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  • Facies Domini 3 (2011), 129-166

    La Iglesia como signo de Jesucristo

    Francisco Conesa

    Enviado: enero de 2011Versin definitiva: enero de 2011

    Resumen: Ante el descrdito de la Iglesia en los mbitos pblicos y la incomodidad con que muchos cristianos viven su pertenencia a la Iglesia, es necesario recuperar la categora de signo aplicada a la Iglesia. La Iglesia como signo se contempla aqu en la triple perspectiva de Misterio, Comunin y Misin: tras explicar qu significa que la Iglesia es sacramento de Cristo (misterio), se extraen consecuencias de cmo afecta su condi-cin de signo al ser de la Iglesia (comunin) y a su hacer (misin).

    PalabRas clave: Eclesiologa fundamental, Significatividad, Martirio

    The Church as a sign of Jesus Christ

    abstRact: In view of the discredit of the Church in the public field and the discomfort with which many Christians live their membership of the Church, it is necessary to recover the sign category as applied to the Church. The Church as a sign is referred here in the triple perspective of Mystery, Communion and Mission: after explaining the meaning of the Church being the sacrament of Christ (mystery), consequences of how its sign condition affects the Church membership (Communion) and the mission are drawn.

    KeywoRds: Fundamental Ecclesiology, Significance, Martyrdom

    Nuestra poca se caracteriza por un creciente descrdito de la Iglesia en los mbitos pblicos, unida a una fuerte desafeccin a la misma vivida por muchos cristianos, que no se sienten identificados con ella. En este con-texto, podemos seguir sosteniendo que la Iglesia es signo de la revelacin? No aparece muchas veces como signo de contradiccin ms que de credi-bilidad? La teologa fundamental debe tomar en serio estos interrogantes y

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    reflexionar sobre la significatividad de la Iglesia, con el fin, por una parte, de ayudar al creyente a realizar el acto de fe en plena libertad y racionalidad y, por otra, para facilitar al no creyente la comprensin de la Iglesia y el acercamiento a su realidad.

    El Concilio Vaticano I aplic a la Iglesia el texto de Is 11,12 procla-mando que era por s misma como un signo levantado en medio de las naciones (signum levatum in nationes: DH 3014). El segundo Concilio Vaticano, por su parte, profundiz en este carcter sacramental de la Iglesia poniendo de relieve especialmente su vinculacin con el misterio de Cristo. Siguiendo este camino, propongo en el presente escrito centrar la mirada en la vinculacin de la Iglesia con Jesucristo, para, desde esta perspectiva, comprender mejor a la Iglesia como signo1.

    La cuestin clave reside, como expondr, en comprender que la Iglesia existe precisamente para ser signo de Cristo, que slo puede ser en-tendida en referencia a Cristo. La Iglesia encuentra su propia identidad y misin en el espejo del rostro de Jesucristo. En consecuencia, tanto su ser como su hacer tienen como meta reflejar la facies Domini. La reflexin sobre la Iglesia como motivo de credibilidad tiene que partir de la misma naturaleza de la Iglesia, la cual se entiende slo en referencia al misterio de Cristo. Por ello, en la medida en que la Iglesia sea reflejo del signo que es Jesucristo, ser tambin para todos los hombres seal que hace creble la automanifestacin de Dios en Jesucristo. Despus de tratar brevemente el problema de credibilidad de la Iglesia, centrar la exposicin en lo que significa ser sacramento de Cristo (misterio) y cmo esto afecta al ser de la Iglesia (comunin) y a su hacer (misin).

    i. la crisis De creDiBiliDaD De la iGlesia

    Antes de afrontar la exposicin del tema, conviene decir una palabra sobre la crisis de credibilidad de la Iglesia. La palabra y la realidad de la Iglesia han cado en descrdito. Parece, incluso, que se ha tocado fondo en este tema. Cualquier publicacin crtica contra la Iglesia encuentra un am-plio mercado interesado en la misma, aunque carezca del ms mnimo rigor

    1 Las presentes reflexiones se inscriben en lo que clsicamente se denomina via empirica, la cual parte de la consideracin de la Iglesia tal como hoy existe y vive para mostrar su credi-bilidad s. Pie-ninot, Va emprica, en: r. latourelle r. Fisichella s. Pi-ninot (ed.), Diccionario de Teologa Fundamental, Paulinas, Madrid 1992, 661. Acento los aspectos cristo-lgicos, porque considero que ayudan a comprender mejor a la Iglesia como signo.

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    histrico. Para muchos es muy difcil ver la accin de Dios en la Iglesia y por medio de la Iglesia. La globalizacin facilita que se conozcan y difundan con facilidad los escndalos que personas de la Iglesia protagonizan, restando credibilidad a toda la institucin.

    Las razones por las que se cuestiona la legitimidad de la Iglesia son muy diversas y no podemos detenernos en su anlisis. La Reforma neg a la Iglesia catlica su cualidad de cristiana. Ms tarde, las corrientes destas y racionalistas de la Ilustracin establecieron que la religin era asunto pri-vado mientras que la corriente anticlerical burguesa impuls un alejamiento de la Iglesia. El atesmo prometeico del siglo XIX contrapuso la Iglesia tanto a la libertad y dignidad humanas como al progreso social. En nuestros das se sospecha que la Iglesia ha ocupado el lugar de Cristo y ha traicionado su herencia, de tal manera que la Iglesia estara condenada a traicionar siem-pre el cristianismo resultando ser, por tanto, una institucin profundamente anti-cristiana2.

    A propsito de los casos de abusos de menores por parte de clrigos, ha dicho Benedicto XVI que han oscurecido la luz del Evangelio como no lo haban logrado ni siquiera siglos de persecucin y ha hablado de heri-das infligidas al cuerpo de Cristo3. La conmocin es tal que, llega a decir, de este modo, la fe en cuanto tal pierde credibilidad, la Iglesia no puede presentarse ms de forma creble como mensajera del Seor4. El rostro de la Iglesia aparece cubierto de polvo y su vestido desgarrado5.

    Adems, por parte de muchos cristianos se da slo una identidad par-cial con la Iglesia. Se produce una escisin entre ser cristiano y ser miembro de la Iglesia y, por consiguiente, entre el yo como sujeto de fe y la Iglesia como sujeto distinto6. Las dificultades racionales respecto a las doctrinas, las divergencias en temas morales o el antitestimonio de muchos creyentes pueden provocar que muchos cristianos intenten prescindir de la mediacin eclesial en su fe. Las encuestas sociolgicas muestran que gran parte de

    2 Como explica Werbick, si en la polmica tardo-medieval contra la Iglesia domin el tema del Anticristo (presente tambin en Lutero) en nuestros das la sospecha principal es de traicin al mensaje de Cristo. Cf. J. WerBick, Essere responsabili della fede. Una teologia fondamentale, Queriniana, Brescia 2002, 783-819.

    3 BeneDicto xVi, Carta a los catlicos de Irlanda (19/03/10).4 BeneDicto xVi, Luz del mundo. Una conversacin con Peter Seewald, Herder, Barcelona

    2010, 38. 5 Cf. BeneDicto xVi, Discurso a los miembros de la curia romana (20/12/2010).6 Cf. h. WalDenFels, Teologa fundamental contextual, Sgueme, Salamanca 1994, 431.

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    los catlicos manifiestan creer poco o nada en la Iglesia. Otros cristianos, sin rechazar explcitamente a la Iglesia, la miran con desdn y desinters y, muchas veces, con ojos crticos y de sospecha. Existe un enfriamiento en la relacin entre el creyente y la Iglesia. Esto es considerado por algunos cris-tianos como un progreso, un paso a la edad adulta que implica el abandono de la obediencia pasiva y la adopcin de una mirada crtica.

    En definitiva, nuestros contemporneos piden a la Iglesia signos para creer en ella. Le preguntan, como a Jess: Qu seales haces para que creamos? (Jn 6, 30).

    ii. la iGlesia, icono De cristo

    La Iglesia slo puede ser entendida en relacin a Cristo. La Iglesia tiene su razn de ser en ser signo, icono, imagen y parbola de Cristo. No existe por s misma ni para s misma. La Iglesia slo puede resultar creble y convincente por lo que la justifica. Es creble en tanto en cuanto refleja a Cristo, siendo su trasparencia, hacindole presente para nuestros contemporneos. Preguntaba Juan Pablo II al comienzo del milenio: No es quiz cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada poca de la historia y hacer resplandecer tambin su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?7. En efecto, la Iglesia no tiene otro tesoro ms que Jesucristo (cf. Hch 3, 5).

    1. El carcter sacramental de la Iglesia

    La misma constitucin que comienza proclamando a Cristo como luz de los pueblos, afirma que la Iglesia es en Cristo como un sacramento (LG 1)8. El concepto de sacramentum (y su correspondiente griego mys-trion) que usa el Concilio evoca el uso de esta palabra en la eclesiologa patrstica, recuperado por la teologa actual. La Iglesia es sacramentum (es decir, sacrum signum) originario, signo de Cristo a lo largo del espacio y del tiempo. Como comunidad fundada por Cristo y querida por l, la Igle-sia prolonga a lo largo del tiempo ese sacramento original que es Jesucristo

    7 Juan PaBlo ii, Carta Ap. Novo Millenio Ineunte, 16; cf. Enc. Redemptor Hominis, 10.8 Este concepto aparece tambin en Const. Sacrosanctum Concilium, 5: Pues del costado

    de Cristo dormido en la cruz naci el sacramento admirable de la Iglesia entera. Y tambin en LG 8, 9c y 48.

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    mismo. En ella el hombre tiene la posibilidad de encontrar a Jesucristo, de conocerle y amarle.

    La teologa, apoyndose en el testimonio de los Padres, destaca que Jesucristo es el sacramento originario y primordial. Jesucristo es el signo por excelencia. En una de sus cartas, dice san Agustn: El sacramento de Dios no es nada ni nadie, sino Cristo9. El verdadero sacramentum-mysterion es Cristo, el cual manifiesta y realiza en y a travs de su humanidad el desig-nio salvador de Dios. Junto a ello, los testimonios patrsticos nos invitan tambin a comprender a la Iglesia como icono de Cristo (san Atanasio)10. Por su parte, San Gregorio de Nisa dice que quien contempla a la Iglesia no vislumbra otra cosa que Cristo11. Y san Cipriano proclamaba que la Iglesia es el indisoluble sacramento de la unidad12. La Iglesia participa del carcter sacramental de Cristo porque por ella sigue realizndose el misterio de Cristo en la historia.

    Otra imagen de notable resonancia en la patrstica y la liturgia para referirse a la Iglesia es la de mysterium lunae, misterio de la luna13. Con ella se expresa la idea de que la Iglesia no ilumina por s sino por Cristo, que es la luz. La Iglesia tan slo es luz de luz. Como la luna en medio de la noche, as ilumina la Iglesia con la luz recibida por ella. Al mismo tiempo, la luz de la Iglesia, como la de la luna, es una luz lnguida y amortiguada, que pasa por diversas fases a lo largo de su vida. Su fuerza y seguridad est en permanecer siempre orientada al centro luminoso, que es Cristo.

    As, con la imagen de signo o sacramento se acenta la dependencia total de la Iglesia respecto de Cristo. Ser signo quiere decir que no est per-mitido a la Iglesia sealarse a s misma, no puede ocuparse slo en su propia imagen14. La Iglesia debe descentrarse respecto de s misma para centrarse en Jesucristo y reflejar la gloria de su santo rostro. Y aparece como creble ante los hombres slo cuando en sus hechos y actitudes, en sus intereses y objetivos aparece ante los hombres como voz de Cristo, trasparencia suya.

    9 Ep. 187, 11 (PL 33, 485). Cf. a. FerrnDiz Garca, El significado simblico-sacramental del Mysterion de Cristo. Un anlisis bblico-patrstico, Facies Domini 2 (2010) 119-144.

    10 Cf. Contra Arr II, 80 (PG 26, 316); De inc. et contra arian. 12 (PG 26, 1004).11 In Cant. hom, 13 (PG 44, 1048).12 Epist. 69, 6 citado en LG 9 y De cath. Ecc. Unitate, 7 y Epist. 66, 8, citados por SC 26.13 El estudio clsico fue realizado por h. rahner, Mysterium lunae, en: Symbole der Kir-

    che. Die Ekklesiologie der Vater, II, O. Mller, Salzburgo 1964, 89-173. Cf. h. De luBac, Para-doja y misterio de la Iglesia, Sgueme, Salamanca 2002, 42-43. Es un tema recordado por Juan Pablo II en Carta Ap. Novo Millenio Ineunte, 54.

    14 Cf. J. J. aleMany, La Iglesia, lugar y signo de la revelacin, en: c. izquierDo (ed.), Teo-loga fundamental. Temas y propuestas para el nuevo milenio, Descle, Bilbao 1999, 376-377.

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    Es importante advertir que ser signo es un don para la Iglesia antes que una responsabilidad. La Iglesia es signo de Cristo por voluntad del mismo Cristo y por designio de Dios. La Iglesia es un misterio que hunde sus races en el misterio mismo de Dios. Con la nocin de sacramento acentuamos, por ello, la accin de Dios. Ser signo de Cristo no es consecuencia de la iniciativa libre de los creyentes, sino obra de Dios15. Por esto, la actitud primera es de gratitud al Padre. Ahora bien, para los cristianos este don se convierte en misin, en una tarea que debemos desarrollar.

    En diversos textos, el Concilio precisa que la Iglesia es sacramento de salvacin (LG 48, 59; AG 1.5; GS 45), indicando con ello que su fina-lidad no es otra que la de actualizar sacramentalmente la accin salvadora de Dios en Jesucristo. En el signo finito y limitado de la Iglesia, Dios ofrece al hombre la salvacin obrada en el misterio pascual. La Iglesia es signo universalmente presente de la salvacin y del amor incondicional de Dios. Ella hace que la salvacin de Cristo est presente y sea efectiva. Pero ella no es nunca la meta ni la salvacin; todo en su ser y actuar apunta a la salvacin realizada en Jesucristo. Para el mundo la Iglesia es signo de la salvacin (Latourelle), signo del Reino de Dios (Kehl, Pottmeyer), signo de la ac-cin del Espritu Santo o signo de la revelacin.

    2. Cmo se realiza esta realidad sacramental

    Tenemos que avanzar y preguntarnos, cmo se realiza en concreto este carcter sacramental de la Iglesia. Con este fin, vamos a fijarnos en al-gunas caractersticas que nos permiten comprender el signo que es la Iglesia.

    2.1. La presencia de lo institucional-visible

    Es elemento esencial de la nocin de sacramento ser un signo visible que, en cuanto tal, remite y se refiere a una realidad interior, de gracia. La teologa medieval fue distinguiendo entre el sacramento como signo y la realidad o misterio significadas. Cuando afirmamos que la Iglesia es sa-cramento, decimos que es signo visible de la gracia invisible, es decir, que en una institucin histrica se realiza la realidad divina oculta. La nocin de sacramentalidad, como subraya Pi-Ninot, tiene importancia teolgico-

    15 Cf. a. Dulles, La Iglesia, sacramento y fundamento de la fe, en: r. latourelle - G. ocollins (ed.), Problemas y perspectivas de Teologa Fundamental, Sgueme, Salamanca 1982, 384s.

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    hermenutica, pues expresa que la realidad interior y ms profunda del Dios trascendente se sirve como medio de la realidad exterior16.

    La Iglesia como sacramento tiene, consiguientemente, una doble di-mensin, divino y humana, mstico-espiritual y social-jerrquica. Este doble elemento da lugar, en expresin de LG 8, a una sola realidad compleja. La Iglesia tiene una realidad visible, pero no se agota en su visibilidad, sino que, desde su ser, remite a lo invisible. La Iglesia como institucin social est al servicio de Cristo. Como explic el Concilio, el organismo social de la Iglesia est al servicio del Espritu de Cristo (LG 8).

    Estas dos dimensiones se reclaman mutuamente y, por ello, no se pueden identificar simplemente (comprensin de la Iglesia como reino de Dios ya realizado) ni tampoco disociar (falsos espiritualismos). No se puede absolutizar lo institucional-visible en la Iglesia, porque tiene slo un valor mediador; pero tampoco se puede minimizar este aspecto pues de ello depende el ser sacramental de la Iglesia. La dimensin espiritual y la visible se reclaman como la realidad interna del sacramento (res sacramenti) pide la figura simblica externa (sacramentum tantum).

    Un intento de explicacin de la presencia de lo institucional proviene de la comparacin entre el cuerpo de la Iglesia, que es asumido por Cristo mediante el Espritu Santo, y el cuerpo que el Verbo encarnado asumi de Mara. Ya Mhler us esta analoga cristolgica que, no obstante, tiene importantes lmites, puesto que lo humano en la Iglesia no es divinizado de ninguna manera. Por ello, de manera prudente, dice la Constitucin Lumen Gentium que a la Iglesia por una notable analoga se la compara al misterio del Verbo encarnado (LG 8), llevando cuidado de no abusar de esta ima-gen. El sentido que se quiere expresar es que la Iglesia es instrumento del Espritu para la salvacin de los que creen.

    La realidad humana desvela al mismo tiempo que vela el misterio de Dios. As sucede con la carne de Cristo, ser humano miembro del pueblo judo, y tambin con la realidad humana de la Iglesia, comunidad llena de seres humanos, frgiles y pecadores. El reto de la fe reside en aceptar esta realidad humana, la carne de pecado asumida por Cristo y la carne de la Iglesia, que es su cuerpo.

    16 s. Pie-ninot, Eclesiologa. La sacramentalidad de la comunidad cristiana, Sgueme, Sa-lamanca 2007, 189.

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    La Iglesia vive en los hombres, con sus debilidades y grandezas y ella misma es por s misma dbil. Explicaba J. Ratzinger:

    La Iglesia vive por medio de los hombres en el tiempo y en el mundo presente y, a pesar del misterio divino que lleva dentro de s, vive de manera verdaderamente humana. Hasta la institucin como institu-cin conlleva la carga de lo humano; tambin la institucin conlleva la inquietante arbitrariedad de lo humano para poder ser piedra de tropiezo. Quin no lo sabe? Y, sin embargo, y precisamente as la Iglesia es santa, la pecadora, testimonio y realidad de la gracia de Dios que por nada puede ser vencida, de su misericordia siempre mayor, que nos ama en medio de nuestra indignidad. Precisamente en su fla-queza es y ser siempre la Iglesia Evangelio de Dios, buena nueva de la salvacin divina, que trasciende todo nuestro entender y esperar17.

    Al tratar del aspecto institucional-visible de la Iglesia conviene evitar varios peligros. El primero consiste en hipostasiar la Iglesia como si fuera una realidad que no pertenece a este mundo. Es fcil construir una ima-gen romntica de la Iglesia y atribuirle cualidades, olvidando que es una comunidad de personas, que el cuerpo de Cristo son los creyentes, que la visibilizacin y presencia de Cristo son sus seguidores.

    Otro peligro es identificar la Iglesia slo con unas instituciones, es-tructuras, ritos y normas, como si fuera una organizacin que pudiera existir al margen de las personas. O, simplemente, identificarla con los clrigos o con la jerarqua. De nuevo hay que insistir en que son todos los cristianos en su vida personal los que constituyen el signo de Cristo en una ciudad, en un lugar concreto. La Iglesia no es un ente abstracto, sino una realidad hecha de personas, comunidades, instituciones, actuaciones, etc. Es preciso, como insiste Eloy Bueno, comprender siempre la Iglesia como una realidad personal, como comunidad de discpulos18.

    Una tercera tentacin es sacralizar indiscriminadamente lo institucional, convirtindolo en algo intocable. Lo institucional es necesario para que la comunidad acte en el mundo. Pero puede ser tambin un lastre a medida que la comunidad crece y se hace ms compleja. Es preciso, por ello, distinguir los aspectos institucionales que provienen del mismo Cristo (como el ministerio apostlico y los sacramentos) y aquellos que se han desarrollado en la historia.

    17 J. ratzinGer, El nuevo pueblo de Dios, Herder, Barcelona 1972, 290.18 Cf. e. Bueno De la Fuente, La dignidad de creer, BAC, Madrid 2005, 209-229.

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    2.2. Un signo en crecimiento

    La Iglesia vive y se desarrolla en la historia; existe en crecimiento, hasta llegar a la plenitud de Cristo (Ef 4, 13). Ahora bien, en cuanto que se realiza en la historia de los hombres, la Iglesia lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa (LG 48). Mientras peregrina por este mundo, es un signo perfectible, marcado por la deficiencia. Por ello, la Iglesia comprende personas o instituciones que pueden ser infieles a su misin. Y, en consecuencia, puede aparecer ante el mundo como una institucin que se afana por el poder, que acta con prepotencia o que tiene miedo a la vida. La vida de la Iglesia est muchas veces afectada por sntomas preocupantes de mundanizacin, prdida de la fe primigenia y connivencia con la lgica del mundo () Nuestras comunidades eclesiales tienen que forcejear con debilidades, fatigas y contradicciones19. Como demuestra su historia, la Iglesia ha experimentado en su vida progresos y retrocesos. Cualquier elemento se dar en ella siempre de manera imperfecta.

    La sacramentalidad es propia de la condicin peregrinante de la Igle-sia. Ser signo de Cristo es un don que ella ha recibido, pero tambin una tarea en la que debe esforzarse cada da. Podemos esperar que la Iglesia sea, cada da, un signo ms claro de Cristo, pero no se puede pensar que un da ser signo perfecto de salvacin, pues ello supondra escapar a su condicin humana e histrica.

    La Iglesia es una comunidad siempre en camino. La esencia de la Iglesia dice Rahner es la peregrinacin hacia el futuro pendiente20. Hasta que llegue la Parusa, la Iglesia vive bajo el signo de la provisionalidad; es ya lo que est llamada a ser, pero todava no en plenitud. Est siempre en tensin hacia la meta y tiene que vivir referida al Reino de Dios.

    Como pueblo en peregrinacin hacia la meta final, la Iglesia debe esforzarse continuamente por ser fiel a su naturaleza y misin y responder adecuadamente a los dones recibidos. La Iglesia no llegar a su plenitud sino en la gloria celestial (LG 48). El discernimiento ltimo slo se dar en la cosecha escatolgica del final de los tiempos (cf. Mt 13,30).

    19 Juan PaBlo ii, Ex. Ap. Ecclesia in Europa, 23.20 k. rahner, Iglesia y parusa de Cristo, en: Escritos de Teologa VI, Taurus, Madrid 1969, 341.

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    2.3. La necesidad de renovacin continua

    Para cumplir con su misin de ser signo de Cristo, la Iglesia debe renovarse de una manera continua. Ser signo de Cristo significa volver a l constantemente, acrecentar la comunin con l, en la vida de oracin, en la vida sacramental, en las actitudes fundamentales que nacen de la fe, la esperanza y el amor para, de esta manera, ir reflejando la gloria del Seor y transformndose en su imagen por la accin del Espritu Santo (cf. 2 Co 3,18). Significa tambin permanecer a la escucha de la voz de Cristo, que le invita a la conversin. La Iglesia tiene que someterse constantemente al juicio de la palabra de Dios y vivir su dimensin humana en una actitud de purificacin21. Slo el contacto con la revelacin, de la que es portadora, puede revitalizar la vida de la Iglesia. La Iglesia crece de una manera especial como signo de Cristo en la Eucarista, que hace de ella Cuerpo de Cristo.

    El Concilio Vaticano II invit en diversas ocasiones a la renovacin. A propsito de la actividad ecumnica, dice Lumen Gentium que la madre Iglesia no cesa de orar, de esperar y de trabajar, y exhorta a todos sus hijos a la santificacin y renovacin para que la seal de Cristo resplandezca con mayores claridades sobre el rostro de la Iglesia (LG 15). Se invita, pues, a la renovacin constante ut signum Christi super faciem Ecclesiae clarius effulgeat. En la Constitucin Pastoral Gaudium et Spes se reconoce con franqueza y claridad la presencia de deficiencias en la Iglesia: Aunque la Iglesia, por la virtud del Espritu Santo, se ha mantenido como esposa fiel de su Seor y nunca ha cesado de ser signo de salvacin en el mundo, sabe, sin embargo, muy bien que no siempre, a lo largo de su prolongada historia, fueron todos sus miembros, clrigos o laicos, fieles al espritu de Dios. Sabe tambin la Iglesia que an hoy da es mucha la distancia que se da entre el mensaje que ella anuncia y la fragilidad humana de los mensajeros a quienes est confiado el Evangelio (GS 43). Y concluye invitando a reconocer los defectos de la Iglesia y combatirlos con valenta para que no vayan en detrimento de la difusin del Evangelio, citando el texto de LG 15, en el que se invita a la purificacin y renovacin. Tambin en el decreto de ecumenismo se seala la necesidad de una perenne renovacin: Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institucin humana y terrena, tiene siempre necesidad (UR 6). La conversin eclesial es, pues, el instrumento para que aparezca ms claramente el signo mismo de Cristo. Por ello, la conversin

    21 Juan PaBlo ii, Ex. Ap. Ecclesia in Europa, 23.

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    personal y comunitaria es la exigencia primera y ms urgente de la Iglesia en todos los tiempos.

    Puesto que la esencia de la Iglesia reside en ser en Cristo y desde Cristo, la reforma de la misma no consiste sino en dirigirla ms hacia Jesucristo, en lograr que mediante la conversin personal refleje con ms claridad el rostro de Cristo. La reformatio escriba Joseph Ratzinger, la que es necesaria en todo momento, no consiste en que podamos remodelar siempre de nuevo nuestra Iglesia como nos plazca, en que podamos inventarla, sino en que prescindamos constantemente de nuestras propias construcciones de apoyo a favor de la luz pursima que viene de lo alto y que es al mismo tiempo la irrupcin de la pura libertad22. Explica entonces que la reforma consiste sobre todo en quitar lo que molesta, para que salga a la luz la figura preciosa escondida detrs de las escorias. Esta ablatio permite que se haga visible en ella el rostro de su Esposo, el Seor vivo. En definitiva, la verdadera reforma consiste en que la Iglesia sea ms divina, es decir, ms vinculada a su Seor. Lo que necesitamos no es una Iglesia ms humana, sino una Iglesia ms divina; slo entonces ser tambin verdaderamente humana23.

    La renovacin de la Iglesia es, adems, obra de Cristo, quien acta en nosotros la santificacin por medio del Espritu. Es l quien ofrece los medios de gracia para llevar a cabo la regeneracin constante de los creyentes. La Iglesia cumple su funcin de signo, cuando conduce a los cristianos, mediante la oracin y los sacramentos, al contacto personal y transformador con la gracia de Cristo.

    Hay que tener en cuenta que la debilidad de la Iglesia es para el cris-tiano un hecho de fe. La Iglesia se realiza siempre en la fragilidad y debilidad humanas, aunque a veces sus miembros tengan la tentacin de la arrogancia y acten con prepotencia. Confesamos la debilidad no apoyados en la expe-riencia de los pecados de los miembros de la Iglesia, sino en el hecho de que su propio ser fundante implica la fragilidad y la tensin entre el pecado y la gracia. En efecto, la redencin obrada por Cristo, su Esposo, slo se realiza con la colaboracin del hombre, lo que implica una tensin existencial entre debilidad y fuerza, derrota y gloria. En su mismo punto de partida, desde su misma fundacin, la Iglesia testimonia la fuerza del Espritu en la debi-lidad. Has sacado fuerza de lo dbil, haciendo de la fragilidad tu propio testimonio, dice el prefacio de los mrtires. La afirmacin de la debilidad

    22 J. ratzinGer, La Iglesia. Una comunidad siempre en camino, San Pablo, Madrid 1992, 84.23 Ibidem, 87.

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    de la Iglesia no es, pues, la consecuencia sacada a posteriori a la vista de la conducta de los cristianos, sino que es el punto de partida.

    La insistencia en la necesidad de renovacin no debe hacernos perder la perspectiva, pensando que la Iglesia sera signo slo en la medida en que los creyentes se convirtieran. La Iglesia es sacramento de Cristo por voluntad divina y no por la decisin de un grupo de creyentes. Aunque, ciertamente, el querer de Dios se hace patente con ms claridad cuando los creyentes se dejan transformar por su gracia, Cristo sigue hacindose presente mediante la Iglesia, a pesar de las debilidades humanas.

    Aun teniendo en cuenta las numerosas infidelidades de los cristianos, la Iglesia no cesa de ser y sentirse signo de salvacin y de mantenerse como fiel esposa del Seor, combatiendo su propia conversin con tesn para que estas debilidades no empaen el rostro de Cristo que ella debe reflejar.

    2.4. Icono humilde y paradjico de Cristo

    La luz del rostro de Cristo se refleja en la Iglesia, a pesar de sus lmites y sombras. Es icono de Cristo pero bajo el signo de la humildad y la knosis. Junto a la grandeza que proviene de Dios, encontramos en ella todas las contradicciones y miserias de los hombres.

    No debe extraar que algunos autores presenten a la Iglesia como un signo paradjico24. De Lubac subraya que la Iglesia es una realidad com-pleja y expone tres grandes paradojas: procede de Dios y est formada por hombres; es visible e invisible; es terrena e histrica y, a la vez, escatolgica y eterna. Prosiguiendo esta reflexin, Latourelle propuso la paradoja como camino que puede conducir a comprender el misterio de la Iglesia. La Iglesia es signo, entre paradojas y tensiones, un signo enigmtico, cuya clave hay que descubrir25. Latourelle se detiene en tres grandes paradojas: la unidad, la perennidad y la santidad, y explica: El signo de la Iglesia es ms ambiguo que el de Cristo. Porque, si la Iglesia es santa en su institucin y en cierto nmero de sus miembros, contiene, entre otros muchos, signos de debilidad y de pecado. Su unidad tiene que ser constantemente protegida

    24 Es clsico el estudio de h. De luBac, Paradoja y misterio de la Iglesia. Pi-Ninot se refiere a Tertuliano, Nicols de Cusa, Pascal, Kierkegaard o P. Tillich como autores que han seguido el mtodo de la paradoja, cf. s. Pi-ninot, La Teologa Fundamental, Secretariado Trinitario, Salamanca 20097, 647-650.

    25 r. latourelle, Cristo y la Iglesia, signos de salvacin, Sgueme, Salamanca 1971, 158.

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    y reconquistada. Su catolicidad est siempre por hacer. Su estabilidad se ve amenazada. La Iglesia est tejida de paradojas26.

    Al sostener que la Iglesia es signo paradjico de Cristo no entendemos la paradoja como algo contradictorio, sino como algo misterioso. Se trata de un signo enigmtico cuya clave hay que descubrir. La paradoja invita a la interrogacin y pretende suscitar la bsqueda.

    A esto se une la ndole escatolgica de la Iglesia, subrayada por el Concilio Vaticano II. La Iglesia est en camino, en espera de su cumplimiento. Este recuerdo de la patria le ensea a relativizarse. Por estar in via, la Iglesia est siempre llamada a una renovacin constante. La Iglesia descubre que no es un absoluto, sino un instrumento; no un fin, sino un medio; no domina, sino ancilla, pobre y servidora27.

    3. Un signo que hay que descifrar

    El signo de la Iglesia no se impone de manera obligatoria sino que es una invitacin a creer, que ayuda tambin a confirmar la fe. Como signo, constituye una llamada existencial a creer, que ayuda a apoyar la libre deci-sin de la fe. Un signo no es una premisa de un silogismo sino una llamada; no tiene carcter demostrativo sino que es una invitacin a ver ms all, desvelando su densidad de significado y su capacidad de ir ms all de s mismo. Indica una presencia, que hay que reconocer. Como escribi De Lubac, la Iglesia oculta su gloria bajo un vestido oscuro; de este modo lle-va consigo la contradiccin y se necesita una mirada penetrante para saber descubrir la belleza de su rostro28.

    Capta de manera muy distinta el signo quien ama a la Iglesia porque se siente en su seno y quien la mira con curiosidad o con indiferencia y quien la observa con prevencin. En este sentido no pasa algo muy distinto con la Iglesia de lo que sucede respecto de Cristo. La actitud del corazn es decisiva. La percepcin del signo depende en gran parte de las disposiciones morales de cada persona ante Dios; es necesa ria la humildad de corazn (cf. Mt 11,29). Como escribe Csar Izquierdo, si ante cualquier signo de gracia las disposiciones del sujeto adquieren una importancia decisiva de cara a valorarlo como tal, en el caso de la Iglesia esas disposiciones son par-

    26 Ibidem, 69.27 B. Forte, La Iglesia, icono de la Trinidad, Sgueme, Salamanca 1992, 86.28 h. De luBac, Paradoja y misterio de la Iglesia, 55.

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    ticularmente importantes. Los mismos fenmenos sern valorados de forma distinta y aun opuesta dependiendo de las diversas concepciones de la vida y de la apertura mayor o menor a una posible accin de Dios en la historia29.

    Todos sabemos que es importante la perspectiva con la que nos acer-camos a una realidad, pues muchas veces vemos slo lo que queremos ver. Con frecuencia la acciones de la Iglesia o de los Pontfices se interpretan de manera sesgada o miope, porque no son contempladas con mirada limpia, sino cargada de prejuicios. No debe extraarnos puesto que tambin las acciones de Cristo fueron interpretadas por algunos como manifestaciones del poder de Satans (cf. Mc 3, 22-27). El hombre puede cerrar los ojos y no querer leer el signo. Al menos, es necesaria una actitud de bsqueda, de estar en camino, de querer encontrar algo.

    Para entender un signo se precisa tambin la capacidad de pensar simblicamente. Mientras que el pensamiento tcnico tiende a instrumen-talizar, el pensamiento sacramental contempla la realidad, pero advierte en ella algo ms profundo que lo que aparece en la superficie.

    Es tambin importante realizar el esfuerzo por conocer en integridad el signo. Muchas personas se quedan slo en lo superficial y anecdtico, slo contemplan desde el exterior, sin captar la verdadera vida de la Iglesia. Tam-poco se alcanza una visin correcta si se miran slo los elementos aislados y no se mira la Iglesia en su conjunto.

    Comprender a la Iglesia como sacramento significa percibir que ella remite ms all de s misma, al misterio de Cristo. Por eso, el carcter de sig-no se capta plenamente slo desde la fe. Para comprender a la Iglesia como signo del misterio es preciso vivir en el misterio. Percibir el signo exige la conversin. Podemos estar ciegos ante una realidad que exige de nosotros capacidad de trascendencia.

    Por ello, para captar plenamente a la Iglesia como signo de Cristo es preciso el influjo iluminador de la gracia, que ayuda a descifrar el signo y ver su relacin con la salvacin. La gracia abre nuestro espritu para com-prender el signo y nos da fuerza tambin para vivir en coherencia con lo que hemos captado.

    Finalmente, hay que tener en cuenta que la Iglesia, como el mismo Cristo, siempre ser signo de contradiccin, pues el anuncio de la cruz de Cristo es siempre escndalo y necedad para el hombre (cf. 1 Cor 1, 18.23).

    29 c. izquierDo, Teologa fundamental, Eunsa, Pamplona 20093, 547.

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    iii. el siGno De cristo en la iGlesia-coMunin

    La Iglesia ser signo en tanto en cuanto en su ser y en su hacer remita a Cristo. La Iglesia es signo re-enviando a Jesucristo, remitiendo al Maestro. Ser signo no es para la Iglesia algo marginal ni es consecuente al ser, sino que brota de su misma identidad. Vamos a fijarnos, primeramente, en el ser de la Iglesia, como misterio de comunin y en las propiedades que explicitan este ser.

    1. Las propiedades de la Iglesia, misterio de comunin

    El misterio ms profundo de la Iglesia es koinona-comunin. La co-munin encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia. Esta comunin tiene dos dimensiones: horizontal (comunin con Dios) y vertical (comunin entre los hombres)30.

    La comunin se refiere, en primer trmino a Dios. Segn la clebre expresin de san Cipriano, recogida en el Concilio, la Iglesia es un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espritu Santo31. La rea-lidad teologal y ltima de la Iglesia es la unidad con Dios.

    Se trata explicaba Juan Pablo II fundamentalmente de la comunin con Dios por medio de Jesucristo, en el Espritu Santo. Esta comunin tiene lugar en la palabra de Dios y en los sacramentos. El Bautismo es la puerta y el fundamento de la comunin en la Iglesia. La Eucarista es fuente y culmen de toda la vida cristiana. La comunin del cuerpo eucarstico de Cristo significa y produce, es decir, edifica la ntima comunin de todos los fieles en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia32.

    La comunin con Dios da origen a la comunidad de creyentes, co-munidad de fe, esperanza y amor (LG 8). La Iglesia es comunidad de personas, que forman un pueblo reunido en virtud de la unin del Padre y el Hijo y el Espritu Santo (LG 4).

    Esta comunin eclesial est enriquecida por unos dones de la Trini-dad. Se les denomina propiedades de la Iglesia en el sentido aristotlico de determinaciones que, siendo distintas de la esencia, derivan necesariamente

    30 Cf. conGreGacin Para la Doctrina De la Fe, Carta Communionis notio (28/05/98).31 s. ciPriano, De Orat. Dom., 23 (PL 4, 553). Cf. LG 4.32 Juan PaBlo ii, Ex. Ap. Christifideles Laici, 18. En esta afirmacin recoga una proposicin

    del Snodo de los Obispos. Cf. Juan PaBlo ii, Carta Ap. Novo Millenio Ineunte, 42.

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    de ella33. Son explica el Catecismo rasgos esenciales de la Iglesia y su misin34. Nos ayudan a acercarnos ms a la esencia de la Iglesia. Ya enume-radas en el siglo IV y recogidas en el Credo del ao 381, la unidad, santidad, apostolicidad y catolicidad son propiedades definitorias de la Iglesia.

    La tradicin apologtica, desde el siglo XVI, entendi estas propieda-des como notas o marcas que sirven para distinguir la verdadera Iglesia de Cristo. Sin embargo, como ha sealado la teologa contempornea, es preferible abandonar posturas polmicas y comprenderlas como propie-dades que explicitan el ser de la Iglesia y, por ello, la hacen reconocible35. Cada una expresa un aspecto determinado del misterio de la Iglesia. Se trata de propiedades ntimamente conectadas, de manera que no se puede dar una sin las otras. El Concilio Vaticano II afirm esta relacin en conexin con la actividad misionera: As es manifiesto que la actividad misional fluye ntimamente de la naturaleza de la Iglesia, cuya fe salvfica propaga, cuya unidad catlica realiza dilatndola, sobre cuya apostolicidad se sostiene, cuyo afecto colegial de Jerarqua ejercita, cuya santidad testifica, difunde y promueve (AG 6).

    La apologtica clsica y la eclesiologa han estudiado ampliamente las notas. A nosotros nos interesan en cuanto que ayudan a explicitar y reconocer el signo que es la Iglesia; son signos que explicitan el ser de la Iglesia como universale salutis sacramentum (LG 48). Como seala A. Dulles, estos atributos estn relacionados intrnsecamente con la idea de la Iglesia como sacramento36. Cada propiedad da a conocer la Iglesia desde una perspectiva y revela la unidad de la Iglesia con el misterio de Cristo. El tratamiento que aqu hacemos de las notas no las considera como atributos gloriosos de la Iglesia sino como especificaciones de su ser, que nos ayudan a comprender el signo. Para la Iglesia, ser sacramento de Cristo es crecer en unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad.

    Para comprender adecuadamente las notas hemos de tener presente lo que hemos dicho del carcter sacramental de la Iglesia y de modo particu-lar: a) Que slo se entienden correctamente cuando se las comprende como

    33 Cf. M. seMeraro, Misterio, comunin y misin. Manual de eclesiologa, Secretariado Trinitario, Salamanca 2004, 131.

    34 catecisMo De la iGlesia catlica, 811.35 As las presenta y. M. conGar, Propiedades esenciales de la Iglesia en: J. Feiner M.

    lhrer (ed.), Mysterium Salutis, IV/1, Cristiandad, Madrid 19842, 371-609: son idnticas con la esencia misma de la Iglesia, de la cual se distinguen slo por el anlisis (376).

    36 a. Dulles, La Iglesia, sacramento y fundamento de la fe, 385.

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    un don; son dadas y a la vez por realizar. b) Que se dan en la Iglesia de una manera parcial y limitada; de manera que, al mismo tiempo que expresan una realidad, sealan tambin una meta que alcanzar.

    2. El signo de la unidad

    Para ser signo eficaz de Cristo, la Iglesia es y debe ser una. Segn la tradicin teolgica, la unidad en la Iglesia tiene dos aspectos: unicidad y consistencia interior. En el primer sentido se subraya que no existen ms iglesias fundadas por Cristo y en el segundo que constituye un organismo unido en s mismo. Pues bien, en ambos sentidos la unidad es un don del Dios trinitario. Hay una nica Iglesia, porque hay un solo redentor y pastor, Cristo, que la ha constituido en misterio de salvacin. Hay unidad interna, porque todos invocamos al mismo Padre, en el nico Espritu y formamos parte del Cuerpo de Cristo. Al mismo tiempo, la Trinidad santa es el modelo de unidad para la Iglesia, de acuerdo con la plegaria del Seor: Que todos sean uno como t Padre en m y yo en ti (Jn 17, 21).

    a) El Smbolo de la fe profesa que hay una sola Iglesia catlica y apostlica. Hay un solo Cristo y uno solo es su cuerpo, la Iglesia. Esta nica Iglesia de Cristo segn frmula feliz del Concilio Vaticano II subsiste en la Iglesia Catlica (LG 8). De esta manera se expresa que la plenitud de la Iglesia de Cristo se da slo en la Iglesia Catlica, aunque se pueden reco-nocer fuera de su estructura muchos elementos de santificacin y verdad. Como especific Juan Pablo II fuera de la comunidad catlica no existe el vaco eclesial37.

    Por esta razn, la divisin entre los cristianos, es un hecho doloroso y un grave escndalo, que resta significacin a la imagen de la Iglesia catlica para los no catlicos y ante el mundo entero. El Concilio Vaticano II juzga este hecho con las siguientes palabras: Tal divisin contradice abiertamen-te la voluntad de Cristo, es un escndalo para el mundo y daa a la santsima causa de la predicacin del Evangelio a toda criatura (UR 1). Se trata de un grave antitestimonio, que daa a la misma Iglesia como signo de Cristo. La divisin entre los cristianos explica Dulles aunque no llega a destruir la unidad de la Iglesia de Cristo, disminuye la manifestacin sacramental de esa unidad y, por consiguiente, impide la vida de gracia38. Por el contrario,

    37 Juan PaBlo ii, Enc. Ut unum sint, 13.38 a. Dulles, La Iglesia, sacramento y fundamento de la fe, 388.

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    la confesin de una misma fe y la celebracin del mismo culto har que la Iglesia sea signo elevado: As, la Iglesia, nico rebao de Dios como un lbaro alzado ante todos los pueblos, comunicando el Evangelio de la paz a todo el gnero humano, peregrina llena de esperanza hacia la patria celes-tial (UR 2).

    Se entiende el carcter urgente desarrollar un verdadero ecumenis-mo, el cual tiene diversas dimensiones. Supone superar el desconocimiento y las incomprensiones heredadas del pasado39. Exige tambin, fomentar el dilogo que facilite el encuentro y conocimiento. Pero el camino ecumnico hacia la unidad pide, sobre todo, conversin interior para que nuestra mira-da a los dems se produzca a la luz de la fe.

    Acerca de esta propiedad de la Iglesia podemos recordar lo que ya hemos dicho de la sacramentalidad de la Iglesia: que tiene un carcter esca-tolgico. La unidad es ya un don dado por Cristo a la Iglesia, pero que est continuamente amenazado por el pecado de los hombres. La comunin, dada de antemano a la Iglesia, debe hacerse visible en la historia para que el mundo conozca que t me has enviado (Jn 17, 23).

    b) La unidad interna de la Iglesia es descrita en el libro de Hechos cuando se dice que los discpulos se mostraban asiduos a la enseanza de los apstoles, fieles a la comunin fraterna, a la fraccin del pan y a la oracin (Hech 2, 42). Aparecen aqu los elementos fundamentales que ga-rantizan la unidad interna: la fe, el culto y los sacramentos y la vida social. La Iglesia es designada con razn como congregatio fidelium, es decir, comunidad de personas unidas por la fe, es decir, adheridas a una misma persona, Cristo, y una misma verdad, el Evangelio. Esta fe es profesada en la celebracin de los sacramentos y, particularmente la Eucarista, principio de unidad de la Iglesia. Y se refleja en la vida de la comunidad, sustentada por la caridad. El principio que une es el amor, comunicado por el Espritu Santo, y que hace tener un solo corazn y una sola alma (Hech 4, 32). La caridad es la que lleva a la perfeccin la unidad entre los cristianos. La autoridad apostlica y las que derivan de ella, tienen como fin promover y regular la vida de comunin de los fieles.

    39 El Concilio reconoce que la divisin surgi a veces no sin culpa de los hombres de una y otra parte (UR 3). Los cristianos no pueden minusvalorar el peso de las incomprensiones an-cestrales que han heredado del pasado, de los malentendidos y prejuicios de los unos contra los otros. No pocas veces, adems, la inercia, la indiferencia y un insuficiente conocimiento recproco agravan estas situaciones Juan PaBlo ii, Enc. Ut Unum sint, 2.

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    Tambin la Iglesia puede y debe crecer en su unidad interna. En este sentido Juan Pablo II present como reto para el tercer milenio hacer de la Iglesia la casa y la escuela de comunin40, promoviendo una espiritualidad de comunin; valorando y desarrollando todos los instrumentos de comu-nin; cultivando y ampliando los espacios de comunin dentro de la Iglesia.

    La Iglesia se enfrenta siempre con el reto de crecer en la comunin. La sinodalidad caminar juntos, realizar el camino en comn es una actitud que visibiliza la comunin y unidad de la Iglesia. Quererse Iglesia, amar la Iglesia, y hacer que la Iglesia sea comunidad habitable, acogedora, atracti-va, donde uno se sienta escuchado, respetado, personalmente reconciliado en la caridad41. Ella es comunidad de reconciliacin, que debe invertir la divisin fruto del pecado. As se expresa en la Plegaria II para las Misas por diversas necesidades: Que tu Iglesia, Seor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando.

    Todo ello conscientes de que la unidad de la Iglesia es obra de Dios. l es quien rene a los hombres de pueblos diversos en una sola asamblea y edifica mediante el Espritu Santo el cuerpo de Cristo. El otorga tambin a la Iglesia su forma especfica de unidad, que es unidad en la diversidad.

    En definitiva, la Iglesia ser un signo ms patente de Cristo en la me-dida en que crezca en el don de la unidad, recibido de su Seor, superando las divisiones entre los cristianos y aumentando el espritu de comunin entre todos.

    3. El signo de la santidad

    El atributo ms antiguo que se aplica a la Iglesia es la santidad, testi-moniado ya en el siglo II. Para comprenderlo, es oportuno tener en cuenta que, ante todo, la santidad es un don (santidad de la Iglesia), al cual la Iglesia se esfuerza por responder a lo largo de la historia (santidad en la Iglesia)42.

    40 Juan PaBlo ii, Carta Ap. Novo Millenio Ineunte, 43.41 B. Forte, Dnde va el cristianismo?, Palabra, Madrid 2001, 132.42 Se puede encontrar esta distincin en CTI, Memoria y reconciliacin (2000), III, 2. Cf. M.

    salis-aMaral, Concittadini dei santi e familiari di Dio: Studio storico-teologico sulla santit del-la Chiesa, EDUSC, Roma 2009. Este autor propone superar la habitual distincin entre santidad objetiva y santidad subjetiva y hablar en trminos de don-respuesta (cf. especialmente 333-338). Cf. tambin a. aMato, La Chiesa santa, madre di figli peccatori, en G. coFFele (ed.), Dilexit

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    3.1. La santidad de la Iglesia

    La Iglesia es santa en Dios. Todo lo que puede ser llamado santo en la Iglesia procede de su relacin con Dios. El Nuevo Testamento ex-presa esta relacin con los trminos eleccin, vocacin, pertenencia, consagracin y con las imgenes de Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espritu Santo. La llamada del Padre, la obra redentora de Jesucristo y la presencia permanente del Espritu Santo hacen a la Iglesia santa. El Concilio Vaticano II ha subrayado fuertemente este carcter de la Iglesia como don de la Trinidad: Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y el Espritu llamamos el solo Santo, am a la Iglesia como a su esposa, entregndose a s mismo por ella para santificarla (cf. Ef 5,25-26), la uni a s mismo como su propio cuerpo y la enriqueci con el don del Espritu Santo para gloria de Dios (LG 39).

    En este sentido, la santidad es una caracterstica de la Iglesia, que es anterior a cualquier mrito y no depende de la respuesta que dan los cre-yentes. Es un misterio de gracia, que garantiza la continuidad de la misin del pueblo de Dios hasta el fin de los tiempos. Al mismo tiempo, sirve de estmulo y ayuda a los creyentes a perseguir la santidad subjetiva y personal.

    Esta santidad de la Iglesia entera resplandece tanto en sus miembros como en sus instituciones. Para el Nuevo Testamento, los miembros de la Iglesia son santos (Rom 8,27; Ef 6,18). Han sido santificados por la lla-mada del Padre (santos por vocacin: Rom 1,7; 1 Cor 1,2), la obra de Cristo y la accin del Espritu Santo. Al mismo tiempo se invita a permanecer en la santidad (1 Tes 4,7) pues la misma no tiene un carcter esttico, sino que se va realizando por la permanencia de los fieles en los dones recibidos.

    Tambin la santidad de la Iglesia se concreta en diversas acciones san-tificadoras, las res sancta. El primer lugar lo ocupan los sacramentos, que hacen presente a Cristo por la fuerza del Espritu. Ligados a los sacramentos est el ministerio ordenado. Junto a ellos, las otras acciones litrgicas que santifican las personas, los espacios o el tiempo. Finalmente, la doctrina transmitida, especialmente la Escritura santa. Todas estas realidades, que derivan de la Trinidad santa, dan razn de la santidad de la Iglesia y son medios para santificar a los creyentes.

    Ecclesiam, LAS, Roma 1999, 425-445; J. saraiVa-Martins, La Iglesia en los albores del tercer milenio, BAC, Madrid 2003 (cap. 5: una Iglesia santa y madre de santos).

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    La santidad pertenece, por tanto, de manera constitutiva a la natura-leza misma de la Iglesia. Es un don y una vocacin, por lo que no depende de la suma de la santidad de cada uno de los miembros de la Iglesia.

    3.2. La santidad en la Iglesia

    Ahora bien, el don de la santidad se realiza en la Iglesia, compuesta por hombres y mujeres que se esfuerzan por ser fieles a ese don. Conviene prestar atencin a ello, pues una separacin excesiva de la santidad de la Iglesia respecto de sus miembros, convertira a la Iglesia en un ente ideal y abstracto. El don de la santidad de la Iglesia se convierte en una tarea en la Iglesia.

    Por esta razn, todos los bautizados estn llamados a la santidad. La santidad es una invitacin y llamada constante para todo hombre: Convie-ne que esa santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su vida, con la ayuda de Dios (LG 40); Todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la jerarqua, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad (LG 39).

    Puesto que la persona tiene que contribuir con su libertad al don de la gracia de Dios, existe la posibilidad de responder en mayor o menor gra-do a la exigencia de santidad. Quienes responden con plenitud (los santos) hacen visible y enriquecen la santidad de la Iglesia, mientras que el pecado oscurece su rostro y frena su accin en el mundo.

    a) El signo de la santidad en la Iglesia se manifiesta visiblemente en la vida de los santos: En ellos, Dios mismo nos habla y nos ofrece su signo de ese Reino suyo hacia el cual somos poderosamente atrados, con tan grande nube de testigos que nos cubre (cf. Hb 12,1) y con tan gran testimonio de la verdad del Evangelio (LG 50).

    Los santos no slo los canonizados son signos de la vitalidad de la Iglesia. Son luz para la Iglesia y para el mundo, que hacen creble la fe cristiana porque han hecho resplandecer la luz de Cristo. Los santos constituyen, en este sentido, como luces suscitadas por el Seor en medio de su Iglesia para iluminarla, son profeca para el mundo entero43.

    La santidad de vida se realiza en todos los lugares y tiempos, de manera que los santos no escapan de los condicionantes de su tiempo. La santidad

    43 CTI, Memoria y reconciliacin (2000), III, 2.

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    se manifiesta tambin en personas de nuestro tiempo que, formando parte de la Iglesia, viven santamente. Ciertamente esta santidad de quienes estn in via no se da de modo unvoco, sino en grados y formas diversas44. An as, constituye un signo muy claro de la presencia de Dios en la Iglesia.

    b) Pero la Iglesia es comunidad de hombres, lo que comporta, como hemos dicho, fragilidad, limitacin y posibilidad de pecado. Debemos con-siderar tanto el pecado actual de los miembros de la Iglesia como el pecado histrico, es decir, los errores histricos que la Iglesia ha cometido.

    Frente a la tentacin de formar una comunidad exclusivamente de santos, de hombres puros e inocentes, la Iglesia constantemente ha soste-nido que los pecadores pertenecen a la Iglesia45. A pesar de que puedan emborronar la imagen de Cristo que la Iglesia tiene el deber de reflejar, la Iglesia no ha expulsado nunca de su seno al pecador, consciente de que es voluntad de su Seor el estar constituida por hombres de carne y hueso, li-bres y responsables, y que no ser perfecta hasta el da definitivo, en el cual resplandecer santa e inmaculada ante Dios.

    La presencia de hombres pecadores en el seno de la Iglesia es, por otra parte, llamada a la renovacin constante, a la penitencia y purificacin. Comenta el Concilio: la Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecado-res, santa al mismo tiempo que necesitada de purificacin constante, busca sin cesar la penitencia y la renovacin (LG 8). Como vemos, el Concilio expresa esta paradoja cuando usa la frmula Ecclesia sancta simul et sem-per purificanda (LG 8), la cual no debe ser entendida en el sentido de que pueda llamarse pecadora a la misma Iglesia, sino en el sentido de que tiene en su seno a los pecadores46. La santidad de la Iglesia es constitutiva y verdadera pero imperfecta (LG 48) y, por ello, necesita siempre de pu-rificacin (cf. LG 8).

    44 Cf. c. izquierDo, Teologa fundamental, Eunsa, Pamplona 20093, 552s. Para este autor la credibilidad de la Iglesia est ligada especialmente a la santidad. Cf. tambin M. GelaBert, La revelacin. Acontecimiento fundamental, contextual y creble, San Esteban-Edibesa, Salamanca-Madrid 2009, 233-235.

    45 En la poca moderna, el Concilio de Constanza conden los errores de Juan Huss, que limitaba la pertenencia a la Iglesia slo a los predestinados y los Papas Clemente XI (1713; DS 2474) y Po VI (1794; DS 2615) condenaron errores semejantes sostenidos por los jansenistas de Quesnel y el snodo de Pistoia.

    46 Cf. P. ocallaGhan, The Holiness of the Church in Lumen Gentium, The Thomist 54 (1988) 673-701.

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    Se da en la Iglesia constantemente una tensin entre lo que la Iglesia es y lo que quiere ser, entre la santidad y la debilidad, que le hace expe-rimentar la necesidad continua de ser redimida. La Iglesia est llamada constantemente a pasar de la existencia mundana a la novedad del Espritu, a vivir la Pascua del Seor. Por eso pide al Seor que su mirada se fije sobre su fe y no sobre los pecados de los individuos: No mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia!.

    As como la santidad de sus miembros, es un bien para toda la Iglesia, el pecado de otros pesa tambin sobre toda ella. Por eso algunos Padres di-cen con claridad: Estemos bien atentos a que nuestra cada no se convierta en una herida de la Iglesia47. Las expresiones casta meretrix y ecclesia peccatrix48, que aparecen a veces en algunos Padres ponen de relieve la presencia del pecador en la Iglesia. Al mismo tiempo, subrayan tambin que todo en ella procede de la gracia. Ratzinger entiende la presencia de deficiencia y pecado desde el hecho de que la Iglesia procede de la gracia de Dios: Por eso, por venir la Iglesia de la gracia, entra tambin en su ser que los hombres que la forman sean pecadores. Por esto, la expresin cas-ta-meretrix designa una permanente tensin existencial en la Iglesia. La Iglesia vive perpetuamente del perdn, que la transforma de ramera en es-posa; la Iglesia de todas las generaciones es Iglesia por gracia, a la que Dios llama continuamente de Babilonia, donde, de suyo, habitan los hombres49.

    El pecado oscurece la luz de Cristo que brilla en la Iglesia y favorece que los no creyentes slo adviertan los errores y faltas de la misma, encon-trando as una justificacin para su incredulidad. Ahora bien, los pecados de sus hijos no destruyen la santidad de la Iglesia, el don irrevocable de Dios. Por ser la santidad algo constitutivo, la Iglesia mantiene en la historia la capacidad perenne de santificar a sus hijos pecadores.

    Por otra parte, la Iglesia nunca ha excluido de su seno a los pecadores, lo cual es un signo de su maternidad. Aunque el bautizado se separe de ella con el corazn, podr siempre volver a ella, porque la Iglesia le sigue aman-do. Esta acogida de los pecadores es signo de la misericordia entraable

    47 San AMBrosio, De virginitate 8, 48 (PL 16, 278D).48 La expresin casta meretrix es usada slo por san Ambrosio a propsito de Rahab, la

    prostituta de Jeric (In Lucam 3, 23). La expresin Ecclesia peccatrix es rara en los Padres. Aparece en S. Hilario, Trac. de Mysteriis, II, 9 (CSEL 65, 35). Son clsicos los estudios de h. u. Von Balthasar, Casta Meretrix, en: Sponsa Verbi, Encuentro-Cristiandad, Madrid 2001, 197-290 y J. Danilou, Rahab, figure de lglise, Irenikon 22 (1949) 26-45.

    49 J. ratzinGer, El nuevo pueblo de Dios, Herder, Barcelona 1972, 282.

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    del Padre. Escriba certeramente J. L. Martn Descalzo: Amo tambin a la Iglesia porque es imperfecta. No es que me gusten las imperfecciones de la Iglesia, es que pienso que son ellas hace tiempo que me habran tenido que expulsar a m de ella. A fin de cuentas, la Iglesia es mediocre porque est formada por gentes, como t y como yo50. An no ha llegado el tiempo de la siega; trigo y cizaa conviven hasta el momento final (cf. Mt 13,24-30). Los gestos de misericordia con los pecadores, de esperanza irrevocable en la capacidad de las personas, son signos en un mundo roto y deseoso de reconciliacin.

    Pero el hecho de acoger en su seno a quien no est convertido del todo afecta a su credibilidad. Se podra decir que el carcter cristiano de la Iglesia es puesto en peligro por el hecho de acoger en su seno al pecador. La Iglesia, en cuanto Madre verdadera, no podr no quedar herida por el pecado de sus hijos de hoy y de los de ayer, continuando amndolos siempre, hasta el punto de hacerse cargo en todo tiempo del peso producido por sus culpas; en cuanto tal, la Iglesia aparece a los Padres como Madre de dolores, no slo a causa de las persecuciones externas, sino sobre todo por las traiciones, los fallos, las lentitudes y las contaminaciones de sus hijos51.

    c) Errores histricos, purificacin de la memoria y peticin de perdn. Con ocasin del Jubileo del ao 2000, Juan Pablo II promovi una purifi-cacin de la memoria de la Iglesia, invitando a los cristianos a ponerse de rodillas ante Dios y pedirle perdn, asumiendo las deficiencias por ellos co-metidas52. La Iglesia es invitada, de esta manera, a una renovacin continua y conversin constante, sin miedo a reconocer las culpas del pasado y las equivocaciones, donde las haya habido. De todos es sabido cmo oscurece la credibilidad de la Iglesia la presencia del mal y el pecado: persecucio-nes de herejes, guerras de religin, luchas fratricidas, pecados de personas singulares y de grupos, miserias morales y espirituales de los pastores. Re-conocer con honestidad los errores de la Iglesia en su historia, aceptar sus zonas oscuras y pedir perdn dice ms a favor de la credibilidad de la Iglesia que una apologtica a toda costa.

    50 J. l. Martin Descalzo, Razones para el amor, Sociedad de Educacin Atenas, Madrid 199217, cap. 58.

    51 CTI, Memoria y reconciliacin (2000), III, 4.52 La Comisin Teolgica Internacional ofreci una reflexin teolgica sobre las condiciones

    de posibilidad de estos actos de purificacin de la memoria en el documento Memoria y recon-ciliacin (2000).

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    Cottier explica que la purificacin de la memoria consiste en estable-cer una nueva relacin con el hecho histrico, cuyo recuerdo pesa sobre la conciencia: cosas que en el pasado se perciban como tolerables o se favore-can, se ven ahora claramente como no coherentes con el Espritu Santo53. Esta conciencia es fruto de la lectura que la Iglesia hace de su propia historia a la luz de la fe y con la gua del Espritu.

    Los actos de purificacin de la memoria contribuyen a la perenne reforma del pueblo de Dios y, adems, podrn hacer crecer la credibilidad del mensaje, en cuanto nacen de la obediencia a la verdad y tienden a frutos efectivos de reconciliacin54. Aunque su finalidad principal no sea apo-logtica, tienen un valor apologtico, pues el reconocimiento de la verdad ayuda a reforzar la credibilidad de la Iglesia. La Iglesia no tiene miedo a afrontar sus culpas, cuando se da cuenta de sus errores. Se ha hablado a este propsito de la apologtica del perdn. Si abandonamos actitudes altivas y nos reconocemos Iglesia peregrinante, que conoce el arrepentimiento, la Iglesia podr alcanzar una nueva credibilidad. La verdad de la Iglesia brilla tambin cuando sta se confiesa pecadora y necesitada de perdn55.

    d) Finalmente, debemos decir que, aunque en la Iglesia encontra-mos santidad y pecado, la conviccin cristiana es que la santidad es ms fuerte que el pecado. La comisin teolgica internacional lo expone con claridad:

    Entre la gracia y el pecado no hay un paralelismo, ni siquiera una es-pecie de simetra o de relacin dialctica; el influjo del mal no podr vencer jams la fuerza de la gracia y la irradiacin del bien, incluso el ms escondido! En este sentido, la Iglesia se reconoce existencial-mente santa en sus santos; pero, mientras se alegra de esta santidad y advierte su beneficio, se confiesa no obstante pecadora, no en cuanto sujeto del pecado, sino en cuanto asume con solidaridad materna el peso de las culpas de sus hijos, para cooperar a su superacin por el camino de la penitencia y de la novedad de vida56.

    53 G. cottier, Memoria e pentimento. Il rapporto fra Chiesa santa e cristiani peccatori, San Paolo, Cinisello Balsamo 2000, 65.

    54 CTI, Memoria y reconciliacin (2000), VI, 3, a.55 F. Martnez Dez, Teologa fundamental. Dar razn de la fe cristiana, San Esteban-Edibe-

    sa, Salamanca-Madrid 1997, 154.56 CTI, Memoria y reconciliacin (2000), VI, 3, 4.

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    4. El signo de la catolicidad

    Aunque el smbolo de Nicea no menciona esta propiedad, muy pronto (s. IV) se incorpor la catolicidad al mismo como objeto de fe. La Iglesia sacramento de Cristo tiene que ser catlica. Para comprender el sentido de esta propiedad de la Iglesia, nos remitimos a la Constitucin Dogmtica sobre la Iglesia:

    Este Pueblo, siendo uno y nico, ha de abarcar el mundo entero y todos los tiempos para cumplir los designios de la voluntad de Dios, que cre en el principio una sola naturaleza humana y determin con-gregar en un conjunto a todos sus hijos, que estaban dispersos (cf. Jn 11,52). Para ello envi Dios a su Hijo a quien constituy heredero universal (cf. Hebr 1,2), para que fuera Maestro, Rey y Sacerdote nuestro, Cabeza del nuevo y universal pueblo de los hijos de Dios. Para ello, por fin, envi al Espritu de su Hijo, Seor y Vivificador, que es para toda la Iglesia, y para todos y cada uno de los creyentes, prin-cipio de asociacin y de unidad en la doctrina de los Apstoles y en la unin, en la fraccin del pan y en la oracin (cf. Hech 2,42) (LG 13).

    El texto subraya en primer lugar el origen trinitario de la Iglesia, que-rida por Dios como ministra de la universal recapitulacin de la humanidad bajo Cristo en la unidad del Espritu57. A continuacin se refiere a dos sen-tidos bsicos de la expresin: catolicidad como totalidad universal (aspecto cuantitativo) y catolicidad como verdad y autenticidad (aspecto cualitativo). En el mismo n. 13 aparece ms adelante un tercer sentido: catolicidad como unidad en la diversidad (aspecto intensivo).

    a) Catolicidad como extensin. Una primera manera de entender la catolicidad es la universal extensin geogrfica de la Iglesia. Explica san Agustn que es catlico quod per totum orbem terrarum diffunditur58. El Concilio habla de la congregacin de todos los hijos dispersos.

    En este sentido, la catolicidad est en conexin con la capacidad de anunciar el evangelio a todas las gentes. El don de la catolicidad se convier-te, pues, en la tarea de la misionariedad, es decir, de llevar a Cristo a todos los hombres. La Iglesia se esfuerza enrgica y constantemente por llevar a toda la humanidad las riquezas de Cristo (LG 13). El anuncio del Evange-lio ha sido una prioridad para la Iglesia de todos los tiempos.

    57 Cf. comentario en M. seMeraro, Misterio, comunin y misin. Manual de eclesiologa, Secretariado Trinitario, Salamanca 2004, 143-159.

    58 s. aGustn, Epist. 52, 1 (PL 33, 194).

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    La Iglesia ha sido proyectada para todas las razas, pueblos y culturas. Es signo expresivo de su catolicidad la apertura a todos, la capacidad de acogida de todas las personas en la fe cristiana. Recordemos que el Vati-cano I presentaba como signo de credibilidad la admirable propagacin de la fe. Tambin expresa su catolicidad la capacidad de enraizarse en las diversas culturas humanas (capacidad de inculturacin), asumiendo los problemas y esperanzas de los hombres. Hay otro aspecto importante de la catolicidad: el evangelio no slo llega a todos los hombres, sino a todo el hombre, es decir, a todo su ser histrico, cultural y social. La catolicidad abarca por tanto, tambin la cultura, la tcnica, el arte, la ciencia, el pro-greso: No hay nada verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazn de la Iglesia (GS 1).

    b) Catolicidad como integridad. Es el sentido cualitativo y significa que la Iglesia ensea todas las doctrinas necesarias para la salvacin. Catli-ca es la Iglesia que transmite ntegra la doctrina apostlica. Esta concepcin de la catolicidad se fue extendiendo a lo largo del siglo II frente a los grupos herticos y cismticos. S. Cirilo de Jerusaln, frente a la transmisin parcial que hacen los herejes, destaca este elemento cuando explica que la Iglesia se llama catlica porque de modo universal y sin defecto ensea todas las ver-dades de la fe que los hombres deben conocer, ya se trate de cosas visibles o invisibles, de las celestiales o terrenas59.

    c) Un ltimo aspecto es la catolicidad como unidad en la diversidad. Podramos hablar de aspecto intensivo de la catolicidad. Aparece expresado en el tercer prrafo de LG 13, que habla de la diversidad interna de la Iglesia en razn de los distintos modos de vida que hay dentro de ella y de la varie-dad de Iglesias particulares.

    Es expresin de la catolicidad los diversos rdenes de personas que integran la Iglesia, la diversidad tanto en los oficios como en los estados de vida. La Iglesia no es uniforme. Hay una rica diversidad en su interior: diversidad de carismas, ministerios y formas de vida. Seala el Catecismo: Las mismas diferencias que el Seor quiso poner entre los miembros de su Cuerpo sirven a su unidad y a su misin60.

    59 s. cirilo De Jerusaln, Catequesis, 18, 23 ss. (PG 33, 1043 ss)60 catecisMo De la iGlesia catlica 873.

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    Y es tambin signo de la catolicidad la diversidad de iglesias particu-lares que gozan de tradiciones propias (LG 13). La diversidad de ritos, liturgia y patrimonio espiritual enriquecen a la Iglesia. A propsito de las Iglesias y ritos orientales explica el Concilio que su variedad en la Iglesia no slo no daa a su unidad, sino que ms bien la explicita (OE 2).

    En definitiva, la Iglesia muestra su catolicidad por su capacidad de anunciar la Buena Noticia a todos los hombres y a todo el hombre, por su fidelidad a la palabra recibida y por su vivencia de la unidad en el respeto de la diversidad que el Espritu ha sembrado en ella. As va manifestando que es Iglesia catlica, hasta que alcance su plenitud en la escatologa.

    5. El signo de la apostolicidad

    El signo hace creble a la Iglesia por su vinculacin con la comunidad apostlica. La apostolicidad indica que la Iglesia est fundada sobre los apstoles. Este fundamento se puede entender en un triple sentido, segn se explica en la tradicin teolgica, que el Catecismo resume: apostolicitas originis, apostolicitas fidei y apostolicitas successionis61.

    a) En primer lugar se refiere al origen apostlico. El mandato misionero de anunciar la Buena Nueva es recibido por los Apstoles, que se convierten en fundamento (secundario) de la Iglesia, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jess (Ef 2, 30). Lo que interesa subrayar es que toda la Iglesia tiene como origen a los Apstoles. La comunicacin que Dios realiza de s mismo se cumple, desde Pentecosts, a travs de la misin apostlica: Dios se comunica a los hombres por medio de hombres, lo que implica el aspecto visible y social de la Iglesia.

    b) La Iglesia es apostlica, en segundo lugar, por ensear y transmitir la doctrina de los Apstoles. Este segundo sentido se manifiesta cuando sigue predicando el Evangelio y congregando a los creyentes, cuando mantiene la integridad de la fe apostlica y cuando decide vivir bajo la norma de la Iglesia apostlica.

    En primer lugar, la Iglesia entera debe continuar la misin apostlica (aspecto misionero). Esta misin es responsabilidad de todos sus miem-

    61 catecisMo De la iGlesia catlica 857. Cf. y. M. conGar, Propiedades esenciales de la Iglesia, 547-582.

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    bros, tanto de los ministros ordenados como de los laicos. Toda la Iglesia es apostlica, explica el Catecismo en cuanto que ella es enviada al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes mane-ras, tienen parte en ese envo62. Es importante subrayar la importancia del apostolado de los laicos. El Concilio indica que la Iglesia no est verdade-ramente fundada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la Jerarqua un laicado propiamente dicho (AG 21). Subrayo la idea de que la Iglesia no es un perfectum sig-num Christi mientras no cuente con los laicos. En cambio, como se dice al final de este mismo texto, cuando la jerarqua y el laicado trabajan cada uno desde sus propias responsabilidades se ofrece un luminoso signo de salva-cin (AG 21: lucidum signum salutis).

    En segundo lugar, la apostolicidad consiste en seguir confesando la fe de los apstoles (aspecto doctrinal), manteniendo la integridad del Evange-lio recibido. Todo lo que creemos en la Iglesia procede de la fe apostlica; la fe profesada en el Credo es fe apostlica.

    La Comisin teolgica advierte tambin un tercer sentido de la apos-tolicidad que consiste en que la Iglesia est decidida a vivir bajo la norma de la Iglesia primitiva63. Es el aspecto existencial. El estilo de vida de la Iglesia apostlica tiene valor normativo para la Iglesia de todos los tiempos.

    c) El tercer aspecto es la apostolicidad del ministerio: permanencia del oficio apostlico mediante la sucesin (el ministerio). La misin apostlica corresponde a toda la Iglesia, pero el ministerio de los Apstoles encuentra su continuidad exclusivamente en sus sucesores, los Obispos, con la ayuda de los presbteros y diconos. En Lumen Gentium se ensea que los Obispos han sucedido por institucin divina a los Apstoles como pastores de la Iglesia (LG 20) ya que la misin que Cristo confi a los Apstoles ha de durar hasta el fin de los siglos. Los presbteros, como cooperadores del Orden episcopal (PO 2; cf. LG 28) contribuyen tambin a cumplir la misin apostlica confiada por Cristo64.

    62 catecisMo De la iGlesia catlica 863.63 coMisin teolGica internacional, La apostolicidad de la Iglesia y la sucesin apost-

    lica (1973), n. 1, 1.64 Escribe san Juan de vila: El sacerdote, como dice Orgenes, es la faz de la Iglesia, y como

    en la faz resplandece la hermosura de todo el cuerpo, as la clereca ha de ser la principal hermo-sura de toda la Iglesia s. Juan De Vila, Tratado del sacerdocio, 11, en: Escritos sacerdotales, BAC, Madrid 1969, 148.

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    Los documentos del Nuevo Testamento muestran que ya en los comienzos de la Iglesia y durante la vida de los Apstoles, los dirigentes de las comunidades participan de la autoridad de los Apstoles. Progresivamente lo que los Apstoles significaron para las comunidades en la poca de la fundacin de la Iglesia, fue reconocido como esencial para la estructura de la Iglesia o para las comunidades particulares por la reflexin de los comienzos del tiempo postapostlico. El principio de la apostolicidad de la Iglesia, adquirido en esa reflexin, acarre el reconocimiento del ministerio de enseanza y de direccin como una institucin proveniente de Cristo a travs y por medio de los Apstoles65.

    Este punto fue objeto de confrontacin con la Reforma pues mientras ella sostena como criterio de apostolicidad la predicacin y la vida, la Iglesia catlica sostuvo que esto resultaba imposible sin la garanta del ministerio. La apostolicidad de la doctrina y la del ministerio estn vinculadas. La doctrina apostlica se transmite mediante la sucesin en el ministerio.

    Todos los aspectos de la apostolicidad que hemos sealado contribuyen a hacer de la Iglesia signo creble de Cristo. Como, por el contrario, la carencia de ellos oscurece la imagen de Cristo que la Iglesia debe reflejar. Cuando decrece el impulso apostlico y el laicado deja de sentirse implicado en el anuncio del Evangelio o cuando los Obispos o presbteros bien ensean doctrinas errneas o bien provocan escndalo con su conducta, es toda la Iglesia la que aparece ante los hombres ms alejada de su Maestro.

    iV. el siGno De cristo en la Misin De la iGlesia

    Los dones que la Iglesia recibe, son para la misin. La Iglesia no exis-te para s, sino para los otros; por su propia naturaleza no es una realidad cerrada en s misma sino llamada a la misin. Su ser misterio de comu-nin tiene como meta la misin, de manera que la comunin esencialmente se configura como comunin misionera. La comunin y la misin estn profundamente unidas entre s, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunin representa a la vez la fuente y el fruto de la misin: la comunin es misionera y la misin es para la comunin66.

    65 coMisin teolGica internacional, La apostolicidad de la Iglesia y la sucesin apost-lica (1973), n. 3.

    66 Juan PaBlo ii, Ex. Ap. Christifideles Laici, 32.

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    Las obras de la Iglesia muestran su ser sacramental y tienen, por con-siguiente, la funcin de presentar ante los hombres el verdadero rostro de Cristo. Esta misin corresponde a toda la Iglesia sacerdotes y laicos y abarca todas las acciones de la misma. Sobre la base del triple oficio del Me-sas, se fundamenta el triple oficio del pueblo mesinico. Todos los fieles son incorporados a Cristo por el bautismo y hechos partcipes, a su modo, de la funcin sacerdotal, proftica y real de Cristo (LG 31). Vamos a fijarnos cmo realizando estas acciones la comunidad cristiana va remitiendo a Cris-to. Forte lo ha resumido de manera esplndida: En el estupor de la escucha y de la alabanza, en el servicio de la caridad, en el anuncio de la Palabra, en la celebracin de los sacramentos, la comunidad sabe que es deber suyo dejarse poseer cada vez ms por su Esposo67.

    1. El anuncio de Jesucristo (martyra)

    La Iglesia es signo de Cristo, en primer lugar, por el anuncio y testi-monio de su persona y mensaje, cuando realiza la traditio et memoria Iesu Christi. El anuncio de Jesucristo tiene lugar tanto por la predicacin pbli-ca del Evangelio como por el testimonio personal de cada uno de los fieles. Se trata de dos aspectos ntimamente relacionados. El testimonio es indis-pensable, pero no basta por s solo: es preciso el anuncio claro e inequvoco sobre Jess el Seor68. Por otra parte, el anuncio de la verdad salvadora se vuelve estril si no va acompaado del testimonio de esta verdad con la propia vida. Ambas tareas ataen a toda la Iglesia y a cada uno de los fieles.

    a) El anuncio explcito de Jesucristo. La primera misin de la Iglesia es anunciar a Jess de Nazaret como Buena Nueva para este mundo. Es un anuncio que debe realizar con fidelidad, pues la Iglesia no proclama su propio evangelio, sus ideas o su experiencia, sino lo que ha recibido. Como servidora de la Palabra, la primera tarea ser escucharla con atencin para as transmitirla fielmente.

    La Iglesia debe esforzarse tambin para que el anuncio de Jesucristo sea una realidad creble para los hombres. Un aspecto muy importante es mostrar la coherencia interna del mensaje de Cristo y su armona con la razn humana. Se trata de hacer ver la razonabilidad de la fe y, particu-

    67 B. Forte, La esencia del cristianismo, Sgueme, Salamanca 2002, 101.68 PaBlo Vi, Ex. Ap. Evangelii Nuntiandi, 22.

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    larmente, su permanente capacidad de dilogo con la ciencia experimental y la cultura contemporneas. Tambin contribuye a la credibilidad de la doctrina cristiana mostrar su conexin con los problemas y esperanzas del hombre, es decir, su significatividad, su capacidad de otorgar sentido a las bsquedas y preguntas del hombre contemporneo. Se trata de mostrar la riqueza de la fe y su capacidad de dar respuesta a las aspiraciones de la humanidad. Esto pide a la Iglesia estar atenta a los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, para responder a las cuestiones de los hombres de cada generacin (GS 4).

    Es as mismo determinante el modo de realizar el anuncio. Esto afec-ta, en primer lugar, al talante con que se expone, que debe ser siempre propositivo y nunca condenatorio: ofrecemos al hombre una Buena Noticia. Pero tambin pide que estemos atentos al lenguaje con el que se propone el Evangelio. Muchas veces la prdida de credibilidad de la Iglesia est ligada a la incapacidad para expresar el mensaje del Evangelio en un lenguaje sig-nificativo y sirvindose de los medios de nuestros contemporneos.

    b) El testimonio de vida. No anunciamos una doctrina sino una perso-na. La misin exige el testimonio integral del mensaje, sin reduccionismos. Es indispensable que, con el testimonio, se d credibilidad a esta Palabra, para que no aparezca como una bella filosofa o utopa, sino ms bien como algo que se puede vivir y que hace vivir69.

    El mensaje cristiano se transmite con hechos y palabras intrnseca-mente unidos (DV 2). La consideracin del testimonio permite personalizar el signo que es la Iglesia: son los propios cristianos quienes, viviendo como tales, constituyen el signo de la Iglesia. Tambin el Concilio se refiere a este aspecto cuando, a propsito de la actividad misionera, exhorta a que toda Iglesia joven d testimonio vivo y firme de Cristo para convertirse en signo brillante de la salvacin, que nos vino a travs de l (AG 21). Y seala en otro lugar que cuando lleva una vida digna de la llamada recibida se convierte en signo de la presencia de Dios en el mundo (AG 15). En esta lnea, Pi-Ninot ha sealado que el testimonio de vida, entendido como el acuerdo que debe existir entre el Evangelio predicado y el Evangelio vivido es el signo constante, permanente, cotidiano de credibilidad70.

    69 BeneDicto xVi, Ex. Ap. Verbum Domini, 97.70 s. Pi-ninot, La Teologa Fundamental, 627. El autor considera que la categora de testi-

    monio es el eje clave para comprender la via empirica.

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    No basta proponer de un modo razonable la fe cristiana; la Buena Noticia es creble cuando quien la proclama cumple y vive lo que anuncia. El hombre secular es terriblemente pragmtico. Vive de hechos ms que de ideas. La Iglesia impactar en la medida en que viva con radicalidad el Evangelio que pregona. Es significativa la expresin de Pablo VI, ya del dominio comn, que puede sintetizar la importancia del testimonio eclesial: El hombre contemporneo es cucha con mayor agrado a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros, lo hace porque son testigos71.

    La urgencia del testimonio era expresada perfectamente por Joseph Ratzinger en una de sus ltimas intervenciones antes de ser elegido Papa:

    Lo que ms necesitamos en este momento de la historia son individuos que, a travs de una fe iluminada y vivida, presenten a Dios en este mundo como una realidad creble. El testimonio negativo de cristianos que hablaban de Dios mientras vivan de espaldas a l ha oscurecido la imagen de Dios y ha abierto las puertas a la increencia. Necesitamos hombres que tengan su mirada dirigida a Dios para aprender de l el verdadero humanismo. Necesitamos hombres cuya mente est ilumi-nada por la luz de Dios y a los que el propio Dios abra el corazn para que su inteligencia pueda hablar a la inteligencia de los otros y su co-razn pueda abrirse a los dems. Slo a travs de hombres tocados por Dios, puede el propio Dios volver a habitar entre nosotros72.

    Tiene especial relevancia el testimonio que los cristianos ofrecen en diversos mbitos de la vida pblica. Refuerza la credibilidad de la Iglesia el que una persona de prestigio en su mbito profesional (la medicina, el arte, el cine, etc.) se manifieste pblicamente como cristiano.

    El testigo por excelencia es el mrtir. El mrtir es el testigo radical no slo de la fe sino tambin del amor. El martirio es prueba suprema del amor (LG 42) que asemeja a Cristo, el cual acept libremente la muerte para salvacin del mundo. Como seal Rahner, la Iglesia ha de ser en el mundo signo sagrado de esta realidad interna. Y la forma ms clara y preci-sa, una revelacin hasta el fin, se da en el martirio73. Por ello, el coraje de los mrtires incita constantemente a la Iglesia a proclamar la fuerza victo-riosa de Cristo74.

    71 PaBlo Vi, Enc. Evangelii Nuntiandi, 41.72 J. ratzinGer, El cristiano ante la crisis de Europa, Cristiandad, Madrid 2005, 48s.73 k. rahner, Sentido teolgico de la muerte, Herder, Barcelona 1965, 110.74 Cf. s. Pi-ninot, Los mrtires: un testimonio que es preciso no olvidar, en: conseJo

    PresiDencia JuBileo 2000, Tertio Millennio Adveniente. Comentario teolgico-pastoral, Sgue-me, Salamanca 1995, 179-193.

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    2. La liturgia (leiturga) como signo de Cristo

    La riqueza del misterio de Cristo se expresa tambin en la celebracin litrgica, mediante la cual Cristo est presente en su Iglesia (SC 7). La accin litrgico-sacramental es un modo de expresar la salvacin cumplida en Cristo. Celebra y actualiza la revelacin de Dios y su salvacin y constitu-ye una fuente de vida divina y de santificacin de los fieles. La liturgia -ha escrito un telogo- es epifana de la Iglesia, revelacin de Dios. Manifiesta de algn modo la vida eclesial. Es signo de credibilidad75.

    El Concilio Vaticano II ve realizado en la liturgia lo que el Vaticano I haba dicho acerca de la Iglesia como signo elevado entre las naciones:

    Al edificar da a da a los que estn dentro para ser templo santo en el Seor y morada de Dios en el Espritu, hasta llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, la liturgia robustece tambin admirable-mente sus fuerzas para predicar a Cristo y presenta as la Iglesia, a los que estn fuera, como signo levantado en medio de las naciones, para que, bajo de l, se congreguen en la unidad los hijos de Dios que estn dispersos, hasta que haya un solo rebao y un solo pastor (SC 2).

    La presencia de Cristo en la liturgia acontece explica el SC 7 en la celebracin de los sacramentos y, ante todo, de la Eucarista; cuando se lee la Sagrada Escritura en la Iglesia y cuando la Iglesia suplica y canta salmos. La celebracin de los sacramentos, en los que se expresa el misterio sacra-mental de la Iglesia, hace llegar a los fieles la gracia de Dios. Entre ellos, tiene un puesto singular la Eucarista, que manifiesta y realiza la comunin, en que consiste la Iglesia. La Eucarista es el lugar en el que la Iglesia alcan-za mxima intensidad y visibilidad (cf. SC 41). Ella constituye la Iglesia y hace visible y palpable la unidad de los fieles con Cristo y la unidad entre ellos. La Eucarista es epifana del misterio de la Iglesia. Por ello, cuanto ms plenamente viva la comunidad eclesial su vida sacramental, que se con-centra y culmina en la celebracin eucarstica, ms se convertir en signo expresivo del misterio de la Iglesia, que es misterio de unidad en caridad76.

    Por ltimo, la Iglesia ser creble, tambin cuando aparezca como co-munidad orante y contemplativa. La Iglesia acoge la revelacin no slo por la fe sino ante todo orando y celebrando. Con el fin de ser trasparencia real

    75 J. Daz MuruGarren, Fundamentos de la fe cristiana. Proyecto de teologa fundamental, San Esteban, Salamanca 1991, 169.

    76 r. latourelle, Cristo y la Iglesia, signos de salvacin, 327.

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    La Iglesia como signo de Jesucristo

    de Cristo Resucitado, la Iglesia debe ante todo cultivar la comunin ntima con l, cuidando el sentido de la liturgia y la vida interior.

    Eloy Bueno ha incidido, particularmente, en la importancia de la liturgia como memoria y celebracin de la Pascua77. El acontecimiento ori-ginario del que nace continuamente la Iglesia es la Pascua de Jess: es lo que le hace ser Iglesia y lo que ella puede regalar al mundo. La memoria tanto dominical como anual de la Pascua no es mero recuerdo histrico sino acon-tecimiento salvfico, que genera esperanza y alegra. La Iglesia es desde su raz parbola de la Pascua: no tiene otra razn de ser que la de celebrar, y proclamar el acontecimiento inaudito y nico de la Pascua.

    La liturgia constituye, adems, una manera privilegiada de expresar la belleza del misterio de Cristo. La fuerza interior y el dinamismo de la cele-bracin litrgica tiene una impresionante capacidad misionera, pues invita al observador a dejarse arrebatar por el misterio y pregustar las realidades invisibles. Es conocido cmo el poeta Paul Claudel narra su conversin pre-cisamente cuando el 25 de diciembre de 1886 escuch en Notre Dame el canto del Magnificat78. La belleza de la liturgia no es meramente formal sino, ante todo, la belleza profunda del encuentro con el misterio de Cris-to. La liturgia es hermosa cuando deja que se manifieste con profundidad el misterio. La liturgia expresa la belleza de la comunin con l y con nuestros hermanos, la belleza de una armona que se traduce en gestos, smbolos, palabras, imgenes y melodas que tocan el corazn y el espritu y despiertan el encanto y el deseo de encontrarse con el Seor resucitado, que es la Puerta de la Belleza79. La via pulchritudinis es autntico camino de evangelizacin. Por el contrario, la superficialidad y banalidad de algunas celebraciones litrgicas constituyen un anti-signo de credibilidad tanto para los mismos creyentes como para aquellos que regresan a las celebraciones cristianas despus de haberlas abandonado.

    77 Cf. e. Bueno De la Fuente, La dignidad de creer, BAC, Madrid 2005, 185-206; iDeM, S