Post on 13-Jun-2020
Primera parte.
lmportancia de/ problema forestaJ en España.
No desconoce el Ministerio de Forneuto que propo-
ner• en los tiertipos modernos limitaciones de cualquier
clase á la propieaad particular, sólo puedN hacerse invo-
cando a.ltas conveniencias de inrerés publico, y en ellas
exclusivamFUte se ha inspirado al f'oruiul^+r el proyec:to
de ley de ('unaervacidn de montes y repobl^^.ción fores-
tal, conliado hc^y á ls sabid^irís de las Corfies.
Lus montes deset^ipeúau un papel ixnportantísixno
c^n la físic,i del ^•lobo, y no es posible prescindir de su
influencia biei ► hecllora sin alterar el régimen cle las
^+^;uas, la re^ula,ridad cle lás lluvios, la templanz:r del
r^lima, lo s;clubrid^id pública y 1^ riqueza nacional.
Seg•uramente conocer;í,n las (;ortes las razones en que
tales beneficios se ^ipuya^u, y bast;crá, por lu t^anto, una
ligera explicación de e11as.
La influencia en el régirnen ;le las ^buas ^s noto-
ria, y son ruuchos lus hechos pr^^cticos qiae la confir-
xnan. Los bosques detieuen en las copas cle los árboles
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g•ran parte del a^,rua de lluvia, dej.'indula caer con sua-
vidad cuando est^n excesivament^e cargados de ella; su-
jetan, como clavos ininensos. la tierra fi, la roc,a, evitan-
do los arrastres; dan mantillo al suelu, haciéndolo ee-
ponjoso, y oponen cun sus trancos repetidoe obst^^,culos
á la formación de las grandes corrientes en la mont^^iia,
que son las que llevan las grandes inundaciones al
Ilano.
En el caso de que el aguacero descargue eobre uua
cuenca desprovista de vegetación, los efectos son muy
distintos. El agua cae directamente sobre una superfi-
cie tersa ó una tierra arrastradiza, y no encuentra obs-
táculo al^uuo que se oponga á la €ormación de corrien-
tss. N:etas adquiereñ, por lo tanto, gran fuerza y veloci-
dad, y si al principio se liniitan á llevarse la capa suE,e-
rior de la tierra, luego, ya más potentes, arrastran las
piedras y cuantos obstáculos encuentran á su paso, has-
ta el punto de que en las vertientes de gran inclinación
se calcula que su volumen contiene un 30 por 100 de
agua y un 70 .por 100 de niateriales arrastrados. Todos
los arroyuelos desaguan así r^,pidamente en los arroyos,
todos los arroyos en el río, y como el cauce natural de
éste es pequeño para recibir tan gran aumento, su cau
dal se desborda, y el agua, que era elemento de vida
para los pueblos, ee presenta ante ehos amenazadora,
comu enemigo irreconciliable é invencible.
Todos los años sufre España por esta causa inunda-
ciones, y son, por desgracia, tan recientes y dolorosas
las liltimas de M^,la^,ra y Barcelon^i, y fueron tan ^ran-
_ 7,
^íes los estr^t^os d.r la de Valeucia de 1864 v la de .11-
wería y Murcia de Octubre de 1$79, que no es r^ecesa-
rio eu este punto aportar cifras ni referir hechos para
que las Cortes comprc^ndan la importancia grandísima
de este mal, que ha sjdo, Por atr4i part^e, tratado con
notable c,ompetsncia y como argumento ,r favor de la re_
pol^lacióu de los nlontes por dignísimos representantes
de la Nacióu, con motivo de l.c discusión del vi^•ente
presupuesto.
Lris inundaciones 8on la prtreba mó,s clara de la. per-
turl^ación gr^ande que ha sufrido el régimen de nuea-
tros ríos, la prote^sta violentSsima de la Naturaleza por
h^+bc^r sido destruídos los boscluea que cubrían nuestras
escabrosas cordilleras; pero no constituyen la única ma-
nifestación de este mal. ^líuchas son las fuentes situa-
das eu la falda de la montaña ó en el fondo del valle,
que se harr cegado por haberse destruído los montes que
coronaban sus ^ ertientes, ,y el caudal de nuestros ríos
se ha empobrecido, porque las grandes aveiridas que lan-
zan brusca y ró,pidamente a.l mar el agua de lluvia,
hau de debilitar por necesidad el curso normal de nues-
tras corríentes.
El Tajo ofrece de ello un ejemplo notable. Este río
y sus ofluentes tuvieron en otro tiempo una regularidad
de la que no es posiblc^ formar hoy concepto, y clue se-
^,uramonte sería puesta, en tela de juicio, si documentos
^tuténticos no la probaran pleriamente. Estrabón cele-
bra la comodidad con que grandes naves surcaban este
río y^la opulencia de las ciudades asentadas en sus ri-
-8-
beras, y+,1 viaje que eii Febrero de 1582 hizo Antotie-
lli de Lisboa d Madrid por el Tajo, el Jaram^ y el Man-
zanares, parecería una quimera al ver el estado actual
de este último río, si las cartas en que aquel inteligente
Ingeniero daba cuenta.de la marcha de su navegación no
desvaneciesen toda duda acerca del particular. El mis-
mo Felipe II, acompañado del Príncipe, de las Infan-
tas y de altos personajes, navegb en 1584 dentro de esta
provincia por el Ta,jo y el Jarama en dos barcos de 33
pies de largo, 8 de ancho y 3 de alto, 3• sorprende lePr
Nn el rna.nuscrito en qne estos hechos se refieren, cl ►mo
agradaron ^, la (:orte estas expediciones en que la bruscx
trepidación de los carruajes era sitstituída por el ^^uave
niovimiento de las naves, y cómo Antonelli hacía no-
tar al Monarca que desembocando el Manzanares en el
Jarama, éste en el Tajc y éste en el A^tl^^,ntico, algún !lía
vería S. M. desembarcar debajo de las ventanas del Al-
cázar de 1lladrid, productos llegados de las m^,s aparta-
das re^;iones del mundo.
Las expediciones que por el Tajo se hicieron de To-
ledo á Portugal con tropas y pertrechos de guerra, con-
signadas están en libros y folletos, y basta, por lo tau-
to, recordarlas para aducirlas como argumento.
Verdad es que las riberas del Tajo fueron célebres
por su frondosidad, ^y que la Península ibérica que co-
noció Estrabdn y aun la que vid Felipe II, ^ pesar de
^ue en tiempo de éste se había ya iniciado nuestra de-
cadencia foresta,l, estaba profusamente poblada de árbo-
les, segírn puede probarse con facilidad; y esta radical
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diferencia Pntre los frondosos montes de ayer y las pe-
ladas sierras de hoy, explica perfectamente la pertur-
bación que ha aufrido el régimen de nuestroe ríos, de la
que se podrá formar concepto haciendo constar que al-
gunas avenidas han acusado en la escala hidrométrica
del puente de Alcántara una a.ltura de 30, 54 metros so-
bre el nivel medio del estiaje.
La influencia local de los montes para favorecer la
regulación de las lluvías es el único de los beneficíos
citados que aún es objeto de controversia, no cierta-
mente porque no haya razones poderosas que la abonen,
sino por la dificultad de separarla de la del relieve del
terreno y de la causa general de la producción de las
lluvias. ,
La dificultad de precisar con hechos coneretos la
inlportancia de esta influencia, no es obstáculo para queel raciocinio la seña.le claramente.
La lluvia es un fenómeno físico, fácihnente expli-
cable, reeordanda que el calor dilata los euerpos y el
frío los condensa, y que cuanto mó,s vapor de agua
tenga un espacio deterniinado, menos cantidad necesi-
tar&^ rle él para saturaree, ó lo que es lo mismo, para re-
solverse en las gotas de agua que constituyen la lluvia.
Conviene recordar además, que el ambiente de los
basques ea mucho rnás húmedo y frfo que el de las tie-
rras desproviatas de arbolado, ^, causa del vapor de agua
yue las hojas lanzan ó, la atmósfera, robando al espacio
que •las rodea el calor necesario para la evaporación.
R,ecordados estos hechos, sólo resta aiiadir que las1
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corrientes de aire cargadas de humedad que cruzan lsc
Península, no se prestan d una regular distribucián dH
la lluvia; pero que si eu vez de chocar al llegar ^ nues-
tras costas, con una atmósfera seca y abrasada, cruza -
ran el ambiente frio y húmedo de los bosques, se reaol-
verfan muchas veces en suave lluvia, en lugar de dila-
tarse, prolongando nuestras gequfas, ó de formar nubes
egcesivamente cargadas de humedad en tuedio de un
espacio seco. en las que se produce ese est,ado eléctrico
especial, todavía no bien estudiado, y que es, induda-
blemente, la causa princípal de la violencia dé las gran-
des iormentas.
Aunque ya se ha dicho que la influencia de los
montes en la produccíón de las lluvias es objeto de con-
troversia, no faltan hechos concretos que la confirmen.
De las e^periencias de los aeronautas resulta que la
diferencía de temperatura de las capas de aire que cu--
bren los montes se deja sentir hasta una altura de 1.000
á. 1.500 metros, y se traduce en un marcado descenso
del globo, que no desaparece, como cuando es produ-
cido por una causa pasajera, siendo preciso, para conte-
nerlo, arrojar gran cantidad de lastre. Se han hecho con
éxito egperíencias de esta clase sobre el bosque de Or-
leans, que es tipo de los de llanura, con objeto de que,
desapareciendo la accián del relieve ^lel terreno sobre la
producción de las precipitaciones atmosféricas, resultase
más patente la influencia de los montes.
No se dispone de observaciones pluviómétrícas del
tiempo en que España tenía bien poblada sa zona fores-
- lI -
tal, ni aquí se han heclio repoblaciones cle importanc•ia
que puedan infiuir en el régime.n de nuestras lluvias;
pero, por fortuna, la. musa popular proporciona medio
de convencerse de que éste ha cambiado notablemente.
Es sabido que los campesinos, dentro del lfmite de sus
horizontas, leen en el abierto libro de la Naturaleza, y
segím sea la direccióu del viento, ^la presentación de
las primeras nubes, etc., predicen el tiempo con gran-
des probabilidades de éxito. Aquellae señales y sus re-
sultados se transmiten de generación en generacián, y
cuando la experiencia aeredita el acierto de sus relacio-
nes, la sabid uría popular las resume en proverbió me-
teorológico.
Sobre este punto hizo un estudio muy curioso un
publicista de^iñdiscutíbles talentos, y sus observaciones
ponen de manifiesto cuanto acaba de decirse. Sus mis-
mas palabras permitir^n formar claro concepto de esta
afirmación: « Multitud de observaciones hechas dura.nte
la citada excursión por el Yirineo, me han convencido
de esa doble influencia ejercida por los montes en el
curso y acción de los meteoros y en la constitución del
refranero meteorológico, eco éste de aquélla en el orden
del pensamiento. A1 recibir de la tradición oral los
adagios populares de fndole local, he ofdo con mucha
frecuencia frases al tenor de éstas: «El clima no es ya.
el mismo que antes; las señales del tiempo son muy
otras; ya no sabemos preverlo: este refr^ín, que antes
nunca salía fallido, nos engaña ahora muy á menudo; las
uubes no agarran; el bochorno fresco ya, no trae agua;
- 1? -
el cierzo, que antes fijaba los nublados, ahora los disip^:
la lluvia de tal refrán se ha convertido en granizo; los
puertos se escaldan m^s frecuentemente que antes; en
otro tiempo, cuando las nubes se arrastraban por tal
montaña d coronaban tal eminencia, luego al punto
llovfa; cuando brillaban en seco los relámpagos hacia
tal cuadrants, presagiaban agua en abundancia dentro
del tercer día; mas ahora ya no sucede así; estamos des-
orientados y perdidos» , etc., ete. Véase cómo el hacha
desamortizadora no ha causado únicamente sus estra-
gos en las seculares selvas que vestian y decoraban este
laberinto de mQntañas del Alto Aragón. sino también
en los floridos pensiles del Parnaso popular».
La influencia de los montes para templar los rigo-
res del clima es fá.cil de poner ^ie manifiesto.
Conviene recordar ante todo que la tierra absorbe
calor durante las horas de sol y lo pierde por la noche
en virtud del fenómeno llamado de radiación. Estas dos
acciones encuentran en la humedad del aire una gran
atenuante, porque el vápor acuoso absorbe los rayos tér-
micos y ea causa, por un lado, de que no llegue a• la
tierra todo el calor solar y la caldee excesivamente, y
por otro, de que no se irradie este calor rápidamente
cuando el astro del día se oculta tras el horizonte: Igual
efecto produce la vegetacióu, que obra á, manera de una
g;ran cubierta protectora extendida sobre la tierra; las
copas de los árboles detienen durante el día los rayos
solares y no les permiten llegar al suelo, mientras que
por la nocho se oponen á que paseu aI espacio los rayos
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c^ilorfficos rí»c^ emite la tierra por el citado fPnómeno riF
radíación. ^sí, pues, en un país seco y desprovisto de
vegetación, el tr^,nsito del día fi, la noche ha de ser muy
hruseo, y tan ciorto es estcr, que en el desierto del Sahara
se paea en el tórmino de veinticuatro horas de tempera-
turas muy frías á otras de 45°, y ae producen con fre-
cuencia intensas heladas en cuanto la noehe extiende
sus soinbras sobre la tierra.
F^,cilmeñte se comprende, después de lo expuesto,
que cuanto más húmedo esté el ambiente y más cu-
bíerto el suelo, se atenu^ir^i mfis esta difereneia. de tem-
peratura, y de ahí el importantísimo papel que en este
particular desempeñan los montes.
El ejemplo citado, del tr^nsito del día á la noche,
permite formar concepto de la influencia de los montes
para atenuar los cambios de temperatura debidos á otras
causas. Tienen, realmente, el poder de ^,lmacenar calor
durante las horas en que se produce con exceso, y de de-
volverlo en gran parte paulatinamente cuando deseien-
de la temperRtura. Su efecto es distinto y^ siempre fa-
^-orable: contra los ardores del calor, proporcionan som-
bra, y contra los rigores del frío, cubierta protectora.
Por esto el caminante lo mismo encuentra apaeible
desc^lnso á la sombra de un bosque durante las horas
de sol, que ^, su al^rigo en las noches destempladas
ó frías.Esta acción de los montes para templar durante las
horas del día el calor del sol y el frío de la noche, se
deja sentir tatnbién en el transcurso del año para sua-
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vi^ar el ardor del estío y la crudera del in^-ier^io. Por
otra parte, durante la época de la vegetación activa, es
decir, en tiempo de calor, es muy intensa en los bos-
ques la transpiracibn, que enfría constantemente el aire,
mientras que en invierno entra en un letargo parecido
á la mu®rte. Entonces no es necesaria la labor refrige-
rante de los montes, y por esto la suspenden, limitán-
dose á ocupar su puesto para oponer una va.lla al frío y
& la impetuosidad de los huracanes.
Claro es que la accibn de los mUT1te,S no queda re-
ducida á los estrechos límites de la extensibn que ocu-
pan, sino que abarca los alrededores de los mismos, por
las corrientes de aire que entre unos y otros se estable-
cen, y de a^í la influencia local que ejercen en las po-
blaciones y caseríos inmediatos. No faltan ejemplos
para probarla, y Madrid ofrece uno muy notable.
Es bien conocido el clima de esta corte, extremado
en invierno y varano, siu primavera algunos años, y
tan sumamente irregular, que son muchos los días en
que sus habitantes sufren en el espacio de una hora ó
de un tiempo acaso més reducido, calor y frío; y cuan-
do todavía les parece que despide fuego la tierra, sien-
ten que les azota el aire helado del Guadarrama. La
sequedad de su ambiente es también extraordinaria, y
aun cuando con un riego constante se trata de crear tui
clima artificial, la evaporación es tan répida, clue sus
calles están enchareadas ó secas, y apenas se coneigue
respirar el aire ligeramente húmedo, que es el conve-
niente.
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Es sahido también que lus alrededores de Madrid
est^n muy faltos de arbolado.
Pues bien, Madrid fué notable en otro tiempo por
la amenidad de sus contornos, poblados de vastísimos
bosques, y entonces su clima era templado, siendo ésta.
precisamente una de las razut^es que hubo para trasla-
dar la Corte 'c esta villa. Pa ra prubar la templanza del
antiguo clíma de Madrid, no disponemos de datos me-
teorológicos. pero tenemos, en cambio, abundantes ci-
tas y documentos que la demuestran.
Ningún escritor tan autorizado para resumirlos
como el ilustre cronista de la coronada villa, Mesonero
Romanos, que habla de este modo de aquel antiguo
Madrid :
« Testigos de vista, los más imparciales, nos han
transmitido la descripción de sus bo$ques, montes po-
hlados y abundantes pastos. Fl agua, este manantial
de vida, abundante entonces y espontaneo en esta re-
gión, ofrecía su alimento ó, la ininensidad de ^rboles
que la poblaban y que describe el Libro de Montería,
del Re^T U. Alfonso XI; y este arbolado, esta abundan-
cia de aguas, hacían el clima de Madrid tan templado
y apacible como le pintan 1'vlarineo Sículo, Fernández
de Oviedo y otros cólebres escritores» .
La acción eficaz de los montes para mejorar la sa-
lubridad pública se funda, no sólo en la que ejercen
sobre el cliina, sino en que purifican el ambiente y sa-
nean el saelo. ^
>^a sabido que bajo la .ccción de la luz los vegetzlles
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absorben :ícido carbónico, que envenena el .^uibiente. ^-
exhalan axígeno, que es el principal elemento de la.
vida de nuestros pulmones. Asimilan, además, los á^^-
Uoles otros cuerpos perjudiciales á la salud, entre lo^
cuales figuran, en primer término, el amoníaco, y. en
cambio, las especies resinosas, que son las que mayor
^rea ocupan en España, despiden perfumes balsámicos,
cuya base ee la trementina, tan recomendada hoy para
diferentes enfermedades.
El ambiente de los montes es, indudablomente, mfis
sano que el db las poblaciones; pero es preciso tener en
cuenta que en éstas existen muchos focos de infecci6n,
tales como la aglomeración de los habitantes, las ema-
naciones de las cloaeas, ol polvo de las calles, el humo
de las chimeneas, etc., que son la causa principal de
tan notable diferencia en la pureza del aire. (:onviene,
siín embargo, recordar fi, este propósito, que, según ex-
perioncias hechas por Miquel desde 1881 ^^ 1885, por
cada bacteria que había en el parque de Mont-Souris,
situado ó, las puertas mismas de París, se encontraban
de ocho á nueve en el que se extendía por el centro de
la gran ciudad. Por algo llaman los ingleses ó los par-
ques arbolados los pulnzones de las ciudades.
Los árboles tienen además un poder asumbroso para
privar al suelo de substancias nocivas ^i la s^^lud ^-
cambiarlas, en el laboratorio de sus jugos y tejidos, por
elementos de vida y de higiene. Son filtros maravillo-
sos, al través de los cuales los focos de infección se con-
Vierten en balsámieos y salutíferos perfumes, de la mis-
-»-
ma manera, qtte algunas pla^ntas de jardín transforman
en olorosas y delicadaa flores el hediondo estiércol en
que asientan sus raíces. .1^:1 Dr. Ebermayer y su ayu-
dante el Dr. Baumann, después de numerosae experien-
ciaa, afirman que no han encontrado en el suélo de los
montes ninguna bacteria patógena de las que tanto
abundan en las poblacíones y en los campos y t8rrenos
de huerta, sobre t^odo si están abonados, bacterias que
cuando se seca el suelo pasan al aire y las absorbemos
al respirar.
Compréndese, por lo expuosto, que influyen los mon-
tes en la salubridad por s^t doble acción en el aire y en
el suelo, y de ahí que desde antiguo se hayan preconi-
zado los parques y las filas de árboles en las poblacio-
nes y se haya considerado saluble la vida de los montes.
1)e ahí tanibién que se aconseje hoy el establecii^hiento
de las sanatorios en sitíos próximos ó, los bosques, prin-cipalinente de especies resinosas.
1VTo faltan ejetnplos que r,omprueben tales creencias
y consejos.
Ya el Papa Clemente XI prohibió la expíotacián de
los rnontes que protegfan la campiña romana contra, las
emanaciones de los lagos pontinos, y el tiempo confir-
mó el acierto de su previsián, pues cuando se talaron,
aquel país, que antes era sano, viá diezniada su pobla-
ción.
Muchos casos piidieran citarse para probar que los
montes han opuesto siempre una valla infranqueable á
la propagación de lae epidemiae; per.o donde esto al^are-
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cc inág clar^mente confirmado es en la India. Allí se
'ha vis^to que las casas de campo y las aldeas rodeadas de
mo^ate ó de muchos órboles no eran visitadas por el cá-
^eta, que estaba haciendo numerosas víctimas en pue-
blos próximos completamente desarbolados; que la epi-
demia apareció en algunos sitios en cuanto se talaron
los boeques que los cubrían, y que los destaca.mentos
que acampaban en el intarior de extensos montes ^lu-
rante la propagación de la epidemia, no sólo se veían
libres de ella, sino que se conservaban en perfecto esta-
do de aalud .
Es grato ^^1 Ministerio de Fomento recordar á este
propdsito el movimiento de opinión que se produjo en
1903 en Salamanca. Las estadisticab demográficas se-
ñalaban á la docta ciudad como una de las más casti-
^,ra,das por extraordinaria mortalidad y, ganoso de re-
inediar tan grave mal, el diario L+'l Lábaro solicitó el
concurso de respetables personalidades para que expu-
sieran en eus columnas las causas qne lo explicasen ,y
los medios más expeditos para evitarlo. El llamamiento
fué atendido y pronto vieron ra luz píiblica autorizada,s
upiniones que estudiaban este tema y eran leídas con
especial interés.
Quedó desde luego probado que el mal se debfa ó, la
falta de higiene, y se recordó que Londres, que tuvo en
otro tiempo una mortalidad de 40 por 1.000, apenas si-
guió fielmante los preceptos higiénicos vió decrecer
esta proporción hasta llegar á ser de 16 por 1.000. Se
expuso también, desde el origon de la información, que
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el aire quc respiran hoy los salmantinos no puede com-
pararse al que envolvía la ciudad cuando sus plazas y
alrededores estaban cubiertos de arbolado, que purifica-
ba su ambiente y proporcionaba á la vez á sus mora-
dores amenos sitios de honesto solaz y esparcimiento,
Como consecuencia de este movimiento de opinión
se fundó una Sociedad intitulada «Repobladora de1 ar-
bolado en Salamanea», cuya Junta iniciadora suscribió
acciones por valor de 12.500 pesetas, y el inolvidable
Padre Cámara, que regía á la sazón aquella diócesis y
que ha había dado pruebas de su predileccíón por el
arbolado, dirigió uua carta al llirector de El Eáharo
para alentar á sus diocesanos á que se adhiriesen al lla-
mamiento, y saliendo al encuentro de los gastos que au
realizacidn había de ocasionar preguntaba: «^Pues qué,
la ración de aire puro no vale tanto como la del agua
potable y el pan de trigo?»
Las influencias apuntadas se resumen, como es con ^
siguiente, en una muy eficaz sobre la riqueza nacional.
Sin regularida.d en el régimen de las lluvias, con un
clima graudemente perturbado y con frecuentes inunda-
ciones que arrasan ca.mpos y fábricas, la agric^^ltura ha
de arr^istrar fatalmente una vida lánguida y la industria
ha de estar en peligro, no sálo por la acción violenta de
las inundaciones, sino también por la falta de un caudal
de agua abundante y regular que inueva sus mó,quinas.
Importa llamar la atención acerca de loa daños que
^, la agricaltura causa la irregularidad en el régimen
de los ríos y arroyos.
- np ._
Cuando las sierras est^n coronadas dc^ arbolado, lasaguxs bajan linipias y suaves al llano, ciñéndose á los
e^uices que la naturaleza y el hombre les trazaron; pero
cuando proceden de abruptas y deanudas cordilleras,
descienden cargadas de materiales de acarreo, y su pro-
pia violencia les lleva á separarse de su curso natural.
Entonces asurcan los terrenos que atraviesan, arranc^,n-
doles su capa de tierra vegetal, y siguen aumentando su
pesada ca.rga hasta que encuentran un terreno llano en
que depositarla. El daño es doble, porque la tierra pasa
de un sitio donde hacía falta á otro donde sobra, y á veces
es uiás de lamentar el cainbio, porque algún desgraciado
encuentra en él inesperada sepultura. Grietas enormes
^urcan las pendientes, ímpidiendo el cultivo y poniendo
en alguuos sitios al descubierto la, roca, y extensas ma-
sas de materiales de acarreo cubren los campos del lla-
no, marcándoles con un sellu de espanto^a esterilidad.
F.n ^los sitios en que estos fenómenos aparecen con
intensidad, la perturbación que introducen es extraor-
dínaria. Grandes supe ^ficies de terreno son arrancadas
de su posición natural y arrolladas en la masa común
de la avenida ó deslizadas blandamente hasta que las
detíenen los repliegues del terreno; lus depósitos de los
arrastres ocupar^ extensiones y alturas considerables; y
es tal la confusión que introducen, que las masas de
acarreo no reconocan cauce fijo y sepultan eI terreno
que antes asurcaron, ó socavan aquel que anteriormen-
te cubrieron con su maldita carga.
Cuando los arrastres, por la naturaleza geoldgic.a
- 21 -
^lel suelo, no se^ presentan con la, vie^lencia que ;ira,ha-
rnoa de describir, no por esto dejan de ser menos teini-
ble^. Su acción es míis lenta, pero más traidora; pasa
tal vez inadvertida á los mismos que sufren sus conse-
cuencias; pero si no se acude á detenerla, irá de día en
día agrandando los pedazos de nuestra Patria condena-
dos a eterna esterilidad, porque de día en día va dismi-
nuy endo el eepesor de muchas tierras, y a.cabar^. por
poner en ellas al descubierto la roca.
Ejemplos de esa pobreza que la falta de arbolado ^-a
llevando al territorio nacional, los hay, por desgraci^i,
en toda España, porque el régimen torrencial se va en-
seiroreando cada día más y mas de nuestro suelo. Ese
coustante empobrecimiento lo pregonan con triste elo-
cuencia. esas enormes torrenteras que se dibujan en
nuestras vertientes conio arrugas de una precipitada de-
crepitud, y esas montañas que, en cez de ofrecer los
hermosos paisajes de Suiza, presentan la rigidez del es-
queleto, como monumentos levantados ^^. la infecundi-
dad y ^, la pobreza.
La razón de que no cubriendo de monte los terre-
nos impropios pa.ra el cultivo agrario permanente, se
deja poco menos que sin producción una gran parte del
territorio patrio, eti tan obvia para probar el dairo que
de este modo se causa ^, la riqueza nacional y se presen-
tr^, con tanta clarida,d en España, por los inmensos pá-
ramos que por ella se extienden, que basta exponerla á
la consideración de las l:ortes, para que comprendan la
^recesidail de acabar para siempre con ellos.
- 22 -
Las liger. ► . Nxplicaciones que acab^^n de e^ponerse
y los hechos quN las confirman han elevado las 1 ►eiie-
ficiosas influencia de los niontes á la categoría de ^er-
dades universalmente admitidas. El Preaidente de los
Estados Unidos de Norte América, el Emperador de
Alemania, el Negus de Abisinia y la Confederación
suiza, destaeándose en el reconocimiento de estas in-
fluencias, proclaman pór la di^ orsidad de situaciones
geogra.ficas, de hó,bitos nacionales y de formas de gobier-
no, que ha,n alcanzado la autoridad de cosa j uzgada..Por esto ha sido constante preocupación de cuantos
se ocupan en estos estudios fijarse en la extensión de las ^
distintas Naciones que est^ cubierta de monte, y conce-
niente será tratar también de este punto en la presente
Memoria, como elemento de juicio indispensablP para
formar concepto de la importancia del problema fores-
tal en L+^spaña. El siguiente estado precisa datas sufi-
cientes respecto a esta cuestión:
-23-
hatado compsratl^o de lae anper$cles onblertaB de mouteen laas PPacioneB de Earops ^ en la Amér(ca del Norte.
ACIONEB
BuperHafeanbierta Qe monte.
R.elaclbncon
la eupersaietocal.
HectMIM. T4wt0 por 100.
Suecia ................................ 19.000.000 46
ftuaia europea (comprendida Finlandia) 206.000.000 39
Servia ................................ 1.546.000 38
Auetria-Hungria (con Bosnia y Herze-
govina) ............................. 19 946.110 31,1
Bulgaria ............................. 3.041.126 30
Alemania ............................. 13.900.600 26
Noruega .............................. 6.820.000 21
Rumania ............................. 2.774.048 21
Suiza ........................ ........ 842.000 20
Francia...........^ ................... 9.560.000 17,9
Bélgica ............................... 606.000 17, 2
Italia ................................. 4.083.000 14
4recia .............................. 880.000 13
Paises BajoB .......................... 248.000 7,5
Dinamarca ...................... .... 241.430 6,3 ^
Portugal ..................... ...... 500.000 5,4
(Iran Bretaña é Irlanda ............... 1.229.000 4
Améríoa del Norte.
CanadJ ................................ 323.000.000 38
Estados iTnidos ...................... 200.000.000 26
-24-
Acusa 1:^ casilla de tanto por ciento del est;^do ante-
rior díferencias notabilisinias, y, sin embargo, no seña-
la, en realidad, distintos criterios, porque los montes no
son necesarios en todas partes, siuo que tienen su zona
propia, pudiendo decirse, en términos generales, que
cuantomás quebrado es el territorio de una Nación, mayor
exten8ión del mismo ha de estar bien .cubierta de monte.
Inglaterra, rodeadá de mar por todos lados y baña-
da por una corriente de aire .de los trópicos relativa-
mente cá,lida, con una humedad tan grande, que se ve
casi siempre envuelta en un manto de tristísimas nie-
blas, con una topograffa que pregentaextensas llanuras.
colinas de sua^e pendiente y cordilleras cortas y de
menguada elevacidn; con un subsuelo tan repleto de
carbones minerales que le permite mirar con indiferen-
cia las leñas, y con abundantes maderas en sus colonias
y flotas poderosae para transportarlas en easo necesario
á sus costas, pudo sin perj uicio destruir sus montes, con
lo que al par que ensanchaba el patrimonio de la Agri-
cultura, desecaba el suelo y disminuía la excesiva hu -
medad atmosférica. Bastblo para atender ó, las funciones
liigiénicas asegurar el arbolado de los parques de las
grandes poblaciones y crear para sus posesiones de la
India un numeroso personal de 11lontes. Pretender igua-
lar las condiciones forestales de las Islas Británicas á
las de las demós Náciones, y sobre todo ó, las de la Pe-
nínsula ibérica, vale casi tanto como qúerer useme;jar
sus tristes horizontes al clarísímo ►ieló de naeatras pro-
^iucias andaluzas.
-- 4b -
- En cu^^nto á los Yafses Bajos }• Dinamarca; cun
decir que sus mayores altitudes son de 210 metros `^
180, respectivamente, se comprend^rá que han ds tener
uñ territorio llano, que no reelama lacnbierta protecto-=
ra de los montes.
F,1 nuestro, en cambío, es escabrosísimo, como es
facil probar. Despuéa de las grandes altitudes de los
rl.lpes, niaguna alcanza en Europa la de nuestro Pico de
Mulhacén (3.481 m.), del aietema penibético, ni la del
Pico de Aneto (3.404 m.), en la divisoria de Francia y
España, del sistema de los Pirineos, cuya prolongación
por el Noroeste y dentro ya del tsrritorio exclueiva-
mente español, tiene altitudes tan elevadas como las de
la Peña de Cerredo (2.678 m.), de las montañas vasco-
cant,^,bricas, y del Pico Espiguete (2.453 m.), de las
ga.laico-astúricas.
Refiriéndonos ya á la Península ib^rica, porque en
realidad no es posible separar en este estudio á España
de Portugal, hay que decir que, además del Etna, sóio
lus Ca,rpatus, los Balkanes y los Apeninos superan en
altitud á nuestra Plaza del Moro Almanzor (2. 650 m. ),
del sístema central, y Moncayo (2.315 m.), del sis-
tema ibérico.
- Nuestras altitudes, ya muy inferiores ^, aquéllas,
^Ieseta c^e Gorocho de Rocigalgo (1.448 m.), dei siste=
ma de los montes de Toledo, y Estrella (1.299 m.), ^lel
eistema bético, son comparables ^, la. inayor de la Selva
Negra de Alemania (1.494 m.) y á la mayor de la Es^
uucia septentrional (1.343 m.); superioré5 ^, la niayor
3
-26-
del país de Gales (1.Ot38 ui.) y ó la mayur de irlanda
(1.746 m.) y muy superiores á la mayor de Finlandia
(715 m.), á la mayor de Bélgie,a (672 m.) y á la ma,yor
de Polonia {603 m.).
Si áhora se tiene en cuenta que los ^.lpes no son
una cordillera de una Nacidn determinada, sino la de
las Nacíones de la Europa central, entre las cuales re-
Parten su escabrosídad, á cambio de constituir el gran
depósita de aguas y el origen de sus caudalosos rfos, y
que el Etna, los Cárpatos, los Balkanes y los Apeni-
nos no están prdgimas, sino, par el contrario, muy se-
parados, seguramente que estos datos inclinarán á creer
que nuestro territorío es muy quebrado; pero no bastan
para formar concepto de nuestra escabrosidad.
Para conocerla bien hay que fijarse, uo sólo eu los
datos apnntadus, sino también en el g^ran número de
cordilleras que tenemos, con relacidn fi^ nuestra super6-
cie. .Rusia, por ejemplo, que mide unaextensidn super-
ficial más de cien veces superior fr la uuestra, tiene cor-
dilleras .que ni por su número ni .por su elevación
pueden compararae á las nuestras; y F'rancia, que por
las vertientes de los Alpes puede considerarse más es-
cabroea que,nuestro territorio y por las de .los Pirineoe
tan escabrosa camo él, no tiene después de ellas inás
que un sistema orográfico, el del Jura, Vosgos y Ceven-
nes, con altitudes que no llegan á 1.900 metros.
Nosotros tenemos seis sístenias orográficos y los seis
de importancia, de tal modo, que no queda en realidad
sitio en nuestro territorio para los valles extensos, por-
-57-
que muy cerca de allí donde termina la vertiente rrie-
ridional de una nioiitaila ha de empezar la septentrio-
nal de la siguiente, y por tal causa, puntos que estén
muy próximos sobre la carta geográfica han de presen-
tar diferencias graudísimas de nivel, originando lade•-
ras escarpadas y pendientes abrupt<^s, que no admíten
otro cultívo que el del monte. Por esto nuestro Píco de
Mulhacén está tan inmediato á la costa iuediterránea,
que en los mapas en relieve de la Yenínsula ibérica el
sístema penibético parece una inmensa niuralla levan-
t,id^^ en el Mediodía de ]{:spaña, que hunde sus cimien-
tos eri el mar yr corona sus cumbres con las nieves per-
petuas; por esto los Picos de Europa están muy cerca de
la costa cantó,brica; por esto en la sierra de Gredos se
originan frecuentes desprendimientos de tierras y de
roca$ que, durante las tempestades esparcen el terror
por aquellas aldeas, y en la cuenca del Tiétar, de redu-
cida extensión, se eneuentra la zona climatológica ar=
tica y la cálida templada, el liquen de los neveros y la
morera en que el gusano fabrica la seda; por esto el va.-
lle de las Batuecas es tan estrecho y tan profundo, que
apenas re►ibe en el rigor del invierno las caricias deI
sol, y es fama que durante la invasión francesa pasó
inadvertido el enemigo, ^hasta tal punto está oculto
entre prdximas y elevadas montañas!; por esto, sin salir
de las calles de Madrid, encontramos dif'erencias de
nivel de 144 metros, ^ pesar de que estamos sobre la
meseta central, que es otra causa de la pobreza de nues-
tro suelo, porque levanta una parte c;oñsideraUle del te-
-28-
rritorio, apart^,udolo dHl ambieute tranquilo y produ^^-
tor del nivel del mar, para, rodearlo de las inclemencias
y de las rudezas de las alturas de la atmósfera, y par
esto, en fin, puede decirse que nuestra orografía basta
por sí sola, bien estudiada, para demostrar la neceaidad
de una extensa zona forestal. .
Desde el punto de vista de este estudio, España no
admite comparación más que con tres Naciones de Eu-
ropa, es á saber: Suiza, Suecia y- Noruega; la primera .
más escabrosa que nuestro territorio, y las otras dos,
merios quebradas que él; pero, en cambio, perjudicadas
por su posición extremadamente septentrional, y sabi-
do es que ninguna de ellas ha fiado exclusivamente á.
la agrieultura su riqueza. La península escandinava
ha inundado de maderas ol mercado de Europa, y Sui-
za, como Dinaniarca y como Holanda, ha llevado los pro-
ductos derivados de sus aprovechamientos de pastos á
todos los almacenes de víveres del viejo continente, ha
ssparcido por él, después de hacerlo famoso en el mun-
do entero, su valiosísimo ^anado vacuno; y no conten-
ta con la riqueza que esta exportación supone, ha sabi-
do también sacar partido de su escabrosidad, atrayendo
al viajero con los hermosos paisajes de sus montañas,
ri.camente vestidas de montes y de prados.
Dedúcese de lo expuesto que España no puede cóm-
pararse en este estudio ni con Inglaterra, ni con Dina-
marca, ni con Holanda, que son las Naciones que ocu-
pan, con Portugal, la rarte inferior del cuadro prece-
dente. sino con Suecia, Norue^;^^y Suiza, cuyos tantos
-29-
por ciento de superficie poblada son,de 4G, 21 ^- 20, res-
pectivameuts. ó sea, por término xuedio, un 29 pur 100.
Conveniente serlí estudiar ahora la extensión del t.e-
rritorio español que est^l bieñ cubierta de monte.
Según la ílltin ►a est.adística forestal quP se ha pu-
hlicado, la extensión de las montes públicos que estlí,n á
r.argo del Ministerio de Fomento Ps de 4.R^5.55A hec-
t^,reas. El Ministerio de Hacienda tiene tanlhién á su
c^rgo montes públicos cuya extensión es de 1.691.601
hect^reas; pero, en realidad, estoa montes no han de
ser tenidos en cuenta en el c^studio de esta Memoria,
porque hl^n pasado precisamente á aquel Ministerio por
no reunir condiciones de interés general, es decir, por
no ejercer las beneficiosas ínfluencias en que ha de fun-
darse la^ intervención de la Administracibn piíhlica ` á
que se refiere la ley de Conservación de montes y re-
población forestal.
Para el eQtudio de los montea de propiedad particu-
lar, se not.^ la falta de estadísticas que inspiren confia.n-
z^i, y hay que acndir ^, los datos del amillaramiento,
clue son los siguientes:
DE8TIN0
de 1^ auperflcie amtllart,dR. ftectare^e.
Monto alto y bajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4.687.Fi08
Eriales con pasto . . . . . . . . . .. .. . . . . . . . 3.344.304
Dehesas de pasto .................... 2.652.190
Tarwl .. . . . . . . . . . . . . . . 10.684.102
-^-
Es preciso advertir que en estos amillar;^inieritos sF
incluyen todas las tincas de esta clase, hasta las del l^a^
tado, ^, las que se asigna la parte de contribución qoN
les correspondería pagar, con objeto de poder distribuii•
de este modo la diferencia entre los dem^s t,c;rratenien-
tes. Restando, j^ues, del total de ' laa^ 10.584.102 hec-
tároas las 6.537.159, suma de las cabidas forestales
consignadas anteriormente, resulta una diferencia de
4.046.943 hectáreas de tPrrenos forestales do todas cld-
ses pertenecientes á particulares, cifra que si bien no
puede considerarse exacta, es, indudablemente, muy
aproximada á la verdad.
Pero ni los eriales que mantienen algún pasto ni la
mayor parte de las dehesas destinadas ^, la alimenta-
ción de los ganados ejercen las beneficiosas influencias
de que nos hemos ocupado anteriormente; asf es que,
estudiando el rroblema forestal en España desde el pun-
to de vista de esta Memoria, podemos limitarlo ^. la ex-
tensión de nuestro suelo cubierta de monte alto y bajo.
Reducida á estoe términos la cuestión, vemos que el
primer estado nos señala como superficie forestal de uti-
lidad pública la de 4.845.558 hect^reas, siendo precisu
advertir que hay que descontar de ella muchas exten-
siones que est^,n completamente rasas, y que el amilla-
ramiento nos da 4.687.608 hectáreas de rnonte alto y
bajo. No pecaremos, pues, por defecto fijando, en cifrae
redondas, en 5.000.000 de hect^,reas la superficie del
suelo español cubierta de monte; y como nuestro terri-
torio mide, en cifras redondas también, 50.000.000 áe
- st -
hectáreas, resulta ^lue tenemos bien cuhíerto ^le mont^
Pl 10 por 100 del mismo. :
^,Guál es la extensión que deberíamos tener? ^a en
1^40 la Sociedad Económica Matritense decía al Go=
bierno: ^España no cuenta en el día cubierta de mont^e
la oct^^va parte de su territorio, cuando quizás para te-
ner satisfechas sus necesidades en este punto deberla
tener del quinto al tPrcio de su suelo^, ó lo que es lo
mismo, del 20 al 33 por 100, lo que está de acuerdo
con el resultado de la anterior compara.ción con las dis-
tintas Naciones de Europa ^^ con los datos consignadoc
reapecto ó nuestra orografía .
^e impone, pues, la necesidad de conservar los es-
casos montes que nos quedan y de procurar la mfi.s
pronta repohlación iorestal.
Si esta necesidad no estuviese generalmente admi-
tida, la pregonaría en España el hecho elocuente de
que, después de tanta destrucción forestal, no hayamos
dedicado ó, la agricultura ni siquiera la mitad de nues-
tro territorio, resolviéndose de este modo aquella des-
truccián, no en una provechosa expansión de la zona
a^•rícola, sino en interminables páramos y eriales, que
conviene borrar para siempre del suelo de la Patria. En
este punto ha, sufrido el hombre una grande, una la-
mentable equivocación, pues el humus de los montes,
que constituye un excelente abono, le ha hecho supo-
ner que el suelo de la zona forestal era apto para 1'a
agricultura. Se han desmontado por esta causa ^randes
+^^:tensiones de él, que han proporcionado iínicamente
^^-
^ios ó ó lo más trea cosechas, no por su fertili^lad, sin^^
por la virtud de aquel abono. Hay en España infini-
dad de pruebas de esas ilusiones agrícolas, desvaneci-
das en la zona forastal, pues Son n111cllos sus terreno^
sin árboles ni matas en que se descubre el borroso sur-
co del arado, que indica que el agricultor quiso arreba-
t^rlos al cultivo forestal y después de arranca.rles dos d
tres pobres cosechas los dejó inútiles para la agricultu=
ra y para los montea. ^Admirable armonfa de la Natu-
raleza la que hace •necesarió el monte ror altas influen-
cias físicas, precisamente en aquellos terrenos en que no
es posible la ^gricxltura, hermanando asi dos cultivos
que de otra suerte-se encontrarían frente á frente, y apo-
yándose uno en conveniencias sociales y otro en razo=
nes económicas se disputarían el suelo de la Patria!
El engrandecimíento del suelo español hay que bus-
^carlo en el aumento de riqueza dentro del cultivo propio
de cada zona, declarando guerra sin cuartel al erial y
al páramo, porque no somos responsables de que iiues-
tro territorio no se preste., en su mayor parte, ^, los ^cul-
tivos más preciados; pero sí lo somos de que en una
buena porción de él, los elementos naturales de riqueza
permanezcan como dormidos, sin que la luz fecunda de
las inicíativas y del trabajo acuda á despertarlos arran-
.cá,ndoles de la obscuridad eii que viven.
Y en este punto queda mucho que hacer en cuanto
^á; la intensidad del cultivo forestal, pues, á causa de, la
^ dificulta'd de dotar bien esta parte del présupuesto; ^mtit-
^cho^ montes públicos dan rendimientos muy ^inferióres
_ sa _
á los que podrían dar, v lo mismo oCurre con mur,hos
montes pa.rticulares, que con el estímulo oficial podrían
aunientar su producción. Es un hecho elocuent,e que los
rendimiPntos de loa montes aumentan considerablemen-
te ^al someterlos al régimen de ordenación, que aviva.
sus energias poniendo en producción todos sus elemen-
tos de vid^i. La comparación entre el valor de los apro-
vechamieutos de los montos antes de ordenarse y des-
pués de celebrada la subasta de los productos del primer
decenio con arreglo á, tan útiles estudios, acusa diferen-
cias notables, y corno ejemplo citaremos «El Roble-
dal» y«La Sauceda», de Gortes de la Erontera, que,
antes de ser ordenados producían 21.167 pesetas y des-
pués 113.063, y los del F,stado de la provincia de
.Taén denominados « Navahondona», «Guadahornillos»,
«Vertientes del Cluadalquivir» y«Poyo de Santo Do-
mingo», que antes de ser ordenados rentaban 22.624
pésetas y después 112.055.
La última Estadístíca forestal publicada acusa tam-
bién, como es consiguiente, diferencias muy notables
entre la produccibn de los montes ordenados y la de los
que no lo han sido, pues mientras éstos tienen asi^•na-
do uu tanto de producción por hectá^rea de 1,96 pese-tas, en los ordenados sube e^te tanto á, 9, 08.
Dando á este estudio mayor amplitud y fijándose en
las^ cantidades qtie en las distintas Naciones se consig-
nan en el presupuesto forestal, también se observa uná.
^uriósá'rela^ión entre la iinportancia de estos presu=
puestos: y los rendímieñtos por hectárea, como es lógico
- :i9 -
tratándose dP cantidades Nmpleadas en acti^^ar los PIP-
mentos de riqueza que ates^ ►ra el suelo.
Na siguiente estado pe,rmite formar concepto de esta
afirmacibn, pues en él se observa que cuauto mayor es
el gasto por hect^rea, tanto en personal como en mate-
rial, mayor es también la producción. I.,os datos de Es-
paña que en este estado constan se han consígnado to-
mando Por base los de la última Estadística pnblicada ,y
los del .vigente presupuesto de Montes.
Compersción entre Is prodnccióu foreetal r los gaetoe de pereonal^ msterial en slgnnos p^íaea de Burops.
^ABTOB POR HECTAREA Pr oducci•n Renta li-
Pereonal.
Pe^etae.
Material.
Puetae.
TOTAL
Peeetw.
porhectLrea apro-
vechada.
Peeetae.
qulda
Pasetae.
i^ajonia . . . . . . . . 11, W 17,88 28,88 64,86 35,b8
Baviera........ 6,56 12,50 19,06 48,75 29,69
Prusia. . . . . . . . . 5,80 10,80 16,60 30,00 18,40
Austria . . . . . . . b,00 6,26 11,25 26,25 16,00
Francia..,..... 2,06 2,12 4,17 10,00 5,83
Eapaña......... 0,28 0, 55 0,83 2,16 1,33
Bíen claramente demuestra el estado anterior, con
la elocuencia, de Ias cifras, la conv,eniencia de hacer in-
tenso el cultivo forestal, para obtener más rendirrliento
de nuestro suelo.
Claro es que también en España si el culti^o fuera
m^s intenso ai^mentaria conaidera.blemente la produc--
_ ag _
cicSn ^le los n ►ontes. Si es tau bajx la eantidad quP oo-
rresponde al rendi^niento medio por hectárea, es debido
á que gran parte de los montes españoles tienen un cul-
tivo muy extenso y á la enorme superficie de los yer-
mos, que no se aprevechan m^s que como míeeros pa,sti-
zales; pero si se efectuasen repoblacione$ y se diera in-
teiisidad al cultivo, podrían producir lo que en otras Na-
ciones, pues la mayor parte de nuestro suelo, impropio
para el cultivo agrario permanente, se presta muchfsi-
mo al forestal.
Asi induce también fi^ creerlo la iíltima Estadística,
que acusa elevado rendimiento en aquellos montes en
que se ha concentrado el servicio. Los de Arévalo ("Avi-
la) tiNnen en ella asignado un rendímiento medio por
hectárea aprovechada de 17,98 pesetas, los de «Pinar
Viejo>^, «Pinar de Villa» y segundo grupo de <<Pinar
de Nacafría», de la provincia de Segovia, un rendi-
miento de 29,09, 23,50 y 26,89, respectivamente, y los
montes de Benarrabá, de la provincia de Málaga, uno
de 37,66.
Los montes particulares esté,n real^nente muy mal
explotados, y es de suma. canveniencia para el desen-
volvimientA de la riquez^^ nacional ostin^ular á sus due-
ños ^S, que los cultiven mfis intensamente. Tienen, por
otra parte, hoy los particulares uu estímulo grande para,
la ropoblación, que antes no t^enían.
Nos referimos á la madera destinada á la paeta para
la fabricación de papel, que tiene precisamente que ser
blanda y de corta edad, y que en F,sPaña. podría dar
-3s-
gran valor ^ niuchos terrenos cjue ha^ ne lo tienen:
hasta' el extremo de que un publicista muy competente
en estos estudios calcula, en un artículo recientemente
publicado, q►e podrían dar haata un rendimiento de
un 15 por 100, y considera que .el único medio de na-
cionalizar la industria de papel se,ría estimular podero-
samente, siguiendo el ejemplo de Italia, las plantacio-
nés de árboles de rápido desarrollo y de calidad exce-
lente para pastas destinadas á producir papel. Se coni-
prenderá la importancia de este estímulo haciendo cons-
tar que el consumó de pasta mec^,nica para la fabri-
cacibn de papel, excluyendo la de cartdn, puede es=
tim^irse en España e^i unas 15.000 toneladas, de las
cuales se producen actualmente unas 4.000, import{^n-
dose del Norte de Europa las 11.000 restantes.
Si se consiguiera' dar gran intensidad en España al
cúltivo forestal, se reportaría además la ventaja de que
no fuéramos tributarios por este concepto ál extranjero
por cantidades de verdadera importancia. La Estadísti-
r,a^ de comercio exterior del año 1903 da da.tos muy in-
teresantes respecto á este particular, sobre los cuales
conviene llainar la atención, por cu,yo motívo se con-
signan en los aiguientes esta.dos;
- ^87 -
Rgtadtetlow del ooxeraio eaterlor ie loe prodeetoe toreslaleednrante el aóo 1^.
I0^ POli.TAQIC^N
' P80DIIOT08 FOREBTALSB OADl'I'ID^DEBVALOBRB
E1w^twa.
Palos tintóreos y corteaar cur•
tientes ....................... 697.OI0 kilog. 139.400
Pasta para fabricar papel. . .. . . . . 26.94fi.894 ldom . . 5.119.62:1
Duelas ......................... 13.772 millar 11.416.06t3
Madera ordinaria en tabla ain la•
brar.. ..... ..... ....... 1i10.922 m8. ... 46.819.160
Idem cepillada ó machihembrada. 3.840 idem.. 820.400
Idem flna para ebanisteria.. . . . . 2.691.301 kilog . 915.042
Idem aserrada en hoja8.......... 119.700 idem.. I01.746
Piperia armada ó sin armar.. .... 1.320.066 idem.. 461.720
Madera ordinaria labrada....... 799.U28 [dem.. 1.b78.0^6
Idem flna id ......... .......... 337.949 idem.. 844.869
Idem id. con objetos dorados. .. .. 128.842 idem.. 644.210
F.nea,crin vegetal .............. 1.230.673 ideu ► .. 307.641
TOa^AL. . . . . . . . . . . . ^ r ^ 67.6fi7.920
- 38 --
F3XPORTAQ tóN
PRODIIOTOB FORBBTALES (7AN'PIDADEBYALOREB
PWataa.
Corteza^ y otras materfas cur-
tientes ....................... 8.196.081 kilog . 447.448
Regalíz en rama ................ 1.707.768 idBm.. 696.8t30
Idem en extracto y pasta........ 594,689 idem .. 772.96^6
Madera ain labrai• ............... 20.601.813 idam.. 1.0:30.089
Coreho en planchaa ... .. .. .... ... 4.32b.492 idom.. 2.292.512
Idem en cuadradillos. .. . . .... . . . ó1.346 míllar 438.671
^ A Francia..... 1.326.890 idem.. 19.888.350ldcni en taponea.
^ A otros paises. 862.666 idem.. 12.788.490
Idem en otras iormas. . . .... .. . . . 6.209.661 idem.. 1.147.827
Esparto en rama . .. .. . . .. . . .. .. . 49.366.169 kilog . 5.429.178
Idem obrado ....................
1
G23.891 idem .. 218.382
Caetañae ....................... 4.068.767 i dem .. S13.762
TOTAL .............. x 46.864.496
8Ef3IIMENPaeetae.
Valor de los productos importados... 67.667.920
Iden► 1d. exportados ................. 46.864.496
TIIFERHNCIA............ 21.803.426
^s decir, que somos tribiitarios a.l e^trarijero por
valor de 21.803.425 pesetas, ^, causa de lio tener bieli
culticadu nuestra zoi7a forestaL No qP oculta^rán seg•u-
- 3H -
rauiente á las Cortes las ventajas dc^ ^IIlUIdr tan enurinr
desuivPl eii la balanza tuercantil, porque, adema.e de
que acusa falta de aprovechamiento del suelo, en una
Nación como la nuestra, que, por las condiciones de su
territorio, debería ser exportadora de productos foresta-^
les, afecta ó, nuestra vida económica general, tan hon-
damente perturbada en ocasiones por el alza exagerada
de los cambios.
Y si nos fijarnos, por últirno, en el problerna de la
emigración, que tan seriaxnente ha 1 ►reocupado ó ld>
Cortes y ó. los Gobiernos españoles, no se ocultará tain-
poco la necesidad ^cbsoluta, de engrandecer el suelo de la
Patri^i .
El natural amor a. la tierra en que se vió la luz pri-
mera es causa de que nu se deje rnás que cuando en ella
se hace imposible la v ida, salvo la excepción que seña-
lan esos espíritus arrojades ó aventureros que por con-
dición de car^icter gustan de ir en busca de lo descuno-
cido, ilusionados con la esperanzn, de lograr en otro
ambiente una riqueza y una posición social que c^n-
siderau imposible obtener Hn el pobre rincón de su
a,ldea.
La emigración que hoy sufre España no reconoce
utra causa que la falta del buen aprovechamiento del
suelo patrio, que deja sin rocursos al campesino de nues-
tras desnudas cordilleras. Cuando la vida se le hace en
ellas imposible, intenta, antes de decidirse á abandonar
definitivamente la Patria, que la industria y el comer-
cio de las grandes poblaciones le proporcionen los recur-
-4p-
sos quN 1^+ ti+arr^+ le ha negado. E1 absentiamo preced^
siempre +i la emigraciGn definitiva, que se preseuta
cuando l^is grandes poblaciones no pueden contener
tantos obreros, y desdeñados éstos á la vez por el cultivo
de la tierra, por la industria y el comercio, no encuen-
tran más medio para poder seguir viviendo que embar-
car en esos buques que alejan para siempre tí muchos
emigrantes del suelo que les vió n^+cer.
Y si en todo tiempo ha tenido importancia este pro-
blema, hoy la reviste excepcionalísima. Cuando el espí-
ritu nacional se éxpansionaba en otras tierras más ricas
y menos explotadas que la nuestra, y en las que ondea-
ba también la bandera de la Yatria; cuando los emi-
grantes dejaban nuestros puertos para ir á nuestras co-
lonias, cifrando en ellas todas las ilusiones y todas las
eaperanzas de su porvenir, entonces podía tener alguna
,j ustificación que no estuviese bien atendido, que no fue-
se primorosamente ►ultivado el viejo territorio de la
metrópoli; pero hoy que después de haber sido los dea-
cubridores y conquistadores del Nuevo Mundo, nos he-
mos recluído en la antigua casa solariega y en el pri-
mitivo patrimonio nacional, sin más excepción que unas
reducidas porciones del suelo africano, preci •amente en
unos tiernpos en que la riqueza se erige en el primer
poder de la tierra, y parece que no hay más pa]anca
que el dinero para levantar el prestigio y la grandeza
de los pueblos; hoy, que los emigrantes dejan las cos-
tas españolas para ir á sufrir en tierr^ extraña la dura
ley del extranjero, marchando en un ambiente de po-
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1 ►reza ^- de pesar, que se^;ur€^niente no olviaar^^ quien
haya visto zarl^ar uno sicluier^, de esos huques, reple-
tos de herinanos nuesti•^ ►s a quienes la des^,rracia ó la
desesperación, y no la iluaión y- la esperaiiza, ale,jan de
la Patria; no es posible. desconocer la iniportancia eco-
uómica del problem^ forestal en España, aparte la que
reviste 1 ►ur las beneficiosas iuHuencias que los i7^ontes
ejerceu.
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