06 Decreto Apostolicam Actuositatem (Sobre El Apostolado de

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Decreto "APOSTOLICAM ACTUOSITATEM" (sobre el apostolado de los laicos) Proemio 1. Queriendo intensificar más la actividad apostólica del Pueblo de Dios, el Santo Concilio se dirige solícitamente a los cristianos seglares, cuyo papel propio y enteramente necesario en la misión de la Iglesia ya ha mencionado en otros lugares. Porque el apostolado de los laicos, que surge de su misma vocación cristiana nunca puede faltar en la Iglesia. Cuán espontánea y cuán fructuosa fuera esta actividad en los origines de la Iglesia lo demuestran abundantemente las mismas Sagradas Escrituras (Cf. Act., 11,19-21; 18,26; Rom., 16,1-16; Fil., 4,3). Por nuestros tiempos no exigen menos celo en los laicos, sino que, por el contrario, las circunstancias actuales les piden un apostolado mucho más intenso y más amplio. Porque el número de los hombres, que aumenta de día en día, el progreso de las ciencias y de la técnica, las relaciones más estrechas entre los hombres no sólo han extendido hasta lo infinito los campos inmensos del apostolado de los laicos, en parte abiertos solamente a ellos, sino que también han suscitado nuevos problemas que exigen su cuidado y preocupación diligente. Y este apostolado se hace más urgente porque ha crecido muchísimo, como es justo, la autonomía de muchos sectores de la vida humana, y a veces con cierta separación del orden ético y religioso y con gran peligro de la vida cristiana. Además, en muchas regiones, en que los sacerdotes son muy escasos, o, como sucede con frecuencia, se ven privados de libertad en su ministerio, sin la ayuda de los laicos, la Iglesia a duras penas podría estar presente y trabajar. Prueba de esta múltiple y urgente necesidad, y respuesta feliz al mismo tiempo, es la acción del Espíritu Santo, que

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Decreto"APOSTOLICAM ACTUOSITATEM"(sobre el apostolado de los laicos)

Proemio1. Queriendo intensificar ms la actividad apostlica del Pueblo de Dios, el Santo Concilio se dirige solcitamente a los cristianos seglares, cuyo papel propio y enteramente necesario en la misin de la Iglesia ya ha mencionado en otros lugares. Porque el apostolado de los laicos, que surge de su misma vocacin cristiana nunca puede faltar en la Iglesia.

Cun espontnea y cun fructuosa fuera esta actividad en los origines de la Iglesia lo demuestran abundantemente las mismas Sagradas Escrituras (Cf. Act., 11,19-21; 18,26; Rom., 16,1-16; Fil., 4,3).

Por nuestros tiempos no exigen menos celo en los laicos, sino que, por el contrario, las circunstancias actuales les piden un apostolado mucho ms intenso y ms amplio. Porque el nmero de los hombres, que aumenta de da en da, el progreso de las ciencias y de la tcnica, las relaciones ms estrechas entre los hombres no slo han extendido hasta lo infinito los campos inmensos del apostolado de los laicos, en parte abiertos solamente a ellos, sino que tambin han suscitado nuevos problemas que exigen su cuidado y preocupacin diligente.

Y este apostolado se hace ms urgente porque ha crecido muchsimo, como es justo, la autonoma de muchos sectores de la vida humana, y a veces con cierta separacin del orden tico y religioso y con gran peligro de la vida cristiana. Adems, en muchas regiones, en que los sacerdotes son muy escasos, o, como sucede con frecuencia, se ven privados de libertad en su ministerio, sin la ayuda de los laicos, la Iglesia a duras penas podra estar presente y trabajar.

Prueba de esta mltiple y urgente necesidad, y respuesta feliz al mismo tiempo, es la accin del Espritu Santo, que impele hoy a los laicos ms y ms conscientes de su responsabilidad, y los inclina en todas partes al servicio de Cristo y de la Iglesia.

El Concilio en este decreto se propone explicar la naturaleza, el carcter y la variedad del apostolado seglar, exponer los principios fundamentales y dar las instrucciones pastorales para su mayor eficacia; todo lo cual ha de tenerse como norma en la revisin del derecho cannico, en cuanto se refiere el apostolado seglar.

Captulo IVOCACION DE LOS LAICOS AL APOSTOLADOParticipacin de los laicos en la misin de la Iglesia2. La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagacin del Reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partcipes de la redencin salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo Mstico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocacin cristiana, por su misma naturaleza, es tambin vocacin al apostolado. Como en la complexin de un cuerpo vivo ningn miembro se comporta de una forma meramente pasiva, sino que participa tambin en la actividad y en la vida del cuerpo, as en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, "todo el cuerpo crece segn la operacin propia, de cada uno de sus miembros" (Ef., 4,16).

Y por cierto, es tanta la conexin y trabazn de los miembros

En la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misin. A los Apstoles y a sus sucesores les confiri Cristo el encargo de ensear, de santificar y de regir en su mismo nombre y autoridad. mas tambin los laicos hechos partcipes del ministerio sacerdotal, proftico y real de Cristo, cumplen su cometido en la misin de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo.

En realidad, ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelizacin y santificacin de los hombres, y para la funcin y el desempeo de los negocios temporales, llevado a cabo con espritu evanglico de forma que su laboriosidad en este aspecto sea un claro testimonio de Cristo y sirva para la salvacin de los hombres. Pero siendo propio del estado de los laicos el vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, ellos son llamados por Dios para que, fervientes en el espritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento.

Fundamento del apostolado seglar3. Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligacin del apostolado por su unin con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo Mstico de Cristo, robustecidos por la Confirmacin en la fortaleza del Espritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Seor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe., 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo. La caridad, que es como el alma de todo apostolado, se comunica y mantiene con los Sacramentos, sobre todo de la Eucarista.

El apostolado se ejerce en la fe, en la esperanza y en la caridad, que derrama el Espritu Santo en los corazones de todos los miembros de la Iglesia. Ms an, el precepto de la caridad, que es el mximo mandamiento del Seor, urge a todos los cristianos a procurar la gloria de DIos por el advenimiento de su reino, y la vida eterna para todos los hombres: que conozcan al nico Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (Cf. Jn., 17,3)'

Por consiguiente, se impone a todos los fieles cristianos la noble obligacin de trabajar para que el mensaje divino de la salvacin sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra.

Para ejercer este apostolado, el Espritu Santo, que produce la santificacin del pueblo de Dios por el ministerio y por los Sacramentos, concede tambin dones peculiares a los fieles (Cf, 1 Cor., 12,7) "distribuyndolos a cada uno segn quiere" (1 Cor., 12,11), para que "cada uno, segn la gracia recibida, ponindola al servicio de los otros", sean tambin ellos "administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 Pe., 4,10), para edificacin de todo el cuerpo en la caridad (Cf. Ef., 4,16).

De la recepcin de estos carismas, incluso de los ms sencillos, procede a cada uno de los creyentes el derecho y la obligacin de ejercitarlos para bien de los hombres y edificacin de la Iglesia, ya en la Iglesia misma., ya en el mundo, en la libertad del Espritu Santo, que "sopla donde quiere" (Jn., 3,8), y, al mismo tiempo, en unin con los hermanos en Cristo, sobre todo con sus pastores, a quienes pertenece el juzgar su genuina naturaleza y su debida aplicacin, no por cierto para que apaguen el Espritu, sino con el fin de que todo lo prueben y retengan lo que es bueno (Cf. 1 Tes., 5,12; 19,21).

La espiritualidad seglar en orden al apostolado4. Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen de todo el apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado seglar depende de su unin vital con Cristo, porque dice el Seor: "El que permanece en m y yo en l, se da mucho fruto, porque sin m nada podis hacer" (Jn. 15,4-5). Esta vida de unin ntima con Cristo en la Iglesia se nutre de auxilios espirituales, que son comunes a todos los fieles, sobre todo por la participacin activa en la Sagrada Liturgia, de tal forma los han de utilizar los fieles que, mientras cumplen debidamente las obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias de la vida, no separen la unin con Cristo de las actividades de su vida, sino que han de crecer en ella cumpliendo su deber segn la voluntad de Dios.

Es preciso que los seglares avancen en la santidad decididos y animosos por este camino, esforzndose en superar las dificultades con prudencia y paciencia. Nada en su vida debe ser ajeno a la orientacin espiritual, ni las preocupaciones familiares, ni otros negocios temporales, segn las palabras del Apstol: "Todo cuanto hacis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Seor Jess, dando gracias a Dios Padre por El" (Col., 3,17).

Pero una vida as exige un ejercicio continuo de fe, esperanza y caridad.

Solamente con la luz de la fe y la meditacin de su palabra divina puede uno conocer siempre y en todo lugar a Dios, "en quien vivimos, nos movemos y existimos" (Act., 17,28), buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, sean deudos o extraos, y juzgar rectamente sobre el sentido y el valor de las cosas materiales en s mismas y en consideracin al fin del hombre.

Los que poseen esta fe viven en la esperanza de la revelacin de los hijos de Dios, acordndose de la cruz y de la resurreccin del Seor.

Escondidos con Cristo en Dios, durante la peregrinacin de esta vida, y libres de la servidumbre de las riquezas, mientras se dirigen a los bienes imperecederos, se entregan gustosamente y por entero a la expansin del reino de Dios y a informar y perfeccionar el orden de las cosas temporales con el espritu cristiano. En medio de las adversidades de este vida hallan la fortaleza de la esperanza, pensando que "los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparacin con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rom., 8,18).

Impulsados por la caridad que procede de Dios hacen el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe (Cf. Gl., 6,10), despojndose "de toda maldad y de todo engao, de hipocresas, envidias y maledicencias" (1 Pe., 2,1), atrayendo de esta forma los hombres a Cristo. Mas la caridad de Dios que "se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom., 5,5) hace a los seglares capaces de expresar realmente en su vida el espritu de las Bienaventuranzas. Siguiendo a Cristo pobre, ni se abaten por la escasez ni se ensoberbece por la abundancia de los bienes temporales; imitando a Cristo humilde, no ambicionan la gloria vana (Cf. Gl., 5,26) sino que procuran agradar a Dios antes que a los hombres, preparados siempre a dejarlo todo por cristo (Cf. Lc., 14,26), a padecer persecucin por la justicia (Cf. M., 5,10), recordando las palabras del Seor: "Si alguien quiere venir en pos de m, niguese a s mismo, tome su cruz y sgame" (Mt., 16,24). Cultivando entre s la amistad cristiana, se ayudan mutuamente en cualquier necesidad.

La espiritualidad de los laicos debe tomar su nota caracterstica del estado de matrimonio y de familia, de soltera o de viudez, de la condicin de enfermedad, de la actividad profesional y social. No descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes convenientes para ello que se les ha dado y el uso de los propios dones recibidos del Espritu Santo.

Adems, los laicos que, siguiendo su vocacin, se han inscrito en alguna de las asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, han de esforzarse al mismo tiempo en asimilar fielmente la caracterstica peculiar de la vida espiritual que les es propia. Aprecien tambin como es debido la pericia profesional, el sentimiento familiar y cvico y esas virtudes que exigen las costumbres sociales, como la honradez, el espritu de justicia, la sinceridad, la delicadeza, la fortaleza de alma, sin las que no puede darse verdadera vida cristiana.

El modelo perfecto de esa vida espiritual y apostlica es la Santsima Virgen Mara, Reina de los Apstoles, la cual, mientras llevaba en este mundo una vida igual que la de los dems, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con su Hijo, cooper de un modo singularsimo a la obra del Salvador; ms ahora, asunta el cielo, "cuida con amor maternal de los hermanos de su Hijo, que peregrinan todava y se debaten entre peligros y angustias, hasta que sean conducidos a la patria feliz". Hnrenla todos devotsimamente y encomienden su vida y apostolado a su solicitud de Madre.

Captulo IIFINES QUE HAY QUE LOGRARIntroduccin5. La obra de la redencin de Cristo, que de suyo tiende a salvar a los hombres, comprende tambin la restauracin incluso de todo el orden temporal. Por tanto, la misin de la Iglesia no es slo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino tambin el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espritu evanglico. Por consiguiente, los laicos, siguiendo esta misin, ejercitan su apostolado tanto en el mundo como en la Iglesia, lo mismo en el orden espiritual que en el temporal: rdenes que, por ms que sean distintos, se compenetran de tal forma en el nico designio de Dios, que el mismo Dios tiende a reasumir, en Cristo, todo el mundo en la nueva creacin, incoactivamente en la tierra, plenamente en el ltimo da. El laico, que es a un tiempo fiel y ciudadano, debe comportarse siempre en ambos rdenes con una conciencia cristiana.

El apostolado de la evangelizacin y santificacin de los hombres6. La misin de la Iglesia tiende a la santificacin de los hombres, que hay que conseguir con la fe en Cristo y con su gracia. El apostolado, pues, de la Iglesia y de todos sus miembros se ordena, ante todo, al mensaje de Cristo, que hay que revelar al mundo con las palabras y con las obras, y a comunicar su gracia.

Esto se realiza principalmente por el ministerio de la palabra y de los Sacramentos, encomendado especialmente al clero, en el que los laicos tienen que desempear tambin un papel importante, para ser "cooperadores de la verdad" incoactivamente aqu en la tierra, plenamente en el cielo(3 Jn., 8). En este orden sobre todo se completan mutuamente el apostolado de los laicos y el ministerio pastoral. A los laicos se les presentan innumerables ocasiones para el ejercicio del apostolado de la evangelizacin y de la santificacin. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas, realizadas con espritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios, pues dice el Seor: "As ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que est en los cielos" (Mt., 5,16).

Pero este apostolado no consiste slo en el testimonio de la vida: el verdadero apstol busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida ms fervorosa: "la caridad de Cristo nos urge" (2 Cor., 5,14), y en el corazn de todos deben resonar aquellas palabras del Apstol: "Ay de m si no evangelizare"! (1 Cor., 9,16).

Mas como en nuestros tiempos surgen nuevos problemas, y se multiplican los errores gravsimos que pretenden destruir desde sus cimientos todo el orden moral y la misma sociedad humana, este Sagrado Concilio exhorta cordialsimamente a los laicos, a cada uno segn las dotes de su ingenio y segn su saber, a que suplan diligentemente su cometido, conforme a la mente de la Iglesia, aclarando los principios cristianos, defendindolos y aplicndolos convenientemente a los problemas actuales.

Instauracin cristiana del orden temporal7. Este en el plan de Dios sobre el mundo, que los hombres restauren concordemente el orden de las cosas temporales y lo perfeccionen sin cesar.

Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economa, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad poltica, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolucin y progreso, no solamente son subsidios para el ltimo fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha dado, considerados en s mismos, o como partes del orden temporal: "Y vio Dios todo lo que haba hecho y era muy bueno" (Gn., 1,31). Esta bondad natural de las cosas recibe una cierta dignidad especial de su relacin con la persona humana, para cuyo servicio fueron creadas.

Plugo, por fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto naturales, como sobrenaturales, en Cristo Jess "para que tenga El la primaca sobre todas las cosas" (Col., 1,18). No obstante, este destino no slo no priva al orden temporal de su autonoma, de sus propios fines, leyes, ayudas e importancia para el bien de los hombres, sino que ms bien lo perfecciona en su valor e importancia propia y, al mismo tiempo, lo equipara a la integra vocacin del hombre sobre la tierra.

En el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves defectos, porque los hombres, afectados por el pecado original, cayeron frecuentemente en muchos errores acerca del verdadero Dios, de la naturaleza, del hombre y de los principios de la ley moral, de donde se sigui la corrupcin de las costumbres e instituciones humanas y la no rara conculcacin de la persona del hombre. Incluso en nuestros das, no pocos, confiando ms de lo debido, en los progresos de las ciencias naturales y de la tcnica, caen como en una idolatra de los bienes materiales, hacindose ms bien siervos que s