02-A- Bernard Sesboüé. Qué es el hombre.doc

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BERNARD SESBOÜÉ: “Creer. Invitación a la fe católica para las mujeres y los hombres del siglo XXI”, San Pablo, Madrid, 2000, pp. 21-41. ----------------------------------------------------- -------------------------------------------- CAPÍTULO I ¿Qué es el hombre? ¿Quién soy yo? Partir del hombre y de los hombres Es costumbre, cuando se abordan cuestiones de fe y de reli- gión, hablar inmediatamente de Dios, probar su existencia, etc. Hoy ya no podemos seguir así, porque la palabra «Dios» no es evidente por sí misma. Estamos todos penetrados por una mentalidad ambiente que supone un ateísmo práctico. Ciertos ateísmos pretender justificarse por medio de la razón o de una ideología; pero en muchos casos, se trata de una actitud concreta que se reduce a esto: «De Dios no puedo decir nada, no puedo saber nada, se discute sobre su existencia desde hace siglos; hay personas muy inteligentes que han creído en él y que siguen creyendo; y hay otras, no menos inteligentes, que no creen. ¿Cómo puedo yo, que no tengo su inteligencia, me- terme a juez de ellos? De todas formas, si Dios existe, puede interesarse por el mundo, por nosotros, por mí? Si Dios exis- te, ¿cómo puede tolerar la inmensidad del mal y del sufrimiento que se abate sobre la humanidad? ¿Sería acaso un Dios "neroniano", al estilo del emperador Nerón, del que se dice que prendió fuego a Roma y miraba fascinado, desde el observatorio de su palacio, cómo ardía la ciudad?». La respuesta será entonces, bien un rechazo formal y decidido, bien una confesión de ignorancia que no busca ir más allá. Esta confesión de ignorancia se llama «agnosticismo», y puede encontrarse en personalidades eminentes que tienen el sentido de la dimensión espiritual del hombre. Por no poner más que un ejemplo, André Malraux, marcado interiormente por la cuestión religiosa, capaz de comentar el Evangelio de san Juan de manera maravillosa, se confesaba agnóstico, es decir, incapaz de pronunciarse acerca de la existencia o inexistencia de

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BERNARD SESBO: Creer. Invitacin a la fe catlica para las mujeres y los hombres del siglo XXI, San Pablo, Madrid, 2000, pp. 21-41.

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CAPTULO IQu es el hombre? Quin soy yo?

Partir del hombre y de los hombres

Es costumbre, cuando se abordan cuestiones de fe y de religin, hablar inmediatamente de Dios, probar su existencia, etc. Hoy ya no podemos seguir as, porque la palabra Dios no es evidente por s misma. Estamos todos penetrados por una mentalidad ambiente que supone un atesmo prctico. Ciertos atesmos pretender justificarse por medio de la razn o de una ideologa; pero en muchos casos, se trata de una actitud concreta que se reduce a esto: De Dios no puedo decir nada, no puedo saber nada, se discute sobre su existencia desde hace siglos; hay personas muy inteligentes que han credo en l y que siguen creyendo; y hay otras, no menos inteligentes, que no creen. Cmo puedo yo, que no tengo su inteligencia, meterme a juez de ellos? De todas formas, si Dios existe, puede interesarse por el mundo, por nosotros, por m? Si Dios existe, cmo puede tolerar la inmensidad del mal y del sufrimiento que se abate sobre la humanidad? Sera acaso un Dios "neroniano", al estilo del emperador Nern, del que se dice que prendi fuego a Roma y miraba fascinado, desde el observatorio de su palacio, cmo arda la ciudad?.

La respuesta ser entonces, bien un rechazo formal y decidido, bien una confesin de ignorancia que no busca ir ms all. Esta confesin de ignorancia se llama agnosticismo, y puede encontrarse en personalidades eminentes que tienen el sentido de la dimensin espiritual del hombre. Por no poner ms que un ejemplo, Andr Malraux, marcado interiormente por la cuestin religiosa, capaz de comentar el Evangelio de san Juan de manera maravillosa, se confesaba agnstico, es decir, incapaz de pronunciarse acerca de la existencia o inexistencia de Dios. Por respeto al nombre de Dios, no lo pronunciemos demasiado deprisa. Sobre todo, no lo manchemos. Preguntmonos ms bien por nosotros mismos. Es en nosotros donde tenemos que buscar la huella de Dios. Si no la encontrramos en nosotros, nada nos permitira hablar de l.

El ser humano es un sujeto personal

Tenemos que entrar pues en un anlisis un poco ms preciso del fenmeno paradjico y del curioso animal que somos (). En lo que sigue, el lector es invitado a no contentarse con leer, sino a volverse a la experiencia corriente que tiene de s mismo y verificar, por comparacin, si lo que se le propone corresponde o no con esa experiencia.

Nosotros pertenecemos al mundo fsico y biolgico del universo: es una evidencia. Estamos hechos de los mismos tomos que todos los dems seres, del mismo tipo de componentes biolgicos y de clulas que todos los dems animales.

Sin embargo, nos diferenciamos de ellos por la conciencia de nuestra propia existencia, de nuestro YO, por nuestras posibilidades de razonamiento, por nuestra capacidad para proyectarnos hacia el futuro, y por otros muchos aspectos. Por otra parte, los animales pueden sentir que van a morir, pero no piensan en la muerte en cuanto tal. Nosotros en cambio sabemos desde siempre que tenemos que morir, y eso lo cambia todo. Porque la muerte nos plantea la cuestin de nuestro destino y del sentido de nuestra vida. El hombre no es ms que una caa -escribe Blaise Pascal-, la ms dbil de la naturaleza, pero una caa pensante (). Esa caa pensante es tambin un monstruo de inquietud. No slo pensamos, sino que nos sentimos tambin responsables de nosotros mismos y angustiados por el tremendo problema de acertar en nuestra vida.

Somos tambin los nicos que podemos construir un lenguaje elaborado y abstracto a partir de las cosas que vemos y omos, dejemos de lado aqu las investigaciones, muy interesantes por lo dems, sobre el lenguaje de las abejas o de otros animales, ya que no se trata de la misma cosa ().

Podemos, en fin, actuar sobre la naturaleza para transformarla. Colectivamente, somos portadores de un progreso cientfico y tcnico cuyo ritmo se acelera siglo tras siglo. Sabemos tambin que este progreso puede conducirnos tanto a lo peor como a lo mejor (). Ocurre lo mismo en el terreno poltico: nuestras sociedades estn organizadas para establecer los derechos y los deberes de todos, y mantener la paz y la justicia. Pero pueden fracasar en la realizacin del bien comn o dejarse arrastrar tanto a la anarqua como a los excesos de diferentes formas de dictadura.

Nuestra conciencia psicolgica va acompaada de una conciencia moral, vinculada al sentido de la responsabilidad. Porque tenemos el sentido del bien y del mal. En definitiva, pensamos, conocemos, entramos en relacin con nuestros semejantes y pretendemos controlar el desenvolvimiento de nuestra existencia. Cada uno de nosotros es un sujeto personal, del mismo modo que es sujeto de derechos ante la ley, y reaccionamos enrgicamente cuando se violan los derechos de una persona humana.

Escuchar las objeciones

A esta rpida descripcin se le pueden hacer, y se le han hecho, mltiples objeciones. Qu pretensin la del hombre de autoproclamarse obra maestra del mundo, superior a todos los dems seres! No est refutada hoy esta superioridad, cuando se desarrollan tantas ciencias, las ciencias humanas como se llaman, que tratan de dar cuenta de la manera ms objetiva posible de la realidad del hombre? La biologa y la ciencia del cerebro describen de manera cada vez ms detallada los vnculos entre la circulacin de las corrientes elctricas de nuestra corteza cerebral y las funciones del pensamiento, la afectividad, la decisin, la accin, etc. Qu queda con todo esto de una accin libre? Todos conocemos el psicoanlisis, que no es slo un mtodo de curacin, sino tambin una disciplina terica que pretende dar cuenta del ser humano. Antes que l, por lo dems, otras formas de psicologa haban hecho ya el inventario de todos los determinismos que pesan sobre el individuo humano y haban cuestionado incluso su libertad. Igualmente, la sociologa, cuyos mtodos progresan rpidamente, describe todos los determinismos vinculados a la vida en sociedad. La historia pone de manifiesto tambin buen nmero de mecanismos subyacentes a los comportamientos humanos. La economa, en fin, lugar de tantos intercambios entre los hombres, obedece a leyes ineludibles.

En resumen: En qu queda el hombre considerado hasta aqu como una persona libre? Sigue existiendo como tal? No queda ms bien reducido a una mquina compleja? Si el mensaje de la muerte de Dios estaba en boca de muchos hace unos treinta aos, pronto lo ha seguido el de la muerte del hombre. Pero, acaso no hay una correlacin entre estas dos muertes en el clima de nuestra cultura? El hombre no es ms que una estructura particular en el conjunto de las estructuras de todo orden que componen el mundo. Nada ms. Es decir, es una cosa entre otras, sometida al azar general y sin ninguna significacin particular.

Estamos rodeados, en efecto, por todas partes por una multitud de ciencias que nos dicen que en muchas circunstancias no somos ms que marionetas movidas por unos hilos que se nos escapan. La ciencia hoy es capaz de descomponernos, de separar todas nuestras piezas lo mismo que se desmonta un motor. Puede tambin reconstruirnos desde diversas perspectivas, y no faltan quienes lo hacen. Pues, aunque el punto de partida cientfico es parcial, la intencin interpretativa es global.

Por supuesto, estas diversas ciencias son perfectamente legtimas, cada una en su terreno, y nos ensean mucho sobre nosotros mismos. Patinan sin embargo cuando pretenden decirlo todo sobre el hombre. Porque hay un punto que ignoran sistemticamente, en cierto modo por hiptesis: el sujeto cognoscente que se dedica a la investigacin en cada disciplina y que lleva a cabo estas descomposiciones y recomposiciones. Desde el momento en que el investigador mismo se considera producto de sus anlisis, se olvida de s mismo, olvida la estructura de su propia conciencia, que lo empuja a investigar sin cesar pero que no entra nunca en el contenido de su investigacin. Porque l es tambin quien tiene conciencia de estar all y de plantearse la cuestin del por qu ha hecho eso y del sentido exacto de sus hallazgos. Lejos de estar encerrado en sus resultados, se encuentra siempre ms all de ellos y no deja de interrogarse en ningn momento sobre s mismo.

Eso es ser una PERSONA. Una experiencia irreductible que no puede sofocarse, que continuamente brota de nuevo. Pero es tambin una experiencia a cuyo lado podemos pasar casi sin darnos cuenta. Porque estamos hasta tal punto polarizados hacia el exterior que no logramos volvernos sobre nosotros mismos. Por eso conviene seguir avanzando un poco en la descripcin de esta experiencia.

Dilogo interior y subjetividad

He aqu sin duda una trivialidad: vivimos en una presencia ante nosotros mismos que pasa por un dilogo interior en el que nos desdoblamos. Quin no se ha redo alguna vez de las personas que hablan solas y en voz alta por la calle, dicindose t a s mismas? Pero no hacen sino olvidarse un poco, expresando en voz alta el dilogo interior que cada uno de nosotros mantenemos en voz baja con nosotros mismos.

Eso es lo que se llama tener conciencia de s. Salvo durante el sueo, el aturdimiento o la somnolencia, nunca dejamos de seguir el movimiento de nuestras asociaciones de ideas, en el que siempre nos desdoblamos en alguien que habla y alguien a quien se habla. Ese desdoblamiento -que no tiene nada que ver con el desdoblamiento de la personalidad- es un fenmeno enormemente interesante. Expresa un ir y venir entre nosotros y nosotros mismos. Por un lado, hay un surgimiento ininterrumpido de pensamientos y cuestiones; por otro, hay frases que se forman y engendran un discurso dirigido a aquel que es su origen. Es imposible reducir esta dualidad. Es fundante de nuestra conciencia humana. A eso es a lo que llamamos una subjetividad personal.

Dos polos en nosotros

Puede considerarse pues nuestro mundo mental como una elipse con dos polos: hay en nosotros un polo subjetivo y otro objetivo. El polo objetivo es muy fcil de definir: pasa en efecto por las palabras y frases que nos dirigimos a nosotros mismos y que dirigimos a los dems, que escribimos tambin. Es importante, por otra parte, notar que usamos con nosotros mismos el mismo lenguaje que utilizamos con los otros. En cierto modo, yo soy otro para m mismo.

El polo subjetivo es mucho ms difcil de captar y de definir, simplemente porque no podemos mirarlo cara a cara. Acta siempre por detrs de nosotros, proyectndonos hacia adelante. Nos ocurre a este respecto como al ojo con su propia retina. La retina le permite a mi ojo ver el exterior, pero yo no puedo, directamente, ver mi propia retina, porque mi ojo no puede volverse sobre s mismo. Igualmente, tampoco puedo verme la espalda sin un espejo. Si me vuelvo para vrmela, mi cuerpo se vuelve conmigo y no consigo nada: no tengo ojos detrs de la cabeza.

No obstante, el polo subjetivo est siempre ah, anida en m y me acompaa, incluso cuando estoy como fuera de m mismo, apasionado por lo que hago o por lo que veo. Pero, dado que es imposible captarlo directamente, veamos unos ejemplos.

El del nio que juega en su parque. Est tranquilo, su atencin est como embebida por los juguetes que le han dado. Sabe tambin que su madre est all, a su lado. Supongamos que su madre sale de la habitacin sin decirle nada; l se da cuenta enseguida y manifiesta con llanto su descontento. Haba por tanto en l una curiosa conciencia, latente o implcita -casi inconsciente!- que le aseguraba que su madre estaba all y que todo iba bien.

Otro ejemplo: cuando trabajo, estoy ocupado por el objeto de mi trabajo y no pienso en absoluto en m. Sin embargo, en ningn momento dejo de ser consciente de que soy yo quien est en este momento aqu trabajando, por ejemplo tecleando en el ordenador, ya se trate de cuadrar unas cifras, de buscar la solucin a un problema de matemticas o de escribir un artculo ().

He aqu pruebas, experimentales podra decirse, de esa tensin entre los dos polos de nosotros mismos. El primero, el subjetivo, es infinitamente ms fuerte y profundo que el segundo, porque es el motor. Rara vez se siente satisfecho de lo que ha realizado el otro polo. Lo supera y lo empuja hacia delante sin cesar. Es el que hace que a toda respuesta siga una nueva pregunta.

Hay que hablar de conciencia en relacin con este polo? Su originalidad estriba precisamente en estar a caballo entre lo consciente y lo inconsciente. Es como un iceberg, cuya parte sumergida es mucho ms importante que la parte emergente. Se puede hablar aqu de conciencia de concomitancia, es decir, que al mismo tiempo que estoy pensando o actuando, algo me acompaa en este pensamiento y en esta accin. Este polo emerge efectivamente en nosotros peridicamente, pero no podramos expresar toda su riqueza. Es el lugar de nuestros deseos, de nuestras pasiones, de nuestras creaciones artsticas o profesionales, de nuestras decisiones, en definitiva, del compromiso de nuestra libertad.

Pero este polo nunca vive enteramente solo, porque continuamente est en intercambio con el polo del lenguaje y con el exterior por medio de nuestras relaciones y nuestros actos. Es la dualidad de estos polos la que nos permite reflexionar, del mismo modo que un espejo refleja, o reflexiona, nuestra imagen. Toda reflexin supone este movimiento de ida y vuelta entre ambos polos, el subjetivo y el objetivo.

Un polo abierto al infinito

Lo que ocurre en el corazn de ese polo misterioso de nuestra conciencia -ya lo hemos presentido- es que est habitado por un deseo, nunca satisfecho, de ir mas all, de poseer ms, de querer ser ms. Se habla mucho hoy de la calidad de vida. Nuestro deseo profundo es evidentemente vivir, vivir lo mejor posible, es decir, no slo en el bienestar material, sino ms an en la riqueza cultural del arte, en todas sus formas, de la literatura y del ocio. Y todo esto se quedara en nada si no pudiramos vivir en armona afectiva, en el amor que se prodigan esposo y esposa, en el amor de los hijos. No es eso acaso lo que da valor a nuestros domingos y das libres? Un tiempo de descanso, en el que uno se toma tiempo para vivir, para saborear el presente con la familia y los amigos. Nuestro deseo es tambin poder vivir siempre as, y experimentamos como una limitacin los signos de la edad que avanza, de la siguiente generacin que nos empuja y nos recuerda que todo tiene un fin.

Este deseo contiene un dinamismo que nos hace aspirar siempre a ms. Nunca estamos satisfechos de lo que tenemos; siempre quisiramos tener algo ms, en relacin con la vivienda, con el salario, con los estudios, con el tiempo libre, y tambin con la afectividad.

Tomemos como ejemplo una parbola muy simple. Uno de los sueos del adolescente es poder motorizarse. Empezar encontrando en algn lugar una vieja motocicleta, que algn compaero le regala o que compra por poco dinero, y que adecentar lo mejor que pueda. Luego, un da, con ocasin de algn cumpleaos o de algn ttulo que haya conseguido, sus padres le regalarn una motocicleta nueva. Luego empezar a mirar de reojo motos de gran cilindrada. Convertido ya en todo un mozo, pero todava sin dinero, quiere a toda costa conseguir un coche. Comprar entonces, a bajo precio una vez ms, un viejo coche de ocasin en el que pondr en prctica sus mejores habilidades. Su deseo de autonoma en los desplazamientos, de realizar el gesto adulto de la conduccin, se ver satisfecho durante muy poco tiempo, porque pronto sentir vergenza de desplazarse en una tartana de otra poca. Desde el momento en que empiece a tener algunos recursos, ahorrar para tener por fin un coche nuevo. Lo comprar pequeo, lo justo, sin accesorios ni equipamientos opcionales. Pero a medida que su carrera vaya avanzando su coche ir teniendo mayor cilindrada y un mejor equipamiento. El movimiento no se detendr nunca. Se aficionar luego a los salones del automvil, soar con nuevos modelos, etc. Ejemplo muy exterior, se dir, pero en cuyo fondo late un deseo infinitamente ms radical.

En esta dinmica, distingamos bien lo que corresponde a la necesidad y lo que corresponde al deseo. Al principio hay sin duda una necesidad real del adolescente, la de poder desplazarse fcilmente, quiz slo para ir al instituto. Pero interviene algo ms, que supera infinitamente la simple necesidad. Porque la satisfaccin de la necesidad no resuelve la cuestin del deseo. Si no el proceso se detendra una vez satisfecha la necesidad de desplazarse cmodamente. Queda claro que hay algo distinto tambin en este movimiento del siempre ms: el deseo de una cierta calidad de vida (rapidez, confort, reputacin, etc.) y el deseo de felicidad. Este deseo puede parecer en un primer momento cuantitativo, pero en realidad es cualitativo.

El mismo movimiento est presente en todos nuestros actos y con frecuencia por causas ms nobles: las del explorador, el alpinista o el marinero nunca satisfechos con las aventuras ya vividas, la del director de empresa que quiere ampliar cada vez ms su negocio, la del investigador cientfico que quiere descifrar cada vez ms la realidad, para cuidar, curar o dominar la naturaleza, la del pensador y el filsofo tambin, nunca satisfecho con sus hallazgos y plantendose siempre nuevos problemas.

Qu significa esta pequea parbola sin fin? En un terreno muy prctico y exterior, expresa el carcter infinito del deseo que anida en nosotros. Todos nosotros somos seres de deseos, no slo del deseo de tener ms, sino tambin del de ser ms. Realizar nuestros deseos, y ahondar en el deseo fundamental que anida en nosotros, nos hace crecer en la felicidad. Es el deseo de vivir, de conocer y de amar el que nos empuja hacia el porvenir y nos hace plantearnos incesantemente nuevas cuestiones.

Plantearse cuestiones... Eso es lo propio del hombre. Son los porqus ingenuos, pero a menudo muy profundos, del nio en su edad metafsica. Son las cuestiones del adolescente que se rebela contra el orden establecido en su familia y en la sociedad y suea con rehacer el mundo. Son las cuestiones del adulto, hombre o mujer, que, llegado a una cierta edad, se vuelve hacia su pasado y se pregunta cul es el sentido de su vida.

Porque el hombre nunca se detiene en una respuesta. Se aprecia muy bien en las tertulias de las conferencias. El orador puede hablar del tema con la mayor competencia y con la mxima claridad; el auditorio siempre tendr preguntas que hacer para ir ms all. Hasta tal punto que se ha podido definir al hombre como el que se hace preguntas, y ms preguntas y, finalmente, preguntas sobre las preguntas. Por qu estoy yo aqu en este momento hacindome tantas preguntas?

Deseo infinito o deseo del infinito, del absoluto?

Estamos inmersos pues en una paradoja. Somos finitos y estamos rodeados de lmites por todas partes: lmites de nuestro nacimiento, de nuestro ambiente familiar, de nuestro pas y de nuestro tiempo, de nuestras dotes y capacidades, de la duracin de nuestra existencia. Y sin embargo hay en nosotros un deseo infinito. La prueba es que sufrimos por nuestra finitud y por nuestra incapacidad para superar los lmites.

Se puede fundar sobre este deseo infinito, objeto de nuestra experiencia, la afirmacin de la existencia en nosotros del deseo de lo infinito y lo absoluto? Hay evidentemente una separacin entre ambas cosas: lo uno no es lo otro.

Sealemos en primer lugar que hay dos tipos de infinitos. Por una parte, lo indefinido, es decir, lo que no tiene fin, como la serie de los nmeros, que no se detiene nunca. Pero este indefinido es el mal infinito, un itinerario que pierde todo sentido porque no conduce a nada. No puede por tanto satisfacernos. El otro infinito, que es efectivamente objeto de nuestro deseo, est siempre polarizado, lo queramos o no, por la idea de absoluto. Pero s que hay muchas maneras de concebir este absoluto, y que no hay que precipitarse bautizndolo con el nombre de Dios.

La coherencia del deseo infinito exige que se trate del deseo del Infinito o del Absoluto. Un deseo simplemente indefinido acabara por no tener sentido. Pero, se puede deducir la realidad de esta simple coherencia? Veremos que no es posible sin un acto de libertad.

Ya Pascal dijo en una de esas frmulas para las que era tan genial: El hombre supera al hombre; el hombre supera infinitamente al hombre (). S, el hombre supera al hombre: lleva en s ms que un hombre.

Una experiencia ineludible

Esta experiencia se nos impone de manera necesaria. Estamos hechos as por constitucin, me atrevera a decir. Estamos construidos de este modo y no est en nuestra mano cambiar este dato originario. Podemos rebelarnos diciendo que no lo hemos pedido. He conocido a una joven que no poda aceptar este tipo de imposicin. Podemos intentarlo todo por ignorar nuestra situacin constitutiva, limitndonos a realizar nuestras tareas cotidianas. Podemos llamar a nuestra casa Villa con esto me basta. Podemos ser escpticos e incluso decir que todo eso no es ms que ilusin y que no tiene ningn sentido. Todas esas hiptesis son evidentemente posibles. Sin embargo, nuestra situacin en el mundo sigue siendo una especie de figura obligatoria, que permanece como una interpelacin dirigida a nuestra libertad. A nosotros nos corresponde darle sentido.

Libertad y responsabilidad

En el punto al que hemos llegado en nuestro itinerario vemos emerger la realidad de nuestra libertad y su corolario: la responsabilidad. La filosofa debate hasta el infinito acerca de la libertad del hombre, y ciertas posturas cientficas tienden a negarla. Hemos visto ya cmo muchas ciencias tratan de descomponer al hombre y de reducirlo a puro objeto. Hay que constatar sin embargo que la vida personal y social es imposible si no se presupone que el hombre es un ser libre. Cmo seran posibles todos los contratos que unen a los hombres entre s, si no estuvieran fundados en un acuerdo verdaderamente libre? Para qu el ejercicio de la justicia si los delincuentes estn todos predeterminados al delito o al crimen? Todos nosotros reivindicamos nuestra propia libertad como el bien ms preciado. No admitimos la coercin sino en los terrenos en los que el respeto a la libertad de los otros pone freno a nuestra propia libertad. Se habla as de libertad poltica. Libertad es la primera palabra del lema de la Repblica francesa: Libertad, igualdad, fraternidad. Se habla tambin de libertad religiosa, es decir, de la ausencia de cualquier coercin, positiva o negativa, en la materia.

Pero, somos libres en el sentido filosfico o psicoanaltico del trmino? No es nuestra libertad una mera ilusin de nuestra subjetividad, determinada de hecho por todo un conjunto de factores desconocidos para nosotros? Hay algunas filosofas que lo afirman, aunque la mayor parte respetan este santuario que constituye a la persona humana. Porque la libertad no es una cosa que se pueda identificar con el escalpelo de nuestros anlisis objetivos. La libertad habita en nosotros. No podemos aislarla y decir: Ah esta!, como tampoco podemos ver nuestra retina. Nuestra libertad es original, o mejor originaria, o no es nada.

Estamos aqu en el ncleo mismo del problema del hombre; es lo que hace de nosotros un cierto enigma para nosotros mismos. En definitiva, el reconocimiento de nuestra propia libertad es en s mismo un acto libre. No podemos ser libres sin tener en cuenta la postura que tomemos respecto de nuestra propia libertad. Podemos negarla, pero lo haremos libremente.

Reconozcamos en nosotros, por lo dems, dos niveles de libertad. Est en primer lugar lo que se conoce como el libre albedro, es decir, la facultad de elegir esto o lo otro, que empleamos lcidamente en nuestras decisiones cotidianas, pequeas o grandes. Pero a partir de estas decisiones sucesivas se va estableciendo una lnea general de conducta que da a nuestra vida su orientacin original. Progresivamente, a partir de la eleccin de esto o aquello, acabamos eligindonos a nosotros mismos. Se trata entonces de un nivel muy superior de libertad. Esta consiste en hacernos progresivamente a nosotros mismos, en moldearnos, en decidir acerca de nosotros para lo bueno o para lo malo. Por supuesto, estos dos niveles no son independientes el uno del otro. Nuestras decisiones concretas se inscriben en la lnea de nuestra existencia, en un eje general que traza una orientacin general. Es lo que se llama la opcin fundamental de una vida. Por supuesto, tal opcin no es irreversible, y podemos cambiar de orientacin as como cambiar el sentido que queremos darle a nuestra vida.

Por eso se puede decir que, en cierto modo, a partir de determinada edad, todo hombre es responsable de su rostro. Porque este ha registrado la serie de nuestras decisiones y nos muestra ante el espejo una recapitulacin de lo que hemos querido ser.

Nuestra libertad se encuentra as a caballo en cierto modo entre los dos polos de la elipse de la que he hablado. Por un lado, todos los das tomamos decisiones concretas y muy conscientes, lo mismo que hablamos y actuamos; por otro, en el polo subjetivo, que no podemos considerar directamente, opera una cierta opcin que nunca conocemos enteramente, que se nos escapa por detrs en cierto modo.

Si somos libres, somos igualmente responsables y, en primer lugar, responsables de nosotros mismos. La vida se nos da como un gran proyecto an sin determinar. La vida de cada uno de nosotros es una pgina en blanco que tenemos que escribir. Todos queremos que nuestra vida sea un xito; no tenemos ms que una preocupacin: la de desperdiciar nuestra vida en una serie de fracasos, la de que sea intil para nosotros y para los dems. Toda vida humana est expuesta al riesgo de lo peor y de lo mejor. Raymond Aron, al termino de sus Memorias (), cuando hace el balance global de su existencia, dice: Me acuerdo de una expresin que utilizaba a veces cuando tena veinte aos, en conversaciones con compaeros y conmigo mismo: "Salvarse laicamente". Con o sin Dios, nadie sabe, al final de su vida, si se ha salvado o se ha perdido. Pensamiento profundo que expresa tomando un trmino del vocabulario religioso: salvarse. Con o sin Dios, en efecto, todo hombre se enfrenta a este deseo, que es una exigencia: salvarse.

Una experiencia fundamental

Esta experiencia es fundamental en varios sentidos. Hemos visto que ninguno de nosotros puede escapar a ella. Ms radicalmente an, esta experiencia es irreductible a cualquier otra. No puede deducirse de ninguna otra cosa. Se puede descomponer la cuestin del hombre en tantas parcelas como sea posible, como deca Descartes. Puede recomponerse luego segn las diferentes ciencias humanas que se interrogan legtimamente sobre l. Pero nunca se podr dar cuenta del hecho primordial de que yo estoy ah haciendo esas operaciones cientficas o tcnicas y de que me interrogo sobre la razn de todo lo que existe. El jefe de empresa se pregunta algunos das qu sentido puede tener el avance productivo que est viviendo en una situacin de dura competencia. El sentido definitivo de su actividad ha de buscarse fuera de ella misma. Un filsofo dijo hace poco que el estudio de la termodinmica no calienta. Estamos en un caso anlogo.

Una respuesta necesaria: s o no

Estamos aqu en un terreno particularmente desconcertante, porque no cabe operar en l por medio de un saber que pudiera dominarlo. Es nuestra misma situacin la que es misteriosa. Nosotros no podemos reaccionar ante ella sino por un acto de libertad. O bien estimamos que nuestra vida tiene un sentido. Juzgamos que debe desembocar en algo ese gran dinamismo interior que para nosotros no tiene ni principio ni fin. Porque no vemos ni de dnde viene ni adnde va, puesto que se origina como por detrs de nosotros y apunta ms all de nosotros. Como anhelamos encontrar y dar un sentido a nuestra vida, le otorgaremos entonces nuestra confianza.

O bien le negamos todo sentido ltimo a nuestra existencia, considerando que el deseo que anida en nosotros es una pura ilusin y que nos basta cultivar nuestro jardn, como deca el Cndido de Voltaire. Tratamos entonces de crear algunos pequeos islotes de sentido en el marco de la existencia que se nos impone, sabiendo desesperadamente que ms all de lo que depende de nosotros nada tiene sentido.

Pero, de alguna manera, todos nosotros somos instados a tomar partido. Sartre deca a este respecto que estamos condenados a ser libres. Pero tal eleccin no se toma necesariamente por medio de una respuesta lcida y puntual, claramente expresada en un momento del tiempo. La respuesta la damos a lo largo de toda nuestra vida, a travs del entramado de nuestras actividades y nuestras relaciones, por medio de nuestra manera de vivir. Puede darse una contradiccin existencial en la misma persona, que por un lado profesa el sinsentido absoluto de todo y por otro lado acta en funcin de valores que representan para ella un absoluto.

Un lector que tuviera la intencin de responder NO a la cuestin del sentido de nuestra experiencia, podra tener la tentacin de dejar este libro. Porque no puedo ocultar que la continuacin de esta obra se apoyar en la opcin del S. Pero ese mismo lector, est seguro de su opcin y no respeta de manera absoluta cierto nmero de valores, considerndolos por encima de l? En cualquier caso, inmediatamente ver si las pginas que siguen le conciernen o no.

Por qu esta distancia entre la experiencia explcita y consciente de nosotros mismos y ese juego oscuro de lo implcito que nos habita secretamente, que no sentimos pero que, sin embargo, ejerce sobre nosotros una influencia decisiva? Porque nuestra libertad est a caballo entre lo inconsciente y lo consciente, y puede por consiguiente haber contradiccin entre la opcin de fondo y la opcin declarada.

La opcin por el sentido

Todo lo que se acaba de decir puede parecer muy filosfico y no tener relacin con una invitacin a creer. No me estar yendo demasiado lejos? En realidad este anlisis supone una apuesta capital. Yo soy de los que consideran, como Karl Rahner, telogo cuyo pensamiento resumo aqu, que la nada no puede fundar nada y que, por consiguiente, esta experiencia de superacin que anida en nosotros no puede estar fundada en la nada. Tal es mi primer acto de fe.

Tomo pues deliberadamente la opcin por el sentido. Es arbitraria una eleccin de este tipo? No se trata de jugar aqu a doble o mitad, ni de proponer de nuevo la apuesta de Pascal (). Lo hago porque considero esta eleccin fundada en la razn, y la hiptesis del absurdo total de la existencia de este mundo y de nosotros mismos me parece impensable. Lo hago porque no puedo vivir en contradiccin radical con el fundamento sobre el que estoy construido y que, quiera o no, moldea todas mis deseos y mi deseo fundamental. Slo considerando la aventura humana a lo largo de las pocas, se ven tantos signos de su sentido que no se puede desesperar de ella. Los signos de sentido son ms fuertes que los signos de sinsentido, a pesar de ser stos inmensos. Nuestra historia est hecha sin duda de guerras, de genocidios y de violencias de todo tipo. Pero est hecha tambin de gestos de amor y de generosidad admirables. Por ejemplo, el testimonio dado por los monjes de Tibhirine es ms fuerte que todas las matanzas argelinas. Esta opcin, ciertamente fundada en la razn, manifiesta ms an su verdad por la fecundidad de sus consecuencias. Ha sido la de las figuras ms egregias de la humanidad.

La opcin del s no se reduce pues a su dimensin racional. Es una opcin de toda mi existencia, de toda la historia que viva hasta mi muerte. Frente a la misteriosa cuestin de mi origen -dnde estaba cuando todava no haba nacido?, dicen los nios-, frente a la dramtica cuestin de la muerte, frente a la cuestin de los valores en mi vida (L. Delatour), opto de todo corazn por que el amor y el sentido del mundo tengan la ltima palabra.

Pero s tambin que no puedo probar tal opcin en el sentido filosfico o cientfico del trmino, como tampoco podr probar la suya quien elija la contraria. Unos y otros estamos condenados a elegir. Por qu? Se tratar acaso de una debilidad congnita de estas cuestiones, que se dejan generosamente a juicio de cada uno (Si eso es lo que piensas...) porque no hay certidumbre en la materia? Tal es sin duda la opinin corriente.

Pero la cosa no es tan segura. Acaso no estamos aqu simplemente en otro orden, mucho ms profundo que el del simple conocimiento? Si el mbito ms fundamental de lo humano es objeto de un acto de libertad, no ser porque en caso contrario no seramos ya hombres, sino hormigas inteligentes y laboriosas? Nuestra existencia no tendra ya ningn misterio: todo entrara dentro del buen orden de los ordenadores. Por lo dems, en toda ciencia hay fundamentos que no se pueden probar porque constituyen aquello por lo que se probar todo lo que sigue. La prueba se hace entonces a posteriori, por la fecundidad misma de los fundamentos.

Estamos aqu en presencia de un dato fundamental, que no podemos controlar. Podemos siempre negarlo. Pero ese dato fundamental no puede reducirse a ningn otro, y nos constituye. Podemos contradecirlo con actos y con palabras, pero entonces estamos basando nuestra vida en una grave contradiccin. Porque tal opcin se sita precisamente en un punto que supera el orden de los conocimientos ciertos, dado que es ella la que los funda.

Pongamos una vez ms un ejemplo: el joven que va a firmar un contrato laboral importante, capaz de condicionar quiz su vida, debe haber reflexionado antes; debe tener buenas razones para firmar: un conocimiento suficiente de la correspondencia entre sus deseos y su capacidad, por un lado, y el trabajo exigido, por otro; la conciencia de los riesgos que corre y de las limitaciones que se impone por ello. Si se compromete, es porque, a fin de cuentas, considera la cosa provechosa para l. Aunque no tiene una prueba cierta. Corre el riesgo. Sin embargo, si se niega a comprometerse porque no est completamente seguro de su futuro, se est negando a s mismo una experiencia humana fundamental, la de la decisin de su libertad.

El momento de nombrar a Dios

Si aceptamos reconocerle un sentido a esta experiencia y, por consiguiente, darle un sentido, podemos decir entonces que nuestra msera existencia est en contacto con un misterio absoluto que nos supera radicalmente, pero que palpamos de manera no menos misteriosa. Nuestro polo originario encierra la cuestin de Dios, es decir, la idea de Dios, pero es todava una idea que se ignora. Rahner habla a este respecto de un saber annimo de Dios.

Henri de Lubac lo ha analizado bien al hablar de nuestra constitucin inestable, que hace del hombre una criatura a la vez ms grande y ms pequea que ella misma. De ah esa especie de dislocacin, esa misteriosa claudicacin, que no es slo la del pecado, sino ante todo y ms radicalmente la de una criatura hecha de la nada, que, extraamente, toca a Dios ().

Pero la cuestin puede volver a plantersenos de nuevo: esa misteriosa idea de Dios que innegablemente anida en nosotros, no puede deducirse de otra cosa, por ejemplo de no ser ms que la proyeccin de un sueo o de cualquier otro mecanismo de races sobradamente humanas? El mismo padre De Lubac formula claramente la cuestin: Es Moiss quien tiene razn?, es Jenfanes? Ha hecho Dios al hombre a su imagen, o no es ms bien el hombre el que ha hecho a Dios a la suya? Todo parece darle la razn a Jenfanes... y, sin embargo, es Moiss quien dice la verdad ().

Por qu es Moiss quien dice la verdad? Porque no se puede asignar ninguna gnesis o genealoga a la idea de Dios en nosotros. sta no puede deducirse de ninguna otra cosa, como tampoco poda deducirse la experiencia que hemos analizado. Todo esto va junto. Henri de Lubac lo dice en trminos iluminadores: El hombre, se dice por ejemplo, ha divinizado el cielo. De acuerdo. Pero, de dnde ha tomado la idea de lo divino para aplicarla precisamente al cielo? Por qu ese movimiento espontneo de nuestra especie, observable en todas partes? Por qu esa empresa de divinizacin, ya sea del cielo o de cualquier otra cosa? La misma palabra "dios", se dice tambin (...), no significa ms que "el cielo luminoso del da". De acuerdo tambin. Pero, por qu precisamente ese "cielo luminoso del da" se ha convertido para los hombres en un dios? Muchos no ven ni siquiera dnde est aqu la cuestin ().

Lo queramos o no, late en nosotros la cuestin del absoluto, o del misterio absoluto de nuestra existencia. Esta cuestin ha tomado en la historia de la humanidad el nombre de Dios. Por eso esta palabra misteriosa, que de alguna manera nos viene dada y est presente en todas nuestras lenguas, tiene sentido, y un sentido inagotable. La cuestin de Dios no nos viene del exterior, porque si tal fuera el caso no podra interesarnos mucho tiempo. El filsofo Hegel dijo a comienzos del siglo XIX: El absoluto est junto a nosotros desde el principio.

El mismo atesmo da testimonio de esta cuestin, a la que quiere responder negativamente. El ateo (etimolgicamente, sin Dios) es el que est obligado a hablar de Dios para negarlo. Lo que supone que este nombre tiene todava algn sentido para l. Es incluso digno de notar el que la denominacin de ateo no haya sido sustituida todava por otra que no mencione el nombre de Dios. Entre los ms ateos sigue estando presente an la cuestin de Dios.

Esta toma de conciencia es la matriz originaria de todas las pruebas posibles de la existencia de Dios. Esas pruebas no son ms que razonamientos que tratan de traducir o de explicar de una manera u otra esta experiencia. Por lo dems, no puede ser de otro modo. Nuestros razonamientos nunca podrn atrapar a Dios como una mariposa en una red. Por eso es intil exponer aqu ese tipo de pruebas. Nosotros hemos ido al fundamento.

Recojamos para terminar las palabras, llenas a un tiempo de angustia y confianza, con las que san Agustn da comienzo a sus celebres Confesiones: Nos creaste, Seor, para ti y nuestro corazn andar siempre inquieto mientras no descanse en ti ().

Esta experiencia es universal

Estamos ya aqu en una reflexin propiamente cristiana? S y no. S, porque la interpretacin de nuestra experiencia fundamental la hemos hecho aqu con un espritu cristiano y con trminos procedentes del cristianismo. No, porque el deseo de absoluto que hemos descrito vale para todos los hombres, cualquiera que sea su cultura. Las otras expresiones religiosas estn fundadas sobre la misma experiencia, aun cuando la expliciten con una idea de Dios totalmente distinta, por ejemplo un Dios no personal, como en ciertas religiones orientales. Sera por tanto un abuso acaparar de manera exclusiva en el sentido de la fe cristiana la experiencia descrita. Lo que sigue mostrar s1o cmo la fe cristiana interpreta este deseo y qu sentido le da. Pero, remontndonos por esta corriente que es la fe, nos hemos encontrado con la dimensin religiosa del hombre ().

Quisiera traducir aqu, en trminos lo ms claros posible, lo que el telogo alemn Karl Rahner (1904-1984) ha llamado la experiencia trascendental del hombre, es decir, la experiencia que cada uno de nosotros tenemos de un dinamismo interior, de una trascendencia que nos traspasa y supera siempre. Cf su libro Curso fundamental sobre la fe, Herder, Barcelona 19894.

B. PASCAL, Penses, 200 (Lafuma) o 347 (Brunschvicg).

No es una afirmacin gratuita, puesto que existe en este punto un consenso muy amplio en los medios cientficos. Hara falta todo un libro para explicar estas cosas y no es el objetivo de ste.

Hoy la angustia ecolgica anida en todos nosotros. El hombre se enfrenta a su responsabilidad y a su libertad en el uso de los descubrimientos y de la naturaleza. Pero, no nos olvidamos de que en los pases llamados desarrollados estamos en presencia de una naturaleza casi completamente domesticada y humanizada por muchos milenios de trabajo humano? Basta ir a ciertos lugares de frica o Asia para tomar contacto con la naturaleza llamada virgen . Su carcter salvaje causa a veces miedo. Pero hoy estamos descubriendo que los mejores progresos cientficos y tcnicos chocan con la limitacin de los recursos naturales, reservndonos para un prximo futuro decisiones difciles.

Pongamos todava otro ejemplo de la manifestacin de este polo subjetivo (podra decirse originario, puesto que es el origen de todos nuestros estados de conciencia) y de este desdoblamiento del yo. Supongamos un novio que est escribiendo a su novia. Quiere expresarle los sentimientos profundos que ella le inspira. Pero esos sentimientos son muy difciles de expresar. Al cabo de algunas frases, el joven siente la tentacin de romper la carta pensando: no es esto lo que yo quera decir; lo que he escrito es ridculo; qu va a pensar de m? Quiz intente hacerse poeta: no, es peor an. Algo en l le advierte de la distancia que hay entre sus sentimientos y la expresin de los mismos. Ocurre lo mismo con el pintor decepcionado con su cuadro, con el cientfico insatisfecho con su experimento, con el escritor descontento con el comienzo de su novela. La conciencia de la inadecuacin entre la realizacin y la intencin pone de manifiesto la existencia en nosotros de ese polo indefinible, que se nos escapa y que al mismo tiempo nos sirve de medida para juzgar lo que hacemos.

B. PASCAL, Penses, 131 (Lafuma) o 434 (Brunschvicg).

R. ARON, Mmoires, Julliard, Paris 1983, 751 (trad. esp., Memorias, Alianza, Madrid 1985).

Quien deca en sntesis: no arriesgo nada optando por Dios y la vida eterna: si existen, he seguido la opcin adecuada; si no existen, en nada salgo perjudicado.

H. DE LUBAC, Le mystre du surnaturel, DDB, Paris 1965, 149 (trad. esp., Misterio de lo sobrenatural, Encuentro, Madrid 1991).

ID., Sur les chemins de Dieu, Cerf, Paris 1983, 11 (trad. esp., Por los caminos de Dios, Encuentro, Madrid 1993).

Ib., 19-20.

SAN AGUSTN, Confesiones 1, 1.1, San Pablo, Madrid 1998.

El anlisis propuesto se ha dirigido ante todo al individuo, pero es claro que vale igualmente para las sociedades humanas. Asimismo, podra haberse hecho partiendo de la dinmica de nuestra accin, como hiciera ya Maurice Blondel a finales del siglo XIX.