Post on 10-Jun-2018
VENEZUELA LA NUEVA JERSUSALEM
Reservados para todo el mundo;
Copyright Néstor Sánchez Quintero
Portada: Fotocomposición de ilustración sobre fotografía de saltos de agua El Hacha, La Golondrina y
Ucaima, y Tepúyes Kuruntepuy, Kusaritepuy y Kuravainatepuy, rio Carrao, Parque nacional Canaima, Estado
Bolívar, Venezuela.
Imagen tomada por Néstor José Sánchez Quintero el 17 de Julio de 1994, a la 1:30 pm en la ciudad de
Boston, Massachusetts, E.E.U.U., hora en que simultanéame ocurrió la colisión del cometa Levishoemaker
contra el planeta Júpiter, fenómeno conocido como el << Jupiterazo >>.
(Cámara tipo Canon EOS 1000 E., película ASA 400)
Diseño gráfico de la potada Vanessa Ballesa & Wildring García.
Ilustraciones: Ricardo García.
Colaboradores: Alcira Garantón López, José Hernández, Omayra Andrade, Cristian Roa Pérez
sin los cuales no hubiese sido posible esta hermosa misión
EN EL NOMBRE DE DIOS TODOPODEROSO
YHVH
Agradecimiento
Quiero agradecer en tono profundo, desde la existencia de mi luz, al Dios
Todopoderoso, por darme vida y oportunidad para poder ser uno más de sus hijos
siendo, a su vez, mi gran guía el dueño del cetro de su Bienamado Jesús.
Con Amor
Néstor José Sánchez Quintero
DEDICATORIA
Venezuela, la nueva Jerusalem va dedicado a todos los seres humanos que
creen en nuestro Dios Yahvé, Jesús, el Rey de Reyes y El Espíritu Santo, sus bien
favorecidos vicarios. Asimismo, a aquellos que aun así, no crean en esta Luz, bien
para que ésta ilumine por fin los ojos de sus espíritus y sean capaces de ir
también a la Fiesta del Señor de los Días. Yahvé. ¡Kodoish, Kodoish, Kodoish,
Adonaí Tsebayoth! (Santo, Santo, Santo sea el Señor Dios de las Huestes!)
<< Con amor y reconocimiento por todo el tiempo, apoyo, entendimiento y
cariño otorgado sin el cual no hubiese sido posible realizar esta obra.>>
Néstor José Sánchez Quintero
INDICE
Hijo de la Luz
Prólogo
Introito
Capítulo I El Mensaje
Capitulo II La Entrada De La Luz
Capitulo III El Árbol de la Vida
Capitulo IV El Tiempo Ha Llegado
Capítulo V La Misión
Capítulo VI Ser Uno Mismo
Capitulo VII Primera Profecía
Capitulo VIII Segunda Profecía
Capitulo IX Tercera Profecía
Capitulo X Cuarta Profecía
Capitulo XI Quinta Profecía
Capitulo XII Sexta Profecía
Capitulo XIII Séptima Profecía
Capitulo XIV Octava Profecía
Capitulo XV Novena Profecía
Capitulo XVI Decima Profecía
Capitulo XVII Jesús El Sagrado Tetramorfo
Capitulo XVIII Noticia Agosto 11, 1999 Anno Domine
Capitulo XIX Papeles de Johannes Astraphylus Científico y Médico
Capitulo XX Papeles Sueltos de Astraphylus
Capitulo XXI La Gran Pirámide de Keops y El Final del Samsara
CapituloXXII 999 DIOS 666 LA BESTIA
Capitulo XXIII Ofrendas
Venezuela La Nueva Jerusalem
La Canción de Sananda
Venezuela La Nueva Jerusalem Himno Poema
Oda a Venezuela La Nueva Jerusalem
Capitulo XXIV El En Kai Pan, El Uno En Todos
Epilogo
Discurso: Venezuela La Nueva Jerusalem
Quien Es Néstor Sánchez Quintero
HIJOS DE LA LUZ
Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad pues,
como hijos de la Luz. El fruto de la Luz es todo bondad, justicia y verdad. Buscad
lo que es grato al Señor, sin comunicar en las obras vanas de las tinieblas, antes
bien estigmatizadlas, puesto lo que éstas hacen en secreto repugna decirlo; y
todas estas torpezas una vez manifestadas por la Luz quedan al descubierto, todo
lo descubierto, Luz es, por lo cual dice: Despierta tú que duermes y levántate de
entre los muertos y te iluminará Cristo.
Mirad, pues, que viváis circunspectamente, no como necios, sino como sabios,
aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por esto no seáis
insensatos, sino entendidos de cuál es la voluntad del Señor. Y no os embriaguéis
de vino, en el cual está la liviandad. Llenaos, al contrario, del Espíritu, siempre en
salmos, himnos, y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en
vuestros corazones, dando siempre gracias por todas las cosas al Dios Padre, en
nombre de nuestro Señor Jesucristo, sujetos los unos a los otros en el temor de
Cristo.
EFESIOS, 5:8—21
Ningún hombre ha llegado a ser grande si no ha sido movido
por cierta inspiración divina.
Cicerón
Venezuela La Nueva Jerusalem, excelsa obra en la que su autor, el
venezolano Néstor Sánchez Quintero, psicólogo, astrologo e iconoclasta, dispuso
de su consciencia movido por una experiencia mística, lo cual cambio su vida para
siempre.
Sánchez Quintero enmarca dentro de un enfoque multidimensional el mensaje
que está obligado a transmitir como misión de vida, fusionando aspectos
teológicos, filosóficos, metafísicos, astrológicos, cuánticos y proféticos, ratificando
con ello que Venezuela, La Reina Del Sur, es la escogida como epicentro del
Nuevo Mundo.
Sin embargo, para que esto ocurra, indefectiblemente han de ocurrir algunos
acontecimientos cruciales para el planeta.
Por lo que Venezuela La Nueva Jerusalem es la Regénesis de una saga de
revelaciones como preparación iniciática para El Nuevo Tiempo y La Nueva Tierra.
Es un texto de corte anunciativo, referencial, con un cumulo de información
recogida y concentrada durante 24 años de investigación científica, holística y
premonitoria, transmitiéndolo en un lenguaje profundo, pragmático, que nos obliga
a la investigación y expansión del conocimiento y del virtual camino a la luz.
Es una obra que nos invita a la unificación de los respetando las
individualidades, a través de Todo Poderoso, y del Espíritu santo, El todo en uno y
el uno en todos>>
La misma nos servirá de herramienta para ayudarnos a evolucionar, elevando
nuestro nivel de consciencia, logrando la paz del espíritu, la paz del ser, la misma
que servirá para alcanzar nuestro salto cuántico.
Néstor Sánchez Quintero es aquel hombre que lucha porque se cumplan todos
sus sueños y siembra su destino:
< DESDE LOS HORIZONTES PERDIDOS HASTA EL POLVO DE LAS
ESTRELLAS >
Lic. Alcira Garantón López
Prólogo
Más de una vez a Nietzsche le preocupó uno de los problemas <límite> en la
condición humana. Se preguntaba: ¿Cuánta verdad puede soportar un hombre?
Sin duda sabía que su filosofía, hecha a martillazos, cambiaba las concepciones
de mundo, dando al traste con la existencia de Dios (<Dios ha muerto>) e
iniciando el final de lo que se ha llamado el <existencialismo romántico>. Pero si
en efecto son muy pocos los que pueden soportar la verdad, es muy cierto aquello
que también pronunció: <Todo espíritu profundo necesita una máscara>. Pues
bien, el libro de Néstor Sánchez Quintero nos coloca de frente a una verdad que,
querámosla o no, anda ostensiblemente recorriendo el planeta. Y si por máscaras
hemos de entender las múltiples explicaciones de la escritura, nos encontramos
con que la primera obra de este autor es un desenmascaramiento, sobre todo
para aquellos que aún persisten en tapar el sol con un dedo.
Me he detenido en Nietzsche porque el libro de Néstor Sánchez Quintero,
Venezuela, la Nueva Jersusalem, es una obra de revelaciones y develaciones, así
como también de ocultaciones. En apariencia, suministra unos materiales
filosóficos, por una parte, proféticos —u oraculares— por otra, y una porción
importante a los aportes de la física moderna, dándonos una visión de un organum
que integra y armoniza varios saberes. Sin embargo, cuando dije <en apariencia>
me refería a lo que debe ser percibido por la inteligencia del lector como <aquellas
verdades que se leen entre líneas>. Bien mirado, el texto promete más de un
ángulo de aprehensión crítica por el lector. Razón por la cual, si bien fue escrito
para un público medularmente informado, aunque no exclusivamente para el
erudito, por lo mismo escapa a otros, no tanto porque exista algún elemento
<críptico>, sino porque su comunicación involucra una decisiva expansión de la
conciencia. Cada cosa tiene su modo de ser dicho. Algunas acaban en la
simplicidad, que no simplismo, de unas cuantas frases y, como tal, así se escriben
en este libro. Otras, por el contrario, aluden a formas de pensamiento más
complejas que ya no sólo requieren de la inteligencia del lector sino, aunque
parezca una tanto paradójico, de su intuición. Y no hay que olvidar que la intuición
en lo que compete al campo esotérico es una herramienta indispensable y, en
ocasiones, mucho más certero es el dardo intuicional que la lanza de la lógica.
De modo que los lectores muy bien leídos y conocedores de este inacabable
territorio tendrán ante sus ojos un libro que promete singularidades y revelaciones.
Otro tanto debe decirse de los fragmentos en donde se vinculan los
acontecimientos recientes de la física moderna con la no menos ciencia, la
astrología, y la develación de algunos misterios —el de la Pirámide de Keops, la
Esfinge de Gizeh, el Tetramorfo, etcétera— que el autor ha penetrado con
sagacidad, tratando de hacer transparente lo que ya de por sí es una larga senda
llena de oscuridades y cavernas en las cuales siempre aguarda la luz.
La filosofía que plantea el texto de Sánchez Quintero alude a lo que se ha
dado en llamar la philosophia perennis desde que el mundo es mundo y la
escritura es percibida y vuelta a escribir como lectura. El ángulo de aproximación,
sin embargo, tiene sus articulaciones en una concepción bastante holística el
misterio de los misterios: Dios. Pero no existe en ello la menor traza de un dios
abstracto, o teorizado. Por lo contrario, hablamos de un dios encarnado en la tierra
y, por consiguiente, en el hombre. Así, Dios acepta la sinonimia en la obra de
Sánchez Quintero, pero asimismo congrega y precipita lo mejor de cada óptica, tal
como ésta ha sido tomada en tanto <información divina>. En este espacio lúdico
por parte del autor, la enseñanza queda igualmente enunciada, como diría El
Sepher Yetzirah
<Seréis como dioses>. Estamos presenciando una serie de acontecimientos
que no admiten refutación alguna. Sánchez Quintero les ha seguido la pista desde
hace un buen tiempo y devuelve la información mediante una transposición, de
orden filosófico, anunciando el final de los tiempos, así como Nietzsche anunció, a
la inversa, la muerte de Dios, sustituyéndolo por el superhombre.
Si bien es una obra filosófica, los préstamos tomados de la física moderna
aparecen descritos en la sección que un personaje, Johannes Astraphylus (<el hijo
de los astros>) ha dejado en sus <Papeles sueltos>, acompañados de citas de
otros autores que le dan contemporaneidad al texto en su conjunto. Estos
<Papeles sueltos> presentan una curiosa analogía con las <Profecías>, y éstas a
su vez con el resto de la totalidad de la Nueva Jerusalem. El autor --asumo--
pensó que un enfoque multidimensional, como estrategia de escritura, sería lo
ideal para transmitir al lector la conmoción que ya ha comenzado en nuestro
planeta. El fin del milenio es también el fin de una especie singular de hombre. O
desde otro punto de mira: es la toma de conciencia del ser humano como ente
evolutivo, del mismo modo como todo lo que fluye en el universo.
No tengo intenciones de detenerme en por qué el autor menciona a Venezuela
como <la Nueva Jerusalem>. La razón es evidente: no lo ha dicho sólo él. Otros
estudiosos han llegado a la misma conclusión. Se han llenado páginas y capítulos
al respecto. Venezuela representa un eje, bien sea éste observado desde la
perspectiva astrológica, profética o la de los movimientos aleatorios. No se trata,
pues, de un ajuste <patriótico>, ni muchísimo menos de entablar una controversia,
de ribetes religiosos o políticos, entre un segmento geográfico y el problema
exhaustivamente investigado y conocido como la <cuestión judía>. Sánchez
Quintero es un autor de conciliaciones, no de disyunciones o posiciones
desarticuladas. Se aviene al código <holístico> y no a una presunción, acentuada
por un criterio nacionalista. De haber estado nombre geográfico que le
corresponde en el mapa mundi situada en otra parte la Nueva Jersusalem, sin
duda hubiera asumido el.
Sin embargo, todo ello no desdice de un problema que habrá de ser tratado en
la Segunda Parte del libro y que contribuirá como un valioso aporte al factor
histórico de este mundo tierra y de nuestro país en especial. Sánchez Quintero ha
estado familiarizado, como era de suponerse, con la simbología masónica, entre
otras. Dentro de una proyección simbólica ha nacido una tríada significativa
integrada por Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Antonio José de Sucre. No
es un azar que el autor los haya puesto en las puntas o ángulos de la geometría
triangular. En capítulos que no me adelanto a comunicar al lector, habrá de
notarse la importancia que dentro de la masa de conocimientos que domina
Sánchez Quintero, ejerce este triángulo, el cual aparece enriquecido con una
serie de causalidades, a través de las cuales estos tres hombres caminaron juntos
—y separados— y tuvieron altos destinos como correspondía a sus altas
misiones. Entre sí tejieron la historia americana y del mundo, sin que no por ello
sean tomados en consideración otros personajes de valía, que ya el autor se
encargará de describir y engranar en la compleja pero sutil malla de los
acontecimientos que no devienen, como se sabe, por azar.
Lo que el lector seguramente habrá de leer con aplicado interés concierne al
Tetramorfo, figura de orden astronómico, astrológico y arquetipal, la cual prefigura
para el día 11 de agosto del presente año 1999, una cadena de eventos, sobre
todo en el campo de la informática, ecología, geología, geografía, astrología y
astronomía cuyos efectos ya han comenzado a sentirse y a ser evaluados. El
autor se nutrió de múltiples fuentes. Como psicólogo y astrólogo de profesión y
vocación que es, se involucró hasta sus últimas consecuencias en el estudio de
esta <Cruz Cósmica> que habrá de aparecer en el Cielo de este planeta. De
inmediato, comenzó el estudio más complicado: compilar la información
astrológica con las demás disciplinas que conforman este libro (física, teosofía,
profecías…) y devolver, mediante un exhaustivo ejercicio de sencillez, un sólido
extracto del Tetramorfo, imágenes o símbolos de las transformaciones de Jesús,
o, de otro modo —apelando a su constitución: tetra = cuatro— el número de los
Evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
El contacto entre las religiones —cada vez menos tales y más politizadas— el
hombre y su microcosmos, el universo y el macrocosmos, admiten la reiteración y
en este sentido Néstor Sánchez Quintero ha demostrado que tal reiteración —e
incluso reinterpretación— es perentoria para que el hombre, en su comprometido
tránsito por el planeta, tome conciencia de sus deberes y derechos. Escrito en
forma clásica, si por tal debemos entender el <tono profético> de los grandes
libros, no por ello se desplaza con maestra simplicidad —que no simplismo— a
otros matices del lenguaje que permiten su intelección. Pero ésta es una faceta
que ameritaría unas páginas más: el autor como escritor. Sea suficiente con
advertir que la mecánica del texto se desenvuelve en sucesivas espirales
ascendentes. No hay que olvidar que este libro es el principio de una serie que
muy pronto habrá de estar en las manos del lector y que, por los avisos y la
memoria de estos tiempos, serán leídos con la misma intensidad de alma. O lo
que es lo mismo: con el penetrante deseo de evolucionar, salvando de esta suerte
el advenimiento que radicalmente habrá de transformar en este nuevo milenio la
actitud del ser humano, hasta ahora egocéntrica, por una más vasta y original, la
cosmocéntrica, retomando de nuevo las palabras iniciales de estas líneas: un libro
escrito por un autor informado —tanto en el paradigma filosófico como en el de la
física moderna—
que renueva con brillantez el único conocimiento incambiable: la philosophia
perennis.
Saint-John de Marco
En Caracas, agosto de 1999
Introito
i) Dios dijo al hombre: Yo soy tu religión. Os habéis separado en el velo de
muchas religiones para transitar por caminos diferentes de la propia senda del
destino llevado por vuestro hermano Jesús. Entonces caminasteis hacia el cordero
y él os llevó a mi lar de luz, para reencontrar mi morada infinita. Bienvenidos sean
los que en mí creen como el fulgor de los días, pues ahora sabéis que mi religión
es tu madre, y yo soy tu padre.
ii) Consciente de ser el que soy, me dio en turno hablar:
Un día, retirado en meditación y absoluta comunión con el Señor Jesucristo,
experimenté la paz que todo lo envuelve, apacigua y vuelve transparente. Mi ser
estaba penetrado de tal suerte que el devenir mundano, los días y sus oficios, me
tenían sin cuidado.
iii) Luego de comulgar con lo Alto, me dirigí al Mundo a ocuparme en mis
labores. Súbitamente, una fuerza inusitada me obligó a caer de rodillas, y juntar
las manos triturándose entre sí por esa oscura fuerza que me poseía.
iv) Comencé a llorar y a pedir perdón al Dios que todo lo sabe. En mi súplica
abundaba el arrepentimiento; tanta rabia e impotencia yacían como pozo infestado
y seco donde proliferaba el odio y su secreta hermana, la ira. Vi con claridad mi
indignación y mi desprecio hacia los enemigos. Noté la amargura que me devolvía
esta percepción y volví a llorar por el daño que me habían causado en ésta y otras
existencias.
v) Decidí abandonar los despojos de mi odio como quien suelta el lastre que lo
inmoviliza a uno, impidiéndole avanzar ni dentro ni fuera de mi ser.
vi) Mi perdón se extendió a los otros, a sus errores debidos a la ignorancia,
que también era la mía.
vii) Emprendí la tarea de recomenzar. Una vez consciente de mi pasado, éste
se disolvió, borrando la hiel de mi corazón. Comprendía que había malgastado mi
energía. Esto lo sentía en mi corazón; de allí ascendía a la conciencia. Ahora todo
se vislumbraba en un horizonte de comprensiones. Presa de un ciclo, mi vida
había sido caos y dolor.
viii) Oré por el bien de todos, y en sinceridad desde el eje de mi conciencia y la
recién abierta flor de mi corazón. De nuevo vino la paz, desde mí hacia mí,
invadiendo la totalidad de mi ser. Sentí profundos deseos de transmitir mi
experiencia, y ayudarlos en el difícil camino hacia la única verdad.
ix) Mi plegaria se elevó hacia los albores piadosos de la hermandad de los
hombres, en confiada comunión de amor y perdón, de suerte que se repetían en
mí las enseñanzas del gran maestro Jesús.
x) Supe que llegaba al final de un ciclo. Mi yo, en su vanidad, agonizaba. Mi
vida escalaba otro peldaño, orientándose hacia la luz. Dejaba atrás la inutilidad de
los apegos, la futilidad de lo material. Todo ello no fue más que vanidad de mi yo.
xi) Sin embargo, era necesario que los acontecimientos pasados ocurrieran tal
como en efecto se dieron. Esto lo sentí inmerso en paz profunda que alaba la
comprensión luminosa. Los errores, encadenados al karma, me lanzaron a esta
muerte, de la cual hoy renazco. El destino de los hombres se llama paradoja. A su
vez, iniciado otro ciclo, sabría que éste sería fruto y preparación para sucesivas
evoluciones. La vía kármica es prolongada, más no inagotable.
Más allá del pensamiento, la significación se alojaba entre las palabras o más
allá de ellas. Todo en mí nacía como acto sincero de mi alma. Respiraba aliviado,
desahogado de la tenebrosa cárcel mental que hería y quemaba y confundía.
Sí. En otro tiempo, un hombre oscuro dijo palabras que hoy me toca repetir:
<Nunca permitiré que ningún hombre me arrastre tan bajo que me obligue a
odiarlo>.
xii) De mi sueño iluminado partieron miles y miles de guías hacia mis células,
reordenando la misión. Reagrupadas en el centro de mi luz interna, les dolían
agónicamente mi éxtasis multiplicado. Me hallaba en la verdadera realidad.
xiii) ¿Quién no llamaría a esto la Eternidad? El supremo kraken de las
profundidades marinas se liberaba de inmediato, desde los nódulos de mis
emociones, secretándose, secretándose, más allá del cuerpo físico, mental y
emocional.
xiv) Llanto y risa de niño, bienaventuranza de mi ser. Yo mismo me había
erguido a través del perdón. Comulgo con la sagrada espiral de la vida. El perdón,
necesario, inaplazable, me devolvía a una vasta caricia en las mejillas, mientras mi
piel sorbía la luz. Era la milagrosa cura de la infinita beatitud.
xv) Recorrí el mapa de mi vida. Observé los sinuosos devaneos, decisiones,
de esta encarnación. Visto desde mi proyección evolutiva, faltaban residuos que
esperaban su extinción. Ahora reconocía que todas las vivencias poseían un
objetivo único: conducirme a la senda de la justa evolución. Cerraba el libro o, más
bien, una hoja apergaminada quedaba atrás. Página tras página entreveía el
bendito destino desde el gran fuego que arde en el sagrado Árbol de la Vida.
xvi) Di entonces gracias infinitas a Yhwh, mi Señor, por hacer vivible en mí el
arrepentimiento. Ante Sus ojos que irradiaban la fuerza de lo total, vivencié la
reivindicación. Me reconciliaba con la bondad e infinito amor.
xvii) No había caído en cuenta de que mi aposento estaba envuelto en una luz
incandescente, cuya sublimidad me conducía de nuevo a la bienaventuranza
jamás sentida. Esta luz, es necesario decirlo, se proyectaba en interminables
rayos que a su vez engendraban otros y así sucesivamente. La percepción de
conjunto estaba acompañada de aromas desconocidos y músicas olvidadas o
quizás nunca escuchadas. Me hallaba en mí, en el cenit de mi supraconciencia;
por lo tanto ya no era yo quien hablaba, sino lo otro, lo Amado. Estaba frente a la
presencia de la veracidad, cuyo nombre, luz de luces de mi vida, era la absoluta e
irremplazable presencia de Dios todopoderoso, Yhwh.
xviii) Y, no obstante, todo me seguía siendo familiar. Estaba seguro de habitar
en una dimensión inusual a mis días y a mi cuerpo, fuera de las limitaciones del
tiempo y el espacio. Indagué. Al describirlo, podría decir que frecuentaba una
especie de suspensión, algo denominado Naartomid, en la realidad cuántica, esa
plantilla divina extendida sobre el octavo chacra, justo en la corona.
xix) El nombre de esta experiencia era revelación. Una sobreabundancia
energética. Habitando en un continuum centrópico y centrífugo, multidimensional,
añado que ese Momentum angular de la eternidad no me afectaba, a sabiendas
de las debilidades de los cuerpos comunes como el mío.
Sudaba profusamente. Lo que vivía era real y, sin embargo, al ingresar a la
vorágine de <esta realidad> comprendí, no sin tristeza, la inmensa diferencia entre
esto y aquella zona continua, sin espacio, sin tiempo.
Permití alojar los sudores que emanaban de mi intimidad. Extraña
transpiración: divina, despidiendo un aroma intemporal, fruto de mi misma
consumación en el ser divino con respuestas, me tomaban desprevenidamente.
Notaba el aspecto de simultaneidad de este binomio pregunta-respuesta. En
realidad, apuntaban a una certidumbre. Asimismo, comenzaron, con la misma
frecuencialidad, a ocurrirme hechos fuera de lo común. Oscilaba entre ambos
mundos. Debía regresar. Mi esposa, Omayra, estaba embarazada. Al llegar al
país, las hermosas morochas, Shaila y Nicole, habían nacido. Conformábamos un
hogar de cinco personas con la primogénita Suyim.
Otra noche se volvió a repetir el fenómeno. Prefiero recurrir a las analogías, a
las transparencias. Este <Ain Soph>, de acuerdo con la tradición talmúdica,
poseía las mismas características que lo que ya he descrito anteriormente. La
diferencia residía en que ahora se me hacía más comprensible. Por otra parte, la
duda me asaltaba. En ocasiones sentía enloquecer. La familia y los amigos
parecían compartir esa opinión. Este terreno abismal, en donde las pautas
racionales pierden consistencia, me dejaba en vilo. Tenía dos opciones: o
abandonar el estado <anómalo> de conciencia o continuar hasta el final. Elegí lo
último. Me focalicé en Dios. Oración o mantra, lo que fuere, pedí ayuda. Las
preguntas y respuestas se correspondían con el velo roto de la lógica
convencional, dando paso a situaciones inverosímiles.
Presa del desánimo, comencé a llorar. Yo mismo me percataba de ser un otro.
Me experimentaba extraordinariamente ajeno a mí mismo. Me aferré a los
conocimientos teóricos adquiridos en mi vida (las estructuras paranormales, etc.) y
dispuse mi conciencia en una AHORA HABLA EL HOMBRE
Las experiencias de luz mística irrumpen en una zona que va más allá del
tiempo y espacio ordinarios. No sin razón se las denomina experiencias no
ordinarias, o estados alterados de conciencia. Parecería como si el tiempo,
entendido como una aberración, desembocara en una zona donde la percepción
ordinaria cede y comienza a funcionar un estado diferente de expansión de la
conciencia. Sólo así puedo hablar con certeza de música celestial —la música de
las esferas de Pitágoras—, una orquestación arquetipal, cuyas proyecciones
angélicas producen el efecto de un sonido celestial, inaudible a percepciones
ordinarias.
El mismo estado de conciencia me permitía abarcar otras zonas de la
percepción no ordinaria. Los aromas, incienso de los cielos, eran indescriptibles.
Su naturaleza extática me impelía al apego que frecuentemente se me hacía
doloroso, aunque no tanto como la luz, desde cuya atemporalidad, me cegaba,
invadiéndome en sucesivos éxtasis, cambiantes como chispas caleidoscópicas,
abrumadoras como cascadas incesantemente cayendo; una extraña y, no
obstante, substancia familiar fuera de este mundo.
Por otra parte, todo fluía. Si de algún modo debo llamarlo, la palabra adecuada
sería <nirvana>, <samadhi>. ¿Cuándo comenzó todo esto? Apenas si necesito
mencionarlo: deambulaba por Boston con la cámara fotográfica, miré el cielo y
decidí tomar una fotografía. Una inmensa nube se silueteaba contra el cielo
bostoniano. Dos meses después observé la foto con más detenimiento. Parecía no
tener mayor importancia que el resto de las otras tomas. De pronto, percibí que el
mapa de mi país estaba claramente delineado en esa nube. Ese instante fue
suficiente para conectarme. Mi percepción ordinaria se movió y caí en un estado
de profunda concentración (el <samadhi> que ya mencioné). De allí en adelante
experimenté una transformación en la conducción de mi vida. Entendía más allá
de las palabras cuál era mi auténtica misión en la tierra.
A partir de allí comencé a soñar desatinadamente. Al despertar, una masiva
intrusión de preguntas, no todas direccionalidad indagatoria. Esto era una manera
de no desviarme, de mantenerme firme a la inminencia de algo. Intuía que las
estructuras lógicas cederían y con ellas, yo. Este derrumbe psicofísico en verdad
se produjo. Sobrevino una inmensa conmoción y, de pronto, una paz inasible me
dio los signos de las primeras respuestas más allá de las palabras:
<Ahora yo siendo el hombre, sé que Yo Soy El Que Soy, te reconozco como
mi única religión. Por lo tanto hablo acerca de mi Señor, Yhwh, y su hijo, Jesús>
Y entonces una voz desde mi interior me señaló claramente que atendiese a la
Palabra… Porque ahora quien habla lo hace desde el Trono del Todopoderoso
Yhwh. Y esto fue lo que dijo:
Capítulo I El Mensaje
<Existe un lugar en la tierra escogido por tu maestro, mi hijo Jesús. Su nombre
se corresponde con la gran nube, desde cuyos contornos percibiste los de tu
nación. A su vez, esta figura es la forma en donde aparece el Cordero de Dios.>
Esta tierra —según se me dijo mientras yo estaba dentro de las envolturas de
nogan—será llamada desde ahora en adelante la Nueva Jerusalem.
Se trata —dijo la voz— de la misma Nueva Jerusalem que señala el Libro de
las Revelaciones. La ubicamos en el encuadre de las coordenadas siguientes:
latitud 12N y longitud 60W, meridiano de Greenwich. Esto se corresponde, en
efecto, con el huso horario establecido internacionalmente y que regirá al mundo
mucho tiempo después del año 1994 (año contacto) en tanto era terrestre.
Habrá de ser reconocida, primero por los tuyos, y luego por la raza humana
como el Portal de la Entrada a la espera de las nueve esferas celestes tras la
ruptura de los siete sellos divinos, para dar paso al Nuevo Orbe Celeste>.
CAPITULO II
LA ENTRADA DE LA LUZ
Y esto me fue revelado, estando yo en la tierra de la libertad infinita, por Jesús,
el Rey de Reyes, para que fuese transmitido a todos los rincones del mundo y
sepan que el día está pronto a llegar:
He allí la luz divina que nos muestra el poder de la resurrección, mediante el
perdón y el recto camino hacia la ascensión y nos envolvamos en el manto de luz
y del amor fraterno.
He allí que ha llegado el tiempo. Abandonad las diferencias que os desunen,
pues le toca el fin a la hiedra que mortifica.
Es el momento de elevarnos, tomados de la mano del Maestro Jesús. Su
esplendor convierte nuestros cuerpos en virtud. Y todo ser vivo, agradecido,
heraldo de la luz, renacerá de las sombras hacia las mansiones de la Santa Luz.
Porque hoy es la mañana del fulgor y el comienzo del despertar. Hoy se anuncia el
final de la vida errante y fortuita como cenizas echadas a la mar. Está escrito:
retornaremos a la llama bendita.