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Conflicto, violencia, noviolencia y paz: diversos conceptos vistos desde los procesos de desarrollo
Ana Yudy Morán Matiz y Rigoberto Solano Salinas
Al pensar en cualquier proceso o problema de desarrollo, sin importar la escala o dimensión en que
nos encontremos, se evidencian diferentes subjetividades e intereses en juego que eventualmente
chocan, se articulan, se oponen y/o se complementan. Con el ánimo de comprender mejor esas
relaciones para tejer puentes entre las personas, con el fin de propiciar acciones de cambio,
presentamos unos conceptos que son de gran importancia a la hora de analizar esa dinámica
permanente de lo humano.
2.1. ¿Qué es un conflicto?
A menudo utilizamos la palabra conflicto para significar la confrontación de ideas, pero también para
indicar acciones violentas; estos usos se dan a menudo en la cotidianidad e incluso en los medios
masivos de información. Surge entonces la pregunta: ¿es lo mismo conflicto que violencia? La
respuesta desde diferentes aportes científicos y disciplinares es no; son totalmente diferentes, y ese
es uno de los aspectos clave de esta lectura: diferenciar claramente qué es conflicto y qué es
violencia.
Para dar cuenta de lo que significa conflicto, acudimos a las reflexiones de Mario López Martínez,
reconocido investigador del Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada:
“Podemos definir conflicto como aquellas situaciones de disputa o divergencia en las que existe una
contraposición de intereses, necesidades, sentimientos, objetivos, conductas, percepciones, valores
y/o afectos entre individuos o grupos que definen sus metas como mutuamente incompatibles. El
conflicto es algo consustancial e ineludible en la naturaleza humana, y puede existir o no una
expresión violenta de las incompatibilidades sociales que genera” (López, 2004. p. 149).
Aun cuando López plantea el conflicto como “consustancial”, es decir, propio de la condición humana,
a lo largo de la historia existen diversas percepciones que muestran el conflicto como algo negativo:
de una parte, en los relatos provenientes de la literatura, del cine o las tradiciones orales de algunos
Desarrollo Social Contemporáneo
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pueblos aborígenes, la resolución de los conflictos se da por medio de la eliminación o subyugación de
la contraparte (violencia) en lugar del uso de medios pacíficos en los que se hacen arreglos de justos y
satisfactorios (López, 2004. p. 150). De otra parte, los conflictos aparentemente generan alteraciones
(caos) en el orden social de cualquier nivel, o el asumirlos en términos de debate y negociación o
mediación legal resulta un proceso difícil y agotador (Gutiérrez, 1998), lo que hace que algunas
personas o grupos consideren los conflictos como situaciones a evitar, negar o eliminar. De hecho, en
nuestro país es muy común que las personas manifiesten no estar interesadas en tener problemas,
entendidos como conflictos, sin embargo, en no pocas ocasiones resultan acudiendo a la violencia
como forma expedita de resolver las diferencias.
Para efectos de nuestra clase, asumiremos el conflicto como un hecho natural que ha de entenderse
como un proceso de aprendizaje, y reivindicamos su importancia apoyados en tres argumentos
propuestos por Paco Cascón (2004):
1. “Consideramos la diversidad y diferencia como un valor. Vivimos en un solo mundo,
plural y en el que la diversidad desde la cooperación y la solidaridad son una fuente de
crecimiento y enriquecimiento mutuo” (p. 151).
2. “(…) Sólo a través de entrar en conflicto con las estructuras injustas y/o aquellas
personas que las mantienen, la sociedad puede avanzar hacia modelos mejores. Es decir,
consideramos el conflicto como la principal palanca de transformación social, algo que
como educadores y educadoras para la paz debe ser, precisamente, uno de nuestros
objetivos básicos”. (p. 151).
3. Consideramos el conflicto como una oportunidad para aprender. Si el conflicto es algo
connatural a las relaciones humanas, aprender a intervenir en ellos es algo fundamental.
Si en lugar de evitar o luchar con los conflictos, los abordamos con los chicos/as
podemos convertirlos en una oportunidad para que aprendan a analizarlos y
enfrentarlos. Resolver un conflicto por sí mismos, además de hacerles sentir más a gusto
con el acuerdo, les dará más capacidades para resolver otros en el futuro” (p. 151).
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2.2. Y entonces, ¿qué es violencia?
Todos sabemos (o creemos saber) lo que es la violencia. Sin embargo, si comparamos las definiciones
dadas en los textos referenciados, nos damos cuenta de que existe una gran variedad en cuanto a
cómo se da, así como sus tipologías:
• En su artículo sobre la violencia política, Peter Waldmann distingue entre violencia personal e
institucional, en donde la primera es definida como “una interacción social que se caracteriza por
la imposición de pretensiones y esperanzas o, más simplemente, por el enfrentamiento corporal
directo”; la violencia institucional, por su parte, es “el poder de mandar sobre otras personas,
apoyado en sanciones físicas, que se concede a personas que ocupan ciertas posiciones”
(Waldmann, 1985, p. 742).
• Otras visiones la asumen como un comportamiento natural de la vida humana, que incluso se re-‐
afirma en la cultura: “(…) La violencia es ella misma un producto de la cultura humana, un
resultado del experimento de la cultura. Se la aplica en el nivel respectivo de las fuerzas
destructivas. Puede hablar de retroceso sólo aquél que cree en progresos. Empero, desde
siempre los hombres destruyen y asesinan con gusto y, por así decirlo, como naturalmente. Su
cultura les habilita a dar forma y contorno a esta potencialidad. El problema no reside en la
escisión entre las fuerzas oscuras del instinto y las promesas de la cultura, sino en la
correspondencia entre violencia y cultura. La cultura no es, en modo alguno, pacifista. Ella forma
parte del desastre” (Solfsky, 1996, p. 226).
• (…) La violencia es algo que se ubica en nuestra conciencia (que aprehende y genera símbolos) y
se manifiesta a través de lo que sentimos, pensamos, verbalizamos y hacemos, se halla inmersa
en un mundo conflictivo ante el cual da unas determinadas respuestas, que evaluamos como
negativas, en la medida en que tenemos unas normas culturales y unos valores que así lo
aconsejan. Es un proceso a diferentes escalas (macro, micro, meso), ámbitos (individuos, familias,
grupos, institucionales, etc.), de tal manera que la violencia se manifiesta no sólo como un
aspecto exclusivo de la guerra, sino adicionalmente en la economía (ausencia o escasez de
recursos, explotación, discriminaciones, marginación, etc.), en la política (dominio partidista,
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totalitarismo, exclusión de los ciudadanos de la toma de decisiones, lucha armada por el poder,
etc.), en la ideología (subordinación de la información a intereses ajenos a la “verdad”,
manipulación de la opinión pública, subordinación, manipulación o erradicación de pueblos por
conceptos ideológicos, publicidad con conceptos violentos y discriminadores, etc.), en la familia
(autoritarismo, violencia de género, subordinación de los hijos), en la educación (pedagogías no
liberalizadoras, autoritarismos, castigos corporales, intransigencias), en la cultura (etnocentrismo,
racismo, xenofobia, discriminación de género, consumismo, etc.) (López, 2004, p. 116).
Como resulta evidente, el concepto de violencia en sí mismo tiene algún grado de complejidad.
Adicionalmente se puede conceptualizar o categorizar de distintas maneras, de acuerdo a los ámbitos
en los que se presente. Cada clasificación sirve, por lo general, a un propósito determinado y la
bondad de la clasificación está estrechamente relacionada con la utilidad de la misma.
Uno de los autores más reconocidos, Johan Galtung (1995) propone clasificar las formas de violencia
así:
a) Violencia directa o física: Es aquella que tiene por objetivo destruir, neutralizar (herir o
matar). Está referida a agresiones físicas (y otras formas). Se puede generar por muchos
factores (múltiples formas de discriminación, intolerancia, competencia, territorialidad,
nacionalismos, adicciones, entre otros).
b) Violencia estructural: Consiste en agredir a un determinado grupo humano desde la misma
estructura política o económica.1 Así, se consideran casos de violencia estructural aquellos en
los que el sistema causa hambre, miseria, enfermedad o incluso la muerte a la población. Serían
ejemplos aquellos sistemas cuyos estados o países que no aportan las necesidades básicas a su
población. Si nos remitimos a la definición de violencia como la aplicación de métodos fuera de
1 Para citar ejemplos conocidos, pensemos en los “paseos de la muerte”, que son conocidos en Colombia como esos episodios en los que personas que no están incluidas en el sistema de salud o carecen de documentos a la hora de presentarse una emergencia, mueren dentro de las ambulancias o en las puertas de los hospitales, porque sus directivas les niegan o dilatan la atención médica, aún cuando existe toda la exigibilidad desde los Derechos Humanos y desde los Derechos Fundamentales consagrados en la Constitución Política. En el caso de países como México, por ejemplo, la autonomía de los pueblos indígenas para gobernar y gobernarse no está reconocida por su Constitución Política, lo que ha dado lugar al ahondamiento de diferentes problemáticas sociales e incluso movimientos insurgentes como el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional-‐EZLN.
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lo natural a personas o seres para vencer su resistencia, hablaremos de un abuso de autoridad
en el que alguien tiene poder sobre otro y le afecta como resultado de la subordinación.
c) Violencia cultural. Este tipo de denominación se suele dar a los procesos culturales que
tienen dentro de sí aspectos normativos, valorativos o costumbristas que promueven o
justifican en la cotidianidad algunas prácticas violentas. De tal manera, que este tipo de
violencia se ejerce entonces desde las ideas, las normas, el hábito que aceptan naturalmente
ese tipo de prácticas. (Galtung, 1990. Pág. 292)
Es así como, encontramos por ejemplo, discursos sociales y políticos que justifican la
explotación sexual o laboral de algunos de sus miembros, principalmente niñas y mujeres;
costumbres, ritos, y actos institucionales y sociales que contribuyen a difundir la “utilidad” de la
violencia; propuestas o prácticas que incluyen discriminaciones por razones de creencias,
religión, sexo, color de la piel u otras diferencias físicas; razones políticas, económicas o sociales
que justifican y alientan a la guerra, la pobreza, la desigualdad, la marginación cultural, modelos
culturales sumidos como universales que subvaloran o niegan la riqueza y el valor actual y
estratégico de la interculturalidad, etc.
La violencia cultural incluye aquellos aspectos de una cultura que legitiman la violencia y la
hacen parecer como un medio aceptable para responder al conflicto. Es la forma en la cual un
grupo de individuos o comunidad se ven frente a sí mismos, a “otros” y al mundo.
Frecuentemente legitiman un sentimiento de superioridad, y de deshumanización, de otras
culturas. De alguna manera este proceso es descrito por Bordieu como “los sistemas
simbólicos” que cumplen su función de instrumentos de imposición o de legitimación de la
dominación que contribuyen a asegurar la dominación de una clase sobre otra (violencia
simbólica) aportando el refuerzo de su propia fuerza a las relaciones de fuerza que las fundan, y
contribuyendo así, según la expresión de Weber, a la “domesticación de los dominados”
(Bordieu, 2000, p. 67).
Finalmente, Martínez Vicent (2001), llama la atención frente a la necesidad de mirar con
precaución, desde el punto de vista filosófico, a este tipo de violencia, porque para él es tan
sutil que hace opaca nuestra responsabilidad moral, al justificar, a la luz de tradiciones
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culturales, el ejercicio de prácticas violentas; un ejemplo de ello es la generación de discursos,
leyes o himnos que suelen hacerse sobre militares muertos en ‘misiones de paz’… ir a morir
como héroes o por ejemplo el tango que dice “la maté porque era mía”.
Además de la clasificación de Galtung, gracias a los aportes tanto del feminismo, como de los estudios
de género, recientemente se ha hecho énfasis en otra categoría: la violencia de género. Según Mario
López, este tipo de violencia se deriva de los conflictos de género. La violencia de género se expresa
principalmente contra la mujer, en tanto se ubica en el contexto del patriarcado, que se sostiene
sobre la inferioridad y subordinación de las mujeres (López, 2004). En el caso de la violencia contra la
mujer, el hombre ha aprendido social y culturalmente a situarse en la posición de dominio, y ha
incorporado la violencia como una forma más de relacionarse con las mujeres, para conseguir sus
objetivos y para resolver sus conflictos. Encuentra en el polo opuesto a la mujer, que ha aprendido
social y culturalmente a situarse en la posición de sumisión, habiendo incorporado la obediencia a
quien ama (padre, esposo, novio), la superioridad por naturaleza del otro y su derecho a ser cuidado
por ella. “El hombre Incorpora pues la violencia como una forma de relación naturalizada, y cuando
ésta es de intensidad tiende a sentirse culpable” (Ruiz-‐Jarabo, C. y Blanco, P., 2004, p. 33).
Pero la violencia de género no se queda exclusivamente en la relación dentro del hogar, sino que está
directamente relacionada con las condiciones de vida de las mujeres y personas con opciones
sexuales diferentes. En el caso de las mujeres, suelen ser las que tienen menor escolaridad, realizan
dobles jornadas (hogar, trabajo), tienen menores salarios con respecto a trabajos desarrollados por
hombres en las mismas condiciones, están expuestas a mayores porcentajes de morbi-‐mortalidad por
deficiencias en la atención en salud (especialmente la materna), hecho que agudiza la denominada
feminización de la pobreza. Adicionalmente, la violencia de género está relacionada con la limitación
legal o social para que una persona o grupo haga parte de posiciones de poder en procesos claves de
la sociedad en aspectos económicos, políticos, culturales y/o religiosos.
Finalmente, la victimización de las mujeres en el contexto de conflictos armados ha incluido
frecuentemente formas violentas como el abuso sexual y la violación, mutilaciones, esclavitud sexual,
entre otros, por parte de miembros de los cuerpos de seguridad o milicias, fuerzas insurgentes y
utilizados en muchas guerras como una estrategia para sembrar el terror. Desde las violaciones
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masivas y esclavitud sexual de las mujeres chinas por parte del ejército japonés en la segunda guerra
mundial, a los casos más conocidos en las últimas décadas como la violación de las mujeres bosnias
como parte de la limpieza étnica en los Balcanes, o en la guerra en Sierra Leona; el patrón de
violaciones sexuales y otras formas de violencia y tortura contra las mujeres, los jóvenes y los niños y
niñas ha sido uno de los hechos históricos más visibles de violaciones masivas de los Derechos
Humanos.
2.3. ¿Qué es la noviolencia?
Este es un concepto requiere ampliar la mirada desde lo cultural y lo espiritual, pues en sociedades
como la nuestra, expresiones como “no violencia”, “no-‐violencia” o “noviolencia”, además de las
dificultades semánticas evidentes, implican un ejercicio de comprensión histórica y de apertura
intelectual y emocional. Sobre estas dificultades conceptuales, Mario López (2006) afirma:
(…) A la noviolencia le sucede igual que a otros muchos conceptos tales como agresividad, violencia,
poder, paz o ciencia, que tienen muchos significados posibles y que cuentan con un abanico muy
amplio de interpretaciones y de elementos nocionales. Dado que los conceptos no son sólo
construcciones mentales sino, sobre todo, construcciones sociales, sujetas por tanto a una contexto
histórico (espacio-‐temporal) y reelaborados permanentemente (esto es, con su propia historia), es
ese contexto el que ha ido moldeando a aquéllos, dándoles un cierto sentido y razón de ser.
(…) Así ha sucedido que, en contextos poco favorables, la noviolencia se ha venido asociando a todo
un conjunto de tópicos, falsedades y limitaciones que los teóricos de la noviolencia han tratado de
contrarrestar con argumentaciones de todo tipo. Y, en contextos favorables, no se puede negar que,
como cualquier otra teoría política, también ha sido disputada como recurso cuando éste ofrecía
réditos políticos. (López, M., 2006)
¿Cómo aproximarnos entonces al concepto? Sería fácil pensar que, en primera instancia no violencia
significa sin violencia “dicho de otra manera, sería como el conjunto de situaciones, condiciones,
estados o relaciones en las que la violencia estaría ausente y, en consecuencia, podría ser lo más
parecido a una condición de a-‐violencia”, así que, “(…) no deberíamos utilizar la palabra <<no
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violencia>> como simple sinónimo de sin violencia, porque no es lo mismo” (López, 2006). De otra
parte, la expresión no-‐violencia está relacionada con la expresión inglesa non-‐violence, que es la
manera como la prensa, e incluso grupos de investigación comenzaron a denominar el movimiento de
resistencia promovido por Gandhi, como un conjunto de reglas, tácticas y estrategias de lucha
político-‐social que se abstenía del uso de la violencia para la liberación de la India del poder colonial
de Inglaterra. Siguiendo a López (2006): “Asimismo, también se identificó y asimiló esta manera de
escribirla, aún más, con uno de los fundamentos éticos de algunas religiones como el jainismo, el
budismo y el hinduismo, interpretando el significado y los valores de ahimsa (…) como una traducción
literal a lenguas occidentales de no-‐violencia”.
En palabras de Gandhi: “Ahimsa no significa simplemente no matar. Himsa significa causar
sufrimiento y destruir la vida, por cólera, con un propósito egoísta o con la intención de hacer daño.
Ahimsa es [por tanto] abstenerse de actuar de ese modo” (Young India, 4-‐XI-‐1926). No obstante, el
término ha evolucionado con el tiempo:
(…) el origen del término unido, como noviolencia, hay muchas posibilidades de podérselo atribuir, sin
cometer un grave error, al teórico, filósofo y pedagogo italiano Aldo Capitini (maestro, entre otros, de
Norberto Bobbio) el cual, en 1931, ya comenzó a usarlo unido para referirse tanto al precepto ético-‐
religioso ahimsa, como a las luchas llevadas a cabo por Gandhi y los suyos, identificando el término
noviolencia con aquel otro inventado por el propio líder indio cuando se refería a satyagraha o
«búsqueda», «fuerza», «persistencia» de/en la verdad. Con esta tercera morfología, Capitini pretendía
que la semántica del concepto no fuese tan dependiente del término fuerte «violencia». Intentaba, en
consecuencia, resaltar la importancia de que la noviolencia se identificara con una concepción
humanista, espiritual y abierta de las relaciones humanas conflictivas. Capitini, al escribir «noviolencia»,
quería decir que ésta no era sólo un conjunto de técnicas, procedimientos y prácticas en los que se
renunciaba al uso de las armas y de la violencia, sino que era sobre todo una filosofía o, para precisar
más, un programa constructivo y abierto –en palabras suyas– de tipo ético-‐político, social y económico
de emancipación en el que se pretendía, , reducir al máximo como fuese posible el sufrimiento humano.
Gandhi lo expresó con estas palabras en el periódico Harijan: «Entre la creencia en la ahimsa y la
creencia en la ahimsa hay la misma diferencia que entre el norte y el sur, entre la vida y la muerte. Quien
vincula su fortuna a la ahimsa, la ley del amor, reduce diariamente el círculo de destrucción y, en esa
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misma medida, promueve la vida, el amor, quien jura por himsa, la ley del odio, amplía diariamente el
círculo de la destrucción y, en esa misma medida, promueve la muerte y el odio» (22-‐VI-‐1935).(López,
2006)
Ahora ¿cómo hacer de estas ideas una práctica en la cotidianidad?, Es claro entender que la
noviolencia no es igual a pasividad, ni es impracticable, tampoco es una forma de asumir la realidad
con impotencia, en palabras de Mario López “Noviolencia es acción, pragmatismo, fuerza templada,
rebeldía política y construcción de paz” (López, M., 2006). ¿Qué hacer entonces respecto a quienes
quieren hacer daño o actuar con violencia? Al respecto Gandhi afirmaba:
(…)La noviolencia no es sólo simplemente un estado negativo de inocuidad, sino que es un estado
positivo de amor, en el que se hace el bien incluso al malhechor. Pero no significa ayudar al malhechor a
seguir haciendo el mal, ni tolerarlo a base de aquiescencia pasiva. Por el contrario, el amor –el estado
activo de noviolencia– nos exige resistir al malhechor disociándonos de él, aunque ello pueda constituir
una ofensa para él o le ocasione un daño.
En resumen, la noviolencia se puede convertir en una forma de intervenir en los conflictos para que
transciendan a manera de aprendizaje y mejoramiento de la sociedad. También es un método de
lucha socio-‐política “es una forma de lucha no armada y no cruenta contra las diversas expresiones de
las injusticias (desigualdad, opresión, control, explotación, dependencia, y otras formas de violencia o
de crueldad humana)” (López, 2006). También es una manera de humanizar la política, en tanto
reivindica la dignidad del ser humano. La noviolencia, por ende, es también una apuesta por “un viaje
de introspección y búsqueda personal, esto quiere decir una práctica y un dominio del auto-‐
conocimiento de los límites propios y de autocontrol, de meditación, de viaje socrático y/o budista al
interior” (López, 2006). La noviolencia es una cosmovisión cuya doctrina ética asume que medios y
fines son indivisibles: ¿queremos la paz? Pues seamos paz.
A la hora de pensar en cómo emprender acciones políticas de noviolencia debemos entender,
primero que la obediencia es esencialmente voluntaria, por ende podemos negarnos a ella si creemos
que es injusta. De este postulado se derivan varios tipos de acción como: a) persuasión y protesta, b)
métodos de no-‐colaboración social, económica o política, en donde las personas emprenden acciones
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colectivas que afectan los intereses de quienes detentan diferentes tipos de poder, por medio de sus
decisiones, c) intervenciones noviolentas, entre la que se cuentan boicots, ocupaciones,
obstrucciones, entre otros, que ejercen coacción para que quienes toman decisiones las orienten de
otra manera, d) desobediencia civil, que implica negarse a acatar leyes u órdenes de los gobiernos,
asumiendo las implicaciones legales de estos hechos.2 Para finalizar esta pequeña reflexión sobre
noviolencia, compartimos un texto de León Tolstoi, un reconocido escritor ruso comprometido con el
pacifismo:
(…) Si la mayoría de la gente prefiere la obediencia a la insubordinación, no es porque haya juzgado el
problema desapasionadamente, sopesando las ventajas y las desventajas, sino que se halla, por decirlo
así, bajo la influencia de una sugestión hipnótica. La gente suele someterse a esta clase de exigencia sin
recurrir al uso de la razón, dejándose llevar por la ley del menor esfuerzo. Negarse a la sumisión requiere
un razonamiento independiente, a la par que un esfuerzo; esfuerzo que unos hombres son incapaces de
realizar. (Tolstoi, 1993)
2.4. ¿Y qué es la Paz?
En Colombia existe un cambio de lenguaje entre la Constitución de 1886 y la de 1991; la primera, con
amplias referencias a la guerra, y la segunda, con la invocación reiterada de la paz como valor,
principio y derecho de tercera generación. Este tipo de decisiones tiene serias implicaciones, sobre
todo en un país como el nuestro en el que el 42,6% de colombianos están en situación de pobreza,
según los datos del DANE, porque como dijo el sumo pontífice Benedicto XVI, en su saludo de fin de
año para el mundo: «combatir la pobreza es construir la paz».
Pero ¿la paz está relacionada directamente con pobreza o es sólo una mirada desde la Iglesia católica?
Para dar respuesta e ello, a continuación se presentan algunas de las principales concepciones que en
la actualidad se tienen sobre la Paz.
2 Para ahondar sobre estas formas de acción, recomendamos la lectura de los capítulos 6 y 7 del libro “Política sin violencia. La noviolencia como humanización de la política” editado por la Escuela de Paz y Desarrollo de Uniminuto.
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Para ello inicialmente se presentan algunas definiciones generales, para ahondar un poco más en los
tipos de paz que inciden en decisiones que tienen que ver con procesos de desarrollo en términos de
justicia social, equidad de género, interculturalidad y medio ambiente, entre otros.
Algunas definiciones:
“(…) Una eventual resolución de apenas alguno de los frentes de guerra, y no de todos, resulta
insuficiente para alcanzar la verdadera paz, que no es sino la construcción de una sociedad
regida por una democracia política y social." (Garay, L.J. 1999).
“(…) La paz es la condición, el contexto para que los conflictos puedan ser transformados
creativamente y de forma no violenta, de tal manera que creamos paz en la medida en que
somos capaces de transformar los conflictos en cooperación, de forma positiva y creadora, (...)
utilizando el método del diálogo” (Fisas, 1998, p. 19).
Para Galtung, existen dos tipos de definiciones de Paz: en un sentido restringido puede considerarse
como ausencia de guerra entre Estados y en un sentido amplio como la ausencia de violencia directa y
estructural entre Estados y dentro de los Estados, es decir, lograr la supervivencia, el bienestar, la
identidad y la libertad para todos (satisfacción de necesidades humanas). Para Mario López:
(…) La Paz está directamente relacionada con el bienestar de las personas, como una condición ligada a
los seres humanos desde los inicios de la humanidad a través de los procesos de socialización, siendo la
Paz la que nos hace temer, huir, definir e identificar la violencia y no al revés… La paz puede ser sentida,
percibida y pensada desde múltiples experiencias, momentos, espacios y ámbitos. Finalmente, la paz
representa por un lado, el deseo de la desaparición de la guerra y la violencia y por otro, la afirmación
positiva de los seres humanos, con sus necesidades y sus derechos, y la reivindicación de actitudes y
acciones pacíficas (López, 2004,p. 885)
A continuación compartimos algunos enfoques de paz, con el propósito de ampliar las visiones que
tenemos sobre ella:
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Paz negativa y paz positiva
Fue Johan Galtung, quien introdujo estos conceptos en 1969. Para él esta palabra tiene dos
expresiones: la negativa y la positiva, relacionadas con definiciones de la violencia directa y
estructural. Para la paz estructural, "paz" no es lo contrario de "guerra", sino "la ausencia de violencia
estructural". La paz negativa que predomina en Occidente pone el énfasis en la no-‐existencia de
guerra. "Paz" sería igual a "no-‐guerra ni violencia directa (personal)". Sorpresivamente, se establece
entre Estados y requiere de un aparato militar que garantice la paz; se admite la guerra pacífica en
sanciones económicas, boicots comerciales, etc.
Por su parte, la paz positiva presupone un nivel reducido de violencia directa y un elevado nivel de
justicia. Se busca armonía social, justicia e igualdad y la eliminación de la violencia estructural,
concepto que alude a la violencia generada por las estructuras, es decir, por la desigualdad existente
dentro de la sociedad que impide a las personas satisfacer sus necesidades fundamentales
espirituales y materiales. Para la paz estructural, "paz" no es lo contrario de "guerra", sino "la
ausencia de violencia estructural"; es lograr la armonía del ser humano consigo mismo, con los demás
y con la naturaleza. Es decir, como equilibrio dinámico de factores, sociales, políticos, económicos,
tecnológicos.
En síntesis podemos decir que hubo una primera fase, de violencia directa con la paz negativa como
alternativa y una segunda fase de violencia estructural, que tiene como alternativa la paz positiva.
Paz imperfecta
La paz imperfecta se nos ofrece como un enfoque o teoría de paz autónoma, en el sentido de que no
depende en su formulación de la violencia, sino que se construye a partir de la paz misma. En él, la
paz es concebida no como un ideal irrealizable, sino como una realidad inacabada o imperfecta,
inmersa en nuestra condición humana y compleja, como un proceso en construcción, y reconocible en
todas las prácticas de gestión, regulación, o resolución pacífica de los conflictos, en todo aquello que
genera bienestar a los seres humanos y las colectividades que integran, y en la articulación de las
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distintas realidades de paz. Esta paz se construye desde empoderamientos pacifistas y mediaciones
entre conflictividades y prácticas pacifistas.
Este enfoque de paz fue propuesto por el estudioso de la paz Francisco Muñoz, ex-‐director del
Doctorado de paz, conflictos y democracia de la Universidad de Granada en España. Él se refiere a
distintos aspecto de su enfoque de paz en los siguientes términos:
Comencemos por reconocer la Paz como elemento constitutivo de todas las realidades sociales (…) paz
imperfecta, un concepto que nos permite reconocer todos los espacios y ámbitos de la paz –
independientemente de que convivan con los conflictos y con la violencia, no puede ser de otra forma–
y, lo que puede ser más trascendental, las posibles relaciones en interacciones entre todas las estancias
donde la paz está presente. Es en definitiva “imperfecta” porque en ningún caso está exenta de
propuestas o acciones contrarias a la satisfacción completa o absoluta de las necesidades. Es “paz”
porque a pesar de todo siempre está presente contribuyendo al bienestar humano. (2004, p. 898)
La paz imperfecta es un enfoque que permite comprender la paz como un proceso, construido si se
quiere en el día a día, aun en contextos de violencia, mediante “empoderamientos pacifistas”,
producto de la capacidad que se alberga en los seres humanos para transformar la realidad, a partir
de recursos "sencillos, extraordinarios e insospechados", como dice Muñoz, y en todo caso propios a
la condición humana
y nos lleva más allá, para indicarnos que no es suficiente quedarnos en el reconocimiento de las
diversas realidades de paz, sino que es necesario articularlas para poder avanzar en el proceso de
construcción de la misma.
Paz feminista
Siguiendo a Tatiana Moura, encontramos que la categoría de paz feminista surgió a finales de la
década de los 70 y principios de la década de los 80, a raíz de la propuesta realizada en este sentido
por Betty Reardon (1985) y Brigitte Brock-‐Utne (1989). Esta propuesta incluye en el discurso de la paz
análisis microsociales e intersubjetivos, a partir de los siguientes elementos:
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1. La lucha permanente en contra de un sistema predominantemente patriarcal, explicado desde
la naturaleza jerarquizada de la sociedad.
2. La defensa de la transformación social de las realidades sociales de forma positiva, no-‐violenta.
Ello incluye reconfigurar el concepto de poder de tal manera que se pase de poder sobre a
poder con… lo que lleva a procesos de empoderamiento
Paz Gaia
Con el avance de la teoría Gaia, descrita por Lovelock, J. y Margulis, L. (1989), se plantea la "Paz
holística-‐Gaia" en la que se subraya la importancia de las relaciones de los seres humanos con el
planeta. Esta paz tiene como condición necesaria una doble referencia: a la naturaleza como totalidad
viva, a Gaia, y a la persona. Ambas, están intrínsecamente unidas a la dimensión social. Esto significa
que de hecho, no se realizará una dimensión sin las otras, pues no son separables.
Ello significa que el hombre debe construir una nueva percepción frente a su relación con la
naturaleza y frente al modelo actual de desarrollo, pues antepone el equilibrio, la solidaridad, la
armonía y la diversidad a los procesos de crecimiento lineal, el consumismo y la fragmentación. El
llamado último es a restituir el equilibrio perdido hombre/naturaleza de tal manera que sean
interdependientemente sostenibles.
Paz intercultural
La paz desde esta perspectiva está asociada a los cánones culturales que en las distintas sociedades
definen los imaginarios de paz y por ende las prácticas asociadas a los mismos. Estas diferencias
culturales se evidencian especialmente en las culturas occidentales y orientales tal como lo describe
claramente Galtung a medida que nos desplazamos de Occidente a Oriente lo conceptos de paz se
hacen cada vez más introvertidos alejándose de la arquitectura global y dirigiéndose hacia conceptos
de armonía interior.
Ante esta diferencia tan marcada la propuesta de la paz intercultural plantea:
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1. Construcción de la paz global, más allá de barreras económicas, sociales, culturales, étnicas,
religiosas e ideológicas. Es decir la paz debe ser construida y resignificada por una sociedad
civil planetaria.
2. Reconocimiento de la diferencia y del diálogo intercultural en un mundo cada vez más
interdependiente que por ende lleva a construir una paz proyectada más allá de una sola
tradición cultural.
Para concluir, se requiere establecer procesos dinámicos de diálogo intercultural que permitan que se
encuentren la paz social desde la mirada occidental con la paz interior desde la mirada oriental, así
como la paz ecológica como contribución de culturas indígenas para poder hablar así de una
verdadera paz intercultural.
Algunas reflexiones pertinentes sobre los conceptos propuestos en este texto
Después de recorrer de manera general diferentes perspectivas de los conceptos de conflicto,
violencia, noviolencia y paz esperamos que emerjan más preguntas que respuestas, por ende y con el
fin de generar ulteriores debates y discusiones, proponemos las siguientes:
¿Es posible aprender de los conflictos?
¿Qué significaría la frase rechazar la violencia y re-‐crear el conflicto?
Piensa en alguna situación política, económica o ambiental que creas que deba ser cambiada en
nuestro país y consideres difícil de transformar: ¿cuáles acciones podríamos emprender desde la
noviolencia? ¿Qué significa entonces luchar por la paz?
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