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El cautivo de Doa Menca
Juan Valera
[1087]
I
Pocos das ha recib el prospecto de un libro muy curioso que va a publicarse en
Crdoba. Contendr la historia de las ciudades, villas y fortalezas de aquel antiguo
reino. Me hizo esto recordar ciertos sucesos, que me cont mi amigo don Juan Fresco,
como ocurridos hace ya cuatrocientos treinta aos en el castillo de la poblacin en que
l vive. Ignoro si dichos sucesos sern todo ficcin, o si tendrn algn fundamento
histrico. Ya se encargarn de dilucidarlo los que escriban el mencionado libro, ora
consultando otros antiguos que deben de andar impresos, ora en vista de Memorias y
dems documentos manuscritos que ha de haber en abundancia. Yo no quiero meterme
en semejantes honduras. Me inclino, sin embargo, a creer que en mi historia, si hay
alguna ficcin, hay tambin mucho de verdad en que la ficcin se funda; el grave
testimonio de mi querido y erudito amigo don Aureliano Fernndez-Guerra, a quien o
referir no pequea parte de los sucesos cuya narracin me complazco en dedicar ahora a
su inolvidable espritu.
Don Aureliano tena hacienda de olivar y via en el cercano lugar de Zuheros; iba a
menudo por all, y se preciaba de saber, y haba investigado y de seguro saba, todo
cuanto desde muchos siglos atrs haba acontecido en aquella comarca. A pesar de todo,
desisto de averiguar, para no comprometerme, lo que hay de verdad y lo que hay de
mentira en el cuento, y voy a referirle aqu como me le cont mi tocayo.
Los fuertes muros y las ocho altas torres estn hoy como en el da que se edificaron.
No falta ni una almena. Dentro de aquel recinto pueden alojarse bien doscientos peones
y ms de ochenta caballos. De la cmoda vivienda seorial no queda ni rastro. Han
venido a sustituirla un molino aceitero con alfarje, trojes y prensas, que durante la
vendimia sirven tambin de lagar; un grande alambique con agua corriente, y extensas
bodegas para aceite, aguardiente, vinagre y vino.
All por los aos de 1470 era todo aquello muy distinto. Extraordinaria importancia
estratgica tena la fortaleza, como construida en una altura, sobre enormes peascos,
que en gran parte le servan de cimiento. En el centro haba cmoda habitacin, casi un
palacio, donde se albergaba el alcaide o seor que mandaba la hueste. Veinte aos haca
que dicho alcaide, lleno de ardor juvenil, haba salido en imprudente expedicin contra
los moros de Granada. Pasando por Alcal la Real, haba entrado en la Vega por Pinos
de la Puente, causando mucho dao, talando algunos plantos y sembrados, y cobrando
no poco botn en cortijadas y alqueras. Pero al volver rico y triunfante para su castillo,
en los agrios [1088] cerros y en el espeso bosque de encinas que hay entre Pinos y
Alcal, cay en una celada que los moros, ms de mil en nmero, le haban preparado, y
all muri combatiendo heroicamente contra ellos.
La viuda de don Jaime, que as se llamaba el muerto adalid, qued como nica
seora y alcaidesa del castillo.
Era su nombre doa Menca. Sobrina del conde de Cabra, se haba criado en la casa
de aquel ilustre prcer. Apasionadamente enamorada del gentil caballero don Jaime,
venido de Aragn a ponerse al servicio del conde, y muy sealado ya por su habilidad y
su bro en todos los ejercicios caballerescos, por sus notables proezas y, hasta por su
talento y maestra en el gay saber, el conde no tuvo que oponer razn alguna contra la
boda, y consinti en que don Jaime y doa Menca se casasen, dando en dote a la
doncella el dominio y la alcaida del castillo de que voy hablando.
Sin duda para mostrarse ms digno de su encumbramiento, don Jaime acometi la
arriesgadsima empresa que caus su muerte. Diecisiete aos acababa de cumplir doa
Menca cuando se qued viuda. Amarga y desconsoladoramente llor la muerte de su
gentil e idolatrado esposo. Visti seversimo luto, hizo una vida retirada, y en los veinte
aos que se siguieron hasta el da en que empieza esta historia, no sali del castillo sino
para dar solitarios paseos.
En aquellos tiempos, las tierras todas del rey de Castilla estaban llenas de discordias
y alborotos. No haba paz ni seguridad en parte alguna, sino robos, sangrientos
combates, muertes y estragos. Los grandes seores, por particulares rencillas y opuestos
intereses, se hacan cruda guerra unos a otros. El reino, adems, estaba dividido en dos
opuestos y principales bandos. Fiel uno al rey don Enrique, pugnaba por sostenerse en
el trono. El otro le haba negado la obediencia, le haba depuesto en vila, con cruel e
infamante ceremonia, y reconoca como soberano al prncipe don Alfonso, hermano
menor del rey. El reino de Crdoba arda en disensiones, como todo el resto del pas.
Rara prudencia y singular entereza supo mostrar doa Menca para conservarse en cierto
modo neutral estando tan divididos los nimos, sin dejar de ser fiel y sin faltar al pleito
homenaje que a los de su casa y familia les era debido.
Todos respetaban a doa Menca, la cual, gracias a su austeridad y recogimiento,
estaba en opinin de santa. La haca an ms respetable, prestndole algo de misterioso
y sobrenatural, el que hubiese pocas personas que se jactasen de haberla visto, ni menos
hablado. Se aseguraba, no obstante, que era hermossima mujer, de treinta y siete aos;
pero que pareca mucho ms joven por la esbeltez, elevacin y gallarda de su cuerpo.
Se deca que sus cabellos eran negros como la endrina, que los ojos brillaban como dos
soles, que tena manos muy bellas y seoriles, y que la palidez mate de su terso y blanco
rostro estaba suavemente mitigada por el sonrosado y vago matiz que arrebolaba sus
frescas mejillas. Doa Menca apenas conversaba con ms personas que con el padre
Atanasio su capelln; con Nuo, su escudero y maestresala, y con la hija de Nuo,
Leonor, que era su ntima servidora y confidenta.
Mucho lamentaba doa Menca, en sus conversaciones con el padre Atanasio, los
escndalos y las civiles contiendas que asolaban el pas y tenan a sus hombres de ms
valer armados unos contra otros.
Doa Menca haba deplorado la violenta resolucin tomada por don Alonso de
Aguilar de prender en la misma casa del Ayuntamiento de Crdoba al mariscal don
Diego, primo de ella, y de tenerle encerrado durante algunas semanas en el castillo de
Caete; pero ms deploraba an el desafuero de don Diego desafiando a don Alonso,
contra la expresa voluntad y orden del rey, que quera paz entre ellos, y de llevar
adelante el desafo bajo el amparo del rey moro, que le dio campo y palenque en la vega
de Granada. All cit y aguard don Diego a don Alonso; y como ste no acudiese al
desafo, don Diego, declarado vencedor por el rey moro, at a la cola de su caballo un
carteln donde iba escrito el nombre de don Alonso de Aguilar con la calificacin de
alevoso, y le arrastr por el suelo con ignominia. Terrible fue la afrenta; pero don
Alonso la sufri con paciencia magnnima, reservando su valor para ms patriticos y
altos empeos, segn supo mostrarlo en el resto de su vida y en su muy gloriosa y
trgica muerte. [1089]
II
La soledad y la monotona de la existencia de la alcaidesa no haban tenido la menor
alteracin a pesar de una extraa novedad que haba en el castillo desde haca una
semana. Doa Menca custodiaba en l a un husped, o, mejor dicho, a un prisionero.
Su primo don Diego haba exigido que le custodiase, imponindole adems como un
deber el abstenerse de preguntar el nombre del husped, el cual, por su parte, haba
prometido tambin no revelar su nombre. Don Diego tena grande inters en que no se
supiese el nombre de su prisionero, y hasta en que se ignorase que tena prisionero
alguno. Por eso no quiso llevarle ni a Cabra ni a Baena, y le llev al castillo de doa
Menca, donde no haba ms gente que la guarnicin, y bajo cuyo amparo no se haba
fundado an la villa que hoy existe. Doa Menca tuvo que ceder a la imposicin de su
primo; pero gustaba tanto de la soledad, y era tan poco lo que le importaban los sucesos
del mundo, que no quiso ver al cautivo que su primo le trajo, y le confi a Nuo, para
que ste vigilase, alojase y cuidase con esmero, como a persona principal, y segn don
Diego quera.
La dama del castillo supo slo que su husped o prisionero era un rapaz imberbe, que
tendra diecisis aos a lo ms, y del que don Diego se haba apoderado,
sorprendindole sin armas y en compaa de otros rapaces cazando pajarillos con red y
con liga, cimbel y reclamos, en las orillas de un arroyo no lejos de Monturque.
En su estrado estaba doa Menca, sola y entregada a sus rezos, en una hermosa
maana del mes de abril, cuando su doncella, Leonor, entr precipitadamente, asustada
y llorosa, y se ech a sus pies pidiendo perdn y refugio.
-Yo no tengo la culpa, seora; yo no tengo la culpa. Mi padre se enoja contra m, y
quiere matarme sin justo motivo. El rapaz que est prisionero es el ms descomedido
insolente de los rapaces. Me sorprendi al pasar yo sola por la galera, me requebr con
desenvoltura, me asi luego entre sus brazos, y, a pesar de mi resistencia y de mis
gritos, me dio muchos besos. No s cuntos, porque me los dio tan de prisa, que no tuve
tiempo para contarlos. Lleg en esto mi padre y agarr al rapaz de una oreja, tratando de
castigarle; pero el rapaz, que debe de ser fuerte y gil, le ech la zancadilla, le derrib
por tierra y se larg con risa. Mi padre se levant renqueando, y, ansioso de vengar el
agravio recibido, vino furioso contra m. Yo, seora, me refugio aqu, y me pongo bajo
tu amparo. Defindeme, seora; mira que soy inocente.
La grave doa Menca frunci el entrecejo al or la narracin de aquel lance; pero en
la cara, en el acento y en las frases de Leonor reconoci su sinceridad y que no era
culpada; la levant del suelo en que estaba de hinojos y le asegur que la defendera.
Toda su clera estall con vehemencia contra el atrevido rapaz, que con tan liviano
desacato ofenda su casa. Llam a Nuo, le exigi que absolviese a su hija de culpas que
en realidad no tena, y le orden que, sin entrar en nueva lucha con el rapaz, y sin acudir
tampoco a otras personas para que no se enterase nadie de lo ocurrido, trajese al rapaz a
su presencia para que ella le reprendiese duramente, como l mereca.
Cumpli Nuo las rdenes, y pocos instantes despus compareci el rapaz ante la
hermosa dama, que le recibi, como juez seversimo, con imponente autoridad y
compostura. Nuo y Leonor se retiraron a una seal de la dama. Esta qued sentada en
un silln de brazos, como si fuera tribunal o trono. El rapaz estaba de pie frente de ella,
con ademn muy respetuoso por cierto, pero en manera alguna temeroso ni turbado.
Con enrgicas palabras la dama le ech en cara su fea conducta, le amonest para que se
corrigiese, y le exigi que pidiera perdn de su culpa. l contest de esta suerte:
-Yo, seora ma, me confieso culpado, y estoy dispuesto a pedirte humildemente
perdn, de rodillas delante de ti. Si alguna disculpa tengo, vlganme como tal mis
verdes mocedades y mi completa inexperiencia de las cosas del mundo. Yo me figur,
seora, que me hallaba en la cumbre de una montaa, y muy cerca de una nube que
pareca de carmn y de oro, por lo cual gust tanto de ella que me atrev a abrazarla y
aun a besarla; pero la nube se me desvaneci y deshizo, y entonces apareci el sol que la
nube me ocultaba, y cuyos divinos reflejos eran [1090] los que haba dado a la nube los
brillantes matices que me enamoraron, me sedujeron y me hicieron incurrir en la falta,
que como tal deploro, si bien, por otra parte, casi me alegro de haberla cometido.
Cometindola he apartado la nube y he logrado al fin ver el sol, que desde hace una
semana anhelaba yo ver y que ahora extasiado contemplo.
Colorada como la grana, en parte de ira y en parte de gustosa sorpresa, se puso doa
Menca al or el desenfadado discurso de aquel audaz muchacho. A pesar de su
austeridad, tan probada y acendrada durante veinte aos, sinti que en el fondo de su
pecho pugnaba por salir y le retozaba la risa al notar tanta juvenil desvergenza; pero al
fin triunf la condicin austera de la egregia dama, y despidi al mancebo, dicindole:
-Est bien, nio; pero mejor estara si tu maestro o tu ayo te hubiera enseado menos
retrica y ms comedimiento y circunspeccin, para no faltar al respeto que a una ilustre
dama se debe, y que se debe tambin a su casa y a su servidumbre. Vete y corrgete, y
haz de modo que no tenga yo que apelar a dolorosos extremos para poner coto a la
audaz conducta de que parece que te jactas en vez de arrepentirte.
Quiso replicar el rapaz, pero la dama hizo tan imperioso gesto de desagrado y
despedida, y fulmin contra l tan terrible mirada de sus negros ojos, que le hizo
enmudecer y que le arroj de la estancia como si lo hiciera a materiales empellones.
III
Escarmentado el joven cautivo y acaso ms cautivo an de su propia cortesa y de la
veneracin y del afecto que le haba inspirado la dama con slo verla, se condujo
durante los diez das que se siguieron con la correccin ms cumplida, mostrando
paciencia ejemplar para sufrir sin quejas su triste y enojoso cautiverio. La severa doa
Menca advirti entretanto que atormentaba a veces su alma cierto arrepentimiento de
haber empleado con el rapaz severidad sobrada. All a sus solas pensaba en l casi de
continuo, y se complaca en saber lo mucho que su reprimenda haba valido, y cun
juiciosamente se conduca el mozo. Luego recordaba su rostro y toda su gentil figura,
que no haba dejado de examinar cuando le tuvo delante de ella. Y por virtud de este
recuerdo vino a nacer en su alma la ms singular alucinacin, la ms curiosa y rara
fantasa que puede soarse. En balde procuraba apartar de su mente aquel ensueo
peligroso. El ensueo volva con tenacidad sobre ella y ni dormida ni despierta la dejaba
en libertad y en sosiego. Imagin que el insolente rapaz a quien haba reprendido era el
vivo retrato de don Jaime, su difunto esposo; y yendo ms adelante en aquellas
cavilaciones, se dio a recelar o a sospechar que las hadas benficas, o algunos otros
seres o genios sobrenaturales, para premiar sus largos aos de rgida viudez, le
devolvan con vida al esposo a quien haban tenido durante todo aquel tiempo encantado
y oculto en un mgico submarino alczar, no ya conservndole joven, sino ponindole,
ms joven y ms gallardo de lo que antes era. Y como las imaginaciones no vienen
solas, sino que nacen unas de otras, enredndose y trabndose como urea cadena, doa
Menca no se content con fingir pasado lo que se acaba de decir, sino que se crey
conocedora y zahor de lo presente y aun inspirada profetisa para ver a las claras las
cosas futuras. As dio por cierto que el rapaz, su cautivo, llevaba en la frente la marca y
el sello de un genio casi sobrehumano, y que delante de l se abran luminosos
horizontes de gloria y largo camino de triunfos y de grandezas.
Como quiera que fuese, doa Menca no pudo resistir a la tentacin de volver a ver al
rapaz. Para cohonestarla, antes de caer en ella, se le ofrecan tres razonables motivos.
Era el primero que, en virtud de la buena conducta del joven, deba ella endulzar lo
amargo de su reprimenda llamndole y dndole su absolucin. Era el segundo que, por
la gran diferencia de edad que entre ambos mediaba, el afecto de ella hacia l tena
mucho de maternal y muy poco o nada de pecaminoso. Y era el tercero que el recordar
es siempre mil y mil veces ms potico que el mirar, por donde tal vez cuando ella
mirase de nuevo al muchacho, caera en la cuenta de que no se pareca a su difunto
esposo, de que ni l estaba encantado ni la encantaba [1091] a ella, y de que eran sueos
vanos y sin substancia todos los pronsticos en que prestaba al rapaz las grandezas y los
triunfos que expresados quedan. En suma, doa Menca se human, se apiad del
aislamiento de su cautivo, y, en vez de dejarle comer solo en la torre en que viva, le
convid a comer a su mesa.
IV
Con este trato familiar y diario, doa Menca dio por seguro que pronto acabaran
por desvanecerse las ilusiones algo malsanas que haba concebido; pero, por desgracia,
aconteci muy al revs de su buen propsito y honradsimo intento.
Don Juan Fresco pasa aqu como sobre ascuas, sin aclarar ni determinar nada. Yo no
he de ser ms explcito y terminante que mi tocayo. Dir slo que, pocos das despus,
doa Menca apareci ms bella y remozada, iluminando su rostro una alegra dulce y
mucha satisfaccin y contento, vistindose con ms primor y saliendo a caballo a dar
largos paseos por los ms solitarios y speros caminos, acompaada slo del mancebo
cautivo y del anciano Nuo, a quien el mozo haba ganado la voluntad y con quien
estaba muy bien avenido. Nuo tena adems la ms completa conviccin de que el
mancebo no persegua ya ni inquietaba a Leonor, cuya honestidad estaba segura.
Harto haba notado Nuo la fina devocin y el acendrado rendimiento con que el
mancebo cautivo miraba y serva a su seora; pero no se atreva a sospechar que ella
pagase con amor tan delicados extremos, si bien adverta que a veces, bajo la ardiente
mirada del joven, doa Menca bajaba suave y lnguidamente los ojos, y tal vez se
pona encarnada como las amapolas, y an crey percibir en ocasiones, por entre los
prpados y sedosas pestaas de ella, asomar una lgrima, que ms que amarga pareca
ser de ternura.
Tales observaciones daban vigor a sus sospechas; pero no tardaba en disiparlas la
consideracin de que el padre Atanasio, grave y reverendo siervo de Dios, coma
siempre en la misma mesa con doa Menca y el mancebo y terciaba, al parecer, en
todos sus coloquios.
Por otra parte, no caba en la imaginacin ni en el pensamiento de Nuo que doa
Menca olvidase a su esposo don Jaime y fuese infiel a su memoria.
La desproporcin de edad haca, por ltimo, inverosmiles las relaciones amorosas.
Doa Menca hubiera podido ser holgadamente madre de aquel lindo muchacho.
De aqu que Nuo desechase siempre como suposicin maliciosa la idea que a veces
se le presentaba de que doa Menca tuviese amores. Lo que tena era afecto casi
maternal, y algo de satisfaccin de amor propio y mucho de gratitud al considerarse
querida. De esto s que no dudaba Nuo. La admiracin entusiasta y el vehemente
enamoramiento del mozo estaban harto poco disimulados y eran patentes a todos los
ojos.
Los guerreros de la hueste lo vean claro. Y muchos de ellos, menos respetuosos que
Nuo, y, con muchsima menos fe en la probada austeridad y virtud de la alcaidesa,
afirmaban, con ms malicia que respeto, que aquella ilustre dama no desdeaba las
pretensiones del misterioso cautivo casi adolescente.
Provino de todo ello un germen de disturbio que hubiera podido terminar en
escndalo, si la prudencia de Nuo no le hubiera sofocado al nacer.
Juan Moreno Geto, uno de los cabos de la hueste, favorito de Nuo y aspirante a la
mano de su hija Leonor, a quien requera de amores, era asimismo respetuoso y
ferviente admirador de doa Menca. Y como oyese en cierta ocasin, en boca de
algunos compaeros de armas, groseros chistes en ofensa de su seora, no pudo
contenerse y se decidi a castigarlos de palabras y aun de obras. Por dicha, Nuo,
acudi a tiempo y pudo evitar la inminente lucha, calmando los nimos, restableciendo
la paz y procurando que no se divulgase lo que haba ocurrido.
Doa Menca, no obstante, hubo de entrever algo del caso y de sentirse lastimada y
avergonzada de andar en lenguas de sus vasallos, y de ver que empezaba a perderse la
inmaculada reputacin que ella tan justamente haba adquirido en veinte aos de la vida
ms [1092] ejemplar y de las ms severas costumbres.
Fuesen como fuesen sus relaciones con el rapaz misterioso, doa Menca
comprendi que daban harto pbulo a la maledicencia.
Sin duda el padre Atanasio, que era su director espiritual, y, segn hemos dicho,
grave y seversimo, la amonest o la reprendi, ora por el peligro a que se expona o por
la ocasin que daba a que la censurasen, si no haba pecado, ora por el pecado mismo,
si, dejndose ella caer en la tentacin, haba cometido alguno.
En resolucin, las causas por lo pronto permanecieron ocultas, y cuando menos
poda preverse, hubo un suceso inesperado.
Revestido con las armas del difunto don Jaime, que parecan expresamente forjadas a
la medida del mancebo cautivo, apareci ste a la puerta del castillo en una hermosa
maana del mes de mayo, acompaado de Nuo y de Juan Moreno Geto, los tres en
sendos caballos; tomaron el camino de Cabra, y no tardaron mucho en salvar la cima de
los cercanos alcores, perdindose de vista.
Alguien asegur despus que, hasta que de vista se perdieron, doa Menca estuvo
en el balcn de su estancia, que se elevaba sobre el muro, y desde donde se oteaba el
circunstante paisaje, mirando a los que partan, y dando al mancebo cautivo un postrer
adis con el blanco paizuelo de holanda que haca ondear su diestra, cuando no se le
llevaba a los ojos para enjugarse el llanto delator que los humedeca.
A la cada de la tarde del da siguiente, Nuo y Juan Moreno Geto volvieron al
castillo, pero volvieron solos. Del mancebo nada se supo despus. Nuo y Juan Moreno
Geto no quisieron satisfacer nunca la curiosidad de la gente de la guarnicin diciendo
dnde le haban dejado.
V
Seis das, pasaron despus del suceso que acabarnos de referir, durante los cuales
vivi doa Menca en el ms completo retraimiento. No sala de sus apartadas estancias,
y slo la vean y hablaban con ella el padre Atanasio, Leonor y Nuo.
Un domingo por la maana ocurri algo que all podra pasar por novedad, ya que
slo de tarde en tarde reciba la alcaidesa visitas de sus parientes.
No se sabe si llamado por ella o por iniciativa propia, vino el mariscal don Diego
desde el castillo de Baena a visitar a su prima. De todos modos, don Diego no saba, o
aparent no saber, que el mancebo cautivo haba recobrado su libertad. Pregunt por l
a doa Menca y mostr deseo de verle.
Doa Menca contest entonces:
-No es posible que ahora le veas. Aborrezco el disimulo y el engao. No slo le he
dejado ir libre, sino que le he absuelto del compromiso que contrajo y de la palabra que
dio de permanecer en cautiverio. l no se hubiera ido si yo no le hubiera obligado a que
se fuese, mandndoselo y despidindole. Echame a m toda la culpa; toda la culpa es
ma.
Don Diego no pudo reprimir su enojo, y exclam con airado acento:
-Vive Dios, prima, que te has conducido con fea deslealtad y te has mostrado harto
ingrata a los beneficios que a mi casa y familia debes!
-Vuestras quejas -replic ella- son harto infundadas, seor don Diego, y son, adems,
muy ofensivas para m. Yo he dado libertad al joven por respeto al honor de vuestra
casa y familia, y para no ser cmplice de un delito que la denigraba. El rapaz no ha sido
maltratado en este castillo; pero haba sido robado y secuestrado por nosotros, como si
fusemos bandidos. Yo no poda consentir largo tiempo en esto y coadyuvar a vuestros
planes. Supe que el ilustre hermano del cautivo le buscaba inquieto y desolado,
indagaba en balde su paradero y hasta lamentaba y lloraba su por l imaginada temprana
muerte. Lo mejor que poda yo hacer, y eso he hecho, es enviarle a Montilla, a que
tranquilice y aquiete a su hermano, exigindole, como le he exigido, y l cumplir su
promesa, no revelar nunca a su hermano quin le rob y le tuvo prisionero. Mi deseo es
que se restablezca la concordia entre vuestra casa y la de ellos, y sera nuevo
inconveniente para mi deseo se lograse [1093] que don Alonso supiera que el mariscal
don Diego, de quien tantos agravios ha recibido, le haba agraviado tambin siendo el
raptor de su hermano, a quien quiere con toda su alma.
-No es de maravillar ese cario -dijo don Diego-, porque el joven posee
extraordinarios atractivos, se gana la voluntad de las personas a quien trata, aunque sean
muy adustas, y si a l le roban toma represalias terribles, y, segn parece, roba los
corazones, y los trastorna y los hechiza por tal arte, que les hace olvidar los ms
sagrados deberes y el conveniente decoro.
Subi la sangre al rostro de doa Menca y le ti de rojo al escuchar aquellas
palabras; pero con serenidad y calma, para que lo que haba resuelto no se atribuyese a
momentneo arrebato, sino a resolucin premeditada e irrevocable, dijo a don Diego de
esta suerte:
-No hubiera yo presumido ni credo nunca, seor don Diego, que, faltando a nuestro
parentesco, a nuestra amistad de toda la vida y a cuanto un caballero corts y bien
nacido debe de respeto a una dama, hubierais vos venido a mi propia habitacin y
estrado a insultarme con injuriosas reticencias. De nadie dependo, y slo a Dios tengo
que dar cuenta de mi conducta. Aunque fuese mala, no tenis derecho para afrentarme
ni para acusarme, siquiera sea en trminos embozados y ambiguos. Respetad a una
mujer como a vuestra hidalgua conviene. Y ya que juzgis que yo me he conducido mal
en lo que importa al servicio de vuestra casa y familia, yo me extrao desde instante de
dicho servicio. Por lo pronto, os ruego, dije mal, os exijo que salgis de mi presencia.
No tardar yo en evacuar el castillo y fortaleza cuya custodia me habais confiado. El
alfrez Calixto de Vargas quedar mandando la hueste, y, dentro de veinticuatro horas
os har entrega de todo. Yo me extrao, como acabo de deciros. Maana mismo saldr
de aqu, llevando en mi compaa a Nuo, a su hija Leonor y a Juan Moreno Geto. El
mayor favor que podis hacerme es no volver a acordaros de m, y no empearos en
averiguar ni adnde voy, ni cules sern en lo futuro mis propsitos y las andanzas de
mi vida.
Aunque harto saba don Diego que era irrevocable toda resolucin que tomaba su
prima, y que su carcter era ms firme que la roca en que descansaba el castillo a que
ella haba dado su nombre, todava don Diego hubiera querido contestar a aquel
discurso y procurar amansar a la dama; pero ella lo estorb retirndose de sbito a su
habitacin ms reservada y cerrando la puerta de golpe.
No se atrevi el mariscal a seguirla; no quiso tampoco enterar a nadie de los trminos
poco amistosos con que aquella entrevista haba terminado, y as, aparentando reposo y
sin dejar traslucir lo que pasaba, sali del castillo con los escuderos que le haban
acompaado, y se volvi a Baena.
VI
Cruel y deshecha tempestad de encontrados sentimientos hubo de agitar aquella
noche el alma de doa Menca. Durmi poco y se levant del lecho apenas rayaba la
aurora.
Como si le quedasen pocas horas de vida y estuviese a punto de desaparecer de sobre
el haz de la tierra, dispuso de todos sus bienes, haciendo donacin de las joyas, de los
ms ricos vestidos y de parte de sus cuantiosos ahorros a favor de Leonor, su fiel
camarera.
Hallndose presente sta, as como tambin el padre Atanasio, hizo venir a Juan
Moreno Geto y le indujo a contraer con Leonor solemnes esponsales, que autoriz el
padre Atanasio, prometiendo, por su parte, ser pronto el ministro que santificase por la
virtud del sacramento la unin de los novios.
Confirm doa Menca al padre Atanasio una respetable suma de dinero para que la
repartiera con juicioso tino entre los soldados de la hueste y los campesinos pobres de
las cercanas.
Y reserv, por ltimo, buena porcin de su caudal para entregarla a la superiora del
convento de Santa Clara en Crdoba, antigua fundacin del rey don Alfonso el Sabio y
de su mujer la reina doa Violante, hija de don Jaime de Aragn, el que gan a los
moros la ciudad de Valencia. En aquel convento haba determinado doa Menca
encerrarse para siempre y acabar su vida. [1094]
A fin de cumplir tan devota determinacin, de que slo dio noticia entonces al padre
Atanasio, se despidi de la hueste como si tratase de hacer una breve ausencia, y
acompaada solamente del mencionado padre, de Nuo y del futuro yerno de ste, sali
para Crdoba aquel mismo da.
Como los cuatro iban en sendos caballos, ligeros y briosos, pudieron llegar, y
llegaron, antes de anochecer a la antigua capital del califato.
Doa Menca tard poco en cumplir su propsito. Abandon el mundo, y se retir al
convento de Santa Clara. El padre Atanasio y Juan Moreno Geto volvieron al castillo
inmediatamente. Nuo tard algo ms en volver, pues tuvo antes que llevar un mensaje
a Montilla, cumpliendo las rdenes de su seora y el ltimo de sus encargos, en relacin
y enlace con personas y cosas de esta vida mortal, del siglo y de la tierra que nos
sustenta. Nuo llev a Montilla, y entreg recatada y secretamente al hermano menor de
don Alonso de Aguilar, una extensa carta, escrita por doa Menca, y que deca de esta
suerte:
VII
Cuando te desped pocos das ha desde el castillo, devolvindote la libertad y
mandndote y exigindote que la recobrases, no tuve valor an para despedirme
tambin de la esperanza de volverte a ver en este mundo, oh, mi dulce y joven amigo!
Tomada estaba ya y escondida en el centro de mi alma la firme resolucin de no volver
a verte nunca; pero no quise decrtelo hasta ahora. Ahora que te lo digo, ahora que por
ltima vez voy a hacer que mi palabra llegue hasta ti, aunque sea desde lejos, Dios
habr de perdonarme si me complazco en recordar mi extravo, no ya para llorarle y
lamentarle arrepentida, sino para deleitarme y glorificarme con su recuerdo. Toda la
austeridad de mi vida durante veinte aos, todo mi primer amor, suavemente conservado
en la memoria con afn religioso y puro como rescoldo del fuego sagrado entre las
cenizas del ara, y mi orgullo y el respeto debido al nombre que llevo y a mi decoro de
honrada y casta matrona, todo se desvaneci y falleci en mi alma el ver tu rostro y al
or tus palabras, acaso desde la vez primera que me hablaste. No creas que me ofusqu,
que me cegu y que no comprend desde el primer momento la intensidad y la fealdad
de mi delito y el casi irresistible impulso que a cometerle me llevaba. Claro apareci en
mi conciencia el amor que me habas inspirado, y cun abominable lo haca la gran
diferencia de nuestra edad, ms propia que para convertirme en amiga o en esposa tuya,
para prestarme, con relacin a ti, por manera espiritual, el casto y limpio carcter de
madre.
Yo, con todo, no supe resistirme. Fue mi pasin tan vehemente, que, no ya intil,
necia y vulgar me pareci la resistencia. Hasta en la misma tardanza vi yo algo de
mezquino y grosero que apareca en mi mente como fro artificio y estudiado melindre
de mujer que anhela vender ms caras sus finezas y realzar ms de lo justo el precio y
valor de sus favores retardando el concederlos. No extraes, pues, que, vencida y
rendida yo, cayese desde luego en tus brazos sin defenderme y te diese mi corazn y
fuese toda tuya.
Haba yo querido antes cohonestar la inclinacin que hacia ti haba sentido,
imaginndote vivo retrato del hombre a quien yo haba amado en mis primeras
mocedades, y a quien haba llorado largos aos despus de muerto. Pero no tard en
desechar este pensamiento, considerndole cobarde hipocresa con que mi
entendimiento, ms mentiroso que sutil, trataba de atenuar el poderoso conato de mi
voluntad viciosa. No; no me pareciste semejante a don Jaime, sino mil y mil veces
mejor que l. Su imagen, grabada en mi alma, se borr y desapareci no bien vino tu
imagen a estamparse en ella como sello y marca de esclavitud que la hace tuya para
siempre. Ni el temor de la maledicencia, ni el odioso pensamiento de que hasta t
mismo pudieras menospreciarme y tenerme por liviana, nada me contuvo. La fuerza, no
obstante, que no bast para detenerme al borde del abismo y para salvarme de la cada,
me ha valido luego para romper materialmente el lazo [1095] para huir de ti, para
levantarme lastimada y penitente y refugiarme en este retiro. Yo no poda ser
legtimamente tuya. Vivir de otra suerte a tu lado hubiera sido escndalo, ignominia y
vergenza. Los sabios consejos de mi confesor, a quien dominando el rubor que
encenda y quemaba mi rostro, mostr la herida, me prestaron aliento y bro para
desbaratar las cadenas en que me tuviste aprisionada, para apartarte de m y para tomar
luego la determinacin que he tomado.
Dios, en su infinita misericordia, habr de perdonrmelo. No acierto a que as no
sea. Ahora que me dirijo a ti acuden a mi mente, la turban y la llenan de amargo deleite
aquellos momentos de embriaguez amorosa y de completo abandono en que toda yo fui
para ti y cre que eras t todo mo.
Resuelta estoy a restaurar con plegarias, cristianas meditaciones y dura penitencia
la espantosa ruina en que mi virtud se deshizo. Humillada y contrita estoy, y con todo
no noto en m el arrepentimiento. A mi mente acuden en tropel ideas y razones, si no
para justificar, para disculpar en parte mi pecado, y cuando no para absolverme, para
mitigar la sentencia que me condena.
A los indiferentes parecer locura lo que voy a decirte. A pesar de tu modestia, t
debes creerme. Algo de sobrenatural, del cielo sin duda en su origen, aunque torcido y
maleado despus por el infierno, ha sido el mvil principal de mi enamoramiento y de
mi sbita flaqueza. He sentido, al verte y al orte, no atino a explicar qu extrao modo
de proftica revelacin, qu profundo convencimiento, qu fe y qu segura esperanza en
tus futuros y soberanos destinos. S, yo no he amado slo en tu persona al gallardo y
floreciente mancebo en toda la frescura y lozana de su edad primera. Yo he amado y
prefigurado en ti al hroe en flor, gloria y grandeza de la patria, al que contribuir ms
que nadie a que Castilla, disuelta hoy en bandos y asolada por guerras civiles, con
Espaa toda unida a Castilla, sea la primera de las naciones. Yo, no slo vea en tus ojos
la llama del amor, sino la luz refulgente y el fuego del entusiasmo con que un numen
inspirador encenda tu alma. Yo vea lucir en tu frente la estrella de la inmortalidad, y su
resplandor me cegaba; tus sienes se me mostraban circundadas de un nimbo luminoso.
As explico yo y as disculpo mi inevitable rendimiento; as explico yo y as
disculpo tambin el valor cruel que he tenido para echarte lejos de m y, para apartarme
de ti, despus y por siempre. Retenindote en mis brazos me hubiera rebelado yo contra
los designios y decretos del cielo. La gloria te quiere para s, y yo no quiero ni puedo ser
rival de la gloria. Bstame la que alcanzo con haber posedo tu corazn y con que me
hayas tributado las primicias de tu amoroso y juvenil afecto. Bstame, sobre todo, la
gloria de haber sido acaso el primer ser humano que ha visto con toda claridad en tu
frente el signo que Dios puso en ella, sealndote as para que honres, prosperes y
ensalces a tu pueblo y para que venzas y domines a los otros.
Adis. No me llores por desventurada. Por qu no confesrtelo? Estoy orgullosa y
soy dichosa por mi propia falta. La nica obligacin tuya, lo nico que me debes, es el
cumplimiento de mi esperanza y de la fe que puse en ti. No desmayes. Lnzate
valerosamente en el sendero de la vida. S grande, s glorioso, como yo te he soado, y
paga as con usura todo el amor que te tuve y que te tengo todava, y cuantos sacrificios
hice a ese amor justificado por tu maravilloso valer y harto premiado por el deleite
supremo que logr al ser tu amada.
No quiero yo que me olvides, dueo mo. Tuya soy yo, toda yo y por toda la vida.
Recurdame, pero ms con ternura que con pena. Y adis de nuevo y para siempre.
Cuatro aos despus de escrita esta carta, doa Menca, apartada del mundo y de
todo trato de gentes, salvo el de sus hermanas las religiosas, se consumi como si un
fuego interior la devorase, se marchit como rosa aromtica en el ardor del esto, y
entreg a Dios su alma en el convento de Santa Clara, de Crdoba, edificando con su
resignada, ejemplar y cristiana muerte a las pocas personas que por entonces la trataban.
[1096]
VIII
Ms de cuarenta aos haban transcurrido desde la muerte de doa Menca.
Gonzalo Fernndez de Crdoba se hallaba de paso para Granada, en la ciudad que se
honra con darle su nombre por apellido.
Todos los ensueos de doa Menca se haban realizado. Estaba l cubierto de gloria,
era llamado el Gran Capitn. Su nombre se pronunciaba y se oa con respeto en todas
las regiones de Europa. De l haba dicho el ms discreto y perfecto caballero cortesano
que en aquella ciudad tuvo Italia, que en paz y en guerra fue tan sealado, que si la
fama no es muy ingrata, siempre el mundo publicar sus loores y mostrar claramente
que en nuestros das pocos reyes o seores grandes hemos visto que en grandeza de
nimo, en saber y en toda virtud no hayan quedado bajos en comparacin de l. l
haba combatido a los portugueses en Toro, a los muslimes en Granada, en las
Alpujarras a los moriscos rebeldes, en Ostia al ms feroz de los piratas, al turco en
Cefalonia y en Italia a los franceses, desbaratando sus ejrcitos, venciendo a sus reyes y
ms ilustres caudillos y ganando para Espaa lo ms hermoso de aquella pennsula.
Haba adquirido y prodigado inmensas riquezas, haba ganado como trofeo de sus
victorias ms de doscientas banderas y dos estandartes reales, y haba conseguido que le
celebrasen y admirasen en toda Espaa, as en Aragn como en Castilla.
Vctima ya de la suspicacia, y tal vez de la envidia del rey, se retiraba harto
desengaado a sus dominios de Loja, despus de haber visto arrasada la fortaleza de
Montilla, que fue su cuna, y castigados con dureza no pocos de sus parientes y amigos.
Se cuenta que Gonzalo visit un da a su anciana parienta doa Beatriz Enrquez, que
haba sido amiga del ya difunto almirante don Cristbal Coln, a quien retuvo largo
tiempo en Espaa, a pesar de los desdenes de la Corte.
Contra la sentencia del Dante, tan a menudo citada, no siempre es doloroso, sino
sabroso y dulce, el recuerdo de la edad feliz, de los amores juveniles y de los triunfos y
venturas que entonces se lograron. Doa Beatriz, en su vejez y en su aislamiento, se
sinti consolada al ver y al hablar a su glorioso deudo. Animada fue la conversacin que
con l tuvo.
Doa Beatriz se mostr expansiva y acab por estar justamente jactanciosa. Declar
con orgullo que tena por gloria suya el haber amado al aventurero genovs, el haber
descubierto y reconocido todo el valer de su espritu y el haber credo y esperado en la
alta misin que le haban confiado los cielos, cuando todava eran muy pocos los
hombres que no le desdeaban.
-Por m -dijo- se qued en Espaa aquel hombre enviado de Dios. En gran parte me
debe Espaa la gloria de haber roto ella el misterioso secreto de los mares y de haber
descubierto islas florecientes y extensa tierra firme, rica en perlas y en oro, que todava
se pone como valladar para impedirnos llegar a Cipango, al Catay y al imperio del
preste Juan, por donde ya penetran los portugueses, siguiendo opuestos caminos y
navegando hacia las regiones donde se pensaba que tena su tlamo la Aurora.
El Gran Capitn comprendi y aplaudi el orgullo de su parienta; pero su mismo
aplauso hizo brotar en su alma otro orgullo muy parecido. Gonzalo Fernndez de
Crdoba no supo contenerse, y dijo a doa Beatriz:
-Yo admiro la perspicacia de vidente y la fe profunda y la esperanza certera con que
amaste y detuviste al inspirado piloto. Pero perdona mi vanidad. No has sido t en esta
poca la nica cordobesa a quien hizo el amor profetisa. Otra hubo antes que t, que
compiti en esto contigo. No merece tanto, porque el hombre cuyo valer futuro
descubri ella en su amorosa visin proftica, vale mil y mil veces menos que el que por
esfuerzo de su reveladora inteligencia y de su enrgica voluntad ha duplicado o
triplicado la grandeza del mundo conocido, y ha magnificado el concepto de la creacin
en toda mente humana. Comparada a la gloria de ese hombre, vale poco la que se
alcanza derrotando ejrcitos, conquistando reinos y avasallando y humillando a los
prncipes ms poderosos. Merece, sin embargo, ms que t esa mujer de que te hablo,
porque t no revelaste a Coln mismo lo que [1097] l ya saba de su propio valer. T le
prestaste crdito, aliento y esperanza y confianza en los hombres y en su fortuna; pero
esta mujer de que te hablo, en su exaltacin de amor hacia m, porque fue mi
enamorada, no se limit a darme crdito, aliento y esperanza, sino que hizo patente a mi
alma la por ella soada grandeza que mi alma tena, me infundi la fe que en m puso,
convirti mi ambicin en deber de gratitud hacia ella, y me oblig a ser grande para que
ella no fuese ni motejada de ligera, ni tenida por mentirosa.
El Gran Capitn no supo callar entonces. Cont a doa Beatriz los fugitivos amores
de su mocedad primera. Y hasta hay quien dice que le cit, asomando el llanto a sus
ojos, algo de la carta que le haba escrito doa Menca, y que l conservaba
piadosamente en la memoria.
Gonzalo dijo por ltimo:
-Quiero confesarte, con el debido sigilo, que despus he amado a otras mujeres y he
sido amado por ellas. Ninguna, sin embargo, ha derribado y arrojado del santuario de mi
alma la venerada imagen, puesta all sobre todo lo terrenal y caduco, de la mujer que me
revel a m mismo mi ser propio; que tal vez con la virtud creadora de su amor sembr
en mi espritu el germen de todo lo bueno y de todo lo noble, que he podido hacer en mi
vida.
Al referir esta historia que me cont don Juan Fresco, y cuya certidumbre confirm,
hasta cierto punto, mi querido amigo don Aureliano, no puedo menos de recordar un
estudio que escribi y public, aos ha, Rosa Cleveland, hermana del que fue presidente
de los Estados Unidos. El estudio se titula Fe altruista, y procura demostrar que la
capital misin de la mujer es la de revelar al hombre sus altos destinos, alentarle en la
lucha e inspirarle el bro y la confianza que son menester para alcanzarlos.
Madrid, 1897.