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DIA 17 DE MAYO SAN PASCUAL BAILON RELIGIOSO LEGO DE LOS FRAILES MENORES (1540 - 1592) N ACIÓ Pascual Bailón el 16 de mayo de 1540, día de Pentecostés, en Torre Hermosa, villa de la provincia de Castellón, pero que pertenecía entonces al reino de Aragón. Sus piadosos padres, Martín Bailón e Isabel Jubera, eran humildes labradores. Pusieron éstos especialísimo cuidado en educar santamente a un hijo que, prevenido desde la cuna con todos los dones de la gracia, se anticipó a la solicitud de los autores de sus días dando muestras de acendrada piedad desde sus más tiernos años, pues, apenas comenzó a andar, era su mayor satisfacción encaminarse a la iglesia, donde pasaba largas horas extasiado en mística contemplación ante el tabernáculo en que se halla encerrado el augusto Sacramento de nuestros altares, siendo necesario muchas veces que su piadosa madre fuese a buscarle para que volviese a casa a tomar el alimento corporal preciso, que el santo niño olvidaba, nutrido su espíritu por aquel otro en que tan celestial deleite hallaba. F.ste fué el blanco, el ideal, el «summum» de todos los afectos y ternuras de este Santo durante toda su vida.

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D IA 17 DE MA Y O

SAN PASCUAL BAILONRELIGIOSO LEGO DE LOS FRAILES MENORES (1540 - 1592)

NACIÓ Pascual Bailón el 16 de mayo de 1540, día de Pentecostés,

en Torre Hermosa, villa de la provincia de Castellón, pero que

pertenecía entonces al reino de Aragón. Sus piadosos padres,

Martín Bailón e Isabel Jubera, eran humildes labradores.

Pusieron éstos especialísimo cuidado en educar santamente a un hijo que,

prevenido desde la cuna con todos los dones de la gracia, se anticipó a

la solicitud de los autores de sus días dando muestras de acendrada piedad

desde sus más tiernos años, pues, apenas comenzó a andar, era su mayor

satisfacción encaminarse a la iglesia, donde pasaba largas horas extasiado

en mística contemplación ante el tabernáculo en que se halla encerrado

el augusto Sacramento de nuestros altares, siendo necesario muchas veces

que su piadosa madre fuese a buscarle para que volviese a casa a tomar el

alimento corporal preciso, que el santo niño olvidaba, nutrido su espíritu

por aquel otro en que tan celestial deleite hallaba.

F.ste fué el blanco, el ideal, el «summum» de todos los afectos y ternuras

de este Santo durante toda su vida.

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EL PASTORCILLO

APENAS frisaba en los siete años, ciando la pobreza de sus padres le

obligó a ganarse el sustento dedicindose a la guarda de un rebaño,

oficio humilde que el niño Pascua glorificó con sus virtudes.

Bien poco atendida quedaba su instruccún, puesto que no sabía leer; mas

como era de entendimiento claro y ánino resuelto, proveyóse de algunos

libros y. poco a poco, auxiliado por la gracia divina — hay quien afirma

que los ángeles bajaron a enseñarle— , apiendió las primeras letras, y desde

entonces todo su anhelo se cifró en procurarse libros piadosos, cuya lectura

le ocupaba todo el tiempo que no empleaia en la oración.

Como todos los predestinados a la bieiaventuranza eterna, se distinguía

por su ardiente devoción a la Virgen Maía y al Santísimo Sacramento; es-

culpió en su cayado la imagen bendita le la divina Madre coronada con

una Hostia esplendorosa, para tener presmtes de continuo entrambas pren-

das de su devoción, fineza a la que la excelsa Señora correspondió favore-

ciendo a nuestro Santo con regaladas apiriciones.

Desde aquel momento, Pascual entregóse por completo a la oración y

al silencio, y apartó de sus labios con suno cuidado toda palabra ociosa y

vana. El maravilloso espectáculo de la natiraleza le preocupaba menos que el

pensamiento de la Eucaristía. Vivamente ¡enetrado del amor divino había de

exteriorizarlo, y así constituíase en predicador familiar exhortando a sus

amiguitos a amar a Nuestro Señor Jesucisto y a su Santísima Madre por

sus palabras y por sus ejemplos. Con h edad crecían también en él la

sencillez, rectitud y santo temor de Dios Era humilde, inocente, modesto,

benigno, manso cariñoso, hasta cuando s< veía precisado a reprender a sus

amigos si cometían alguna falta. Por lo cual su trato gustaba mucho a todos.

E l amo de Pascual, llamado Martín García, hombre virtuoso y dotado

de abundantes bienes de fortuna, no tería hijos y , satisfecho del compor-

tamiento y cualidades de Pascual, quiso instituirle su heredero; pero nues-

tro bienaventurado declaróle que le bastea ser hijo de Dios y heredero de

su gloria.

Cuidaba con escrupuloso esmero el rebaño que su amo le confiara y no

maltrataba nunca las ovejas, las cuales procuraba con todo empeño no

causaran daño en las dehesas o campos de otros dueños; y, si alguna vez

ocurría, a pesar de su cuidado, resarcía el perjuicio con su propio salario.

Admiraban los demás pastores su caridad obsequiosa y la sinceridad de

sus palabras. Era para los otros atento y complaciente, y solamente para

consigo riguroso, pues, a pesar de sus ccrtos años, éranle ya familiares los

ayunos, cilicios y disciplinas hasta el doramamiento de sangre.

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VOCACIÓN RELIGIOSA

MAS dispuso el Señor alzarle a mayor perfección y, al efecto, infun-

dióle vivo deseo de abrazar el estado religioso para entregarse sin

trabas de ningún género al servicio de Dios en la soledad del claus-

tro. Así se lo manifestó a otro pastor amigo suyo, llamado Juan Aparicio,

que trató de disuadirle poniendo en duda la sinceridad de su vocación, a

lo que respondió Pascual dando tres golpes con su cayado en la tierra, de

la que surgieron tres manantiales de agua tan pura como la intención de

nuestro bienaventurado que, no pudiendo resistir al llamamiento de Dios,

se despidió de sus padres y , obtenida su bendición, se trasladó a Monfort,

en el reino de Valencia, donde se hallaba establecido uno de los conventos

fundados por San Pedro de Alcántara. Contaba a la sazón dieciocho años.

Pero, los superiores, recelosos, sin duda, ante la juventud, el semblante

místico, que tal vez tomaron por afectado, y el vestido un tanto rústico

y desmazalado del santo pretendiente, negáronse a recibirle, no obstante sus

fervorosas instancias. Mucho sintió Pascual la negativa, mas no por eso per-

dió la esperanza; entretanto, se alquiló como pastor de cierto hacendado

de aquellas cercanías, y fué admiración de cuantos pudieron observar la

vida penitente y de oración casi continua que llevaba.

Los días festivos eran para nuestro Santo los más felices de su existen-

cia. pues, como en ellos no sacaba a pastar el rebaño, los pasaba en la

iglesia del convento asistiendo al Santo Sacrificio de la Misa, en la que

recibía la Sagrada Comunión, y permanecía después largas horas en arroba-

dores éxtasis, de los que le sacaba la necesidad de abandonar el templo a

la puesta del sol. Los días de trabajo no podía asistir eorporalmente al

Santo Sacrificio, pero asistía en espíritu comulgando de igual forma, con

tan gran devoción que mereció de la Bondad divina verse favorecido con

la aparición de la Sagrada Hostia, encerrada en riquísima custodia, soste-

nida por dos ángeles. Con esto concibió un amor tan profundo a la divina

Eucaristía, que a partir de aquel instante su principal devoción fué el San-

tísimo Sacramento del Altar.

Así v ivió durante algún tiempo: ya sólo se le conocía en la comarca por

el nombre del pastor santo, nías él, temeroso de que la vanidad no ensom-

breciera su alma y queriendo vivir para su mayor seguridad desconocido

de los hombres, en el año 1564 pidió el hábito de San Francisco a los santos

moradores del convento de Monfort. que, como ya conocían lo extraordina-

rio de sus virtudes. le recibieron con grandes y sinceras demostraciones

de júbilo.

Desde luego quisieron admitirle entre los religiosos de coro, pero Pas-

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cual, cuya humildad era tan extraordinarit como sus demás virtudes, no

quiso pasar de la modesta condición de hrmano converso, y , como tal,

hizo sus votos terminado el año de noviáado.

Los oficios que desempeñó en el convenb de Monfort fueron los que le

correspondían como Hermano converso; porfero unas veces, refitolero otras,

a veces limosnero, cocinero u hortelano; en todos ellos se portó a satisfac-

ción de sus superiores en las distintas casa: de la Orden a que le llevó la

santa obediencia. El convento de Villarreal. que le albergó durante los úl-

timos años de su vida, ha alcanzado gran celebridad por los muchos prodi-

gios que incesantemente Dios ha obrado c ite su glorioso sepulcro.

EMOS aludido a la humildad de Pascual Bailón al mencionar la

lente virtud llegó a sobresalir de tal moda que bastaba darle la menor

alabanza para sumirle en hondísima aflicciin, de la que salía cuando sus

superiores le reprendían, no porque hubiea cometido alguna falta, sino

porque sabían que aquélla era la única maiera le consolarle del dolor que

le causaba cualquier elogio dirigido a su ]ersona o a sus obras.

Por esta causa, aunque jamás descuidaba voluntariamente los deberes

de su oficio, hallaba cierta satisfacción cuindo por inadvertencia incurría,

en algún ligero descuido, pues la seguridad de ser reprendido compensaba

en su ánimo, con creces, la pena que le caisaba su involuntaria falta.

Cierto día, fregando un plato, se le cay» de las manos y se rompió en

pedazos. Recogiólos fray Pascual, y — cono es corriente en algunos con-

ventos— colgándolos de una cuerda que se puso al cuello, presentóse ante

la comunidad, confesando su culpa. El sup:rior, atento siempre a ejercitar

la virtudes de nuestro Santo, le reprendió <on tal aspereza que algunos re-

ligiosos se apresuraron a consolar al santo lego. «Callaos — les contestó—

y tened en cuenta que el Espíritu Santo halla siempre por la boca de nues-

tro superior».

Pues si en grado tan sublime practícala la humildad nuestro Santo,

puede afirmarse que en la virtud de la obediencia descolló sobremanera

imitando a quien por nosotros se hizo obediente hasta la muerte, y muerte

de cruz. Animado del mayor respeto a su ¡anta Regla, practicóla perfecta-

mente hasta en las menores prescripciones, siendo el premio de su obser-

vancia las luces sobrenaturales con que el Señor le favorecía, de tal suerte

que más de una vez sus superiores acudían a él para consultarle en las dudas.

HUMILDAD. — OBEDIENCIA HEROICA

resistencia que opuso a ser admitilo en el convento- de Monfort

como religioso de coro; y ahora henos de añadir que en tan exce-

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I^ONE el hereje la lanza en el pecho de San Pascual Bailón, y

1 le dice: — « ¿Dónde está D ios? » — uEn el c ie lo », contesta el

Santo, y el hereje se retira. Piensa luego que si dice: «...y en el

Santísimo Sacramento-», el hugonote le hubiera matado, y siente

haber perdido la ocasión de ser m ártir

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Como veía en ellos a los representantes de Dios, Pascual, venciendo su na-

tural repugnancia, obedecíales ciegamente a la menor indicación, teniendo

presente que el Espíritu Santo habla por boca de ellos; y así, en casos se-

mejantes, ncost mu braba responder: «Procederé conforme ordenare la obe-

diencia».

El superior de los religiosos observantes descalzos de Valencia tuvo ne-

cesidad de escribir al general de la Orden, que por aquel entonces residía

en París, y. como la nación vecina se hallaba en un estado de agitación

extraordinaria a causa de los desórdenes y tropelías cometidos por los cal-

vinistas, era punto menos que imposible el hacer llegar la misiva a su des-

tino sin correr gravísimos peligros, incluso el de perder la vida el portador

de ella. En esta situación se propuso se encargara del susodicho mensaje

a Pascual Bailón, que accedió gustoso, pues su más ardiente deseo era dar

la vida por Jesucristo.

Inmediatamente emprendió el camino, sin cuidarse siquiera de proveerse

de lo más indispensable para tan largo viaje, y a pie y descalzo atravesó

los Pirineos, llegando hasta Tolosa de Francia, donde había un convento

de su Orden, al que se acogió para tomar algún descanso y los informes

necesarios para el mejor cumplimiento de su arriesgada misión.

Reunidos en Capítulo los religiosos del mencionado convento, discutieron

largamente acerca de si podían, en conciencia, consentir que prosiguera su

viaje el santo mensajero, pues había muchas probabilidades de que cayera

en manos de las hordas de hugonotes que infestaban todos los caminos de

Francia; pero nuestro Santo respondió a todos los reparos que se le pro-

pusieron para disuadirle de llevar a término el encargo que se le había en-

comendado, que por encima de todos los peligros que correr pudiera, estaba

la obligación que tenía de obedecer a su superior, y que antes perdería mil

vidas que dejar de cumplir lo que le había mandado quien tenía potestad

para ello.Oídas tales palabras y vista la firme resolución del santo mensajero de

ponerlas por obra, los religiosos de Tolosa le dejaron marchar, aconseján-

dole que se vistiera de seglar para pasar inavertido. No se avino a ello el

siervo de Dios y prosiguió el camino hacia París, preservándole la Divina

Providencia de los grandes peligros que le amenazaron, pues más de una

vez fué perseguido a palos y a pedradas por las turbas calvinistas, y aun

en cierta ocasión recibió grave herida, de la que se resintió hasta su muer-

te. También fué preso dos veces y acusado de espionaje, librándose de la

muerte por visible protección del ciclo.

Los trabajos y fatigas que sufrió en aquel viaje fueron innumerables.

Un día se vio tan apretado por el hambre que, para no morir de inanición,

llamó a la puerta de un castillo pidiendo por amor de Dios un pedazo de

pan. El dueño del castillo era hugonote y. al anunciarle que un fraile

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desarrapado y de mala catadura pedía limosna, mandó que le llevasen a

su presencia. Examinóle de pies a cabeza y , al ver su cara tan morena, y

sospechando no fuese algún espía español, disponíase a darle muerte, cuan-

do su mujer, movida a piedad, púsole secretamente en salvo, sin pensar

siquiera en darle un bocado de pan; pero lo obtuvo de caridad en una casa

de campo vecina.

Pero todavía le quedaban por sufrir otros riesgos a nuestro Santo, pues,

apenas escapó de los inminentes peligros del castillo hugonote, se vió asal-

tado por una turba de campesinos, a quienes llamó la atención su hábito,

los cuales, tras colmarle de insultos y de golpes, le encerraron en una

cuadra, en donde permaneció toda la noche entregado a la oración, hasta

que al amanecer del nuevo día uno de los que le habían encerrado, arrepen-

tido de su cruel acción, le puso en libertad y le socorrió con una limosna.

Sin otros incidentes dignos de ser especialmente mencionados, llegó a

París el santo Hermano converso, y, después de haber cumplido la misión

que le llevó a la capital de Francia, emprendió su retorno a España. Lo

más notable que le aconteció fué el encuentro que tuvo con un caballero

que, yéndose sobre nuestro bienaventurado lanza en ristre, se la puso al

pecho diciendo:

— ¿Dónde está Dios?

— En el cielo — respondió Pascual, sin turbarse.

Oída esta respuesta, el caballero retiró la lanza y se marchó sin pro-

nunciar palabra. E l Santo prosiguió también su camino, y , reflexionando

sobre lo que acababa de ocurrir, cayó en la cuenta de que había omitido

decir que también se hallaba en el Santísimo Sacramento del Altar. « ¡A y

de mí! — exclamó, convencido de que aquel caballero era un hereje que

tal vez buscaba aquella declaración de fe católica para darle muerte— . He

perdido la ocasión de morir mártir; mi indignidad me ha privado de gra-

cia tan inefable».

SU CARIDAD CON LOS POBRES

VU E LTO al convento, reanudó nuestro bienaventurado su vida de

humildad y penitencia, dando además pruebas de ardiente caridad

para con los pobres, con quienes se hallaba en contacto diario por

ser portero del convento. Jamás negó una limosna a los muchos indigentes

que llegaban a la portería; y un día en que, por la penuria que se padecía

en la comarca, le reprendió el superior su largueza, que podía ser causa

de que la comunidad llegase a carecer de sustento, le respondió el Herma-

no Pascual:

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— Si se presentasen doce pobres pidiendo limosna y solamente se la diera

a diez, ¿qué sucedería si uno de los indigentes a quienes se la negara fuese

Nuestro Señor Jesucristo?

Ante esta respuesta calló el superior, dejando al Santo en libertad de

dar rienda suelta a su ardiente caridad, que llegó al extremo de privarse

de su propio alimento para socorrer a los necesitados.

Juntamente con su inagotable caridad, poseía un espíritu eminentemente

pacificador, con el que consiguió reconciliar a implacables enemigos. De

ello pueden presentarse innumerables ejemplos, pero sólo citaremos el caso

de un joven poseído de tan insaciable sed de venganza contra el asesino de

su padre, que nadie podía disuadirle de quitar la vida a su enemigo. Sú-

polo el santo portero e inmediatamente tomó a su cargo la empresa de

reconciliar a aquellos dos hombres, yendo para ello a visitar al joven ven-

gativo. Sus esfuerzos resultaron en un principio inútiles; pero luego se

arrojó a sus pies, diciéndole: «Hermano mío, perdónale por amor de Dios».

Estas palabras conmovieron hondamente al joven, que por amor de Dios

perdonó al matador de su padre.

A austeridad de San Pascual Bailón espantaba a los religiosos más

mortificados; ayunaba diariamente y con frecuencia a pan y agua,

y aun entonces sólo tomaba lo estrictamente necesario para no des-

fallecer. Siempre escogía para sí los alimentos más ordinarios del convento

y muchas veces se contentaba con las sobras de sus Hermanos, siendo ne-

cesario que sus superiores le mandasen en nombre de santa obediencia que

tomase otros manjares menos despreciables.

Breves horas permitía descansar a su cuerpo sobre el duro suelo y en

una postura molesta, aumentando su incomodidad cargándole de cade-

nas y ciñéndole con ásperos cilicios. No satisfecho con esto, se disciplinaba

con frecuencia hasta hacer correr la sangre de su inocente cuerpo, al cual,

para mortificarlo más aún, del exiguo descanso que le concedía, sustraíale

con frecuencia buena parte, que dedicaba a prolongadas oraciones.

Este cúmulo de austeridades, al paso que debilitaba su cuerpo, elevaba

su espíritu al conocimiento perfecto de las verdades sobrenaturales. Favo-

recido con éxtasis divinos, el Señor se le mostraba en todo el esplendor de

su gloria, y aquel humilde religioso adelantaba en la ciencia divina mu-

cho más de lo que hubiera podido hacerlo estudiando los tratados de los

más eminentes teólogos.

Muchos de éstos, aun de entre los más eximios de su tiempo, iban a

consultarle los puntos más intrincados de las verdades de la fe, quedando

AUSTERIDADES. — CIENCIA EMINENTE

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pasmados de sus respuestas, reflejo fiel de la sabiduría divina. Nuestro

Santo rehuía por humildad aquellas consultas; pero cuando la obediencia

le obligaba a resolverlas, o el misericordioso deseo de enseñar a los igno-

rantes abría sus labios, la elocuencia que por ellos se desbordaba y la cari-

dad con que exponía la doctrina católica, dejaba extáticos a cuantos tenían

la dicha de oírle. Esto le valió la persecución de los herejes, a quienes

confundía con sus argumentos, y en más de una ocasión fué el blanco de

las iras de aquellos enemigos de la fe, que le maltrataron cruelmente, sien-

do necesaria la protección especial de la divina Providencia para que sa-

liera con vida de sus manos.

E l Hermano Pascual amaba tiernamente a la Santísima Virgen y a ella

acudía con filial confianza; pero su devoción principal era — como hemos

dicho— la Sagrada Eucaristía.

SU MUERTE Y RELIQUIAS

COLM ADO de méritos y a la hora que él mismo predijo, durmióse

San Pascual tranquilamente en el Señor, el domingo de Pentecos-

tés — 17 de mayo de 1592— , durante la elevación de la Sagrada

Hostia. Tan luego como cundió la noticia de su muerte, los fieles acudieron

a contemplarle, siendo tal la afluencia de ellos que sólo al tercer día pudo

celebrarse su entierro. Las honras fueron solemnísimas como se ven pocas

veces. Durante la misa, el difunto, que tenía los ojos cerrados, los abrió por

dos veces: la primera al alzar la Hostia y la segundo al alzar el Cáliz, con

gran admiración de los concurrentes.

Dios nuestro Señor preservó el cuerpo de su siervo de la corrupción

del sepulcro; en el siglo X V I I conservaba atin toda su frescura. Los mu-

chos milagros que hizo en vida y los que Dios obró por su intercesión junto

a su sepulcro, movieron al rey de España y a otros soberanos, a príncipes,

nobles y personas de toda clase, a pedir su beatificación, que decretó el

año 1618 el pontífice Paulo V ; el 16 de octubre de 1690 fué solemnemente

canonizado por Alejandro V I I I ; finalmente, el 28 de noviembre de 1897,

León X I I I le proclamó Patrono de los Congresos y Obras Eucarísticas.

Uno de los más señalados milagros que se cuentan de este Santo son

los golpes con que suele anunciarse a sus devotos en circunstancias extra-

ordinarias. Cuando son fuertes estos golpes, indican una calamidad futura

y aun la proximidad de la muerte; si son suaves quiere decir, por el con-

trario, que los ruegos dirigidos a San Pascual Bailón han sido favorable-

mente escuchados.