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Apuntes de Hª de la Filosofía Guillermo García Domingo
U. D. 6. Agustín de Hipona entre la Antigüedad y la Edad Media:
Agustín de Hipona (354 d.C. – 430 d.C.) representa el
final de una época la de la civilización romana
occidental; de hecho, murió mientras los bárbaros
estaban a las puertas de la ciudad del Norte de África de
la que era obispo, y al mismo tiempo, va a reorientar el
futuro de la Edad Media al proponer los problemas de los
que se ocuparán los filósofos medievales cristianos. Por
eso la mayoría le sitúa como un filósofo medieval en
lugar del último representante de la Patrística latina.
Este filósofo y teólogo norteafricano fue un incansable buscador de la verdad
después de una juventud muy intensa; en este recorrido conoció la filosofía de Cicerón,
el maniqueísmo, y el propio neoplatonismo antes de que se convirtiese al cristianismo
cuando contaba con 33 años de edad en Milán hasta donde había llegado como profesor
de retórica desde su ciudad natal después de muchas vicisitudes. A partir de entonces
intentó sintetizar la doctrina cristiana con la filosofía de orientación platónica mientras
desarrollaba una carrera eclesiástica que culminó con su ordenación de obispo de
Hipona en el Norte de África. El número de sus obras filosóficas y teológicas es
abrumador. Las controversias en las que participó contra Pelagio, los donatistas o sus
antiguos compañeros maniqueos no le impidieron escribir sistemáticamente sobre
problemas filosóficos y teológicos que serían decisivos durante la Edad Media. Algunas
de sus obras más influyentes son Sobre el libre albedrío (388), Sobre la Trinidad (400-
416), su maravillosa autobiografía intelectual, las Confesiones (400) y por último, La
Ciudad de Dios (413-426).
El Imperio romano tardío es el período convulso que sirve de contexto a este
influyente pensador. El cristianismo se extiende de modo sorprendente por todos los
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territorios imperiales. La labor inteligente y resuelta de Pablo de Tarso, la sencillez de
su doctrina, la igualdad entre todos los creyentes que propugna, el hecho de que ganara
para su causa a personajes de enormes cualidades intelectuales y a otros con gran
influencia política son las principales razones que hicieron posible que una secta judía
insignificante llegara a ser la religión oficial del Imperio.
La deslealtad de los cristianos hacia el Imperio y otras razones políticas
propiciaron la persecución de los cristianos en algunos períodos de los primeros siglos
hasta que en el siglo IV d.C. la situación empezó a revertirse gracias a la estrategia
política del emperador Constantino quién atribuyó (más o menos sinceramente) a la
ayuda del Dios cristiano su victoria militar frente a un adversario político en la batalla
del Puente Milvio; poco después, los cristianos empezaron a ser tolerados y a recibir
apoyo del Imperio Romano gracias al Edicto de Milán (313 d. C.). Los paganos
(excepto un breve período de mandato de Juliano el Apóstata) empiezan a verse en
dificultades, mucho más si cabe después del edicto de Teodosio, en el que el
cristianismo pasa a convertirse en religión oficial del imperio romano.
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Atrévete a saber
En la película de Alejandro Amenábar, Ágora, se pone de manifiesto esta época crítica y
convulsa de Agustín de Hipona (354 d.c- 430 d. C) en la que el paganismo y las religiones orientales
están siendo arrinconadas progresivamente por el cristianismo y sus seguidores más fanáticos que pasan
a perseguir con extrema violencia a los paganos:
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6.1. Intellige ut credas, crede ut intelligas (Relaciones entre la fe y la razón).
En el comienzo de la propagación de su doctrina los cristianos rechazaron que su
nueva fe pudiera ser explicada gracias al apoyo de la filosofía griega y romana.
Tertuliano (160 d.C-220 d.C.), un intelectual cristiano, declaró que nada tenían que ver
Atenas y Jerusalén, aludiendo a la imposible reconciliación entre la razón y la fe porque
como él mismo dijo: credo quia absurdum est.
No tuvo que pasar mucho tiempo para que los padres de la Iglesia recién
fundada echarán mano de algunos elementos de la filosofía antigua (el estoicismo y el
platonismo en su versión de Plotino eran las corrientes filosóficas que mejor se
prestaban a ello) para explicar adecuadamente las verdades cristianas que se estaban
fijando en los concilios frente a la amenaza de las herejías que se extendían por doquier.
Agustín de Hipona piensa que la razón contribuye a hacer más razonable el acto
de creer, al mismo tiempo la fe ilumina a la razón que por sí sola es ciega. Es célebre su
afirmación: “Intellige ut credas, crede ut intelligas” (“entiende para que puedas creer
y cree para que puedas entender”). Aunque la filosofía no deja de tener una función
subsidiaria respecto a la teología (la filosofía es una ancilla theologiae se repitió a
menudo en la Edad Media), su posición es mucho más conciliadora que la de
Tertuliano.
Sin embargo, hay novedades de la religión cristiana que son irreconciliables con
la filosofía antigua griega. Con el fin de comprobarlo os propongo este cuadro en el que
se presentan algunas de estas diferencias entre la religión cristiana y la filosofía
grecolatina:
La filosofía griega afirma que… La religión cristiana afirma que…
- El universo es eterno. No ha tenido un
origen en el tiempo.
- El universo ha sido creado de la nada por
Dios.
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- El tiempo y la historia se extienden en
ciclos que se repiten eternamente.
- El tiempo se inició con la creación y desde
entonces se ha desarrollado una historia de
salvación dirigida por Dios que de manera
lineal culminará con el final de los tiempos y
el juicio final.
- Que el mal moral es producto de la
ignorancia (ética intelectualista), lo que
devalúa la culpa y la responsabilidad
del individuo cuando actúa mal.
- Que el mal moral es el resultado del mal
uso del libre arbitrio que Dios ha otorgado a
sus criaturas humanas. Por eso el ser humano
es libre a la hora de actuar y responsable de
sus acciones, también cuando es culpable.
El cristianismo puso sobre la mesa asuntos que no habían sido abordados hasta
entonces como la omnipotencia divina y cómo hacerla compatible con la existencia del
mal, la relación entre el libre arbitrio y la gracia divina, o el pecado original y la culpa
posterior provocada por el mal uso del libre arbitrio. Precisamente algunos de estos
temas van a abordarse a continuación.
6.2. El conocimiento interior en Agustín de Hipona.
El amor hacia la verdad impulsa al alma humana,
como si la verdad se tratase de una fuerza que atrae
al ser humano hacia ella y no descansáramos hasta
que no la lográramos alcanzar. Con frecuencia el
conocimiento que nos ofrecen los sentidos nos
distrae de esta búsqueda. Con los objetos que
excitan nuestros sentidos nuestra alma elabora una
imagen contingente, particular y mudable de cada
uno de ellos; el conocimiento sensible no es fiable
porque no nos proporciona verdades necesarias,
universales y eternas. Agustín de Hipona desconfía
de los sentidos tanto como lo hacía Platón.
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No está la verdad fuera de nosotros sino dentro. Es ahí donde se encuentra la
auténtica sabiduría. Debemos dirigir la mirada de nuestra inteligencia hacia el interior
de nuestra conciencia donde hallaremos las verdades necesarias, universales e
inmutables que buscábamos. Pero ¿cómo han llegado estas verdades hasta nuestra
conciencia interior? Nuestra alma dispone de una inteligencia finita, limitada, de modo
que estas verdades no pueden provenir de nosotros mismos. Tampoco nuestros sentidos
pueden proveernos de semejantes ideas como dijimos en el párrafo anterior. Solamente
Dios, responsable de crearnos, ha podido insertar estas verdades en nuestra conciencia
más íntima. No sólo eso, además, gracias a la iluminación divina tenemos la
oportunidad de ver en ese territorio a oscuras de nuestra más interna conciencia estas
verdades bajo la luz que proviene del mismo Dios. La luz del sol es la culpable de que
veamos estas verdades escondidas en nuestra autoconciencia.
No es extraño que Agustín de Hipona diga que Dios es más íntimo que lo más
íntimo mío, es más íntimo que yo mismo; Dios está en mi interior, y, sin darnos
cuenta nos ha ido atrayendo hacia su encuentro a través del amor por la verdad que ha
insertado en sus criaturas humanas porque como dice Agustín de Hipona “nos hiciste,
Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”.
6.3. Más íntimo que yo mismo (Dios según Agustín de Hipona).
Dios a pesar de ser trascendente respecto a todas sus criaturas es lo más
inmanente a nuestra alma. Las verdades eternas que están en nuestro interior son la
principal prueba a favor de la existencia de Dios aunque no es la única: según él, se
demuestra su existencia por el orden del universo que tiene que ser obra de un
Ordenador como Dios o también por el consenso universal de todos los hombres
acerca de su existencia.
Dios ha creado libremente todo lo que existe (nunca por emanación, en contra
de lo que piensan los neoplatónicos), fijándose en las ideas ejemplares que son
consustanciales a él mismo y eternas, por eso en las criaturas hay huellas de estas ideas
que han inspirado a Dios. Además, Dios ha puesto en la materia creada las rationes
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seminales, las semillas que a su debido tiempo se desarrollarán cuando el director de
este coro universal decida que deben intervenir según el orden que él mismo ha
previsto.
El mal que se manifiesta en las enfermedades y el dolor que las acompaña, las
calamidades naturales o la ineludible mortalidad de todas las criaturas (no el mal del que
es responsable la libertad de la que disfruta el ser humano) es uno de los más graves
problemas que parece poner en entredicho la existencia de Dios y algunos de sus
atributos como su omnipotencia o su bondad. Agustín en una época de su vida
confraternizó con los herejes maniqueos quiénes defendían que hay un principio del mal
enfrentado al principio del bien. Agustín de Hipona, cuando abrazó la fe cristiana,
renegó de ese punto de vista puesto que propiciaba que Dios fuera responsable del mal
ya que lo consentía.
La respuesta que propuso Agustín de Hipona acerca de la naturaleza del mal es
original y sumamente persuasiva: el mal no es. En realidad, cuando nos referimos al
mal queremos decir la ausencia de bien, la privación del bien perfecto del que
adolecen las criaturas finitas. Dios ha creado un universo que no puede ser perfecto
como Él; eso que le falta al universo para ser perfecto es lo que denominamos el mal.
Por todo ello el mal no tiene entidad metafísica, sencillamente no existe. Por otro lado,
el mal moral es consecuencia de la mala elección que realiza el libre albedrío de cada
ser humano y no puede atribuirse a Dios.
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A todo esto hay que añadir que sólo Dios conoce sus planes que sin lugar a
dudas se cumplirán tal y como tiene previsto con su victoria definitiva; los seres
humanos no tienen la perspectiva suficiente ni la sabiduría necesaria para juzgar lo que
ocurre. Lo que nos parece malo es en ocasiones necesario para que, al final, triunfe el
bien como en un bellísimo poema en el que unas sílabas y versos se siguen unos detrás
de otros para dar como resultado la armonía universal del conjunto del poema.
6.4. El ser humano está hecho a imagen de Dios....
El ser humano es una criatura compuesta de cuerpo y alma, tanto el uno como
la otra son queridas por Dios. A pesar de todo la influencia de Platón se deja notar y el
alma se sirve del cuerpo que es inferior y está subordinada a la primera.
El alma humana contiene las huellas de Dios. En ella hay tres facultades que
representan la imagen de la Trinidad divina en el ser humano:
- La memoria que otorga unidad.
- Inteligencia que nos conduce a la verdad que hay en nuestro interior.
- Y la voluntad o el amor por el que buscamos el bien y la beatitud.
Respecto al origen del alma, Agustín de Hipona parece inclinarse por la idea
(cuyo autor es Tertuliano) de que el alma ha sido creada por Dios y después ha pasado
de generación en generación, de padres a hijos.
6.5. … pero ha pecado. (Ética de Agustín de Hipona)
Dios conoce cómo va a desarrollarse la historia universal y cuál va ser nuestro
destino individual, sin embargo, a pesar de lo que pueda parecer eso no pone en
cuestión la libertad que otorgó al ser humano cuando lo creó. La libertad humana es
necesaria para alcanzar el bien. En nuestra conciencia están inscritos los principios de la
Ley Natural (que es la expresión en nosotros de la Ley Eterna divina) que nos
aconsejan como debemos actuar. Desgraciadamente, los primeros seres humanos
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utilizaron mal la libertad que Dios les concedió y no escucharon a Dios a través de su
conciencia. Pecaron y nada volvió a ser igual.
Su consideración del ser humano no sería pesimista si no fuera por el pecado
original que cometieron nuestros padres (Adán y Eva, los padres de la humanidad) y
que pasa como un testigo de generación en generación manchando a toda la humanidad
como una massa damnata. Desde entonces el cuerpo desvía al alma de su deseo de
alcanzar a Dios (amor Dei) y lo conduce hacia sí mismo (amor sui). Por eso, el ser
humano inclinado hacia los apetitos concupiscentes del cuerpo está incapacitado para
ejercer adecuadamente su libertad, y está condenado a actuar mal a no ser que venga en
su ayuda la gracia y el auxilio divinos con el fin de redimirle.
Agustín de Hipona, a veces, pone demasiado énfasis en el papel de la gracia
desvirtuando el papel del libre arbitrio a la hora de procurarse la salvación; este exceso
de celo es debido a su enfrentamiento contra la herejía de Pelagio, un monje irlandés
que, a su vez, subestimaba demasiado el papel de la gracia.
6.6. Las dos ciudades.
El ejército del líder bárbaro Alarico entró y saqueó Roma en el 410 d.C. Este
acontecimiento supuso un duro golpe moral para los ciudadanos romanos del Imperio.
Algunos echaron la culpa de este desastre a los cristianos. Con el propósito de
defenderse Agustín escribió un tratado llamado la Ciudad de Dios.
En la primera parte contesta a los paganos que han insinuado que los cristianos
son los culpables de la decadencia del Imperio. Los dioses paganos no han impedido
nunca que los habitantes del imperio sufrieran toda clase de desgracias.
En la segunda parte, Agustín se propone representar, nada más y nada menos, la
historia de la humanidad como una lucha constante y dramática entre la ciudad de
Dios y la ciudad terrestre. De modo que este libro se convirtió en el primer tratado de
filosofía política de la historia del pensamiento y su influencia va a ser enorme en la
Edad Media.
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La historia de la humanidad es la historia de las dos ciudades. Los habitantes de
la primera prefieren amar a Dios por encima de todo; esta ciudad simbólica es
representada en la tierra por la Iglesia; y conviven junto a los habitantes de la ciudad
terrestre, donde triunfa el amor sui por encima del amor Dei, que es simbólicamente
representada por la antigua Babilonia o la propia ciudad de Roma.
Esta lucha que se libra en el escenario de la historia y en el interior del ser
humano entre el amor ordenado hacia Dios y el amor concupiscente dirigido hacia la
satisfacción de uno mismo no puede acabar de otra manera que con el triunfo de Dios.
Este ha planeado, porque uno de sus atributos es la providencia, que después de la
primera caída de los seres humanos por culpa del pecado, estos fueran redimidos por la
primera venida de Cristo, y al final de los tiempos, la segunda venida será la
culminación de la victoria de la Ciudad de Dios y de quiénes le aman sobre los demás.
El juicio final pondrá a cada uno en su sitio en función de si han pertenecido a una
ciudad u otra.
Mientras tanto las dos ciudades se afanan por alcanzar una paz, que en el caso de
la ciudad terrestre es temporal y no perdura pues se basa en un orden que es la
aplicación de una justicia imperfecta; la verdadera paz sólo se alcanza en la Ciudad de
Dios donde reina la ley y la justicia eternas. Este es el modelo al que debe parecerse
cualquier Estado histórico.
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Atrévete a saber
Cristianismo y filosofía: Agustín de Hipona en Filópolis
Con todo lo que ya sabes de Agustín puedes ir resolviendo todas las cuestiones
que te propone esta entretenida actividad que te puede servir de autoevaluación
de esta unidad.