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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Manipulación mediática Un problema de la democracia liberal
Daniel Cedillo García
08/06/2015
Si bien es cierto, la libre expresión es una libertad necesaria para el desarrollo y
fortalecimiento de la democracia, sobre todo si consideramos que la democracia se
basa en las libertades que el Estado otorga a los ciudadanos, esta libre expresión
encuentra su cima en los medios de comunicación en donde, las publicaciones
escritas y los espacios radiofónicos son preponderantes en la creación de opinión
pública, que es el resultado de esta libertad de expresión, sin embargo, durante la
historia de nuestro país, y a decir verdad a lo largo de la historia, los medios tienden
a tener inclinaciones ideológicas, tanto para difundir ideas revolucionarias, como
para ser participes dentro de los mecanismos de control de los Estados, esto es
como conservación y reproducción de una ideología dominante.
Si observamos con cautela, podemos advertir que a lo largo de la historia, son estos
últimos los preponderantes en el desarrollo de la idea de libre expresión, por lo que
los medios que defienden una concepción ideológica del rompimiento del status
quo son aplastados por el poder que emana de los primeros, defensores del status
quo, esto como es obvio no es simplemente por el gran poder que emana de ellos,
aunque seria suficiente, sino que actúan en conjunto con el poder político y los
grupos de interés, pertenecientes a la clase política y económicamente dominante,
defendiendo la permanencia del status quo por medio de la reproducción
ideológica. Todo este control de los medios de comunicación, afecta a la libertad
de expresión y por lo tanto a la democracia misma.
Manuel Castells (Castells, 1998) asegura que el poder radica hoy, en las redes de
intercambio de información y de manipulación de símbolos que relacionan a los
actores sociales, las instituciones y los movimientos culturales. Los medios de
comunicación, como protagonistas en la socialización de símbolos funcionales a la
reproducción ideológica, estos ocupan un lugar privilegiado en las batallas por el
poder.
De tal forma que se constituyen fuentes de definición e interpretación de la realidad,
otorgando cobertura a algunos temas y silenciando otros, confiriendo fama y
reconocimiento social a actores culturales y políticos selectos, reflejando patrones
de comportamiento útiles para la construcción y reconstrucción de las identidades
individuales y colectivas, los medios extienden sus potencialidades para ejercer la
dominación simbólica a todos los espacios de la vida social contemporánea. Que
se le conceda al poder simbólico tanta centralidad hoy es precisamente una
evidencia confirmadora de la aseveración anterior, sobre todo dentro de un contexto
donde ese poder se demuestra cada vez más habilidoso para legitimarse como algo
natural, ocultando o disfrazando su condición intrínsecamente opresiva.
Stuart Hall, reconoce la importancia de estos para la producción y la reproducción
cultural e ideológica en la actualidad, pero sin llegar a afiliarse sobre la
omnipotencia de los medios sobre la carga de reproducción, “en el capitalismo
avanzado del siglo XX, los medios de comunicación han establecido un liderazgo
decisivo y fundamental en la esfera cultural. Simplemente en términos de recursos
económicos, técnicos, sociales y culturales, los medios de comunicación de masas
se llevan una tajada cualitativamente mayor a los canales culturales supervivientes
antiguos y mas tradicionales” (Hall, 1989)
Una perspectiva fundamental para entender este fenómeno se deriva, de lo que ha
dejado entrever John B Thompson (Tompsom, 1993), la llamada mediatización de
la cultura moderna. Para este autor, la experiencia cultural e ideológica en el mundo
de hoy esta “profundamente moldeada” por la difusión de formas simbólicas a
través de diversos medios de comunicación masiva. Aunque los medios no son el
único escenario donde se reproduce la ideología –entendida como significados
movilizados para establecer y sostener relaciones y mecanismos de dominación-,
está claro que “poseen un interés central no solo como canales para la circulación
y la difusión de las formas simbólicas, sino también como mecanismos que crean
nuevos tipos de acción e interacción, esto es, nuevos tipos de relaciones sociales
que se extienden en el tiempo y en el espacio” (Tompsom, 1993, pág. 95). La
aparición y gradual extensión de los medios electrónicos, multiplicó estas
consecuencias al propiciar la difusión y programación en una escala sin
precedentes de los fenómenos ideológicos.
Aunque los estudios de Thompson como su foco principal de atención a las
relaciones entre comunicación de masas, ideología y cultura, han traído a colación
viejos problemas en torno a las influencias de la prensa sobre su entorno social y
político mas inmediato.
En su obra Historia y Crítica de la Opinión pública Jürgen Habermas (Habermas,
1997) analiza las contribuciones que desde el siglo XVIII la prensa hizo, como
fuente de publicidad y de debate de los asuntos públicos, al funcionamiento más
transparente y democrático del Estado social moderno. Habermas dejo
establecidos algunos indicadores básicos del ideal de la esfera pública: suficiente
nivel de información en los ciudadanos y voluntad para implicarse activamente en
la discusión racional sobre los temas de interés colectivo. Según Habermas, la
explosión de publicaciones políticas en varios países de Europa alimentó la
competencia entre argumentaciones y contra argumentaciones, dentro de un
contexto donde importaba más la calidad de los propios juicios que el status
económico o político se sus expositores.
Desde entonces hasta nuestros días, el papel de los medios de comunicación como
fuentes de información y debate, y como espejo donde se mira la opinión pública
para identificar los juicios prevalecientes a nivel social, ha sido documentado por
numerosas investigaciones. El desplazamiento de los estudios de efectos hacia los
modelos cognitivos o a largo plazo no ha hecho más que reforzar las hipótesis sobre
la importancia de la prensa como inculcadora de normas, valores y patrones
morales reproductores de determinado orden social y, por extensión, de visiones
ideológicas dominantes.
Existe una sistematización del papel de los medios de construcción teórica de la
opinión pública lo que se definiría en las siguientes funciones normativas.
a. Los medios de comunicación generan una ilusión de consenso, utilizando,
entre otras vías la invocación de la opinión pública como muestra del acuerdo social
alcanzando en torno a temas cercanos a los intereses del poder (Hall, 1989). Está
claro que la ideología se realiza eficazmente si contribuye a imponer una
coherencia o unidad imaginaria en torno a determinados principios consustanciales
al orden establecido. Se ha dicho igualmente que los medios unen planos
heterogéneos de la realidad a través de representaciones constructoras de sentido,
en correspondencia con visiones y puntos de vista dominantes (Tompsom, 1993).
La opinión pública es entonces una de las metáforas más recurrentes de esta
organicidad social (Bourdieu, 1990) en tanto este fenómeno cuya sola mención
sugiere la eliminación de las discrepancias entre los grupos y la ponderación de sus
acuerdos.
Aunque es presumible que en la práctica existan varias opiniones públicas y que
los temas álgidos susciten la controversia entre posiciones radicalmente
encontradas, los medios suelen hablar de “la opinión pública” como un todo único
y, siempre que es posible, subordinan las potenciales divisiones dentro de ella al
principio aliviador del consenso social.
El efecto espiral del silencio, comprobado empíricamente por Elizabeth Noelle-
Neumann (Noelle-Neuman, 1995), confirma la centralidad de los medios en la
generación de ese consenso, a partir de su socialización de corrientes de opinión
predominantes que se sumarian, por miedo al aislamiento, nuevos adeptos. De tal
manera que, la comunicación de masas haría una significativa contribución al
control social, amplificando “climas”, “corrientes de opinión”, “estereotipos” o
“ficciones” de opinión pública que, en la misma medida que se anuncian como
mayoritarias, se sugieren como triunfales y correctas.
b. Definen los temas de la discusión pública, disfrazando como demandas de
los receptores o “preocupaciones de la opinión pública. Los rituales de objetividad
e imparcialidad defendidos por los medios se estrellan contra las imposiciones de
la publicidad y el poder financiero (Noam Chomsky & Herman, 1988). Las
tendencias crecientes de concentración periodística y las alianzas cada vez más
descubiertas entre los grupos financieros y políticos, garantizan un camino a veces
empedrado, a veces sin obstáculos, pero generalmente reproducen la ideología
dominante.
El control se da de tal forma que incluso el público comenta, debate y conversa en
torno a temas impuestos por los medios, haciéndolos suyos como cómplices de un
ejercicio más o menos camuflado de violencia simbólica.
De igual forma junto al efecto de la agenda pública, suele invocarse también el
“proceso de definición de una estructura temática dentro de la comunicación
pública” o tematización (Bourdieu, 1990). La cual abarca, una teoría general de la
opinión pública que trasciende las verificaciones empíricas y depende de
percepciones, frases o temas de interés común, con los cuales los integrantes de
la colectividad social se reconocerían involucrados. En este caso se confiere
también a los medios un protagonismo en la construcción del espacio público y en
la definición de los “limites temáticos o problemáticos en los que habrá de
concentrarse la acción del gobierno” (Dader, 1990)
c. Los medios encuadran el debate político dentro de límites “cómodos” para la
reproducción ideológica. Los medios no sólo imponen como relevantes
determinados temas dentro de la agenda pública, sino que también contribuyen en
gran medida a la elaboración de “nuestras imágenes del mundo” (Bryant & Zilmann,
1996). Los estudios más recientes sobre este tema prefieren admitir un segundo
nivel de agenda, en virtud del cual los medios proveerían a los públicos de
determinados esquemas de interpretación para entender las noticias y,
consecuentemente, su realidad circundante, en correspondencia con “los intereses
del poder hegemónico que ellos representan” (Serrano, 1978)
Dentro de este sentido resulta claro que los medios encuadran la realidad de
acuerdo con determinados patrones culturales, políticos e ideológicos, dominantes
(Gamson & Modigliani, 1989). Este efecto de encuadrado (frame) según la
conceptualización de Gamson se asociaría entonces a la capacidad de la prensa
de construir socialmente la realidad y establecer marcos de referencia útiles para
la discusión e interpretación por parte de las audiencias de los asuntos públicos.
d. Por último, es obvio que tanto el poder político en armonía con los propios
medios garantizan la reproducción de ideología y control, siempre que se declaren
portavoces de los mandatos y designes de la opinión pública (Hall, 1989). Al menos
en teoría, las empresas periodísticas están obligadas a guardar fidelidad a sus
“mercados” y a buscar un equilibrio entre los intereses del poder y los de sus
receptores. Así la opinión pública se convierte en una fuente de legitimidad
indiscutible para los periodistas, si éstos son capaces de presentarse a sí mismos
como sus fervientes defensores.
Lo mismo pasa con los políticos: de tal forma que a medida que el poder se hace
menos visible y menos vulnerable frente a los ojos del público, éste se constituye
en instancia participante y protagonista dentro de los asuntos públicos, gobernar a
sus espaldas, sino como una fuente de legitimación. De tal forma que a la opinión
pública se le puede desconocer pero casi siempre a costa de pagar un precio alto
a corto, mediano o largo plazo. De tal forma que el poder de la opinión pública,
mediada por los medios y el poder es de tal importancia para la supervivencia de
los mecanismos de control, es decir mientras la opinión pública es controlada por
el poder de los medios, ésta cobra su sumisión con mandas.
El poder de la prensa como institución reproductora del status quo depende de
múltiples mediaciones, entre las que figuran su autoridad y prestigio, el alcance
mayor o menor que tenga la distribución de sus formas simbólicas, las capacidades
económicas de las propias organizaciones mediáticas para realizar sus coberturas
de noticias, su grado de sujeción a estructuras representativas del poder político e,
incluso, las circunstancias de apropiación por parte del público de los contenidos
periodísticos (Gamson & Modigliani, 1989).
De tal forma al tener una opinión pública sumisa se llega a un declive del papel de
la ciudadanía, en el contexto del aceleramiento de la mundialización liberal, la cual
se ha valido de sentido, perdiendo poco a poco su función esencial de contrapoder,
es decir la opinión pública emanada de la ciudadanía ha perdido fuerza en torno al
poder mediático y el poder político que actúan de forma conjunta en la sumisión de
la ciudadanía (Habermas, 1986). Esta evidencia se impone al estudiar las
consecuencias de la mundialización, al observar cómo llegó a su auge un nuevo
tipo de capitalismo, ya no simplemente industrial sino predominantemente
financiero, en suma un capitalismo de la especulación. En esta etapa de la
mundialización, asistimos a un brutal enfrentamiento entre el mercado y el Estado,
el sector privado y los servicios públicos, el individuo y la sociedad lo colectivo y lo
intimo, etc.
Y dado que el verdadero poder es actualmente detentado por un conjunto de grupos
económicos planetarios y de empresas globales cuyo peso en los negocios del
mundo resulta a veces mucho más importante que el del gobierno y los Estados. Y
dentro de este marco de poderío económico se ha producido una metamorfosis en
el campo de los medios de comunicación masiva, en el corazón mismo de su textura
industrial.
Los medios masivos de comunicación (emisoras de radio, prensa escrita, canales
de televisión, internet) tienden cada vez más a agruparse en el seno de inmensas
estructuras para conformar grupos mediáticos con vocación mundial (Gamson &
Modigliani, 1989). Ahora estas tienen nuevas posibilidades de expansión debido a
los cambios tecnológicos. La “revolución digital” ha derribado las fronteras que
antes separaban las tres formas tradicionales de comunicación: sonido, escritura e
imagen, lo que permitió el surgimiento y auge de internet, que representa una cuarta
manera de comunicar. Obviamente el control de estas formas de comunicar, están
en manos de capitales que monopolizan la opinión pública (Castells, 1998).
Dentro del ideal democrático no se puede obviar la importancia que han tenido los
medios de comunicación, y sobre todo no se debe de negar la relación existente de
estos con el sistema económico neoliberal, es decir la industria informativa, que se
enmarca dentro de este contexto. Esta relación imperante puede ser vista desde
“una condición asimétrica del poder la cual mantienen los grupos económicos
dominantes y que les permiten ejercer una configuración política de la sociedad, de
tal forma que mientras exista un control de las formas de producción informativa es
pernicioso pensar que no existe una configuración de un pacto social aparente en
virtud del consenso impuesto a través de las redes de información (Habermas,
1992).
Este último punto es a tal grado relevante, dentro de los debates actuales sobre el
rol de los medios de comunicación social en las democracias latinoamericanas. El
poder que ostentan los conglomerados informativos (Grupo Salinas, Grupo
Televisa, Grupo Radio centro, MVS, Grupo Milenio entre otros) en la actualidad se
puede explicar mediante la identificación de sus respectivas formas de adaptación
a las lógicas de los mercados internacionales las cuales versan en torno a la
diversificación en distintas escalas de la cadena de valor y a la difusión de estas
empresas informativas, con aquellos grupos de comunicación mundial (Tompsom,
2001)
De esta forma, los avances que han presentado en el proceso de la industrialización
de las empresas informativas local/mundial permiten la entrada en el mercado
mundial de un producto de consumo de naturaleza ideológica que conlleva la
simulación de la integración del ciudadano-cliente al proceso de intercambio
simbólico. No obstante al negar estos la participación activa de los ciudadanos en
la configuración de los contenidos, actuando solo como consumidor, el mercado de
los medios de comunicación es el encargado de potenciar una plataforma de
intercambio entre los productores y los consumidores sobre la base de una
reciprocidad que corresponde a la acción de la lógica de la oferta y la demanda
(Torres, 1985)
El fundamento de este argumento es sostenible debido a la dificultad existente en
América Latina y en grandes partes del mundo para promover la creación de medios
de comunicación independientes, ocasionando que los ciudadanos sean vistos
como clientes consumidores de información, teniendo así su única forma de
participación en el mercado mediático, siendo su consumo acrítico la reproducción
del ideal de la libre expresión se ve sesgada por el control de los medios.
De tal forma que en la realidad, la participación del ciudadano-cliente logra formar
parte del proceso de intercambio en el marco de un mercado regulador de los
productos informativos, enfrentándose a una transacción asimétrica producto de
una entrada al sistema bajo un factor de desigualdad, el cual se centra en los
recursos de poder que disponen cada una de las partes involucradas, dentro del
juego de la producción de bienes (información) y el consumo de éstos. Es decir el
poder del ciudadano se ve minado por poder de las empresas informativas
opacando la conciencia crítica de estos, reproduciendo de tal forma el statu quo.
De tal forma que los medios determinan la conciencia de los ciudadanos, en
palabras de Sartori:
Admitámoslo sin tapujos; el mercado es una entidad cruel. Su ley
es la del éxito del mejor. Se dedica a encontrar un puesto
adaptado a cada uno y se dedica a motivar en los individuos el
máximo esfuerzo. Pero los irremediables inadaptados son
expulsados de la sociedad y el mercado y dejados perecer o
sobrevivir de otros recursos. ¿A quién o a qué se imputa dicha
crueldad? (…). La objeción de rigor es que el mercado y su ley de
la competencia valen para los peces pequeños o medios, no para
las multinacionales y los supercapitalistas: los grandes, y sobre
todo los grandísimos, controlan o por lo general circundan el
mercado y acaban con la competencia (Sartori, 2002, pág. 158)
Podemos decir que esta ausencia de la competencia real, dentro de un mercado
como la información, y la comunicación, no ha roto con la barrera de la “fijación de
precios por parte del capitalista-productor” (hablando de la formación de ideología),
sino que realmente elimina la capacidad de que se pueda establecer un posible
equilibrio en las fuerzas ideológicas, pero sin que trastoquen la operatividad de la
estructura (mercado)la cual es vista como el mecanismo necesario para que la
producción se incentive y sobre todo para establecer la fijación de los costos
(Sartori, 2002)
Sin embargo, el monopolio no es viable dentro del sector productivo de la
información, sino que por el contrario y tal como lo afirma Torres López (Torres,
1985, pág. 147) el oligopolio es necesario e incluso es la situación más frecuente
que se puede observar en el mercado de la comunicación, esto debido a la ausencia
de competencia que fija sus ojos contra del crecimiento de competencia
ideológicamente diferente a la planteada por este control capitalista de los medios.
De tal forma que si atendemos a las características de este fenómeno (formación
de oligopolios defensores del Status quo), podemos decir que la concentración
económica de las empresas informativas generan dependencia no solo con los
centros económicos sino que de igual forma con los centros políticos dominantes,
así resulta que es verdaderamente difícil la idea de la existencia de medios de
comunicación independientes que contribuyan a poner un freno al control de los
centros políticos y de los poderes facticos, principalmente grupos económicos.
Así el alto grado de concentración de la propiedad de los medios, en manos de las
elites, económicas y políticas, han clausurado hasta ahora un desarrollo más
democrático. Esta concentración de la riqueza en pocas manos marca una
tendencia hacia el autoritarismo marcadamente ideológico.
Si esta concentración económica se mantiene y se agudiza, la democracia no será
fortalecida, teniendo incisiones, dentro de la sociedad, como es el caso de los
diferentes movimientos sociales antagónicos o contestatarios – ubicados en
distintos posicionamientos del espectro ideológico-político –, que demandan
“democratización de los medios”, o personajes candidatos presidenciales
demandando la ya conocida monopolización de las elites económicas de los medios
de comunicación.
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