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Philip Marlowe: sentimental, impertinente, cínico,
adorable
Por: Guillermo Altares | 18 de julio de 2013
(Fotografía: Humphrey Bogart y Lauren Bacal en un fotograma de El sueño eterno).
- No me gustan sus modales, señor Marlowe -dijo Kingsley con una voz que,
por sí sola, habría podido partir una nuez de Brasil.
- No se preocupe por eso, no los vendo.
(La Dama del Lago)
Este diálogo resume la esencia de Philip Marlowe, el detective literario que,
con perdón de Sherlock Holmes, ha tenido una mayor influencia y no solo en
la ficción. Es impertinente, no tiene un sentido muy estricto de la jerarquía (el
tipo con el que habla es alguien que está tratando de contratarle) y, detrás de
una capa de cinismo y descreimiento, se esconde alguien con un profundo
sentido de lo que está bien y lo que está mal. Marlowe tiene su propia moral,
que no siempre encaja con la de la sociedad en la que vive, y está dispuesta a
defenderla. En ese sentido es un personaje clásico de la ficción
estadounidense, el héroe reluctante, que dice defender sus propios intereses
pero que, al final, forzado por las circunstancias, defiende los de todos.
Así se define el propio Marlowe en el arranque de la primera novela en la que
aparece, El sueño eterno (1939): "Tengo 33 años, fui a la universidad una
temporada y todavía sé hablar inglés si alguien me lo pide, cosa que no sucede
con mucha frecuencia en mi oficio. Trabajé en una ocasión como investigador
para el señor Wilde, el fiscal del Distrito. Su investigador jefe, un individuo
llamado Bernie Ohls, me llamó y me dijo que quería usted verme. Sigo soltero
porque no me gustan las mujeres de los policías".
Y luego, claro, gran parte del éxito de Marlowe se basa en que, por encima de
todo, es un sentimental. Aquí van dos muestras, la primera dedicada a una
amante y la segunda a un amigo, tomadas de la que para muchos es la mejor
novela de la saga, El largo adiós.
"Nos despedimos. Vi cómo el taxi se perdía de vista. Subí de nuevo, entré en el
dormitorio, deshice la cama y volví a hacerla. Había un largo cabello oscuro en
una de las almohadas y mí se me había puesto un trozo de plomo en la boca
del estómago. Los franceses tiene una frase para eso. Los muy cabrones
tienen una frase para todo y siempre aciertan. Decir adiós es morir un poco".
"Compraste una buena parte de mí, Terry. Con una sonrisa y una inclinación de
cabeza y un gesto de la mano y unas cuantas copas en un bar tranquilo de
cuando en cuando. Estuvo bien mientras duró. Hasta la vista, amigo. No voy a
decirte adiós. Te lo dije cuando significaba algo. Te lo dije cuando era un
saludo triste, solitario y definitivo".
Raymond Chandler (1888-1959) escribió siete novelas y dos cuentos
protagonizados por Philip Marlowe. En castellano, tenemos una edición
magnífica, de la Serie Negra de RBA, que los reúne en un solo volumen de casi
1.400 páginas. Recupera, además, estupendas versiones editadas
anteriormente, entre los que destacan varios volúmenes vertidos por uno de los
mejores traductores del inglés, José Luis López Muñoz, y uno por Carmen
Criado.
Chandler bebió de la renovación de la novela negra que impulsó, entre otros,
Dashiell Hammett. Además de que los detectives de los dos escritores, Sam
Spade y Marlowe, fueron interpretados en el cine por Humphrey Bogart (y su
rostro se ha quedado en ellos para siempre en nuestra imaginación colectiva),
Hammett y Chandler comparten una mirada profundamente ética hacia la
realidad; los dos se empeñan en mostrar los aspectos más oscuros de nuestra
sociedad y la corrupción que esconden aquellos que parecen tan poderosos
como intachables. En una columna reciente en este diario, David Trueba
recurría a Chandler para hacer una metáfora sobre el hedor a corrupción en la
España actual: "Raymond Chandler permanece en el tiempo como un escritor
admirado por sus frases impresionistas dentro de libros de género. Sus ráfagas
de literatura plástica presiden historias donde quizá quedan hilos de trama
sin resolver, pero sobra atmósfera y talento. En una hermosa descripción de
estado de ánimo, el narrador nos dice: “Encendí un cigarrillo que me supo
como el pañuelo de un fontanero". A veces, en la España de hoy, uno tiene esa
misma sequedad agria en la boca ante la decrepitud y la insolvencia de
quienes están al mando de la nave”. Quizás por eso hay que volver a Marlowe,
porque sabe revolver la porquería como nadie y porque ese detective, cínico y
sentimental, es más necesario que nunca. Y, es casi una obviedad, porque nos
encontramos todo el rato diálogos como este:
- Usted es Marlowe, ¿verdad?
- Sí, supongo que sí. –Consulté mi reloj de pulsera. Eran las seis y media de la
mañana, que no es precisamente mi mejor momento.
- No se ponga impertinente conmigo, joven.
- Lo siento, señor Umney, pero no soy joven; soy viejo, estoy cansado y aún no
he tomado una gota de café. ¿En qué puedo ayudarle?
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1180.html