con el dolor de la pérdida. Es bueno poner por escrito todo aquello que se hubiera querido decir, los propios afectos y reproches, el

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desconsuelo, los miedos… La expresión de estos sentimientos es necesaria, porque permite que se procese la pérdida y se elabore el DUELO. Aunque las manifestaciones psicológicas son dolorosas, la experiencia puede llevarnos a manifestaciones muy ricas y positivas como lo es la conciencia de la propia limitación, la pérdida de la sensación de ser inmortal, la búsqueda de Dios, bien con resentimiento (rebeldía), bien con indiferencia (ante la percepción de abandono) o buscando la fuerza necesaria para continuar adelante con esperanza. El proceso de duelo lleva un tiempo que no es igual en todas las personas. Las heridas se sanan gradualmente. Una adecuada elaboración del proceso pasa por la aceptación de la realidad de la pérdida, por la posibilidad de expresar las emociones, por la aceptación de un mundo en el que, lo perdido ya no está para nosotros, y por retomar un proyecto vital nuevo. El dolor no desaparecerá, pero se irá atenuando lentamente.

Bibliografía

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Pérdida, pena, duelo J.L. Tizón. Barcelona: Herder. 2004

Pedagogía del dolor. Isabel Orellana. Editorial Palabra, Madrid 2002. 3ª edición

La muerte, el nacimiento a una nueva vida. Mariano Bueno. Editorial EDAF. 2005.

Llora hasta que rías. Obershaw RJ. Madrid Neo Person, 2002

Sobre la Muerte. Edit. Sígueme. Olegario González de Cardedal. 2002.

Todo pasa... y esto también pasará: cómo superar las pérdidas de la vida. Marta Alicia Chávez Martínez. Editorial Grijalbo

Vida después de la muerte. Mary T. Browne. Ediciones Obelisco.

La vida después de la muerte. Arnold Toynbee, Arthur Koestler. Editorial Hermes.

Aprendiendo del dolor.  James Van Praagh. Editorial Atlántida. Madrid.

Como vivir bajo la aflicción. Bauman. H. Mensajero. Bilbao. 1990La pérdida afectiva. Tristeza y depresión. Bowlby, J. Ediciones Paidós. Barcelona, Buenos Aires, México. 1993.

La muerte enseña a vivir. Vivir sanamente el duelo. José Carlos Bermejo. Editorial San Pablo. Madrid 2003.

Aprender de la pérdida. Una guía para afrontar el duelo. Ediciones Paidós. Barcelona 2002