Post on 20-Sep-2018
MAÑANA
DEL POETA (1886-1891)
II
AMADO NERVO
Texto establecido por Alfonso Méndez Plancarte
Edición de Gustavo Jiménez Aguirre,
Eliff Lara Astorga y Carlos Ramírez Vuelvas
� ÍNDICE
Nota sobre la edición
OLVIDO Y CONSTANCIA
[FRAGMENTOS DE UNA LEYENDA]IntroducciónCanto ICanto II
EL ALBOR DE UN IDILIO
Nuestro amorTus ojos azules¡Cómo te quiero!Niña del corazón (Acróstico) Desde aquel díaQuisiera ser…Un rizo de tu pelo…
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13141723
2627293132333638
OTRAS POESÍAS JUVENILES
La juventud y la sabiduríaA IturbideA Iturbide, libertador de MéxicoA la Santísima Virgen de Guadalupe
NOTAS DE ALFONSO MÉNDEZ PLANCARTE
�3940454952
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4
La difusión de la obra de Amado Nervo
debe mucho al tesón filológico de
Alfonso Méndez Plancarte (1909-1955).
Sacerdotes militantes en las filas del renaci-
miento cultural católico posterior a la Cristiada,
Alfonso y su hermano Gabriel (1905-1949) per-
petuaron en sus ediciones y ensayos nervianos la
amistad que su padre, Perfecto Méndez Padilla,
y el poeta nayarita iniciaron en 1886 en el
Seminario de Zamora, Michoacán.
Aquel año inaugura el quinquenio durante el
cual Nervo escribió una precoz autobiografía,
ocho cuentos y tres prosas diversas. Junto con la
iniciación del prosista, en Mañana del poeta
(1938) Alfonso Méndez Plancarte recogió una
muestra considerable de la primera poesía ner-
viana escrita en Zamora. En primer lugar, siete
�NOTA SOBRE
LA EDICIÓN
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poemas que el editor agrupó en “Del alma y de
Dios”, después los poemarios titulados por el
autor: “Plegarias a Maria” y “Cantos a la natura-
leza”, el fragmento de una composición extensa:
“Olvido y constancia”, así como otros tres poe-
mas insertos en el apéndice II del libro. Estos
autógrafos, estudiados en las extensas “Notas
preliminares” de Alfonso, estuvieron al cuidado
de Gabriel para las prensas de Ediciones Botas.
La fortuna del título, Mañana del poeta, procede
de un poema inconcluso de Nervo que docu-
menta su lectura de la novela René de
Chautebriand: “La mañana de la vida, a seme-
janza de la del día, se ostenta llena de pureza, de
imágenes y de armonías”.
La constancia nerviana de Alfonso fue más
lejos que la de su hermano. En 1943 preparó dos
tomos de Poesías completas para la sede argentina
de Espasa-Calpe. Su edición incorpora 63 com-
posiciones a las primeras Obras completas de
Nervo (1920-1929) establecidas por Alfonso
Reyes en Madrid, además de los 27 poemas de
juventud ya comentados. Para 1952, cuando
Alfonso Méndez Plancarte concluye su ciclo filo-
lógico nerviano en las Obras completas de la edi-
6
torial Aguilar, sus hallazgos hemerográficos y
documentales sumarán otros 43 poemas no reco-
gidos. Entre éstos sobresalen los escritos en
Zamora: siete de una sección inédita, “El albor
de un idilio”, unos versos de filiación guadalupa-
na y tres poemas incorporados a las páginas ini-
ciales del apartado “Mañana del poeta”, título de
referencia, desde la última edición de Obras com-
pletas, para las prosas y poemas de juventud.
Acaso convenga saber algo más sobre los 38
poemas que ahora presentamos. Editor escrupu-
loso, Méndez Plancarte recogió en Mañana del
poeta el testimonio de su tía Josefa Padilla
Méndez, depositaria celosa de aquellos manus-
critos hasta que Alfonso los tuvo a la vista: “las
prosas, en pliegos sueltos de carta o en hojas de
cuadernos; los versos, en dos libritos empastados
en piel, jaspeado el uno de rojo y el otro de ama-
rillo obscuro” (Mañana del poeta, 15). Estas pri-
meras letras son una parte considerable de la
producción zamorana; la otra fue destruida en
1891 por su autor, estudiante de teología, teme-
roso —afirmó su confidente— de que “rodaran
por el mundo, entre las gentes, versos suyos de
amor profano” (54). Con ese celo, “arrancó pági-
7
nas y más páginas —unas 150 hojas—, y sólo
trató de compensar sus mutilaciones añadiendo
algunas poesías nuevas, casi todas religiosas. Por
lo demás, aun a través de las que no juzgó pasto
de la hoguera, pasó su pluma regando tachadu-
ras celosas. Mas bajo muchas de éstas alcanza a
leerse la primera redacción, y de allí las variantes
que he copiado también y que son a veces curio-
sísimas” (54). Como la siguiente estrofa de “Mis
versos”, en la que “Señor” desplazó a “mujer”:
He aquí, Señor, de mi arpa los cánticos dispersos son tuyos estos versos de vaga inspiración.
Pese a sus arrebatos, el estudiante de teología
conservó versos y prosas elocuentes de dos amo-
res mundanos. El inicial de Dolores Arceo, la
adolescente seráfica de sus “Páginas autobiográ-
ficas”, y el de otra zamorana: Antonia Méndez,
cuyo nombre grabó el amante en el acróstico
“Niña del corazón”, así como en cuatro cartas
fechadas entre mayo y julio de 1889 (Obras com-
pletas {1952}, II, 1127-29). Por la retórica efectis-
ta de aquéllas (“Si ves algunas manchas en esta
8
carta [ciertamente se aprecian], son de alguna que
otra lágrima que he vertido al escribírtela”), por
la petición versificada de “Un rizo de tu pelo” y
por la entrega de esta “prueba de amor” al poeta,
puede concluirse que el amante aprendía con
rapidez el arte de la seducción. Pese a ser mucho
más “profanos”, Nervo conservó todos esos tex-
tos, incluido el rizo y una fotografía de la amada
(ambos en el archivo personal de Alfonso Méndez
Plancarte que custodia el Instituto Tecnológico y
de Estudios Superiores de Monterrey).
Por más de sesenta años, Mañana del poeta
fue el único testimonio sobre el origen de una
vocación literaria escasamente estudiada. Gracias
a Rafael Padilla Nervo, esta perspectiva se modi-
ficó en 2003 con la publicación de Ecos de una
arpa y otros textos inéditos, en cuyo prólogo
Gustavo Jiménez Aguirre afirma: “El poemario
que da título al libro y los ‘Cantares y plegarias a
María’ son piezas tan valiosas para conocer el
primer taller de Nervo como aquellas que locali-
zó Méndez Plancarte para Mañana del poeta […]
Las que ahora salen a la luz llevan, también, las
marcas del aprendizaje retórico escolar y las
esquirlas de la conformación modélica de la poe-
9
sía sagrada que cultivaron Manuel Carpio, José
Joaquín Pesado y una pléyade de árcades de
enorme influencia dentro y fuera de los seminarios
mexicanos. El sincero fervor mariano de estos
poemarios enriquece la historia textual de
Mañana del poeta”. Afortunadamente hoy sabe-
mos que tanto ese libro como Ecos de una arpa
matizan la “vaga inspiración” temprana de un
poeta en busca de su propia voz. Para encontrarla,
Nervo debió salir del recinto clerical de Zamora
a finales de 1891, volver a la monotonía rural de
Tepic por unos meses, y trasladarse —a media-
dos del año siguiente— a Mazatlán, Sinaloa, un
puerto cosmopolita del Pacífico mexicano. Pero
ese es otro capítulo de la Poesía dispersa de Amado
Nervo.
En las “Notas preliminares” a su edición de
1938, Alfonso Méndez Plancarte señaló respecto
a estas primeras composiciones nervianas: “las
transcribo intactas y cabales —sin ponerles
mano sino en la corrección ortográfica, diverti-
damente desvalida—, y hasta recogiendo con el
mayor cuidado las variantes que hallo en su
10
texto”. Aquellas versiones de Botas no sufrieron
mayores alteraciones en las Poesías completas de
1943, mas en las Obras completas de 1952 el edi-
tor mejoró sus criterios para la presentación de
los textos. Por tratarse de la edición más completa y
representar la última voluntad filológica de Méndez
Plancarte, optamos por la versión de “Mañana
del poeta” de la editorial Aguilar. Sin embargo,
tras revisar con cuidado sus decisiones hallamos
algunas inconsistencias, por lo que tomamos varias
resoluciones sobre la ortografía, la puntuación y
la presentación editorial. Con ello también pre-
tendimos hacer más accesible la lectura de estos
poemas.
Se uniformó la puntuación a partir de las
normas actuales. Por ejemplo, sólo se emplearon
tres puntos para señalar los suspensivos y se colo-
caron antes o después de signos de interrogación
o exclamación, de acuerdo con el sentido com-
pleto o parcial de los enunciados. También se
cerraron los signos dobles (¿? ¡!).
En cuanto a la ortografía, ésta se modernizó
salvo en aquellos lugares donde se pudiera alte-
rar la métrica de los poemas. Por ejemplo se res-
petaron condor, cefiro y Anahuac. Sin embargo,
11
en el acróstico “Niña del corazón” se conserva-
ron las letras versales para no modificar la inten-
ción autoral. Se evaluaron las palabras en
mayúsculas que aparecen en la edición de 1952
y se decidió transcribir en minúsculas algunos
casos siguiendo un criterio actual, pero con res-
peto al propósito expresivo de Nervo. Así, Obispo,
Lámpara y Corazón cambiaron a obispo, lámpara
y corazón, mientras Madre, Dios, Dueño, y otros
apelativos referidos a la divinidad o a la Virgen
María, conservan la inicial en alta. Sólo en el
poema “A Iturbide” se respetaron las mayúsculas
de Religión, Unión, Independencia debido a la
referencia histórica de estos vocablos (el lema del
ejército trigarante de 1820).
Por otro lado, las composiciones que Méndez
Plancarte tituló fueron señaladas entre corchetes.
Posiblemente por descuido editorial, en 1952
aparecieron sin aquellos signos algunos encabe-
zados de poemas que sí los presentan en 1938 y
1943. Por ello, seguimos estas dos últimas edicio-
nes para diferenciar entre los títulos originales y
los propuestos por el editor. Al mismo tiempo,
colocamos tres puntos suspensivos entre corche-
tes […] al final de aquellos textos considerados
12
como fragmentos por Méndez Plancarte. Para
separar los distintos apartados de un poema sus-
tituimos los asteriscos por doble espacio en blan-
co y se eliminaron las sangrías. Se uniformó la
manera de fechar (día/mes/año entre paréntesis y
sin punto) y se corrigieron las erratas: en
“[Alondras que cantan…]” aljorar quedó aljófar
y se añadió el guión en el verso 11 “—¡En el
cielo!”; en “La ‘reina de la noche’” gul quedó tul,
así como el título “[Primavera]” quedó “[Prima-
veral]”.
Finalmente, para facilitar la lectura de las
notas de Méndez Plancarte desatamos las abre-
viaturas y actualizamos el sistema de referencias
bibliohemerográficas. Asimismo, aprovechando
las herramientas del hipertexto, vinculamos el
aparato crítico con el cuerpo del texto mediante
ligas virtuales señaladas con subíndices. La única
nota de Nervo, sin embargo, se conservó al pie
del poema respectivo.
Los editores
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OLVIDO
Y CONSTANCIA
[FRAGMENTOS
DE UNA LEYENDA]
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14
INTRODUCCIÓN
PENSANDO, alguna vez, me he preguntado:
¿Qué misión tengo en la terrestre esfera?
¿A qué me habrá el Eterno destinado?
¿Qué porvenir será el que se me espera?
Yo no tengo ilusiones ni esperanza,
yo no gozo del mundo la ventura,
yo no veo en la brumosa lontananza
de amor y gloria el astro que fulgura.
Pobre y proscrito de mis patrios lares,
sin porvenir, sin dicha, sin fortuna,
miro cómo deshojan los pesares
las flores de mi vida, una por una.
Nunca plugo al Señor que realizado
viera el ensueño de mi mente inquieta;
y ante un imposible, he delirado
como delira por su amor el poeta.
Mas no hay mal sin consuelo en esta vida;
y para consolar mi dolor fiero,
15
Dios ha puesto en mi mano entorpecida
el arpa destemplada del coplero.
Y yo pulso sus cuerdas cuando lloro,
y yo pulso sus cuerdas cuando río:
es de mi vida el único tesoro
y el eco fiel de mi dolor impío.
Si no tuviera esa arpa cariñosa,
si no cantara mi dolor constante,
acallando su historia dolorosa
reventaría mi corazón amante.
Al mundo no le importan mis pesares.
Lo sé muy bien. Y si mi duelo canto,
son para los que sufren mis cantares.
¿Cómo puedo reír, sufriendo tanto?
Voy a escribir, ahora, humilde poema;
voy otra vez a levantar mi acento
—de lo que mi alma sufre, fiel emblema—:
porque yo sólo escribo lo que siento.
16
Voy a escribir. Si mi arpa entristecida
no halla eco con su acento en alma alguna,
lector, perdona, y mi poema olvida...
¡Tal sería de mis cantos la fortuna!
�
17
CANTO I
CUANDO EL REY DE LA LUZ, hacia el ocaso
va declinando ya; cuando las flores
se aduermen de natura en el regazo,
y enmudecen los pájaros cantores;
cuando las nubes en el ancho espacio
de púrpura se visten majestuosas,
del sol formando el mágico palacio
con formas y figuras caprichosas;
cuando va a concluir el bello día
haciendo ostentación de su hermosura,
para ir a ocultarse en su agonía
en las tinieblas de la noche obscura;
en la tarde, en esa hora misteriosa
—fin de la luz, principio de la niebla—
en que la brisa suave y rumorosa
de armonía y de frescura el aire puebla,
da principio la historia de un proscrito
en tierra extraña y en extraños lares,
18
lejos, muy lejos de su hogar bendito,
va a relatar con ásperos cantares.
Es una tarde, pues. La aldea de Rosa
tranquila y sosegada se reclina
sobre la falda plácida y musgosa
de la verde y bellísima colina,
a cuyo pie murmuran fuentes suaves
retratando en sus aguas cristalinas
los árboles frondosos y las aves
que moran en sus márgenes divinas.
Y allá en la cima, triste y pensativa
mirando el prado, se halla una doncella
más casta que la pura sensitiva
y que las flores de la aldea más bella.
Es María, la azucena más valiosa
de aquella aldea tranquila e ignorada,
la más modesta y aromada rosa
de aquella vega fértil y encantada.
Es María, suave flor, pura y temprana
que al beso de la brisa placentera
19
abrió su cáliz suave una mañana
de risueña y hermosa primavera.
¿Quién describir pudiera su hermosura,
si ciega con la luz de su mirada?
Con el pincel tan sólo de natura
quedara su belleza retratada.
Mas ¿por qué su mirar está anhelante?
¿Qué busca en la magnífica pradera?
Es que la prometió venir su amante,
y ella con ansia y con amor le espera.
—Amor, jamás entre tu red tirana
una virgen se vio tan pura y bella;
jamás viste nacer flor tan galana
en tu campiña, cual la flor aquella.
¡Envanécete, alado tiranuelo;
que nunca, nunca, en unos negros ojos
se retrató con más belleza el cielo,
ni se pintó una flor en labios rojos!
20
Mas la joven sonríe. Dulce sonrisa
que no se vio ni en la mujer primera,
y que hizo murmurar la suave brisa
y sonreír también a la pradera.
¿Quién causó esa sonrisa cariñosa?
Un joven que camina por la vega
y que corriendo rápido, amoroso,
sube la loma y a sus brazos llega.
—¡Amor mío! —¡Te esperaba, dueño amado!
—Me esperabas, mi vida, y yo anhelante
estaba de llegar hasta tu lado
por gozar de tu amor fiel y constante.
Que no hay para mí encanto más preciado
que el de mirarte. Y a tu lado, bella,
a nada temo; ni a tu adverso hado,
ni al cruel rigor de mi fatal estrella.
Mas ¡ay, mi solo amor! Pronto, mañana,
es mi partida... —¡Oh, Dios!, ¿hay más dolores?
—Necesito firmeza, ¡no!, heroísmo,
para dejarte, flor de mis amores.
21
—¡Necesitas no haberme amado nunca!
Necesitas tener horrible calma...
Necesitas dejarme el alma trunca,
porque tú eres, ¡oh Dios!, mitad de mi alma.
—¡Mas si en el viaje nuestra dicha estriba,
y cuando vuelva te traeré un tesoro!
—Me lo traerás tal vez cuando no viva...
¡Ay!, ¿para amarnos es preciso el oro?
—Mas ¿qué hacer, si tu padre es un avaro?
Si pone precio, ¡oh Dios!, a tu hermosura;
si tú eres, mi amor, mi bien más caro,
¿qué hacer sino comprarnos la ventura?
—Dices bien. Que te alejes es preciso.
Busca en lejana tierra la fortuna,
mientras se irán secando de improviso
las flores de mi vida, una por una.
¡Parte, Fernando, parte! Y si algún día
hace el dolor tu corazón pedazos,
no olvides que te espera tu María,
y ven aquí a llorar entre mis brazos.
22
Mas ¡ay, Dios mío!, mi corazón me dice
que ya no te veré... —Calma tu duelo,
que el Señor nuestro puro amor bendice
y así aquí nos veremos. —¡O en el cielo!
—Adiós. Vuelve a la aldea, que ya la noche
tiende su manto convidando al sueño,
y cierra ya la flor su suave broche
adormecida en plácido beleño.
¡Adiós! ¡Y yo te juro, vida mía,
que tu recuerdo guardaré amoroso,
y que antes que olvidarte moriría!
—¡Ay de mí, así lo quiera el Dios piadoso!
Vuela a buscar ese oro maldecido;
y antes, mi bien, que de dolor sucumba,
¡vuelve a mi lado; vuelve, te lo pido,
porque después encontrarás mi tumba!
Sonó un beso süave y rumoroso,
alejóse el amante sollozando,
y la virgen con rostro doloroso
hacia la altura se quedó mirando.
23
CANTO II
LA REINA del moderno continente,
la que majestuosa se retrata
en la rizada y límpida corriente
del bello lago de bruñida plata;
México, la ciudad de los palacios,
la del bosque tranquilo y misterioso
cuyos troncos eleva a los espacios
cual la testa gigante de un coloso;
México, la mimada de las flores,
de antiguos reyes poderoso asiento,
la que miró caer a sus señores
dejando de sus glorias monumento,
es el lugar a do al lector traslado,
para seguir el hilo de mi historia.
Quiera Dios que el recuerdo del pasado
incólume se encuentre en mi memoria.
Es de noche. En el alto firmamento
cintilan las estrellas. La natura
24
de sombras se reviste. Y el acento
de la lejana fuente (que murmura,
y plateada se mira a los reflejos
de la luna que pálida y callada
cruza el espacio) se oye allá, a lo lejos,
cual murmullo del aire en la enramada.
Y dentro la ciudad, las grandes casas
se ocultan en la sombra, y solitarias
se hallan las calles, y las anchas plazas,
y los templos do elevan sus plegarias
algunos fieles —en la nave umbría
que con su luz más tenue y misteriosa
alumbra apenas lánguida bujía—.
La ciudad toda se halla silenciosa.
Todo calla. Tan sólo en un palacio
se escuchan los acentos de la orquesta,
y de su bello pórtico el espacio
iluminado se halla en una fiesta.
Penetremos, y mágicos salones
deslumbrarán al punto nuestros ojos.
25
Se baila, y al compás de aquellos sones
tal vez deja el pudor sólo despojos.
[...]
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26
EL ALBOR
DE UN IDILIO�
NUESTRO AMOR
NOS AMAMOS los dos inmensamente,
aunque nunca lo digan nuestros labios.
¿Para qué ir a buscar las expresiones,
si tanto nos decimos al mirarnos?
Tú vas en pos de mí, como la alondra
ligera asciende en busca del espacio;
yo voy en pos de ti, como el arroyo
en pos del verde césped de los prados.
Tu amor, mujer del alma, es el rocío
con que calmas mi espíritu agitado,
es la luz que ilumina mi sendero,
es de mis crueles penas grato bálsamo.
Mi amor es para ti fuente de goces:
la más santa alegría de tus trece años;
el sentimiento más hermoso y tierno
de tu alma virginal, llena de encantos.
27
28
Y ese amor que sentimos, es tan puro
como la flor sencilla de los prados,
como la fresca gota de rocío,
como el azul del infinito espacio.
Si es tal su intensidad, tal su pureza,
¿para qué profanarlo con los labios?
¿Para qué ir a buscar las expresiones,
si tanto nos decimos al mirarnos?
(27 de abril de 1889)
�
29
TUS OJOS AZULES
NI LAS TRANSPARENTES ondas
de la inmensidad tranquila,
ni el azul del firmamento
donde las estrellas giran;
ni el color de la violeta
o de la hiedra sencilla,
tienen la suave pureza
del azul de tus pupilas.
Me miras, mujer, y siento
en mi alma emoción divina:
siento calma, intenso goce,
suavidad, luz, armonía.
Por eso, niña adorada,
me enloqueces si me miras,
que hay un abismo sin fondo
detrás de tu azul pupila.
¡Mírame así siempre! Dame
esas miradas tranquilas,
húmedas, tiernas y castas,
que no envenenan ni agitan:
30
que no ciegan ni arrebatan,
sino que a mi pecho brindan
el anticipado goce
de la alegría prometida.
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31
¡CÓMO TE QUIERO!
¿NO SABES cómo ama el ave
al polluelo que nació
con su calor grato y suave
y que trinar aún no sabe?
Pues aún más te quiero yo.
¿Sabes cómo ama la fuente
a la rosa que brotó
junto a su mansa corriente
purísima y transparente?
Pues aún más te quiero yo.
¿No sabes cómo ama el viento
las hojas con que cubrió
Dios el árbol corpulento
de firme y añoso asiento?
Pues aún más te quiero yo.
Como ama el ángel dichoso
al Eterno que le crió;
como el artista lo hermoso
y el poeta lo misterioso,
así, niña, te amo yo.
32
NIÑA DEL CORAZÓN
(ACRÓSTICO)
ADORADA MUJER del pensamiento,
Niña hermosa que formas mis encantos:
Tú inspiras de mi cítara los cantos;
Oye, pues, por piedad, mi tierno acento.
No sabes que te adoro, que tú eres
Iris de paz de mi brumoso cielo,
Angel de amor que con amante anhelo
Me brindas con mil mágicos placeres?
En mi mente de fuego, enloquecida,
Niña del corazón, tu imagen pura
Dios grabó para siempre; y es, querida,
Ese amor, con que formas mi ventura,
Zaeta que me hiere y me da vida.
�
33
DESDE AQUEL DÍA
¡SI VIERAS, mi dulce dueño,
cuánto por ti mi alma siente!
¡Si supieras con qué empeño
se me presenta en el sueño
tu imagen pura y sonriente!
El amor que por ti siento
a ser inmenso ha llegado:
tu trono es mi pensamiento,
y ya sólo estoy contento
cuando te tengo a mi lado.
¿Te acuerdas? Desde aquel día
en que un rizo te pedí,
y en que a fuerza de porfía
conseguí al fin, vida mía,
que me dijeras que sí;
desde el día en que sin testigo
te hice, niña, comprender
el amor que por ti abrigo,
diciendo que estar contigo
era mi único placer;
34
desde entonces, en mí advierto
un amor que va avanzando
con el tiempo, y sólo acierto
a pensar en ti, despierto,
y a ver tu imagen, soñando.
Por eso la noche aquella
que me hicieron concebir
que otro te amaba, mi bella,
presentí una negra estrella
y pensé luego en morir.
Porque sin ti, sólo abrojos
hallaría en mi desconsuelo.
Si otro se viera en tus ojos,
me matarían tus enojos,
me mataría mi duelo.
Por eso, cuando dijiste
a mi lado, con voz tierna:
“Todo es falso, no esté triste”,
sentí un goce cual no existe
si no es en la Gloria eterna.
35
Ámame siempre, y el daño
nunca robará mi calma;
¡no olvides que el desengaño,
como el invierno del año,
hiela las flores del alma!
�
36
QUISIERA SER...
QUISIERA SER el rayo transparente
de la luna plateada y misteriosa,
para besar tu nacarada frente
en medio de la noche silenciosa.
Quisiera ser el viento embalsamado
que hace ondular tus rizos en su vuelo,
dejando algún brillante abandonado
entre los rubios bucles de tu pelo.
Quisiera ser la flor de la pradera
que olor te brinda y que tus labios toca,
aunque al punto marchita pereciera
con el hálito ardiente de tu boca.
Mas ya que ser no puedo brisa pura,
ni rayo de la luna misteriosa,
ni flor del prado llena de frescura,
iré doquier contigo, niña hermosa.
37
Si vas a caer, te tenderé mi mano,
y si hallas en el mundo dolor fiero,
tendrás, siempre que llores, un hermano;
tendrás, siempre que rías, un compañero.
�
38
UN RIZO DE TU PELO...
QUIERO POSEER un rizo de tu pelo,
de ese pelo magnífico y luciente
que con tus grandes ojos forma un cielo
soberano, bellísimo, esplendente.
Quiero poseer un rizo desprendido
de esas trenzas que besan en sus giros
las auras, cuando llevan a tu oído
el lloroso rumor de mis suspiros.
¡Oh!, dame esos cabellos, que doquiera
a mi fiel corazón irán opresos;
y ya los tomarás cuando me muera,
mojados con mi llanto y con mis besos.
�
39
OTRAS POESÍAS
JUVENILES�
LA JUVENTUD Y LA SABIDURÍA1
A los jóvenes concluyentesde filosofía del Seminario deZamora.
I
JUVENTUD que con férvido contento
venís bajo estos muros tutelares
a celebrar los triunfos del talento,
¡escuchad mis cantares!
Son ecos del cariño que hoy ufana
viene a vibrar el arpa en vuestro oído...
¿Recordaréis mis cánticos mañana?
¡No los deis al olvido!
Pasaron, ¡ay!, los años infantiles
en que vuestra alma en el edén vivía...
Siguió la adolescencia y sus abriles
ornados de poesía.
40
41
El trabajo empezó —ley poderosa
que rige de los hombres la existencia—,
¡y elegisteis con alma generosa
la senda doble, sí, pero penosa,
que conduce a la ciencia!
Llegó la juventud —¡hermosa era
de vigor y de bellas ilusiones!—:
con ella, de científica carrera
seguisteis las lecciones...
Y en este día de bellos esplendores
cuyo recuerdo os seguirá doquiera,
venís a colocar llenos de amores
a los pies de esta Virgen hechicera
la más lozana flor de vuestras flores:
el fruto del saber y la fatiga,
para que ella lo acepte y lo bendiga.
¡Bien, juventud hermana! Mas si ahora
circundáis ese altar do resplandece
la dulce faz de la gentil Señora
más que la luz que ante ella languidece;
42
mañana, como pájaros viajeros
cuyo vigor anima
el sol con sus hermosos reverberos,
iréis veloces hasta el patrio clima,
felices, entusiastas y ligeros:
por lo tanto, escuchad mi voz amiga,
guardando en la memoria lo que os diga.
II
CORRED con serenidad
del noble saber en pos,
juventud; mas recordad
que la ciencia es vanidad
cuando se aleja de Dios.
Buscad a Dios por doquiera,
¡no hay dicha sin religión!
Ella alienta en la carrera
de la vida, y refrigera
las fuerzas del corazón.
43
Ella, sonriente, mitiga
nuestro triste desconsuelo
cuando el dolor nos castiga,
mostrando con mano amiga
la dulce patria del cielo.
Ella es la luz que ilumina
la senda por donde va
la humanidad peregrina;
ella, con mano divina,
nuestros ojos cerrará.
Ella infunde la quietud,
ella los pesares calma...
No lo olvidéis, juventud:
¡sin religión, sin virtud,
no puede vivir el alma!
III
AMADLA, pues, cual la gentil pradera
los influjos del sol fecundadores;
cual las aves la vasta sementera;
44
como el marino que sin paz batalla,
los pálidos fulgores
de la estrella polar que en su carrera
le dirige con bien hacia la playa.
Buscadla como el árabe perdido
busca la sombra de la verde palma;
como el ave viajera busca el nido,
como al Dios infinito busca el alma...
Si vais constantes tras la roja huella
que del Verbo Divino
marcó la sangre, llegaréis por ella
hasta encontrar vuestro final destino.
Rotos entonces los mortales lazos
y contemplando la infinita esencia,
¡encontraréis por fin, toda la ciencia
descansando de Dios entre los brazos!
(1891)
�
45
A ITURBIDE2
EN EL 70º ANIVERSARIO DE LA ENTRADA TRIUNFAL
DEL EJERCITO TRIGARANTE EN LA CAPITAL
I
Catorce lustros ha que tus fulgores
—bello sol de septiembre— juguetearon
sobre el regio pendón de tres colores,
en que hombres de otro tiempo vincularon
su fe, su independencia y sus amores...
¡Qué tiempo aquel! ¿Recuerdas, patria mía,
recuerdas, dime, el venturoso día
en que el sol se detuvo en su carrera,
contemplando del mundo en la existencia
la Religión, la Unión, la Independencia,
unidas entre sí por vez primera?...
¡México era feliz! La lucha ardiente
con que el mundo decide
sus diversos derechos, terminaba;
y ceñido el laurel sobre la frente,
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serena y esplendente se mostraba
la colosal figura de Iturbide.
¡México era feliz! Los ciudadanos
contemplábanse hermanos
ante el triunfo común, y por doquiera
meciéndose al halago de los vientos
ondulaba en los altos monumentos
nuestra gloriosa tricolor bandera.
¿Qué se hizo aquella gloria?
¿Qué fue del triunfo aquel? ¡Ah! Nuestra historia
lo conserva en sus páginas escrito;
mas el héroe ¿dó está? ¿Dó está el guerrero?
—Su cuerpo es polvo ya... vano y ligero...
Su alma, vive con Dios en lo infinito.
II
ES UN ALTAR el alma
donde el mortal coloca
como en cerrado vaso
sus recuerdos, su amor y sus congojas.
47
En ese altar bendito
que el tiempo no destroza,
guardamos con cariño,
—¡guerrero infortunado!— tu memoria.
Ni mármoles ni bronces
que el tiempo desmorona
recuerdan a tus hijos
tu ardiente patriotismo y tus victorias...
¡Es cierto! Mas ¿qué valen
las funerales pompas,
si tienes en el alma de tus fieles
templo inmortal, alcázar y corona?
III
¡HÉROE! ¡Tu monumento es la bandera
que ondula y reverbera
con los besos del sol y de la brisa!
Sus hermosos colores son sus galas;
y el águila, que entre ellos se divisa,
¿no es verdad que a la gloria simboliza
protegiendo a la patria con sus alas?
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Tu himno es el himno unánime y sentido
del mundo americano
que recuerda tu nombre, conmovido:
cada nota de ese himno es el latido
de un pecho mexicano.
¿Quién eclipsar pudiera tu memoria
sin romper los anales de la historia?
En vano lo intentó con fiero ejemplo
la ingratitud impía,
¡porque tienes un túmulo y un templo
por cada miembro de la patria mía!
(Zamora, septiembre de 1891)
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49
A ITURBIDE, LIBERTADOR DE MÉXICO
¡CAPITÁN INMORTAL, tu eco de guerra
en nuestros patrios montes aún retumba!
Para borrar tu huella de la tierra,
no basta, no, la losa de una tumba.
La muerte... ¿Qué es la muerte ante la gloria
que envuelve tu recuerdo en sus fulgores?
¿Quién borrará tu nombre de la historia
sin borrar de tu enseña los colores?
Para narrar tus hechos inmortales,
vencedor invencible, bravo y fiero,
no bastan de la historia los anales;
¡se necesita el canto de un Homero!
Tienes tu culto en el recuerdo santo
del noble mexicano que te admira,
y yo te traigo el eco de mi canto,
el rudo son de mi entusiasta lira.
Perdona la humildad de mi tributo,
aroma da la flor, perlas los mares,
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luces la aurora, la pradera fruto;
yo te doy lo que tengo: mis cantares.
Escucha: cuando niño me adormía
confiado siempre al maternal cariño,
ya te admiraba yo, porque sabía
que eras un héroe de la patria mía,
y yo he amado a los héroes desde niño.
Después, cuando en la historia, en esa suma
de los hechos heroicos de los grandes,
tu vida escrita vi con áurea pluma,
¡guerrero del país de Moctezuma,
me pareciste inmenso cual los Andes!
Yo he seguido tu huella. En tu pasado
te he visto, ¡oh rey!, de la victoria en alas
con tu espada brillante de soldado,
y escuchando entusiasta el himno airado
que forman los silbidos de las balas.
Y te he visto también cual noble y bueno
recibir en tu pecho, do latía
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un corazón de patriotismo lleno,
el fuego del fusil, y caer sereno
bendiciendo al morir la patria mía.
Guerrero del Anáhuac, cuya frente
el laurel de los césares rodea;
monarca infortunado, mas valiente,
que marchaste impetuoso cual torrente
derramando el horror en la pelea:
descansa en paz en el mortuorio lecho
que circunda el laurel de la victoria;
reposa ya tranquilo y satisfecho:
tu recuerdo, lo guarda nuestro pecho;
y el eco de tu fama, nuestra historia.
Descansa en la región del infinito
donde tu alma con Dios feliz reside;
que tu nombre doquiera quede escrito,
que el himno de tu gloria sea este grito:
¡Viva la libertad! ¡Viva Iturbide!
(1890)
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A LA SANTÍSIMA VIRGEN
DE GUADALUPE3
I
BAJO UN CIELO donde brilla
la sonrisa del Dios bueno,
cielo límpido y sereno
que tiñe leve arrebol,
bañada de dos océanos
por la movediza espuma,
la patria de Moctezuma
se aduerme al beso del sol.
Montañas de inmensa mole
cubiertas con blancas tocas,
dan abrigo entre sus rocas
al altanero condor;
y muestran en la hondonada
de su exuberante falda,
fresco tapiz de esmeralda
donde se mece la flor.
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Ríos que al soplo de los vientos
rizan sus ondas de plata,
y en cuyo cristal retrata
la bóveda su beldad,
cortan los fértiles prados,
y murmurando y corriendo
van a perderse rugiendo
del mar a la inmensidad.
Todo es bello en esta tierra
de bendición y de amores:
ríen las fuentes, ríen las flores,
ríen los cielos y la mar;
pero más bella que toda
su juventud y su gloria,
me contaron una historia
y os la quiero yo contar.
II
ERA UN DÍA de diciembre, rompía el alba
de las nieblas el velo de crespón,
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y esperaban las flores en el prado
los áureos besos del radiante sol.
Las montañas de blanca cabellera,
con su níveo ropaje puesto aún,
destacaban sus moles majestuosas
allá en el horizonte, siempre azul.
Silenciosa se hallaba la natura,
cual si esperara de un prodigio el fin.
Ni un pájaro cantaba entre las ramas,
ni un insecto zumbaba en el pensil.
Dormía México envuelto entre las brumas:
México, la Sultana de Anahuac,
la perla del joyel de Moctezuma,
la Venecia del mundo occidental.
Dormía... En tanto, por una de sus calles
caminaba un humilde natural,
con andar presuroso, del obispo
buscando la morada con afán.
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La tilma se plegaba recogida
por ambas manos, la morena faz
respiraba quietud, los ojos negros
brillaban con ternura sin igual.
¿Qué llevaba? Unas rosas. ¿Unas rosas?
¿Y el hielo de diciembre, que cubrió
con su blanco sudario la pradera,
no marchita las plantas y la flor?
¡Unas rosas! ¿Volvió la primavera
con su aliento de aromas y el vergel
al beso de la luz y de las brisas
se engalana con flores otra vez?
Del Tepeyac en las abruptas rocas
brotaron esplendentes. ¿Quién las crió?
¡María! Tú lo quisiste, y al mirarte
la blanca escarcha rosas incubó.
Tomaron de tu rostro los colores,
de tu boca purísima el olor,
y el llanto de tu amor al mexicano
sus cálices suavísimos regó...
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Paso a paso, el humilde mexicano
a la morada episcopal llegó,
a tiempo que rompía con áureos rayos
las pardas nubes fulgurante sol.
Y después, del obispo en la presencia,
con sencillo ademán y dulce voz:
—¡Mira!—, le dijo; y extendió la tilma.
¡Y la Madre de Dios apareció!...
Historia que sabemos desde niños
y que mi pobre canto repitió...
Historia que recuerda el mexicano
lleno de ardiente y entusiasta amor.
III
DESDE ENTONCES, esa Virgen
siempre bella y siempre amada,
fue la Joya más preciada
de nuestra rica nación;
y en las terribles batallas
de nuestros libertadores,
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lució en medio a los colores
del mexicano pendón.
Con ella estaban los triunfos,
con ella estaba la gloria;
donde iba, allí la victoria
premiaba al soldado fiel.
Hoy, ¿quién la ve y no la adora?
¿Quién su nombre no venera,
si es la Flor más hechicera
de nuestro patrio vergel?
IV
¿QUIÉN, al verla, de amores no se inflama
si todo lo que hay bello en su alma existe?
¿Quién, quién a sus miradas se resiste,
si están diciendo sus pupilas: ¡Ama!?...
Dios, que regó en la bóveda azulada
tantos soles de cálidos destellos,
reconcentró el fulgor de todos ellos
en el casto fulgor de su mirada.
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Dios, que forma la miel entre la roca
y a las flores de esencias nunca iguales,
dio a sus labios la miel de los panales
y el color de las rosas a su boca.
¡Qué cándido poder hay en sus ojos,
qué majestad en su cabeza ufana,
qué pureza en su frente sin enojos!
Ella es el lirio que nació entre abrojos:
¡la Reina de la tierra mexicana!
¡Mexicanos: poneos aquí de hinojos
y aclamadla por Reina Soberana!
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Notas
A LA JUVENTUD Y LA SABIDURÍA
1 Autógrafo del poeta dedicado así: “Un peque-
ño obsequio, en testimonio de mi sincero cari-
ño a mi inolvidable amigo Perfecto Méndez.
Diciembre 9 de 1891. Amado Nervo”.
A ITURBIDE
2 (“Catorce lustros”…) fue, quizá, el primer
poema de Nervo en letras de molde, figuran-
do ya con sus iniciales A. N. en un diminuto
semanario de Zamora, Michoacán: Don
Carlitos. Jocoserio, Independiente, Hablador
como él solo, con sus ribetes de Político y Literario
(Ver número 54, octubre 11 de 1891).
A LA SANTÍSIMA VIRGEN DE GUADALUPE
3 Lo publicamos por primera vez en El
Universal, 20 octubre 1947, con un comenta-
rio nuestro.
Alfonso Méndez Plancarte
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60
Mañana del poeta II, de Amado Nervo, se terminó de editar el 19 de diciembre de 2003.
Este libro electrónico fue elaborado con apoyo del proyecto CONACYT 38140-H
"Amado Nervo: lecturas de una obra en el tiempo",realizado en el
Centro de Estudios Literarios delInstituto de Investigaciones Filológicas de laUniversidad Nacional Autónoma de México.
El diseño y la composición tipográfica estuvieron acargo de Malva Flores.