Post on 15-Feb-2017
Palabra de Vida
Mayo 2015
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo”
(Ef. 2,4-5)
La Biblia hebrea, para indicar la naturaleza
de este amor de misericordia utiliza
una palabra (rahamim) que rememora el
regazo materno, el lugar de donde
proviene la vida.
Dándose a conocer como
“misericordioso”, Dios muestra la
premura que tiene por cada criatura, similar a la de una mamá por su niño:
lo quiere, está cerca de él, lo
protege, lo cuida.
La Biblia usa también otro término (hesed) para expresar otros aspectos del amor-misericordia: fidelidad, benevolencia, bondad, solidaridad.
También María, en su Magnificat, canta la
misericordia del Omnipotente que se
extiende de generación en
generación (cf. Lc 1, 50).
El mismo Jesús nos habló del amor de Dios revelándolo como un
“Padre” cercano y atento a nuestras
necesidades, dispuesto a perdonar, a donarnos todo aquello que nos
hace falta:
“hace salir el sol sobre malos y buenos,
y hace caer la lluvia sobre justos e
injustos” (Mt 5, 45)
Su amor es verdaderamente
“rico” y “grande” como lo define la
carta a los Efesios, de donde se tomó esta
palabra de vida.
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con
que nos amó, precisamente
cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con
Cristo”.
El de Pablo es casi un grito de alegría que
nace de la contemplación de la acción extraordinaria que Dios realizó con nosotros: estábamos muertos y nos hizo
revivir dándonos vida nueva.
La frase comienza con un “pero”, como para indicar el contraste con lo que Pablo ya había constatado: la
condición trágica de la humanidad aplastada por culpas y pecados, prisionera de deseos
egoístas y malos, bajo la influencia de las fuerzas del mal, en
abierta rebelión contra Dios.
Esta situación hubiera merecido el estallido de su enojo (cf Efesios 2, 1-3). Por el
contrario, Dios en lugar de castigar a la humanidad vuelve a
darle vida: no se deja guiar por la ira sino por la misericordia y
el amor, de allí el estupor de Pablo.
Jesús ya había dejado intuir este modo de
actuar de Dios cuando narró la
parábola del padre de los dos hijos, que
recibe con los brazos abiertos al más joven, hundido en una vida
desenfrenada.
Lo mismo con el ejemplo del buen
pastor que va en busca de la oveja perdida y la
carga sobre sus hombros para
traerla de vuelta a casa,
o el buen samaritano que
cura las heridas del hombre caído en
manos de los ladrones (cf Lucas 15,
11-32; 3-7; 10, 30-37).
Dios, Padre misericordioso,
simbolizado en esas parábolas, no
solamente nos ha perdonado sino que ha donado la vida misma
de su hijo Jesús, nos ha donado la plenitud de la
vida divina. Por eso este himno de gratitud.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos
amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de
nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo.
Esta palabra de vida tendría que suscitar en
nosotros la misma alegría y gratitud que en Pablo y la primera comunidad cristiana.
También con cada uno de nosotros Dios se
muestra “rico en misericordia” y
“grande en el amor”, dispuesto a perdonar y
darnos confianza.
No existe situación de pecado, de dolor, de soledad, en la cual Él no se haga presente,
no esté a nuestro lado para acompañarnos en el camino, para darnos
confianza, la posibilidad de
levantarnos y la fuerza para recomenzar
siempre.
En su primer “Angelus”, el 17 de
marzo de 2013, el papa Francisco comenzó a
hablar de la misericordia de Dios, un tema que después se tornó habitual. En esa ocasión dijo: “El
rostro de Dios es el de un padre
misericordioso, que siempre tiene
paciencia… nos comprende, nos
espera, no se cansa de perdonarnos…”.
Concluyó ese primer breve saludo
recordando que: “Él es el Padre amoroso
que siempre perdona, que tiene un corazón de misericordia para
todos nosotros. Aprendamos a ser también nosotros
misericordiosos con todos”.
Ésta última indicación nos
sugiere un modo concreto para
poner en práctica esta palabra de
vida.
Si con nosotros Dios es rico en misericordia y
grande en el amor, también estamos
llamados a ser misericordiosos con los
demás. Si Él ama a personas malas, que le son enemigas, tenemos que aprender a amar a todos los que no son “amables”, incluidos
los enemigos.
¿Acaso Jesús no dijo: “Felices los
misericordiosos, porque obtendrán
misericordia?” (Mateo 5, 7).
¿No nos pidió que seamos
“misericordiosos como es
misericordioso el Padre”? (Lc 6, 36).
También Pablo invitaba a sus comunidades,
elegidas y amadas por Dios, a revestirse de
“sentimientos de compasión, de
benevolencia, de humildad, de dulzura,
de paciencia” (Col 3, 12).
Si creemos en el amor de Dios,
también nosotros podremos amar con ese amor que está cercano en cada
situación de dolor y necesidad, que todo
lo excusa, que protege, que sabe cómo cuidar.
Viviendo de esta manera podremos ser ejemplos del amor de Dios y ayudar a todos los que encontremos
a descubrir que también con ellos
Dios es rico en misericordia y grande
en el amor.
Texto Padre Fabio Ciardi OMIGrafica Anna Lollo en colaboración con don Placido D’Omina (Sicilia, Italia)
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“Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con
que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a
causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo”.