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XVI JORNADAS INTERESCUELAS/ DEPARTAMENTO DE HISTORIA
9 al 11 de agosto de 2017.
Mar del Plata- Buenos Aires
Mesa 10: Familias, infancias y ancianidades: de las grandes transformaciones de la
modernidad al presente. Miradas desde la Historia Social
Título de la ponencia: La Sagrada familia como temática del arte postridentino. Control
religioso y laico en los dominios del imperio español
María de Luján Ortiz (UNPSJB) - Para publicar en actas-
Introducción
La Reforma católica reforma ocurrida en el siglo XVI generó una nueva manera de representar
las imágenes cargándolas de símbolos, de interpretaciones y de un discurso visual complejo
destinado a persuadir a los fieles. Las imágenes que circularon en España y en los virreinatos
americanos contenían un mensaje para todos y cada uno de los estamentos sociales, sirviéndoles
como recordatorio y guía de lo correcto y lo incorrecto, lo moral e inmoral, los valores y los
disvalores.
Las figuras de santos y vírgenes se implantaron como artefactos discursivos para modelar la
subjetividad, establecer ideologías e instalar a través de los discursos visuales el modo correcto
de cómo deben ser y cómo se deben comportar los fieles. La Iglesia y el Estado fueron los
encargados de adoctrinar, a la sacralizada y estratificada sociedad colonial a través de la
construcción de un orden normativo espiritual y legal sobre las conciencias, los cuerpos y las
acciones.
La Sagrada Familia fue un tema utilizado para destacar la importancia del sacramento del
matrimonio y acercarlo a los devotos, fuese por su valor teológico, para que los fieles tomasen
ese compromiso o por ser un espacio de legitimación de la sexualidad y sus derivaciones legales
(herencias, uniones constituidas según las normas jurídicas y religiosas, hijos
extramatrimoniales, etc.). Para acercar a los fieles se empleaban técnicas de representación que
consistían en enseñar las conductas ideales, el dogma cristiano y los modelos que debían
articular las relaciones sociales.
La fundación de una familia en un marco apropiado implicaba que los creyentes cumplían al
mismo tiempo con los deberes de un buen cristiano y súbdito del rey. Este trabajo inicial
pretende utilizar las imágenes de la Sagrada Familia como forma organizativa tradicional,
reglamentada por el poder eclesiástico y el político.
1- Consideraciones sobre el matrimonio tridentino y su representación en el arte barroco
El Concilio de Trento fijó un modelo marital de carácter sacramental como una nueva alianza
que representaba la unión de Cristo y de la Iglesia. El trámite administrativo implicaba la
presentación de testigos conocidos por los futuros contrayentes que diesen prueba de la
inexistencia de impedimentos para realizar el casamiento.1 El consentimiento era una condición
fundamental bendecir las uniones en presencia de un sacerdote, considerado como testigo y
representante de Dios.
Esto le sirvió a la Institución para constituirse en garante del orden establecido, facultada para
imponer su autoridad y competencia en cuestiones matrimoniales, que se registraban en los
libros parroquiales.2 También la Iglesia se ocupó de la procreación legitima de los descendientes
dentro del matrimonio, la cual tenía por objeto la vigilancia de la sexualidad. Resultando así
que las normas religiosas, y más tarde las legales, a través de la intervención del Estado,
extendieron los controles del ámbito privado al público. Es la celebración de este sacramento,
con algunas dificultades iniciales en su implementación, la que ha llegado hasta nuestros días
pese a la aparición de las Iglesias reformadas y la progresiva consolidación de los Estados.
De todas formas, y sin haber sido asimilado completamente su práctica en España luego del
Concilio de Trento, ese modelo matrimonial se implementó en América como parte de la obra
evangelizadora, la transmisión cultural, organización y construcción de la sociedad. La defensa
del matrimonio significaba la salvaguardia del modelo social que la Monarquía quería aplicar
en sus colonias, coincidiendo el sostén del orden matrimonial con el sustento del orden social
(aunque no siempre se logró desterrar prácticas consideradas inadecuadas).
Desde Trento se pretendía clericalizar a la sociedad, y el monopolio eclesiástico sobre el
matrimonio daba a la institución y a sus clérigos un inmenso poder social. Pese a ello la
extensión del territorio americano dificultaba el control sobre la vida de los fieles y su
adoctrinamiento, fuese por las grandes distancias, parajes inaccesibles o la inexistencia de
1 En ocasiones los novios se trasladaban a otras jurisdicciones para casarse, fuese por cuestiones de minoridad,
por carecer de la autorización paterna, por estar casados con anterioridad, raptos, etc. En ocasiones se procedía al
encarcelamiento o aplazamiento del matrimonio hasta obtener autorización del párroco del lugar de residencia. 2 En el Concilio de Trento se dispuso como parte de las funciones de la iglesia llevar registro de las relaciones
vitales de la población. En los documentos eclesiásticos americanos se identificaba además la identidad social y
se registraba la limpieza de sangre (exigida para el acceso a las dignidades eclesiásticas, las funciones de gobierno,
la educación superior y el anhelado ascenso social).
templos para la enseñanza del dogma cristiano. Sin embargo, la presencia de los sacerdotes era
imprescindible para la administración de los sacramentos, incitar a la piedad, catequizar e
inspirar el amor a Dios. Para ello la Iglesia Católica empleó diversos espacios discursivos, entre
ellos el arte, especialmente el regulado después del Concilio de Trento, como parte de una
respuesta a la Reforma Protestante3. Las imágenes sacras, además de generar ternura, dolor,
caridad y empatía, debían fomentar hábitos y comportamientos “adecuados” en los fieles y el
deseo de imitarlos.
Los artistas debían reafirmar y plasmar en su trabajo la doctrina trasmitida por los sacerdotes.
Eran necesarios entonces, ciertos conocimientos sobre la fe y las ideas que se querían difundir;
poseer además las herramientas estéticas necesarias para transmitir las virtudes la perfección
moral y los actos honestos. Es por ello que los tratados artísticos debidamente fiscalizados por
la Iglesia Católica indicaban el modo adecuado sobre cómo trabajar con las imágenes tomadas
de fuentes religiosas o bíblicas (sucesos históricos cristianos, el dogma, la doctrina o las vidas
de los santos). Las mismas debían ser pintadas conforme al original, tener en cuenta, por
ejemplo, el tema de la edad y los gestos del cuerpo de los personajes, procurando reflejar la
verdad o verosimilitud de los objetos y vestiduras (sin embargo, en muchos casos los ropajes
tenían que ver más con la moda de la época en que se pintaban). Y si bien los sacerdotes eran
los encargados de la corrección y control de los errores iconográficos y de las devociones para
evitar problemas en el culto a esas imágenes, en ocasiones se pintaba a partir de grabados y
existían ciertas libertades que se ajustaban a las necesidades culturales.
El arte, utilizado como elemento de expansión de la fe y el fortalecimiento de los imaginarios
sociales, debía contener verdades dogmáticas, promover sentimientos para adorar a Dios e
incitar a la práctica de la piedad, conformando una cultura visual con características y temas
iconográficos seculares y religiosos. Al narrar una historia a través de una obra pictórica debía
tenerse en cuenta lo discursivo, más allá de la calidad de la imagen, importaba la percepción y
recepción del mensaje simbólico o alegórico.
Se trataba, además de que los fieles conocieran las verdades doctrinales haciendo uso de las
figuras y valiéndose de estas al momento participar de la misa, en las devociones privadas o la
meditación. Para desarrollar esa experiencia debía existir un deseo y una predisposición para
comunicarse con Dios. Para eso estaba la iconografía, destinada a conmover a través de la
narración visual de las historias, para que la fuerza imaginativa agitase los sentidos de los
3 En las ciudades los encuentros con el sacerdote eran más frecuentes particularmente en la misa dominical, las
procesiones, las confesiones y celebraciones a lo largo del año litúrgico.
observadores a través del espíritu y del cuerpo. En definitiva, percibimos con todo el cuerpo y
empleamos todos los sentidos.
La tradición retórica del género pictórico demostrativo exponía a través del arte, determinadas
gestualidades, aspecto del cuerpo o ideales de belleza, como prototipos ideales dignos de ser
imitados tanto en lo moral como en lo social. El proceso de representar y construir
simbólicamente el ideal moral y corporal se especificaban en los tratados de arte a través de los
cuerpos, metáforas y elementos reglamentados por la iconografía, que otorgaba los atributos
para su identificación. Los fieles tenían modelos de perfección que debían ser copiados y
aprehendidos a través actitudes y comportamientos gestuales, ya que toda acción interior
(devoción, reverencia, piedad) debía reflejarse en el exterior. Se establecieron así ciertas
características físicas o fenotipos de rostros como manifestaciones del alma utilizando símbolos
mediante los cuales narrar acciones y situaciones.
Teniendo en cuenta que la aspiración de todo cristiano debía ser la santidad, los teólogos
establecieron diversos grados de perfección para alcanzar a través de la conformación afectiva
(apropiación de las virtudes de los santos con el objeto de imitarlas). Sobre esta base se
construyó un discurso virtuoso para que los individuos asumiesen las actitudes y las bondades
de los santos; sus abundantes representaciones permiten inferir que eran modelos sobre del
comportamiento social ideal y exempla de la vida cristiana.
Como parte de este ideal de la comunidad barroca, y en un espacio social clericalizado, la
familia debía educar a sus miembros con lineamientos similares a los de las comunidades
religiosas. El matrimonio cristiano establecido como la unión entre un hombre y una mujer,
concretado en forma voluntaria, monográfica e indisoluble, pretendía evitar también los
posibles enfrentamientos que pudiesen surgir entre los grupos familiares a causa de los
divorcios, repudios o bigamias (estos conflictos se trasladaban al interior de las familias
generando litigios de diversa índole) .4 Con este accionar la Iglesia se adjudicaba la potestad de
establecer el orden social por encima de los grupos de parentesco, incluso de los gobiernos. Es
que el carácter sacramental del matrimonio impedía cuestionar la autoridad religiosa y el
vínculo creado por ella.5
4 Después del Concilio de Trento se facultó a la Iglesia para establecer, declarar impedimentos matrimoniales y
ejercer en la jurisdicción de los tribunales eclesiásticos para entender en lo concerniente a litigios matrimoniales. 5 La familia era una comunidad de bienes, una unidad de producción, un espacio de relación; comunidad de sangre,
una unidad de transmisión. Los grupos de parentesco buscaban su reproducción biológica y social, pero una
excesiva endogamia acabaría por inmovilizar el sistema social. Por ello la Iglesia pretendía poner coto a este
accionar por parte de las familias al erigirse como el principal mecanismo regulador y controlador del orden social
(incluso del Estado).
Y si bien el Concilio de Trento apenas innovó con respecto a la doctrina tradicional de la Iglesia
en relación al matrimonio, estos presupuestos distintivos de los católicos se convirtieron en una
señal de su identidad. Para reforzar esta idea se recurría a las imágenes, a través de mecanismos
de argumentación sencillos, lugares comunes y fácilmente comprensibles. La importancia de la
familia nuclear compuesta por padre, madre e hijo formaba parte de un discurso visual que se
difundió y se consolidó particularmente después de Trento. Y si bien las representaciones
masculinas eran mayoritarias, luego del Concilio comenzó una revalorización del papel social
femenino y su ideal de santidad a través del martirio, las Anunciaciones y los milagros; los
modelos visuales dirigidos a las mujeres aumentaron.
En las tierras reformadas, el protestantismo se opuso a la representación pictórica de las
imágenes religiosas donde “la devoción a la Virgen Maria y las santas había sido una parte muy
importante de la religiosidad popular”.6 Pero en el mundo católico, la Iglesia, hizo protagonista
a las mujeres de numerosos cuadros, particularmente relacionadas la concepción de María como
madre de Jesús y Reina del Cielo.
El tema de la Virginidad de María, negado por los protestantes y reafirmado por teólogos y
artistas cristianos; las colonias no estuvieron alejadas del fenómeno de las advocaciones
marianas. María, la madre de Dios era un símbolo de madre virtuosa, portadora de virginidad y
sumisión femenina que tenía la obligación de mantener la armonía, cuidar del hogar, asegurar
la felicidad de sus hijos y esposo. La Virgen y los personajes sagrados fueron retratados
realizando acciones cotidianas en espacios domésticos y familiares, posibilitando una mejor
comprensión de los dogmas católicos, acercando lo divino a lo humano, y el pasado al presente.
Se personificaron escenas devotas en un contexto contemporáneo a modo de anacronismo
pedagógico, materializado en vestimentas, utensilios y objetos que ayudaban a la devoción. Las
enseñanzas incluían elementos teológicos y sociales.
En el caso de la Sagrada Familia, representaba a la Trinidad en la tierra y era una forma de
poner relevancia el parentesco (según el modelo de Nazaret) y también al matrimonio como
uno los sacramentos más destacados del Concilio. Se pretendía incentivar a los devotos a asumir
el compromiso cristiano del casamiento, consolidando la idea de un modelo social organizativo
legítimo. La Iglesia y el Estado necesitaban controlar y establecer límites en la sociedad
colonial, el cumplimiento de los sacramentos y de la ley, era un modo concreto de hacerlo.
2- La Sagrada Familia en los Virreinatos de Nueva Granada y Perú
6 Jeffrey Watt. “El impacto de la Reforma y la Contrarreforma”; en Kertzer, David I, Barbagli, Marzio. La vida familiar a principios de la era moderna (1500-1789). (España; Paidós Ibérica S.A. 2002), 243.
La Sagrada Familia es una composición sencilla de comprender, básicamente las imágenes
muestran a la Virgen María, a San José y al niño Jesús en situaciones cotidianas. Los artistas
ordenaban las imágenes con el objeto de impactar a partir del fragmento de una historia,
incorporando varias escenas dentro de una misma secuencia o acontecimiento pintado. Un
creyente podía presenciar el momento y ser parte de la escena por medio de la apropiación y la
contemplación de las imágenes sacras a partir de la meditación y la predisposición del alma, el
intelecto y el afecto para la recepción de lo que observaba.
La representación de la Sagrada Familia como discurso visual se enmarca dentro del género
pictórico demostrativo ya que por su intermedio exponen las virtudes dignas de imitar dentro
del ámbito cotidiano, motivando a los fieles a tomar las decisiones correctas y cristianas. Para
acercar a los creyentes se empleaban técnicas de representación que consistían en enseñar las
conductas ideales, el dogma cristiano y los modelos que debían articular las relaciones sociales.7
Las imágenes relevadas contienen varias figuras en una sola obra; en cuatro de ellas Dios se
encuentra en la parte superior, la Sagrada familia en el centro y en la parte inferior diversos
personajes santos que la veneran o acompañan. En todos los cuadros, la familia realiza
actividades cotidianas y reconocibles, se los ve caminando de la mano, velando el sueño de la
criatura o el niño en brazos de su madre.
De las cinco imágenes seleccionadas: cuatro de ellas pertenecen al siglo XVIII, de las cuales
dos fueron confeccionadas por Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, artista de Nueva Granada;
las otras pertenecen a dos de autores anónimos de la escuela de Cusco. La única pintura elegida
del siglo XVIII, corresponde a Joaquín Gutiérrez, artista de Nueva Granada.
7 El matrimonio, uno de los tópicos más debatidos en el Concilio de Trento, era un sacramento religioso, pero al
mismo tiempo perseguía ejercer control sobre la sociedad y las familias. En este punto, coincidieron protestantes
y católicos: el control del matrimonio y la sexualidad reflejaban el deseo de promover el orden y la disciplina
patriarcal y paternalista.
Siglo Autor Región Nombre Imágenes
XVII Anónimo Cusco Los Dos Trinidades
con San Agustín y
Santa Catalina de
Siena.
Sagrada Familia
Dios
Espíritu Santo
San Agustín
Santa Catalina de Siena.
Ángeles o querubines
XVIII Anónimo Cusco La Sagrada familia
con San Juan
Bautista
- Sagrada Familia
- San Juan Bautista
- Ángeles o querubines
XVII Gregorio Vásquez
de Arce y Ceballos
Nueva
Granada
La Sagrada Familia - Sagrada Familia
- Dios
- Espíritu Santo
- Ángeles o querubines
XVII Gregorio Vásquez
de Arce y Ceballos
Nueva
Granada
La Sagrada familia - Sagrada Familia
- Dios
- Espíritu Santo
XVIII Joaquín Gutiérrez Nueva
Granada
Sueño del Niño. - Sagrada Familia
- San Juan Bautista
- San Agustín.
En aquellas escenas donde la Sagrada familia camina se reúnen dos espacios, el público y el
privado, en los que el Niño Jesús ocupa el centro de la escena. Desde los cielos, un personaje
que representa a Dios, con barba blanca y gesto amoroso, mira la escena que se desarrolla en la
tierra. Con luz propia y desde el cielo, el Padre con los brazos abiertos en señal de aceptación
brinda protección y apoyo a la acción que se desarrolla en a tierra. Su figura, está engrandecida
por el orden en que se ubican las figuras, pero además el halo dorado o levemente más claro
que destaca los personajes sagrados. En las tres obras, el Espíritu Santo en forma de paloma,
como signo de algo irrepresentable, extiende sus alas por sobre la familia; simbolizando así la
Trinidad celestial que se completa con Dios Padre y Jesús. La Sagrada Familia por su parte
compone la Trinidad terrenal.
La Sagrada Familia, tomada como una unidad, aparece junto a otras figuras santas, que, de
hecho, constituían después de Trento, casi la mitad de las representaciones pictóricas por ser
modelos de comportamiento y valores sociales. San Agustín y el Niño San Juan Bautista están
representado en dos de los cuadros; Santa Catalina de Siena en uno; solo en dos imágenes la
sagrada Familia está sola en la escena terrenal (aunque sí siempre acompañada por Dios Padre
y el Espíritu Santo).
En ocasiones los pintores plasmaban a ciertos personajes sagrados debido a la creciente
importancia de su orden, a la constitución de cofradías en su nombre, o por los valores y virtudes
morales que representaba para una determinada época o sociedad. En el óleo de Joaquín
Gutiérrez (Figura 5), San Agustín luce como un monje, con el hábito negro, un libro en su mano
izquierda y un corazón en su mano derecha, representando su entrega total a Dios.
En cambio, un artista anónimo de la escuela de Cuzco del siglo XVII (fig.5), lo ha pintado junto
ataviado como obispo, con una maqueta de la Iglesia en la izquierda, y el báculo y un corazón
en su mano derecha. Esto evidencia que un mismo personaje podía tener más de una
característica o identificación al momento de ser pintado, en este caso, representado por artistas
de distintas regiones. San Agustín se encuentra en un plano inferior, por debajo de la imagen
de la Sagrada Familia, tanto en el óleo con San Juan Bautista (niño), como en la obra en la que
aparece con Catalina de Siena.
Esta Santa, que simbolizaba la Iglesia triunfante en la adversidad, y su caminata junto a la
Sagrada Familia refleja su actividad apostólica, sus oraciones y sacrificios. En su mano derecha
lleva un corazón con una cruz, objeto que podría considerarse un tema oculto por medio del
cual se pretende el desengaño, pues ya desde su nacimiento Cristo estaba predestinado a morir
crucificado. Se repite la imagen de la cruz en una cadena que luce San Agustín, además de la
que lleva Catalina sobre el corazón. También puede asociarse al desengaño las ricas telas que
se han pintado el cuadro de la escuela de Cuzco sobre “Las dos Trinidades con San Agustín y
Santa Catalina de Siena” (Figura 3), donde el vestido puede expresar una condición social o
cultural; pero también tenía significados espirituales o morales.
La indumentaria como simbolización de linaje y virtud se empleaba para representar la
majestuosidad de la divinidad, fuesen las advocaciones de las vírgenes, Dios Padre o los ángeles
cuyas vestiduras generalmente eran suntuosas. Eran un signo del esplendor celestial y de la
belleza de las almas donde los santos ricamente adornados expresaban la belleza espiritual del
personaje representado. El vestido formaba parte de la teatralidad de las obras, incluso los
géneros rústicos de las obras de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, podían representar la
humildad, el decoro, el pudor o la castidad. En ambos casos se pretendía mostrar que los santos
habían alcanzado la gloria renunciando a los bienes y placeres mundanos.
El vestido se comportaba como un elemento de tema oculto para ver más allá de las apariencias
e independiente de los usos de la moda. Sin embargo, eran cuestiones que no estaban ajenas a
la pintura, por ello los vestidos de negro que mantenía la corte de Felipe IV a mediados del
siglo XVII fueron pintados por Joaquín Gutiérrez en Nueva Granada en su obra “Sagrada
Familia con San Juan Bautista y San Agustín” (Fig.5). En el caso de este cuadro, el color o el
tipo de tela asociada a la moda de la corte española reflejaba dignidad y decoro, pero al mismo
tiempo reforzaba la idea de que sin linaje no había santidad. La iconografía ensamblaba un
discurso ideológico, religioso y político que guiaban las relaciones sociales a partir de los
esquemas y modelos establecidos, según la región y estamento al que pertenecían.
En las obras relevadas que pertenecen a la escuela cuzqueña, las ropas que lucen los personajes
han sido confeccionadas con ricas telas de brocato muy elaborados en color dorado, que además
se utiliza además para destacar aureolas o destellos para identificar a los personajes sagrados.
Son diferentes las pinturas de Nueva Granada (figuras 2- 4 5) donde las vestimentas son sobrias,
con telas humildes y sin llamativos colores, incluso las aureolas se han pintado en amarillo (no
en dorado). Algunos críticos desmerecen la pintura neogranadina señalando el poco
movimiento en las pinturas, la falta de dramatismo y en la pobreza en los temas al compáralo
con Perú. Y si bien puede haber sido escasa la producción de imágenes, esto tuvo que ver con
dinámica política de la región, el proceso de consolidación de sus instituciones y de
cristianización (donde las órdenes religiosas, principales consumidoras de imágenes, no
lograban asentarse definitivamente).8
El barroco ha sido una experiencia estética tanto en Europa como en los virreinatos americanos,
pero también una forma de vivir en una sociedad cristiana en proceso de secularización donde
en la práctica Dios y la religión ocupaban un sitio preponderante. Se pretendía modelar las
almas y los cuerpos, ambos debían conducirse adecuadamente, pues lo interior se reflejaba en
los gestos y las acciones; no había actividad interior que no se reflejara en el exterior. Por eso
la superioridad moral de la belleza interior se evidenciaba en las representaciones iconográficas
de Cristo y la Virgen, su perfección los diferenciaba del resto de las personas (el cuerpo y los
gestos expresaban la pureza y el sentir del alma).
General e independientemente de la advocación, la Virgen mantenía los mismos rasgos en la
belleza del rostro, proporción y simetría; también en lo concerniente a sus vestiduras, adornos
o incluso los pies. El capítulo sobre “La invocación, veneración y reliquias de los santos y de
las sagradas imágenes” establecido por el Concilio de Trento estableció que a las imágenes
debían brindárseles el honor y la veneración correspondiente, haciéndose un uso apropiado para
que “nada se vea desordenado, o puesto fuera de su lugar, y tumultuariamente, nada profano y
8 Hay que considerar también que el Virreinato de Nueva Granada fue creado en 1717 por cuestiones económicas
y estratégicas a la luz de las reformas borbónicas, más tarde fue disuelto y vuelto a formar. Mientras que el
Virreinato de Perú (creado en 1542 y con capital en Lima) fue establecido y organizado más tempranamente, lo
que permitió, además que fuese el más rico y prestigioso de América del Sur. Sin embargo, en lo que a los artistas
se refiere, todos eran igualmente hábiles (cada uno con su estilo) y tenían una problemática común, dependían de
los materiales, pigmentos, aglutinantes, o pinceles que provenían de Europa. Ante la escasez o la dificultad de
adquirirlos, algunos elementos comenzaron a ser remplazados por productos locales; siendo esta una de las razones
por las que se incorporan diversos colores, técnicas y componentes en las obras de las distintas regiones.
nada deshonesto”. Por ejemplo, las figuras femeninas están cubiertas con un pequeño velo sobre
su cabeza (las que estaban en edad de desposarse, las casadas o viudas).
De todas formas, según las disposiciones tridentinas las imágenes que se iban a exponer debían
contar con la aprobación eclesiástica para su creación porque las pinturas, particularmente la
ubicadas en espacios públicos causaban un gran impacto visual a un número mayor de fieles.
Fuese a través del ornato, la composición, el color, el pintor debía sugerir sentimientos piadosos.
Eran esenciales entonces la forma del rostro, los ojos, la disposición de las manos,
gesticulaciones y la actitud del cuerpo eran esenciales al momento de incitar las disposiciones
del alma para el culto y la adoración.
En las obras escogidas para este trabajo, la mirada de los personajes se dirige al Niño Jesús, sea
elevando los ojos como parte de una experiencia mística o bajándolos como signo de respeto
ante lo sagrado. En dos de los cuadros (figuras1-5), aparece el niño San Juan Bautista con
diversas imágenes iconografías; se ha incluido un cordero (alusivo al sacrificio de Cristo) y una
pequeña cruz que alude a la muerte de Jesús y a su triunfo sobre ésta. Las escenas recrean
detalles tiernos, actitudes infantiles o cariñosas; y en una de ellas San Juan Bautista (niño)
introduce al espectador dentro de la escena con su mirada y actitud. La escenificación o
participación activa en esta obra se inicia al observar una escena de carácter privado o familiar,
que permite la interiorización de la experiencia devota. San Juan Bautista mira al espectador
desde la cabecera de la cuna y lleva el índice derecho en los labios, como si estuviese pidiendo
silencio para ante el niño Jesús que duerme.
También el gesto las manos de la Virgen es distinto al de otras imágenes escogidas, pues están
en señal de oración, mientras vela el sueño del niño Jesús. Las dos manos juntas un poco fuera
del cuerpo se utilizan para dar la idea de rezo, cuidado o pedir por el niño. La quirología o
lenguaje natural de las manos tenían una compleja codificación para complementar la acción
del rostro o para expresar un sentimiento, y comunicaban a los fieles una serie de indicaciones
que le ayudaban a su meditación, lo que permite inferir estaban familiarizados con ese lenguaje.
Y si bien cada uno de los artistas plasmaba su impronta personal en las obras, encontramos
ideas, lenguaje y representaciones que eran ineludibles a la hora de crear una obra de arte en las
colonias americanas. Esto ocurría no solo por la regulación eclesiástica y estatal sino también
por los deseos de los mecenas, cofradías, iglesias o destacadas figuras del virreinato que
encargaban obras de arte donde pretendías se reflejase la riqueza o estatus social de quien la
encomendaba. -
3- Consideraciones finales.
El Concilio de Trento definió y determinó al matrimonio como un acto sagrado que debía ser
bendecido exclusivamente la Iglesia Católica, contando para ello con el apoyo de la Monarquía
española, tanto en la península como en los territorios de ultramar. Las directrices nupciales
fueron difíciles de aplicar en los inmensos y diversos territorios conquistados por la Corona
española pero el arte fue uno de las prácticas utilizadas para difundir los conocimientos sobre
la fe, las ideas y las virtudes de perfección moral y actos honestos.
Los virreinatos recibieron las tradiciones pictóricas europeas, pero una de las que más hondo
caló en el arte y en la sociedad fue la que se dio luego de Trento, entre los siglos XVI y XVIII.
Y si bien se ha relacionado con una experiencia estética, también trajo cambios en el ámbito
religioso, social y cultural, amoldándose a las diferentes características regionales.
De todas formas, cabe señalar que el Concilio de Trento no propuso ninguna idea innovadora
en su reglamentación en relación al arte, solo estableció el respeto con que debían venerarse las
imágenes. En cuanto a las representaciones se destacó la disminución de las alegorías cultas y
la focalización en las ideas principales de las historias bíblicas, omitiendo detalles que pudiesen
distraer la atención de los fieles. Y si bien los argumentos pictóricos brindaban a los creyentes,
herramientas para realizar una lectura de las obras y adorar las imágenes, el Concilio de Trento
fue enfático en afirmar que el culto era hacia lo que ellas representaban, y no a las imágenes en
sí mismas.
Las figuras de santos y vírgenes se implantaron como artefactos discursivos para modelar la
subjetividad, establecer ideologías e instalar a través de los discursos visuales el modo correcto
de cómo deben ser y cómo se deben comportar los fieles. Para ello los artistas establecieron
formas de concebir la luz, el color, la distribución espacial de las figuras, la presencia de
ángeles, vírgenes y santos, con la sobreabundancia de pliegues en los ropajes y los haces de luz
provenientes del cielo, privilegiándose la belleza sensible que expresase la presencia de Dios.
Casi podría considerarse exactas las palabras de Gombrich, en cuanto a que la Iglesia se
proponía proporcionar a los fieles una idea anticipada del Paraíso. Sin embargo, para lograrlo
los devotos tenían que someterse al control de su conciencia, su cuerpo y sus actitudes,
cumpliendo con las disposiciones de las autoridades eclesiásticas y gubernativas. Nada
escapaba a esa vigilancia, que se establecía de acuerdo a la legislación sacra y la administrativa.
La familia como unidad social, eje y guía de las relaciones aceptadas socialmente, era el norte
de las políticas en los virreinatos y en España, ya que una comunidad ordenada y respetuosa de
la ley, debía serlo desde su célula primaria. El modelo a imitar era la Sagrada Familia cuyas
representaciones apelaban a la sensibilidad, al encuentro entre lo humano y lo divino,
vinculando el alma con el corazón más que con la razón. En definitiva, arte sencillo debía ser
percibido fácilmente por todas las personas, que debían ser capaces de comprender el ejemplo
propuesto y los beneficios derivados de proceder de acuerdo a lo establecido por las leyes del
cielo y de la tierra.
Bibliografía
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Santillana, 1992.
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Barbagli, Marzio. La vida familiar a principios de la era moderna (1500-1789). España:
Paidós Ibérica S.A., 2002.
Anexo
La Sagrada Familia.
Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos
Siglo XVII Nueva Granada.
Figura 2
Los Dos Trinidades con San Agustín La Sagrada Familia.
y Santa Catalina de Siena. Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos
siglo XVII. Anónimo. (escuela de Cusco) Siglo XVII. Nueva Granada
Figura 3 Figura 4
Sueño del Niño.
Joaquín Gutiérrez.
Siglo: XVIII. Nueva Granada
Figura 5
La Sagrada Familia con San Juan
Bautista. Anónimo. Siglo XVIII
(escuela de Cusco)
Figura 1