Post on 18-Oct-2015
MARTN LUTERO Y
LA REFORMA DE LA IGLESIA
UNIDAD 2 EL DIOS QUE LIBERA
CONTRA LOS DIOSES FALSOS
PROFESOR: DAVID BRONDOS
LECTURAS DE APOYO
Martn Lutero y la Reforma de la Iglesia Unidad 2: El Dios que libera contra los dioses falsos
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ANTES DE INICIAR ESTAS LECTURAS, REVISA LA HOJA DE TAREAS PARA ESTA
UNIDAD PARA VER LAS PREGUNTAS A LAS QUE DEBERS RESPONDER
1. Lee la siguiente seleccin, tomada de la biografa de Lutero hecha por Albert Greiner,
Lutero (Madrid: Sarpe, 1985 [1956]), cap. 2. Este captulo habla de la transformacin de la
visin de Dios que sufri Lutero como monje en los aos antes de la publicacin de sus 95
tesis, con lo cual se desencaden la Reforma de la iglesia.
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EL COMBATE SOLITARIO
La orden monstica que Lutero haba escogido se distingua a la vez por la seriedad de su
labor teolgica y por la dureza de su regla. Aquellos que en Pars se han llamado los Grandes
Agustinos sacaban de la mendicidad todos los recursos necesarios para la vida de su
comunidad; se sometan a un ayuno riguroso y se abstenan de comer carne, mantequilla,
queso y huevos durante la mitad de los das del ao; trabajaban y pasaban la noche en las
celdas jams calentadas, y se levantaban todas las noches para rezar el oficio. Pero todos
estos rigores no se haban hecho para displacer a Lutero; se ofreca literalmente a todos estos
trabajos y a todos estos sacrificios: He sido un monje piadoso, puedo afirmarlo, dir ms
adelante, y he observado la ley tan severamente como pueda otro pretenderlo: si alguna vez
un monje ha llegado al cielo por su vida monstica, yo de cierto que tambin hubiera llegado.
Lutero hubo de someterse a las etapas habituales de la iniciacin monstica. Como todos
los aspirantes, pas primeramente algunas semanas en la hospedera del convento. Cuando se
aseguraron bien de la seriedad de su vocacin y de sus capacidades de resistencia fsica,
recibi el sayal negro y el escapulario blanco, hbito de su orden. La toma solemne del hbito
implicaba una breve plegaria litrgica que expresaba a la perfeccin el voto de Lutero: Que el
Seor te revista del hombre nuevo, creado segn Dios en la justicia y santidad que produce la
verdad, deca el prior. En cuanto al joven novicio, se
comprometi a llevar a cabo todo cuanto estuviera en
su mano para matar su propia voluntad y sus deseos
carnales por medio del trabajo apasionado del da y las
prolongadas vigilias de la noche.
El ao de noviciado obligatorio pas muy de prisa.
En septiembre de 1506, Lutero pronunci sus votos
definitivos. Ordenado sacerdote poco antes de la
Pascua del ao siguiente, celebr su primera misa en
Erfurt el 2 de mayo de 1507. Era el domingo
Cantate, mas el alma de Lutero no reflejaba en
absoluto la dicha de la liturgia. Mientras consagraba la
hostia y el vino de la misa, la idea de la santidad divina
se le present con una fuerza tan intensa que estuvo a
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punto de huir del altar, en donde el superior tuvo que retenerle. Cuando, en Erfurt, yo
celebr mi primera misa, estuve a punto de morir, confiesa, y explica l mismo su espanto:
No tena la fe; slo pensaba en ser una persona digna y no ser un pecador. Cuando, por la
tarde, despus de comer, quiso celebrar, en una alocucin familiar, la vida dichosa y santa de
los monjes, su padre, que se haba unido a la fiesta, no crey ni una palabra. Y, en el fondo,
tena toda la razn. Los dos aos que su hijo haba pasado en el convento no lo haban
tranquilizado en Dios, en absoluto; su alma, ya inquieta, se inquietaba todava ms. Recibidas
las rdenes para probar la paz del convento, el joven monje iba a conocer all, al contrario,
segn su propia expresin, todos los tormentos del infierno.
Yo tambin escribe Lutero en 1518, yo tambin he conocido un hombre bien de cerca
que afirmaba haber soportado tales suplicios. No por mucho tiempo, es verdad!, pero las
torturas eran tan grandes, tan infernales, que no existe lengua humana ni pluma capaces de
describirlas. El que no lo ha pasado es incapaz de figurrselo. Si alguien se viera obligado a
soportarlas hasta el extremo, aunque duraran solamente media hora, qu digo?, aunque slo
fueran cinco minutos, morira de tal forma que hasta los huesos se convertiran en ceniza. No
cabe la menor duda de que en este texto el reformador est describiendo su propio estado
anmico.
Cul era, pues, propiamente, su tormento? Se ha dicho que Lutero era un mal fraile.
Estaba irritado por la regla del convento y por la disciplina de la Iglesia y, desde aquella
poca, se preparaba ya para sacudirse el doble yugo.
Ahora bien, esta explicacin no resiste en absoluto el
examen. Cmo podra creerse seriamente que los superiores
estuvieran tan contentos de Lutero, que incluso llegaran a
confiarle algunas responsabilidades importantes dentro de su
orden, si, desde aquel momento hubiera sido un fraile infiel o,
simplemente, indcil? Pues bien, tal como lo veremos ms
adelante, fue porque se lo pidieron sus superiores por lo que
Lutero consigui los grados universitarios y por lo que ense
teologa en Erfurt y en Wittenberg; es porque se lo piden ellos
por lo que acepta el cargo de subprior del convento de esta
ltima ciudad, despus de haber realizado, en 1510-1511, un
viaje a Roma, donde deba discutir ciertos asuntos candentes relativos a los Agustinos de
Alemania. Durante este viaje, l es realmente el monje concienzudo, desconcertado por la
superficialidad de los presbteros italianos que encuentra a su paso; pero no abriga ninguna
idea de revuelta en contra de la Iglesia: En Roma dice l mismo, recorr todas las iglesias
y todas las criptas. Yo crea todas las mentiras que se contaban. No, en verdad, no se trata ni
de un mal fraile ni de un revolucionario. Todava, durante casi quince aos ms, observar sus
votos monsticos, y ser capaz de decir, pensando en un perodo posterior de su vida: De
haber sido conveniente, habra yo asesinado al hombre que se hubiera permitido rechazar la
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obediencia al papa aunque slo hubiera sido por una palabra. Y, en todo caso, habra
ciertamente ayudado a asesinarle, o bien hubiera aprobado elogiosamente su asesinato.
Se tratara, pues, de una duda intelectual, y convendra ver en el joven Lutero al
precursor de los racionalistas ateos? Es verdad que en uno de sus arrebatos pasionales en los
que explota su temperamento, Lutero exclama: Qu Dios tan terrible! Ojal no existiera!
Mas, precisamente, este grito demuestra la absoluta seguridad de Lutero en la existencia de
Dios; el Seor es una realidad de la que no puede dudar lo ms mnimo!
La crisis que atraviesa el monje ser, pues, imputable a algn pecado moral, y Lutero se
estar agotando en una lucha intil para guardar su voto de castidad? Alguien, en verdad, lo
ha afirmado; incluso ha habido quien ha querido demostrarlo con la cita de textos. Lo malo es
que las expresiones concupiscencia, codicia, deseo carnal, apuntadas en estos textos,
superan, en la pluma de Lutero, el estrecho significado que sus detractores quisieran darles.
Interpretan ellos estas palabras en el sentido freudiano; Lutero las emplea en el sentido de la
Biblia, como lo demuestra, especialmente, este pasaje de su comentario a la epstola a los
Glatas: Cuando era monje dice pensaba inmediatamente que se haba perdido mi
salvacin, cada vez que experimentaba la codicia de la carne, es decir, un movimiento de
deseo, de clera, de odio, de celos para con un hermano... El suplicio era continuo para m al
pensar: acabas de cometer ste o aquel pecado, eres todava vctima de la envidia, de la
impaciencia, etctera. Intil, por dems, citar textos teolgicos. Lutero es formal con relacin
a su propio caso, y no existe razn alguna para dudar de su palabra: En el convento no
pensaba ni en dinero, ni en los bienes de este mundo, ni en mujeres, sino que mi corazn
temblaba y se agitaba pensando
cmo podra hacer que Dios me fuera
favorable.
El mismo problema que haba
llevado a Lutero al convento, sigue
torturndole: Cmo hacer que Dios
me sea favorable. Se trata de un
tormento puramente personal y
religioso. Lo que ocupa el espritu de
Lutero no son ciertamente las
imgenes lascivas, cuerpos femeni-
nos muellemente tendidos. En el
centro de su pensamiento gravita Dios, el Dios de majestad, el Dios que truena en el cielo
lejano, el Dios de la Ley, el Juez, el Viviente, el Santsimo, el Seor que odia al pecado y que,
por consiguiente, condena al pecador.
Lutero afirma lgicamente que Dios odia al pecado. No un pecado, una negligencia, una
falta pasajera y desprovista de importancia; sino el pecado, es decir, Satans en persona que
ha cabalgado sobre el hombre como un jinete cabalga sobre su caballo, y le lleva adonde l
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quiere. A causa de esta maldita potencia, todos los pensamientos, todas las palabras, todas las
acciones del hombre son malditas a la vista de Dios. Por todos los extremos de su ser, el
hombre se rebela contra su Seor. Incluso las buenas obras que produce no son sino obras
maestras del egosmo y de la idolatra: En el hombre natural, incluso la bsqueda de Dios
est viciada de egosmo dice Lutero, expresando as su propia experiencia, puesto que, al
buscar a Dios, el hombre slo piensa en su propio
inters, y esta corrupcin es tan radical que ni siquiera
nos damos cuenta de ello. De esta manera, la
plegaria, la piedad, la busca de la salvacin, todo est
viciado desde la base. Las mismas victorias que
consigue, el hombre, egosticamente, se las atribuye:
Conviene desde el principio vencer la codicia de la
carne, y esto es fcil. Lo que es ms difcil de vencer
es el orgullo, puesto que ste se alimenta incluso de
la victoria sobre las malas inclinaciones.
Amars al Seor tu Dios con todo tu corazn, con toda tu alma y con todas tus fuerzas,
ste es el precio de la salvacin. Mas este mandamiento divino que resume todos los dems,
resulta, al igual que todos los restantes, irrealizable. Lutero no descubre en s mismo, y
tampoco en ningn otro hombre, el menor rasgo de amor verdadero y desinteresado para con
Dios. La ley de Dios se encuentra all como un ideal desesperanzador e imposible de alcanzar.
Segn esto, no es extrao que Lutero llegara a odiar a Dios! Yo no conoca a Jesucristo
dice, o ms exacto, le miraba como a un juez severo del cual procuraba escapar sin lgralo
jams. Y con todo, el monje, con todas las fuerzas de su alma, reclama la salvacin. No
quiere, en absoluto, la perdicin de Lutero! Es necesario que Lutero se salve! Es para l una
cuestin de vida o muerte! Ahora bien, entre la santidad de Dios juez y su propio pecado,
Lutero se encuentra cogido como en una trampa. Es algo terrible caer en las manos del Dios
viviente, afirma la Escritura. Y esto es precisamente lo que le pasaba a Lutero!...
Entonces, intentando anular este veredicto que le reduce a la nada, Lutero se lanza de
lleno a la prctica de la vida monacal. Se confiesa con frecuencia; pero sus confesores slo
pueden compadecerse y le dicen: Tus escrpulos te honran,
Hermano Martn. Pero no debes exagerar! Y sta no es
respuesta para Lutero! Le dan la absolucin; pero esta absolucin
no puede proporcionarle reposo alguno puesto que hace alusin a
unos mritos que l no tiene en absoluto ni puede tener jams.
Que la penitencia y las buenas obras que has realizado y que
realizars en adelante te sirvan para el perdn de tus pecados,
aumento de tus mritos y de la gracia, estas palabras rituales
del presbtero resuenan como una burla en los odos del monje.
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Para forzar la entrada en el cielo, Lutero se agotar en obras supletorias: Toda mi vida
dice no era ms que ayuno y vigilias, oraciones y sudores... Si hubiera durado un poco ms,
me hubiera martirizado hasta la muerte a fuerza de vigilias, plegarias, lecturas y otra clase de
trabajos. Un da le encuentran tendido sobre el pavimento de su celda, y sus superiores,
preocupados, encargan a uno de los hermanos que le atienda con una vigilancia discreta. Pero
Lutero desea hacer, desea acumular aquello que le dicen ser mritos; jams, bien lo sabe
l, jams podr satisfacer su parte, aunque modesta, del precio de su salvacin! Mi vida tena
a los ojos del mundo una gran apariencia de santidad; a mis ojos, no era nada. Tena un
espritu roto y estaba siempre triste. Con todas sus fuerzas, se decide entonces aborrecer a
aquel Dios erizado de exigencias, y que, incluso en el Evangelio, slo habla de su justicia.
Al abrigo de esta santidad en mi propia justicia,
alimentaba yo una perpetua desconfianza, dudas,
temor, ganas de odiar a Dios y blasfemar de l. Y, con
todo, Lutero reclama, exige siempre la salvacin. Como
el patriarca [Jacob] en la vadera de Yabbok [Peniel;
Gn 32:22-32], lucha, cuerpo a cuerpo, con Dios. Al
igual que el patriarca, al final deber confiarse a su
gracia: Ni remedio ni consuelo alguno me habran
ayudado si Cristo no hubiera venido y no hubiera
abierto la Biblia y no hubiera llegado as, por medio de
su Palabra, mi consejo y mi consuelo.
Ser, pues, gracias a la lectura y meditacin de la Biblia, a la frecuentacin asidua de la
Palabra de Dios, por lo que Lutero consigue la libertad. Y para conducirlo a esta lectura y a
esta meditacin, el Seor se sirvi de Juan Staupitz, vicario general de los Ermitaos agustinos
para la provincia de Alemania.
Desde 1508, Staupitz se haba fijado en la piedad y la inteligencia de Lutero. A causa de
ello, y seguramente tambin para distraerle de su constante tormento, le haba confiado la
enseanza de las artes liberales en la Universidad de Wittenberg, donde, adems, se le peda
que cursara su bachillerato en teologa. Titular ya en
este grado, Lutero prosigue, en 1509, su enseanza en
Erfurt. Despus de su viaje a Roma y de su regreso a
Wittenberg como subprior del convento, Lutero fue
informado de que Staupitz le esperaba para
reemplazarle en su propia ctedra de enseanza bblica
y de que, para ello, le ordenaba que terminara
rpidamente sus estudios. Lutero, sumido en plena
crisis, lo rehus. Mas los deseos de Staupitz eran
rdenes, y el vicario general estaba convencido de la
vocacin de Lutero: Todo permite entrever escriba
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que, dentro de poco, nuestro Seor tendr mucha tarea en el cielo y en la tierra. Entonces
tendr necesidad de un gran nmero de doctores jvenes y laboriosos. Tanto, pues, si vivs
como si mors, Dios tiene necesidad de vos en su consejo.
Obedeciendo a su superior, Lutero hizo, pues, su
licenciatura el 4 de octubre de 1512, y, el 19 del
mismo mes, gracias a la liberalidad de su futuro
protector, el prncipe elector Federico de Sajonia, era
promovido doctor, en teologa. El juramento que
pronunciara en esta ocasin conservar siempre para
l una importancia decisiva: Hube de aceptar el
doctorado, jurando y prometiendo a mi queridsima
Escritura santa que la predicara fiel y puramente.
Desde aquel momento, la Palabra de Dios viene a ser
para Lutero como una especie de personaje viviente,
un soberano espiritual, frente al cual no podra, so
pena de grave perjurio, romper su juramento de
fidelidad.
Pero Staupitz no se conform con orientar la
carrera de Lutero. Durante las paradas que haca de
tiempo en tiempo en el convento de Wittenberg, se
pona a la disposicin del monje, que le consideraba
como a su mejor confidente. No supo, sin duda,
resolver su problema teolgico y exegtico de la justicia divina que martirizaba a Lutero. Mas,
con sus consejos de cura de almas, prepar la conversin que necesitaba su penitente. No es
Dios quien est irritado contra ti le deca; eres t quien ests irritado en contra de Dios.
Libr a Lutero de la visin terrorfica del Dios justiciero, que le persegua; rompi la lgica
alucinante de la predestinacin que constrea a Lutero; emprendi la tarea de fijar sus
miradas y sus reflexiones en el testimonio de amor de la Cruz:
Cristo no atormenta le deca adems; l solamente
consuela! En las llagas de Cristo es donde puede
comprenderse la Providencia, es donde ella se encuentra; en
ninguna otra parte.
Bajo esta influencia, la luz del Evangelio empez
siguiendo su propia expresin a lucir en el interior de
Lutero. Staupitz haba dicho: El verdadero arrepentimiento
empieza con el amor a la justicia y a Dios, y Lutero medit
detenidamente esta sentencia. Empec escribe a
compararla con las dems palabras de la Escritura que
conciernen a la penitencia. Y cul no fue mi sorpresa! Por
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todas partes, aquellas palabras venan a confirmar vuestra
opinin. Venan a sonrerle y a bailar una ronda a su alrededor.
As, poco a poco, la aurora se levantaba en su alma. Se bata
cuerpo a cuerpo con el texto de la Biblia, y el Espritu Santo, por
medio de esta Palabra, iluminaba progresivamente el sentido
verdadero y global, el centro, o, como dice Lutero, el corazn
del mensaje divino. Fui errante durante mucho tiempo dice;
vislumbraba cierta cosa, es verdad, pero no saba lo que era
hasta que hube encontrado el sentido de Romanos 1: "El justo
vive por la fe." Esto fue lo que me ayud. Cuando aprend a
distinguir el Evangelio de la Ley, fue cuando di el gran paso.
Hasta aquel momento, efectivamente, Lutero slo haba
escuchado en la Biblia una voz: la del Dios santo que nos hace conocer, en la Ley, todas sus
exigencias. La frecuentacin asidua de las Escrituras ha hecho ms sensible ahora los odos
espirituales de Lutero; actualmente ya percibe el aire jubiloso del Evangelio que otorga a los
pecadores la buena nueva de la salvacin; ahora comprende que, mucho ms que sus
exigencias, lo que Dios quiere declarar a los hombres es su amor.
De ello puede deducirse cmo lee Lutero la Biblia y cmo se distingue, desde entonces, de
los biblistas y de los sectarios de todos los tiempos. Es verdad que se trata, para l, de
descubrir el sentido de un pasaje particular de la Escritura que concierne a la justicia de Dios.
Pero solamente descubre este sentido a la luz de todo el conjunto del mensaje escripturstico.
La Biblia jams ser para l un arsenal de textos en donde
encontrar armas para defender tal o cual opinin particular. La
Palabra de Dios ser siempre para l una fuerza y una vida, la
misma vida de Cristo, que irrumpe en el mundo de la muerte, que
en l se instala y lo transforma.
La iluminacin que recibe Lutero queda concretada en aquello
que se llama la experiencia de la torre. La fecha concreta del
acontecimiento quedar siempre como un secreto entre Dios y el
combatiente solitario. Se supone que tuviera lugar durante el
invierno de 1512-1513, en una de aquellas largas meditaciones
sobre la Biblia que el monje acostumbraba a realizar en la celda por
l ocupada en la torre del convento negro de Wittenberg. En
todos sus cursos sobre los Salmos (1513-1515), sobre los Glatas
(1516-1517), sobre los Hebreos (1517-1518), y, sobre todo, en su
gran curso sobre la carta a los Romanos, profesado desde
noviembre de 1515 hasta septiembre de 1516, as como en sus
numerosas predicaciones de aquel tiempo, proclama su gran
descubrimiento y canta la dicha de su alma, inmerso en la
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salvacin. Incluso mucho tiempo despus, Lutero encontrar acentos apasionados para
describir aquel momento en que la gracia de Dios le arrebata y le persuade de la salvacin:
Me sent encendido escribe por el deseo de comprender
debidamente un trmino empleado en la carta a los Romanos, en el
primer captulo, donde se dice: "La justicia de Dios ha sido revelada en
el Evangelio," puesto que hasta aquel momento yo pensaba en ello
horrorizado. Yo odiaba el trmino "justicia de Dios," porque el uso
corriente y el empleo que de l hacen habitualmente todos los doctores
me haba acostumbrado a entenderlo en sentido filosfico. Lo entenda
en el sentido de justicia "formal" o "activa," una cualidad divina que
impulsa a Dios a castigar a los pecadores y a los culpables.
A pesar de mi vida irreprochable de monje, me senta pecador a los
ojos de Dios; mi conciencia estaba intranquila hasta el extremo y no tena certeza alguna de
que Dios estuviera aplacado por mis satisfacciones. Adems, yo no poda amar en absoluto a
un Dios as de justo y vengativo. Lo odiaba, y si no blasfemaba en secreto, no por ello dejaba
de indignarme y murmurar violentamente en contra de l, diciendo: "No basta con que nos
condene a la muerte eterna a causa del pecado de nuestros padres y que nos haga padecer
toda la severidad de su ley? Es que, adems, todava tiene que aumentar nuestro tormento
por el Evangelio y encima hacernos proclamar su justicia y su clera?" Estaba fuera de m; en
tanto, mi conciencia se senta trastornada, y relea sin tregua este pasaje de san Pablo en el
ardiente deseo de saber qu haba querido decir el Apstol.
Al fin, Dios tuvo piedad de m. Mientras yo meditaba da y noche y examinaba la lgica de
estas palabras: "La justicia de Dios ha sido revelada en el Evangelio, como est escrito: el
justo vivir por la fe," empec a comprender que la justicia de Dios aqu significa la justicia
que Dios da y por la cual el justo vive, si tiene la fe. El sentido de la frase es, pues, el
siguiente: El Evangelio nos revela la justicia de Dios, pero esta
justicia es la "justicia pasiva" por la cual Dios, en su
misericordia, nos justifica por medio de la fe... De pronto me
sent como renacer, y me pareci haber entrado por unas
puertas abiertas de par en par en el mismo Paraso. Desde
aquel momento, la Escritura toda tom para m un aspecto
nuevo. Recorr los textos segn mi memoria me los iba
presentando y observ otros trminos que convena explicar de
una manera anloga... el poder de Dios que nos da su fuerza,
la sabidura que nos hace sabios, la salvacin, la gloria de Dios.
Cuanto haba detestado este trmino de justicia de Dios, tanto
ahora lo amaba, lo acariciaba como palabra suavsima, y, de
este modo, aquel pasaje de san Pablo se convirti para m en la
puerta del paraso.
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Aparentemente, lo hemos visto, el descubrimiento de Lutero nos lleva nicamente a la
exgesis del trmino bblico de justicia de Dios. Captando el mensaje bblico en su centro,
Lutero comprendi que, en el Evangelio, aquel trmino no designa la justicia que Dios reclama
del hombre ni la condenacin que ste debe padecer; designa, en cambio, la justicia que Dios
funda en la muerte de su Hijo y que otorga al pecador que cautiva por la fe.
El descubrimiento de Lutero supera, pues, hasta el infinito los lmites de un problema de
terminologa bblica. Se trata de toda la teologa; toda la predicacin de la Iglesia se halla
trastornada, y, con ella, todo el concepto que aquella Iglesia se haca tanto de Dios como de la
vida cristiana. La predicacin, el catecismo y la liturgia haban llevado a la visin de un Dios-
juez, que exige, que reclama. Observar su Ley era el nico objetivo que convena alcanzar y,
en su impotencia por observar esta Ley, Lutero haba topado con la espada flameante de la
justicia divina que le cerraba el camino de la salvacin. He aqu que la Palabra de vida
acababa de aportar al corazn de Lutero una nueva realidad. El Dios del Evangelio no es
ciertamente un Dios que reclama; ante todo y esencialmente es un Dios que da y que se da.
Ms todava que un juez amenazador, el Dios de Jesucristo
es un Padre que nos ama. Su designio eterno no es el de
hacernos morir; quiere hacernos vivir dndonos su vida.
Cierto, la Ley permanece, absoluta e intangible. Pero hay
alguien distinto a nosotros, Jesucristo, el propio Hijo de
Dios, quien ha satisfecho las exigencias de la Ley; ha
pagado sobre la Cruz, en lugar nuestro y por nosotros,
toda la deuda de nuestro pecado. Dios nos imputa su
justicia; quedamos justificados gratuitamente gracias a la
muerte de Jess.
Comparados con este Evangelio, Lutero reconoce la
locura de todos sus pensamientos y problemas pasados.
Tena horror al tormento infernal que l sufra y en el cual
vea la seal de su reprobacin. Pero estaba equivocado.
En el espanto de la experiencia abominable, Dios no estaba
lejos; no estaba ausente; al contrario, estaba actuando;
haba colocado su mano sobre Lutero, no para condenarle,
sino para salvarle. Puesto que, a fin de cuentas,
conducindole a la desesperacin por sus exigencias absolutas, Dios no tena otra finalidad
que preparar a Lutero para la fe. No quera en absoluto infligirle la muerte eterna; slo quera
matar el orgullo de aquel monje que pretenda salvarse a s mismo. Aquel a quien quiero yo
ayudar, dice Dios al alma, aquel a quien yo quiero hacer dichoso, rico y piadoso, lo reduzco
primero a la nada. Mas vosotros no queris endurecer el trato al que yo os someto. Cmo
podra yo entonces ayudaros? Qu ms puedo hacer?... Y el alma responde: Siento mucho no
haberlo comprendido y haber rechazado tu accin salvadora. Estas lneas, extradas de una
predicacin que Lutero pronunciara en 1517, acerca del Padrenuestro, nos comunican el eco
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fiel de su propia experiencia. Y, en su comentario sobre la carta a los Romanos, pensando ms
particularmente en sus reacciones desesperadas ante la predestinacin, escribe: Si alguien
viviera en la angustia intolerable de no ser elegido, que agradezca esta angustia, y que se
alegre de ella, porque puede tener entera confianza. No ha dicho Dios que no va a desdear
un corazn contrito y compungido? Ahora bien, este hombre siente que su mismo corazn
est destrozado. Debe, por tanto, acercarse valientemente a este Dios cuyas promesas no
engaan, y ser salvado y elegido.
S, Lutero se equivoc al tomar por una prueba de la reprobacin divina lo que no era sino
un signo de su amor. Y tambin se equivoc al querer conquistar el cielo con sus propias
fuerzas. Este camino est cerrado irremisiblemente. El hombre no puede superarse a s
mismo; no puede llegar a la santidad ni, en consecuencia, decirle a Dios: T me debes la
salvacin. Pero se nos abre otro camino indicado por el Evangelio. El camino que ha trazado
el mismo Dios abajndose hasta nosotros, entrando en el mundo, hacindose uno de nosotros
por medio de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Y este camino, despus, ha
quedado abierto. Dios ya no se ha alejado de nosotros. Por la Palabra y por los sacramentos,
Dios sigue dndonos, cada da, su justicia y su gracia.
Lutero se equivoc, por tanto tambin, al querer
acumular todas sus obras. Dios no vende, sino que da la
salvacin. Pretender contribuir a ella resulta una locura y
un crimen, porque, precisamente, en Jesucristo, Dios ha
puesto su gloria completa y pagada del todo para poder
drnoslo todo. Y Lutero se equivoc al replegarse en s
mismo. En s mismo no poda encontrar ms que
vergenza, condenacin, incertidumbre y pecado. La
salvacin est fuera del hombre; est en Dios, en el Dios
fiel que no engaa jams. Basta acercarse a l por la fe
para tener con seguridad el beneficio de sus promesas.
Lutero se equivoc, en fin, al imaginarse que, para
comparecer ante Dios, el hombre deba, de antemano,
llegar a ser santo y perfecto. Si esto fuera verdad, ningn
hombre podra jams encontrarse con Dios sin morir.
Felizmente, sin embargo, toda la Escritura clama
repentinamente a los odos del monje angustiado con
esta nueva paradjica y dichosa: Dios levanta a los dbiles y su gloria consiste en salvar a los
pecadores. S, Lutero se equivoc en todos los puntos, menos en uno. No se equivoc al
obstinarse en la lucha y al rechazar todas las componendas [transacciones o arreglos
inmorales y censurables], hasta el punto de reservarse y entregarse enteramente a un Dios
que es, al mismo tiempo, juez y, sobre todo, Padre.
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En adelante, habindose encontrado el verdadero lugar para Dios y para el hombre, la vida
cristiana se abre ya radiante ante los ojos de Lutero. El clima de esta vida, el aire que respira
es la fe. Una fe que no es, ciertamente, una creencia intelectual ni una conviccin filosfica o
dogmtica. Una fe que es una confianza ilimitada en este Dios que nos ama.
A decir verdad, el cristiano permanece siempre pecador y, por ello, siempre merece la
muerte. Con todo, que no se rebele en contra de este horrible veredicto! Al contrario, que
ceda delante de Dios y confiese: el Seor tiene razn! Que acepte el juicio de Dios en la
penitencia, la humillacin, el sufrimiento y la lucha cotidiana. Entonces podr, por la fe,
alcanzar el don de la justicia divina y entrar en la vida nueva que el Seor quiere regalarle.
Absorbido continuamente en el perdn, el pecado, siempre presente, ha dejado de dominar en
el corazn del creyente. Espontneamente, los frutos del Espritu reemplazan las obras de la
criatura perversa a quien la Ley era incapaz de corregir. En adelante, aquello que gua a los
fieles es el amor de Dios: Aquellos que aman a Dios hacen el bien sin clculos y con alegra,
slo para agradarle y no para obtener en recompensa cosa
alguna, sea espiritual o material. Mas no es, ciertamente,
el corazn natural el que inspira estas disposiciones.
Solamente Dios puede crearlas en nosotros por medio de
su gracia.
De este modo, un cambio completo se haba operado
en el pensamiento y en la vida de Lutero. Al descubrir el
amor de Dios, haba descubierto el Evangelio resumido en
aquella clebre frmula: el pecador es justificado slo por
la gracia por medio de la fe. Aquella revelacin representa
para l como un nuevo nacimiento. Despus de un largo
caminar en la noche, a travs de pruebas infernales, acaba
como de resucitar. Una gran paz y una dicha indecible
toman posesin de su alma. Se siente verdaderamente
consolado; Dios est con l y a favor suyo. No reniega
ciertamente de su pasado. En el camino que ha recorrido
reconoce ahora, agradecido, la misteriosa intervencin del Seor: Nosotros siempre
comprendemos lo que hacemos antes de haberlo hecho, dice en el curso acerca de la carta a
los Romanos. Pero lo que Dios hace, solamente lo comprendemos una vez l ha realizado su
obra.
Lutero se halla liberado. Liberado de s mismo y de su tormento personal, dispuesto a
presentarse, en adelante, como testimonio de la gracia en la historia. Sus ojos, abiertos a
Dios, se han abierto tambin, al mismo tiempo, a los sufrimientos de los hombres. Sus
conversaciones, sus cursos, sus predicaciones, y las confesiones que recibe le demuestran
que, junto a l, millares de almas llevan, con menos vehemencia, sin duda, el combate que l
ha llevado. El pensamiento de la muerte les atormenta; la idea obsesiva de la salvacin les
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angustia. Se sienten fatigados de una teologa que diseca la gracia, y cansados de una Iglesia
que pretende administrarla e infundirla. Una piedad mecnica y supersticiosa ha sido, por as
decir, su nico refugio. Inconcientemente, sin saberlo, esperan aquello mismo que Lutero ha
encontrado, aquel contacto ntimo y directo del hombre con Dios, aquella fe que da la
seguridad de la salvacin. Ser necesario que Lutero predique el Evangelio puro y que
consuele a sus hermanos con la buena nueva que a l le ha consolado. Y, si la Iglesia, cegada,
no quiere saber nada de aquel tesoro encontrado, ser realmente necesario que emprenda la
reforma religiosa para la cual Dios lo ha suscitado.
Toda la obra de Lutero slo puede comprenderse a la luz
de su propio descubrimiento y de su preocupacin por la
salvacin de los dems. Es por esto por lo que es una obra
esencialmente religiosa, incluso doctrinal y fundada en la
predicacin de la Palabra. Slo ser verdaderamente
sacerdote y verdaderamente pastor proclama Lutero
aquel que, predicando al pueblo la Palabra de verdad, se
har el ngel anunciador del Dios de los ejrcitos y heraldo
de la divinidad. La Reforma luterana no tiene nada de
prejuicio revolucionario, ni de rebelin sistemtica en contra de la autoridad, ni de aficin
enfermiza por las modas ni las innovaciones teolgicas. Brota de la experiencia viva y personal
de un hombre que ha redescubierto el Evangelio y que debe ahora proclamar para los dems
la bendicin, la paz y la dicha que l ha encontrado. La Reforma luterana esencialmente es un
asunto de cura de almas. Un asunto de cura de almas, es cierto, que llevar muy lejos.
___________________________________________________________________________________________
2. En 1520-1521, Lutero escribi y public su comentario sobre el canto de Mara que aparece
en Lucas 1:46-55, conocido como el Magnificat. Con este escrito, Lutero quiso cuestionar la
manera en que se interpretaba a Mara dentro de la tradicin catlicorromana, como si
hubiera sido elegida por Dios para ser madre de su Hijo por sus propios mritos. Insiste
ms bien que Mara fue escogida precisamente por su bajeza y humildad, y porque no tena
ningn mrito. Lee la siguiente seleccin de esta obra para entender mejor el concepto de
Dios que tena Lutero. La seleccin viene de Lutero: Obras, Egido, Tefanes, 3a. ed.
(Salamanca: Sgueme, 2001), pp. 177-82, 185-86, 188). ___________________________________________________________________________________________
Para la ordenada comprensin de este sagrado cntico, es preciso tener en cuenta que la
bienaventurada virgen Mara habla en fuerza de una experiencia peculiar por la que el Espritu
santo la ha iluminado y adoctrinado. Porque es imposible entender correctamente la palabra
de Dios, si no es por mediacin del Espritu santo. Ahora bien, nadie puede poseer esta gracia
del Espritu santo, si no es quien la experimenta, la prueba, la siente. Y es en esta experiencia
en la que el Espritu santo ensea, como en su escuela ms adecuada; fuera de ella, nada se
aprende que no sea apariencia, palabra hueca y charlatanera. Pues bien, precisamente
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porque la santa Virgen ha experimentado en s misma que Dios le ha hecho maravillas, a
pesar de ser ella tan poca cosa, tan insignificante, tan pobre y despreciada, ha recibido del
Espritu santo el don precioso y la sabidura de que Dios es un seor que no hace ms que
ensalzar al que est bajado, bajar al encumbrado y, en pocas palabras, quebrar lo que est
hecho y hacer lo que est roto.
Porque lo mismo que al comienzo de la creacin hizo el mundo de la nada (por eso se
llama creador y omnipotente), de la misma forma seguir actuando hasta el final de los
tiempos de tal suerte, que lo inexistente, lo insignificante, lo menospreciado, lo miserable y lo
que est muerto lo trueca l en algo precioso, honorable, dichoso y viviente. Y por el
contrario, todo lo precioso, honrado, dichoso y viviente lo trasforma en nonada, pequeez, en
despreciado, miserable y perecedero. Ninguna criatura puede obrar de esta suerte, le resulta
imposible crear algo de la nada. Por eso, la mirada de sus ojos se dirige slo hacia abajo, no
se eleva hacia arriba, como dice Daniel: Ests sentado sobre los querubines, y miras hacia lo
profundo del abismo (Dan 3:55); y el Salmo 137: Dios es el ms excelso, mira hacia abajo y
se fija en los pequeos, a los elevados los conoce de lejos (Sal 138:6); lo mismo en el Salmo
111: Dnde hay un Dios semejante al nuestro, que se est sentado en las alturas y que, sin
embargo, mira hacia abajo, sobre los humildes del cielo y de la tierra? (Sal 113:5-6). Y es
que el Altsimo no tiene nada por encima de s mismo: por eso no puede mirar hacia arriba;
como nadie hay que sea igual a l, tampoco
puede mirar en torno suyo. Por eso slo
puede dirigir sus ojos o hacia s o hacia abajo,
y cuanto ms bajo se encuentre uno en
relacin con l, tanto mejor lo ve.
A pesar de todo, el mundo y los ojos
humanos obran absurdamente; slo miran
hacia arriba, quieren subir ms y ms, como
est escrito en los Proverbios (cap. 30): Es
ste un pueblo de ojos altivos, cuyos
prpados se dirigen hacia arriba (Prov
30:13). Esto puede ser comprobado a base de
la experiencia de todos los das: cmo lucha
todo el mundo por ascender, por el honor, por el poder, la riqueza, el arte, el bienvivir y por
cuanto hay de grande y elevado. Todo el mundo se empea en estar pendiente de las
personas de este estilo, se las busca, se las sirve con gusto, porque todos quieren participar
de su rango; no en vano la sagrada Escritura reserva el ttulo de piadosos a tan escasos reyes
y prncipes. Por el contrario, nadie quiere mirar hacia abajo, todos apartan los ojos de donde
hay pobreza, oprobio, indigencia, miseria y angustia; se evita a las gentes as, se las huye, se
escapa uno de ellas, y a nadie se le ocurre ayudarlas, asistirlas, echarles una mano para que
se tornen en algo: as se ven obligadas a seguir abajo, entre los pequeos y menospreciados.
Entre los humanos no hay ningn creador que est dispuesto a hacer algo de la nada, a pesar
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de que san Pablo (Rom 12) escriba y ensee: Queridos hermanos, no hagis caso de las
cosas elevadas sino de las humildes (Rom 12:16).
Dios es el nico en mirar hacia lo de abajo, hacia lo menesteroso y msero, y est cerca de
los que se encuentran en lo profundo, como dice Pedro: Resiste a los altivos y se muestra
gracioso con los humildes (1 Ped 5:3). De aqu es de donde surge el amor y la alabanza de
Dios. Nadie podra alabar a Dios si antes no le hubiere amado, ni nadie le puede amar si no le
conoce de la forma mejor y ms suave; la nica forma de conocerle as es a travs de las
obras que manifiesta en nosotros y que sentimos y experimentamos. Donde se ha llegado a
experimentar cmo hay un Dios que dirige su mirada hacia abajo y que ayuda slo a los
pobres, a los despreciados, a los miserables, a los desventurados, a los abandonados y a los
que no son nada, all es donde se le ama de corazn, donde el corazn sobreabunda de gozo,
exulta y salta en vista de la complacencia con que Dios le ha
regalado, y donde el Espritu santo en un instante y por experiencia
ha enseado esta ciencia, este deleite sobreabundante.
Por eso nos ha sometido Dios a todos a la muerte y ha regalado a
sus amadsimos hijos y cristianos la cruz de Cristo, juntamente con
innumerables sufrimientos y necesidades; permite a veces hasta que
se caiga en el pecado para tener que mirar l con frecuencia a los
abismos, para ayudar a muchos, para obrar incontables cosas, para
manifestarse como creador verdadero; para que se le pueda conocer,
amar y alabar precisamente en lo que el mundo, por desgracia y por
su altanera mirada, le resiste sin cesar, estorbando su visin, su
obrar, su ayuda, reconocimiento, amor y alabanza. Al arrebatar a
Dios honor tal, se est robando uno a s mismo la alegra, el gozo y
la felicidad que acarrea.
Este es el motivo por el que ha arrojado incluso a su nico,
queridsimo hijo, Cristo, a las simas de la miseria y por el que muestra en l maravillosamente
su mirar, su hacer, su ayuda, su forma de ser, su consejo, su voluntad, as como la finalidad
que todo esto entraa. Por eso la vida de Cristo es una eterna pletrica experiencia de esta
confesin, de este amor y de esta alabanza de Dios, como dice el Salmo 15: Le has colmado
de alegra delante de tu rostro (Sal 21:7); es decir, que l te ve y te conoce. Sobre lo mismo
dice tambin el Salmo 44 que lo nico que tienen que hacer todos los santos en el cielo es
alabar a Dios, porque se ha fijado en su bajeza y as se ha tornado visible, amable y loable
para todos (Sal 45:18)...
Estas palabras [de Mara, Mi alma glorifica a Dios, mi Seor] brotan de un ardor
inflamado y de un gozo desbordante, en el que bullen todas sus facultades, toda su vida, y
que exulta en su espritu. Por eso no dice yo ensalzo a Dios, sino mi alma; como si
quisiera expresar: mi vida, todos mis sentidos, se ciernen en el amor, alabanza y gozo
divinos con tal intensidad, que me siento arrastrada a alabar a Dios con fuerza superior a las
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mas. Esto es lo que exactamente sucede con quienes han gustado
la dulzura y el espritu de Dios: sienten ms de lo que les es posible
expresar, puesto que el alabar gozosamente a Dios no es obra
humana, sino una pasin alegre, una operacin divina inefable, slo
cognoscible desde la experiencia personal, como dice David en el
Salmo 3: Gustad y ved qu bueno es el Seor; dichoso el hombre
que a l se confa (Sal 34:9). En primer lugar se habla de gustar, y
despus viene el ver, por la sencilla razn de que no es posible llegar
a este conocimiento sin la experiencia y la sensacin peculiares que
slo puede alcanzar quien, en lo profundo de su indigencia, confa en
Dios de todo corazn. Por este motivo se aade enseguida: Dichoso
el hombre que confa en Dios, porque entonces este hombre experimentar dentro de s la
obra de Dios y de esta forma llegar a esa dulzura sensible y, a travs de ella, a la
comprensin e inteligencia completas...
La nica fuente de paz consiste en ensear que ninguna obra, ninguna observancia
exterior, sino slo la fe, es decir, la firme esperanza en la invisible gracia que Dios nos ha
prometido, acarrea la piedad, la justificacin y la santidad. Sobre el particular he tratado con
amplitud en mi Sobre la buenas obras. Donde falta la fe, ya podemos acumular obras, que
slo se har presente all la discordia, la desunin, sin que quepa lugar para Dios. Que por eso
san Pablo no se contenta con decir que vuestro espritu, vuestra alma, etc., sino que dice
todo vuestro espritu, en el que est todo incluido. Echa mano aqu el apstol de una
estupenda expresin griega: t jolkleron pnema jymn, que significa: vuestro espritu,
dueo de toda la herencia; como si quisiera expresar: No os dejis seducir por ninguna
doctrina de obras; slo el espritu que cree es dueo de todo, puesto que todo depende
nicamente de la fe del espritu. Ruego a Dios se digne protegeros de los falsos maestros,
empeados en alcanzar la confianza de Dios a travs de las obras; estn equivocados, al no
respaldar tal confianza exclusivamente en la gracia de Dios ...
En efecto, no podemos exaltar a Dios en su naturaleza, que es
inmutable, sino en lo que conocemos y experimentamos, es decir,
cuando le estimamos excelso, cuando le juzgamos grande antes
que nada por su gracia y por su bondad. Por eso la santa madre
no dice mi voz o mi boca o mi mano, ni tampoco mi
pensamiento, mi razn o mi voluntad glorifican al Seor (ya que
hay muchos de esos que alaban a Dios en voz alta, que predican
con palabras exquisitas, que lanzan discursos, disputan, escriben
sobre l, que le pintan; muchos que discurren y que, apoyados en
la razn, tratan y especulan sobre l; muchos que le ensalzan con
devocin y voluntad falseadas); sino que canta mi alma le
glorifica. Lo que equivale a decir: mi vida entera, todos mis
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movimientos, sentidos, potencias le ensalzan sobremanera. De suerte que Mara, extasiada en
l, se siente asumida en su graciosa y buena voluntad, como lo demuestra el versculo
siguiente. Es lo mismo que nos sucede a nosotros cuando alguien nos ha hecho algn
beneficio extraordinario; toda nuestra vida se siente impulsada hacia l y decimos: Oh, le
estimo tanto!, que es igual que decir mi alma le glorifica. Pues mucho mayor ser este
sentimiento cuando experimentemos la bondad divina, tan inconmesurable en sus obras, que
nos parece que todas las palabras, los pensamientos todos, resultan poca cosa. La vida, el
alma enteras se sienten arrastradas como si todo lo que alienta en nosotros quisiera cantar y
decir con gozo estas cosas.
[Comentando la frase Porque se ha fijado en la bajeza (Latn: humilitas) de su sierva:]
De esta palabra humilitas deducimos con evidencia que la virgen Mara fue una muchacha
menospreciada, insignificante y sin apariencia, y que precisamente por eso sirvi a Dios, sin
advertir que l tena en tanto aprecio su baja condicin. Esto tiene que consolarnos, puesto
que, a pesar de que nos veamos rebajados y despreciados, no debemos desalentarnos
pensando que Dios est enojado con nosotros. Al
contrario: tiene que constituir un motivo an mayor
para afianzar nuestra esperanza en la concesin de
su gracia. Tenemos que estar alerta slo contra el
peligro de no aceptar con suficiente resignacin y
agrado esta humillacin, no vaya a ser que el ojo
malvado se abra demasiado y nos induzca al error
de la bsqueda disimulada de encumbramiento o de
nuestra propia satisfaccin, lo que equivaldra a
desbaratar la humildad.
De qu sirve a los condenados que hayan sido
arrojados al ms abismal abatimiento, si estn all
contra su gusto y contra su voluntad? Y en qu se
perjudican los ngeles por haber sido encumbrados a
las mayores alturas si se aferran a ello con una complacencia errada? En pocas palabras: este
versculo nos ensea a conocer a Dios como es debido, al mostrarnos que l dirige su mirada
hacia los humildes y despreciados. Conoce rectamente a Dios quien sabe que se fija en los
humildes, como hemos dicho ya. Del conocimiento brota el amor y la confianza divinos, de
forma que el hombre se entrega a l voluntariamente y le sigue.
Dice Jeremas a este propsito: Que nadie se glore de su fuerza, de su riqueza ni de su
sabidura; que el que se alaba, se alabe en tener seso y conocerme (Jer 9:22-23). Que es lo
mismo que ensea san Pablo (2 Cor 10): El que se glora, que se glore en Dios (2 Cor
10:17).
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Y as la madre de Dios, despus que ha ensalzado a su Dios y salvador con espritu sencillo
y justo, sin haberse apropiado ninguno de sus bienes, y despus de haber cantado, por tanto,
rectamente su bondad, procede a la alabanza ordenada de sus obras y de sus bondades.
Porque, como queda dicho, no debe abalanzarse uno sobre los bienes de Dios y
arrebatrselos; lo que hay que hacer es elevarse hacia l a travs de ellos, estar pendientes
slo de l, estimar en mucho su bondad. Y entonces, alabarle en sus obras, por las que nos ha
mostrado cmo amar su bondad, cmo confiar en ella y loarla, ya que las obras no son ms
que un estupendo motivo para amar y alabar su pura bondad, que es la que reina sobre
nosotros.
Por lo que se refiere a Mara, empieza por s misma y canta lo que Dios ha realizado en
ella. Dos cosas nos ensea con esto. Primero, que hay que atender a lo que Dios hace con uno
antes de considerar lo que hace con los dems. La felicidad no depende de lo que Dios hace a
los otros, sino de lo que realiza contigo. Por este motivo (Jn 21) Cristo respondi a Pedro: y
a ti qu te importa?, t sgueme, cuando le pregunt en relacin con Juan: Y ste qu?
(Jn 21:21). Como si quisiera decir: las obras de Juan no te van a servir para nada; debes
fijarte en ti y esperar lo que a m me plazca hacerte. A pesar de todo, domina hoy en el
mundo un abominable abuso en el reparto y venta de las buenas obras: algunos espritus
presuntuosos se empean en ayudar a los dems, en particular a quienes viven o mueren sin
un caudal personal de obras de Dios, como si a ellos les sobrasen buenas obras. San Pablo
dice con toda claridad (1 Cor 3): Cada cual recibir el salario proporcionado a su trabajo (1
Co 3:8), y no segn el trabajo del vecino...
Mara confiesa que la primera obra que Dios ha realizado
en ella ha sido la de mirarla. Es la mayor, en efecto, ya que las
restantes dependen y dimanan de ella. En realidad, cuando
Dios vuelve su rostro hacia alguien para mirarle, all se est
registrando gracia pura, felicidad, y de ello se siguen todos los
dones y todas las obras. As leemos en el captulo cuarto del
Gnesis que Dios se fij en Abel y en su sacrificio (Gn 4:5),
pero que no mir a Can ni a su ofrenda. Por eso nos
explicamos que en el salterio sea corriente la splica de que
Dios vuelva a nosotros sus ojos, que no se esconda, que se
digne iluminarnos y otros ruegos similares. La misma Mara
nos atestigua que valoraba sta como la mayor de las obras, al
decir a propsito de esta mirada: He aqu que me dirn
bienaventurada las generaciones.
Fjate bien en las palabras! No afirma que se dirn muchas cosas buenas de ella, que se
celebrar su virtud, que ensalzarn su virginidad o su humildad, ni que se entonar alguna
cancin sobre sus acciones, sino slo que Dios la ha mirado y que, por ello, la llamarn
bienaventurada. Imposible honrar a Dios con mayor pureza. Por eso seala este mirar, y dice
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ecce enim ex hoc (he aqu que a partir de ahora me dirn bienaventurada, etc.), o sea, ser
llamada dichosa desde el momento en que Dios se ha fijado en mi bajeza. Con esto, no es ella
la alabada, sino la gracia que Dios le ha derramado. Ms exactamente: es despreciada Mara,
y se desprecia a s misma, al decir que Dios ha mirado su nada. Este es el motivo por el que
proclama su dicha antes de enumerar lo que Dios ha realizado con ella, atribuyendo todo a la
mirada divina sobre su bajeza.
___________________________________________________________________________________________
3. Lee el siguiente sermn de Lutero, predicado el 21 de diciembre de 1516 (Da de Santo
Toms Apstol), titulado La obra propia de Dios y su obra extraa (Obras de Martn
Lutero, Tomo XIX [Buenos Aires: Publicaciones El Escudo, 1983], pp. 177-84). En el video
para esta unidad, se menciona esta distincin. Segn Lutero, la obra extraa (u obra
ajena) de Dios es llevarnos a desesperar de nosotros mismos por medio de su ley y su ira,
para luego llevarnos a creer y confiar slo en l por medio del evangelio (su obra propia).
Esta lectura tambin explica bien la forma en que distingue entre ley y evangelio. ___________________________________________________________________________________________
LA OBRA PROPIA DE DIOS Y SU OBRA EXTRAA
Texto: Salmo 19:1. Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de
sus manos.
1. El evangelio es, propiamente, el anuncio de la gloria de
Dios.
El evangelio no es otra cosa que el anunciamiento de las
obras de Dios. En efecto: el evangelio anuncia o predica lo
que Dios hace, y por esto mismo predica su gloria; porque
al contar las obras de Dios, por cierto glorifica a Dios. Pues
la gloria y la alabanza de Dios es precisamente esto: el
relato que los predicadores hacen del poder y de las obras
del Seor. De esto sigue como lgica consecuencia que los
cielos reprueban y reprenden el glorificarse de parte de los
hombres, y que hacen callar las obras hechas por manos
humanas, como leemos en el Salmo 16: "Mi boca no habla
las obras de los hombres." Por qu? Porque la gloria de
Dios nos hace entender que la gloria de los hombres es vanidad, y hasta ignominia; y las
obras de Dios indican y demuestran que las obras de los hombres, de las cuales stos se
gloriaban como si fueran obras buenas, rectas, sabias y tiles, no tienen valor alguno, antes,
bien, son pecados. Pues las obras son la base de la alabanza y de la gloria; as que, destruida
la base, queda destruido tambin el edificio que en ella se apoyaba. As es que el evangelio, al
predicar la gloria de Dios, revela la ignominia de los hombres, y al hacer manifiestas las obras
de Dios, pone en evidencia la desidia de los hombres y su pecaminosidad.
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2. Este anuncio no puede sino desagradar al hombre orgulloso de su propia perfeccin.
Mas tanto lo uno como lo otro indigna al mximo al hombre, que en su soberbia no puede
tolerar que sus obras, en las cuales se deleitaba y de las cuales se gloriaba ante s mismo
porque las crea justas y sin tacha, que estas obras sean tildadas de viciadas y hasta
ignominiosas, como se dice en el Libro de la Sabidura captulo 2: "El justo se aparta de
nuestro camino como de impureza." Por tal motivo, al or esta predicacin, el hombre "se
irrita, y luego cruje los dientes, y se consume." As, la gloria de Dios suscita en los hombres ira
y envidia; la gracia provoca indignacin; la misericordia, crueldad; la compasin, un actuar
tirnico; la salvacin, perdicin; y el bien llega a ser directamente la causa del mal. A quin
no le habra de extraar esto? Sin embargo, tambin el sol al salir hiere los ojos de las
lechuzas, y el vino mata a los que tienen fiebre.
3. Por esto es necesaria, adems de la obra propia de Dios, tambin su obra extraa.
Para entender todo esto ms claramente, es preciso saber qu es la obra de Dios. No es
otra cosa que obrar justicia, paz, misericordia, verdad, afabilidad, bondad, gozo y salvacin;
porque el justo, el veraz, el sosegado, el bueno, el alegre, el salvado, el afable, el
misericordioso, no puede obrar de otra manera: sta es ahora su manera natural de obrar. Es,
pues, la obra de Dios convertir a los hombres en justos, pacficos, amables, misericordiosos,
veraces, benignos, alegres, sabios, salvos, etctera. stas son obras de sus manos o hechura
suya, como afirma el Salmo 110: "Gloria y
magnificencia es su obra," es decir, la alabanza y la
hermosura, o la gloria y el resplandor, es la obra de
Dios. Obra de Dios es todo lo encomiable, todo lo que
es de hermosura perfecta sin la menor mancha de
vicio, como leemos tambin en el Salmo 95: "Gloria y
hermosura estn ante l, santidad y majestad en su
santuario," es decir, en su iglesia. Por lo tanto, los
"hechos" de Dios son las personas justas, los cristianos,
nueva hechura suya; las "obras" en cambio son,
propiamente, la justicia, la verdad, etctera, que Dios
obra en aquellas hechuras suyas, como lo expresa el
Salmo: "Anunciaron las obras de Dios y entendieron sus
hechos," mejor dicho, hicieron que se los entendiera, y
adems: "Porque no entendieron las obras del Seor ni
las obras de sus manos."
Sin embargo, esta obra que le es propia, Dios no la puede realizar a menos que efecte
adems una obra que le es extraa y contraria, segn Isaas 28: "Su obra es extraa, a fin de
que haga su obra propia." La obra extraa empero es hacer aparecer a los hombres como
pecadores, injustos, mentirosos, tristes, necios y perdidos. No que en realidad el mismo Dios
los convierta en tales; pero como la soberbia de los hombres se resiste con tanta tenacidad a
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que se los llame pecadores, etctera, y a admitir que efectivamente lo son, Dios emplea
medidas ms rigurosas y recurre a esa obra "extraa" para evidenciar que los hombres son,
de hecho, pecadores, para que as lleguen a ser en los ojos de ellos mismos lo que son ante
los ojos de Dios. Por lo tanto, como Dios no puede hacer justos sino a los que de suyo no lo
son, es preciso que anteponga a su obra propia de la justificacin la obra extraa, vale decir,
que convierta a los hombres en pecadores.
As dice el Seor: "Yo har morir, y yo har vivir; yo herir, y yo sanar." A esta obra
extraa empero, que es la muerte de Cristo en la cruz, y la consiguiente muerte de nuestro
viejo Adn, le profesan el odio ms vehemente todos aquellos que se tienen a s mismos por
justos, sabios e importantes. Pues no quieren que se desprecien sus virtudes ni que se las
considere necias y malas; es decir, no quieren que se d
muerte a su viejo Adn. Por esto tampoco avanzan hasta la
obra propia de Dios, que es la justificacin o sea la
resurreccin de Cristo. La obra extraa de Dios son, por
ende, los sufrimientos de Cristo y lo que uno sufre en
Cristo, la crucifixin de la carne y la mortificacin del viejo
Adn; su obra propia en cambio es la resurreccin de
Cristo y la justificacin en el Espritu, la vivificacin del
hombre nuevo, como est escrito en Romanos captulo 4:
"Cristo fue muerto a causa de nuestros pecados y resucit
a causa de nuestra justificacin. As que aquella
conformidad a la imagen del Hijo de Dios incluye ambas
obras, la propia y la extraa. Esto es lo que dije hace poco
al hablar de Juan Bautista y del evangelio, del cual Juan es
una figura personificada.
4. Como es doble la obra de Dios, lo es tambin la funcin del evangelio.
Mas as como la obra de Dios es doble, a saber, propia y extraa, as tambin es doble la
funcin del evangelio. La funcin propia del evangelio es anunciar la obra propia de Dios, es
decir, su gracia, por la cual el Padre de las misericordias, deponiendo toda su ira, confiere a
todos los hombres, en forma enteramente gratuita, paz, justicia y verdad. De ah, pues, que el
evangelio se llame bueno, gozoso, dulce, amigo, ya que quien lo oye no puede sino llenarse
de gozo. Esto empero sucede cuando a las conciencias sumidas en la tristeza se les anuncia el
perdn de los pecados. Entonces se produce lo que est escrito en el captulo 10 de Romanos:
"Cun hermosos," es decir, cun amables, agradables, deseables, "son los pies de los
evangelizantes" (como dice la voz hebrea), o sea, de los que traen una noticia buena y grata,
"de los que anuncian la paz," la paz, no la ley, no las amenazas de la ley, no lo que nosotros
tenemos que cumplir y hacer, sino el perdn de los pecados, la paz de la conciencia, la
seguridad de que la ley ya est cumplida, etctera; "de los que anuncian cosas buenas!" o
gratas, a saber, la dulcsima misericordia de Dios Padre, la noticia de que Cristo es el don de
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Dios para el hombre. En cambio, la obra extraa del evangelio es "preparar al Seor un pueblo
bien dispuesto," esto es: poner de manifiesto los pecados y convencer de su culpabilidad a los
que se crean justos a s mismos, ya que el evangelio dice claramente que "todos son
pecadores, desprovistos de la gracia de Dios."
Esto, sin embargo, parece ser un anuncio psimo, de modo que se podra hablar ms bien
de un "cacangelio" [cacs en griego significa malo; Lutero contrasta la mala noticia con el
evangelio, que significa buena (eu) noticia (angelia)], vale decir, una noticia mala y triste.
Pues as como un hombre agobiado por la tristeza y la desesperacin no puede or nada ms
confortante que cuando se le dice: "S libre y vive," as para los que viven entregados a una
engaosa seguridad no hay nada ms triste que tener que or: "No podrs escapar a la
muerte. De ah que el evangelio tenga un sonido sumamente spero cuando adopta el tono
que le es extrao, y sin embargo es imprescindible que lo haga, para que pueda sonar en el
tono que le es propio.
5. Claro ejemplo de esta doble funcin es la prdica de Juan Bautista.
Aclarmoslo con algunos ejemplos. La ley dice:
"No matars, no hurtars, no cometers adulterio."
Pues bien: los hombres presuntuosos, que se tienen
por justos porque creen que su comportamiento es
irreprochable, y que no cometieron las obras
aquellas mencionadas por la ley, viven muy seguros
y confiados ya que, a su entender, han cumplido con
la ley; no ven en s mismos pecado alguno, pero s
numerosas muestras de su justicia. A los que as
presumen de perfectos, se les acerca el intrprete
de la ley, a saber, el evangelio, y les dice:
"Arrepentos, porque el reino de los cielos se ha acercado." Al decir a todos: "Arrepentos," a
todos sin excepcin los sindica de pecadores, y de esta manera anuncia cosas tristes e
ingratas, siendo por lo tanto un "cacangelio," quiere decir, una mala noticia, el evangelio en
una funcin extraa. Mas cuando aade: "El reino de los cielos se ha acercado": esto es una
buena noticia, una predicacin que causa gozo y alegra: es el evangelio en su funcin propia.
As es como viene Juan, "voz del que clama," en otras palabras: el evangelio, y predica a
todos el bautismo del arrepentimiento, y con ello asevera constantemente que todos tienen
pecados de que arrepentirse.
6. La funcin "extraa" del evangelio produce en los hombres dos efectos opuestos.
Aqu empero se levanta ahora el Seor, como se levant en aquel da en el Monte de las
Divisiones, como se nos relata en el captulo 28 de Isaas. Algunos, en efecto, aceptan las
palabras de Juan como voz del evangelio. Estn convencidos de que aquella triste predicacin
es veraz, y por esto la obedecen, humillados y llenos de temor. Reconocen que ellos son
Martn Lutero y la Reforma de la Iglesia Unidad 2: El Dios que libera contra los dioses falsos
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pecadores en el sentido descrito por Juan; conscientes o no conscientes de serlo, dan ms
crdito a Juan que a s mismos. Y stos ya estn preparados ahora por Juan para ser pueblo
bien dispuesto para el Seor, pueblo escogido; pues estn en condiciones de recibir la gracia
de Dios: tienen hambre y sed de justicia, lloran por consolacin, son pobres en espritu,
mansos, aceptan la direccin divina. Por eso viene a ellos Cristo, el reino de los cielos, que
vino para salvar a los pecadores.
Los dems en cambio, muy conscientes de ser hombres
justos, no dan crdito a la prdica de Juan. Tampoco creen
que aquello de "Arrepentos," tenga algo que ver con ellos.
Muy al contrario; ellos sostienen: "Nosotros somos justos,
desconocemos el pecado, ya estamos en pleno reinado, pues
el reino de los cielos se ha acercado, mejor dicho ha venido
ya hace muchsimo tiempo." Por esto, cuando Juan comienza
a reprenderlos por su dureza de corazn, exclamando:
"Generacin de vboras! Quin os ense a huir de la ira
venidera? Haced, pues, dignos frutos de arrepentimiento!,"
en seguida dicen: "Demonio tiene," por cuanto no slo
insiste en que personas tan rectas y dignas como ellos tienen
pecados, sino que incluso los llama "generacin de vboras,"
peores an que los dems, y les anuncia la ira divina.
Como ellos, son ahora y sern en lo futuro todos los que confan en su propia justicia, los
que desechando el evangelio de Cristo, quieren or el evangelio slo con aplicacin a ellos
mismos, es decir, como buenas nuevas de que ellos son gente justa que hace lo recto.
Asimismo, no quieren or el sonido "extrao" del evangelio, el anuncio de que son pecadores,
faltos de entendimiento; antes bien, creen que el evangelio es falsedad y mentira. Por eso no
hay gente ms irritable que ellos; siempre estn prontos para defenderse a s mismos e
inculpar a los dems, declararse justos a s mismos y juzgar y condenar a otros, y por
aadidura se quejan y protestan por las injurias que supuestamente tienen que padecer a
pesar de ser personas de conducta tan ejemplar.
Sin embargo, Cristo mismo y tambin el apstol Pablo nos ensean cmo se puede probar
que incluso aquellas personas tan perfectas son pecadores, a saber: no cumplen la ley
conforme a su sentido espiritual, pues con toda su aparente rectitud infringen la ley al menos
en su corazn, abrigando pensamientos y deseos pecaminosos. No matan, pero montan en
clera; no hurtan, pero son avaros; no cometen adulterio, pero codician la mujer de su
prjimo, pues sin la gracia de Dios es imposible extirpar la codicia. "Oh hombre miserable que
soy! Quin me librar de este cuerpo de muerte?," exclama Pablo. Y cul es su respuesta?
No dice: "el buen hbito," o "la repeticin frecuente de ciertas obras," sino "la gracia de Dios
por medio de Jesucristo."
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Grabado de Lukas Cranach de la poca de la Reforma ilustrando la ley y la gracia
7. Mediante el entendimiento correcto de ley y evangelio, Dios nos conduce al
arrepentimiento, y finalmente a la victoria.
Por cuanto el evangelio describe el pecado en toda su magnitud dando al mandamiento
divino un sentido ms amplio, de tal modo que nadie puede ser hallado justo y sin trasgresin
de la ley, siendo as que todos estn pecando y han pecadopor tanto, salta a la vista que
todos necesitan el bautismo del arrepentimiento antes de que puedan recibir el bautismo que
confiere perdn de los pecados. Por esto la Escritura no dice simplemente que Juan predic el
bautismo del arrepentimiento, sino que aade: "para perdn de pecados." Esto quiere decir:
por medio de ese bautismo son preparados para la gracia por virtud de la cual se efecta el
perdn de los pecados. Y este
perdn a su vez lo reciben
slo aquellos que sienten un
profundo disgusto hacia sus
pecados; en otras palabras:
los que se arrepienten. Pero
ese disgusto lo sienten
nicamente quienes conocen
sus pecados; y slo los
conocen quienes tienen un
claro entendimiento de lo que
es la ley. Mas la ley nadie la
puede entender ni explicar por
s mismo; es el evangelio el
que nos la hace entender. De
ah la declaracin de Pablo:
"Por medio de la ley se
produce el conocimiento del pecado"; sin la ley, "el pecado estaba muerto." "Mas cuando vino
la ley, el pecado revivi: porque yo no saba que la codicia es pecado, si la ley es decir, la
ley entendida en su sentido espiritual no dijera: No codiciars."
Por lo tanto, la ley es algo excelente, porque pone en claro qu son obras malas, y nos
lleva a conocer nuestra propia miseria, y de esta manera nos impulsa a buscar lo que es
bueno. Pues el comienzo de la salud es conocer la enfermedad, y "el principio de la sabidura
es el temor de Dios." Pero esta misma ley infunde temor, para que el hombre sea curado de
su orgullo al ver que no est guardando la ley como debiera hacerlo, acarrendose as el juicio
de Dios. La gracia de Dios en cambio infunde amor, por el cual el hombre cobra nuevos
nimos al ver que nace y crece en l la voluntad de guardar la ley, y al ver adems que sus
deficiencias en el cumplimiento de la ley son remediadas por la plenitud de Cristo, que Dios
acepta cual si fuera la del hombre, hasta que ste es llevado a la perfeccin plena en los
cielos. As pues, "gracias sean dadas a Dios, que nos ha dado la victoria por medio de
Jesucristo."