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Pequeño libro de narraciones cortas:(Una mirada a las posibilidades inmediatas.) 10 Cuentos después del cambio. Literatura Alternativa. e-MARO.

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Pequeño libro de narraciones cortas:(Una mirada a las

posibilidades inmediatas.)

10 Cuentos después del cambio.

Literatura Alternativa.

e-MARO.

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Pequeño libro de narraciones cortas: (Una mirada a las posibilidades inmediatas.)

10 Cuentos después del cambio.

Literatura Alternativa. Autor: e-MARO. Ciudad de La Habana. Cuba. 2011. Contenido:

I- Pepe, el bodeguero. II- Juan, el taxista. III- Edy, el bicicletero. IV- Francisco, el locutor. V- María, la ginecóloga. VI- Artemio, el periodista. VII- Ulises, el ministro. VIII- Pedro, el policía. IX- Cucusa, la prostituta. X- Manuel, el ciudadano.

(Pudieron haber sido muchí simos ma s.)

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PENSÁNDOME UN POCO. Yo entonces muy probablemente hubiera sido como ellos. Partido Comunista. Mella. La Universidad. Derrocamiento de Machado. La Porra. Hubiera estado contra Batista con Chivás. Habría tirado tiros, puesto bombas y lanzado propaganda. Seguro. Hoy mi nombre estaría en algún estadio de béisbol alguna fábrica y ya nadie se acordaría de mí. Para esto tendría que haber nacido en La Habana de entonces. Tal vez estaría ahora junto a Fidel asustado sintiéndome culpable por décadas de errores, complicidad, silencio en buenas aras pero aún leal. Mas me tocó nacer después y sigo siendo el mismo que me dictan mis genes, alocado, inteligente, buscador, solitario, pero siempre fiel en el lado donde está la aventura la honestidad, el humanismo, la verdad y el amor. Soy hoy igual cuanto pude haber sido ayer.

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I- PEPE, EL BODEGUERO.

Pepe cerró su bodega empujando la pesada puerta de madera que se desplaza lateralmente y deja incomunicado el mundo interior del exterior bullicioso y oscuro. Es tarde y Pepe se siente muy cansado, pero está contento. Hoy ha sido un día muy bueno. Observó a su alrededor tomando una última imagen fotográfica en su cerebro sobre la disposición de los blancos sacos de arroz americano cercanos a los marrones de azúcar prieta y los crema claro de la blanca. Cuelgan del techo bacalaos y tasajos secos que aguantan bien la alta humedad de esta isla. También tiene frutas secas y frescas en racimos como higos, dátiles, uvas, ahora arropadas en celofán para que no se gotee su jugo y propiciar una mejor apariencia ante el consumidor. El laterío colma los estantes que cubren las paredes. Se sonríe ante la variedad de colorido y marcas de la actualidad. Ningún gallego puede haber soñado con una bodega tan lustrada como la suya, pues antes de 1959 no abundaban las marcas como hoy; el plástico, y las litografías no contaban con imágenes e impresiones tan buenas, no eran tan despampanantes y eficientes a la vista, incitando con colores a los comensales más reacios a las conservas. Le agrada su bodega. Ama a su establecimiento como si fuera su mujer de ahora, aunque pensándolo bien, el compromiso con los víveres es más serio y duradero que la pasión física y puede que hasta el mismo amor. Echó un último chequeo visual a la caja contadora ultramoderna y tecleó el código de seguridad de once dígitos en la alarma electrónica. Apagó la luz y se fue a la trastienda. A un lado se amontonan las cajas de cartón aún selladas, muchas de ellas recién llegadas respondiendo a los pedidos automáticos de la caja registradora, la cual mantiene una contabilidad exquisita, deduciendo las salidas del stock del almacén y decidiendo cuándo estaban las reservas bajas. Entonces pedía ella a los abastecedores mayoristas con su voz electrónica también automatizada. Él es el único empleado y dueño de este negocio tradicional de nuevo tipo, o un negocio viejo con nuevas tecnologías, como les agrada decir a los vecinos curiosos. Algunas botellas de baja le hicieron un guiño de luz desde el rincón de las mermas. Estas las devolvería o las obsequiaría a algún necesitado. A la derecha está la pared de su pequeño departamento residencia que se había separado del local general con un poco de madera artificial y alguna estructura de aluminio. Abrió la puerta y el aire acondicionado pegó fuerte en la cara debido al largo tiempo que la habitación ha permanecido cerrada. Se lavó las manos y el rostro en el diminuto baño del rincón de la izquierda y puso sobre la cocinilla la cafetera automática que le daría dos tazas de expreso. Suficiente para la noche. El café ya no le provoca más insomnio como cuando lo tomaba en grandes cantidades para mantenerse despierto en los días de universidad o en los primeros meses del negocio. Ya acomodado en la salita echó un vistazo a los varios canales de televisión, pero no le interesó nada. Apagó el equipo y el panel completo se esfumó en un gris opaco contra la pared. Tiró el control remoto sobre el sofá y decidió por la computadora. Navegaría un rato por algunos rincones de la Internet hasta cuando el sueño le venciera, revisaría su correo.

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Mañana sería un nuevo día seguramente muy largo y tedioso, pero su trabajo le agrada. Es su propio dueño y su solo jefe. Muchas personas que lo conocían habían puesto en duda el éxito de su empresa a estas alturas de la historia. “¡Una bodega al estilo de los peninsulares en la Cuba de los tiempos de la colonia! ¡Tú estás loco, Pepe!” Había exclamado su aún no olvidada esposa. Era la época cuando a Cuba se le extinguía el socialismo y comenzaba la etapa democrático centrista que tanto se ha desarrollado. Los nuevos gobiernos se sucedían con regularidad cada cuatro años y no existía ya el temor al retorno a la fase del oscuro socialismo donde tantos sueños y buenos deseos se habían quemado en el desastre y la ineficacia. Pepe recordó aquellos días iniciales mientras se reclinaba en su silla giratoria colocándose los audífonos. Qué alegría de tumulto cuando a mediados del Congreso del Partido Comunista El Presidente declarara finalmente fracasado el experimento de la instauración del socialismo en Cuba. La amargura del desastre y la profunda bancarrota del gobierno y toda la nación, le habían llevado a pronunciar un triste y desalentador discurso donde reconocía el mal papel que habíamos hecho ante la humanidad y esto parecía colgarle sobre los hombros, parecía abrumarle el fracaso del experimento social donde se había pedido el esfuerzo de tantas generaciones afectas y crédulas. Pero el cambio a transición no había sucedido tan bruscamente. Tomó unos años para que las personas fueran adquiriendo conciencia sobre la verdad y la esencia equivocada de los postulados marxistas. Fue una difícil y progresiva transformación de la mentalidad colectiva de los grupos humanos donde el medio realmente parecía funcionar. El comunismo solo aparecía como bueno en los textos confeccionados por sus furibundos seguidores, hasta cuando los insistentes fracasos les hicieron recapitular y comenzar a ver las cosas desde otras perspectivas. Recuerda Pepe como aquellos días iniciales todo era alegría, íbamos a realizar una revolución para eliminar a la anterior ya muerta. Se necesitaba revolucionar de nuevo a la nación, sacudirla de su letargo de medio siglo de ineficiencias, malas cuentas y peores resultados. Entonces fue como si hubiesen encendido otro sol adicional, o existiera más diafanidad en las cosas que nos rodean. Todos parecíamos contentos, o casi todos. No quienes se habían visto obligados a devolver los bienes no muy claramente obtenidos, u otros quienes intentaron escapar en algún vuelo de última hora hacia cualquier parte donde no les pudiese perseguir la ira de los nacionales liberados de su miedo. Las personas parecían más alegres y desenvueltas. Nos volvíamos a saludar con los buenos días en las calles y los pasillos de las oficinas. No alcanzaban las tiradas de los nuevos periódicos para reportar las constantes noticias del cambio de aquello, o la derogación de mas cual ley cruel y estúpida. Los jóvenes se buscaban afanosamente en las listas de pedidos de personal para nuevos empleos. Los salarios crecían a la par de la economía ahora floreciente, con infinidad de nuevos negocios y nuevas oportunidades para quienes desearan realmente trabajar y progresar. Los cubanos hacíamos gala de nuestra cultura y nuestra explosividad empresarial. Pronto competíamos de tú a tú con los norteamericanos que arribaban a nuestra isla tras el olor de pastel recién sacado del horno y aun totalmente virgen. Había que reedificar una nación partiendo nuevamente desde cero, ahora con la enorme ayuda de un nuevo Plan Marshall cuando se fueron los comunistas.

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Pero Pepe había añadido otra variante en su negocio: Tradición con nuevas tecnologías y había tenido éxito. Pepe intuyó que los nacionales añoraban muchas cosas de pasados tiempos mejores, como los pequeños negocios en las esquinas de las antiguas cuadras, como los eternos bares y sempiternos bodegueros renuentes a fiar, así como la vida sencilla y relajada en cada cuadra donde los transeúntes y vecinos se sentían seguros, no los enormes e intimidantes centros comerciales que aparecían de súbito en el ámbito geográfico de la Ciudad. Eligió un barrio nuevo en la ya demolida Centro Habana y montó su espectacular negocio de una bodega tradicional. Había logrado fácil un buen crédito en uno de los nuevos bancos privados y los ferreteros y almaceneros mayoristas le proveyeron para todas las necesidades y gustos. Pepe se colocó una boina española y un delantal blanco. Su bondad, prontitud y trato amable hicieron fama y pronto toda la cuadra estaba comprando en la “Ultrabodega de Pepe.” Él solícito atendía, y los clientes escogían. El servicio es personalizado y siempre los muy pobres se iban con su poquito. Lástima que su esposa no había querido apostar con él. Se había marchado a laborar a una nueva gran corporación turística. ¿Qué es eso de estar de mujer de un bodeguero por exitoso que pareciera? De todas formas la tradición y la añoranza hicieron presa en la generación que lo había perdido todo tan bruscamente y jamás habían visto llegar el tan anunciado desarrollo. Pepe supo explotar el filón nostálgico e hizo sus muchos ahorros. Ya comenzaba a cansarse en exceso y llegaría el momento de colgar los guantes. Vendería su bodega y se iría a pasear por el planeta, a darse los sencillos placeres que nunca soñó y que el sistema social donde había vivido y crecido parecía prohibirle, o sencillamente le negaba. Suavemente se quedó dormido sobre su silla ergonómica y su computadora se apagó automática. Unas lucecitas parpadeantes titilaban en los equipos conocidos, prestos a saltar a la vida al menor comando o deseo de su dueño. Pepe dormía en un mundo mejor y se levantaría temprano para hacer lo que siempre había querido hacer durante toda su existencia: Laborar para él mismo al servicio de los demás.

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II- Juan, el taxista.

Juan siempre ha sido taxista, más bien botero de carro viejo que en realidad nunca pudo poseer completamente por lo caro que costaba este tipo de tanque de guerra civil que los cubanos preparaban para guerrear entre las ruinas de las ciudades y los huecos enormes en las calles producidos por los misiles del tiempo y la desidia. Habíamos aprendido que los autos americanos de las décadas del cuarenta y cincuenta son inextinguibles, renacibles y recuperables. No existía desastre mecánico que no pudiera ser reconstruido por los artesanos expertos en la magia del invento. Como el Ave Fénix eran transformados en limosinas de tres o cuatro asientos, taxis limosinas o Limotaxis mejorados que cargaban más de diez personas con un chofer de alquiler. Pero aquello desaparecería tras los primeros embates del capitalismo. No los taxistas, los cacharros. Juan es un pobre diablo quien conduce diariamente unas diez horas el prestado almendrón por todos los huecos de la Ciudad de La Habana. La mitad del dinero va a un dueño quien no hace nada, pero posee varios de estos artefactos en pleno socialismo del siglo 21 o de Fidel. Un día Juan se enteró de que existía un nuevo banco y que ya estaban arribando los primeros ferris, otra vez procedentes de los Estados Unidos, cargados con autos nuevos para venderlos ahí mismo en el puerto, tal era la demanda. A Juan le saltó el corazón de alegría cuando obtuvo a crédito su coche cero kilómetros. Lentamente las cosas en la calle comenzaron a cambiar, las personas también. Los taxis dejaron de tener rutas y no fueron más colectivos de a diez o veinte pesos. Juan no se veía obligado a estacionar en las esquinas ilegales para ahorrar el caro combustible. Los clientes le paraban a cortos tramos. Últimamente nunca avanzaba vacío más de una manzana. Los locales visiblemente ya contaban con recursos. El dinero valía ahora los servicios que necesitaban. Juan comenzó a intuir un imperceptible pero fuerte cambio en el comportamiento del cubano. Ya no sentía aquella agresividad casi a flor de piel que estallaba con el más leve roce y que había caracterizado a los últimos años socialistas. Se eclipsó aquella animosidad de los defensores del sistema hacia las clases bajas, el desdén de los poderosos hacia sus súbditos aunque los primeros montaran poco en los almendrones. Los cambios iniciales comenzaron muy sutilmente con el paso de los meses. Las personas se transformaban. En la medida como mejoraban los empleos y los salarios, mejoraba el nivel de existencia. Los seres humanos se tornaban más amables y menos temperamentales. Comenzaban a reaparecer los modales, las sonrisas, las propinas. Juan podía encontrar ya en los clientes que abordaban su auto nuevo señales de una mejor calidad de vida, mejores ropas, perfumes, y todos tendían a ser más comprensivos, compasivos y pacientes. Las personas parecían más elegantes, más ecuánimes. Juan se había regalado un Toyota en el primer concesionario que abrió en la Habana. Esta marca japonesa sin ser un vehículo de lujo por sus dimensiones, posee una

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durabilidad y confiabilidad elevadas que lo hacen de alto estándar. El coche de lujo de los pobres, lo que había sido una vez el Lada en peores tiempos, ahora en vías de extinción después de haber rodado por cuarenta años como el máster por las calles de la ciudad. Por alguna razón el nuevo gobierno electo había decidido oficializar de nuevo el dólar como moneda nacional y con las nuevas leyes las inversiones extranjeras frescas llegaban como lluvia de verano. El combustible no se ha encarecido mucho mientras las tarifas oficiales son generosas. Se puede vivir. Juan gusta de levantarse temprano para laborar las horas pico del amanecer cuando el transporte aún no da abasto. Juan se siente feliz al notar la aparente felicidad de las personas en ruta al trabajo. Ya ha concluido la etapa de la amargura donde los temas recurrentes de conversaciones espontáneas versaban sobre las espantosas condiciones laborales y los casi inexistentes salarios en aquellos pesos regulares literalmente inusables. La nación renace todas las mañanas como ese sol que encandila a cada vez menos caminantes desocupados, o haraganes estacionados en las esquinas habituales. Hay mucho que hacer para reconstruir más de sesenta años de abandono y los brazos no alcanzan. Juan se alegra de zigzaguear ahora por las nuevas avenidas ante las obstrucciones por los sitios de construcción donde se yerguen los impresionantes nuevos rasgacielos que ocupan manzanas enteras en la otrora zona de Centro Habana, ya liberada de sus escaras y escombros. Juan está contento con el giro de la vida a final de su existencia. Las personas, como una amnesia colectiva espontánea, se esfuerzan por olvidar rápidamente los malos tiempos, las constantes campañas políticas, las cortedades, las permanentes cacerías de brujas, las miserias. Ayer había montado a un par de jóvenes y Juan les había preguntado al azar cómo recordaban al período socialista-comunista. Uno de ellos saltó sobre su asiento muy asombrado y expresó jubiloso: “¡No jodas que hubo socialismo en Cuba?”

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III- Edy, el bicicletero. Edy es un diablo pobre que había nacido en los últimos años de la primera etapa capitalista en Cuba que duró desde 1902 hasta 1958. Sus primeras imágenes de vida pasaban por algunas escenas felices que se le habían grabado muy fuerte en su pequeño cerebro de entonces. Su padre había sido un simple obrero de una fábrica cercana y su mamá tan solo una sencilla ama de casa-costurera quien laboraba en los momentos libres que le permitían los tres varones que educaba como podía, pero Edy recordaba a una familia feliz. Una noche aún no amanecido el día de reyes, lo despertó un ruido en la cocina como de objetos de metal que golpeaban accidentalmente. Todos los días su papa era el primero en despertar para preparar el café, y detrás seguía la madre en la misión del desayuno para todos. Ella era muy bella, y joven, y vivaracha con unos ojos de ensueño y una alegría contagiosa por la vida. Siempre con un proyecto diferente. Papá, buen mozo y muy organizado. A Edy se le aceleró el corazón mientras desde su posición aún acostado escuchaba los ruidos y supuso que sus padres finalmente le armaban una bicicleta que le habían comprado, solitarios en la cocina. Este era su eterno sueño. Se salió de la habitación sin puertas y se acercó en silencio y excitado por entre las otras camas de los dormidos hermanos. La puerta de la cocina estaba entrecerrada y Edy tuvo que esforzarse para poder ver por la rendija sin levantar sospechas y que los reyes magos le pudieran colocar su regalo debajo de la cama. Sus padres se besaban. No había tal bicicleta. Nunca la hubo hasta cuando ya mayor el gobierno le vendió un enorme artefacto pesado como medio de transporte ecológico. Era una bicicleta de la marca Flying Pigeon, con un peso de 57 libras, pero con capacidad de carga de trescientos kilos. ¡Qué desilusión ante su no realizado sueño! Su padre era un obrero y no podía pagarle semejante lujo, aunque se vivía bien en la casa. Gastaba trajes de buen corte, zapatos de dos tonos marca Amadeos, contaba con una excelente colección de corbatas anchas y se iba los fines de semana a tomar algunas cervezas con los amigos a los bares del pueblo, nada realmente nuevo o extraordinario en la clase obrera de entonces. La bicicleta nunca fue prioridad realmente. De todas formas la imagen de sus padres besándose en medio de la cocina sin sospechar que alguien los vigilaba, se le quedó grabada para toda la vida. A fin de cuentas mejor regalo que alguna bicicleta, aunque de momento no supiera si sonreír o ponerse a llorar por la leve lección de sexo en vez de su regalo imaginado. Décadas después alguna pareja besándose intempestivamente en público le devolvía automático la imagen feliz a la mente. Ellos se fueron justo cuando el final de sus vidas los separó. Para Edy esta es la idea que guardaba del próspero capitalismo de los cincuenta que asociaba en su mente con el bienestar y la tranquilidad en un pueblo de campo.

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Después llegó con conmoción telúrica el socialismo y todo comenzó a rodar cuesta abajo. No cesó de hacerlo en los últimos sesenta años. Edy también fue un obrero, pero nunca pudo comprar o usar algún traje ni, como su padre, lograr una buena colección de corbatas elegantes. El socialismo solo fue mucho entusiasmo político en los inicios, mucha propaganda constante y anonadante, más de un millón de promesas incumplidas de bienestar y prosperidad. Al final todo se tradujo a corrupción, malos negocios y pésimos gobernantes. Cuando comenzó la gran crisis final del Período Especial, Edy seguía con su bicicleta china que le costó de inicio la pérdida de treinta y ocho libras de peso debido al pobre respaldo de la paupérrima alimentación. Después afortunadamente se estabilizó en el peso, aunque se mantuvo flaco. Sus amigos le llamaban Edy el bicicletero, pues hablaba constantemente de montar un taller para reparar estos artefactos. Ya tenía familia en los días trágicos y difíciles cuando no contaba con casi nada y aún menos que llevar a la mesa de la cena. Como un reflejo automático de salvación de su estabilidad emocional y síquica, sacaba automáticamente la imagen de su mamá y su papá besándose muy temprano dentro de una cocina cerrada con olor a café recién colado mientras amanecía. Ya no le importaba que no hubiera bicicleta en la escena sugerida a su deseoso cerebro por el errático golpeteo de los cacharros sobre el fogón. La paz, el olor y el amor de la escena le valían por un remanso tranquilo para algunas horas de sosiego, aunque ahora no hubiera café ni nada que llevarse a la boca y sus padres definitivamente no estuvieran en la cocina. Ellos se han ido sin siquiera sospechar como él alguna vez los había espiado a través de la rendija luminosa de la puerta entreabierta, juntos en aquel beso salvador que de tanto le servía ahora y que tan bien le devolvía la confianza en la bondad del ser humano. Un día raro todo cambió en el entorno sociopolítico. Era como si de repente hubieran encendido una estrella adicional en cada noche oscura. Edy pudo finalmente montar su tallercito para reparar bicicletas y compró herramientas nuevas que le había autorizado un nuevo banco de créditos. Contrató más tarde a un par de amigos y ocupó toda la sala de la casa. El entorno social se transformaba aunque Edy no entendía mucho de gobierno. Algunos años más tarde Edy pudo compararse una buena colección de corbatas para las ocasiones especiales, ya que en esta isla tropical regresaban a usarse los elegantes trajes después de sesenta años de olvido en el vestir proletario. Su madre y su padre continuaban besándose en la cocina semioculta con olor a café recién colado y ninguna bicicleta, pero felices, predominando la imagen en el banco de las cosas buenas que se atesoran en el corazón.

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IV- Francisco, el locutor. Frank ha sido siempre un tipo muy activo. Cubano clásico en su físico podía pasar por un perfecto español. Había nacido con la revolución de Fidel y se había educado en ella repitiendo los mismos eternos slogans, el querer ser como un controvertido argentino a quien hacía mucho tiempo habían matado. ¿Por qué no como Martí? Desde el kindergarten toda la literatura oficial, los programas educacionales, están diseñados para intentar conformar al hombre nuevo, quien a fin de cuentas nadie conoce a ciencia cierta qué es, tal vez algún androide con alta vocación comunista y programación proletaria, pues las demás características humanas que se le achacan como el perfecto partidista de izquierda, militante de esta sociedad planificada, no son atributos que genera una ideología. Un ser humano honesto, honrado, trabajador y buen elemento dentro de la familia y su entorno, son componentes de un ser humano cualquiera, bueno como debe ser, no necesariamente inclinado hacia el bando de los marxistas, tampoco el capitalista, maoísta, etc. Así es cualquier ciudadano, pero Frank creció creyendo que la única salvación para el planeta es el Comunismo como etapa superior del desarrollo humano. Por lo menos eso es cuanto le enseñaban durante las clases de Materialismo Dialéctico, pero le resultaba curioso aún sin incredulidad, cómo los regímenes dictatoriales socialistas, o seudo comunistas como el cubano, se veían obligados a forzar la permanencia de sus sistemas sociopolíticos a favor de unos pocos iluminados, y en contra de una gran marea de disidentes que no acaban de entender. Porque al final del cuento no somos lo eficientes que debiéramos, ni si quiera un poquito, y acabamos como la mala plaga en cada rincón donde caemos. Francisco pasó la primera mitad de su existencia sobreviviendo a duras penas con algo que comer y algo donde laborar. Observaba a su alrededor con ojo crítico y no entendía por qué todas las nuevas iniciativas fracasaban, mientras muchos deseábamos que salieran adelante. ¡Ah el bloqueo imperialista! Eso decían siempre. Pero al final del siglo veinte ya eso a Frank no le bastaba. Comenzó a cuestionarlo todo, a investigar cada rincón de la sociedad desde su puesto de ciudadano común, a escudriñar cada factor de nuestra vida, el ser cubano, quien después de varias generaciones, se había orientado y convertido en ente que todo lo acepta como bueno a pesar de las evidencias en contra. Francisco fue rápidamente pasando de ser un incuestionador amante del marxismo y el socialismo fideliano hacia un disidente de línea dura quien se expresaba con soltura y sin miedo en los más inapropiados lugares. Entonces, en cada esquina donde se detenía creaba un fórum de discusiones, se plantaba en medio de la calle, en la parada de la guagua, en la cola del pan de a medio. Se expresaba con pasión sobre lo que más creía y se sorprendía mucho al inicio cuando se percataba como muchos de los escuchantes involuntarios aprobaban con gusto o a

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viva voz su prédica. Parecía un testigo de Jehová sin biblia en sus sabatinas cacerías de adeptos y miembros para su religión, aunque para él cualquier día es sábado. En algún momento de la historia el gobierno de los hermanos Castro no pudo ser más de ineficiente e inepto y colapsó. Murió. Entonces llegó el tan esperado cambio el cual para Francisco pasó con la boca abierta, emocionado, y con los ojos asustados. ¡Tenía tanto que decir! Estaba tan inspirado con las nuevas oportunidades que se compró una pequeña emisora de radio con un kilo de potencia y se fue a instalarla en la terraza grande del segundo piso de su residencia en la periferia sur de la ciudad. Ya cuenta con alguna experiencia como radio aficionado y atesora una licencia operativa con las sigas CMJH, la cual empleaba para contactar a sus amigos dentro y fuera de la isla. Ya contaba desde el castrismo con una antena de treinta metros de altura soldada a una llanta de automóvil, un walkie-talkie Motorola con cargador, todo el equipo acoplado por un cable coaxial a la antena. Tenía además una pequeña planta transmisora-receptora, pero se esperaba que solo la usara para enganchar conversaciones con otros radioaficionados cuando se acercaba algún desastre natural como los huracanes. Que gusto se dio cuando ya desempleado por los despidos del 2011, un amigo le facilitó el efectivo para adquirir el transmisor y la nueva licencia para operarlo. ¡Ahora es dueño de una planta de radio, pequeña pero potente en su contenido! RADIO DISIDENTE comenzó transmitiendo varias horas de día, mañana, tarde y noche. Él mismo se asignó un programa estelar de dos horas para hablar y comunicarse por los teléfonos con sus oyentes. Su esposa contaba también con un espacio en las mañanas donde hablaba sobre medicina y en especial ginecología: Ofrecía consejos y aconsejaba recursos médicos. También respondía a preguntas de los oyentes relacionadas al tema. Sus dos hijos manejaban las computadoras de la pequeña estación. Francisco comenzó inicialmente a hostigar a la clase media alta que había sustituido a la burguesía que había abandonado el país en los años iniciales de revolución castriana y había pasado ella misma a conformar la nueva burguesía nacional socialista. Aquel mismo estamento que no había deseado cambios en la economía y lo social en la nacionalidad cubana, pues para ellos todo estaba bien, absolutamente bien, viviendo como multimillonarios a cargo del erario público en una nación de trabajadores. Francisco se concentró en denunciar dónde y cómo vivían los altos políticos y neoburgueses, los generales, cómo eran sus residencias y mansiones en los mejores barrios de la ciudad, casas las cuales en casi su totalidad habían sido edificadas en la década del cincuenta. Daba nombres y apellidos, direcciones y locaciones. Desenmascaraba cuando podía los casos de corrupción y enriquecimiento ilícito que veía o comenzaban a reportarle colaboradores voluntarios. Puntualizaba todos los problemas y deformaciones que más de cincuenta años de formación marxista extrema había propiciado en todas las generaciones. Comenzó a combatir verbalmente cada plaga, cada alteración de la realidad provocada a conveniencia de los poderosos, cada nueva palabra que se había inventado con la finalidad de alterar el sentido semántico, cada historia reconformada o reescrita por los poderosos dominantes. Los teléfonos y máquinas digitales dentro del pequeño estudio al sur de la ciudad no daban abasto para la alta afluencia de llamadas y correos electrónicos, etc. Su talkshow se había hecho muy famoso y contaba con un rating fenomenal. Todos

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querían escuchar a aquel loco quien hablaba tan descarnadamente al aire sin detenerse ante convencionalismos o limitantes más allá de la pura decencia. Por supuesto que llegaron muchas amenazas de los afectados, incluso algún que otro energúmeno intentó atacarlo físicamente en la calle. Hubo infinidad de recursos legales en contra de la emisora, pero las nuevas leyes aprobadas recientemente garantizaban todos los derechos ciudadanos, garantizaban que todos, absolutamente todos, se expresaran libremente donde quisieran o pudieran. Síndrome del terror y la autocensura que duraría décadas en disiparse. Una tarde apareció el primer patrocinador voluntario que financiaría esto o aquello. Comenzó a fluir el dinero. Otra buena mañana llegó un empresario con un gran cheque en blanco. La pequeña emisora cambió de lugar, de potencia, multiplicó sus frecuencias para todas las audiencias. Mejoró todo, pero no su actitud y hoy transmite eterna controversial para toda la isla desde dentro de la ciudad. Ya se ha hecho legendario el: “¡Buenas tardes! Es Frank nuevamente ante los micrófonos para toda Cuba y la humanidad. Puede usted llamar y decir sus verdades al universo. Estamos en vivo al aire y online, sin cortes, sin ediciones, sin censuras. No tenemos tema, el tema lo pone usted. Adelante y llame…las frecuencias de Radio Disidente están a su servicio incondicional.”

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V- María, la ginecóloga.

María es una señora aún muy elegante a pesar de sus más de cuarenta y cinco años de edad que le han hecho engordar un poco, pero aún conserva su figura primigenia que tantos admiradores le acercó. De todas formas ella aún cree que tiene veinte, o mejor 23, como cuando se graduó por primera vez de Doctora en Medicina. Les sucede a muchas señoras que ven su figura con disgusto más allá del cumpleaños treinta. Después, a los veinticinco llegó el título más rimbombante de Doctora especialista en Gineco-obstetricia en la antigua facultad de Ciencias Médicas en Siboney. Mary tiene una amiga que se llama Odalys. Esta es flaca, hiperactiva y temerosa de todo. Esta flaca vive dentro de un universo permanente de incertidumbres, temores irracionales y melancolías cercanas a las depresiones. Ahora está muy preocupada por el cambio. Poco antes de que cayera el gobierno-dictadura de los Hermanos Castro, Odalys había quedado cesante en su trabajo como peluquera y manicura en uno de los salones cerrados porque nadie deseaba hacerse cargo de su manejo en forma arrendada o cuentapropista, ante los onerosos e irracionales impuestos que obligaba el estado policial. Este cuentapropismo en Newspeak, es la palabra que el gobierno de los Castro había inventado para no tener que usar la aborrecida de propiedad privada, la cual no aparecía en nuestra constitución socialista de 1976. Mary había laborado casi toda su existencia en un hospital general relativamente cercano a su domicilio. El trabajo allá era horrible. Todas las mañanas tenía que caminar unos cinco kilómetros hasta el lugar donde estaba instalado su consultorio dentro del centro asistencial del gobierno, pues no existía la medicina privada desde 1959. Allí había adquirido una buena reputación como ginecóloga ultraespecializada en cáncer cérvico uterino a pesar de las inconveniencias y enormes carencias del oficio. Ya acumulaba una extensa clientela en todas las categorías sociales. A pesar del cansancio y el sudor provocado por la caminata generalmente al sol y con alta temperatura tropical sobre su cabeza, María se iba directo a la farmacia del hospital con la finalidad de recoger el listado actualizado de medicamentos que el almacenero-farmacéutico le entregaría. Este pequeño documento es imprescindible cada vez cuando terminaba de examinar a una paciente y así poder recetarle con exactitud algo de las magras existencias. En muchas ocasiones se ve obligada a aguzar

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el cerebro para descubrir las alternativas farmacológicas de los medicamentos. No había cosa que odiara más como tener que preguntar a alguna cliente: “¿Tienes algún familiar en el extranjero?” La aludida generalmente se le quedaba observando cómo inquiriéndose qué carajos tenía que ver un pariente en la USA con la ginecología, pero cuando asentía se enteraba: “Pues pídeles que te manden el antibiótico tal y…” allá seguía algún nombre rarísimo que siempre tenía que anotar María con su letra deformada ilegible de galeno de la escuela cubana. La mayoría de los facultativos cubanos se habían visto en la necesidad de pasar un curso intensivo de seis meses para aprender sobre la herbolaria medicinal tradicional local, para con estos conocimientos añadidos, poder resolver o mitigar de alguna forma los graves problemas para los cuales no existía alternativa química en los laboratorios nacionales, casi siempre debido a la eterna falta de materias primas, al bloqueo imperialista, o cualquier otra justificante. Una infusión de tilo y un par de galletadas fuertes en la cara funcionaban muy bien para una perreta de una depresivo-suicida dentro de una camisa de fuerza. Esto es medicina alternativa. Una o dos veces a la semana María tenía que hacer guardia en el piso dedicado a la obstetricia. Allí tenía que estar disponible las veinticuatro horas para la sala de partos y los salones de cesáreas. Los nuevos nacimientos se sucedían regularmente unos tras otros, pero lo peor no es el cansancio que en ocasiones les abrumaba, sino la carencia de instrumental y materiales gastables para las intervenciones quirúrgicas. Ella misma se veía obligada a hacer la bandeja personalmente y así conocer exactamente con qué contaba y no tener que estar pidiendo eso o aquello y recibir la respuesta negativa del asistente o enfermera instrumentista: “¡No hay!” Hasta las enfermeras instrumentistas habían desaparecido de los salones en toda la nación debido en primer lugar a la pésima paga que les designaba el gobierno. Durante los peores momentos del Período Especial, en la Crisis de los 90, se vio obligada a pedirle a quienes acudían a su consulta con un padecimiento que requería cirugía urgente, que consiguieran tal o más cual tipo o medida de hilo para suturas, pues hasta de eso se carecía. Los ingresados se veían en la necesidad de llevar sábanas limpias cada día, alimentos y líquidos, pues la institución hospitalaria no se los podía proveer. Lo más pesado resulta que después de esas 24 horas de guardia despierta y laborando, los médicos se ven obligados a realizar cuatro horas matutinas de consultas en el piso de emergencias del propio hospital que ni siquiera les paga las guardias. No es raro ver a estos galenos irritados, con ojeras, cansados y locos por marcharse a sus casas a dor… a realizar las tareas del hogar y atender al marido y los hijos. ¿Potencia Médica? La carencia de médicos es aguda aunque los hospitales tienen sus plantillas completas. Los médicos laboran en algunas de las 67 naciones donde existe colaboración cubana fraternal u operaciones milagreras de neopropaganda fidelista gratuita. No importa que quienes permanecen aquí tengan que hacer la tarea de los ausentes, generalmente en misiones de dos hasta cinco años lejos de sus familiares y bien adentrados en territorios inhóspitos donde los locales no asisten.

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Algunos de quienes van, reúnen algún dinerito por la izquierda. Otros nunca vuelven, pero los que sí lo hacen viven entonces un poquito mejor que quienes han decidido quedarse acá dentro de la isla. María nunca ha salido para nada. A donde más lejos ha llegado es a la Isla de Pinos. Odalys lo mismo, aunque su trabajo de peluquera-manicura pagaba mucho mejor que el de médico especialista, pero la situación ahora estaba cambiando. El gobierno de octogenarios castristas caía ante el enorme empuje de la crisis iniciada el año anterior y el accionar creciente de los disidentes internos del insilio, apoyados fuertemente por los del exilio y la cada vez mayor cantidad de descontentos desempleados por el grupo ejecutivo, cargando como de costumbre las crisis sobre los hombros de los trabajadores. ¿Qué hacer? En la isla se notaba ya gran caos debido a la real falta de dirección inicial e ingobernabilidad. Se sucedió un tumultuoso golpe de estado y pronto el nuevo gobierno comenzó a cambiarlo todo. Dentro del país se generó una ola galopante de privatizaciones. Ni María ni Odalys tenían un medio para adquirir nada, pero se les alumbró el bombillo. Apenas se enteraron de la mitad de las nuevas posibilidades y las ofertas de los flamantes recién abiertos bancos, se fueron a solicitar un crédito con una hipoteca a su residencia y montaron una clínica privada en un arreglo apresurado que habían construido en una de las terrazas de la casa. María logró rápidamente una buena clientela la cual la conocía por su buena profesión y eliminó las consultas gratis y no acordadas en mitad de la calle. Odalys le arreglaba el pelo y las uñas a las clientes que lo pagaban y esperaban por su turno en el pequeño saloncito antesala de la clínica. Los cubanos veían aumentados regularmente sus ingresos desde el fondo a donde habían caído durante la dictadura castrista. María pronto se vio obligada a contratar algún otro personal calificado para las desbordantes tareas del lugar. Es probable que pronto se viera obligada a rentar un nuevo local más amplio y apropiado debido a la creciente demanda. Un buen día se compró un Mercedes Benz flamante en uno de los nuevos concesionarios. Comenzaba a ser persona en esta nación de sabios. Llegaba a ese nivel de clase donde siempre había pertenecido como componedora de la salud humana, mucho más del importante fondillo de las señoras nacionales. María también compartía su tiempo en prepararse y atender un programa de dos horas donde es la anfitriona de una emisión al aire en la emisora radial de su marido. Allí comentaba sobre Gineco-obstetricia en general, respondía a preguntas y ofrecía consejos. Con mucha sagacidad hacía propaganda comercial a su clínica en el sur de la ciudad. Finalmente le fue tan bien que adquirió un espacio adyacente a su vivienda y construyó una gran clínica privada que no ha dejado de crecer en todos los órdenes dentro de esta nueva sociedad donde todo se puede si no está prohibido.

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VI- Artemio, el periodista. “Mira, Artemio. Estos párrafos que te he señalado aquí y las otras líneas sueltas pero también subrayadas que aparecen en el texto no pasan. Tienes que eliminarlas.” Artemio observó por enésima vez al conocido rostro de su colega antiguo amigo y apretó los puños. ¡Tenía unas ganas de darle un piñazo en plena cara! “¡Coño compadre! Si le corto esas partes, el artículo pierde toda su esencia y hasta su encanto. Ahí están las ideas principales del texto y del mensaje que debe llevar a la población.” “Artemio.”- El asesor-censor suspiró y volvió la vista hacia la pantalla del ordenador. “Tú sabes que si te dejo pasar el artículo así como tú lo redactaste, me cortarán la cabeza tan tarde como cuando salga el periódico mañana por la mañana. Tú conoces perfectamente bien que quien primero lee la prueba de la edición a las seis de la mañana es Fidel, y si ve algo que no le convenza, está llamando para acá tres segundos más tarde para parar y cambiar la plana completa. Recuerda el carrito que sale a media noche después que se cierra la edición, con las primeras copias y va directico al edificio del Consejo de Estado, después se va para la mansión de Jaimanitas. ¡Tú sabes!” Artemio se rindió pues ya sabía que lo que le contaba el asesor es verdad. Si alguna información era impresa y publicada con elementos que el gobierno o la alta burguesía Status Quo de la burocracia cubana consideraba lesivo a sus intereses, al otro día al comenzar el nuevo turno de trabajo, ya estaría la Seguridad del Estado allí revisándolo todo y deteniendo a quien les pareciera sospechoso o les cayera simplemente gordo. A fin de cuentas la totalidad de los aparatos de difusión masiva pertenecían al gobierno desde 1959. Ahí estaban las famosas Palabras a los Intelectuales. En estos medios se intentaba dar una imagen de perpetua tranquilidad dentro de la isla. Nada malo podía suceder en esta sociedad nueva que construíamos aceleradamente. Un ejemplo claro de esto se generó cuando en 1994 más de treinta y seis mil balseros partieron desde el litoral norte habanero y el propio Malecón hacia los Estados Unidos, escape tumultuoso que duró 25 días de agosto y fue noticia de primera plana en el mundo entero, pero nuestros queridos periódicos o periodistas no publicaron ni una

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sola línea sobre tal desastre, para dar así la impresión al interior del país de que no sucedía absolutamente nada en la capital. Es como cuando nuestro principal noticiario de televisión difunde cada noche el cumplimiento de algún nuevo plan agrícola mientras los mercados continúan vacíos. Esta miseria editorial es constante. No hay artículo que no termine recortado por lo que dice o por el reducido espacio del diario Granma, el más malo del planeta por su tamaño, y en especial por su contenido envenenado de izquierdas decadentes y altamente politizado. Cuando comenzó el colapso del sistema intensamente represivo de los hermanos Castro, los periodistas no sabían a ciencia cierta qué hacer, o hasta dónde se podía llegar, tal nos habíamos deformado. Se habían perdido las líneas y los puntos de referencia Habían sido décadas tras décadas de férrea censura, lo cual había generado la autocensura. Los editores de articulistas se cuidaban mucho de no redactar o colocar ideas en los textos que no fueran del agrado del ejecutivo, pues caían fácilmente en desgracia y perdían el trabajo. Se generaron protestas en las calles a mediados de año. ¿Las reportamos o no? Las personas se expresaban explosivamente sobre los desabastecimientos, el desempleo, las penurias, pero ningún medio de prensa se atrevía a romper el hielo. Un buen día, en medio del caos provocado por el golpe de estado, y los hermanos Castro ya no estaban en condiciones de controlar a las inconformes masas, apareció una pequeña emisora de radio. Nadie supo si era legal o no, pero sus locutores comenzaron una violenta andanada de denuncias, así como transmitieron gran cantidad de informaciones para desmentir las grandes falsedades del gobierno, a denunciar las corrupciones y la mala fe. Esta llamada Radio Disidente fue el inicio del desastre. Entonces se desataron las pasiones y salió un periodiquito independiente en medio de la tormenta. Artemio estaba al frente de este tabloide surgido de la nada. Se imprimía con cualquier tipo de papel y en pequeñas cantidades pero el impacto era tremendo. Artemio conoció entonces qué es ser periodista de corazón y se metía en todas partes, lo husmeaba todo, tomaba películas y fotos con su teléfono celular con tecnología I-Phone, Droid o sus cámaras digitales, lo cual le permitía enviar las imágenes directamente a la impresora del rotativo, con lo que lograba una inmediatez espectacular, en especial en la versión online del periódico. Comenzó a resurgir el periodismo de investigación valeroso y agresivo, ejercicio en el cual Artemio ya era líder. Comenzaron a aparecer un torrente de informaciones y revelaciones sobre la enorme cantidad de secretos sobre cuestiones innombrables que había fabricado el sistema socialista tratando de sostenerse, las atrocidades, las violaciones de todo tipo de derechos, de leyes, etc. Entonces la población lectora de los artículos de Artemio, y de otros periodistas del mismo corte que comenzaban a aparecer, comenzó a horrorizarse de lo que todos ya conocían, de lo mismo de todos los días, pero visto a la luz de los nuevos derechos de siempre. Comenzaba el escándalo por las atrocidades cotidianas que cometía el gobierno en aras del bienestar colectivo y que todos conocíamos pero no imaginábamos que fuesen malas. ¿Cómo éramos capaces de soportar tanta ignominia, tantos horrores, y permaneciésemos con los brazos cruzados como si no pasara nada?

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Inusitadamente dio inicio a escucharse en voz pública lo que era de conocimiento común o lo que la inmensa mayoría pretendía no ver. Artemio consiguió que ninguna persona como él le recortara los párrafos o le escondiera las oraciones porque pudieran no ser del agrado de algún sector importante de la población. Primero estaba la libertad y los derechos de las personas que no podían ser limitados por algunos personajes en interés de algún proyecto más o menos bien intencionado, pero que cercena lo que corresponde a la otra parte de los humanos que no aprueban o no piensan igual. Las libertades no pueden ser a medias.

VII- Ulises, el ministro.

“¡Hola, Lucy! ¡Buenos Días!” ¿Cómo está tu mamá? No me pases ninguna llamada pues tengo que salir enseguida a la reunión ordinaria del Consejo.” Este que ha hablado es Ulises. Él es un ministro de los muchos que pueblan el gobierno de los Hermanos Castro. Hoy ha llegado como siempre oloroso y bien vestido con un traje oscuro, pero sin corbata ni camisa blanca. Lleva un pulóver claro pues hace calor. Su rostro se aprecia sonrosado y saludable, recién afeitado. Son las diez de la mañana. Lucy lo ve pasar con su portafolio negro y apenas musita un saludo matinal que de todas formas el ministro no escucha en su paso rápido por la antesala del despacho. La madre de Lucy ya va para dos años que está muerta y enterrada, pero el pobre hombre debe de tener tanto dentro de su cabeza que tiende a confundir las cosas. Ulises a las diez y treinta se sienta en el lunetario del teatro del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros. Allí escuchará cuáles son las últimas orientaciones que llegan de arriba, o sea, de Fidel o Raúl. Entonces solo le restará estudiarlas y ponerlas en práctica de alguna forma, aunque no esté muy de acuerdo con la idea principal, o piense que existen mejores soluciones para determinado problema de la población. Dios le libre que a él se le ocurra actuar por su cuenta o decida autorizar esto o aquello sin solicitar los correspondientes permisos, autorizaciones y consejos. Esto le podría costar su puesto de trabajo. En las condiciones actuales de gubernatura y crisis, es preferible mantener un perfil bajo para no llamar la atención y el escrutinio sobre uno mismo. Ulises conoce que gente como él y un poquito más arriba o abajo, pero no mucho, son quienes sostienen este Status Quo dentro de la nación, incluyendo a los altos jefes de la policía, la Seguridad del Estado y los demás cuerpos represivos. Él es un tipo sagaz y ha aprendido, con los muchos casos que ha estudiado sobre los cambios que se sucedieron en la antigua Europa del Este, que si el sistema socialista dentro de Cuba se cae o termina abruptamente hacia un súbito y despiadado sistema

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de derecha, lo primero que sucedería es que él perdería su puesto de trabajo. Allá se iría la cómoda oficina, el buen auto, la inmunidad, el abastecimiento especial de alimentos proveído por el Consejo de Estado que le llegaba puntualmente en un carrito a su puerta cada semana. Si esto se viraba, muy seguramente el antiguo dueño de la residencia donde vivía desde hacía unos años, volvería a reclamar lo que había sido suyo, y entonces él no tendría ni donde caerse muerto. No iba a regresar a su Guantánamo natal ni amarrao. ¡Por nada del mundo! La pérdida más lacerante sería la del poder, autoridad a la cual tanto se había acostumbrado. Le agradaba decidir hasta donde le habían señalado, ser aparentemente bien aceptado y hasta adulado donde quiera que se parara, percibir el temor en los muchos, la envidia en otros, y el reconocimiento en casi nadie, pero se movía rápido por todo el país, utilizaba el sistema de resolución que tantas bondades facilita: Yo resuelvo. Tú resuelves. Él o ella te resuelven. Lo más beneficioso y práctico es que la clase media alta compuesta en Cuba por los burócratas instalados en ciertos niveles de la estructura de gobierno cuenta con muchos beneficios y privilegios propiciados a conciencia por las más altas autoridades para generar complicidad. Ningún elemento de esta clase desea el cambio. ¿Para qué cambiar si todo está bien? Lo malo es que Ulises comprende que este estamento de nuestra sociedad no permite que el país avance o mejore pues consume o despilfarra por mala administración lo poco que se produce, medrando suavemente lo mejor que pueden con los recursos del Estado, muy por encima de la gran multitud del resto de los cubanos de a pie que pasa hambre con los pésimos abastecimientos, sin transporte, casi sin salarios, etc. ¡Hay que defender al Sistema cueste lo que cueste, porque si llega el capitalismo me las voy a ver negras! Pensaba. Pero llegó el capitalismo a Cuba de nuevo, tal vez precisamente precipitado por el desangre de la burguesía-burocracia que siempre vivió a costa del Estado Socialista, consumiendo lo poco que generaba el país, dilapidando las divisas fuertes en los constantes e innecesarios viajes al extranjero y Ulises se vio expuesto. Un día se quedó en su casa, pues le llamaron del trabajo muy temprano y le dijeron que ni se apareciera por el Ministerio pues el edificio estaba ocupado por un belicoso grupo de disidentes acompañados de periodistas quienes le estaban esperando para que respondiera a algunas preguntas sobre varios temas él sabía escabrosos. “¡Y dale saludos a tu madre!” Se despidió agradecido de Lucy. Ulises sabía ahora que el gobierno se había desmoronado cuando ellos, la casta burguesa-burocrática, había evaluado y decidido que del lado de allá del cambio existían más posibilidades de enriquecimiento, que abiertamente ganarían más, que las potenciales grandes inversiones privadas americanas ofrecían un futuro muy promisorio, más que permanecer leales del lado de acá. Las señales eran evidentes. ¡Que los Castro se fueran a carajo a defender su sistema en el infierno, si es que allí los aceptaban! Ulises es ingeniero en construcciones civiles de puentes y grandes estructuras. Alguien le ha dicho, ya hace algunos meses, que cuando esto se cayera, porque la cosa era segura, muy probablemente le contratarían por sus conocimientos técnicos y destreza demostrada cuando comenzaba como ingeniero. Le pagarían un salario de ejecutivo

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como Dios mandaba. Viviría en una mejor casa, rodaría un mejor auto, o más de uno, y viajaría a donde le diera la gana. Cuando la flecha de la balanza sicológica se inclinó hacia el otro lado, ellos mismos terminaron de propiciarle el empujoncito final al moribundo sistema socialista para que acabara de pasar a la historia como un recuerdo malo. Ulises pronto aprendió que en el capitalismo existen muchas oportunidades, pero hay que tomarlas bien alto aunque para ello haya que encaramarse sobre los cuerpos derrotados de algunos oponentes que no hace mucho eran amigos o colegas, pero valía la pena, sobre todo cuando comenzaban a llover las tarjetas de crédito de oro o platino, cuando indiscutiblemente aparecían mejores autos cada vez, mejores secretarias y de cuando en cuando se podía ir de vacaciones a Dubái o a cualquier otro paraíso, esta vez con los recursos propios.

VIII- Pedro, el policía. Pedro es un oficial de la policía de Castro y lo ha sido siempre desde que tiene uso de razón. Eso le parece. Estudió en la academia nacional donde logró alcanzar el nivel superior en policiología y un entrenamiento apropiado para lidiar con los mil y un problemas que enfrenta un agente del orden. Un policía es como un médico, siempre está de trabajo, aunque esté desnudo en el baño en alguna tarea mundana, sin embargo el reconocimiento social no es el mismo. Pedro se ha formado como un conocedor muy experto de las leyes marxistas y conoce perfectamente las variantes que conforman a un buen comunista y a un firme soldado, pues en realidad él es un buen militar en toda la profesionalidad de la palabra. En la calle Pedro se comporta como todo un caballero con las damas y con todas las personas en general. Nunca pierde la visión de que está allí para proteger y cuidar. Sin embargo Pedro el policía ha aprendido a detectar a los delincuentes por su apariencia y comportamiento. Cuando un agente pasa varios años al contacto con personajes de todo tipo de los que están llenas las calles, comienza a conocer y a diferenciar las diversas actitudes que las personas asumen cuando son confrontados por la autoridad. Pedro ayuda a las viejecitas a cruzar las calles cuando está de recorrido, o asiste a los ciegos. Se comporta como un ciudadano ejemplar en la calle. No obstante dentro de esta personalidad estudiada, aprendida, y asumida cuando los días intensos de la academia y pulida con los años, se ve contrariada por el pandemonio de su familia. Hace unos años el gobierno le entregó un apartamento en la Micro 10 de Alamar por lo cual él se siente muy agradecido. Allí tiene a un par de adolescentes a quienes se le hace muy difícil controlar, cuando él casi nunca está en casa, aunque intenta enterarse en cuales pasos andan ambos y de tarde en tarde conversa con ellos.

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Su esposa es harina de otro costal. Ella se pasa la vida quejándose de que la vida está muy dura, de que el dinero no le alcanza, que hay que inventar y luchar muy duro para poder poner un plato en la mesa cada tarde. Pedro conoce que ella “resuelve” sacando escondidos los alimentos que puede del comedor del hotel donde labora. Eso en buena ley se llama robar, pero a veces hay que hacerse el de la vista gorda para sobrevivir. Martí dijo que robar un libro no es delito. Robar comida para subsistir debe serlo menos. También sabe Pedro que el salario de un agente es el más alto del país y que en la medida que asciende será mayor. Él ya es teniente y le resta un buen trecho por andar dentro de la Policía Nacional Revolucionaria. Le agrada el poder que emana de su uniforme y casi todos, incluidos los novatos, asumimos un tono y un semblante austero para imponer a los demás que uno no se anda con juegos y hay que respetarnos, porque uno representa a la autoridad. Fidel decía que el poder es la última droga, el elixir mágico que hace lucir al dinero y a las propiedades como no dignas de atención. Ser poderoso es estar por encima de los demás. Pedro está muy orgulloso de su labor en el mantenimiento del orden dentro de esta sociedad socialista más justa y no existe superior estímulo que de cuando en cuando sentir la palmadita de algún superior sobre el hombro. Le parece este el mejor de los sistemas sociales que ha generado el universo y de ello está convencido, aunque nunca ha podido salir de la isla para nada, ni siquiera en misión internacionalista. Para él el mundo es intoxicante allá afuera. Detrás de nuestras gloriosas fronteras la vida es mucho peor y no se explica cómo sobreviven las personas en sistemas tan injustos donde no hay nada garantizado y el estado no provee nada, ni se mete en la economía. Escucha día a día los noticiarios de la tele y lee ocasionalmente en el periódico Granma alguna reflexión del compañero Fidel, donde está toda la verdad. Hoy han cerrado el comedor del centro de trabajo de su esposa. Ella está cabrona, aunque le van a pagar quince pesos regulares por cada día que pierda el almuerzo. El problema es que no va a poder llevar nada para su apartamento por las tardes y los muchachos comen como unas niguas desesperadas. Hasta los CVP están molestos por estas medidas racionalizadoras tomadas por el gobierno. No podrán ahora decomisar los alimentos que les interesen para a su vez llevarlos a sus respectivos domicilios, o permitir sacar discretamente a los empleados a cambio de pagos en especie por hacerse los bobos. Es enero y ya desde hace algunos meses existe una incertidumbre que se nota como suspensa en el ambiente de toda la nación. Nadie conoce a ciencia cierta qué va a suceder en los próximos días, nadie cree que le va a tocar la rueda de la no-fortuna, pero ella, mi mujer, es una de las primeras desempleadas que mandan para la casa sin retribución alguna y sin esperanzas de lograr algún otro empleo. Va a sumarse a los cien mil del 2002. Se acabó de repente la comidita de todas las tardes y se iniciaron las preguntas, recriminaciones y el mal humor en todos. Los 800 pesos regulares que le pagan a Pedro se han convertido en nada, se queda en la bodega y el agro. Empeora la situación con las nuevas tarifas eléctricas y los muchachos se pasan casi todo el día malhumorados, revisando una y otra vez la jaba del pan o la alacena que no da más, no pare por generación espontánea.

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Pedro confía que el gobierno sepa lo que está haciendo. La vida se ha hecho muy dura pero Fidel y Raúl no dejarán abandonado a su pueblo. Pedro ha comenzado a percatarse como todas las personas en la calle pierden fácilmente la ecuanimidad y cada vez se generan más broncas por nimiedades, las personas se presentan más agresivas, los rostros portan expresiones más hoscas e inamistosas. Todo parece conspirar en contra de la tranquilidad ciudadana. En la casa la situación va de mal en peor. Los muchachos protestan que no se ve ni un peso para comprarse un pan con croquetas y los zapatos se les están rompiendo por todas partes. Hoy por la mañana la noticia de que el Sistema Socialista finamente se ha desplomado ha corrido como el azogue por todas partes. Los disidentes han asaltado pacíficamente el Palacio de Gobierno y se ha visto salir a Raúl en sus BMW con dirección incierta. Dicen que se establecerá de inmediato un gobierno provisional. Pedro ni siquiera ha asistido al trabajo como todos los días y mucho menos se ha colocado su uniforme. Teme represalias como cuando en 1933, aunque realmente él no ha sido un hijodeputa con nadie, que él recuerde. Ha guardado la ropa y ni siquiera se asoma a la ventana de su apartamento. Se pasa el día mirado el televisor a la espera de las últimas noticias. Considera que todo se va a calmar y volverán a la normalidad que conoció y que tanto anhela. Ahora Pedro es un desempleado, o algo parecido, aunque nadie lo ha despedido. Su mujer tampoco tiene trabajo, aunque se dice que la nación está en efervescencia. Los muchachos y la mujer están excitados pues dicen que se acabó el miedo, que ahora sí se van a buscar un trabajo en cualquier parte, pues esto está cambiando y se escuchan ofertas tentadoras en todas partes. Pasan las semanas y Pedro el antiguo policía, ahora el desempleado, decide permanecer un tiempo más dentro del apartamento en Micro Diez. Allí las noticias de las seis de la mañana llegan a las diez de la noche. Pedro siente nostalgia por el desaparecido orden socialista, cuando él era persona y le respetaban. Algún día todo volverá ser como antes, aunque Pedro no puede explicárselo mucho cuál estrategia van a seguir los comunistas quienes como él se han quedado apartados ahora ya sin sus líderes. Un día consigue un trabajito para ir tirando, se compra un carrito de segunda mano y se mete a taxista independiente. Aún recuerda cómo es comportarse cortés como le educaron en la academia, pero se siente hostil ante la nueva ola de desenvolvimiento capitalista que parece hacer feliz a la nación aunque paradójicamente, no sabe por qué, la ciudad parece renacer con un nuevo y potente movimiento constructivo. Los días parecen un poco más claros. Se ve mucho turismo americano y el negocio prospera, dejan muchas propinas en dólares. Inexplicablemente a pesar de que la buena mesa ha regresado a su casa, Pedro continúa siendo un nostálgico de todo cuanto ha perdido con el viejo sistema. Añora su uniforme, el poder y respeto que este le generaban. Busca, callado y afanosamente casi sin confesárselo a sí mismo, tertulias de antiguos amigos o colegas, incluso tal vez desconocidos que piensen igual que él, para reunirse en los tiempos libres a recordar mientras disfrutan de unos tragos en los nuevos bares. El capitalismo le parece un combate cuerpo a cuerpo para sobrevivir donde quien se descuida, perece. Definitivamente le gusta más ser aquel policía de antes.

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IX- Cucusa, la prostituta. Cucusa es linda, linda por dentro y por fuera. Tiene 25 años y hace dos que se graduó en la escuela de derecho de la Universidad de La Habana. Es alegre, desenvuelta, mediana, y el pelo trigueño le llega a media espalda. Tiene muchos amigos y amigas, pero los contactos se han ido perdiendo con los desencuentros y las distancias que pone por medio los diversos lugares de residencia de quienes por cinco o más años fueron uña y carne. Los estudiantes de este nivel casi nunca reconocen en el momento cuando sucede que ese es el mejor tiempo de nuestras vidas, cuando todos los camaradas incondicionales lo comparten todo, son iguales, tienen muy poco dinero mientras el mundo y las personas pueden arreglase o cambiarse. Cucusa tiene suerte pues reside en la Ciudad de La Habana, pero cuando se graduó la ubicaron a prestar servicios como asesora legal en una empresita agrícola de Bauta. Su salario es de 198 pesos regulares al mes. Un día llegó un italiano a su oficinita con la intención de adquirir frutas frescas para su hotel y a ella le tocó atenderlo en inglés, mitad en español y por señas. Entonces es la de mayor nivel educativo allí. Todos los demás son simples guajiros de corazón abierto, pero de pocas letras. Por supuesto que el italiano le invitó a comer después que cerró el negocito. No tenía ojos más que para ella y creo que pagó más de lo que debía al camarero, cosa rara en los italianos. A las pocas semanas la sacó de la empresita y la llevó para su residencia muy elegante, más bien propiedad horizontal, dentro del exclusivo y protegido Club Habana al noroeste de la ciudad, donde viven los poderosos.

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Es un tipo medio tiempo, amable y con mucho efectivo quien ha acostumbrado a Cucusa a la vida fácil, pues allí en el departamento no hacía nada, solo templar cuando el italiano quería. Otro día la firma cerró y se vieron forzados a liquidar el departamento e irse a su casa ella y él a un hotel por un tiempo. Solo dijo que volvería pronto cuando Cucusa se lo encontró en la puerta de salida del hotel mientras intentaba desaparecer rumbo al aeropuerto. Ella se le quedó mirando mientras se metía apresuradamente en el taxi rojo y no le sostuvo la mirada ni un instante. Ella sabía que el hombre que no te mira a los ojos mientras te habla en un momento crucial, está diciendo mentiras. Él no regresó jamás, pero le dejó a Cucusa el convencimiento de que la vida es más que arroz y chícharos, con problemas en el transporte todos los días. Se metió a puta. Bueno, no exactamente a puta. Eso es una palabra muy fea. Ella es Jinetera de altura. Es tan linda, educada y fina que cualquier extranjero que se la encuentra paga los cien CUC que ella pide por noche. Todos querían casarse con ella, aunque después cuando se acaba el placer o la Viagra, ellos se escapan de la habitación mientras ella aparentemente duerme desnuda, pero ya con el bultico de billetes a buen recaudo dentro del puño de su pequeña mano bien apretadita. Con los cubanos lo hace de gratis. Ella siempre ha sido muy patriota. Eso sí, el muchacho tenía que primero entrarle por la vista y gustarle mucho. Así se quitaba de un buen tirón todo el asco acumulado por los gordos babosos o los veteranos presuntuosos. Continuó viviendo relativamente bien aunque algunos la miraban por encima del hombro como si ellos fueran mejores. Cuando menos ella es sincera y no corteja la hipocresía necesaria para sobrevivir dentro de este paisito un poco por debajo del infierno. A fin de cuentas su nivel de vida mejoró después del italiano inicial. Comenzó a identificar los diversos comportamientos de los extranjeros expresamente en Cuba, único lugar donde este servicio se oferta, en busca de noches baratas con acompañantes elegantes y educadas con las que se pudieran exhibir. Se percató suavemente con asombro inicial de que en Cuba el dinero también te hace persona y que los hombres son lo más tonto del mundo cuando les agrada un culo bonito. Ella sabía utilizar sus armas. Cucusa se esperanzaba de que algún día uno de esos vejetes la sacaría del país y hasta se casaría con ella con tal de lucirla en algún pueblo perdido en los Pirineos o el Cáucaso, cualquier lado sirve. Pero no le hizo falta. Cucusa pudo presenciar encantada como el Sistema se desplomaba como el antiguo Muro de Berlín y comenzaban a arribar los gringos por toneladas. Le ofrecieron varias veces empleos como abogada, muchas de estas veces eran desesperados intentos de sus padres ya ancianos pero con influencias, para que ella rehiciera su vida por el buen camino, o el camino que muchos dicen es el correcto. De verdad que la paga en estos lugares iba a ser buena, pero a Cucusa le agradaba más la alegría de las noches afuera, la excitación de la caza diaria. Ella tiene alma de puta y jamás los cubanos le llamaron prostituta. Le gustaba el título de jinetera, esa imagen de montarse a caballo sobre algún yoni hasta cuando le sacaba un montón de dólares.

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Se generaba una buena cantidad de efectivo y también se consiguió inadvertidamente un Sida o VIH positivo a pesar del cargamento de condones que siempre llevaba en la cartera. Debió de haber sido algún cubanito en esas noches cuando se volvía loca y lo hacía por placer. Cucusa tenía la experiencia de dos sistemas sociopolíticos y conocía a medio mundo por sus genitales, pero nunca llegó a salir de Cuba. Cucusa era linda, linda por dentro y por fuera. Esperaba que antes de que se le manifestaran los problemas de la enfermedad silenciosa, inventaran alguna vacuna salvadora que le permitiera no morir, pues para cuando comenzara a ponerse vieja ya habría acumulado algún dinerito ahí. Pero a Cucusa ni el capitalismo la salvó. Falleció en una clínica que se comió todos sus ahorritos, pero se fue feliz, tal vez con una sonrisa en los labios ya delgados. Había vivido su vida como ella había deseado y en realidad allá muy dentro de su corazoncito aún tierno y protegido por unas barreras enormes, nunca había querido alejarse de su tierrita que ocultaría ahora su contentura proverbial. Cucusa era linda, linda y algunos llegamos a quererla precisamente tal como era.

X- Manuel, el ciudadano. Lo primero que expresó el primer presidente de esta república en su primer discurso en la toma de posesión del cargo en 1902 fue: “Ya tenemos república. Ahora hacen falta ciudadanos.” Manuel escuchó esto en una película muy vieja y se preguntaba si en verdad habríamos llegado a formar verdaderos ciudadanos en esta isla al borde del Caribe. Manuel lo duda. Un ciudadano es una persona quien pertenece a un colectivo de otros muchos seres humanos distinguidos por cierto número de particularidades como el origen geográfico, el uso del mismo idioma, costumbres reconocidas y leyes aceptadas por casi todos que regirán una nación cualquiera. También existen derechos que son más o menos iguales en todo el mundo. Derechos y deberes universalmente reconocidos y aceptados que deben ser respetados o reclamados incluso con fuerza cuando sea necesario. Entonces en Cuba nunca hemos tenido ciudadanos, pues ¿por qué permitimos a nuestro gobierno limitarnos en nuestros propios derechos y no se escucha ni una sola voz de reclamo? Estrada Palma debe de estar aún sobre el estrado esperando alguna respuesta que no le acaba de llegar. ¿Dónde están los ciudadanos de Cuba? ¿Dónde sus derechos, el valor para reclamarlos, pues solo conocemos los deberes?

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Manolo es un tipo que ha nacido un poco antes que la Revolución de los hermanos Castro y ha podido vivir en primera línea todos los acontecimientos que se han sucedido. Sus padres le habían llevado a ver los sucesos de Bahía de Cochinos cuando apenas los combates se habían apagado. En su mente permanecen grabados claramente como en un disco duro las imágenes del destrozo clásico de la guerra, los pedazos de camiones, tanques destruidos y abandonados, aviones derribados, muchísimos muertos de ambos lados. ¡Qué ferocidad entre cubanos! ¡Nos matamos cerca de cuatrocientos muertos en apenas sesenta y ocho horas! ¿De qué estamos orgullosos? Manolo no entiende. Después llegó la Crisis de Octubre y tan solo ahora ha comenzado a comprender toda la extensión del inminente desastre que pendía sobre todos nosotros en términos de humanidad. Menos mal que los misiles estaban manejados por soldados y oficiales soviéticos y no en las manos de Fidel. De haber sido esto último no estuviéramos haciendo el cuento ahora entre montañas de escombros y cenizas calcinadas. Después murió el ché. Noticia que arribó primero a manera de chisme increíble. Ya se había ido Camilo dentro de una historia que casi nadie cree. El país fue creciendo de susto en susto, de desastre en desastre, de descalabro en descalabro. Manuel es uno más de los cubanos que no ha podido irse de Cuba, pero tampoco cree que lo vaya a hacer en cualquier momento cercano ahora cuando peor estamos. Considera que nos acercamos al final del camino y el tiempo que la historia nos encomendó para probar que el Sistema Socialista funciona y ¿qué hemos hecho? Manolo ve como ahora Raúl intenta salvar en tres o cuatro meses lo que no pudimos lograr en 60 años cuando gastamos la mayor fortuna de la historia y el noventa por ciento de la población apoyaba al sistema naciente. Ya perdió su encanto por aburrimiento e improbabilidad manifiesta. Manolo camina por las calles de la ciudad y tiene que tener cuidado de que no le caiga un balcón en la cabeza o se meta hasta la cintura en algún hueco pestilente de la acera. La Cuba que tanto ama ya está literalmente destrozada e irrescatable por dentro y por fuera. Tal vez cuando lleguen los gringos en esta zona de Centro Habana se construyan los rasgacielos que necesitamos y vuelvan los concesionarios de autos como los Chevis, los Ford, los Cadillacs. Manolo sueña como buen comunista que es, o eso cree él porque ya ni se sabe bien, con lo que hubiera podido hacer nuestro pueblo si Fidel no se hubiera dedicado a guerrear por todo el tercer mundo con el dinero que nos regalaron los soviéticos, con todos los incalculables recursos que nos enviaban, tal vez no, condicionados a servir como soldados universales, como cuando los misiles que nadie pidió. Que orgullo si este pequeño país hubiera logrado un alto desarrollo de la sociedad, un avanzado estado de todas las esferas productivas, científicas, artísticas e intelectuales. El planeta estaría pendiente de los nuevos logros de los cubanos inmersos en perfeccionarnos y alcanzar el bello y tan ansiado Comunismo. Pero ¿qué falló? ¿Fueron nuestros ineptos dirigentes, la clase media burguesa burocrática en su papel de muro opositor de los cambios por lo mucho que tienen que perder, los altos burócratas octogenarios status quo, o es que sencillamente el sistema socialista-comunista no funciona?

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Quizás sea todo el conjunto o este sistema esté destinado para un poco más adelante cuando el desarrollo humano y sicológico así lo permita. Ahora tenemos un ejemplo muy claro de qué sucede. Manolo medita y observa a su hijo adolescente mientras revisa la cocina por enésima vez en busca de algo que ingerir. Para él Fidel y la revolución deben ser algo muy alejados en la historia y muy por debajo en el nivel de prioridad frente al PlayStation o la computadora. Cuál peso enorme le hemos colgado al izquierdismo cuando ya incluso asusta la palabra socialismo y se yuxtaponen las imágenes de ineficiencia, ineficacia, errores consecutivos y persistentes, apoyados por una férrea represión contra esa gran creciente parte de la sociedad que aún no acaba de entender o que nunca entendió. Manolo, como Raúl Castro, sabe que esto se acabó. Ya no se podrá revertir medio siglo de fracasos en tan solo unos meses ahora transitando por un terreno social mucho más hostil. ¡Qué tristeza de ocaso para la generación del centenario, o ya casi centenaria, que generó este experimento social! Manuel está triste y lo siente por todas las generaciones que nos hemos perdido en el intento, por todos los muertos que al final no van a ver que la utopía no es más que eso mismo, inalcanzable e huidiza como un arcoíris a media tarde. Es una lástima que los políticos no respondan por toda la humanidad que han dilapidado, por toda la existencia que han gastado en un experimento el cual ni siquiera sabían iba a funcionar y al final ustedes ven. Nuestros enemigos siempre han estado en lo cierto y resulta que sus consejos y preocupaciones siempre fueron genuinos. Ahora nos llega el capitalismo por asalto como un merecido castigo por tontos, pero resulta que parece que, según el nuevo Presidente, se van a resolver la mayoría de los problemas. El gobierno pide a la población que realice lo que hasta hace tan solo unos días estaba prohibido o censurado. Lástima que no podamos traer de regreso a todos aquellos que fueron expropiados en el invierno del 68 para que nos muestren cómo se vuelve atrás y construimos un pueblo próspero. A Manuel, el ciudadano, le llegó el capitalismo nuevamente sin permiso, aunque estaba avisado desde hacía mucho, pero no lo queríamos notar. Ahora Manolo no sabe bien si está en un país de izquierda con una economía neocapitalista, o tan solo vive en una nación burguesa con rezagos comunistas ¿Quién le ayudará a pensar? ¿Carlos Marx o Jesús Cristo? Por lo pronto la pregunta más inmediata de los últimos sesenta años le salta a los oídos mientras observa la conocida silueta de la veterana esposa que le habla: “¿Qué ponemos a la mesa hoy, cariño?”

FIN.