Post on 28-Jul-2022
Peluquería en llamas
Pero la tía Chila vivía de prisa y sin alegar, como si no
supiera, como si no se diera cuenta de que hasta en la
intimidad del salón de belleza había quienes no se ponían
de acuerdo con su extraño comportamiento.
Justo estaba en el salón de belleza, rodeada de mujeres que
extendían las manos para que les pintaran las uñas, las
cabezas para que les enredaran los chinos, los ojos para que
les cepillaran las pestañas, cuando entro con una pistola en
la mano el marido de Consuelito Salazar. Dando de gritos se
fue sobre su mujer y la pesco de la melena para
zangolotearla como al bandajo de una campana, echando
insultos y contando sus celos, reprochando a fodongues y
maldiciendo a su familia política, todo con tal ferocidad, que
las tranquilas mujeres corrieron a esconderse tras los
secadores y dejaron sola a consuelito, que lloraba suave y
aterradoramente presa de la tormenta de su marido.
Fue entonces cuando, agitando sus uñas recién pintadas,
salió de un rincón la tía Chila.
-usted se larga de aquí-le dijo al hombre, acercándose a él
como si toda su vida se la hubiera pasado desarmando
vaqueros en las cantinas.
-Usted no asusta a nadie con sus gritos. Cobarde, hijo de la
chingada. Ya estamos hartas. Ya no tenemos miedo. Deme
la pistola si es tan hombre. Valiente hombre valiente. Si tiene
algo que arreglar con su señora diríjase a mí, que soy su
representante. ¿está usted celoso? ¿de quién esta celoso?
¿de los tres niños que Consuelo se la pasa contemplando?
¿de las veinte cazuelas entre las que vive? ¿de sus agujas de
tejer, de su bata de casa? Esta pobre Consuelito que no ve
más allá de sus narices, que se dedica a consecuentar sus
necedades, a esta le viene usted a hacer un escándalo aquí,
donde todas vamos a chillar como ratones asustados. Ni lo
sueñe, berrinches a otra parte. Hilo de aquí: hilo, hilo, hilo-
dijo la tía Chila tronando los dedos y arrimándose al hombre
aquel que se había puesto morado de la rabia y que sin
pistola estuvo a punto de provocar en el salón un ataque de
risa-.
Del salón de Inesita salió la noticia rápida y generosa como
el olor a pan caliente. Y nadie volvió a hablar mal de la Tía
Chila Huerta, porque hubo siempre alguien, o una amiga de
la amiga de alguien que estuvo en el salón de belleza
aquella mañana, dispuesta a impedirlo.
Mujeres de ojos Grandes- Ángeles Mastretta
La peluquería:
En la peluquería se reunían las señoras que por costumbre
rezaban el rosario en Transmilenio, las que se levantaban
para limpiar el huerto y las que salían a atender a sus
maridos. Porque allí se encontraban las hijas del patriarca,
las esposas del varón y las que por fin se libraron de los
males del señor. Allí estaban las mujeres que tímidamente
renunciaban a ser propiedad o las que, siendo propiedad,
en las mañanas fingían ir por el mandado para encontrarse
en la peluquería.
En la peluquería de mi barrio no existían cosas nuevas, se
usaba lo que el tío dejó, lo que la vecina prestó y lo que la
mama regaló, asimilando la idea del ready made de
Duchamp1, se hacia la versión criolla. Se usaba el bricolaje,
los ungüentos y los limones de la Prosperidad, un televisor
para ver la noticia del día, espejo para ver los resultados de
una tarde larga de acicalamiento y sillas por montones, para
el que llegara a la tertulia. Porque la sala de belleza era de
barrio, de las amigas y de las personas, las que se reunían a
cortarse el pelo, echar chisme y reír en épocas que se les
imponía o se les impone
correr-producir,
producir- correr
producir-correr-producir
1 A partir del Ready-made, Duchamp introdujo lo cotidiano en el arte”. (Rocca, A. 2013). Consiste en utilizar objetos de uso cotidiano y modificarles para darle un valor artístico, una nueva interpretación o un nuevo uso.
A la esquina de mi casa, junto a una calle abierta y sin asfalto,
se encontraba la peluquería de mi barrio, tenía que entrar a
este recinto sagrado del chisme a diario -bajo la obligación
de saludar a mi mama, la peluquera-. En este lugar, se
encontraba la abstracción de una sociedad moralmente
correcta, cuyos valores se basaban en asumir unos roles
históricamente establecidos. Allí se encontraba la defensora
de la fuerza pública, la que idolatraba a su hijo por ser policía
y defender la ley al precio que fuera, ignorando cualquier
rumor que buscara menospreciar o devaluar la “heroica”
labor de dicha institución -y de su hijo-.
Mi mama y sus vecinas eran la del matriarcado impuesto, las
que el hijo respetaba y las que sus hijas repelían. Nos
tocaron las mamas que querían una versión mejorada de sí
mismas, las que limpiaban la postal de Dios, el presidente y
el hijo mayor. Las mismas que “Alejadas de su marido y de
sus hijos mayores, configuraban una fuerza autoritaria con
sus hijos menores y sus hijas mujeres.” (Gutiérrez de Pineda,
1968, p. 79)2 A mí, me tocaba ser la hija menor.
Mi mama (la peluquera del barrio) también vendía AVON
por catálogo, porque había sido el emprendimiento de las
mujeres amas de casa, trabajadoras, madres, esposas, hijas.
Unas cuantas iban a su salón de belleza para cumplir con los
requisitos que sus jefes, maridos, hijos e incluso amigas le
han pedido. Otras nos sentábamos a escuchar las vidas
ajenas, a releer los diálogos de mujeres que encontraban en
la peluquería un espacio de catarsis, donde podían contar lo
agotador que era cumplir con los requisitos de la madre
ejemplar, de la esposa ejemplar, de la ciudadana ejemplar.
2Gutierrez, V. (1968). Familia y cultura en Colombia. (pp 77-85). Medellin, Antioquia. Editorial Universidad de Antioquia.
En el salón de belleza mi mama se reunía con sus amigas a
chismosear, hablar de lo bien y mal que le paga la vida, a
hablar de los hijos ejemplares, no ejemplares y los de la no
solución. Por ello, era común que en la peluquería se
conociera la vida de quienes estaban en este lugar y quienes
no. En las épocas ajetreadas de la ciudad, se hablaba del
paro, de la gente que protesta, de lo duro que es ser mama
de jóvenes que salen a marchar, de los vándalos que
rompían nuestro patrimonio -como si los monumentos
actualmente representaran a la mayoría de los ciudadanos-,
del heroísmo de las autoridades con sus armaduras de
RoboCop. Mientras tanto, yo me encargaba de cumplir el rol
de hija menor, asentir, callar y mostrar mi cara de desagrado
por lo que estaba escuchando.
Mi mamá y sus amigas se dedicaban a chismosear tardes
enteras en el salón de belleza, decían cuando veían las
paredes rayadas por televisión: “es que si es bonito…pues
sí, pinten, hagan lo que quieran”. Un argumento –para mí-
obsoleto, cuando era la posibilidad de ver en un solo rayón
la historia de una ciudad que decaía y decae ante los ojos de
muchas generaciones. Me gustaba la metáfora poética y
maternal que usaba Marta Rodríguez: “y marcábamos en la
pared como iban creciendo los dos muchachitos, era una
huella del tiempo, como iba pasando el tiempo se iban
volviendo adultos. Es como un recuerdo... puede que el
muro diga la gente uyy es que ese muro está sucio, no, es
que es el paso del tiempo”.3
Mientras tanto, a mi mamá no le gustaba que rayaran las
paredes, le gustaban las paredes blancas y limpias. Su
profesora de colegio, la que le dictaba castellano decía: “la
pared y la muralla son el papel del canalla”. A ella la educó
la biblia, la constitución y la urbanidad de Carreño. A mí, me
habían educado mis amigas y amigos que jugaban a ser
poetas, artistas y sociólogos, que en medio de
conversaciones me ayudaban a liberarme tímidamente de
las ataduras culturales que me tocaba –y aun me toca-
sobrellevar.
3 B a s t a r d i l l a. (2010, Enero, 3). Memoria Canalla. [Archivo de Video]. Recuperado de: https://vimeo.com/8523375
En vista que a mi mama no le gustaba que rayaran las
paredes, decidí comenzar mi proyecto donde quería
cambiar el mundo y a mis vecinas con grafiti. Me gustaba ver
las paredes con frases hechas en aerosol, esas que le
gritaban a la humanidad el afán de cambiar el futuro y a las
mamas con las que habíamos crecido. Por lo tanto, me
dediqué a recopilar imágenes de grafiti, intentando que las
mujeres de mi barrio contemplaran lo que las paredes
pintadas tenían por contarles. No obstante, a las vecinas de
mi barrio les importaban los chismes de peluquería,
entonces, me volví peluquera para entrar al mundo del
corrido con las mujeres de mí entorno. Mientras hablaba con
mi mama de tintes, decoloración, cortes, etc. aprovechaba
para escuchar a las vecinas de mi barrio. Ser peluquera me
permitía comprender las labores de mi mama, la
importancia que ella tenía en el mundo de las mujeres que
se reunían en la sala de belleza.
}
Así la peluquería más allá de ser un espacio físico en el cual
habitaba, se convirtió una acción, entre estilista y cliente. No
sería acertado en este caso, decir que el servicio de la
peluquera era únicamente embellecer o cambiar la estética
capilar, era un servicio donde el chisme se incluía en el
servicio. Por lo tanto, la clientela de la peluquera era fiel, ya
fuera, porque conocía su cabello, su estilo o sus secretos.
En la labor de peluquera también veía un campo de batalla
donde se asentaban discursos y estereotipos, la posibilidad
de quebrantar -o perpetrar ¿Por qué no? - las categorías de
estética, de ser mujer y habitar un cierto espacio.4 Aunque
no era revolucionario, renunciar a la imagen tradicional del
cuerpo, el cabello y la apariencia, era un acto liberador. Este
acto de catarsis significaba poderse pensar a sí mismo en
este mundo que puede resultar agobiante y la peluquería
era la ocasión para estar acompañada en este pensarse, era
una terapia para las mujeres de mi barrio.
El salón de belleza era el lugar donde el discurso y el cuerpo
proponían una manera de escribir, con la forma en que nos
veíamos: “escribir es como si uno se tomara una foto diaria y
mirar como se ve con el pelo crespo, o cuando se lo agarra,
o cuando se lo corta, o si se calviara ¿no? Entonces van
quedando distintas imágenes y uno va a decir esta es mejor
o aquella es mejor (...) por eso un pelo largo, por eso... no
sé, crearse a sí mismo ¿no?, uno se va creando”5 Y en ese
acto de creación mínimo, hallaba actos que transformaban
de una manera u otra la cotidianidad y la percepción de este
oficio heredado por mí madre, el de peluquera.
4 Los limites estéticos son vigentes aun en la actualidad, por ello resistir a un
mercado de las imágenes implicaba romper los estigmas del cuerpo, Barbara
Kruger es un importante referente para hablar del cuerpo como un escenario de
pugna.
5 Hurtado, H. I Festival vacacional Corporación ESHAC [Archivo de video]. Recuperado de: https://www.facebook.com/corporacionESHAC/videos/1407057066348904/UzpfSTE4Mjk4MTc1NjA6MTAyMTQwNzg3NDg4ODI2NDI/?epa=SEARCH_BOX
Asimismo, la peluquería me daba la posibilidad de ver lo
que Juana Suarez llamaba "el microcosmos familiar”, en el
cual se reflejaban cuestiones nacionales a través de los
dramas de casa. En la cual se veían muchas mujeres que
hablaban de la realidad de todo un país entre líneas, que
hablaban de dogmas, una sociedad tradicional,
hegemonías, relaciones de poder, micromachismos,
fascismo, etc. todo ello, de manera natural y cotidiana. Mi
mama (la peluquera) era la mediadora que desataba el
primer tema de debate, replicando lo que veía en las
noticias. Mi mama, sus amigas y las vecinas destilaban el
contexto del momento en la boca de la peluquería, en forma
de chisme y de una realidad que nos tocaba vivir.
Aunque me regocijaba en los relatos de las señoras
chismosas, siempre había desencuentro con algunos de
esos, entonces, solo me quedaba lamentarme porque era la
antítesis de la peluquera de mí barrio: la que no se esfuerza
por verse bella, la que no comparte ideas con sus clientas, la
que las vecinas no desearían les tocara su cabello, la que veía
en la peluquería un momento de liberación de las figuras de
moda. Por ello, me propuse tener una peluquería de barrio
en los talleres de arte de la Universidad de los Andes, para
poder atender a quien necesitara y echar chisme sobre lo
agradable de lo inmoral, lo satisfactorio que hay en evadir
los limites universales o en quebrantar la tradición que las
señoras de la peluquería se empeñaban en conservar. Tener
una peluquería era la posibilidad de desempolvar aquello
que era evidente pero escaso en una sociedad del triunfo y
el autosacrificio, el habla y el relacionamiento con mis
amigos sin necesidad de tener que responder a los
estereotipos que nos habían tocado.
Igualmente, mi peluquería permitía transformar ese
sentimiento de frustración que producía ver el salón de
belleza donde había crecido, en el cual las vecinas sacaban
a relucir sus ideas conservadoras y recalcitrantes sobre lo
correcto. En mi peluquería, estaban mis amigas que se
escapaban de sus mamas para pintarse el pelo, nos
reuníamos a hablar de una ciudad que era cruel con cómo
nos veíamos, una sociedad que nos quería uniformar el
pensamiento, de las expectativas que nos tocaba cumplir
por ser hijas de un hogar tradicional, de lo difícil que era
romper lazos con lo maternal. Y a partir de ello pensaba la
capacidad del arte y de mi peluquería -o del arte de la
peluquería-, “de reforzar o romper con los prejuicios de la
sociedad” Ahora mi peluquería, se convertía en el lugar en
el cual las personas del común buscaban liberarse de unos
estigmas frente a la apariencia, de volver al cuerpo y a la
humanidad por medio del chisme, de renunciar a lo que el
reducido mercado capilar nos ofrecía, un mercado que se
enfocaba en lo bello.
En mi peluquería la gente cambiaba lo que tenía y lo que no
tenía. En una especie de transacción el chisme se volvía un
de valor de cambio, la estética capilar para mí era un
pretexto caprichoso para acceder a un último fin: el corrido
(rumor) y recibía objetos o chismes que iban llenando las
paredes de la peluquería.
Y la gente se quedó en casa.
E hizo arte y jugó.
Y aprendió nuevas formas de ser.
Y la gente se curó.
(...)
Y cuando el peligro terminó.
Y la gente se encontró de nuevo.
Lloraron por los muertos.
Y tomaron nuevas decisiones.
Y soñaron nuevas visiones.
(..)
(K.O'Meara)
Nos tocó vivir una pandemia,6 resignarnos a que no
veríamos de igual forma a las vecinas y a los amigos, por otra
parte, me tocaría lidiar de manera más profunda con el
desencuentro que existía entre mi madre, la peluquería y yo.
El encanto que percibía al escuchar a las amigas de mi mama
y a mis amigos en la peluquería, se iba convirtiendo cada vez
más en un recuerdo del chisme en las tardes, teníamos que
abandonar por un largo tiempo la presencialidad para
hablar de nuestras vidas, ahora nos tocaba hablar tras la
pantalla, mientras Mark Zuckerberg también se enteraba de
estas historias.
Ante la cuarentena, la peluquería de mi mamá cerró y se
trasladó a nuestra casa, aunque las vecinas del barrio ya no
se podían reunir a echar chisme, seguían esforzándose por
ser las madres plus de la familia. Mi mama extrañaba las
tardes de tinto y murmuración con sus amigas, su afán por
ser la mujer ejemplar se intensificó y consigo las voces de
castigo que a su interior crecían, le hacía falta su terapia de
peluquería. Mientras tanto, yo la veía cambiar –a mi mama y
a la peluquería- y para contrarrestar la falta de peluquería,
nos hacíamos peinados la una a la otra para contar historias
de madre a hija. Ahora nos tocaba torear con nuestras
presencias, los desencuentros y las diferencias, lo hacíamos
por medio conversaciones triviales y las tardes de peluquería
tras una cámara.
6 Querides lectores, en el año 2020 tuvimos que encerrarnos en nuestras casas a causa de una enfermedad de alto contagio: Coronavirus, Covid 19. Por lo tanto, vivimos varios meses sin relacionarnos entre amigos evitando que este virus se expandiera a más personas.
La pregunta por el futuro de mi peluquería fue
respondiéndose mediante la relación entre cámara y el
cuerpo. Mi interés por el chisme, las vecinas y mi madre se
fueron respondiendo tras la cámara y el pensar, aunque la
resistencia a representar el encanto de las relaciones
netamente humanas persistiera. Guy Debord argumentaba:
“el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una
relación social entre personas mediatizada por imágenes".
Por ello, ya me resigno a hablar de la peluquería por medio
de imágenes cotidianas y honestas, tales como las que
encontraba en la peluquería de mi mama.
Pensar en el video ensayo me llevaba a pensar en dividir las
imágenes por tema, por tiempo, por aspecto y luego
reorganizarla dándole sentido al pensamiento con las
imágenes. Aunque significaba pensar en diferentes
momentos que no iban a estar claros y determinados desde
el principio, en este proceso que era intuitivo con las
imágenes y claro con el pensamiento, se empezarían a
desembocar y al final resultaría un cuerpo audiovisual que
me sugeriría a donde ir. Y al igual que en el cuento Soñar es un asunto privado de Isaac Asimov me llevaba a pensar en
el rol de soñador pagado o la peluquera ordenando sus
ideas: “cuando un soñador experimentado entra en estado
de ensueño, no se imagina una historia, como las de la
anticuada televisión o las películas, sino que tiene una serie
de breves visiones, cada una de las cuales presenta distintos
significados. Estudiándolas atentamente, se hallarían hasta
cinco o seis.”
Alejandra Meneses proponía el video ensayo como una
posibilidad para reencontrarse con la cotidianidad y crear
una conversación más personal con quien lo ve. El video
ensayo era una forma de escritura y al mismo tiempo
dialogo, que se respondía mediante imágenes en
movimiento. Por eso, la cámara se convirtió en un recurso
para responder los aspectos que buscaba abordar desde la
peluquería, un oficio heredado por mi madre y otras
cuestiones implícitas que iban surgiendo en la peluquería.
Aunque en lo personal encontraba inocuo, egocéntrico y
narcisista exhibir lo íntimo a un público desconocido,
Joaquín Cociña decía que era importante “manifestar la
opinión para que no se lo trague la maquinaria de la
insensibilidad capitalista”. Era preciso hablar de mis
reflexiones como una manifestación de pertenecer a ese
reflejo de lo que no quería ser, que no era ajena a ello.
Finalmente, lo que había surgido del interés por el chisme,
el cabello y las relaciones del lugar donde crecí, se volvía un
discurso al que queríamos renunciar –mis amigos y yo-.
Hablar de mi progenitora era una especie de reto a un orden
familiar que tenía establecido. Renunciar a la comodidad de
“lavar los trapitos sucios solo en casa” como me habían
enseñado, resultaba un desestabilizador de los esquemas
tradicionales que existían en la familia, renunciar a lo que
había construido moralmente era un duelo personal cada
día. Lo hacía con ayuda de una cámara.
Entrar en el mundo de la peluquería me permitió
introducirme en el “circuito ideológico” al cual no quería
pertenecer, darme la oportunidad de echar chisme con las
mujeres de mi barrio me hacía cuestionar varias de las
estructuras o condiciones en las cuales habia crecido (y
muchas personas habíamos crecido). La posibilidad de
poner ello en retrospectiva me resultaba catarquico y una
posibilidad para construir una pieza que reflejara la
importancia de reconocerse libres desde el aspecto, de
hacer una “revolución de cabellos”, de romper los estigmas
de “lo bello”, de volver el cuerpo una manera de expresión
más allá de los gestos.
Referentes:
Agnes Varda: las playas
“Agnès Varda se sumerge en las playas de su memoria y bucea en los recónditos lugares de su pasado reconstruyendo, a través de magistrales oleadas cinematográficas, su propia historia que es también la historia de la nouvelle vague, de sus amigos cineastas, de la Francia del siglo XX y de las revoluciones sociales y culturales del mundo entero que ha recorrido y vivido. Varda construye en este autorretrato documental un paisaje entrañable capaz de conmover al espectador común tanto como al cinéfilo”. Tomado de: https://cinemateca.org.uy/peliculas/406
peluquerías.
La peluquería era
el espacio para
encontrarme con
las personas y de
reconocerme en
los demás.
“sin embargo, son los
otros quienes me
interesaban y a
quienes quiero
filmar”
-Agnes Varda
Partía de mi vida
en la peluquería
como excusa para
poder hablar de
las mujeres de mi
barrio, de la
madre que me
había tocado, de
la familia, etc.
Me gustaba el
oficio de la
peluquería.
Los espigadores y la espigadora- Agnes Varda
Recorriendo Francia, Agnès Varda se ha encontrado con espigadores,
recolectores, gente que busca entre la basura. Por necesidad, o por puro
azar, estas gentes recogen los objetos desechados por otros. Su mundo
es sorprendente. Y la directora, a su manera, es también una especie de
espigadora que selecciona y recoge imágenes aquí y allá. Tomado de:
https://cineciutat.org/es/pelicula/los-espigadores-y-la-espigadora
Me gustaba su
manera de abordar
la cámara, como
si fuera una
extensión del
cuerpo y el
pensamiento, de
manera orgánica.
Introducirme en
un oficio como
una manera de
hacer analogías
sobre la vida y
la cultura.
Carolina Caycedo- A toda mecha
Las Peluqueras Asesinas
En el Centro de Bogotá queda "La Peluquería", un lugar sin espejos donde las llamadas 'Peluqueras Asesinas' sorprenden a sus clientes con cortes que ellas mismas deciden. Tomado de: https://plazacapital.co/escena/3370-las-peluqueras-asesinas
La peluquería
como un lugar
de encuentro y
de convivencia
con el otro.
Una puesta en escena del cuerpo en
un espacio determinado.
La capacidad de
abstraer ideas
mediante el
aspecto, la
estética y el
cuerpo en sí
mismo.
Una peluquería itinerante que ofrece sus servicios profesionales y asesoramiento estético en las calles de forma gratuita. Un encuentro efímero pero intenso entre personas desconocidas, que permite un momento íntimo en el espacio público. Tomado de: http://carolinacaycedo.com/quick-cut-1997-2000
Putas o peluqueras- Mónica Moya
Cada año decenas de mujeres trans son impunemente asesinadas en Colombia. Su único delito: atreverse a SER en un mundo que las estigmatiza, las ridiculiza, las teme y las excluye, dejándoles casi que como única alternativa laboral ser Putas o Peluqueras. Tomado de: https://www.icesi.edu.co/blogs/teorema/2013/03/03/putas-o-peluqueras-monica-moya-2011/
Las Brujas
La posibilidad de
ver en la
peluquería un
espacio para
cuerpos diversos,
que se construyen
en la
marginalidad de
“lo bello”.
Las cuestiones de
género implícitas
en la peluquería.
Virus tropical- Power Paola
Paola nació en una familia tradicional colombiana, o al menos eso es lo que tratan de aparentar. Esta es la historia de una joven que lucha por su independencia en un contexto duro, lleno de estereotipos y apariencias y que narra la vida de una mujer latinoamericana que no responde a ningún canon y que aprende a vivir mientras va viviendo. Con una visión del mundo de una particular forma femenina esta niña es testigo de una sucesión de pequeñas crisis que van moldeando su personalidad. Tomado de: https://www.proimagenescolombia.com/secciones/cine_colombiano/peliculas_colombianas/pelicula_plantilla.php?id_pelicula=2239
La familia como
un entorno
donde las
mujeres sufren
los retos de la
maternidad, por
el cuidado de
sus hijas
Lo autobiográfico como una
manera de abordar los
dilemas del género y la
clase.
Las exigencias
culturales en la
apariencia
femenina.
La ciénaga- Lucrecia Martel
Cildo Meireles
Cuando niñas
jugábamos a ser
estilistas
mientras la
mamá y la tía
echaban chisme.
Lo cotidiano como
una manera de
tensión en el
hogar, en
especial para las
mujeres.
proponía “la inserción
en circuitos
culturales” como una
manera de atacar los
mismos espacios que se
critican.
No me interesaba
ser una peluquera
tradicional, pero
si, escuchar a
mis vecinas.
Las mamás de mi barrio - Rubén WC Giraldo
Las mamás de mi barrio ya ni se sorprenden cuando arrastro a mi perro con mi bicicleta
Ellas, las mamás de mi barrio hijas de una generación que no quiso a sus hijos diciendo que eran prestados y criaron a una generación que sobreprotegió a sus hijos y estos parásitos le chuparon las tetas cuando bebes y la vida cuando grandes.
Es que los parásitos van por todo y las mamás de mi barrio matan culebras y roban a las otras “culebras” jugando a las escondidas le hacen buen ojo a los hippies que hacen oficio y esclavizan a sus hijas como la versión 2.0 de ellas mismas.
Yo no sé si las mamás de mi barrio se emborrachan pero he sabido que se preguntan sí será whiskey o ron.
Ellas recuerdan cuando eran jóvenes y que el pastor del pueblo las regaño con el megáfono de la plaza por robarle picos al muchacho con el que le prohibieron salir recuerdan como estúpidas estatuas talladas por la rabia y el tiempo y violación tras violación tras violación
Si una mamá de mi barrio fuera socióloga sabría preguntarse ¿por qué de todos los muchachos de mi barrio le toco el más feo y vago? no importa igual si alguna mamá de mi barrio se preguntase cosas de la misma forma en hace almuerzo para todos en su casa y no quedarse quieta para convertirse en polvo de ese que da gripa no sería una mamá de mi barrio.
Mi mamá, era una
mamá peluquera de
barrio
Los cambios de look de mis amiguis algunos dias de cuarentena.