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LA CULTURA DE GUERRA DEL «NUEVO ESTADO» FRANQUISTA Enemigos, héroes y caídos de España

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LA CULTURA DE GUERRADEL «NUEVO ESTADO» FRANQUISTA

Enemigos, héroes y caídos de España

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COLECCIÓN HISTORIA BIBLIOTECA NUEVA

Dirigida porJuan Pablo Fusi

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Francisco Sevillano

LA CULTURA DE GUERRADEL «NUEVO ESTADO» FRANQUISTA

Enemigos, héroes y caídos de España

BIBLIOTECA NUEVA

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La edición de este libro ha recibido una ayuda del departamento de Humani-dades Contemporáneas de la Universidad de Alicante.

© Francisco Sevillano, 2017© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2017

Almagro, 3828010 [email protected]

ISBN: 978-84-16938-51-3Depósito Legal: M-15.701-2017

Impreso en Gómez Aparicio Grupo Gráfi coImpreso en España - Printed in Spain

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de repro-ducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infrac-ción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y siguientes, Código Penal). El Centro Espa-ñol de Derechos Reprográfi cos (www.cedro.org) vela por el respeto de los ci-tados derechos.

SEVILLANO CALERO, FRANCISCOLa cultura de guerra del «nuevo Estado» franquista : enemigos,

héroes y caídos de España. – Madrid : Biblioteca Nueva, 2017197 p. ; 21 cm (Colección Historia Biblioteca Nueva)ISBN : 978-84-16938-51-31. Guerra Civil española 2. Fascismo 3. Nazismo 4. Comunis-

mo 5. Franco 6. José Antonio Primo de Rivera 7. Mártires/Caídos8. Propaganda 9. Patria 10. Memoria Histórica 11. Historia12. Política

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Índice

INTRODUCCIÓN.—LA «CULTURA DE GUERRA» COMO LEGITIMACIÓN DEL «NUEVO

ESTADO» FRANQUISTA ........................................................................... 9

PRIMERA PARTE

ELLOS SON EL ENEMIGO

CAPÍTULO 1.—LAS MIL CARAS DEL COMUNISMO ........................................... 17

1.1. La opinión publicada durante la Transición ante la legalización del PCE ...................................................................................... 18 1.2. El comunismo camufl ado ......................................................... 23 1.3. La amenaza comunista .............................................................. 33 1.4. El «enemigo interno» ................................................................ 40

CAPÍTULO 2.—LA ESTIGMATIZACIÓN DE LOS VENCIDOS EN LA POSGUERRA ESPA- ÑOLA ................................................................................................... 43

2.1. La estigmatización de los vencidos .......................................... 44 2.2. Contra la murmuración ............................................................. 51 2.3. La denuncia contra Gerardo Salvador Merino ......................... 59 2.4. La trama y la sentencia ............................................................. 64

CAPÍTULO 3.—LA REPRESENTACIÓN DEL ENEMIGO EN LA «ESPAÑA NACIONAL» .. 71

3.1. La naturaleza multiforme del terror .......................................... 71 3.2. La distinción del enemigo ......................................................... 74 3.3. El estereotipo del enemigo ........................................................ 78 3.4. La imagen del vencido .............................................................. 88

CAPÍTULO 4.—GUERRA DE PALABRAS. EL DISCURSO POLÍTICO DE LA DERECHA

EN LAS ELECCIONES DE FEBRERO DE 1936 .............................................. 91

4.1. Recordad octubre de 1934 ........................................................ 91 4.2. Apelando a la unidad patriótica ................................................ 95 4.3. Contra la anarquía ..................................................................... 99 4.4. Señalando al enemigo ............................................................... 103

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8 ÏNDICE

SEGUNDA PARTE

NOSOTROS SOMOS ESPAÑA

CAPÍTULO 5.—FRANCO Y JOSÉ ANTONIO: CAUDILLO Y PROFETA DE ESPAÑA .. 109

5.1. Francisco Franco, «caudillo» de España .................................. 110 5.2. Caudillismo falangista .............................................................. 116 5.3. Celebrando a Franco, «caudillo» .............................................. 125 5.4. José Antonio Primo de Rivera, profeta, mártir y santo ............ 130

CAPÍTULO 6.—PRO PATRIA MORI. EL CULTO A LOS MUERTOS EN LA ESPAÑA

DE POSGUERRA ..................................................................................... 137

6.1. La politización del recuerdo de las víctimas en el «nuevo Estado» 139 6.2. Ritos y retórica de la muerte ..................................................... 147 6.3. La localización del recuerdo de los «caídos» ........................... 152

CAPÍTULO 7.—LA POLÍTICA DEL «COMBATISMO» EN EL «NUEVO ESTADO» ..... 161

7.1. El discurso de la «Victoria»: heroísmo, sacrifi cio y jerarquía en el trabajo ............................................................................... 162 7.2. La organización de los excombatientes .................................... 166 7.3. Los límites del «combatismo» .................................................. 176

CONCLUSIONES ........................................................................................... 181

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA ............................................................................ 187

Fuentes documentales ....................................................................... 187 Fuentes legislativas impresas ............................................................ 187 Fuentes hemerográfi cas ..................................................................... 188 Bibliografía ........................................................................................ 188

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INTRODUCCIÓN

La «cultura de guerra» como legitimacióndel «nuevo Estado» franquista

En el verano de 1936, los sucesos del golpe de Estado del día 17 y el 18 de julio, que provocó una parte de la oficialidad del Ejército espa-ñol, quebraron el Estado de derecho sin conseguir la ocupación del po-der en la República. El fracaso de la rebelión militar produjo de facto una situación de guerra en España. En el contexto de ascenso de los movimientos fascistas —como ocurrió en la oleada de regímenes dicta-toriales que extendió el totalitarismo en Europa tras 1933—, estas cir-cunstancias supusieron que la principal característica del «nuevo Esta-do» español radicó en su instauración bajo el dominio de los militares rebeldes durante una larga guerra civil.

La pregunta que se quiere contestar en este libro es en qué términos y hasta qué punto el discurso político que dio significado al conflicto que estalló produjo una «cultura» que pudiera articular colectivamente las percepciones e influir en las preferencias y las evaluaciones indivi-duales. El discurso es un modo de decir que está institucionalizado so-cialmente, es decir, como lenguaje no solo describe una realidad pre-existente, sino que es constitutivo parcialmente de esa realidad. De este modo, como marco de referencia permite interpretar la propia experien-cia individual a partir de representaciones colectivas. De acuerdo con este planteamiento se argumenta en este estudio que el discurso político fundamentó la legitimación del «nuevo Estado» español en la guerra: como bellum iustum, subsistiendo una «causa justa» a la rebelión mili-

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tar, conducida por el don y la gracia carismáticos de su caudillo, defen-dida con la sangre de los mártires y «caídos»; como «guerra total», una vez se prolongó, que había de acabar con la destrucción total del enemi-go, tenido políticamente como «absoluto», desvalorizado moralmente hasta deshumanizarlo. La propagación de estos aspectos formó una «cultura de guerra» en las décadas siguientes, que caracterizó la repre-sentación de la identidad colectiva de la «España nacional» como co-munidad política esencial en lucha frente a la anti-España1.

Como en toda movilización, la Guerra Civil hizo que se exaltara el propio «espíritu» como antítesis del enemigo, infundiendo la propagan-da un sentimiento de común pertenencia identitaria. La fuerza aglutina-dora y movilizadora de las imágenes utilizadas por la retórica del nacio-nalismo fue propaganda de guerra, pero también algo más que la defen-sa de una causa al apelar a una comunidad imaginada2. La Gran Guerra en Europa había roto con todas las formas de hostilidad hasta entonces conocidas. Como destacó el general alemán Ludendorff, no solo las fuerzas armadas de los países beligerantes perseguían su destrucción recíproca, sino que los pueblos mismos se vieron tomando parte en una

1 Acerca de la noción de «cultura de guerra» en relación con la Gran Guerra en Francia, véanse las precisiones que hicieron A. Becker y S. Audoin-Rouzeau, «Vers une histoire culturelle de la Première Guerre mondiale», Vingtième siècle. Revue d’histoire, núm. 41 (enero-marzo de 1994), págs. 5-7 y, de los mismos autores, «Violence et consentement: la “culture de guerre” du premier confl it mondial», en J.-P. Rioux y J.-F. Sirinelli (dirs.), Pour une histoire culturelle, París, Seuil, 1997, págs. 251-271, según reiteraron y precisaron en otras publicaciones, sobre todo 14-18, retrouver la Guerre, París, Gallimard, 2000. Este en-foque de historia cultural de la guerra asumió la propuesta interpretativa que el historiador George L. Mosse hizo sobre la «brutalización» de la política en la Alemania de posguerra en el libro Fallen Soldiers: Reshaping the Memory of the World Wars, Nueva York, Oxford University Press, 1990 (trad. al esp.: Soldados caídos. La transformación de la memoria de las guerras mundiales, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2016). Como ba-lance de la importancia historiográfi ca de este concepto, véase L. V. Smith, «The ‘Culture de guerre’ and French Historiography of the Great War of 1914-1918», History Compass, vol. 5, issue 6 (noviembre de 2007), págs. 1967-1979 y P. Purseigle, «A very French debate. The 1914-18 ‘war culture’», Journal of War and Culture Studies, vol. 1, issue 1 (2008), págs. 9-14. A propósito de la viabilidad del concepto de cultura de guerra para el caso espa-ñol, hay que citar el estado de la cuestión expuesto en E. González Calleja, «La cultura de guerra como propuesta historiográfi ca: una refl exión general desde el contemporaneísmo español», Historia Social, núm. 61 (2008), págs. 69-87, con diversas aportaciones al respec-to en ese número monográfi co de la revista.

2 La atención a la fuerza aglutinadora y movilizadora del nacionalismo puede verse en X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor! Nacionalismo y movilización bélica durante la guerra civil española (1936-1939), Madrid, Marcial Pons Ediciones de Historia, 2006.

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INTRODUCCIÓN 11

guerra que les afectó directamente y les acarreó los peores sufrimien-tos3. La «guerra total» exige toda la fuerza de un pueblo. Para obtener la máxima potencia, la política ha de identificarse con el principio de con-servación de la vida del pueblo, atendiendo sus necesidades en todos los dominios, también el psíquico, incluso en tiempos de paz4. La fuerza anímica es la que da al Ejército y al pueblo la cohesión indispensable para la lucha por la vida y la conservación de la raza en una guerra que, de estallar, se prolongaría indefinidamente. El deber más urgente del gobierno es desenmascarar a los adversarios más acérrimos de la uni-dad nacional, adoptando las medidas adecuadas para conseguir la cohe-sión. Para ello, la tarea más apremiante de los jefes en la guerra total es exigir a las autoridades civiles que realicen a cualquier precio dicha cohesión, identificando a los adversarios que la amenazan al hacerse una idea más precisa de su naturaleza y sus bases5.

Al igual que había ocurrido en los conflictos europeos, la guerra de España se entendió imbuida de una misión divina, se reelaboraron ar-quetipos preexistentes y se exaltó el propio «espíritu» como antítesis del enemigo6. La extrema crueldad de las acciones violentas en la guerra

3 E. Ludendorff, La guerre totale, París, Flammarion, 1937 (ed. orig. en alemán, Der Totale Krieg, de 1935), pág. 7.

4 Ibíd., págs. 13-14.5 Ibíd., pág. 21. Véase M. Schäfer, «The Thinkers of the Total. Ernst Jünger, Carl

Schmitt and Erich Ludendorff», en H. Maier (ed.), Totalitarianism and Political Reli-gions. Volume III. Concepts for the comparism of dictatorships: theory and history of in-terpretation, Londres/Nueva York, Routledge, 2007 (ed. orig. en alemán de 2003), págs. 114-120; y R. Chikering, S. Förster y B. Greiner (eds.), A World at Total War. Global Conflict and the Politics of Destruction, 1937-1945, Cambridge, Cambridge University Press, 2005. Sobre la utilidad de la noción de «guerra total» para la interpretación de la guerra civil española, hay que citar a R. Chickering, «La Guerra Civil española en la era de la Guerra Total», Alcores. Revista de Historia Contemporánea, núm. 4 (2007), págs. 21-36, así como las contribuciones reunidas en M. Baumeister y S. Schüler-Sprin-gorum (eds.), «If You Tolerate This...». The Spanish Civil War in the Age of Total War, Fráncfort/Nueva York, Campus Verlag, 2008.

6 Sobre la formación de la imagen estereotipada del enemigo en la guerra civil española, véase F. Sevillano, Rojos. La representación del enemigo en la Guerra Civil, Madrid, Alian-za Editorial, 2007 y, del mismo autor, «La imagen del enemigo en la Guerra Civil española», en Guerras civiles. Una clave para entender la Europa de los siglos XIX y XX, Madrid, Casa de Velázquez, 2012, págs. 105-117. Hay que citar asimismo, J. Domínguez Arribas, El ene-migo judeo-masónico en la propaganda franquista (1936-1945), Madrid, Marcial Pons Edi-ciones de Historia, 2009. Para una visión más amplia, véanse las contribuciones reunidas en X. M. Núñez Seixas y F. Sevillano Calero (eds.), Los enemigos de España. Imagen, conflic-tos bélicos y disputas nacionales (siglos XIX y XX), Madrid, CEPC, 2010.

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estuvo imbricada con la deshumanización de las víctimas7. Ello sucedió mediante la representación imaginaria del enemigo en forma de este-reotipos culturales: ideas preconcebidas que determinan el proceso de percepción, clasificando los objetos en familiares o extraños, y que en-fatizan, al hacerlo, sus diferencias mediante una serie de signos8. La distinción propiamente política entre el «amigo» y el «enemigo» cons-tituyó un polo de tensión fundamental de la «cultura de guerra». La dife-renciación del «otro» como enemigo se afirma como criterio autónomo —podría decirse que a modo de «categoría» básica—, que no deriva de ningún otro9. Cabe especificar, como hizo Carl Schmitt, que «el enemigo es, en sentido singularmente intenso, existencialmente, otro distinto, un extranjero, con el cual caben, en caso extremo, conflictos existenciales»10. Asimismo, puntualizó que no es enemigo el concurrente o el adversario, tampoco el antagonista ni un adversario privado hacia el que se experi-menta antipatía, puesto que «un enemigo es una totalidad de hombres situada frente a otra análoga que lucha por su existencia, por lo menos eventualmente, o sea, según una posibilidad real. Enemigo es, pues, solamente el enemigo público»11.

La propagación del concepto de enemigo es el correlato de la posi-bilidad real de una guerra, que nace de la hostilidad, de la negación esencial de otro ser12. Solo en la guerra, el agrupamiento político en función del amigo y el enemigo alcanza su última consecuencia, adqui-riendo la vida del hombre su polaridad específicamente política13. De tal modo es así, que el sentido de la llamada «guerra total» reside en una

7 Acerca de este aspecto en relación con la guerra en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, véase J. W. Dower, War Without Mercy. Race and Power in the Pacific War, Nueva York, Pantheon Books, 1986. La moderna construcción identitaria en Europa a partir del antisemitismo y el exterminio judío es analizada en O. Bartov, «Defining Enemies, Making Victims: Germans, Jews, and the Holocaust», American Historical Journal, vol. 103 (agosto de 1998), págs. 771-816 y Mirrors of Destruction. War, Genoci-de and Modern Identity, Nueva York, Oxford University Press, 2000.

8 W. Lippmann, La opinión pública, Madrid, Cuadernos de Langre, 2003 (ed. orig. en inglés de 1922), págs. 87-88.

9 La diferenciación entre el «amigo» y el «enemigo» como la distinción propiamen-te política, a partir de la que he delimitado el campo de la «cultura de guerra», fue estable-cida por el teórico alemán Carl Schmitt en «El concepto de lo político» [19271, 19333], en Estudios políticos, traducción de F. J. Conde, Madrid, Cultura Española, 1941, pág. 111.

10 Ibíd., pág. 112.11 Ibíd., pág. 116.12 Ibíd., págs. 122-123.13 Ibíd., pág. 126.

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INTRODUCCIÓN 13

hostilidad presupuesta, conceptualmente previa, que hace que se cance-le la distinción entre combatientes y no combatientes, produciéndose, junto a la guerra militar, otra no militar como emanación de tal hostili-dad. La guerra se hace ahora en un plano nuevo, intensificado, como activación ya no solo militar de la hostilidad. El carácter total consiste en que ámbitos de la realidad de suyo no militares —economía, propa-ganda, energías psíquicas y morales de los que no combaten— se ven involucrados en la confrontación hostil. La mera posibilidad de este incremento de intensidad hace que también los conceptos de amigo y enemigo se transformen en políticos y que, incluso allí donde su carácter político había palidecido por completo, se aparten de la esfera de las ex-presiones privadas y psicológicas14. La inversión conceptual del sentido de la guerra, a lo político, convirtió al verdadero enemigo en enemigo absoluto15. Un desplazamiento que implica la destrucción moral del ene-migo, su absoluta desvalorización humana: hay que declarar a la parte contraria, en su totalidad, como criminal e inhumana, como un desvalor absoluto, hasta la destrucción de toda vida que no merece vivir16.

En relación con estos parámetros de la guerra total, el estereotipo del enemigo no solo persistió en el discurso político a lo largo de toda la dictadura franquista, sino que arraigó en el imaginario colectivo de muchos españoles17.

14 C. Schmitt, «Sobre la relación entre los conceptos de guerra y enemigo» [1932], en El concepto de lo político. Texto de 1932 con un prólogo y tres corolarios, Madrid, Alian-za Editorial, 1991, págs. 138-139.

15 C. Schmitt, Teoría del partisano. Acotación al concepto de lo político, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1966 (ed. orig. en alemán de 1963), pág. 127.

16 Ibíd., págs. 128-129.17 Quisiera manifestar mi agradecimiento al profesor Ángel Viñas, quien tuvo la ama-

bilidad de leer una primera redacción de este libro, y cuyas observaciones y consejos han servido para mejorar y ampliar el texto final.

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PRIMERA PARTE

ELLOS SON EL ENEMIGO

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CAPÍTULO 1

Las mil caras del comunismo

El 9 de abril de 1977, festividad de Sábado Santo, se legalizó el Partido Comunista de España por resolución del Ministerio de la Go-bernación, que entonces presidía Rodolfo Martín Villa. La disposición ministerial estableció que, en cumplimiento de la sentencia de la Sala Cuarta del Tribunal Supremo de Justicia de 1 de abril de ese año, y a la vista del dictamen del fiscal del Reino, se dejaba sin efecto la suspen-sión de la inscripción del PCE en el Registro de Asociaciones Políticas, que había sido acordada con fecha de 22 de febrero. El gobierno presi-dido por Adolfo Suárez resolvía el arduo problema del reconocimiento de todos los grupos y partidos políticos que desearan presentarse a las elecciones legislativas convocadas para el 15 de junio de ese año, una vez se había aprobado y ratificado la ley de Reforma Política, y después de decretarse la pertinente ley Electoral1.

Un proceso de legalización del PCE, no obstante las fuertes resisten-cias, que se resolvió en un ambiente cambiante de la percepción de la imagen de los comunistas por la mayoría de la sociedad. Ahora, a los nombres del PCE y su historia de oposición a la dictadura franquista se unió un luctuoso suceso, los asesinatos perpetrados en un despacho de abogados laboralistas de la calle Atocha de Madrid; sangriento suceso que incidió emotivamente en el ambiente colectivo por la oleada de soli-daridad que provocó. La asistencia multitudinaria al entierro de los mili-

1 Sobre este proceso, véase A. Pinilla García, La legalización del PCE. La historia no contada, 1974-1977, Madrid, Alianza Editorial, 2017.

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tantes comunistas asesinados no solo mostró la capacidad de disciplina y de contención en el PCE, sino también el firme deseo de reconciliación en su política, ya proclamado desde mediados de la década de 1950, de poner fin simbólicamente con aquel gesto multitudinario a la «cultura de la Victoria» que había legitimado el régimen dictatorial del general Franco; una cultura que, como trama de significación, fue formándose durante la Guerra Civil en la «España nacional» a través de estereotipos, de la construcción propagandística de imágenes sociales preestablecidas.

1.1. LA OPINIÓN PUBLICADA DURANTE LA TRANSICIÓN

ANTE LA LEGALIZACIÓN DEL PCE

En ese ambiente de ansiado cambio político democrático y de con-vivencia pacífica, salvando el trauma de la Guerra Civil, la sublimación del PCE, cuando no la mitificación de su papel histórico contra la dic-tadura franquista, fue precisamente comentario publicado a propósito de su legalización. Tal hizo el editorial «El Partido Comunista ya es le-gal», del diario El País, al día siguiente de la resolución ministerial que afectaba a la inscripción de la formación comunista:

El Partido Comunista Español es legal desde ayer tarde. Esta es una buena noticia, sobre todo para los no comunistas, porque contri-buirá a clarificar el ambiente político y a normalizar la situación cara a las elecciones, que podrán celebrarse en un clima de pluralismo real. También porque ayudará a desmitificar el tema del comunismo, situar su verdadera importancia y arraigo en el espectro español y analizar la credibilidad democrática de sus posiciones.

La opinión del editorial fue que la situación de ilegalidad del PCE, además de injusta, era una torpeza bien aprovechada por el propio partido para obtener una rentabilidad política adicional, cuando más bien las en-cuestas apenas le daban representación parlamentaria tras las votaciones en las elecciones generales convocadas. Pero, además, debía tenerse presente que los comunistas eran una de las pocas formaciones políticas que acudían a la cita electoral con líderes y cuadros protagonistas en la Guerra Civil, lo que suscitaba rechazo en algunos sectores de la población. El editorial in-cidía también en la duda sobre la credibilidad democrática de sus postula-dos, a pesar de la atención por el fenómeno del eurocomunismo, uno de cuyos abanderados era Santiago Carrillo, y pese a las reticencias de la mis-ma presidenta de su partido, Dolores Ibárruri, «Pasionaria».

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La pregunta fue si la postura democrática de los comunistas era meramente táctica o realmente sentida. La realidad de la evolución ideológica del comunismo europeo, y su despegue de Moscú, no era más que la manifestación de una transformación impuesta por la propia evolución de las sociedades occidentales frente a la experiencia históri-ca de los sistemas totalitarios comunistas en países del Extremo Orien-te. No obstante pensando que los partidos comunistas habrían de com-portarse democráticamente en los países europeos, era lícita la duda de sectores de la población «que no tienen que acudir al recuerdo de la Guerra Civil, pues les basta la experiencia del comportamiento reciente de los comunistas portugueses —por ejemplo— para alimentarla». Y solo correspondía a los comunistas tratar de despejar esta duda2.

Ese mes de abril de 1977, la Prensa del Movimiento fue convertida en el organismo autónomo Medios de Comunicación Social del Estado, una vez se había desarticulado la organización del Movimiento Nacio-nal. Bajo la dependencia del Ministerio de Información y Turismo, estos medios de información tuvieron un destacado papel en la preparación de las elecciones legislativas. Un proceso electoral en el que la deci-sión del gobierno de legalizar el PCE fue saludado sin paliativos por el diario Arriba, referente de la Prensa del Movimiento, en el editorial que publicó, con el título «Una decisión realista», el 10 de abril:

Una noticia que debe significar ya la plena normalización de nuestra vida política; la superación de una de las incógnitas con las que el país se enfrentaba ante las elecciones; la prueba de sinceridad de los propósitos democratizadores que alientan la Monarquía y el Gobierno que la sirve; el triunfo del realismo sobre los temores y las nostalgias; la posibilidad de que se concrete en hechos el espíritu de la Corona de conseguir un puesto en las instituciones para cada espa-ñol, independientemente de las ideologías.

Es el día de hoy, por tanto, una jornada que puede y debe simbo-lizar todo el amplio significado de la reforma. No se trata solamente de cambiar algunas reglas del juego, sino de permitir que ese juego pueda ser realizado por todos. La Monarquía se ha abierto a todos los españoles con una legalidad amplia. Quedan atrás, ya muy atrás, las divisiones creadas por un conflicto civil, las dialécticas entre ciudada-nos amparados por las leyes y ciudadanos marginados por ellas. Se abre, con la resolución del Gobierno, un horizonte de concordia, de normalización bajo la Corona, de superación de exclusiones. Debe-

2 «El Partido Comunista ya es legal», El País, Madrid, 10-IV-1977.

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mos esperar, a partir de este justo momento, que tal espíritu se con-vierta efectivamente en el gran instrumento para conseguir que la paz no sea un mero armisticio y que la protección de la Ley y la igualdad de oportunidades políticas hagan posible la convivencia y la concor-dia. Si a partir de ayer son menos los españoles marginados y quedan más lejos los efectos de la Guerra Civil, es justo esperar que quede más cerca la convivencia sin nubarrones de amenaza.

[...]No hacemos en este comentario valoración del peso específico

del Partido Comunista en el mapa político español. Eso solo lo dirán las urnas en su momento. Pero sí nos hacemos eco del valor de la decisión, que encontramos políticamente realista y jurídicamente ajustada a derecho. Mantener al Partido Comunista en la ilegalidad, independientemente de unos resultados electorales que ni nosotros ni nadie puede prejuzgar, revelaría un profundo desconocimiento de la realidad política y social española. Ofrecerle, en cambio, la oportuni-dad de normalizar su situación es crear un elemento nuevo de concor-dia y es hacer posible que no haya excepciones en un planteamiento sincero de la democracia.

Por todo ello, es justo que se felicite al Gobierno por su decisión. Es justo que nos felicitemos los españoles de que, legalmente, desapa-rezcan de nuestro mapa político cuerpos extraños que, en una situación democrática, serían artificiales. Es justo, en fin, que deseemos ver en este hecho una invitación formal, con realidades tangibles, a la supera-ción de viejas, duras y dolorosas diferencias nacionales3.

Unos días antes, el 2 de abril, el diario Ya —perteneciente a la Editorial Católica— opinó, en el editorial «Decisiones políticas», sobre la inhibi-ción del Tribunal Supremo de Justicia acerca de la legalización del PCE, instando al gobierno a asumir sus atribuciones sin obligar a una interven-ción de la Corona4. La decisión adoptada fue recibida por este periódico con el expresivo editorial «Se ha hecho lo que procedía», publicado el 10 de abril. Si el gobierno de Adolfo Suárez había asumido su responsabili-dad a favor de las exigencias impuestas por la situación política, ahora «los propios comunistas tienen que demostrar con hechos que es verdad lo que alegan para entrar en la legalidad. No basta solo con palabras»5.

Con ocasión del mencionado fallo del Tribunal Supremo de Justi-cia, anulando el acto del Ministerio de la Gobernación por el que se

3 «Una decisión realista», Arriba, Madrid, 10-IV-1977.4 «Decisiones políticas», Ya, Madrid, 2-IV-1977.5 «Se ha hecho lo que procedía», Ya, Madrid, 10-IV-1977.

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elevó a esta instancia judicial el expediente sobre la inscripción del PCE, el diario ABC publicó, también el 2 de abril, su opinión de rechazo, pues entendía que carecía de razón el argumento de que la legaliza-ción del PCE fuera un presupuesto inexcusable de legitimidad demo-crática para culminar el proceso de reforma política, como no sucedía en otras democracias, la alemana y la italiana, en relación con el Par-tido Comunista y las formaciones de signo totalitario y carácter fas-cista. De modo que colegía el editorial: «Queremos señalar con esto que en términos de rigurosa ecuanimidad política, el camino español hacia la democracia no se ha desviado un punto en su rumbo por efecto del sobrevenido aplazamiento en la resolución sobre el tema del PCE»6.

La legalización del Partido Comunista, según el editorial «Las razo-nes de nuestra discrepancia», publicado en este diario el 10 de abril, merecía más claridad, incluso una extensa declaración justificativa del gobierno, que no podía ignorar que «con este paso se hiere la sensibili-dad de gran parte del país, y no precisamente la menos sana, la menos leal o la menos patriótica». El periódico había venido sosteniendo la inconveniencia de legalizar un partido «de perfiles e historia claramen-te totalitarios», máxime cuando se había declarado que ello no era posi-ble según el nuevo texto del Código Penal, una vez reformado. El edito-rial insistía que el periódico había creído siempre en la necesidad de proceder con las más elementales cautelas «para asegurar el asenta-miento de la democracia en nuestro país» y que, más que a los estatutos, había que mirar la historia de un partido a cuya cabeza seguían los mis-mos dirigentes —Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo— que en los «te-rribles» años de la contienda civil. No era sino «una gravísima decisión y un error de nuestros gobernantes», y añadía:

He aquí que quienes arrastraron a España, por sus errores, por su intransigencia y por sus métodos al agravamiento de la más terrible conflagración de nuestra historia, haciendo necesario para la paz tan-tísimos muertos y tantísimos sacrificios, se ven, del día a la mañana, en plano de igualdad con cuantos ofrecieron sus vidas para defender a España de aquello que el «Partido Comunista» anhelaba y a punto estuvo de conseguir: la instalación de nuestra Patria en la órbita en la que hoy giran Polonia y Hungría, Checoslovaquia y Bulgaria, los paí-ses de detrás del «telón de acero», en fin.

6 «El expediente sobre el ‘Partido Comunista’», ABC, Madrid, 2-IV-1977, pág. 3.

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La resolución adoptada, continuó esgrimiendo este editorial del ABC, podía ser aplicable también a otras formaciones de extrema izquierda, que no eran más que «múltiples caretas que obedecen a un mismo propósito bajo una misma bandera: el marxismo-leninismo», señalándose:

No es hacer viable la democracia el condescender con aquellos que no practican sus reglas cuando llegan al Poder. No es la democra-cia moneda de curso legal en la Cuba de Castro ni lo es en la Rusia de Breznef, donde a los disidentes se les encierra en clínicas psiquiátri-cas o se les instala en archipiélagos Gulag7.

La inscripción del PCE en el pertinente Registro de Asociaciones Políticas era una medida que solo serviría, según el periódico ABC, para encrespar las pasiones y los ánimos cara a las elecciones, que todos deseaban que fueran pacíficas. Unas elecciones que promoverían al máximo la democracia y la libertad, según otro editorial publicado por el mismo rotativo madrileño el 12 de abril. Con más intensidad que nunca —según este editorial— debían procurarlo todos los partidos y grupos políticos ajenos a la ideología comunista, señalándose: «La dia-léctica definitiva debe afrontarse, y debe ganarse, en la contraposición de las ideas; en la confrontación de los programas», siendo el pueblo, la soberanía nacional, quien decidiría:

Y no creemos, no pensamos, en ningún momento, que la mayoría absoluta de un pueblo que jamás perdió el sentido de la libertad —de su libertad y de su humana dignidad— opte por abandonarla o por hi-potecarla a cambio de utopías en la ocasión decisiva de las elecciones.

Como resultado de un triunfo electoral —o sea, por vía de legíti-ma y pura democracia— no existe, no ha existido todavía, un Estado comunista, ni aquende ni allende el telón de acero. Nunca en eleccio-nes libres decidió la mayoría de un país elegir la sindicación única y obligatoria, la renuncia a las libertades, la de trabajo entre ellas, y la sumisión a la totalitaria máquina implacable que decide, burocrática y fríamente, el destino de todos y cada uno de los ciudadanos.

Confiamos en el superior atractivo de otras opciones políticas en la próximas elecciones porque creemos en el arraigado sentimiento de libertad de los españoles8.

7 «Las razones de nuestra discrepancia», ABC, Madrid, 10-IV-1977.8 «Promoción máxima de la democracia y la libertad», ABC, Madrid, 12-IV-1977,

pág. 2.

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El contrincante electoral, el antagonista político, era el «enemigo» según el editorial que, con el título «Gol», publicó el diario El Alcázar el 11 de abril. El gobierno había faltado a su palabra; el terrorismo co-munista, y el separatista, campeaban a sus anchas. Pero el editorial aper-cibió:

De todas formas, el carnaval ha terminado. Frente a la amenaza comunista el pueblo español ya sabe dónde está cada uno. Quién es el amigo y quién el enemigo. Esperemos que, a la hora de las eleccio-nes, el anticomunismo no pueda ser empleado como bandera de en-ganche por los culpables de que de nuevo los comunistas hayan obte-nido carta de naturaleza sobre la tierra que cubrieron de cementerios como el de Paracuellos del Jarama9.

El anticomunismo, obstinadamente arraigado en el discurso del pe-riódico propiedad de la Confederación de Excombatientes, condicio-nó todavía, cual persistente estereotipo, los términos del lenguaje de la competencia política en el proceso de transición democrática en Espa-ña; cual versión moralizada y codificada de los hechos, en la opinión publicada la imagen del comunismo permaneció ensombrecida por la duda acerca de su sinceridad democrática, cuando no provocó rechazo la resolución gubernamental de legalizar el PCE, culpabilizándose a los co-munistas de la tragedia de la Guerra Civil, tachándolos de estar al servicio del internacionalismo, llamando a unirse electoralmente en su contra en aras de la democracia y la libertad. Pero era otra la trayectoria del PCE entre la clandestinidad y el exilio durante la dictadura franquista.

1.2. EL COMUNISMO CAMUFLADO

En 1956, en el mes de junio, la declaración «Por la Reconciliación Nacional. Por una solución democrática y pacífica del problema espa-ñol» manifestó el cambio de estrategia adoptado en el seno del Comité Central del PCE después de un proceso, bastante inmediato y rápido, de renovación de sus dirigentes y de reacción a la situación del país y ante el rumbo de la política internacional. La declaración, que debatiera el Pleno del Comité Central del PCE en agosto de ese año, llamaba a ter-minar con la división abierta entre vencedores y vencidos por la Guerra

9 «Gol», El Alcázar, Madrid, 11-IV-1977.

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Civil, cuando crecía una nueva generación que no vivió la guerra y no compartía los odios y las pasiones de quienes participaron en ella. La declaración afirmaba que ya era posible un cambio pacífico en España, la supresión de la dictadura sin guerra civil, mostrándose los comunis-tas dispuestos a establecer los acuerdos, pactos, alianzas y compromisos necesarios para lograr reivindicaciones parciales de sentido democráti-co10. Este cambio de estrategia, que al frente de la secretaría general del Comité Ejecutivo también impulsara Dolores Ibárruri, y que consolidó la posición política de Santiago Carrillo en el Comité, estuvo favorecido por la admisión de la pluralidad de vías al socialismo y de transición pacífi-ca en el XX Congreso del PCUS. Un impulso al cambio que, en las mis-mas fechas, movieron asimismo los sucesos estudiantiles en Madrid.

La reacción que provocaron estos avatares elevó el tono del discurso anticomunista, constantemente esgrimido en la propaganda del régimen dictatorial franquista. El recuerdo presente de la guerra, la responsabili-dad entonces del comunismo, también fueron agitados tras los sucesos que estudiantes universitarios provocaron al ocupar la Facultad de De-recho de Madrid, asaltando la sede del SEU y saliendo a la calle el 8 de febrero de 1956. El editorial «Sin dogmatismos preconcebidos», que publicó el diario falangista Arriba al día siguiente, arremetió sin palia-tivos contra el comunismo, denunciando sus consignas a los jóvenes, su llamada a la lucha por las libertades democráticas:

El revelador texto que recogemos hoy, y que ha sido publicado por Mundo Obrero como consigna para las juventudes rojas y para cuan-tos pretendan perturbar la vida estudiantil en nuestra Patria —unión de ideas comunistas con otras liberales y no dogmáticas, muy del gusto de ciertas desorientadas y peligrosas mentes—, viene a expli-car muchas cosas para cuantos no han comprendido el secreto al-cance de algunas posturas intelectuales de ciertos compañeros de «viaje» que, incluso sin saberlo, están haciendo el juego del comu-nismo internacional. El comunismo se ha hecho demasiado viejo y demasiado prudente, pues aquí le enseñamos a ser prudente a tiros; para lanzar consignas exclusivamente marxistas, que serían recha-zadas con desprecio por nuestros estudiantes, hoy el comunismo busca otros caminos, y los busca, sobre todo, a través de una orienta-ción que parece inspirada en los modernos principios del liberalismo político.

10 Mundo Obrero. Órgano del Comité Central del Partido Comunista de España, Madrid, Año XXV, núm. 7, julio de 1956, págs. 4-5.

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