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Literatura comparada y ciencia cognoscitiva1
En las últimas dos décadas, como muestra del renovado interés en el área de la ciencia
cognoscitiva dedicada al estudio de la conciencia, tanto la literatura científica como la
literatura filosófica sobre este tema han proliferado al grado que sería difícil abordar la
cuestión haciendo un resumen de la miríada de ideas que se han planteado en torno al
problema de la conciencia.2 El propósito de este texto es doble: en primer lugar, describir
una productiva línea de investigación interdisciplinaria que se ha creado en el Instituto de
Neurobiología en colaboración con el programa de posgrado en Literatura Comparada,
ambos adscritos a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); en segundo
lugar, ofrecer algunas reflexiones sobre la representación de los procesos conscientes y el
papel que un modelo de dicha representación puede desempeñar no sólo en la ciencia
cognoscitiva y la filosofía, sino también en la teoría y la práctica literarias.
Los doctores José Luis Díaz, Reyna Paniagua y Evelyn Díez-Martínez (1998) del
Instituto de Neurobiología de la UNAM trabajan en un proyecto de investigación a través
del cual buscan desarrollar un modelo de análisis de los procesos dinámicos de la
conciencia en los informes en primera persona. Díaz et al. creen en la capacidad de la
conciencia para comunicarse y hacerse presente y consideran que el lenguaje es el medio de
comunicación privilegiado de la experiencia subjetiva. Con base en ello, han empleado de
1 Publicado originalmente en inglés como ”Comparative Literature and Cognitive Science”, en Jean Bessière (ed.) Savoirs et littérature. Literature, the Humanities and the Social Sciences. Presses Sorbonne Nouvelle, Paris, 2002, pp. 187-197. Traducción Antonieta Rosas
2 La notable introducción de Güven Güzeldere en el trabajo colectivo, The Nature of Consciousness (1997), ofrece un buen resumen de las diferentes líneas de pensamiento sobre la conciencia.
1
manera extensiva instrumentos de análisis lingüísticos, en especial aquellos destinados al
análisis del discurso. De particular relevancia a esta investigación ha sido el trabajo del
lingüista William Chafe (1994). Asimismo, Díaz et al. han dado un papel central dentro de
su modelo analítico a ciertos conceptos narratológicos. Stanzel (1984), Genette (1972,
1983) y en especial el trabajo seminal de Dorrit Cohn sobre la representación de la
conciencia en la narrativa (1978) han resultado ser invaluables herramientas analíticas en el
análisis que este equipo de investigadores ha realizado en torno a lo que han llamado el
texto fenomenológico (una relación en primera persona de lo que ocurre en la mente de un
sujeto). Los resultados preliminares de esta investigación han sido publicados en el artículo,
“El texto fenomenológico como objeto de análisis de procesos conscientes” (1998).3 El
3 Lo que sigue es el resumen al inicio del artículo de J. L. Díaz et al., “El texto fenomenológico como objeto de análisis de procesos conscientes” (1998):
Los informes introspectivos en primera persona constituyen la única fuente de información disponi-ble sobre la conciencia. No obstante, a fin de desarrollar y estandarizar las técnicas de análisis de in-formes subjetivos relevantes para la investigación sobre la conciencia, es necesario cumplir con cua-tro requisitos: (1) demostrar su confiabilidad y relevancia, (2) establecer criterios para la selección u obtención de los informes más apropiados, (3) desarrollar un sistema para detectar aquellos elemen-tos que en un texto sean indicativos de procesos conscientes y, finalmente, (4) desarrollar procedi-mientos para representar dichos elementos, su estructura y dinámica con la ayuda de mecanismos formales apropiados. Se propone un método narratológico que cumple con los dos primeros requeri-mientos y criterios.
A pesar de sus obvias limitaciones, puede considerarse que los informes introspectivos ofrecen infor-mación relevante y razonablemente confiable sobre la conciencia. Ya que algunos informes intros-pectivos parecen ser más relevantes y confiables que otros, surge la cuestión de distinguir los unos de los otros. La novela moderna, en los esquemas desarrollados por Proust y Joyce, parece ser la mejor representación de la conciencia que tenemos disponible. A pesar que estos dos ejemplos demuestran la extraordinaria capacidad del lenguaje para evocar estados mentales, el monólogo interior o la psi-conarración empleados en la novela moderna no son del todo apropiados para inferir flujos de con-ciencia reales debido a que se trata de simulaciones.
En algunos monólogos, diarios, autobiografías y soliloquios, el autor(a) expresa estados mentales conscientes directamente desde su conciencia y elimina en gran medida la intención comunicativa. Así, dichas narrativas conservan rasgos más auténticos de experiencia y se vuelven los objetos más adecuados para el análisis de los procesos conscientes. Extractos seleccionados cuidadosamente de los diarios de Virginia Woolf, Anne Frank, Miguel de Unamuno y otros exhiben estas características. Otros escritos relevantes están conformados por transcripciones palabra por palabra de sesiones psi-coterapéuticas o de auto-experimentación. En todos los casos, se puede afirmar que estos representan los informes más fidedignos que existen de estados mentales conscientes y se les llama “textos fenomenológicos”.
Una vez que se selecciona u obtiene un texto fenomenológico apropiado se requiere de un método para analizarlo. Se propone aquí que el texto sea estudiado con algunos de los procedimientos
2
gigantesco potencial de esta colaboración entre ciencia y teoría y práctica literarias me ha
conducido a las siguientes reflexiones.
El problema de la conciencia
Parece que no hay manera de negar que la conciencia, como bien lo dijo Miller (1962), es
un “cúmulo de conceptos” con bordes muy difusos que llevan a crear un objeto de estudio
vago y más bien amorfo. A pesar de ello, este objeto escurridizo y heterogéneo ha sido
racionalizado en dos marcadas direcciones: aquellas de los sentidos transitivos e
intransitivos. Dichas caracterizaciones han dado forma a su vez a los métodos con los que
se estudia la conciencia. Por un lado, en su fase transitiva —o “conciencia de acceso”,
como la denomina Block (1995)— la conciencia se presta a la representación causal. En
una época de imperialismo conductista, ésta fue la única caracterización (y forma de
acceso) seria y, así llamada, “científica” de la conciencia, acompañada de una plétora de
experimentos consistentes en apretar botones, someter a los sujetos de estudio a EEGs,
medir pulsos cardiacos y respuestas galvánicas de la piel, y así sucesivamente. Por otro
lado, en su fase intransitiva, la conciencia es caracterizada como fenoménica, como
fenómeno subjetivo y, afirman algunos, verdaderamente intransitivo; esto es, inefable y,
por ende, incomunicable. La conciencia fenoménica, en particular el carácter subjetivo de la
experiencia, los qualia de la experiencia, no parece encajar en —o aceptar— los métodos
desarrollados por la etología cualitativa, la cual incluye como un requerimiento central un inventario de categorías y un sistema de atribución y muestreo. Para analizar el extracto del diario de un pacien-te de Pierre Janet se utilizaron nueve categorías mentales (sensación, percepción, emoción, pensa-miento, criterio, razonamiento, imagen, recordar, intención).
Una selección cuidadosa de informes en primera persona constituye un conjunto de “textos fenome-nológicos” apropiados para el análisis del proceso y estructura dinámica de la conciencia (14).
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causales de descripción y medición, de ahí la asimetría epistemológica. Güven Güzeldere
afirma que dicha dualidad:
conduce a la noción de perspectividad, algo único al estudio de la conciencia, y a la distinción entre los puntos de vista en primera persona (conciencia intransitiva y fenoménica) y en tercera persona (conciencia transitiva y causal o de acceso). Dicha dualidad de perspectivas respecto a las formas de acceso a la experiencia se manifiesta también ella misma como una dualidad que caracteriza a la conciencia como causal versus fenoménica. Las raíces de este problema son en verdad únicas; ningún otro fenómeno nos brinda dos perspectivas epistémicas a través de las cuales pueda ser estudiado. (27) En mi opinión, el problema se acentúa por una serie de suposiciones
epistemológicas bastante cuestionables. De un lado se encuentra la suposición que los
llamados hechos “objetivos” y “de acceso” no sólo representan a la conciencia causal de
una manera objetiva, sino que incluso nos dan “acceso” a ella, cuando en realidad lo que
hacen los métodos en tercera persona es darnos, a lo más, equivalentes de procesos
conscientes, esto es, equivalentes en comportamientos y acciones físicas. Del otro lado está
la suposición que los qualia son inaccesibles. Esto ignora o resta importancia al “hecho”
evidente del lenguaje como fenómeno intersubjetivo, una función del lenguaje que abre la
posibilidad a lo que yo llamaría qualia intersubjetivos.
Considero que existen demasiados científicos y filósofos que dan por sentado “la
imposibilidad epistémica de acceder a los qualia de otros individuos” (Güzeldere, 25),
como si los llamados hechos de acceso constituyeran un acceso real a la conciencia. Es
cierto que el acceso directo a los qualia de los demás es imposible, en especial si
consideramos otras especies, como lo demuestra Nagel (1997) en su famoso artículo sobre
murciélagos. Sin embargo, aún nos restan las formas de acceso indirectas, verbales,
analógicas y, por ende, imaginativas. Es verdad que no nos conducirán a la conciencia de
los murciélagos, pero si consideramos la enorme cantidad de seres humanos que se
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comunican a través del lenguaje, eso nos daría, como diría Laforgue, “assez d’infini sur la
planche”.
Así, aunque la “conciencia de acceso” no nos permite ningún acceso, sí constituye
una representación, en tanto que todos estos métodos en tercera persona de exploración de
los procesos conscientes recaen en acciones y comportamientos equivalentes y observables.
De la misma forma, los métodos en primera persona, esencialmente la comunicación verbal
e intersubjetiva, también resultan en un equivalente de la conciencia y, básicamente, en una
representación de los procesos conscientes. Si tomamos en cuenta que en ambos casos lo
que obtenemos son representaciones de la conciencia, en vez de acceso directo a ella, ¿por
qué debería el primer método gozar de una validez científica que le es negada al segundo?
En su examen del amplísimo espectro de investigaciones contemporáneas sobre la
conciencia, Güzeldere destaca cinco preguntas principales:
1. ¿cuáles son los medios y mecanismos de la conciencia?
2. ¿dónde se encuentra el locus de la conciencia?
3. ¿quién puede llamarse un sujeto consciente?
4. ¿por qué existe la conciencia y cuál es la función que desempeña en el esquema
general de la vida mental?
5. ¿cómo surge la conciencia o emerge de su estructura sustancial subyacente?
A mi parecer, a estas importantes preguntas otras igualmente cruciales deben ser
añadidas. Preguntas sobre los contenidos y modos de organización; preguntas sobre el
grado de comunicabilidad de los procesos conscientes, el lenguaje y la formación de éste;
preguntas que traten de la simultaneidad de los procesos conscientes y los grados de
incoatividad; en pocas palabras, preguntas que William James planteó cien años atrás, que
el conductismo descartó como irrelevantes, y que ahora han vuelto a la mesa del debate
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filosófico y la investigación científica. Preguntas que quizá puedan ayudar a cartografiar lo
que Marcel Proust llamó el “oscuro territorio desconocido” de la vida mental. Y eso es de
lo que trata la literatura.
Es cierto, jamás tendremos acceso —esto es, acceso fenomenológico— a lo que se
siente ser un murciélago dado que no existen puntos de contacto que puedan permitirnos el
concebir dicha experiencia, que incluso en el terreno de la experiencia humana existen
qualia que permanecen encerrados en sus mundos subjetivos (¿a qué sabe una guanábana?).
Esto, dice Nagel, conduce a las “dificultades de acomodar la subjetividad en el marco de
una ontología fisicalista… Ciertos hechos de la experiencia evaden cualquier descripción
físicalista y no importa cuánto aprenda uno acerca de sus aspectos físicos (causales,
funcionales, representativos, etc.), algunos hechos sobre cómo sentimos (más importante
aún, cómo sienten los demás) una experiencia permanecerán en la oscuridad hasta que la
experimentemos nosotros mismos” (38) o, me permitiría añadir, hasta que un Proust nos
ofrezca una metáfora —aquel “equivalente espiritual”, como lo llamó él— que nos permita
concebir e incluso experimentar lo que es… (sentir la presencia sensual del tiempo en los
grabados de bronce de una lápida, la profunda experiencia de absoluto frescor que se halla
en un frasco de vidrio sumergido, la impresión de un rayo de sol danzando en la torre de
una iglesia…).
De acuerdo con Chalmers (1997) —otra voz pesimista en el concierto— “es el
aspecto subjetivo de toda experiencia el cual resiste explicación” (30). ¿Pero acaso se
resiste también a aquella forma alternativa de explicación: la representación? No hace falta
decir que los modos de representación de los procesos conscientes son muchos y
complejos; pueden ser diversamente miméticos —à la Joyce, à la Woolf, o à la Donoso—
analíticos —à la George Eliot o à la Henry James— o poético-analíticos —à la Proust.
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Conciencia à la carte: no estamos tan irremediablemente aislados como quisieran hacernos
creer.
En medio de este concierto de voces confiadas y ciegas al arte que cantan del
carácter inasequible e inefable de toda experiencia subjetiva, existen algunos científicos,
lingüistas y filósofos que se han mostrado dispuestos al contacto multidisciplinario.
Bernard Baars, por ejemplo, afirma que “los puntos de vista internos y externos en torno a
la evidencia tienden a encajar muy bien. Las muchas piezas convergentes de evidencia me
persuaden de que, al menos en la práctica, la famosa brecha entre la mente y el cuerpo tiene
algo de mito” (1997). Y cree que “de alguna forma, la exploración científica de la
conciencia humana es sólo una extensión del arte, el teatro, la literatura e incluso de la
religión. Estamos retomando un proyecto que ha impulsado a los seres humanos durante
siglos: utilizar la mente para comprenderla. No puedo imaginarme nada más emocionante
y, a final de cuentas, más práctico” (13).
Y en la emoción de dicho regreso, el placer añadido de nuestra colaboración como
estudiosos de la literatura, como comparativistas, en este multidisciplinario objeto de
estudio, investigación y exploración.
Para Güzeldere, “en la época actual lo que aparenta ser la dirección más
prometedora para reaproximarse a la conciencia y estudiar problemas inveterados consiste
en replantear la epistemología y los esquemas conceptuales (opuesto a la postulación a
priori de nueva ontología) para obtener un híbrido de las perspectivas en primera y tercera
persona, lo que permitiría teorizar sobre cómo la eficacia causal interviene en cómo siente
la conciencia, y cómo la cualidad fenoménica se relaciona con lo que ésta hace” (45). Uno
de los exponentes más interesentes de esta fertilización cruzada es Owen Flanagan. En
“Prospects for a Unified Theory of Consciousness” (1997), retoma una propuesta anterior
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(1992), lo que ha llamado un “método natural”, consistente en una aproximación
triangulada que involucra a la fenomenología, la neurociencia y el binomio psicología-
ciencia cognoscitiva:
Hay que comenzar por tratar tres diferentes líneas de análisis con el mismo respeto. Se debe conceder su mérito a la fenomenología. Escuchar con cuidado lo que los individuos tienen que decirnos sobre cómo les parecen las cosas. También hay que dejar que los psicólogos y los científicos cognoscitivos digan su parte. Hay que prestar oídos atentos a sus descripciones de cómo funciona la vida mental y qué funciones, si acaso, desempeña la conciencia en la economía global de ésta. Cuando digo que debe permitirse que los psicólogos y los científicos cognoscitivos digan su parte, también hablo de incluir a los amateurs; hay que dejar que la sabiduría popu-lar comparta el estrado con los demás. Finalmente, se tiene que escuchar con aten-ción a los neurocientíficos y a lo que tienen que decirnos sobre cómo son aprehen-didos los eventos mentales conscientes de distintos tipos, y examinar la concor-dancia entre sus historias y aquellas de la fenomenología y la psicología. (100) Sin embargo, si se me permite objetar, ¿por qué debe este “método natural” ser
encasillado en un triángulo, por qué no en un polígono? El mismo Flanagan se desborda ya
de los ángulos de su construcción triangular al incluir a la sabiduría popular. ¿Por qué
temerle tanto a la literatura y a la teoría literaria? Muchos científicos, lingüistas y filósofos
parecen compartir este mismo miedo; a lo sumo hacen uso de los textos literarios como
ejemplos o contra-ejemplos, pero nunca han tomado en serio a la literatura como un
modelo, un igual, en la construcción de una forma distinta de teorizar sobre la conciencia.
Wallace Chafe (1994), por ejemplo, se queja de lo estrecho y rígido de la narratología,
enfocada tan sólo —dice Chafe— en la descripción y una tipología de técnicas narrativas.
Incluso mis colegas, Díaz, Paniagua y Diez-Martínez, aunque reconocen la riqueza de
teorías analíticas producto del trabajo de teóricos de la narración como Dorrit Cohn,
desechan los textos literarios sobre la base que son “simulaciones” de los procesos
conscientes y, al igual que Chafe, dependen más de lo que llaman reportes “auténticos” y
“espontáneos” de los procesos conscientes; esto es, sujetos reales que escriben o
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proporcionan un relato oral de lo que pasa por sus mentes.4 No obstante, estoy firmemente
convencida que la literatura, en conjunto con la teoría literaria, pueden contribuir a un
mayor refinamiento y complejidad de estos procedimientos analíticos.
El análisis del discurso puede ser útil para trazar temas del discurso y patrones de
comunicación; también puede ser útil en la atribución de sensaciones discretas,
impresiones, juicios y cuestiones similares. Sin embargo, estos análisis lingüístico-
científicos ganarían profundidad y sutileza si recurrieran, por ejemplo, a las teorías de
intertextualidad, en especial la teoría y el trabajo de Bajtín en heteroglosia. También se
enriquecerían de los modelos y metáforas para entender la conciencia que abundan en la
literatura. De hecho, a este respecto la literatura y la ciencia tienen mucho en común.
Encuentro fascinante que los científicos y los filósofos trabajen con modelos y metáforas de
forma tan fructífera como siempre lo han hecho los poetas y los novelistas. Mientras
leemos artículos científicos sobre la mente, nuestras mentes son bombardeadas
literariamente con frases descriptivas tales como “técnicas de diseño de la red neuronal”,
“bucles de fases reentrantes”, “cableado visual temprano”, “mapas de organización
retinotópica” y otros ejemplos parecidos. Cables, redes, bucles, mapas… todos tienen su
propio conjunto de metáforas; todos construyen modelos para explicar la conciencia:
Gerald Edelman (1989) y su modelo de Darwinismo neuronal en su teoría de agrupamiento
neuronal (TNG); Daniel Dennett (1997) y su modelo de conciencia de los “borradores
múltiples”, el cual, examinado de cerca, no está tan lejano ni es tan distinto del “flujo de
conciencia” de James, como lo declara Dennett de forma tan beligerante; o Bernard Barrs
4 Sin embargo, no existe nada menos espontáneo o auténtico que los llamados textos “auténticos”. Los mag-níficos análisis del discurso de Bajtín basados en su teoría de la heteroglosia demuestran hasta qué punto el discurso espontáneo o automático se halla influenciado por el discurso del Otro: lugares comunes en el dis-curso, automatismos lingüísticos que no son particulares al individuo sino a la comunidad.
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(1997) y su metáfora del teatro como argumento central de su teoría del espacio global de
trabajo (GWT). Baars afirma que “hoy en día, todos nuestros modelos de funcionamiento
mental, unidos, son metáforas del teatro… Se les llama de diversas formas y han sido
desarrollados en los últimos cuarenta años a partir de una amplia gama de evidencia, desde
estudios sobre ajedrecistas hasta trabajos sobre monólogos interiores, desde la rotación
mental de imágenes internas hasta los sutiles efectos del daño cerebral” (7).
En el ámbito de la literatura, Marcel Proust y Virginia Woolf, entre muchos otros,
también han ofrecido complejos y productivos modelos y metáforas para la exploración de
la conciencia, y genios analíticos como George Eliot, Henry James o Thomas Mann han
producido análisis excelentes, sutiles y profundos de la forma cómo trabaja la mente. ¿Por
qué debemos considerar los modelos y metáforas producidos en el ámbito científico como
un trabajo serio sobre la conciencia y sin embargo hacer de lado los modelos literarios bajo
el pretexto que son artificiales o una simulación? Resultaría una empresa mucho más
productiva el seguir el ejemplo de Flanagan “y examinar la concordancia entre sus
historias”. ¿Por qué incluir a la psicología y excluir a la novela, si consideramos junto con
Ortega y Gasset que la novela es el máximo exponente de la “psicología imaginaria”?
“Examinar la concordancia entre sus historias”: no puede haber un mejor proyecto
para los comparativistas. ¿Por qué no se podría, por ejemplo, tomar las metáforas de James
acerca de la conciencia “focal” y la “periferia” y “mezclarlas y equilibrarlas de forma
ponderada” con las complejas metáforas de Woolf sobre la conciencia como un rayo de luz,
expandiéndose hasta la difusión, y luego resonando formalmente con la metáfora simétrica
aunque invertida de la “cuña de oscuridad” como núcleo de la vida interior?
De la misma manera, los estudios literarios se beneficiarían mucho de un enfoque
multidisciplinario que incluyera a la ciencia. El “modelo natural” propuesto por Flanagan,
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donde se deben “mezclar modelos” y examinar “la concordancia entre historias”, puede que
consiga un importante logro intelectual: la relativización de los modelos de conocimiento
en el acto mismo de multiplicarlos y confrontarlos. Aquello sería una práctica saludable que
prevendría el que la crítica literaria objetivara modelos de representación de la realidad
como si fueran una imagen especular de ésta (uno tan sólo debe evocar los debates ridículos
—muchos de ellos, curiosamente, en la propia Irlanda— sobre qué tan fiel o infielmente
representa Joyce a Dublín en su Ulises). Por supuesto que en la última década han surgido
enfoques literarios que impiden dicha objetivización, los cuales van desde la teoría de la
recepción hasta las diversas aproximaciones hermenéuticas a la literatura. Ahora bien, esta
exploración poligonal de la conciencia quizá podría abrir una línea de investigación donde
la literatura y la teoría literaria tal vez podrían desempeñar un importante papel
cognoscitivo dentro de un “equilibrio reflexivo donde la teoría y los datos encajan de
manera coherente”. Tanto la literatura como la teoría literaria poseen un potencial
extraordinario para colaborar en la formulación de instrumentos conceptuales para la
investigación y el análisis de los procesos conscientes: a) la metáfora y un conjunto de
sutiles figuras retóricas y poéticas: “equivalentes espirituales”, como los llamaría Proust; b)
las diversas teorías sobre intertextualidad y, en general, transtextualidad; c) los
extraordinarios diseños analíticos heteroglósicos del discurso hechos por Bajtín (1981); d)
el vasto y diverso número de trabajos sobre perspectiva: Iser (1978), Ricoeur (1981, 1983-
85), Uspenski (1973), Genette (1972, 1983), o Stanzel (1984-1986), por nombrar algunos
pocos; e) los excelentes instrumentos analíticos proporcionados por la hermenéutica, en
particular la hermenéutica fenomenológica desarrollada por Valdés (1982, 1992); y f) por
último, pero no menos importantes, los conceptos narratológicos ideados por Derrit Cohn
(1978) para el estudio de la conciencia ficcional, conceptos que ya han dado importantes
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frutos en el trabajo de Díaz et al., conceptos tales como psiconarración, monólogo narrado,
monólogo rememorativo, o percepciones narradas. Así, la literatura y la teoría literaria
ofrecen un caudal de lo que los científicos denominan “intuiciones pre-teoréticas”, las
cuales son siempre valiosas para la investigación científica. Ya que no es sólo la novela la
más grande expresión de psicología imaginaria, sino que constituye también, como dijera
Paul Riccoeur, “un instrumento para la investigación de la mente humana”…
Luz Aurora Pimentel Universidad Nacional Autónoma de México
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