106376335 Humedal Santa Rosa

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LA AMENAZAVERDE

El humedal Santa Rosa, en Chancay, estaba a punto de desaparecer. Cubierto de basura, había

dejado de ser el refugio de aves migratorias. El científico Marino Morikawa se propuso recuperarlo. Aquí, su gesta.

ESCRIBE CARMEN ESCOBAR FOTOS YAEL ROJAS

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Al científico hua-ra l ino Ma r ino Morikawa Saku-ra (35) le estaban jugando sucio. El

humedal El Cascajo formaba parte de sus memorias infantiles más queridas. Pero este ecosiste-ma, formado por las filtraciones del mar y el río Chancay, estaba a punto de desaparecer, víctima de la contaminación y el olvido. Marino recuerda que, de niño, acompañaba a su padre a pescar a la playa El Cascajo y se abu-rría esperando que el anzuelo se moviera. Recuerda caminar unos veinte metros, llegar al humedal (hoy bautizado como Santa Rosa) y nadar rodeado de patos y otras aves migratorias. Veinte años después, en el 2010, Marino volvió al escenario de sus sueños y se encontró con una pesadilla. Ahora era un botadero de basura de 2 m de profundi-dad, rodeado de chancherías que arrojaban cadáveres porci-nos en las mismas aguas donde él y otros chicos de su genera-ción nadaron (incluso, la playa

EN PIE DE LUCHA. EL CIENTÍFICO MARINO MORIKAWA (35) EMPEZÓ, EN EL AÑO PASADO, SU CAMPAÑA PARA RECUPERAR EL HUMEDAL SANTA ROSA. HASTA ANTES DE ESTOS TRABAJOS, ALGUNAS AVES MIGRATORIAS (DERECHA) SE ALIMENTABAN Y VIVÍAN DE BASURA.

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había sido ‘rebautizada’ como Chanchódromo). Las que habían sido aguas cristalinas estaban ahora contaminadas y cubiertas por la Pistia stratiotes, conocida vulgarmente como lechuga de agua, que nada tenía que hacer en ese entorno. Estas plantas, al crecer de forma tan tupida, impedían el paso de la luz. Sin oxígeno, los microorganismos del humedal no podían sobre-vivir. En consecuencia, casi 60 especies de aves migratorias ya no tenían qué comer. O lo que es peor, se alimentaban de los desechos ahí vertidos, entre los que se encontraba, incluso, material quirúrgico.

Marino podía atesorar sus recuerdos de niño, deprimirse un tanto y volver a Japón, donde estudia un docto-rado en Ciencias Bioindustriales. O podría pensar en la generación que nunca oyó hablar del humedal y que solo sabía que ahí se arrojaba la ba-

sura de Chancay. Se fue por el camino difícil: invertiría sus ahorros, su tiempo y su energía en devolverle la vida al humedal.

“¿Contaminado? ¡Pero si está verdecito!”, es lo que la ignoran-cia nos hizo exclamar la primera vez que vimos las fotos del hu-medal. En este caso, verde no era sinónimo de bueno. Las ‘le-chugas’ que le daban ese verdor cubrían el 99% de sus 32 hectá-reas de extensión y dificultaban la vida dentro y alrededor del humedal. Y con mal pronóstico: cada mes, las ‘lechugas’ podían apropiarse hasta de 10 m2.

La tragedia ecológica no terminaba ahí. El análisis del agua del humedal (que el mismo

Marino se encargó de llevar a cabo en julio del año pa-sado, pues es bio-químico de forma-ción) era devasta-dor: los índices de nitrógeno, fósforo y la demanda bio-

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química de oxígeno (indicadores de contaminación) estaban muy por encima de los niveles permi-tidos. Así, quien osara meterse en las contaminadas aguas del humedal se aseguraba, por lo menos, una infección cutánea.

Y hay más: el humedal estaba rodeado de cinco criaderos de chanchos (instalados desde hace 15 años en la zona), un bota-dero informal de desechos y el desagüe del distrito de Peralvi-llo (localidad ubicada a escasos metros). De la presencia de cria-deros, otros estudios ya habían dado cuenta (Humedales de la Costa Central del Perú: es-tructura y amenazas de sus comunidades vegetales, Héc-tor Aponte y Dámaso Ramírez, 2011), así como medios regiona-les (Huaral en línea y Contacto informativo, entre otros).

Burbujas salvadorasMarino y un equipo de jóvenes huaralinos apostaron por la re-cuperación del humedal en julio del 2011. Pero había que orde-narse y trazar un plan de acción:

primero, dividir el área en sec-tores para identificar las zonas a limpiar y conservar. Segundo, conversar con los dueños de los criaderos, involucrarlos en el proyecto y hacerlos partícipes de su recuperación. Tercero, limpiar y resanar el ecosistema. Para esta tarea, una novedosa

tecnología estaba en camino. Se trata del sistema de nano-

burbujeo, el cual, gracias al em-pleo de burbujas nanométricas, descompone las bacterias en el agua . Luego se instaló biofil-tros diseñados por Marino, que se deshacen de los restos de los contaminantes y convierten las

bacterias en ‘buenos’ microor-ganismos para el ecosistema. “Los resultados de estos traba-jos usualmente se ven a los tres meses. En El Cascajo, a las tres semanas. Para mí, como cientí-fico, es inexplicable. Creo que la naturaleza se impuso”, cuenta, a la vez que recuerda las solitarias

Razones para amar un humedal

ECOLOGÍA

NADA SE DESTRUYE. LA ‘LECHUGA DE AGUA’ IMPEDÍA QUE LA VIDA SURJA EN EL HUMEDAL. UNA VEZ RETIRADA, SE USA PARA COMPOST.

El biólogo Mariano Valverde, especialista en biodiversidad del Servicio Nacional de ÁreasProtegidas por el Estado (Ser-nanp), explica que los hume-dales son zonas saturadas de humedad o inundadas por aguas dulces, saladas o una mezcla de ambas. Resultan importantes para el medio ambiente porque son puntos de paso para espe-cies migratorias. Sin humedal,

estas aves, que recorren miles de ki-lómetros, no tienen donde darse una pausa en su camino. Y sin esta, se van a otro lugar y quedan expuestas a cualquier peligro o mueren durante su ruta. “Los humedales son peque-ños mundos y sustentan gran diver-sidad biológica: una rica población de aves silvestres, comunidades de totora y junco y, dependiendo del tipo de agua que contengan, peces de mar y río”, detalla el especialista.

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jornadas dedicadas a limpiar el humedal. Entre julio del 2011 y agosto del 2012, Marino no solo logró mejorar este ecosistema, sino que también bajó 20 kilos a punta de pura chamba ecológica.

Con el agua limpia, el siguiente paso era deshacerse de las ‘le-chugas’ . Se formó entonces, gra-cias a voluntarios huaralinos y la participación de trabajadores de la municipalidad de Chancay, un consejo de protección del humedal encabezado por Oscar Sánchez, jefe de control. “En un día podemos sacar hasta 50 toneladas de lechuga. La idea es usar este material como abono, pues, como se fermenta rápi-do, es ideal para hacer compost, que podemos usar para reforestar el área. Nada se des-perdicia”, explica. Buenas noticias, pero aún quedaba trabajo pendiente.

Y es que el plan de trabajo para la recuperación del humedal re-cién se encuentra en la fase de re-moción y tratamiento de residuos sólidos. Aún falta mejorar el siste-ma de alcantarillado de la zona, que se logre el título de área natural protegida y que se cree un centro ecológico idóneo (apenas se vio los resultados de la limpieza, cir-cularon rumores sobre construir un ‘centro de esparcimiento’ con cuatrimotos y botes). “Todavía nos queda tres años de trabajo, pero hay avances: se ha recupe-rado parte de la flora y la fauna. Tenemos patos, garzas blancas y grises, gaviotas y peces como la carpa, la tilapia y el bagre”. La vida, finalmente, se hizo pre-

sente. Ojalá y, en unos años, Marino pueda volver a este mismo humedal con sus nietos y contarles cómo de-fendió el escenario de sus memorias más queridas. Y con ellos, construir recuerdos felices. �