1. Una revisión de nociones de figura
Transcript of 1. Una revisión de nociones de figura
Montes 19
1. Una revisión de nociones de figura
Desde la antigüedad clásica, los estudios de retórica han registrado cambios de diversa
índole entre los que destacan, por su importancia, aquellos ocurridos en la clasificación
de sus elementos constitutivos: las figuras. Con el propósito de ofrecer una opción
renovada para clasificar estos recursos, y puesto que cada clasificación se encuentra
condicionada por la concepción de figura que, de manera explícita o implícita, mantiene
su autor, es preciso llevar a cabo un recorrido a través de la evolución de dicho concepto.
Para este fin, ha resultado fundamental la guía de obras que constituyen, cada una
a su manera, summas de esta disciplina. Una de las más recientes, titulada Figuras
retóricas, de José Antonio Mayoral, establece, en la sección dedicada a la revisión de las
cualidades de la elaboración lingüística del discurso, lo siguiente:
El tradicional concepto de Figura, y en menor medida los de Metaplasmo y Tropo,
subsumidos a veces al primero, ha constituido, desde su acuñación en la antigüedad
clásica, uno de los pilares fundamentales sobre los que se ha venido formando el
entramado de artificios lingüístico-discursivos que, a lo largo de más de veinte siglos, han
configurado el cuerpo central de la doctrina retórica -y poética, cabe añadir- de la
Elocución. Dada tan especial relevancia, no ha de extrañar que dicho concepto acabara
identificándose, en tratados y manuales de época tardía, con el único Corpus doctrinal
superviviente de la clásica "Ars bene dicendi"... (15)
Para comprender los efectos que ha tenido esta identificación de las figuras con la teoría
general de la elocución sobre los trabajos para su ordenamiento (Genette I: 208), este
primer capítulo busca reconocer y registrar la evolución de la noción de figura. Así, las
tres primeras nociones, que consideran a las figuras, respectivamente, como:
1. Recursos persuasivos
Montes 20
2. Recursos ornamentales
3. Desvíos
Estos tres conceptos se encuentran acompañados por los nombres y obras de los autores
más influyentes entre los que las han defendido y utilizado, así como algunas reflexiones
en torno a estas tendencias dominantes a través de la historia. Las dos siguientes son
aquellas que consideran a las figuras como:
4. Inductores de extrañamiento
5. Operadores o resultados de operaciones
Estas dos nociones han sido establecidas por los estudiosos cuyos trabajos se citan en los
apartados 1. 4 y 1.5. Es pertinente aclarar que, aunque estas nociones orientan las
consideraciones implícitas en torno al asunto que nos ocupa, éstas no forman parte de las
definiciones que estos autores establecen del término figura. No obstante, su importancia
resulta fundamental, en tanto que dichos autores han elaborado sus enfoques teóricos y, a
partir de ellos, nuestra clasificación se verá enriquecida a partir de sus concepciones con
respecto a este tema.
Finalmente, y a partir de algunos de los principios que dan sustento a las cinco
nociones revisadas, presento una nueva opción, la cual considera a las figuras como:
6. Transformadores de sentido
He formulado esta noción desde una concepción amplia de la retórica, a través del
acercamiento a las opiniones de los autores citados, así como de la combinación de
Montes 21
algunas de sus ideas, lo cual ha resultado necesario para establecer, a lo largo de los
siguientes apartados, los criterios adecuados para elaborar el esquema clasificatorio que
este trabajo de tesis propone.
1.1 Las figuras como recursos persuasivos
La retórica, desde la perspectiva que considera a las figuras como recursos persuasivos,
se considerada técnica y arte. Técnica, debido a que se trata de una ordenación especial
de actos y objetos cuya especialidad consiste en ordenarlos no por una razón o logos, sino
por un fin del orden de los criterios de utilidad. Arte, dado que incluye un conjunto de
actos sobre un conjunto de materiales a los que ese impone un orden especial, no por
ideas, sino por un valor del tipo de belleza (García López XIV), en virtud de que tanto
técnica como arte imponen un orden regido por fines o valores, sean éstos de utilidad o
de expresión individual, el clasicismo griego consideró a la retórica, al mismo tiempo,
técnica y arte (XVI). Estos dos conceptos se unifican porque todos los conocimientos
convergían, necesariamente, en ciencia y sabiduría (XVIII).
El proceso de conceptualización de la retórica se caracterizó por el interés en dar
cuenta del porqué de las cosas y realizar generalizaciones. Por ello, el hilo de la tradición
está constituido por tres visiones de la retórica, ya que a partir de los tres elementos,
orador, discurso y auditorio, recogidos también por Aristóteles (384-322 a. C), en los
manuales aparece primero la retórica técnica o arte, que se centra en el discurso como
arte de persuasión (Ramírez XIII). Debido a esto, entre los antiguos retóricos
predominaba la idea de que esta disciplina era útil exclusivamente para fines jurídicos.
Así, las figuras eran recursos con una finalidad persuasiva, de cuya efectividad dependían
Montes 22
la reputación, el patrimonio, la libertad y hasta la vida de los litigantes. Esta facultad de
las figuras constituye uno de los fundamentos sobre los cuales se basa la noción de éstas
como transformadores de sentido, la cual se revisa en el apartado 1.6.
Sin embargo, vale la pena agregar un matiz a las anteriores consideraciones: Díaz
Tejera ha indicado que la función de la retórica aristotélica no tiene como meta persuadir,
sino facilitar aquellos medios de persuasión que resulten los más adecuados para defender
un argumento determinado (López Férez ed., 727). Al respecto, resulta pertinente tomar
en cuenta la siguiente afirmación de Aristóteles:
Es evidente que la Retórica no es de absolutamente ningún género determinado, sino así
como la dialéctica, y que es útil; y que obra de ella no es el persuadir, sino el hacer ver las
cosas persuasivas que existen respecto a cada particular, así como también en todas las
demás artes (...) Sea, por tanto, la retórica, facultad de hacer contemplar lo persuasivo,
admitido respecto a cada particular (Retórica 5).
Precisamente por esta función que se daba a la retórica, Aristóteles incorporó a su teoría
los elementos subjetivos que otros habían rechazado en nombre de un logicismo estricto.
Agregó, así, la retórica tradicional subjetiva a la retórica lógica y construyó esta noción
según la cual hallan lugar, en esta disciplina, la argumentación, el carácter, las pasiones y
hasta el lenguaje mismo que amplifica o minimiza (Ramírez CVII):
...lo concerniente al discurso o ideas quédese para los libros sobre Retórica, que al
método de ésta pertenece aquél con mayor propiedad. Sin embargo, entra en el discurso
todo aquello que debe llevarse a vías de hecho por la palabra. Y sus partes son:
demostrar y deshacer razones, conmover pasiones -cual las de conmiseración, temor, ira
y otras semejantes a éstas-, agrandar y empequeñecer (Poética 29, 30).
Montes 23
De acuerdo con lo anterior, y si la retórica orientaba en la búsqueda y hallazgo de medios
de persuasión sobre cada asunto, estos medios dependían de cada uno de los tres factores
de la comunicación, cuya vigencia se ha prolongado hasta nuestros días: el éthos del
orador, el páthos del oyente, y el discurso (Hernández y García, 34). El énfasis en cada
uno de estos tres componentes ha dado origen, en la actualidad, por lo menos a una
tendencia de pensamiento con respecto no sólo a la retórica, sino a todos los fenómenos
lingüísticos:
... y de las persuasiones suministradas mediante el discurso, hay tres clases. Unas, en
efecto, están en el carácter del que habla; otras, en disponer de alguna manera al oyente;
otras, en el discurso mismo, por medio del mostrar o aparecer que se muestra (Retórica
6).
Entre las peculiaridades de la retórica aristotélica destaca una, fundamento de la mayoría
de sus contribuciones al "arte"2 oratoria; se trata de su valoración positiva de la
"probabilidad" (Hernández y García 34-35). Aristóteles estuvo convencido de que el
conocimiento humano se basa con mayor frecuencia en las opiniones fundadas que en las
verdades demostrables, objeto de la lógica: los hombres "creen", más que "saben". Sin
embargo, la mayor parte de las críticas en contra de la disciplina retórica basan sus
argumentos en este uso, considerado impropio, y ante los cuales numerosos teóricos han
formulado defensas tales como la siguiente, esgrimida por Cicerón (106-43 a. C):
Hay alguna razón civil que consta de muchas y grandes cosas. Y alguna parte de ella,
grande y amplia, es la elocuencia artificiosa, que llaman retórica. En efecto, no
En este trabajo se han indicado entre comillas aquellos términos que se mencionan tal y como han sidoempleados por los autores citados, o por los traductores de sus obras.
Montes 24
convenimos con aquellos que no piensan que la ciencia civil necesita de la elocuencia, y
muchísimo disentimos de aquellos que piensan que toda aquélla está contenida en la
fuerza del rétor y el artificio {De la invención retórica 5).
En esta discusión se encuentra la raíz de la división de las estrategias lingüísticas
persuasivas en los dos grandes grupos: aquellos que corresponden a la retórica y aquellos
agrupados bajo la disciplina de la lógica. En este trabajo, no obstante, se ha buscado que
la propuesta clasificatoria dé cuenta de ambos conjuntos, entre otros que se revisan en el
capítulo 4.
Por todo lo anterior, no debe sorprendernos que Aristóteles haya tenido también
consciencia de que la "fe" es, por lo general, el más alto grado de certeza posible en los
asuntos cotidianos del hombre. Las verdades universales, para Aristóteles, raramente son
aplicables a los asuntos contingentes humanos, y no siempre son verificables
empíricamente (34). Así, Aristóteles afirma que la Dialéctica apela a la razón en forma
aislada y estudia los argumentos en sí mismos, y la retórica se orienta a la razón en
cuanto es influenciable por las pasiones {Retórica 1). La persuasión, dado lo anterior, se
obtiene a través de "pruebas"3, que pueden ser "técnicas", tales como testimonios y
confesiones, o "extratécnicas", tales como leyes, contratos, testigos, torturas y
juramentos, y se refieren a sucesos ya acontecidos y conocidos (6). De esta manera, los
medios técnicos son los verdaderamente retóricos: el orador los construye con su
intelecto4 y los expone verbalmente, y pueden ser objetivos o subjetivos. Aristóteles los
3 Hernández y García denominan "suasorios" a los medios llamados "pruebas" por Aristóteles (34). Eltérmino "suasorio", nos dice el Diccionario de la Lengua Española publicado por la Real AcademiaEspañola en el año 2001, significa "Perteneciente o relativo a la persuasión. Propio para persuadir".4 Es esta la principal razón por la cual Platón desconfiaba de los retóricos: la diferencia entre la condena yla salvación se fundamentaba sobre la base de la habilidad de los litigantes.
Montes 25
llama "demostraciones", y presentan dos formas: la de los "entimemas", figuras de la
deducción retórica, y la de "paradigmas" o "ejemplos", figuras de inducción retórica:
...llamo enthymema al silogismo retórico, paradigma, en cambio, a la inducción retórica.
Y todos realizan las persuasiones mediante el mostrar, diciendo o paradigmas o
enthymemas, y aparte de eso, nada (Retórica 8).
El filósofo continúa por este camino, y realiza la siguiente distinción de índole práctica:
Las pruebas y las cosas probables y los indicios son las premisas retóricas. El silogismo,
en efecto es totalmente a partir de las premisas, y el enthymema es un silogismo
constituido a partir de las premisas dichas (Retórica 14).
La primacía que Aristóteles concede al "entimema", según la explicación de Hernández y
García, trastorna el cuadro tradicional de la retórica, ya que, frente a las proposiciones del
silogismo lógico, las del "entimema":
• Si son necesarias, las estudia la dialéctica,
• Si sólo son probables, verosímiles, frecuentes, deseables, las estudia la retórica
(35).
Es en este punto de la Retórica aristotélica donde surge la primera división entre dos
tipos de figura, en el ámbito de su papel como recurso persuasivo: las figuras que
persuaden por implicación lógica y las que lo hacen por su verosimilitud. La historia
posterior de la retórica adopta la segunda de estas variantes, mientras que la primera se
circunscribe a los terrenos de la disciplina que ahora llamamos lógica.
Montes 26
En oposición a los silogismos lógicos y dialécticos, de estructura rígida, los
entimemas son razonamientos flexibles y de extensión variable: los tres miembros del
silogismo se amplían o se reducen5, cuentan con un carácter conciso y sintético y, en
general, omiten las partes de su razonamiento. Por su sentido, hay entimemas que afirman
o declaran, y entimemas que niegan o refutan. Para ilustrar esto, consideremos la
siguiente secuencia, que nos lleva de los tópicos a los silogismos, de acuerdo con las
fases de generación del discurso aportadas por Aristóteles: "digo, pues, que los
silogismos dialécticos y también los retóricos versan acerca de las cosas en torno a las
cuales formulamos los tópicos'" (Retórica 12). En seguida, el filósofo establece los
alcances de su concepto de tópico: "llamo, pues, especies a las premisas especiales
conforme a cada género, y tópicos a los que son de todos igualmente comunes" (13).
Hernández y García, al respecto, aclaran este proceso:
Por su parte, los "tópicos" o "lugares", catálogos de "entimemas" demostrativos y de los
"entimemas" ficticios o aparentes (sofismas), se estudian en los Tópicos y las
Refutaciones Sofisticas. Los "tópicos" funcionan, por lo tanto, como archivos de temas
fundamentales o útiles, al servicio de la inventio del orador. Aristóteles concibe la
"invención" como una elección consciente a partir de un número fijo de posibilidades
alternativas (35).
Además, Aristóteles separa los "lugares comunes", de los "lugares específicos". Los
primeros están compuestos por el caudal de conocimientos humanos generales, para él,
más accesibles y recomendables, que se reducen a pocas evidencias: lo posible y lo
imposible, lo existente y lo inexistente, lo más y lo menos, lo grande y lo pequeño. Los
5 Esta distinción es fundamental: los entimemas adquieren cierta elasticidad que no es propia de lossilogismos, lo cual, a la larga, explica la asimilación de la retórica por parte de las ciencias humanas, y sualejamiento con respecto a las ciencias exactas, las cuales arrastraron hacia su seno a los segundos.
Montes 27
segundos representan el conjunto de conocimientos de cada ciencia o disciplina cuyos
adecuados uso y manejo constituyen tarea de los especialistas (12). Aunque esta
distinción puede parecer simple, sobre sus bases se fundamentan grandes diferencias que
se han hecho cada vez más profundas a través del tiempo y que, a mi juicio, han ayudado
a establecer separaciones debidas exclusivamente al prestigio y al reconocimiento social,
más que a criterios deductivos para clasificar las figuras. Por ejemplo, dado que la
inmensa mayoría de los hablantes hacen uso diario de estrategias lingüísticas tales como
el tiempo verbal pretérito, el plural o el femenino, dichos recursos han sido competencia
exclusiva de la gramática y no de la retórica. Por otra parte, una de las figuras más
estudiadas, la metáfora, ha sido asociada de manera consistente con el terreno de la
retórica. Al respecto, vale la pena llevar a cabo una profunda revisión y un
cuestionamiento serio con respecto a los difusos límites entre los recursos verbales que
corresponden a estos dominios y a otros más6.
Es oportuno considerar otro aspecto: los usuarios de estos recursos verbales se
mantenían en continua competencia unos con otros, los resultados de sus ejercicios eran
dictaminados por un jurado y, al final de cada proceso, saltaban a la vista. Así, no sólo los
usuarios principales, los juristas, debían mostrar un desempeño destacable en su empleo
de las figuras sino, también, los jueces, los miembros del jurado, el público y, sobre todo,
el acusado y sus familiares. Por ello, se extendieron métodos que gozaron de gran
difusión, se establecieron escuelas, cada una de ellas formadora de un estilo particular de
enseñanza cuyos jóvenes participantes practicaban una y otra vez, y se vinculó el eficaz
uso del lenguaje con los poderes político y económico, factor de suma importancia para
En el capítulo 4 de este documento se listan estrategias verbales procedentes de distintas áreas del saberhumano, dada la facultad que el Poliedro Retórico representa para describir su funcionamiento.
Montes 28
la difusión y el valor que se le otorgó a esta actividad durante la época (Hernández y
García 16). Así pues, la retórica surgió entre los griegos como una práctica con
repercusiones éticas y sociales, pero al mismo tiempo se formulaban ciertas técnicas y
doctrinas que la convertían en una disciplina que era parte de la educación en círculos y
escuelas. (Ramírez, XIII)
Debido a dicha tendencia, pronto dominó la retórica sofística de Gorgias e
Isócrates, que enfatizó al orador como guía de la sociedad hacia la consecución de ideales
nacionales, función que la fue acercando, paulatinamente, hacia usos de naturaleza
poética. Este paso de la retórica de un plano jurídico al plano literario se ve ya en
Aristóteles:
...la expresión, consiste en la facultad de decir lo que cada cosa es en sí misma, y lo que
con ella concuerde, cosas que, en los discursos, son efecto propio de la política y de la
retórica, que por esto los poetas antiguos hacían hablar a sus personajes en el lenguaje de
la política, y los de ahora en el de la retórica {Poética 11).
Por ello, aquella aplicación restringida al contexto jurídico que las mantuvo alejadas, en
general, de prácticas con otros fines, entre ellos el estético, fue ampliándose y dio
fundamento a la noción que se aborda a continuación.
1.2 Las figuras como recursos ornamentales
Gorgias de Leontino (485-380 a. C), dada su afinidad hacia el arte poético y la
importancia que concedió al estudio de las emociones, se mostró plenamente consciente
del potencial de las figuras para crear obras de arte. En el Encomio de Helena, dentro de
Fragmentos y Testimonios, sus ideas parten de consideraciones que resultan afines a las
Montes 29
de Aristóteles y otros retóricos de la época; por ejemplo, sobre la opinión nos dice: "la
opinión, que es insegura y está falta de fundamento, envuelve a quienes de ella se sirven
en una red de fracasos inseguros y faltos de fundamentos" (1). En este mismo camino,
Gorgias concede carácter de necesidad a la fuerza de la persuasión, "pues la palabra que
persuade al alma obliga, precisamente a esta alma a la que persuade, a dejarse convencer
por lo que se dice y a aprobar lo que se hace" (1). Poco a poco, va trasladando sus ideas
hacia el concepto de palabra eficaz, la cual "obliga al alma a la que persuade a dejarse
convencer", y aprovecha una de sus principales oportunidades: "la opinión que es
insegura y está falta de fundamento, envuelve a quienes de ella se sirven en una red de
fracasos, inseguros y faltos de fundamento" (1).
Así, de manera gradual, encamina sus reflexiones con respecto al poder de la
palabra hacia terrenos más sutiles. Además, realiza lo anterior sacando provecho,
precisamente, de un juicio; ante la generalizada censura aplicada a la conducta de Helena,
por citar una de sus más comentadas intervenciones, Gorgias plantea su propósito:
... quiero, poniendo algo de razón en la tradición, librarla de la mala fama de que se le
acusa, tras haberse demostrado que mienten quienes la censuran y, mostrando la verdad
poner fin a la ignorancia (2).
En primera instancia, presenta las causas por las cuales Helena actuó como lo hizo:
...era natural que aconteciera la partida de Helena para Troya (decisión del azar, orden de
los dioses, decreto de la necesidad...) [actuó] o bien raptada por la fuerza o persuadida
por las palabras (3).
Montes 30
De esta manera va liberando a Helena de la infamia en cada pasaje. Vale la pena destacar
la siguiente defensa:
Y si fue raptada con violencia o forzada contra toda ley injustamente ultrajada, es claro
que un raptor (...) obró con injusticia... Justo es, pues compadecer a una y odiar al otro
(3).
La argumentación de Gorgias, aunque sumamente hábil, no se basa en algún recurso que,
en la actualidad, pudiera catalogarse como literatura. Sin embargo expresa, a
continuación, una afirmación de gran relevancia para comprender su concepción de la
retórica:
Si fue la palabra la que la persuadió y engañó su mente tampoco es difícil hacer una
defensa ante tal posibilidad y dejarla libre de la acusación del modo siguiente. La palabra
es un poderoso soberano que, con un cuerpo pequeñísimo y completamente invisible,
lleva a cabo obras sumamente divinas. Puede, por ejemplo, acabar con el miedo, desterrar
la aflicción, producir la alegría o intensificar la compasión (3).
Este "poderoso soberano" de existencia pequeña e invisible doblega las almas de los
individuos y de las comunidades, y no sólo puede aumentar o disminuir miedo, aflicción,
alegría y compasión sino que, por medio de éstos y otros muchos artilugios, hace
sumamente poderoso a quien lo conoce y sabe manejarlo. Como ejemplo de este poder,
Gorgias detalla los ámbitos en los que considera que la palabra, por su facultad de
persuasión, produce cambios; menciona a los filósofos de la naturaleza quienes "al
sustituir una opinión por otra, descartando una y defendiendo otra, logran que lo increíble
y oscuro parezca claro a los ojos de la opinión" (4). Menciona también las
Montes 31
argumentaciones que resultan habituales en los discursos judiciales, "en los que un solo
discurso deleita y convence a una gran multitud, si está escrito con arte, aunque no sea
dicho con verdad" (4). Además, aborda los debates sobre temas filosóficos, "en los que se
demuestra también la rapidez del pensamiento que hace que las creencias de la opinión
cambien con facilidad" (4). Y, lo que resulta más importante, alude de manera directa e
inequívoca a la capacidad que presenta el lenguaje verbal de dominar las emociones de
los receptores (4-5).
Gorgias elimina todo criterio objetivo en la elaboración del conocimiento: según
él, no existe posibilidad real de la ciencia verdadera, ya que el único objeto del "logos
retórico" es la "opinión"; y la palabra, aunque no sirve para representar ni para transmitir
la realidad, es útil para persuadir a los hombres. Desde esta perspectiva es fácil
comprender que Gorgias desarrollara la teoría de la oportunidad, que la base de sus
argumentos fuera la probabilidad, y que se esforzara al máximo para crear una prosa
poética.
Así, es Gorgias quien inaugura, en la oratoria, la valoración positiva del deleite
literario. Afirma que la poesía ejerce un poder encantatorio que fascina, persuade, seduce
y modifica la opinión con ilusiones mágicas y advierte el valor expresivo de los tropos
(metáfora, hipálage, catacresis, anadiplosis, anáfora y apostrofe, entre muchos otros), de
las figuras del discurso y, especialmente, de la antítesis y del paralelismo (8). Gorgias
consideró que la retórica era un saber indispensable para que el individuo triunfe
socialmente y se defienda de quienes, dueños de los mecanismos de la persuasión,
pueden cometer injusticias e incluso condenarlo a muerte. La convirtió en una disciplina
fundamental del programa pedagógico del joven griego (González Bedoya I, 13). Por
Montes 32
ello, Gorgias estimuló en su tiempo la valoración positiva del goce literario y promovió el
interés hacia la teoría y la práctica de la retórica entre los atenienses. Además, fue uno de
los primeros retóricos que reconocieron el carácter persuasivo de los recursos
emocionales; llamó la atención por el cuidado con que cultivó los criterios ornamentales,
y dio a la prosa recursos reservados, hasta ese tiempo, para la poesía (Hernández y García
22-24).
Gorgias influyó sobre los retóricos posteriores, y es digna de reconocimiento la
deuda que los estudios literarios de todos los tiempos mantienen con este autor, debido al
sólido antecedente que representan sus aportaciones para la actual consideración de la
retórica y las figuras como fuente de elaboración para el análisis, la crítica y la creación
literarias.
Unos cuatro siglos más tarde, Quintiliano (ca. 35-ca. 96) definió tropo como "la
mutación del significado de una palabra a otro, pero con ingenio" (Instituciones oratorias
II: 73). Es decir, "un modo de hablar trasladado de la natural y primera significación a
otra para el adorno de la oración..." (II: 89-90). De acuerdo con Helena Beristáin, para la
antigua retórica las figuras constituyen giros en los que el cuerpo léxico se desvía de su
contenido original y es dirigido hacia otro distinto con el objeto de provocar alienación,
impresión estética o extrañamiento (213), concepto que abordaremos más adelante. Ello
se logra, de acuerdo con esta autora, a través de la singularización, o mediante la
oscuridad, forma obstruyente o forma obscura, impuesta por el emisor al discurso para
"obstaculizar y prolongar la percepción, haciendo de ella un fin en sí mismo, y atrayendo
la atención del receptor hacia el mensaje" (213). Así, continúa, se cumple el propósito de
provocar sorpresa, de suscitar el shock psíquico. Producir tal extrañamiento era la función
Montes 33
del ornatos, y con ese propósito "se procuraban el ornato y la gracia engendradores de
deleite" (213). Por ello, no debe extrañarnos que la célebre sistematización realizada por
Heinrich Lausberg, su Manual de retórica literaria, el cual data de 1949 y fue publicado
en español en 1966, se encuentre organizada en los siguientes dos apartados, el primero
de ellos claramente basado en el tipo de valoración que nos atiende:
• El dedicado a las "cualidades" de la elocución, y sus correspondientes "vicios".
• El dedicado a los "géneros" de la elocución, o "teoría de los estilos".
En esta estructura, la elocución está articulada en torno a un "conjunto de cualidades
generales del discurso", llamadas también "virtudes", de cuyo conjunto surge un "ideal
de perfección" en el dominio de la lengua que "debe presidir toda actividad discursiva", y
de modo particular la creación literaria, en especial la poética (453-458). Con el término
"cualidades generales del discurso", Lausberg ofrece una generalización mayor que le
permite integrar en su sistema un conjunto de artificios verbales que se incluirán en las
clasificaciones posteriores a la publicación de su Manual de Retórica Literaria (Mayoral
13). Lausberg concibe a la retórica como ciencia operativa y no meramente especulativa,
y define a esta disciplina como "arte de hablar en general" (458), lo cual contempla tanto
un corte gramatical como uno pragmático. De este modo, su punto de vista nos permite
extender el área de influencia de la retórica más allá de los límites de lo jurídico y de lo
literario, para construir una disciplina abierta a todos los usos que el ser humano otorga al
lenguaje verbal. El sistema de Lausberg está formado por:
1) Una virtud gramatical: Pureza o Corrección idiomática.
2) Tres virtudes retóricas: Claridad, Ornato y Decoro.
Montes 34
Con el fin de situar esta noción de figura como ornamento, basada en un ideal de virtud o
perfección, es pertinente abordar algunos de sus aspectos más destacados.
a) Virtud gramatical: pureza o corrección idiomática
El fundamento de la perfección elocutiva lo constituye la primera de las virtudes: la
designada con los términos de "pureza" o "corrección idiomática" (Lausberg 463), un
esfuerzo prescriptivo que constituye un claro antecedente de la noción de figura como
desvío, la cual abordaremos en el apartado siguiente. Su consecución y dominio están
encomendados al Arte de la gramática, a lo largo de cuya tradición se ha operado con dos
unidades básicas, palabra y oración. Esta reflexión ya anuncia los criterios de
clasificación correspondientes a paradigma y sintagma que serán comentados en el
capítulo 2 de este trabajo.
Por su parte, los "vicios" atenían contra ese ideal de perfección. No obstante,
resulta crucial, para los propósitos del presente trabajo, considerar la siguiente
advertencia:
Los vicios representados por los conceptos anteriores serán objeto de constantes censuras,
por parte de gramáticos y rétores, siempre que se consideren reflejo de un deficiente
conocimiento del código de la lengua. No obstante, a juicio de los mismos tratadistas,
pueden existir especiales situaciones discursivas en las que las manifestaciones de tales
vicios pueden llegar a ser toleradas, por obra y gracia de una particular Licencia (Mayoral
19).
Montes 35
Lo anterior constituye un fenómeno de excepcional importancia para este trabajo. A este
respecto conviene preguntarnos lo siguiente: ¿a qué criterios puede deberse este cambio
de apreciación con respecto al fenómeno de las figuras? La respuesta, según Mayoral,
suele basarse en razones artísticas de ornato, en general, métricas, en particular, o
superiores, propias del "arte verbal" (19-20); sin embargo, esas razones resultan aún poco
claras y son material de largas y acaloradas discusiones, que aparecen siempre vinculadas
con su controversial base, la cual ha experimentado pocas variaciones a través de los
siglos: la definición de la belleza o, por lo menos, de la obra de arte, o, incluso, el
descubrimiento de las causas por las que una obra puede ser considerada así. La solución
que este trabajo ofrece para la anterior polémica consiste en aportar una propuesta ajena a
las calificaciones de "correcto" o "incorrecto" cuando se ha de referir a un determinado
uso de la lengua, sin importar de cuál se trate. Ello, por supuesto, debido a que las causas
por las cuales se categorice a un recurso verbal como bello o no bello, apropiado o
inapropiado, virtuoso o vicioso, se encontrarán siempre en factores sociales y
pragmáticos los cuales, aunque incidan sobre el desempeño verbal de los usuarios de una
lengua, resultan ajenos al funcionamiento de su sistema.
Aristóteles, al respecto, considera la elocución poética como un tipo que "incluye
la palabra extraña, la metáfora y muchas alteraciones del lenguaje", con la conclusión de
que "éstas (...) se las permitimos a los poetas" (Poética 43). Aquí hallamos un principio
indispensable para comprender esta noción y sus criterios para tipificar fenómenos en la
categoría de figuras: su consideración como infracciones toleradas por licencia en
determinadas situaciones discursivas, base de la noción de desvío, que reviso en el tercer
apartado de este capítulo.
Montes 36
b) Virtudes retóricas: claridad, ornato y decoro
La virtud de la claridad centra su objetivo en el entendimiento del discurso por parte de
sus receptores, y las normas para alcanzarla se basan en una adecuada selección de
palabras pertenecientes al léxico patrimonial y consolidadas por el "buen uso", así como
construcciones sintácticas. El vicio opuesto a esta virtud, llamado "oscuridad" por
Lausberg (167-170), está representado, entre otros fenómenos por la "anfibología", o
ambigüedad: el empleo de unidades léxicas o estructuras sintácticas susceptibles de una
doble interpretación (Nebrija 219). Pero una vez más, a pesar de las censuras de que
suelen ser objeto, muchos casos de "oscuridad" léxica o sintáctica no sólo se toleran
mediante licencia, sino deseables en una obra literaria, lo cual coloca en entredicho los
juicios de valor en torno a las figuras aisladas de sus contextos de uso7.
El "ornato", para Lausberg la virtud "más codiciada, por ser la más brillante y la
más efectista", requiere de un alto grado de dominio en el manejo de una lengua y de los
recursos expresivos de sus diferentes niveles (538-540). Esta noción es una de las de
mayor valor y trascendencia en las disciplinas retórica y poética heredadas del
pensamiento clásico y, según Albaladejo, sobre ella se fundamenta, desde Aristóteles, la
concepción del discurso literario en general, y poético en particular (125-128). Es esta
noción de ornato la que se hace concreta en los conjuntos de figuras específicas definidas,
clasificadas y categorizadas en los inventarios que las ejemplifican con citas de autores
considerados modelos. En estos catálogos, aquellos recursos de oscuridad elocutiva, a
pesar de las severas censuras de que suelen ser objeto por parte de los gramáticos,
7 Ello constituye un argumento a favor de considerar el contexto, estudiado por la disciplina de lapragmática, como un elemento indispensable en la definición de cualquier figura. Debido a esto, el PoliedroRetórico lo incluye como uno de sus niveles del lenguaje.
Montes 37
también suelen tolerarse "mediante particular licencia" en ciertas clases o modalidades
discursivas, con el correspondiente cambio de estimación. Varias figuras, entre ellas
zeugma e hipérbaton, y ciertos artificios de gran tradición en el discurso poético, entre los
que Mayoral cita como ejemplo el versus rapportati, pertenecen, estrictamente hablando,
a esta categoría (22). Albaladejo, en referencia a varios trabajos de García Berrio,
sostiene que:
Sobre la oscuridad retórica y literaria existe una importante tradición teórico-preceptiva
que comienza en la antigüedad clásica y llega a constituir en la teoría literaria
renacentista y barroca un punto de atención central en las discusiones sobre el estilo
(126).
Por su parte, el decoro o conveniencia (Lausberg 1055-1062), agrupa propiedades que
corresponden tanto a la constitución del discurso, o decoro interno, como a sus relaciones
con las circunstancias de su proceso de emisión-recepción8, o decoro externo (1057); su
principal objetivo es integrar y armonizar los componentes del discurso. En el segundo
caso, llamado decoro externo, el objetivo está centrado en determinar una adecuada
correspondencia entre el discurso y los factores que intervienen en su emisión-recepción
(1057). En el capítulo que Quintiliano, apoyado en Cicerón, dedica a esta virtud elocutiva
afirma que, a su juicio es "la más necesaria de todas" (II: 224), define el decoro interno
como correspondiente a aquello que se trata, para no salir de la materia:
Dicho enfoque también ofrece la interesante posibilidad de una aproximación desde el campo de lapragmática lingüística. Esta visión contextualizada puede hacer relevantes aportaciones en el análisis nosólo de la naturaleza de las figuras, sino también del funcionamiento y de las clasificaciones de éstas.
Montes 38
... porque, ¿de qué sirve que haya palabras significativas, elegantes y trabajadas con
figuras y según una buena armonía si ninguna conexión tienen con aquellas cosas a que
queremos inclinar y persuadir al juez? (II: 224)
Y al decoro externo como correspondiente a quién lo trata, ante quién, dónde y cuándo:
Por lo cual, ante todas las cosas debemos saber: qué cosa es la que conviene para ganar la
voluntad del juez, para informarle y para moverle; y qué es lo que pretendemos en cada
parte de la oración (II: 225).
Los vicios contra el decoro prevenidos o censurados son, de manera acorde con las
definiciones expuestas, de naturaleza múltiple (Lausberg 1057).
El decoro interno puede verse afectado por diversos grados de inadecuación entre
los contenidos del discurso y su expresión lingüística. La clásica tripartición temático-
estilística en estilos "noble, medio y humilde" (o "alto, medio y bajo") obliga a respetar
estrictas reglas de correspondencia entre contenidos y expresión lingüística no siempre
logradas con éxito, si no acatadas, por parte sobre todo de los poetas, a los que ya
Aristóteles, como ya se dijo, hacía beneficiarios de toda suerte de concesiones y licencias.
Entre los fenómenos de esta vertiente de inadecuación elocutiva destacan los tipificados
en las dos situaciones siguientes:
a) Rebajamiento lingüístico de contenidos altos o nobles, hecho que se manifiesta
sobre todo en la selección de un léxico considerado de condición baja o humilde para
referirse a dichos contenidos, fenómeno designado con términos como meiosis o
tapinosis (Nebrija 218; Correas 407).
Montes 39
b) Enaltecimiento lingüístico de contenidos bajos o humildes, mediante la
utilización de un léxico considerado de condición alta o noble para referirse a los
mismos, fenómeno denominado con el término auxesis (Correas 425)/9
Entre los vicios señalados en relación con el considerado decoro externo, para Mayoral
merece especial referencia el caso de la inserción, en un discurso dado, de temas o
expresiones de "naturaleza o sentido escatológicos" (27), esto es, toda referencia o
mención de contenidos, palabras o expresiones de carácter sórdido y obsceno, objeto
siempre de muy severas reprobaciones. Sin embargo, los vicios contra el decoro
representados por estos fenómenos lingüístico-discursivos son también tolerados
mediante especial licencia en determinadas situaciones, siempre que medien razones
superiores propias del arte verbal. A la luz de este enfoque de las cualidades generales de
la elocución, en los clásicos términos de virtudes y vicios, se establece el alcance del
concepto de figura y se determina el lugar que ha ocupado tradicionalmente en el corpus
elaborado en torno a la virtud del ornato.
1.3 Las figuras como desvíos
Vinculada con la anterior noción, se halla otra que considera las figuras como una
modalidad que se aparta del habla común, y compuesta por fenómenos que actúan en
contra o al margen de normas o reglas. De acuerdo con Pozuelo Yvancos (1988), es Leo
Spitzer (1887-1960) quien introduce el término desvío a la estilística (22):
9 Herrera también se refiere a ambos aspectos (428). Vale la pena destacar el contenido pragmático de estadistinción, y su relación con el poder. Sería pertinentes una aproximación a estas prácticas desde la ópticade los recientes estudios del análisis del discurso, los cuales vinculan las identidades y papeles de loshablantes con sus marcas lingüísticas.
Montes 40
La investigación estilística, tal como la vengo cultivando desde hace años (...), se basa en
el postulado de que a una excitación psíquica que se aparta de los hábitos normales de
nuestra mente corresponde también en el lenguaje un desvío del uso normal (Spitzer en
Introducción a la Estilística romance 92)
Con respecto al tema de la excitación psíquica que Spitzer menciona, es pertinente aclarar
que corresponde, de manera estrecha, con la noción de figura como inductor de
extrañamiento, correspondiente al siguiente apartado; en otra sección de su obra, este
autor establece que "A toda particularidad idiomática en el estilo de un autor corresponde
una particularidad psíquica" (89).
Por su parte, en relación con el fenómeno representado por ese apartamiento de
los hábitos de nuestra mente que se consideren "normales", ese desvío del uso normal del
lenguaje, presenta una etimología espiritual común de raíz psicológica, que se descubre a
partir de una intuición globalizadora, punto de partida del principio o método
denominado por el propio Spitzer "círculo filológico": primero, observación del detalle;
luego, examen del conjunto, de nuevo otra vez vuelta a escudriñar el detalle, y todo ello
en virtud del axioma propio del filólogo según el cual, en la obra literaria o poética, los
detalles no son de ningún modo agregados casuales de material disperso, sino componen-
tes de un todo orgánico que pueden observarse microscópicamente para descubrir tras
ellos un microcosmos, un pequeño mundo ordenado (López Eire 37):
Vale decir -invirtiendo términos- que del empleo de una forma lingüística desviada de lo
normal ha de inferirse en el espíritu del escritor un centro afectivo determinado: toda
10 Este punto de vista de la obra literaria es congruente con los enfoques sostenidos por diversos artistaspara explicar tanto el proceso de composición como la naturaleza de algunas de sus obras.
Montes 41
expresión idiomática de sello personal es reflejo de un estado psíquico también peculiar
(Spitzer en Introducción a la Estilística romance, 92).
La profunda correspondencia que este autor encuentra entre pensamiento y lenguaje
queda de manifiesto en la siguiente cita:
y ocurre efectivamente que el pensamiento, al crear una expresión lingüística original, se
afirma, se queda él mismo amarrado a un objeto de tan relativa fijeza como es la
expresión verbal; al paso que la expresión gana a su vez en amplitud psicológica, en
profundidad y en trascendencia. Tenemos, pues, en resumen: estabilización de lo psíquico
en lo verbal; ampliación de lo verbal por lo psíquico (92).
En la poética estructuralista el desvío es resultado del apartamiento del lenguaje poético
con respecto de un teórico grado cero de la poeticidad ' que, según López Eire, podría
concretizarse y hacerse realidad en la prosa científica. La poesía, declara inicialmente
este autor, no es lenguaje normal y corriente, sino lenguaje desviado porque el poeta
habla lenguaje anormal; lenguaje marcado por una doble anormalidad: la personal o
dependiente de la idiosincrasia del propio poeta, y la genérica, el conjunto de rasgos de
desvío comunes a todo lenguaje poético (37, 38). En efecto, afirma, se puede siempre
traducir un texto científico de una lengua a otra "sin mayores problemas", porque la
expresión "no afecta ni modifica para nada el contenido". Para ello, ejemplifica: "el agua
hierve a cien grados centígrados", "temperatura de ebullición del agua: cien grados
centígrados". Pero, continúa, en cuanto aparece el lenguaje poético o literario "las cosas
Un grado cero que, por otra parte, se encuentra perneado de ideología: ¿quién, y desde dónde, estableceel grado cero de cualquier cosa? Un hipotético grado cero podría, en todo caso, establecerse a partir de unaversión inicial, la cual un sujeto toma para someterla a determinadas operaciones de cambio, con lo cualbuscamos guardar una cierta distancia con respecto lo que la preceptiva literaria o las normas gramaticalesconsideran aceptable o correcto. En este trabajo, como se verá en el capítulo 3, se incluye una operación devalor cero; es decir, una que no realiza modificación alguna en el objeto inicial.
Montes 42
cambian porque nos topamos de inmediato con el estilo, que es la forma del contenido,
importantísimo y esencial factor, del lenguaje poético" (39).
Frente a ese grado cero de la poeticidad, propio, según López Eire, de la prosa del
lenguaje corriente, y, más aun, del lenguaje científico, se instala el lenguaje poético, que
él considera "una auténtica y cabal infracción, en la que toda recurrencia fonética,
morfológica, sintáctica y semántica ajenas plenamente a la normalidad lingüística tienen
su connatural y más apropiado asiento" (38).
En este sentido, los artificios lingüístico-discursivos que nos atienden presentan
v
grados de modificación, desvío o infracción de las que algunos consideran normas o
reglas de buena formación de las unidades de dichos niveles, como se constata,
respectivamente, en las definiciones de Quintiliano: "La figura, como por el mismo
nombre se ve, es una manera de hablar apartada del modo común y más obvio." (II: 90);
de Ducrot y Todorov: "Figura: ...Un desvío, una modificación de una expresión original,
considerada 'normal'" (315); y de Helena Beristáin: "Figura retórica: Expresión ya sea
desviada de la norma, es decir, apartada del uso gramatical común, ya sea desviada de
otras figuras o de otros discursos, cuyo propósito es lograr un efecto estilístico" (211). De
acuerdo con esta última autora, los antiguos consideraron que las figuras
correspondientes a la elocución representaban un apartamiento respecto de la gramática,
que alteraba a veces la pureza o corrección y a veces la claridad de la lengua; o bien, que
se desviaban respecto de un discurso carente de ornato, que hoy denominamos norma: el
grado cero del que parte la desviación (Beristáin 138).
Pese a ello, y como en las nociones ya abordadas, las modificaciones, desvíos o
infracciones de las reglas son objeto de una doble percepción: si se producen de modo
Montes 43
espontáneo, resultado de un uso deficiente de la lengua, serán proscritos por atentar
contra la corrección; si son producidos de modo consciente y deliberado, y justificados
por el contexto discursivo, serán tolerados y apreciados por una licencia. Ya Quintiliano
expresa esta importante distinción: "Toda figura sería vicio si fuese casual y no buscada
con estudio" (II: 91).
Como síntesis de las consideraciones sobre el concepto de figura bajo la noción
de desvío, Mayoral expone una breve muestra de definiciones formuladas, en donde sigue
el orden que, a su juicio, va del menor al mayor grado de explicitud:
• La definición más escueta la debe a Cáscales (1617) como una "cierta manera de
hablar apartada del uso común y ordinario" (109).
• Mayor precisión y explicitud ofrece la definición de Jiménez Patón (1604):
"Figura (...) es cierta conformidad de lo que se habla, apartado del común
lenguaje y ordinario modo de hablar. Por la cual conformidad la razón bien
concertada se muda en otro cierto modo con particular adorno y virtud" (79v-80r).
• Más precisa y explícita considera a la de Correas (ca. 1626): "Es pues figura
postura nueva, diferente de la regular y ordinaria, en la dicción y oración, hecha
por necesidad o acaso, o con cuidado y gusto particular por elegancia y
hermosura; y es como si dijésemos una cierta irregularidad de la regla común de
hablar, sufrible por uso y autoridad, y aun agradable, si no pasa los límites de la
razón, como se halla en los buenos autores; mas, si excede, es vicio intolerable,
como en los malos" (30-31).
Montes 44
El Grupo M (1977) también considera el desvío desde el punto de vista retórico como
una alteración notada del grado cero. Esto provoca inmediatamente dos dificultades:
En primer lugar, existen alteraciones voluntarias cuyo objetivo es paliar las insuficiencias
del vocabulario: en una situación en que "la palabra no existe" (...)• Las operaciones
puestas en práctica para ello no se distinguen en nada de las de la retórica propiamente
dicha: en lo único que difieren es en la intención. Convendremos, pues, en llamar
retóricas solamente aquellas operaciones que persiguen efectos poéticos (en el sentido
jakobsoniano) y que se encuentran principalmente en la poesía, el humor, el argot, etc.
En segundo lugar, nuestra concepción del grado cero nos obliga a descomponer el desvío
en dos partes. La primera cubre la distancia que separa los semas esenciales de las
disponibilidades léxicas, y la segunda cubre la distancia suplementaria, recorrida esta vez
en terreno lingüístico, entre estas disponibilidades y los lexemas finalmente adoptados.
Sólo la segunda parte del desvío es propiamente retórica,.... (Grupo M 86)
Heinrich Plett, en 1977, parte de supuestos similares: "una figura retórica representa una
unidad lingüística desviada" (Retórica 142). A lo largo de las reflexiones sobre las cuales
fundamenta su esquema clasificatorio, distingue tres tipos de desviaciones desde el punto
de vista semiótico: en el ámbito de la sintaxis, de la pragmática y en el de la semántica
(142). Así, la figura está sujeta a dos criterios básicos de clasificación: uno es semiótico y
el segundo es la desviación, la cual tiene que definirse de forma diferente para cada
dimensión semiótica, como lo explica el mismo autor en Discurso y Literatura:
Piénsese, por ejemplo, en el grupo de figuras (semio- )sintácticas, cuya modalidad
desviacional particular es la alteración de la secuencia (combinación) habitual de los
signos lingüísticos. Esta secuencia representa el degré zéro lingüístico, y se formula
mediante una gramática que describe las normas primarias del lenguaje normal o
habitual. En comparación con este tipo de «gramática primaria», la figura retórica está
Montes 45
sistematizada en el marco de una «gramática secundaria», la cual constituye una norma
en sí misma cuyo objeto es la «retoricidad» del signo lingüístico (83).
No obstante, y después de numerosas reflexiones, López Eire termina por encontrar
chocante definir un uso del lenguaje como anormal "cuando todo lo que es algo lo es
normalmente, partiendo de una normalidad que está muy lejos de ser real y palpable y no
un mero ente de ficción" (38). Y agrega aquí una pieza fundamental para las siguientes
tres nociones de figura, y para todo el presente trabajo:
Las hablas en que se realiza el lenguaje son todas sumamente normales y ninguna de ellas
es más normal que las otras, aunque empleemos la locución de "habla normal y
corriente" para referirnos a la prosa de nuestro modo de hablar de todos los días, que, por
cierto, no está exento de tropos ni figuras (39).
Lo asombroso del caso, nos dice, es que definimos como anormal la lengua poética,
empleando como punto de referencia lo único anormal que existe lingüísticamente
hablando, que es esa lengua aséptica e inmóvil, que no es de este mundo. Contrástese esta
idea con la de Genette, en 1968, para quien la figura es una divergencia relacionada al
uso, aquella divergencia está por lo tanto dentro del uso: es ésta la paradoja de la retórica:
La expresión simple y común no tiene forma, la figura tiene una: nosotros hemos traído a
la definición de la figura como divergencia entre el signo y el sentido, como espacio
interior de la lengua (Genette en Figures 1209)
Si se acepta el enfoque de los grados de alejamiento respecto del grado cero de la
poeticidad, podría evaluarse estadísticamente, con herramientas parecidas a las de
Montes 46
patólogos del lenguaje y sociolingüistas, la densidad poética de un texto redactado en
lenguaje presuntamente anormal. Sometiendo la estilística, o ciencia de las desviaciones
lingüísticas, a la estadística, o ciencia de las desviaciones en general, obtendremos sin
grandes esfuerzos la medida o "grado de poeticidad" de cada poema concreto (Jakobson
en Ensayos de poética 38). Estadísticamente, las formas y combinaciones más frecuentes
en una comunidad lingüística configuran la prosa o el uso normal y corriente de la
lengua. Así, entre la poesía en verso, los poemas en prosa y la prosa artística mediarán
unos cuantos grados de poeticidad medida por la frecuencia de su respectiva desviación
de la prosa normal y corriente o la prosa aséptica propia de la lengua de la ciencia
concebidas como grado cero de la poeticidad (39).
La clave de la distinta densidad de los llamados desvíos por la poética
estructuralista está en el acto de habla en el que ha surgido el texto que los contiene.
López Eire muestra esto a través del ejemplo de un estomatólogo manipulando los
dientes y labios de una paciente, quien no debe referirse a ellos llamándolos "perlas" y
"corales", aunque estas metáforas no nos sorprendan en absoluto al encontrarlas en
poesía (39).
Por su parte, el propio Grupo M declara, en la misma línea que la anterior
afirmación, que es "probablemente imposible decidir a partir de qué grado de
acumulación de semas inesenciales es percibido el desvío" (86). Y si bien afirma que el
desvío se deja apreciar mucho más fácilmente en el dominio de los metaplasmos y de las
metataxis, este concepto ha conducido a formular criterios de normalidad no percibidos
fuera de los estudios de retórica. Además advierte que, en el dominio de los
metalogismos, "el grado cero es también muy difícil de definir" (87).
Montes 47
Beristáin (1985) aborda esta cuestión de la siguiente manera:
...explicar las figuras conforme al criterio de que constituyen desvíos, es discutible
debido a que existen figuras que no ofrecen realmente desviación alguna, como ocurre
con el asíndeton y el polisíndeton, y también debido a que, salvo en casos excepcionales,
es difícil y cuestionable, o bien imposible, determinar la norma respecto de la cual se
produce la desviación... (140)
Este problema no debe soslayarse. Para van Dijk (1978), por ejemplo, la utilización del
concepto de estilo lleva implícitos otros conceptos como especificidad, caracterización,
desviación, entre otros, que se aplican tanto a "artefactos particulares como a conjuntos
de artefactos que se caracterizan por tener el mismo productor, el mismo grupo de
productores, por el tiempo, el lugar o la cultura" (La ciencia del texto 110). Tales
explicaciones del término convierten el concepto de estilo en uno esencialmente relativo;
puesto que un artefacto posee un 'estilo' determinado únicamente en relación con otros
artefactos; es decir, en relación con otras características, reglas, normas o convenciones
generales: "El estilo mismo puede basarse en reglas generales o particulares, pero
siempre en reglas de naturaleza específica, es decir: en relación con otro sistema de
reglas" (110). Por ello, van Dijk reformula el concepto de "estilo" a lo que llama "forma
característica de la utilización de la lengua" (116), tanto en el nivel oracional como en el
textual, y dirige su atención a las "formas de expresión" de la lengua, es decir: a las
características fonéticas, morfológicas, sintácticas y léxicas de los enunciados. Como
delimitación ulterior, este autor discute como "estilo" las diferencias características en el
uso de la lengua que no expresen a la vez diferencias semánticas o pragmáticas, y aclara
Montes 48
que "sin esta delimitación, todas las diferencias entre enunciados deberían ser de por sí
estilísticas" (116)n.
A mi juicio, y con base en lo anterior, la condición de cumplimiento o desvío con
respecto a normas no debe constituir una base importante ni para el establecimiento de
una noción ni, mucho menos, como fundamento para una clasificación. Las ideas de lo
correcto y lo incorrecto, o en torno a cuál recurso verbal persuade y cuál genera
escepticismo, cuál adorna y cuál estorba, y especialmente aquellas dirigidas a decidir qué
es lo normal y qué constituye una desviación, son sumamente flexibles, y más aun si se
consideran períodos largos13. La gramática prescriptiva ha establecido, a través de
12 Esta discusión nos conduce a considerar la asociación pragmática que existe entre las diferenciascomunicativas y los factores sociales, esto es, diferencias de representar y de apropiarse de la realidad através de la lengua. Los usuarios, como miembros de determinados grupos sociales, presentan diferentesestilos comunicativos. A este respecto, vale la pena referirnos al trabajo en el cual Beatriz Lavandera(1994), quien afirma que dichos estilos pueden estar asociados con las distintas variantes sintácticasutilizadas. En este sentido, Lavandera advirtió la posibilidad de que, cuando se estudian las variantessintácticas, éstas entran en relación con los diferentes estilos comunicativos asociados a ellas; tal es el casode su célebre estudio de las formas verbales en las oraciones condicionales, cuyos diferentes usos puedendar lugar a interpretaciones clasistas o racistas de tales divergencias. Es necesario mantener presente quelos distintos usos sociales de la lengua deben su valor social al hecho de que tienden a organizarse ensistemas de diferencias que, a su vez, reproducen las diferencias sociales en un orden simbólico. Por lotanto, las diferencias sociales se acompañan de diferencias en el uso de la lengua, y puede afirmarse queesas diferencias sociales que se reflejan en el uso de la lengua están acompañadas de diferencias en losestilos comunicativos y, por lo tanto, en las modalidades de representación lingüística de una referenciacompatible en un contexto determinado. Lavandera, Beatriz. Variación y significado. Buenos Aires:Hachette, 1994.13 Esta situación es análoga a la que enfrentó Ana María Maqueo durante el establecimiento de un modelode análisis de errores; con el fin de llevarlo a cabo hubo de determinar, en primera instancia, lo que seconsideraría como error, y aclarar este concepto alrededor del cual giró su trabajo Al respecto, Maqueodetermina lo siguiente: "Para los fines de esta obra, consideraremos que un error será aquella formalingüística que por una u otra causa (...) es "diferente" de la que produciría un hablante nativo. En estadefinición van a entrar, entonces, formas tales como "yo y mi familia", "estuvo dormiendo", "se cayó unrayo en la ala del avión", etc. En las que aparecen diferencias atribuibles a diversas causas que deberánclasificarse y analizarse." (129). No obstante, al empezar a trabajar el corpus de datos surgieron dudassobre algunos puntos específicos con los usos relacionados con queísmo, dequeísmo, leísmo y otras formas.Si bien representan un uso contrario a la norma académica, su frecuente aparición en el español de Méxicohace cuestionar su carácter de error. A fin de decidir esto, ella optó por probar cada caso con grupos dehablantes nativos. Cuando ellos consideraban que se daba un "uso diferente", es decir, en el mismo sentidoen el cual se señalan las figuras, se anotaba como error, criterio que fue seguido con otras formas queresultaban dudosas (129). ¿Cuáles "hablantes nativos" fueron invitados a formar parte de esos grupos queevaluaron la existencia de "un uso diferente"? Esos casos afirmativos que se anotaron como errores,¿habrían sido considerados como tales si esos grupos se hubieran integrado por estudiantes similares a los
Montes 49
consensos tácitos entre los usuarios o manifiestos entre los académicos, la norma a
seguir, cuya utilidad resulta fuera de toda discusión. Sin embargo, una clasificación de las
figuras retóricas basada en la consideración prescriptiva con respecto a lo correcto y lo
incorrecto requeriría de un muy poco probable acuerdo entre las academias y entre los
usuarios, y perdería vigencia en el mismo momento de su acuñación. Las estrategias
verbales, así como su definición, su categorización y su clasificación, exigen un
acercamiento más estrecho y un análisis más profundo, así como la propuesta de nociones
renovadoras.
1.4 Las figuras como inductores de extrañamiento
El término "extrañamiento" (en ruso, ostranenie, volver raro) fue uno de los conceptos
clave de la temprana teoría formalista. En la década de 1920, de acuerdo con su principal
portavoz, y precursor de los estructuralistas, el ruso Víktor Shklovsky, la
desfamiliarización representa a un objeto familiar de una manera que nos permite romper
con los hábitos de la percepción para volverse de nuevo objeto de una percepción
consciente. Al volverlo extraño, el objeto que escapa a nuestra atención por ser
excesivamente familiar, es reapropiado, y puede ser visto o escuchado nuevamente. El
objetivo fundamental de la desfamiliarización de Shklovsky no es tanto la recuperación
del objeto como la "restauración epifánica" de la percepción humana misma, lo que
Shklovsky refiere como novoe videnie, o nueva visión (58). Shklovsky advirtió la
importancia que tiene en la percepción del texto la ruptura de la rutina, el examen de un
que integraron la muestra? ¿Tiene menos derecho un estudiante que otro hablante nativo a decidir sideterminado uso verbal constituye un error o desvío de la norma?
Montes 50
objeto según un punto de vista inédito. Un texto que presenta obstáculos a la "percepción
normal", o automática, atrae la atención del receptor (59).
Ya los antiguos griegos consideraron que la obra poética no era más que una de
las posibles aplicaciones del lenguaje, una entidad cuya principal dimensión era la social
y cuya virtud primordial era, en palabras de Gorgias en el citado Encomio de Helena, no
la de reproducir la realidad, sino la de ser capaz de llevar a cabo obras "sumamente
divinas" (3), y de lograr el "hechizamiento" por medio de la ficción, y la conmoción
psíquica y la persuasión de los oyentes a través de lo verosímil, lo ético y lo emocional,
aunque valiéndose del pequeño cuerpo de la palabra (López Eire 46).
La exigencia de operar con lenguaje apartado del uso común para confeccionar un
discurso persuasivo y atractivo, un discurso retórico y un discurso poético, remonta a
Aristóteles, concretamente al concepto de "extranjerismo" como requisito indispensable
del discurso que pretenda persuadir, impresionar o cautivar a su oyente o lector. En un
pasaje de la Retórica, (7) en efecto, Aristóteles establece los tres requisitos del discurso
retórico eficaz. Ha de ser:
• En primer lugar, como extranjero (xenikón).
• Pero, segundo requisito, de forma que esa cualidad de extranjerismo, extranjería o
extrañamiento, pase desapercibida.
• Y, por último, bajo ningún motivo dejará de ser claro (7).
Para Aristóteles, la claridad es la cualidad esencial de toda dicción, pues, si no se habla
claro, no tiene sentido el hablar ni existirá, por consiguiente, el discurso eficaz; sin
embargo, nos dice, en el discurso retórico hay que transmitir contenidos claros pero de
Montes 51
manera que, con la forma en que se transmitan, provoquen admiración y, en
consecuencia, produzcan placer en el oyente, lo cual se logra fundamentalmente, según
este autor clásico, empleando en la dicción todo lo que se aparta del uso corriente
{Poética, 30). Resulta, así, una dicción extranjerizada (xenikón), porque se sale de lo
corriente y lo ordinario, de lo imperante y autorizado por el uso porque se aparta de los
recursos convencionales de la dicción, por lo que adquiere una apariencia más venerable
e impresionante (31) y, en consecuencia, placentera. Esa dicción, que no es la habitual,
llama la atención y provoca el asombro, como lo produce el extranjero que por primera
vez se pasea por el agora entre personas ya muy vistas y bien conocidas entre sí (32). Se
admira lo que está lejos y no lo que uno tiene siempre al lado, por lo que es preciso hacer
"un punto extraña la lengua para que los oyentes, presos de admiración, disfruten de ella"
(Retórica 10). Esta admiración, continúa, produce placer, lo que debe ser aprovechado
por un orador inteligente y avezado en arte retórica, ya que si emplea en cada momento la
dicción provocadora de asombro, placentera y apropiada a su argumento, en virtud de un
silogismo imperfecto, pero muy común, los jueces considerarán que una forma admirable
y deleitosa de dicción encierra, infaliblemente, una argumentación también irreprochable
y merecedora de aprobación (Retórica 42).
La dicción o estilo es, ciertamente, muy importante para que el discurso parezca
tener determinada entidad (Retórica 144). Y, además, es justamente en este campo de la
dicción o estilo donde la poética y la retórica, que se ocupan de objetos que tienen
propósitos distintos, terminan por encontrarse. En la enseñanza de la retórica a partir de
Isócrates y Aristóteles y, ya en época helenística, la poesía estaba asociada al estudio del
discurso retórico, y desde el punto de vista del estilo se diferenciaba de éste tan sólo
Montes 52
gradualmente. Por ello, de acuerdo con este enfoque, el poeta debe emplearse a fondo con
la dicción extranjerizante y placentera, mientras que el orador, por el contrario, ha de
contentarse con argumentar sobre lo verosímil, valiéndose de una dicción atractiva,
emotiva, elegante y deleitosa, y debe ser más mesurado en el uso que haga de ella, por lo
que el grado de extranjerismo, extranjería o extrañamiento, que la dicción requiere, varía
considerablemente, según se trate de la dicción poética o de la retórica.
El poeta tiene, desde luego, mayor libertad que el orador para extranjerizar su
dicción. De hecho, el poeta Hornero, cuya obra se estudiaba en la escuela, empleaba,
literalmente, palabras extranjeras que exigían explicación porque no eran usuales ni en el
jónico-ático clásico de los siglos V y IV a. J. C , ni en la lengua común de los griegos (la
koiné o griego helenístico), sino, por ejemplo, en dialecto chipriota (Poética 6). El poeta
tiene mayor libertad que el orador al hacer uso de la dicción extranjerizante porque aspira
a producir en su auditorio o sus lectores el placer resultante de la imitación (Poética 3) y
del instinto natural del hombre, que es un ser vivo que se goza en la recurrencia y en la
proporcionalidad del ritmo y la armonía que son propios de ella (Poética 36). El orador,
en cambio, decidido a persuadir argumentando sobre la verosimilitud con "comedido
encanto y sin extralimitarse en la dosis de los efectos especiales de deleite ofrecidos", en
ningún momento de su discurso debe mostrar el arte que emplea en su dicción, lo que
ocurriría si emplease muchos de los recursos permitidos al poeta. Ello daría lugar a que
sus oyentes y los jueces sospecharan, con razón, la presencia de cierto grado de
artifíciosidad en los argumentos esgrimidos, que perderían de este modo la apariencia de
espontaneidad que, combinada con la impresión de sinceridad y absoluta carencia de
doblez propias del atractivo carácter del orador ideal, como éste debe presentarse en su
Montes 53
alocución, tan importantes resultan para el éxito de un discurso retórico. El orador, por lo
tanto, no puede pasar ciertos límites en la extranjerización de la dicción (López Eire, 33).
Para la estilística idealista, estas particularidades idiomáticas corresponden a
particularidades psíquicas u originalidades espirituales, porque la lengua literaria
transmite intuiciones individuales y contenidos anímicos individualizados. La lengua
literaria es considerada desvío no por los datos formales que aporta sino, sobre todo,
porque traduce una originalidad espiritual, un contenido anímico individualizado; este
desvío es siempre el de una intuición original, una capacidad creadora e individualizadora
(Pozuelo Yvancos 21). En la opinión de Leo Spitzer, bajo las expresiones lingüísticas que
se apartan del uso general y se nos ofrecen en la lectura de una obra literaria como
desviaciones o rasgos estilísticos de un escritor, se encuentra una raíz espiritual y
psicológica. Vossler (ca. 1903), por su parte, define su objeto de investigación como el
cálculo de la relación entre la explicación gramatical con el significado psicológico de
determinada oración {Formas gramaticales y psicológicas del lenguaje 27):
Hay en todo hablante un esfuerzo psíquico, un "mentar" algo; y todo oyente o lector que
reconoce lo que el parlante "mienta", comprende su lengua. Las palabras que nada
"mientan" son simples ruidos. En el "mentar" está el valor espiritual del habla (23).
Para este autor, el efecto retórico de los chistes y los juegos verbales reside en el hecho de
que:
Nuestro sentimiento del lenguaje espera como habitual o regular la coincidencia de la
forma gramática con lo "mentado" psicológicamente, y en esos casos la degradación de
tal espera nos provoca de algún modo una excitación. Si la coincidencia de ambos
Montes 54
términos no fuese lo normal, ¿podría su disparidad afectarnos como irónica, patética,cómica, etc., según las circunstancias en que se manifiesta? (...). Semejante cuestión,
cuando se atiende a las relaciones sintácticas, no puede tratarse sino de modo imperfecto.
Es que, no sólo en ese caso, sino en todos -en fonética, morfología, lexicología y
semántica, y hasta en métrica, rítmica y armonía- laten bajo las categorías gramaticales,
es decir, formales, las otras: las psicológicas (29, 30).
De acuerdo con Jakobson (1960), sometiendo la estilística, o ciencia de las desviaciones
lingüísticas, a la estadística, o ciencia de las desviaciones en general, obtendremos sin
grandes esfuerzos la medida o grado de poeticidad de cada poema (Ensayos de lingüística
366). Estadísticamente, las formas y combinaciones más frecuentes en una comunidad
lingüística configuran la prosa o el uso normal y corriente de la lengua. Consideremos, a
la luz de lo anterior, la siguiente frase de Jakobson: "Se puede describir e interpretar la
estructura del verso enteramente en términos de probabilidades concatenadas" (367). A la
luz de las afirmaciones de Spitzer y Vossler, me permito extender dicha concepción para
convertirla en: "Se puede describir e interpretar la estructura del discurso enteramente en
términos de probabilidades concatenadas". Para el Poliedro Retórico, bajo este esquema
de emisión, expectativa, recepción y efecto, en el cual se da una cierta predicción bajo
ciertos márgenes14, resulta indispensable considerar en qué sentido va a funcionar el
concepto de expectativa, para desplazar las nociones desviacionistas basadas en
prescriptiva:
• a partir de un mensaje emitido (Emisión A)
• se dan diferencias probabilísticas (Delta), entre
• la expectativa de determinado receptor (Expectativa Z)
14 "Pero, a la larga, lo que fiie novedoso acaba por hacerse neutral a su vez; si toda una sociedad acoge lainnovación, ésta 'se lexicaliza', pasa a formar parte del léxico o diccionario común de la lengua". Alatorre,Antonio. Los 1,001 años de la lengua española. México, Fondo de Cultura Económica, 1979. p. 52
Montes 55
• y lo que, efectivamente, recibe (Recepción Z),
Así, a partir de lo que el receptor esperaba, se da una diferencia entre esa expectativa y lo
que recibió: por ello, hay extrañamiento, no desvío. O, en palabras de Spitzer, "todo
rasgo de estilo es en sí mismo neutro; adquiere su particular eficacia sólo por su enlace
con tal o cual actitud particular" (La enumeración caótica en la poesía moderna 14). Lo
anterior será fundamento para el Poliedro independientemente de la manera en que esta
diferencia se registre. Al respecto, Van Dijk sostiene que se puede dividir el estilo en dos
clases diferentes: el probabilístico y el estructural-funcional:
• El estilo probabilístico no es intencional sino más bien el resultado de la
distribución de estructuras gramaticales: oraciones de tamaños específicos,
preferencia en la selección de ciertas palabras y frases, preferencia en el uso de
reglas y categorías gramaticales específicas, etc. Tales rasgos estilísticos pueden
ser típicos, sin embargo, de cada usuario de una lengua y definir su individualidad
(...)
• El estilo estructural es el resultado de las estructuras gramaticales que se escogen
para ser usadas como expresión o indicación de los estados emotivos y
cognoscitivos como una treta en el proceso de la comunicación para tal vez
aumentar el atractivo de los efectos de la emisión deseados sobre el lector
(Estructuras y funciones del discurso 130).
También para Spitzer, la desviación lingüística no siempre ha de ser algo desusado
enteramente, sino que puede darse en pequeñas variaciones:
Montes 56
Hay toda una serie gradual de cambios lingüísticos psicológicamente condicionados,
desde las alteraciones mínimas -apenas perceptibles- de tono y pronunciación, hasta la
creación de una nueva forma, de un neologismo {La interpretación lingüística 92-93)
Jakobson, por ejemplo, se mantiene atento al índice de probabilidad de que lo que siga en
una emisión dada sea aquello que el receptor espera. En cualquiera de los niveles del
lenguaje, sin importar cuál sea el fenómeno, rima, metáfora o cualquier otro, siempre
bajo ese enfoque en la literariedad se trataría en un ir y venir de probabilidades y
expectativas. Es decir, se da un énfasis en qué distancia se queda de cumplir la
expectativa del receptor. En su reflexión en torno al papel de la sílaba en poesía,
Jakobson distingue rasgos que muestran una alta probabilidad de repetirse sin estar
constantemente presentes. Además de las señales que ciertamente se repetirán
("probabilidad uno"), las señales probablemente repetibles ("probabilidades inferiores a
uno") entran también a formar parte de la noción de metro. Afirma Jakobson que el lector
de poesía muy bien "puede ser incapaz de referir unas frecuencias numéricas" a los
elementos constitutivos del metro, pero en la medida en que perciba la forma del verso,
se percatará inconscientemente de su "orden jerárquico" {Ensayos de lingüística general
367). El oyente o lector de determinado tipo de poesía espera, con un alto grado de
probabilidad, encontrar un acento de palabra en una cierta sílaba, pero algunos poemas lo
enfrentan a una expectación frustrada. El grado de una "frustración" puede ser más alto o
más bajo, dependiendo del tamaño de la expectativa del receptor. La expectación
depende, entre otros factores, de la tradición métrica existente. (Jakobson 369, 370). Para
Jakobson, fue Edgar Alian Poe, a quien considera no sólo poeta, sino también teórico de
Montes 57
la anticipación frustrada, quien estimó, con un enfoque métrico y psicológico, el sentido
humano de la satisfacción ante lo inesperado que surge de lo esperado, ninguno de los
cuales, afirma, puede pensarse sin su opuesto (Jakobson 370). Además de las reglas
subyacentes a los rasgos del verso, las reglas que gobiernan sus rasgos opcionales
pertenecen, asimismo, al metro. Nuestra tendencia, continúa este autor, es designar a
fenómenos como la falta de acentuación en los tiempos marcados y la acentuación en los
tiempos no marcados como desviaciones, pero hay que recordar que se trata de
oscilaciones toleradas, de alejamientos dentro de los límites de la ley, de alejamientos y
acercamientos sucesivos a las convenciones o a las expectativas, a las que no pocos
consideran leyes. Y, nuevamente, si las infracciones contra el metro llegan a arraigar, se
convierten, a su vez, en reglas métricas. Lejos de ser un esquema abstracto, teórico, el
modelo de verso subyace en la estructura de cada ejemplo de verso (371). Pero, sin
importar cuál solución adopte cada poeta, el desplazamiento del acento de palabra del
tiempo marcado al tiempo no marcado sin pausa anterior no deja de hacerse sentir, y el
momento de expectación frustrada queda bien patente. Sobre la forma lingüística habitual
da el sentimiento de una conformación desviada a cualquiera que esté familiarizado con
la lengua en cuestión y con su poesía. Así, las convergencias y las divergencias entre
ambas formas, tanto las expectaciones satisfechas como las frustradas, causan este
sentimiento. Cada secuencia verbal tiende a formar su ecuación, y la selección y
estratificación jerárquica de las categorías válidas de ésta constituyen factores de gran
importancia en el establecimiento de convenciones poéticas.
Ese proceso en el que la recepción se hace activa y nueva producción de autor
está mediatizado, en la teoría de la estética de la recepción, por un sistema de normas de
Montes 58
expectación objetivadas: el horizonte de expectativas (Zimmermann 41). Dicho horizonte
está determinado por tres factores: por las normas conocidas o poética del género
literario, por las relaciones implícitas con obras conocidas del entorno de la historia
literaria, o por la oposición de ficción y realidad, de función poética y práctica de la
lengua (41). Una fórmula de recepción que quiera adecuarse al comportamiento estético
frente al texto y desde el texto, no debe unir los lados de la relación texto-lector, es decir,
el efecto como elemento de concretización condicionado por el texto y la recepción como
elemento de concretización condicionado por el destinatario, bajo el símil mecanicista de
una acción recíproca, sino que debe concebir la mediación como un proceso de fusión de
horizontes (Jauss 70). Por ejemplo, en poesía si uno va marcando el acento con cierta
regularidad logra cierta hipnosis, lo que hace que se formule una expectativa. Si éste se
rompe, hay un extrañamiento. El caso de los chistes resulta también ilustrativo: se espera
una resolución, pero aparece otra, y se produce un efecto en el receptor. En este espectro
de posibilidades de hacer cosas distintas o realizar actos diferentes con las especies del
lenguaje radica el núcleo, por citar algunos casos, del discurso retórico, que es un acto de
habla retórico para persuadir, y el del discurso poético, que es un acto de habla poético
para hechizar, y el del chiste, que es un acto de habla jocoso, para hacer reír, y los
muchos otros recursos que el lenguaje nos ofrece, los cuales también he consignado, con
intención exhaustiva, en el anexo 1 de este trabajo.
Es importante, en este momento, subrayar que el receptor representa un factor
determinante e imprescindible en la estructura, composición y realización de la obra
literaria, pues la forma de su recepción influye en la forma del texto, y porque un poema,
según López Eire, sólo tiene existencia real cuando es leído y discutido por sus lectores,
Montes 59
que le aplican un código con el que se descifra y adquiere su esperada realización (51).
Recordemos, a este respecto, que Aristóteles consideraba esencial la función del oyente
para clasificar los diferentes géneros de la oratoria. En efecto, es la función del oyente,
según Aristóteles, la que marca con el definitivo sello de la especificidad un determinado
y concreto discurso retórico (23).
Así, lo que el Grupo M, por citar un ejemplo, divide entre violación y refuerzo
(17), se puede reconsiderar, y plantear en términos de continuidades, reglas particulares
que el receptor determina que cada autor establece, y rupturas, esas ocasiones en que la
emisión no corresponde con el esperado cumplimiento de dichas reglas, a veces como
resultado de una operación deliberada del autor. Con respecto al enfoque que abordamos
en el presente apartado, todo en figuras, y en numerosos ámbitos humanos, es
continuidad o discontinuidad. En este esquema de emisión, expectativa, recepción y
efecto, se da una cierta predicción bajo unos determinados márgenes de tolerancia, lo
cual propicia los efectos que se suscitan. En cualquiera de los niveles del lenguaje
siempre se trataría, bajo esta noción, de un ir y venir de probabilidades y expectativas: a
partir de lo que el receptor esperaba, se da una diferencia entre esa expectativa y lo que
recibió: por ello, vale la pena insistir en ello, hay extrañamiento, no desvío.
El receptor es una fuerza histórica que interviene en la realización de la obra
literaria mediante el horizonte de expectativas, pues a través de una lectura jamás aséptica
va agregando elementos propios, prejuicios, normas genéricas y formas propias de obras
anteriores a la obra literaria ajena, hasta cumplir un cierto grado de expectativas, y con la
experiencia estética, concepto aristotélico en sus tres variedades o categorías:
Montes 60
• la de poíesis, o experiencia estética de la elaboración cabal de la obra: la
aristotélica apergasía
• la de aisthesis, o experiencia estética de la sensación: la aristotélica de reconocer
los modelos de las imágenes
• y la de catarsis, o experiencia estética de purificación por lo emocional, que
resulta de aceptar o rechazar determinadas normas de conducta prescritas: la
kátharsis de la tragedia, también estudiada por Aristóteles, que se produce por el
terror o la conmiseración {Poética 16-18).
La figura, para Genette, no es nada más que un "sentimiento de figura", y su existencia
depende totalmente de la consciencia que el lector tome de la ambigüedad que el discurso
le proponga. {Figures 7 216). Para este autor, el valor de una figura no se da dentro de las
palabras que la componen puesto que ella depende de una divergencia entre esas palabras
y aquellas que el lector, mentalmente, percibe más allá de ellas, "dentro de un perpetuo
rebasamiento de la cosa escrita" {Figures 7 216). En este camino, se puede retener de la
vieja retórica, no su contenido, sino su ejemplo, su forma, su idea paradójica de la
literatura, como un orden basado sobre la ambigüedad de los signos, "sobre el espacio
exiguo, pero vertiginoso que se abre entre dos palabras del mismo sentido, dos sentidos
de la misma palabra: dos lenguas de la misma lengua" {Figures 7 221).
Dado que la situación en la que se produce la interacción entre el lector y el texto
no es una relación cara a cara, ni hay en esa relación o comunicación un contexto externo,
de modo que ni el texto dice a sus lectores si lo interpretaron bien o mal ni se puede
discutir con él señalando con la mano el contexto, habrá que preguntarse cómo es posible
Montes 61
dicha interacción. Las indeterminaciones, los espacios vacíos, los espacios en blanco, los
huecos en nuestros actos de habla cotidianos, pero que abundan en la obra literaria, son
precisamente los que estimulan al lector a suplir tal deficiencia fabricándose un contexto
implícito que dé la requerida coherencia al texto. El lector, por consiguiente, al procesar
el texto de la obra literaria, se esfuerza y entra en interacción con él, tratando de dotarle
de coherencia a través de cubrir esas indeterminaciones y espacios vacíos, como los
espacios entre esos puntos de una silueta que se completa trazando una línea que los una
y les dé sentido para nosotros. De esta manera, los espacios vacíos sirven para poner en
marcha ese proceso interactivo, y permiten al receptor aprovechar, a la vez, la estructura
bien delimitada, la muy amplia apertura interpretativa y la libertad prevista que ofrece
todo texto, para ensamblar sus segmentos y convertirlo en objeto estético para su disfrute,
y para extraer de él lo que presupone, promete, entraña, implica, sugiere, connota, suscita,
despierta o provoca, no obstante el autor se haya figurado a un distinto lector modelo al
cual causar extrañamiento.
1.5 Las figuras como operadores o como resultados de operaciones
Ya se mencionó en el apartado anterior que, de acuerdo con Aristóteles, el poeta puede y
hasta debe extranjerizar la lengua corriente, correcta y gramatical, la que cualquier
gramático enseñaba. En este nuevo apartado es pertinente enfatizar que este filósofo
señaló el origen de esta alteración afirmando que es resultado de "adiciones, detracciones,
alteraciones e intercambios; o sea, puede y hasta debe emplear palabras alargadas y
acortadas y modificadas" {Poética 35), y hasta "intercambiadas" como, en su concepción
poética, considera a las metáforas. Este filósofo ya estudiaba el texto literario en relación
Montes 62
con su emisor y sus receptores, y presenta, en Retórica y Poética, disciplinas normativas,
como artes o tékhna {Retórica 1-13; Poética 1-4). En el fundamento de las decisiones
que pusieron en marcha uno y otro tratados está presente la idea de que la lengua sirve
para hacer algo, como los citados efectos de persuadir y deleitar a otros, y que los resul-
tados de la utilización y la interpretación de las distintas variedades del lógos, o lenguaje
en acción, poéticas o no, pueden ser sometidas a estudio empírico del que es posible
derivar conocimientos aplicables. En este sentido, el trabajo que, a lo largo de este
documento, se realiza en torno a esta noción, resulta sumamente útil para satisfacer la
siguiente exigencia epistemológica de Teun Van Dijk:
La semántica sólo especifica las reglas abstractas de la interpretación de oraciones y
textos, y no da cuenta de los procesos cognoscitivos utilizados en la producción y la
comprensión del discurso real (...) Durante los últimos años, la psicología cognoscitiva y
el estudio de la inteligencia artificial han prestado atención cada vez más a los procesos
involucrados en la producción del discurso y particularmente en la comprensión del
discurso {Estructuras y funciones del discurso 11).
La literariedad y el significado de un texto no existen independientemente de estas
operaciones cognoscitivas realizadas por parte del receptor, ni de las anteriores a éstas
(López Eire, 60). Como ya se verá con mayor profundidad en el capítulo 2, la
importancia de las operaciones en las propuestas modernas, tales como la del Grupo M y
la de Plett, resulta crucial. Es digno de valorarse no sólo su papel en la construcción de
las matrices clasificatorias de dichas aportaciones, sino también su pertinencia y su
adecuación para explicar cada fenómeno desde un punto de vista deductivo.
Montes 63
Poética, señala Barthes (1953), no designa en la época clásica ninguna extensión o
"espesor" particular del sentimiento, ningún universo separado, sino sólo la inflexión de
una técnica verbal, la de "expresarse" según reglas más bellas y, por lo tanto, más
sociales que las de la conversación {El grado cero de la escritura 47). Es decir, proyectar
fuera de un pensamiento interno una palabra socializada por la evidencia misma de su
convención. La figura retórica es, para este autor, una "especie de álgebra": instrumentos
virtuales de una relación que operan a modo de valencias químicas que son, siempre,
nuevas intenciones de significación (51). Sin embargo, hay que destacar que, en las
propuestas del Grupo M y de Plett, se trata, más allá de las reflexiones de Barthes, de
crear matrices que relacionan, precisamente, niveles y operaciones.
Desde este punto de vista operativo cognoscitivo, es necesario señalar que, en la
tradición retórica, se les ha dado un uso indiscriminado a los términos con que son
denominadas las figuras, ya que suelen ser empleados con cualquiera de estos dos
significados:
• como operadores
• como resultados de operaciones
¿Es metáfora la operación o la emisión que resulta de la operación? En el caso de las
definiciones antiguas, la tendencia es a concebir la figura como una operación:
Aristóteles afirma que "Metáfora es transferencia del nombre de una cosa a otra; del
género a la especie, de la especie al género o según analogía." {Poética 33), mientras que
Quintiliano, habla de mutaciones en el sentido o en las palabras (II: 90). Entre las
versiones contemporáneas, el Grupo M llama operaciones retóricas a "aquellas
Montes 64
operaciones que persiguen efectos poéticos" (86), y distingue dos familias: las
operaciones sustanciales y las operaciones relaciónales; las primeras alteran la sustancia
misma de las unidades en las que operan, y las segundas se limitan a modificar las
relaciones de posición que existen entre estas unidades (91). No obstante, el Grupo M
emplea su esquema para explicar y acomodar las figuras entendidas como resultados,
para lo cual mantiene una nomenclatura que, si bien se halla visiblemente renovada, no
queda exenta de un rasgo de traducción de los nombres clásicos.
Plett, por su parte, define figura retórica como "la unidad estructural más pequeña
en un modelo de competencias (retórico)-estüístico" (Discurso y literatura 83), que se
compone de dos elementos lingüísticos básicos: las operaciones lingüísticas y los niveles
lingüísticos" (83). Así, Plett las considera, de acuerdo con esta definición, como
resultados de operaciones.
Desde la perspectiva de esta noción de figuras como operadores o como
resultados de operaciones, pertenecen al mismo gran grupo, por citar tres ejemplos, los
siguientes fenómenos:
• Aquellos fenómenos involucrados en lo que la sociolingüística denomina "cambio
lingüístico".
• Aquellas "alteraciones" llevadas a cabo en poesía con motivos efectistas o
estéticos.
• Aquellos "errores" cometidos por estudiantes y hablantes en general, nativos o
no15.
15 En su estudio de los errores cometidos por estudiantes, Maqueo (1984) realizó su primer acercamiento almaterial a través de cuatro pasos:
a) detectó aquello que halló diferente de lo que emplearía un hablante nativo: los "errores".b) procedió a reconstruir e interpretar cada caso.
Montes 65
Con respecto al tercero de estos casos, y a mi juicio, las reglas de uso constituyen
operaciones cuya repetición ha formado hábitos sociolingüísticos aceptados, o incluso
autorizados, por las instituciones correspondientes, aunque en otros tiempos o lugares se
les considere errores; estas categorías de origen social, de acuerdo con los principios de
esta propuesta, muy poco deben influir para la clasificación de estos errores como
fenómenos verbales al lado de las figuras y de muchos otros, y para su correspondiente
descripción con fines artísticos o científicos.
Se extiende, pues, un vasto grupo de fenómenos por clasificar: todos ellos con
posibilidades de emplearse como estrategias que el lenguaje verbal pone a disposición de
sus usuarios, de acuerdo con nuestro capítulo 4, y cuya lista intenta completarse en el
anexo 1, pero cuya verdadera cobertura sólo se logra, en este trabajo, a través del
esquema taxonómico, el Poliedro Retórico, cuya estructura se explica en el capítulo 3, y
el cual está dirigido a dar cabal cuenta de las estrategias verbales posibles, con base,
principalmente, en las operaciones necesarias para construir las figuras.
c) clasificó de acuerdo con dos niveles: en el primero los errores se clasifican dentro de losapartados siguientes: S (sintaxis), M (morfología), U (uso) y L (léxico), correspondientes a los niveles deque se trata en este trabajo de tesis.
d) en el segundo nivel, se clasificó los errores de sintaxis de una manera más específica, de acuerdocon la categoría gramatical o el orden. Se encontraron diez clases de errores sintácticos, los cuales son delinterés de este trabajo de tesis como ejemplares de operaciones, y los subclasificó de acuerdo con lossiguientes criterios. Así, encontró Maqueo cuatro causas principales de error:
1. Interferencia.2. Generalización.3. Técnicas y materiales inadecuados.4. Transición por la comunicación.
Vale la pena destacar que Maqueo distingue los errores detectados con base en términos correspondientes alas operaciones empleadas por el Grupo M y por Plett, tales como adición, supresión y sustitución, y a lalógica, como es el caso de la sobregeneralización. Ello demuestra la utilidad, revelada en cada uno de losapartados del capítulo 4 de esta tesis, que presenta el Poliedro para describir fenómenos verbalesadicionales a las figuras.Maqueo, Ana María. Lingüística aplicada a la enseñanza del español. Editorial Limusa. México, 1984.
Montes 66
1.6 Las figuras como transformadores de sentido
Vistas en su conjunto, las nociones revisadas hasta ahora presentan una serie de
principios de sumo interés para este trabajo; uno de ellos es la consideración de estos
elementos del lenguaje como poseedores de una facultad que Ricoeur considera "de
innovación de sentido" (303) la cual, dependiendo de su manejo, es capaz de producir
impactos disímbolos (304). A ese respecto, de acuerdo con Traugott y Dasher existen dos
mecanismos para operar un cambio semántico: metáfora y metonimia (27). Según estos
autores, a partir de estas dos estrategias tradicionalmente consideradas como figuras
retóricas se logra establecer una innovación semántica pero, al mismo tiempo, mantener
accesible el mensaje para el entendimiento de un receptor lo cual se logra, por un lado, a
través del uso de palabras vinculadas con otras por medio de su campo semántico, en el
caso de la metonimia; por otro, a través del uso de palabras que se parezcan o nos remitan
de un modo u otro a otras completamente distintas, como ocurre con la metáfora (27, 28).
En ambas transformaciones, el resultado es una extensión del sentido.
Con base en ello, puede formularse una aportación que resulta útil para elaborar
una renovada comprensión del fenómeno de las figuras, y generar un nuevo paradigma
conceptual: se trata de contemplarlas como facultades, o transformadores de sentido, que
el lenguaje verbal ofrece en diferentes ámbitos, con los fines que cada interacción
establezca y en el contexto específico en el que se desarrolle.
Existe una razón por la cual un receptor rechaza en un texto lo que podría admirar
en arquitectura o diseño industrial: la percepción visual es un fenómeno acentuadamente
espacial, exento de encadenamientos lógicos, basado en la extensión instantánea del
universo percibido. El emisor es quien crea la sintaxis de su mundo visual.
Montes 67
La palabra, en cambio, opera a través del descubrimiento controlado de los
elementos de una cadena lógica: el emisor ordena las palabras, éstas se forman en filas, y
este fenómeno que involucra paradigma y sintagma ejerce facultades que el ser humano
no conoce en ningún otro de sus recursos. Recordemos ya no sólo el poder de persuasión
empleado por políticos, abogados y publicistas, ya no sólo el extrañamiento y el influjo
anímico que ejercen sobre nosotros nuestras obras literarias más admiradas, sino el poder
definitivo que ejerce un emisor sobre un receptor a través de un fenómeno tan antiguo, y
tan trivializado en nuestros tiempos, como la hipnosis, la cual se ejerce, básicamente, a
través del lenguaje verbal. Por esto, el frecuente llamado a la simplicidad y a la
permanencia en lo convencional podría no ser otra cosa que la manifestación de una
resistencia ante las posibilidades de innovación de nuestra propia lengua, debida a una
tendencia a mantener la situación lingüística tal y como ha sido hasta el momento.
Los términos oscuros, por lo menos en poesía y en religión, son puertas que el
receptor percibe, en la mayoría de los casos, de manera distinta con respecto a la cual
percibe habitualmente los términos cotidianos. Una estructura compleja genera una
reacción similar, porque impide darse cuenta del rumbo que se sigue al recibir un
mensaje. Pero se trata estrictamente de una cuestión de dominio: una cadena verbal
realiza una elaboración dentro de la mente del receptor, a diferencia de lo que ocurre con
las imágenes percibidas a través del sentido de la vista, el cual genera la ilusión de que lo
percibido no es un fenómeno mental, sino la consciencia de algo exterior al cuerpo.
Esta noción de figuras como transformadores de sentido aprovecha distintos
elementos que surgen de las anteriores:
Montes 68
• Las nociones que consideran a las figuras como recursos persuasivos, como
ornamentos y como inductores de extrañamiento, respectivamente, y, a través de
esta última, la que las considera desviaciones, establecen que, a partir de
desplazamientos a lo largo de los diferentes grados de arbitrariedad que el
lenguaje hace disponibles, cada figura produce un efecto. Un avance sobre dicha
noción deja patente, no obstante, el que toda emisión verbal, e incluso su ausencia
en un contexto lingüístico, lo genera (López Eire 44). Así, y por citar sólo un
caso, es posible concebir el silencio como figura, y por eso se le atiende a este
recurso en el capítulo 4.
• La noción que las considera resultado de operaciones, por su parte, nos muestra
que dichos efectos son producto de acciones de modificación que subyacen en la
estructura mental de los involucrados en el acto lingüístico.
• Asimismo, si se les considera como operadores, veremos en las figuras las
posibilidades no sólo para actuar sobre el lenguaje, sino también sobre otras
mentes y, a través de ellas, sobre el mundo.
Por lo anterior, podemos concebir a las figuras no sólo como efecto del trabajo generativo
del lenguaje, sino como transformadores del sentido que éste pone a nuestra disposición,
de manera abierta a combinaciones que no deben quedar condicionadas por la costumbre
o la frecuencia de ciertos usos determinados. Al respecto, toda expresión lingüística
produce un efecto y, por ello, constituye un acto de habla que se realiza, el cual cuenta
con la facultad de mover los sentimientos y de cautivar a las masas (López Eire 21); por
otra parte, Aristóteles, en la Retórica, al presentar y definir los tres géneros de arte
Montes 69
oratoria que en sus tiempos existían, judicial, deliberativa y epidíctica, estableció con
claridad que en el discurso retórico intervienen tres elementos: el que habla, aquello de lo
que habla, que implica el contexto, y aquél al que se dirige, que es el objetivo final del
discurso (15). En este sentido, concibiendo al oyente como juez, el orador intenta, al
pronunciar su discurso y a través de su realización, conseguir la aprobación de quien le
escucha mediante estrategias en cada género oratorio; es decir, realiza un acto de habla
ilocutivo, que es aquél con el que su ejecutante no sólo dice sino que además manifiesta
lo que quiere decir, o a dónde quiere ir a parar, teniendo en cuenta el contexto y el
individuo al que se dirige, cuya persuasión constituye el objetivo principal de su
operación. En el caso del discurso judicial, por ejemplo, el orador habla dirigiéndose a los
conciudadanos jueces (Retórica 43), ante el tribunal de justicia, el contexto, sobre un
asunto que tuvo lugar en el pasado, para convencerles de la culpabilidad o la inocencia de
un acusado. En este género de discurso, el orador emplea el argumento de la verosimi-
litud, y busca lograr la compasión del jurado. En el discurso deliberativo el orador se
dirige a sus conciudadanos en la asamblea para proponerles, en su calidad de jueces o
arbitros de la gestión en materia pública, quienes pueden, con su voto, aceptar o rechazar
una propuesta, una realización determinada. Es decir: interviene para aconsejarles la
adopción de una resolución concreta en el futuro (15, 16). Debe, de este modo, poner en
práctica la estrategia de mostrar, a lo largo de su discurso, un carácter patriótico, interesa-
do únicamente en el bien común. En el discurso epidíctico el orador se dirige al oyente,
que es primero espectador y luego juez de la habilidad oratoria del ejecutante, pues dará
un veredicto sobre ella después de haber recibido su producto, el discurso, por el que la
juzga (36). Estamos, en el discurso epidíctico, muy cerca ya del discurso literario, dada la
Montes 70
idiosincrasia de este género oratorio, en el que el receptor es un juez que, previamente a
la emisión de su juicio o veredicto, disfruta del placer estético que le produce la pieza
oratoria para tal fin concebida y compuesta y realizada por el orador:
Es, pues, aconsejable que en este tipo de discurso, en el que nada hay que probar salvo la
competencia o brillantez del ejecutante, que el orador se desmelene a fuerza de emplear
cautivadores embellecimientos. (Retórica 40)
Entre ellos, el discurso retórico epidíctico es un acto de habla próximo al literario. Estos
actos de habla literarios se hallan provistos de su contexto y cargados de fuerza ilocutiva,
aquella que procede de la voluntad o intención del hablante, por lo que resultan en todo
comparables a los actos de habla usuales de todos los días. Así, el texto narrativo literario
es formalmente idéntico a las llamadas "narraciones naturales" que espontáneamente se
ofrecen sin pretensiones literarias, y que estudió con profundidad, entre otros, el
sociolingüista W. Labov.
En el acto de habla literario, que es un acto de habla real, no ficticio ni mimético,
sino entero y verdadero, aparecen características particulares: la fuerza ilocutiva del acto
de habla literario arranca de la voluntad del emisor o autor que invita al oyente a ponerse
en una determinada situación, a contemplar el contexto que va en el texto transmitido, y a
aceptar sin cuestionar el grado de plausibilidad de lo comunicado. Es como si todo poema
o toda novela llevase implícita, antes del primer verso o del primer capítulo, una orden,
un contrato o una propuesta de acuerdo para el receptor, con la intención de que éste se
deje llevar por la emisión que está a punto de recibir. El contexto del acto de habla
literario va dentro del propio texto. Es el marco de la escena animada tejida en un tapiz
Montes 71
que vamos contemplando poco a poco a medida que lo desenrollamos, sin olvidar que
contemplamos no una escena natural, sino la trama de un tejido. Vamos viendo la acción
central representada y a la vez el espacio del tejido en que se sitúa y se desarrolla,
elemento importante e incluso imprescindible para entender la acción y disfrutar en su
contemplación. La necesidad, a la que se ve constreñido el autor, de fijar la atención del
lector, a quien se dispone a deleitar, asombrar y captar, y su seguridad de que el receptor
aceptará este acto de habla, explican las peculiaridades características del texto literario
(López Eire 49). Jakobson, por su parte, propone en sus Ensayos de poética que la visión
del mundo propio del realismo ingenuo es compartida actualmente por múltiples terrenos
de la ciencia y la filosofía. Esta herencia, nos dice, se ha transmitido a través de la
literatura (7-22).
Las anteriores reflexiones nos muestran que:
• Puesto que sus facultades pueden ser aprovechadas por muy distintas actividades
humanas, las estrategias verbales no deben clasificarse conforme a condiciones
culturales, ni a esquema inductivo alguno.
• La clasificación más adecuada para las figuras es de naturaleza deductiva y, por
ende, deberá basarse en las operaciones que la mente humana realiza para
crearlas.
Como ya hemos visto, la retórica clásica traza un análisis esquemático de las cualidades
que confieren credibilidad y, por tanto, poder persuasivo al orador, tales como la
prudencia, la virtud y la benevolencia, y una breve descripción de las reacciones emotivas
que se han de provocar en los oyentes, como la ira y la mansedumbre, el amor y el odio,
Montes 72
la valentía y el temor, la vergüenza y la impudicia, el favor y la gratitud, la piedad y la
indignación, la envidia y la emulación. Se trata, por tanto, de un estudio de los medios de
la persuasión subjetiva, apoyado en la consideración global y totalizadora de la naturaleza
humana, en la cual el hombre es razón y pasión, y en una comprensión correcta de la
persuasión: persuadir es transmitir, más que ideas, estimaciones valorativas, y esto
constituye una de las principales facultades no sólo del lenguaje verbal, sino de cuantos el
ser humano posee. Al respecto, Foucault nos advierte que toda sociedad cuenta con
procedimientos para controlar y dominar el poder de los discursos. A tales reglas las
denomina procedimientos de exclusión {Verdad y poder 11). Se distinguen entre dichos
procedimientos dos clases, internos y externos, cuya diferencia principal estriba en quién
domina su uso y aplicación en el discurso, y con respecto a los cuales es oportuno
destacar lo siguiente:
• Foucault califica al comentario como "una especie de nivelación entre discursos"
(21), que consiste en disimular la idea principal a lo largo del discurso para
reafirmarla al final. Este recurso puede ayudar a disminuir o maximizar el efecto
de choque que tendría el objetivo del autor; es decir, el comentario mueve a la
acción.
• Otro principio se refiere al autor. No el autor como quien enuncia el texto, sino
como "principio de agrupación del discurso, como unidad y origen de sus
significaciones, como foco de su coherencia" (24).
• Finalmente, Foucault distingue un tercer procedimiento que denomina disciplina.
"La disciplina es un principio de control de la producción del discurso" (31) que
fija sus límites por el juego de una identidad.
Montes 73
Por su parte, en el conjunto de los procedimientos de exclusión externos aportados por
Foucault es conveniente recordar los siguientes:
• El más evidente, el de lo prohibido, el tema tabú (11).
• La separación y el rechazo, como herramienta para "callar" a lo prohibido, tal
como ocurre con los argumentos de "locura" (13).
• El tercer procedimiento externo es la oposición entre lo verdadero y lo falso, se
sirve de un "soporte y una distribución institucional" que proviene del grupo en el
poder (16-18).
Después de destacar la importancia de descubrir los procesos mentales implícitos a los
actos verbales, recalca Teun Van Dijk que la psicología social y los estudios de la
comunicación de masas examinan cómo un individuo es influido por el discurso de otro y
cómo grupos de individuos son así influidos por procesos de comunicación pública en el
contexto social {Estructuras y funciones del discurso 98), cómo cambian las actitudes y
las creencias por la comunicación verbal. Y, más allá, extiende la aplicación de este
enfoque a los estudios literarios: "La literatura no puede ser debidamente descrita sin
comprender las propiedades más generales del uso de la lengua y del discurso" (117). Y
agrega:
La consecuencia psicológico-social de la naturaleza pragmática de la literatura es que,
efectivamente, los lectores no leerán un discurso literario con el objetivo principal de
obtener información específica, de aprender algo, o de ser persuadidos de actuar de cierta
manera. El procesamiento del discurso literario se para, por decirlo así, después de la
comprensión y la evaluación. Esta clase de procesamiento parcial en los contextos
Montes 74
rituales es uno de los rasgos distintivos de lo que generalmente se llama la comunicaciónestética (134).
El estudio de este efecto sobre audiencias es abordado por la pragmática lingüística, que
concibe al emisor de un mensaje generando un texto emanado de una intención y
adaptado a un contexto, a lo largo de un acto de habla con el que pretende cambiar la
situación psíquica y mental o cognitiva del receptor y, con ello, influir decisivamente en
su voluntad de acción; la mente posee un poder activo y no sólo pasivo, y las creencias
constituyen reglas para la acción. En este proceso, la función del pensamiento es la de un
peldaño en la producción de acciones y de hábitos.
La particular importancia de la acción que predica el pragmatismo revitalizó la
filosofía de la acción y, consiguientemente, la filosofía del lenguaje que, al interesarse
por lo que se puede hacer con las palabras16, condujo directamente al planteamiento de la
teoría de los actos de habla de acuerdo con la cual el lenguaje sirve fundamentalmente
para pensar, para diseñar, para expresar, para interactuar con otros, para actuar, para
influir en los demás o en el mundo. Esta lista resulta de enorme utilidad para proponer un
nuevo catálogo de funciones del discurso, las cuales corresponden a las distintas
funciones del nivel discursivo de nuestro Poliedro:
• Pensar
• Expresar
• Comunicar
• Transformar el pensamiento o la conducta de un receptor
• Transformar el contexto.
16 Ver Austin, J. L. Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, 1988.
Montes 75
Así, el lenguaje nos ofrece amplios territorios para la elección de alguna función del
discurso, así como de las operaciones adecuadas para elaborar los artificios lingüístico
discursivos necesarios para ejercer esos transformadores de sentido. Las figuras literarias
tradicionales no son, en este caso, usos especiales del lenguaje; representan, más bien, tan
sólo una zona del vasto territorio retórico que es la totalidad del lenguaje, todo el cual nos
ofrece diversas posibilidades de sentido, la mayor parte de los cuales ni siquiera han sido
detectados por nosotros, sus usuarios. Estas posibilidades, hay que aclararlo, no tienen
por qué constituir siempre efectos sobre un receptor; también es una posibilidad de
transformación el acomodo de estructuras y elementos verbales a la manera en que el
autor o emisor, o el pensante, lo desea, sin considerar, a diferencia de las dos nociones
anteriores, en quién las va a recibir, o si alguien lo hará. Dado lo anterior, las
implicaciones de esta noción tienen una importancia no sólo referencial, sino también con
respecto al dominio del ser humano sobre el universo en que se encuentra. El poeta es,
nos dice López Eire, como un hechicero o encantador que con la palabra produce
especiales efectos anímicos en sus oyentes (31, 32).
Con respecto a lo anterior, Nietzsche (ca. 1872) plantea una ampliación filosófica
que impacta no sólo al área de las figuras tradicionales, sino al lenguaje en su totalidad.
El lenguaje, nos dice Nietzsche, es retórica:
Las verdades son ilusiones que hemos olvidado que lo son, metáforas que se han gastado
y que han perdido su fuerza sensible, piezas de moneda que han perdido su relieve y que
se las considera no como piezas de valor, sino como metal {El libro del filósofo 7, 8)
Montes 76
La norma y las reglas, habitualmente, deben su origen al consenso en el uso, y al apego
frecuente de los usuarios a dicho consenso, con lo que se comprueba su aceptación por
parte de los hablantes. A partir de que dicho paso ha sido dado, un proceso de
institucionalización en el cual juegan un papel decisivo las academias de la lengua, los
alfabetos, los vocabularios, los diccionarios, las gramáticas, las universidades e incluso
los medios de comunicación. Con base en lo anterior, el proceso más común para la
generación de figuras consiste en que un usuario parte del código ya aceptado y ya
consensado para, sacando provecho de los diferentes grados de arbitrariedad y los
distintos niveles de motivación que los signos presentan, aplicar las operaciones de
modificación que veremos más adelante, en busca de una transformación en el sentido.
Estas figuras, una vez en uso en el habla cotidiana, pueden reiniciar el ciclo, con lo que
tenderán a la gramaticalización.
En el mismo orden de ideas, pero realizando una extensión de esta afirmación,
esta consideración de las figuras como transformadores de sentido, y del lenguaje
completo como un vasto conjunto de figuras, nos revela implícitos y presuposiciones, así
como manipulaciones estilísticas, que los seres humanos utilizamos para diseñar nuestra
historia a través de mensajes subyacentes, los cuales se traducen en pensamientos,
conocimientos, arte, comunicación y otros comportamientos, entre ellos autoritarismo,
consumismo y rebelión.