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© 2019 - Derechos Exclusivos de todas las ediciones para
todo el mundo reservados por Federico Kahn
Editado por Grupo de Escritores Argentinos - Suipacha 211 -
5 to J - Ciudad de Buenos Aires - [email protected]
Khan, Federico
Relatos del tetra de Chapelco / Federico Khan. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Grupo de
Escritores Argentinos, 2019.
Libro digital, PDF
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-757-070-0
1. Relatos. 2. Narración. I. Título.
CDD 808.883
Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Impreso en Argentina
Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, o su almacenamiento en un sistema
informático, su transmisión por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia, registro u
otros medios sin el permiso previo por escrito del titular del copyright. Todos los derechos de
esta edición reservados por Federico Kahn, Buenos Aires, Argentina.-
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Índice
Prólogo ..................................................................................................................................................... 4
Esto empezó así .................................................................................................................................... 5
El chequeo médico............................................................................................................................ 5
El entrenamiento ............................................................................................................................... 6
Una primera evaluación .................................................................................................................. 6
Entrenar para el running .................................................................................................................. 9
Los pasos previos ........................................................................................................................... 11
Ropa y pertrechos .......................................................................................................................... 12
Presentación de mi compañero de aventuras ........................................................................ 14
Curriculum ....................................................................................................................................... 14
Actividades extradeportivas ......................................................................................................... 15
Ocupaciones varias y cómo construir un artefacto porta-esquíes .................................... 15
Asado ................................................................................................................................................. 17
Inscripción final en Nieves del Chapelco y Excursión a Meliquina ............................... 19
La Competencia ................................................................................................................................ 22
La víspera ......................................................................................................................................... 22
El día de la competencia .............................................................................................................. 23
La largada y el ascenso ................................................................................................................. 24
La etapa de esquí ............................................................................................................................ 26
Perdido en la nieve ........................................................................................................................ 27
Etapa de mountain bike ................................................................................................................ 30
Etapa de kayak ................................................................................................................................ 31
Etapa de running ............................................................................................................................ 34
Epílogo .................................................................................................................................................. 37
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“Para mí, correr, al tiempo que un ejercicio provechoso, ha sido también una metáforaútil”
HARUKI MURAKAMI
Prólogo
Se me ocurrió contar esta historia, al ver cuánto interesaba y divertía el relato de mis
andanzas y desventurasa los asistentes de unas comidas que mi querida amiga Daniela
organizaba una vez concluida mi participación en el Tetratlón de Chapelco.Así que
pensé podría ser de interés ponerlas por escrito, para provecho y recreo de algún posible
lector, y aun servir de estímulo a un ignoto deportista que, como yo, no hubiere tan solo
imaginado la posibilidad de vivir esta fascinante experiencia. Me refiero, desde ya,a
quienes no son deportistas profesionales, ni siquiera a aquellos aventajados amateurs
que hacen del deporte la razón de sus vidas, sino a los que albergan en un recóndito
lugar de sus deseos, la comezón de la aventura.
Caminar o andar en bicicleta, incluso navegar en un bote, son maneras distintas de
disfrutar del entorno, diferentes de hacerlo a bordo de un automóvil o de algún otro
vehículo motorizado. El paisaje discurre en otros tiempos e induce el ánimo a disfrutar
del camino, más que de su término. No es el caso de quien compite en un tetratlón.
El Tetra de Chapelco es una competencia deportiva multidisciplinaria, que tiene lugar
todos los años, desde 1987, generalmente el primer sábado de agosto, y en la que en un
mismo día se deben completar sucesivamente etapas de esquí, mountainbike, kayak y
finalmente running.
Durante cinco años esta aventura se convirtió en bienvenida costumbre. No solo la
competencia como tal, sino los preparativos y su posterior evocación fueron
significativos para mí como lo siguen siendo hasta el día de hoy.
Federico
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Esto empezó así
Mi primer Tetra lo corrí el año 2010.Me invitó a participar mi amigo Ricardo,
propietario de un complejo hotelero en San Martín de los Andes, ubicado en el Parque
Nacional Lanín; un resort de cabañas de piedra y madera, restaurante y wine bar
incluidos, sobre el faldeo de la montaña, que a través de un bosque de robles y
araucarias asoma allago Lácar.
A Ricardo lo conocí por el año 2000, en un viaje que hicimos en su camioneta, saliendo
de San Martín de los Andes, cruzando a Chile por el paso Cardenal Samoré luego de
recorrer el Camino de los Siete Lagos. Íbamos tres parejas. Hicimos noche en El
Frutillar, junto al lago Llanquihué a la vista del pico nevado del volcán Osorno.
Después de comer, decidimos dar una vuelta por la costanera. La obscuridad y el mero
cansancio del viaje, que facilitan la confidencia,hicieron fluir la conversación que dio
comienzo a nuestra amistad. El día siguiente seguimos a Puerto Montt en donde
embarcamos en un crucero para recorrer los fiordos chilenos hasta llegar al glaciar San
Rafael. Pero esa es otra historia.
Ricardo, vecino prominente de San Martín de los Andes, había estado en la
organización de los primeros Tetra y participado en uno de ellos. Veinte años después,
con pancita y pintando algunas canas, le dio por repetir y me invitó a acompañarlo.
Contaba yo en ese entonces con la respetable edad de sesenta y seis años. Si bien
desdesiempre había practicado deportes, hubo un lapso de mucho cigarrillo y bastante
alcohol, y solamente hacía poco tiempo había retomado tímidamente la actividad
física.Pero aventura y naturaleza me han resultado desde siempreuna combinación
irresistible. Mis padres nacieron en Alemania, a orillas del río Rhin, y yo crecí
escuchando sus historias de viajes río arriba, en barcazas de remolque abordadas a
hurtadillas (aunque algo habrá habido de aquiescencia de los patrones), luego de
alcanzarlas a nado y treparse a ellas; o la historia de su furtiva partida de Unkel,
pueblito natal de mi madre, cuando remaron de noche en un kayak hasta Colonia para
luego, desde allí, emigrar a Amsterdam, huyendo de la Alemania nazien un recorrido
que finalmente los haría recalar en Argentina. (Recuerdos que, admito, a fuerza de
repetidos, pueden ser más fieles a las palabras que a los acontecimientos)
El hecho es que a los pocos días, y bajo la tutela del hijo de Ricardo, atleta de elite,
estábamos cumpliendo nuestra primera rutina en el gimnasio. Comenzó bien temprano a
la mañana con una taza de café con leche y una tostada de pan integral untada con queso
crema y mermelada de naranjas amargas. Como principio, me pareció bien.
El chequeo médico
Ante todo tuvimos que someternos a un riguroso estudiomédico, una evaluación de
nuestro estado físico para comprobar si estábamos en condiciones de encarar el
entrenamiento. O no. Lamentablemente ese estudio reveló una dolencia menor en
Ricardo, que lo dejó tempranamente fuera de juego. Pero yo ya estaba lanzado y decidí
continuar.
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El entrenamiento
Ya tenía establecida la rutina. Tres días a la semana gimnasio: cinta, bicicleta fija,
abdominales, dorsales, musculación de brazos y hombros, cuádriceps e isquiotibiales;
un día de práctica de bicicleta en el circuito KDT con control de cardio, un día de
descanso y dos días de paseo en bici con mis amigos.
Esto sucedía a principios de marzo, casi cinco meses hasta el día de la competencia.
Un régimen de entrenamiento exigente altera la rutina diaria. Como la del trabajo
normalmente es la más rígida,es la social la que sufre las consecuencias. Rechazar
invitaciones que en otras circunstancias se aceptarían y ser más estricto con las comidas
es lo básico.
Consulté a una nutricionista quien me indicó una dieta (nada que yo desconociera) pero
el control semanal y la vergüenza de no cumplir lograron lo que mi sola determinación
no hubiera podido. Así que en poco tiempo bajé unos seis kilos.
El gimnasio es un mundo conformado por diferentes tribus, al que poco costó
incorporarme y en el que pronto me hice de un grupo de amigos: allí están quienes
hacen fierros, con sus torsos desproporcionados respecto del resto del cuerpo; chicas
que se quieren poner lindas porque están por casarse, las que quieren verse lindas para
casarse, los que van simplemente por sentirse bien en su piel, quienes van para hacer
sociales, los que buscan en el gimnasio la fuente de juventud eterna (o al menos dilatar
el deterioro del paso del tiempo);también quienes entrenan para un deporte o
competencia, los rugbiers, las jugadoras de hockey, y aquellos que comparten un algo
de todo esto, incluso el obligado ejercicio de narcisismo frente al espejo.
Entrenar exige ante todo constancia, no todos los días el cuerpo responde del mismo
modo. Hay veces en las que solamente la tenacidad permite completar la rutina; eso, y
la percepción del paulatino incremento de las capacidades físicas, la noción
omnipresente del objetivo por el cual se entrena y finalmente, saber que siempre al cabo
surgirá la sensación de euforia que proporcionan las endorfinas excitadas. Al menos así
es como yo lo tomé y el motivo por el cual pude mantener (con pocas excepciones) el
programa que me había impuesto.
Una primera evaluación
Habían pasado unos treinta días de entrenamiento cuando hice un inventario de mis
habilidades en cada una de las cuatro disciplinas. Con la que más cómodo y preparado
me sentía era con la de bicicleta. Hacía años que no esquiaba, pero por haberlo hecho de
joventenía cierta confianza en mi memoria muscular. Además, pensé, es cuestión de
largarse y aunque sea rodando siempre se llega. Más tarde y por las malas me daría
cuenta de cuán equivocado estaba. En cuanto al kayak, toda la vida me gustaron los
deportes acuáticos, de manera que, si bien nunca lo había practicado, mi buena relación
con el elemento me jugaba a favor. Quedaba el running,que definitivamente no era mi
fuerte.
Evaluación lamentable, que lejos de sumirme en el desánimo, me llevó a poner en
acción un cronograma planificado de prácticas y objetivos.
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Un ensayo general: el duatlón
Se dio la feliz coincidencia por ese entonces de que al tiempo que estaba tomando un
par de clases de kayak con Hernán, instructor en la guardería El Molino, se organizó allí
un duatlón. Era la oportunidad de participar de una especie de ensayo general, un
anticipo de la verdadera competencia. El circuito previsto era navegar en kayak desde
El Molino (a orillas del Río de la Plata en Acassuso) hasta el Náutico San Isidro, entrar
al canal y salir por el mismo al Río Luján y regresar al Molino. Un circuito de 9 km.
Luego había que dejar la ropa de kayak, calzarse las zapatillas y hacer 10 km de
running, bordeando las marinas de San Isidro.
El día indicado nos reunimos todos los competidores, que éramos unos cincuenta, en el
parque del Molino, frente al río. Observaba a mi alrededor los flacos y flacas
enfundados en sus estilizados trajes de neopreno. Yo, con mi vieja chaqueta que solía
usarpara practicar esquí acuático en invierno -leve pero notablemente abultada sobre la
protuberancia de mi abdomen-parecía literalmente sapo de otro pozo. En todo caso no
me veía ni parecido a ellos con quienes tampoco compartía esa especie de danza de
elongaciones y precalentamientos. Esto referido a la estética. Pero lo que
verdaderamente empezaba a preocuparme era el viento, que habiendo
refrescado(digamos un fuerza 5) y viniendo del sudeste, empezó a alterar la calma del
río con unas olas de metro más sus correspondientes crestas.
A la voz de largada, corrimos, no a los botes, sino con los botes, hasta el agua. Ajusté el
cubre cockpit y comencé a remar. Ver la cantidad de embarcaciones volcadas apenas
salimos me produjo sensaciones encontradas; por un lado temor, por el otro una oleada
(corresponde aquí la metáfora marina) de confianza, porque yo seguía navegando, con
el viento prácticamente a mis espaldas aunque con las olas un tanto cruzadas como
entrando por la amura de estribor, lo que me obligaba en ciertos momentos a barrenar
las olas para no hundir la proa y me dificultaba mantener el rumbo. Recordaba de mis
clases con Hernán: tenés que remar como bailando”Yo no bailo”, dije.“Yo tampoco”,
me contestó, “pero hacelo acompasado, con ritmo”. Otro consejo que recordé entonces
fue el de permanecer lo más acostado posible, para bajar el centro de gravedad. Y así
llegué finalmente a la baliza que marca la entrada al Club Náutico.
Entrando al canal, a cubierto del viento, el agua era un remanso. Pero todo tiene contra:
al faltar el viento y el rocío del agua, la chaqueta me provocaba un calor insoportable.
Aguantar. La navegación por el canal, que sirve de amarradero a todo tipo de
embarcaciones, desde la más humilde hasta cruceros de setenta y tantos pies, fue
relativamente rápida y sencilla. El problema se presentó cuando salí al Río Luján,
queallí desemboca en el Río de la Plata. Las olas eran ya de metro y medio y el viento
de frente estaba muy fuerte. Cuando perdí de vista la costa cercana del Luján y me
encontré en medio del Río de la Plata, perdí también la referencia de mi avance. Me
parecía estar remando en un mismo lugar, luchando contra el viento. Eso, y las olas que
rompían por encima de mi bote y el cubrecockpit que goteaba cada vez más,por
momentos me hicieron pensar en abandonar. Tampoco sabía muy bien cómo hacerlo, ya
que la costa se veía lejana e inaccesible.Pero con esa dificultad para abandonar y algo
de amor propio,hice de tripas corazón y seguí. Cuando finalmente entreví el palo que
marca la entrada al Club de Pesca, ya sabía que mil metros más allá estaba la cala del
Molino, así que junté fuerzas y llegué a la meta.
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Allí me deshice de la chaqueta, me calcé las zapatillas y a trotar.Me costaron esos 10
km. (para ese entonces todavía no había entrenado para el running), pero finalmente
llegué. Me esperaban mis amigos con un espléndido vacío a la parrilla, ensalada mixta y
una parva de papas fritas. Que bajamos con un buen Cabernet Sauvignon, obviamente.
KAYAKS EN “EL MOLINO”
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Entrenar para el running
En este tema del running, otro joven amigo que ya había corrido un par de Tetras, me
aconsejó: si podés dar tres vueltas al circuito del Parque Sarmiento (15 km en
total),podés correr el Tetra, sino, dejalo. Así que un día de otoño, frío y ventoso, ya con
varias prácticas a cuesta, llegué al parque en bici, la dejé junto con mi rompeviento,
casco y zapatosal cuidado del cajero de la Esso (ahora devenida Axion), me calcé las
Nike y partí al trotecito liviano. El circuito dibuja una especie de triángulo y es un
preferido de los ciclistas, que lo ocupan en especial los fines de semana. Pero esa tarde
estaba solo para mí. Al salir de la Esso, son unos 1300 metros por Crisólogo Larralde
hasta topar con la colectora de la avenida Gral. Paz, en un camino flanqueado por
casitas bajas y la parte trasera del barrio Saavedra. Siguiendo la colectora, a la derecha y
paralelo a la avenida, se bordea el parque frente al barrio, con un suave repecho, hasta
topar con la avenida Balbín(2200 metros). Ahí nuevamente se dobla a la derecha en un
trayecto sinuoso por Triunviratoque termina en la Esso (1500 metros) para culminar la
vuelta de 5000 metros. En toda prueba deportiva, y en especial las de resistencia, es
fundamental conocer el propio cuerpo para dosificar los tiempos y la energía.
Promediando la primera vuelta, creí que de esa no pasaba; cuando encaré la segunda (ya
no percibía el frío y el viento era como música)sentí que podía ir mucho más ligero,
pero me refrené, y así es como puede completar la tercera en bastante buen estado. Más
tarde seguirían prácticas en las barrancas de San Isidro y las de Belgrano, para
acostumbrarme a la geografía áspera de la montaña. Otro circuito que adopté fue el que
va desde las Barrancas de Belgrano por la calle La Pampa hasta el puente que lleva a
Ciudad Universitaria. Bordeándolo por un sendero de tierra y pasto, se puede repetir
hasta el infinito la subida y abrupta bajada, para finalmente retomar el camino a casa.
Estas pruebas pueden sugerirle a un ajeno aquel insoportable, por vano, castigo de
Sísifo, quien debía una y otra vez empujar cuesta arriba una roca, que antes de llegar a
la cima volvía a rodar cuesta abajo. Al contrario, para quienes entrenamos, cada repecho
superado nos acerca un poco más al objetivo.
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PARQUE SARMIENTO BUENOS AIRES ENTRENAMIENTO RUNNING Y BIKING
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Los pasos previos
Comencé con el trámite de inscripción, aquel año de 2010 hacia el mes de mayo, pero
fue cuando recibí mi número asignado de competidor (el 229) que tuve cabal conciencia
de que la decisión no tenía marcha atrás.
El comentario hecho a mis amigos de la incipiente idea de participar en el Tetra había
sido recibido en su momento con total descreimiento y acotaciones -por llamarlas de
forma civilizada- mordaces. Y con muchas dudas. Dudas que en mi fuero más íntimo yo
compartía. A veces, la manera que adopto de saldarlas es defender la opinión, o en este
caso el proyecto, con una vehemencia digna de mejor causa. Es una manera de obviar el
análisis más profundo del problema, pero también es el modo en que se emprenden las
cosas. Que si todas las pensáramos bien, probablemente pocas o ninguna llevaríamos a
cabo.
Atrás quedaban los titubeos, reemplazados sino por una recién ganada convicción, al
menos entreverados en el cúmulo de tareas a encarar:
Alquilar el kayak y convenir su transporte a San Martín de los Andes.
Preparar la bicicleta, reemplazar cubiertas, acondicionar las cámaras con líquido
antipinchazos, verificar inflador y accesorios, así como asegurar su transporte en
tiempo y forma.
Obtener el certificado de apto médico específico para esta competencia.
Reservar y alquilar el equipo de esquí y verificar los elementos propios, como
pueden ser botas y la ropa adecuada.
Reservar hotel.
Alquilar el vehículo, que no es un tema menor ya que la oferta en esa zona y
para la época del Tetra es (o era) limitada.
Pasajes aéreos.
Repasar toda la logística de la carrera y trazar una estrategia en base al nivel
alcanzado en el entrenamiento, con los tiempos esperados en cada una de las
etapas. Esto es importante porque cada una tiene límite de tiempo para
cumplirlas, superado el cual no puede iniciarse el tramo siguiente.
La organización del Tetra emite informes con las instrucciones de cumplimiento
obligatoriopor un lado y recomendaciones opcionales por el otro. Entre estas últimas
recuerdo una sobre la vestimenta; decía que en caso de lluvia era mejor correr con
calzas cortas que largas, porque las largas mojadas aumentaban la sensación de frío. Las
recomendaciones obligatorias indican características de los botes, su tamaño y
estanqueidad, el grosor mínimo de los trajes o chaquetas de neopreno para la travesía en
kayak, el tipo de bicicleta permitida y la ropa y calzado aptos para el esquí, así como las
reglas de ayuda en competencia y las distintas penalidades por incumplimiento de las
éstas. Recién a último momento, en la víspera de la carrera nos informaron el circuito
detallado.
Ese año, la competencia, por razones climáticas, tuvo lugar el sábado 28 de agosto.
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Ropa y pertrechos
Un ayuda-memoria que preparé para una de las competencias da una idea de la ropa y
elementos necesarios para cada etapa.
PARQUE CERRADO BASE CHAPELCO CON LA ROPA DE SKI PUESTA
(El parque cerrado es una zona acotada a la que solamente acceden los competidores
antes de la carrerapara depositar los elementos necesarios para la misma y para los
cambios de ropa y vehículo en cada una de las etapas)
Esquíes y bastones
Botas de esquí
Medias térmicas y de lana
Calza larga + pantalón de esquí
Camiseta térmica
Jersey bici mangas largas
Camperón de esquí
Antiparras sol y nublado
Guantes de esquí
Gorra polar + turtleneck
Casco bici
Gatorade + 3 barritas de cereales
Manteca de cacao
Dinero
PARQUE CHAPELCO BOLSA 2
Bicicleta
Cámara repuesto + cucharitas
Zapatos bici
Cubre zapatos
Guantes bici
Campera bici Scott
Gatorade + 1 barrita de cereales
Caramañola con Gatorade
PARQUE CERRADO LACAR 1 BOLSA 2
Gatorade + barrita cereales
Toallón
Desnudar torso sigo con calza larga
Campera neopreno
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Medias neopreno
Pollera neopreno kayak (ajustar bien)
Salvavidas con silbato
Mochila Camel
Manoplas
Pala
PARQUE CERRADO LACAR 2 BOLSA 3
Medias térmicas
Calza corta
Campera liviana Nike
Zapatillas running
Cinturón hidrante
Gatorade + 2 barritas de cereales
Guantes bici
Luz frontal
TAREAS PENDIENTES
Alquiler esquíes + bastones
Gatorade 7
Barritas de cereales 7
Alquiler kayak
Transporte bici
Alquiler vehículo
NO OLVIDAR
Dinero
Voucher pasaje aéreo
Inscripción Tetra
Certificado médico
Alquiler vehículo
Reserva hotel
Notebook
Celular + cargador
Kindle
Cortapluma
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Presentación de mi compañero de aventuras
Currículum
Pablo es un señor de mi edad. Ingeniero de profesión, coronó sus estudios de ciencias
duras con una licenciatura en filosofía. Especializado en la industria petrolera
desempeñó múltiples tareas a lo largo y ancho de este mundo. Trabajó en el clima
bochornoso y opresivo deMaracaibo, Venezuela y en las plataformas petroleras del
helado Mar del Norte, a las que accedía desde Stavanger, en Noruega. En Catú, al norte
de Bahía, Brasil. También lo hizo en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia y en Talara, Perú.
En Big Rapids, Illinois y San Antonio, Texas, en Red Deer y Medicine Hat en Alberta,
Canadá. Y por si fuera poco trajinó la Argentina por toda su vasta geografía: Catriel,
Cutral Có, Río Grande, Malargüe, Tartagal, Cañadón Seco.
Su vida trashumante y vagarosa no resultó en beneficio derelaciones de pareja
perdurables, de las que cuenta con un frondoso prontuario. No es el caso de las de sus
amigos, que aún conserva y cultiva con esmero. Estas experiencias le dejaron anécdotas
y cuentos diversos. Es un buen amigo y me acompañó cada vez que se lo pedí y pudo en
estos viajes. Lo hizo como camarada de francachelas y excursiones varias (lejos de su
ánimo la participación deportiva, que tolera en mí como una especie de locura
inevitable),siempre presto a ayudar y asistirme en lo que fuera.
Muy probablemente sea el protagonista de otra historia.
MI AMIGO PABLO
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Actividades extradeportivas
Ocupaciones varias y cómo construir un artefacto porta-
esquíes
Siempre llegábamos a San Martín de los Andes con una semana de anticipación al día
de la carrera, lo que nos daba tiempo a mí y a mi compañero para encarar, aparte de
toda la actividad gastronómica y social,la logística propia de la competencia.
Intentábamos (y a veces hasta lográbamos) sustraerles a todas estas tareas su esencia
rutinaria y dotarlas de alguna épica, o al menos de algún punto de interés. Me viene una
a la memoria. Era mi segundo Tetra, y gracias a la experiencia del primero, había
elucubrado la idea de armar una especie de carcaj para llevar los esquíes colgados a la
espalda, lo que dejaría libres mis manos para usar los bastones como apoyo, en el
extenuante tramo de ascensión a pie. Busqué en internet y en negocios de deportes en
Buenos Aires y en San Martín, sin encontrar lo que buscaba. Por tanto decidí fabricar
algo casero y a medida. De Buenos Aires había traído dos tiras adecuadas de velcro;
faltaba adosarlas a un correaje que me permitiera cargar las tablas a mis espaldas. ¿A
dónde recurrir? Luego de un agotador brainstorming, finalmente decidimos que
necesitábamos una mercería, a la búsqueda de la cual nos abocamos. Lo que en
principio asomaba como fácil, resultó tarea ímproba, en gran medida porque los
lugareños a quienes preguntábamos desconocían hasta la palabra, supongo que por ser
las mercerías tiendas de otras épocas, antiguas y pasadas de moda. Nuestra consulta era
recibida con extraños gestos de entre incredulidad y mofa. Finalmente fue un chico, de
no más de once años, quien nos indicó un lugar, al que nos encaminamos con toda la
desconfianza que nos provocaba la fuente de información. Pero efectivamente y para
nuestra agradable sorpresa, dimos con la mercería.
Buenas, buenas, saludamos cordialmente. Qué necesitan, preguntó desganada la señora
mercera, levantando los ojos de su costura. Mi amigo, que entre otros atributosostenta,
como ya apunté,el de ser ingeniero, como tal intentó explicar en términos breves y
concisos lo que es un carcaj, aunque no pudo soslayar en el intento referirse a los indios
sioux y la colonización del lejano oeste de los Estados Unidos de Norteamérica. En eso
estaba, y mientras la mercera repetía por enésima vez, interrumpiendo la descripción del
artefacto, que con tan buenas referencias históricas desarrollaba mi amigo, “eso acá no
se vende” se escuchó una voz de hombre desde la trastienda del local que decía a la que
después supimos era su señora,“dejámelo a mí”.E hizo su aparición el señor mercero
cuyo aspecto relajado revelaba que su probable única ocupación era la atención de
clientes exóticos con pedidos extraordinarios, dejando en manos de su mujerla labor
más prosaica y afanosa de todos los días y todas las horas.
Con él sí pudimos compartir la idea y arquitectura del ingenio portador de tablas de
esquí, explayándonos a gusto sobre ángulos de caída respecto de la paralela de los
hombros, la altura del borde inferior teniendo en cuenta el largo de las tablas, su
inclinación y el tamaño del portador, este humilde servidor. Entre esta primera
explicación, los ajustes y el retiro del producto fueron tres las visitas y las charlas.
Finalmente nos cobró una bicoca, y pienso que lo hubiera hecho gratis por el solo placer
de nuestra compañía, placer que a todas luces no compartía la mercera que observaba y
escuchaba nuestras razones con todo el aspecto de considerarlas poco menos que
farragosos dislates de mentes calenturientas. ¡Por qué no piden un par de bombachas y
se dejan de jorobar!
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ARTILUGIO PORTASKIES A MI ESPALDA CUANDO ACOMODO MI BICI EN
PARQUE CERRADO
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Asado
En tres de los cinco viajes estuve acompañado por mi amigo Pablo y en dos de ellos se
nos acopló mi hijo. Ambos no solo me prestaron apoyo logístico sino que fueron
compinches de toda la actividad extra deportiva que rodeó a la competencia en sí, y que
a veces pienso,fue el motivo principal de los viajes, para los que el Tetra fue una mera
excusa. Porque las experiencias de las excursiones, los asados y las comidas que
hicimos en esas escapadas fueron tan memorables como las competencias que las
culminaron.
Aquel año paramos con Pablo en el Hostal del Esquiador, ubicado en el centro de la
ciudad, a pocas cuadras del lago, regenteado por su propietaria María Cristina. El
motivo principal por el cual habíamos elegido ese albergue, cómodo y familiar, era
porque contaba con un quincho cubierto con parrilla, y hacer un asado era parte
importante del programa de viaje.La idea original fue compartirlo con una sobrina de mi
amigo, guardabosque de Parques Nacionales, que vive en San Martín de los Andes. Un
pequeño detalle nos pasó desapercibido, y fue que la sobrina, ignorante de nuestras
buenas intenciones para con ella, estaba por esos días en Buenos Aires.
Pensando en la sobrina y su familia nos habíamos apresurado a comprar carne, achuras,
chorizos y verduras en abundancia. Ahora lo que nos faltaba era con quien compartirlo.
Llamé a Hugo, abogado y amigo, y lo invité a acompañarnos con su pareja. Respondió
que trataría de ir, pero que por lo imprevisto del convite, no podía darme seguridad, y
que no contara con Patricia, quien estaba ocupada. Nos pareció oportuno invitar a María
Cristina, la dueña de la hostería, quien sonándose la nariz declinó por encontrarse muy
resfriada. Ante la falta de comensales, Pablo intentó reclutar entre los pasajeros del
hotel; como magro resultado obtuvo la media palabra de una abogada y su hija de
diecisiete años. Es decir, lo único cierto era la cantidad de comida que habíamos
comprado, la incógnita era para quién.
Habiéndonos resignado a comer poco menos que nosotros dos solos,fuimos a poner en
marcha el fuego. El quincho, que servía también como lugar de guarda de los equipos
de ski de los pasajeros de la posada, estaba bien calefaccionado y provisto deuna mesa
larga con capacidad para unas diez personas, una linda parrilla con bacha para lavar,
adecuada superficie de trabajo, y contaba además con una leñera bien provista.
Al principio, descorchamos una botella de vino; y entonces se apagó la luz. Esto, que
podría parecer una refutación del Libro del Génesis, fue el efecto de un corte de energía
eléctrica.
Ahora sí que estábamos embromados. Nos miramos (es una manera de decir, porque en
la negrura de la noche y sin luz no veíamos más allá de nuestras narices) con Pablo, sin
decir palabra; ésta no era nuestra noche. Pero entonces apareció María Cristina, la
resfriada.“Tranquilos, vengo a poner en marcha el grupo electrógeno”. Y así lo hizo,
hábil y rápidamente. Volvió la luz, una a favor, además de “ya me siento mejor, cuenten
conmigo”. Y ahí a comenzar con el moroso ritual del fuego y la parrilla. Prender el
papel, que enciende los leños más pequeños, que estos los más grandes, y todo el
conjunto acomodado en una armoniosa estructura perfeccionada con el tiempo.
Promediada la primera botella de tinto (que si bien recuerdo era un Cabernet Sauvignon
de bodegas del Fin del Mundo) ya había buenas brasas; las morcillas calentitas y la
grasa de los chorizos, que ya despuntaban un crujiente dorado, chirriaba sobre el
fuego.Y empezarona caer los invitados.
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Finalmente tuvimos cartón lleno,no solo vino Hugo sino que también lo hicieron
Patricia, la abogada y su hija, y como ya dije antes, se había sumado María Cristina. Al
final hubo que aportar más carne y verduras, y obvio, el vino que habíamos comprado,
más el que trajeron los invitados.
Como para lograr la velada perfecta, se armó una linda discusión entre María Cristina y
Patricia, ambas docentes. No recuerdo de quése trataba pero sí que fue apasionada,sino
por el tema, lo fue por el vino. Quiero aclarar que yo estuve bastante moderado en mi
ingesta (al menos en relación con la desmesura del resto de los comensales) teniendo en
cuenta mi compromiso de llegar en más o menos buenas condiciones al día de la
competencia. ¡Hic!
CARTON LLENO!
HIC!
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Inscripción final en Nieves del Chapelco y excursión a
Meliquina
STAFF INSCRIPCIÓN NIEVES DEL CHAPELCO
LLEGÓ LA BICI DESDE BUENOS AIRES!
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Habíamos hecho el trámite final de inscripción en la sede de Nieves del Chapelco y
alquilado los esquíes.
Todavía faltaba que llegara mi kayak; pero ese día, luego de haber buscado la bici del
expreso y hecho algunos kilómetros por parte del recorrido de la competencia para
probarla, nos quedaba tiempo libre.
Así que decidimos partir en excursión, al mediodía, rumbo a la Villa Lago Meliquina.
Meliquina es un pueblito o conglomerado de unas pocas casas y algunas cabañas para
turistas, a orillas del lago homónimo. Nos tomó un buen rato llegar. Una vez dejada
atrás la ruta de los Siete Lagos y tomado el desvío a nuestro destino, el camino no
estaba en buenas condiciones. Mi amigo y copiloto Pablo aprovechaba estos viajes
como si fueran una máquina del tiempo para volver a sus años de estudiante, cuando
había frecuentado estos parajes como mochilero, o cuando como joven ingeniero
empleado en empresas petroleras le tocó vivir en Neuquén. Esos cuentos insumían la
primera parte del trayecto y concluían irremediablemente, y al cabo de poco tiempo, en
otro tipo de oralidad (o nasalidad) esta vez proveniente de sus ronquidos.
A eso de las dos de la tarde, famélicos, llegamos a la orilla del lago, donde avistamos lo
que parecía ser un restaurante. El menú del día no daba muchas opciones, guiso de
lentejas o tallarines con tuco. Pero ¿qué más ni qué menos, se puede pedir en un frío día
de invierno a las dos de la tarde? Nos atendió la dueña, una piba muy bonita, con
apariencia de hippie de los sesenta, única cara visible hasta que al cabo de un tiempo
apareció su pareja, vestido con camisa de leñador canadiense y jeans bien gastados,de
aspecto hosco y taciturno en contraste con la chica, locuaz y simpática. Por ella nos
enteramos que el lugar trabajaba, según la época, con cazadores y pescadores o gente
que va al cerro a esquiar. Además, que generaban su propia energía eléctrica con un
molino eólico ad hoc, y que el agua que usaban provenía de aguas arriba del arroyo,a
cuya vera estaba la fonda.
Como corresponde a mentes inquietas como las nuestras, de a poco y esperando la
comida, entreteniendo el hambre con pan y vino, fuimos elucubrando la historia
plausible de la hippie y el leñador, incluido un posible hecho de sangre en el que un
cazador había muerto víctima de los celos descontrolados del leñador. Obvio que
porhacha.
El guiso de lentejas, calentito y humeante, calmó la voracidad de las fieras, que la
momentánea saciedad y unas copas de vino habían mutado en monjes budistas en pleno
estado de contemplación de cómo pasa la vida.
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PABLO EN EXCURSIÓN
22
La competencia
Lo que sigue son recuerdos entremezclados de distintos Tetras en los que participé
por cinco años consecutivos. Me pareció adecuado a lo que me he propuesto, que es
rescatar algunos episodios representativos de cómo viví cada una de estas
competencias.
La víspera
El día anterior, la competencia ya se empieza a percibir en el trajinar de los corredores
ocupadosen sus últimos aprestos, y a sentir con un cosquilleo en el estómago.
La actividad comienza temprano por la mañana con la recepción delkayak. Hay que
pegar el número de corredor bien visible en la parte superior de la proa, proceder a su
desinfección obligatoria para evitar una posible contaminación del Lacar, llevarlo a la
inspección de Prefectura (que controla que su flotabilidad y los accesorios de
vestimenta del kayakista se adecúen a las normas exigidas)y acomodarlo en el box del
parque cerrado, indicado con el número del competidor, junto con la bolsa que contiene
los elementos necesarios para la travesía en kayak y otra con los elementos para el
tramo final de running. Una vez hecho todo esto, no es posible volver a ingresar al
parque cerrado hasta el momento en que el competidor entra para dejar su bicicleta e
iniciar la etapa de kayak. Ese día también, se hace la última revisión de la bolsa con
todo lo necesario para el circuito de bici, que se ubicará en el parque cerrado de la base
del cerro, el día de la competencia.
Por la noche se imparte la charla técnica, de concurrencia obligatoria, en la que el
director de la competencia comunica las últimas instrucciones en cuanto a la seguridad,
acompañada por imágenes truculentas que muestran los accidentes que la falta de
cumplimiento de esas normas pueden provocar. Además se define, en lo posible, el
circuito definitivo de la carrera, que dependerá fundamentalmente de las cambiantes
condiciones climáticas y a veces del impredecible humor de los habitantes mapuches,
cuyas tierras atraviesa partedel recorrido.
Esta charla reúne por primera vez a todos los corredores, y es en ella que uno comienza
a sentir algo así como el orgullo y la épica de pertenecer a un grupo de élite, distinto
yseparado del resto de los mortales. Digo que es una sensación, lejos estoy de afirmar
que en realidad lo sea.
No voy a entrar en detalles de la alimentación adecuada a un deportista, información
que abunda en la literatura especializada, solo mencionar que la víspera de la carrera, lo
aconsejable es cenar liviano, preferentementealimentos ricos en carbohidratos, pasta o
arroz.
En mi caso, la dificultad de conciliar el sueño que me provocaba el nerviosismo ante la
inminencia de la carrera, me llevó a recurrir a un somnífero suave para poder descansar.
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RECEPCIÓN DEL KAYAK
El día de la competencia
La hora prevista de largada de la carrera es a las diez de la mañana, pero conviene estar
alrededor de las ocho en la base del cerro. Debe tenerse en cuenta el tiempo que lleva
recorrer la distancia desde el alojamiento hasta allí,y prever la posible formación de
hielo en la ruta, que puede hacer necesario el uso de cadenas en las ruedas del vehículo.
Además del tiempo para acomodar en su respectivo box la bicicleta más el bolso con el
cambio de ropa para hacer el tramo de bicicleta que sigue al de esquí.
De manera que entre pitos y flautas me despierto a las seis de la mañana; sé que a partir
del desayuno y por el resto del día, no podréingerir más que aguas, jugos y barritas de
cereal o geles energéticos. Una vezarribado al estacionamiento del cerro, comienzan los
preparativos finales.
Calzarse las botas de esquí, ponerse los guantes y en mi caso el
camperóncorrespondiente, así como unos pantalones apropiados sobre la calza con la
que luego haré el tramo de bici. (Esto último no es el caso de los competidores más
jóvenes, ni qué hablar de los profesionales, quienes usan prácticamente la misma ropa
para esquiar que para la etapa siguiente, ya que no les interesa protegerse del frío sino
perder el menor tiempo posible en los cambios de indumentaria)
Luego hay que llevar la bici al box indicado con el número de corredor, cargar los
esquíes y bastones y dirigirse al punto de partida de la telecabina, lugar a partir del cual
solo pueden ingresar los competidores.
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En este momento, acomodadas la bici y la correspondiente bolsa, y luego de la
despedida de mis acompañantes,ya instalado en la telecabina, y en pleno ascenso, suele
invadirme una especie de calma y sosiego.
Todo este trajínno puede hacerse sin ayuda. En mi caso he contado siempre con la
generosa asistencia de mi amigo y de mi hijo.
Un dato: conviene llevar algo de dinero, porque hasta que los corredores son llamados
al punto de largada se hace tiempo en el bar Antulauquen, que pasa mejor con un último
chocolate caliente.
LLEGADA A LA BASE DEL CHAPELCO
La largada y el ascenso
Si no hay impedimento de última hora, unos veinte minutos antes de las diez de la
mañana, los altavoces invitan a los competidores (unos cuatrocientoscincuenta
aproximadamente) a concentrarse en una especie de corral, una estructura vallada de
sogas separadas por postes de madera. Cada uno carga, a sus espaldas o sobre sus
hombros, las tablas de esquí y los bastones. Como es costumbre en este tipo de eventos,
los corredores más competitivos y con mejores chances de ganar, se ubican adelante,
mientras que los demás nos acomodamos en el orden en que vamos llegando. A medida
que se acerca la hora de largada, el nerviosismo y la excitación de ese grupo apiñado se
sienten con una presencia penetrante. La única experiencia que tengo de algo
medianamente parecido es la espera de la apertura de un Apple Store, el día del
lanzamiento de un nuevo producto.
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A la voz de largada, el grupo comienza a moverse por un terreno de nieve apisonada,
relativamente llano, primero como una masa compacta, que a poco de andar, llegado a
donde comienza la trepada, ya se ha ido dispersando en función de las distintas
habilidades y capacidades de cada corredor.
LARGAMOS!
La trepada que sigue, previa a llegar al lugar donde se calzan los esquíes, es de una
exigencia inhumana. Hay que tener en cuenta que es el comienzo de una carrera en la
que los primeros la habrán concluido en cuatro horas y media, y los últimos en cerca de
diez horas. Como al inicio se dispone de todas las fuerzas y el espíritu competitivo aún
está intacto, la prudencia indica no ceder a la tentación de subir más rápido de lo
aconsejable por el afán de ganar posiciones,a riesgo de quemar la energía que debe
dosificarse a lo largo de toda la competición. Por lo que algunos abandonan
prematuramente frente a este obstáculo que es casi como un primer filtro de la carrera.
Este tramo en mi primer Tetra se desarrolló así:encaro la trepada por una pendiente de
unos treinta y cinco grados, con la mayor calma posible. De a tramos tengo que escalar
de costado para poder afirmar las botas, y no puedo usar los bastones como apoyo
porque tengo las manos ocupadas en mantener las tablas equilibradas en uno de mis
hombros. A pesar del esfuerzo me estoy quedando atrás; miro continuamente hacia
abajo para tranquilizarme con que no soy el último de la hilera. Traspiro y me agito por
demás. Eso no está bueno; yo logro mi mejor rendimiento cuando desarrollo un
esfuerzo parejo, incluso si es considerable. Lo que no es el caso, habida cuenta de los
repetidos resbalones y lo abrupto del terreno.No estoy usando el control de cardio, por
suerte, porque siendo razonable y respetando alguna promesa que con la cabeza fría me
había hecho a mí mismo, quizá aquí debería dar por terminada la competencia, por
exceder en mucho la frecuencia cardíaca aceptable para mi edad y condición.
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Por momentos paro, miro el tramo recorrido y atisbo el que falta. Mi táctica consiste
finalmente en mantener clavada la mirada al suelo y buscar pisar con mis botas las
huellas de quienes me preceden, con lo que logro mejor agarre que si lo hago en la
nieve virgen.
Y así, paso a paso, logro llegar al verdadero inicio de la etapa de esquí, en medio del
pelotón de los cincuenta últimos competidores.
La etapa de esquí
Mi primera experiencia con el esquí de nieve fue a los dieciséis años en Bariloche.
Hasta ese entonces no había visto nunca la nieve; recuerdo que me conmovió el silencio
de ese paisaje en blanco y negro.
Fue un viaje compartido conchicas y chicos de mi edad. A la excitación de la geografía
y el deporte recién descubiertos, se sumaba un estado de augurio feliz y difuso que
laconvivencia ycercanía de los cuerpos adolescentes generaban en el grupo.
Ni en ese viaje, ni en ninguna de las veces en que volví a pasar vacaciones en la nieve,
llegué aconvertirme en un eximio esquiador, pero también es cierto que nunca tuve el
miedo queotros sienten al enfrentarse a la pendiente. Deslizarse silenciosamente por esa
superficie de polvo blanco, recorriendo las curvas y contracurvas que describe la
trayectoria en la nieve, el cuerpo flexible como abisagrado en la cintura, las piernas
independizadas del tronco y el vértigo de la velocidad en un entorno de ensueño, esos
son mis recuerdos de esquiar. Al momento de correr mi primer Tetra, hacía unos quince
años que no lo hacía. En los días previos había hecho unas cuantas bajadas y llegué a
sentirme bastante seguro y como recuperando una habilidad olvidada, a tal punto que en
ningún momento de esos descensos me caí. Aquello que en principio consideré un
logro,iba a resultar un inconveniente imprevisto en la prueba, que fue el siguiente: en un
momento, en un bump mal encarado, me pegué un porrazo que terminó con toda mi
humanidad en la nieve. Como hasta ese entonces no había tenido tropiezo alguno,
cuando quise volver a calzarme los esquíes,la nieve acumulada en los talones y punteras
de botas y fijaciones, y la falta de práctica en ponerme las tablas en situación parecida,
me hicieron perder inútilmente un tiempo precioso. En sí, y dejando de lado este
contratiempo y la trepada, el resto de la etapa de esquí, que implicó bajar la montaña,
hacer otro tramo más corto a pie, volver a subirla con un medio de elevacióny volver a
descender esquiando, me resultó placentera.
La llegada fue casi jubilosa: un último schuss por la pista de Italianos me lleva al parque
cerrado en donde aguarda mi bicicleta. Significa que superé la primera de cuatro etapas
y que voy a dar comienzo a la segunda, amén de recuperar unos cuantos puestos en la
clasificación, porque muchos corredores, expertos en running y bicicleta,carecen de una
mínima práctica del esquí.
Pero antes un respiro mientras me cambio de ropa; con cierta parsimonia tomo una
Gatorade y como una barrita de cereales.
Debajo del pantalón de esquí llevo puesta la calza de mountainbike. Me deshago del
pantalón y reemplazo el camperón por una campera más liviana, me quito las medias de
lana y conservo las térmicas para calzarme los zapatos con trabasy cambio los guantes
por otros más apropiados. Mantengo el casco, obligatorio en la etapa de esquí, y las
antiparras. A continuación, con la bicicleta recorro a pie el tramo para salir del parque
cerradopor un corredor donde recibo el primer aliento de la gente.
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Perdido en la nieve
(Esta anécdota es del Tetra que se corrió el año 2011)
Ese año y a esa hora, un temporal de viento y nieve se abatió sobre el cerro. La hora de
largada se postergó a la espera de una mejoría de las condiciones del clima, lo que no
ocurrió, por lo que finalmente se procedió al comienzo de la competencia modificando
en parte el circuito de esquí. El primer tramo, una empinada trepada de unos mil
quinientos metros. Como de costumbre, había que subirlo caminando con las tablas al
hombro y las pesadas botas en los pies. Esta modalidad se implementa con el fin de
descomprimir el pelotón de los competidores, ya que los más aptos se separan
rápidamente del resto, procurando evitar de esta manera los accidentes que puede
provocar la interacción de esquiadores muy veloces con otros más torpes y lentos.
Cuando penosamente llegué a la torre 2 del Filo, el lugar designado para calzarse lo
esquíes, la visibilidad era de no más de veinticinco metros. Éramos unos veinte
competidores en ese lugar en ese momento. Y un banderillero. Me calcé los esquíes y
sin esperar al grupo que todavía andaba en eso, le pregunté al banderillero, señalando
hacia el lugar que yo creía que era la pista:“¿es para ahí?” a lo que respondió
afirmativamente. Grave error, como mi amigo me explicó luego: nunca formules una
pregunta que lleve implícita la respuesta. No se pregunta si es por ahí, sino por dónde
es.
El hecho es que salí esquiando medio a ciegas. Al poco tiempo noté que la nieve era
cada vez más esponjosa y profunda. La otra circunstancia que percibí era la de mi
absoluta soledad, no se veía a nadie. Finalmente mi derrotero me llevó al medio de un
bosque (que después supe era una hondonada conocida como el Mallín de la Pala).
Remontar el camino se me hacía imposible, había esquiado demasiado tiempo en esta
dirección, de manera que decidí salir del bosque, bajando la montaña. Llegó un
momento en que la nieve era tan profunda que tuve que quitarme los esquíes. Me
hundía en la nieve hasta por arriba de las rodillas.
Empiezo a arrastrarme prácticamente acostado, empujando las tablaspor delante mío
con las manos. Me arrastro un metro y adelanto las tablas, una y otra vez. Es un
esfuerzo agotador. Busco huellas humanas, pisadas. Cuando creo verlas en una
hondonada cercana, aprieto el paso (es una manera de decir), más bien el gateo. Pero lo
que en un principio creí que lo eran, resultan ser las huellas dejadas por laspiñas caídas
de los árboles. Este último esfuerzo me deja agotado. Tengo que luchar contra una
negra sensación de frustración y desánimo; ya ha pasado un tiempo respetable y a duras
penas he conseguido avanzar unas decenas de metros, atrapado por la nieve profunda.
Recuerdo con remordimiento tardío mi preconcepto de que, aunque más no fuera
rodando, bajaría la montaña, y que el tramo de esquí no era problema para mí. Ha
pasado una hora desde que me perdí. Recién entonces pienso apropiado comenzar a dar
voces intermitentes de auxilio. (En medio de la tragedia me sorprendo riendo cuando
caigo en la cuenta de que, por un inconfesable sentido de la vergüenza, estoy usando la
palabra ayuda en vez de auxilio).
Mientras tanto mi amigo veía cómo los esquiadores llegaban al parque cerrado para
iniciar el circuito de mountainbike o desertar de la competencia. Pero todos retiraban
sus bicicletas, y la única que permanecía en su puesto era la mía.
Preocupado, se acercó al puesto de patrulleros y les hizo saber su inquietud. Lo que
disparó un protocolo de búsqueda que previamente incluyó un intenso interrogatorio a
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mi amigo, respecto de mi condición física, equilibrio emocional, posibilidad de que me
hubiera ido a tomar un vino caliente en alguno de los refugios, llamada al hostal para
certificar que no estuviera allí, y mil otras cosas que si bien necesarias,demoraron la
salida de las patrullas para buscarme. Pablo incluye siempre en este relato que hubo un
competidor, brasilero el hombre, quien efectivamente paró en uno de los bares de la
montaña,y cansado de tanta competencia bajó cantando, borracho y feliz de ver
concluida su carrera. Y que en un primer momento, al verlo, se había ilusionado
pensando que era yo.
Dos horas más tarde, cuando empiezo a desesperar en serio, a rastras, llego a un sendero
angosto pero de nieve pisada. A pesar del cansancio me invade una sensación de
euforia. Me calzo los esquíes y decido seguirlo a donde me lleve, mientras sea fuera de
esta hondonada. En ese momento y por un mal movimiento, debido seguramente a la
fatiga, siento que me desgarro los gemelos de la pierna derecha.
Y casi simultáneamente con este bajón, veo, no muy lejos, a un esquiador rescatista
(luego supe que se llamaba José)quien simultáneamente me ve a mí. Me pregunta a los
gritos:¿sos Federico? Sí,¡soy yo!
Se acercó. Si a él se lo veía contento de haberme encontrado, yo lo estaba más aún.
Cuando le comenté de mi desgarro,me instó a seguir dado que lo cerrado del bosque
impedía el acceso de cualquier vehículo de auxilio. No quedaba otra que apretar los
dientes. Me guió y en algunos tramos me abrió camino derrapando con sus tablas para
facilitar mi bajada. Finalmente llegamos al borde del bosque, donde nos esperaba un
snowcat. Me invitó a subirme al vehículo, pero yo decliné, dije que si había llegado
hasta allí esquiando, quería llegar a la base del mismo modo. Actitud, me dijo, con un
toque de aprobación.
El reencuentro con Pablo, poco afecto a las efusividades, fue casi conmovedor.
Mientras yo me encaminaba rengueando a nuestra camioneta, Pablo se encargó del
retiro del parque cerrado de la bicicleta, que este año se perdería el paseo, y del resto de
los implementos que allí había dejado guardados a la espera de utilizarlos en la
siguiente etapa. Entre ellos había un balde de plástico. Por qué un balde. Por razones
obvias, la mayoría de los competidores son jóvenes o adultos en muy buen estado
físico,y valoran la velocidad y lo expeditivo por sobre la comodidad. No es mi caso.
Consideren que después de esquiar se debe iniciar la etapa de bicicleta. Para ello es
necesario quitarse las botas de esquí y calzarse los zapatos de mountainbike, cambiar el
camperón por campera de bici y otras menudencias que no vale la pena enumerar.
Decidí que para realizar estos menesteres con cierto confort, necesitaba un banquito, un
banquito bien pequeño. No lo encontramos en todo San Martín de los Andes, pero lo
que sí nos parecieron adecuados a este propósito y de precio razonable, fueron dos
baldes (uno para este parque cerrado y otro para el parque cerrado del Lago Lácar), que
apoyados sobre sus bocas servirían adecuadamente al uso previsto.
Esto viene a cuento del indigno episodio que coronó este fracaso deportivo en el Tetra
de ese año, y que relato con la mayor brevedad posible, ya que para críticos basta con
los de afuera. El caso es que cuando pasamos a retirar el kayak y los correspondientes
implementos de ese parque cerrado, uno de los cuales era el segundo balde, tuve que
aguantar la joda de los exitosos colegas competidores. ¿Cómo anduvo la pesca
muchachos? Encima rengo y con bronca. Un bochorno.
Dicen que el tiempo borra o difumina el dolor de una pena, lo cual es cierto, pero
empezando con un buen chivito al asador y un par de copas de vino, que es como nos
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despedimos del Tetra esa noche, todo pasa más rápido. Y por añadidura, si uno puede,
aprende.
¡RESCATADO!
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Etapa de mountainbike
Saliendo del parque cerrado y bordeando las casillas de la base del cerro, monto mi
bicicleta. Apenas engancho las fijaciones la siento entre mis piernas como un caballo
dócil; comienzo a rodar tomando la ruta 19 de acceso al cerro. El banderillero indica el
desvío y señala un sendero agreste, comienzo de la etapa de 44kilómetros que recorrerá
zonas de montaña y partes de ruta asfaltada. Desciendo por un camino de ripio: cuando
vislumbro las curvas aminoro la velocidad y me cuido de exagerar el derrape para evitar
salir del camino y caer al barranco que lo rodea. El zangoloteo constante se suaviza en
parte con los amortiguadores de lahorquilla y la continua flexión de mis brazos. El
esfuerzo por ahora está más en los brazos que en las piernas. El hielo y la nieve
acumulados en la noche han dado paso a una mezcla barrosa, pero nada que moleste
demasiado.
Me viene a la memoria otro Tetra, que se desarrolló en medio de una fuerte tormenta de
nieve. Este mismo camino que estoy recorriendo ahora, se encontraba totalmente
cubierto por una capa de unos treinta centímetros de nieve. A la mayoría de los
competidores nos era imposible recorrerla montados en nuestras bicicletas, por lo tanto
caminábamos o trotábamos con ellas cargadas al hombro, o por caso empujándolas por
los angostos surcos que los que nos precedían dejaban en el camino. Una empresa por
demás agotadora. Yo fui quedando entre los más rezagados. Mi bicicleta no era
precisamente de las más livianas, yo tampoco. Había ayudantes recorriendo en motos
todo terreno que nos vigilaban y recuerdo agradecido el aliento que me dieron, sin el
cual posiblemente no hubiera llegado a la parte asfaltada de la ruta. La situación es así:
uno está en un camino desconocido, haciendo un esfuerzo límite, pero no sabe por
cuánto tiempo más habrá que mantenerlo. Y ahí están esos ángeles motorizados que
dicen mentira verdad, dale que ya llegas, pasando el repecho viene la parte fácil…Aun
cuando ya estaba llegando, temía que se me hubiera vencido el plazo para encarar la
etapa de kayak. Ya parado al borde de la ruta 40, me hidraté apurado y comí una barrita
de cereales, pensando que ahí se terminaba mi participación en la competencia, cuando
el banderillero miró su reloj y me dijo “tranquilo, vas a llegar a tiempo”.
Llego al desvío de Arrayanes y por el Arrayanes largo (así se le dice al sendero) encaro
para la ruta 40. Me siento fuerte y confiado. Poco después de entrar a la ruta, alcanzo un
pelotón de ciclistas mucho más jóvenes que yo y me sorprendo yendo al mismo ritmo
que ellos, hasta que caigo en la cuenta de que van por la segunda vuelta mientras que yo
ni siquiera promedio la primera. Desacelero. En la ruta, que es casi toda en bajada, el
odómetro marca velocidades superiores a los 60 km/h. El viento helado se hace sentir.
Aquí hay que tener precaución con las curvas en sombra donde pueden haber quedado
restos de hielo. Hacia el final de este trecho, y antes de llegar al monumento a Roca, que
es donde se dobla a la derecha en dirección a la estructura abandonada del Hotel Sol de
los Andes, hay que superar algunas pendientes en subida, nada importante. La dificultad
empieza apenas pasado el hotel: trepadas de ripio tan empinadas que por momentos
pierde agarre la rueda trasera de la bicicleta. No hay tiempo para admirar el espléndido
paisaje del lago iridiscente y el bosque de copas nevadas que se extiende por allí abajo.
Camino de ripio y barro, todo en subida con curvas y contracurvas; pasando por la casa
de tése llega finalmente hasta la imagen de una virgen. Pero antes, un fuerte calambre
me toma los abductores de ambas piernas. No sé qué hacer, pruebo bajar de la bici y
caminar. Me hidrato y como una barra de cereales. El dolor no cede. Decido seguir,
haciendo caso omiso del dolor. Mientras lo escribo, pienso que esto no es creíble, pero
así sucedió en realidad. Me dolía terriblemente la parte interior de los muslos, pero a
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pesar de ello podía pedalear. En algún momento el dolor se cansó, porque finalmente
dejó de molestarme. A partir de la virgen, comienza el descenso por ripio y barro para
retomar nuevamente la ruta 40 hasta el monumento a Roca donde comienza la segunda
vuelta del circuito que termina a orillas del Lacar y el parque cerrado donde me espera
el kayak.
Etapa de kayak
La entrada al parque cerrado del lago se hace a pie, llevando al trote la bici. Es,
nuevamente, un momento de decisión. Completada la mitad de la prueba, paro aquí o
sigo. Aún falta la otra mitad. Tengo frío, debo semidesvestirme para ponerme el equipo
de kayak. Han pasado casi cinco horas de esfuerzo importante. Prevalece la euforia y el
orgullo. Pienso que ahora, en el tramo de kayak, voy a poder descansar las piernas.
Hago esta etapa y después veo. ¡Vamos! Me siento, procedo a desvestirme y volver a
vestirme; es un proceso muy dificultoso con los dedos agarrotados por el frío. Me
pongo como puedo la chaqueta y las botitas de neopreno; también las manoplas. Todo
está mojado, antes también lo estaba, pero con el movimiento no se sentía. Ahora, la
temperatura ambiente es de alrededor de cinco grados centígrados, el viento, aunque no
muy fuerte, baja la sensación térmica. Aprovecho para hidratarme y comer otra barrita
de cereales. Me calzo el cubre cockpit, que puesto se asemeja a una ridícula pollerita, y
cargo el bote con la pala adentro. Me pesa. Llego al borde del lago, distante unos
cuarenta metros. Me acomodo como puedo en el kayak, tratando de evitar poner los pies
en el agua helada y cuidando de no perder la pala en el intento. Engancho el cubre
cockpit, pero para eso, antes debo volver a sacarme las manoplas. Hago equilibrio y
recobro la pala antes que se la lleve el agua. Finalmente estoy remando. El lago no está
excesivamente picado. Debo dejar las boyas indicadoras a mi izquierda, tanto en el
recorrido de ida como en el de la vuelta. Es un trayecto de unos 10 km en total, se llega
hasta la bahía de Catitre y se vuelve prácticamente por el mismo derrotero.
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Reaparecenlos malditos calambres. Mi única preocupación es el tiempo que me
insumirá esta etapa, para poder continuar con la pedestre. Y que dejen de molestarme
los calambres.
Hubo un año en que esta etapa tuvo que acortarse, llegamos hasta un punto entre las
boyas 6 y 7, lugar en que se perdía el abrigo de la montaña y la fuerza del temporal
hacía demasiado peligrosa la navegación. A pesar de esta precaución, recuerdo que las
lanchas que Prefectura y la organización ponen a disposición del evento no daban
abasto con los rescates de los náufragos. También que en el trecho de vuelta, cuando en
la remada un extremo de la pala quedaba en lo alto, ésta actuaba como una vela
impulsándomea tal velocidad, que corría el riesgo constante de hundir la proa del kayak
en el agua. Un viento feroz. Ese fue el mismo año de la nieve que obstaculizaba el
circuito de mountainbike. Los banderilleros que me habían alentado en la etapa de bici,
habían pasado el datoa los de Prefectura de que había un corredor súper master (arriba
de sesenta años) que a pesar del clima seguía en carrera. Me sorprendieron en medio de
la tormenta llamándome por el megáfono para darme ánimo. Son gestos que te
comprometen a seguir más allá de tus fuerzas.
Pero este año el lago está tranquilo, le tomé el ritmo a la remada y avanzo bien. En un
punto casi me sobreviene la tentación de dejarme acunar por las suaves ondas, la brisa
leve y la iridiscencia del sol sobre el agua.
Unas dos horas después llegotriunfante a la playa del Lacar de donde partí. Encallo
suavemente la embarcación y la arrastro como puedo hasta su box correspondiente. Me
siento, tomo una Gatorade y como otra barrita de cereales. Me desvisto. Mantengo las
calzas largas y me pongo medias secas, zapatillas de running, remera DryFit, campera
liviana y luz frontal en la cabeza. La remera de corredor empapada, por encima de todo.
Y a correr...
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¡A NAVEGAR!
KAYAK EN AGUAS TRANQUILAS
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AGUAS BORRASCOSAS
Etapa de running
Salgo al trotecito liviano. los primeros kilómetros bien. Luego las indicaciones me
llevan por senderos de montaña, vadeando arroyitos poco profundos pero en los que hay
que meter todo el pie en el agua. Uno cree que con las zapatillas empapadas no va a
poder seguir corriendo, pero al rato ni cuenta se da de que están mojadas. El esfuerzo
del día se hace notar, por trechos dejo de trotar y camino. Promediando los veinte
kilómetros, me topo con una joven corredora colombiana. Tiene miedo de perderse en
lo intrincado de la espesura en medio del bosque y me pregunta si podemos ir juntos. Su
compañía me anima. Está cayendo la noche. Prendemos nuestras linternas frontales.
Cada tanto nos cruzamos con un banderillero al que preguntamos cuánto falta. Casi
siempre la respuesta es tranquilizadora, una subida más y después todo fácil. Yo intuyo
que esa no es la verdad y desconfío, pero cuando por el contrario me la dicen sin
vueltas, tipo “lo peor está por venir”, tampoco quedo muy conforme. Los senderos son
angostos, flanqueados y coronados por lengas, coihues y todo tipo de arbustos, a un
costado la pared de piedra de la montaña y al otro el barranco que permite ver (a veces
solo oír) el agua que discurre más abajo. Arribamos a la tranquera que da paso a una
ruta. Me abandona cuando llegamos a los arrabales de la ciudad; acelera y yo quedo
atrás.
Otro año, otro running. Nieva. El camino bordea una prolija cancha de golf. Caen los
copos de nieve silenciosa y mansamente. Yo corro cobijada la cabeza en la capucha de
mi campera, lo que de alguna manera me aísla del entorno, al que observo como desde
adentro de un refugio. En un momento dejo de ser yo quien trota, alucino que abandono
mi torpe y pesado cuerpo transmutado en la levedad de los copos, corriendo en cámara
lenta, acompasado al suave vuelo de la nieve.
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Otro año.Camino embarrado. Me resbalo en las pendientes, los guantes mojados y
cubiertos por el barro. En un acantilado de unos tres metros de altura, por poco me
lastimo mal en el intento de bajarlo agarrado a unos arbustos, hasta que descubro la
soga tapada por el barro puesta a propósito de ayudar a sortear el accidente. Llego a un
puesto de hidratación y me tomo un chocolate caliente, no quiero saber nada más de la
carrera. Troto, creo,por efecto del temblor de mi cuerpo. Esa vez abandono al llegar al
lago.
Avisto las primeras casas. Un pibe de unos diez años se me acerca y comienza a trotar a
mi lado. Está fascinado con la carrera. Me cuenta que su fantasía es correrla. No doy
más, nuevamente debo dejar de trotar y camino. Cuando llegamos a los últimos
ochocientos metros de la competencia, lo obligan a dejar el circuito de los corredores.
Antes de alejarse me dice “señor, no puede terminar caminando”. Entiendo. No sé de
dónde saco las fuerzas, pero reinicio el trote, y así llego a la meta donde me esperan
ansiosos mi hijo y mi amigo.
Abrazos.
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LLEGADA TRIUNFAL!!!!
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Epílogo Pregunté dónde habían dejado el auto, ya no me quedaban ni fuerzas para caminar. Que
está a unas pocas cuadras,dijeron. Nuevamente tuve que sufrir el síndrome de la mentira
verdad. Me llevaron casi a la rastra caminando hasta la hostería donde nos alojábamos.
No habían traído el auto con la excusa de la dificultad de conseguir estacionamiento.
Pero, en verdad, la alegría y el entusiasmo exultantes por haber cumplido una prueba
tan exigente obvian la opinión de músculos y articulaciones.
Luego de una profusa ducha caliente el alma poco a poco me fue volviendo al cuerpo.
Recordé entonces la promesa que le había hecho a mi amigo Ricardo, de que luego de la
competencia nos reuniríamos en Caleuche, el restaurante del complejo Paihuen, y que le
prepararía unas berenjenas a la parmesana.
Dicho y hecho, una hora más tarde hacia allí fuimos, cociné, comimos, bebimos. Y
comenzó entre copa y copa el recuerdo de ese precioso tiempo que atesoro, y de cuyo
relato aquí pongo fin.
CENA FESTEJO DE BERENJENAS A LA PARMESANA EN CALEUCHE