01- Agenda historiadores - Astarita.pdf
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Astarita, Carlos: La agenda de los historiadores, en Razn y Revolucin, nro. 14, primavera de 2005,
reedicin electrnica.
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La agenda de los historiadores
Carlos Astarita.
Comenzar con tres observaciones sobre esta convocatoria.
La primera se refiere a la necesidad de precisar de qu intelectual hablamos. Wright Mills no se
equivocaba cuando deca que socialmente los trabajadores culturales son gente muy heterognea con una gran
variedad de situaciones1. A la vaguedad que flota alrededor del intelectual opondr entonces la nocin de un
intelectual especfico.
La segunda se refiere a sus lmites "nacionales". Creo que es una connotacin marginal, cuando el
capitalismo impregna, en su expansin planetaria, todas las manifestaciones del espritu. Resuenan todava las
palabras de Marx: los productos intelectuales de las diversas naciones se convierten en patrimonio comn. En
verdad, las fronteras son un estorbo para el anlisis. Tambin para que la respuesta a los problemas obtenga, en su
carcter cosmopolita, su necesaria radicalidad.
La tercera se refiere a que no analizar el rol del intelectual en relacin con la democracia sino en
relacin con su ubicacin estructural. Cada trabajador de este campo queda comprendido en el aparato oficial
burocrtico, en la sociedad civil o en unidades econmicas.
Confino entonces el argumento. Tratar sobre el papel de un intelectual especfico, el historiador
acadmico, enfrentado a necesidades polticas cambiantes, apreciacin que slo admite una dimensin universal.
Agenda historiogrfica y agenda poltica son dos cuestiones relacionadas. Ello se constata cuando nos fijamos en
algn problema particular.
En 1974, Immanuel Wallerstein publicaba un libro que iba a ser extraamente famoso, The Modern
World-System2. Nada en l era nuevo. La habitual imagen de centro y periferia, apenas modificada, rememoraba
las conocidas pginas americanas de la teora de la dependencia. El esquema discurra alrededor de una tosca
circulacin mercantil y monetaria como causa del binomio desarrollo/subdesarrollo. Esa dialctica combinada,
que surga de las relaciones entre pases productores de manufacturas y pases productores de materias primas,
1 Wright Mills, Charles: De hombres sociales y movimientos polticos, Siglo XXI, Mxico, 1970, p. 143 y s. 2 Wallerstein, Immanuel: El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orgenes de la economa-mundo europea en el siglo XVI, Siglo XXI, Mxico, 1979
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fue retomada por Fernand Braudel3. Mientras Wallerstein tuvo la prudencia de enlazar su modelo con la biografa
moderna del capitalismo europeo, Braudel, entusiasmado, no dud en aplicarlo a la historia universal. El principio
de Ricardo permaneca inalterado: el factor mercado volva a constituir el demiurgo de la historia, como lo haba
sido en Pirenne, aunque ahora para mostrar el atraso de grandes zonas del universo.
Wallerstein, apropindose de teoras ajenas, sin investigacin original, y con cierta mezcolanza de
cuestiones, lograba un inopinado relieve. Su influencia culmin en el simposio internacional de 1983 del Instituto
Datini, sobre desarrollo/subdesarrollo desde el siglo XIII al XVIII4, aunque esas jornadas fueron tambin una
ceremonia final para el tema.
En 1992 Stephan Epstein publica su tesis sobre Sicilia de los siglos XIV y XV5. El dominio de los
ricardianos heterodoxos encontraba entonces el desafo del ms puro esquema neoclsico. Epstein actualizaba la
teora de North y Thomas, de 19706. Las oportunidades de mercado seguan siendo decisivas para despertar
expectativas de ganancia que superaran los costes de produccin. Esas oportunidades surgan cuando las trabas
institucionales se derrumbaban, liberando entonces la codicia de ese empresario subrepticio, el campesino
medieval. Especializacin en materias primas, comercio interregional, incremento de la productividad y una
economa de escala felizmente integrada a la divisin internacional del trabajo, eran factores de un crculo
virtuoso iniciado en Sicilia por un Estado prescindente.
El congreso del Instituto Datini del ao 2000 atestigua el cambio. Una renovada elite de historiadores se
dedic entonces a temas increblemente extravagantes para el feudalismo tardo: el rol de la moda, la activacin
de la demanda con la introduccin de productos o servicios, y la satisfaccin de necesidades para la sociedad de
consumo. Epstein haba ubicado a la pseudo ciencia de Marshall en el centro de la atencin de la cofrada.
De estas variaciones historiogrficas se deducen correspondencias entre pasado y presente. Desde 1960,
una gama de fuerzas sociales del Tercer Mundo, desde moderados reformistas hasta los ms radicalizados
exponentes de la liberacin nacional, escuchaban toda justificacin de sus proyectos. Wallerstein se interes
tardamente por ese auditorio, aunque tambin represent las necesidades de transformacin de la parte
subdesarrollada del centro. Es significativo que dos exponentes de la teora de la dependencia, Bresc y Aymard, 3 Braudel, Fernand: Civilizacin material economa y capitalismo. Siglos XV-XVIII, volumen 2, Los juegos del intercambio, Alianza, Madrid, 1984 4 Ist. Intern. Storia Economica F. Datini: Sviluppo e sottosviluppo in Europa e fuori d'Europa dal XIII alla rivoluzione industriale, 10, Prato 1978 5 Epstein, Stephan: An Island for Itself. Economic Development and Social Change in Late Medieval Sicily, Cambridge, 1992 6 North, Douglass C. y Thomas, Robert Paul, "An Economic Theory of the Growth of the Western
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especializados en historia de Sicilia, hayan denunciado la desdeosa indiferencia por el tema de sus colegas,
"...instalados en el centro, es decir, en el rea ms densamente poblada y rica de Europa que va desde Inglaterra y
los Pases Bajos hasta Italia del norte"7.
Si estos dos autores investigaron ms all del esquema, Wallerstein y Braudel se limitaron al libreto
conocido. Los trminos de intercambio, la asignacin de recursos por eleccin de agentes en el mercado, y un
concomitante desenvolvimiento estratificado y funcionalmente articulado entre regiones, eran premisas de la
economa clsica, retomadas con apostlica candidez por esos dscolos alumnos de Ricardo. El gusto liberal de
empresarios sometidos a comerciales desventajas comparativas quedaba satisfecho.
Con Epstein, el panorama cambiaba, y el ms puro liberalismo doctrinario poda reconocer un exitoso
antecedente. La batalla ideolgica que se desarrolla desde 1980 para que el Estado se retire de la economa,
cuando el burgus comienza a perder el miedo por el socialismo, encuentra su correlato entre los historiadores.
Estos descubrieron, entonces, junto al mercado acadmico, cosas como el marketing medieval.
El cambio de enfoque iba a tener otra variante representada por Bartlett. En 1989, Robert Bartlett y
Angus Mackay editaban un libro sobre las sociedades medievales de frontera. Bartlett descalificaba entonces la
relacin centro periferia, anunciando su tesis posterior8. Explicaba que la conquista militar de nuevas tierras elev
al colonizado al rango del colonizador. En un principio, dice Bartlett, haba una diferencia entre el centro, ubicado
en el imperio carolingio, y las periferias. Ese centro, en su expansin, se reprodujo de manera celular, y con el
tiempo, las periferias dejaron de serlo.
Este estudio se concentra en cuestiones culturales y tnicas. Pareciera que en el plano econmico las
cosas fueron muy sencillas: slo se trataba de trasplantar las unidades de produccin del centro. Por el contrario,
las resistencias religiosas y culturales impusieron otras dificultades.
La relacin entre argumento del historiador y conflictos contemporneos, desde Afganistn a Irak, es
evidente. Un intelectual especfico, tan bien preparado como Bartlett, no slo aporta en esto su erudito
conocimiento sobre pretritas asimilaciones de las periferias sino tambin una apropiada dosis de optimismo.
Como mostr con criterio muy oportuno, Irlanda fue un atrasado reducto de los celtas hasta que la invasin anglo World", en Econ. Hist. Rev. 1970, 2nd ser., XXIII. 7 Aymard, Maurice y Bresc, Henri: "Dependencia y desarrollo: Sicilia e Italia del sur (s. XI-XVIII)", en Prez Picazo, Mara Teresa, Lemeunier, G. y Segura, P. (eds.), Desigualdad y dependencia. La periferizacin del mediterrneo occiental (siglos XII-XIX), Editorial Regional, Murcia, 1986, p. 24 8 Bartlett, Robert: "Colonial Aristocracies of the High Middle Ages", en, Bartlett, Robert y Mackay, Angus: Medieval Frontier Societies, Oxford, 1989, p. 24; Bartlett, Robert: La formacin de Europa.
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normanda elev a esa sociedad a la condicin del centro.
Si la coyuntura historiogrfica sigue a la coyuntura poltica, cada giro presupone que un grupo de
historiadores pasa a un segundo plano. Descalificar es aqu un requisito del cambio. Braudel, constructor de la
fortaleza institucional de la historia francesa, cuando muere en 1985, desciende a los infiernos. Epstein no olvid
criticar su tesis sobre la dependencia. Bartlett ni siquiera lo menciona como un mentor del eje problemtico que
trata. Hasta una obra tan slida como El Mediterrneo, donde se pronuncia por primera vez el concepto de
economa mundo, se desvanece en el aire9. Tal vez ahora haya pasado Braudel del infierno al purgatorio francs;
pero no parece que sus actuales sucesores en los Annales tengan una franco deseo de reinstalarlo en el paraso (ni
hablar de que vuelva a ser su dios profano). Los esfuerzos de sus discpulos y admiradores, organizando
Jornadas Braudelianas en 1991 y 1994, fueron conmovedores pero de resultados limitados10. Uno de ellos,
Ruggiero Romano, public un libro para reivindicar a su viejo maestro11. El mismo Romano fue marginado de la
cole des Hautes tudes desde, por lo menos, principios de la dcada de 1980, ostracismo que se perfeccion
por su jubilacin en 1989.
Con esa desagradable experiencia, Romano adquiri, en el final de su vida, una clara percepcin de este
transcurso oscilante de la historiografa. Sus reflexiones coinciden con circunstancias aqu relatadas: la
historiografa es una construccin/destruccin de figuras, referencias, lugares, mitos, ideologas, tcnicas,
enfoques, problemticas, conceptos y lenguajes. Es memoria y olvido. Un intrprete del pasado puede ocupar el
centro del escenario, en un momento dado, para ser desplazado cuando la situacin lo requiera. Otros, como
Philippe Aries o Norbert Elias, saldrn de oscuros parajes, donde permanecieron ignotos durante muchos aos,
para llegar repentinamente a la celebridad.
No todos aceptan defender sus convicciones cuando las circunstancias cambian. Algunos sobreviven
mutando sus inclinaciones. Albert Soboul indica un caso12. Dice que la interpretacin clsica sobre la revolucin
francesa, segn la cual sta era la culminacin de un largo proceso que llev a la burguesa a ser duea del poder
y de la economa, fue atacada con fuerza desde mediados de la dcada del cincuenta de la centuria pasada, en
plena guerra fra. Historiadores como R. R. Palmer y A. Cobban se encargaron de vaciar a la revolucin de su Conquista, colonizacin y cambio cultural, 950-1350, Universidad de Valencia, Valencia, 2004 9 Braudel, Fernand: El Mediterrneo y el mundo Mediterrneo en la poca de Felipe II, 1 edicin castellana, FCE, Mxico, 1953, 1 edicin francesa 1949 10 Conozco las Segundas Jornadas Braudelianas, Mxico, 1995 11 Romano, Ruggiero: Braudel y nosotros. Reflexiones sobre la cultura histrica de nuestro tiempo, FCE, Mxico, 1997 12 Soboul, Albert: La historiografa clsica de la revolucin francesa. En torno a controversias recientes, en, Kossok, Manfred et al.: Las revoluciones burguesas, Crtica, Barcelona, 1983, la
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contenido capitalista burgus y nacional. En 1954 Palmer se inscriba as en la coyuntura internacional, exaltando
una solidaridad ideolgica de los pases de la alianza atlntica que habra comenzado en el siglo XVIII.
A medida que se iba apaciguando la guerra fra, agrega Soboul, se retornaba a una visin ms serena
y ms adecuada a la realidad. Para Palmer, en su obra de 1968, 1789 es tambin la revolucin de la igualdad.
El seor Palmer se adaptaba entonces al clima del mayo francs. Hacia fines del milenio, otros expertos en
interpretacin revolucionaria culminaron una trayectoria inversa a la de Palmer recreando, en el campo
historiogrfico, la atmsfera de la guerra fra. El antiguo marxista Francois Furet los representa.
En Argentina, las circunstancias polticas produjeron muchas versiones vernculas de Furet. Nuestros
mutantes fueron del extremismo adolescente en la izquierda a la circunspecta madurez reformista de la
socialdemocracia; en muchos casos la metamorfosis termina en una vejez conservadora repitiendo sin fisuras el
credo de la historia liberal. No es de inferior significacin en todo esto, la mimosa condescendencia con que el
sistema retribuye la obsecuencia. Esta afirmacin, referida a la ancianidad del intelecto, nos introduce en otro
campo ms amplio de correlaciones.
El darwinismo de figuras constituye un mecanismo de adaptacin de la especie acadmica a lo
polticamente apropiado para cada momento. La bsqueda de intelectuales al servicio de una causa se renueva.
En verdad, el historiador servicial no es un fenmeno reciente. Ya en el Renacimiento se justificaba
retricamente la gloria de un prncipe si era un mecenas generoso. Cuando se asesora directamente al poder,
lograr un pensamiento obediente no es difcil. La notoriedad narcisista o la manutencin como cortesano siempre
fueron mviles persuasivos, y ese crudo sensualismo epicreo descifra el itinerario de muchos lacayos del
pensamiento. El intelectual como asesor del prncipe moderno (la expresin pertenece a Gramsci) es tambin un
asunto de inters que ahora no podemos considerar.
La cuestin se complica cuando tratamos de esa subespecie que son los acadmicos. Dejemos de lado a
los ambivalentes profesores que son tambin funcionarios del gobierno, para concentrarnos en el universitario
puro. Protegido por la autonoma de su institucin, nada lo coacciona a subordinarse al vrtice poltico, y esto
posibilit una reiterada adopcin de pensadores crticos, desde Aristteles a Marx, a travs de la dilatada historia
de la universidad del occidente. El problema es entonces cmo un saber, en teora independiente, se adapta a
necesidades polticas de la clase dominante, lo que incluye, obviamente, administrar en dosis homeopticas ese
pensamiento crtico. Dicho de una manera un tanto ms cida, la pregunta es cmo se domestica a un historiador.
cita textual es de p. 168.
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Los modos por los cuales el intelecto se subordina a una realidad ajena al deseo original y a las primeras
convicciones de un autor, remite a cadenas de mando de un aparato informal, inherente a la sociedad civil. Si bien
esto requiere de una investigacin sociolgica, estimo que all se encuentra un inicio de explicacin de cmo se
imponen los cambios de temas, de enfoques y de lenguaje. Me limitar a elementos provisorios.
En principio, postulo que hay sitios, no necesariamente institucionales, con una organizacin laxa y
coyunturalmente cambiante, ideolgicamente homognea y corporativa, donde se elaboran polticas
historiogrficas. El Conicet o el Departamento de Historia, por el contrario, no son lugares para pensar sino para
imponer (o para luchar), aunque con superior rigor, habra que hablar en muchas ocasiones, para nuestro pas, de
reelaboracin de puntos de vista importados. Ello explica, por ejemplo, lo que podra denominarse la Sucursal
Thompson y Willians Argentina. Una perspectiva planetaria de la cultura se justifica nuevamente.
A continuacin vienen las cadenas de transmisin.
Es natural que atendamos ante todo a los centros que dependen del poder ejecutivo, destinados a
distribuir prebendas a investigadores. Sin desconocer su importancia, acosar a un disidente desde esos mbitos no
es, sin embargo, imprescindible para alinear a la tropa. Otros recursos son ms silenciosos, y en consecuencia,
menos sujetos a incmodas controversias. Por ejemplo, actuar sobre el decisivo estadio de iniciacin. All hay
pocas opciones. El becario debe ser muy dcil; no se permite disgustar al director.
La ideologa del paper, o sea, la aspiracin por publicar en prestigiosas revistas, cumple su rol. En base a
ese tan humano deseo, las revistas adquieren un inmenso poder para decidir lneas de trabajo. En algn caso,
como la muy famosa Annales, esto es una evidencia. En muchas ocasiones la presin es sigilosa. Esa parte del
procedimiento slo se ilumina raramente y de manera dbil con testimonios casi accidentales. Me permitir
relatar sobre esto una experiencia personal.
En una oportunidad envi un artculo a Le Moyen ge, en cuyo ttulo figuraba "clase social". Sus
editores sustituyeron, en las pruebas de galera, esa categora por la inocua sentencia de "posicin social". La
incoherencia de la correccin se manifestaba en que era un artculo respuesta a un weberiano estadounidense, y el
nexo dialctico entre clase social y estamento defina el asunto. Imped la sustitucin amenazando con retirar el
trabajo.
Otro recurso es declarar que alguien o algo est pasado de moda. Lo usan los enanos de toda condicin
para atacar a la gigantesca tradicin marxista. Incluso los enanitos infatuados que nos rodean cotidianamente
participan de esa charlatanera.
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Sobre esto tambin inciden los contactos no formales para decir privadamente lo que no se pronuncia de
manera pblica. Un episodio es instructivo. En 1999, Dominique Iogna-Prat particip en el nmero monogrfico
de Mdivales dedicado al ao mil. Slo tres aos despus, el mismo Iogna-Prat me aseguraba que el problema
ya no le interesaba a nadie en Francia. Un juicio idntico pronunci en una oportunidad Marc Aug para
desestimar a la antropologa marxista: el asunto de dominancia y determinacin ahora no interesa.
Estas son slo indicaciones. Muchas otras podran agregarse combinando tcnicas de investigacin que
iluminen estos procedimientos, desde entrevistas a correlaciones estadsticas. Con ello, seguramente se detectar
la recursiva circulacin de las mismas figuras por los postgrados, las editoriales, los organismos de decisin y los
medios. En su heterogeneidad, sin embargo, todos los modos de actuar concurren hacia un objetivo: lograr un
dominio que imponga la agenda del historiador. En su versin extrema, esa dominacin puede derivar en una
manitica neurosis por el control de todos los aspectos de la prctica historiogrfica. Es explicable: un medio
homogneo, conformado por ex alumnos, becarios, colegas deudores de beneficios y proletarios de la ciencia,
proporciona, adems de un campo histrico problemtico sin desagradables sorpresas, un espectro variado y
estable de agradecidos admiradores. Seducido por sus logros, complaciente con sus aclitos, y gozando del
reconocimiento social, esa figura puede ser tambin muy desconsiderada con aquel que no acepta esa alienante
proteccin. Su centralidad absorbente incluye, entre sus mltiples tareas prcticas intelectuales mantener
actualizado el calendario de trabajo.
Una ltima cualidad del fenmeno introduce matices contradictorios que enriquecen el argumento
complementndolo. La indicada correspondencia entre coyuntura poltica y agenda del historiador slo indica una
orientacin general. Por un lado, porque la base positiva (o fctica) del trabajo del historiador presupone siempre
una contra tendencia opuesta al modelo, un involuntario punto de ruptura en la agenda ideal, y es por eso que en
toda investigacin, aun en la ms atada a un dogma apriorstico, sobrevive una porcin de neutralidad racional
utilizable por el intelectual crtico. Por otro lado, porque ninguna dominacin rene la suma de las voluntades, y
toda elite encuentra, invariablemente, trincheras de resistencia. Estas jornadas lo demuestran una vez ms.