Post on 04-Jul-2015
LOS MODELOS DE COMUNICACIÓN Y LOS LÍMITES
DEL ESTRUCTURALISMO
Julio Amador Bech
La conciencia de validez de un método es inseparable de la conciencia de sus límites.
Paul Ricoeur
Enfoques Epistemológico y Ontológico de la Comunicación
En la historia reciente de la teoría de la comunicación, cuyo comienzo
podemos situar en los años inmediatamente posteriores al fin de la Segunda
Guerra Mundial, podemos observar una proliferación de modelos que se
proponen explicar la comunicación. Inevitablemente, en tanto modelos, han
resultado esquemáticos y reductivos, simplificando en exceso lo que en
realidad es un fenómeno cultural sumamente complejo.
Enfrentar en términos teóricos el problema de la comunicación humana
exige, en primer lugar, entenderla como una práctica social inserta en
contextos culturales específicos y, en segundo lugar, pensar a la cultura como
una construcción simbólica, o mejor, como una compleja articulación de redes
simbólicas [Cassirer, 1997 (1944); Geertz 1997 (1973)]. Cassirer explica que el
ser humano no puede enfrentarse con la realidad de un modo inmediato, trata a
la realidad física sólo por mediación de las construcciones simbólicas del
lenguaje, el mito, el arte, la magia y la ciencia. Geertz considera que “el hombre
es un animal inserto en tramas de significación que el mismo ha tejido” y que
“la cultura es esa urdimbre “, por lo cual, “el análisis de la cultura ha de ser […]
2
no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa
en busca de significaciones” [Geertz, 1997:20]. La cultura “denota un esquema
históricamente transmitido de significaciones representadas en símbolos, un
sistema de concepciones heredadas y expresadas en formas simbólicas por
medio de los cuales los hombres comunican, perpetúan y desarrollan su
conocimiento y sus actitudes frente a la vida” [Geertz, 1997:88].
Desde esta perspectiva podemos ver que el problema fundamental de
los modelos estructurales de la comunicación es que parten de un punto de
vista epistemológico, es decir, entienden el asunto como un problema de
método y pretenden ver a la comunicación desde fuera, como un objeto
externo, sometido al análisis de una ciencia objetiva. En eso consiste su más
grave debilidad teórica. Gadamer ha desarrollado ya este asunto en todas sus
consecuencias, mostrando que “en las ciencias del espíritu no puede hablarse
de un ‘objeto idéntico’ de la investigación, del mismo modo que en las ciencias
de la naturaleza” [1999:353]. Explicará, con toda claridad que:
La investigación histórica está soportada por el movimiento histórico en que se
encuentra la vida misma, y no puede ser comprendida teleológicamente desde el
objeto al que se orienta la investigación. Incluso ni siquiera existe realmente tal
objeto. Es esto lo que distingue a las ciencias del espíritu de las de la naturaleza.
Mientras que el objeto de las ciencias naturales puede determinarse idealiter
como aquello que sería conocido en un conocimiento completo de la naturaleza,
carece de sentido hablar de un conocimiento completo de la historia. Y por eso
no es adecuado en último extremo hablar de un objeto en sí hacia el que se
orientase esta investigación (1999:353).
3
Ha sido la hermenéutica filosófica la que ha propuesto un enfoque
radicalmente diferente, planteando el problema de la comunicación desde una
perspectiva ontológica. Es decir, en interioridad, demostrando que la
comunicación es lo propio de nuestro ser, en tanto que seres humanos. Es
precisamente a partir de este giro ontológico que se hace posible plantear
adecuadamente el problema de la comunicación. Desde esta perspectiva, la
comunicación tiene un sentido más originario, determinado por nuestro propio
ser: no podemos existir sino a condición de interpretar y comunicar. Ha sido
Heidegger quien ha fundamentado esta orientación en su Ontologie
(Hermeneutik der Faktizität) [2000 (1982)]:
Facticidad es el nombre que le damos al carácter de ser de “nuestro” existir
“propio”. Más exactamente, la expresión significa: ese existir en cada ocasión
[…] “Estar aquí por lo que toca a su ser” no significa, en ningún caso de modo
primario ser objeto de la intuición y de la determinación o de la mera posesión de
conocimientos, sino que quiere decir que el existir está aquí para sí mismo en el
como de su ser más propio [2000:25].
Heidegger despeja así cualquier posibilidad de entender erróneamente
el ser, desde una perspectiva cartesiana y sienta los fundamentos del ser en sí
mismo. A la vez, define al conocer como algo propio de la condición del ser: “El
término hermenéutica pretende indicar el modo unitario de abordar, plantear,
acceder a ella, cuestionar y explicar la facticidad” [2000:27]. De su recorrido por
las diversas acepciones del concepto de hermenéutica, recojo algunos
aspectos que me parecen relevantes y que contribuyen a comprender ese
sentido originario de la comunicación como condición ontológica del ser
4
humano: “hermenéutica es la notificación del ser de un ente en su ser respecto
a... (mí) […] el habla hace que lo ente sea patente, accesible” [2000:28].
Heidegger afirma, así, que la finalidad del habla es “hacer accesible algo en
cuanto estando aquí presente, mostrándose abiertamente” [2000:29]. Es en tal
sentido que Maurizio Ferraris afirma que la hermenéutica se refiere,
originalmente, tanto a la comprensión como a la expresión [2002:11].
Para el siglo XVII, dirá Heidegger: “Hermenéutica ya no es la
interpretación misma, sino la doctrina de las condiciones, el objeto, los medios,
la comunicación y la aplicación práctica de la interpretación” [2000:31]. En
consecuencia, la acepción por él usada de hermenéutica, dirá así: “Atendiendo
más bien a su significado originario, el término quiere decir: determinada
unidad en la realización del έρμηνεύειν (del comunicar), es decir, del
interpretar que lleva al encuentro, visión, manejo y concepto de la facticidad”
[2000:33]. Al respecto de la proposición heideggeriana, dirá Ricoeur que esta
ontología de la comprensión, “al romper con los debates de método, se inscribe
de entrada en una ontología del ser finito, y reconoce en él el comprender no
ya como un modo de conocimiento, sino como un modo de ser” [2003
(1969):11].
La radicalidad de esta orientación que dota de un fundamento ontológico
a la hermenéutica y, consecuentemente, al pensamiento simbólico y su
expresión por medio del discurso puede explicarse, también, de la siguiente
manera:
Si bien el símbolo nos remite genéricamente al ámbito de la actividad psíquica
de representación a través de la imagen o ámbito del pensamiento indirecto, que
quedaría por tanto en relación de oposición con respecto a un supuesto
5
conocimiento presentacional-perceptivo y más o menos sin mediaciones; de
forma más estricta, puede decirse que la naturaleza del símbolo ha de ser
considerada más allá del prejuicio epistemológico según el cual lo
verdaderamente relevante es el problema relativo a su fundamento, es decir, a
aquella realidad, objeto o suceso radicalmente independiente y al que el símbolo
referiría con más o menos acierto.
Ha sido Cassirer quien ha ubicado de forma más precisa su naturaleza al
definirla no como mero signo indicador de objetos, sino, hermenéuticamente,
como una organización instauradora de la realidad. De este modo, si la
objetividad es también y principalmente discurso, el problema del concepto no es
el de su pretendido fundamento desligado, como ocurre para el cientificismo,
sino el de los requisitos estructurales inmanentes al sujeto que lo constituye.
Esto es lo que nos permite afirmar que todo concepto es ya expresión, es decir,
está transido, lleno o preñado (praegnans) por las condiciones que determinan
su formación, lo cual nos aleja de aquella concepción objetivista que encuentra
en todo símbolo o concepto un valor epistemológico proporcional a su grado de
independencia del sujeto. Se trata de lo que Cassirer denomina pregnancia
simbólica, y que establece la imposibilidad de intuir objetivamente una cosa sin
integrarla de modo inmediato en un sentido. La comprensión lo es siempre en el
modo de la representación y no de la mera presentación [Estoquera, 2006:517-
518 (en cursivas en el original)].
Hermenéutica filosófica y etimología coincidirán en proponer un sentido
más originario de la comunicación, pues como bien muestra Yves Winkin, las
primeras acepciones del acto de comunicar en lengua francesa e inglesa la
definen como lo propio del existir humano en comunidad:
6
“Comunicar” y “comunicación” aparecen en la lengua francesa en la segunda
mitad del siglo XIV. El sentido básico, “participar en”, está aún muy próximo al
latín “comunicare” (participar en común, poner en relación). Esta “participación
en común” parece comprender incluso la unión de los cuerpos […] Hasta el siglo
XVI, “comunicar” y “comunicación” están, pues, muy próximos a “comulgar” y
“comunión”, términos más antiguos (siglos X-XI) pero procedentes también de
comunicare [1984:12].
La Construcción del Objeto Científico de la Lingüística y el Sacrificio Implícito
Este punto de vista ontológico nos lleva a plantear la comunicación como
lo propiamente humano y, consecuentemente, a definirla como una práctica
social inserta en contextos culturales; a pensarla a partir de la comunicación
viva, cara a cara y no desde una perspectiva instrumental. Así, los procesos de
la comunicación humana dan lugar a múltiples formas de expresión,
interpretación e interacción que diversifican el significado en un amplio abanico
de pluralidad semántica. Al interior de esos procesos se da forma a la figura
social de las personas. Para comprender las diferentes formas de comunicación
que existen, entendiéndolas en su carácter concreto de interacción humana viva,
retomaremos una orientación enunciada por Ricoeur en su importante artículo,
titulado, “Filosofía y lenguaje”:
[…] la filosofía tiene la tarea principal de volver a abrir el camino del lenguaje hacia
la realidad, en la medida en que las ciencias del lenguaje tienden a distender, si no
a abolir, el vínculo entre el signo y la cosa. A esta tarea principal se añaden otras
7
dos complementarias: volver a abrir el camino del lenguaje hacia el sujeto vivo,
hacia la persona concreta, en la medida en que las ciencias del lenguaje
privilegian, a expensas del habla viva, los sistemas, las estructuras y los códigos
desvinculados de cualquier hablante y, finalmente, volver abrir el camino del
lenguaje hacia la comunidad humana, en la medida en que la pérdida del hablante
va unida a la de la dimensión intersubjetiva del lenguaje [1999 (1978):41].
La clara conciencia de responder a esta tarea urgente de la hermenéutica,
lo condujo a llevar a cabo un recorrido crítico del camino emprendido por las
ciencias del lenguaje. Así, explica que la necesidad de construir un objeto de
estudio científico, riguroso y bien delimitado llevó a las ciencias del lenguaje y, en
particular, a lingüística estructural a “poner entre paréntesis la relación del
lenguaje con la realidad” [Ricoeur, 1999:42].
La distinción, establecida por Saussure, entre lengua y habla formaba
parte de la misma intención de cientificidad. De tal suerte, a partir del Curso de
lingüística general de Saussure, entendemos a la lengua como el conjunto
sistemático de un idioma en el plano de la pura formalidad estructural, en el plano
de su estatuto como conjunto de signos y reglas combinatorias, pertenecientes a
un código de comunicación, socialmente aceptado; como las convenciones
sociales necesarias para la comunicación verbal y escrita. La lengua corresponde
al conjunto de los signos que sirven como medio de comprensión entre los
miembros de una misma comunidad lingüística, el conjunto de entidades entre las
que se elije en las libres combinaciones del discurso.
Por habla se designan los usos diversos y coloquiales que los individuos
de esa comunidad hacen de la lengua, por medio de una ejecución
psicofisiológica, la actuación individual y las libres combinaciones del discurso
8
[Leroy, 1992; Ricoeur, 1999; Saussure, 1979 (1916):49-66]. El habla es
esencialmente un acto individual de selección, uso y renovación; está constituida,
ante todo, por las combinaciones gracias a las cuales el usuario puede utilizar el
código del lenguaje para expresar su pensamiento personal [Barthes, 1993
(1985)]. Mediante ese proceder, propio del enfoque epistemológico de la
comunicación, “se logra aislar un objeto homogéneo: la lengua” [Ricoeur,
1999:42].
La distinción entre lengua y habla se complementa con cuatro postulados
que terminan por definir objeto y método, tanto de la lingüística estructural, como
de las ciencias del lenguaje que de ella se derivan: 1) En la lengua se distinguen
una ciencia sincrónica que estudia los estados del sistema y una ciencia
diacrónica que estudia los cambios del mismo; 2) Se subordina la segunda a la
primera; 3) En un estado del sistema no existen estados absolutos, sino
únicamente relaciones de dependencia mutua; 4) El conjunto de los signos ha de
ser considerado como un sistema cerrado, con objeto de analizarlo [Ricoeur,
1999:42-43].
Así, mientras que el habla es el uso infinito de un sistema finito, la
lingüística estructural opta por el estudio sistemático de los sistemas finitos
(lengua), de tal suerte, el sistema a analizar no tendrá partes externas, sino,
meras relaciones internas [Ricoeur, 1999:43].
El objeto de la lingüística se vuelve a cerrar claramente entonces en el sistema
lingüístico, en la célebre afirmación que pone fin al Curso: “La lingüística tiene
por único y verdadero objeto la lengua considerada en sí misma y para sí misma”
[…] Es el sistema cerrado y autosuficiente “en sí mismo y para sí mismo” el que
confiere su valor semántico al signo, es decir al conjunto indisoluble significante-
9
significado […] Otra paradoja más grave se observó en la noción axiomática de
sistema: un solo cambio, un solo aumento o disminución de signo cambia todo el
sistema […] de ahí la reticencia saussuriana a abordar los problemas de la
transformación de los sistemas, de la “diacronía” […] “el cierre” del sistema
relativiza al mismo tiempo cada una de sus partes respecto de las demás, y lo
hace monolítico e intangible” [Durand, 1993 (1979):52-53 (cursivas y
entrecomillado en el original].
Para el efecto de un supuesto rigor científico, la lingüística estructural
deberá, además, eliminar un aspecto fundamental de la definición de signo
que, entre los estoicos aparecía como: significante, significado y cosa referida,
mientras que en Agustín y en la escolástica aparecía como la relación entre
signum y res. Al excluir la referencia a lo real extralingüístico, se elimina de la
comunicación al sujeto y a la intersubjetividad. “En la lengua, nadie habla”
[Ricoeur, 1999:44]. Expulsados de la lingüística estructural -y de la llamada
semiología, que de ella se derivó-, el habla, el hablante, su interlocutor y el
mundo que sus discursos refieren deberán ser estudiados por otras disciplinas
como la hermenéutica, la pragmática, la antropología lingüística, la
sociolingüística y la psicología de la comunicación, cuyo objeto de estudio son
los procesos vivos de la comunicación.
Ricoeur mostrará que a pesar de que la sociología de la comunicación,
en particular la de Jakobson, derivada de la lingüística estructural, intentará
corregir estas deficiencias patentes del Curso y de que tratará al lenguaje
“directamente en su función social”, éste será tratado instrumentalmente “como
un objeto de intercambio” [Ricoeur, 1999:45]. Parte sustantiva del problema
10
deriva de la dependencia teórica del modelo jakobsoniano respecto de las
teorías informáticas de la comunicación, como veremos enseguida.
Las teorías y modelos de la comunicación basados en un paradigma
informático e instrumental presentan también importantes limitaciones para
comprender la complejidad que el proceso vivo que la comunicación humana
plantea. El punto de partida común de las diversas vertientes teóricas y
modelos es la teoría de la información desarrollada por Claude Elwood
Shannon [1948], ingeniero electrónico y matemático, presentada en un artículo
publicado por la revista de la compañía telefónica Bell, para la cual trabajaba.
La intención original de su teoría era la de estudiar las condiciones técnicas de
la transmisión de mensajes. No obstante su limitado ámbito de aplicación, la
propuesta alcanzó una importante repercusión y terminó siendo elevada a la
calidad de paradigma universal de la comunicación.
La teoría se refiere a la transmisión de señales eléctricas y
electromagnéticas vía telefonía, radiotelefonía o telegrafía. Su principal objetivo
era el de calcular y disminuir los niveles de ruido en la comunicación y formaba
parte de su investigación tecnológica, orientada a perfeccionar los equipos de
telecomunicación de la compañía Bell. Más aún, cuando Shannon habla de
información, se refiere a un término cuantificable de señales eléctricas cuyo
contenido no es importante para la teoría. La cantidad de información trasmitida
y recibida se mide por medio de un sistema binario (binary digits) asociado a la
velocidad de transmisión. De ahí que, desde el origen, el problema del
significado este totalmente fuera del campo de su investigación:
11
El problema fundamental de la comunicación es el de reproducir en un punto, ya
sea exactamente o aproximadamente, un mensaje seleccionado en otro punto.
Frecuentemente, los mensajes poseen significado; es decir, se refieren a, o
están correlacionados de acuerdo con algún sistema con ciertas entidades
físicas o conceptuales. Los aspectos semánticos de la comunicación son
irrelevantes para el problema planteado por la ingeniería. El aspecto significativo
consiste en que el mensaje efectivo sea seleccionado de un conjunto de posibles
mensajes [Shannon y Weaver, 1949:3 (la traducción es nuestra, cursivas en el
original)].
Al leer el artículo de Shannon, Warren Weaver observó las posibilidades
de ampliación de la teoría de Shannon al ámbito de todas las formas posibles
de la comunicación humana [Shannon y Weaver, 1949:95], escribiendo un
artículo a manera de comentario al texto de Shannon, ambos fueron publicados
bajo la forma de un librito común, titulado: The Mathematical Theory of
Communication [1949].
El modelo se aplica primordialmente a la comunicación mediada por un
dispositivo instrumental como el que utilizan la radio, la televisión o la telefonía
y propone un esquema estructural de la comunicación, formado por los
siguientes elementos: a) fuente: elemento emisor inicial del proceso de
transmisión de información; b) trasmisor: es el medio instrumental que
transforma el mensaje a emitir en un conjunto de señales pertenecientes a un
código (codificador), por ejemplo, el que transforma la voz humana en impulsos
eléctricos que luego se decodifican por medio del dispositivo receptor
(decodificador) y se vuelven a transformar en voz; c) canal: el medio
instrumental que transporta las señales de la fuente (cable, red de micro-
12
ondas) a un destinatario; d) receptor: es el instrumento decodificador del
mensaje que acabamos de referir y que hace llegar el mensaje al destinatario;
e) destinatario: la persona o el dispositivo receptor para quien está destinado el
mensaje; f) ruido: es un factor que altera o perturba la transmisión del mensaje.
Como podemos observar, se trata de un concepto definidamente instrumental
de la comunicación, centrado en el problema de la transmisión de información.
La propuesta, aunque pretende erigirse en el modelo universal de la
comunicación, describe un proceso totalmente diferente de lo que es, en
realidad, la comunicación humana cara a cara y deja fuera todos los aspectos
sociales y culturales implicados en ella. Están completamente ausentes la
interacción humana viva, las influencias mutuas dentro de la interacción, las
emociones, la percepción, el aprendizaje, en resumidas cuentas, todos los
aspectos psico-sociales de la comunicación. No aparecen variables de tipo
situacional, como tampoco aparece el aspecto contextual básico que determina
la comunicación: la cultura de los hablantes. Más aún, al pretender desarrollar
la teoría en un sentido universalista, a la nueva propuesta le serán indiferentes
las características específicas del código (sistema de señales o signos) que
sirve como medio de intercambio de información.
El lingüista ruso Roman Jakobson tomó como punto de partida ese
modelo de la comunicación, introduciendo importantes modificaciones
orientadas a suplir sus deficiencias. Sin embargo, su modelo, aunque orientado
hacia el problema del significado, el lenguaje y sus funciones, siguió partiendo
de un paradigma informático que nunca superó, pues continuó entendiendo a la
comunicación como transmisión de información. Podemos observar la definitiva
influencia del modelo informático en su enunciado de 1971:
13
El ingeniero en comunicaciones aborda la esencia del evento de habla de la
manera más apropiada cuando asume que, en el intercambio de información
óptimo, el hablante y el escucha tienen a su disposición, más o menos “el mismo
archivo de representaciones”: el destinador de un mensaje verbal selecciona una
de esas “posibilidades preconcebidas” y se supone que el destinatario debe
hacer una selección idéntica del mismo repertorio de “posibilidades establecidas
y provistas de antemano” [Jakobson, 1971:241 (la traducción es nuestra,
entrecomillado en el original)].
Al respecto, escribía Gilbert Durand en 1979: “Cibernética e informática
constituyen las vanguardias victoriosas de las reflexiones lingüísticas y
estructurales. A través de un verdadero fenómeno de feed-back, los
ordenadores modelan o vuelven a modelar nuestras maneras de pensar. La
máquina expresa su más extrema exigencia, que es constreñir al pensamiento
al que, no obstante, debe su existencia” [1993 (1979):40].
De inmediato se perciben los serios problemas implicados en este
proceder analógico, que homologa el intercambio de impulsos
electromagnéticos entre dos máquinas, que obedecen a un código cerrado y
monosémico, con la comunicación humana, donde el código es,
semánticamente hablando, abierto y polisémico, la relación de comunicación es
interactiva y cambiante. A pesar de que Jakobson no ignoraba el carácter
polisémico del lenguaje, fue incapaz de destacar este problema, a la hora de
formular su esquema de la comunicación. Ricoeur criticará el modelo de
Jakobson, poniendo de relieve sus importantes deficiencias:
14
Parece difícil, por tanto, pretender que la lingüística ignore el carácter
intersubjetivo de la comunicación. Hay que subrayar, sin embargo, la diferencia
entre las condiciones intersubjetivas del diálogo y lo que se llama comunicación
en la sociología del lenguaje. El diálogo presupone que el que habla, en la
medida en que tiene la intención de decir algo, pretende que su interlocutor
tenga, a su vez, la intención de reconocerle como aquel que le dirige la palabra.
Esta intención de una intención de recognición constituye la intimidad del diálogo
y motiva que lo que dice alguien se convierta en una pregunta dirigida a otro que
reclama una respuesta. La sociología de la comunicación desconoce esta
intimidad. El remitente y el destinatario son puestos o papeles construidos según
el modelo del emisor o del receptor físico, y la propia comunicación depende del
concepto de “transmisión física”. No hay nada sorprendente en ello, si
recordamos que la sociología de la comunicación es una transposición de la
teoría física de la comunicación y de las telecomunicaciones. A decir verdad,
sólo hay una segunda persona ahí donde hay una primera. Para hablar
realmente a otro, la palabra ha de ser la intención de un sujeto. La intención
subjetiva y la intersubjetiva son, por tanto, cooriginarias. Por ello, se ponen entre
paréntesis conjuntamente en todo aquel estudio que trate el lenguaje como un
objeto [1999:45-46].
Al estar mediada la comunicación humana por los sistemas simbólicos
que dan forma a la cultura de los hablantes, en la comunicación intervienen de
manera simultánea una multiplicidad de códigos, además del lingüístico; la
interpretación de los códigos empleados en la comunicación es abierta y está
sujeta a un espectro muy amplio de aspectos concretos que la determinan
como, por ejemplo, el tipo de relación que existe entre los hablantes, la
situación específica en la cual se da la comunicación, las formas y normas
15
culturales de uso de los códigos, la competencia lingüística y paralingüística de
los hablantes, es decir, todos los aspectos contextuales y prácticos
relacionados con la cultura de los hablantes. Aspectos que disciplinas como las
teorías de la comunicación no verbal [Davies, 1986 (1971); Ekman, 2003;
Knapp, 1994 (1980)], la sociolingüística y la antropología lingüística han ido
definiendo con mayor precisión [Cardona, 1994 (1990); Duranti, 1997; Foley,
1997; Hymes, 1974].
Con el fin de destacar la importancia del estudio de los aspectos
prácticos y contextuales de la comunicación, determinados por la cultura de los
hablantes, y criticar a los autores que los soslayan, Dell Hymes apela a las
irónicas objeciones de Chomsky, formuladas en 1965 como crítica de los
métodos convencionales del análisis lingüístico, para el cual existe un hablante-
escucha ideal, perteneciente a una comunidad de habla totalmente
homogénea, que conoce la lengua a la perfección y que jamás es afectado por
factores que son considerados como irrelevantes desde un punto de vista
gramatical, como lo serían las limitaciones de la memoria, las distracciones, los
cambios de atención e interés y los errores en el uso de la lengua, dentro de la
acción discursiva concreta [Hymes, 1974:76-77]. Coincidiendo con este punto
de vista y siguiendo a Fishman, Giorgio Raimondo Cardona subraya que las
lenguas no constituyen conjuntos compactos, que las comunidades lingüísticas
no son nada uniformes, sino que consisten de varias redes lingüísticas
[Cardona, 1994:38].
Considero que estas observaciones son importantes a la hora de evaluar
críticamente las limitaciones del modelo de Jakobson, formulado a partir del
modelo informático-instrumental de Shannon y Weaver. Jakobson definía los
16
componentes de la comunicación, de la siguiente manera: un destinador, con
un mensaje que transmitir, un medio para transmitirlo, el contacto, un
destinatario, a quien va dirigido el mensaje, un contexto en el que se da la
comunicación, el código compartido por el destinador y el destinatario que
posibilita la comunicación [Jakobson, 1960:353].
El lenguaje debe ser investigado en toda la variedad de sus funciones […] Un
bosquejo de estas funciones exige un examen conciso de los factores de
cualquier acto de habla, de cualquier acto de comunicación verbal. El
DESTINADOR envía un MENSAJE al DESTINATARIO. Para ser operativo el
mensaje requiere un CONTEXTO referido a (“referente” en otra nomenclatura,
más bien ambigua), capaz de ser captado por el destinatario, y ya sea verbal o
capaz de ser verbalizado; un CÓDIGO completa o por lo menos parcialmente
común al destinador y al destinatario (o en otras palabras al codificador y
decodificador del mensaje); y, finalmente, un CONTACTO, un medio físico y una
conexión psicológica entre el destinador y el destinatario que permita a ambos
entrar en la comunicación y permanecer en ella [1960:353 (la traducción es
nuestra; mayúsculas y entrecomillado en el original)].
Como sabemos, Jakobson asocia una función del lenguaje a cada uno
de los factores referidos pues, para él, “la estructura verbal de un mensaje
depende primariamente de la función predominante” [1960:353]. Así, otorga
una función referencial al contexto, relacionado con el aspecto cognitivo, con la
denotación; una función emotiva asociada únicamente al destinador, referida a
la expresión de su actitud en relación con lo que se dice, curiosamente, excluye
la función emotiva del destinatario; una función connotativa o conminativa
17
destinada a definir la relación entre el mensaje y el destinatario; una función
fática al contacto, destinada a establecer, mantener o concluir la comunicación;
una función metalingüística, asociada al código que sirve para definir la relación
de los hablantes con el código; y una función poética referida a las
características intrínsecas del mensaje [1960:353-357].
Además de las observaciones críticas de Ricoeur, el modelo de
Jakobson ha sido criticado por otros autores, tanto en lo que se refiere a las
implicaciones de su concepto de comunicación, como debido a la insuficiencia
de sus categorías para comprenderla [Hymes, 1974; Kerbrat-Orecchioni, 1997
(1980)]. Desde mi punto de vista, Jakobson se mantiene dentro del paradigma
informático que entiende a la comunicación, primordialmente, como intercambio
de información y su concepto es logocéntrico, al mantener la primacía del
sistema de la lengua y de la comunicación verbal sobre todas las demás
formas de comunicación, a pesar de reconocer los aspectos pansemióticos que
comparte con otros sistemas de signos [1960:351].
Lo menos que se puede decir es que minimiza, por no decir que excluye,
a los aspectos referidos a lo esencialmente humano de la comunicación: la
intersubjetividad. No le otorga la suficiente importancia al carácter interactivo y
cambiante de la comunicación, donde se entiende que las dos partes son
activas, pues es claro que quien escucha, interpreta, es decir, ejerce un trabajo
semántico sobre todo lo que experimenta durante el proceso, más aún, quien
escucha también comunica, produce significados con su presencia, sus
actitudes, su forma de relacionarse con el hablante con el cual dialoga, al
tiempo que observa y escucha. Ninguno de estos aspectos aparece en el
modelo, ni de manera explícita, ni de manera implícita.
18
A pesar de que Jakobson va más allá de lo planteado en el Curso, tanto
al abogar por una importancia equivalente de la dimensión diacrónica, respecto
de la sincrónica, en los estudios literarios como al insistir en que, aceptada la
existencia de “una unidad del lenguaje […] este código de conjunto representa
un sistema de subcódigos interconectados” [1960:352], continúa estando en un
ámbito saussuriano al comprender a la comunicación como un proceso lógico
de selección y combinación de elementos pertenecientes a la lengua,
entendida como un sistema cerrado [1960:352, 1971:241-243]. La verdadera
aportación de Jakobson consiste en la riqueza de su propuesta de análisis
estructural del texto poético y no en su comprensión del proceso vivo de la
comunicación humana.
Las deficiencias de raíz del modelo estructural de Jakobson no se
superan definiendo seis funciones del lenguaje. Pues, de nuevo, la aplicación
de las funciones al modelo, vuelve a reducir el habla a la enunciación, definida
en su estructura, de manera unívoca por la función predominante, a pesar de la
participación de las otras funciones: “La estructura verbal de un mensaje
depende, primariamente, de la función predominante” [Jakobson, 1960:353]. En
realidad, las funciones intervienen de manera simultánea y compleja en el
proceso de la enunciación y el enunciado debe interpretarse en la multiplicidad
de planos en los que produce significados.
Me sorprende que se siga utilizando el esquema estructural de Jakobson
para explicar y definir a la comunicación humana cuando desde los años 70
han aparecido nuevas proposiciones que, partiendo de su definición de los
factores de la comunicación y las funciones del lenguaje (discurso), lo han
19
ampliado y profundizado sustantivamente [Hymes, 1974; Kerbrat-Orecchioni,
1997 (1980)].
La crítica de Dell Hymes al modelo de Jakobson. Dell Hymes [1974:10 y 45-66]
criticó y amplió de manera muy importante el modelo de Jakobson,
incorporando un amplio conjunto de categorías, orientadas a permitir una
comprensión más compleja los aspectos vivos de la comunicación. Se interesó
particularmente en aquellos referidos a la situación y a la acción discursivas,
así como al asunto de la variabilidad de relaciones que pueden existir entre el
discurso y los modos de uso concreto que le den los hablantes. Además, situó
a las competencias lingüísticas dentro de contextos culturales específicos y
agregó un conjunto de categorías que tiene el fin de caracterizar de manera
más detallada a las formas discursivas.
Hymes se vale de categorías como formas de hablar o formas
discursivas (ways of speaking) para mostrar que las conductas comunicativas
de una comunidad comprenden determinados patrones, culturalmente
sancionados, que adopta la actividad discursiva, tales que, las competencias
comunicativas de las personas suponen un conocimiento de dichas reglas o
patrones [1974:45]. La categoría puede referirse también a relaciones entre
actos de habla, sucesos discursivos y estilos discursivos, habilidades
discursivas personales, roles sociales relacionados con prácticas discursivas,
contextos culturales particulares e instituciones sociales [1974:45].
Otra categoría fundamental que propone Hymes es la de comunidad de
habla o comunidad discursiva (speech community). Lo importante de esta
categoría es que “postula la unidad a describir como social”, de tal suerte que
20
se estudia al conjunto de los medios lingüísticos empleados por el grupo, en
función de las características sociales del grupo y no a la inversa, a partir de un
supuesto “lenguaje” dado [1974:47]. Así, una comunidad de habla comparte el
conocimiento de reglas para el comportamiento discursivo y su interpretación
[1974:51]. Hymes propone tres niveles diferentes para comprender y describir
los distintos sucesos o situaciones en las cuales ocurre la comunicación
discursiva: 1) situación discursiva (speech situation), que se refiere a
actividades colectivas como las ceremonias, las comidas, las cacerías, las
competencias deportivas, en las cuales el fin primordial no es, necesariamente,
la comunicación discursiva [1974:51-52]; 2) eventos discursivos o eventos de
habla (speech events) que se refieren a actividades sociales que se rigen por
reglas bien definidas para el uso del discurso [1974:52]; y 3) acto discursivo o
acto de habla (speech act) que es la unidad discursiva mínima [1974:52-53].
En relación con lo que llama componentes del discurso, desarrolla y
propone modos de descripción etnográfica mucho más detallados, valiéndose
de categorías que contribuyen a construir un análisis mas fino de las prácticas
discursivas [1974:53-65]. Hymes crítica las insuficiencias del modelo de
Jakobson, afirmando que aún si se considera que dicho esquema es sólo un
modelo para el trabajo descriptivo, éste no se puede generalizar debido a que
no puede prever la significativa variedad de elementos y situaciones que
intervienen en los procesos culturales concretos de comunicación [1974:53-54].
El común modelo diádico del emisor-receptor, destinador-destinatario,
hablante-escucha no se puede utilizar en infinidad de situaciones específicas
[1974:54]. A partir de su experiencia de trabajo de campo en la disciplina de la
21
etnografía, sostiene que debe poder distinguirse un conjunto de
aproximadamente dieciséis o diecisiete componentes del discurso.
De manera muy sintética recogemos las categorías propuestas por
Hymes. En el primer nivel tenemos lo que él llama forma del mensaje que se
refiere, en términos del trabajo de campo, a una disciplina caracterizada por
una observación detallada, atenta y experimentada que sea capaz de captar
los sutiles aspectos implicados en las prácticas discursivas culturales, las que
conjugan una variedad de elementos complementarios y simultáneos que dan
un sentido particular a la forma de la enunciación, el como del decir en el que
están sustantivamente implicados forma y contenido. De ahí que las categorías
que se limitan al contenido del enunciado son insuficientes. Las habilidades o
competencias del hablante y su estrecha relación con la situación específica,
culturalmente sancionada, entran en juego aquí [1974:54-55].
En segundo lugar viene el contenido del mensaje y se refiere a lo que
Hymes llama tópico y cambio de tópico. Reafirma, así, la interdependencia de
forma y contenido: “Forma del mensaje y contenido del mensaje son centrales
para el acto de habla y para el foco de su ‘estructura sintáctica’: son
interdependientes [1974:55 (la traducción es nuestra)]. Tercero: el escenario,
concebido como el tiempo y el lugar de un acto discursivo, sus circunstancias
físicas [1974:55]. El cuarto aspecto, la escena, se refiere, en cambio, a la
atmósfera psicológica, a la circunstancia cultural específica dentro de la cual se
da el fenómeno discursivo [1974:55]. Las categorías cinco a ocho tienen la
función de describir el tipo de participantes que intervienen en los distintos
eventos y actos de habla y sus formas de participación [1974:56]. Las
22
categorías nueve y diez tienen que ver con el tipo de propósitos específicos,
culturalmente sancionados, de los eventos y actos de habla [1974:56-57].
La undécima, el tono, define, evidentemente, el tono de la voz, además
de la manera y el espíritu del decir. Hymes prefiere caracterizar estos aspectos
como estilísticos más que como expresivos, en tanto que considera que no
siempre dependen del estado de ánimo del hablante. De acuerdo con el autor,
el tono está en estrecha relación con los aspectos no verbales de la
comunicación [1974:57-58].
Hymes también utiliza la categoría de canal, como la duodécima,
destacando la importancia de la descripción de los modos de uso de cada
diferente canal [1974:58]. La categoría trece, formas discursivas, da cuenta de
las modalidades de organización que adopta el discurso, en función de las
comunidades de habla específicas que hacen uso de él y que dan vida a
formas discursivas particulares, como a normas de uso e interpretación del
discurso [1974:58-59]. Estrechamente vinculadas con la anterior se proponen
las siguientes dos que se refieren a las normas de interacción y a las normas
de interpretación que describirían tanto los comportamientos culturalmente
sancionados en situaciones específicas (situaciones discursivas, eventos
discursivos y actos de habla) como la manera cultural de significar el discurso
dentro de tales eventos [1974:60-61].
Finalmente, propone la categoría de género que describiría el uso
específico de éstos, entre los cuales menciona el poema, el mito, el cuento, el
proverbio, la adivinanza, la maldición, la oración, la lectura y otras más.
Destaca que la noción de género implica la posibilidad de identificar
23
características formales que obedecen a usos tradicionales reconocibles
[1974:61].
La crítica de Catherine Kerbrat-Orecchioni al modelo de Jakobson. Por su
parte, Kerbrat-Orecchioni [1997 (1980)], elaboró una crítica sistemática de la
propuesta de Jakobson, destacando la simplificación de los factores
constitutivos a partir de los cuales define el acto de comunicación verbal; de
acuerdo con la autora, contrariamente a lo que teoriza Jakobson, éstos son
mucho más complejos. Critica la insuficiencia de elementos, considerados
como únicos constituyentes de todo proceso lingüístico, poniendo en evidencia
su carácter reductivo, señalando que se puede elaborar un mapa que de mejor
cuenta del territorio [1997:20].
En referencia al código, Kerbrat-Orecchioni señala que este no es
homogéneo y que dentro de una misma lengua y de un mismo código cultural
existen, en realidad, diversos idiolectos [1997:20-24]. El código no es exterior al
ser humano, como lo considera Jakobson, sino que le es interior: es una parte
sustantiva de su propia subjetividad. Por medio del discurso, el ser humano se
construye a sí mismo; crea y recrea la figura de su persona.
Kerbrat-Orecchioni critica la rigidez con la que se definen los procesos
de codificación y decodificación en el modelo de Jakobson. Propone la
sustitución del concepto de mensaje por el de discurso como algo que se
produce e interpreta y se sitúa al interior de un universo en el cual intervienen
factores que determinan las posibilidades discursivas [1997:25].
Particularmente, las condiciones espacio-temporales concretas de la
comunicación. Otro tanto ocurre con las características temáticas y retóricas
24
del discurso [1997:29]. Estos elementos intervienen tanto en la producción del
discurso como en su interpretación.
Con el fin de que la teoría pueda captar la complejidad del proceso
discursivo, la autora incorpora nuevos elementos en el modelo, haciendo
énfasis en el aspecto concreto de la comunicación; acentúa, de esta manera, lo
contingente y único del proceso vivo de la comunicación. En particular,
introduce el concepto de competencias que darán cuenta de los factores
variables y concretos del proceso, a saber: a) competencias lingüísticas y
paralingüísticas; b) competencias enciclopédicas o culturales; c) competencias
ideológicas; y d) determinaciones psicológicas [1997:25-26].
La competencia lingüística está definida por el conjunto de los
conocimientos que poseen los hablantes en relación con la lengua y sus usos.
Respecto de la competencia paralingüística (comunicación no verbal), afirma
que posee una relación directa con la lingüística, particularmente en el caso de
la comunicación cara a cara, pues ésta es pluri-dimensional. Jakobson
considera tanto al destinador como al destinatario como categorías abstractas.
Por el contrario, Kerbrat-Orecchioni los entiende de manera concreta,
ubicándolos dentro de una situación discursiva específica, espacio-temporal y
determinados por la calidad de sus competencias.
Kerbrat-Orecchioni complejizará el modelo, multiplicando los niveles de
enunciación y los diferentes tipos de destinador y destinatario que pueden
existir. De aquí que, para la autora, los destinatarios directos o indirectos
pueden estar físicamente presentes o ausentes, pueden o no responder, y la
respuesta puede ser inmediata o diferida. Contempla, asimismo, la posibilidad
25
de que los destinatarios integren diversas capas receptivas y que el
destinatario pueda ser real, virtual o ficticio [1997:31-36].
Además, Catherine Kerbrat-Orecchioni pone de manifiesto la
complejidad del estatuto del referente al destacar que el referente no sólo es
exterior al mensaje y rodea la comunicación, sino que le es interior [1997:37].
Como veremos más adelante, el mundo del que habla el discurso se hace
actual en el momento de la comunicación viva, por medio de la referencia
discursiva. En relación con este asunto, sostengo que en el proceso de la
comunicación se pone en juego toda la cultura de la cual los hablantes son
portadores.
Por último, la autora afirma que el canal, en tanto soporte del discurso,
incide de alguna manera en las elecciones lingüísticas [1997:38]. Las
características de éste funcionarán como un medio activo en el proceso de la
comunicación.
La Comunicación como Interacción Humana Viva
Vistas así las cosas, el modelo de Jakobson soslaya de manera
importante el aspecto vivo y activo de la comunicación, por más que incluya a
los conceptos de contacto y contexto –este último no alcanza a ser ni una
pálida sombra de la cultura-, deja fuera, totalmente, la comprensión de su
funcionalidad y complejidad intrínsecas. Hace uso de un concepto reductivo,
que excluye lo que, en sí misma, es la comunicación: la interacción, la
influencia mutua de los sujetos en el proceso vivo de la comunicación real, el
proceso dentro del cual reacciono a lo que el otro me dice y él reacciona a lo
que yo le digo: las partes actúan de manera activa y cambiante, en función del
26
contacto, de lo que ese contacto intersubjetivo propone y del desarrollo
interactivo de ese contacto. Esa interacción pone en juego, en el proceso de la
comunicación, una multiplicidad de códigos culturales, articulados entre sí de
manera compleja e indisoluble. De ahí que el modelo del que se debe partir
para comprender de manera óptima la comunicación humana no es el que
propone la informática, sino el que propone la comunicación viva, cara a cara,
entre seres humanos y cuyo estudio integra tanto las aportaciones de la
antropología como las de la lingüística, la pragmática y la hermenéutica.
Desde finales de los años 50, Anselm L. Strauss presentó con toda
claridad la cualidad viva, activa y compleja de la interacción comunicativa,
describiendo a la comunicación cara a cara como un proceso fluido, en
movimiento, siguiendo un curso cambiante que se define en el discurrir de la
acción misma, durante la cual cada participante asume diversas actitudes y
posiciones, redefiniendo su figura personal, al ritmo del proceso de la
interacción. Más aún, en la comunicación, cara a cara, las personas reaccionan
no sólo a las acciones del otro, sino, a las suyas propias, a las distintas facetas
en las cuales se muestra su personalidad social, sus reacciones frente a lo que
hace y dice el otro [Strauss, 1959:44-88].
La personalidad del hablante se pone de manifiesto con su complejidad
plena, dentro de la experiencia discursiva. La persona construye su figura
social e individual a través del discurso: se produce a sí misma en el proceso
de producir sentidos, en el proceso comunicativo. En este proceso vivo de
constante figuración y re-figuración de sí mismo lo que se crea y recrea es el
imaginario que da forma a la pluralidad vivencial y presentacional de la
persona. La figura social de la persona se produce atribuyendo sentido a la
27
realidad, significando a los otros y siendo significado por ellos. Percibo al otro a
partir de su discurso y su presencia, mientras que el otro me percibe, a partir de
mi discurso y mi presencia. Como cada uno evalúa los discursos a partir de
conjuntos referenciales distintos, cada uno vive y entiende de manera diferente el
mismo suceso discursivo.
Gadamer describe el acontecer de la conversación de la siguiente
manera:
Acostumbramos a decir que “llevamos” una conversación, pero la verdad es que,
cuanto más auténtica es la conversación, menos posibilidades tienen los
interlocutores de “llevarla” en la dirección que desearían. De hecho la verdadera
conversación no es nunca la que uno habría querido llevar. […] una palabra
conduce a la siguiente, la conversación gira hacia aquí o hacia allá, encuentra su
curso y su desenlace, y todo esto puede quizá llevar alguna clase de dirección,
pero en ella los dialogantes son menos directores que dirigidos. Lo que “saldrá”
de una conversación no lo puede saber nadie por anticipado [1999:461].
En referencia a esto último, Duranti destaca que la noción de
performance, aplicada al acto de habla, implica las nociones de creatividad y de
improvisación [2004:16].
En oposición a lo recientemente expuesto, los desarrollos del
estructuralismo, posteriores a Saussure, continuaron insistiendo en
interpretaciones reductivas de la comunicación, así, por ejemplo, en su
Semántica estructural, Greimas entendía a la comunicación como un sistema
de oposiciones-opciones lógicas entre las cuales el hablante debe elegir:
28
La comunicación, en efecto, es un acto, y, por ese mismo hecho, es sobre todo
elección. En el interior del universo significante a partir del cual opera, la
comunicación elige cada vez ciertas significaciones y excluye otras. La
comunicación es por tanto el ejercicio de una cierta libertad, mas de una libertad
limitada […] Tomando el enunciado, al que cabe considerar como el acto de
comunicación acabado y autosuficiente, [sic] nos damos cuenta de que la
libertad de su formulación se inscribe en una red apriorística de coerciones
[Greimas, 1976 (1966):54].
Tenemos un concepto de comunicación que la reduce a meras
operaciones lógicas de selección, al interior de un sistema cerrado, a la simple
formulación de enunciados. Estamos frente a la hipóstasis del enunciado: se
reduce la comunicación a la enunciación. Hasta el momento de la publicación
de su Semántica estructural, Greimas coincidía con el concepto informático de
Jakobson, entendiendo a la comunicación como transmisión de información y al
lenguaje como su principal medio. La hipóstasis del enunciado es radicalmente
reductiva tanto al dejar de lado los aspectos contextuales como los no verbales
de la comunicación viva; en caso de tomarlos en cuenta, los subordina a la
verbalización. Se trata de todos aquellos referidos a la comunicación no verbal,
así como de todos los aspectos culturales que definen el tipo de relación
personal, psicológica y social entre los hablantes: jerarquías, relaciones de
poder, relaciones afectivas, contextos, códigos extralingüísticos implicados en
la comunicación. Los dos autores menosprecian la importancia de los sistemas
de símbolos no lingüísticos. De acuerdo con Durand, las proposiciones de
Greimas y Jakobson pueden resumirse en la siguiente proposición: “el lenguaje
es la comunicación, el lenguaje es el principio de cualquier simbolización. Es lo
29
que llamo la hipóstasis de la comunicación y la dictadura del lenguaje”
[1993:48].
Las palabras y las frases no bastan al hombre para expresarse, ya que siente la
necesidad de añadir las creaciones de la mímica, de la danza, de la música, de
las artes gráficas, plásticas y pictóricas. Todos sabemos, además, cuanta
vanidad, cuanta impotencia supone comentar, explicar o transcribir el lenguaje
pictórico o musical en lengua vulgar. El lenguaje del “lingüista” no engloba todos
los lenguajes. Y es tomar al pie de la letra –es decir, hacer juegos de palabras- la
palabra lenguaje, confundir bajo su signo cosas tan dispares como el mensaje
pictórico, el mensaje musical, el ritual, los gestos, que es bien sabido, fueron y
son anteriores a la lengua y, sobre todo, a la escritura [1993:95-96].
En su obra posterior, escrita junto con J. Courtés, Greimas modificó su
posición, tomando distancia de Jakobson: “las funciones jakobsonianas no
agotan su objeto, y una articulación de este tipo, por más sugestiva que sea, no
fundamenta una metodología para el análisis de los discursos” [Greimas y
Courtés, 1982 [1979]:72]. Greimas admite, también, las aportaciones de la
pragmática norteamericana a la comprensión de los actos de habla, al
interesarse por las condiciones de uso del discurso, y las aportaciones de la
antropología francesa, poniendo énfasis en los modelos de intercambio de
Mauss y en la antropología estructural de Leví-Strauss, que propone un triple
modelo estructural de comunicación, basado en los intercambios que se dan a
partir de los sistemas de parentesco, de los sistemas de intercambio
económico y del intercambio lingüístico [Greimas y Courtés, 1982:73]. Greimas
30
no logra, sin embargo, ir más allá de las diversas proposiciones estructuralistas
de la comunicación.
Para otros autores, el aspecto de la comunicación que hay que destacar
es el de la relación humana, no el del intercambio de información. Así, por
ejemplo, Andrés Ortiz-Osés, quien sigue las teorías de Doris F. Jonas y A.
David Jonas sobre la importancia que debió tener “la primigenia relación
psicosocial del niño con su madre” en el origen del lenguaje, lo concibe
teniendo, a la vez, una función afectiva y una discursiva: “no es un medio de
información sino médium de contactación o contacto social” [Ortiz-Osés,
1994:231 (en cursivas en el original)].
Para Ray L. Birdwhistell la comunicación no se parece a un emisor y un
receptor, es un acto creativo, una negociación entre dos personas. Lo
importante no es tanto que se entienda exactamente lo que el otro dice, sino, la
manera en la cual las dos partes cambian con la acción. Cuando la
comunicación se logra, se crea un sistema bien integrado de interacción y
reacción [Birdwhistell, 1970].
Durand considera que en el lenguaje y en la comunicación, las
intenciones de uso, expresión o comprensión están por encima de la intención
de intercambiar información y se hacen más patentes en las artes. Aún si nos
limitamos al lenguaje natural, las intenciones de expresión, evocación,
representación, poder de simbolizar, son más importantes que la de informar
[Durand, 1993:61].
Gadamer nos hace ver que la comunicación interpersonal supone la
actualización de todo un mundo, es más, de una multiplicidad de mundos que
la conversación invoca y trae al acontecer vivo de la comunicación:
31
La narración es siempre narración de algo. “Narración de algo” no es únicamente
un genitivo objetivo, sino también partitivo […] El narrador introduce a los
arrebatados oyentes en un mundo íntegro. El oyente que participa toma,
evidentemente, parte en ese mundo como en una especie de presencia del
acontecer mismo. Lo ve todo ante sí en el sentido convencional. Como es
sabido, el narrar es también, sin duda, un proceso recíproco. Nadie puede narrar
si no tiene unos agradecidos oyentes que lo acompañen hasta el final. El narrar
[implica] libertad para seleccionar y libertad en la elección de los puntos de vista
convenientes y significativos [1997:31-32].
En síntesis, podemos concluir, con Ricoeur, que el precio a pagar por la
constitución del objeto científico de la lingüística, la semiótica y la semántica
estructurales ha sido un precio muy alto:
El acto de hablar es excluido, no sólo como ejecución externa, como realización
individual, sino como libre combinación, como producción de enunciados
inéditos. Ahora bien, esto es propiamente hablando, lo esencial del lenguaje,
aquello a lo que está destinado. Al mismo tiempo, se elimina la historia, no sólo
la existente entre un estado sistemático y otro, sino la producción de la cultura y
del hombre en la elaboración de su lengua […] Se excluye, asimismo, junto a la
libre combinación y generación, la intención principal del lenguaje, que consiste
en decir algo sobre algo [1999:46].
Tales omisiones graves no sólo afectan a la llamada semiología que se
derivó de Saussure, sino a la semiótica propuesta por otros autores como A. J.
Greimas o Umberto Eco. Para el último, el problema de la referencia a la
32
realidad que suponen los enunciados del discurso, establece “otro límite o
umbral de la semiótica, el nudo en que una semiótica pide que se la substituya
por la hermenéutica” [Eco, 1978 (1976):286-287]. En tal sentido resulta también
sintomático lo escrito por Greimas y Courtés en 1979, quienes, en ese
momento, concebían a la semiótica de la comunicación como un proyecto
futuro, a desarrollar, a partir de la pragmática norteamericana: “dentro de la
línea de la ‘pragmática’ norteamericana, puede ser elaborada una semiótica de
la comunicación ‘real’ (en cuanto objeto descriptible), si extrapola, en particular,
los modelos de la semiótica cognoscitiva, resultante del análisis de los
discursos narrativos” [Greimas y Courtés, 1982:314].
En tal sentido destaco, frente a las limitaciones inherentes a los diversos
estructuralismos lingüísticos y semióticos, las virtudes de la hermenéutica,
capaz de reconstruir tanto el locus histórico-cultural del discurso, como la lógica
imaginaria que lo rige, discerniendo la forma en la cual estos se hallan
implicados en el lenguaje.
La hermenéutica filosófica de Gadamer ha demostrado que la
subjetividad y la historicidad son componentes irreducibles del discurso y, por
ello, del trabajo interpretativo de la hermenéutica. Para Gadamer la
interpretación es algo consustancial al ser humano, lo que caracteriza su
peculiar modo de ser, por eso, la hermenéutica no puede ser una mera
epistemología: es una ontología –en lo que sigue a Heidegger- pues la
interpretación concierne a la totalidad de relaciones que los seres humanos
establecen entre sí y con el mundo [Gadamer, 1999]. El reconocimiento de la
tensión básica entre tradición y presente histórico es el punto de partida de la
hermenéutica, de la historicidad de la comprensión [Gadamer 1999:331-377]. El
33
intérprete “realiza siempre un proyectar”, proyecta un sentido pre-existente sobre
lo que interpreta, sentido que está determinado por su horizonte cultural
[1999:333]. Gadamer llama a ese horizonte: tradición, y muestra como la
tradición “forma parte en verdad de la historia misma” [1999:334].
En nuestro comportamiento respecto al pasado, que estamos confirmando
constantemente, la actitud real no es la distancia ni la libertad respecto a lo
trasmitido. Por el contrario, nos encontramos siempre en tradiciones, y éste nuestro
estar dentro de ellas no es un comportamiento objetivador que pensara como
extraño o ajeno lo que dice la tradición; ésta es siempre más bien algo propio,
ejemplar o aborrecible, es un reconocerse en el que para nuestro juicio histórico
posterior no se aprecia apenas conocimiento, sino un imperceptible ir
transformándose al paso de la tradición [1999:350].
De acuerdo con Gadamer: “En el comienzo de toda hermenéutica histórica
debe hallarse por lo tanto la resolución de la oposición abstracta entre tradición
histórica e investigación histórica, entre historia y conocimiento de la misma. Por
tanto, el efecto de la tradición que pervive y el efecto de la investigación histórica
forman una unidad efectual cuyo análisis sólo podrá hallar un entramado de
efectos recíprocos” [1999:351 (en cursivas en el original)].
En tal sentido, el comprender debe entenderse como “un desplazarse uno
mismo hacia un acontecer de la tradición, en el que el pasado y el presente se
hallan en continua mediación [1999:360]. No obstante, Gadamer insiste en que
para la hermenéutica histórica, cada obra debe ser entendida desde sí misma:
“Todo encuentro con la tradición realizado con consciencia histórica experimenta
por sí mismo la relación de tensión entre texto y presente. La tarea hermenéutica
34
consiste en no ocultar esta tensión en una asimilación ingenua, sino en
desarrollarla conscientemente” [1999:377].
Para Ricoeur la comprensión hermenéutica de los mitos articula tres
historicidades: la de los acontecimientos fundantes o tiempo oculto; la de la
interpretación viviente de los escritores sagrados, que constituye la tradición; y
la historicidad de la comprensión, la historicidad hermenéutica [2003 (1969)].
La radical diferencia de orientación entre los estructuralismos y la
hermenéutica queda claramente expresada en la exposición del asunto que
hace Franz K. Mayr:
En la tradición hermenéutica, el lenguaje no se entiende primariamente como
sistema de signos objetivable y susceptible de formalización matemática, sino
como lenguaje materno, vinculado al tiempo, a la situación y a la tradición, y
dotado de la fuerza expresiva del lenguaje cotidiano, que encuentra su
culminación en el lenguaje poético, como mensaje lingüísticamente mediado por
una experiencia global del mundo, dialógica e histórica. Aquí el lenguaje se
concibe partiendo del acto de habla contextual y social-histórico, desde su
apertura a las variaciones de sentido, y se le concede prioridad a la “función
expresiva” sobre la “función representativa” [Mayr, 1994:322-323].
Ricoeur avizora una solución al reformular el problema, entendiendo que
el lenguaje no es un objeto, no es algo absoluto, es un fenómeno: una
mediación entre el ser humano y el mundo, una mediación entre seres
humanos y una mediación de cada ser humano consigo mismo. Idea que
sintetiza en la frase: “la intención de decir algo sobre algo a alguien”; enunciado
que, a la vez, supone la intención de alguien que se da significado a sí mismo.
35
Siguiendo a Benveniste, Ricoeur propone una ligüística del discurso basada, no
en los signos aislados, sino en los enunciados completos: “los actos de habla
que tienen una dimensión igual o superior a la frase” [Ricoeur, 2007 (1985):31 y
1999:48-50]. La proposición de Benveniste, que sirvió de base a la posición de
Ricoeur puede resumirse así:
El locutor se apropia del aparato formal de la lengua y enuncia su posición de
locutor mediante indicios específicos, por una parte, y por medio de
procedimientos accesorios, por otra.
Pero, inmediatamente, en cuanto se declara locutor y asume la lengua, implanta
al otro delante de él, cualquiera que sea el grado de presencia que atribuya a
este otro. Finalmente, en la enunciación, la lengua se halla empleada en la
expresión de cierta relación con el mundo. La condición misma de esta
movilización y de esta apropiación de la lengua es, en el locutor, la necesidad de
referir por el discurso y, en el otro, la posibilidad de correferir idénticamente, en
el consenso pragmático que hace de cada locutor un colocutor. La referencia es
parte integrante de la enunciación [Benveniste, 1983 (1974):84-85].
Benveniste agrega que la presencia del locutor en su enunciación, “hace
que cada instancia de discurso constituya un centro de referencia interna”
[1983:84-85].
Al subrayar la diferencia entre lengua y discurso, Ricoeur afirma que “la
lengua como sistema es intemporal, pues su existencia es meramente virtual.
Sólo el discurso como acto transitorio, evanescente, existe actualmente”.
Concluye, así, que: es propiamente en el discurso donde se da la triple
mediación con el mundo, con el otro y con nosotros mismos [1999:48].
36
El vacío dejado por la lingüística y la semiótica estructurales hace
necesaria la constitución de una hermenéutica que opere, a la vez, como una
historia cultural que permita reconstruir los campos semánticos asociados a los
discursos, como una etnografía, ocupada del estudio de los procesos vivos,
suscitados por la comunicación humana y como una semántica de la
comunicación, ocupada de la relación del discurso con la realidad que evoca.
Otras orientaciones importantes en este sentido han sido desarrolladas en los
trabajos de William Foley sobre lingüística antropológica y los de Dell Hymes
sobre etnografía de la comunicación [Foley, 1997; Gumperz y Hymes (eds.)
1986; Hymes 1974]. La ethnography of speaking del último, se dedicó a
estudiar “las situaciones y los usos, los modelos y las funciones del hablar
como actividad en sí y por sí” [Hymes 1968:99-138].
En la obra Foundations in Sociolinguistics, que acabamos de referir en
relación con los modelos de comunicación, Hymes desarrolla los fundamentos
de su sociolingüística. Ahí definió tres problemas básicos que, a la vez que
cuestionaban las bases de los estudios lingüísticos del momento, abrían un
campo nuevo para el estudio de la comunicación y proponían lineamientos bien
definidos para explorarlo:
[…] primero, que existe un modo de organización del lenguaje que forma parte
de la conducta comunicativa de cada comunidad, su comprensión requiere un
nuevo modo de descripción del lenguaje; segundo, que el reconocer este modo
de organización nos conduce a reconocer, también, que el estudio del lenguaje
es un campo multidisciplinario, un campo en el cual la lingüística ordinaria es
indispensable, pero al cual, otras disciplinas como la sociología, la antropología
social, la educación, el folklore, la poética, son también indispensables; tercero,
37
que el estudio de este modo de organización nos conduce a reconsiderar las
bases de la lingüística en sí misma. Podríamos afirmar que los tres temas tienen
que ver con el alcance, las dependencias y, en última instancia, con los
fundamentos de la lingüística [Hymes, 1974:vii-viii (la traducción del inglés es
nuestra)].
Hymes explica que el cambio de orientación que su etnografía del habla
introduce en las investigaciones lingüísticas, consiste en: 1) definir a la
estructura como un sistema de habla; 2) entender a la función del habla como
prioridad y garantía de la estructura; 3) al lenguaje como organizado en
términos de una pluralidad de funciones y a las funciones como condiciones
que posibilitan diferentes perspectivas y formas de organización del habla; 4)
prestar atención a la pertinencia social de los elementos lingüísticos y de los
mensajes; 5) a la diversidad de todos los medios empleados en la
comunicación y; 6) a los diversos aspectos contextuales del habla.
En síntesis, supone la primacía del habla sobre el código; de la función
sobre la estructura; del contexto sobre el mensaje; de lo socialmente aceptado
por las convenciones culturales acerca del habla sobre lo arbitrario; de las
interrelaciones entre los aspectos del habla, sobre los aspectos aislados. De
esta forma, no sólo se generalizarán las particularidades, sino, se
particularizarán las generalidades [1974:9].
En este sentido, los trabajos de Giorgio Raimondo Cardona, quien llevó
a cabo una evaluación crítica de los desarrollos de la etnolingüística y de la
lingüística antropológica, hasta finales de los años 80 y desarrolló él mismo la
disciplina, son un punto de partida básico [1994 (1990)]. De manera coincidente
38
con lo expuesto por Ricoeur y Hymes, Cardona pone de manifiesto su crítica
respecto del concepto dominante de lengua, hasta ese momento:
En la lingüística moderna se ha aceptado ya una clase de concepción corriente
de la lengua entendida como sistema de signos en el que tout se tient.
Semejante concepción revela sus limitaciones ya en un nivel de puro análisis
lingüístico, puesto que la simple observación de la variabilidad que caracteriza
cualquier hecho lingüístico pone en crisis el concepto de sistema, por lo menos
en su acepción corriente. Pero menos válida se manifiesta esta noción cuando
tratamos de imaginar –sobre la base de hechos empíricos reales y no sobre la
base de la lengua inexistente de una cultura inexistente- las conexiones entre
operaciones y representaciones mentales, entre formas lingüísticas y elementos
culturales no lingüísticos [1994:115].
La sustancial importancia del contexto discursivo para el análisis del
discurso queda destacada cuando, siguiendo a R. Lakoff, Cardona afirma que
la integración de los hechos culturales, recuperados en la forma de
presuposiciones, muestran como “el verdadero significado de lo que se enuncia
se obtiene, no del valor efectivo del vocabulario de las unidades empleadas,
sino sobre la base de factores extralingüísticos, como el estatus del hablante y
del oyente, el tipo de relación social entre los dos, el conocimiento del mundo
real y de las creencias, el hecho de que quien habla afirme o no lo que dice,
etc.” [1994:46]. Con anterioridad, Gadamer ya se había expresado en ese
sentido, señalando que “la palabra hablada se interpreta a sí misma, por el
modo de hablar, el tono, la velocidad, etc., así como por las circunstancias en
las que se habla” [Gadamer 1999 (1960):472].
39
Cardona propone que la etnolingüística vaya más allá de la mera suma
de aspectos pertenecientes a la lingüística y a la etnografía, que aspire a
descubrir las relaciones existentes entre los usos de la lengua y las otras
unidades culturales como las relaciones sociales y las concepciones del mundo
[1994:111]. Agrega: “son las mismas sociedades estudiadas las que a menudo
ponen de relieve el papel que desempeña el lenguaje pues codifican en una
verdadera filosofía del habla las reglas, los símbolos, las equivalencias, las
acciones vinculadas con el lenguaje” [1994:112]. Desde esta perspectiva,
previene contra una tradición errónea, inherente a una parte sustantiva de la
investigación lingüística:
La lingüística ha hecho, por su parte una contribución bastante modesta al
desarrollo metodológico de la etnolingüística. La lingüística tiende a transformar
en afirmaciones de valor universal reflexiones derivadas de una base empírica
muy reducida; es posible que la imagen de la lengua con la que trabaja la
lingüística se haya formado partiendo de alguna variedad de las lenguas
escritas, literarias o epigráficas –en el fondo todas homogéneas entre sí- sin
consideración ni conocimiento del mundo efectivo de la comunicación lingüística
en su contexto. Nunca se podrá censurar suficientemente el etnocentrismo
metodológico de la mayor parte de los lingüistas de ayer y hoy [1994:112-113].
De estas observaciones deriva una definición temática de los campos de
investigación implicados en el trabajo interpretativo de la etnolingüística:
De manera que se pueden agrupar los elementos en tres secciones: la lengua,
(como quiera que se la entienda), la cultura en el sentido general, como acceso
40
común de un grupo a los sistemas de clasificación de los datos de la experiencia
(expresados en símbolos heterogéneos, diferentes por su tipología, por sus
dimensiones, por su consistencia) y, por fin, el pensamiento. De estos aspectos
la lengua es el más cognoscible, sólo que generalmente la conocemos en sí
misma, cuando en realidad es importante considerarla como un puente
cognoscitivo que permite “entrar” en el pensamiento y en la cultura.
Entre estos términos hay sin duda un juego de conexiones y de influencias
recíprocas; no se puede afirmar que uno tenga preeminencia lógicamente sobre
los otros dos.
Recordemos además que los tres factores asumen sentido por la preeminencia
de un cuarto: las condiciones biológicas y ambientales, que constituyen un
término de comparación imprescindible para los otros tres elementos en su
conjunto [1994:116].
Alessandro Duranti, otro autor importante que ha desarrollado su trabajo
de investigación dentro de esta disciplina, define a la antropología lingüística
como el estudio del lenguaje, entendido como un recurso cultural y al habla
como una práctica cultural. Propone que la antropología lingüística debe ser
considerada como un campo inherentemente interdisciplinario para el cual el
lenguaje se entiende como un sistema de comunicación que da lugar a
representaciones interpsicológicas (entre personas) e intrapsicológicas (dentro
de una misma persona), referidas al orden social, y que permite a las personas
valerse de esas representaciones para realizar actos sociales [2004 (1997):2-
3]. De las anteriores proposiciones se derivan aspectos importantes que
definen el modo de aproximarse a los sujetos de su estudio:
41
Esto quiere decir que los antropólogos lingüísticos ven a los sujetos que
estudian, es decir, a los hablantes, en primer lugar y por encima de todo, como
actores sociales, esto es, como miembros de comunidades, interesantemente
complejas, cada una de ellas organizada en una variedad de instituciones
sociales y a través de una red de conjuntos de expectativas, creencias y valores
morales acerca del mundo que se intersecan pero, no necesariamente, se
superponen [2004:3 (negritas en el original, la traducción es nuestra)].
Lo que interesa en particular a la antropología lingüística y la distingue
de otras disciplinas no es solamente el interés en los usos de la lengua, sino, la
especial atención que presta al lenguaje, entendido como “un conjunto de
recursos simbólicos que penetra la constitución del tejido social y la
representación individual de los mundos reales y posibles” [2004:3]. Estudia el
lenguaje desde una perspectiva antropológica, orientada hacia la comprensión de las
formas bajo las cuales se transmite y reproduce la cultura, el tipo de relaciones que se
establecen entre los sistemas culturales y las formas de organización social, y el rol
que juegan las condiciones materiales de vida de las personas en sus maneras de ver
y entender el mundo [2004:4].
Para el autor, los signos lingüísticos, en tanto representaciones del
mundo y mediaciones para acercarse a él, no son neutros, “constantemente
están siendo usados para construir afinidades y diferencias culturales” [2004:5].
Lo que hace única a la antropología lingüística es su interés en: 1) los
hablantes, en tanto que actores sociales; 2) el lenguaje, considerado como un
recurso para y como un producto de la interacción social; 3) las comunidades
de habla, siendo, simultáneamente, entidades reales e imaginarias, cuyas
42
fronteras están siendo refiguradas y renegociadas, constantemente, a través de
una miríada de actos de habla [2004:6].
Así, por ejemplo, Duranti muestra que, al interior de un debate político en
Samoa, el significado de los enunciados se define, a partir de las relaciones de
poder, y no sólo por el valor del enunciado en sí mismo. El significado de lo que
un hablante dice, lo definen los participantes más poderosos del debate,
siendo, las convenciones de negociación política del proceso social, las que
definen el significado del discurso.
La casa misma, donde tiene lugar una reunión ceremonial, posee un
simbolismo del espacio que se proyecta sobre las jerarquías políticas: da lugar
a una distribución espacial de los lugares que ocuparán las personas durante el
evento, que está en función de una clara estructura jerárquica. Sin embargo,
las posiciones no son fijas, están sujetas a una negociación particular, que se
verifica en cada caso, no siempre es conveniente aceptar un alto rango, pues
conlleva responsabilidades que en ocasiones no se pueden cumplir o no es
conveniente aceptar [2004.233-238].
Sobre la orientación, las perspectivas de esta disciplina, su enfoque
particular y su principal intención, podemos concluir, siguiendo a Duranti, que
existen variadas dimensiones del habla y que estas sólo pueden ser conocidas
gracias al estudio de lo que las personas realmente hacen con el lenguaje,
“asociando palabras con silencios y gestos, y con los contextos en los cuales
esos signos son producidos” [2004:9]. Ha sido esa posición programática la
que ha conducido al descubrimiento de las múltiples formas por medio de las
cuales el habla se constituye en un acto social y está, por eso, sujeta a las
43
regulaciones culturales del comportamiento social. Esto, a su vez, tiene
consecuencias para “nuestras formas de ser en el mundo” [2004:9].
Conclusiones
A partir de las anteriores reflexiones críticas sobre las limitaciones de los
modelos estructurales, diseñados para explicar la comunicación humana,
llegamos a la conclusión de que el modelo más adecuado es el mismo proceso
vivo de la comunicación humana, cara a cara, dentro del cual se despliega toda
la amplia y rica gama de acciones, relaciones y significaciones que son
inherentes a la complejidad del propio fenómeno humano, situado cultural e
históricamente. Eso nos lleva a ir más allá de los diversos reduccionismos que
han pretendido limitar la comprensión del fenómeno de la comunicación a los
meros aspectos instrumentales, sistémicos o meramente enunciativos, con
independencia de los aspectos vivenciales y culturales concretos que son la
parte sustantiva de la comunicación. Entendemos, así, que no es posible,
observarla “desde fuera”, desde una perspectiva epistemológica, puesto que la
comunicación es lo que nos hace propiamente humanos y estamos siempre en
interioridad con ella.
44
Bibliografía Barthes, Roland. 1993 La aventura semiológica, Paidós, Barcelona. Benveniste, Emile. 1983 Problemas de lingüística general II, Siglo XXI Editores, Madrid. Birdwhistell, Ray L. 1970 Kinesics and Context. Essays on Body Motion Communication, University of Pennsylvania Press, Philadelphia. Cardona, Giorgio Raimondo. 1994 Los saberes del lenguaje, Gedisa, Barcelona. Cassirer, Ernst. 1997 Antropología filosófica, Fondo de Cultura Económica, México. Cruz Santacruz, Luís. 1999 El comportamiento no verbal humano: una aproximación a la kinesis y la proxémica, CONEIC, México. Davies, Flora. 1986 La comunicación no verbal, Alianza Editorial, Madrid. Durand, Gilbert. 1971 La imaginación simbólica, Amorrortu, Barcelona; 1993 De la mitocrítica al mitoanálisis, Figuras míticas y aspectos de la obra, Anthropos-UAM, Barcelona. Eco, Umberto. 1978 Tratado de semiótica general, Nueva Imagen-Lumen, México; 1994 La estructura ausente, Barcelona, Editorial Lumen. Ekman, Paul. 2003, Emotions Revealed,Recognizing Faces and Feelings to Improve Communication and Emotional Life, Holt Paperback, Nueva York. Estoquera, José María G. 2006 “Símbolo”, en Andrés Ortiz-Osés y Patxi Lanceros (eds.), Diccionario de hermenéutica, Universidad de Deusto, Bilbao. Ferraris, Maurizio. 2002 Historia de la hermenéutica, Siglo XXI Editores, México. Gadamer, Hans-Georg. 1999 Verdad y método, Ediciones Sígueme, Salamanca. Garagalza, Luis. 2006 “Hermenéutica filosófica”, Diccionario de Hermenéutica, en Andrés Ortiz-Osés y Patxi Lanceros (eds.), Universidad de Deusto, Bilbao. Geertz, Clifford. 1997 La interpretación de las culturas, Gedisa, Barcelona. Greimas, A. J. 1976 Semántica estructural, Gredos, Madrid. Greimas, A. J. y J. Courtés, 1982 Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, Editorial Gredos, Madrid. Gumperz, John J. 1995 Discourse strategies (Studies in Interactional Sociolinguistics), Cambridge University Press, Cambridge. Gumperz, John J. y Dell Hymes (eds.),
45
1986 Directions in Sociolinguistics: The Ethnograpy of Communication, Basil Blackwell Inc., Nueva York. Heidegger, Martin. 2000 Ontología. Hermenéutica de la facticidad, Alianza Editorial, Madrid. Hymes, Dell. 1968 “Ethnography of speaking”, en J. A. Fishman (comp.) Readings in the sociology of Language, Mouton, La Haya. 1974 Foundations in Sociolinguistics. An Ethnogrphic Approach, University of Pennsylvania Press, Philadelphia. Jakobson, Roman. 1971 “Two Aspects of Language and Two Types of Aphasic Dsiturbances”, Selected Writings, vol. 2, Word and Language, Mounton, The Hague; 1960 “Linguistics and Poetics” en, Thomas A. Sebeok (ed.), Style in language, M.I.T. Press, Cambridge; existe versión castellana: “Lingüística y poética” en, T. A. Sebeok (comp.), Ensayos de lingüística general, Barcelona, Seix Barral, 1975. Kerbrat-Orecchioni, Catherine. 1997 La enunciación. De la subjetividad en el lenguaje, Buenos Aires, Edicial. Knapp, Mark L. 1994 La comunicación no verbal, Paidós, Barcelona. Leroy, Maurice. 1992 Las grandes corrientes de la lingüística, México, Fondo de Cultura Económica. Lévi-Strauss, Claude, 1970 Antropología estructural, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana. Mauss, Marcel. Sociología y antropología, Tecnos, Madrid, 1979. Mayr, Franz K. 1994 “Hermenéutica del lenguaje y aplicación simbólica”, en K. Kerenyi, et. al., Arquetipos y símbolos colectivos, Círculo Eranos I, Anthropos, Barcelona. Ortiz-Osés, Andrés. 1994 “Hermenéutica simbólica”, en K. Kerenyi, et. al., Arquetipos y símbolos colectivos, Círculo Eranos I, Anthropos, Barcelona. Ricoeur, Paul. 2007 Tiempo y narración I, Configuración del tiempo en el relato histórico, Siglo XXI Editores, México; 2006 Teoría de la interpretación, Siglo XXI Editores-Universidad Iberoamericana, México; 2003 El conflicto de las interpretaciones, Ensayos de hermenéutica, Fondo de Cultura Económica de Argentina, Buenos Aires; 1999 Historia y narratividad, Paidós, Barcelona. Sapir, Edward. 1949 Selected Writings of Edward Sapir, (ed. D. Mandelbaum), University of California Press, Berkeley. Saussure de, Ferdinand. 1979 Curso de lingüística general, Editorial Losada, Buenos Aires. Shannon, C.E. y Warren Weaver. 1949 The Mathematical Theory of Communication, University of Illionois, Chicago. Strauss, Anselm L. Mirrors and Masks, The Search for identity, The Free Press of Glencloe, Illinois, 1959.
46
Winkin, Yves. 1984 “Presentación general”, en Bateson, et. al., La nueva comunicación, Editorial Kairos, Barcelona, pp. 10-113.