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Vanzato, Vanesa Soledad
Trayectorias de jóvenes que serelacionan con actividadesdelictivas en las grandesmetrópolis de Argentina
Tesis presentada para la obtención del grado deEspecialista en Nuevas Infancias y Juventudes
Directora: Villa, Alicia Inés
CITA SUGERIDA:Vanzato, V. S. (2015). Trayectorias de jóvenes que se relacionan con actividadesdelictivas en las grandes metrópolis de Argentina [en línea]. Trabajo final de posgrado.Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de laEducación. En Memoria Académica. Disponible en:http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1102/te.1102.pdf
UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
SECRETARÍA DE POSGRADO
Trayectorias de jóvenes que serelacionan con actividadesdelictivas en las grandesmetrópolis de Argentina.
Vanesa Soledad Vanzato
Tesis para optar por el grado de Especialización en Nuevas Infancias yJuventudes.
Director Doctora Alicia Inés Villa, Universidad Nacional de La Plata.
La Plata, 17 de Junio de 2014.
Resumen del trabajo
El presente trabajo fue realizado como trabajo final integrador en el marco de la
Especialización en Nuevas Infancias y Juventudes. En el mismo, se encontrará una recopilación
teórica de investigaciones con trabajos de campo, desarrollados por distintos autores e
investigadores argentinos en las grandes metrópolis del país en las últimas dos décadas con
aquellos jóvenes que se relacionan con actividades delictivas. Dichos autores pertenecen a las
disciplinas de la sociología y la antropología.
La idea de recopilar investigación con trabajos de campo tiene que ver con poder analizar
no sola la dimensión estructural sino la dimensión más individual y subjetiva de las trayectorias
de aquellos jóvenes que se relaciones con actividades ilícitas.
El trabajo estará organizado de la siguiente manera: un primer apartado en el que el tema
es abordado mediante las estadísticas existentes. Seguido se encontrará las trayectorias de los
jóvenes organizadas en: los jóvenes y sus familiar; los jóvenes y el contexto barrial; los jóvenes y
sus trayectorias educativas y laborales; los jóvenes, el delito y el consumo de drogas; los jóvenes
y las fuerzas de “seguridad”, los jóvenes y sus vidas en proyecto. Por último, las consideraciones
finales.
Presentación del tema:
El tema que trataré de desarrollar como trabajo final de especialización tiene que ver con
la recopilación de investigaciones con trabajos de campo donde se construyan, problematicen,
resignifiquen y analicen las trayectorias de aquellos jóvenes que se relacionan con las actividades
delictivas. Trabajos de campo que recuperen la palabra de esos jóvenes, discursos a través de los
cuales entender, qué sienten, qué piensan, cómo se ven, qué esperan, cómo ven a “ese otro” y
deje entrever en qué mundo esos jóvenes crecen, con qué modelos identificatorios, con qué
posibilidades, cual es el mundo que los recibirá como adultos.
Motiva el acercarme a este tipo de trabajos de campo, en principio, un interrogante que se
me presenta difuso, plagado de prejuicio y al cual quisiera desandar: ¿si en el contexto actual, la
delincuencia juvenil permite una forma de inscripción en el escenario social desde la cual los
jóvenes SON y ESTAN con otros?
Creo qué, la inscripción al escenario social como “joven delincuente” o como joven que
trasciende las leyes impuestas como legitimas, se encuentra íntegramente relacionada con las
condiciones particulares de existencia; y aquí hablo de carencias materiales, de un escenario en el
que las desafiliaciones a las instituciones y a los antiguos mecanismos de inclusión social, son
constantes, donde la cotidianeidad se inscribe en prácticas que poseen sentidos construidos en
esos contextos donde los discursos van configurando las formas de ser en un escenario plagado
de exclusiones. Todo ello, enmarcado en el contexto más amplio de socialización en el que la
lógica de consumo divide, polariza y excluye a cada sujeto según su posición social.
El trabajo en este sentido, tratará de recopilar las investigaciones y trabajos que
reconstruyan la cotidianeidad de estos jóvenes que cometen algún tipo de delito: cómo se
configuran sus experiencias subjetivas, las relaciones, los ideales, valores y la visión de sociedad.
Otra motivación para el trabajo, se basa en mi actual campo profesional. Actualmente
trabajo en una Unidad Penitenciaria, allí, mi principal tarea se basa en el armado de las historias
de vida de los sujetos que se encuentran privados de libertad. Los relatores son muchos, los
escenarios son diversos pero prevalecen algunos puntos en común, como la condición social, la
escolarización interrumpida, el paso por instituciones de encierro desde su más temprana edad,
familias detenidas, familias desarmadas.
Si bien no toda los sujetos con los que me encuentro en la cárcel son jóvenes, sí su
número ha aumentado en los últimos tiempos.
Estos puntos encontrados generalmente en común, no son mera casualidad, no son pocos
los interrogantes y características que se desprenden, ni bien uno los mira detenidamente.
Como implicancia personal, creo que conocer el contexto implica pensar estrategias de
intervención cotidiana que tengan como objetivo enmarcador la transformación social.
En cuanto al campo de análisis, si bien entiendo que la temática elegida se inscribe en
distintos campos de análisis, cada uno de los cuales brinda aportes para construir ese estado de
arte sobre las trayectorias sociales de aquellos jóvenes que desarrollan algún tipo de práctica
delictual. Entendiendo que este trabajo encierra en sí, una mirada sobre el contexto
histórico-social-político-económico y cultural, los discursos sobre esa “juventud delincuente”, los
discursos de los jóvenes, la violencia social, el Estado de Derecho y el Estado penal.
Sin perder esta mirada integral, basaré el trabajo en los aportes de investigaciones
antropológicas y sociológicas que impliquen un trabajo de recopilación de los procesos empíricos
junto a sus protagonistas: “los jóvenes que cometen algún tipo de delito en las grandes metrópolis
del país”, la conceptualización analítica sobre éstos y las reflexiones y problematizaciones a
partir de los mismos.
Interrogantes:
¿las inmersión en actividades ilícitas de los jóvenes permiten una cierta
inscripción en el escenario social actual?, si ello es así, ¿cuáles serían las características
de dicha forma de inscripción? ¿Cuáles son las significaciones y discursos de estos jóvenes? ¿Qué modelos identificatorios ofrece la sociedad a los jóvenes de hoy? ¿Cuáles son los ámbitos de socialización de los jóvenes de hoy? ¿Cuáles son sus modelos identificatorios? ¿cómo significan, sientes y piensan las actividades delictivas? ¿cómo se definen y se posicionan en relación a un otro, que tipo de relación
construye con ese otro? ¿qué características posee las relacionen entre los dispositivos
institucionales estatales y los “jóvenes delincuentes”?
Objetivo general:
Indagar el contexto en el que se desarrollan las experiencias subjetivas de
un joven que comete algún tipo de delito. Conocer las significaciones, discursos, valores que circundan a ese joven
que comete algún tipo de delito.
Objetivos específicos:
Indagar el contexto histórico, político, económico, social y cultural en el
que crecen los jóvenes de hoy. Conocer las significaciones que los jóvenes les otorgan a su andar
delictivo. Analizar los discursos sociales existentes sobre los jóvenes que cometen
delitos. Conocer los proyectos de vida con los que se identificados o anhelan los
jóvenes relacionados con actividades ilícitas. Analizar la configuración de las relaciones que se gestan entre los jóvenes
que cometen algún tipo de infracción a la ley.
Estado del arte:
El presente estado del arte estará organizado en diferentes apartados, cada uno de los
cuales contribuirá a analizar, conocer e indagar la realidad de los jóvenes que cometen algún tipo
de delito, los mismos se configuraran en base a las lecturas de los siguientes autores:
Gabriel Kessler, tomando específicamente su libro: “Sociología del delito Amateur”,
definido por el mismo como un libro que demuestra cómo son esos jóvenes y que características
tienen sus acciones. Expresa que su trabajo intenta contribuir en la definición de un campo de
estudio sobre delito y violencia urbana. En cuanto a la definición de amateur, el mismo explica
que ello tiene correlación con las formas en las que se desarrollan aquellas acciones delictivas,
tan alejadas de la “profesionalización” que se les impugnaba a los antiguos delincuentes y por ser
a veces una acción que no perdura en el tiempo.
El autor afirma la idea de que el delito es la parte visible de un cúmulo de problemas que
“no se ven” y que si bien no funcionan como causales directos del desarrollo de las acciones
delictivas, si contextualizan la cotidianeidad de aquellos sujetos que se relacionan con el delito.
En su trabajo el autor encuentra en la vida de cada sujeto entrevistado, una serie de experiencias
familiares, laborales, escolares y barriales que de alguna forma han generado las o el escenario
propicio para andar sobre o con el delito.
En este sentido, el autor parte su trabajo en dos grandes interrogantes, por un lado, el
contexto en el que los sujetos desarrollan su cotidianeidad, por otro la pregunta por el delito (de
que forma se da, para que se usan los recursos y cuales son las características de la relación que
se gesta entre aquellos que comenten el delito y las fuerzas de seguridad, las armas y las
victimas).
Para ello, se entrevistó a 53 jóvenes: 46 hombres y 7 mujeres de entre 13 y 31 años entre
enero y septiembre de 1999. Se centraron en los casos en los que hubiera existido violencia real
o potencial. Además se realizaron diferentes entrevistas con autoridades nacionales provinciales y
municipales que estuvieran inmersos en el tema profesionales, jueces.
Duschastky, S y Corea Cristina en su libro “Chicos en Banda”. Los caminos de la
subjetividad en el declive de las instituciones, el cual resulta de una investigación realizada
durante los años 2000 y 2001, donde lo que se buscaba era investigar las condiciones actuales de
la institución educativa. Para ello se realiza una investigación con trabajo de campo recorriendo
los territorios habituales de los jóvenes de la ciudad de Córdoba.
Las autoras comienzan desandando, problematizando una pregunta inicial: ¿Cómo
habitan los jóvenes situaciones de exclusión social?, a partir de allí desarrollan un trabajo en el
que desarman en principio el concepto de exclusión por considerar que no refleja la realidad
investigada.
De ello explicitan: “Decidimos entonces hablar de expulsión y no de pobreza o exclusión
por las siguientes razones. La pobreza define estados de desposesión material y cultural que no
necesariamente atacan procesos de filiación y horizontes o imaginarios futuros. (…) La pobreza
no necesariamente afecta a la “creencia” o a la confianza de que es posible alcanzar otras
posiciones sociales. (…) la exclusión pone el asento en un estado: estar por fuera del orden
social. (…) nombrar la exclusión como un estado no supone referirse a sus condiciones
productoras. La idea de expulsión social, en cambio, refiere la relación entre ese estado de
exclusión y lo que lo hizo posible. (…) el expulsado es resultado de una operación social, un
producción, tiene un carácter móvil.” (S. Duschatzky, C. Corea; Pág. 17-18. Año 2002)
A partir de esa conceptualización, analizan aquellos dispositivos actuales a partir de los
cuales los jóvenes van constituyendo sus subjetividad, aquí uno de esos dispositivos es el
“choreo”, práctica que se analiza desde las significaciones y vivencias de los jóvenes.
Las autoras preguntan ¿Por qué roban? Y una posible respuesta a la que arriban es que:
“podría sugerir que el robo es una opción disponible casi naturalizada, al punto de considerarlo
en ocasiones una forma de trabajo.” (S. Duschatzky, C. Corea; Pág. 46. Año 2002).
Cristian Alarcón, en su libro “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia”,
reconstruye la historia del joven “Víctor Manuel “El Frente” Vital”, para ello recorre la villa “La
Esperanza”, se relaciona con su gente, con la cotidianeidad del barrio, va conociendo los códigos,
las significaciones y los valores de cada acción desatada. Estudia la figura del “Frente Vital”
como un antes y un después dentro de la villa. El frente fue un ladrón que murió a los 17 años
fusilado por un cabo de la policía bonaerense, desde allí surge un santo entre los habitantes de
esta villa, el autor marca este acontecimiento como línea desde la cual se modifican los viejos
códigos del delito.
Durante el primer capítulo se narra, el asesinato, el proceso, el entierro, la bronca contra
los policías, el amor de amigos, ex -novias y vecinos hacia el Frente, el relato muestra el
fusilamiento, hecho despoblado de humanidad, donde cada detalle demuestra la guerra suscitada
con la policía, el dolor y la indignación uniendo a los pobladores de esa villa.
Mariano Ciafardini en su libro “Delito Urbano en la Argentina”, desarrolla el tema
del delito de nula o poca organización en las a ciudad de Buenos Aires y el Conurbano
Bonaerense.
Comienza el autor por ubicar su idea en cuanto a la delincuencia en y por la sociedad, así
explicita “(…) efectivamente existe una relación profunda y compleja entre deterioro
socioeconómico de amplios sectores sociales y enriquecimiento desmedido de otros con el
aumento de los índices de violencia social.” (M. Ciafardini, pág. 33, año 2006). Y agrega “(…)
la mayoría de los pobres no comete delitos pero la pobreza genera delincuencia y la mayoría de
los que acumulan riqueza y poder comete o ha cometido delito para llegar y mantenerse en el
lugar en el que están, aunque sus acciones criminales sean mucho menos evidentes. Las acciones
más violentas y graves se producen casi en su totalidad en los extremos de la sociedad
verticalizada, y en ambos casos los escenarios de violencia están determinados por
características intrínsecas del sistema como son el deterioro y la desesperación personal de la
muy baja escala en el orden social o la hipercompetitividad por el poder económico o político en
la muy alta escala del orden social.” (M. Ciafardini, pág. 34, año 2006).
Durante todo su libro el autor va a marcar la relación compleja y profunda que existe entre
el aumento de la violencia urbana en la forma de los llamados delitos comunes y el deterioro de
la estructura del sistema sobre todo a partir de los años noventa, donde se consolidad la llamada
globalización.
Daroqui Alcira, Ana Laura López y Roberto Fekix Cipriano García: “Sujetos de
Castigo. Hacia una sociología de la penalidad juvenil”, se tomarán dos apartados en los cuales
los autores desarrollan y caracterizan tanto cuali como cuantitativamente el mundo que circunda a
los jóvenes detenidos en institutos de menores.
En su investigación, abordan la totalidad de instituciones cerradas (12) centro cerrados,
centros de recepción y alcaldías de la provincia de Buenos Aires durante los años 2009 y 2010.
Tomando como unidad de análisis a los sujetos privados de libertad. 12 registros de campo y 241
encuestas (sobre 470/80 detenidos). Utilizaron encuestas con un abordaje cualitativo de
entrevistas y análisis de documentos.
Así los/as autores/as expresan “las políticas de intervención sobre los denominados
menores deben ser leídas a la luz de procesos más amplios de control social sobre determinados
sujetos y poblaciones teñidas por problemáticas, peligrosas y/o en riesgo, y sobre las cuales se
han desplegado diversas y complementarias estrategias de gobierno, sean estas abiertamente
penales, tutelares o asistenciales, en un espectro que contempla tecnología de cura, corrección,
represión, protección, disciplinamiento, segregación o, en sus extremos, incapacitación y
eliminación” (Daroqui Alcira, Ana Laura López y Roberto Fekix Cipriano García. Pág. 359, año
2012).
Informe nacional sobre Adolescentes en el sistema penal. Situación actual y
propuestas de transformación: en este informe se presenta una síntesis de los datos nacionales
construidos a partir de la información obtenida en el Proyecto Nacional de Revelamiento “Hacia
una mayor adecuación del sistema penal juvenil argentino a la Constitución Nacional y a los
estándares internacionales en la materia”. Esta iniciativa fue implementada durante los meses de
agosto a diciembre de 2007 en forma conjunta por la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia
y Familia y el Fondo de la Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF - Oficina de
Argentina),contando asimismo con la apoyatura técnica de la Universidad Nacional Tres de
Febrero.
El Proyecto Nacional de Relevamiento se propuso reunir la normativa vigente en materia
penal juvenil y relevar los dispositivos penales juveniles en cada una de las provincias del país.
Se obtuvieron datos relativos a la totalidad de las jurisdicciones, distinguiéndose dos tipos de
dispositivos: los establecimientos que alojan a niños/as, adolescentes y jóvenes (NNAyJ)
infractores y presuntos infractores, y los programas que incluyen en forma habitual a NNAyJ
infractores y/o presuntos infractores de la ley penal.
La metodología utilizada consistió en la administración de distintos instrumentos de
recolección de datos a diferentes actores del sistema penal juvenil, y en la aplicación de técnicas
de observación y de recolección de datos secundarios en terreno.
En esta síntesis se presenta, en primer lugar, un panorama general sobre la cantidad de
niños/as, adolescentes y jóvenes infractores y presuntos infractores de la ley penal incluidos en
dispositivos para el cumplimiento de medidas judiciales, en todo el país y para el período de
tiempo mencionado. En segundo lugar, se procede a la descripción de la cantidad y las
características de los establecimientos del país que alojan a niños/as, adolescentes y jóvenes
infractores o presuntos infractores de la ley penal.
Una de las fuentes principales fueron las entrevistas realizadas a los funcionarios a cargo
de las áreas responsables de las políticas de infancia y adolescencia y de los dispositivos penales
dirigidos a niños/as, adolescentes y jóvenes en cada una de las jurisdicciones del territorio
nacional. La información así obtenida se complementó con la relevada en el transcurso del
trabajo en terreno, mediante la realización de entrevistas a distintos actores de los dispositivos y a
jueces de menores y con la recolección de material estadístico y documental. En tercer lugar, el
informe presenta datos referentes a los/as niños/as, adolescentes y jóvenes infractores y presuntos
infractores alojados en establecimientos. Para su obtención, se visitaron 72 establecimientos del
país que alojan a niños/as, adolescentes y jóvenes con causas penales. En el transcurso del trabajo
en terreno, fueron entrevistados los directivos responsables de los mismos, profesionales,
operadores, personal de seguridad y los/as niños/as, adolescentes y jóvenes que se encontraban
alojados en los establecimientos al momento del relevamiento. Además de las entrevistas
realizadas, fueron sus fuentes documentos de las instituciones y la observación in situ.
Por último, el informe da cuenta de los datos relativos a los programas que no implican
privación de la libertad, y brinda una caracterización de los NNAyJ incluidos en ellos. En este
caso, las fuentes de información fueron las mismas que para la obtención de los datos sobre los
establecimientos.
María Epele en su libro “Sujetar por la herida”. Una etnografía sobre drogas,
pobreza y salud, desarrolla una investigación de campo en tres vecindarios de sectores populares
ubicados en el gran Buenos Aires, el “Fuerte”, la ”Cantera” y el ”Mirador”. Comenzando la
misma a mediados de 2001 y extendiendo el trabajo de campo hasta el año 2005. La autora toma
el vinculo entre pobreza, droga y salud como los temas centrales de su investigación, aunque
establece una aclaración; “(…) en primer lugar, interrogar este vinculo debe evitar caer en el
argumento fácil y común que sostiene que la relación entre drogas y pobreza es la causa básica y
lineal del aumento del delito y, por lo tanto, justifica la doctrina de “seguridad”, criminalización
y represión. En segundo lugar, busca evitar caer también en aquel otro argumento que considera
a la pobreza como un contexto más en que las drogas son consumidas” (Epele, M. Pág. 40. Año
2010).
El libro se organiza en dos apartados, el primero engloba: características de las prácticas
de consumo, sus variaciones en el tiempo, las formas que asumen las transacciones, las lógicas de
intercambio, los cambios en los códigos y normativas locales que son formuladas como
problemáticas para los propios usuarios/as de drogas. En la segunda parte, aborda procesos,
instituciones, prácticas y experiencias de la vida cotidiana que, desde las perspectivas y
experiencias de los propios actores sociales, han profundizado la vulnerabilidad social, respecto
de la salud y la muerte de los más jóvenes de estas poblaciones.
El sociólogo Miguez Daniel, en sus libros aborda la temática de la “delincuencia juvenil”
reconstruyendo las experiencias propias de la vida de estos sujetos. Además reconstruye los
procesos históricos que afectaron al país en las últimas décadas y sus vinculaciones con las
experiencias cotidianas de las actuales generaciones de jóvenes relacionados con actividades
ilícitas.
Sergio Tonkonoff, investigador y sociólogo, se toma para el presente trabajo dos escritos
donde el autor caracteriza y analiza las configuraciones sociales, políticas, económicas, culturales
en las que se desarrollan las actividades delictivas de los jóvenes investigados y los dispositivos
de “respuesta” a la problemática definida mediáticamente como la “in-seguridad”. Los escritos
son: “Juventud, exclusión y delito. Notas para la reconstrucción de un problema y Tres
movimientos para explicar porqué los Pibes Chorros visten ropas deportivas.”
Algunos Números: la delincuencia juvenil en la Argentina de las últimas
décadas.
En el presente apartado, se encontrará una reseña estadística sobre la “delincuencia
juvenil”:
El autor Gabriel Kessler plantea que existen dificultades o restricciones en cuanto a la
existencia de datos, por un lado solo se registran oficialmente aquellos delitos denunciados o
presenciados por un tercero o por la autoridad y calificados como delito por el Estado. Por otro
lado, el resultado también va a depender de cómo se asienten los mismos. En este sentido,
además de los datos oficiales existen un cúmulo de datos que se deben conseguir por otros
medios como recientemente se ha implementado “las encuestas de victimización”, esta encuesta
se programa para un grupo de gente que haya sufrido algún delito en un periodo determinado de
tiempo, la diferencia entre los resultados de esta encuesta y las estadísticas oficiales permite
calcular la cifra negra, es decir, los hechos no denunciados. Así, la información proveniente de
los datos estadísticos requiere cautela.
Según el Informe Anual de Estadísticas Policiales. Año 1999, elaborado por el Sistema
Nacional de Política Criminal del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, la
cantidad de hechos delictuosos cometidos en la Argentina casi se duplicó a lo largo de la década
de 1990: de 560.240 en 1.990 a 1.062.241 en 1999.
En cuanto a las edades de los agresores, surge de las encuestas de victimización; entre
1997 y 2000, alrededor del 50% de los agresores en robos con violencia se habría ubicado en la
franja de 18 a 25 años. En cuanto al grupo entre 15 y 17 años, que representaban el 5% en 1997,
en el año 2000 serían un 10%. El autor hace algunas reservas en cuanto a estos datos, si bien
evidencia un aumento de aquellos jóvenes de 15 años que cometen delito, explica que “un
aumento en el registro de los agresores menores de 18 años no autoriza a concluir taxativamente
el descenso en la edad media de quienes delinquen o, dicho de otro modo, un desplazamiento de
los mayores por las nuevas generaciones. Este problema recibe diversas interpretaciones no
necesariamente excluyentes. Si para ciertos análisis es la evidencia de una mayor proporción de
jóvenes que delinquen, otras voces argumentan que es resultado de un mayor ensañamiento del
poder policial contra la juventud.”(G. Kesssler, pág. 23. Año 2004).
Según la Investigación sobre Menores Infractores de la Dirección Nacional de Política
Criminal (2000) el 90% de los menores imputados son varones y el 64% tiene entre 15 y 17 años,
por otra parte, el 78% carece de antecedentes penales previos. Con respecto al nivel de
instrucción surge que, el 69% del total no supera la educación primaria y sólo el 1% ha
completado la secundaria, aunque en el momento de participar en el hecho delictivo el 58%
declara encontrarse asistiendo a la escuela.
En coincidencia con el autor mencionado, Daniel Miguez, explica que algo que parece
indiscutible en este momento de la historia es que todos podemos ser víctimas de esa llamada
“inseguridad”, inseguridad personificada en el nuevo peligroso del siglo XXI: “los jóvenes,
pobres, morochos, adictos…”. Que cada vez son más jóvenes los que delinquen, cada vez más
hechos y cada vez más violentos. ¿Qué dicen los números sobre ello?
Aclara: “no es que las estadísticas nieguen del todo lo que la opinión pública da por
cierto; pero al menos ponen la cuestión en perspectiva y así nos obligan a adoptar una cautela
que permite pensar adecuadamente el problema. Y, a la vez, las cifras ayudan a evitar facilismos
que orienten erróneamente las políticas e inversiones públicas realizadas en este ámbito”
(Miguez, D. Pág. 16. Año 2004).
Miguez analiza los datos provenientes de Sistema Nacional de Información estadísticas
(SNIC) y cifras provenientes de la Encuesta Nacional de Victimización (ENV) ambas
provenientes de la Dirección Nacional de Política Criminal.
Según la primera fuente de información, el delito creció considerablemente durante los
años ´90 en todo el país. La tasa de crimininalidad habría pasado de 560.240 casos en 1990 a
1.340.529, lo que daría un crecimiento del 139, 2% en doce años. La Encuesta de victimización
comenzó a realizarse en 1997 y solo en las grandes ciudades del país. Así los datos no muestran
ninguna tendencia clara de aumento entre 1997 y 2002, lo que si muestra son altos niveles de
victimización de la población, entre un 37, 6% y un 56, 7%, dependiendo de la ciudad y el año.
Concluye el autor: “entonces el primer gráfico confirma sin cortapisas la percepción
pública de los hechos delictivos, mientras que el segundo plantea matices: certifica que es un
problema extendido en la sociedad, pero a la vez niega que haya crecido tanto en el último
tiempo.” (Miguez, D. Pág. 18. Año 2004).
Y agrega finalmente: “La conclusión a la que nos conduce todo esto es que a la hora de
tratar de comprender con precisión lo que está ocurriendo en Argentina, nos encontramos con
un serio escollo: no poseemos estadísticas apropiadas que ofrezcan un panorama certero. Las
fuentes policiales que representan a la totalidad del país y que permiten considerar lapsos de
tiempo más extendidos tiene serias dificultades técnicas. Y, como hemos visto, los datos de La
Encuesta Nacional de Victimización, que técnicamente están mejor elaboradas, son solo
representativos de las grandes ciudades y se limitan a periodos de tiempo más reducidos”
(Miguez, D. Pág. 22. Año 2004).
A través de las reseñas de estos autores, podemos acordar que lo que las estadísticas
muestran es que el delito existe y se constituye como un problema importante dentro de la vida de
la población, más allá de ello, este problema es menos grave por ejemplo, que la cantidad de
muertes por accidente de tránsito que suceden. Así, si bien no se niega la gravedad de lo que
acontece, los autores proponen tratar de ubicarlo en su justa medida.
Las falencias que marcan los autores en cuanto a las estadísticas que existen, permiten
interrogarse sobre el ¿porqué de ello?, ¿cuál es el escollo político que impide la existencia de un
sistema de recopilación de datos que permita ubicar concretamente “el problema de la
delincuencia juvenil”?
Por su parte, el autor M. Ciafardini plantea que desde mediados de la década del 90 se ha
incrementado el delito común, es aquel delito definido con baja o nulo nivel de organización, en
las modalidades de homicidios, robos, hurtos, delitos contra la libertad sexual, lesiones,
vandalismo, etc.
Los indicadores delictivos muestran un crecimiento exponencial de las tasas de delitos
contra la propiedad a partir de 1996, el año siguiente a la crisis que elevo el índice de desempleo
en argentina.
Tomado como fuente el registro nacional de reincidencia (hasta 1998) y la dirección
nacional de política criminal (1999 en adelante), Ministerio de Justicia de la Republica Argentina,
el autor describe la situación estadísticamente de la siguiente manera: el delito contra la
propiedad constituye el 80% del total de delitos. El Homicidio muestra picos de subidas, el robo
con armas crece exponencialmente desde 1994 a 1999 en las grandes ciudades del país,
particularmente en el Gran Buenos Aires y el Conurbano Bonaerense.
Entre 1990 y 2001 la tasa de delitos registrados por las estadísticas oficiales pasó de 1.722
a 3.160 cada 100.000 habitantes, lo que implica un incremento del 83%.
El índice de desempleo ronda el 15% y el Subempleo alcanza el 25% de la PEA. Según el
INDEC, en 1975 el 10% más pobre de la población accedía al 3,1% de los ingresos totales y
luego paso a solo el 1,6%. El 20% más rico de la población, que en 1975 se apropiaba del 41%
del ingreso total, en 1999 se apropio del 53%.
El autor concluye su exposición estadística con la siguiente aclaración: “la explicación
más inmediata del aumento del delito común en los principales centros urbanos de la Argentina
es, indudablemente, al igual que para el resto del continente, el deterioro de la situación
socioeconómica. La exclusión social, del trabajo y de la escuela, ha hecho que mucho de estos
jóvenes cometan frecuentemente delitos o adopten el delito como forma de vida. También ha
contribuido a ello la existencia de las redes de corrupción y delito ya mencionadas como
delincuencia organizada, ya que estas no solo son un estimulo a la delincuencia, al afectar
profundamente la labor preventiva e investigativa de la policía y de los controles jurisdiccionales
y gubernamentales, sino que, además, generan imagen y cultura de lo ilícito y de la corrupción
que impacta negativamente en la juventud”. (M. Ciafardini, Pág. 64, año 2006).
Destaca que desde los años 90, época caracterizada por el deterioro de la estructura social,
a partir de 1998 la tasa de participación en el robo con armas subió a favor de la franja etaria de
18 a 25 años frente a la de 26 y más. La aparición en escena de los menores de 17 años, con una
aparente instalación estacionaria de la franja de 15 a 17.
La explicación que establece el mismo sobre este dato: “un factor de riesgo importante
asociado a esta tendencia es el tiempo ocioso del joven. La población joven del país es mas de
9,5 millones de individuos, lo que representa un poco más de la cuarta parte del total de la
población. Más del 13% de ellos no estudian ni trabajan, reflejando así una situación
preocupante de exclusión social. Casi un tercio de la población joven vive en situación de
pobreza, con una tasa de desempleo cercana al 40% para el segmento entre 15 y 19 años.
Asimismo, se observa un aumento del uso de drogas de diverso tipo, incluyendo el alcohol.” (M.
Ciafardini, Pág. 66, año 2006).
Por su parte los/as autores/as Daroqui Alcira, Ana Laura López y Roberto Félix Cipriano
García, caracterizan a la “clientela” del sistema penal juvenil, para ello se valen de dos fuentes de
datos: los partes diarios de las instituciones de encierro que caracterizan a los sujetos detenidos a
diario estableciendo datos sobre edad, caratula de causa, departamento judicial, pabellón de
alojamiento, entre otros, y la encuesta realizada a los jóvenes en las que se relacionan las mismas
variables contenidas en los partes diarios.
De esta fuente de datos surge que la edad de los jóvenes detenidos serian: el 2% tenía
entre 13 y 15 años (inimputables), el 82% entre 16 y 18 años y el 13% entre 19 y 21 años
(sumado a un 3% sin datos).
Respecto de los lugares de residencia del total de encuestados el 81% residía en el
Conurbano Bonaerense, el 4% provenía del radio La Plata y un 14% en el resto de la provincia de
Buenos Aires y el 1% en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Los/as autores/as plantean que: “Aún bajo la fragmentación de los datos disponibles, su
disímil construcción y por ende su incomparabilidad, su lectura nos permitió reconocer la
implementación de medidas tendientes al endurecimiento punitivo que no se corresponden con
un crecimiento del “delito juvenil” ni con un aumento en la “gravedad” de las faltas: la
cantidad de causas del fuero penal juvenil no alerta sobre ningún crecimiento en los delitos con
adolescentes involucrados. Según la fuente judicial, se observa una tendencia estable con un
muy leve descenso, estando en 2010 aún por debajo de los niveles registrados en 2002. Es escasa
la incidencia estadística de los hechos graves que provocan mayor sensibilidad social y sobre los
cuales se montan los discursos de mayor punibilidad y baja de la edad de imputabilidad. La
distribución de los expedientes judiciales de 2010 indica que el 42% corresponde a delitos
contra la propiedad y le siguen con bastante distancia los delitos contra las personas con el
17,5%, de los cuales solo el 1% son por delitos contra la vida en sus diferentes modalidades
(culposa-dolosa y consumadas-en tentativa). (…). No obstante se mantiene estable en cantidad
absoluta el ingreso de jóvenes a los sistemas de encierro, dentro de los cuales se utilizan en
mayor medida las modalidades más gravosas: la apertura de más centros de detención de
modalidad cerrada durante los años 2007/2011 advierte sobre una incipiente amplificación de
espacios de pleno encierro. (…) se registra una tendencia estable que pondera una mayor
cantidad de jóvenes en las modalidades más duras del encierro por sobre una cantidad
decreciente de alojados en espacios semi-cerrados. (…) podemos establecer, entonces, que para
el año 2010 se registró una menor cantidad de expedientes judiciales abiertos y una mayor
prisionizacion de los jóvenes.” (Daroqui Alcira, Ana Laura López y Roberto Félix Cipriano
García. Pág. 360-361, año 2012)
Y suman, el 88% contaba con el ciclo lectivo de la EGB incompleto. El 3% manifestó
haber alcanzado la EGB completa y el 9% el polimodal incompleto. Entre estos últimos, el 77%
abandono el ciclo polimodal en el primer año.
El 43% de los jóvenes había estado detenido en instituto de menores con anterioridad a la
actual detención, el 39% de los mismos 1 vez, el 20% dos veces. El 78% estuvo entre 1 y 3 veces
privado de su libertad con anterioridad. El 22% restante estuvo cuatro veces o más. Finalmente,
el 87% de los encuestados estuvo detenido en comisarias por tiempos breves.
A nivel nacional se extraerán datos del Informe Nacional sobre Adolescentes en el
Sistema Penal. Situación actual y propuestas de transformación.
Tomando como fuente de dato la información brindada por los funcionarios y los
directores responsables de los dispositivos relevados que incluyen a Niños/as, Adolescentes y
Jóvenes infractores y presuntos infractores de la ley penal, se establece que la cantidad de
niños/as, adolescentes y jóvenes (NNAyJ) infractores y presuntos infractores, incluidos en
dispositivos para el cumplimiento de medidas judiciales entre los meses de agosto y diciembre de
2007, eran en el país un de total de 6.294. De ese total, el 71% se encontraba incluido en
programas y el 29% alojado en establecimientos.
El presente informe incluyó la descripción de dos tipos de dispositivos dirigidos a NNAyJ
infractores y presuntos infractores de la ley penal: establecimientos y programas que no implican
la privación de la libertad o su limitación en establecimientos. Las cifras indican que la cantidad
de establecimientos existentes en el país supera el número de programas –119 y 25
respectivamente–; y que del total de los establecimientos detectados, más de la mitad posee un
régimen de tipo cerrado.
En relación con los NNAyJ infractores y presuntos infractores, se puede establecer que
existe en el país al menos un total de 6.294 niños/as, adolescentes y jóvenes incluidos en algún
tipo de dispositivo. El 71% de este total (4.495) se encuentra en programas de tipo alternativo a la
privación de la libertad y el 29% restante (1.799), en establecimientos.
De los niños/as, adolescentes y jóvenes alojados en establecimientos, el 85% se halla en
establecimientos de régimen cerrado (1.525).
Por último, el relevamiento arroja dos datos muy importantes. Por un lado, que hay
muchas jurisdicciones que carecen de manera absoluta de dispositivos de intervención que no
sean de privación de la libertad. Por el otro, que en aquellas jurisdicciones que cuentan con
programas o intervenciones no privativos de la libertad, los mismos raramente se constituyen en
una verdadera “alternativa” al encierro (en el sentido de una oferta que le disputa sujetos a la
medida potencialmente más perjudicial), sino como un acompañamiento cuando el encierro ya
cesó o cuando nunca fue dispuesto.
Con respecto a los datos relativos a la distribución por sexo de los NNAyJ, se observa en
ambos dispositivos una gran preeminencia de varones, aunque la razón varón/mujer se reduce en
el caso de los programas alternativos (de 11 a 1/ a 9 a 1).
En lo relativo a la edad, se constata que al menos 632 niños/as y adolescentes incluidos en
los dispositivos son menores de 16 años.
Con respecto a los derechos de los NNAyJ alojados en los establecimientos relevados, se
observa que la oferta educativa formal es despareja según los establecimientos (de 2 a 5 horas
diarias). Por otra parte, con respecto a la educación no formal, se observa que sólo el 40% de los
establecimientos relevados ofrece actividades vinculadas a la formación laboral y el 53% talleres
relacionados con la educación artística. Otro tanto ocurre con las actividades de recreación
–deportes y juegos-- que se ofrecen en un 53% y un 36% respectivamente, de los
establecimientos visitados.
La mayoría de los establecimientos relevados ofrece atención básica en salud. Sin
embargo, también en este rubro se observa una oferta despareja con respecto a la atención de la
salud sexual reproductiva, especialmente en aspectos preventivos.
En lo relativo al derecho a la identificación, al menos el 21% de los NNAyJ alojados en
los establecimientos no posee DNI y se desconoce la situación de otro 21%.
La mayoría de los NNAyJ alojados (72%) son asistidos por defensores oficiales, un 9%
por abogados particulares y se desconoce la situación del 19% restante.
El presente trabajo toma estos datos con todas las consideraciones que marcan los autores
elegidos, pero sin desatender que los datos cuantitativos no pueden desprenderse de datos
cualitativos que aún difusos permiten complejizar y profundizar la temática.
Los jóvenes y sus familias
En la investigación desarrollada por el autor G. Kessler se parte de una premisa que marca
la forma en que analizan los prejuicios y preconceptos con los que se mira a las familias de
aquellos jóvenes que han cometido algún tipo de delito, es así que el autor advierte qué: “sólo en
interacción con otros factores, determinados contextos familiares constituyen contextos donde es
más probable que se desarrollen actividades delictivas.” (Kessler. Pág. 150. Año 2004)
Surge del trabajo de campo del mismo autor qué, de los 39 casos sobre los que cuentan
con datos completos, 9 de los jóvenes vivían con sus padres biológicos, 13 con su madre sola, 5
con la madre y una pareja que no es el padre biológico, 3 con su padre y no con su madre, y los 9
restantes en otro tipo de arreglo familiar (en pareja, con hermanos, tíos o abuelos). La mayor
parte eran solteros, cuatro casados o en pareja, cuatro eran separados y siete tenían hijos. Sobre
los ingresos totales de sus hogares, de los 24 hogares sobre los que poseen datos concretos, 8 se
hallaban por debajo de la línea de pobreza mientras que 23 estaban por encima de la misma.
El autor clasifica a las historias de los jóvenes en tres grandes grupos, entendiendo en ello,
rasgos compartidos: el primer grupo estaría marcado por la desintegración familiar a partir de
hechos muy conflictivos, un segundo grupo describe vínculos familiares inestables pero sin
mediar violencia, el tercero mostraría estabilidad relacional y baja conflictividad, se trata de
familias intactas o reconstituidas.
En los relatos de la mayoría de los jóvenes es la madre quien aparece como aquel vínculo
fuerte, aquel sujeto incondicional que acompaña hasta en los momentos más difíciles, hasta el
punto de llegar a sentir culpa y querer “rescatarse”.
_” ¿Qué me hizo cambiar?...cuando yo estaba así, mi mamá sufrió mucho. Hay veces que
ni dormía. Esperándome a mí. Yo llegaba a las cinco, seis de la mañana, y ella estaba sentada
ahí. No sé. Después fui razonando” (Kessler. Pág. 163. Año 2004)
En cuanto a la relación con sus padres, surge que el sentimiento que prima es la deuda.
Esas relacionadas con todas las áreas vacantes, ausencias de afecto, de consejos, de dinero, etc.
En referencia a la relación con los hermanos, el autor explica que en los casos estudiados,
en general no tenían hermanos que los acompañaran en el delito. Lo que generaba interrogantes
en los entrevistados que tenían que ver, con el ¿por qué?, el porqué sus hermanos “salieron
derechos” y ellos no, además se establece una relación ambigua con sus hermanos “buenos”,
siendo los sentimientos encontrados los de resentimiento y admiración. Pero más allá de ello, la
relación no se basa en la descalificación de las acciones de unos y otros.
En palabras de un entrevistado, “terminó la primaria con el mejor promedio de toda la
escuela. Es perfecto…ese chico, qué le puede decir, qué virtud no tiene…ah, que no tiene ojos
celestes y es morocho, nada más. Por más que me llevo mal con él, lo tengo como un Dios”
(Kessler. Pág. 167. Año 2004)
En referencia a la relación con las parejas de sus progenitores en aquellos hogares que son
reconstituidos. En general no se llevan ni bien ni mal, pero rara vez los consideran referentes de
autoridad, juntamente por no constituirse en el rol de padres o de madre.
Los tíos paternos o maternos, también posee un fuerte lugar como referentes, pero no en
el rol de padres o madres sino en el de algún hermano mayor. Las abuelas también poseen una
figura importante, son aquellas a las que se recurre ante cualquier conflicto, el vínculo a veces
llega a ser tan fuerte que hasta algunos la llaman mamá.
Kessler explica que, “la inestabilidad de las formas familiares, en lugar de disminuir la
vida familiar, la complejiza ya que adquieren identidad particular distintos tipos de
vínculos-como padrastros o abuelas maternas-no tan significativos en los casos de jóvenes que
habitan en hogares clásicamente conformados” (Kessler. Pág. 170. Año 2004)
Dedica un apartado para explicar que hacen los padres cuando se enteran de los delitos
que cometen sus hijos. En general todos afirman no saber lo que sus hijos realizan hasta que los
jóvenes son aprendidos por alguna autoridad. También habla de un pacto de silencio a través del
cual, como forma de resguardar un ámbito privado ya constituido por otros conflictos, dan cierta
libertad a las acciones que los jóvenes realizan puertas afuera. Por otro lado, padres que aún
sabiendo lo que sus hijos realizan, no saben cómo enfrentarlo y se sientes desbordados por la
situación.
Por último, explica que la posesión de bienes y dinero, tiende a modificar las relaciones
de poder entre los miembros de las familias.
Por otro lado, el autor Cristian Alarcón caracteriza la historia particular del frente vital
con su madre. Explicita, la madre del Frente Vital, Sabrina Sotelo, trabajaba como seguridad de
un supermercado, trabajo que había elegido como estrategia para que su hijo dejara el delito, así
lo cuenta el autor: “hubo un momento en que ya no supo que más hacer (…) entonces se
inscribió en un curso de seguridad. Víctor lo tomó como una broma, como un detalle que hacia
todavía más pintoresca su elección taimada por hacerse del dinero ajeno.” (Alarcón C. pág. 46.
Año 2003)
En cuando a las relaciones intrafamiliares, el autor cuenta que Víctor creció con su madre
y hermanos, a su padre casi no lo vió, con el no gestó una relación afectiva. Fue su madre quien
estuvo a cargo de la casa, ella considera que fue ello lo que hizo que no haya podido controlarlo,
acompañarlo más. En palabras de Sabina Sotelo “Tenía que laburar para alimentarlo bien. Y
Víctor se me fue de las manos. Sin que me diera cuenta empezó con la droga, y de ahí en
adelante ya no hubo manera de frenarlo. A los trece años ya empezaron las denuncias policiales,
el robo de las bicicletas, zapatillas, pavadas que se afanaban al principio (…)” (Alarcón C. pág.
49. Año 2003)
En referencia a la relación que El Frente poseía con sus vecinos, era una relación basada
en la protección y la solidaridad ante cualquier adversidad que el mismo atravesara.
Por su parte, Miguez en su investigación establece un panorama general de las familias de
estos jóvenes que cometen algún tipo de delito:
Alberto uno de los jóvenes entrevistados explicitaba lo siguiente “Yo hasta quinto o sexto
grado fui a la escuela, tenía mis amigos de la escuela y más o menos era como cualquier chico.
Pero ahí me empecé a dar cuenta que no era igual, porque por ahí, los otros chicos me decían:
“No a las seis tengo que estar en casa porque me espera mi mamá (…) en cambio yo no tenía
que ir, o sea en mi casa no había nadie o no se preocupaban. Mi mamá estaba sola para
cuidarnos a todos, y yo sé que me quiere, estaba todo bien, pero no…no se preocupaba o no
podía…entonces yo no iba a casa, y me empecé a juntar con otros chicos igual que yo (…) Y
bueno, ahí empezamos a probar droga (…) Y después para conseguir guita para comprar
empezamos a afanar (…)” (Miguez, D. Pág. 46-47. Año 2004).
El mismo establece qué, cuando la familia no marca el ritmo de la experiencia cotidiana,
en hábitos de estudio y actividades familiares, los jóvenes encuentran otros espacios donde
construyen su experiencia cotidiana, así, en los jóvenes de sus entrevistas, la esquina y los
jóvenes que se relacionan con las actividades delictivas van marcando una forma de socialización
que se vuelve natural a medida que se hace cada vez más cotidiana.
Miguez agrega qué: “si bien esta tensión entre familia y esquina parece ser
preponderante en el caso de los pibes chorros, hay variantes a considerar. Una, que también es
muy frecuente, es la completa ausencia de vínculo familiar (…). Es posible que estos sean los
modelos dominantes. Una tercera opción que hemos observado son las familias que en su
totalidad participan de la transgresión y entonces no estimulan la salida del mundo del delito.
Por el contrario asumen esa participación como natural” (Miguez, D. Pág. 49. Año 2004).
Miguez agrega un dato importante en cuanto al grupo de pares de sus entrevistado, el
autor destaca que en un mismo grupo, pueden convivir sujetos que delinquen y sujetos que no,
sujetos sumergidos en problemas adictivos y sujetos que no, sin que ninguno se juzgue entre sí.
En sus relatos, “Y con los giles (así designan a quienes no son del mismo palo), o sea
dentro del barrio, como que por un lado no…son tontos, pero por otro lado yo tengo amigos que
no están en nada y que son giles, pero que son mis amigos y está todo bien. Mientras no anden
con los cobani (policías) (…) Un poco, uno a veces piensa mirá estos panchos lo que se pierden,
y otras veces como que decís ojalá pudiera andar tranquilo como esos pibes y no estar todo el
tiempo al toque (…)” (Miguez, D. Pág. 51. Año 2004).
En otro relato: “Muchas veces pensé en rescatarme y conseguir un laburo y los pibes
ahora me dicen: rescatate que tenés una nena y no podes bardear, viste, porque ella tiene que
tener su papá. En su momento yo no lo tuve a mi viejo y sufrí y quiero darle a ella lo que yo no
tuve. Por ahí vos te pensás que es fácil, que ser delincuente es fácil, y a veces haces plata fácil
pero yo tengo 17 años y estuve en institutos como 6 años, sin ver a mi familia, y ahora que tengo
una nena y tampoco la puedo ver. Y acá los pibes me ven bajoneado y me dicen que me rescate
por la nena…pero no sé si voy a poder porque quien me va a dar trabajo ahora a mi (…)”
(Miguez, D. Pág. 52. Año 2004).
El autor agrega a todo ello, que la falta de posibilidades de acceder a ciertos recursos
materiales induce en estos jóvenes a cometer actos delictivos, no por la falta en sí sino por el
resentimiento que ello genera. Los jóvenes viven como una profunda injusticia las
imposibilidades a las que son expuestos constantemente, ello genera una violencia casi natural en
sus vidas. Expresa que la desigualdad de los últimos 20 años en nuestro país puede ser asociada
con el aumento de los famosos delitos violentos.
Se ejemplifica esto último en el siguiente relato: “estábamos solos con mis hermanitos y
con mi vieja en la casa y era el cumpleaños de mi vieja y no teníamos nada para festejar. Ni una
torta nada. Y yo le dije a mi vieja, quedate tranquila que hoy vamos a festejar, tenia bronca, no
sé que tenía que mi vieja laburaba y había laburado toda la vida y ni el cumpleaños podía
festejar y salí…y esa noche mi vieja tuvo su cumpleaños con todos los vecinos si o si” (Miguez,
D. Pág. 52. Año 2004).
Algo importante a destacar es que, “(…) la cultura occidental ha ido instituyendo a la
niñez y la adolescencia como etapas particulares en las que los individuos deben disfrutar de
derechos y perrogativas especiales, no necesariamente provee a todos los adultos responsables
de los recursos materiales, cognitivos y actitudinales necesarios para garantizar este acceso. En
este sentido, un primer dato significativo es que los progenitores de los jóvenes que entran en
conflicto con la ley tienen, ellos mismos, inserciones marginales en los sistemas abstractos de
interdependencia social. De acuerdo a nuestros datos, el 90% de los protagonistas de nuestros
entrevistados solo había alcanzado el nivel de instrucción primaria, y en muchos casos solo de
manera incompleta, a la vez que poseían inserciones laborales inestables en el sector informal
(…)” (Miguez, pág. 75, año, capi 2. Año, 2008).
Los jóvenes y el contexto barrial
G. Kessler explica que los jóvenes entrevistados, desarrollan gran parte de su vida en los
barrios, a veces van a la escuela, a veces trabajan y a veces hasta roban. En sus relatos describen
un barrio, que tienen rasgos distintos a los que realmente posee.
Los entrevistados residen en el área metropolitana de Buenos Aires, viven en torres o
monoblocks, en zonas de casas bajas de distintos partidos del Gran Buenos Aires y algunos en
barrios de emergencia o asentamientos urbanos. Espacios densamente poblados. Sin embargo
estos no son los espacios barriales que describen, sino que las descripciones harían imaginar, un
barrio con casas aisladas, pocos habitantes, barrios pequeños y con limites bien definidos, sin
comercios ni instituciones públicas ni privadas. El autor explica que las imágenes descriptas
serian la manzana o la cuadra en la que habitan, siendo ella extendida al barrio entero.
En palabras de dos entrevistados:
-tu barrio, ¿son casitas? ¿Cómo es?
-casas comunes.
-Fuera de las casas, ¿Qué otras cosas hay? ¿Hay iglesias, plaza, esas cosas?
-no. Más lejos.
De todo espacio común solo se destaca la esquina, lugar en el que se encuentran con sus
conocidos, amigos.
El barrio en el que habitan tiene delimitaciones constituidas por los sujetos mismos, la
primera es la frontera entre barrio y villa. Los entrevistados provenían tanto de una zona como de
otra. Cada una con sus características particulares que no solo son fisonómicas sino también
simbólicas y morales.
Los grados de peligrosidad entre uno u otro limite están explicitados según donde habría
mayor peligro y donde menor; mayor y menor gradualidad entre habitantes morales. El autor
explica que el desdibujamiento de las fronteras entre villa y barrio, tienen que ver con la
dificultades que se plantean de ascenso social, en el pasado el mudarse de la Villa al barrio se
constituía en el primer escalón de ascenso social al que accedían los sujetos, actualmente ese
ascenso se dificulta y como tal las adversidades de uno y otro lado parecen igualarse.
En referencia a la relación de los jóvenes con sus vecinos, el autor las separa en tres
opciones; la primera tiene que ver con las estrategias de los vecinos para minimizar los problemas
con los jóvenes; en segundo lugar, los conflictos que se producen a pesar de dichas estrategias; y
por último la presencia del bardo.
Si bien el robo en el barrio parece ser una regla a la que se debe no infringir, si este se da,
a la hora de justificar estos deslicen se habla del consumo de droga como el motor de dicha
trasgresión.
Finalmente el autor explica qué; pensamos que para estos jóvenes no existe el barrio como
institución socializadora: hay una serie de relaciones más o menos tensas con sus vecinos,
interacciones obligadas, estrategias de evitamiento, pero sin que se sienta el peso socializador de
las instituciones formales ni de los vínculos informales en el interior de una comunidad local.
En la investigación desarrollada por M. Epele, surgen de los habitantes del barrio una
clara delimitación entre generaciones en cuanto a la constitución de los usos de “códigos”. La
autora establece: “(…) El problema de los códigos excede el ámbito del uso de drogas,
específicamente no tener códigos, era aplicado principalmente por los usuarios/as mayores de
30 años y otros residentes, al hablar de los más jóvenes, “los pibes”, categoría que incluye a los
adolescentes y jóvenes”. “(…) acá no hay códigos, los pibes no respetan a nadie. (…) Ellos no
son vivos, no tienen inteligencia (…) para sobrevivir acá, tenés que ser inteligente. Pero ellos no
entienden nada, no van a sobrevivir”. (Epele. M. Pág. 111, año 2010).
Los jóvenes sus trayectorias laborales y educativas
Gabriel Kessler explicita que hablar de los jóvenes y el mundo del trabajo implica hacer
lugar a un tema central, ¿cómo el desempleo impacta, genera o influye en el desarrollo del delito
y si es que influye de alguna manera? Lo que el autor establece es que en Argentina, lo que prima
más no es el desempleo de larga data sino la inestabilidad y precariedad laboral.
En su trabajo de campo, surge que una parte de los entrevistados trabajó alguna vez, no se
dedican exclusivamente al delito sino que combinan actividad ilegal con otras legales. Por otro
lado, se encuentra el problema de la precariedad e inestabilidad de los puestos de trabajo en los
que los mismos se desempeñan y en el que en la mayoría de los casos sus padres se desempeñan,
tendiendo esto último a permitir la naturalización de esas formas de trabajo sin vislumbrar más
que esa posibilidad de inclusión al mercado laboral. En palabras de un entrevistado: “¿’que te
parece que puedo esperar? Como máximo un laburito de 180 mangos durante tres meses.
Después nada durante un tiempo. Otro laburito de 180, 200 mangos por un tiempo. Después
nada de nuevo y así siempre.” (G. Kessler, pág. 34. Año 2004).
Del trabajo de campo surgió que algunos de los entrevistados realizan trabajos precarios
para cuando escasean volver a delinquir, mientras que otros, mantienen una de las dos actividades
como la principal y la otra seria una especie de changa.
Sobre esto último, plantea un entrevistado: “yo fui agarrando la calle. Primero con mi
hermano para vender diarios, para ir conociendo, después llegaba hasta el centro de San
Miguel, lustraba zapatos en la estación de San Miguel. Después ya con un poco mas de coraje,
tomar el tren para ir al centro, a Buenos Aires. (…) yo lustraba en Villa Crespo zapatos y era
bueno porque se ganaba muy buena plata. (…) era de ir todo el día de la mañana hasta la noche.
Hacíamos algunos robos además, taxis. (…) no era una cosa de decir me dedico esto de lleno y
vivo de esto. No estaba definida la cosa. Tampoco los planes estaban bien hechos. (…) sí había
que trabajar para no tener problemas con la policía (…)” (G. Kessler. Pág. 29. Año 2004).
Para explicar esta situación, el autor habla del pasaje de la lógica del trabajador a la del
proveedor. Explica que lo que diferencia a ambas es la legitimad de los recursos obtenidos. En la
primera la legitimad reside en el origen del dinero, en la segunda en el destino o uso que se le
dará a ese dinero: la satisfacción de necesidades.
Kessler explica que estas lógicas o cambios de lógicas no solo implican una disminución
de la cantidad de puestos de trabajo sino también, las características de los que existen, empleos
precarios e inestables, desprovistos de todo tipo de cobertura o seguro social, sin permitir una
trayectoria subjetiva que habilite el pensarse inmerso en una sociedad, ser parte a partir del
trabajo que se tiene. En sus palabras: “puestos inestables y precarios no pueden ser la base para
la construcción identitaria individual y para la formación de un entramado de lazos de pares”
(Kessler. Pág. 46. Año 2004).
El trabajo de campo demuestra que las acciones delictivas que desatan los jóvenes no
tienen alguna organización ni planificación previa, sino que son mero repentismo. Aquí el autor
habla de “la lógica del ventajeo”, la cual se define de la siguiente manera: “en toda interacción
en la que medie un conflicto de intereses con el otro, se debe “ventajear” al competidor, es decir,
obtener lo deseado apelando a cualquier medio al alcance. (…) ventajear es también una
característica de la acción, significa actuar con buenos reflejos, hacer un movimiento antes que
el rival (…) el ventajeo es una lógica que privilegia exclusivamente los fines, a los que en última
instancia no debe subordinarse ningún medio ni ninguna ley” (Kessler. Pág. 58-59. Año 2004).
Miguez explica que “la desestructuración del mundo laboral y del ámbito familiar son
dos experiencias concurrentes en la vida de los pibes chorros. Ante la disolución de esas
referencias, el barrio y la calle se vuelven centrales como espacios en los que se construye la
pertenencia social. (…) en la experiencia de los jóvenes delincuentes esos ámbitos son el barrio
y la calle (…). Es en este espacio de sociabilidad donde se generan muchas veces sistemas de
valores, hábitos y actitudes que se relacionan con la transgresión y el delito” (Miguez, D. Pág.
41. Año 2004).
Otra característica que marca el autor mencionado, en concordancia con las entrevistas
realizadas por Kessler, es la dificultad de estos jóvenes de entre 15 y 25 años ante el interrogante
de ¿a que se dedican sus padres?, respuesta enmarcada en el contexto de constantes
desestructuraciones del mercado laboral y la estabilidad que este solía aportar.
Los mismos responden: “no sé, hace mucho que mi viejo no tiene trabajo” o “creo que
anda haciendo una changa, pero no sé en qué”. El autor explica que: “las frases ponen en
evidencias que estos jóvenes no encuentran en la trayectoria de sus padres algo que indique que
el empleo puede ser estable o que funcione como elemento organizador de etapas en la vida,
tales como una carrera laboral o profesional. Sin embargo, y a diferencia de lo que suele
suponerse, los jóvenes consultados no desconocen completamente la idea del trabajo. La
mayoría de ellos han tenido alguna ocupación. Sin embargo, en la mayoría de los casos la
propia experiencia laboral les confirma lo que la trayectoria de los padres les permite intuir”
(Miguez, D. Pág. 42. Año 2004).
En sus palabras: “(…) aparte para nosotros es siempre así, mis amigos y yo siempre es la
misma o un laburito que juntas poco y después por ahí sin trabajo, mi viejo lo mismo…y te
cansas de eso. Por ahí, viene tu cumpleaños, o es el cumple de tu vieja y no tenés para festejar…
todo así, para nosotros el trabajo es…no da para nada” (Miguez, D. Pág. 43. Año 2004).
Respecto de las trayectorias educativas de los jóvenes entrevistados por el autor Gabriel
Kessler, el consenso actual es que, “la institución escolar no tiene incidencia en la génesis de
conductas delictivas, aunque su accionar favorece o contrarresta tendencias que se gestan por
fuera de ella. De manera semejante a la perdida de lazos familiares, la deserción escolar
erosionaría el entramado vincular de los jóvenes, debilitando su integración e interdependencia,
y reduciría las oportunidades de empleabilidad futura así como las posibilidades de
construcción de un proyecto personal” (Kessler. Pág. 182. Año 2004)
Del trabajo de campo surge que, sobre un total de 43 casos con datos completos, tan solo
10 asistían a la escuela, 35 entrevistados habían interrumpido alguna vez su escolaridad antes de
alguna detención, una mitad abandonó cursando el primario y la otra durante los primeros años
del secundario. De aquellos 35 que abandonaron la escuela solo un 8 la retomaron más adelante,
mientras que los otros 27 nunca volvieron a asistir. Según estos datos se podría caracterizar a sus
trayectorias educativas con un desempeño caracterizado por reiteradas repitencias y en muchos
casos una deserción posterior.
En cuanto al sentido que estos jóvenes le otorgan a la educación, surgen dos cuestiones;
por un lado, cuando hacen referencia a su educación, surgen consideraciones de rechazo,
malestar, estigma desde los ámbito educativos; cuando hablan de la educación en general,
reconocen en ella una posibilidad de ascenso social y proclive a una “buen” proceso de
socialización.
En palabras de una entrevistada: “empecé cuando tenía 16…no, 17, después deje.
Después probé otro año más, fue el año pasado, y no. Tampoco me gustó, me lleve cuatro
materias y no las quise dar, y no fui más. Dos veces había empezado antes y a mitad de año la
dejaba. Me arrepentía a mitad de año. (…)” (Kessler. Pág. 185. Año 2004)
Otro rasgo común que el autor marca es el hecho de que para los jóvenes no parece ser un
problema o conflicto, la repitencia o el abandono, a lo sumo destacaban que a pesar de su mal
desempeño, los profesores trataban de hacerlos pasar de año.
G. Kessler expresa qué, “si bien es cierto que “dejar de ser ignorante” o “saber leer un
poco” es rápidamente valorado en las entrevistas, pocos van más allá. Más allá de la
alfabetización básica, se les torna complicado justificar por si solos el sentido de la escuela, a
tal punto que el resto de la escolaridad parece sostenerse por la presión de los padres, la
costumbre o la falta de oportunidades laborales tempranas (…)” (Kessler. Pág. 188. Año 2004)
De parte de la institución educativa, surge que se entablan diversos acuerdos y contratos
para albergar a estos jóvenes pero el mínimo tiempo posible, así se evidencias profesores que
promueven a sus alumnos sin que estos reúnan las condiciones, entre otras.
El autor informa que una característica de la actualidad es que los jóvenes pueden
combinar escuela y robo, al igual que trabajo y robo. El autor agrega “una experiencia de baja
intensidad, una escolaridad de poca exigencia y de escasa marca subjetiva, va perdiendo
eficacia como forma de socialización. En efecto, (…) directivos y maestros afirman que en los
últimos tiempos se habían producido robos en la escuela, lo que no era habitual en el pasado”
(Kessler. Pág. 216. Año 2004)
Por otra parte y en ciertas coincidencias con el autor desandado hasta aquí, Cristian
Alarcón narra que El Frente comenzó a apartarse del camino que había deseado su madre para él
a los 12 años, cuando se encontraba cursando el 7mo año del nivel primario, la escuela le parecía
totalmente aburrida y la calle parecía guardarles las más desventuradas escenas. Así fue como
poco a poco fue apartándose del ámbito educativo y la calle y las acciones ilegales comenzaban a
matizar una vida distinta.
Miguez establece en cuanto a la trayectoria educativa, que se infiere que la escuela
aparece como un lugar ajeno, de exclusión y estigmatización; en ello establecen:
-“yo a la escuela deje de ir, y vas a ver que mi hermanito que ahora tiene 10 también la
va a dejar, sí porque se aburre y aparte están citando a mi mamá todo el tiempo y mi mamá no
puede ir. (…) entonces, para que voy a ir si no paso de grado, si aparte no aprendo nada y para
que la anden molestando a mi mamá” (Miguez, D. Pág. 43. Año 2004).
De la investigación de Daniel Miguez surge al igual que en la de los demás autores que si
bien la escuela y el trabajo aparecen como un ámbito de frustración, por otro lado, ven en ellos,
los mecanismos de integración y medios de alcance de cierto bienestar económico y social.
Miguez plantea que los jóvenes entrevistados viven en dos mundos, mundos que se
constituyen entre los valores convencionales y los valores que construyen en el mundo delictivo.
Así, sus conductas se van desarrollando entre unos y otros parámetros.
En cuanto a las trayectorias escolares y laborales propias de los jóvenes de los barrios
investigados por M. Epele, la misma expone qué “las experiencias en las escuelas del barrio
incluían: no haber ido nunca al colegio, la deserción temprana en el primer o segundo año, la
expulsión escolar, e incluso el robo en la escuela, experiencias que se combinan con el pasar de
grado sin aprender (en algunos casos ni siquiera a leer), repetir de grado una y otra vez, y solo
como excepción, la posibilidad de transitar el colegio como una etapa de estudio hacia otro aun
así los residentes que tenían hijos pequeños decían que querían que tuviera otra vida, que
pudieran estudiar. Es decir, el estudio era reconocido como una barrera o una puerta, para
seguir en la mala vida o tener otras vidas y futuros (…) habiendo dejado la escuela, la única
expectativa que podían tener estos jóvenes era participar en el inestable sistema de changas,
cuya disponibilidad es altamente sensible a las modificaciones y oscilaciones de las
actividades”. (Epele. M. Pág. 116 y 117. Año 2010).
Actividades delictivas y consumo estupefacientes
Gabriel Kessler clasifica entre consumidores ocasionales, consumidores frecuentes y
adictos. Explica que entre los entrevistados solo se hallaban aquellos consumidores ocasionales o
frecuentes.
En relación a la conexión que existe entre ese tipo de consumo y las acciones delictivas el
citado actor explica qué: “no podemos en el marco de esta investigación llegar a alguna
conclusión y, sobre todo, faltan pruebas experimentales sobre el peso real de las distintas
sustancias, en particular la tan reiterada “pérdida de conciencia”. Si bien pueden gastar parte
de lo que roban en drogas o alcohol, estos son un rubro más dentro de lo que definen como
necesidad. Como hipótesis aparece un desfasaje entre el peso que le dan a la droga, aparece
como causa del delito en sus discursos y lo que se deduce al analizar los relatos de consumo. Sin
duda la droga aparece como un factor de desresponsabilidad por lo que se puede suponer la
tentación de atribuirle causalidad. (…) si por un lado la droga es “funcional” a un discurso
sobre el delito por parte de sus protagonistas, por el otro, es (…) abiertamente incompatible con
ésta” (Kessler. Pág. 146. Año 2004)
Según la recopilación empírica que desarrolla, las acciones delictivas no se encuentran
programadas ni establecidas de ante mano, lo que prima es la lógica de la acción sin mediar en
ella las posibles consecuencias. El autor explica que en muchas entrevistas surgió el hecho de
“ya estar jugado” de “no tener nada que perder”, en este marco pensar en las consecuencias o
en el procedimiento de la acción pierde total sentido. En sus palabras: “es una acción sin costo y
por ende cualquier cosa que se obtenga es un beneficio” (Kessler. Pág. 88. Año 2004).
Las primeras acciones delictivas tienen en común: “una decisión previa de salir a robar
con un débil consensualismo, en tanto anticipación de las acciones (…) en segundo lugar, hay
acciones donde ni siquiera la definición teleológica inicial es tan clara. Se trata de una serie de
movimientos grupales cuyo sentido final resulta de la coordinación de actores, sin que la
responsabilidad y la intención inicial puedan ser claramente individualizadas. (…) las acciones
iniciales son teleológicas en el sentido de que requieren, para llevarse a cabo, más que un
cálculo inicial, una suerte de “irracionalidad motivada” que ponga en suspenso la conciencia
de las consecuencias negativas”. (Kessler. Pág. 92. Año 2004)
El autor plantea que en las etapas iniciales existen distintas variables, caminos, acciones
que hace que los jóvenes decidan perpetuarse o no en las acciones delictuales. Por ejemplo, el
hecho de robar las primeras veces y de no sufrir ningún tipo de riesgo, la apertura simultanea de
acceso a otros bienes materiales, algo que sale mal alguna vez. En el caso de los entrevistados en
su trabajo de campo, afirma que todos continuaron tras la primera vez. Agrega que hay que
prestar atención al campo de posibilidades que se abre alrededor de estos jóvenes, cuando uno de
los mecanismos históricos de inclusión social ya no son eficaces se buscan otros y en el caso de
los entrevistados el delito permitía el acceso a bienes que de alguna manera los hacen ser en la
sociedad.
Como se expresa en estos relatos; “al principio era sólo para comer, no por la plata.
Después se hace forma de vida eso de conseguir plata. (…) hasta que después bueno, como nos
salió bien la primera vez, le dimos a la segunda. Claro, porque ya después nos había gustado a
nosotros. (…) después (…) nos ofrecieron para vender diarios, y vendíamos diarios, pero no era
tanto… (…) teníamos que estar todo el día gritando, llueva o no llueva (…)” (Kessler. Pág. 93.
Año 2004)
En palabras de otro joven entrevistado, “por ahí laburabas pero siempre te revoloteaba
en la cabeza que laburando no ibas a llegar a ningún lado. No tenías oficio, no había
preparación de ninguna especie, ni secundaria, nada. No tenias capacidad…terminabas siempre
siendo peón. (…)” (Kessler. Pág. 95. Año 2004).
Para aquellos jóvenes que siguen en el ámbito del delito, este comienza a atravesar otras
características y muchos llegan a llamarlo como “un trabajo”. Se habla de trabajo en el sentido de
que además de que genera un ingreso, requiere de un saber práctico. Al avanzar en los actos
delictuales, estos van buscando una especialización que tiene que ver específicamente con el
control de las consecuencias de la acción, más planificación, realizar acciones con otros, otros
que propician una “carrera ascendente” donde lo que arriesgas es proporcional a los beneficios
que obtendrían, elección de las víctimas, evitar el uso innecesario de violencia, se trata de
entender el riesgo que implica cada acción (la cárcel o la muerte), etc. Las decisiones que toman
en cuanto a que especialización va a seguir, tiene que ver con una reflexión basada en las
experiencias vividas, se ejemplifican en este relato:
-“porque no, no…no me daba para hacer eso (robo a mano armada). Empecé a
mandarme más de escruche. Meterme en los negocios cuando no hay nadie adentro, de noche.
Porque ahí es más fácil. No hay gente, no hay que asustar a nadie…y ahí entro, abro el negocio,
me meto adentro, me como todo, me llevo la plata, televisor, lo que hay…sí. Solo” (Kessler. Pág.
97. Año 2004) Del trabajo de campo surge una primera clasificación de las relaciones que estos
jóvenes posee: “proveedores” y “barderos”, los primeros son aquellos que realizan un delito de
manera individual para proveerse de recursos, los segundos, también buscan la provisión pero la
acción como medio se enmarca en lo grupal, en lo excitante, en lo que irrumpe la cotidianeidad
más burda.
Según el trabajo de campo realizado, los barderos no se constituían como una banda, una
pandilla, no se percibió un sentimiento identitario ni un sentido de pertenencia territorial. Nadie
se declaró perteneciente a ninguna banda determinada, sino que la referencia era hacia conocidos
y amigos. El autor expresa que el hecho de que el desarrollar una determinada acción delictiva en
conjunto no implique la pertenencia cerrada a un grupo de pares, permitía a sus entrevistados que
simultáneamente participen de las actividades de otros grupos sean esas actividades delictuales o
no.
Así en un mismo grupo aparecen jóvenes que pertenecen pero que no delinquen ni que
cuestionan el accionar de los otros u otros que en algún momento habían estado relacionados con
el delito pero que ya no lo están y siguen formando parte.
Lo que si aparece como un rasgo de diferencia o distinción es el consumo o no consumo
de drogas. En palabras del autor el consumo de drogas es un gran generador de lazos social o un
gran divisor. En palabras de un entrevistado: “estaban los que consumían y los que no
consumían. Y después eso…no sé si hace una diferencia o una separación. Y entonces uno se
queda de un lado o se queda del otro. Yo me quedé del otro.” (Kessler. Pág. 77. Año 2004).
Por otro lado, se plantea que la droga diferencia según la sustancia, al ser la marihuana
una sustancia barata es más fácil compartirla, la cocaína se constituye como una droga egoísta, ya
que los canales de acceso son más difíciles y mas encarecidos.
Así, mientras el delito parece ser una acción que no segrega a los sujetos de un mismo
grupo, el consumo de drogas, si lo es.
En palabras del autor: “delinquir no constituye una frontera para la socialización, en
ninguno de los dos sentidos posibles: ni excluye a los informantes de grupos donde coexisten con
otros que no delinquen, ni impide que, en el interior de camarillas con mayoría de infractores,
haya quienes puedan permanecer sin participar. (…) parte de la no exclusividad de los grupos de
pares que delinquen se explica por la espaciada frecuencia de sus acciones. Asimismo, al
tratarse de actos con escasa planificación, no es preciso un trabajo grupal previo” (Kessler. Pág.
81. Año 2004).
En referencia a lo trabajado, Cristian Alarcón, expresa que: “El Frente podía donar lo que
llevaba en el bolsillo para la causa más incorrecta o la mas loable de todas, no había distingos
morales en sus dadivas, en sus salvaciones cotidianas de la carencia ajena, ni en sus regalos
intencionados. El Frente daba lo que tenía con un desapego que aun hoy, tal como lo recuerdan
los unos y los otros en la villa, parece haber sido la bondad amoral de un niño prodigo. (…) La
fiesta era por supuesto, el máximo y más brillante escenario del gasto del dinero robado”
(Alarcón C. pág. 55. Año 2003)
Todos los integrantes de la villa marcan un antes y un después de la muerte de Víctor, en
relación a lo que sucedió con los “pibes chorros” luego en la villa: “en cada relato (…) surge la
comparación entre los tiempos que corrieron hasta que murió, y lo que luego paso en la villa: el
bardo, en lunfardo el lío, la locura, el irrespeto, la traición, el robo a los vecinos, a los que no
tienen. El Frente imponía, bajo métodos cuestionables, cierto orden en los estrechos límites de su
territorio” (Alarcón C. pág. 58. Año 2003)
Otra característica a destacar en la recopilación que realiza el autor nombrado es que en la
villa existe una guerra entre los llamados transas con los pibes chorros, lo explican de la siguiente
manera: “es casi una regla: los transas son odiados no solo porque son para los chorros la
trampa a la que están condenadas por la adicción, sino porque la inmensa mayoría cuanta con
protección policial para funcionar en su negocio” (Alarcón C. pág. 66. Año 2003)
La figura del frente luego de su muerte en la villa, es explicada en un episodio que marca
ese antes y después de la muerte “siempre invocado para defender a los pequeños ladrones de la
policía, ahora manejaba las balas de los propios. Él, que comenzó robando bicicletas caras de
deportivos burgueses porteños, ahora, según la inmediata interpretación del barrio había tenido
que salvar, entre otros aquella tarde, al Brian, un ladrón como el que fue el Frente Vital en vida,
un ladrón de esa misma edad, pero en un país que ya no era aquél de las grandezas” (Alarcón C.
pág. 147. Año 2003)
Por su parte, Daniel Miguez tomando al sociólogo estadounidense Robert Merton destaca
que “es la pobreza relativa a las expectativas sociales generadas la que produce un virtual
crecimiento del delito” (Miguez, D. Pág. 28. Año 2004).
Especifica que, en sociedades como la nuestra donde existe un gran distanciamiento social
a la par de pautas comunes de consumo, en este caso el delito se puede trasformar en un problema
social, ya que la trasgresión es la manera de alcanzar lo que no se logra por medios
“legitimados”.
El autor explica que a los jóvenes que hoy se los conoce como “pibes chorros” son
jóvenes que han nacido en la década del 80, por lo que en los años 90 estos jóvenes atravesaban
su adolescencia, de condición humilde la mayor parte de ellos.
Los 90 se constituyeron en la Argentina con grandes cambios estructurales, las
condiciones de vida de los sectores populares se vieron fuertemente afectadas, estancándose en
sus condiciones de humildes, haciéndose la pobreza de manera estructural a diferencia de los
años precedentes. Por otro lado, las modificaciones en relación al mercado laboral tuvieron
grandes dificultades para una población joven que no lograba insertarse en el mercado laboral, la
desigualdad social cada vez más creciente, la pérdida significativa de la capacidad adquisitiva del
salario y un gran aumento de las personas en situación de pobreza.
Un factor de análisis importantísimo que marca el autor es el siguiente; “durante los años
80 los jóvenes con bajos niveles de escolarización, posiblemente hijos de obreros manuales,
comenzaron a experimentar la imposibilidad de repetir las trayectorias de sus padres. Vieron
disminuidas sus opciones de encontrar un trabajo estable, con una remuneración básica que le
permitiera cubrir sus necesidades y las de sus familiares. De manera que esta generación que
alcanza la edad adulta a mediados de los 80 llegó a la paternidad sin haber logrado-ni estar en
condiciones de asegurar-una trayectoria laboral estable que condujera a algún tipo de progreso
económico, personal o social. (…) los hijos de estos jóvenes directamente no conocieron en sus
padres el modelo de estabilidad laboral, dignidad personal y progreso social que predominó en
la generación de sus abuelos.” (Miguez, D. Pág. 38. Año 2004).
Por su parte en la investigación que desarrollan las autoras Duschastky y Corea,
concluyen que el robo aparece como una opción que motoriza a la grupalidad, ello asociado a la
ausencia de otros mecanismos de inclusión y construcción de lazos sociales, como ser ofertas
culturales, políticas o sociales. Tanto que el choreo aparece como un código de socialización en
ese escenario; código de socialización investido de legitimidad anclado en un cúmulo de valores,
normas y estrategias construidos por los habitantes cotidianos de esos contextos, las autoras
destacan que si bien el choreo no aparece como una reivindicación tampoco aparece cuestionado
moralmente.
Las autoras explicitan: “estos chicos nacen y crecen en donde la práctica del choreo
participa de las estrategias de reproducción de la vida cotidiana. Se roba para comer, para
vender, para satisfacer el inmediatismo del consumo: ir al baile, comprar una cerveza, comprar
una pilcha (…) y para hacerlo es necesario armar redes de interacción social.” (S. Duschatzky,
C. Corea; Pág. 46. Año 2002).
La ley aparece borrada, y por ello la posibilidad de su trasgresión. La presencia de algún
ente estatal solo está marcada por la guerra suscitada en contra de la fuerza policial.
Por último establecen qué: “lejos de las oportunidades socialmente autorizadas de la
competitividad y excluidos de las estrategias exitosas que promete la globalización, estos jóvenes
se refugian en las fuentes alternativas de autoestima que encuentran a su disposición”. (S.
Duschatzky, C. Corea; Pág. 48. Año 2002).
En sus palabras:
-“Ellos son los mejores porque se las aguantan”
-“Mi hermano más grande esta en un grupo bien pesado porque se la re banca y hacen
frente a cualquiera” (S. Duschatzky, C. Corea; Pág. 48. Año 2002).
Algo similar a lo que plantean los autores señalados, surge de la investigación
desarrollada por María Epele, cuando los vecinos de los barrios donde se desarrollo el trabajo de
campo caracterizan los robos de los jóvenes que allí residen: “(…) de acuerdo a los adultos, los
jóvenes en primer lugar, robaban objetos que no tenían ningún valor para ellos o destruían
“porque si” (por ejemplo escuelas). En segundo lugar, la violencia en los robos y en el nivel de
agresión no se correspondía con la ganancia o el resultado de la actividad. En tercer lugar,
robaban a vecinos, lo cual rompía el código más importante de “no robar en el barrio”, lo cual
generaba nuevos problemas ya que atraían a la policía. En cuarto lugar, en ciertos casos
amenazaban y robaban a maestros, médicos y otros profesionales que tiempo atrás en estos
barrios eran intocables para la mayoría de los adultos usuarios/as y ex usuarias/os estas
características indicaban falta de inteligencia y de plan (…)” (M. Epele. M. Pág. 119. Año 2010)
La misma agrega qué: “en el transcurso del trabajo de campo se hizo evidente que el
termino chorro encubría un gran repertorio de actividades y estrategias que a su vez, cambiaban
en el tiempo dependiendo de las oscilaciones de las economías, y solo en algunos casos, tenían
el hurto y el robo como actividad exclusiva de obtención de recursos. Para ese entonces, la
presentación de los jóvenes como “chorros” ya formaba parte de una ostentación frente a otros,
de oposición a las normas, de apropiarse de algún modo de ese estar en los márgenes por
opción”. (M. Epele. Pág. 120. Año 2010)
En cuanto a la relación entre consumo de drogas y delito la autora marca qué, el choreo
aparece como parte de la constitución de la vida de los jóvenes en cuanto a la posibilidad de
obtención de recursos varios para hacer frente a su necesidad de consumo. En los casos en que el
choreo se constituye como parte identitaria de un grupo o un sujeto, las drogas aparecen como un
elemento más de la situación.
Explica: “(…) la mayoría de los jóvenes que usaban drogas obtenían sus recursos a
través de algún “laburito” en el mercado, feria u otra actividad informal, hurtos de escaso
alcance y poco monto de dinero, y, en algunos casos, la participación en un robo mas
organizado. Para los inicios de la investigación, con estas actividades podían mantener un ritmo
sostenido de alcohol y pastillas, y solo ocasionalmente cocaína. Aquellos que llevaban a cabo
robo de caños, de fierros, en cambio, podían llevar un ritmo de consumo de cocaína, al menos
algunos días por semana.” (Epele. M. pág. 121. Año 2010)
Para culminar con este apartado, retomaré el concepto de estrategia de reproducción
desarrollado por el autor Sergio Tonkonoff, desde el cual el autor analiza el desarrollo de
actividades delictivas en manos de los jóvenes como una forma de estar y constituirse como
joven desde su posición social y en una sociedad que exige ser joven, consumidor, bello y vivir
en el momento presente.
En sus palabras: “(…) el concepto de estrategias juveniles de reproducción se abre a la
temática de la delincuencia, siempre que ésta sea concebida como producto del carácter y grado
del control social. (…) La utilización sistemática de esta noción en diversas investigaciones y
estudios de caso nos ha permitido llegar a las siguientes conclusiones: A) (…) Nuestra
experiencia en el campo da cuenta, en cambio, del delito popular juvenil como una práctica
transitoria e intermitente. Estos comportamientos microdelictivos parecen ubicase, en general,
entre dos márgenes: el de la propia cotideaneidad de estos jóvenes y el del “mundo del delito”.
Es decir, que las actividades microdelictivas no ocupan la mayor parte de su tiempo y que,
aunque mantengan relaciones con las estructuras profesionales del robo o el tráfico de drogas,
no pertenecen a ellas. En general, los jóvenes populares urbanos entran y salen de la ilegalidad,
no viven allí. B) El ámbito de interacción cotidiana de estos jóvenes no es el de una “banda”
delictiva. Su grupo de pares reúne a individuos en diferentes grados relacionados con
actividades ilegales, pero también a quienes nunca han incurrido en tales comportamientos. C)
La mayoría de los jóvenes abordados en nuestra investigación se muestran capaces tanto de
comportamientos delictivos como de conductas estándar (trabajo, estudio, ocio, etc). Y por lo
general se desempeñan en ambas situaciones alternativamente. D) Respecto de sus relaciones
con el propio vecindario y la propia familia, es posible postular que éstas no son la del simple
rechazo mutuo. Sus lazos, acaso debilitados, son múltiples. Estos jóvenes son ampliamente
conocidos en las zonas en las que habitan; y entre ellos un reconocimiento positivo por parte del
entorno inmediato parece tener un valor considerable. De allí que una de las normas de su
comportamiento ilegal sea no delinquir en el propio territorio. Y aunque esta regla no se respete
en todos los casos, su sola presencia indica la complejidad del entramado que se teje entre estos
jóvenes y sus respectivos entornos.”(S. Tonkonoff, pagina 40-41. Año 2007).
Los jóvenes y las fuerzas de seguridad.
Según la investigación de Gabriel Kessler, la relación de los jóvenes con la policía se
presenta como una relación conflictiva, con una persecución que es permanente para los jóvenes
del conurbano, aún antes de la comisión de algún acto delictivo. Ellos no ven en esta fuerza a una
autoridad, representante de la ley, muy por el contrario la plantean como una banda más solo que
mas organizada. En esa relación los jóvenes sienten la amenaza de la muerte constante.
En esta relación el poder se ejerce por parte de la policía, se plantea a los jóvenes como
enemigos mortales o como sujetos con los cuales negociar si es que quedan detenidos. Primero
los golpean, luego viene la negociación, en el caso de los jóvenes entrevistados esta negociación
se complica, ya que los mismos no obtienen grandes bienes de sus acciones. La relación con la
policía es algo inevitable en sus trayectorias, así procuran enfrentarla de la mejor forma posible,
un ejemplo:
Palabras de un entrevistado: “(…) primero pasas la golpiza y después pasas la regla.
Porque enseguida, ponele viene un comisario va a ver si sos buen ladrón. Y si sos buen ladrón
tenés plata. Y ya te digo nosotros estábamos preparados para todo. Ya guardaba como mil de
cada hecho. (…) lo ponías y te vas, te abren las puertas ya mismo. Te dan la mano aparte. (…)”
(Kessler. Pág. 130. Año 2004)
Cristian Alarcón, ejemplifica la relación de los jóvenes con la fuerzas de seguridad,
tomando como referencia la cantidad de muertes sucedidas en la Villa. Habla de la muertes como
un ser cotidiano que está allí siempre, que casi no sorprende, es una posibilidad más entre tan
pocas posibilidades, el autor lo cuenta a través de la historia de Roberto, un vecino del barrio que
anotó cada injusta muerte, edades, ocupaciones, formas de morir, Roberto le entrega el diario al
periodista y dice: “aquí yo fui contando las muertes. Fueron demasiadas” (Alarcón C. pág. 153.
Año 2003)
“En las hojas se suceden los nombres, los apodos, remarcados con birome, los nombres
de los caídos. Roberto también me mostró fotos. Y recortes de diarios. Son noticias policiales
con imágenes de cuerpos tirados en el asfalto. En las fotos son casi todos niños. Tiene una de las
comparsas Los Cometas de San Fernando. Son unos treinta chicos encimados, abriendo los
brazos, extendiendo el brillo de sus levitas fucsias, sonriendo a las cámaras del carnaval. De
ellos quedan muy pocos, cuenta. Podría, con la foto, reconstruirse la historia. Con solo hacer un
circulo en cada uno se iría completando la sangría de los noventa en la Villa San Francisco. ”
(Alarcón C. pág. 154. Año 2003)
Ciafardini, respecto de las fuerzas policiales, plantea que “Las policías de los países
latinoamericanos se encuentran, salvo en el nivel de la oficialización superior y algunos cuerpos
de elite, mal pagas y mal formadas profesionalmente, sus integrantes provienen en una gran
mayoría de sectores sociales también profundamente golpeados por la crisis social. Deformadas
en una cultura represiva a ultranza, seleccionadora y estigmatizante producto de prácticas
históricas de discriminación y de la influencia militarizante de procesos dictatoriales en las que
fueron conducidas como policías políticas por las fuerzas armadas. Deformadas, también, por la
influencia de una política clientelar y partidista que, en los momentos de democracia electoral,
las atrajo al intercambio de favores y negocios con los sectores políticos de turno en el poder,
todo lo que las ha llevado a que un importante número de sus agentes se encuentre directa o
indirectamente vinculado al delito, la corrupción y el oportunismo personal.” (Ciafardini M, pág.
49, año 2006).
Siguiendo a la autora María Epele agregó qué: “como la institución omnipresente y
multifacética del Estado en estos barrios, la policía ha participado de diferentes modos en el
trazado de los “nuevos códigos” (…) a diferencia de las crónicas de la década del ochenta, en
las que la policía quedaba en alguna medida fuera del escenario y del territorio, esta dinámica
se modificó radicalmente por la mayor penetración policial causada por el aumento de
conflictos y robos en los barrios y la progresiva participación de algunos policías o ex policías
en actividades ilegales.” (Epele. M. pág. 123. Año 2010)
Por otra parte, la autora plantea también que: “(…) cuando algunos jóvenes, generalmente
usuarios/as de drogas, tenían comportamientos o “explosiones” de agresión con familiares,
robaban a vecinos, tenían “ataques de locura” o incluso morían, los residentes llamaban
ocasionalmente a la policía para que resolvieran la tensión, el conflicto e impidiera los
mecanismos locales de venganza.” (Epele. M. pág. 124. Año 2010)
Los jóvenes y sus vidas en proyectos
Siguiendo las investigaciones de los autores trabajados, surge que los jóvenes que se
relacionan con actividades ilícitas poseen aspiraciones, ideales, proyectos que los aúnan a los
proyectos de la sociedad en su conjunto, o mejor dicho al proyecto de una sociedad hundida en
una cultura dominante que marca las formar, los caminos de ser socialmente. Ello no deja de
constituirse en una ambigüedad en la medida en que los mecanismos de inclusión social a través
de los cuales se accedería a una “vida socialmente digna” los expulsa constantemente, lo hemos
visto al desandar las trayectorias escolares y laborales de este grupo poblacional.
En este sentido, Miguez explicita qué: “a las expectativas idealizadas de desarrollar un
proyecto biológico de largo plazo que incluya una buena inserción laboral lograda a través del
progreso en el proceso de escolarización, se le contrapone una realidad que manifiesta un
derrotero personal inestable, dependiente de múltiples factores que están mas allá de la propia
capacidad de control y que suelen incluir dos etapas clásicas de exclusión de los lazos más
institucionalizados de interdependencia social. Primero el fracaso escolar recurrente-ninguno de
nuestros entrevistados había logrado cumplir el ciclo normal de escolarización y todos se
encontraban lejos de alcanzar la meta mas recurrentemente enunciada: “terminar la
secundaria”-. Y luego una inserción predominante en trabajos de baja remuneración y
estabilidad en el mercado informal: el 80% de nuestros entrevistados y de sus progenitores solo
había tenido empleos de este tipo.” (Miguez, pág. 81. cap. 2. Año 2008)
Despojados de las “posibilidades legitimas” de inclusión social, algunos jóvenes de
sectores urbanos pobres encuentran en las actividades ilícitas su propio modo de ser y estar
socialmente aquí y ahora.
Siguiendo a Sergio Tonkonoff, quien explica que: “este mundo del delito (adulto, popular
y urbano) es, para decirlo con las precisas palabras de un ladrón profesional, ya bondi.
Promueve una existencia nómada y clandestina, desafiante e intensa, que obliga a subirse a
cualquier bondi. O, más bien, al bondi del ahora absoluto. Sin rumbo y sin plan, sin ahorro ni
prudencia. Un mundo en el que cada acción se agota en sí misma: ajena a toda trascendencia
brilla con el fulgor de lo inmediato, y por ese mismo fulgor es devorada. De allí la incapacidad
de sus habitantes para justificar utilitariamente su conducta, y su ausencia de palabras para
nombrar el porvenir.” (S. Tonkonoff, pagina 05. Año 2007)
Desde este lugar hablar de los jóvenes y sus proyectos de vida no puede estar despojado
de la compleja entramada social, económica y política que constituye a los mismos. Es decir, si
por un lado de las entrevistas surge que el mayor bienestar social de estos jóvenes seria otorgado
una vez que los mismos puedan alcanzar una escolarización “exitosa” y un empleo legal o una
profesión o un oficio y por el otro lado esa misma sociedad que exige ello lo habilita solo para
unos pocos, entonces ¿qué hacer con ellos? ¿qué proyectar? ¿cómo acceder? ¿cómo ser?.
Respecto de esto último, Sergio Tonkonoff plantea: “(…) es que los Pibes Chorros son
pobres deslocalizados. Solos o “en banda” frente al sortilegio abismante del mercado, estaban
condenados a no ser, a permanecer tras el umbral de visibilidad de la ciudad del consumo. La
lógica de la polarización social vigente había querido que desearan en paz y luego
desaparecieran en silencio. Ante la imposibilidad de cumplir acabadamente con tan singular
mandato, ellos salen de caño. Es decir, recusan el lugar que se les había asignado y acometen
hacia un centro que les está física y simbólicamente negado. De allí vuelven con algunos objetos
y muchas historias. También traen el reconocimiento del que carecían. Un reconocimiento mayor
al que jamás imaginaron: la inseguridad ambiente de una Argentina de riesgo lleva a veces su
nombre (…).” (Sergio Tonkonoff, pagina 11. Año 2007)
Para finalizar unas líneas del relato de uno de los jóvenes entrevistados respecto de su
posición en la esfera social:
“-Y, siempre estamos del lado de los que perdemos, todos nosotros. Si no es el sida, es la
cana, si no es que no te dan trabajo, o que no hay trabajo. Y eso no se va a cambiar nunca. Por
eso nos quieren reventar en el fondo, sabes, porque parece que nosotros somos los culpables de
que todo este para la mierda, y no es así. (…)” (Nano, 25 años). (Epele. M. Pág. 230. Año 2010)
Consideraciones finales
La idea del trabajo de retornar cada aspecto de la vida de los jóvenes que se relacionan
con las actividades ilícitas desde la recopilación de investigaciones con trabajos de campo, tiene
que ver con poder desandar una idea central que motorizó al trabajo: si la delincuencia juvenil
permite a determinados grupos de jóvenes, una cierta inscripción en el escenario social actual.
Siempre entendiendo que la delincuencia no es constitutiva de un ser social en particular
sino que es una construcción social, que se configura en el entramado de relaciones que se gestan
al interior de una sociedad particular. Que entender la juventud de sectores empobrecidos implica
constantemente remitirse al contexto más amplio de socialización, donde las oportunidades, los
proyectos, los ideales no se configuran de la misma manera de un lado u otro de la sociedad.
Despojados de la idea de que existe un joven delincuente, con características propias y por
tanto despojados de una explicación dual de la sociedad, el problema adquiere toda su
complejización. Complejidades que visibilizan una cuestión social que nos incluye y nos aúna
como sociedad.
Como lo plantea S. Tonkonoff: “¿Qué pasaría si frente a un joven infractor
enfatizáramos más su condición juvenil y menos su conducta delictiva? ¿Y qué sucedería si a la
variable juventud agregáramos la variable exclusión social para explicar esta conducta no
deseada? Y entonces: ¿cómo enfrentar el problema que implica la condición popular juvenil en
una sociedad de consumo? ¿No estamos así frente a otro problema (bastante más complicado)?
¿Qué soluciones son pertinentes ahora?”(S. Tonkonoff. Pág.34. 2007)
La lectura de estos autores, nos permite entender que los jóvenes cometen delitos de modo
no programado, que no lo realizan de manera exclusiva sino que la constitución ilícita se
atraviesa constantemente con actividades licitas, con el concurrir a la escuela o desarrollar alguna
actividad laboral, que el consumo adictivo de estupefacientes no se constituye como causa del
delito, que las estadísticas no demuestran una desmesurada cifra de jóvenes delinquiendo que
determine su constitución social como la de una figura peligrosa. Así, el problema de “la
delincuencia juvenil” toma otro rumbo: no hay tan delincuencia ni tan juvenil.
Coincidiendo nuevamente con Tonkonoff: “Si los jóvenes derivan entre la legalidad y el
delito, lo hacen, entre otras cosas, porque son jóvenes. Es decir, porque han ingresado en un
estadio transitorio y relativamente indeterminado entre la heteronimia de la infancia y la
autonomía de la adultez. “Coquetean” con el delito, del mismo modo que con los roles legales.
Puede que, en el futuro, sean ladrones profesionales. Pero también puede que sean carpinteros,
mecánicos o burócratas. En estas circunstancias, encarcelarlos implica fijarlos del lado de la
ilegalidad: hacerlos efectivamente delincuentes. Es la cárcel la que detiene su deriva (…) Y más:
no sólo les provee de una identidad que antes no tenían (“delincuentes”), también les
proporciona el ingreso a una estructura delictiva adulta a la que no pertenecían. Ahora ya no
estarán disponibles para otro tipo de comportamiento, ni para otra identidad. Serán reconocidos
y se reconocerán como delincuentes mucho más que como jóvenes. De este modo, quienes
castigándolos penalmente creían resolver un problema, no hacen sino crearlo”. (Tonkofoff. Pág.
43-44. Año 2007)
Entonces, sería el mismo sistema el que va moldeando lugares, aspectos para cada quien.
Parece ser que con estos jóvenes pobres, expulsados de las instituciones socializadores, solo se
interviene desde el sistema penal, lo cual conlleva todo el estigma y personificación de un “joven
delincuente”.
Como explican los/as autores/as del libro “Sujetos de Castigo”, bajo el concepto de
“Cadena Punitiva”, la cual funciona de la siguiente manera: “El encadenamiento de lo policial,
lo judicial y lo custodial supone un proceso de acumulación de sujeciones punitivas, que produce
marcar para el adentro, pero también para el afuera. Se trata de un encadenamiento de
sujeciones y entregas, donde el sujeto circula por tramas discursivas y practicas institucionales
diversas pero que se corresponden a un mismo proceso que lo atraviesa y moldea,
constituyéndolo como delincuente juvenil” (Daroqui Alcira, Ana Laura López y Roberto Félix
Cipriano García. Pág. 362, 2012).
Bibliografía:
Alarcón, C: “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia.
Vidas de pibes chorros”, primera edición. Buenos Aires; Grupo Editorial Norma,
2003. Ciafardini, M; “Delito urbano en la Argentina”. (Cap. 1 y 2) Ariel,
Buenos Aires, 2006. Daroqui A, López A. L. y García R. F. C.: “Sujetos de Castigo.
Hacia una sociología de la penalidad juvenil”. Homo Sapiens Ediciones, Rosario,
Santa Fe, Argentina, 2012. Duschastky, S y Corea C.: “Chicos en Banda”. Los caminos de la
subjetividad en el declive de las instituciones. Ed. Paidós. 2002. Epele, M.; “Sujetar por la herida. Una etnografía sobre drogas,
pobreza y salud”. Paidos, Bs. As., 2010. Informe nacional sobre Adolescentes en el sistema penal. Situación
actual y propuestas de transformación. Fondo de las Naciones Unidas para la
Infancia y Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, 2008. Impreso
en Argentina 1ª edición, septiembre de 2008. 500 ejemplares Kessler G.:“Sociología del delito amateur”. Paidos, SAICF, Buenos
Aires. 2004. Miguez D.: “Los Pibes Chorros. Estigma y Marginación.” 1º
edición-Buenos Aires. Capital Intelectual, 2004. Miguez D. “Delito y Cultura. Los códigos de la ilegalidad en la
juventud marginal urbana”. Cap. 2. Editorial Biblos, Bs. As., 2008. Tonkonoff, S.; “Tres movimientos para explicar por qué los pibes
chorros visten ropas deportivas” en La sociología ahora. Siglo XXI, Bs. As.,
2007. Tonkonoff, S.; “Juventud, exclusión y delito. Notas para la
reconstrucción de un problema”. 34 alegatos, núm. 65, México, enero/abril 2007.