02. Del Radicalismo Reivindicativo Al Pluralismo Radical. Ludolfo Paramio[1]

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  • Biblioteca de Ciencias Sociales Directores: Mario R. dos Santos y Cristina Micieli. Programa de Publicaciones Asistente: Ariel Sher.

    I.S.B.N. Diseador de portada: Pepa Foncea. Corrector de pruebas: Leonel Roach. Inscripcin N 67.603 Impresor: Salesianos. Bulnes 19. Santiago de Chile. Primera Edicin: agosto de 1987. Copyright de todas las ediciones en espaol por Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) Av. Callao 875. 3er. piso. 1023 Buenos Aires. Argentina. Composicin: Compolser, Av. Providencia 329, 3er. piso, Santiago de Chile.

  • INDICE Pgina

    Presentacin 7

    Del radicalismo reivindicativo al pluralismo radical, Ludolfo Paramio 17

    Rasgos bsicos en la transformacin de la cultura poltica espaola, Rafael del Aguila 25

    Notas sobreel fenmeno ETA, Javier Garayalde 33

    JI

    La trama cultural de la poltica, Osear Landi 39

    Poltica y militancia: hacia el fin de una cultura fragmentada", Vicente Palermo 66

    Consenso democrtico en el Chile autoritario, Angel Flisfisch 99

    La cultura poltica de la juventud popular del Per, Julio Cotler 127

  • III

    La cultura polticade las mujeres, Juduh Astelarra 149

    Una gramtica postrnoderna para pensar lo social, Benjamn Arditi 169

    Movimientos sociales y gestacin de cultura poltica. Pautas de interrogacin, Fernando Caldern y Mario R. dos Santos 189

    IV

    Grarnsci y el sentidocomn, Jos Nun 199

    El concepto de lo poltico segn Carl Schmitt, Franz Hinkelammert 235

    La democratizacin en cl contex to dc una cultura postmodema, Norbert Lechner 253

  • DEL RADICAUSMO REIVINDICAnvo AL PLURAUSMO RADICAL

    Ludolfo Paramlo

    El punto de partida de mi intervencin es la explicacin de mis propias razones para haber contribuido a la realizacin de este seminario. y es una explicacin nada teleolgica, como en seguida veris, sino ms bien histrico-gentica. Pues la idea surgi una noche, en un restaurante del centro de Madrid, tomando unos daiquiris de pltano con Judith Astelarra. A lo largo de la discusin -y al ir cayendo los sucesivos daiquiris, para qu engaarnos- yo me iba sintiendo cada vez ms lleno de ira ante lo que a mi juicio es una evidente incoherencia de la mayor parte de los que fueron intelectuales de izquierda en los aos 60 y primeros 70: la incoherencia entre el reconocimiento de que ya no son vlidos los valores, las utopas y las ideas reguladoras en que se bas en aquellos aos el proyecto poltico de la izquierda y, a la vez, el mantenimiento de un discurso crtico, frente a la realidad, que se sostiene sobre esas mismas ideas, utopas y valores que se reconocen ya fracasados.

    Para un lector espaol se puede dar un ejemplo excelente con las columnas de Manuel Vsquez Montalbn en El Pas. Vsquez habla casi exclusivamente de poltica, y lo hace en un tono curiosamente ambivalente: por una parte llora la muerte de los viejos mitos y tradiciones de la izquierda, y por otra parte critica a quienes no han renunciado a hacer poltica progresista tras el derrumbamiento de esos mitos y tradiciones. Y los critica, claro, desde un punto de vista anclado en esos mismosmitosy tradicionessupuestamente ya muertos.

    La incoherencia tiene seguramente races ms profundas, como me ha parecido ver en la intervencin de Jordi Borja. Se dira que lo que debe dar sentido a una estrategia reformista es un proyecto de futuro: no habrla reformas progresistas sin teleologa. En este sentido, la izquierda actual sigue estando mucho ms prxima a Marx que a Bernstein. Pero la realidad es muy distinta: histricamente las reformas casi nunca se hacen por coherencia con un proyecto ideolgico de futuro para la socie

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  • dad, sino respondiendo a presiones sociales externas o internas, siguiendo criterios de racionalizacin para resolver contradicciones sociales muyconcretas.

    El problema no es que el fin no importe y el movimiento lo sea todo. El problema es que el fin rara vez nos es conocido, y el movimiento sin embargo se da. Las sociedades se transforman radicalmente bajo el impacto de estos cambios hechos a ciegas, como respuesta inmediata a problemas coyunturales. Pero como estn hechos a ciegas no podemos, al menos inmediatamente, pensarlos como etapas en un proceso coherente de cambio social. Esto es algo que slo se logra a posteriori, cuando el cientfico social descubre que una etapa histrica que en su momento pareci conservadora, y carente de proyecto de futuro, fue en realidad un momento de cambio histrico 'acelerado. Pero quienes vivieron ese momento no tenan el equipo simblicopreciso para comprenderlo.

    Pasando al tema central de mi intervencin, dir que a mi juicio en la izquierda occidental se ha producido en aos recientes una curiosa oscilacin entre el viejo materialismo determinista, en el que se da por supuesto que la base econmica y los condicionamientos materiales determinan la estructura del discurso somblico, y un nuevo idealismo en el que se pretende que toda realidad es discursiva, que la estructura simblica es lo realmente determinante en la dinmica social. El centro terico de este nuevo idealismo es la afirmacin de que no existen en la prctica social -entendida como prctica discursiva- ncleos estables, duros, de sentido. Desde Derrida y el desconstruccionismo como teora de la crtica literaria, esta idea de la inexistencia de ncleos de sentido en el discurso social se ha extendido hasta la teora marxista, como puede verse en los trabajos recientes de Hindess y Hirst, en Inglaterra, o de ErnestoLaclauy Chantal Maulle.

    El materialismo nos dice que hay una realidad dura, con leyes propias que determinan el conjunto de la dinmica social: la economa. Las leyes de movimiento del capital son tan rgidas como la ley de la gravitacin. Para los discursivistas, por el contrario, la economa es un lenguaje simblico, y un lenguaje en el que no existen ncleos duros de sentido. A lo ms, como Laclau, reconocen que hay nudos de sentido relativamente estables, con lo que supongo que l se refiere a cuestiones como las oposiciones de clase, nacionales o religiosas que organizan el discurso social (y poltico) durante perodos histricos prolongados. Pero ya no hay una realidad dura sobre la que flotan los discursos simblicos, la vieja sobreestructura del marxismo clsico. Ahora, por el contrario, todo es discurso.

    Si todo es discurso, y en el discurso no existen ncleos duros que organicen el sentido, entonces todo est permitido. A Hindess y Hirst esta modesta hereja les ha permitido liberarse del marxismo dogmtico, althusseriano o trotskista, que tanta influencia conserva en Inglaterra. A Laclau le ha permitio romper con el reduccionismo de clase, y a ~oulle

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  • elaborar un concepto sistmico de hegemona, lo que podramos llamar un concepto de hegemona sin sujeto. Pero cabe sospechar que el precio pagado por estos avances sea exclusivo. Me temo que en la realidad material, por hablar as, hay aspectos que fijan con gran efectividad ncleos duros de sentido a todo discurso social, ncleos de los que no puede prescindir ningn discurso sin correr el riesgo de perder toda significatividad.

    En la sociologa fenomenolgica, en el interaccionismo simblico, se habla con frecuencia de la estructura de plausibilidad del discurso. Para que un discurso pueda organizar la prctica social se requiere que tenga una verosimilitud, una estructura de plausibilidad. Ninguna religin que propugne el pacifismo sistemtico puede llegar a organizar una sociedad de dimensiones significativas, por ejemplo, en un mundo tan darwiniano y belicista como el nuestro. Ciertamente el lenguaje construye y organiza la realidad social, pero sta muestra a su vez lo que podramos llamar rigideces, estabilidades que son la base del sentido de cualquier discurso pregnante. Estos ncleos no son realidades ontolgicamente privilegiadas, pero s realidadeshistricamente estables.

    Todo esto viene al caso porque, si queremos elaborar una nueva cultura poltica, un nuevo discurso que nos permita organizar un proyecto poltico de futuro, necesitamos ante todo saber cules han sido los ncleos duros de la realidad que han provocado la ruina de nuestra anterior cultura poltica, de nuestro discurso anterior. No basta, como a veces se entiende leyendo a los tericos del discurso, con cambiar de discurso poltico: es necesario ajustar ese discurso a una realidad especfica que posee sus propias leyes, sus condicionamientos, a una realidadque es preciso comprenderpara cambiarla.

    Por ejemplo, no tiene ningn sentido lamentarse de la quiebra de las viejas utopas como si se fuese un fenmeno impuesto por la fatalidad histrica o por alguna conspiracin socialdemcrata internacional. Si las utopas se han venido abajo a la vez en todas partes, habr que pensar que algn tipo de transformacin histrica ha liquidado la estructura de plausibilidad de los discursos utpicos. Y es preciso diagnosticaresa transformacin, interpretarla, comprenderla.

    Esto tiene bastante que ver con lo que ha sucedido en la cultura poltica espaola desde los ltimos aos 60 y primeros 70 hasta hoy, con una transicin que se abre con la muerte del general Franco. El principal cambio, a mi juicio, es el paso de un discurso que podramos llamar de radicalismo reivindicativo a otro en el que la poltica aparece cada vez ms como una bsqueda de compromisos, a una estrategia de racionalizacinde lo existente.

    A qu llamo radicalismo reivindicativo? Me refiero a un tipo de discurso que era el dominante en el movimiento obrero, y en muchos movimientos sociales, durante los aos de la expansin econmica. En ese tipo de discurso rega una especie de lqica mgica: se supona que

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  • los recursos econmicos del capital privado o del Estado eran ilimitados, y que bastaba con acumular la suficiente presin para lograr una subida salarial o nuevas prestaciones sociales. En los primeros tiempos de la crisis, incluso, la extrema izquierda espaola defenda como consigna que la crisis la pagaran los capitalistas, como si no hubiera una relacin entre la tasa de ganancia, los salarios y el empleo. (La extrema izquierda, al menos en Espaa, siempre ha tenido ideas un poco errticas en materiade economapoltica.)

    El radicalismo reivindicativ.o estaba profundamente marcado por el cinismo poltico: se rehua la miHtancia poltica o sindical, por una parte por el peligro de represin policial bajo la dictadura, y por otra parte, porque la misma propaganda del rgimen favoreca la idea de que la poltica -la militancia- eran cuestiones de una minora sospechosa. Una persona decente no deba meterse en poltica, siguiendo el paradjico consejo que el general Franco dirigi una vez a un recin nombrado ministro. Pero en cambio los conflictos reivindicativos seguan una dinmica radical: la idea era que cualquier tipo de presin que se realizara acababa por dar resultados, y resultados especialmente perceptibles en el caso de las luchassalariales.

    Durante los aos de expansin sta era una visin bastante correcta: las ganancias del capital haban crecido rpidamente, y se parta de niveles salariales muy bajos, en un contexto adems de fuerte demanda. Para los empresarios era mucho ms razonable hacer sustanciales concesiones salariales -que se podan permitir holgadamente- que mantener sus fbricas o empresas paralizadas, sin servir la cartera de pedidos y exponindose a que el conflicto salarial, bajo la dictadura, se convirtiera en un conflicto poltico que en el peor de los casos poda implicarmuertosy heridosy unapsima imagenpblica.

    Pero la cultura poltica dal radicalismo reivindicativo afectaba tambin a grupos armados como ETA, como bien sabe Javier Garayalde. Con la amnista de 1978 se podra haber pensado que ETA abandonara la lucha armada y pasara a la accin poltica en el marco de las libertades democrticas. Pero no fue as: los dirigentes de ETA llegaron a la conclusin de que si la lucha armada haba conducido a una amnista, su mantenimiento acabara por llevar a la consecucin de la alternativa KAS, a la independencia de Euskadi y a lo que fuera preciso. (An hoy puede que no hayan comprendido que se equivocaron en ese clculo). Es la misma idea de rechazo de la poltica, que se ve sustituida por una presin reivindicativa -slo limitada por la propia capacidad de movilizacin- sobre un adversario del que se supone que se puede obtener todo lo que se desea si la coaccinejercida llegaa ser la necesaria.

    Eso implica la misma negociacin de la poltica como reconocimiento de interlocutores. Si el capital y el Estado pueden ceder indefinidamente, siempre que se les presione en suficiente medida, no hay por qu reconocer en ellos a posibles interlocutores con los que es

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  • preciso acordar los lmites de lo posible y lo deseable. Estamos de lleno en lo que Flisfisch y Lechner suelen llamar el paradigma del Prncipe. Slo hay un sujeto poltico autnomo -el movimiento obrero, o ETA- que debe plegar a su voluntad a una realidad opaca, carente de subjetividad histrica,que esel capital o el Estado.

    la cultura poltica del radicalismo reivindicativo alcanz sus lmites naturales con la transicin a la democracia y a la crisis econmica de los aos 70. Ante la crisis, el movimiento obrero descubri, a travs de la amarga experiencia de las quiebras patronales y el paro, que el capital no es una realidad opaca, sino un agente con sus propios intereses y condicionamientos, un agente con el que era preciso negociar y al que era preciso reconocer como interlocutor. El nuevo Estado democrtico, por su parte, no era ya un poder arbitrario, sino que tena lmites muy definidos para su actuacin en la letra de la Constitucin, pero tampoco era ya un poder dbil, como la decadente dictadura en los primeros aos 70, sino que contaba con el respaldo de la legitimidad social. As, la realidad poltica deba reinterpretarse ms all del estrecho marco del paradigma del Prncipe: ahora era preciso ver en la escena poltica una pluralidad de agentes -el capital y el Estado entre ellos- con su propia subjetividad, sus interesesparticularesy unos lmitesdefinidosen su toma de decisiones.

    Simblicamente, esto supona superar un rasgo caracterstico de la cultura poltica vigente bajo la dictadura: la existencia de un conflicto nico y central, que unificara el discurso poltico como polo de referencia fundamental en torno al cual cobraran sentido todos los conflictos aislados y particulares. En el antagonismo comn frente a la dictadura se haban fundido, en efecto, las luchas de los trabajadores por subidas salariales, las luchas de las nacionalidades histricas cuya identidad se negaba a reconocer el franquismo, las luchas de las mujeres por cuestiones como la legalizacin de los anticonceptivos o la despenalizacin del aborto, las luchas vecinales contra la especulacin del suelo, la lucha por la libertadsindical, la misma luchapor las libertadespolticas.

    Ese antagonismo principal permita, volviendo a la terminologa de Laclau, cerrar dos cadenas de identidad, la que una a todos los componentes populares, democrticos, anti-statu qua, y la que una a todos los componentes oligrquicos, dictatoriales, conservadores. En este universo simblico era fcil desenvolverse, pero tras la muerte del general Franco entr en crisis este orden admirable, en el que el sentido de toda accin poltica resultaba inequvoco. Ni la derecha posfranquista ni los potenciales golpistas conseguiran ya reconstruir ese antagonismo perfecto: la ambigedad y la confusin subsiguientes tendran su mejor reflejo en el desencanto de 1980-81, y su inevitable herencia en la gravsima crisis orgnica de las reas conservadora y comunista desde que el Partido Socialista Obrero Espaol (PSOE) lograra la mayora absolutael 28 de octubre de 1982.

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    FLACSO ECUADOR

    .---. bsqueda de ese antagonismo esencial debera haber llevado, /' ;-se... dr pensar, a la discusin de la poltica econmica, supuestamente

    ~ cons rv dora, del gobierno socialista espaol. No parece, sin embargo, , \Je;' os ticos de esta poltica hayan sabido rentabilizar sus propias posi

    ci nes: a asombrosa fe de los comunistas espaoles en recetas keyneBI BLI~A Y fracasadas en Francia (en 1981) ante una crisis no keynesiana --- tener reflejo en la sociedad civil. Los trabajadores espaoles,

    incluso aquellos que han caido en el paro o al menos han visto congelado su nivel de vida a consecuencia de la poltica de austeridad y rigor del gobierno socialista, no parecen tener mucha fe en la magia. Las Comisiones Obreras, sindicato ligado al Partido Comunista de Espaa (PCE), pudieron lanzar una huelga general en junio de 1985, pero no lograron que esa huelga articulara una nueva oposicin, un nuevo antagonismo principal. Fue la manifestacin de una suma de agravios corporativos y poco ms.

    Seguramente es significativo que lo ms cercano a ese nuevo antagonismo principal haya sido la confrontacin sobre la OTAN. Pese a que la pertenencia a la Alianza Atlntica desde 1982 no ha afectado en nada a la vida cotidiana de los espaoles -por las especiales condiciones en que el gobierno socialista ha congelado la presencia espaola en la organizacin, desde luego-, la cuestin de la OTAN ha sido la nica que ha logrado polarizar a la opinin pblica espaola desde el final de la dictadura. Seguramente no es casual: se trata de un problema ideolgico, no de un problema real, pues en el terreno de la poltica exterior las opciones espaolas estaban muy definidas desde 1953 o, incluso, desde 1939. Pero en la OTAN, en el antiamericanismo de buena parte de la opinin pblica espaola, la izquierda comunista est tratando de reencontrar el antagonismo fundamental que permita romper la hegemona socialista.

    No creo que debamos engaarnos. El tercermundismo, el antiamericanismo son residuos de pocas anteriores, de etapas ya superadas de la izquierda. Me temo que la propia rea comunista es ya un recuerdo de otra poca, y que slo los cuadros de los partidos comunistas siguen negndose a reconocerlo, buscando extraas alianzas con movimientos antisistmicos tan dudosamente progresistas como los conservacionistas o pretendiendo -sorprendentemente- convencer a las mujeres de que la tradicin comunista es la ms propicia al feminismo. Si esto no funciona, como seguramente no va a funcionar, habr que apostar fuertemente por una nueva idea reguladora que d sentido a la prctica poltica de la izquierda.

    A Norbert Lechner le gusta mucho la palabra utopa, tomada en el sentido de una utopa no realizable. Yo prefiero la vieja nocin kantiana de idea reguladora.. menos proclive a fomentar las chifladuras de la extrema izquierda -que en general desconoce a Kant- y ms prxima a la tradicin ilustrada. Pero lo cierto es que la izquierda necesita una utopa o una idea

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  • 1

    reguladora para pensar su propio proyecto, su propia actividad. No para llevar adelante ese proyecto, esa actividad: insistir en que las prcticas sociales tienen su lgica, que nadie puede detener. Pero para pensarlas, para saber su sentido, se requieren ideas, quiz utopas. La historia ha. destruido las utopas e ideas heredadas. Ahora, si queremos reencarnar a la juventud, comprender lo que estamos haciendo y seducir a otros para que sigan nuestro camino, debemos buscar nuevas ideas, nuevas utopas.

    En otro lugar he sealado que cuando se perdi la esperanza hegeliana en un sujeto nico de la historia, con la crisis de la nocin marxista del proletariado como protagonista de la emancipacin histrica, la izquierda qued condenada a la secularidad, y la utopa salt hecha pedazos. Ya slo quedan del viejo espejo de una futura sociedad comunista los fragmentos rotos que son los movimientos sociales, precario reflejo del antiguo sueo. Puede ser lamentable, pero es el destino de nuestro tiempo renunciar a todo encantamiento. La izquierda necesita una cultura poltica que reconozca el pluralismo social, que abandone las ilusiones religiosas y deje de lado el espejismo de la utpica sociedad reconciliada y sin conflictos, transparente y armoniosa. . Para superar el paradigma del Prncipe, para aprender a hacer poltica secular, necesitamos superar la utopa y descubrir nuevas ideas reguladoras, ideas que sean normas y valores de conducta social, pero que nunca jams justifiquen la eliminacin del antagonista ni permitan confundir el futuro con el milenio. Desencantar el mundo puede no ser el camino hacia la jaula de hierro, sino la puerta hacia un razonable jardn, en el que por supuesto seguir habiendo insectos y recaudadores de impuestos. Quiz eso no sea mucho, pero no creo que sea tampoco tan alegrementedesdeable.

    Postcriptum.

    Rehaciendo -enrgicamente- estas notas, puedo aadir con satisfaccin que el intento irracional de convertir a la OTAN en nuevo antagonismo principal de la poltica espaola fracas en marzo de 1986, y que el proyecto de convertir el voto anti-OTAN en nueva oposicin poltica ha fracasado tambin en junio del mismo ao. La historia es un proceso sin sujeto ni fines, pero no todo podan ser disgustos. (16 de julio de 1986.)

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