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ecología política y el poder de la naturaleza: la necesidad de una nueva teoría del poder
MARIO ÉDGAR LÓPEZ
RAMÍREZ
guerra de baja intensidad y megaproyectos hidráulicos MARCO VON BORSTEL
el agrobosque de piña, cultivo ancestral en el occidente de méxicoJESÚS JUAN ROSALES ADAME
JUDITH CEVALLOS ESPINOSA
a flor de piel. la cobertura forestal, de lo global a lo localJORGE GASTÓN GUTIÉRREZ
ROSETE HERNÁNDEZ
IMPULSO
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Una Fundación que impulsa el respeto a nuestro entorno
Una Fundación que trabaja en pro del medioambiente
Una Fundación para crecer
Una Fundación que respeta la vida y la naturaleza
Una Fundación que divulga el conocimiento
Una Fundación para la Tierra
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Desde las anchas hondanadas que surcan y entreveran la
Tierra, hasta los ríos que fluyen, diáfanos y cristalinos,
con vértigo, dibujando en la dermis del planeta capri-
chosas formas que, como arterias, recorren y dan vida a la na-
turaleza, nuestra casa, las llanuras, las imponentes montañas,
los diversos bosques, la selva alta perennifolia o bosque tropical
perennifolio; la selva mediana o bosque tropical subcaducifolio;
la selva baja o bosque tropical caducifolio; el bosque espinoso;
el matorral xerófilo; el pastizal y la sabana, un antiguo Paraíso
que, poco a poco, o a una velocidad impresionante, hemos ido
deteriorando al punto de que los daños pueden ser irreversibles.
El número cero de la revista Impulso. Temas de la Tierra, de la
Fundación del mismo nombre, pretende llegar al público lector
–académico o interesado en temas ambientales– con un doble
próposito: la divulgación y la difusión de temas que aquejan y
preocupan a la Tierra: el deterioro ambiental; el uso irrespon-
sable de los recursos de la naturaleza, como el aire que nos da
frescura y vida; la destrucción de los bosques; los incendios fo-
restales; la energía que se oculta en los territorios áridos y de-
sérticos mexicanos; el Sol, y su inconmensurable energía que
aún no aprovechamos en su compleja totalidad; la fuerza de los
vientos que en las vastas llanuras permanece sin ser aprovecha-
da. En suma, todo lo que nuestro territorio tiene como energías
alternativas y, sobre todo, limpias.
“Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,/ te pareces al
mundo en tu actitud de entrega./ Mi cuerpo de labriego salvaje te
socava/ y hace saltar el hijo del fondo de la tierra...”
Escribía el chileno Neftalí Reyes Basoalto, mejor conocido como
Pablo Neruda.
Hagamos, entonces, brotar, resurgir, a ese hijo de la Madre
Naturaleza. Pasen, bievenidos. Esta es su casa. �
CARTA DEL PRESIDENTE
DE LA FUNDACIÓN
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d i r e c t o r i o
FUNDACIÓN IMPULSO
Fernando Martínez
PRESIDENTE
Revista Impulso.
Temas de la Tierra
Pedro Pablo Quintero Badillo
DIRECTOR
EDITOR EN JEFE
Alejandro Vargas Vázquez
REDACTORA EN JEFE
Jacqueline Álvarez Ruiz
DISEÑADOR EN JEFE
Jesús García Arámbula
DISTRIBUCIÓN
Ana Márquez Garrido
CONSEJO DE REDACCIÓN
Óscar Alberto Cano Jiménez
Salvador Hernández Vélez
Fernando Martínez Cabrera
Jesús Juan Rosales Adame
Alejandro Juárez
Leonor Ceballos González
Édgar Omar Olaez Preciado
Alejandro Martínez Álvarez
FOTÓGRAFO INVITADO: Daniel Garza Tobón (Saltillo, Coahuila) es biólogo
y fotógrafo. Durante más de veinte años, se ha dedicado a la edición de
libros y a la fotografía de entornos naturales. Es reconocido como el mejor
fotógrafo de naturaleza y de mamíferos silvestres en el país, por la Cona-
bio, Scotiabank, Gaia Editores y la revista Caza y Pesca en México. Sus libros
más recientes llevan por título Paisajes espectaculares de México, Aves es-
pectaculares de México y Bellezas naturales de Coahuila.
R E V I S T A
Ecología política y el poder de la naturaleza: la necesidad de una nueva
teoría del poder
mario édgar lópez ramírez
P. 5
Guerra de baja intensidad y megaproyectos hidráulicos
marco von borstel
P. 19
Número 00,
agosto-diciembre, 2018.
Publicación
cuatrimestral.
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El cambio climático.Causas, efectos y soluciones.Mario Molina; José Sarukhán; Julia Carabias
El aguaManuel Guerrero Legarreta
P. 48
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El agrobosque de piña, cultivo ancestral en el occidente de Méxicojesús juan rosales adame judith cevallos espinosa
P. 27
A flor de piel. La cobertura forestal, de lo
global a lo local
jorge gastón gutiérrez rosete hernández
P. 39
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Para algunos, ya en 1957 Bertrand de Jou-
venel había usado el concepto de ecología
política, pero sería introducido formalmen-
te por el antropólogo Eric Wolf (Martínez Alier J.
2011; pp. 109; Delgado G. 2013; pp. 51). Para otros,
los pioneros de la ecología política son Piers Blai-
ke, Harold Brookfield y Raymond Bryant (Nygren
A. 2012; pp. 11). Pero prácticamente todos coinci-
den que es en los años 80 del siglo XX, que la ecolo-
gía política comienza a formarse como un campo
teórico interdisciplinar (Delgado G. 2013; pp. 47),
con la aparición de una academia-activista; como
señala Joan Martínez Alier: “varias revistas inicia-
das desde 1980 por algunos activistas llevan o han
llevado el título de `Ecología Política´ en Alema-
nia, México, Francia, Australia, Italia y probable-
mente otros países. Desde 1991, yo he dirigido la
revista Ecología Política, una hermana ibérica de
la publicación de James O´Connor, Capitalism,
Nature, Socialism. El campo de la Ecología Política
está creciendo” (Martínez Alier J. 2011; pp. 109).
Diseñada desde la geografía, la antropología,
la sociología, los estudios políticos y las ciencias
ambientales (Nygren A. 2012; pp. 12), la ecología
política se concibe como una ciencia híbrida y
compleja y ha tenido diversos objetos de estudio:
es para algunos “un marco teórico que une las
dimensiones ecológicas con la economía política
entendida en sentido amplio”,
también “una orientación teó-
rica que representa un
esfuerzo por desarrollar
la comprensión integral de
cómo las fuerzas ambientales
y políticas interactúan para pro-
ducir un cambio social y ambiental” y
“la ecología política ha sido descrita como la eco-
nomía política de la naturaleza o como el análisis
sociopolítico de las relaciones entre medio am-
biente y la sociedad” (Nygren A. 2012; pp. 12).
Así mismo como “una herramienta teóri-
co-analítica de relevancia, sobre todo ante la in-
tensificación desigual del consumo de energía y
materiales, de los efectos no deseados de ciertas
tecnologías, así como de la generación de dese-
chos cuyos impactos se reflejan cada vez más en
conflictos socioambientales de diversa índole y
escala” (Delgado G. 2013; pp. 47) y como el estu-
dio de “los conflictos ecológicos distributivos (es
decir, los conflictos sobre recursos o servicios am-
bientales, comercializados o no comercializados)”
(Martínez Alier J. 2011; pp. 108), conflictos en los
que se enfrentan distintos lenguajes de valora-
ción, donde el poder político y económico insis-
te en los valores económicos y en la explotación
de la naturaleza para acumular capital y diversos
La ecología política es un campo teórico en construcción. Sus orígenes tienen inicios muy diversos, según las tradiciones intelectuales y las escuelas científicas que se citen, debido a que se considera una ciencia híbrida o interdisciplinar.
y el poder de la naturaleza: la necesidad de una nueva teoría del poder
Mario Édgar López Ramírez. Es profesor titular por el Instituto Tecnológico
y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), Universidad Jesuita de
Guadalajara, e investigador en el tema de geopolítica, gestión pública
y complejidad del agua, con diversas publicaciones sobre el tema. Es
coordinador de la mesa de trabajo sobre Ecología Política de la Red para la
Integración de América Latina y el Caribe (REDIALC).
Ecología política
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grupos sociales enfatizan en los valores no-econó-
micos de la misma, oponiendo valoraciones patri-
moniales, históricas, culturales, ambientales y éti-
cas; conflictos además con distribuciones injustas,
entre los impactos de las crisis ecológicas (que ge-
neralmente recaen sobre las comunidades pobres
y los ecosistemas regionales destruidos) y los bene-
ficios de la extracción y el despojo (que acumulan
las élites ricas, tanto a escalas locales, nacionales y
globales) (Martínez Alier J. 2011; pp. 53)
Estas dos últimas concepciones se refieren a la
ecología política como una teoría que se concentra
en el estudio de casos de conflictos ambientales o
de conflictos ecológicos distributivos y es una de
las más difundidas a nivel mundial y particular-
mente utilizada en América Latina. La centralidad
en los estudios de caso de conflicto ecológico, se
ha multiplicado en la última década de este siglo,
incluso sistematizando y reconstruyendo casos
que comenzaron a principios del siglo XX. Muchas
academias e investigadores de ecología política al-
rededor del mundo, han multiplicado esta casuísti-
ca, al grado de tener actualmente la capacidad de
generar grandes sistematizaciones de casos a nivel
mundial, continental, país por país y regional. Una
de las muestras más representativas de la fortaleza
de está línea de trabajo en la ecología política, es
por ejemplo, el llamado Atlas de Justicia Ambien-
tal (EJAtlas, http://ejatlas.org)1, desarrollado por el
proyecto Environmental Justice Organisations, Lia-
bilities and Trade (EJOLT).
EJOLT es un proyecto internacional de investiga-
ción que tiene como objetivo combinar las diversas
disciplinas científicas y la experiencia empírica de
distintos grupos sociales con el fin de analizar, com-
prender y visibilizar mejor los casos de conflictos
socioambientales desde la perspectiva del “eco-
logismo de los pobres” (Clapp J. 2012) (es decir, de
aquel ecologismo que surge del despojo patrimonial,
1 Para una explicación detallada sobre la metodología y los objetivos del Environmental Justice Organisations Liabilities and Trade consultar: Leah Temper, Daniela del Bene and Joan Martinez-Alier. 2015. Mapping the frontiers and front lines of global environmental justice: the EJAtlas. Journal of Political Ecology 22: 255-278. http://jpe.library.arizona.edu/volume_22/Temper.pdfR
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comunitario e identitario de los más pobres, quie-
nes a su vez presentan resistencia ante este emba-
te injusto y que a partir de estas luchas, van forta-
leciendo una resistencia y una conciencia cada vez
más ecológica, conforme los afectados toman con-
ciencia de que su despojo es también un despojo a
los ecosistemas y a la naturaleza). EJOLT detecta la
necesidad de realizar una investigación en conjun-
to bajo un esquema global con el fin de entender
mediante la colaboración de los diversos actores
académicos, miembros de la sociedad civil, miem-
bros de organizaciones no gubernamentales, entre
otros, casos de conflictos ecológicos y así proponer
nuevos enfoques que permitan abordarlos desde
diferentes ángulos, todos siempre bajo el marco de
la ecología política, como una teoría crítica al po-
der. Desde el Atlas de Justicia Ambiental (EJAtlas),
surgido de EJOLT, se alimenta una base de datos
en red global. Hasta el 16 de junio de 2017, EJAtlas
cuenta con un total de 2073 conflictos registrados
alrededor del mundo2 (Macías A.; López M., 2017).
A pesar de sus aportes, está corriente con-
ceptual centrada en el estudio de casos y en el
2 El Atlas es constantemente actualizado, por lo cual es importante definir la fecha de consulta en la cual se extrajeron los datos para esta sistematización y análisis.
conflicto, ha detenido de alguna forma a la eco-
logía política, solo como parte de la teoría críti-
ca de las ciencias sociales y se ha olvidado de un
factor clave, que rebasa a la teoría crítica y a la
casuística. Se ha olvidado de continuar un reto
teórico: el de consolidar su propia teoría del po-
der. ¿Puede haber un ciencia, así sea una ciencia
interdisciplinaria, pero que en su nombre incluye
a la política, sin que haya desarrollado una teoría
del poder? el cambio climático y las crisis ecoló-
gicas regionales, son un escenario que invita a
reconocer que la naturaleza no es solo un campo
para estudiar el despojo o la injusticia ambiental
o para establecer una mejor relación entre el me-
dio ambiente y la humanidad. Invita a reconocer
el poder político de la naturaleza.
La nueva ciencia híbrida e interdisciplinar de
la ecología política, tiene entonces el reto de ex-
tenderse a una narrativa capaz de incorporar al
poder político de la naturaleza. Como he dicho,
hasta la fecha la ecología política se ha movido in-
tensivamente en torno a la crítica al poder, tanto
desde la teoría como desde la acción y el discur-
so. Pasando por la narrativa de salvar al planeta
(Brown L. 2004) y llegando a la fuerte denuncia
y sistematización de los conflictos ecológicos
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distributivos que se presentan por todo el glo-
bo terráqueo (Martínez Alier J. 2011); la ecología
política se ha centrado en la advertencia, la de-
nuncia y la crítica. Pero para que la ecología po-
lítica toque la lógica de lo político y no solo de lo
ecológico, tiene que generar una teoría del poder.
Lo cual implicaría un aporte fundamental para la
emergencia de una nueva concepción del mundo
humano, en relación a los seres humanos mismos
y en relación a los seres humanos y los otros se-
res vivos del planeta. Esa teoría del poder que la
ecología política necesita, puede ser la narrativa
humana del poder de la naturaleza.
A pesar de este énfasis crítico, que mantienen
actualmente las corrientes mayores de la ecología
política, en los orígenes de la ecología política, la
discusión no estaba centrada en el conflicto, sino
en la relación humanidad-naturaleza, como ese
vínculo indisoluble del UNO sistémico. Como lo
señala Jacques Robin y cito in extenso:
En la segunda mitad del siglo pasado, personas con
las más diversas responsabilidades declaran que
nosotros, los seres humanos, somos de la Natura-
leza y estamos en la Naturaleza, a la vez que entien-
den con mayor claridad que la Naturaleza no se nos
ha “dado” a los humanos: el crecimiento demográfi-
co brutal y general, así como la explosión de las acti-
vidades industriales en las sociedades productivis-
tas de Occidente, ponen en peligro las regulaciones
de la biosfera que permiten la habitabilidad misma
de la humanidad sobre el planeta Tierra. Se preci-
san importantes envites: el agua, el aire y la energía
pasan a ser responsabilidades humanas. La coevo-
lución entre las actividades cotidianas de las socie-
dades humanas y la biosfera se presenta como una
necesidad imperiosa. Desde 1970, Nicholas Geor-
gescu-Roegen llama la atención sobre estas relacio-
nes incuestionables, seguido por otros economistas
como Herman Daly en Estados Unidos y René Passet
en Europa (1979). Al mismo tiempo se desarrollan
una serie de reflexiones múltiples sobre temas co-
nexos: la relación naturaleza-cultura, en Serge Mos-
covici, Edgar Morin, Ivan Illich, Teddy Goldsmith; las
aplicaciones de los datos de la teoría de sistemas,
en Rapoport, Joel de Rosnay; críticas sobre una vi-
sión hegemónica de la ciencia y de la tecnología, en
Jacques Ellul, Bernard Charbonneau. Además, los
trabajos sobre la ecología científica continúan, por
ejemplo en Francia, con François Ramade, así como
se consolida la afirmación del concepto de ecosiste-
ma global de la biosfera, en particular por Jacques
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Grinevald. Pero la ecología científica remite cada
vez más hacia una interrogación general de lo social
y de lo político y a una revolución de las mentali-
dades [...] En Europa, pensadores como André Gorz,
Jean-Paul Deléage, Alain Lipietz , Wolfgang Sachs y
otros, reclaman importantes transformaciones en
el terreno de los transportes, del urbanismo, de las
formas de trabajo, es decir, de los principales meca-
nismos de la sociedad productivista de mercado [...]
Edgar Morin detalla lo que sería una “política de ci-
vilización”. La ecología política, de múltiples raíces,
aparece ante muchos en Occidente como una ideo-
logía grata y abierta, capaz de orientar la marcha
general de una mundialización “con rostro huma-
no” y de salvar el foso Norte-Sur que se profundiza
todos los días. La ecología política se opone a los
rostros aterradores de las ideologías totalitarias,
comunistas y fascistas, del siglo XX en Europa, a los
nacionalismos identitarios, a las sectas religiosas y,
sobre todo hoy, al ultraliberalismo económico. (Ro-
bin, J., 2002).
Partiendo de esta fuente de pensamiento, cen-
trado en la indisoluble pertenencia humana a la
naturaleza y no solamente en la crítica al poder,
Jacques Robin refiere que el sentido profundo de
la ecología política es que: “pretende traducir al
campo político los múltiples aspectos y realida-
des que engloba el término ecología. Como se ha
repetido hasta la saciedad, la palabra ecología se
remonta a las raíces griegas oikos (casa) y logie
(estudios metódicos del ¿para hacer qué?). Gene-
ralizado: en los últimos decenios del siglo XIX, el
término ecología adopta el sentido de la organiza-
ción más satisfactoria de nuestra casa Tierra, en
sus relaciones con la Naturaleza que la rodea” (Ro-
bin J. 2002). La ecología política, continua Robin:
“tiene de excepcional el haber sido una ciencia y
haber pasado a ser un asunto político y ético de
mayor importancia” (Robin J. 2002). La política ya
no puede ignorar el factor de poder político que
le representa la naturaleza. La ecología política,
que puede extenderse hacia una teoría del poder
de la naturaleza, debe reconocer que los impactos
naturales, capaces de destruir toda la planeación
estratégica de una nación, transformar los presu-
puestos, desfigurar los programas de fomento,
modificar las balanzas comerciales, convertir lo
inesperado, lo incierto, lo no planeado, de un día
para otro, en una constante; es uno de los mayo-
res retos a los que se enfrenta el pensamiento po-
lítico contemporáneo.
La ecología política posee por los menos cin-
co características clave, que la pueden volver
una plataforma para desarrollar un teoría del po-
der político de la naturaleza: En principio, está la
propia relación interdisciplinar que se establece
entre las dos ciencias que la conforman: la eco-
logía y la política. Reflejo, a su vez, de la nece-
sidad de cerrar la brecha entre las dos culturas
académicas en las que se ha divido occidente:
las ciencias naturales y las ciencias sociales, ha-
cia una síntesis compleja que logre explicar ese
nuevo poder político de la naturaleza, desde el
lenguaje científico.
En segundo lugar la ecología política es una
nueva ciencia dirigida a describir, aprender e inci-
dir directamente en la acción política. La ecología
política se ha convertido rápidamente en un cam-
po para la acción política práctica y no solo para
la teoría. Tal como lo señala Florent Marcellesi, la
ecología política fuerza a un método de interven-
ción que incida sobre la realidad, el cual implica
un “¿para qué?” inductivo y no sólo un “¿qué?” o
“¿cómo?” deductivo, que es la característica par-
ticular de las ciencias modernas, que no buscan
como objetivo principal intervenir en la realidad
social. En otras palabras, la ecología política a la
vez que produce teoría, nos dirige a la aplicación
de un conocimiento alternativo y ecologizado, por-
que conduce a pensar en nuevas formas de organi-
zación que provoquen un cambio social e institu-
cional, que rebasan a la propia teoría de ecología
política, tal como se ha desarrollado hasta hoy,
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pero que sin embargo da paso a la reconceptuali-
zación del mundo humano:
El paso de la ecología como ciencia a la ecología
como pensamiento político introduce entonces la
cuestión del sentido de lo que hacemos, lo cual im-
plica una serie de interrogaciones: ¿en qué medi-
da nuestra organización social, la manera en que
producimos, en que consumimos modifican nues-
tro medio ambiente? Dicho de otra manera, ¿cómo
pensar la combinación, la interpenetración de es-
tos factores en su acción sobre el medio ambiente?
¿Favorecen o no a los individuos estas modifica-
ciones? La ecología política nos dice cuáles son los
efectos de nuestros comportamientos y prácticas,
pero no es ella sino los hombres los que deben es-
coger el modo de desarrollo que desean, en función
de la evolución de los valores en el debate público y
democrático (Marcellesi, F., 2007).
En tercer lugar, la ecología política introduce a
la naturaleza como la fuente epistemológica:
descentralizando el antropocentrismo y situan-
do el pensamiento planetario como el sujeto de
estudio. Con ello la ecología política establece
la necesidad de que la acción política, tanto gu-
bernamental como ciudadana, no solo esté cen-
trada en las ciudades (de donde viene la idea de
ciudadanía), sino que tome toda la dimensión
rural-urbana que los problemas ambientales im-
plican. En ese sentido, las organizaciones civiles
que consiguen ligar su acción en un eje que va de
lo urbano a lo rural y viceversa, han conseguido
un alto grado de madurez y complejidad, debido
a que dicha liga no es aplicable sólo a las realida-
des locales, sino también globales. En palabras
de Víctor Toledo: que la acción social abarque
todo el espectro que va de lo rural a lo urbano
“implica una ampliación del punto focal del mo-
vimiento ambientalista mundial de las áreas ur-
banas e industriales de los países centrales, a las
áreas rurales de los países periféricos o del Tercer
Mundo. Ampliación en el espacio que supone un
enriquecimiento ideológico de los actores socia-
les a partir de la confluencia de dos vetas: una
proveniente de los movimientos contracultura-
les post-modernistas que surgen de las entrañas
mismas de Occidente, la otra que se origina de
las aguas pre-modernas de los enclaves menos
occidentalizados del Sur. Este fenómeno, que
parece estar ya teniendo lugar, ha sido promovi-
do por dos procesos: el descubrimiento realiza-
do desde la academia de que lo fenómenos más
agudos de deterioro ecológico están en el Tercer,
no en el Primer Mundo, y la lenta pero inexorable
apropiación de la perspectiva ambientalista en
los movimientos populares y de base de las áreas
rurales y semi-rurales de los países periféricos”
(Toledo V. 2007).
En cuarto lugar, el diálogo entre ecología y po-
lítica tiene, la envergadura de un diálogo civiliza-
torio, de un cambio de paradigma de larga dura-
ción: cambio en la forma de organizar la vida, la
producción, el comercio y, sobre todo, la forma de
estructurar institucionalmente el poder político;
adaptando las decisiones políticas al cuidado de la
naturaleza y los ritmos rápidos del mercado (don-
de se concentra la ambición de los grandes sobre
explotadores de recursos naturales y la irrespon-
sabilidad de los grandes generadores de residuos)
a los ritmos más lentos de la vida natural planeta-
ria. No hay, nos dice Alain Lipietz, ningún referente
de organización social en la historia moderna, que
sea capaz de modelar formas de diseños institu-
cionales para enfrentar esta crisis. De ahí que “la
ecología política avanza sobre problemas que nin-
gún contrato social o pacto fundador entre indivi-
duos libres regula” (Lipietz, A., 2000).
Finalmente, la ecología política pretende res-
ponder no solo a la crisis causada por el antropo-
centrismo y la separación entre sociedad y natu-
raleza; sino al gran desánimo social causado por
una actividad política que corrupta, simuladora,
impositiva y manipuladora (prácticas del poder sin
las cuales no se puede explicar la agudización de
las crisis ecológicas y el cambio climático). Estas
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prácticas desaniman la participación social en la
política, generan una fuerte sensación de paráli-
sis, de vacío de desconfianza en lo que la política
puede hacer para resolver la crisis en la que se ha
sumergido a la naturaleza. Lipietz señala que ac-
tualmente existe un vaciamiento de lo político,
debido al desencanto que ha dejado la experien-
cia democrática frente a una globalización elitista
que hace valer sus decisiones de cúpula por sobre
los ejercicios electorales de las mayorías. Para la
ecología política es importante retomar el senti-
do profundo de “la política”, es decir, de “lo que
se hace”. Se trata de transformar “lo político” –la
polís– que significa “cómo y con quien se hacen las
cosas”. Evitando que la reunión de hombres libres
se reduzca a la reunión de hombres en competen-
cia dentro del mercado. Esta es la apuesta de la
ecología política, nueva ciencia y nueva práctica
política.
Evidentemente el poder de la naturaleza no
es un poder que implica una voluntad declara-
da, pues se trata de un poder inmanente. Pero
es un poder factible de asignarle una narrativa
humana, como de hecho lo hacemos, cuando le
asignamos características de voluntad al descri-
bir las catástrofes naturales: “el huracán entró”,
“el viento mostró su fuerza”, “el mar demostró su
poder”, etc. Esta puede ser la base de una teoría
del poder para la ecología política. La narrativa
del poder político de la naturaleza, desde la que
puede comenzar la elaboración de una teoría del
poder para la ecología política, puede contener
cuatro aspectos, que se sostienen en las reflexio-
nes científicas, tanto de las ciencias físicas como
de las ciencias sociales:
El poder de la naturaleza es un poder destructivo.
Nos guste o no, el poder de la naturaleza, irrum-
pe con su fuerza des-tructiva o de-constructiva
frente a la acción de los actores políticos y socia-
les. Esto sin duda plantea un escenario de la ca-
tástrofe material y en parte natural, pero es una
catástrofe fundamentalmente para la vida huma-
na y para la vida de muchas especies de plantas y
animales que vivimos dentro del ciclo atmosféri-
co actual del planeta: no es una catástrofe para
el planeta mismo, a menos que la humanidad ex-
tienda su poder destructivo, atómico por ejemplo,
hacia las bases profundas del sistema planetario.
Pero por lo pronto, lo que se encuentra en riesgo
es la humanidad y la diversidad de las especies
vivas. La destrucción del poder de la naturaleza
es una vivencia ya experimentada, pero no con
el ritmo y la intensidad que provocará el cambio
climático o las distintas crisis ecológicas regio-
nales en un futuro. La destrucción de ciudades y
de obras constructivas humanas, la extinción de
especies y de ecosistemas locales y regionales es
una destrucción política, en el que la naturaleza
se manifiesta. Y su narrativa política está por ma-
nifestarse, no bajo la lógica de la defensa del me-
dio ambiente, o de la crítica al poder, sino desde la
voz des-tructiva de la naturaleza sobre el mundo
moderno capitalista. Este es un reto discursivo
para la ecología política.
El poder de la naturaleza es un poder disruptivo.
Gran parte del poder de la naturaleza se da por la
combinación de tres factores: aumento de la fre-
cuencia, la intensidad y masividad de los fenóme-
nos destructivos. Estos tres factores se manifiestan
claramente en los escenarios del futuro próximo
que plantea el cambio climático y afectan directa-
mente la lógica de la dominación de las institucio-
nes y sus redes simbólicas, ya que son capaces de
desarticular el tiempo planificado en los que se dan,
tanto los procesos burocráticos, como la lógica de
la administración capitalista. Al poder des-tructivo
y de-constructivo de la naturaleza, se le suma un
poder dis-ruptivo sobre los planes y los procesos
institucionales. El poder de las instituciones y de las
empresas, se encuentra precisamente en los proce-
sos, procedimientos y rutinas, que se traducen en
metas y objetivos dentro de una planeación, los
cuales permiten la organización y estos dependen
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16 | T E M A S D E L A T I E R R AR E V I S T A
de que se logren altos grados de automatización bu-
rocrática o administrativa. Más allá de la eficiencia,
la efectividad o el logro concreto de los objetivos,
el poder organizacional está en los procesos. Para
que el fenómeno completo se dé, se requiere de
contextos o ambientes estables, en el que la incerti-
dumbre, la parición de lo nuevo o lo inesperado sea
reducida. El poder de la naturaleza comienza por
hacer inestables e inciertos los contextos, lo cual
desarticula lo planificado y rompe los ritmos de los
procesos. La confrontación es entonces, entre la or-
ganización estatal y empresarial que busca alcanzar
el poder político o económico y la autoorganización
de la naturaleza.
El poder de la naturaleza convierte al cambio
constante en patrón. En la medida que descono-
cemos los efectos concretos que las crisis eco-
lógicas y el cambio climático tendrán sobre las
sociedades humanas, el cambio será una de las
condiciones constantes. Esta paradoja hará que
el cambio sea el patrón. Entonces, la construc-
ción de la utopía del mundo o mundo futuros, así
como su epistemología, ontología y cognición, se
encontrarán centradas en responder a cómo vivir
en un ambiente de constante cambio. Esto implica
una reforma profunda del pensamiento e impacta
directamente a la idea del dominio humano de la
naturaleza, esa aspiración de control de los ciclos
naturales por medio de la tecnología y del conoci-
miento científico, que era la condición de estabi-
lidad de la base natural, para que las ideas de la
modernidad pudieran desarrollarse. El poder de la
naturaleza transforma la noción de estabilidad y
hace que, inevitablemente, las ideas que formarán
el mundo o mundos futuros se encuentren consti-
tuidas, hechas, formadas, manufacturadas por las
transformaciones que experimentan los ciclos na-
turales planetarios, convirtiendo la incertidumbre
en patrón.
El poder de la naturaleza es un poder reconstruc-
tivo. Las sequías prolongadas, el aumento en el
nivel del mar, la contaminación atmosférica, los
huracanes constantes, las precipitaciones en vo-
lúmenes incontrolados, los tornados cada vez más
potentes, el desorden en los climas regionales, la
desaparición de la biodiversidad, entre otros; no
solo poseen poderes de des-trucción y de-cons-
trucción sobre la obra humana construida y de
dis-rupción sobre los procesos institucionales.
Los eventos naturales destructivos convertidos
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en patrón por su frecuencia, intensi-
dad y masividad, tienen también un
poder de re-construcción. Es decir,
es un poder que obliga al reconstruc-
ción social y más en el fondo a la re-
construcción de las ideas fuerza del
mundo. No son pocos los ejemplos de
reorganización social que han surgido
de las catástrofes ecológicas. El hura-
cán Katrina reformó el rostro de la
sociedad de Nueva Orleans en 2005,
el huracán Mitch lo hizo en Honduras
en 1998. Es común que tsunamis y
terremotos (fenómenos que no están
necesariamente ligados al cambio
climático, pero que demuestran el
poder de la naturaleza) den origen a
transformaciones sociales, políticas,
económicas y urbanas. La frecuencia,
intensidad y masividad del cambio
climático empuja y empujará a la ne-
cesidad de una re-construcción de las
relaciones entre sociedad y naturale-
za, y con ella a la re-conceptualiza-
ción del mundo. Lo de-constructivo,
lo des-tructivo y lo dis-ruptivo (“de-”
“des-“ y “dis-”) se combinan entonces
con lo re-constructivo y la re-concep-
tualización (el “re-”).
Asumir el poder de la naturaleza y
construir su narrativa, hará mas cla-
ro lo que significa la confrontación de
los discursos de los actores sociales
tanto locales, como regionales y glo-
bales que se encuentran en conflic-
to ecológico: unos representando el
discurso del poder de los mercados
ligados al poder político mundial mo-
derno capitalista y otros aludiendo al
poder de los ciclos naturales que sos-
tienen la vida: el discurso del poder
de la naturaleza. Revelar esto, permi-
te hacer patente que se trata de una
confrontación política de poder a po-
der: la del poder del mundo moderno
y sistema capitalista global, frente
al poder planetario de la naturale-
za, este último, un poder inmanente,
cuya narrativa social y humana está
en construcción, pero finalmente un
poder sistémico, autoorganizado,
que es capaz de entablar una disputa
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En la construcción del concepto Guerra de Baja Intensidad se encuentran diversas definiciones. En la región se le nombra comúnmente gbi, y ese es el concepto más utilizado por los movimientos sociales, y se refiere a aquellas tácticas de presión, hostigamiento, investigación y confrontación indirecta o directa que son empleadas para debilitarlos
Guerra de Baja Intensidad y megaproyectos hidráulicos
Preámbulo
El presente trabajo pretende ser un ejercicio
de praxis, es decir, comprender de mejor
manera la relación entre la práctica social
de la resistencia contra la presa El Zapotillo y las
concepciones que engendran las estrategias de
dominación, fundamentadas en el intervencio-
nismo; aprender de la experiencia de lucha, las
formas que toman las tácticas de la autoridad y
profundizar teóricamente, para así tener mayores
elementos para la cualificación de las estrategias
y acciones.
Ante una investigación que puede ser aborda-
da desde diferentes bases teóricas, no fue posible
profundizar en todas las aristas y se intentó enfo-
car la línea de investigación, haciendo síntesis de
los tópicos estudiados con ejemplos concretos,
hilados por reflexiones que encadenaron los dife-
rentes capítulos. Para el estudio, durante un pe-
riodo de más de un año, se desprendieron diver-
sos temas inherentes a la investigación, bastante
específicos y con una amplia diversidad de fuen-
tes accesibles, por lo que se consultaron varios
textos para cuestiones concretas de referencias,
ejemplificación, fundamentación, datos específi-
cos o como marco general que, en muchas oca-
siones, ya no se citaron en referencias directas
dentro de la investigación. Fue complicado acotar
la investigación para buscar sustentarlos adecua-
damente, pero creemos que se logró plasmar una
visión suficientemente concreta acerca de lo que
es la doctrina de la Guerra de Baja Intensidad, su
proceso histórico en el contexto regional y el con-
flicto por el territorio, que se desarrolla en Jalis-
co, contra la presa El Zapotillo.
El desarrollo de este documento parte de los
supuestos que dieron origen y algunas de las de-
finiciones del concepto de Guerra de Baja Inten-
sidad (GBI), para después abordar los temas de la
violencia y el miedo como tácticas para reprimir
a los movimientos sociales y normalizar dichos
actos ante la opinión pública. En seguida, se
hace una breve visión retrospectiva del contex-
to histórico de la GBI, para centrarnos inmedia-
tamente en algunos ejemplos de sus manifesta-
ciones en México. Como parte fundamental para
entender la relación entre el caso concreto y la
doctrina GBI, hacemos una revisión de los mega-
proyectos y los procesos de intervención, con los
planes militares de América Latina, señalando
algunos de los preceptos claves del modelo ac-
tual extractivista y su especificidad en el caso de
las represas. A su vez se hacen algunas mencio-
nes, a modo de ejemplificar, de cómo la repre-
sión ha sido utilizada para imponer estas obras
de infraestructura.
Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.
karl marx
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Los filhan hinterpmodos
Marco von Borstel es activista socioambiental desde hace más de 26 años. Ha sido parte del
equipo y de la coordinación de diversos procesos de articulación de movimientos sociales a
nivel nacional y en América Latina, como la REDLAR (Red Latinoamericana de Afectados por
Represas) y la COMPA (Convergencia de Movimientos y Pueblos de las Américas). Es escritor
y fotógrafo que cuenta con diversas publicaciones en temas socioambientales. Este artículo
forma parte del libro del mismo título editado por el Taller Editorial La Casa del Mago.
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Para finalizar la presentación de contenidos,
hacemos un breve resumen de la lucha y la resis-
tencia de la comunidad de Temacapulín contra
la presa El Zapotillo y se presenta una síntesis de
datos relevantes del caso. Posteriormente expo-
nemos un ejercicio de sistematización cronoló-
gica, que ubica, por un lado, las acciones de re-
sistencia y, por otro, los actos de hostigamiento,
categorizados por la forma en que se expresan en
la práctica concreta. El análisis de dicha tabla y
el entrecruzamiento con los componentes que
caracterizan a la doctrina GBI, generan una con-
clusión que aunque aclara algunas de los cuestio-
namientos iniciales, abre más aspectos que inves-
tigar y profundizar.
Objetivos y ejes iniciales de la
investigación
A continuación presentamos los objetivos y ejes
con los que inicialmente se planteó la investiga-
ción, que serán evaluados brevemente en las con-
clusiones, pero que sirven para entender desde
qué subjetividad y con qué enfoque se desarrolló
el proceso de recopilación e interpretación de la
información.
Objetivos
Este trabajo busca profundizar el conocimiento
de las estrategias, métodos y expresiones de la
Guerra de Baja Intensidad (GBI) y su relación con
las puestas en marcha por el Estado mexicano
para imponer el proyecto de la presa El Zapotillo,
ante la resistencia de las comunidades de Tema-
capulín, Acasico y Palmarejo y las organizaciones
que las acompañan. También tiene los siguientes
objetivos:
–Entender la relación entre las estrategias ci-
viles de GBI, delineadas en los años ochenta por
los militares de Estados Unidos, para el interven-
cionismo en Centroamérica y otras latitudes, con
las utilizadas actualmente por las autoridades
mexicanas en este caso en particular. Dicha re-
lación, enmarcada en el contexto actual mexica-
no, y desde una base conceptual del ecologismo
popular, vincula la experiencia con las múltiples
luchas socioambientales del continente, que son
producto de las expresiones actuales de explota-
ción y apropiación de las riquezas y territorio de
los pueblos, por parte de las multinacionales, con
la complicidad y la subordinación de los gobier-
nos locales.
–Acotar y enfocar adecuadamente el proceso
de sistematización e investigación, de manera
que sean útiles, tanto el artículo, como la com-
pilación de información, para la construcción co-
lectiva de conocimiento y las redefiniciones cons-
tantes que se hacen de las estrategias y tácticas
de defensa y lucha. A su vez ésta propuesta puede
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servir para ver desde otra óptica los conflictos internos, las debilidades y
fortalezas y la visión retrospectiva del proceso comunitario de resistencia.
–Aportar elementos para las definiciones de la reestructuración organi-
zativa y traslado de liderazgos que se está dando, en el movimiento, comité
y organizaciones que acompañan, desde la radicalización de las acciones
de la comunidad, el 8 de noviembre del 2010, cuando se hizo el llamado a la
Revolución del Agua.
Consideraciones y metodología
Para esta investigación se recurrió a diversas fuentes y formas de obtener
información, búsqueda de bibliografía referente, entrevistas con expertos
y expertas del tema y pobladores de la comunidad. Tomando en cuenta la
ventaja de que he sido parte del movimiento desde el 2008, tuve acceso a
todo el archivo de documentos y prensa con el que se cuenta y el cual es muy
amplio, pero eso implicó, por lo mismo, un ejercicio de síntesis muy comple-
jo. Otra complejidad obvia, fue el estar demasiado involucrado, no solo en
el movimiento, sino en el tema de la investigación, por haber sido uno de los
tantos objetivos de las acciones de hostigamiento y amenaza, implementa-
dos por la autoridad. Esto me da una postura claramente subjetiva, pero que
a través del mismo ejercicio dialéctico de la investigación, me ha permitido
tomar distancia de la práctica concreta, para poder mirar los hechos desde
una perspectiva sistémica e interconectada con otros procesos de lucha y
una dimensión de carácter más estructural.
La construcción del documento representó también un gran reto por las
múltiples actividades en las que participo del proceso de lucha local y na-
cional, así como otras situaciones de carácter personal, por lo que no puedo
dejar de mencionar a aquellos camaradas que apoyaron e hicieron posible
que desarrollara esta investigación, a la par de la militancia, el curso y los
efectos por los actos represivos.
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¿Qué es la Guerra de Baja Intensidad?
El concepto de Guerra de Baja Intensidad es am-
pliamente conocido en Centroamérica a partir del
proceso de intervencionismo de los Estados Uni-
dos de América en la región, que se dio durante la
década de los años ochenta y al cual en México, se
le dio amplia difusión, a partir del levantamiento
del Ejército Zapatista de Liberación Nacional de
Chiapas, en 1994, y sus denuncias ante las tácticas
represivas del gobierno. Posteriormente diversos
movimientos sociales como la APPO en Oaxaca y
luchas en defensa del territorio como San Salva-
dor Atenco en el Estado de México y la Parota en
Guerrero, también son objeto de prácticas simi-
lares, no únicamente de violencia física y judicial,
ejercida por parte de los cuerpos de seguridad del
Estado, sino también sujetos a un sinnúmero de
tácticas de violencia simbólica, psicológica y de
intimidación, que utilizan las diversas autoridades
y las corporaciones militares y policiales en contra
de la movilización popular, la reivindicación de los
derechos humanos o cualquier manifestación que
esté en contra de los intereses del propio Estado y
las corporaciones que lo gestionan.
Actualmente en México existe una campaña
permanente de las organizaciones de derechos
humanos en contra de la criminalización de la
protesta, ante las diversas manifestaciones de
violencia ejercidas en contra de los movimientos
sociales y defensores y defensoras de derechos
humanos, como lo son el alarmante aumento en
asesinatos, desapariciones, encarcelamientos
de miembros de movimientos populares, acti-
vistas, periodistas y miembros de organizacio-
nes sociales, más la criminalización mediática
y judicialización de conflictos sociales y sus ac-
tores populares. A su vez, el movimiento por la
Paz, encabezado por el poeta Javier Sicilia, en
reacción por la gran cantidad de población civil
desaparecida y asesinada, vinculada a la guerra
contra el crimen organizado implementada por el
actual gobierno mexicano, ha movilizado a gran
parte de la ciudadanía en contra de la violencia y
la estrategia del estado en materia de seguridad y
combate al narcotráfico.
Habrá que aclarar que para efectos de este do-
cumento, utilizaremos los conceptos de estrategia
y táctica de manera diferenciada, en el sentido que
para estrategia nos estaremos refiriendo al diseño
de un camino para lograr un objetivo específico; y
por táctica nos estaremos refiriendo a los diferen-
tes mecanismos concretos, en los que se expresa
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dicha estrategia. Es decir, si ésta implica los pasos
para imponer la construcción de una represa en
cierta región, las tácticas serían las instrumenta-
ciones concretas, por las cuales la autoridad busca
alcanzar ese objetivo. Cada táctica tiene sus pro-
pios objetivos, que en conjunto contribuyen para
el logro mayor.
La Guerra de Baja Intensidad es un concepto
que nace desde la doctrina militar de los Estados
Unidos y que engloba una serie de visiones es-
tratégicas y tácticas diseñadas para detener los
procesos revolucionarios de lo que ellos llaman el
tercer mundo.
A continuación y antes de presentar algunas
de las definiciones del concepto GBI, enumera-
mos los supuestos que nos presenta Lilia Bermú-
dez en su libro Guerra de Baja Intensidad, Reagan
contra Centroamérica, en los que se basa el viraje
de estrategia de los Estados Unidos, a partir de
la experiencia en el sudoeste asiático, donde la
doctrina de la contrainsurgencia en el periodo de
Kennedy, tenía un componente eminentemente
militar, y aunque se consideraba de carácter flexi-
ble, no le daba relevancia suficiente a los elemen-
tos de táctica civil.
En 1984 uno de los Think Tanks (tanques pen-
santes del neoconservadurismo estadounidense)
llamado Ernest Evans, hace un estudio para el
American Enterprise Institute, donde analiza la
diferencia entre los movimientos revolucionarios
en América Latina y los movimientos guerrilleros
de los años sesenta. Aquí señala en sus conclusio-
nes, cuatro razones por las cuales los costos de
una intervención militar en la región, serían mu-
cho más altos y riesgosos, que de aquellas reali-
zadas contra la anterior generación de movimien-
tos revolucionarios.
Este tipo de análisis, así como el Informe Kis-
singer, introducen la dimensión política, en las
reflexiones de estrategia militar para enfrentar
la crisis en Centroamérica, sin dejar de estar per-
meados por las concepciones dicotómicas de la
contradicción conflictiva entre el Este y el Oeste
y enmarcados aún, en el terreno de la Guerra Fría
librada contra el comunismo y que se manifiesta
en esta disputa territorial por los países de África,
Asia y América Latina.
En la construcción del concepto Guerra de
Baja Intensidad se encuentran diversas definicio-
nes. En la región se le nombra comúnmente GBI
y ese es el concepto más utilizado por los movi-
mientos sociales, y se refiere a aquellas tácticas
de presión, hostigamiento, investigación y con-
frontación indirecta o directa que son empleadas
para debilitarlos. En Estados Unidos, a partir de
las reflexiones y discusiones en el seno de los es-
trategas civiles y militares, se le denomina como
Conflicto de Baja Intensidad y en la mayoría de
los documentos oficiales de Estados Unidos se
nombra como LIC, Low Intensity Conflict, por sus
siglas en inglés.
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Las definiciones en inglés que encontramos en manuales mi-
litares norteamericanos son:
LIC is a limited politico-military struggle to attain political, military,
social, economic or psychological objectives. It is often of lengthy
duration and extends from diplomatic, economic and psychological
pressure to terrorism and insurgency. LIC is generally confined to a
specific geographical area and is often characterized by limitations
of armaments, tactics and level of force. lic involves the actual or
contemplated use of military means up to just below the threshold
of battle between regular armed forces” (The U.S. Army’s training
manual, U.S. Army War College, Carlisle).
LIC is a political-military confrontation, ranging from propa-
ganda and subversion to the actual use of armed forces, between
contending states or groups below the level of conventional war
and above the level of routine, peaceful competition. It frequently
involves protracted struggles of competing principles and ideolo-
gies (The Essential Dictionary of the U.S. Military, 2001).
El pensamiento que se genera desde la GBI se ha ido especiali-
zando, adecuándose a las nuevas realidades sociales y necesida-
des generadas por el sistema capitalista, como se han ido trans-
formando las formas de apropiación de los bienes comunes y el
territorio a través de tácticas políticas y mediáticas, como la del
mito de la escasez del agua y los mecanismos para reducir el ca-
lentamiento global. �
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En este trabajo, se revisa la dispersión de la piña desde su centro de origen, domesticación y diversificación (Sudamérica), hasta el posible establecimiento de la planta en sistemas de cultivo bajo doseles de vegetación en el occidente de México (específicamente en los estados de Jalisco y Nayarit)
Jesús Juan Rosales Adame. Formación en biología, maestría en Manejo Integrado de Recursos
Naturales por CATIE, Costa Rica, y doctorado en Ecología y Recursos Naturales por la Universidad de
Guadalajara. Temas de trabajo: agroecología, agroforestería con énfasis en agrobosques y sistemas
silvopastoriles, así como manejo de agroecosistemas tradicionales.
Judith Cevallos Espinosa. Profesora investigadora titular en el Departamento de Ecología y
Recursos Naturales, CUCSUR, U de G. formación en biología y maestría en Manejo Integrado de
Recursos Naturales por CATIE, Costa Rica. Temas de investigación y formación de recursos humanos
en etnobiología, recursos forestales no maderables y etnobotánica.
El agrobosquede piña,
Introducción
América es reconocida como centro prima-
rio de origen de la agricultura y domesti-
cación de especies vegetales en el mundo.
El Neotrópico, como centro independiente de do-
mesticación de plantas, aportó un número signifi-
cativo de cultivos al mundo. Más de 250 especies
ya se utilizaban en esta región desde tiempos pre-
colombinos, y poco más del 50% de ellas contaba
con algún grado de domesticación. De este grupo,
un número importante ya habían sido disemina-
das hacia diversas áreas geográficas del continen-
te, muchos cientos de años antes del contacto de
los europeos con estas tierras.
Actualmente, cultivos originarios y domestica-
dos en América como el maíz (Zea mays L.), la papa
(Solanum tuberosum L.), la calabaza (Cucurbita
spp.), la yuca o casava (Manihot esculenta Cranz),
el cacao (Theobroma cacao L.), el frijol (Phaseo-
lus vulgaris L.), el aguacate (Persea americana) y
la piña [Ananas comosus (L.) Merr.], entre muchos
otros, se cultivan y mejoran intensamente en di-
versas regiones alrededor del mundo, mientras
que otras especies y variedades lo hacen en me-
nor escala, pero también con gran potencial para
su desarrollo en regiones marginadas. La disemi-
nación de cultivos a través del continente y las
Antillas se efectuó desde tiempos prehispánicos,
y en muchos casos se han podido determinar sus
centros de origen y domesticación, así como las
rutas posibles de dispersión. Adicionalmente,
se han establecido hipótesis para su ampliación
geográfica y temporal.
Evidencias arqueológicas, lingüísticas y ar-
queobotánicas revelan que entre Mesoamérica y
algunas áreas de América del Sur desde hace mi-
lenios, se integraba una zona económica y cultu-
ral que desarrollaba el comercio, el intercambio
de especies cultivadas e interacciones sociales.
Estas relaciones generaron flujos bidirecciona-
les continentales de recursos nativos cultivados,
e interacciones sociales, utilizando para ello ru-
tas de migración terrestres y posiblemente ma-
rítimas. De las rutas terrestres, se ha planteado
que a través de corredores biológico-culturales
mesoamericanos se pudieron haber introducido
especies sudamericanas hasta los principales sis-
temas de huerto en México, además del comercio
e intercambio de jade, cerámica y caracoles. Posi-
blemente, las formas y motivaciones que emplea-
ron las culturas americanas para intercambiar
cultivos fueron similares, partiendo del recono-
cimiento cultural de los recursos como fuente
de alimento, bebidas, fibras, herramientas, me-
dicinas, usos religiosos, entre otros. Pero segu-
ramente en esto también influyó la facilidad de
cultivo ancestral en el occidente de México
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Fotografías
del autor
28 | T E M A S D E L A T I E R R AR E V I S T A
...corredores
biológico-culturales
mesoamericanos
se pudieron haber
introducido especies
sudamericanas
hasta los principales
sistemas de huerto
en México...
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movilización de los cultivos o especies a través de
los propágulos vegetativos y reproductivos (hi-
juelos, rizomas, esquejes, tubérculos) que podían
ser transportados en largos viajes o distancias y
que, además, contaban con la característica de
gran durabilidad.
En este trabajo, se revisa la dispersión de la
piña desde su centro de origen, domesticación y
diversificación (Sudamérica), hasta el posible es-
tablecimiento de la planta en sistemas de cultivo
bajo doseles de vegetación en el occidente de Mé-
xico (específicamente en los estados de Jalisco y
Nayarit), donde el cultivo se ha registrado como
un sistema etnoagroforestal sostenible y clasifi-
cado como agrobosque, bosque jardín o interme-
dio. Se plantea que está especie cultivada desde
tiempos prehispánicos y de gran importancia co-
mercial a escala global, pudo haber llegado a las
costas del Pacífico mexicano a través del uso de
rutas que fueron establecidas por las culturas lo-
cales hace milenios, a las que se les ha denomina-
do corredores biológico-culturales mesoameri-
canos, o bien, por vía marítima de sur a norte por
las culturas sudamericanas que ya contaban con
desarrollo naval. Los pobladores que migraron
pudieron haber integrado esta fruta tropical a es-
quemas de manejo extensivo donde el empleo de
doseles de leñosas como los sistemas de huerto
o de complejos vegetales como los paisajes do-
mesticados de tipo promovido o manejado que
los pobladores desarrollaron hace varios miles
de años en los diversos territorios del continente.
Este tipo de sistemas de huerto manejados; re-
presentan las formas más parecidas que fue-
ron también empleadas en diversas regiones
de Sudamérica con variedades cultivadas y
silvestres, en los cuales la piña seguramen-
te ya estaba incluida. Evidencias recientes
sobre el manejo de la piña de sombra en
el occidente de México, muestran que
este agroecosistema no ha presentado
variaciones significativas en su manejo,
al menos por varios siglos. Incluso pudiera indi-
car que el sistema realmente se ha mantenido
por mucho más tiempo de lo registrado hasta
ahora. Por otra parte, este sistema productivo
de piña bajo sombra, es totalmente opuesto al
sistema convencional que se ha venido desarro-
llando para las variedades mejoradas desde que
fueron diseminadas pantropicalmente allá por el
siglo XIX y originadas principalmente en Francia
para desarrollarse en formas de cultivo en las que
prácticamente se eliminó la vegetación nativa
presente en las áreas de producción de la mayoría
de las regiones en el mundo.
La piña (Ananas comosus), una fruta
tropical
La piña es una fruta tropical de la familia Brome-
liaceae y es considerada nativa de Sudamérica.
Fue originada de formas silvestres en las tierras
bajas tropicales de la Amazonia. En esta misma
área, se ha demostrado que los grupos indígenas
desarrollaron formas de manejo agrícola que da-
tan de hace más de 5,000 a 7,000 años, además de
la aplicación de estrategias de manejo para una
numerosa variedad de recursos de la vegetación
local con el objetivo de propiciar la presencia y
permanencia de especies útiles, generando con
ello un proceso de selección y diversificación del
germoplasma que les permitió resolver las ne-
cesidades básicas y técnicas de los pobladores.
Bajo estos esquemas de manejo de los ensambles
de vegetación, las plantas de piña pudieron ha-
berse seleccionado generando una importante
diversificación de la o las especies y domestican-
do algunas de ellas que resultaron convenientes
para los pobladores.
El origen geográfico de la piña se ha estable-
cido en dos regiones particulares de América del
Sur, propiciando lo que se ha denominado como
centro primario y secundario; caracterizados por
la riqueza morfológica y genética de las especies
y variedades de Ananas. Como centro primario, se
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considera la región norte de Sudamérica, particu-
larmente la cuenca del Orinoco-Guyana, mientras
que el segundo se encuentra en la región sur de la
Amazonia brasileña. De estas zonas, los amerin-
dios desde épocas prehispánicas diseminaron las
plantas de piña a distintas regiones del continen-
te; incluyendo posiblemente Mesoamérica donde
cobraron una considerable importancia para los
pobladores, debido a las evidencias actuales de
la diversidad de usos que tiene esta fruta.
León (1987) establece tres rutas principales
de diseminación continental para las plantas de
piña; una se dirige hacia Perú, otra hacia Ecuador,
y una más hacia el norte de la región sudameri-
cana, principalmente a Venezuela, y de ahí a las
islas del Caribe de donde pudo haber pasado a
Centroamérica y, posiblemente, a México (figura
1). Para la época del contacto de los españoles
con el continente americano, estos encontraron
la piña en la isla Guadalupe en el Caribe hacia el
año de 1493. Sin embargo, la discontinuidad de
registros arqueológicos de la fruta no permite
mostrar con claridad su presencia en regiones
muy al norte de la denominada superárea Me-
soamérica. Donde sí existen evidencias de su im-
portancia cultural es en la costa norte del Perú, la
cual se ve reflejada en los vestigios arqueológicos
(vasijas de cerámica en forma de fruta de piña) de
la cultura Mochica, cuyo período ha sido estable-
cido hace varios siglos (200 a. C-800 d. C), esto es,
muchos años antes de la llegada de los europeos
al continente americano y sobre todo para esas
regiones de América del). La figura 2 muestra un
par de vasijas de cerámica de la cultura Mochica
del Perú con la representación de la fruta de piña,
las cuales están resguardadas en el Museo Lar-
co, en Lima, Perú. Éstas se ha mantenido hasta
nuestros días, y dan muestra de la importancia
cultural y del uso que las plantas representaban
para los pobladores locales. La forma del fruto
de estas vasijas de varios siglos de antigüedad,
son muy similares en cuanto a la forma (cilindro
compacto y pequeño) de las frutas de la variedad
española roja o criolla que se cultivan en el occi-
dente de México.
Otros autores han manifestado que los grupos
indígenas caribes dispersaron la planta de piña a
través de la costa Atlántica hasta establecerla en
Guatemala), área de donde pudo haberse disemina-
do hacia otras zonas más al norte de Mesoamérica
a través del intercambio biológico, social y religioso
ya existente entre las culturas de la región. La hipó-
tesis de los corredores biológico-culturales Mesoa-
mericanos que han planteado algunos autores para
la costa Pacífico, establecen el posible vínculo bidi-
reccional entre la región occidental de México hasta
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Para el año 2010,
según la propia
FAO y con una
diferencia de
cálculo, casi el
49 por ciento
de la superficie
total de América
Latina y el
Caribe, está
conformada por
bosques
figura 1. Posibles rutas de diseminación de la piña [Ananas comosus (L.) Merr.] en el continente Americano. Elaborado con base en información de León (1987), Standley y Steyermark (1946) citado en Heiser 1965, Rieff (2006), Coe (1960) y el posible uso de los corredores biológico-culturales Mesoamericanos (Zizumbo-Villarreal y Colunga-García-Marín, 2010).
figura 2. Vasijas de cerámica de la cultura Mochica al norte del Perú, época de auge 1d. C - 800 d. C; a). Botella gollete asa lateral escultórica que representa el fruto de piña (código de catálogo ML006575 y código de ubicación 109-007-012); b). Cántaro escultórico representando el fruto de piña (código de catálogo ML006550 y código de ubicación 110-003-014). Fotografías obtenidas del catálogo en línea del Museo Larco, Lima, Perú.
figura 2. Vasijas de cerámica de la cultura Mochica al norte del Perú, época de auge 1d. C - 800 d. C; a).
a) b)FO
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Guatemala; medio por el cual es posible explicar la
presencia de muchas plantas y/o animales, entre las
cuales pudo estar incluida la planta de piña y dise-
minada hacia regiones más al norte de Mesoaméri-
ca, las cuales pudieron haber pasado de una región
a otra hasta llegar al occidente de México. El plan-
teamiento de los corredores biológico-culturales
pudo haber sido uno de los mecanismos de cómo
cultivos domesticados en el norte de Mesoamérica,
al seguir los sistemas de ríos y cuencas que conec-
tan las tierras bajas tropicales (zonas de costa) con
los sistemas lacustres intermontanos, pudieron lle-
gar a regiones tan lejanas como el área de Centroa-
mérica y hasta Sudamérica o bien cultivos y espe-
cies de importancia en el sur, lo hicieron de forma
inversa (figura 1).
Estos corredores, al utilizarse en sentido inver-
so, pudieron diseminar las especies domestica-
das del sur al norte del continente, aprovechando
la importancia que ya tenían para los pobladores
más de un centenar de especies, entre las que se
incluye a la piña. Es muy probable también que
otro factor que favoreció la facilidad de movilidad
de algunas plantas a lo largo del continente fue la
reproducción vegetativa como lo exhibe la piña
o algunas otras especies, de las cuales pudieron
emplearse los hijuelos o vástagos para su propa-
gación. Es bien conocido que los propágulos de
reproducción vegetativa como los hijuelos, tu-
bérculos, bulbos o esquejes se mantienen viables
por períodos largos sin que sean plantados, con lo
cual se puede demostrar un posible mecanismo
que pudieron emplear los nativos americanos al
desplazarse de un sitio a otro del continente y lle-
var hacia diferentes regiones geográficas cultivos
considerados como básicos o bien aquellos como
esta fruta tropical de considerable importancia
por su cultivo milenario. Pacheco (2009), mencio-
na que cultivos que fueron diseminados durante
los siglos XVI-XIX en la ruta comercial entre Amé-
rica y Asia, fueron conservados durante los via-
jes transoceánicos en arena (tubérculos), musgo
(estacas) y azúcar (frutos carnosos), según el tipo
de propágulo; con lo cual se aseguró el traslado
exitoso para muchas plantas de importancia ali-
menticia entre estos dos continentes, represen-
tando modificaciones importantes de los siste-
mas agroalimentarios locales, por la aceptación
casi inmediata que tuvieron este tipo de plantas
en las sociedades locales. Estas incorporaciones
biológicas apoyan el planteamiento de Machuca
et al. (2010) sobre el hecho de que al introducirse
nuevas plantas a esta región mesoamericana se
generaron nuevas sociedades, las cuales al me-
nos tuvieron tres tipos de introducción o modifi-
cación; la de cultivos prehispánicos de diferentes
regiones del continente, por el Atlántico (con el
descubrimiento de América) y del Pacífico (con
el comercio Asia-América). Así pues, no debería
ser extraño que algunas de estas estrategias de
transporte y conservación de especies, pudieron
ser empleadas por las culturas precolombinas
para diseminar cultivos de gran importancia ali-
menticia y cultural a lo largo y ancho de los terri-
torios continentales de América.
Riqueza y hábitat del género AnanasLas variedades cultivadas exhiben una pluralidad
de usos y formas de manejo. Entre los usos que más
destacan son como alimento humano (consumo de
fruto en fresco y/o procesado), pero también son
empleadas como fuente de forraje para animales
y como cercos vivos, al utilizar las plantas comple-
tas en agroecosistemas tradicionales. Otros usos y
productos empleados de utilización para el hom-
bre, están las bebidas fermentadas, los jugos, las
medicinas, veneno para flechas y fibras. De este úl-
timo producto sobresale la elaboración artesanal
de ropa fina particularmente en Filipinas.
Diseminación de la piña a Mesoamérica
La mayor aceptación en la actualidad es que la dis-
persión de la piña a nivel continental se desplegó
desde tiempos precolombinos.
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Callen (1967), en un estudio de coprolitos encon-
trados en cavernas del valle de Tehuacán, Puebla,
México; considerada una de las regiones habitadas
de gran importancia en Mesoamérica, determinó
la presencia de brácteas y semillas de esta fruta
en los restos analizados, estableciendo una anti-
güedad de más de 2,200 años antes del presente.
Si esta especie manejada ya se encontraba en la
región para esta época, posiblemente pudo estar
incorporada en lo que González-Jácome conside-
ra como los agroecosistemas de huertos prehis-
tóricos que han sido registrados para esta área de
Puebla, sistemas de huerto que tuvieron un proce-
so de evolución a través de los últimos 9,000 o más
años y donde se han incorporado paulatinamen-
te especies de gran importancia para las culturas
locales, varias de ellas introducidas y difundidas
tempranamente de diferentes centros de domes-
ticación como Sudamérica desde tiempos prehis-
pánicos, así como de aquellas especies traídas vía
el Atlántico del Mediterráneo particularmente por
los españoles (frutos de Castilla) y aquellos traídos
vía el Pacífico (Asia) con la Nao de China, muchos
de los cuales tuvieron una adopción exitosa gra-
cias a la tradición agrícola milenaria, incluso varios
de los cultivos que fueron intercambiados fueron
integrados en sistemas biológicamente diversos
como los huertos tradicionales ya presentes en
esta región del continente.
Figura 3. Monolito de piedra llamado Bloque Casca encontrado en el sitio arqueológico de San Lorenzo, Veracruz. Mide 36 cm × 21 cm × 13 cm y pesa 11.5 kg. Pertenece a la cultura olmeca que floreció en las costas del golfo de México entre 1,250-400 a. de C. Este bloque de piedra presenta 62 glifos que ejemplifican plantas y animales, entre las que destacan el maíz y la piña, así como insectos y organismos acuáticos. Los recuadros muestran los glifos que pueden estar representando la piña. Tomado de Rodríguez Martínez et al. (2006).
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En particular, la piña fue nombrada inicial-
mente en el idioma protochinanteco que habla-
ban los olmecas, mostrando así la importancia y
significancia de esta planta para las culturas lo-
cales ya establecidas. El valor biológico-cultural
que llegaron a representar las plantas y animales
en la región, propició que una variedad de orga-
nismos y algunos artefactos fueran plasmados en
inscripciones bastante elaboradas sobre bloques
de piedra de la cultura olmeca.
A pesar de estas evidencias sobre el uso de la
planta de piña en el centro y costas del Golfo de
México, parece reciente su reconocimiento como
una fruta de importancia para Mesoamérica, pero
además, muy poco se sabe el cómo este cultivo
pudo diseminarse hacia otras regiones del país,
incluyendo la occidental de México en la vertiente
Pacífico.
Diseminación de la piña en la cuenca
Pacífico de México
En esta revisión encontramos que una de las
primeras referencias al respecto de la presencia
del cultivo de piña en esta área geográfica, es la
mención que se hace de los cultivos tradicionales
considerados para los indígenas colimotes en lo
que se denominó la Villa de Colima para la Nueva
España, sobresaliendo la guayaba, las vainilla y
la piña, aunque también se hace mención de los
plátanos. Es claro que éstos no son nativos de
América, pero se reconoce fueron traídos tempra-
namente al área, documenta que de los registros
de la Villa de Colima en los años de 1542, ya se
cultivaban naranjos y piñas en estancias agríco-
las propiedad de colonos españoles, quienes ade-
más poseían huertas de cacao, frutales y ganado
mayor. Importante hacer notar que para esta re-
gión y muchas otras en América, el cacao fue una
especie ampliamente utilizada por las culturas
locales antes del contacto español en la región,
seguramente en sistemas de manejo muy pareci-
da a las asociaciones vegetales nativas del área y
donde posiblemente también se mantenían plan-
tas como la piña. Los primeros trabajos que do-
cumentan la importancia de la piña en la Nueva
España son los de Gonzalo Fernández de Oviedo
(1535) quien hace una descripción muy precisa
del fruto de esta planta tropical (La historia gene-
ral de las Indias), así como el trabajo de Francisco
Hernández, protomédico español quien escribió
sobre las plantas del Nuevo Mundo, en su libro
La Historia Natural de la Nueva España (hacia los
años de 1571), este último reporta la presencia de
la piña de Indias o Matzatli (vocablo náhuatl dado
a la piña por las culturas indígenas mexicanas),
planta cuyo desarrollo se lograba en regiones
cálidas y lugares montuosos de estos territorios
del Nuevo Mundo. Descripción que bien puede
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Fotografía del autor
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En particular, la piña fue nombrada inicialmente en el idioma protochinanteco que hablaban los olmecas, mostrando así la importancia y significancia de esta planta para las culturas locales ya establecidas.
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entenderse como sistemas de producción de este
cultivo en huertas o huertos rústicos donde la po-
blación mantenía vegetación nativa de la región,
principalmente de las tierras bajas tropicales, lo
cual coincide con varios autores que han estable-
cido que dicha fruta se cultivaba en Mesoamérica
desde tiempos precolombinos.
En regiones de la Mesoamérica precolombi-
na y donde se cuenta con un vacío de registros
escritos o grabados, una fuente de información
importante respecto de los recursos silvestres y
cultivados presentes en la región occidente de
Mesoamérica durante el contacto español son
Las Relaciones Geográficas de 1580. Particular-
mente, las Relaciones Geográficas del siglo XVI:
Nueva Galicia hacen mención de la presencia de
frutos de piña en la región de la Villa de la Puri-
ficación (actualmente territorio del estado de
Jalisco y donde existe el agroecosistema de piña
bajo sombra), de este lugar se menciona lo si-
guiente: -“Los árboles silvestres que hubiere en la
dicha comarca comúnmente, y los frutos y prove-
chos que dellos y de sus maderas se saca, y para
lo que son o serían buenas” el informante respon-
dió: “A los veintidós capítulos (pregunta), respon-
dieron que, en toda esta provincia, hay muchos
árboles silvestres de la tierra, frutales, como son
zapotes, aguacates, guayabos, ciruelas, anonas,
plátanos en cantidad, ates, ilamas, mameyes, ‘pi-
ñas’, pimienta de la tierra y otros muchos, y gran
cantidad de madera blanca para navíos, junto a la
mar, y muchas pita, de que se hace jarcia para los
navíos y barcos”-, esta información está fechada
para los años de 1585. Seguramente la descrip-
ción que hacen los españoles sobre los árboles sil-
vestres de la tierra y frutales aun cuando no todas
las menciones son de especies nativas (plátanos,
piñas), estas fueron consideradas como locales
o “de la tierra” en virtud de haber sido encontra-
das como parte de la vegetación o manejadas en
sistemas de manejo agrícola o recolectadas de
ensambles de vegetación casi naturales, cuando
los colonizadores contestaron los cuestionarios
para la corona española. La redacción original de
las Relación Geográficas para la Nueva Galicia citan
la palabra “pina” en lugar de piñas; lo que pudiera
incluso parecer confuso. Sin embargo, a la luz de la
presencia de la planta de piña en la Villa de Colima
y su importancia como cultivo tradicional para los
indígenas de la región, así como los registros obte-
nidos de otras relaciones geográficas hacia el sur
de la Mesoamérica precolombina, particularmen-
te al sur de Tehuantepec (Machuca et al., 2010), así
como de los planteamientos de su presencia y sig-
nificancia en los territorios del centro de esta gran
área geográfica prehispánica; muestran con más
claridad que esta fruta tropical ya estaba presente
como un cultivo de importancia en los sistemas de
producción tradicionales de esta zona del conti-
nente americano. �
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Entre 1990 y 2015, el cambio de la superficie mundial de bosque ha ido disminuyendo en más del 50 por ciento, debido, principalmente, a la reducción de la conversión forestal en algunos países y del aumento de la superficie de bosques en otros.
La creciente atención mundial en torno al
deterioro ambiental, que alcanza niveles
de crisis, y a la estrecha vinculación que
tiene con los intereses económicos neoliberales
imperantes, se centra mucho, por parte de los
organismos internacionales dedicados a ello, en
problemas catalogados como globales. Resaltan
aquí, la preocupación por el cambio climático,
la degradación de la capa de ozono, la pérdida
de biodiversidad y la acelerada deforestación de
selvas tropicales y bosques templados y boreales,
entre otros.
Sin embargo, en nuestros países de Latinoa-
mérica y el Caribe, se hace cada vez más necesario
atender también problemas y manifestaciones de
deterioro ambiental de carácter local y regional,
estrechamente relacionados con situaciones de
desigualdad social, depauperación de la calidad
de vida de la población y esquemas productivos
y de acumulación de riqueza, relacionados con
formas de explotación económica y dominación
política inequitativas y, en muchos casos, antide-
mocráticas.
En este sentido, resulta esencial, en una pers-
pectiva integradora, la búsqueda y formulación
de estrategias generales y mecanismos específi-
cos que posibiliten la articulación de problemas
de deterioro ambiental locales y regionales, con
procesos de alcance global, y que permitan, a su
vez, el desarrollo de estrategias y metodologías
que promuevan la participación de la población,
dirigidas a la defensa, rescate, restauración y
conservación de un ambiente digno, al uso sus-
tentable de los bienes comunes o medios de la
naturaleza para la vida, y a la promoción de una
cultura ambiental.
Enmarcado en dicha problemática, en éste
texto comparto un acercamiento al estado de los
bosques, en cuanto a la cobertura forestal exis-
tente y la pérdida de la misma, cuya tendencia
alcanza niveles preocupantes, desde el plano glo-
bal hasta sus manifestaciones nacionales y loca-
les. Aproximación diagnóstica que contextualiza
el desarrollo de una experiencia de promoción y
restauración forestal con participación social or-
ganizada, a través de un proyecto cuyo lema ha
sido “Sembrar árboles, sembrar conciencias”, y
que ha concretado un caso de rescate de un pre-
dio denominado La Hondonada 1, sección Prime-
ra, en el Bosque de La Primavera, localizado al
oeste de la zona metropolitana de Guadalajara,
en el estado de Jalisco, situado en el occidente de
México.
Los bosques
El planeta: la Tierra
Según cifras de la Organización de las Nacio-
nes Unidas para la Agricultura y la Alimentación
A flor de piel. La cobertura forestal, de lo global a lo local
Es doctor en Educación por la Universidad La
Salle de Costa Rica y por la Universidad Veracruzana. Maestro en Sociología y licenciado
en Psicología por la Universidad de Guadalajara. Actualmente es profesor investigador de
tiempo completo en la misma casa de estudios. Tiene un sitio en Facebook con el nombre
de Jorge Gastón Gutiérrez. El texto publicado aquí pertenece al libro Sembrar árboles, sembrar conciencias, editado por el Taller Editorial La Casa del Mago.
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(FAO)1, en 1995, los bosques cubrían tan sólo 3
mil 454 millones de hectáreas, lo que representa
alrededor de un 26.6% de la superficie terrestre. La distribución de los mismos por regiones (con-
siderando bosques naturales y plantaciones) era
la siguiente: América Latina y el Caribe, con cerca
de 950 millones (27.5%); la antigua URSS, con 816
millones (23.6%); Asia/Oceanía, con 565 millones
(16.4%); África, 520 millones (15.1%); América del
Norte templada/boreal, con 457 millones (13.2%)
y Europa, con 146 millones (4.2%).
Desde 1990, la superficie de bosque a nivel
mundial ha ido en decremento, según los datos
ofrecidos por la Evaluación de los Recursos Fores-
tales Mundiales (FRA, por sus siglas en inglés: Glo-
bal Forest Resources Assessment) realizada por
la FAO en 2010,2 a excepción de la región europea,
donde las zonas forestales aumentaron significa-
tivamente entre 1990 y 2005, destacando como la
región con más bosques en el mundo (incluyendo
a la antigua URSS), seguido por los países de Sud-
américa, Centroamérica y Norteamérica.
De acuerdo con esta misma fuente, y con esti-
maciones un tanto más optimistas que las de la
propia FAO citadas en el párrafo inicial, se calcula
que para el año 2010, el área total de bosque en el
mundo, ya constituía más de 4 mil millones de
1 fao, Situación de los bosques del mundo, Roma, 1997, p. 10.
2 fao, Evaluación de los recursos forestales mundiales, 2010. Informe principal, Roma, 2010, p. 25.
hectáreas, lo correspondiente al 31 por ciento de
la superficie total de la tierra. Los cinco países
con mayor riqueza forestal (la Federación de Ru-
sia, Brasil, Canadá, Estados Unidos de América y
China) abarcaban más de la mitad del total del
área de bosque en el mundo con un 53 por ciento
en su conjunto. Diez países o áreas se registraban
sin bosque alguno y en otros 54 países la cantidad
de bosque se concentraba en menos del diez por
ciento de su extensión total. Europa (incluida la
Federación de Rusia) sumaba el 25 por ciento del
área total de bosque, seguida por Sudamérica
(21%) y Norteamérica y Centroamérica (con un
17% en su conjunto).3
3 Ibid., p. 12.
Tabla 1. Comparación de estimaciones del área de bosque
entre 1990, 2000 y 2005*. Área de bosque (miles de
hectáreas)
Región Año
1990 2000 2005
África 749 238 708 564 691 468
Asia 576 110 570 164 584 048
Europa 989 471 998 239 1 001 150
Norteamérica y
Centroamérica708 383 705 497 705 296
Sudamérica 946 454 904 322 882 258
Oceanía 198 743 198 381 196 745
Mundial 4 168 398 4 085 168 4 060 964
* Elaboración propia con información obtenida de Evaluación de los recursos forestales mundiales, FAO 2010.
1 fao, Situación de los bosques del mundo, Roma, 1997, p. 10.
2 fao, Evaluación de los recursos forestales mundiales, 2010. Informeprincipal, Roma, 2010, p. 25. 3 Ibid., p. 12.
* Elaboración propia con información obtenida de Evaluación de los recursos forestales mundiales, FAO 2010.
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En 2015, la FAO reporta que los diez países principales que alber-
gan superficie forestal a nivel mundial, representan alrededor
del 67 por ciento del total de los bosques.4
Entre 1990 y 2015, el cambio de la superficie mundial de bos-
que ha ido disminuyendo en más del 50 por ciento, debido prin-
cipalmente a la reducción de la conversión forestal en algunos
países y del aumento de la superficie de bosques en otros. El
área de bosque total se ha incrementado en los países templa-
dos en cada uno de los períodos de medición, mientras que las
variaciones han sido leves en las zonas ecológicas boreal y sub-
tropical. El incremento en la superficie considerada como bos-
que, puede deberse tanto a forestación mediante la plantación
de árboles como a la extensión natural.5
Sin embargo, en términos generales, la tendencia decrecien-
te se ha mantenido, aun para el caso de los principales diez paí-
ses que cuentan con mayor superficie de bosque como son: la
Federación Rusa, Brasil, Canadá, Estados Unidos, China, Repú-
blica Demócrata del Congo, Australia, Indonesia, Sudán (2010)/
Perú (2015) y la India. Aunque en menor medida que otros países
y regiones, al comparar el total acumulado de superficie de bos-
que de ellos, para los años 2010 y 2015, se observa dicha ten-
dencia: si para el 2010, acumulaban 2,685 millones de hectáreas,
para el año 2015 alcanzaban 2,682 millones de hectáreas.6 Esto
es, una pérdida de tres millones de hectáreas en cinco años, lo
que equivale a 100 veces el Bosque de La Primavera, en el que se
centra la atención más adelante en este trabajo.
La región: América Latina y el Caribe
En lo que respecta a América Latina y el Caribe, se estima, con
base en el procesamiento de datos para esta región del conti-
nente americano,7 que para 1995 los bosques cubrían más de 943
millones de hectáreas, representando casi la mitad de la super-
ficie total de dicha región y aproximadamente una cuarta parte
de la superficie forestal mundial. Siendo casi la totalidad de sus
4 fao, Evaluación de los recursos forestales mundiales, 2015. ¿Cómo están cambiando los bosques del mundo?, Roma, 2015.
5 Ibid, p. 14.
6 fao, Evaluación de los recursos forestales mundiales, 2010, op. cit., p. 16 y fao, Evaluación de los recursos forestales mundiales, 2015, op. cit., p. 15.
7 fao, Situación de los bosques del mundo, 1997, op. cit., pp. 151-161. En ese informe de la fao, México es considerado como parte de América del Norte, suponemos que por razones comerciales derivadas del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (tlc). Sin embargo, para este estudio, se sigue considerando como parte de América Latina y el Caribe, por lo que los datos se incorporan en esta región.
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42 | T E M A S D E L A T I E R R AR E V I S T A
bosques naturales (cerca del 95%) de categoría
tropical, encontrándose principalmente en Amé-
rica del Sur Tropical, América Central, el Caribe, y
el sur de México. El resto de las áreas forestales se
encontraban en zonas templadas de América del
Sur (principalmente en Argentina, Chile y Uruguay)
y en el norte de México.
Para la FAO, en el año 2000, los porcentajes de
superficie boscosa en la región se mantenían de
manera semejante, representando aún el 25 por
ciento de las áreas boscosas del mundo y una
proporción de éstas muy por arriba del promedio
mundial: mientras un 47 por ciento del territorio
de la región está cubierto por bosques, el prome-
dio mundial es de 30 por ciento.8
Para el año 2010, según la propia FAO y con una
diferencia de cálculo, casi el 49 por ciento de la su-
perficie total de América Latina y el Caribe, está
conformada por bosques. Lo que a su vez, repre-
senta alrededor del 22 por ciento de la superficie
forestal mundial. Para dar una idea de la evolución
8 Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, geo América Latina y el Caribe. Perspectivas del Medio Ambiente, 2003, pnuma, Oficina Regional para América Latina y el Caribe, México, 2003, p. 53. Con base en información de fao, State of the World’s Forests, 2001, Roma (en http//www.fao.org/forestry).
de la cubierta forestal en la región, puede mencio-
narse que, para 1990 se registraban 978 millones
de hectáreas de superficie boscosa, mientras que
en el 2000, la cobertura era de 932.7 millones y
en el año 2010, sólo alcanzaba los 890.7 millones
de hectáreas.9 Estas cifras que se presentan a lo
largo de treinta años, permiten corroborar la ten-
dencia decreciente en la extensión de superficie
forestal en América Latina y el Caribe, coincidente
y a la vez notoriamente más pronunciada, que la
que se presenta a nivel mundial.
El país: México
Para el caso específico de México, de acuerdo con
estimaciones presentadas en el Programa Fores-
tal y de Suelo 1995-2000 de la Secretaría de Medio
Ambiente, Recursos Naturales y Pesca (Semarnap)
y con el procesamiento de cifras contenidas en el
Anuario Estadístico de la Producción Forestal 1996
de la misma Secretaría,10
el conjunto de bosques,
9 fao, Situación de los bosques del mundo, 2011, op. cit., p. 18.
10 semarnap, Programa Forestal y de Suelo, 1995-2000, México, 1996, p. 15, y semarnap, Anuario Estadístico de la Producción Forestal, 1996, México, 1998, pp. 101-105.
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selvas y otras áreas con vegetación natural,11
abar-
caban una superficie de 141.7 millones de hectá-
reas, ocupando el 72 por ciento del territorio nacio-
nal. De esto, los bosques y selvas abarcaban, entre
55.4 y 56.8 millones de hectáreas (más del 25% del
territorio nacional), de los que 32.5 millones son
formaciones cerradas (58% del total del arbolado)
y 22.9 millones formaciones abiertas (42%).
En cuanto a su distribución por tipos de ve-
getación, pueden encontrarse principalmente
bosques templados y selvas de trópico húmedo
y de trópico seco. Las cifras de esta distribución
presentan algunas variaciones de acuerdo con las
dos fuentes referidas. Cabe señalar que el Progra-
ma Forestal y de Suelo fue editado en 1996, mien-
tras que el Anuario Estadístico en 1998, por lo que
este último pudiera tener datos más actualizados
que el primero.
En lo que respecta a los bosques templados,
estos ocupan alrededor de 30.4 millones, según ci-
fras del anuario, y de 31.9 millones de hectáreas,
de acuerdo al Programa Forestal. Lo que propor-
cionalmente y con referencia al total de bosques
y selvas del país, representaría entre un 53.5 y un
11 Es importante mencionar que en el Anuario Estadístico de la Producción Forestal 1996 se están considerando como ‘otras áreas con vegetación natural’ a la vegetación de zonas áridas, la vegetación hidrófila y halófila, así como las áreas perturbadas.
57.5%. Cifras que a su vez reflejan que los bosques
templados significaban, para el total de áreas con
vegetación del país, entre un 21.4 y un 22.5 por
ciento de acuerdo con cada una de dichas fuentes.
Estas superficies arboladas, están diferenciadas, a
su vez, principalmente en bosques de coníferas (21
millones de hectáreas), latifoliadas (9.5 millones) y
mesófilos (1.4 millones), y se localizan primordial-
mente en áreas montañosas del país, concentrán-
dose las tres cuartas partes de ellos en los estados
de Chihuahua, Durango, Guerrero, Michoacán, Ja-
lisco y Oaxaca.
Por su parte, las selvas abarcan 26.4 millones de
hectáreas, según datos del Anuario y alrededor de
25.1 millones de hectáreas, de acuerdo al Programa
Forestal de 1995, lo que representa entre un 43 y un
46% del total de bosques y selvas y significa alrede-
dor de entre 17 y 18 del total nacional de áreas con
vegetación. Las selvas en México están distribuidas
en las siguientes categorías: a) selvas de trópico hú-
medo, de tipos alta y mediana, que ocupan alrede-
dor de 14.1 millones de hectáreas, ubicándose un
80% de ellas en los estados de Campeche, Chiapas,
Oaxaca, Quintana Roo y Veracruz; y b) selvas de tró-
pico seco, que incluyen selva baja caducifolia y que
ocupan una extensión aproximada de 11 millones
de hectáreas, encontrándose en los declives de la
Sierra Madre Oriental y Occidental, en las cuencas
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44 | T E M A S D E L A T I E R R AR E V I S T A
del Balsas y del Papaloapan, en el Istmo de Tehuan-
tepec, en Chiapas y en la Península de Yucatán.
Las cifras han cambiado con el paso de los
años. De acuerdo con el Programa Nacional Fo-
restal 2014-2018, actualmente en México se con-
tabilizan 138 millones de hectáreas con vegeta-
ción forestal, equivalentes al 70 por ciento del
territorio nacional, 3.7 por ciento menos que
1996. Los principales ecosistemas que componen
esta superficie son los matorrales xerófilos en
41.2 por ciento, los bosques templados en 24.24
por ciento, las selvas 21.7 por ciento, manglares y
otros tipos de asociaciones de vegetación fores-
tal conforman el 1.06 por ciento y otras áreas fo-
restales el 11.8 por ciento. Los bosques mesófilos
de montaña abarcan más de 1.7 millones de hec-
táreas es decir el 1.2 por ciento de la vegetación
forestal, los manglares tienen una superficie de
887 mil hectáreas y la vegetación dentro de la ca-
tegoría “otras asociaciones” (palmares, sabana,
selva de galería, entre otros) es de 575 mil hec-
táreas de la superficie equivalente a menos de 2
por ciento de la vegetación forestal nacional. Se
puede observar, en relación con años anteriores,
como ha disminuido la superficie forestal en cier-
tos ecosistemas como las selvas y matorrales.12
El estado: Jalisco
Para el caso de Jalisco, con base en el procesa-
miento de cifras contenidas en el Anuario Estadís-
tico de la Producción Forestal 1996 de la Semarrna-
p,13 se estima que entre bosques, selvas y otras
áreas con vegetación natural, se abarca una su-
perficie de aproximadamente 4.8 millones de hec-
táreas, lo que representa, según esa fuente, un 3.4
por ciento del total nacional de áreas con vegeta-
ción. Ocupa el lugar 12 con respecto al total de
entidades federativas del país. La distribución de
12 conafor, Programa Nacional Forestal, 2014-2018, p. 21.
13 semarnap, Anuario Estadístico de la Producción Forestal 1996, op. cit.
esa superficie por tipos de vegetación, muestra
una presencia relevante de bosques con 1.9 millo-
nes de hectáreas (40% del total), de selvas con
1.08 millones de hectáreas (22% del total) y de ve-
getación de zonas áridas con más de 500 mil hec-
táreas (10.6% del total). Aunque también destaca-
ba la cifra referente a áreas perturbadas con 1.2
millones de hectáreas (26% del total).
Para el caso específico de la superficie arbolada
por bosques y selvas, según datos de la misma
fuente, Jalisco contaba con un total de alrededor
de 3 millones de hectáreas, lo que representa un
5.3 por ciento del total de dichas áreas arboladas
del país, ocupando el noveno lugar del total de
estados, después de algunos como Chihuahua,
Durango, Oaxaca, Sonora, Quintana Roo, Guerre-
ro, Chiapas, Campeche, y por sobre otros como
Sinaloa, Michoacán y Veracruz.
Ahora bien, detallando la información en lo
referente a los bosques, según datos del mismo
anuario estadístico, estos ocupan en Jalisco una
extensión de más de 1.9 millones de hectáreas, lo
que representa un 6.38% del total de superficies
boscosas del país, colocándose en el sexto lugar
a nivel nacional, después de entidades como Chi-
huahua, Durango, Oaxaca, Sonora y Guerrero, y por
sobre otros como Michoacán, Chiapas, Zacatecas,
Nayarit, Sinaloa y el estado de México.
Tabla 2. Superficie forestal de Jalisco (hectáreas)*
Tipo de vegetación Superficie Porcentaje
Bosques 1’941,918 40.13
Selvas 1’088,389 22.49
Vegetación de zonas
áridas515,752 10.66
Hidrófila y halófila 7,468 0.15
Áreas perturbadas 1’258,093 26.56
Total 4’811,620 100
* Elaboración propia con información obtenida de Anuario Estadístico de la Producción Forestal, SEMARNAP 1996.
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De manera específica, de esa superficie de
más de 1.9 millones de hectáreas de bosques,
poco más del 5 por ciento es de bosques de co-
níferas (99,310 ha), el 68% es de bosques de co-
níferas y latifoliadas (1’330,051 ha), un 26% son
bosques de latifoliadas (510,924 ha) y un 0.08 son
plantaciones forestales (1,633 ha).
Para el caso de plantaciones forestales, se re-
fieren datos de pocos estados y son, en orden de-
creciente por superficie abarcada: Michoacán con
11,655 hectáreas; Sonora con 10,439; Nayarit con
10,293; Estado de México con 9,911; Chihuahua
con 8,759; Oaxaca con 5,626; Distrito Federal con
3,201; Guanajuato con 1,638 y Jalisco con 1,633.
Un aspecto a destacar dentro de estas cifras
que presenta el referido anuario estadístico, para
el caso de tipos de vegetación en otras áreas arbo-
ladas en el estado de Jalisco, es el hecho de que
las áreas perturbadas abarcan más de 1.2 millo-
nes de hectáreas, con lo que dicho estado ocupa
el sexto lugar a nivel nacional, sólo después de
Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Yucatán, Michoacán y
Campeche.14
Con datos más recientes, que guardan algunas
diferencias con las cifras de la información previa,
pero que coinciden en cuanto a las tendencias, se
encuentra, por un lado, el Anuario Estadístico y
Geográfico por Entidad Federativa 2013 del Inegi,
14 semarnap, Anuario estadístico…, op. cit., pp. 102-105.
que fue elaborado con información del año 2004
y que muestra que Jalisco tiene 1’941,918 hectá-
reas de bosques y 1’606,482 hectáreas de selvas,
en tanto que cuenta con 515,752 de vegetación de
zonas áridas, 7,468 de vegetación hidrófila y ha-
lófila y alrededor de 1’285,093 hectáreas de áreas
perturbadas.15
Por otra parte, se encuentra el Programa Estra-
tégico Forestal del Estado de Jalisco 2007-2030,16
en el que se presenta información que nos permite
realizar una comparación de la superficie forestal
registrada entre los años 1994 y 2006. En cuanto a
superficie forestal total, se refiere que para 1994,
Jalisco contaba con 4’921,818 hectáreas, mien-
tras que para el 2006, se reportan 4’681,119, lo
que refleja una reducción en la superficie forestal
de 240,699 hectáreas. De estos totales de super-
ficie forestal, los datos correspondientes especí-
ficamente a superficie de bosque, refieren que
para 1994 se contaba con 2’073,311 hectáreas, en
tanto que para 2006, se registran 1’831,907, lo que
representa una reducción de 241,404 hectáreas.
Esto refleja una tendencia consistente a la baja
de la superficie forestal en el estado, a la vez que
15 inegi, Anuario estadístico y geográfico por entidad federativa, 2013, consultado en http://www.inegi.org.mx/prod_serv/contenidos/espanol/bvineg i/productos/integracion/pais/aepef/2013/aegpef_2013.pdf
16 conafor, Programa Estratégico Forestal del Estado de Jalisco (pefj), 2007-2030, p. 60.
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da cuenta de que la mayor parte de la reducción
se da, de manera muy notoria, precisamente en el
caso de los bosques.
Aunado a lo anterior y de manera complemen-
taria, el Diagnóstico del Estado Actual y Gestión
para las Áreas Naturales Protegidas del Estado de
Jalisco: Nevado de Colima, Sierra de Quila y Bos-
que La Primavera, destaca que Jalisco es suma-
mente importante debido a los bosques tropicales
caducifolios que hay en el sitio, ya que presentan la
mayor riqueza de especies de árboles en América
para este tipo de vegetación.17
Por dicha razón es
relevante conocer las características forestales del
estado para procurar su conservación. �
17 Diagnóstico del estado actual y gestión para las Áreas Naturales Protegidas del Estado de Jalisco: Nevado de Colima, Sierra de Quila y Bosque la Primavera, Secretaría de Desarrollo Rural del Estado de Jalisco, p. 9.
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Molina, Mario; Sarukhán,José; Car abias, Julia .
El cambio climático.Causas, efectos y soluciones.Fondo de Cultura Económica, La Ciencia para Todos, México 2017.
B I B L I O T E C A D E A L E J A N D R Í A
La humanidad se encuentra en un momento clave de
su historia: nunca antes como ahora se tiene nume-
rosa y diversa información sobre el origen antropo-
génico del actual cambio climático y, al mismo tiempo, se
ve la urgencia de poner en marcha cambios radicales en
el modelo de desarrollo económico, si es que en verdad
deseamos detener, de una vez por todas, el deterioro am-
biental del planeta.
A través de esta obra, tres reconocidos autores y
promotores de políticas públicas de protección del me-
dio ambiente informan en este trabajo, sobre las causas
humanas y naturales del calentamiento global –ese que
neciamente niega el mandatario estadounidense Donald
Trump–; exponen una serie de alternativas para un desa-
rrollo sostenible y sustentable y justo para todos.
Los tres autores –Molina, Sarukhán y Carabias– coin-
ciden en que es urgente que la suma de los esfuerzos y
tareas de gobiernos y sociedades se comprometan, res-
ponsable y éticamente, ante las generaciones, presente y
futuras, así como ante el ecosistema vivo, que es nuestras
casa, el planeta Tierra.
El prestigio y relevancia de estos autores es indiscuti-
ble y a prueba de todo cuestionamiento.
Mario Molina es ingeniero químico por la UNAM y doc-
tor en fisicoquímica por la Universidad de California, en
Berkeley, en Estado Unidos. Su trabajo pionero acerca del
adelgazamiento de la capa de ozono le hizo merecedor al
premio Nobel de Química en 1995.
José Sarukhán es biólogo por la UNAM y doctor en eco-
logía por la Universidad de Gales. Fue rector de la Univer-
sidad Nacional Autónoma de México, y en la actualidad
es coordinador nacional de la Comisión Nacional para
el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO), de
México.
Julia Carabias es maestra en ciencias biológicas por
las UNAM. Fue titular de la Secretaría de Medio Amiente,
Recursos Naturales y Pesca (Semarnap), durante el sexe-
nio de el ex presidente Ernesto Zedillo, entre 1994 y 2000,
y actualmente es profesora de carrera de la Facultad de
Ciencias de la UNAM. �
Según la definición del Diccionario de la Real Academia
Española (RAE) la palabra agua (del latín aqua, feme-
nino) tiene dos acepciones, a saber. Nos quedaremos
tan sólo con la primera, que es la del interés de esta obra
bibliográfica, El agua, de Manuel Guerrero Legarreta.
f. Sustancia cuyas moléculas están formadas por la combina-
ción de un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno, líquida, ino-
dora, insípida e incolora. Es el componente más abundante de
la superficie terrestre y, más o menos puro, forma la lluvia, las
fuentes, los ríos y los mares; es parte constituyente de todos
los organismos vivos y aparece en compuestos naturales.
Dice el autor que el agua –materia del libro del libro– es
todo un tema. Conocer el agua es amarla y disfrutar de
sus inconmensurables beneficios. Más que de tierra so-
mos de agua.
En esta obra, el autor reconoce, subraya y pone énfasis
en el papel que juega el agua en el control global climático;
sus sutiles propiedades, que la hacen ser como es; y son
éstas las que determinan que este compuesto en particular
–y no otro– tenga en la naturales y en la vida que de ella
emerge, tan relevante rol.
El agua es la sustancia más extraordinaria: es un líquido
a temperatura ambiente cuando debería ser un gas. El agua
no es un producto comercial como cualquier otro sino, más
bien, una herencia natural que debe ser protegida, defen-
dida y tratada como tal, según el Parlamento Europeo.
El autor de esta obra afirma que los problemas del agua
surgen de su naturaleza: es una sustancia fundamental
para la vida, pues interviene en los procesos individuales
de los seres que poblamos el planeta, y es indispensable
para todas las actividades humanas, desde la agricultura
rudimentaria hasta la industria más compleja.
El panorama sobre la disponibilidad del agua utilizable
en términos realistas para este aún joven siglo XXI es más
bien sombrío. Por ello deberíamos hacer un uso responsa-
ble de este recurso.
Debemos dejar de pensar que el agua es un río infinito
que siempre estará a nuestro alcance. �
Guerrero Legarreta, Manuel.
El aguaFondo de Cultura Económica, colección La Ciencia para Todos, México 2012.
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E N E L B I E N , F I N C A M O S E L S A B E R
w w w . u a d e c . m x
B l v d . V e n u s t i a n o C a r r a n z a s / nC o l . R e p ú b l i c a O r i e n t eS a l t i l l o , C o a h , M é x i c o
@ U A d e C
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