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Este documento es una traducción oficial del foro Eyes Of Angels, por y para fans.

Agradecemos la distribución de dicho documento a aquellas regiones en las que no es posible su publicación ya sea por motivos relacionados con alguna

editorial u otros ajenos.

Esperamos que este trabajo realizado con gran esfuerzo por parte de los

staffs tanto de traducción como de corrección, y de revisión y diseño, sea de

vuestro agrado y que impulse a aquellos lectores que están adentrándose y

que ya están dentro del mundo de la lectura. Recuerda apoyar al autor/a de

este libro comprando el libro en cuanto llegue a tu localidad.

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3

Staff

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Deathly Contagious (The

Contagium #1)

Sobre la Autora

Créditos

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4

Moderadora de Traducción: Apolineah17

Traducción: Apolineah17

Katiliz94

VicHerondale

Agoss

Shellan

GideonL

Drys

Chienne_Esquitin

Alisson*

Thisistefi

Pily

Moderadora de Corrección: Katiliz94

Corrección: Katiliz94

Pily

Key

Marta_rg24

Apolineah17

Nanami27

Recopilación y Revisión: Katiliz94

VicHerondale

Pily

AriannysG

Diseño: Dayi Cullen

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o tenía miedo a la muerte. Si muriera, todo habría

terminado. Mi peor miedo no era morir, era vivir. Vivir,

mientras todos a mi alrededor tenían la carne

salvajemente arrancada de sus cuerpos para ser empujada dentro de las

putrefactas y siempre hambrientas bocas de los zombis. Me aterrorizaba,

hasta el fondo, estar viva mientras el resto del mundo estaba muerto.

En medio de la Segunda Gran Depresión, Orissa Penwell de veinticinco

años no cree que las cosas puedan ponerse peor. No podía estar más

equivocada. Un virus se desató en todo el país, dejando a los infectados

enloquecidos, agresivos y muy hambrientos.

Orissa hará cualquier cosa —no importa si es correcta o incorrecta para

salvar a los que ama. Pero cuando descubre que la mayor parte del mundo

está infectado o muerto, debe decidir si aquellos que viven valen la pena

ser salvados.

—N

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Traducido por Apolineah17

Corregido por katiliz94

ropecé de camino hacia las desgastadas escaleras alfombradas

del pequeño apartamento de la tía Jenny. Era la una y media

de la mañana y estaba ebria. Mi mano se resbaló de la perilla

de la puerta más de una vez, dándome cuenta de que estaba cerrada, dejé

caer mi bolso, así podría rebuscar a través del revoltijo por mis llaves.

Finalmente las saqué del fondo. Me tambaleé cuando me puse de pie,

balanceándome en mis zapatos negros de tacón. La puerta se abrió justo

cuando alcancé la cerradura.

—¡Orissa! —gritó tía Jenny, su mano volando hacia su pecho.

—Lo siento —murmuré.

—Está bien —respiró, aliviada—. Simplemente no te esperaba tan

temprano. Bueno, temprano para ti. —Ecos amortiguados de voces

furiosas flotaban por el pasillo—. Han estado en eso toda la noche —

suspiró y me hizo entrar.

—¿Has estado esperando por mí? —le pregunté, mientras

temblorosamente me quitaba los zapatos.

—Sí, bueno, no. Te dije que no iba a vigilarte. Pero me preocupo.

—Puedo cuidar de mí misma.

—Oh, claro. Y tú misma puedes salir en libertad bajo fianza de la

cárcel.

Miré a tía Jenny.

—Eso fue hace más de un mes. ¿No podemos olvidarlo?

T

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7

—Sí, lo siento. —Negó con la cabeza—. Sin embargo, deberías

haberme llamado. Habría ido a recogerte.

Me encogí de hombros.

—Gracias. Tal vez la próxima vez. —Tropecé con el sofá otomano1

mientras cruzaba la pequeña sala de estar.

—¿Tuviste suficiente? —preguntó, con un toque de risa en su voz.

—Yo —comencé, de pie con la espalda recta—, estaba haciendo mi

parte para estimular la economía. —Bueno, estaba haciendo mi parte para

asegurarme de que otros estimularan la economía. Mi dinero no había

pagado para nada el licor del que había bebido.

—Debería haber abierto un bar —bromeó tía Jenny. Recogió sus

platos de la mesa de café—. ¿Al menos te divertiste?

—Sí. Sacudí el karaoke. Y conseguí dos números.

—¿Dos?

Sonreí y asentí.

Tía Jenny se rió y negó ligeramente con la cabeza.

—¿Cómo es que llegaste temprano a casa?

—Hubo una pelea —solté abruptamente, mi lógica estaba apagada

debido al exceso de alcohol. Siempre había peleas en los bares. Pero esta

pelea fue… diferente. Yo había hablado con él, el chico alto de la camisa

azul, antes de que tuviera una crisis nerviosa. Nadie supo qué la causó,

pero de repente sus manos se envolvieron alrededor de la garganta del

portero. Se necesitaron tres chicos para sacarlo. El de la camisa azul

estaba farfullando, gritando y arañando; incluso trató de morder al

hombre. Me fui de ahí justo cuando la policía se presentó. Desde el

estacionamiento los vi electrocutar al de la camisa azul para someterlo—.

Y me duele el estómago —Me encubrí, no queriendo discutir la pelea.

1 Es un tipo de sofá alargado para sentarse o tumbarse, parecido a los que usan los

turcos o los árabes.

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—¿Te duele el estómago? —Tía Jenny levantó una ceja con

incredulidad.

—Sí, debo de haber trabajado demasiado duro. —Puse la mano

sobre mi lado derecho—. Me siento un poco mareada, así que me voy a

dormir.

—Está bien, buenas noches. Recuerda que trabajo en la mañana, así

que te veré después, ¿verdad?

—Sí. Buenas noches. —Serpenteé mi camino hacia mi diminuta

habitación. Me quité la ropa y me desplomé sobre la cama. Demasiado

cansada para ducharme, me quedé dormida, y no desperté hasta después

de las diez de la mañana siguiente. Me invadieron unos mareos cuando me

senté. Pensando que sólo necesitaba un gran vaso de agua y algo de

comida, me obligué a salir de la cama. No llegué a la cocina. En cambio,

me desvié hacia el baño, me incliné y vomité. No había bebido tanto, ¿lo

había hecho?

Llegué débilmente al sofá, con mi costado derecho doliendo.

—Nunca tomaré de nuevo —le dije a Finickus, el blanco y gordo gato

de tía Jenny. Encendí la televisión, navegando a través de los canales que

estaban hablando acerca de los recientes brotes de violencia o la Segunda

Gran Depresión. Me dejé llevar dentro y fuera del sueño, sin querer

moverme o comer, hasta que tía Jenny llegó a casa esa tarde.

—¿Estás bien, Orissa? —preguntó cuando rechacé un sándwich de

queso a la parrilla.

—Sí. Sólo que no me siento muy bien.

Ella frunció el ceño, dejó a medio comer el sándwich y se arrodilló

junto al sofá. Presionó la mano sobre mi frente y me dijo que tenía fiebre.

Me encogí de hombros, ya que beber aumentaba la temperatura; no era la

gran cosa. Cuando me preguntó si mi costado aún seguía doliendo y le dije

que sí, frunció el ceño con preocupación.

—¿Qué? —pregunté, sentándome demasiado rápido.

—Creo que tienes apendicitis.

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—No —de inmediato estuve en desacuerdo—. Sólo me excedí anoche.

Ella asintió con la cabeza y regresó a su cena. Traté de volver a

dormir. El dolor era cada vez peor y para ese momento me sentía enferma.

Una hora después, tía Jenny insistió en que me hiciera un análisis de

sangre. Gemí, sabiendo que probablemente tenía razón.

No tomó mucho tiempo llegar al hospital. Hasta ahora tenía que

estar en este lado de la ciudad y estaba más que un poco sorprendida por

la cantidad de anuncios de ―en quiebra‖ colgando en las ventanas. Sabía

que muchos estaban en apuros ante esta Depresión, pero tenía la

impresión de que las grandes ciudades como Indy lo estaban haciendo

bien.

Estaba equivocada.

Sin embargo, el hospital lo estaba haciendo muy bien. Las ciudades

más pequeñas que no podían darse el lujo de mantener sus propios

hospitales acudían aquí. La sala de emergencias estaba tan llena que tuve

que esperar más de una hora sólo para ver mi maldita sangre siendo

extraída. Enfadada, con náuseas y cansada, me negué a ponerme la

estúpida bata de papel. Mi enfermera era una anciana y no hizo falta una

percepción extrasensorial para percibir que ella quería irse

desesperadamente. Quería decirle que lo superara y que agradeciera que al

menos tenía un trabajo. El ver las agujas en su mano me hizo cambiar de

opinión.

—No hay ninguna prueba de sí o no —explicó, cuando regresó con

los resultados una hora después—. Tu conteo de glóbulos blancos está

alto, así que es probable que necesites que tu apéndice sea extirpado.

—¿Probable? ¿Quieres decir que podrían cortarme, abrirme y darse

cuenta de que no necesito que lo extirpen?

—Sí. Es posible. De todos modos, la mayoría de los cirujanos

probablemente lo retiren.

—Fantástico. —No tenía seguro médico y estaba segura como el

infierno de que no quería pagar una cirugía que podría no necesitar.

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—Ponte esto —dijo bruscamente, arrojando una fea bata sobre mi

cama. Rodé los ojos pero accedí, con ganas de terminar con todo esto… en

ese momento tenía mucho dolor. Me cambié justo a tiempo para que mi

malhumorada enfermera me llevara a cirugía. Miré con curiosidad por el

hospital mientras ella me llevaba por el pasillo. Hice contacto visual con

un hombre alto, de pelo negro mientras él salía de una habitación. Fui

instantáneamente atraída por sus grandes ojos azules. Él me sonrió

cortésmente, revelando unos dientes perfectamente blancos. Estaba tan

fascinada por su belleza que apenas me di cuenta de la ropa quirúrgica

verde y la bata que llevaba puesta. Si él era mi médico, la cirugía podría no

ser tan mala después de todo.

Tenía la boca seca. Mi cabeza estaba confusa. No sabía por qué

sentía tanto dolor o dónde estaba. Mis ojos no se abrían, así que escuché y

no oí nada. Cada respiración me llevó un esfuerzo y traté de pedir ayuda.

Pero nadie vino. Sentí que pasaron horas antes de que me quedara

nuevamente dormida. Cuando desperté por segunda vez, una enfermera

joven de piel oscura estaba ajustando mi intravenosa.

—¡Buenos días, Orissa! —dijo alegremente—. La cirugía salió bien.

—¿Realmente lo tuvieron que sacar? —Maldita sea, a pesar de que

despertaba de una cirugía, el dinero seguía siendo mi preocupación

principal.

—Sí. Estaba cerca de reventar —me informó.

—Oh. Bien, supongo.

—Tu madre está esperando afuera, ¿quieres que vaya por ella ahora?

—¿Mi madre?

—Pequeña, de pelo castaño y corto… ¿no es ella?

—No. Ella es mi tía. Sí, puede entrar.

Tía Jenny entró con un jarrón lleno de flores. Quería mirarla y

decirle que era un desperdicio de dinero, pero sólo sonreí, demasiado débil

para discutir. Habló con un poco de entusiasmo, asegurándose de que

todo estaba bien. Prometió que volvería después del trabajo a pesar de que

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le dije que estaría bien por mi cuenta. El hospital tenía televisión por

cable, después de todo.

Con la medicación para el dolor, los siguientes cuatro días de

estancia en el hospital pasaron rápido. Alcancé a ver al doctor caliente de

nuevo cuando me iba, deseando que hubiera llevado mi ropa de bar en vez

de pantalones de pijama color púrpura. Por los siguientes cinco días, no

hice nada más que dejar caer mi culo en el sofá o en la cama. Ya que no

había nuevos programas siendo transmitidos, me entretuve viendo

repeticiones de Family Guy2, pasando a los canales de noticias durante los

comerciales.

Tuve pesadillas sobre las emisiones que había visto reportando un

enorme aumento en las muertes inexplicables y los pequeños estallidos de

violencias, aparentemente aleatorios, en todo el país. Amigos se volvían en

contra de los amigos y uno de los testigos describió el comportamiento de

los atacantes como el del chico de la camisa azul. Me asusté y me sentí

muy contenta de haber insistido en tomar clases de artes marciales, en vez

de ballet, como mi madre quería.

En poco más de dos semanas después me obligué a mí misma a salir

de la cama. Poco a poco limpié el apartamento. Incluso hice pan de

plátano con los oscuros plátanos que había olvidado en la parte superior

de la nevera. Tenía una cita de seguimiento en el hospital a las dos y

media. No me había vestido con nada más que pijamas, arreglado el pelo, o

utilizado maquillaje en las últimas dos semanas. Decidiendo que poner un

esfuerzo en mi apariencia me ayudaría a animarme, me puse mis vaqueros

ajustados favoritos, una camisa negra que mostraba mi abdomen con una

chaqueta de cuero marrón encima. Cambié los tacones que inicialmente

me había puesto por un par de botas planas y altas de cuero. Ya que no

estaba tan lejos decidí caminar; a mitad del camino me sentí tan agotada

que me gasté el dinero extra en un taxi.

Sintiéndome irritada por el dolor, me apresuré a decir la dirección a

donde tenía que ir. Odiaba los ascensores; siempre tuve miedo de

quedarme atrapada. Y el hospital estaba lleno de gente—más lleno de lo

normal. Todo lo que me hacía falta era quedarme atrapada dentro de una

caja llena de demasiados extraños. A pesar del dolor, tomé las escaleras.

2 Padre de familia, es una serie de televisión animada estadounidense para adolescentes

y adultos creada por Seth MacFarlane en 1999.

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Iba lento, estaba tan concentrada intentando no admitir que me dolía que

no lo vi. La sangre corría por una herida en su mejilla. Sus manos estaban

atadas en su espalda por unas esposas, le dio un golpe en la cabeza a su

escolta policial y locamente bajó por las escaleras.

Chocamos. Desesperadamente estiré el brazo hacia la barandilla —

sin éxito. Él me llevó consigo y, cuando dejamos de caer, se inclinó sobre

mí, babeando y gruñendo. Hubo gritos colectivos de pánico mientras la

gente veía boquiabierta al lunático encima de mí. Las únicas cosas en mi

poder eran mi bolso y una libreta. Mi bolso estaba en algún lugar debajo

de mí, pero la libreta aún se aferraba a mi agarre mortal. Sin saber qué

más hacer, le di una bofetada en la cara con la libreta, haciendo muecas

ante la sangre y la saliva que salpicaron su cubierta.

Aunque no era mi primera opción de arma, funcionó. El hombre se

sorprendió, dándome tiempo suficiente para darle un rodillazo en las bolas

y rodar lejos de él. Me levanté de un salto y le di una fuerte patada en el

costado, inmovilizándolo el tiempo suficiente para que el policía recuperara

a su agresor. Retrocedí, mi visión borrosa. Una mano fuerte me agarró

justo cuando me desmayaba. Recuerdo haber vistos su grandes ojos

azules y su boca moviéndose, pero no podía recordar lo que dijo.

Me encontré en un consultorio. Mi bolso y mi libreta estaban en una

silla al lado de la dura cama de espuma. Rígidamente me senté, recogí mis

cosas y abrí la puerta.

—Espera, ¿a dónde crees que vas? —una profunda voz masculina

preguntó con un seductor acento irlandés.

Me di la vuelta, no un movimiento inteligente en ese momento. La

sangre se precipitó hacia mi cabeza y me sentí mareada de nuevo. El

doctor con los hermosos ojos azules abrió los brazos, pensando que me

desmayaría otra vez, pero me mantuve de pie. Él me llevó de vuelta a la

habitación. Después de que estuve acostada en la incómoda cama, dijo:

—Estuviste aquí hace un par de semanas por una cirugía, ¿verdad?

—Sí.

—¿Apendicetomía?

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—Sí.

Con cuidado tocó mi costado.

—¿Te duele?

—Es como si mi estómago hubiera sido rajado y parte de mis

entrañas hubieran sido arrancadas. Por supuesto que duele.

Él se rió.

—¿Duele más que antes de que te cayeras?

—No. —Me senté—. Antes también dolía. Pero mi espalda no lo

hacía.

—Pareces estar sanando rápido —dijo, mientras inspeccionaba el

lugar de la incisión—. Pero aun así me gustaría hacerte un par de pruebas

más y hacerte una tomografía computarizada para asegurarme de que la

caída no te causó daños. Podrías tener un sangrado interno. —Me miró a

los ojos—. ¿Te golpeaste la cabeza?

—Uh, sí, creo. —Todo sucedió muy rápido. El chico descendiendo en

picada por un tramo de las escaleras. La sangre, los gruñidos primitivos

resonando en su garganta. También había algo más. Estaba en sus ojos,

bueno, más o menos. Era más como que no había algo en sus ojos. Era

como si toda su humanidad se hubiera ido y lo único que quedara fuera su

crudo instinto animal. Forcé media sonrisa. Eso era algo muy estúpido de

pensar. No hay manera de que me diera cuenta de eso a partir de los dos

segundos que tuve para mirar al maníaco—. ¿Qué pasó con ese chico?

—No estoy muy seguro —dijo el Doctor Ojos Azules, mirando el

suelo. Estaba mintiendo—. Por qué no te cambias a una bata, yo iré a

conseguir que te arreglen un escaneo inmediato. —Metió la mano en su

bolsillo y sacó un frasco de pastillas. Llenó un vaso de papel con agua de

una botella y me entregó las píldoras. Cerró la puerta y se fue. Asumiendo

que las pastillas eran un fuerte analgésico, me las metí en la boca,

deseando que hicieran efecto de inmediato. Doblé cuidadosamente mi ropa

en la silla y me puse la estúpida bata. Por lo menos esta bata era más

resistente que la anterior.

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Para evitar sentirme asustada, hurgué en los cajones hasta

encontrar toallas de papel. Usando desinfectante para manos, limpié los

secos fluidos corporales de la libreta. Cuando estuve satisfecha de que

estaba lo suficientemente limpia, me senté y la abrí, pasando

nostálgicamente las páginas.

Alguien gritó.

Me sobresaltó y brinqué. Los rápidos movimientos dañaron mi

estómago en recuperación. Otro grito fue seguido por una fuerte explosión.

A mitad de la tentación de levantarme y ver qué estaba pasando, me

recordé a mí misma que esto era un hospital y que los gritos

probablemente no eran poco frecuentes.

Regresé a la primera página de mi libreta, sonriendo ante lo que

estaba leyendo. Estaba empezando a sentir algo de sueño por las pastillas;

mi mente se sentía bien y mis músculos estaban relajados. Entonces, de

repente, algo cayó al suelo fuera de la puerta. Alguien gritó de nuevo: un

largo y desgarrador grito de una película de terror. Y luego un arma fue

disparada.

Se me heló la sangre. ¿Qué demonios? Agarré fuertemente la libreta

y tragué. Los gritos comenzaron de nuevo, esta vez provenientes de varias

personas. Tres disparos consecutivos pusieron fin a sus gritos. Escuché

más gritos de pánico mientras la gente corría de un lado a otro del pasillo.

Lo que sonaba como objetos pesados cayendo al suelo. Tiré la libreta a un

lado y cuidadosamente puse las piernas en el borde de la cama. Poco a

poco, me acerqué a la puerta.

Algo empujó contra ella y me tiró. Dolor irradió a través de mi

costado y temí que me hubiera rasgado los puntos. Lo olí antes de que el

agudo pitido lo confirmara: humo. Necesitaba salir, incluso si eso

significaba enfrentar lo que estaba allí afuera. Agarré la fría y redonda

perilla de metal y le di vuelta. La puerta no se abrió; algo había caído

enfrente de ella, bloqueándola. Estaba encerrada. El humo salía desde las

rejillas de ventilación. El pánico se elevó en mi pecho. Desesperadamente,

golpeé mi cuerpo contra la puerta. Cada movimiento dolía pero necesitaba

salir de esta habitación si quería vivir. Una y otra vez, intenté forzar la

puerta para que se abriera. Mi visión estaba borrosa. Mis piernas

doblaban.

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—Mierda —solté, deseando no haber tomado las pastillas para el

dolor. Luego perdí el conocimiento.

Fueron las sirenas de emergencia las que me despertaron. Me senté,

una migraña amenazando con tomar forma, y me di cuenta de que ya no

estaba en el consultorio. Estaba en lo que parecía un sótano, acostada en

un catre en el suelo. Dos reflectores de apoyo eran la única fuente de

iluminación. Estaba rodeada de muchas otras personas, pacientes, por el

aspecto que tenían. Niños lloraban a la derecha junto con el sonido de las

sirenas. Me pasé las manos a través del pelo tratando de darle sentido a lo

que estaba sucediendo.

Era muy malo, de eso me di cuenta. Eso fue todo lo que conseguí, ya

que la medicina seguía envenenando mis venas. Entonces lo vi, luciendo

todo tranquilo y profesional en su ropa quirúrgica y bata de laboratorio.

Un fuego ardía dentro de mí, lo que impulsó mi capacidad para

levantarme. Traté de avanzar furiosamente hacia el Doctor Ojos Azules,

pero me tambaleé en el camino.

—¡Tú! —Grité—. ¡Me drogaste! ¡Qué diablos está pasando! ¿Qué

estás haciendo por nosotros?

Alarmado, se levantó y se alejó de la niña llorosa a la que estaba

tranquilizando.

—Cálmate, todo va a estar bien. —Puso su mano en mi brazo. Lo

sacudí y lo empujé.

—¿Va a estar bien? ¿Qué, después de que quirúrgicamente nos

pegues entre sí? ¡Sí, he visto El Ciempiés Humano3, cretino!

Él cogió mis brazos. Traté de luchar contra él, pero estaba

demasiado débil. Mi cabeza palpitaba y cualquier esfuerzo hacia doler mi

costado.

—Cálmate y te lo explicaré —susurró—. Estás asustando a los

demás más de lo que ya lo están.

3 En inglés The Human Centipede, es una película de terror holandesa escrita y dirigida por

Tom Six y estrenada en 2010.

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—Deberían tener miedo. ¡Él está tratando de matarnos! —Grité,

capaz de liberarme de su agarre—. ¡Nos va a matar!

—¡Silencio! ¡Van a escucharte!

—¡Bien! ¡Escuchad! ¡Escuchad! —Grité, esperando que alguien me

escuchara. La señal de salida se alzaba adelante como un espejismo. Si

tan sólo pudiera salir, tal vez podría conseguir ayuda. Regresar y salvarlos

a todos. El Doctor Ojos Azules me agarró de nuevo, esta vez con más

fuerza. Me retuvo, diciéndome que me calmara una y otra vez. Aun así,

luché. Podría estar débil y drogada, pero a la mierda, no iba a caer sin

luchar.

—Lo siento —dijo, sin mirarme a los ojos.

Entonces sentí la aguja perforar mi piel.

Una vez más, me desperté de un sueño inducido por drogas. Esta

vez me desperté con restricciones. No era la primera vez que ocurría, pero

esto era muy diferente de mi noche salvaje con Danny Merdock. Una joven

enfermera se sentó en el suelo a varios metros enfrente de mí. Se abrazó

las rodillas, meciéndose lentamente de atrás hacia adelante.

—Hola —dije con voz ronca.

Ella se dio la vuelta, lágrimas corrían por su rostro.

—¿Qué… qué está pasando? —Me las arreglé para preguntar.

Negó con la cabeza.

—Y habrá señales en el sol, en la luna, y en las estrellas; y sobre la

tierra angustia en las naciones, por la confusión; el mar y las olas

bramarán; los corazones de los hombres se debilitarán por el temor, y por

la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra: porque las

fuerzas del cielo serán sacudidas. —Se dio la vuelta y volvió a mecerse.

Oh, no mucha ayuda allí. Jalé las restricciones, notando por primera

vez que estaba conectada a una intravenosa. ¿Cuánto tiempo estuve

fuera? Algo se movió a mi lado. Me volví para ver un pequeño par de ojos

verdes mirándome.

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—¿Puedo ayudarte? —Le pregunté a la niña. No tenía que ser mayor

de diez años.

—He estado esperando que te despertaras —dijo. Apretó un animal

de peluche cerca de su pecho. Sus orejas estaban perforadas; los zafiros

rosas apenas brillaban con la luz opaca. Su pelo y cejas se habían ido y

estaba muy débil.

—¿Por qué?

—Pareces fuerte. Creo que nos puedes salvar.

—Tal vez. Sin embargo, necesitas desatar estas hebillas por mí.

Entonces conseguiré que salgamos de aquí —mentí.

—No quiero irme de aquí.

—¿Por qué? —pregunté de nuevo.

—¡Aquí estamos a salvo! —susurró.

—¿A salvo? ¿A salvo de qué?

—Los monstruos. —Miró a su alrededor con nerviosismo. Fuertes

pisadas la hicieron gritar y se alejó a toda velocidad.

Una sombra descendió sobre mi cama.

—No vas a atacarme de nuevo, ¿verdad? —No había duda de ese

acento irlandés.

—Obviamente no —repliqué.

—Promételo y te soltaré.

—¿Por qué, para que puedes drogarme de nuevo? —pregunté.

—No quiero hacerte daño —dijo y casi sonó sincero.

—Por favor. Entonces, ¿por qué más estoy atrapada en un sótano y

atada a una cama?

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—Déjame explicarte —dijo gentilmente.

—Explícalo.

Se sentó al pie de mi pequeña cama.

—Estoy seguro de que has notado la violencia. —No esperó una

respuesta antes de continuar—. Hay, había, unas cosas sobre ello que los

médicos sabíamos y que vosotros, el público, no. El Centro de Control de

Enfermedades nos pidió que lo mantuviéramos en secreto. No querían que

nadie entrara en pánico. Dijeron que lo tendrían bajo control…

—¿Vas a ir al punto?

—El punto es que la violencia está causada por un virus.

Deseé que pudiera sentarme y mirar con desconfianza al Doctor Ojos

Azules. No iba a comprar su mierda.

—¿Un virus?

—Sí. —Se giró para que pudiera mirarme a los ojos—. ¿Alguna vez

has oído hablar de Phineas Gage?

—Sí —dije, haciendo un flashback a Psych 101—. El chico al que la

barandilla del ferrocarril le atravesó la cabeza.

—Bien. ¿Y recuerdas qué es lo que era tan importante acerca de él?

—Uh, ¿qué vivió?

—Correcto, pero el daño en su cerebro hizo que su personalidad

cambiara.

—Está bien, recuerdo esa parte. ¿Qué tiene que ver esto?

—El virus. Provoca daños en los lóbulos frontales…

—…Y entonces la gente se vuelve loca.

—Así es.

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—Mierda. —Camisa azul, el hombre de las escaleras…—. Está bien,

pero, ¿por qué estoy aquí abajo? Todavía no he decidido creer

completamente en esa loca historia.

—Esta es la parte que lamento. —Bajó la mirada—. Estamos a salvo

aquí. Todos los demás se fueron.

—¿Por qué se irían? —Mientras las palabras se deslizaban de mis

labios, me di cuenta de la respuesta. Si realmente hubiera algún virus

haciendo locas a las personas, todos se irían. Sería un pánico masivo,

justo como en las películas—. No importa.

—Soy Padraic Sheehan —dijo, levantándose y desamarrando las

correas. En un rápido tirón, la intravenosa fue sacada de mi vena.

—Orissa. —Me senté y me froté las muñecas, examinando la

habitación. Definitivamente estábamos en un sótano. Había varias camas,

un par de catres, y sobre todo mantas esparcidas por la habitación.

Suministros médicos antiguos, sillas de ruedas rotas, y cajas polvorientas

atestaban la habitación ya llena. Las personas que ocupaban las camas

improvisadas estaban hechas polvo, por no decir más. Un puñado estaban

conectadas a máquinas, muchas estaban vendadas y otras parecían

demasiado viejas para moverse. En la esquina, una pareja se sentó junta y

acurrucada, sosteniendo a su nuevo bebé. Tenía que saber por qué

estábamos aquí—. ¿Por qué no te vas?

Padraic me sonrió suavemente.

—No podía dejar a mis pacientes —dijo. Un anciano unas camas

más allá de la mía empezó a respirar con dificultad. Padraic se levantó y se

apresuró hacia él, haciendo todo lo posible para aliviar el dolor del

hombre. Tratando de comprender la poca información que me habían

dado, pasé mi mirada sobre cada persona en la habitación. Parecía haber

otro médico: una anciana de peo gris que caía en la categoría de

―demasiado vieja para operar‖ y tres enfermeras. Conté cuarenta y siete

pacientes, incluida yo misma y excluyendo al bebé.

La niña estaba de regreso. Dejó su gato de peluche sobre mi cama y

me miró de nuevo.

—Soy Zoe —dijo.

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—Hola Zoe. Soy Orissa.

—Ese es un bonito nombre —dijo, subiéndose a mi cama.

Me encogí de hombros.

—Es una ciudad en la India.

—¿Tú naciste allí?

—No. Allí fui concebida.

—¿Qué significa eso?

—Significa que mis padres estaban en la India cuando, ya sabes, no

importa. Lo sabrás cuando crezcas.

—No pareces enferma.

—No, no lo estoy realmente, supongo. Tuvieron que sacarme el

apéndice.

—Eso suena doloroso.

—No, no fue tan malo —le juré.

—¿Tu mamá y tu papá también se fueron? —preguntó. Levantó a su

gato y lo puso en la cama.

—Ellos se fueron hace mucho tiempo. —Bueno, eso era parcialmente

cierto. Realmente fue mi decisión quedarme atrás—. Zoe, ¿has visto a los

monstruos?

Ella asintió y abrazó a su gato.

—¿Puedes decirme cómo se ven? —pregunté con cuidado.

—Parecen personas, porque eso es lo que son. Pero quieren comer

cerebros.

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21

—Oh, gracias. —Esta niña obviamente había visto muchas películas

de terror. Necesitaba hablar con un adulto, preferiblemente uno que

hubiera visto a los ―monstruos.‖ También necesitaba mi ropa.

Una mujer de mediana edad se acercó a nosotras. Estaba vestida

con ropa quirúrgica color rosa y con una camisa con estampado de

mariposa.

—Oye, Zoe-Boey. ¿Qué estás haciendo?

—¡Hola Hilary! Estoy hablando con Orissa. Ella aún no ha visto a los

monstruos.

—Ah. Esperemos que nunca lo haga. ¿Ya has comido? —Cuando Zoe

negó con la cabeza, Hilary le dio instrucciones para encontrar a Jason y

cenar. Sin darme la oportunidad de formular preguntas, Hilary me llevó a

un pequeño y sucio baño. Funcionaba, me aseguró, aunque el agua de la

ducha nunca se puso caliente. Ciertamente se sentía bien estar limpia. De

mala gana me puse nuevamente la bata del hospital, feliz de que Hilary me

hubiera dado un par de pantalones quirúrgicos manchados de lejía para

ponerme debajo de ella, y pisando suavemente hice mi camino de regreso a

nuestro pequeño grupo.

Un adolescente me dio un sándwich y fue sólo cuando vi el blanco y

plano pan que me di cuenta de lo hambrienta que estaba. Me lo tragué,

tomándome la botella de zumo de manzana que venía con él.

Sorprendentemente estaba cansada, pero dormir podía esperar; primero

necesitaba respuestas. Busqué a Padraic, quien estaba cambiando un

vendaje ensangrentado de un hombre con pelo color arena. Él me vio

esperando y asintió con la cabeza en reconocimiento. Me retiré a mi cama,

la cual en realidad era una camilla y me senté. Unos minutos más tarde,

Padraic se unió a mí.

—Tienes que decirme más —le rogué.

—No sé mucho más.

—Entonces dime lo que sabes.

—Está bien. —Asintió con la cabeza—. Hace unas semanas

empezamos a ver extraños casos aislados de lo que parecía ser un

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22

comportamiento psicótico. Al mismo tiempo, un número alarmante de

gente vino quejándose de dolores de cabeza y murió alrededor de

veinticuatro horas después de su admisión. En ese momento no vimos la

conexión. Ahora sabemos que es el mismo virus. Parece hacer tres cosas:

volverte loco, matarte, o no hacerte nada.

—¿Cómo se contagia?

—Todavía no se sabe con certeza. Supongo que a través del agua.

Comenzó en la costa oeste y ahora está aquí.

Mi corazón cayó en un pozo sin fondo.

—¿Está en todo el país?

—Sí.

—¿Cu… cuánto tiempo estuve fuera?

—Casi tres días —admitió, sonando avergonzado.

—¿Qué demonios, Padraic? —Me levanté de un salto de la camilla,

haciendo una mueca de dolor.

—¿Por qué? —Él agitó su mano hacia mí—. Es por eso. Pensé que te

daría tiempo para sanar. Pareces ser una guerrera. No creí que habrías

descansado.

—Tienes razón, ¡no voy a descansar! —Me le quedé viendo, por una

vez en mi vida, incapaz de encontrar algo que decir. Suspirando, me senté

de nuevo—. Háblame de estos ―monstruos.‖

—Aparecieron de repente, con muy pocos síntomas. Las víctimas

pueden parecer agitadas o enfadadas, pero después ellos –simplemente se

rompen —chasqueó los dedos— así. Y ya no son humanos. Son como un

perro rabioso.

—¿Existe una cura?

Sus ojos azules se encontraron con los míos.

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23

—No, sólo hemos sido capaces de hacerle autopsia a unos cuantos

cuerpos antes de que el Centro para el Control y Prevención de

Enfermedades se los llevara, pero el virus mata por completo las partes del

cerebro.

—Entonces, ¿cómo es que están vivos?

—Parece que el virus no afecta de inmediato las partes del cerebro

que controlan las destrezas básicas como respirar y comer. Todos los

aspectos de humanidad: impulsos, memoria y emoción se van. Las

víctimas nunca son iguales y nunca lo serán. El virus los convierte en

monstruos furiosos y enfadados.

—¿Y entonces qué?

—El sistema nervioso comienza a dejar de funcionar. Sin embargo,

no he visto a nadie que haya tenido el virus por mucho tiempo.

—Encantador.

—¿Estás bien, Orissa? Esta es una gran cantidad de información

para asimilar de una sola vez.

—Sí —dije rápidamente—. No soy ajena a las cosas horribles.

—Si tú lo dices.

—¿Cuántas? —Pregunté de repente.

—¿Cuántas qué?

—¿Cuántas personas se infectaron?

—No estoy seguro. Después del brote, todo el mundo entró en

pánico. Nos dijeron que deberíamos permanecer en nuestras casas y que

las autoridades locales enviarían autobuses para ponernos en cuarentena.

—Pero sabías que no se llevarían a los enfermos y a los heridos —

dije con amargura.

—Así es.

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24

—¿Así que te quedaste?

—Sí.

—¿Con el grupo que va a morir?

Entrecerró un poco los ojos.

—Tú no sabes eso. No todos aquí están a punto de morir.

Miré alrededor de la habitación una vez más. Es cierto, había varias

personas que como yo, estaban en vías de recuperación. Unos pocos más

no parecían enfermos o heridos en absoluto. Tal vez estaban aquí con

alguien, eran miembros de su familia y no podían soportar la idea de

dejarlos atrás.

—¿Podría alguno de nosotros estar infectado? —Pregunté, ansiosa de

escuchar una respuesta.

—No. Ha pasado tiempo suficiente; lo habríamos sabido para ahora.

Mi conjetura es que la mayoría de nosotros somos resistentes al virus.

—Bien. —Torcí nerviosamente una sección de mi pelo oscuro entre

mis dedos—. ¿Y cuál es el plan?

—Sobrevivir.

—Ya lo sé. Sin embargo, no podemos permanecer en este sótano

para siempre.

—Tenemos comida que nos durará… por un tiempo. Mientras los

generadores funcionen, lo que está en los congeladores nos sacará del

apuro. El almacenamiento de la cafetería está aquí abajo.

—¿Y cuándo la comida se acabe?

—Espero que alguien venga a rescatarnos para entonces.

—Esperemos que si, —muy a mi pesar estuve de acuerdo.

La habitación en la que dormíamos era bastante segura. Estaba

oscura y cavernosa, sin embargo, tenía una salida y una pesada puerta

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25

metálica protegiéndola. Para llegar a la reserva de alimentos teníamos que

caminar por un oscuro pasillo pasando la sala de las calderas. Para

conservar la poca energía que nos quedaba, todas las luces innecesarias

habían sido apagadas. Nunca nadie iba a buscar alimentos solo. Jason, un

chico de dieciocho años, había asumido el papel de guardia de patrullaje.

Armado con una pieza torcida de metal, se aseguraba de que la costa

estuviera despejada. Por lo que todos sabían, nuestro pequeño grupo se

había dirigido al sótano sin ser seguido, cerrando las puertas principales

antes de que alguien tuviera la oportunidad de entrar.

Sonja, la hermana menor de Jason, había asumido el puesto de

mantener en alto la moral. Organizaba actividades para los niños y hacia

todo lo posible para entretenernos a nosotros. Por la siguiente semana, me

permití a mí misma desvanecerme en el ambiente. Todavía estaba débil, mi

cuerpo aún dolía. No quería pensar en nada ni en nadie. No quería

preguntarme qué había sido de tía Jenny. Le mentí a Padraic acerca del

dolor, así que me dio más morfina. Si no estaba durmiendo, estaba

hablando con Zoe. Ella ideó una especie de juego de narración de historias

donde nos alternábamos para agregar palabras a una especie de relato

épico. Tal vez estaba en shock. Tal vez la verdad de la cuestión no me

había alcanzado ya que no había visto nada de ello. Mientras que otros

lloraban y rezaban, yo me sentaba tranquilamente, apegada a mi rutina de

comer el desayuno, hacer el poco yoga que mi cuerpo podía manejar y

conseguir mi dosis de morfina.

Esa noche, Megan y Heath, su hijo recién nacido, no dejaban de

llorar. Nadie podía culparla a ella o al bebé, pero ella se disculpó una y

otra vez. Estaba tratando de obligarme a mí misma a quedar inconsciente

cuando lo escuché. La gruesa puerta de metal bloqueaba la mayor parte

del sonido. Me senté, cerrando los ojos. Sí, sabía que lo oí.

—¡Hay alguien allí afuera! —susurré—. ¡Shhh! —Agregué, cuando los

murmullos ansiosos estallaron. Algunos pensaron que era una misión de

rescate o que estábamos salvados. Otros, yo misma incluida, no

confiábamos en lo que había al otro lado de la puerta.

Entonces tocaron.

—¿Hola? —una voz femenina llamó—. ¿Hay alguien ahí?

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Jason y Padraic lentamente abrieron la puerta. Se miraron el uno al

otro y asintieron con la cabeza, haciéndose a un lado para dejar que dos

niñas andrajosas cojearan hacia el interior. Una estaba sucia y agotada,

pero la otra estaba sana y salva. Ella ayudó a su amiga ensangrentada a

caminar. Hilary corrió, llevando a la niña lesionada al baño para lavar sus

heridas.

Parecía ser la única que no confiaba en ellas. Forasteras, pensé, no

sabíamos nada de ellas, pero los demás las veían como heroínas,

sobrevivientes. Rebecca y su herida amiga Karli traían noticias del exterior.

No era algo que alguno de nosotros quisiera oír.

Ellas suponían que alrededor de la mitad de la población había sido

evacuada. La otra mitad no tuvo tanta suerte. Pensaban que más de la

mitad de los que quedaban estaban muertos o tenían el virus, dejando

menos de un cuarto de toda la población con vida. Hablaban tan

técnicamente que era difícil imaginar los cadáveres dispersos en las calles.

Habían sobrevivido escondiéndose en la casa del árbol de la hermana

pequeña de Karli. El hambre las obligó a abandonar los árboles. En su

búsqueda de alimentos, Karli fue atacada por uno de los ―monstruos.‖

Debido a un gran golpe de suerte, encontraron el hospital. Exhaustas,

ambas chicas cayeron en un profundo sueño.

Nadie se molestó en llevar la cuenta del tiempo. No había ventanas

en el sótano, así que era imposible saber qué hora o qué día era. Supuse

que mi cuerpo conservaba su consistente ritmo y que se sentía cansado

por la noche, alrededor de las diez u once. Las chicas habían aparecido

hace ya varias horas. Tuve una rápida pesadilla sobre la muerte y el giro

del mal cuando escuche el sorbido. Me senté, enfadada de que alguien se

metiera con nuestra comida cuidadosamente racionada, cuando vi su

silueta.

Ella estaba de pie sobre el eñor McKanthor, un hombre de ochenta y

tantos años que estaba muriendo de cáncer. Padraic me dijo que el Señor

McKanthor no duraría mucho más tiempo, incluso con los medicamentos

que había estado tomando. Sin ellos… sólo era cuestión de tiempo. Algo

salpicaba el suelo. Pensé que era su bolsa de intravenosa y que Karli la

estaba arreglando, me di la vuelta para volver a dormir. Pero algo no

estaba bien. El líquido era oscuro y espeso. Me senté, con los ojos muy

abiertos por el terror.

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27

Sangre. Era sangre la que cubría el suelo.

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Traducido por katiliz94

Corregido por Pily

l Señor McKanthor estaba muerto. Su cabeza se desplomó

hacia atrás, los ojos muertos mirando al techo. Las manos de

Karli estaban brillando con sangre. Se agachó, rebuscando

en sus intestinos, agarró algo que estiró y rompió, y se lo enterró en la

boca. Helada de horror, la observé hacerlo una y otra vez. Estaba

infectada. Se había vuelto loca. Zoe llamándolos monstruos no era una

exageración. Mi mente se apresuró. Necesitaba pararla, pero ¿con qué?

Cuando reflexioné sobre ello, Sonja se levantó.

—Hey, ¿qué estás haciendo para…? —comenzó, su voz muriendo con

una afilada entrada de aire. Entonces gritó. Karli gruñó ante el ruido y

embistió hacia ella. Sin pensarlo, salté de la cama. Jason, quien estaba al

lado de su hermana, despertó sorprendido. Usó su cuerpo como escudo,

bloqueando a la rabiosa psicótica Karli de matar a su hermana. Estuve a

su lado en dos segundos, cogiendo su arma de metal y golpeando a Karli

con tanta fuerza como fue posible desde el mango con ello.

Ella ni siquiera reaccionó al dolor. Arañó y mordió a Jason, quien

luchó por mantenerla a la distancia de sus brazos. La golpeé dos veces

más; nada. Era como si estuviese pegándola con un fideo de plástico.

Sabiendo que Jason no podría luchar con ella para siempre, la agarré del

pelo y golpeé su espalda. Ella me gruñó, azotando sangre que cubría las

manos en el aire.

Se agachó, recordándome a un animal acechando a su presa.

También adoptando una mentalidad de predador, estuve lista cuando saltó

hacia mi otra vez. Mis pies golpearon su caja torácica. Ella jadeó por aire y

tropezó hacia atrás, aligerando sobre una cuna. Su cabeza golpeó el duro

cemento con los intestinos desgarrándose en un ruido sordo. Mis dedos

E

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29

agarraron la tubería de metal con tanta fuerza que mis nudillos se

volvieron blancos. Extrañamente se puso de pie, un estruendoso gruñido

viniendo desde el interior de su garganta. Sus labios gruñeron y se arrojó

hacia adelante. Esquivé el camino, la agarré del brazo, e hice girar primero

su cara contra la pared.

—¡Nooo! —gritó Rebecca detrás de mí. Ignorando sus desesperadas

peticiones por dejar a su amiga, avancé hasta Karli. No quería matar a la

chica. Agarré un puñado de su pelo y abofeteé su cabeza con el ladrillo de

la pared de nuevo. Se tambaleó, intentó aferrar las manos entorno a mi

garganta, pero al final se hundió en el suelo.

Escuché sus zapatillas de deporte arañando el arenoso suelo. Pero

no la vi lanzarse en el aire. Aterrizó sobre mi espalda, noqueando al viento

de mí. Paralizada, yací ahí con terror. Alguien debía haberla tirado sobre

mí. La mano de Padraic agarró la mía y me sacó del camino. Me revolví en

mis pies, agarrándome a Padraic por ayuda. Jadeé por aire, girándome

para ver a Jason en apuros con Rebecca.

Como Karli, ella estaba gruñendo y rugiendo. Recuperada, me lancé

hacia adelante, tubería aún en mano, y dirigí el extremo puntiagudo a su

estómago. Jason la dejó ir y ella colapsó, su cuerpo retorciéndose mientras

la sangre se vertía.

La tubería de metal clamó hasta el suelo. Lentamente comencé a ser

consciente de que no estaba sola. Los niños lloraban y el resto me miraba

boquiabierto con horror. Mis ojos se negaron a moverse del cadáver de

Rebecca. Alguien me tomó de la mano y la dio un suave apretón. Sacudida

de mis pesadillas de ensueño, enfrenté a Padraic.

—Yo… Yo… —Mi voz decayó. Sacudiendo la cabeza, robóticamente

caminé hacia la cama.

La pequeña Zoe ando de puntillas.

—¡Mataste a los zombis! —prácticamente aclamaba—. ¡Eres una

heroína!

—No, —suspiré. No había matado a dos monstruos. Había matado a

dos humanos, arrebatándoles las vidas y las almas. ¿Tenía que ser hecho,

verdad?

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30

Jason, Padraic, y los dos hombres de los que no me había

preocupado por aprenderme los nombres movieron los cuerpos fuera de la

asegurada habitación. Aunque yo estaba lejos del cansancio me tumbé,

tirando de la fina sabana sobre mí. Aferrándose a su gato de juguete, Zoe

silenciosamente subió a mi lado.

—Me siento a salvo contigo, —susurró. Puse los brazos a su

alrededor, de repente sintiéndome muy protectora de esta pequeña

enferma. No nos movimos mientras los otros iban limpiando la habitación

de sangre. Todos me dejaron sola y al final, después de lo que pareció una

eternidad, caí dormida.

No pedí un chute de morfina la siguiente mañana. Fui con mi

habitual rutina de yoga, mostrando a Zoe lo básico del Encabezamiento del

Sol. Ella permaneció cerca de mí mientras desayunábamos, lo cual

consistió en un pequeño bol de cereales, leche polvorizada, y fruta

envasada. Podía sentir sus ojos en mí mientras me metía la cuchara de

plástico en la boca. No podía decir que lo culpase; durante muchos días fui

retratada como una patética y débil chica, solo comiendo lo suficiente para

vivir, tomando mis pastillas y escondiéndome bajo las mantas. Jason me

miraba con una mirada de corderito que conocía demasiado bien. Sonreí

una fina sonrisa y miré mi escasa comida.

—¿Nadie va a hablar de esto? —Una estrangulada voz se alzó. Era

una joven enfermera, la única que charlaba sobre la biblia al final de los

días de mierda. Se puso de pie, extendiendo las manos y señalándome—.

Mató a dos personas y a nadie parece importarle.

—Nos salvó, —defendió Jason—. Lo viste. Esas chicas a las que

permitimos… —sacudió la cabeza—. Ya no eran humanas. Si Orissa no las

hubiera matado entonces ellas nos habrían matado.

—No puedes negar eso, —estuvo de acuerdo Padraic—. Ni olvidar

que ellas habían matado primero. Y nosotros… nosotros no podemos dejar

entrar a nadie más. Es demasiado peligroso. —Eso causó una quietud de

murmullos para estallar entre todos. La mitad parecía de acuerdo, algunos

objetaban, otros dudaban de que hubiera que dejar entrar a cualquiera—.

Debería pasar demasiado tiempo hasta que los grupos de rescate viniesen

y nos salvasen.

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Aunque hablaba confidencialmente y sonreía como si lo dijese en

serio, sabía que Padraic estaba mintiendo. Nadie iba a venir. Diablos, tal

vez todos los del FEMA4 también habían muerto.

Me aclaré la garganta.

—Todos podéis agradecérmelo en cualquier momento. —Me levanté,

deseando poder hacer una salida dramática mientras me alejaba del grupo

hasta la esquina de la habitación que hospedaba viejas sillas de ruedas.

Me dejé caer en una, aburrida, enfadada, asustada, y al borde de los

nervios. Cogí el chisporroteante reposabrazos de espuma.

—Hoy no pediste analgésicos, —dijo Padraic, acercándose detrás de

mí.

—Nop.

—Voy a deducir que nunca los necesitaste.

—Nop, —repetí.

—¿Entonces, por qué? —suspire y me encogí de hombros.

—¿Por qué no? ¿Qué más voy a hacer? —Hundí las uñas en la

espuma. No quería decirle que no había tomado el brote de virus

seriamente hasta que lo vi de primera mano y hasta ahora mi plan era

salir de este sótano dejado por la mano de Dios—. Sabía que necesitaba

eso para curarme, así que, ¿qué mejor forma para hacerlo que en un

inducido feliz y drogado coma?

—¿Podrías ser mucho más social? —sugirió.

—¿Cuál es el punto?

—Es bueno para ti, para todos, y veo que Zoe tiene un brillo en ti.

Cuando no respondí, él se alejó. Permanecí en esa esquina durante

el resto de la mañana ocupada al ser meada ante todo. Entorno a lo que

asumí era pronto, acompañé a Jason al cerrado almacén. A primera vista,

4 Federal Emergency Management Agency (Agencia Federal para la Gestión de

Emergencias)

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32

la despensa parecía albergar mucha comida. Pero cuando mentalmente lo

dividías entre cincuenta y dos —bueno, cincuenta y un— personas

comiendo tres veces al día, no nos duraría para más que una semana.

Ya que Padraic parecía haber tomado el rol de líder, le empujé hacia

un lado después de que comiésemos nuestra deliciosa comida calentada

en el microondas, pizza congelada.

—Me dijiste que había suficiente comida para al menos ―un tiempo,‖

—dije. Él solo frunció el ceño—. ¿Por qué mentiste? Tendremos suerte si la

tenemos para otra semana.

Sus hombros se hundieron.

—Lo sé.

—¿Entonces por qué dijiste esto?

—¿Qué se supone que tenía que hacer? —suplicó.

—No lo sé, ¿ir a buscar más?

—No puedo dejar a…

—…mis pacientes, lo sé, —terminé por él, rodando los ojos—. Gran

plan. ¡Quedarte aquí y medicar la mierda fuera de ellos hasta que se

maten de hambre hasta la muerte!

—¡Shh! Orissa, no quiero que los niños lo sepan. —Puso la mano en

mi hombro—. Si solo esperamos unos pocos días más, tal vez alguien

vendrá a buscarnos como prometieron.

—¡Nadie va a venir! ¿No entiendes eso? —Ondeé las manos—. ¿No

entendéis todos eso? Nadie va a venir a por nosotros, y no podemos

quedarnos aquí para siempre. —El bebé de Megan lloró, como si supiese la

verdad que contenían mis palabras.

Jason asintió.

—¿Qué deberíamos hacer? —Preguntó.

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—Salir de aquí, marcharnos. Ese sótano será nuestra tumba, la

comida se acabará… y ¿qué pasará cuando llegue el invierno?

Padraic tomó mis manos en las suyas.

—Orissa, —dijo, su acento pesado cuando dijo mi nombre—. Vamos

a salir de aquí. —Me llevó a la habitación segura y cerró la puerta—. Lo sé,

sé que nos quedaremos sin comida, sé qué hará más frío en invierno.

—¿Entonces por qué no estás haciendo nada con eso?

—No hay mucho que pueda hacer; esas personas están enfermas,

Orissa. Físicamente no pueden sobrevivir sin sus medicamentos.

—¿Entonces, vas a quedarte aquí y morir con ellos?

—Sí, los cuidaré tanto como pueda.

Estúpido y noble irlandés.

—Déjame traer comida, —ofrecí, pensando que podría ser suficiente

para permitirme escapar después de que trajese algo de comida.

—¿De dónde?

—De cualquier lugar, creo que una tienda de comestibles sería un

buen comienzo.

—No sabemos lo que hay ahí fuera.

—Exacto. No puede ser tan malo, —intenté.

—No seas tonta, Orissa.

—Al menos tenemos que intentarlo, —supliqué, teniendo la

esperanza de apelar a su lado empático—. Y no soy tu prisionera. No

puedes mantenerme aquí contra mi voluntad.

—Está bien, pero no vas a ir sola. Voy contigo.

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Rodé los ojos ante su caballerosidad. Objetando que podría haber

sido algo decente por hacer, insistiendo en que era de más valor aquí que

muerto. Pero realmente no quería salir ahí sola.

—Bien. Vamos.

—¿Ahora?

—No, esperaremos hasta que los locos vayan a dormir. Por supuesto

que ahora. ¿Cuándo sino?

Asintió.

—Bien. Iré a decírselo a los demás.

—Date prisa, ¿vale? —quería marcharme antes de que el miedo me

detuviese.

—Está bien. —Se escabulló de regreso a la habitación. Me apoyé

contra la pared, deseando que estuviese familiarizada con esta ciudad.

Varios minutos después, Padraic volvió. No estaba solo. Jason, Sonja, y los

dos chicos que ayudaron a mover los cuerpos lo acompañaban—. También

vienen, —me informó.

—No, —respondí cortadamente. Padraic parecía estar en buena

forma. Estaba confiando en él para seguir mi ritmo. Yo era rápida, una

atleta natural, como le gustaba decir a mi abuela. Podía ocuparme de mi

misma, ¿pero de otros cinco?

—La seguridad en los números, —dijo uno de los hombres con una

sonrisa torcida.

—Armas, —suspiré—, necesitáis armas. —Molesta por que nadie

hubiera pensado en eso más adelante, regresé a la habitación segura,

apartando la maquinaria para hacer las lanzas y los vástagos. Los mejores

eran los robustos, pero mejor que nada—. Está bien, —dije, examinando

los dos metros de metal que sostenían en alto el IV—. ¿Dónde está la

tienda de comestibles más cercana?

Jason y Sonja tampoco eran de esta ciudad. Padraic vivía en el lado

opuesto, lejos de los suburbios, pero los dos hombres eran familiares.

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—Hay uno a un bloque de distancia, —me dijo el mayor de los

hombres—. A pie es solo unos pocos minutos el camino.

—Genial, vamos. —Quería saber su nombre, pero no pregunté. ¿Por

qué trabar amistad con alguien que podría morir? Lideré el camino hasta

las oscuras escaleras, desbloqueando las puertas principales del sótano

lentamente. De repente temiendo dejar la seguridad de este sótano, mis

manos se sacudieron cuando empujé la puerta para abrirla.

Nadie respiro. Ya que yo estaba al frente, miré entorno a la puerta.

Este vestíbulo estaba oscuro también; todas las luces de emergencia

iluminaron sombras en el rebuscado hospital. Observé, esperé, no vi nada.

Tentativamente, salí de la caja de la escalera. No tenía ni idea de dónde

estábamos.

Sabiendo que teníamos que estar en algún lugar en medio del

hospital, fui a la derecha. Los músculos se tensaron con anticipación, mis

ojos se movían como dardos enfermos por los alrededores por algunos

signos de vida. Padraic asintió para que yo continuase. Rodeé una esquina

y me congelé.

—¿Qué es eso? —gimió Sonja.

—Nada malo solo… —hice señas hacia el cristal roto por todos los

azulejos. Estaba descalza.

—Te llevaré, —ofreció Padraic. Sabiendo cómo esta situación

costaría para Bruce Willis en Duro de Matar, no me opuse a su

proposición. Estábamos a unos buenos diez metros del cristal cuando

finalmente me bajó.

—Gracias. Mis ropas, —comencé—, ¿dónde están?

Padraic no sabía a lo que me refería.

—Estaba en la habitación de exámenes. ¿Dónde está?

—Orissa, no creo que sea una buena idea, —advirtió.

—No puedes llevarme sobre cada cosa puntiaguda, —añadí

explícitamente.

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36

Jason embistió al decir:

—Ella tiene razón.

—Gracias, —noté, presionando una sonrisa. Con un suspiro, Padraic

nos dirigió a la sala de exámenes. Los cuerpos contaminaban el pasillo. El

olor era nauseabundo. Sonja se aferró al brazo de su hermano, sin querer

mirar a los humanos descomponiéndose. Me deslicé en la habitación,

saltando sobre la pesada cama de hospital que bloqueaba la puerta; debía

haber sido lo que caía contra ello y me atrapó dentro. Mis ropas todavía

estaban ahí y me apresuré a vestirme. Abandoné los contenidos de mi

bolso en el suelo, solo poniendo de regreso lo que realmente necesitaba: el

cuaderno, las llaves, una botella de desinfectante de manos, bálsamo para

los labios, una goma de pelo y mi taser5. Debatí en si necesitaba el

monedero. Sin querer dejarlo ahí, saqué el DNI y el poco dinero que aun

tenia, llenándolo en mi bolso de cuero. Mi teléfono había muerto hace días.

Viéndolo inútil, lo dejé en el suelo. Me puse la correa sobre la cabeza, me

puse las botas y me apresuré a salir de la habitación.

Padraic señaló a la derecha. Silenciosamente, caminamos a través

del hospital, pasando más cuerpos. La luz del sol se filtró por la suciedad y

la sangre se esparcía por las ventanas en el vestíbulo. Algo se escabulló

detrás del escritorio frontal. Giré, levantando el trozo de metal. Sonja dejó

salir un amortiguado grito. Ella era nuestro eslabón débil, lo supe en ese

momento. Y Jason moriría intentando proteger a su Hermana. Se puso de

pie frente a ella, lista para defenderla si lo necesitaba.

—¡Shh! —susurré con dureza, sacudiendo la cabeza. Sonja se

presionó las manos contra la boca, lagrimas depositándose en sus ojos.

Con cuidado, avancé. Lo que sea que estuviera acechando detrás del

escritorio gruñó, moviéndose rápidamente y arrugando papeles. Cogiendo

lo que se suponía que era un vaso decorativo del escritorio, lo arrojé tan

lejos como pude al otro lado. Retumbó ruidosamente en el suelo.

La cosa se tambaleó, mirando a la fuente del ruido. La mitad de su

cara estaba enterrada y sangrienta, reprimiéndome por imaginar su sexo o

género. Una pierna estaba torcida, obviamente rota. Aun así, se movía con

impresionante velocidad. Al principio estaba demasiado distraída por el

ruido. Abruptamente derrapó hasta una parada y olfateó el aire.

5 También conocida como máquina de electrochoques.

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37

Lentamente, se giró para mirarnos, salivando. Gruñó y rugió antes de

venir tras nosotros.

Sonja gritó, aferrándose a Jason por su querida vida. Di la vuelta,

levantando la barra de metal para arrojárselo en la cabeza. La cosa se giró

tan rápido que me sorprendió. Retrocedí, tropezando con una pila de

archivos médicos, el arma rebotando fuera de mi mano y alejándose de mí.

Me puse las rodillas en el pecho y pateé, golpeando a la disgustante

persona en el pecho. El pasmo regresó. El anciano al que no sabía que

golpeé en la cabeza con su arma: un roto en dos por cuatro.

La cosa cayó a sus rodillas. Salté, agarré la barra y la conduje a su

pecho; la sangre salpicaba débilmente. Arrojé el arma hacia atrás,

jadeando. Mis ojos encontraron los del mayor.

—No sé tu nombre, —escupí.

—Logan, —dijo—. Soy Logan.

—Orissa.

Parpadeó.

—Lo sé. Creo que todos lo sabemos.

—Oh. ¿Y tú? —Pregunté al joven.

—Deron.

—Está bien. —Asentí. Mi corazón aún estaba acelerándose—.

Necesitamos continuar. —Las puertas deslizándose no se abrieron cuando

entramos frente a ellos. Fuera del habito, todos esperaban un golpe antes

de recordar que el poder había sido cortado. Puse las manos en el cristal y

empujé las puertas a un lado. Lentamente, las abrí. Salimos del hospital;

la brillante luz del sol era demasiado para nuestros ojos, ya que estábamos

acostumbrados a la penumbra del sótano. Parpadeé, apenas capaz de

mantener los ojos abiertos.

El mundo estaba muerto. Sin importar a donde mirase, no veía nada

más que las ruinas desoladas de la ciudad. Los coches corrían por las

carreteras, las puertas quedaban medio abiertas. Las ventanas

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destrozadas y las puertas rotas. Un perro trotó por la calle. Nos vio y partió

en la dirección opuesta.

—¿Qué camino? —Pregunté a nadie en particular.

—Seguidme, —dijo Logan, ondeando la mano hacia nosotros para

seguirlo. Ilesos caminamos hacia el oeste. Jason mantuvo un fuerte agarre

en la mano de Sonja. El gesto la reconfortó, lo supe. Aun así, quería decirle

que era mejor que mantuviese ambas manos en su arma. Nadie habló

hasta que llegamos al aparcamiento de la tienda de comestibles. El cristal

del frente había sido roto, causando que un pequeño parpadeo de temor se

elevase en mí.

Por lo que me había sido dicho, el brote de virus vino tan de repente

que nadie tuvo tiempo para prepararse. Estaba sopesando el hecho de que

las tiendas habían sido vaciadas, que las personas se marcharon en un

caótico pánico, dejando comida enlatada y agua detrás. Si estaba

equivocada… sacudí la cabeza. Estaríamos muertos, eso estaba seguro.

El aire era frio, característico de un octubre en Indiana. El sol

golpeaba cálidamente hacia nosotros. Si no fuera por la putrefacción que

yacía a mi alrededor, podría haber dicho que hoy era un pintoresco día de

otoño. Tragué, asentí hacia Padraic y entré en la tienda.

Las finas telarañas me confundieron durante dos segundos. Las

coloridas decoraciones de Halloween decoraban las cajas registradoras.

Pasando sobre una linterna o-jack rota, me facilité el ir más allá de la

tienda. Estaba tentada a gritar ―hola‖ solo por el infierno de esto. Aceptaría

las conjeturas de si estábamos o no solos. Un oxidado chirrido y un sonido

metálico me pusieron los nervios en punta. Gire, casi deslizando sobre las

partes de las calabazas, solo para ver a Sonja culpablemente encogida de

hombros mientras empujaba una carretilla.

—¿Cómo vais a llevar todo? —preguntó arrepentida.

—Tienes razón, —dijo Padraic, y cogió una carretilla para sí mismo—

. No hay forma de que podamos llevar todo. —Empujó la carta hacia

adelante, notó la rueda atascada y la sacudió ruidosamente, y la cambió

por otra.

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—Sonja, Jason, Padraic, —dije en voz baja—. Coged agua. Eso

debería ser vuestra primera prioridad. Aún queda una habitación a la

izquierda de vuestro carrito, coged zumo, preferiblemente del tipo 100%,

no la mierda azucarada. Deron, Logan y yo encontraremos comida. Sed

silenciosos. Los dos cargareis los suministros mientras los otros observáis.

Gritad solo si es necesario.

Sin dar otra oportunidad para discutir mi plan, camino hacia

adelante, rodeando la sección de fiambres de la tienda, la cual podía oler

desde varios pasillos por encima. La luz del sol iluminó la parte frontal de

la tienda; los rayos del sol sin llegar a la parte trasera. En la oscuridad,

nos dejamos caer con cajas desechas de cecina, fruta seca y nueces en los

carros.

—Tal vez haya más en la parte trasera, —dije, mientras cogía la

última caja de cecina del estante.

—Tal vez, —estuvo de acuerdo Deron.

—Primero necesitamos encontrar una linterna, —instruccioné,

entrecerrando los ojos para leer las señales colgando que decían en que

sección estamos. Nos desviamos por el pasillo de comida para picar; Deron

sugirió que cogiéramos patatas y galletas para los niños. Las patatas y las

galletas no eran saludables cuando no estabas intentando sobrevivir.

—Si hay todavía en la habitación, —le dije—. Necesitamos guardar

las cosas importantes de la habitación. —Cuando caminamos por la

sección de higiene personal, cogí cepillos de dientes de los estantes. Mis

dientes se sentían absolutamente desagradables—. ¡Jackpot! —exclamé

emocionada tras ver un expositor de baterías. Las vacié en el carro,

diciendo a Deron que abriese una caja para ponerlas en las linternas que

él había cogido. Sintiendo que necesitábamos la habitación de comida, solo

puse seis paquetes en el carro. Deron encendió la luz. Logan empujo el

carro y yo conduje, permaneciendo alerta por gente infectada.

Exitosamente asaltamos la habitación de comestibles. Nuestro carro ahora

estaba lleno de cecina, nueces, yogures cubiertos de pasas, galletas, y

latas de fruta y vegetales.

Los carros repiquetearon y riñeron junto al pavimento. Los sacamos

del aparcamiento antes de que lo notásemos, casualmente caminando por

la calle. Los brazos le colgaban a los lados y parecía totalmente relajado, la

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cabeza ladeada levemente para disfrutar del calor del sol. Sin embargo,

nos paramos, traqueteando los carros hasta una parada tan abruptamente

que unas pocas latas de judías se desperdigaron y rodaron lejos. El ruido

captó su atención. Dejó caer la mano y rodillas y gritó.

—¡Lo tengo! —Grité, blandiendo mi barra de metal como una espada.

Me apresuré adelante, esperando al maniático a través de la calle. Él

brincó de arriba a abajo, pareciendo un babuino enloquecido, gritando. Mi

corazón golpeó, mi respiración se aceleró. ¿A qué estaba esperando? Solo

corrí a través de las calles como una buena persona loca y con esto

encima. Sus ojos corrieron como dardos alrededor. ¿Quizás no podía

verme? Aparte de ser una loca, lunática homicida, algo parecía… fallar. Su

piel era pálida y tenía un tinte azul. Me acerqué hacia adelante otro pie.

Sus ojos estaban sin color.

Se alzó de golpe, los brazos extendidos, viniendo hacia mí. Balanceé

el metal, golpeándole en los dientes.

—¡Seguid moviéndoos! —Grité detrás de mí. Golpeé loca sobre la

cabeza una vez más antes de bajar el extremo a su pecho. Usando el pie

para hacer palanca en él de mi arma, me giré, y casi grité. Abundante

sangre marrón rezumaba de su herida. La locura se asentó, impávido y

aún vivo. ¿Qué diablos? Lo había apuñalado en el corazón. No podía estar

vivo.

Lentamente, se levantó y me alcanzó. Por Buena medida, le volví a

apuñalar en el corazón de nuevo sin éxito. Él hizo más que mirar abajo a

los grandes agujeros en su pecho. Con las manos temblando, embestí la

barra en su frente. Eso hizo el truco. Al instante, murió, o volvió-a-morir…

lo que sea que lo llamases. Miré a los otros a través de la calle y, si era

posible, me asusté incluso más.

—¡Vamos! —Grité. Padraic dio la vuelta y gritó. Sonja gritó. Jason

empujó su carro hacia adelante, forzando en un sprint—. ¡Vamos! —Grité

de nuevo. Logan lentamente avanzó hacia adelante con nuestro pesado

carro. Arraigada en miedo, los observe moverse atropelladamente por el

aparcamiento. Moviéndome lentamente y gruñendo, dude de si podrían

atraparnos con facilidad.

No había error: los monstruos de Zoe se habían convertido en

zombis completos.

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Me apresuré detrás del grupo. Los carros cargados sin duda los

retrasaban. Necesitaba hacer algo. Patinando hasta una parada, mire

desesperadamente alrededor en busca de algo, cualquier cosa, para usar

contra ellos. Tres latas de judías rodaron hasta una parada en medio de la

carretera. Me zambullí a cogerlas, arrojando la primera lata tan fuerte

como pude a la manada de siete zombis que nos acechaban. Ni siquiera

golpeó uno, solo explotó en una pérdida de comida en el suelo. Ahora

apuntando esa vez, arrojé la segunda lata en la cara de un zombi

femenino. Le rompí la mandíbula, sus huesos colgando en blandos

fragmentos de piel. Siguió moviéndose.

—Mierda, —juré y arrojé a ciegas la última lata, sabiendo que de

cualquier manera no haría diferencia. Los zombis estaban ganando

velocidad, captando las esencias de sus presas. No podíamos correr más

rápido que ellos, no con los carros. Los gritos de Sonja alejaron mi

atención de los zombis. Otro flanqueó hacia adelante, arrastrando una

rodilla rota. Mi mente se precipitó. No estaba a punto de morir a manos de

estas criaturas. No, no hoy, ni nunca—. ¡Por este camino! —grité—. ¡Dejad

los carros! —corrí con velocidad entorno a un coche abandonado, tejiendo

mi camino por los escombros en la parte trasera de la tienda. Sin revisar

para ver si algunos de mis vivos acompañantes me habían seguido, salté y

tire hacia abajo del techo para acceder por la escalera y subir

frenéticamente.

Comencé cuando Sonja se unió a mí, dudando de su habilidad por

moverse con rapidez. La alejé del borde justo a tiempo para que Jason se

mezclase locamente en el camino. Deron cayó a mi lado, seguido por

Logan. Padraic fue el último, tumultuosamente tirando de las escaleras

lejos de las mugrientas manos de los zombis.

—¿Qué… diablos? —jadeó Jason.

—Zombis, —suspiré.

—No, —dijo Padraic, cogiendo aire—. Eso no es posible.

Jason se movió hasta el borde del edificio.

—Vas a decirme que eso no es posible. ¿Qué diablos son?

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Debajo de nosotros, los zombis se juntaban, golpeando los lados del

centro comercial y protestando. El hedor de muerte era pesado en el

crispado, cálido aire.

—¿Pueden subir? —preguntó Sonja, su voz temblando.

—No, —respondió Logan, precariamente inclinándose sobre el

borde—. La escalera está demasiado alta. Tendrían que saltar.

—Pero Orissa fue capaz de bajarla.

—Ella saltó, —continuó Logan—. No creo que ya sean lo bastante

listos como para saltar.

Deron miró abajo.

—Espero que tengas razón.

Mirando estrepitosamente, sacudí la cabeza.

—Se irán en cualquier momento. Los hijos de puta son más rápidos

de lo que parecen.

—Sí, —estuvo de acuerdo Sonja—. ¿No se supone que los zombis

son lentos?

—No se supone que lo sean, —remarcó Padraic. Sus ojos azules

encontraron los míos; estaba asustado.

—No, —estuve de acuerdo—. Pero ahora lo son.

—Orissa, —preguntó Jason—. ¿Qué hacemos ahora?

Sacudí la cabeza, deslizándome la mano por el pelo.

—N-no lo sé. —Estaba demasiado anonadada por los zombis para

pensar que era extraño que estuviera pidiéndome consejo—. Espera. No

creo que se quedaran ahí para siempre. Entonces regresaremos al

hospital. —Tanto como odiaba estar atrapada, era seguro.

—Pero pueden esperar para siempre, —argumentó Sonja—. Están

muertos. Somos los únicos que no pueden esperar.

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—Lo sé, —dije, moderando el ritmo alrededor—. Está bien. —Me

senté—. Por ahora esperemos aquí, espero que se dispersen y creen una

diversión. Eso es todo lo que tenemos por ahora.

Mi plan parecía caer bien, ya que todos estuvieron de acuerdo, pero

no era como si tuviésemos un plan genio con el que contar. Antes de que

lo supiésemos, el sol estaba poniéndose y los zombis aun nos

acordonaban. Sin el sol esto era frío, real y frenéticamente frio. Nos

apiñamos juntos, decidiendo dormir en turnos. No había forma de que

fuera capaz de dormir, sin importar como de cansada estuviese. Resulta

que ni Jason ni Logan tampoco podían. Hicimos la primera guardia, cada

uno tomando una dirección para mirar a ciegas. En algún lugar en el

difuso amanecer de la mañana, me apoyé contra un conducto de aire y me

tendí en un leve sueño.

Ni siquiera veinte minutos después, desperté, con el corazón

martilleando. El cansancio colgaba de mí, urgiéndome a cerrar los ojos.

Padraic hablaba suavemente a Sonja. Deron caminó alrededor del

perímetro. Está bien, estábamos a salvo… por ahora. Me puse debajo de

nuevo. Volví a despertar, no mucho despues. Mi mente simplemente no

permitía a mi cuerpo relajarse. Durante las siguientes dos horas repetí el

irritante patrón de casi dormir y luego deslumbrantemente despertar.

Esta vez, me levanté. Cuando me puse de pie para estirarme, Logan

me hizo señas hacia abajo. Al instante, me dejé caer. La tropa gateando

sobre él, pregunté no verbalmente lo que estaba pasando.

—Los zombis se están yendo, —murmuró. Mire al borde, mi corazón

aun hinchándose con alegría. Estaban a cuadras de distancia, moviéndose

para encontrar otra fuente de alimentación. Nadie se molestó en mover un

musculo hasta que estuvieron fuera de la vista.

—¿Qué hacemos ahora? —Me preguntó Sonja.

Me giré hacia Padraic.

—¿Tienes un coche? ¿Me refiero, en el hospital?

—Sí, yo…

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—Bien. Nuestro nuevo plan es regresar. No estamos equipados para

luchar contra ellos. Iré primero, y cuando diga corred, corred. ¿Entendido?

—Después de estar satisfecha de que todos escuchasen, bajé por las

escaleras. Sin querer hacer nada de ruido, salté los últimos seis pies hasta

el suelo, la conmoción escociendo en mis tobillos. Después de revisar si la

costa estaba clara, rodeé la esquina—. ¡Corred! —susurré en alto. Corrí

hacia adelante, dejando a todos los demás en el polvo, pasando los carros

llenos de comida. Salté sobre la basura al azar que hacía de las calles un

maldito obstáculo.

Un único zombi serpenteó, deambuló con uno de los brazos

perdidos. Saqué la barra de metal de mi bota y la embestí en sus ojos. Al

instante estuvo cojo. En los pocos segundos que me llevo matarlo —o

volver a matarlo— los otros se vieron envueltos. Asintiendo en aprobación,

Padraic tomó mi mano, alentándome a continuar. Liberé mi mano; era más

fácil correr con la capacidad de balancear los brazos a los lados.

Mis pulmones quemaban en el momento que mis pies llegaron a la

entrada del hospital. Puse las manos en las rodillas, jadeando por aire.

Estaba cerca de recuperarme en el momento que los otros lo hicieron. Una

vez que todos los demás fueron capaces de respirar normalmente de

nuevo, retomamos nuestro camino al hospital. Adrenalina corriendo, salté

ante cada sonido, esperando ver un zombi, o peor, una completa y loca

persona móvil moviéndose rápido.

Pero lo que encontramos era muchísimo peor. La pesada puerta

había sido curiosamente abierta. Una horda de zombis se atropellaba

alrededor de la habitación segura y todos en el interior yacían muertos en

el suelo.

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Traducido por Apolineah17 y VicHerondale

Corregido por Nanami27

o! —Sonja empezó a avanzar, las lágrimas

corrían por su rostro. La empujé a un lado,

hacia los brazos de Jason, y cerré la puerta—.

¿Qué estás haciendo? —Reclamó.

—Tiene que haber veinte zombis allí adentro y quién sabe qué más

—le dije.

—¡Ellos aún podrían estar vivos! —Llegó a la puerta. Jason la agarró

de la cintura, arrastrándola.

—¡Cállate! —Susurré—. Ellos responden al sonido.

—¿Qué hacemos? —Preguntó Padraic, sus ojos llenos de miedo.

Sentí un poco de lástima por él al ver a todos a los que había tratado de

salvar volverse comida para zombis.

—Tu coche. ¿Dónde está?

—En la cochera.

—¿Las llaves?

Su rostro se quedó en blanco por un momento.

—En el tercer piso. En mi armario.

—¿Está cerrado?

—Sí —respondió.

—¿Combinación o llaves?

—¡N

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—Combinación.

—Muy bien, entonces llévame allí —dije.

Él asintió con la cabeza. Mis manos temblaban. Me obligué a poner

una expresión estoica y me aparté de la puerta. Acababa de poner un pie

en la escalera del sótano cuando la oí llamar mi nombre.

—¡Zoe! —Apreté la mano sobre mi boca.

—¡Orissa! —Su débil voz llegó a través del oscuro pasillo—.

¡Ayúdame, Orissa!

—Zoe, ¡necesitas estar callada! —Grité tan fuerte como me atreví.

Padraic se precipitó hacia adelante, siguiendo su voz. Extendí la mano

para agarrarlo, mi otra mano a sólo unos centímetros de la parte posterior

de su bata de laboratorio. Sin embargo, la persona loca estaba lo

suficientemente cerca para agarrarlo por el cuello. Después de dejar mi

única arma en el cráneo roto de un zombi, descendí y giré, pateando las

piernas del loco de debajo de él. Cayó, llevándose a Padraic con él. No

había contado con eso.

Padraic se apresuró a alejarse. El loco gruñó y siseó, tratando con

todas sus fuerzas de morder la carne del médico. Sus gritos cacofónicos

fueron suficientes para atraer la atención de los otros zombis. Con cuidado

de no fallar ni arañar a Padraic en la cara, pateé la parte posterior del

cráneo del loco, olvidando que ellos no reaccionaban al dolor. Tenía que

matarlo antes de que matara a Padraic.

Recordé las palabras de la enfermera sobre el fin de los días. No

quería matar a una persona viva. Pero mi deseo de no querer que Padraic,

una persona viva, no loca muriera era mayor. Enredé los dedos en el

cabello del loco y lo jalé. Él gruñó, liberando a Padraic y girándose hacia

mí.

—¡Traedme algo! —Grité, molesta de que nadie nos ayudara. El loco

se escabulló a cuatro patas, silbando. Calculando mal su fuerza, traté de

contrarrestar su salto con mi propio peso. Él se estrelló contra mí,

golpeándome contra la pared. Mi cabeza se golpeó con fuerza, enviando un

negro y fuerte dolor por todo mi cuerpo. Mis piernas trataron de golpearlo.

El loco abrió su boca, situando la rasgadura de sus dientes planos en mi

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carne. Dejar mis rodillas ceder en realidad era una buena idea. Me deslicé

por la pared, precipitándome en medio de sus piernas, conseguí ponerme

de nuevo en pie y lo pateé contra la pared en cuestión de segundos.

Padraic extendió su mano, sosteniendo un ladrillo roto. Lo tomé y,

cerrando los ojos, lo dejé caer sobre la cabeza del loco.

El ladrillo se cayó de mis manos. Me ponía enferma; la grieta en su

cabeza, la forma en que todavía gruñía mientras la sangre salía a

borbotones. Padraic tomó mi mano y me atrajo hacia él.

—¿Estás bien? —Preguntó, respirando con dificultad.

—Sí —respondí, demasiado exaltada para decirle que no, que no

estaba bien maldito idiota, acababa de matar a alguien.

—Está bien, genial.

Oí el grito de Logan. Él y Deron estaban luchando contra los zombis.

Por lo menos sus ataques eran movimientos lentos. Cogí el ladrillo y corrí

hacia allá, destrozándolo en el cráneo de uno de los zombis. Su sangre

salpicó y cerré los ojos justo a tiempo para bloquear el fluido infeccioso.

—¡Son demasiados! —Jadeó Deron.

—¡Tenemos que salir de aquí! —Estuve de acuerdo.

Padraic objetó.

—¿Dónde están Sonja y Jason?

—Zoe —dije en voz baja. Sonja habría querido encontrarla y Jason

no la habría dejado ir sola—. Cinco minutos —le dije, a pesar de que no

tenía forma de contar el tiempo—. Si no los vemos, entones nos iremos. O

conseguiremos que nos asesinen. —Sus ojos azules se encontraron con los

míos, asintiendo de mala gana—. No voy a morir en un sótano —le dije con

firmeza. Me moría de ganas por subir las escaleras del sótano. Pero sabía

que nunca podría vivir conmigo misma si no hacía nada. Tenía que tratar

de salvarlos.

Logan eliminó otro zombi. Tres más tomaron su lugar. Al igual que

un enjambre enojado, los zombis salían del cuarto de seguridad. No

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podríamos luchar contra todos ellos. Incluso si tuviéramos las armas

adecuadas. Además había malditamente demasiados.

—¡Por aquí! —sugirió Padraic, corriendo adelante. Todavía

sosteniendo el ladrillo cubierto de partes de cerebro, lo seguí. Nos

estrellamos a ciegas por el pasillo, nuestros corazones acelerados. Padraic

se detuvo de repente y choqué contra él—. ¡Shh! —dijo, irritándome

instantáneamente. No estaba haciendo ningún sonido. Su intento de

silenciar era totalmente innecesario. Lo empujé, pasando delante de él,

como si eso fuera a ayudarme a ver en la oscuridad. Algo crepitó detrás de

mí. Con un estallido, un fósforo se encendió. Logan lo sostuvo en alto,

proyectando la luz titilante alrededor de nosotros. El fósforo sólo se

mantuvo encendido el tiempo suficiente para iluminar momentáneamente

el rostro de una mujer medio loca. Ella balbuceó incoherentemente,

caminando en varias ocasiones hacia la pared. Se ocultó de la luz,

retrocediendo lejos.

Nadie se movió. Contuve la respiración, odiando cuán fuerte se

escapaba de mis pulmones. El terror pulsaba a través de mi cuerpo. No

pude evitar el temblor que le siguió. Con las manos igualmente

temblorosas, Logan encendió otro fósforo. La mujer se había ido.

—Tal vez se fue para siempre —sugerí en voz baja, sabiendo que no

era cierto—. Vamos a seguir adelante.

—¿Adónde vamos? —Preguntó Padraic, su mano encontrando su

camino hacia la mía. Agarré sus dedos con fuerza, tratando de evitar el

temblor de mis músculos.

—Tenemos que salir —dije. Entonces el fósforo se apagó. Cuando

Logan prendió otro, la mujer estaba detrás de Deron—. ¡Cuidado! —Grité,

tirando mi mano de la de Padraic. Yo era rápida; ella era aún más rápida.

Envolvió sus brazos alrededor del cuello de Deron y hundió sus dientes en

su piel. Él gritó y se tambaleó hacia atrás. Lo liberó y lo mordió de nuevo,

la sangre chorreaba de la primera herida. Padraic agarró mi mano de

nuevo.

—Ella rompió una arteria; no hay forma… —se calló. No hay manera

de que Deron pudiera vivir, era lo que quería decir.

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—¡Vamos! —Grité, corriendo hacia la oscuridad. Tropecé con Dios

sabe qué, cayendo con fuerza sobre mis rodillas—. ¡Hijo de puta! —Maldije

a gritos.

—¿Orissa? —Me llamó una frágil voz.

—¡Zoe! —Grité de nuevo.

—¡La tengo! —Alguien, probablemente Jason, gritó de regreso.

—¿Dónde estáis? —Pregunté, maldiciéndome a mí misma por no

haber tomado una linterna—. No os mováis, sólo seguid hablando y yo

seguiré vuestras voces.

Padraic, o al menos quien pensaba que era Padraic, me ayudó a

levantarme. Agarré su muñeca.

—Agarraos entre todos —di instrucciones, no queriendo que nos

separáramos—. Jason —dije—. Háblame.

—Está bien.

—Me refiero a que sigas hablando. Habla hasta que te encuentre. —

O hasta que un zombi coma sus cerebros.

—Estamos en el sótano. Está oscuro. Ah, y frío. —Su voz se hizo

más fuerte.

—Sigue hablando —instruí.

—No sé qué decir.

—Dime cómo terminaste aquí —respondí rápidamente, diciendo lo

primero que se me vino a la mente.

—Sonja y yo vinimos aquí con nuestra madre. Tenía dolor de cabeza

y…

—No importa, ¿cuál es tu deporte favorito?

—Fútbol americano. Me gustan los potros de Indianápolis.

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Finalmente, sentí el calor de un cuerpo. Mis dedos tocaron carne

caliente. Casi tenía miedo de preguntar.

—¿Orissa? —Gimió Sonja.

—Sí. Agárrate de mí.

—¡Orissa! —Exclamó Zoe.

Gracias a Dios, dejé escapar un suspiro de alivio.

—Está bien, todos tenéis que ser realmente, realmente silenciosos —

di indicaciones—. Logan, ¿tienes más fósforos?

—Sólo tres —me dijo.

—Sácalos todos. Luego enciende uno.

El fósforo chispeó. Por ahora, estábamos solos en el corredor. Junto

con Zoe, Hilary y otra jovencita que logró salir de la habitación segura.

Tomé la iniciativa, encontrando mi ladrillo y levantándolo en el aire, lista

para pelear. Podía oír el arrastrar de los pies y los gemidos de los zombis a

medida que nos movíamos alrededor de la esquina. La niña tosió

ruidosamente y jadeó. Genial, teníamos a una enferma de asma con una

tos tan fuerte como para despertar a los muertos. Literalmente.

El ritmo de los zombis se aceleró. La chica se dobló, incapaz de

recuperar el aliento. El segundo fósforo se apagó hasta su fin, justo a

tiempo para ver a Padraic coger a la niña y lanzarla encima de su hombro.

Logan encendió el último fósforo; si no encontrábamos pronto el corredor

con las escaleras estaríamos jodidos. El fuego llegó y se fue sin ningún tipo

de suerte.

Pasando la mano por la pared frente a mí, llevé al grupo por otro

pasillo. Cada pocos segundos me detenía, escuchando el arrastrar de los

pies. Estaba a punto de darme por vencida cuando un ligero resplandor

apareció a la vista. La tenue luz de las luces de seguridad brillaba por

encima de la escalera. Una vez que todo el mundo estuvo fuera, cerré la

pesada puerta, un intento ridículo, lo sé.

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—Las llaves —le recordé a Padraic. Tenía que mantenerme

movimiento. Si me detenía, mi cuerpo iba a reaccionar. Y no podía hacer

eso justo en este momento. Logan tomó a la niña de la tos del torso de

Padraic. Y Jason aún sostenía a Zoe. No podía esperar que ellos corrieran

dos tramos de escaleras. Aunque no estaba tan oscuro como el sótano

gracias a las luces de emergencia en todas las salas, aún estaba

demasiado oscuro para estar seguros de que no había nada acechando.

Con vacilación, abrí la puerta que decía ―armario del conserje.‖

—¡Escuchad! —Dije en la oscuridad. Cuando nadie vino hacia mí,

dije—: Todos venid aquí. Padraic y yo conseguiremos las llaves. —Jason

trató de protestar, pero lo empujé dentro del armario y cerré la puerta.

Tomé mi bolso y se lo di a Sonja.

—Dentro hay un Taser6. No herirá a un zombi, pero creo que puede

disminuir la velocidad de un loco. Presiónalo contra su corazón.

—Está bien —dijo ella con voz débil.

—¿Por dónde? —Le pregunté a Padraic. Su rostro estaba pálido y su

cuerpo temblaba. Bueno, por lo menos no era la única que no podía

manejarse con total compostura.

—Uh —miró a su alrededor—. Por aquí.

Corrimos hacia la escalera. Nuestras pisadas resonando

fuertemente. No encontramos nada mientras nos abríamos paso por el

pasillo del tercer piso, lo cual sólo me ponía más nerviosa. Tal vez los

zombis podían bajar, ¿pero acaso ya habían dominado la subida?

—¿Qué tipo de coche tienes? —Pregunté de repente.

Padraic me dio una mirada de ―eso qué diablos tiene que ver.‖

—Un Range Rover7.

Marcas. Rodé los ojos.

6Taser: un arma de disparo a largo alcance, fijada por medio de cables a las baterías, que

causa parálisis temporal. 7Range Rover: es un vehículo deportivo utilitario del segmento F producido por Land Rover en Solihull, Inglaterra desde el año 1970.

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—¿Cuántas personas caben en él?

—Oh —dijo, entendiendo a lo que quería llegar todo este tiempo—.

Cinco.

—Supongo que todos cabrán. No es como si tuviéramos elección.

Desde el interior de una habitación, un loco saltó, tirándome al

suelo.

—¡Consigue las llaves! —Demandé—. Puedo mantenerlo alejado. ¡Ve!

—Él siseó y chasqueó. Curiosamente, la voz de mi instructor de artes

marciales sonó en mi cabeza. Recuerda que vale la pena defenderte,

Orissa, me había dicho. Habíamos pasado varios meses haciendo caso

omiso a los métodos tradicionales y centrados en la defensa personal.

Estaba segura de que podía salir con el mínimo daño ante un atacante

humano. Conocía sus puntos débiles, y sabía que ir sobre los ojos, la nariz

y la garganta eran buenas formas de detener un ataque. Pero eso estaba

basado en infligir dolor, y los locos no reaccionaban ante el dolor. Las

manos del loco rodearon mi garganta.

En un minuto me desmayaría.

Con mi mano libre, le pegué al loco en el rostro, empujando mi

palma hacia su nariz, acercándome al hueso. Incapaz de respirar, me dejó

ir. Salí debajo de él, enderezándome. No tenía nada con que matarlo.

Había un carrito médico de pie detrás de mí. Lo agarré y lo empujé hacia

él. Cayó hacia atrás, sobre una silla de ruedas volcada. Había sido

entrenada sobre cómo luchar, no cómo matar.

Vale la pena defenderte. Y así fue con todos los demás. El loco se

agachó, saliva goteando de su boca mientras gruñía. Mi cuerpo vibraba de

adrenalina. Un bote de basura de riesgo biológico se había caído del carrito

médico y se había agrietado, derramando sucias agujas usadas por todo el

suelo.

—Aquí va —dije, mientras me lanzaba hacia abajo para conseguir

una. Tiré de la aguja hacia atrás y luego la lancé hacia adelante,

conduciéndola hacia el pecho del hombre. La empujé dentro; la aguja

doblada sobre el esternón, sin matarlo con una burbuja de aire como

esperaba. Derrotada, retrocedí hacia una habitación, sintiendo náuseas

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instantáneamente ante el olor de un cuerpo en descomposición que había

quedado tendido en la cama. Rápidamente, examiné la habitación. Había

un pequeño cuarto de baño enfrente de mí. Y la puerta abierta de una

habitación. Di la vuelta alrededor de la cama, derribando el soporte de la

intravenosa. Los tubos siendo arrancados del brazo del cadáver, hice una

mueca, no queriendo mirar.

Mi corazón latía tan rápido que pensé que iba a tener un ataque

cardíaco. Dando la espalda al baño, me quedé de pie completamente

inmóvil, con la esperanza de que el loco actuara tan predeciblemente como

asumía. Me sentí aliviada cuando saltó. Salí del camino, me giré y cerré la

puerta en su mano. Puse la cama delante de la puerta y bloqueé la

habitación. Padraic estaba corriendo por el pasillo, con las llaves en la

mano, gracias a Dios.

—¡Corre! —Grité y salí, sin molestarme en esperarlo. Bajé corriendo

por las escaleras. Mis muslos ardiendo por el esfuerzo. Obligándome a

utilizar algo de gracia, reduje la velocidad y traté de no pisar tan fuerte el

último tramo de escaleras.

—Tenemos que ir por aquí —me dijo sin aliento Padraic, apuntando

lejos del armario—. Hacia el estacionamiento.

—Está bien. —Por un momento, recuperamos el aliento. Me lancé

fuera de la escalera hacia el armario. En silencio, les hice señas a todos

para que siguieran a Padraic. Ningún zombi se cruzó por nuestro camino a

medida que corríamos apresuradamente hacia el estacionamiento. Todos

ellos debían estar en el sótano, un hecho por el que me sentí agradecida y

cautelosa; ¿por qué los zombis permanecían juntos?

Nos amontonamos en el Range Rover, sentándonos unos encima de

otros. Padraic aceleró fuera del estacionamiento, atravesando la puerta de

sensor de movimiento.

—¿Adónde vamos? —Preguntó, con la voz quebrada por el miedo.

—A mi casa —respondí al instante—. Tengo algunas cosas que

podrían ser útiles.

Entre más nos alejamos del hospital, vimos menos zombis. Tampoco

sabía qué hacer con eso. No había dejado de temblar mientras subía

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corriendo por las escaleras del apartamento de tía Jenny. Me sentía

enferma por el ansia y el miedo. Titubeé con la cerradura, dejando caer

mis llaves dos veces antes de finalmente abrir la maldita puerta.

Cuando ningún hedor de muerte abrumador me golpeó, entré. Todo

estaba donde debería estar. El pan de plátano que había hecho el día de la

epidemia estaba enmohecido sobre la estufa, pero intacto. Tal vez tía

Jenny había logrado salir a tiempo. Una dura bola de culpa serpenteó

alrededor de mi estómago, diciéndome que ella habría intentado, por lo

menos, encontrarme. Yo era su favorita (si no es que única) sobrina, como

le gustaba recordarme. Ahora no había nada que pudiera hacer al

respecto.

Además del seguro de la puerta, Logan empujó una silla bajo el

picaporte. Era una buena idea, pero ejecutada de manera prematura. No

sabíamos si estábamos solos. Crucé la sala de estar en la cocina,

susurrando mientras me dirigía hacia donde estaban los cuchillos por el

cuchillo más grande que pudiera encontrar. Algo traqueteó en la puerta del

baño. Sonja gritó y me hubiera gustado que fuera humana para

amordazarla. A nadie le gustaba un gritón.

Logan me miró. Asentí con la cabeza. Levanté el cuchillo, moviendo

los pies lo más silenciosamente que pude. Él puso la mano en el picaporte,

articulando un ―a la de tres.‖ Conté con él. ¡Uno, dos, tres! La puerta se

abrió. Un gato salió corriendo.

—Maldita sea, Finickus —maldije, dejando mi mano caer hacia un

costado. ¿Qué estaba haciendo atrapado en el baño? Una gran bolsa de

comida para gatos había sido arrojada en el suelo, el lavabo y la bañera

estaban llenos de agua—. Oh —dije en voz alta, sintiendo un poco de

esperanza. Tía Jenny le había dejado con un montón de comida y de agua.

Eso significaba que se había ido. Y que además nos había proporcionado

algo valioso con lo cual lavarnos.

Me asomé a la sala de estar. Hilary, Jason y Sonja se sentaron en el

sofá. Zoe cambió su gato de peluche color rosa por Finickus. Logan miró

por la ventana y Padraic intentó que la otra niña respirara normalmente.

—Respira lento, Lisa —dijo él, con su voz tranquilizante. La chica

jadeó en busca de aire, con las lágrimas rodando por su rostro. Me sentí

mal por verla sufrir, pero, sobre todo, porque no tenía fe en su

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supervivencia. Entré en la habitación; una sensación difusa rodeándome

cuando vi el té sin terminar de tía Jenny sobre la mesa de café. Entonces

sentí sus ojos. Cada uno de mis siete compañeros me miraba.

—¿Qué hacemos ahora? —Preguntó Jason.

—No lo sé —respondí rápidamente. No me gustaba la esperanza en

su voz.

—Estoy cansada —gimió Zoe—. Y hambrienta.

—Tenemos que descansar —sugirió Padraic.

No podía estar en desacuerdo. Me dolía todo el cuerpo y estaba

exhausta.

—No todos a la vez —le dije, dejando la sala en busca de comida. No

había nada fácilmente disponible que ofreciera mucho. Extraje una bolsa

de preztels y una caja de galletas Oreo de la alacena. Tía Jenny era una

fan de la sopa enlatada, pero sin un microondas o una cocina para

calentarlas, no sería fácil de tragar. Recordando que Finickus prefería el

atún más que los alimentos enlatados para gatos, abrí el armario bajo el

fregadero y encontré diez latas. Perfecto, una para cada uno. Abrí las latas,

dejé una de pie en el suelo para Finickus y repartí nuestro menos delicioso

desayuno.

Zoe, Lisa, y Sonja se acurrucaron juntas en la cama de tía Jenny

después de comer, cayendo rápidamente dormidas. Fui al baño y me di el

baño de esponja más frío alguna vez he visto, usando el agua de la bañera.

Incluso me las arreglé para lavarme el pelo. Me paré frente al espejo,

mirando a mis ojos verdes como si los hubiera frotado. No podíamos

quedarnos aquí. No quedaba nada y había demasiados zombis y locos. Yo

quería ir hacia el norte, para ver si una de las únicas personas que

realmente amaba en este mundo todavía estaba viva. Me puse mi bata de

baño y me lancé a través del pasillo hacia mi habitación. No me había

molestado en desempacar nada excepto mi ropa.

Seré la primera en admitir que mi guardarropa era más que un poco

bipolar. El lado derecho de mi armario estaba lleno de ropa de ―salir‖:

jeans ajustados, faldas cortas y vestidos, tops de corte bajo que dejaba ver

mis senos y encantos. El lado izquierdo alojaba mi ropa práctica de los

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veranos pasados en la granja de mis abuelos en Kentucky: pantalones

cómodos, camisetas térmicas buenas para todas las ocasiones, camisetas

sin mangas que estaban destinadas a ser ensuciadas. Me puse un par de

ropa interior limpia antes de meterme en un par de jeans ajustados que

serían buenos para correr, pero que además ofrecían más protección que

los delgados pantalones atléticos. Saqué una camisa de manga larga antes

de rellenar mis brazos con un forro polar, y una sudadera con capucha de

color marrón. Saqué unos calcetines disparejos de mi cajón.

Supuse que Sonja debía de ser de mi talla, aunque no tan alta. Tiré

de un par de jeans holgados con tanta fuerza que la percha se rompió. Oh,

bueno. No es como si la fuera a necesitar. Escogí una sudadera con

capucha gruesa y otro par de calcetines. Podría proveer a Lisa y Zoe con

suéteres y sudaderas también, pero nada de lo que yo o tía Jenny

teníamos le serviría a Hilary. Y luego estaban los chicos en quienes pensar.

Padraic definitivamente no podía andar por ahí con su delgado uniforme

de Doctor.

Arrastré una maleta de debajo de mi cama, lanzando algunas

camisas de manga larga, otro par de pantalones, varios pares más de ropa

interior y calcetines dentro de ella. Sin explicar lo que estaba haciendo, me

moví por el pequeño apartamento en busca de cualquier cosa que pudiera

ser útil. Tomé los mínimos suministros para higiene personal del cuarto de

baño, vitaminas, un abrelatas y el resto de los cuchillos de la cocina junto

con fósforos, velas, lejía y cinta adhesiva.

—Sentíos libres de ayudar —espeté a los cuatro chicos restantes,

que estaban sentados en silencio en la sala de estar.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Padraic, su voz nivelada.

—Buscando suministros —le contesté, aunque supuse que era

obvio.

—¿Cómo te puedo ayudar?

—Busca suministros —resoplé, tapándome la nariz cuando abrí la

nevera y vertí la leche en mal estado por el fregadero, enjuagando el

recipiente con el agua de la bañera.

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—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Jason inocentemente, pensando

que estaba limpiando—. Quiero decir, ¿acaso importa?

—Es por el gas —le expliqué—. Tenemos que llegar lo más lejos que

podamos.

—¿Cómo? No creo que las bombas de gas funcionen.

Me reí entre dientes.

—¿Sabes cómo funciona un sifón?

—No sé qué es eso.

—Lo harás —le prometí. Juntos, recogimos todo lo que podíamos

pensar que era útil. Amontoné mi largo cabello a un lado, tirando de este

por encima de mi hombro izquierdo y comencé a trenzarlo—. Necesitas

ropa —le dije a Padraic. Justo cuando estaba a punto de sugerir que

fuéramos a la casa de Logan o a la suya, recordé que un montón de otras

personas vivían en este complejo de apartamentos. Dejando a Logan y a

Hilary para proteger a las niñas que estaban durmiendo, dirigí el camino al

pasillo, caminando hacia la puerta del vecino. Llamé a la puerta y pegué

mi oreja a la puerta. Nada se movía en su interior. Dando un paso hacia

atrás, pateé la puerta.

No se rompió. Le di una patada de nuevo, justo al lado del pestillo.

El marco empezó a romperse. Dos patadas más y estaba dentro. Cuando

atrapé a Jason mirándome como si fuera la Mujer Maravilla, le dije:

—Estas puertas son realmente baratas. Se rompen con facilidad. —

El olor de la decadencia nos golpeó. Casi vomité cuando vi los cadáveres

tendidos en el suelo. Ambos tenían heridas de bala en la cabeza. Saqué el

arma de una mano muerta y putrefacta, hice clic sobre el seguro y la metí

en la parte trasera de mis pantalones—. Tiene que haber más munición

aquí, por alguna parte —dije—. Busca una caja de balas. Y toma todo lo

que nos pueda ser útil.

Padraic y yo dejamos a Jason y volvimos al pasillo. Padraic pateó la

puerta siguiente y la abrió en su segundo intento, revelándome que era

más fuerte de lo que pensaba. Otro cuerpo yacía en el suelo, aunque éste

debió haber muerto a causa del virus. Cargamos una bolsa con frijoles

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enlatados, atún y galletas. Había un juego de llaves colgado en la pared. Lo

tomé y fui a saquear el armario de las medicinas.

—¡Padraic! —Llamé cuando mis manos se apoderaron de algo—.

¿Ayudará esto? —Le tiré el inhalador. Él leyó la etiqueta.

—Sí, creo que sí. —Él se quedó boquiabierto, admirándome. Con la

mirada, le dije que se diera prisa y que comprobase el armario en busca de

ropa. Llamé a la siguiente puerta—. ¿Por qué golpeas? —Preguntó Padraic.

—Uno, estoy escuchando para ver si algo reacciona al sonido. Y dos,

si alguien le diera una patada a mi puerta, le pegaría un tiro.

—Oh, está bien.

Eventualmente, nos separamos completamente. Sentí como si

estuviera robando cuando comencé a husmear a través de los gabinetes y

cajones. Seguí mirando detrás de mí, tanto por si aparecían los locos o los

dueños de casa, como si fueran a aparecer en cualquier momento. Incluso

si lo hicieran, ¿qué harían? Me preguntaba si había algún policía por aquí.

Sin duda se sentía como si fuéramos los últimos en la ciudad, pero no

podía ser cierto. Si nosotros lo habíamos logrado, seguramente otros

también lo habían hecho. Y, ¿qué pasaba con Rebecca y Karli? Sí, se

infectaron al final, pero sobrevivieron por un tiempo y no estaban

preparadas para la epidemia.

—La preparación es la clave para la supervivencia —murmuré.

—¿Qué dijiste? —Preguntó Padraic, sorprendiéndome. No lo había

oído acercarse sigilosamente detrás de mí.

—Nada. Es sólo algo que mi abuelo solía decirme. —Miré las botellas

sin abrir de zumo de arándanos en sus manos—. Estupendo, ese es mi

favorito —le dije con sinceridad.

—El mío también.

—Ahora si sólo tuviera un poco de vodka... —dije con un toque de

risa, encontrándome con los ojos de Padraic. Se había puesto unos jeans y

una camiseta azul claro. Dado que su cuerpo no estaba cubierto con una

bata holgada, me di cuenta, por primera vez, de que a pesar de que él era

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delgado, era firme y bien construido. Una chaqueta gris estaba doblada

sobre su brazo.

—Deberíamos volver y descansar.

—Por supuesto.

Encontramos a Jason al final del pasillo, llevando con orgullo una

caja llena de lo que él pensaba que eran suministros útiles. Tendría que

revisarlo más tarde. Volcamos todo en el medio de la sala de estar del

apartamento de tía Jenny, ordenando las cosas en pilas.

—Entonces —preguntó Hilary, poniéndose un suéter sobre su bata—

. ¿Cuál es nuestro plan?

—Ir al norte —dije, mi rostro serio y neutral—. Podría haber una

cuarentena en Chicago, ya que hay mucha gente.

—Había un montón de gente aquí —intervino Padraic.

—Vale la pena intentarlo —escupí—. Y no está tan lejos. Dado que

no tenemos leyes de tránsito que cumplir, tardaríamos menos de medio

día. —Él todavía no parecía muy convencido—. Y si no hay nada, podemos

intentar otra cosa.

—Lo haces sonar tan fácil.

Apreté mis manos frías en mis mejillas, rojas y calientes de la prisa

de saquear las casas de los demás.

—Ahí es donde voy. Vosotros no tenéis que venir.

Padraic se apartó realmente con sorpresa.

—¿Dividirnos?

Me encogí de hombros.

—Ahí es donde yo voy —repetí.

—Norte —cuestionó—. Tú misma lo has dicho: está haciendo más

frío cada día. ¿No deberíamos ir al sur?

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—Con el tiempo —dije, ya que era parte de mi plan original. Pero no

podía irme sin ver si ella estaba viva o no—. Voy a comprobar Chicago

primero. Ya que está más cerca —reiteré, nivelando mi voz.

—¿De verdad crees que hay una cuarentena allí? —Preguntó Hilary.

—Es mi mejor suposición —mentí. Soy una buena mentirosa. Podía

mirar a alguien a los ojos mientras lo hacía y mis historias siempre

permanecían consistentes. Con los años había descubierto que las mejores

mentiras son las mentiras más simples. Cuanto menos tengas que

recordar, menos oportunidades de arruinarlo y desbaratar tu coartada—.

Si nos vamos ahora podemos estar allí antes del anochecer.

—¿Irnos esta noche? —Preguntó Jason, disgustado por mi prisa.

—¿Por qué no? No es como si tuviéramos algo que nos detenga.

Cuanto antes, es mejor de todos modos. Es sólo cuestión de tiempo antes

de que esos... esas cosas se den cuenta de que estamos aquí.

Padraic negó con la cabeza.

—No estamos descansados. Cinco de nosotros no pudimos dormir

mucho en esa azotea —me recordó. A pesar de que sólo unas pocas horas

habían pasado desde esta mañana, todo sobre el escondite en el techo de

los zombis parecía como si hubiera ocurrido hace días. Odiaba que él

tuviera razón.

—Está bien. Descansaremos. Esto me dará más tiempo para

conseguir suministros y encontrar un buen coche. Pero tan pronto como el

sol salga mañana por la mañana, me iré y no forzaré a nadie a venir

conmigo.

—No podemos quedarnos aquí —expresó Jason, ante mi anterior

razonamiento—. Vamos a morir.

—Lo haremos —dijo Logan suavemente, mirándome a los ojos—.

Mañana por la mañana, entonces. Vamos a ir al norte para encontrar la

cuarentena.

Asentí con la cabeza.

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—Bueno, voy a descansar hasta entonces. Uno de vosotros debe

hacerlo también, así que alguien más puede tomar la guardia de la noche

conmigo. —Salí de la sala de estar y me detuve justo antes de llegar a mi

puerta—. Y tal vez deberíamos hacer una barricada en la puerta. Es fácil

entrar, como ya todos visteis. —Me quité las botas, puse la pistola en mi

mesita de noche y me metí debajo de las sábanas. Estaba cansada. Mi

cuerpo estaba dolorido y mi costado pinchaba cuando me movía. Tenía la

esperanza de que mi interior se hubiera curado lo suficiente como para

que no se rasgara y se abriera. Cerré los ojos y traté de aclarar mi mente.

Realmente no quería dividirnos, pero tal vez sería mejor de ese modo. Si

ella no estaba viva, entonces habría ido allí para nada. No, ella está viva,

me dije. Y si no, bueno, los otros podrían simplemente lidiar con ello.

Estaba segura de que podría encontrar algo para hacer que el viaje valiera

la pena.

No quería concebir la idea de que existía la posibilidad de ser los

únicos seres vivos que quedaban. Cuando nos aventuramos a salir esta

mañana, estaba segura de que encontraríamos a otros haciendo lo mismo.

Todos podríamos unirnos y sobrevivir a esto de alguna manera. Yo iba a

sobrevivir a esto de alguna manera.

Dormí durante cuarenta y cinco minutos enteros. Incapaz de cerrar

mi mente o sentirme lo suficientemente segura para dejar caer mi guardia,

una larga siesta era lo mejor que obtendría. Queriendo que mis músculos

adoloridos tuvieran la oportunidad de sentirse mejor, me quedé en la cama

durante una hora, tratando de no pensar en los zombis. Sin éxito, por

supuesto. Había algo que no parecía bien. Y no era lo obvio de hay-un-

apocalipsis-zombi sucediendo. Tiré hacia atrás las mantas y salí de la

cama, dispuesta a ir a interrogar a Padraic.

Logan, Jason, y Hilary estaban sentados en la mesa de la cocina,

jugando a las cartas. Padraic dormía en el sofá. Maldita sea. No iba a

despertarlo. Me senté en la mesa al lado de Jason. Mi estómago gruñó.

Jason asintió, diciéndome en silencio que tenía hambre también. La sopa

parecía apetecible, si tan sólo pudiera calentarla.

—Yo puedo —dije en voz alta. Me levanté, mi silla arrastrándose en

el azulejo. Me dirigí a la sala y tomé varias velas de mi pila de ―velas y

linternas.‖ Las organicé en el mostrador entre cuatro largas copas de

vidrio. Puse una olla entre las copas, vertí la sopa y esperé.

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—Eres brillante —me dijo Jason cuando serví la sopa caliente en

platos hondos.

—Eso me han dicho —le dije con una sonrisa y devoré mi sopa. Las

chicas se despertaron, el olor de la comida sacándolas de su sueño.

Después de que comieron, jugué varios juegos minuciosamente aburridos

de Go Fish8. El tiempo pasó lentamente. Pero cuando el sol empezó a salir,

sentí la mano de la muerte apretar mi corazón. Tendría sentido que los

locos no pudieran ver en la oscuridad. Después de todo, seguían siendo

humanos. Al igual que a mí, la oscuridad los dejaba vulnerables. Tuve una

persistente sensación que me dejó más vulnerable. Los locos no tenían

nada que perder. Deseé haber encontrado un par de gafas de visión

nocturna.

Lancé mis cartas al centro de la mesa. Me dirigí a la puerta,

removiendo la silla que había sido puesta debajo de la manija.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Logan.

—Voy a ver lo que hay allí —dije, señalando por encima de mí, lo que

significa el tercer piso—. Antes de que oscurezca.

—Voy a ir contigo.

—Está bien —estuve de acuerdo. No estaba muy interesada en ir

hasta allí sola de todos modos. Cogió un cuchillo y me acompañó a la

puerta—. Tocaremos, pero no abras la puerta hasta que te asegures de que

somos nosotros, ¿de acuerdo? —Le dije a Jason. Él asintió con la cabeza—

. Mantenlas a salvo —añadí antes de que tuviera la oportunidad de

intentar unirse a nosotros. Con Logan pisándome los talones, me acerqué

con nerviosismo a las escaleras. Haciendo clic en el seguro de la pistola.

—¿Sabes cómo usar eso? —Preguntó él con escepticismo.

—Sí —respondí brevemente.

8Go Fish: es un juego de naipes sencillo. El número de jugadores es variable y está

comprendido entre dos y seis. Se utiliza una baraja francesa a la que se le retiran los

comodines.

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—Si tú lo dices. —Él no me preguntó nada más. De todos ellos,

estaba segura de que podía llevarme bien con Logan, más fácilmente que

con los demás.

Había un zombi en el apartamento de la primera puerta que abrimos

a la fuerza. Creo que había sido un anciano cuando el virus lo tomó. Era

difícil saberlo debido al estado de descomposición de su piel. Mi corazón se

aceleró con el miedo y me encontré luchando por sostener la pistola

fijamente. En lugar de correr hacia nosotros, con la boca abierta y

hambriento, el zombi arrastró los pies lentamente hacia nuestra dirección,

tropezando con una alfombra arrugada. Miré a Logan, que me devolvió la

mirada confundido. Bajé el arma, no queriendo perder municiones. Logan

cruzó la habitación y hundió el cuchillo en la espalda del zombi,

perforando el corazón. Pero este no murió.

—¿No has visto películas de zombis? —Me exasperé—. Tienes que

apuntar al cerebro. —Contuve una risita, dándome la vuelta justo cuando

el cuchillo atravesó el aire, teniendo como objetivo la parte inferior del

cráneo del zombi. Hice un recorrido rápido del apartamento, sin encontrar

nada de importancia. Limpié el cuchillo ensangrentado con una toalla,

Logan me siguió por el pasillo.

—Espera —le dije, deteniéndolo con una mano—. ¿Has oído eso?

—No —dijo después de un segundo.

—Bueno, se ha detenido ahora. —Negué con la cabeza. Sabía que

había oído algo—. Era como un zumbido alto —le expliqué, moviéndome

hacia adelante. Con el arma lista en la mano derecha, presioné mi oído

contra la otra puerta, tres debajo de donde habíamos estado. Lo oí de

nuevo—. Ahí —susurré. El sonido sonaba familiar y muy no-zombi.

—¿Nos saltamos esta? —Sugirió Logan.

—¿No quieres saber qué hay ahí? —Pregunté.

—No. Volvamos y comamos.

—Acabamos de comer. Sé que no es mucho, pero tenemos que

acostumbrarnos a ello. —Sacudí la cabeza y llamé a la puerta. Un perro

ladró—. ¡Está vivo! —Exclamé, dándome cuenta tan pronto como las

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palabras escaparon de mi boca de que lo que dije era estúpido y obvio—.

Tal vez hay otros —añadí, golpeando de nuevo—. ¿Hola? —No contestó

nadie. Fruncí el ceño y Logan se encogió de hombros. Me hice a un lado y

dejé que él le diera una patada a la puerta.

El perro saltó hacia mí. Terror pasó por mis venas cuando el

doberman saltó, poniendo sus patas sobre mí. En lugar de morderme, me

lamió. El trozo de su cola recortada se agitó febrilmente y lamió mi rostro,

gimoteando.

—Hola, amigo —le dije, empujando al perro hacia abajo. El lugar

apestaba a excremento de perro y orina—. ¿Están tus dueños en casa? —

Logan miraba alrededor, aparentemente el olor no le molestaba—. No hay

nadie aquí —resumí y volví al pasillo dando arcadas. Suponiendo que los

dueños del perro habían hecho lo que la tía Jenny había hecho por

Finickus, ellos se habían ido. Antes de que pudiera leer la etiqueta de

identificación del perro, él la quitó—. De nada —murmuré.

Le dije a Logan que buscara en el final del pasillo mientras yo

buscaba en el resto de los apartamentos en este extremo. El próximo

apartamento tenía más cadáveres. Cerré la puerta, tapando el olor y las

moscas. El próximo apartamento al que irrumpí era más interesante.

Si hubiera conocido al chico que vivió aquí en un bar,

probablemente me habría reído de él. Tenía que ser el nerd más grande de

la historia, carteles de reconocidos magos y dragones cubrían las paredes

de la sala de estar. La vitrina al lado del sofá albergaba varias figurillas de

cómic, una ametralladora de aspecto muy falso, y un juego de cuchillos.

Varias espadas estaban colgadas en la pared y un arco descansaba sobre

la mesa de café. Me pregunté si valía la pena ver las réplicas de armas.

La primera espada que quité de la pared era pesada. Pesada, fuerte y

todavía poco práctica. La siguiente era más corta, al igual que afilada y tal

vez factible. La tiré sobre el sofá y consideré si debía o no considerar

llevármela. Correr con una espada probablemente no era tan fácil de hacer

como se veía en las películas. Los cuchillos estaban muy bien hechos, pero

sin brillo, el estuche de cuero en donde estaban, sin embargo, podría ser

útil.

Cogí un arco, examinando los remolinos de oro grabados y pintados

en la madera. Era bonito, tenía que admitirlo. Había disparado un arco

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muchas veces; los prefería para cazar ya que eran silenciosos. Pero nunca

había usado un arco largo como el que estaba sosteniendo. Los arcos que

tenía eran modernos y camuflados, no delicados y élficos como éste. Tiré

de la cuerda con facilidad. Ni siquiera una cuerda de veinte libras, pensé y

lo dejé. Cogí el casco de un caballero de metal, tocándolo con los dedos

para probar su fuerza por curiosidad. Suspiré, dejándolo caer y siguiendo

adelante para ver la librería detrás de mí.

Junto con los libros, DVDs, y más figuritas de acción, la plataforma

tenía más réplicas. Encontré dos dagas que podrían ser útiles y una

espada muy afilada estilo Samurai. Estas armas podrían apuñalar

fácilmente a cualquier persona, pero todavía no eran ideales. Había que

estar cerca de algo para apuñalarlo.

—¿Por qué no pudiste ser algún fanático raro de armas? —Hablé con

nadie. Rodé las armas dentro de una sábana, encontré una vitrina de agua

embotellada y un frasco de cacahuetes, los metí en una bolsa y saqué el

lote al pasillo. Abrí de una patada la puerta de al lado para revelar un

apartamento vacío. Estaba empezando a sentir el peso de no dormir. Uno

más e iría a buscar a Logan, me prometí a mí misma.

Quien vivió aquí, se llevó todo lo útil. Estaba molesta, pero me alegré

de no ser la única en este complejo de apartamentos de mierda que

supiera lo que era importante para sobrevivir. La puerta de cristal de la

terraza había quedado abierta. El viento soplaba las fotos que habían sido

esparcidas por el suelo. Me acerqué a ellas cuando di un paso al aire libre.

La luz del sol se desvanecía rápido y yo quería tener todo listo y esperando

para mañana.

Era inquietante lo tranquila que estaba la ciudad. No había prisa en

el tráfico, ni coches tocando la bocina, no había sirenas o gente hablando o

riendo o niños jugando. Deseando tener binoculares, me asomé. Sostuve

en alto la pistola, deseando poder disparar y poner a prueba su precisión.

Pero no iba a perder una bala y tampoco quería que el disparo diera a

conocer nuestro escondite.

Agarré el mango de plástico barato de la puerta y la deslicé hasta la

mitad, antes de llegar a la conclusión de que cerrarla no tenía sentido. Era

sólo cuestión de tiempo antes de que el edificio se volviera ruinas o

estuviera invadida por zombis o locos.

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Una cara muy linda sonrió hacia mí en una fotografía. Me agaché,

colocando el arma en el suelo y tomé la foto. La chica parecía familiar. Era

hermosa, con la piel dorada y perfecto cabello oscuro. Inspeccioné otra

foto, tratando de recordar a quién le pertenecía el rostro que sabía que

había visto antes.

—Collette Gravois —recordé. Ella solía ser una famosa modelo. Tenía

su propio programa de televisión y una línea de lencería desde hace unos

años. Había gastado gran parte de mi dinero, duramente ganado, en sus

sexys diseños de encaje Brazilin. Entonces llegó el golpe de la Depresión y

los gastos frívolos llegaron a su fin. A nadie le importaba cómo tus ropas o

sujetador se veían cuando no podías comprar alimentos.

Me pregunté cómo ella había terminado en Indy y especialmente

aquí. O tal vez no lo había hecho. Tal vez estas fotos pertenecían a un

amigo. Estuve hojeando los restos de un álbum de Collette en un parque

temático, vistiendo ropa normal y luciendo feliz. Probablemente estaba

muerta ahora mismo.

Algo brilló. Precipité mi atención hacia la puerta del balcón. Había

venido desde fuera. Esperé a que volviera a suceder. Y entonces vi su

reflejo, la decoloración de la luz del sol hacía brillar el cuchillo que tenía en

su mano.

—Jesús, Logan. Me has asustado. —Levanté una imagen de Collette

en bikini—. ¿Sabes quién es? —Me volví, esperando que los ojos de Logan

sobresalieran con la foto de la modelo con poca ropa. Echó la cabeza hacia

abajo y se quedó mirando, baba goteando de su boca. Algo no estaba bien.

Mi cerebro no tuvo tiempo para formar un pensamiento lógico. Todo

sucedió tan rápido. Con un grito, Logan se lanzó sobre mí, el cuchillo

levantado. Traté de moverme fuera del camino. Mis pies se resbalaron con

las fotografías, y caí tendida en el suelo. Él estaba sobre mí, sujetándome

contra el suelo. Observé su reflejo mientras levantaba su brazo. Con

horror, vi el reflejo del cuchillo cortar a través del aire y hacia el interior de

mi espalda.

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67

Traducido por Agoss y Apolineah17

Corregido por key

rité de miedo. Le di una paliza, desesperada por salir de

abajo de él. La herida dolía, el dolor recorrió mi cuerpo,

corriendo arriba y abajo por mi espina dorsal. No tuve

tiempo para centrarme en si quería vivir. Logan era más grande y más

fuerte que yo. Desde que estaba boca abajo, estaba indefensa. Rompí las

piernas en alto, conduciendo el tacón de mi bota en la espalda. Si no se

infectaba, podría haber funcionado. Infligir dolor no hizo nada para los

locos

De la nada, corrió a la habitación. Su cuerpo voló en un salto grácil

y chocó con Logan, tirándolo encima. Growling, el doberman le rodeaba.

Logan se agachó, levantó el cuchillo. Con la adrenalina corriendo por mi

cuerpo, me tambaleé hacia arriba. Cogí una lámpara, tirando el cable de la

pared. Con toda la fuerza que pude reunir, la golpee contra la cabeza de

Logan.

No le hizo daño, supongo, pero le desorientó lo suficiente para que el

perro saltara. Sus mandíbulas se cerraron sobre el brazo de Logan,

rasgando su carne al instante. Yo no quería matar a Logan. Hace tan sólo

unos minutos hablábamos. Él estaba bien.

—¡Logan! —grité, con la esperanza de provocar algún tipo de

recuerdo. Él sólo me gruñó, luchando contra el perro. Con miedo de que

pudiera apuñalar al doberman, yo le di una patada en el pecho. Tan

pronto como mi pie hizo contacto me caí, la herida de arma blanca dolía.

El cuchillo se deslizó de sus dedos, mi sangre salpicó el suelo cuando caí

en un estrepito contra el suelo. Logan cayó hacia atrás, golpeándose la

cabeza contra la puerta del balcón.

El balcón.

G

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Con un plan, me obligué a mí misma a levantarme. El perro estuvo a

mi lado, gruñendo y mostrando sus colmillos. Cerré los ojos y di una

patada de nuevo a Logan, preparándome para el dolor que seguramente

seguiría. Dolió como el infierno, pero mi plan funcionó. Él dio un paso

hacia atrás, poniendo su culo loco en el balcón.

—Muérdelo —le dije al perro, sin saber si se trataba de un comando

que sabía. Si me escucho o no, el doberman se abalanzó de nuevo,

hundiendo sus dientes en el brazo de logan. Empujé la barandilla de metal

débil. Como la de tía Jenny, estaba suelta. Nunca me sentí segura apoyada

en su barandilla. Se sentía como que iba a caerme en cualquier segundo.

—Buen perro —le dije y puse mi mano en su espalda, esperando que

no diera la vuelta y me mordiera. Afortunadamente la soltó. Empujé a

Logan. Se inclinó hacia atrás, chocando contra el metal blanco de

oxidación. Crujió, gimió y finalmente cedió. Agarré el collar del perro, salté

hacia atrás y cerré la puerta de cristal de la derecha cuando Logan cayó

hacia abajo.

Caí de rodillas. Sentí como si fuera a vomitar. No podía respirar o

ralentizar mi corazón que latía con fuerza. El perro me olfateó como si

quisiera alabanzas.

—Gracias —le dije, conforme con el tono alto y con voz temblorosa.

Mis manos temblaban aún peor. Mis dedos no querían cooperar para

agarrar la astillada identificación de metal que colgaba del cuello del perro.

"Argos", le dije, por fin pude leer su nombre. Todo su trasero se estremeció

con emoción al oír su nombre. Lamió el sudor de mi cara y se alejó al trote.

Me levante, caminando de vuelta al apartamento la tía de Jenny.

—¡Orissa! —Zoe casi cayó de su silla. Ella fue la primera en darse

cuenta de la sangre. En una explosión de caos, Padraic despertó. Él estaba

preocupado por la cantidad de sangre que había perdido. Antes de que

nadie me pudiera perforar con preguntas, él me llevó al baño y cerró la

puerta. Tenía que ayudarme a quitarme la camisa. Cuando pasó la

conmoción, el dolor se infiltró. Él presionó una toalla limpia sobre la

herida, me dijo que lo sostuviera, y se escabulló hacia fuera para conseguir

algunos suministros médicos.

—¿Crees que podrías estar parada para dejarme ponerle puntos y

cerrarla? —me preguntó.

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La sangre se drenó de mi rostro al pensar en una aguja de coser

perforar repetidamente mi piel.

—¿Tiene que hacerse?

—Yo diría que sí.

—Ok entonces. Hazlo rápido.

Las manos de Padraic eran suaves y gentiles. No tenía guantes, pero

no se rehusaban a mi sangre.

—¿Estabas siendo estrangulada? —preguntó él, al ver las marcas

rojas en el cuello.

—Sí.

—¿Por qué no dijiste nada?

—No me mató, he sido estrangulada antes. No es un gran problema.

—Oh, me permito disentir. ¿Quieres decirme que paso ahora allí

arriba?

No quería hablar de ello nunca.

La aguja pinchó en mi carne.

—Logan.

—¿Él fue atacado?

—No del todo.

—¿Lo hizo? —Las manos de Padraic dejaron de moverse.

—Estaba infectado. Yo no tenía idea. Él estaba bien y luego diez

minutos más tarde... —Sentí que las lágrimas se intentaban formar, si era

por el dolor o la pérdida horrible, no lo sabía. Parpadeé—. No sé ni cómo se

infectó. Pensé que habías dicho que todos éramos inmunológicos.

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—Resistentes —corrigió él, tirando del hilo hacia arriba. Tiró de mi

piel con una sensación escalofriante—. Los virus evolucionan y cambian.

Una hebra no podría hacer nada mientras una hebra ligeramente diferente

podría ser fatal.

—Pero ¿cómo lo consiguió? No hemos bebido agua y estoy segura de

que no me mordieron.

Padraic recorto el hilo, me frotó una especie de ungüento en la

herida y la vendó. Se sentó en el mostrador, limpiándose las manos

manchadas de sangre con un trapo húmedo.

—Él consiguió raspar y cortar la lucha contra los zombis, ¿verdad?

—¿No lo hacemos todos? —le pregunté débilmente.

—Sí. Y eso es lo que me preocupa. Dijiste que no creías que lo

mordieron, insinuando que piensas que el virus se transmite a través de la

saliva. Tal vez esa no es la única manera.

—¿Qué quieres decir?

—Toma el SIDA, por ejemplo. Si alguien con SIDA sangró en ese

corte fresco...

—Lo agarro.

—Exactamente.

Mis ojos se encontraron con los de Padraic. Parecía casi

entusiasmado con su descubrimiento, pero aterrorizado al mismo tiempo.

Esto aumentó el ―todos conseguimos el virus zombi, nos volvemos locos, o

incluso morimos.‖

—¿Cómo le decimos a los demás acerca de Logan? —preguntó.

—Estoy seguro de que ya lo sospechan. —Desplegué mi camisa, que

se había arrugado y exprimido mientras yo estaba siendo cosida. Metí los

dedos por el agujero en mi sudadera con capucha—. Y él tuvo que estar

loco para arruinar mi sudadera con capucha.

—¿Es que todavía está ahí fuera?

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—Pues no.

—¿Has...?

—Sí.

—¿Después de que te apuñaló?

—No, lo maté entonces él me apuñaló —me burlé con sorna.

—Tengo que —dijo rápidamente—. Quiero decir que estoy un poco

impresionado y muy sorprendido de que fueseis capaces de dar la batalla

después de pasar por eso.

—Bueno —le dije, de pie y no mencione al perro, no sé si mi salvador

canino iba a volver alguna vez—. Esta no es la primera vez que he sido

apuñalada.

—Eres una chica interesante, Orissa. —Me han llamado muchas

cosas en mi vida, aunque interesante nunca fue una de ellas.

—Supongo. —Dejé caer mi ropa rasgada y con sangre en el suelo—.

¿Estoy lista para salir, doctor? —Sus ojos azules sólo miraron mi pecho

durante un segundo.

—Es tan bueno como me llega con lo que tengo. Me gustaría que

tomes antibióticos para prevenir una infección.

—Bueno no tenemos nada —le escupí, inhalando profundamente.

Tenía la esperanza de que entendiera que mi ira se había dirigido a la

molesta falta de suministros y no a él. Él no apartó la mirada de mis ojos.

Sentada, estaba usando un sostén de color rosa llano, no era sexy en

absoluto, sin lujos o encaje. Me irritaba que no mirara mis tetas como un

chico normal. ¿No me encontraba atractiva? Di la vuelta en el espejo y

descubrí que la parte posterior del sujetador estaba cubierto de sangre.

Aunque mi piel había sido perfectamente limpiada—. Gracias, —añadí.

—Supongo que tener un médico por ahí durante un apocalipsis

zombi es una buena cosa.

—Como lo es tener una chica que puede patear algún culo —añadió.

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—Sí lo es. —Estuve de acuerdo con una sonrisa amable y abrí la

puerta. En la intimidad de mi habitación, puse una mueca de dolor.

Levanté un espejo de mano para examinar el reflejo de mi espejo grande.

El cuchillo me había cortado a la izquierda de la columna. La hoja no

había cortado demasiado profundo, gracias a Dios, sino que se arrastró

tres pulgadas, con una línea desagradable a través de mi omóplato. Mi piel

se erizó y tiró con cada movimiento. Con cuidado, me pegué la venda de

nuevo a mi piel y me fui hasta el armario.

Fue una agonía desenganchar el sujetador. Me dolió mucho

desengancharlo y consideré no poner otro en su lugar. El único sujetador

que se abrochaba delante que poseía era mi sujetador para ir a ―salir,‖ ya

que era todo lo que el sostén de color rosa no, no era modesto, era de color

morado oscuro, con encaje y un ridículo relleno. Puede ser que también se

vea bien si me muero, ¿verdad? Me duele como el infierno tirar de la

camisola de color crema sobre mi cabeza y lo que es peor, llevar mi brazo

izquierdo hacia atrás para ponerlo en la manga de una camisa de color

rojo, a cuadros. La abotoné hasta la mitad. Mi joyero contenía sobre todo

cosas baratas, joyería de fantasía, bueno para la escena del bar, pero en

ninguna parte de más clase.

Tenía un colgante de plata verdadera. Cuando el precio de la plata se

disparó hace dos años, vendí todas las piezas de lo que tenía para pagar la

escuela, excepto esto. Cubrí la fina cadena alrededor de mi cuello,

mordiéndome los labios por el dolor que causó mi lesión en la espalda y

me abroché el cierre. Di la vuelta para que la pequeña hoja de plata

descansara debajo de mi clavícula. Perteneció a mi abuela, este collar me

trajo recuerdos. Los recuerdos estaban muy bien y todo, pero no hicieron

nada para sobrevivir. Cerré la tapa de mi joyero y fui a reunirme con los

demás.

—Aquí —dijo Padraic, extendiendo su mano—. Esto nos ayudará.

—¿Por qué estás siempre tan ansioso por drogarme? —le pregunté,

tomando las píldoras todos modos.

—Dijiste eso antes. Pero no te drogo.

—Sí que lo hiciste. Antes de que todo sucediera. Me diste pastillas y

todo se volvió borroso.

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Padraic negó con la cabeza.

—Te di tylenol.

—Tenía que ser más fuerte que eso.

—No. Tú has pasado desde el gas.

—¿Gas? —Me senté con las piernas cruzadas en el suelo, una vez

más, la clasificación a través de nuestro magro alijo de suministros.

—Vinieron a través de la policía o los soldados tal vez. Estaba todo

negro... No podría decir. —Él negó con la cabeza—. Control de multitudes

—sugirió con el ceño fruncido.

—Oh. —Pensé. Gritos seguidos de disparos. Y luego los detectores de

humo se apagaron. Obviamente, el hospital no se había quemado—. ¿Por

qué iban a querer llenar de gas el lugar?

—No lo sé —dijo con aire ausente. Jason y Sonja se sentaron a mi

lado.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Jason.

—Nos vamos —dije en breve—. Tan pronto como el sol esté arriba.

—¿Y luego qué? —preguntó Sonja.

—Esperamos encontrar a otros, así como un lugar para quedarnos y

esperar que esto termine. —Incluso si eso fuera posible, reflexioné, ¿qué

sucedería? ¿Tendríamos algo por lo que vivir? La mitad del mundo estaba

muerto.

Eran las doce treinta y tres. La alarma del reloj de pilas me lo dijo

cuando apreté el botón para iluminar la pantalla. Me senté en la mesa

junto a Padraic mientras los demás dormían. Un círculo de velas ofrecía la

única luz, recordándome una escena cliché de una sesión de espiritismo

en una película de terror de bajo presupuesto. Observé las llamas subir y

bajar, hipnotizada.

—Así que —la voz de Padraic rompió el silencio—. ¿Cuál es tu

historia?

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—¿Mi historia?

—Sí. Has estrangulado y apuñalado antes. ¿Por qué?

Me crucé de brazos.

—¿A ti qué te importa?

—Tengo curiosidad.

Mi historia era muy larga y colorida. No era algo que contara

ansiosamente. Nunca.

—He hecho algunas malas decisiones.

—Creo que todos podemos decir eso. —Se rió entre dientes.

—¿Qué hay de ti? ¿Cuál es tu historia?

Lo vi inclinarse hacia atrás en la incómoda silla.

—Nací y crecí en Dublín, vine aquí por la escuela de medicina, me

gustó y decidí quedarme. —Se rió—. No hay mucho de mi historia. Tuve

una infancia normal, estudiaba más que lo que salía de fiesta en la

universidad y me convertí en un recluso social durante mi residencia. No

tengo mucho tiempo libre, pero cuando lo tengo me gusta leer. Lo más

emocionante que he hecho en mi vida es bucear.

—Oh —dije, imaginando alguna gran casa de piedra en el campo

irlandés—. He estado en la Colina de Tara, bueno, lo que queda de ella.

—¿En serio?

—Cuando tenía dieciséis años. Era muy… verde. —Y encantadora,

mágica y fascinante. Padraic no necesita saber eso—. Pero me gustó.

—Sólo he estado una vez allí, y era muy joven. Estaba convencido de

que encontraría un duende —admitió—. ¿Por qué fuiste allí?

—A mi padrastro, Ted, le gusta viajar.

—¿En dónde más has estado?

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—En todas partes, pero sobre todo en países del tercer mundo.

—¿Por qué?

—Ted opera grupos misioneros.

—Guau, eso es algo muy compasivo

—Supongo, si se puede decir que salir de tu propio país que está

lleno de niños pobres y hambrientos para ir a ayudar a personas que están

a miles de kilómetros de distancia es compasivo.

Padraic debió haber visto el resentimiento en mi mirada porque

cambió rápidamente de tema.

—¿Así que no me vas a decir por qué fuiste apuñalada antes?

Tironeé de mi trenza, renuente a contarle a Padraic sobre mi oscuro

pasado, cuando él en sus años de adolescencia probablemente pasaba el

tiempo comiendo patatas con su perfecta familia en su perfecta casa.

—Me relacioné con algunas personas malas que hicieron cosas

malas. La mayoría del tiempo estaba en el lugar y en el momento

equivocado. —La verdad era que no simplemente me ―relacioné‖ con un

narcotraficante. Yo lo busqué a propósito, esperando joder a Ted. Él y mi

madre habían planeado una misión a China ese año y estarían fuera no

sólo para mi cumpleaños sino también para Navidad. Había esperado que

se molestaran y se quedarán en casa para tratar de disciplinarme. Tuve

que pasar la Navidad con mi madre; se sentó junto a mi cama en el

hospital mientras yo sufría una herida de cuchillo en el estómago. Eso por

lo menos me dejó fuera de combate con mi costumbre de ―hacerme amiga

de los drogadictos.‖

—¿Te importaría contarlo? —presionó.

—Cayó una redada antidroga en el sur.

—Suena intenso.

Me encogí de hombros, levantando accidentalmente mi hombro

izquierdo. Hice una mueca y maldije. Pude ver el ceño fruncido de Padraic,

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con la luz amarilla reflejándose sobre su atractivo rostro. Me puse de pie,

necesitando estirar los músculos, y me paseé por la sala de estar.

—Deberías descansar el hombro y la espalda —me dijo,

levantándose también—. Para darles tiempo de sanar.

—No creo que tenga tiempo —suspiré, pero me senté en el sofá.

Padraic se hundió a mi lado. Las velas sobre la mesa no ofrecían mucha

luz allí.

—¿Estabas encubierta? —Insistió en saber mi historia.

—No.

—Oh —se burló.

—Lo gracioso es que nunca las usé.

—Entonces, ¿por qué estabas allí?

—Es complicado —murmuré. No quería admitir mi egoísmo. Años

después, me arrepentí por mi infancia desperdiciada.

—Tenemos tiempo.

Suspiré. No había hecho un viaje por estos malos recuerdos en años.

Y no estaba a punto de hacerlo esta noche.

—¿Por qué eres doctor?

—Quería ayudar a la gente. Crecí viendo a mi padre sanar y curar.

Pensé que él estaba realizando milagros. Un día me llevó a un laboratorio y

me mostró las células, las bacterias y los virus bajo un microscopio. Dijo

que no eran los milagros los que salvaban vidas, que era la ciencia. Me

enganché con eso.

Quería decir algo sobre la ciencia y el virus actual, pero mantuve la

boca cerrada.

—Yo quería ser una actriz o una cantante —le informé.

—Eres lo suficientemente bonita.

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—Sí, gracias. Pero Hollywood ya no tiene dinero.

—O ahora audiencia. —Se rió, y finalmente, yo también lo hice—.

¿Así que entonces acabas de llegar aquí desde California?

—No. —Vine aquí desde prisión, otra cosa que Padraic no necesitaba

saber—. Me salí de la escuela el último año y conseguí un trabajo sirviendo

mesas. Eso no funcionó, así que me fui a vivir con mi tía.

—¿Qué estudiabas?

—Negocios, después teatro, luego comunicación, entonces psicología.

No podía ponerme de acuerdo con mi mente. —Bostecé.

—¿Cansada?

—Sí —dije, viéndole ningún sentido en mentir—. Pero no puedo

dormir. Mi cerebro no se va a apagar.

—No puedes permanecer despierta por siempre —dijo muy en su

modo doctor. Se levantó y hurgó en nuestro botiquín—. Toma dos de éstas.

Eso te ayudará a relajarte. Yo vigilaré.

La oferta era tentadora.

—¿Y qué si pasa algo y estoy muy aturdida para pelear?

—No deberías pelear con ese corte en la espalda. Si fueras mi

paciente, te restringiría la actividad.

—Menos mal que no soy tu paciente. —Miré con avidez las grandes

pastillas para el dolor. Las tomé de la mano de Padraic, a punto de

hacerlas estallar en mi boca cuando algo arañó la puerta. Salté, las

píldoras rebotaron lejos sobre la baldosa fría.

Padraic no se movió. Me levanté de un salto, cogí mi pistola y

observé por la mirilla, aunque sabía perfectamente que no podría ver en la

oscuridad. Entonces lo oí gimotear.

—Argos —susurré y moví la silla fuera del camino. El doberman

entró corriendo tan pronto como abrí la puerta. En su excitación, saltó

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sobre mí, empujándome contra la puerta. La presión en mi corte se

extendió por todo mi cuerpo. Necesitaba esas pastillas.

—¿Conoces a este perro? —preguntó Padraic, arrodillándose. Argos

corrió a saludarlo.

—Un poco. Él estaba arriba. Yo lo dejé salir y huyó.

—Parece amigable.

—No está infectado —le dije de una manera que expresara lo que

había visto.

—¿Qué debemos hacer con él?

—No lo sé. —Puse la silla de nuevo y tomé un tazón del gabinete.

Llenándolo con agua de la bañera, lo puse en el suelo para que Argos lo

bebiera a lengüetazos. Le di un poco de la comida de Finickus. No quería

dejar al perro tanto como no quería cuidar de un animal mientras

corríamos por nuestras vidas—. Pienso que puede arreglárselas solo.

—Estoy seguro de que puede —estuvo de acuerdo Padraic.

Me senté en el sofá, tirando de una manta de ganchillo sobre mí.

Con la boca todavía chorreando de agua, Argos saltó a mi lado, haciéndose

un ovillo, descansando su cabeza sobre mi regazo.

—Puede ver en la oscuridad —añadí en silencio—. Nosotros no

podemos.

—Sería un buen perro guardián —sugirió Padraic. Pensé en ello,

sopesando las opciones. Padraic me instó de nuevo a dormir. Con la

audición y la visión de Argos que era mejor que la de los humanos, me

sentí segura mientras pude y, finalmente, me dormí.

El sol había salido, completamente. Maldiciendo, me paré. Argos se

había movido al suelo, tendido en medio de la sala de estar. Se despertó

cuando me levanté, se paró y se estiró antes de saludarme. Padraic estaba

dormido, luciendo cómodo con los pies apoyados en el sillón reclinable.

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—Genial —resoplé—. Me alegra que estuviéramos tan bien

protegidos.

—Me hice cargo —dijo Jason. Me di la vuelta, causando que el dolor

punzara en el sitio de mi piel desgarrada. No fue tan malo como antes.

—Oh. Gracias. —Estaba molesta por dormir tanto, aunque incluso

tenía que admitir que se sentía bien. Desperté a todos, los hice comer un

asqueroso desayuno y los vestí con ropa abrigada. Mis nervios se

estremecieron ante la idea de irme. Por poco más de un mes, éste había

sido mi hogar. Era cálido y acogedor, tanto como era descuidado y

desagradable. No podíamos quedarnos aquí para siempre. Nos

quedaríamos sin agua y sin comida. Además de que el baño realmente

podría empezar a oler mal.

—¿Así que sólo vamos a entrar a los coches y conducir? —preguntó

Hilary.

—Sí. Encontré un mapa —le dije, palpando mi bolso. Había puesto

las cosas más importantes ahí: una botella de agua, una bolsa de frutos

secos, la pistola y las balas, una linterna y un cuchillo. Tenía la sensación

de que olvidaba algo. Observé tranquilizadoramente las tres grandes

bolsas de lona llenas de alimentos, ropa, material médico, y diversas cosas

que pensé que podríamos usar. Lo que estaba en mi bolso eran mis

suministros de ―huida de emergencia.‖

Deslicé rígidamente mis brazos dentro de una cazadora de aviador

de color marrón. Tenía dos juegos de llaves y necesitaba encontrar los

coches a los que pertenecían. Por supuesto, lo más sencillo de hacer sería

apretar el botón de alarma. Eso nos conduciría a mí y a los zombis

directamente hacia el coche.

Desafortunadamente Zoe salió de la habitación vistiendo un par de

pantalones de pijama. Los dobladillos se atoraron debajo de sus zapatillas

y se tropezó, dejando caer a Finickus, a su gato de peluche, y una bolsa

plástica de comida para gatos. Argos despegó, persiguiendo al gordo gato

alrededor del apartamento.

—¡Argos, no! —Grité, preguntándome si el perro se molestaría en

escucharme. De alguna manera sorprendente, lo hizo. Ya que en este

complejo de apartamentos no se permitían perros grandes (y especialmente

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no se permitían razas ―agresivas‖), me imaginé que sus dueños se

aseguraron de que estuviera bien entrenado, como para que no molestara

a la persona equivocada. Lisa ayudó a Zoe a levantarse, recogiendo la

derramada comida para gatos mientras que Zoe tomó nuevamente a

Finickus, tranquilizándolo como un bebé. No había planeado llevar a

Finickus. Él no tenía ningún valor para nosotros, no nos ayudaría a

sobrevivir. ¿Cómo podría decirle eso a Zoe?

Busqué en una de las bolsas hasta que recuperé un par de tijeras.

Con cuidado de no cortar su piel, corte varios centímetros de los

dobladillos de sus pantalones. Ella tenía que ser capaz de correr si tenía

que hacerlo. Quería envolver a Zoe en una manta y meterla en el asiento

trasero de la camioneta. Estaba contando con que Jason o Padraic la

cargaran, lo cual no iba a funcionar con ese estúpido gato en sus manos.

Como si pudiera leer mi mente, Finickus me miró y maulló.

No tenía nada en contra de ese gato. Su pelaje blanco en cada pieza

de ropa que poseía me molestaba, pero él fue muy amable y me había

hecho compañía mientras me recuperaba. Aun así no podía justificar el

tener otra boca que alimentar. Él sólo era un gato y probablemente saldría

corriendo en la primera oportunidad que tuviera.

—Está bien —dije, llamando la atención de todos—. Me aseguraré de

que la costa esté despejada. Jason, Padraic y Hilary tomad las bolsas.

Sonja, lleva a Zoe y a Lisa. —Pasé mi dedo hacia arriba y hacia abajo del

cañón de la pistola—. Voy a revisar el apartamento más cercano a la

entrada. Si es seguro, os esconderéis allí hasta que descubra de qué

coches son las llaves.

—Orissa —objetó Padraic—. No. No puedes hacer esto sola.

Especialmente con ese feo corte en tu espalda.

—Realmente no tenemos otra opción.

—Iré contigo.

—No —respondí de inmediato—. Necesitas quedarte con los otros. Y

cargar la tercera bolsa.

—Yo puedo cargarla —se ofreció Sonja. Me di cuenta por la mirada

en sus ojos de que ella tampoco quería que fuera por mi cuenta. Yo

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tampoco estaba muy entusiasmada con esa idea, pero no veía esto

sucediendo de otra manera.

—Soy rápida. Si algo está allí abajo, puedo correr de regreso aquí. Y

—agregué para tranquilizar a todos—. Realmente no estaré sola. Argos

vendrá conmigo.

—Eso es estúpido, Orissa —dijo Padraic, pasando la mano por su

cabello oscuro—. Podemos llegar a algo más. Algo que no involucre que

salgas sin compañía.

Le hice señas al perro.

—Voy a estar protegida. Él puede escuchar mejor que yo. Si algo se

acerca, lo sabrá antes que yo. —Antes de que él pudiera pensar en otro

argumento lógico, quité la silla de la puerta y la abrí. Argos salió primero.

Esperé, tomando su silencio como espacio despejado. Tan pronto como

mis pies estuvieron en el pasillo, quise estar de regreso adentro. Tenía

miedo, y los defectos de mi plan me abofetearon en la cara.

¿Y si el suelo estaba lleno de zombis? ¿Qué pasaba si los locos

acechaban en las sombras? ¿Qué iba a hacer realmente? ¿Utilizar las ocho

balas que quedaban antes de intentar mecánicamente utilizar otro

cargador?

No había otra opción.

Trabajé en respirar lenta y constantemente mientras bajaba las

escaleras. Argos estaba a la vista, sin embargo, el tintineo de sus placas de

identificación hacía eco a través de los pasillos vacíos. Tendría que

quitárselas tan pronto como tuviera la oportunidad. Si es que tenía una

oportunidad.

No nos habíamos atrevido a revisar el primer piso. La planta baja,

parecía más una amenaza de peligros, a diferencia de la segunda y la

tercera, que estaban por encima de la peligrosa realidad. Me detuve en

medio del pasillo y cerré los ojos, escuchando.

Algo se movió a mi izquierda. Con el arma levantada, me di la vuelta.

—¿Qué demonios? —grité.

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—¡Lo siento! —dijo Padraic, con los brazos levantados.

—¡Podría haberte disparado! —Negué con la cabeza—. ¿Por qué

demonios te acercaste sigilosamente hacia mí?

—No quería decir nada en caso de que no estuviéramos solos.

—Oh, muy bueno el gran pensamiento. Ahora probablemente me

escucharon gritar.

—¿Cómo es eso mi culpa?

—¡Me tomaste por sorpresa!

—Dije que lo siento.

—Un lo siento no va a hacer que los zombis se vayan diciendo ―¡Oh,

es mejor no ir a ver si eso es comida!‖ —susurré. El gruñido de Argos

interrumpió mi ira—. Quédate aquí —exigí. Padraic no escuchó. Agarró

una de las dagas de las películas, luciendo extrañamente fuera de lugar.

Al final del pasillo y en una esquina, Argos pateó la puerta. Apoyé mi

oreja contra ella. De repente, algo chocó contra la puerta. Brinqué hacia

atrás. La cosa arañó la puerta, haciendo horribles gruñidos y gorjeos.

—Zombi —dije. No sabía qué hacer. ¿Debería echar la puerta abajo y

matarlo? Había estado ahí durante tres semanas, no lo había visto lograr

salir. Agarré la muñeca de Padraic y lo arrastré.

—¿Vas a dejarlo? —preguntó, con la boca abierta en alarma.

—No creo que vaya a salir. Vamos, estamos perdiendo tiempo.

El resto del complejo estaba libre de zombis. Permanecí de guardia

mientras Padraic iba a buscar a los demás. Quería que permaneciera

seguro en el segundo piso antes de que algo pasara, pero Padraic insistió

en que todos estuviéramos preparados.

Lástima que yo tuviera razón.

Una horda de zombis se arrastraba por el estacionamiento. Me

detuve, paralizada por sus espasmódicos movimientos, por su piel podrida

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y por su gemido unificado. Una mancha negra pasó zumbando junto a mí.

No tuve tiempo para gritar su nombre. Argos saltó sobre un zombi,

tirándolo al suelo. El movimiento llamó la atención de los demás; pronto

seis más arrastraban sus pies en dirección de Argos.

Me dolía el corazón por el perro. Saqué el revólver, apunté y disparé.

El alcance estuvo mal. La bala golpeó al zombi en el cuello en lugar de la

cabeza, que era donde había apuntado. Su cabeza cayó hacia atrás, sus

brazos agitándose a ambos lados. Entonces se derrumbó.

—¿Qué de…? —Murmuré. Disparé una vez más, esta vez en el oído,

antes de decirme a mí misma que no gastara más balas en un perro. Con

el corazón martilleando, saqué las llaves de mi bolsillo. Al ya no ver ningún

punto en ser silenciosa, presioné el botón de bloqueo. Un pequeño

todoterreno sonó en respuesta.

—Gracias a Dios —susurré. Esto era exactamente lo que

necesitábamos. Fui volando hacia la puerta, mis manos temblaban

mientras la abría. Entré, metí las llaves en el arranque y encendí el

motor—. ¡Hijo de puta! —Golpeé el volante. La luz del ―motor de arranque‖

se encendió. Llevarse un coche con problemas mecánicos no era una

buena idea, incluso si no estabas corriendo por tu vida. No podíamos

confiar en esto.

El segundo juego de llaves no tenía mando a distancia. El símbolo de

Chevy estaba grabado en la parte superior de la llave negra, lo que me

ayudó a reducir la búsqueda. El estacionamiento estaba casi vacío; sólo

tres Chevys estaban a la vista. La camioneta sería demasiado conveniente.

El Camaro, sin embargo, era el menos práctico. Y fue ese el que coincidió.

No sabía cómo manejar la palanca. Siempre había planeado

aprender, pero la oportunidad llegó y se fue. El motor rugió a la vida. Forcé

la palanca en cualquier dirección que pudiera moverse. En reversa, el

coche se sacudió hacia atrás, chocando contra otro coche. Torpemente

moví la palanca. El motor chilló, pero nos estábamos moviendo.

Dejando el motor en marcha, salí y corrí adentro.

—¡Vamos! —grité, haciéndoles señas para que salieran—. ¡Rápido!

¡Hay zombis afuera! —Cogí el brazo de Padraic—. Las llaves —le dije. Él las

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metió en su bolsillo—. El Camaro es de marcha manual —le expliqué

brevemente—. No sé manejarlo.

—Yo puedo —dijo Hilary. Alzó su bolso sobre su hombro y salió

disparada. Mis dedos se cerraron en torno a las llaves del Range Rover y

estuve fuera de nuevo. No quería buscar a Argos. No podía soportar la

visión de los zombis arrancándole la carne de su cuerpo, metiéndola

dentro de sus bocas en descomposición. El Range Rover estaba cerca de la

puerta principal; nos escabullimos por la parte de atrás. Corrí alrededor

del edificio, mis piernas quemaban por moverme tan rápido. Apenas podía

respirar cuando encendí la camioneta.

Casi lo golpeó. Pisé el freno y viré, amenazando con volcar el

vehículo. Él estaba de pie, prácticamente sin un rasguño, moviendo la

cola. Abrí la puerta y lo llamé. Con facilidad, Argos saltó dentro, pasando

por encima de mí hacia el asiento del pasajero. Los neumáticos chillaron,

presioné fuerte el acelerador. Salté fuera del coche, casi olvidando

estacionarme para ayudar a cargar las bolsas restantes y a Zoe. Por algún

milagro, Finickus permaneció firmemente envuelto en sus brazos.

Los zombis que habían perseguido a Argos estaban haciendo su

camino de regreso a una velocidad alarmante. Me apresuré a subir la

pesada bolsa de comida y agua en la parte de atrás de la camioneta. Argos

olfateó el aire, mostrando los dientes y girándose en dirección a los zombis.

Trató de saltar fuera por la parte trasera de la camioneta abierta. Extendí

la mano hacia él por impulso, mis dedos se envolvieron alrededor de su

collar. Él me jaló hacia adelante, tirando de mi brazo izquierdo, lo cual

envió oleadas de color a través de mi carne rasgada.

Involuntariamente grité. Padraic apareció de la nada, logrando meter

a Argos de regreso en el Range Rover. Él cerró la puerta, entrelazó sus

dedos con los míos y se movió hacia adelante, sólo para ser detenido por

un zombi. Soltó mi mano, Padraic blandió el puñal en el zombi, cortando

su pecho. Brotaron pus de color amarillo y sangre.

Argos ladró y Zoe gritó. Más zombis se acercaban. Estábamos a

punto de ser rodeados. El zombi frente a nosotros se tambaleó, agitando

ciegamente sus manos en nuestra dirección. Tenía los ojos nublados.

Pensé que ya no podía ver muy bien.

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—¡Retirada! —le susurré a Padraic. Sus ojos me interrogaron, pero

me hizo caso. Me metí debajo de la camioneta, moviéndome

desesperadamente lejos del zombi. Mis manos ardían por arrastrarme a lo

largo del pavimento mientras me movía. El zombi simplemente había

descubierto por donde habíamos desaparecido. Padraic lo pateó en la cara

y se arrastró fuera del peligro.

Le disparé a otro zombi en el hombro mientras frenéticamente me

metía al coche. Sin un objetivo claro en su mente, Padraic le disparó.

Arrancamos del estacionamiento, pasando una manada de zombis, y

entramos en la carretera principal.

—La autopista —jadeé. Padraic hizo un giro en U (una vuelta ilegal

en U, ¿pero quién nos iba a detener?). Fue repugnante recordar los carros

llenos de comida, agua y suministros que habían quedado en la calle. Me

dije a mí misma que había otras tiendas que robar.

Más zombis de los que podía contar merodeaban alrededor de las

caóticas calles, con absolutamente ninguna señal de vida humana. Era

horrible y aterrador más allá de cualquier descripción. Y confirmó mi peor

temor: que éramos los únicos sobrevivientes en la ciudad.

Los coches estaban a un lado de la carretera con las puertas

colgando abiertas. Maletas, bolsos y otros objetos personales yacían

dispersos y olvidados en medio de algún cuerpo muerto de vez en cuando.

¿A dónde se habían ido todos? Siguiendo el rastro de cuerpos parecía

literalmente un callejón sin salida. Mantuve la boca cerrada. Tenía que ir

al norte. Tenía que ver si ella estaba viva.

El número de zombis se reducía cuanto más lejos llegábamos desde

el corazón de la ciudad. Esperé hasta que pasaron por lo menos diez

minutos sin ver ningún muerto para decir que necesitábamos detenernos

por gasolina.

—¿Dónde? —preguntó Padraic—. No creo que las gasolineras vayan

a aceptar mi tarjeta de crédito. Eso, además de que no la traigo.

Rodé los ojos.

—Tenemos que detenernos en una casa, de preferencia una con un

bonito patio. Entonces ya lo verás.

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—¿Un jardín?

—Sí.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Ya lo verás —repetí. Una casa con un bonito jardín prometía ser

una casa con manguera y herramientas de jardinería. No necesitaríamos

toda la manguera, sólo unos pocos metros de ella—. Desciende en la

próxima salida —le dije—. Y trataremos de encontrar un vecindario.

Cada minuto que pasaba sin encontrar lo que estaba buscando se

sentía como un desperdicio. Terminé enrollando nerviosamente la trenza

entre mis dedos, pensando en ella, esperando que ella de alguna manera

siguiera viva. Me había dado por vencida cuando Padraic dijo,

—¿Éste está bien?

—Es perfecto. —Me enderecé, casi sonriendo ante la vista de las

grandes casas. Pasamos tres casas enormes de ladrillos y llegamos a la

entrada de una con un impresionantes estilo colonial que estaba

elaboradamente decorada para Halloween—. Quédate aquí —le dije a

Padraic. Mirando hacia Zoe, añadí —Si pasa algo, conduce. Te encontraré

en la parte delantera del vecindario.

—Orissa —él negó con la cabeza.

—Mantenla a salvo —insistí—. Vamos, Argos, vamos.

Lo más decente que podría hacer era tocar la puerta, lo cual fue lo

que hice. Nadie respondió, como sospechaba. Miré a través de la gran

ventana de la sala, pateando una tumba falsa fuera del camino. También

golpeé el cristal. Observé, observé y esperé.

Nada.

Levanté un ladrillo decorativo, el punzante dolor al rojo vivo atravesó

mi corte mientras lo hacía, y lo arrojé contra el cristal. Se rompió, no tan

eficientemente como en las películas. Utilizando un estúpido brazo plástico

de esqueleto, rompí el resto, permitiéndonos a Argos y a mí pasar a través

de él sin rebanarnos la piel.

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—Hola —dije en voz baja—. Si alguien se está escondiendo aquí,

siento haber roto la ventana. No soy un zombi, así que no dispares.

Todavía nada.

La casa era increíble. La decoración parecía salida de una revista.

Todo era grande y debía de haber costado una fortuna, pero tampoco era

exagerado. Quien viviera aquí tenía buen gusto. Y al parecer un perro;

Argos felizmente tomó un hueso de cuero crudo.

—Tal vez vaya a encontrarte algo de comida —le dije. Mi prioridad

era la cocina y el garaje. Había tomado cada artículo no perecedero,

incluyendo todas las bebidas. Había una pequeña bolsa de comida para

perros en la amplia despensa. No le duraría mucho a Argos, pero era mejor

que nada. Con comida en una mano y la pistola en la otra, Argos y yo

hicimos nuestro camino hacia el garaje.

—Sí —susurré cuando mis ojos se deleitaron con el brillante y

blanco Cadillac estacionado enfrente e mí. Era espacioso, mucho mejor

para un largo viaje que el coche deportivo que Hilary manejaba. Volví a

entrar a la casa y comencé frenéticamente a buscar las llaves. Una extraña

sensación comenzó a formarse en mi estómago, una sensación de miedo y

ansiedad. No es que eso fuera algo extraño de sentir en esas

circunstancias. Yo quería salir de la casa. Estaba perdiendo tiempo. Era

todo lo que era. Sabía que tenía que darme prisa.

Dándome por vencida y dejando tristemente el Escalade atrás,

agarré un par de tijeras para podar y salí por la parte de atrás para buscar

una manguera. Desenrollé un par de metros y corté. Me puse de pie,

suspiré y me agaché de nuevo. Podría ser útil tener sifones.

Un arma se disparó detrás de mí. Salté, dejando caer las tijeras. Cogí

mi propia arma, esperándome dar la vuelta y ver a un zombi muerto y a la

persona que me salvó enfrente de él. Mi corazón se aceleró cuando me giré.

No había un zombi, sólo había un hombre.

Y su arma me estaba apuntando.

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Traducido por VicHerondale y Apolineah17

Corregido por katiliz94

o dispares! —grité, alzando los brazos—. ¡No estoy

loca ni soy un zombi!

— ¡Al igual que el infierno no lo eres! —gritó el

hombre, el objetivo inquebrantable.

—Yo no lo soy, ¡Lo prometo! ¡No me han mordido!

—No es el virus lo que te está haciendo caer en una locura —dijo

enfadado, moviéndose hacia adelante con el rifle en mano—. ¡Los malditos

saqueos ya comenzaron!

—No voy a saquearos —le dije de nuevo, aunque para ser justos, yo

había sido la que había irrumpido en la casa de alguien. ¿De dónde había

aparecido este chico? ¿Y dónde estaba Argos?—. Na-nadie vive aquí —

intenté. Me debatí si debía levantar mi arma. Yo podría caer al suelo,

dispararle en la pierna, tomar su arma y huir de él. No, eso era una cosa

de mierda que hacer. El hombre se acercó. Pude ver sus manos temblar

levemente. Mi corazón latía con fuerza y mis palmas sudaban. Tragué

saliva y di un paso en su dirección—. ¿Qué significa para ti, de todas

formas?

—Gente vivía en esa casa.

—Vivía, ¿ves? Ahora nadie lo hace.

Levantó la pistola de manera que el cañón estuviese en paralelo a mi

frente. Argos trotaba alrededor de la casa. Se detuvo y me miró, evaluando

la situación. Por lo que yo sabía de él, él no consideraba a los seres

—¡N

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humanos como amenazas. Si pudiera quedarme tranquila... tenía mis

dudas sobre él no recibiendo un disparo.

—¡No! —continuó el hombre—. No debes irrumpir en casas de otras

personas, a pesar de que los tiempos son malos.

Estuve a punto de rodar los ojos. ¿Iba a darme una conferencia o

pegarme un tiro? Fijé mi mirada en la suya, sin pestañear. Siempre he

sido buena leyendo a la gente. Es en parte el por qué se me da bien

alejarme de la mierda. Este tipo era tan fácil de leer como una valla

publicitaria de una carretera, y ahora mismo estaba cagado de miedo.

—¡Zombi! —grité, desviando los ojos hacia la izquierda. El hombre

saltó, afortunadamente no apretando el gatillo en el impulso, y se volvió.

Me agaché a un lado, agarré su arma y lo golpeé en la espalda y la cara. Se

tambaleó, gritando de dolor, perdiendo su control sobre el arma.

Y ahora estaba en mis manos.

—Escucha esto, pequeño capullo —le dije con malicia—. Los tiempos

son peores que malos. Por lo que sabemos, podríamos ser los únicos

sobrevivientes que quedan. No hay que perder a una vida humana

tratando de ser todo ―por encima de la ley.‖ Ya no existe la ley.

Él se tambaleó hacia atrás, aterrado. Alguien corrió a través de las

macetas decorativas a lo largo de la casa, haciendo crujir con los pies las

rocas de lava. Me di media vuelta, apuntando con mi pistola.

—Orissa —llamó Padraic—. Escuché un disparo. Quería asegurarme

de que estabas bi... —cortó abruptamente, patinando hasta detenerse. Sus

ojos brillaron de mí al hombre varias veces. Una vez que decidió que el tipo

no estaba loco, preguntó—. ¿Qué está pasando?

—Él —me burlé—, estaba tratado de matarme.

—¿Por qué? —espetó Padraic, teniendo que buscar la lógica.

—Porque es un idiota —le contesté—. No importa. Ya tengo lo que

necesitamos así que nos vamos a ir.

—Espera —dijo Padraic—. ¿Hay más? ¿Más personas con vida?

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—Tal vez —dijo con amargura el hombre.

—¡Eso es genial! Deberías ir a buscarlos y venir con nosotros. Vamos

a encontrar la cuarentena.

Hice clic en la seguridad de mi pistola y la metí en mi cinturón,

negándome a estremecerme ante el dolor de mi hombro. Cambiando el rifle

a mi mano derecha, comprobé la munición restante; quedaban seis balas.

—No —dijo el hombre con firmeza—. Decidimos quedarnos. Tenemos

suministros.

—No os van a durar para siempre —dijo gravemente Padraic.

—Tengo bastantes —dijo, poniendo su mano en su barbilla. Recogí

las mangueras y la comida para perros, dejándolas caer con

despreocupación hacia Padraic. Fue entonces cuando me di cuenta de que

el sudor corría por la cara del tipo. Claro, los nervios podrían hacerte

sudar, pero no en este frío día de otoño.

—¿Qué tipo de alimentos tienes? —le pregunté.

—Uh, un montón de cosas secas. Durará —sus ojos se movieron

hacia la izquierda a medida que hablaba.

—Está mintiendo —grité.

Padraic negó con la cabeza.

—¿Por qué mentiría?

—No lo sé. Pero lo está haciendo —lo apunté con el arma—. ¿Por qué

mientes?

El chico negó con la cabeza. La sangre comenzó a gotear de su nariz.

Padraic inhaló bruscamente.

—Estás infectado —alegó—. ¿Cuándo?

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El chico se estremeció.

—Ayer.

—Está empezando a instaurarse, ¿no es así? Vas a tener impulsos

violentos.

—Sí, quiero decir, ¡No! Sé que está mal. Sé que está mal —gritó,

señalando a mí—. Ella irrumpió en esa casa. Tuve que dispararle. Ella

rompió la ley.

Oh, Padraic estaba en lo cierto. La locura se estaba estableciendo en

él. Argos gruñó. Necesitábamos irnos, como ayer.

—Bueno —apeló Padraic—. Lo siento mucho por eso. Aunque

realmente no veo cómo eso es relevante.

—Yo estaba haciendo lo correcto —zumbó el medio loco—. Ella se

equivocó al forzar la entrada, así que yo tenía que hacer lo correcto.

—No creo que seamos capaces de razonar con él —le susurré a

Padraic—. Escuche, señor, por qué no entra, hace lo que es correcto y deja

que nos vayamos, ¿está bien?

—¿Realmente existen los demás? —preguntó Padraic.

—No —dijo el hombre—. Me dejaron.

Sabía que eso iba a tirar de las fibras del corazón de Padraic. Ellos lo

abandonaron. Obviamente, ninguno de los amigos el Señor Casi Loco no

podía soportar matarlo por el momento. Y yo tampoco. No cuando él

todavía estaba semi-lúcido.

—Lo siento —le dije y realmente era en serio—. Sin embargo, sabes

que era lo mejor. Y es por eso que nosotros también tenemos que irnos sin

ti —retrocedí.

—¿Tengo tu permiso para entrar en esa casa? —me preguntó, de

repente mirándome con curiosidad.

—Sí. No solo tienes mi permiso, sino también mi bendición. Por

favor, ve a esa casa —Argos volvió a gruñir. Logan se había roto en

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cuestión de minutos. No teníamos mucho tiempo antes de que este

hombre se volviera un homicida. Padraic lleva los suministros al coche,

entrando sin decir una palabra.

—¿Has matado a un zombi, Orissa? —me preguntó Zoe, sus grandes

ojos verdes casi vivos con el entusiasmo.

— Sí —mentí—. En realidad, fueron dos.

—No mientas —dijo Padraic. Mi corazón realmente dio un vuelco—.

Ella mató a uno y Argos al otro.

—Oh —dijo Zoe y abrazó a Argos—. Buen perro.

Regresamos a la carretera, por lo que fue sólo veinte minutos antes

de que viéramos la fila de coches inmóviles. Fue intransitable, pero no del

todo imposible.

—Para —le dije a Padraic. Dejando a Argos en el coche, me subí a la

azotea del Range Rover—. ¡Hola! —llamé, mi voz haciendo eco. Nada salió

corriendo de debajo de los coches, desde la mediana hierba o de la maleza

de los lados de la carretera. Salté, lamentándolo al instante. Lo que daría

por una bolsa de hielo en estos momentos. Abrí la puerta para dejar salir a

Argos.

—¿Qué estás haciendo ahora? —preguntó Padraic.

—Juntando gas. Vamos, te mostraré.

Jason, Sonja y Hilary bajaron de su coche, no teniendo ni idea de lo

que pasó en el barrio de lujo. Les dije la misma mentira que le había dicho

a Zoe y luego les mostré cómo desviar el gas de los automóviles. No pasó

mucho tiempo antes de llenar nuestros contenedores y ponernos en

marcha de nuevo.

—Dobla aquí —le dije a Padraic dándole instrucciones cuarenta

minutos más tarde. Me incliné alejando el mapa de él, aunque sabía que él

podía ver las señales.

—¿A dónde vamos? —preguntó, mirándome.

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—Fui a la escuela aquí —le expliqué—. Había un plan de desastre.

Me había olvidado de ella hasta ahora. Vale la pena intentarlo, ¿no?

—Si tú lo dices.

Odiaba sentirme culpable. No quería sentir nada hacia Padraic.

Quería encontrarla —si ella estaba viva— e ir a la granja de mis abuelos.

Padraic no estaba en esa ecuación.

El campus estaba lleno de zombis.

—Maldita sea el infierno —juré en voz baja. Padraic condujo

lentamente, con la esperanza de colarse inadvertido. Mantuve los ojos

enfocados en la guantera delante de mí. No quería mirar las caras, con

miedo de ver a alguien que conociera.

Llegamos a la residencia de estudiantes, pasando a una docena de

zombis. Hilary se detuvo junto a nosotros.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Jason, demasiado alto para mi gusto.

No me encontré con sus ojos cuando hablé.

—El plan de desastres. Podría estar en el interior. Fui a la escuela

aquí —maldita sea, yo estaba alejando de mí misma—. Voy a ir a ver.

—No estamos solos —gritó Jason.

—Tiene razón, Orissa. —Por supuesto, Padraic tenía que estar de

acuerdo.

—¿Alguien sabe cómo manejar un arma? —pregunté, con pocas

esperanzas de tener una respuesta.

—He ido al campo de tiro antes, pero esa es la medida de mi

experiencia, —reconoció Jason.

—Puedo disparar, —la voz ronca de Lisa vino de la parte de atrás.

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—No —dijimos Padraic y yo al unísono, finalmente poniéndonos de

acuerdo en algo. La pobre apenas podía hablar, mucho menos podría

defenderse de locos.

—Voy sola —dije para apaciguar mi conciencia culpable. Eso, y

realmente no quería ver que ninguno de mis compañeros se lastimaba—.

Si no estoy de vuelta en diez minutos, seguid sin mí.

—Orissa, ¡No! —Padraic golpeó el volante—. No puedes hacer esto.

—Alguien tiene que hacerlo. Y conozco el diseño del edificio.

—Déjame ir contigo —insistió.

Levanté una ceja.

—¿Alguna vez has disparado un arma en tu vida?

—N-no.

—Exacto.

—Sólo hay que apuntar y disparar, ¿no? No puede ser tan difícil, —

intentó.

—Si tu objetivo está justo en frente de ti, no, no es tan difícil. Espero

que no tengamos que llegar a esa distancia.

—Entonces que Jason vaya.

—Está bien —me desabroché el cinturón de seguridad—. ¿Podéis

entrar todos aquí? Ya sabéis, ¿por si acaso? —me volví hacia Zoe, que se

había quedado dormida—. Argos vendrá conmigo, así que habrá más

espacio. Y en serio, Padraic —le dije, poniendo mi mano sobre la suya—,

no esperes por nosotros.

—Está bien —dijo. Y entonces me abrazó. Era una sensación

extraña; su rigidez, su cálido abrazo y el dolor que causó cuando su mano

se posó en la parte superior de la herida del arma blanca—. No hagas que

me vaya sin ti —suplicó.

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—Voy a intentarlo con todas mis fuerzas —le prometí y salí de la

camioneta, llamando a Argos para que me siguiese. Le di a Jason el rifle,

advirtiéndole que sólo había seis rondas a la izquierda y que hiciera

guardia mientras los demás se amontonaron en el Range Rover. Fue

extraño marchar hacia el gran dormitorio de ladrillo, avanzando más allá

de un zombi que se retorcía en el suelo, sus piernas aparentemente

quebradas. Fue un momento tan épico, peligroso y estúpido, sin embargo,

aquí estaba yo, entrando sin dudarlo. No tenía tiempo para dar una charla

sobre ―todo o nada,‖ no tenía tiempo para prepararme a mí misma para lo

que podría encontrar.

Estaba pensando en cómo las películas de acción eran

representadas en la vida real, cuando caminamos por el primer conjunto

de escaleras. Argos había corrido delante de nuevo, con ganas de ser el

primero en revisar todo. La suerte debió estar de nuestro lado, pensé, ya

que todo estaba en silencio.

Joder, nos encerré.

La sala estaba llena de zombis. Agarré Jason, tirando de él hacia

abajo en la escalera. El miedo me ahogaba, no por los zombis, sino de la

constatación de que no había manera de que ella lograra salir con vida. No

con tantos. Oh Dios, ¿y si ella era uno de ellos? ¿Qué pasaba si su bonita

cara estaba podrida y deteriorada y su único motivo en la vida era empujar

carne humana en su boca?

No. Ella estaba viva. Tenía que estarlo. Yo le había dicho qué hacer.

Está bien, no le había dicho qué hacer si el mundo que conocemos

terminaba con un virus que te convierte en un loco homicida antes de que

te zombifiquen, pero ella era inteligente.

Conté trece zombis, gimiendo mientras vagaban por los pasillos. Y

tenía que haber más que no podíamos ver. Estaba oscuro aquí, la única

luz que entraba era por las ventanas del final del pasillo y la débil luz del

sol que se filtraba por las puertas abiertas de los dormitorios. La corta piel

de Argos se erizó mientras gruñía. Traté de hacerlo callar, sin éxito. En

teoría, Jason y yo podíamos disparar a todos los zombis que había a la

vista. Y estaríamos jodidos y sin balas. Así que necesitaba un plan.

No podía arrastrarme a través de las placas del techo, ellos se darían

cuenta. Subir y tratar de escalar a través de una ventana abierta no

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funcionaría en estos dormitorios de ladrillo; probablemente me caería y no

moriría, sólo me rompería algo y yacería dolorosamente indefensa en el

suelo mientras que los dientes de los zombis rasgaban mi piel y se

saciaban con mis intestinos.

Nerviosa, mordisqueé el interior de mi labio. Una distracción era la

única manera posible. Sólo tenía que buscar una. Estresada mordí con

fuerza y me hice sangrar. Maldiciendo, me tragué la sustancia metálica.

—Sangre —susurré, limpiando el interior de mi boca con mi dedo.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Jason.

—Podemos distraerlos con sangre, creo.

—¿Así que quieres sangrar por todo el suelo y salir corriendo?

—Eso es exactamente lo que quiero hacer.

—Es una idea horrible —me dijo.

—¿Tienes una mejor?

—Bueno, no. ¿De verdad quieres correr el riesgo de una herida

abierta en torno a ellos?

—¿Quién-quién te lo dijo?

Los ojos de Jason perforaron los míos.

—No soy estúpido, Orissa. Si esto realmente es un virus, se extiende

como uno.

—Oh, cierto, —dije, sintiéndome mal por no darle más crédito. El

hecho de que el virus zombi se contagiase a través de la sangre no era mi

secreto a guardar. Tenía la esperanza de que al no compartirlo,

mantendríamos la calma, o lo que quedaba de ella.

—Tenemos que hacer algo, estamos perdiendo el tiempo —le

susurré.

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—Ok —se puso en cuclillas, mirando por el pasillo—. En realidad no

hay un grupo de ayuda de emergencia aquí.

—No.

—¿A quién estamos buscando? ¿Tu novio?

—No.

—¿Hermana?

—No.

—¿Hermano?

—Te equivocaste de nuevo. ¡Ahora cállate! —le susurré. Mi mente

daba vueltas. Tenía que llegar a algo, cualquier cosa para entrar en la sala.

Su habitación estaba en el centro a la izquierda, justo detrás de un gordo

zombi, comiendo en el brazo de otro zombi.

Enfermos.

—Arriba —susurré, aferrándome a Argos y yendo de puntillas. No

había zombis por allí. Una chica salió rápidamente de la habitación, la

sangre chorreando por su cara, gruñendo—. ¡Mierda! — maldije—. Una

loca.

—¿Nos ve?

—No lo creo. Tenemos que salir con ella. So-sólo tenemos que

hacerlo.

Nos hundimos en la escalera. La chica parecía ser una estudiante de

primer año, era joven y en su momento, inocente. Y ahora estaba loca,

cubierta de costras, de sangre de color marrón. Me pregunté si ella sabía lo

que pasaba, como el tipo de la casa colonial. ¿Qué se siente? Confusión,

me imagino. Me quería morir. Si nadie me iba a matar, lo haría yo misma.

¿Pero iba a hacerlo? Tal vez mi sentido de lo correcto y lo incorrecto

quedaría confuso también.

La chica murmuró gruñidos incoherentes y cruzó el pasillo. Luché

para apoderarme de Argos, quien desesperadamente quería salir corriendo

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hacia adelante. En los dos segundos que le tomó a la loca ir de una

habitación a otra, vi las marcas de mordidas en sus brazos.

Los zombis iban tras los locos.

Tenía sentido, el por qué lo hacían. Lo locos todavía tenían

corazones latiendo y sangre fresca. Ellos estaban en proceso de morir, o

no-muertos, pero estaban cien por ciento con vida.

—Tengo un plan —dije con entusiasmo y se lo susurré a Jason. Él

tomó a Argos, dejándome sola en la escalera. Tenía más fe en el perro de la

que tenía en la habilidad de Jason para disparar. La escalera estaba

oscura y sombría sin la amenaza de ser comida viva. Pero hoy

simplemente era aterradora.

Lo olí. Así fue como supe que un zombi se arrastraba por las

escaleras. Puse la mano sobre mi boca para no gritar de frustración.

Maldito Jason, le dije específicamente ¡Cierra la puerta! Uno de los ojos del

zombi estaba colgándole de la cabeza, moviéndose con cada movimiento

brusco. Sus manos golpeaban las frías baldosas. No podía dispararle. Aún

no había llegado el momento. Jason podría no haber llegado al otro lado; él

necesitaba más tiempo.

Desesperadamente, me presioné contra la pared, rezando para que

no me viera. Mi cuerpo se erizó de miedo, con todos los nervios de punta.

No estaba segura de poder mover los pies, aunque lo intentara. Este zombi

era lento y yo, después de todo, tenía el arma, pero no iba a arruinar mi

plan.

Él siguió moviéndose, probablemente siguiendo el olor de la sangre

fresca. Debería haberlo lanzado por las escaleras cuando tuve la

oportunidad. Estúpidamente, no lo hice. Y ahora estaba encima de mí, a

dos escalones de la parte superior. El zombi se giró, su único ojo bueno

enrojecido y sin brillo. La pupila observó. No me moví. No respiré. Si

pudiera detener momentáneamente mi corazón para que dejara de latir, lo

habría hecho.

Sentí como si hubiera pasado un año. El zombi no siguió adelante.

Sólo se quedó allí. Mis ojos estaban pegados a él, tenía miedo de

parpadear; miedo a que al primer movimiento caminara hacia mí. El golpe

hizo eco a través de las escaleras. Salté. Tenía que actuar ahora.

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Y este hijo de puta estaba en mi camino.

—Jódete —dije, y le disparé en la cabeza. Salté, pasando finalmente

su cuerpo muerto e irrumpí a través de las puertas—. ¡OYE! ¡Ven por mí,

fenómeno carnívoro! —Grité. Con un grito desgarrador, la loca fue tras de

mí. Corrí por las escaleras, mi cuerpo lleno de adrenalina. Golpeé las

puertas del segundo piso, sacando el arma. La loca había tropezado con el

cuerpo del zombi, actuando como una trampa perfecta y permitiéndome

ganar unos pocos segundos de ventaja. Le disparé, la bala le golpeó el

brazo como había planeado.

Sangre —fresca, jugosa y roja— manchando su ya sucia sudadera de

la Universidad Purdue.

—¿Oléis eso, estúpidos zombis? ¡Venid por ella mientras aún está

fresca!

Todos los zombis marcharon en nuestra dirección en un desfile

petrificante. La loca me ignoró, alejándose de la enorme multitud. No podía

competir contra ellos. Sin más preámbulos, me lancé como una loca por

las escaleras, crucé el vestíbulo, los comedores y otra escalera en donde

Jason esperaba.

—¡Funcionó! —dijo él con incredulidad.

Asentí con la cabeza, demasiado falta de aire para hablar. Agarré su

brazo y lo arrastré de nuevo hacia el segundo piso. Distraídos con la chica

deliciosa, todos los zombis rodeaban su cuerpo, luchando por conseguir

un pedazo. Llegamos a su habitación; la puerta todavía estaba cerrada

pero no con llave. Si era posible, me sentía aún más nerviosa mientras la

abría.

La habitación estaba vacía. No me dejé a mí misma pensar si eso era

bueno o malo. No podía simplemente irme. No después de todo lo que

habíamos pasado. Tenía que haber algo, alguna pista, como una nota

diciendo a dónde se había ido.

Y allí estaba: el calendario en la pared. Una gran X marcaba cada

día. La última X fue el viernes 21 de octubre. Ella al menos lo tenía

marcado hasta ese día. Yo no sabía qué día era hoy. No tenía idea de

cuánto tiempo había pasado. ¿Una semana, tal vez? ¿Dos semanas? Mi

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cita para hacerme un chequeo fue sólo unos días después de eso.

Entonces cuando el virus azotó Indiana, ¿había azotado antes el campus?

―Fiesta de Seth‖ estaba escrito con marcador negro y naranja en un

cuadro correspondiente al sábado 22 de octubre. ¡Sí! ¡Seth, ella estaría con

Seth! Y Seth vivía… mierda. Él vivía en una casa de la fraternidad. Pero,

¿cuál?

—Betas —dije en voz alta.

—¿Qué? —preguntó Jason.

—Seth es un… beta algo. O una cosa beta. ¡Mierda! ¡No me acuerdo!

—¿Los Beta Theta Pi? —preguntó, cogiendo un folleto para la fiesta

anual de Halloween de los Beta.

—¡Sí! ¡Gracias a Dios, gracias! Ella podría estar allí, vamos.

Tres zombis, que no pudieron poner sus sucias manos sobre el

cuerpo. Se alejaron, gimiendo en voz alta como si protestaran. Le disparé a

uno en el oído, su cerebro explotando como un frasco de salsa de

espagueti sobrecalentado. Jason apuntó, disparó y falló. Argos ladró.

Deslicé los dedos debajo de su cuello antes de que tuviera la oportunidad

de salir corriendo.

—¡Ven aquí! —le dije. Esa palabra no tuvo ningún efecto. Lo

arrastré, haciendo que el dolor irradiara una vez más a través de mi piel

rasgada. La luz del sol parecía irreal después de la casa viviente del

infierno en la que acabábamos de estar. Incluso los pájaros piaron. Me

sentí como si alguien se estuviera burlando de nosotros.

Alcancé a ver la amplia sonrisa de Padraic mientras salíamos

huyendo de la residencia. Entramos al Camaro, conmigo gritándole a

Jason que empujara antes de que él metiera las llaves en el encendido. No

antes de que el motor rugiera a la vida, una docena de zombis salió

corriendo.

Literalmente corriendo.

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Los estómagos llenos debieron haberles dado un impulso de energía.

Argos se liberó y le gruñó a la ventana. Jason pisó el pedal. El motor

acelero, pero no nos movimos.

—¡Ponlo en primera velocidad! —Grité, con el pulso acelerado. Los

zombis se acercaban—. ¡No, ésa es tercera o segunda! ¡Mierda, no sé!

Se trasladó al embrague, piso el acelerador y el coche se detuvo. Un

zombi gordo golpeó mi ventana.

—Está bien, está bien —vociferé. Tuve un novio que manejaba de

forma manual. Lo había visto cambiando las velocidades antes y

vagamente lo recordaba explicándome cómo hacerlo. Había conducido una

vez su camioneta; él tenía su mano sobre la mía, cambiando las

velocidades por mí—. Ponlo en neutral y apaga el coche —di instrucciones.

Dos zombis más arañaron el coche, sus uñas raspando el metal.

Estábamos siendo rodeados. Mis manos temblaban. Una zombi recién

convertida trepó sobre el capó, gruñendo y tratando desesperadamente de

traspasar el cristal para atraparnos.

Argos saltó hacia ella, salpicando saliva mientras ladraba

ferozmente. Luché para empujarlo hacia atrás y sacarlo del camino. Cerré

los ojos, tratando de recordar lo que teníamos qué hacer. El coche se

sacudió cuando otro zombi se subió al capó. La joven y femenina zombi se

subió encima del coche, sus uñas arañando la capota plegadiza. La cual

no duraría mucho tiempo más.

El zombi gordo rodeó el coche y fue a golpear la ventana del lado del

conductor, bloqueando el sol. Jason giró la llave, pero no pasó nada. Más

zombis rodearon el carro. Íbamos a morir, simplemente no había manera

de salir de esto. Atrapados como sardinas en una lata, los zombis

removerían la tapa de la parte superior del coche y nos despedazarían.

El Camaro se tambaleó, girándose hacia un lado. Eso me lanzó a un

costado de Jason. Oh, Dios, ¡estaban tratando de hacer rodar el coche!

Horrorizada, me di la vuelta. Tres zombis cerca de mi lado se desplomaron,

sangre espesa salpicaba la ventana.

—Padraic —dije y vi el negro Range Rover conduciéndose hacia atrás

y sacudiéndose hacia adelante, clavando a los zombis entre la defensa y el

Camaro. Ellos explotaban como granos, vísceras y sangre salían por todos

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los orificios—. De nuevo —le dije a Jason, recordando que teníamos que

hacer algo con el embrague. Era difícil gritar instrucciones por encima de

los ladridos de Argos. Jason me escuchó y el más hermoso sonido del

motor se oyó—. Por favor, funciona —rogué y cambié a lo que esperaba

fuera la primera velocidad. El coche se tambaleó hacia adelante,

atropellando varios zombis. Jason sacudió las ruedas, con la esperanza de

tirar a la perra de la parte de arriba del coche. Golpeó una señal de alto,

destrozando las luces del lado del pasajero. La chica zombi salió volando,

rodando por el suelo, su piel podrida desgarrándose con facilidad sobre la

áspera calle.

Me había olvidado de ir a la casa de los Beta Theta Pi. El único

pensamiento en mi cerebro era huir muy lejos de aquí y sobrevivir. Me

tomó un minuto de conducción estilo videojuegos a través de las calles

abandonadas de Purdue para salir de mi temerosa bruma. Miré a mi

alrededor, sin ser capaz de comprender lógicamente dónde estábamos.

Había pasado cuatro años y medio en este campus; debería saberlo bien.

Pasar el salón Beering de Artes Liberales y el edificio de Educación sacudió

mi memoria.

—Tenemos que llegar a la calle State —le dije a Jason, sabiendo

perfectamente que él no tenía idea de dónde estaba eso. Le di

instrucciones. Algunos de los edificios habían sido incendiados. Mi

estómago se retorció ante la visión de ellos, ante la visión de a lo que

nuestro mundo se había reducido. Me debatí si deberíamos probar en la

carretera y colarnos por la parte de atrás. Me dio miedo de que hubiera

otro atasco de tráfico inmovilizado, así que decidí no hacerlo.

Condujimos a través del césped perfectamente cuidado, aplastando

las decoraciones de Halloween y pisoteando los arbustos.

—Tal vez deberías quedarte aquí y mantener el coche en marcha —

dije, mientras mis temblorosas manos se apoderaban de la puerta. Mis

ojos abiertos escudriñaron el patio. Cuando no vi nada, bajé del coche, con

Argos justo detrás de mí.

—No —replicó él—. Hilary tiene que conducir. No es ningún secreto

que no sé cómo conducir de manera manual.

—De acuerdo. —El Range Rover se detuvo junto a nosotros. Con

partes de zombis pegadas en la parte de enfrente. Sin pensarlo, Padraic se

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bajó y corrió. Puso sus manos sobre mis hombros, sus ojos azules

taladraron los míos.

—¿Estás herida? —preguntó.

—En realidad no.

—Bien. —Sin soltarme, levantó la vista hacia la enorme casa de

ladrillo de la fraternidad—. ¿Qué estamos haciendo aquí?

—Um, buscando provisiones.

—No vas a entrar allí —declaró.

Me giré hacia la casa. La puerta principal estaba abierta y la mayor

parte de las ventanas habían sido destrozadas. En realidad no había

esperanza, y lo sabía. No había llegado tan lejos como para irme. No sin

agotar todas las posibilidades.

—Tengo que hacerlo —espeté.

—No, no tienes que hacerlo. No necesitamos provisiones; tenemos

suficientes para que nos duren un tiempo.

—Armas. Necesitamos más armas.

—No creo que vayas a encontrar armas en una casa de la

fraternidad, Orissa.

—Dudo que alguna vez hayas estado en una fraternidad. Te

sorprenderías de lo que puedes encontrar —intenté.

—Estoy seguro de que esa casa está llena de sorpresas, pero no de

un arsenal.

—No lo sabes —discutí, sabiendo que era un intento horrible para

influir en su mente.

—Orissa, aquí hay leyes estrictas sobre las armas.

Antes de que pudiera idear alguna estúpida mentira, un loco

atravesó como una ráfaga la puerta abierta. Argos fue hacia él,

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tumbándolo y apretando sus afilados dientes en su cara. Cuatro más

tomaron su lugar. Jason le disparó a uno, aunque en realidad lo golpeó en

el hombro.

Los disparos hicieron eco a través del césped como una campana

para la cena, atrayendo a más locos y a unos cuantos zombis de las casas

vecinas. Le disparé a un loco y a dos zombis en la cabeza. Padraic tenía la

daga de antes. Antes de que pudiera confirmar si eso era una buena o una

mala idea, le metí un nuevo cargador a la calibre 22 e intercambie las

armas con él. No confiaba en él en el combate cuerpo a cuerpo y no quería

verlo lastimarse.

—Apunta al corazón —le dije, con la esperanza de que si fallaba el

tiro, la bala todavía tendría la oportunidad de alojarse en el estómago o en

la cara. Tiré de la funda de la daga y me precipité hacia adelante—. He

venido aquí por una promesa —miré maliciosamente a los locos. Ellos se

dieron la vuelta al oír el sonido de mi voz, alejando a algunos de los

peligrosos del resto de mi grupo.

Me agaché, esperando. Hubiera sido mejor si uno hubiera sido un

poco más rápido que el otro, pero no, llegaron al mismo tiempo. Adoptando

una posición, me eché hacia atrás y golpeé a los dos más grandes en el

estómago, plantando mi pie en el suelo y girándome en un rápido

movimiento, la cuchilla cortó a través del aire.

Atravesé al otro zombi en el pecho. Cualquier persona normal habría

caído, gritando del dolor, agarrándose la herida sangrante con miedo y

agonía. Me hice hacia atrás, evitando la sangre de sus costrosas manos,

abalanzando la daga hacia arriba y dentro de su cuello. Salpicó sangre y

cerré los ojos, no queriendo infectarme.

En ese segundo el gran loco saltó hacia mí, sus gordos brazos

envolviéndose alrededor de mi cintura. Caímos en el suelo con él encima

de mí. Aflojé mi mano con el impacto, la daga estaba a sólo unos

centímetros de distancia de mis dedos. Grasoso lamió la sangre del loco de

mi rostro, trago gratamente, abrió la boca y se lanzó hacia abajo. Agarré su

cabeza con mis manos. Babas caían sobre mi cuello mientras yo

desesperadamente trataba de alejar su cara. Por instinto, le di un rodillazo

en las pelotas. El loco ni siquiera reaccionó. Enredé mis dedos en sus

rubios rizos y los retorcí.

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Fue repugnante, el sonido y la sensación de una ruptura en su

columna vertebral. Repugnante, pero eficiente. Su cuerpo se quedó inerte.

Lo hice rodar hacia un lado justo a tiempo para ser atacada de nuevo. Un

chico delgado de cabello oscuro me gruñó, enseñándome sus colmillos.

Qué demonios, ¡¿colmillos?! Mis dedos se cerraron alrededor del

agradable metal de la daga y me levanté sobre mis pies, esquivando su

cuerpo mientras él se lanzaba por el aire hacia mí. Se puso de pie y se

zambulló de nuevo, un movimiento predecible que fácilmente evité. El

primer loco al que corté se arrastró detrás de mí. Se estaba quedando sin

sangre y no llegaría mucho más lejos.

Estaba lista cuando Colmilludo saltó. Se apuñaló a sí mismo,

atravesando su corazón en la daga, espasmos atravesaron su cuerpo y

luego se quedó quieto. Me arrastré por debajo de él, con ganas de darle la

vuelta y verle los dientes. Abrí la boca y me reí. Los colmillos eran de

plástico, aferrados a sus dientes con pegamento. Ah, claro. Halloween. Él

estaba disfrazado como un vampiro.

Me di la vuelta. Dos zombis yacían muertos en el suelo. No

recordaba haber escuchado el sonido de los disparos. Obviamente, ellos lo

habían hecho. Jason me miró con la boca abierta. Me limpié las manos,

que estaba cubiertas de sangre en el pasto y corrí hacia ellos.

—Voy a entrar —dije—. Creo que ya salieron todos y con suerte

están muertos. O más muertos, en el caso de los zombis.

Los ojos de Padraic estaban llenos de asombro. Él asintió

lentamente, aunque dudé que supiera lo que estaba haciendo. Lo dejé que

entrará en shock.

—Protejed a las chicas —les di instrucciones—. Hay un zombi en la

calle. —Jason inmediatamente levantó el rifle—. No —dije, poniendo mi

mano en el largo cañón—. No tiene piernas. —Lo vi arrastrar su patético

cuerpo a través del césped—. Si no salgo en diez minutos, iros.

Me di la vuelta y corrí. La posibilidad de encontrarme con más

zombis o locos me asustaba. Mis músculos estaban despiertos por el

síndrome de lucha o huye, y estaba lista para una pelea. Algo se movió

detrás de mí. Me giré, con la daga en alto.

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—¡Argos, no hagas eso! —Susurré. Él estaba absolutamente

repugnante, cubierto de sangre y delgada piel de zombis. Pasó zumbando

junto a mí. Escuché sus patas subiendo por las escaleras. La casa de los

Beta era grande, realmente grande. Y, actualmente, estaba

elaboradamente decorada para la fiesta de Halloween. Eso me ayudó a

pretender que los humanos muertos en el pasillo eran meramente utilería.

Si ella estaba aquí, estaría arriba. Al igual que Argos, subí

rápidamente las escaleras. El olor a muerte era tan fuerte que me

atraganté, haciendo un esfuerzo por no vomitar lo poco que había comido

esta mañana. Mis ensangrentadas manos ayudaron poco cuando me tapé

la nariz.

—¡Hola! —dije, con la esperanza de llamar la atención de alguien—ya

fuera amigo o enemigo. No podría estar más en este pasillo. No con los

cuerpos en descomposición y el olor. Quería salir.

Argos había desaparecido de nuevo. Él era un tonto cuando se

trataba de atacar a los enemigos; le faltaba la parte de perro guardián leal.

Obligándome a no darme por vencida, fui hasta el final del pasillo. Algo se

movió detrás de una puerta cerrada. Sus pasos no eran claros. Cuando me

pareció oír pies arrastrándose, salí a prisa de allí. Parecía que las puertas

cerradas eran un desafío para los zombis, y éste podía quedarse allí

adentro.

Argos ladró. Mis nervios se sacudieron por la electricidad. Él volvió a

ladrar. Comencé a correr, pasando estudiantes muertos, decoraciones de

Halloween y muebles destrozados. Maldita sea, ¿por qué la casa tenía que

ser tan grande? Estaba jadeando para el momento en que alcancé a Argos.

Él estaba mirando hacia el techo. Mis ojos volaron hacia arriba y me quedé

sin aliento.

—¿Hola? —Lo intenté de nuevo—. ¿Hay alguien vivo allí arriba?

—¿Orissa? —respondió una voz ahogada. Las escaleras del ático

crujían mientras ella las empujaba hacia abajo—. ¡Oh, Dios mío, Orissa!

Las lágrimas pinchaban en las esquinas de mis ojos

—Raeya. Estás viva. —No pude evitar la sincera sonrisa que

atravesó mi rostro. No lo podía creer. La mitad de mí no lo hacía. Tal vez

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había muerto y éste era el paraíso. Un brazo estaba desparramado a pocos

metros de mí. No, no se trataba del paraíso.

Éste sería el infierno.

Me tropecé por las escaleras, lanzando mis brazos alrededor de mi

mejor amiga.

—Sabía que estabas viva —exclamé.

—Te he estado esperando —lloró—. Venid —le dijo a alguien detrás

de ella—. Os dije que ella nos salvaría.

Nos separamos, Raeya todavía sosteniendo mis manos. Dos

personas se apiñaban detrás de ella; había un chico que no reconocí y una

chica rubia que me parecía vagamente familiar. Sin dejar de sonreír, miré

a Raeya de arriba hacia abajo, dándome cuenta de lo que estaba

disfrazada.

—¿Una enfermera sexy? —Bromeé—. Qué original, aunque tengo

que decir que la chaqueta amarilla de 1980 le da un giro original.

—Tenía frío y era la única chaqueta aquí —replicó—. Y, por favor,

¿tengo que recordarte algunos de los disfraces cliché que te has puesto?

—Esos se adaptaban a mi personalidad —repliqué—. Pero éste, éste

no es tan tú. Apuesto a que Seth lo escogió con la esperanza de tener un

poco de juego de roles en el futuro. —Entonces me di cuenta. Seth no

estaba en el ático—. Oh, Dios, ¿Seth? —Raeya negó con la cabeza,

lágrimas cayendo por su rostro. La abracé de nuevo—. Lo siento, Raeya.

Ella sorbió la nariz y asintió. Miré alrededor del ático; la basura

estaba amontonada hacia un lado y las mantas habían sido extendidas,

incluso cubriendo las ventanas como cortinas de cambio en un intento de

hacer que la ventosa habitación se viera acogedora. Eso habría sido obra

de Raeya. La chica rubia estaba vestida como Caperucita Roja, su capa

roja estaba firmemente envuelta alrededor de su cuerpo. El chico llevaba

un mono sucio y una camisa blanca manchada de lo que parecía algo que

se suponía que era sangre, excepto que era de un color demasiado rojo

brillante para ser real. Su pálido maquillaje se había corrido por todo su

rostro, haciendo su disfraz indistinguible.

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—¿Qué se supone que eres? —Le pregunté, a pesar de que no era

importante.

—Un zombi —respondió con gravedad.

Me eché a reír.

—Lo siento —murmuré, tratando de tranquilizarme—. Tenemos que

irnos. ¿Tienen algún arma? —Raeya agarró una raqueta de tenis y un

abrelatas, sosteniéndolos con orgullo—. ¿Eso es todo? ¿No tenéis algo

filoso o puntiagudo?

—No —dijo Raeya en voz baja, con los hombros caídos.

—Es mejor que nada. Está bien, muy bien —le dije para

tranquilizarla—. Vámonos. —Los cuatro apenas habíamos llegado a la

escalera cuando uno de los coches sonó la bocina—. Idiota —susurré,

imaginando a Padraic tocando la bocina con impaciencia—. ¿Por qué no

simplemente él acaba por decirle a todos los zombis que estamos aquí?

Resulta que él no tenía que hacerlo. Ellos ya lo sabían.

Jason estaba de pie encima del Range Rover, apuntando el rifle.

Disparó, golpeando a alguien en alguna parte. La sangre salpicó el aire.

Aun así, ellos avanzaron. Tenía que haber docenas de ellos.

—¡Entra al coche! —Le grité a Jason. Agarré la daga,

preparándome—. Id a los coches —le grité a Raeya y a los otros. Nuestra

carrera se vio interrumpida por un loco y cuatro zombis. El chico gritó,

lanzando sus manos al aire. Corrió hacia adelante, queriendo

desesperadamente entrar en la seguridad de uno de los coches, y

dejándonos a nosotras tres para defendernos.

Oí disparos un par de veces más y supe antes de ver a Jason

balanceando el arma como un bate de béisbol que se había quedado sin

balas. Fui por el zombi más cercano, destripándolo con un rápido golpe de

la hoja. Sus intestinos se cayeron, oscuros, podridos y malolientes. El

zombi siguió caminando, sin saber que sus órganos eran derramados con

cada paso discordante que daba.

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Su grueso intestino cayó hacia afuera, balanceándose mientras él se

movía. Se enredó alrededor de sus pies. Con horrorizada curiosidad, vi al

zombi caer, tropezando con sus propias entrañas. Alguien gritó. Un lento

zombi avanzaba hacia Raeya. Su piel se estaba desprendiendo a pedazos y

la mayor parte de su cabello había desaparecido. Llegó a ella con la boca

abierta; la mayoría de sus dientes se habían ido. La gran parte de los

pocos que quedaban se mantenían colgando de las raíces.

—¡Esto es por Seth! —gritó ella y lanzó su raqueta de tenis. Al igual

que un tomate podrido, el cráneo del zombi explotó—. ¡Eww! —Raeya

chilló, sacudiendo su raqueta de tenis. Pegajosos pedazos de zombi

estaban pegados a las cuerdas—. ¡Él es todo gomoso!

Gomoso, pero fácil de matar. Alcé la vista justo a tiempo para ver a

Jason resbalando y cayendo.

—¡Jason! —grité. Otra arma disparó. Padraic. No podía ver lo que

estaba pasando. Teníamos que llegar al coche. La lenta horda de zombis se

iba acercando a cada segundo. La loca siseó, con los ojos sobre Raeya.

Otro zombi cojeó hacia adelante. Él también se estaba haciendo pedazos—.

¡Atrapa a ése! —le grité a Raeya. Levantó la raqueta de tenis, en la mano.

—¿Cuál?

—¡Ése! —dije, mientras me hacía cargo de la loca—. ¡El gomoso uno!

—Esta loca debió haber estado a punto de morir, o era inmortal. Su piel

era de un color gris y temblaba incontrolablemente. Ella me agarró del

brazo, con las uñas clavándose en mi muñeca. Subestimando su fuerza,

tiré de mi brazo esperando liberarme fácilmente. Ella respondió,

azotándome hacia adelante. Mi cabeza chocó contra la de ella. Pequeñas

manchas nublaron mi visión. Tropecé, enredando un pie con el otro y caí.

Con su agarre mortal alrededor de mi muñeca, ella también cayó.

Gruñó, abriendo la boca y me mordió.

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Traducido por katiliz94 y Apolineah17

Corregido por Marta_rg24

olía como el infierno. Di la voltereta hacia atrás, rompiendo

la conexión. Para mi propio placer, la pateé con fuerza en las

costillas antes de enviar la daga en la nuca de su cuello.

Raeya golpeó en la cabeza a un zombi deteriorándose. Trozos del cráneo

salían cada vez que levantaba la raqueta, salpicándole la ropa con sangre.

El Range Rover pasó por encima, golpeando a un zombi en el

camino. Padraic estaba conduciendo y Jason estaba en el asiento del

pasajero. Lo había hecho.

—¡Raeya, vamos! —grité y miré alrededor en busca de Argos—.

¡Argos! —chillé. No teníamos tiempo para esperar. Sonja abrió la puerta de

golpe, haciéndonos señas—. ¡Argos! —volví a gritar. Raeya saltó dentro,

apiñándose al lado de Sonja y Zoe. Tan pronto como estuve dentro,

Padraic presionó el pedal, acelerando lejos de los zombis.

Miré locamente al perro, con el corazón hundiéndose cuando no

estaba en ningún lugar a la vista. Las calles estaban llenas de zombis. No

podíamos golpearlos a todos sin conseguir atascarnos. Padraic viró por la

carretera, chocando sobre macetas mientras nos desviábamos entorno a

los zombis. Habíamos conducido casi una milla cuando Zoe gritó:

—¡Para!

Ahí estaba, corriendo como una salvaje, persiguiéndonos. Padraic

golpeó los frenos repentinamente que Hilary casi terminó tras nosotros en

el Camaro. Jason abrió la puerta y Argos entró, su achaparrada cola

meneándose. Con cuidado de no codear a Zoe en la cara, subí en la parte

trasera. Raeya se asomó fuera del camino para permitir a Argos unirse a

mí. Me lamió la cara con emoción.

D

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—Buen chico —suspiré.

Mientras la adrenalina bajaba, el dolor me golpeó. Mi herida

apuñalada estaba agonizando y tenía una seria punzada de dolor a un

lado. Por no mencionar los chichones y moratones que recibí en las peleas.

Temblando con miedo, me miré el brazo derecho. Las pequeñas medias

lunas impresas en el cuero. Había detenido a sus dientes de hundirse en

mi piel. Esta era mi nueva chaqueta favorita.

Seguimos conduciendo al norte, corriendo a toda velocidad por las

carreteras hasta que no hubo nada. En realidad nada excepto estériles

campos de maíz. Nadie había hablado en el tiempo que nos llevó llegar a

este desolado lugar. Padraic bajó el gas y dejó el SUAV en punto muerto

hasta una parada. Lo apagó y dijo:

—¿Te importa decirme de que va todo esto?

No necesitaba mentir más. La rescaté. No me importaba si él me

odiaba o no por el resto de mi vida, lo que podría terminar hoy.

—T-te traje una asistenta —dije inocentemente. Observé la confusión

aparecer en su rostro.

—Lo fui en una fiesta de disfraces —murmuró Raeya a través de los

dientes apretados, envolviéndolo en el horroroso blazer amarillo.

Entrecerró los ojos hacia mí antes de reír.

—¿Qué está pasando? —preguntó Padraic, sonando enfadado.

—Salgamos y hablemos sobre esto —sugerí. Asentar la mochila de

reservas de medicamentos no era cómodo. Puse el arma en mi mochila,

deslizando el asa sobre mi cabeza. No vi nada, aunque prefería estar a

salvo que lamentarlo.

—¡Esa es la bolsa que cogiste! —señaló Raeya mientras salíamos del

coche. Pateé el bolso de cuero y medio sonreí.

—Sí. Despues de todo fue útil.

—¡Sabía que lo sería! Te lo dije, todos necesitan una mochila

práctica.

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Al principio no me gustaba el bolso. Era más grande que cualquiera

que me gustase llevar. Estaba hecho de agradable cuero y era caro, era un

desperdicio no usarlo. Además, me recordaba a mi mejor amiga. Espacioso

y robusto con un pasador en lo alto, ¿quién sabía que este sería el bolso

perfecto para llevar cuando el apocalipsis golpease?

Zoe había desatado las cuerdas de su capucha y correa a la moda

para Finickus. Ató un extremo entorno al cuello de él y el otro entorno a su

muñeca. Sosteniéndolo con fuerza, salió del coche, caminando por las

calles con Sonja y Jason.

—Orissa —comenzó Padraic—. Nunca hubo una cuarentena,

¿verdad?

—No —confesé.

—¿Por qué mentiste? —Había dolor detrás de sus preciosos ojos.

Sentí culpa; no debería haber mentido.

Agarré la mano de Raeya.

—Esta es mi mejor amiga, Raeya. Tenía que cogerla.

—Hola —dijo, con una sonrisa y un ondeo de mano, intentando

romper la tensión—. Encantada de conocerte.

—Sí… igualmente —murmuró Padraic, devolviéndole su

formalidad—. Entonces, ¿simplemente por qué no lo dijiste? —preguntó.

Me encogí de hombros.

—No pensé que vendrías conmigo. Era un tiro en la oscuridad, sin

ofender Raeya.

—Nada —me aseguró.

—Ni siquiera sabía con seguridad si estaba viva. Pero tenía que

revisarlo, solo tenía que hacerlo —admití.

Padraic sacudió la cabeza.

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—No tenías que mentir. ¿Y una cuarentena? Eso fue bajo, Orissa.

Todos teníamos la esperanza de que…

—¡Tú tuviste la oportunidad! —interrumpí—. Pero no la tomaste. No

hay cuarentena mágica, Padraic. Y, además, ¿cómo sabía más sobre una

cuarentena que tú? ¡En primer lugar tú fuiste el único que me habló de

zombis! Nadie nos quería porque estábamos enfermos y demasiado débiles.

¡No nos quieren, no lo entiendes! ¡Nadie va a venir! ¡No hay lugar al que ir!

—¡Eso no significa que tuvieras que mentir!

—¡No tenía opción!

—¡Sí, la tenías! ¡Podrías habernos dicho, eh, la verdad!

—¡No, porque no me habrías seguido ahí!

—¿Te preguntas por qué? ¿Tal vez porque era una mala idea y lo

sabías? —respondió.

—No, bueno si, ¿pero funcionó, verdad? Y en realidad, ¿de

verdad pensaste que sabía sobre la cuarentena?

Padraic disminuyó la voz.

—En el fondo, sabía que no era verdad. Pe-pero quería creerlo.

Quería ser rescatado. Quería estar a salvo —suspiró pesadamente y

después sonrió—. Salvaste a tres personas.

—Sí, lo hice, imagino. Y lo siento, ¿vale? De verdad, lo siento. Nunca

quise ponerte en peligro a propósito. No podía ir a ningún otro sitio sin

asegurarme de que ella estaba viva. —Me crucé de brazos y apoyé contra el

coche, poniendo presión en la herida. Hice un gesto de dolor.

—¿Estás herida? —preguntó, ya no enfadado.

—No más que antes.

—¿Qué hay de ese lado? —dijo, poniéndose en modo doctor—.

Tenías una operación de no hace mucho tiempo. Y t-tú estuviste increíble

ahí.

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—¿Tuviste una operación? —preguntó Raeya, su voz alta—. ¿Y no

me lo dijiste?

—Sabía que te preocuparías —dije dócilmente—. Tuve una

extracción de apendicitis.

—¡Riss! ¡Deberías habérmelo dicho!

—Nah, no fue nada increíble.

Jason se aclaró la garganta ruidosamente. No me había percatado de

los otros que nos había rodeado. Fuera de la penumbra del ático, reconocí

a la rubia como Lauren Hill. Por algún malvado giro del destino habíamos

tenido al menos una clase juntas cada año. No podía soportarla. Ella

provenía de una familia de clase media-alta que no fue tocada por la

depresión, siempre tenía el pelo perfecto, y actuaba como si fuera mejor

que cualquiera, pensaba que carecía de alguna razón creíble para

corroborarlo.

Hubo un minuto extraño de presentaciones. El chico zombi se

presentó como Spencer y sanaba como si pudiese romper a llorar en

cualquier segundo. Desde el resquicio de mi ojo vi a Padraic mirar a

Lauren de arriba abajo. Al principio pareció que estaba revisándola.

—¿Alguno de vosotros se hirió? —preguntó él. Estaba revisando la

infección. Le dijeron que no y quise añadir que no fingieron ser grandes

cobardes y huyeron, dejándonos a Raeya y a mí para matar a los

bastardos que solían ser sus amigos. Lisa y Zoe mencionaron estar

hambrientas. Ahora era un buen momento como cualquiera para comer.

Con tres personas de más, la comida se iría más rápido. Necesitábamos

encontrar más.

Raeya y yo cogimos nuestras latas de atún y caminamos unos pocos

metros por la carretera. Quería estar sola con ella, para asegurarme de que

estaba bien después de perder a su novio. Nos sentamos en el cemento,

desechando el agua extra de las latas y comiendo con los dedos. Padraic se

unió a nosotras, sentándose de piernas cruzadas a mi lado.

—¿Cómo sobreviviste? —preguntó a Raeya, mirándola con ojos

abiertos.

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—Tenía una lista —respondió Raeya, como si eso fuera algo normal

de decir.

—¿Tenías una lista? —repitió Padraic.

—Bueno, no físicamente. Orissa me ayudó a hacerla hace tiempo…

entonces fue un plan desastre para un desastre regular. Pero recordaba lo

que escribí. E hice lo que pensé que Orissa haría. Si alguien pudiera

sobrevivir a algo así, sería ella.

—Y Orissa —continuó él—, ¿cómo sabías cómo so-sobrevivir?

Miré a Raeya y sonreí con superioridad, recordando los años que

pasamos con mi abuelo.

—Confía en mí, fui puesta a prueba.

—¿Cómo? Necesitas explicarlo. ¿Eres algún tipo de agente del

gobierno? ¿Es eso por qué estás insistiendo en que nadie va a venir?

—No —dije, casi riendo.

—Dame algo —pidió con una encantadora sonrisa—. La forma en la

que luchaste ahí… fue increíble.

—He estado tomando clases de artes marciales desde que tenía doce

años —respondí.

—¿Esa es la clave de la supervivencia? —preguntó, no convencida.

—Escucha —dije, enterrando lo último del atún en la boca—.

Podemos hablar en el coche. Estamos desperdiciando la luz del día. —Me

puse de pie y me estiré. Extendí una mano hacia Raeya y se puso de pie.

Ya unas pulgadas más alta que yo, se alzó sobre mí en tres pulgadas en

tacones—. Necesitamos encontrarte algunos zapatos prácticos.

—¡Y un nuevo traje! —exclamó—. No voy a ser una enfermera sexy

para siempre.

Reí.

—Tengo algunas ropas en el coche.

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—Nada tuyo me sirve, Riss.

—Oh calla, si valdrá.

Las dos caminamos juntas. Llamé a Argos, quien había corrido en el

momento que salió del coche. Unos pocos segundos después pasaron sin

verlo, provocando un titileo de miedo golpear en mi corazón.

—Tal vez debería ponerte una correa —le dije cuando finalmente

galopó hacia el coche. Abrí la lata de atún para él, volcando los contenidos

en el suelo. Sentí los ojos en mí. Cuando me giré, todos los nueve

acompañantes estaban mirándome—. ¿Qué?

—¿Q-qué hacemos ahora? —Preguntó Hilary.

Esperé a que alguien hiciera una sugerencia. ¿Por qué estaban

preguntándome? Pateé la lata de atún a un lado, sin saber si debería

sentirme mal por contaminar. ¿Ya importaba?

—Bueno, —comencé, mi mente prendiéndose en modo

supervivencia—. Somos diez más argos y solo hay dos coches. Necesitamos

encontrar otro vehículo, preferiblemente uno con cuatro ruedas. Y un

hibrido sería genial, pero los mendigos no pueden ser escogedores,

¿verdad? Cogeremos lo que podemos conseguir.

—¿Y dónde vamos a encontrar un coche? —preguntó Lauren. Tal vez

solo escuché la burla dudando en su voz.

—Necesitamos encontrar otra ciudad, no una ciudad grande ya que

parecer estar sobrepasándose con personas infectadas. Si somos

afortunados, el virus habrá matado a la mayoría de las personas que

quedaron detrás.

—¿Cómo nos hace eso afortunados? —Lauren presionó los labios,

las cejas levantadas.

—Vamos a pensar en ello: menos zombis, menos locuras, y más

provisiones para nosotros. —Rodé los ojos. Raeya me lanzó esa mirada de

―bien.‖ Sabía que no era admiradora de Lauren.

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—Tiene sentido —le dijo Jason—. Fuimos capaces de conseguir

toneladas de cosas en Indy.

—¿Puedo ver todas esas cosas? —Preguntó Lauren.

Jason rodó la grava suelta bajo su pie, deslizando la mano a través

de su desordenado pelo marrón.

—Nosotros, eh, tuvimos algunas complicaciones.

Removí la cinta de mi bolso y la dejé caer en el suelo. Primero

necesitábamos llegar a preparar la situación del coche. En distancias

cortas, apiñarnos en el Camaro no era un gran problema. Ni siquiera

esperaba alojarme al estar atrapada en la parte trasera sin espacio entre

las piernas durante horas. Liza y Zoe eran las más pequeñas. Sin embargo

no quería tener a Zoe en mi visión o protección, tenía sentido ponerla

detrás. Hilary, por estándar, conduciría y sabía que no podría soportar a

Lauren estando en el mismo coche que yo durante más de diez minutos.

Raeya había cogido mi bolso y extrajo el cuaderno. Sacó el bolígrafo

de la espiral de metal y lo sentó en el capó del Range Rover.

—Bien —dijo—. Primero necesitamos encontrar un refugio, ¿vale?

Después otro coche y comida. —Rápidamente lo escribió—. Tras eso,

¿luego qué?

—Dirigirnos al sur —respondí, como de costumbre la incesante lista

creándose de Raeya no me golpeaba a la par—. No queremos estar aquí

para el invierno.

—¿A dónde?

—Tenía un lugar en mente. —Me uní a ella en el capó del coche, sin

querer jugar el rol de líder más. Solo quería hablar con mi mejor amiga—.

La granja de mis abuelos.

—¿Y luego qué?

Suspiré y apoyé la cabeza en su hombro.

—No lo sé.

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Ella puso la cabeza sobre la mía, solo por un segundo, pensé que

estaríamos bien tanto tiempo como estuviéramos juntas.

—¿Puedes dar con algo? Ya escribí un número cinco. Necesito poner

algo ahí.

—Ir a Disney World y vivir en el castillo.

El cuerpo de Raeya se punzó con emoción.

—¿Podemos?

—No. Bueno, tal vez. No sé cómo está ahí. Un Mickey Mouse zombi

me dejaría cicatriz de por vida. Vamos a evitar los parques temáticos.

Volvió a tapar el bolígrafo y situó abajo el cuaderno.

—¿Cuál es el punto, Orissa? ¿Cuál es el punto de ir a vivir a un

mundo como ese?

—¿Solo tenemos que ir, verdad?

—Imagino. ¿Tiene que haber más, no? ¿Más como nosotros?

—Estoy segura de que los hay. Y estoy segura de que hay

cuarentenas reales, —dije, queriendo creerlo.

—Si alguien nos llevará ahí, serás tú.

Salté de la camioneta.

—No voy a permitir que nada os ocurra.

Me dio una media sonrisa.

—Lo sé.

—Esta noche —dije lo bastante alto para que todos me escuchasen—

. Deberíamos comenzar a dirigirnos al sur. Kentucky es nuestro actual

destino.

—¿Qué hay en Kentucky? —Preguntó Jason.

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—Es donde maduraremos —expliqué, mirando a Raeya—.

Conocemos el área y es más cálida, vale la pena intentarlo.

—¿Eres de Kentucky? —preguntó Zoe, levantando la nariz—. No

tienes acento.

—No nací ahí —le dije—. Tampoco todos los de Kentucky tienen

acento. Eso es un estereotipo —expliqué.

—Oh —dijo disculpándose. Me encogí de hombros para mostrarle

que estaba bien. Volvimos a situar las mochilas y a cargarlas en los

coches. Padraic y Spencer se sentaron en la parte delantera del Range

Rover, Raeya, Jason y Sonja se sentaron en los asientos traseros y yo me

acurruqué al lado de Argos en el área de cargamento. Usando el sol como

guía, nos dirigimos al sur. No paso mucho tiempo antes de que

entrásemos en una ciudad desolada, vaciada mucho tiempo antes de que

el virus golpease.

—¿Esta es una de las ciudades fantasmas, verdad? —preguntó

Sonja a su hermano.

—Eso creo —dijo él en voz baja mientras miraba fuera de la

ventana—. Nunca he visto una persona dentro.

De acuerdo con las noticias, existían varios cientos de ciudades

fantasmas nuevas por todo Estados Unidos. Cuando la Segunda Gran

Depresión golpeó, las pequeñas comunidades granjeras fueron las

primeras en marcharse. Era más barato comprar maíz que hacerlo crecer

en un laboratorio, y estaban disponibles entorno a todo el año. ¿Por qué

pagar unos pocos dólares de más por producción frescamente creada que

solo servía durante unos pocos meses del año?

Los granjeros derrocharon el dinero, fueron a la banca rota, y

estuvieron forzados a dejar los campos. Fueron en manada a las grandes

ciudades, intentando encontrar un trabajo. Uno por uno se marcharon,

con el tiempo muchos se fueron de la ciudad hasta que simplemente no

quedó nada. Sin granjas familiares y restaurantes llenos de clientes, los

negocios perdieron clientes… fue un alarmante y rápido efecto domino.

Una pequeña ciudad cerca de donde mis abuelos vivían se había

convertido en un espectro. Me dirigí ahí hace dos años, desconcertada

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entonces por cuantas personas recogieron y se marcharon. Si no entraban

en el coche, lo dejaban. Viejas mesas de roble, mobiliario hecho a mano,

Ganado, y mucho, mucho más se quedaba detrás. No paso mucho tiempo

antes de que las ciudades fantasmas comenzasen a alojarse en lo más

indeseado de América. Los comerciantes de drogas y las prostitutas no

parecían muy pasmados por la Depresión, en su lugar lo vieron como una

oportunidad. Poseerían alrededor de dos o tres casas, los hombres

aguardarían en las carreteras principales y continuarían con sus

―negocios.‖

Tenía la esperanza de que esta no fuera una de esas ciudades. No es

que importase, suponía. Habían pasado años desde que cualquiera de los

campos hubiera sido cosechado y los coches que quedaban estaban

cubiertos de suciedad. Una granja familiar se asentaba vacía en un campo

descuidado. Había un garaje separado y el granero estaba a una buena

distancia a lo lejos. Si íbamos a acampar esta noche, este sería el lugar

para hacerlo.

Argos y yo fuimos primero. Quería que Raeya permaneciese en el

coche donde relativamente estaría a salvo. Objetó y solo estuvo de acuerdo

cuando le recordé los imprácticos zapatos que tenía puestos. Padraic y

Jason siguieron detrás de mí. Las antiguas tablas del suelo de madera

crujieron cuando caminamos por el porche. Negándome a permitirme

conocer el hecho de que esto sería el perfecto set para una película de

terror, abrí la puerta. El interior era muy evocador: paneles de yeso

derruidos, techos hundiéndose, y blandas tablas de suelo. Entonces la

única luz filtró a través de la ventana rota al frente. El abundante polvo

revestía el cristal roto, haciendo el pasaje de luz imposible. La lluvia

obviamente había empapado la una vez preciosa madera de los suelos y

me preguntaba si se romperían a través del sótano.

La casa olía a cosas olvidadas. El cristal roto crujió bajo mis pies.

Cortinas de algodón descoloridas volaban levemente en el viento en una

curvada barra de cortinas, ofreciendo un poco de protección de los

elementos. Desgarradas cajas de cartón yacían a los lados, sus contenidos

desparramados y esparcidos por el suelo. La habitación apestaba a

desechos de animal, y, a juzgar por la forma en que Argos olfateaba al

azar la mierda que se esparcía, ratones y ratas habían creado en esta casa

su hogar.

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La parte trasera de la casa era más sustancial; las ventanas habían

sido abiertas así que la lluvia y la nieve no habían tenido oportunidad de

arruinar los cimientos. Y una antigua nevera nos saludó con el olor de la

comida que estaba más allá de la putrefacción y el punto de maduración.

Había platos crujientes en el fregadero y una mesa volcada.

La puerta que conducía al sótano había tenido un pequeño pestillo

del tipo gancho-y-ojo que aún estaba cerrado. Imaginando que un zombi o

un loco no lo habrían puesto, pasamos el sótano y nos movimos por los

escalones. Cada uno crujió bajo el estrés de mi peso. Fotos colgaban de la

pared, descoloridas y sucias, mostrando a una familia una vez feliz.

Había un agujero en el techo. La alfombra por debajo estaba

mohosa, blanda y horriblemente oliendo mal. Estaba muy segura de que

alguien uso el baño y nunca se sonrojó, y el dormitorio a través de él

estaba destrozado.

—No podemos quedarnos aquí —dijo Padraic, cubriéndose la nariz—

. Si los asbestos no nos matan, el moho negro lo hará.

Suspiré; tenía razón. Esta casa tenía una ventaja perfecta en el

punto y estaba apartada. Y, excepto por los roedores, mapaches, y

posiblemente una comadreja, la casa estaba vacía. Silbé por Argos y bajó

las escaleras. Jason salió primero, diciendo a los otros que la casa no era

buena. Argos saltó, asustando a un ratón de su hogar de periódicos. Silbé

de nuevo y no conseguí respuesta.

—¡Por aquí, Argos! —Cuando el perro no escuchó, di una zancada,

sin importarme mis pasos. De repente, el suelo cedió. El arma voló de mis

manos mientras salvajemente extendía la mano. Solo un pie se hundió, y

me sentí estúpida por actuar tan dramáticamente. Padraic corrió para

ayudar; su peso añadido solo debilitaba el agua que dañaba el suelo

incluso más. Retrocedió justo cuando liberé mi pie.

—¿Estás bien? —Preguntó.

—Sí —respondí, sacudiendo el pie. Mi tobillo ahora estaba un poco

adolorido, genial—. Vamos a salir de aquí.

—Buen planteamiento, estuvo de acuerdo y extendió el brazo.

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—No necesito ayuda —dije, sin querer que sonase con tanta rudeza

como lo hizo.

—Obviamente puedes ocuparte de ti misma. No quería insultarte. —

Dejó caer la mano y bajó los ojos. Maldición, estaba ofendido.

—No, está bien. Gracias. —Cogí el arma y forcé una sonrisa—. ¿Me

ayudas hasta la puerta? —Extendí la mano. De nuevo, fui sorprendida por

la suavidad de su piel. Curiosamente me preguntaba si el resto de su piel

era igual de delicada.

Llevó media hora encontrar más casas. Nada en una ciudad

fantasma sería espectacular. Sabía que podíamos encontrar algo mejor que

en la granja, la cual había estado abandonada mucho tiempo antes de la

Depresión.

Raeya señaló una pintoresca, completa de una Capa Bacalao blanca

con una cerca y una maleza llena de flores. En su gloria, la casa podía

haber sido presentada en la portada de una de esas revistas de vida en el

campo. Todas las ventanas en la primera planta habían sido selladas con

cuidado y las persianas estaban cerradas en la planta de arriba; los

dueños tenían intención de regresar. Silenciosamente salimos de los

coches. Probablemente estábamos en lo que una vez había sido el corazón

de la ciudad. Casas vacías se alineaban en las calles, algunas se

conservaban como la Capa de Bacalao frente a nosotros. Argos olfateó el

aire.

Conteniendo la respiración, esperé. Su cabeza se sacudió a la

derecha y corrió a través de la calle. Un mapache salió de un cubo de

basura lleno. Mi respiración salió en un silbido; al menos no era un zombi.

Las hojas cubrían el camino de adoquines, llenando el aire con un dulce

aroma. Señalé a la izquierda, instruyendo a Padraic y Jason a ir alrededor

de ese lado de la casa mientras yo miraba el lado derecho.

Todo estaba sellado a la vista. Parecía una lástima tirar las tablas

cuando ofrecían tan buena protección. Con una pala que encontramos en

el cobertizo, Padraic y Jason cuidadosamente separaron las tres tablas de

la ventana de la cocina. Padraic rompió el cristal y me subió, sus manos

permaneciendo en mi cintura. Me contoneé, intentando con más fuerzas

evitar la esquirla en el fregadero. Salté de la mesa, nerviosa de que alguien

hubiese sido sellado dentro de la casa, haciéndolo una capsula de tiempo

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zombi. Alcancé mi mochila, sacando y encendiendo una linterna. Con

pasos cautelosos, ondeé mi camino a la puerta de enfrente. Rápidamente

la desbloqueé y la abrí, parpadeando ante el brillo de la luz del sol.

Argos, rindiéndose de cazar al mapache, se volvió a unir a nosotros.

Le permitimos explorar la casa, esperando en la seguridad de la entrada,

para ver si la costa estaba clara. Como sospechaba, lo estaba. Hice señas a

todos. Teníamos tres linternas y una cantidad decente de velas. Las

ventanas con tablas bloqueaban toda luz natural, manteniendo a los

intrusos fuera, pero tampoco nos permitía ver nada de lo que nos rodeaba.

Dejando a Raeya al cargo de la linterna en la oscura casa, regresé al

exterior.

El cobertizo también estaba oscuro. No debería haber entregado la

linterna a Zoe. Mi cuerpo bloqueó la mayor parte de la luz cuando entré.

Busqué a través de las herramientas, cortándome el dedo en una hoja

oxidada. Juré y me llevé el dedo a la boca, sorbiendo la sangre metálica.

—¿Qué estás buscando? —preguntó Padraic, su acento pesado.

—Un martillo y clavos.

—¿Por qué?

—Me sentiría mejor si pusiéramos la tabla inferior en la ventana de

la cocina.

—Yo también —estuvo de acuerdo—. ¿Quieres esto?

Me giré la linterna. Ágilmente la cogí de él, registrando las

estanterías. Agarré una caja de clavos pero fui incapaz de encontrar un

martillo. ¿Quién tenía clavos pero no martillo? Oh bueno, podíamos usar

una roca para clavar los clavos. Padraic y Jason se pusieron a trabajar en

la ventana. Cada vez que la roca redonda golpeaba el clavo, el sonido

resonaba arriba y abajo en la calle. Nadie dijo nada —nadie lo necesitaba—

pero estábamos pensando lo mismo. Si esta ciudad hubiese sido fantasma,

verdaderamente fantasma, antes del virus, nadie de aquí habría estado

infectado. Pero si no, mirarían fuera por el eco martilleante.

No me gustaba ver el exterior. Cientos de zombis podían pulular por

la casa y, tanto como fueran silenciosos, no lo sabríamos. Sin embargo,

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regresé. Raeya y Sonja estaba quitando el polvo que cubría el mobiliario.

La casa olía un poco correosa, como se esperaba, pero no parecía en mala

forma. Quienes viviesen aquí claramente tomaron orgullo en su casa y

vieron que las cosas estuvieran en buenas condiciones. Demasiado mal

que nunca hubieran regresado.

Había dos pequeños dormitorios en el piso de arriba de frente a la

calle con la habitación principal a través del pasillo. Las habitaciones

estaban limpias y las camas estaban hechas. Un nudo se formó en mi

pecho cuando pensé en las personas que habían vivido aquí. Las cosas

entonces parecían mal, cuando perder el trabajo era tu peor temor. Y

ahora, ahora había un virus, un horrible e incurable virus. Me senté en la

cama del dormitorio principal, complacida de encontrar que el colchón

fuera así de espumoso en mi recuerdo, y enterré la cabeza en las manos.

Estaba determinada a permanecer con vida tanto como estaba

determinada a mantener con vida a Raeya. Y pensé que podía. Al menos

las dos. Ahora había otros ocho en los que pensar. Odiaba que me viesen

como su líder. Odiaba que la responsabilidad de su supervivencia cayese

sobre mis hombros. Más que todo eso, odiaba que pensase que no podía.

—¿Rissy? —llamó Raeya. Salté, endureciendo mi expresión.

—¿Sí?

Vino a la habitación.

—Estaba preguntándome dónde estabas. —Miro alrededor,

iluminando con las linternas las paredes—. Este lugar fue agradable, hace

un tiempo.

—Sí, hace un tiempo. —Me apuntó con la linterna. Cerré los ojos y

me aparté—. Raeya, me estás cegando.

—Oh, lo siento. ¡Espera! —Se acercó más, la luz aun en mi cara—.

¡Estás sangrando!

—¿Eh?

—Tienes sangre en la mejilla. ¿Te cortaste con el cristal?

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—No, oh. —Levanté la mano izquierda—. Me corté el dedo. Y debo

haberme tocado la cara. Eso es todo.

—¿Tuviste alguna cosa de primeros auxilios?

—Sí. Tendré a Padraic vendándome. No es lo grande. Incluso lo

olvidé.

—¿Padraic? —preguntó Raeya, confusa.

—Oh, es un doctor.

—Increíble. Hiciste bien trayéndolo —bromeó. Me saqué la chaqueta

y la arrojé sobre la cama, marcándola como nuestra para pasar la noche.

Raeya se hundió a mi lado—. Es difícil creer que esto esté ocurriendo,

¿verdad?

—A veces.

—Sigo esperando despertar de una horrible pesadilla y darme cuenta

de que todo está bien.

—Todo estará bien, algún día. —Sentía que estaba mintiendo.

¿Cómo podía algo ir bien tras esto?

—Al principio pensé que era una broma —dijo en voz tan baja que

casi era un susurro—. Estaba en la fiesta de Halloween. Seth dijo que le

dolía la cabeza y fue a acostarse a la habitación. Yo pensé que había

bebido demasiado. Estaba divirtiéndome. Cuando el primer chico se quedó

sin pelo, pensé que era una broma de Halloween. —Cerró los ojos,

recordando—. Entonces golpeó a alguien. Ni siquiera sabía quién porque la

persona tenía una máscara puesta. Mi mente dejó de pensar que era una

broma; había ido demasiado lejos. Estaba segura de que él estaba en algo,

como en sales de baño o algo que hacia enloquecer a las personas.

Entonces otra persona rompió la ventana. El cristal se le atascó en la piel,

pe-pero no creo que sintiese algo de dolor. Ahí es cuando lo supe. Sabía

que algo absolutamente horrible había ocurrido.

Mi mente destelló sobre el último año de Halloween. Vestida como

una sexy oficial de policía, alargué la fiesta con Raeya. Llegamos ahí

pronto, queriendo pillar buenos asientos cerca de la barra. Ella se veía

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demasiado elegante para la escena del bar, llevando un corto vestido

negro, sus hombros largos y el oscuro pelo rizado a la perfección. Ella

llevaba una preciosa mascara artesanal negra veneciana. Parecía que

pertenecía al escenario de algún espectáculo de ballet, no sentándose al

lado de su cachonda y borracha amiga. Nos llevé nuestras primeras

bebidas de esa noche y bajé el Vodka y Redbull en menos de cinco

minutos. Raeya sorbió los suyos, con miedo de beber demasiado rápido y

sentirse enferma.

Yo ya estaba zumbada cuando el bar comenzó a llenarse. Hice

contacto visual con un chico de pelo oscuro y ojos oscuros. Sonrió

tímidamente y con el tiempo se acercó a nosotras. Preguntó si querría

bailar con él, gritando sobre la música. Puse la mano en su pecho y le dije

que lo haría si me compraba a mí y a mi amiga una bebida. Obligado, nos

ofreció algo afrutado y después procedió a llevarme a la pista de baile.

Estuve con él durante dos canciones antes de regresar por la multitud

para encontrar a Raeya. La arrastré desde su asiento y la hice bailar

conmigo. En el momento que terminó su segunda bebida, estaba

sacudiéndola en el suelo.

Esa noche cerramos el bar, dando una vuelta hasta a casa de Raeya

en un Mustang lleno de chicos de fraternidad. Me dejé caer en el colegio

del año anterior, viendo inútil perder el dinero en un grado cuando nadie

podía conseguir un trabajo. Raeya acababa de comenzar a trabajar en su

grado de maestría. Intenté hablarla de salir solo una vez; ella insistió en

tener dos grados que la harían invaluable después de que la Depresión

terminase. Y, me recordó, ya que era una Asistente de Residencia, que

tenía libre hospedaje.

—Fui al piso de arriba para buscar a Seth. —La voz de Raeya me

sacó de mi ensoñación—. Pensé que estaba durmiendo, pero… —No pudo

terminar su frase. Grandes lágrimas le rodaron por la mejilla. Mi corazón

se rompió con cada uno de las salpicadas en su regazo, su cabeza

colgando con dolor. La abracé de nuevo, intentando no pensar en Seth.

Ella rompió a sollozos. Mantuve los brazos a su alrededor mientras lloraba,

deseando que hubiera alguna forma de que pudiese quitarle el dolor.

La tos de Lisa hizo eco por todo el pasillo. Hubo un movimiento

apresurado seguido por alguien pisando fuerte las escaleras. Era Sonja,

preguntándome en que bolsa estaba el inhalador. La acompañé hasta la

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parte trasera de los coches y rebusqué en la bolsa médica hasta que

encontré la pequeña cosa roja. Corrió hacia la casa, llamando a Padraic.

Rodé los ojos y sacudí la cabeza. Claro, pensábamos que este lugar estaba

libre de zombis, pero eso no significaba correr alrededor gritando. Abrí la

maleta, sacando un par de pantalones atléticos, calcetines, ropa interior,

una camiseta de manga larga térmica, y una sudadera con capucha.

Doblé la ropa sobre el brazo y agarré la correa de la bolsa de comida.

El peso también era demasiado para mi adolorida espalda. Sin querer

parecer débil, agarré otra sudadera con capucha y calcetines de la maleta

de Lauren. Compartir mi muy limitada ropa con ella era lo último que

quería hacer, aunque no tenía mucha opción. Con las manos llenas de

ropa, pedí a Jason que trajese la comida.

Raeya estaba desnudando la cama cuando subí las escaleras.

—Encontré sabanas limpias en el armario —explicó—. Ya les quité el

polvo. —Sostuve en alto las ropas—. Gracias a Dios —continuó, sacándose

los tacones—. Ojalá pudiese ducharme antes de cambiarme.

—Yo también, pero no creo pronto que vayamos a encontrar una

ducha que funcione.

—Lo sé. —Se quitó el traje de enfermera manchado de sangre sobre

la cabeza y miró alrededor en busca de una cesta.

—No creo que importe —dije, intentando no reír. Asintió y se cambió

con rapidez. Ya que estaba oscuro, no notó los detalles de la sudadera

hasta que entramos en la muy limpia sala de estar.

—¡Oye! ¡Esto es mío! —Miró abajo a la pantalla impresa de un

elefante—. Del santuario. ¡Estoy sorprendida de que aún lo tengas!

—Debes haberlo dejado. Sabía que te lo devolvería con el tiempo.

Jason se apresuró a sacar la mesa, separándolo en categorías.

Teníamos sopa, pan, mantequilla de maní, una variedad de fruta, y una

mezcla de comida basura. Tan lejos como los brebajes, teníamos alrededor

de dos cajas de agua, varias botellas de zumo, dos galones de Gatorade y

unas pocas latas de palomitas.

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No nos duraría mucho tiempo.

Recordando a todos que teníamos poca comida no hace mucho, volví

a llenar los cartuchos en las pistolas y deje fuera unas pocas armas que

tenía. Dos pistolas —una sin balas— dos dagas y una espada. Era

patético.

—¿Deberíamos mirar mañana en otras casas? —Una voz masculina

vino detrás de mí. No había error en ese acento.

—Tal vez —dije a Padraic—. Sin embargo, no creo que

encontraremos mucho. Las personas aquí tuvieron tiempo para reunir lo

que necesitaban y querían.

—¿Sería una pérdida de tiempo?

—Tal vez. No lo sabremos hasta que lo intentemos. —Bloqueé el

arma, decidiendo que debería intentar con mejor esfuerzo limpiarla.

—¿Cómo sabes cómo hacer eso? —Preguntó, observándome apartar

la pistola.

—Mi abuelo me enseñó como disparar —respondí sin emoción,

centrada en lo que estaba en mis manos.

—Nunca he disparado un arma antes —me dijo como si fuera una

sorpresa.

Asentí, sin saber que decir. Puse la pistola junto a las otras; estaba

nueva y no necesitaba aclararse. Además, no tenía nada con que limpiarla.

—¿Cuántas balas te han quedado? —Padraic se sentó a mi lado, su

pierna tocando la mía.

—No muchas. —Sacudí la caja de balas—. Son muchas balas

perdidas, aunque no creo que esta arma fuera muy usada, para nada,

antes de que los dueños lo apagasen. Probablemente lo compraron para la

autodefensa.

—He escuchado que las personas que compran pistolas por ese

motivo son más propensas a herirse con ellas.

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—Yo también. Creo que es porque no saben cómo usarlas. Las

pistolas son más de apuntar y disparar, ya sabes.

—Sí, imaginé eso. ¿Qué tipo de arma es esa?

—Una Beretta. Veintidós, un solo cañón.

—¿Puedes decirme todo eso al mirarlo?

—Sí. Tengo, tuve, una. Es increíble para enfocar prácticas. Mi abuelo

me la dio por mi decimosexto cumpleaños.

—Suena como un hombre interesante.

—Lo es. —Atasqué el cartucho de carga en el arma y puse la

seguridad.

—Entonces, ¿solos disparáis por diversión?

—A veces.

—¿Fuiste cercana a él?

—Sí. Pasaba cada verano en su granja desde que fui lo suficiente

mayor como para caminar.

—Suena bien.

—Lo era. —Me paré, empujando el arma en la parte trasera de mis

pantalones—. Voy a patrullar alrededor, ver lo que hay antes de que el sol

se ponga por completo. —Ni siquiera había salido de la cocina antes de que

Padraic objetara.

—Orissa, de verdad…

—De verdad, ¿qué?

—No deberías salir sola.

—Llevaré a Argos.

—Iré contigo —dijo.

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—Quédate aquí —sugerí—. Haz cosas de médico.

—¿Cosas de médico? Creo que ahora estás agarrando un clavo

ardiendo. —Se puso de pie—. No estás a cargo de mí, Orissa.

—Bien, ven. Pero si resultas lesionado o herido, no te quejes

conmigo.

Raeya tampoco estaba contenta de que saliera a buscar problemas,

pero sabía que era mejor no oponerse. Le aconsejé cerrar la puerta y sólo

responder cuando tocara un ensayado y repetitivo golpe.

Los árboles de color rojo fuego estaban llenos de pájaros, piando y

parloteando ruidosamente. Ver el Range Rover aparcado en la acera me

trajo una cuestión a la mente.

—El GPS de tu coche no funciona, ¿verdad?

—Es cierto. Dice que se perdió la señal de satélite.

—¿Por qué?

—Debido a todo lo que está pasando.

—Eso no tiene sentido. —Me quité la banda elástica de mi trenza,

desenmarañando mi cabello con los dedos—. ¿Hay zombis en el espacio?

No hay razón para que la señal de satélite se perdiera.

—Realmente no sé cómo funcionan esas cosas —dijo Padraic, sus

ojos azules fijos en los míos.

—Yo tampoco —admití—. Simplemente no parece correcto.

—¿Algo de esto lo parece?

—Infierno, no. —Suspiré, raspando mis pies a lo largo de la acera,

golpeando las hojas mientras lo hacía. Argos trotaba adelante, siguiendo

un rastro de olor en el patio de alguien. Caminamos en silencio hasta que

llegamos a una desviación en la carretera. Me detuve en medio, mirando a

mi izquierda y a mi derecha. Más casas se alineaban en la calle a mi

izquierda. Girando a la derecha, un parque quedaba a la vista. Los

columpios se movían lentamente con la brisa, mostrando cadenas

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oxidadas y despegados asientos de goma. Pasamos por el descuidado

campo de béisbol, que emergía en lo que solía ser la calle principal de la

ciudad.

—¿Cuándo te mudaste a la ciudad? —preguntó Padraic incapaz de

permanecer en silencio.

—Uh, hace alrededor de un mes o algo así.

—¿En busca de un trabajo después de la universidad?

—No exactamente. —Caminé más rápido, con pocas ganas de hablar

de mis razones para irme a vivir con tía Jenny. Las ventanas de la oficina

de correos estaban hechas añicos, aunque no parecía que personas

infectadas con un virus zombi lo hicieran. Piedras habían sido lanzadas,

cigarrillos y latas de cervezas estaban tiradas en el polvoriento suelo de

baldosas. Caminamos por arriba y por abajo de la calle, encontrando que

todo estaba vacío. El dolor en mi costado regresó y me aferré a él, tratando

de expulsar el dolor.

—¿Lo estás haciendo bien? — sonó Padraic preocupado.

—Estaré bien —dije con los dientes apretados. Tomé una profunda

respiración y deje caer la mano, marchando hacia adelante con toda la

dignidad que pude reunir.

—¿Por qué haces eso?

—¿Hacer qué?

—Actuar como si nada pudiera tocarte.

—No estoy actuando —repliqué.

—Orissa —exhaló, extendiendo la mano, sus dedos envolviéndose

alrededor de los míos—. Detente. Sientes dolor. Simplemente detente por

un minuto.

—Está bien. —Con su mano aún en la mía, Padraic me llevó a una

olvidada banca. Sentarse se sintió bien. Dejé escapar un profundo suspiro,

deseando poder relajarme.

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—Esta debió haber sido una ciudad muy bonita alguna vez —señaló

Padraic.

—Sí, parece que sí.

—Tal vez podríamos quedarnos aquí por un tiempo.

—No tenemos suficiente comida para quedarnos. ¿Y recuerdas lo

que sucede en invierno?

—Sí, ya sé que hace frío —dijo, sonriendo—. Ahora hay días

agradables, hasta que los días de otoño se vayan, ¿no te parece?

—Supongo.

—Mira —Padraic señaló la puesta del sol—. Mi abuela solía decirme

que los atardeceres rojos son una buena señal de que cosas buenas están

por venir.

—Me recuerda a la sangre. Como si ni siquiera el sol pudiera brillar

a través de toda la sangre y la muerte. —Hablé con voz ronca, vagamente

consciente de la mirada de preocupación que Padraic me estaba dando—.

El sol brilla sobre nosotros y el sol brilla sobre ellos. Humano, zombi o

loco, todos estamos bajo el mismo cielo.

—Hmm. —Pasó una mano a través de su cabello—. No puedo

entenderte, Orissa.

—No hay mucho que entender —aseguré.

—No estoy de acuerdo. Pones esta fachada de ―Soy demasiado dura y

me importa una mierda,‖ pero en el fondo, puedo decir que eso no es lo

que realmente eres.

—Te equivocas.

—¿Lo hago?

—Ya te lo dije —insistí, tratando de no sonar insegura.

—No estoy de acuerdo. —Una débil sonrisa levantó sus carnosos

labios hacia arriba—. Apuesto a que te puedo descifrar.

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—Dame tu mejor tiro. —Me eché hacia atrás, estirando

dolorosamente mi abdomen.

—Sólo dime verdadero o falso, ¿de acuerdo?

—Claro.

—Has tenido el corazón roto.

Retuve una carcajada.

—¿Quién no?

—Ah —empujó mi pierna con la suya—, la verdad sale.

—Siguiente pregunta.

—Eras realmente cercana a la persona que te rompió el corazón.

—Tienes que ser un poco cercano a una persona para darle

suficiente de tu corazón para que lo rompa —dije.

—Está bien, sí. Pensaste que podías confiar en ella

—Es verdad.

—Y no lo viste venir.

—Es verdad.

—Tu mundo se hizo añicos después de que rompieran tu corazón —

dijo en voz baja.

—Es verdad.

—Y tenías que empezar de nuevo porque todo lo que creías conocer

se había ido.

—Es verdad.

—Pensaste que nunca amarías a nadie más.

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—Falso.

Su racha de victorias se rompió, Padraic frunció el ceño.

—Te hirieron tanto, que cerraste tu corazón a alguien más.

—Falso —dije después de considerarlo un momento.

—Es difícil para ti confiar en gente nueva.

—Muy cierto.

—Y es debido a lo que pasó.

—Es verdad.

—Diste todo por esta persona.

—Es cierto.

—Pensaste que estaríais juntos para siempre.

—Falso. Y, por favor, ¿cuántos años tengo?, ¿dieciséis? Sé que no

puedo esperar un para siempre.

—¡Ja! Esperar. Expectativas. No te acercas a las personas porque

tienes miedo de que ellos no estén a la altura de tus expectativas.

—Decir la verdad me hará sonar como una perra horrible. Puedo ser

una perra a veces, pero no una horrible… al menos me gusta pensar eso.

—Padraic rio suavemente—. ¿Qué hay de ti? Pareces estar sacando esto de

experiencias personales.

Su sonrisa desapareció.

—Parece que los dos tenemos nuestros secretos. —Sus ojos azules se

pusieron brumosos y miró por encima de mí, pretendiendo examinar el

juzgado que estaba cruzando la calle. Me pregunté cómo alguien podría

romper su corazón. Él era un médico caliente irlandés. ¿No es eso lo que

las chicas quieren? Pero yo ya conocía su tipo: un hacedor de buenas

obras. Cuando llevas tu corazón en la mano, es fácil de romper.

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—¿Por qué no estás enfadado? —solté.

—¿Enfadado?

¿En serio? ¿Cómo podía no tener idea?

—Te mentí.

—Orissa, pensé que ya habíamos resuelto eso.

—Aun así, ¿no me guardas ningún resentimiento?

—No.

—Yo estaría enfadada contigo —asumí.

Padraic se cruzó de brazos.

—Estuvo mal que mintieras, no hay duda en eso. Pero lo hiciste para

salvar a alguien que te importa. Y lo hiciste.

No pude entender por qué su comprensión me molestaba. Quizás, en

el fondo, yo estaba enfadada conmigo misma por ser tan egoísta. Supongo,

que en realidad, no importaba. Tenía que salir de esto con vida antes de

que empezara a preocuparme por mi ser interior. Padraic no trató de

hablar en el camino de regreso. Argos se unió a nosotros a la mitad del

camino hacia la casa, cargando orgullosamente un conejo muerto. Abrí la

puerta, feliz de que crujiera ruidosamente, y caminé hasta el empedrado.

Padraic se detuvo en seco. Me di la vuelta, el miedo apretando mi corazón.

Instintivamente, saqué la pistola, poniéndome en una posición defensiva.

—¿Qué es? —preguntó Padraic.

—¿Viste algo?

—No —respondió.

—Entonces, ¿por qué te detuviste tan rápido?

—Oh. —Miró hacia abajo, la sangre tiñendo sus mejillas—. Y-yo sólo

quería decirte algo.

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—¿No podrías haber esperado hasta que estuviéramos dentro? —

pregunté, con los nervios de punta.

Se echó a reír.

—Sí, lo siento. De todos modos, quería hacerte saber que te seguiría

a cualquier parte.

Tenía la pistola apuntando a su rostro. Parpadeé, la baje, y le puse

el seguro.

—Como si tuvieras otra opción —bromeé.

—La tuve, y todavía la tengo.

—No si quieres vivir —le recordé. Sonreí y golpeé la pesada puerta de

madera, contenta de que el incómodo momento hubiera terminado. El olor

a productos de limpieza con esencia de limón se encontraba pesado en el

aire, golpeándome tan pronto como Lauren abrió la puerta. Raeya, vestida

de amarillo, con guantes de goma, rociaba los mostradores de la cocina.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, poniendo la pistola sobre la

mesa.

—Encontré desinfectante debajo del fregadero —explicó, sosteniendo

la botella—. Esta casa está bien, pero no está limpia.

—No creo que eso importe, Raeya.

—No quiero comer sobre una superficie sucia —dijo sin rodeos.

Roció la mesa de al lado, limpiándola con una toalla—. Y —añadió,

bajando la voz—, estoy tratando de eliminar los gérmenes. Sé que Zoe no

puede combatirlos muy bien.

Sintiendo como si estuviera siendo apuñalada de nuevo, el repentino

recuerdo del frágil estado de Zoe se clavó. Había mucho más de que

preocuparse aparte del miedo; había empujado nuestros asuntos normales

debajo de la alfombra.

—Buena idea. Sabía que te rescaté por una razón. —Le sonreí.

Después de que Raeya estuvo satisfecha, hizo sándwiches de mantequilla

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de maní para todos, sirviéndolos en toallas de papel—había encontrado un

rollo también debajo del fregadero. Dividimos la fruta, sabiendo que sería

lo primero en descomponerse, y comimos una sosa pero llenadora cena.

Spencer tenía un reloj. Se decidió que los adultos tomaran turnos de

seis horas, todos, excepto Padraic, Hilary y Spencer fueron arriba para

dormir. Zoe, Raeya y yo compartimos la cama en el dormitorio principal.

Argos se acostó a nuestros pies. Su peso era pesado y molesto, pero ofrecía

calor a nuestros pies fríos. Zoe, quien estaba en medio de Raeya y de mí,

se quedó rápidamente dormida. Ella siempre parecía cansada y eso me

preocupaba. Sentí que apenas me había dormido cuando Hilary me

sacudió suavemente para despertarme. Le susurré que dejara dormir a

Raeya. Vi a Hilary fruncir el ceño bajo la tenue luz de las velas, pero hizo lo

que le pedí. Padraic se dirigía camino a las escaleras, frotándose los ojos.

—¿Conseguiste dormir algo? —preguntó con suavidad.

—Lo suficiente —contesté—. Realmente no puedo dormir, dadas las

condiciones.

—Yo tampoco. —Sonrió débilmente y me rozó al pasar. Estaba

cansada y tenía que moverme para mantenerme alerta. Empaqué todas

nuestras cosas, juntando la botella de producto de limpieza y las toallas de

papel en la bolsa con el material médico.

—¿Quieres ayuda? —preguntó Jason.

—No, gracias. Puedes sentarte en el sofá y descansar. Lo tengo.

—Puedo ayudar.

—No te preocupes —dije, lo cual significaba que debería ser

interpretado como que estaba bien y lo dejaba descansar. Los hombros de

Jason se hundieron y se escabulló. Saqué las frutas y las nueces para el

desayuno. Quería que todo estuviera listo para que nos fuéramos tan

pronto como el sol saliera. Sabía que podíamos llegar a Kentucky en

aproximadamente seis horas. Si las carreteras no estuvieran bloqueadas,

tal vez llegaríamos más rápido ya que no teníamos normas de tránsito que

obedecer. No tenía idea de dónde estábamos en este momento, y no era la

mejor con las direcciones.

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Zoe empezó a toser esa mañana. Con su débil sistema inmunológico,

se contagió con la que Lisa tenía. Me di cuenta de que Lisa se sentía

terrible, aunque Padraic le aseguró una y otra vez que no era su culpa. Oí

a Hilary diciéndole a Padraic que los medicamentos de Zoe se estaban

agotando. Tuve que darle el crédito por tomarlos cuando corrían por sus

vidas desde el sótano hace unos días.

Nos subimos a los coches. Los ojos de Padraic estaban llenos de

preocupación cuando veía a Zoe, haciéndome un nudo en la garganta. Él

la envolvió en una manta y colocó a Finickus en su regazo. Ella ató la

correa a su muñeca de nuevo. Me metí en la parte de atrás del Range

Rover junto a Argos.

—¿Tienes algo de música? —Le pregunté a Padraic mientras él

conducía por el camino rural.

—La mayor parte del tiempo escuchaba radio por satélite. Pero tengo

un par de CDs debajo del asiento del pasajero.

Raeya los sacó, le entregó uno a Spencer, quien lo puso. A Padraic le

gustaba la música de cafetería, no era totalmente mi estilo, pero era mejor

que nada.

Tres horas más tarde nos detuvimos junto a un vasto campo de

nada, todavía muy lejos de la autopista. Todo el mundo salió, utilizando el

descanso para estirarse y hacer del baño. Inspeccioné la tierra plana a

ambos lados de nosotros. Estaba tranquila y silenciosa, sin signos de

zombis o humanos. Caminé hacia el Camaro para revisar a Zoe. Caliente

por estar envuelta en mantas dentro de un coche con la calefacción

puesta, se quitó sus pantalones extra y la sudadera. Sus brazos estaban

cubiertos de moretones. Cuando me atrapó viéndolos, dijo:

—Me lleno de moretones fácilmente. —Ella puso la mano sobre su

brazo—. ¡Mira! ¡Es la huella de una mano!

Sonreí junto con ella, pero realmente me hizo sentir enferma.

Padraic le dio a Zoe y a Lisa una botella de agua, diciéndoles que quería

que se la bebieran toda para el momento en que llegáramos a Kentucky.

Admiraba la forma en que él era con ellas: paciente, cariñoso y demasiado

tranquilo. Les hizo sándwiches de mantequilla de maní con las últimas

piezas de pan. El resto de nosotros picoteamos comida chatarra.

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—Después de no comer nada más que pastelitos Twinkies y cerveza

durante dos semanas, me habría encantado un sándwich —se burló

Lauren en voz baja. Me encontré con los ojos de Raeya, diciéndome que no

valía la pena ahondar en ello con Lauren.

—¿Twinkies y cerveza? —preguntó Padraic.

—Era una casa de fraternidad —aclaró Raeya—. Pero teníamos más

que eso.

—Oh, sí —dijo Lauren con un gesto de la mano—. Me olvidé de las

pizzas descongeladas.

—Tal vez encontremos comida en Kentucky —dijo Sonja

esperanzada.

—Sí. Kentucky —Lauren escupió y se alejó. Negando con la cabeza,

Padraic me lanzó una mirada y sonrió. Le devolví la sonrisa. Nos

amontonamos en los coches de nuevo, perdiendo otra hora en busca de la

carretera. Una vez que la encontramos, viajamos de manera constante,

haciendo un buen tiempo. Por supuesto, tuvimos que tropezarnos con una

colisión múltiple. Dejé de contar los coches implicados después del

número trece.

—Espera —dijo Padraic mientras ponía el Range Rover de reversa—.

No veo ningún zombi, ¿y tú?

—No —respondió Raeya automáticamente—. ¡No! —Dijo más

fuerte—. Orissa, por favor no salgas.

—Este es el lugar perfecto para encontrar un coche. ¡Hay un montón

de ellos!

—Probablemente no tienen gasolina. O llaves.

—No lo vamos a saber…

—Hasta que le echemos un vistazo —terminó ella—. Está bien.

—Um —comenzó Padraic—. No. No podemos ver a través de los

coches. Cualquier cosa podría estar ahí afuera.

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—Sólo dejadme revisar —ofrecí.

—Aquí —dijo, señalando en techo corredizo. Hubo un movimiento

confuso mientras Raeya y yo cambiábamos de lugar. Me contoneé a través

del techo solar, subí con el sol calentando el techo del coche. Me puse de

pie, colocando cuidadosamente los pies a ambos lados del techo corredizo

abierto. Escudándome los ojos del sol, escaneé el accidente. Muchas de las

puertas habían quedado abiertas en los coches en la loca carrera de las

personas por escapar. Esa no valía la pena revisarlos; las baterías se

habían agotado. Los tanques de gasolina, sin embargo, podrían tener algo

que dar.

Me arrodillé, metiendo la cabeza por la ventana.

—No veo ningún movimiento. Por lo menos, necesitamos gasolina.

Mantén el coche en marcha si eso te hace sentir mejor. Necesito a una

persona que saque gasolina conmigo para acelerar el proceso.

—¿Es seguro? —preguntó Raeya.

—Por lo que puedo decir.

—Yo ayudaré. También deberíamos revisar el interior de los coches.

Me encantaría un par de zapatos.

Sonreí, alcanzando mi bolso en el interior. Tan pronto como salté de

la camioneta, Padraic dio la vuelta y apagó el motor. Hilary se detuvo al

lado de él y bajó la ventanilla. Le expliqué rápidamente mi plan. Ella

asintió con la cabeza y salió a ayudar. Sonja tomó mi lugar en el Range

Rover, fungiendo como nuestro vigía. Lauren se sentó, estirando sus

piernas en el Camaro. Era demasiado baja para ofrecer un buen punto de

observación, aunque no dije nada. No me fiaba de Lauren lo suficiente

para confiarle que mantuviera un ojo vigilante para el resto de nosotros.

Cautelosamente, caminamos a través de los coches. Spencer y Jason

fueron los encargados de conseguir gasolina, para llenar los dos coches y

esperando reunir la suficiente para llenar un tercero. Sintiendo la ansiosa

presión de seguir nuestro propio camino, hurgué a través de los coches

que parecían los más prometedores. Varios estaban cerrados y los que no

lo estaban no tenían las llaves. Monederos, comida, libros, teléfonos y

carteras fueron dejadas atrás. ¿A dónde se había ido la gente? Me imaginé

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un autobús camuflado saliendo, llevando a todos a algún tipo de

cuarentena celestial. O, de manera más realista, todos siendo infectados y

yendo en busca de sangre fresca.

Un cadáver putrefacto estaba apoyado contra la ventana de una

oxidada y vieja camioneta. Lo podía oler a través de las ventanas y las

puertas cerradas. Caminé alrededor de una mini furgoneta volteada,

tratando de evitar ver a los pasajeros que —por suerte— murieron en el

accidente. Por lo menos había terminado para ellos. Un sedán rojo quedó

con la puerta entreabierta sobre un hombro. Un cuerpo de lo que supuse

que era una mujer basándome en el largo cabello lleno de sangre seca,

caía hacia afuera, con el rostro masticado.

Temblando, me apresuré a pasarlo. Después de muchos más

intentos fallidos, me encontré un coche decente con las llaves en el asiento

del conductor. Las puse en el arranqué y encendí el coche sin ningún

problema. Miré detrás de mí, había un problema. Estaba encajonado, con

coches a cada lado.

—¡Hijo de puta! —Golpeé el volante. Cerré el coche, molesta porque

no había considerado maniobrarlo antes. Sintiendo como si estuviera

arrastrando mis pies, caminé con dificultad de regreso al Range Rover—.

¿Ves algo? —le pregunté a Soja, pasando la correa de mi bolso sobre mi

cabeza.

—Nada —respondió, barriendo con los ojos encima de la carretera—.

Argos se escapó.

—Él regresará —le aseguré, sintiendo sólo un pánico leve. Me senté

sobre el parachoques, deseando un vaso de agua. Mi boca estaba tan seca.

—¿Podemos irnos ahora? —preguntó Lauren en voz alta.

—Muy pronto —le dije rápidamente, aunque yo estaba ansiosa por

irme. Me quedé en mi lugar, asumiendo el trabajo de vigía de Lauren.

Spencer y Jason encontraron tres galones de agua con los sellos de

seguridad todavía alrededor de las tapas. Extasiada, arranqué uno,

poniendo la jarra en mis labios. El agua corría por mi rostro mientras

bebía. Le pasé la jarra a Jason, quien bebió y se la pasó a Sonja. Después

de que Spencer tomó un largo trago, se la ofreció a Lauren.

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—Ew, no voy a beber después de que vosotros cuatro lo hicisteis —se

burló.

Compartir bebidas nunca me molestó. Sabía que algunas personas

lo encontraban asqueroso —incluida Raeya— y respetaba eso. Dada la

situación actual, el miedo a los piojos se debía de superar.

—Lo siento, no empacamos tazas —escupí.

—¿No puedo tener una botella de agua?

—¿No puedes simplemente beber de la jarra como el resto de

nosotros?

—Zoe y Lisa tienen sus propias botellas.

—Zoe y Lisa son unas niñas muy enfermas que no pueden correr el

riesgo de enfermarse con los gérmenes de otras personas —le recordé.

—Así que entonces admites tener gérmenes.

Lancé mis manos hacia arriba.

—Todos tenemos gérmenes.

Padraic y Raeya se unieron a nosotros.

—¿Quién tiene gérmenes? —preguntó Padraic.

—Todo el mundo, al parecer —hizo un mohín Lauren.

—Lo hacemos —le dijo Padraic—. ¿Por qué eso es un problema?

Lauren señaló el galón de plástico de agua.

—Quieren que comparta eso. Creo que es asqueroso.

—Creo que sólo deberíamos abrir una a la vez —intervine—. Las

otras tienen sellos. Debemos mantenerlos así hasta que los necesitemos.

Padraic se encogió de hombros.

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—Supongo que es una buena idea. Como médico, normalmente

aconsejo no compartir comida y bebidas, pero me parece que hay que

pasar por alto lo que hacemos normalmente. —Tomó el agua y le dio un

trago—. Y puedes verterla en tu boca, así es menos asqueroso.

—Quiero mi propia botella —insistió Lauren.

—O, Dios mío —solté—. Sólo toma una maldita botella y cállate. —

Agarré una pequeña botella del interior del Range Rover y se la aventé. Ella

apenas la atrapó, gritando que se había roto una uña.

Raeya me llamó para mostrarme que había encontrado un par de

Pumas color púrpura que eran de su talla, así como más bocadillos. Hilary

también lo hizo; fue la última en regresar, dejando el alimento que llevaba

en los brazos sobre el capó del Camaro. Era hora de comer de nuevo.

Todos estuvieron de acuerdo en hacer un picnic en una zona menos

concurrida donde nos sintiéramos más seguros. Argos trotó hacia nosotros

justo a tiempo para saltar a la parte posterior del Range Rover y se acostó

antes de que nos atiborráramos el agua extra y la comida en la parte

posterior.

Zoe se despertó cuando Hilary encendió el motor. Dijo que tenía que

orinar y no podía aguantar más. Le dije que yo iría y vigilaría por los

zombis. Ella era tímida y no quería que nadie la viera, así que nos

aventuramos a ir más lejos de los coches de lo que me habría gustado. La

llevé detrás de un semirremolque, asegurándole que los chicos no podrían

ver.

Se acababa de bajar los pantalones cuando lo escuché. Un gruñido

desde la garganta. Tomé la mano de Zoe, susurrándole que se callara.

Zigzagueé nuestro camino alrededor del semirremolque. Mi corazón latía.

La loca golpeó la ventana de un coche cercano, asustándola. Ella saltó y

gimió, agarrándose de mí. Puse mi dedo sobre sus labios y sacudí la

cabeza. Zoe asintió.

Sus zapatillas se resbalaban con cada paso, sonando increíblemente

fuerte. La cargué y al instante deseé no haberlo hecho. Aunque no pesaba

mucho, mi maltratado cuerpo no podía manejar mucho por el momento.

Manteniendo mis ojos sobre la loca, no le presté atención a lo que estaba

delante de mí. Mi pie tropezó con algo de metal. Raspó la calle, haciendo

eco como una baliza.

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Mierda.

Me quedé inmóvil. Estábamos a varios metros de nuestros coches.

Nuestros compañeros sin duda no podrían vernos. Bajé a Zoe, sosteniendo

su mano con tanta fuerza que tuve que haberla lastimado. Mi bolso estaba

en el auto. No tenía nada. Miré lo que había pateado. Era un rin doblado,

lo que probablemente provenía del accidente. Lo recogí pensando que

podía utilizarlo como escudo.

La pobre y pequeña Zoe se tapó la boca. Sus ojos se desorbitaron y

su cuerpo se convulsionó. Estaba tratando de no toser. Lágrimas llenaban

sus grandes y verdes ojos. La loca fue hacia nosotras, con los labios

curvados para mostrar los dientes. Como un animal, gruñó y se lanzó

hacia adelante.

—Llega al coche —le di instrucciones—. ¡Ahora! ¡Vete! —Se fue,

tropezando y cayendo. Con las manos ensangrentadas por el asfalto, trepó.

Raeya, que estaba en el asiento del conductor en la camioneta, abrió la

puerta. Vislumbré a Zoe subiendo por la derecha mientras yo balanceaba

el rin.

Golpeé a la loca en la mandíbula. Pareció sólo enfadarla y vino a mí

con más furia. Estaba adolorida, tan adolorida. Cada músculo estaba

adolorido. Sentí como si los puntos fueran arrancados de mi hombro

mientras me inclinaba hacia atrás y la pateaba en el pecho.

Atrapó mi pie.

No contaba con ninguna lógica viniendo de ella. Dio un tirón y me

caí, el viento amortiguó el impacto. Ella estaba encima de mí, oliendo como

si estuviera dimensionando mi tamaño. La bocina sonó. La atención de la

loca se centró en eso, el tiempo suficiente para agarrarla del cabello y girar

su cabeza.

Su cuello no se rompió. Cayó a un lado, lejos de mí. Me arrastré

lejos, tratando de alcanzar el rin. Sus sucias manos se cerraron alrededor

de mi tobillo. Me retorcí violentamente, rompiendo su agarre. Me obligué a

levantarme, agarrando el rin. El metal oxidado me cortó la palma de la

mano mientras la golpeaba. Se le rompió la nariz. Sangre goteó por su

cara, pero no hizo nada para frenarla.

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Él voló sobre mí en un destello de piel y colmillos. Los dientes de

Argos se hundieron en la yugular de la loca. Sacudió su cabeza,

desgarrando su carne. Ella lo arañó, no reaccionando ante el dolor.

Cuando su cuerpo finalmente se quedó flácido, deslicé débilmente mi

mano debajo de su collar y cojeé de regreso a la camioneta. Raeya pisó el

acelerador tan pronto como Argos y yo estuvimos dentro. Presioné mi

pulgar sobre el corte de mi mano izquierda, tratando de detener el

sangrado. Corrimos por la carretera, bajando por la primera salida. Sin

molestarse en ver el mapa, Raeya giró hacia la derecha.

—Detente —le dijo Padraic.

—De ninguna manera. Estamos demasiado cerca. —Los ojos de

Raeya estaban demasiado abiertos por el miedo y sus nudillos estaban

blancos por agarrar el volante.

—El sangrado de Orissa —le recordó.

—Es sólo una herida superficial —dije con un horrible acento

británico. Raeya se rio, girándose hacia mí. Su humor desapareció tan

pronto como vio la sangre—. En serio, está bien. Sólo es mi mano. —Por lo

menos el dolor de este corte me había hecho olvidar la herida agonizante

en mi espalda y mis recientes cortes abiertos en el abdomen.

—Ya estás herida, Orissa —me dijo Padraic como si ya lo hubiera

olvidado—. Y a pesar de que sólo es tu mano, aun así puedes perder una

buena cantidad de sangre.

—Lo sé —estuve de acuerdo—. Necesitamos encontrar un espacio

abierto donde nos podamos detener. —Los siguientes minutos pasaron

dolorosamente lentos. Raeya se detuvo en el estacionamiento vacío de una

iglesia. Dejamos salir a Argos primero; estaba demostrando ser más y más

rudo conforme pasaban los días. Padraic consiguió algunos suministros de

primeros auxilios y se reunió conmigo en la parte lateral del coche.

Extendió mi mano, vertiendo agua sobre ella para tratar de limpiar la

sangre que aún rezumaba. Vi como quitaba la suciedad y cuidadosamente

extraía pequeños fragmentos de metal.

—¿Has tenido la vacuna contra el tétano recientemente? —preguntó.

—Sí, en realidad la tengo. Hace unos meses.

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—Bien —dijo, exhalando. El cansancio me golpeó y me apoyé contra

el coche—. Orissa —preguntó.

—¿Sí?

—¿Te estás sintiendo bien? Bueno, sé que no estás del todo bien.

—Estoy cansada —le confesé—. Eso es todo.

—¿Quieres tratar de buscar un lugar para pasar la noche?

—No. Quiero ir a casa —le dije sin pensar—. Quiero decir, Kentucky

—añadí rápidamente. Padraic no mencionó mi desliz mientras me vendaba

la mano.

—Sé que odiarás esto, pero creo que sería mejor si encontramos

algún tipo de guantes de goma para ponerlo sobre tu mano y evitar la

sangre zombi.

Sí, odiaba esa idea. Sin embargo, era inteligente.

—Claro.

Zoe fue la siguiente, llorando mientras Padraic le limpiaba las

heridas. Ella me abrazó una vez que estuvo vendada.

—Gracias por salvarme, Orissa.

—No tienes que agradecerme Zoe. Te salvaría en cualquier momento.

—Te lastimaste por mi culpa.

—No, me lastimé por culpa de los monstruos. No es tu culpa.

—No soy digna de ser salvada —exclamó.

—¡No vuelvas a decir eso!

—Pero, no lo soy. Mi mami no vino por mí.

Besé la parte superior de su cabeza. Quería decirle que su madre era

una total idiota que no merecía tener hijos.

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—Estoy segura de que lo intentó —mentí.

—No —Zoe objetó—. Ellos estaban conmigo. En mi habitación en el

hospital. Se fueron cuando los monstruos llegaron. Se fueron a buscar a

mis hermanos pero no me llevaron.

La abracé con fuerza. Deseé poder golpear a su madre en la

garganta. ¿Cómo podía haber dejado a su propia hija, no importa lo

enferma que estaba?

—¿Tienes hambre?

—En realidad no.

—Oh, bueno, de todos modos deberías comer.

Raeya ya había empezado a hacer comida para todos. Entramos de

regreso a los coches después de comer. Padraic se ofreció a sentarse en la

parte de atrás de nuevo, dejándome al frente donde era más cómodo.

Raeya miró el mapa, de alguna manera sabiendo dónde estábamos. Trazó

una ruta con el dedo, diciéndome que sólo faltaban un par de horas y que

deberíamos llegar a la granja para el anochecer.

Decidiendo no manejar por las carreteras de nuevo, nos desviamos a

través de la ciudad. Cerré los ojos, disfrutando del calor que soplaba sobre

mis pies. El Range Rover desaceleró, trayéndome de regreso a la realidad.

Miré alrededor, tratando de averiguar el motivo de la parada.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté.

—Es una señal de alto, Rissy —dijo, mirándome como si estuviera

loca.

—Ray, está bien pasarse las señales de alto.

—Oh, de acuerdo. —Pisó el acelerador—. Si un zombi policía me

detiene, pagarás la multa. —Ella sonrió y las dos nos reímos.

—Chicas tenéis un extraño sentido del humor —observó Padraic. Me

encogí de hombros, sabiendo que era verdad. Cerré los ojos y suspiré.

—Duérmete, Orissa —dijo Reya en voz baja—. Sé que estás cansada.

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—Estoy bien.

—Eres una mentirosa.

Me sentía segura mientras estuviéramos moviéndonos. No pasó

mucho tiempo antes de que me quedara dormida. Nos detuvimos una vez

más para una parada rápida. Ya estaba oscuro, así que nadie quería estar

fuera del coche más tiempo del necesario. Dos horas, calculó Raeya, y

estaríamos allí.

Tenía sueño de nuevo. El coche estaba caliente y estaba tan cómoda

como lo podía estar. Nadie hablaba, haciéndome creer que también se

habían dormido. Cerré los ojos, apoyando mi cabeza contra el frío cristal.

—¡Rissy! —dijo Raeya entre dientes, sacudiéndome—. ¡Rissy!

—¿Eh?

—¡Mira!

A lo lejos, un par de faros se hacían más y más grandes.

—¡Gente!

Me desperté de golpe.

—¡Oh, Dios mío, tienes razón! ¡Gente! —repetí—. ¡En un coche!

Sonja se movió.

—¿Qué está pasando?

—¡Hay gente! ¡Mira! —dijo Raeya emocionada.

Sonja le dio un codazo a Jason.

—¡Jason! ¡Hay un coche adelante! —Padraic y Spencer se habían

despertado ahora, y estaban encantados de ver signos de vida.

El coche no se movía. Las personas que lo conducían probablemente

estaban tan emocionadas de cruzarse con nosotros como nosotros de

verlos. Reya apagó las luces cuando estuvimos a pocos metros de

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distancia. Una figura oscura salió de la camioneta. Bajé la ventana y me

asomé.

El hombre levantó la mano, cegado por los faros. Argos gruñó.

Padraic lo detuvo no deseando asustar al único humano que habíamos

visto en más de 160 kilómetros. Dejando mi bolso en el coche, me bajé

entusiasmada, olvidando temporalmente el dolor.

—¡Hola! —dije con excesiva efusividad. Nada lógico fluyó en mi

cerebro en ese momento—. ¡Es-estoy tan contenta de que no seamos los

únicos con vida! —El hombre asintió con la cabeza, mirándome desde el

coche. Miró sorprendido al ver tanta gente con vida. Me moví, extendiendo

mi mano de una manera profesional—. Soy Orissa. Hay diez de nosotros.

Extendió la mano, sosteniendo flácidamente un afilado machete

entre sus dedos. Inclinó la cabeza, examinándome. Se me heló la sangre,

tensando todos los músculos. Una desagradable e infectada mordida

supuraba en su cuello. Ni siquiera tuve tiempo de gritar. El machete brilló

en los faros antes de que bajara cortando hacia abajo.

Me agaché, casi rozando la cuchilla. Caí de rodillas, reabriendo la

herida en mi mano mientras me arrastraba locamente lejos.

—¡Iros! —le grité a Raeya, el loco me miró. Llegué a su camioneta,

cerrando la puerta y pulsando el botón de bloqueo. Agarró la manija,

tirando de la puerta con tanta fuerza que la camioneta se sacudió. Cambié

el coche a ―manejar‖ y pisé el acelerador, pasando al Range Rover y al

Camaro, haciendo un chillido cuando di una vuelta en U. Me lancé

directamente contra el loco. Resonó contra el capó antes de quedar

atrapado debajo. A pesar de que estaba a un día o dos de dejar de ser

humano, fue repugnante sentir el golpe de la camioneta sobre su cuerpo.

Dejé de pisar el acelerador, mi cuerpo temblando por el encuentro cercano.

—¿No puedo tomar un maldito descanso? —Me pregunté a mí

misma. Algo se movió en el asiento trasero. Miré por el espejo retrovisor, el

terror paralizó completamente mi cuerpo. El zombi se sentó rígidamente,

torpemente llegando hacia mí. Grité y quité el freno. La camioneta se

desvió, saliendo fuera de la carretera dentro de una zanja de drenaje.

Como no me había tomado la molestia de ponerme el cinturón de

seguridad, volé hacia adelante, estrellando mi cabeza contra el parabrisas.

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Traducido SOS por apolineah17 y SOS Shellan

Corregido por katiliz94

renéticamente tiré de la manija de la puerta. El zombi

también se había arrojado hacia adelante. Gruñía y gemía, su

putrefacto rostro a centímetros de mi cuerpo. Finalmente, la

puerta se abrió y me caí de la camioneta, golpeando mis rodillas en algo

puntiagudo. Agarré un puñado de hierba seca, tratando de salir del

camino. El zombi se cayó del camión.

De alguna manera me obligué a ponerme en posición vertical.

Sangre goteaba en mi ojo. Caí mientras trataba de levantarme de la zanja

de la carretera. El zombi tenía mi pie, tratando de poner su boca sobre mi

piel. Le di una patada, gritando. No la vi venir. Pero allí estaba ella, de pie

sobre el zombi. Lo golpeó en la cabeza una vez, dos veces, tres veces antes

de que me soltara.

—¡¿Por qué no te mueres?! —gritó Raeya, golpeando al zombi en la

cabeza con su raqueta de tenis. Argos saltó sobre el zombi, los colmillos

desgarrando su pierna, arrancando fácilmente la carne podrida. Manos se

deslizaron debajo de mis brazos. Grité y me aparté antes de darme cuenta

de que era Padraic. Él tiró de mí. Tropecé con mis pies, tratando de hacer

que funcionaran. Una vez que estuve en el camino, me soltó, levantando el

arma.

—No —traté de gritar. Mi voz no tenía volumen—. No —repetí. Era

un mal tirador y Raeya estaba allí—. ¡Ray! —traté de gritar. Ella escuchó, y

después de un golpe más en la cabeza, salió corriendo por el terraplén

hacia nosotros. Padraic puso su brazo alrededor de mí, ayudándome a

llegar hasta el coche. Silbó, llamando a Argos. El perro no hizo caso. Tomé

el arma de Padraic, exhalé, apunté y volé el cerebro del zombi. Cuando

dejó de moverse, el perro se reunió con nosotros.

F

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151

A medida que caminamos por el camino rural, me di cuenta de que

mi cabeza estaba sangrando. Extendí la mano, haciendo una mueca

cuando mis dedos rozaron el fresco corte encima de mi ojo izquierdo. Era

una mezcla de caos y partes de cuerpos, pero llegué a la parte trasera del

coche. Padraic encendió la luz del techo e inspeccionó el corte.

—Vas a estar bien —me dijo y se puso a trabajar en limpiarlo. Sonja

había tomado el asiento delantero, dejando un lugar para Argos entre

Jason y Spencer. El perro se sentó, desplegando la sangre y la carne que

cubría sus patas encima de los chicos. Comencé a temblar de miedo, de

frío, o por la pérdida de sangre, no lo sabía. Padraic desplegó la manta que

había estado utilizando como cojín y la puso sobre mis hombros. La

envolví con fuerza alrededor de mí, incapaz de dejar de temblar.

Raeya se vio obligada a reducir la velocidad cuando el camino se

volvió curvo. Estábamos a sólo una hora de distancia. Las luces que

brillaban sobre nosotros provenientes del Camaro eran cegadoras. Mirar

hacia mis espaldas me dio un instantáneo dolor de cabeza y sentí que iba

a vomitar. Cerré los ojos, sin saber que me estaba cayendo lentamente

hacia un lado, hasta que me apoyé sobre el hombro de Padraic. Me

sorprendió de nuevo la realidad.

—Gracias por ayudarme de nuevo allí —le dije—. Y Raeya, tenías

totalmente el punto del juego. Gracias.

—Estaba tan asustada, Rissy —dijo, mirando rápidamente hacia

mí—. Así que hice lo que pensé que tú harías.

—¿Pensaste que golpearía a un zombi con una raqueta de tenis?

—No exactamente. Pero habrías hecho algo.

—Sí —estuve de acuerdo, las náuseas empeorando. Cerré los ojos

otra vez, apoyándome en el asiento trasero. La camioneta rodeó una colina

con curvas. Una colina con curvas que era muy familiar. Está pendiente

solía emocionarme cuando era niña. Eso marcó el inicio de mi cuenta

regresiva. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Me había quedado dormida?

—Raeya —hablé con voz ronca—. Siento que me haya tomado tanto

tiempo darte las gracias por salvarme. A ti también, Padraic.

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—Ya me habías agradecido —dijo Padraic, sonando preocupado.

—¿Lo hice?

—Sí.

—Oh, no lo recuerdo. —Mis ojos se sentían pesados, demasiado

pesados. Se cerraban por su propia voluntad.

—Orissa —dijo Padraic, en voz alta. Puso sus manos sobre mis

hombros y me dio un suave apretón.

—¿Sí?

—Tienes una contusión.

—¿La tengo?

—Estoy bastante seguro.

—Oh. ¿Por qué?

Escuché a Raeya gimotear algo incoherente.

—¿Recuerdas lo que pasó? —preguntó, con la voz llena de

preocupación.

Mi cerebro se volvió negro por un segundo. Negro y blanco. Hubiera

sido agradable que permaneciera de esa manera. Entonces me acordé de

los faros, la esperanza en mi corazón cuando pensé que nos habíamos

tropezado con otra alma viviente. Él estaba loco y tenía a un zombi de

mascota escondido en su coche.

—Me golpeé la cabeza contra el parabrisas.

Padraic dijo:

—Sí, definitivamente una contusión.

—No, lo recuerdo.

—Te tomó casi un minuto recordar eso.

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—No, no lo hizo —insistí.

—Sí, lo hizo —Raeya concordó vacilante—. ¿Ella estará bien?

—Probablemente —respondió Padraic, pasando una mano a través

de su cabello—. Orissa, además de tu cabeza doliendo, ¿cómo te sientes?

—Cansada. Y enferma. Siento como si fuera a vomitar. —Entre más

pensaba en ello, peor me sentía—. En realidad, voy a vomitar. ¿Puedes

detenerte?

Apenas logré salir del coche antes de que todo saliera, quemando mi

garganta y mi nariz. El flujo de sangre debido a que me incliné me mareó,

aumentando las náuseas al triple. Esto malditamente apestaba. Raeya

sostuvo mi cabello hacia atrás con una mano mientras con la otra frotaba

suavemente mi espalda. Si no hubiera estado tan asquerosa, la había

abrazado y le hubiera dicho que era la mejor amiga en el maldito mundo

entero. Me dejé caer contra el Range Rover, molesta porque Padraic me

llevó a la parte trasera. Descansé mi cabeza en su pecho. Él trato de

hacerme beber un poco de agua. Se sintió bien lavar el sabor a vómito.

—Puedes cerrar los ojos pero voy a despertarte en un par de

minutos, ¿de acuerdo? —dijo en voz baja. Murmuré una respuesta y me

hundí en la inconsciencia. Fiel a su palabra, Padraic susurró mi nombre y

apretó mi mano diez minutos después. Solté un gruñido y alejé su mano.

Lo recuerdo riendo, diciéndole a Raeya que yo estaba bien antes de perder

el conocimiento de nuevo. Me despertó una vez más, diciendo que

necesitaba estar seguro de que podría ser despertada normalmente. Mi

cerebro difuso pensó que había dicho ―excitado9‖ en un primer momento y

traté de decirle algo malicioso de regreso. Fallé, murmurando algo a lo que

ni siquiera yo podía darle sentido.

La próxima vez que desperté, el glorioso sitio de la granja de mis

abuelos estaba enfrente de mí. Mi cabeza dolía como el infierno, por no

mencionar el resto de mi cuerpo, pero fui capaz de despertarme. Uno, la

casa seguía de pie. Dos, no había zombis a la vista. Y tres, mi abuelo había

tomado medidas adicionales para proteger la casa. Atontadamente bajé del

coche, diciéndole a Argos que vigilara por cualquier peligro. Tomé un largo

9 Esta parte hace referencia a que Padraic quiere comprobar si ella puede ser despertada

normalmente (roused), sin embargo, Orissa en su confusión lo entiende como aroused que

significa excitado.

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trago de agua e inhalé el aire frío de la noche, sintiéndome un poco más

despierta. Los faros de ambas camionetas y el auto deportivo iluminaban

la casa blanca. Me colgué mi bolso al hombro, tomando el arma en mi

mano.

Las barras de hierro de los establos de los caballos habían sido

retiradas y habían sido clavadas sobre las ventanas de la planta baja,

haciendo que la casa pareciera una prisión. Fue brillante. Mis pies se

arrastraban por las escaleras del porche de madera, que todavía crujía y

gemía como antes. Pasé mi mano por las barras. Habían sido fijadas

expertamente; nadie podría tirar de ellas y entrar a la casa.

No había luces encendidas en el interior, me obligué a mí misma a

no dejar que eso me molestara. En realidad no había esperado que mi

abuelo todavía estuviera aquí. La puerta de entrada había sido reforzada.

Dejando el coche en marcha, Raeya se unió a mí. Puso su mano en la mía,

conociendo mi mayor temor. Ella ya había recuperado la llave escondida.

Agarré sus dedos con fuerza mientras ella abría la puerta.

El olor a muerte no nos golpeó.

—¿Abuelo? —llamé. Esperamos, sin siquiera atrevernos a respirar.

Cuando nada respondió, enviamos a Argos. Él no rugió, ladró o gruñó—.

¡La costa está despejada! —dije—. Traed las cosas —le sugerí a Raeya—.

Voy a encender el generador. Bueno, Voy a tratar de hacerlo. Quién sabe si

funcionara.

Se estaba agotando el combustible, pero se encendió. La casa volvió

a la vida con las luces. A pesar de que el brillo aún hacia doler mi cabeza

conmocionada, era una hermosa vista. El suave resplandor amarillo se

derramaba por el patio, proyectando divertidas sombras en los barrotes de

las ventanas. Caminé a lo largo del envolvente porche. Todo estaba

tranquilo y silencioso, como solía estar, como debería estar. Me detuve

ante la puerta principal, mirando al interior de los suelos desgastados de

madera. Con una profunda respiración, crucé el umbral.

De repente, tenía once años de nuevo, caminando a través de la

puerta principal de la casa de mi abuelo. Fueron dos veranos después del

divorcio de mis padres. Recuerdo ver llorar a mi abuela cuando se enteró

de cómo tenía que cuidar de mi madre borracha. Mi abuelo estaba

enfadado; enfadado con mi madre y enfadado consigo mismo. Se echó a los

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hombros parte de la culpa, diciendo que si sólo hubiera estado más en

casa, las cosas podrían haber sido diferentes.

Extrañaba a mi mamá. Estaba emocionada por volver a verla,

aunque tenía pesadillas de ella tropezando por la casa con una botella de

vidrio en la mano, desmayándose en el suelo. ¿Cuántas veces me había

sentado a su lado, llorando, no estando segura de si alguna vez volvería a

despertar? Sabía que ella también me echaba de menos. Yo era más que

su mezcladora de bebidas, de verdad, tenía que serlo. Era su hija. Mis

abuelos decían que no me dejarían volver a menos que ella reformara su

comportamiento. Y había sido todo un verano. Seguramente ahora me

extrañaba lo suficiente para cambiar.

Y ella lo había hecho. Cambió completamente. Nuestra casa ahora

estaba limpia, incluso redecorada con colores brillantes, y se deshizo de

todo el licor. Recuerdo ese momento tan bien, que pensé que lo podría

atesorar en mi corazón para siempre. La vieja camioneta avanzó hasta

detenerse. Mi mamá bajó volando hacia la entrada para abrazarme. Su

cabello estaba rizado y olía a lavanda. Sus ojos —aguamarina como los

míos— brillaban. Ella había cambiado.

Sólo que no por mí.

Fue Ted quien cambió su vida, La sacó de la oscuridad en apenas

dos meses. Pasé dos años cuidando de ella, llevándole sus bebidas,

limpiando su vómito, cocinando nuestra cena, atendiendo todas sus

necesidades. No fue suficiente. No pude hacerla feliz, no pude hacerla

sonreír, no pude hacerla ver que todavía la amaba y deseaba

desesperadamente que ella también me amara.

Pero Ted pudo.

No pude encontrar ningún fallo real en él. Era amable, aunque a

veces severo, y me aceptó como su propia hija. Tenía un buen trabajo, una

bonita casa, y me compró un cachorro para Navidad. Era bueno conmigo,

y aún mejor con mi mamá. Él tenía todo lo que ella quería y necesitaba y

lo odiaba por ello.

Ese verano fue el último buen verano que tuve con mi abuelo.

Fuimos de caza y de pesca, acampamos e hicimos senderismo. Me enseñó

cómo sobrevivir si me perdía, qué plantas comer y cuáles evitar. Aprendí

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cómo rastrear, como sentarme perfectamente inmóvil a esperar a un ciervo

durante horas, como hacer trampas, y como no confiar en nadie más que

en mí misma.

—¿Orissa? —la voz de Padraic me llevó al sangriento presente.

—¿Sí?

—Creo que deberías sentarte. Luces como si te fueras a caer.

—Oh. Me siento bien.

Sonja encendió las luces del recibidor. Mi estómago se revolvió.

Apenas hice mi camino hacia afuera antes de que vomitara nada. Tropecé

subiendo las escaleras. Padraic me atrapó, cargándome y llevándome al

sofá de la sala. Peinó suavemente mi cabello desordenado fuera de mi

rosto y me miró a los ojos.

—Quédate conmigo, Orissa —dijo cuando mis párpados se sintieron

pesados—. Orissa, trata de mantenerte despierta.

—Está bien —murmuré—. Las luces dañan.

—Lo sé, pero temo que si cierras los ojos te vayas a quedar dormida.

—¿Y por qué eso es malo?

—Creo que te golpeaste la cabeza más fuerte de lo que inicialmente

pensé.

—Está bien —cerré los ojos.

—Orissa —comenzó.

—No estoy durmiendo. Mira, estoy hablando.

—Está bien, mantente hablando entonces.

—Bien. —Estaba un poco consciente de los pasos arrastrándose a

mi alrededor. Escuché la pequeña voz de Zoe peguntarle lo que estaba mal

conmigo y a Raeya diciéndole amablemente que me golpeé la cabeza, pero

que no se preocupara ya que estaría bien.

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—No estás hablando —dijo Padraic.

—Gracias, Capitán Obvio. —Abrí un ojo para mirar a Padraic. Él se

rio en voz abaja.

—¿Cuál es tu nombre?

—¿Y yo soy la que tiene la lesión en la cabeza? Sabes mi nombre.

—No tu nombre completo.

—Orissa Lynn Penwell.

—¿Cuántos años tienes?

—Veinticuatro.

—¿Cuál es tu color favorito?

—El negro. —La nariz húmeda de Argos se presionó contra mi cara.

Extendí la mano para acariciarlo. Alguien cerró la puerta de la entrada, el

sonido martillando mis tímpanos. Me sentí enferma de nuevo. Ni siquiera

me molesté en mencionarlo; no quedaba nada que vomitar.

—El negro no es un color —señaló Padraic.

—Sí, lo es.

—Es la ausencia de color.

—No —argumenté—. El blanco lo es. El negro son todos los colores

mezclados. Y es mi favorito.

—¿Cómo te lastimaste la cabeza?

—Perseguí a los gnomos a través de un espejo mágico. —Dejé que

Padraic sufriera unos segundos de pánico antes de abrir los ojos—. Estoy

bien, ¿de acuerdo? Sé quién soy, mi edad, dónde estamos, y lo qué pasó.

Sólo quiero ducharme y dormir.

—¿Una ducha? —Lauren estaba escuchando a escondidas—.

¿Podemos ducharnos?

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—Asumiendo que la bomba de agua todavía funcione, sí —respondí

con aspereza.

—Me nombro como la primera en bañarme —dijo apresuradamente.

Padraic intervino.

—Creo que Orissa debería ser la primera en bañarse. Esta es su

casa y necesita descansar más que ninguno en este momento.

Creo que Lauren en realidad pisó fuerte.

—No me he duchado en Dios sabe cuánto tiempo. ¿Sabes cómo se

pone de grasosa la piel por comer comida chatarra?

Tiré de la manga de Padraic. Abrí los ojos lo suficiente para mirarlo.

—El agua tarda una eternidad en calentarse en esta casa —susurré.

Sonrió un poco maliciosamente.

—Bien —dijo con autoridad—. Pero tenemos que acordar un límite

de dos minutos para las duchas, ya que todos queremos tomar una.

Lauren, adelante, sé la primera. Recuerda que sólo tienes dos minutos.

Le pedí a Raeya que llevara a Lauren al baño de la habitación

principal y que se asegurara de que hubiera toallas. Llevó a Sonja arriba al

segundo cuarto de baño con ducha. No había estado en esta casa en más

de un año. Moría de ganas de caminar y dejar que los recuerdos volvieran,

ver todo lo que había echado de menos. Por el momento, estaba segura de

que podía moverme funcionalmente. Alguien entró a la habitación. Una

fría mano se apoderó de la mía.

—¿Ella va a estar bien? —preguntó Zoe.

—Sí, estará bien. Se golpeó la cabeza y está muy cansada —resumió

Padraic. Zoe comenzó a preguntarle algo más y fue vencida por la tos.

Hubo un rápido arrastre de pies; Hilary debió haberse apresurado a

ayudarla. Tan pronto como ellas se fueron otra persona entró a la

habitación. Un cuerpo se dejó caer en el sofá junto a mis pies.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Raeya.

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—Magnífica. —Traté de sentarme y mirarla, pero me di por vencida

cuando eso trajo otro ataque de náuseas—. ¿Cómo está la casa?

Sabiendo lo implícito, dijo:

—En orden. Bueno, más ordenada de lo normal.

—Vamos a tener que revisar el granero mañana.

—Claro.

Mi cerebro se puso difuso. Raeya y Padraic estaban teniendo una

conversación, las palabras sonaban extrañas. Raeya sacudió mi pie.

—Rissy —habló—. Despierta.

—Estoy despierta —le dije, pensando que estaba hablando con

claridad—. Sólo cerré los ojos por un minuto.

—Más bien como cinco.

—Nah-ah.

—Sí —estuvo de acuerdo Padraic—. Puedes dormir, pero tienes que

despertar cada media hora, ¿de acuerdo?

—Está bien —concordé. Creo que habría estado de acuerdo con casi

cualquier cosa en ese momento.

Raeya movió el sofá, consiguiendo una manta del armario. Me quitó

las botas antes de poner la manta sobre mí.

—Quiero dormir en mi cama —le pedí. Lo había estado esperando

por un tiempo.

—¿Dónde está? —preguntó Padraic.

—Te mostraré —le dijo Raeya. No me opuse mientras él me llevaba

arriba. Pero me opuse a meterme debajo de las sábanas de mi cama de la

infancia cubierta de sangre, suciedad, sudor y partes de zombi. Padraic y

Raeya insistieron en que descansara de inmediato. Me obligué a sentarme,

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abriendo los ojos. Cuando vi las fotos en el tocador, fue más fácil

sobreponerme de la dañada bruma en la que mi cerebro estaba atrapado.

La habitación no había cambiado en los veintitantos años que había

sido mía. El papel de la pared con flores azules estaba descolorido, las

fotos de Raeya y mías cuando éramos adolescentes seguían clavadas en el

tablero de anuncios encima de mi escritorio, el cual aún albergaba

cuadernos, revistas, lápices de colores y marcadores que seguramente

estaba secos y ya no servían.

Mi abuela había escogido la colcha. Era de un violeta claro con azul

claro y flores amarillas que se abrían paso a través del tejido con pequeñas

enredaderas. Era bonita, supongo, pero extremadamente femenina. Con la

cama de cuatro postes, un armario, un escritorio, una estantería, mesas

de noche, y un sillón, la habitación estaba llena. El suelo crujió justo como

lo recordaba cuando me tambaleé hacia el armario. La única ropa allí era

demasiado pequeña para mí. Pensando que le podría quedar a Zoe o a

Lisa, la quité de las perchas. Vacilé, apoyándome en el marco de la puerta

por soporte.

Raeya me ayudó a entrar al baño. Tenía miedo de que me fuera a

resbalar en la ducha y me golpeara la cabeza de nuevo. Se quedó allí,

sentada en el mostrador, hablando periódicamente conmigo para

asegurarse de que estuviera bien. Odiaba que estuviera preocupada.

Sentía, de alguna manera, que le había fallado. Yo quería que ella cuidara

de sí misma, que se preocupara por su propia supervivencia —no por la

mía.

Se sentía increíblemente bien tener agua caliente para lavar mi

cuerpo. Estar limpia había sido, sin lugar a dudas, algo que había dado

por sentado. El jabón quemó todos mis cortes y arañazos. No me había

dado cuenta de los muchos que tenía hasta ahora. No quería ponerme mi

ropa sucia de nuevo. Dejé mi cabello sin cepillar goteando y colgando en

una maraña por mi espalda, envolví con cuidado una toalla alrededor de

mi maltratado dorso y regresé a mi habitación, donde me sorprendió ver a

Padraic.

Él también se sorprendió. Después de dejar que sus ojos se

deleitaran con mi cuerpo apenas cubierto durante todo un segundo, se dio

la vuelta.

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—¡Lo siento! Q-quería volver a vendar el corte en tu espalda y-y

asegurarme de que tus puntos no se hubieran salido.

—Está bien —dije simplemente y me senté en la cama. En este

punto, no me importaba si me veía desnuda. Sólo quería dormir. Alcancé

mi espalda para quitar el vendaje empapado.

—Yo lo agarro —dijo Padraic mientras se unía a mí en la cama. El

vendaje salió fácilmente—. ¿Puedes ponerte algo encima?

—No tengo nada de ropa limpia —respondí.

—¿Qué de lo que hay en tu armario?

—Ya no me queda.

—¿ Y la cómoda?

—Quizás. —Ni siquiera se me había ocurrido mirar allí. Padraic se

levantó y abrió el cajón superior. Hurgó, agarró una prenda de vestir, la

levantó y comprobó el tamaño. Sabía que había ropa en algún lugar de la

casa que podría quedarme. Mi abuela era fanática de los largos camisones

para dormir. Normalmente nunca me pondría uno ni muerta. Sentirse

como si estuviera a un paso de la muerte, no lo hacía parecer una mala

idea.

—¿Qué hay de estos? —preguntó, lanzándome un par de pijamas

térmicos con rayas rojas y blancas. Estarían apretados, ya que la última

vez que me los puse fue en mi adolescencia, pero funcionarían. Busqué a

tientas ponerme los pantalones, dejando caer la toalla varias veces. Agarré

una almohada para sostenerla sobre mi pecho mientras Padraic trabajaba

en mi herida de arma blanca. Por un momento pensé que era extraño que

aún no se hubiera curado, ya que parecía que el ataque de Logan había

pasado hace mucho tiempo cuando apenas eran unos días. La escena de

mí matándolo destelló en mi mente. Rápidamente la empujé lejos. Tuve

que hacerlo, me recordé a mí misma.

Raeya salió de la ducha justo cuando Padraic terminaba de arreglar

los puntos de sutura rotos.

—Jesucristo, Orissa, ¿qué pasó? —preguntó.

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—Me apuñalaron.

—¿Otra vez?

—Sí. No duele menos la segunda vez, aunque esta vez no está tan

profunda.

—¿Cuándo?

Tuve que pensar en ello.

—¿Hace dos días? Se siente más que eso. —Padraic untó algo frío en

el corte. Al principio fue relajante. Entonces los antibióticos empezaron a

hacer efecto y ardió como el infierno. Él presionó un trozo de gasa sobre la

herida y la pegó a mi piel.

—Está bien —dijo—. Ahora necesito revisar tu cabeza de nuevo. —

Comencé a girarme cuando me detuvo—. Puedes ponerte una camisa

primero.

—Oh, cierto. —Necesitaba que Raeya me ayudara a meterme las

mangas porque no quería mover mis brazos más de lo necesario. La parte

superior estaba tan ajustada como la inferior. El frente tenía varios

botones bajo el cuello. Sin importarme si mostraba nada o mucho escote,

los desabroché con la esperanza de sentirme más cómoda.

Padraic me dijo que tendría un chichón de buen tamaño en la frente

por la mañana. Él puso el mismo ungüento sobre mi cabeza,

disculpándose por el dolor que causaba. Con manos firmes, puso un

vendaje limpio sobre la herida, repitiendo el proceso de limpieza y vendaje

en mi mano y me dijo que descansara.

—Yo te despertaré —prometió—. Así que no te preocupes por nada.

No quería protestar. Deseaba demasiado meterme debajo de la

familiar colcha y dormir, pretendiendo que era una niña otra vez

quedándome en la granja de mis abuelos. Tal vez incluso soñar con la

caza, la pesca o montar a caballo como solía hacerlo.

—Alguien tiene que vigilar. Sé que parece seguro pero podría no

serlo.

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—Yo puedo vigilar —se ofreció.

—No mientras seas mi niñera. Sólo déjame dormir. Estoy bien.

—Orissa, ¿quién fue a la escuela de medicina? Tienes que ser

despertada.

—¿Por qué?

—Para asegurarse de que nada empeore.

—¿Cuánto tiempo hasta que pueda dormir con normalidad?

—De doce a veinticuatro horas. Te haré saber en doce horas a partir

de ahora, si necesitas más.

—Once horas —le corregí—. Pasó por lo menos una hora desde que

toda la cosa del zombi en el camión sucedió.

—Eres tan terca.

—Lo es —estuvo de acuerdo Raeya—. Y yo puedo vigilar. Conseguiré

que Jason o Spencer se queden conmigo.

—No —dije, sacudiendo la cabeza. Mala idea, ahora me sentía

enferma de nuevo—. Quiero que duermas. Yo…

—¿En serio, Rissy? —interrumpió—. Ni siquiera sugieras que vas a

vigilar. Eres humana, sabes. Necesitas descansar.

—Lo mismo sucede con todos los demás —le recordé.

Raeya se sentó a mi lado.

—Orissa, eres la persona más fuerte que conozco. Todos contamos

contigo para mantenernos a salvo y sé que puedes hacerlo. Pero no si te

niegas a dejar que cures. —Sacó las mantas—. Vamos, ve a la cama. Por

mí.

Maldita sea. Raeya sabía hablar mi idioma. Y tenía razón.

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—Bien —Estuve de acuerdo. Abrió el cofre a los pies de la cama y

sacó dos colchas. Le ofreció una a Padraic y envolvió la otra alrededor de

sus hombros.

—¿Puedo prender el calentador? —me preguntó—. ¿O deberíamos no

desperdiciar la gasolina encendiéndolo?

—Enciéndelo —dije—. Hace frío y hará más frío. Podemos apagarlo

por la mañana, pero esta noche puede estar encendido porque va a hacer

frío.

—Lo estás repitiendo. —Pude oír el ceño fruncido en su voz—.

¿Estás seguro de que ella va a estar bien? —le preguntó a Padraic.

—Creo que sí —dijo, aunque ni yo misma estaba convencida.

—Está bien. Te quiero, Riss.

—También te quiero, Ray —respondí.

Apagó la luz y bajó las escaleras. Padraic me dijo que durmiera —

una orden que obedecí con gusto— y entonces estaba buscando algo para

cambiarse y ducharse. Prometió que regresaría a revisarme. La noche

transcurrió en una neblina brumosa. Recuerdo a Padraic despertándome,

haciéndome preguntas, dejándome volver a dormir. En el momento en que

Raeya se metió debajo de las sábanas a mi lado. Padraic me animó a tomar

un vaso de zumo cada vez que me sacudía para despertarme. En un

punto, la necesidad de orinar me sacó de mi letargo.

Padraic se había quedado dormido en el viejo sillón, sus blancos

cojines de terciopelo amarillos por el tiempo. Su manta se había caído al

suelo. La recogí y suavemente la envolví encima de su cuerpo. Tropecé

hasta el baño, sin molestarme en encender la luz. La casa estaba en

silencio y, en el camino de regreso a mi habitación, me detuve en lo alto de

las escaleras. Voces apagadas flotaban en mi dirección. Satisfecha de que

alguien siguiera adelante vigilando, volví a mi habitación.

—¿Orissa? —preguntó Padraic.

—¿Sí?

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—Oh, sólo quería asegurarme. No sabía a dónde fuiste.

—Tenía que orinar. Lo siento, doctor, no sabía que necesitaba de tu

permiso.

—No, no es eso lo que quise decir. Pensé que tal vez…

—¿Qué, te preguntabas si me había ido en la bruma de confusión?

—Algo por el estilo. —Oí el crujido de la silla mientras se sentaba de

nuevo—. ¿Te duele la cabeza?

—Por supuesto.

—¿Cómo te sientes?

—Tan bien como puedo. Deja de preocuparte, Padraic. Estoy bien.

Sé dónde estoy, quién soy y qué pasó.

—Soy un doctor. Es mi trabajo preocuparme.

—Bueno, es molesto. —Metí los pies debajo de las sábanas—. ¿Por

qué no te buscas una cama y duermes un poco?

—Eso suena maravilloso. Pero todavía no han pasado doce horas.

—Estoy seguro de que están cerca.

Suspiró, se levantó y salió de la habitación. No tuve tiempo para

procesar la mirada de dolor que pasó por su rostro antes de quedarme

dormida de nuevo. Sentí como que unos pocos minutos pasaron antes de

que Raeya me sacudiera suavemente para despertarme. A través de las

cerradas cortinas de color marfil, la luz del sol se filtraba débilmente en la

habitación. Bien. Me levanté antes del amanecer.

—¿Qué hora es? —Le pregunté, sentándome lentamente.

—Probablemente pasan de las cinco.

—No me había levantado tan temprano en mucho tiempo. Sin

embargo, hoy deberíamos empezar temprano.

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—Oh, Rissy, son las cinco de la tarde. —Se mordió el labio inferior,

luciendo culpable.

—¿Dormí todo el día?

—Sí. Lo necesitabas. —Se sentó a mi lado—. Hice la cena. No es una

buena cena, pero es cálida y llenadora.

La charla de comida me recordó lo hambrienta que estaba. Me puse

de pie demasiado rápido y mi visión se oscureció. Raeya agarró mi brazo,

estabilizándome.

—Estoy bien —le aseguré—. Esto sucedía antes, ya sabes. No debido

a la contusión.

—Está bien —dijo con una sonrisa presionada, sin parecer

convincente—. Puedo traerte la cena, si quieres.

La oferta era tentadora, sobre todo porque significaba que podía

quedarme aquí y no tener que lidiar con nadie. Sabiendo que tendría que

enfrentarme a ellos eventualmente, seguí a Raeya por las escaleras. Las

escaleras llegaban a la sala de estar. Comencé a sentir un pequeño mareo

mientras caminaba por la sala, pasando el baño, y el vestíbulo que

conducía al comedor. Todos estaban abarrotados en el comedor. La mesa

de desayuno también había sido colocada allí, de modo que los diez

teníamos un lugar en la mesa. El aroma de la cena era fuerte, haciendo

que mi estómago gruñera.

Me senté en la cabecera de la mesa; el lugar estaba reservado para

mí, y removí el plato de arroz y judías delante de mí. Raeya lo había hecho

bien, haciendo lo mejor con lo que teníamos. Comimos en un incómodo

silencio. La conversación parecía tan trivial ahora. Me di cuenta de que la

tos de Lisa había disminuido y la de Zoe empeorado. Hilary le pidió ayuda

a Lauren para limpiar la cocina después de la cena. Lauren se opuso,

arrugando la nariz hacia la pila de platos sucios en el fregadero.

Decidiendo dejar la sala antes de que golpeara a Lauren, abrí la

puerta del sótano. Mis pies descalzos apenas habían pisado el frío cemento

cuando Padraic bajó lentamente las polvorosas escaleras de madera detrás

de mí.

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—¿Hay algo bueno allí abajo? —preguntó.

Tiré de la cadena para encender la única bombilla en la base de la

escalera.

—Velo tú mismo. —A nuestra derecha, las estanterías estaban llenas

de latas de frijoles, vegetales enlatados caseros, y bolsas de arroz—. Vamos

a tener que revisar las fechas. Estoy segura de que más de la mitad caducó

hace años. A mi abuelo le gustaba estar preparado, pero los últimos años

no fueron buenos para él.

Crucé el sótano, mi corazón acelerándose con entusiasmo. Pase la

mano a lo largo de la pared, buscando el interruptor. Luces brillantes y

fluorescentes zumbaron a la vida. Para el ojo inexperto, sólo una colección

de modelos de trenes se encontraba delante de mí, dispuesta sobre los

estantes de pino. Tomé un vagón rojo, desbloqueando la cerradura secreta.

Fue cansado para mi cuerpo débil tirar de la puerta oculta detrás.

—Mierda —maldijo Padraic. No pude evitar sonreír ante la

conmoción de asombro en su rostro. Cuando me di la vuelta hacia lo que

estaba delante de mí, me sentí como si estuviera mirando a un viejo amigo.

Extendí la mano, pasando mis manos sobre el frío metal—. ¿Realmente no

eres un agente del gobierno? —preguntó él, incapaz de apartar los ojos de

las armas.

—Has visto demasiadas películas americanas trilladas de acción —

dije mientras mis ojos recorrían de arriba hacia abajo la impresionante

colección de mi abuelo—. Falta la ametralladora M240 —murmuré para mí

misma.

—¿Eso es malo?

—Era una de las favoritas de mi abuelo. Si él la tomó, entonces

debió haber matado a un montón de zombis antes de que haya conseguido

salir de aquí.

—¿Conseguido salir de aquí?

—A una cuarentena, una de verdad.

—¿Crees que él está allí?

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—Más vale que así sea. Él es un veterano. Ellos al menos le deben

un lugar seguro para vivir sus últimos años después de todo lo que hizo.

—Miré otros espacios vacíos. Además de la ametralladora, un rifle de

asalto, dos pistolas, un machete y varios cuchillos faltaban. Por lo menos

mi abuelo estaba bien armado. Cogí una pistola Berretta M9, las luces

brillaban sobre el resplandeciente negro metálico.

—¿Es legal tener algunas de estas? —preguntó Padraic, con los ojos

fijos sobre una ametralladora.

—Demonios, no. Sin embargo, esto ya no importa más, ¿no? —

Cargué una pistola, poniendo el seguro. Era un hábito ponerla en la parte

de atrás de mis pantalones. Olvidando que tenía un ridículo pijama,

alcancé la parte de atrás. Con un suspiró, acomodé el arma. Recorrí la

sección de pistolas, buscando una para Padraic—. Empezaré contigo con

una calibre .22, ¿de acuerdo? —Agarré una caja de balas y le di ambas.

—Está bien… uh… ¿qué es esto?

—¿No se supone que los médicos son inteligentes? Es un arma.

—Sé eso, Orissa. ¿Por qué me la estás dando?

—Mierda, debe ser la contusión —dije riendo—. Te voy a enseñar

como disparar. Prácticas de tiro.

—¿En la oscuridad?

—Hay reflectores afuera. Y los zombis atacan en la noche.

—¿Quieres enseñarme?

—Sí. —Sería mucho más fácil para mí si yo no fuera la única que

podía dispararle a un zombi en la cabeza a más de unos treinta

centímetros de distancia—. Creo que es una habilidad que todos tenemos

que aprender ahora.

—Orissa —dijo Padraic en un tono que de inmediato tocó una fibra

sensible—. Realmente piensa en ello, ¿de acuerdo? Aún no hemos estado

afuera y quieres hacer un montón de ruido, enseñándome cómo disparar.

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Parpadeé. Ahora que él lo decía en voz alta, era una idea estúpida.

—Sí. Deberíamos explorar primero.

Me quitó la pistola, poniéndola sobre la mesa (la cual albergaba

precariamente algunas piezas de modelos de trenes y de pinceles). Puso su

dedo debajo de mi barbilla y levantó mi cara para encontrarme con la

suya. Se acercó más. Tenía espesas pestañas protegiendo sus intensos

ojos azules.

—Todavía tienes una contusión.

—No, no la tengo —insistí.

—Sí. Una de tus pupilas se dilata y la otra no. Además, tu toma de

decisiones no está a la altura.

—Estoy bien.

—Eres una mentirosa —dijo, sonriendo. Su rostro todavía a

centímetros del mío. Él parpadeó, haciendo que sus largas pestañas se

unieran y me estremecí—. Vamos, vamos de regreso a la cama. —Agarré la

pistola M9, balas y un machete. Padraic me ayudó a cerrar las pesadas

puertas.

—No le digas a nadie sobre esto, ¿de acuerdo? Raeya lo sabe, y

ahora tú también, así que si hay una emergencia toma lo que necesites,

pero no quiero… —Me callé, sin saber cómo expresar lo que estaba

pensando.

—¿Qué cualquiera vaya feliz con un arma? —sugirió Padraic.

—Exactamente. Como he dicho, las armas son más que apuntar y

disparar. No quiero que nadie se lastime o lastime a alguien más.

—Buena idea. —Asintió Padraic y puso una mano en la parte baja de

mi espalda. A través del delgado pijama, su mano se sintió cálida. Él me

llevó al piso de arriba, diciéndome que cuanto más cumpliera con el

descanso, mi cuerpo se curaría más rápido.

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Pasé los siguientes tres días de reposo en cama. Nadie se atrevía a

aventurarse afuera sin mí, y Padraic sólo sacaba a Argos un par de veces

al día, siempre manteniéndolo con una correa para asegurarse de que el

perro no se fuera corriendo. Con la ayuda de una mezcla de analgésicos

que Padraic me dio, fui capaz de dormir casi veinticuatro horas al día

durante los primeros dos días. Estaba segura de que él me dio una

sobredosis con el propósito de mantenerme tranquila y en la cama. Al

tercer día, no podía convencerme de tomar más medicamentos y estaba

aburrida. Raeya pasó la mañana conmigo, hablando y poniéndome al día

de todo lo que nos habíamos perdido desde la última vez que nos vimos.

Zoe me hizo compañía esa tarde. Parecía nerviosa, sus ojos

constantemente se movían hacia la puerta como si tuviera miedo de que

alguien fuera a entrar y gritar ―bu.‖ Queriendo ahorrar gasolina, teníamos

baja la calefacción. Estaba incómodamente fría la casa. Zoe se metió

debajo de las mantas, pegando sus fríos pies debajo del cálido cuerpo de

Argos. Ella había descubierto los álbumes de mi abuela. Había un álbum

por cada año de mi vida hasta que cumplí los dieciocho.

Empezando desde mi libro de bebé, hojeamos a través de ellos. No

había visto esos libros en años. Trajeron un feliz dolor, recordándome

cómo solían ser las cosas de simples.

—Te ves triste este año —me dijo Zoe.

—Sí, supongo que un poco. —Cerré el libro, notando por primera vez

que todas mis ―fotos tristes‖ coincidían con el divorcio de mis padres—.

Fue un año difícil para mí.

—¿Qué pasó?

—Mi papá nos dejó.

—Oh. Eso también me pondría triste.

—Le dolió más a mi mamá. Pero, bueno, eso fue hace mucho tiempo.

Y mira —abrí el siguiente álbum—. Estoy sonriendo aquí.

—¡Y sobre un caballo! ¿Todavía puedes montar?

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—Sí. Han pasado un par de años, pero es algo que no se olvida

fácilmente. —Zoe le dio la vuelta a la hoja. Allí estaba yo otra vez, sentada

en la parte trasera de un escuálido caballo con piel de ante, sonriendo a la

cámara con un sombrero vaquero de gran tamaño que se deslizaba sobre

mis ojos. Puse mi dedo sobre la fotografía—. Ese es Sundance. Él fue mi

primer caballo. Fui con mi abuelo a la subasta esa primavera. Me dejó

escoger un caballo y elegí el más flaco, feo y patético caballo de allí.

—¿Por qué harías eso?

—Quería demostrarle a todos que puedes convertir algo sin

esperanza en algo hermoso.

—¿Lo hiciste?

—Pasa la hoja. —Esperé mientras Zoe le echaba un vistazo a las

fotos.

—¡Es hermoso! —jadeó.

—Realmente lo era. Sin embargo, era un gran maleducado. Me tiró

de encima de él más que cualquier otro caballo. —Me reí ante el

recuerdo—. Pero mi abuelo siempre me dijo que eso me haría más fuerte,

levantarme después de cada caída. Nunca me dejó rendirme y

simplemente apartar a Sundance. Estaba adolorida y asustada y pensé

que él estaba siendo mezquino en ese momento.

—Pero él no lo era, ¿verdad? Si te caías del caballo, te lesionabas.

—Sí, pero nunca tan mal. Verás, Sundance era perezoso. No le

gustaba ser trabajado. Cada vez que me tiraba, era con la esperanza de

conseguir regresar a la granja. Si lo apartaba después de que me caía, él

aprendería que dar sacudidas es igual a no ser montado.

—Oh. —Zoe pasó a la siguiente página—. ¿Esa es tu mamá?

—No, esa es mi tía.

—Se parece a ti.

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—Sí, me parezco más a mi tía Jenny que a mi mamá. Ella es la

hermana menor de mi madre. —Sentí un nudo en el pecho cuando pensé

en tía Jenny. Cerré los ojos por un segundo y oré porque ella estuviera

bien.

—Es bonita, como tú.

—Lo es. Y gracias. —Continuamos viendo los álbumes. A Zoe le

encantó la imagen de Raeya y yo cuando éramos unas extrañas

adolescentes; no podía dejar de reír. Luego sus risas se convirtieron en tos

y pronto estuvo cansada. Objetó cuando le sugerí que tomara una siesta.

Se levantó de la cama y me dijo que tenía algo importante que hacer y que

yo necesitaba descansar. Cerró la puerta cuando salió de la habitación—.

Qué raro —le dije a Argos.

Incapaz de permanecer sentada durante más tiempo, me duché, me

puse de nuevo el estúpido pijama y me puse a buscar ropa. Junto a mi

habitación, había otras dos habitaciones en la parte de arriba. En algún

momento, mi mamá y tía Jenny habían vivido en esas habitaciones. Había

pasado mucho tiempo desde que se convirtieron en habitaciones para

huéspedes con armarios vacíos. Bueno, prácticamente vacíos. Crucé el

pasillo y entré al cuarto de huéspedes más cercano. Escondida detrás de

las puertas cerradas había una caja de la que probablemente mi abuela no

quería desprenderse con viejos juguetes que eran demasiado buenos para

el ático o el almacén del sótano. Había una tabla de planchar, una

máquina de coser, bolsos antiguos, mochilas, libros, y un montón de

material de desecho. Fui a través de los bolsos y mochilas, pensando que

sería práctico que cada uno tuviera su propio bolso para llenarlo con

artículos de supervivencia.

El siguiente armario contenía la ropa de caza de mi abuelo. La

gastada chaqueta de camuflaje que tuve hace años todavía me quedaba,

aunque las mangas eran un poco cortas. Sin embargo, saqué todo de las

perchas y lo llevé a mi habitación. Estaba segura de que a los chicos les

podrían quedar estas cosas. Me imaginé a Padraic teniendo un muy buen

estilo. No sé por qué, ya que sólo lo había visto con batas y ropa que

encontró en el complejo de apartamentos. Pensé que él haría más que

rodar los ojos ante el camuflaje y las botas; no, él era demasiado agradable

para eso. Aun así, no pensé que le gustaría usar algo como esto.

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—Estas ropas son más primordiales —le dije en voz alta a Argos

mientras sacudía el polvo. Mi estómago gruñó. Arrojé el montón de ropa

hacia mi pecho y llamé a Argos para que me siguiera abajo. Mis músculos

todavía estaban tiesos por no hacer nada durante los últimos tres días.

Era difícil mantenerme al día con mi yoga con tantas roturas y desgarros

en mi piel.

Mi pie ni siquiera pisó el primer escalón cuando Zoe corrió hacia la

escalera. Jadeando, extendió su mano.

—¿Está todo bien? —pregunté, sintiendo sólo un poco de pánico.

—Si —dijo ella mientras jadeaba en busca de aire.

—Ven a sentarte y recupera el aliento —sugerí y la llevé a mi

habitación. Levanté la toalla, que había dejado caer perezosamente en el

suelo, y me froté el cabello mojado. La fina camisa de mi pijama ahora

estaba húmeda y me hacía sentir más frío.

—Tienes un bonito cabello —me dijo Zoe.

—Gracias.

—¿Puedo cepillarlo?

—Por supuesto. —Envolví una manta sobre mis hombros antes de

darle a Zoe el cepillo. Me senté en el cofre con la esperanza de que ella

pudiera ponerse de rodillas sobre la cama. Ella cuidadosamente cepilló los

nudos.

—Mi cabello solía ser rubio —dijo, pasando el cepillo a través de mi

largo y oscuro cabello. Me hizo sentir triste pensar en las implicaciones

que su simple afirmación tenía—. ¿Puedo trenzarlo?

Durante los siguientes veinte minutos, Zoe cepilló, trenzó, destrenzó,

cepilló y volvió a trenzar mi cabello. Finalmente, se mostró satisfecha con

dos apretadas trenzas francesas. Me puse de pie y las admiré en el espejo

y estuve un poco sorprendida por lo bien que se veían, bueno tan bien

como cualquier adulto puede verse con dos coletas trenzadas.

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—Hiciste un buen trabajo, Zoe. —Pasé la mano por el cabello—. Son

muy suaves.

Ella sonrió.

—Gracias. Mi mamá me enseñó a trenzar. —Lisa entró a la

habitación, sonriendo pero sin mirarme a los ojos. Le susurró algo a Zoe,

quien se rio y me dijo que me quedara en mi lugar. Las escuché bajar

ruidosamente las escaleras y luego subir de nuevo, ambas tosiendo y sin

aliento. Zoe tomó mi mano, y sin ninguna explicación, me jaló detrás de

ella.

—Zoe, ¿qué estás…? —Corté bruscamente. Todos se habían reunido

alrededor de la mesa del comedor.

—¡Sorpresa! —gritaron. Lauren cruzó los brazos con una sonrisa

amarga.

—¿Qué es esto? —Murmuré, el olor de brownies recién horneados

distrayéndome.

Raeya se rio.

—Orissa, ¿no sabes qué día es hoy?

—No. —Pensando en que Padraic me acusaría aún de tener una

contusión, añadí rápidamente—: No he tenido idea de qué día es desde que

estuvimos encerrados en el sótano del hospital.

—Es tu cumpleaños.

Oh. Ella tenía razón.

—¿Me hiciste brownies? —Pregunté, sintiéndome demasiado

agradecida por su gesto.

Ella se sonrojó y asintió con la cabeza.

—No podía hacer un pastel. Y no tenemos huevos, así que no sé qué

tan ricos están.

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Me mordí el labio para evitar la sonrisa en mi rostro. Quería abrazar

a Raeya y agradecerle por ser la persona más considerada del planeta.

—Huelen maravilloso. ¡Vamos a comer!

A pesar de la falta de huevos, eran los mejores malditos brownies

que jamás había tenido. Los diez rápidamente limpiamos toda la cacerola.

—Apuesto a que puedo conseguirte algunos huevos —le dije a Raeya

mientras la ayudaba a limpiar la cocina.

Ella se giró hacia mí, con las manos sumergidas en agua jabonosa.

—¿Crees que los pollos todavía están vivos?

—Estoy segura de que algunos de ellos sí. Sólo si consiguieron salir,

sin embargo. Conociendo a mi abuelo, apuesto a que dejo ir a todos los

animales.

—He estado demasiado asustada de echar un vistazo al granero. No

quiero ver a ningún pobre animal indefenso muerto de hambre.

—Yo tampoco quiero verlo. Encontré algo de ropa de caza arriba. En

su mayoría son prendas exteriores, pero por lo menos son calientes. Voy a

echar un vistazo al granero y a traer leña. Será bueno tener la chimenea

encendida.

—Casi no tenemos alimentos —susurró ella, mirando rápidamente

alrededor—. No sé si alguien más además de Padraic es consciente de ello.

—No te preocupes. Conseguiré más —le prometí.

Ella asintió con la cabeza y fingió una sonrisa.

—Sé que lo harás. Yo… yo sólo… estoy preocupada y asustada.

Realmente asustada.

—Lo resolveremos de alguna manera —le prometí, sintiendo que era

mejor no decirle lo asustada que yo también estaba.

Asintió de nuevo.

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—Iré contigo. Al granero, quiero decir.

Inmediatamente me opuse.

—No. Quédate aquí donde es seguro.

—Riss, no puedes mantenerme encerrada para que permanezca a

salvo.

—Sí puedo.

—No, no puedes. Puedo ayudarte.

—Sé que puedes. Pero es mi turno de preocuparme —le recordé.

Ella suspiró, limpiándose las manos mojadas en una toalla.

—Siempre fuiste la hermana mayor que nunca tuve. Puedo ayudar,

de verdad, que puedo. Y aún no estás del todo bien. Y —presionó antes de

que pudiera interrumpir—. Y si te lastimas ahora, sólo se retrasará tu

recuperación. Has llegado hasta aquí. Sería una pena tener que empezar

todo otra vez, ¿no?

—Sí. Ray, lo sé. Sé que tienes razón y sé que no puedo mantenerte

atrapada aquí adentro. Pero aun así saldré por mi cuenta en primer lugar.

—Nunca me perdonaría su algo malo le pasaba a mi mejor amiga.

Raeya me lanzó la toalla.

—Me gustabas más cuando estabas drogada. Eres más agradable

cuando estás bajo algún tipo de influencia.

—¿Lo está ahora? —preguntó Padraic, caminando hacia la pequeña

cocina.

Me encogí de hombros y sonreí.

—Me lo ha dicho. Supongo que soy una borracha feliz.

—Tengo que estar de acuerdo con eso —dijo Padraic sonriendo—.

Eres más agradable después de haber tenido tus píldoras de la felicidad.

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—Lo haceis sonar como si fuera alguien horrible de quien estar cerca

—hice un puchero, tratando de no reírme.

—Bueno —comenzó Reya, paseando su mirada de arriba hacia

abajo—. No quería decírtelo, pero… —se interrumpió, riendo. Se giró hacia

el fregadero, recogiendo los platos limpios para secarlos. El momento había

llegado y había pasado demasiado rápido. Estábamos atrapados en una

casa con apenas algo de comida. Y los zombis estaban comiendo al resto

de la humanidad. De repente, ya nada era gracioso.

—Voy a revisar el granero —dije, empujándome fuera del mostrador

contra el que había estado apoyada—. No os preocupeis; llevaré a Argos y

armas.

—Voy contigo —me recordó Raeya. Asentí con la cabeza. Padraic, por

supuesto, también se ofreció a acompañarnos. Nos armé a todos nosotros,

diciéndoles a los demás a dónde íbamos y subí las escaleras para

conseguir los abrigos para Padraic y Raeya. Busqué mi chaqueta de cuero.

No pude encontrarla, pero mis vaqueros y mi camisa de cuadros también

habían desaparecido. Resultó que Raeya había lavado la ropa de todos y

había limpiado mi chaqueta, quitando las partes de zombis y barro.

—¿Esto es sangre? —preguntó Raeya mientras metía los brazos en

una chaqueta color marrón, con beige y verde.

—Hmm. Probablemente —respondí, rascando la mancha marrón—.

Probablemente es sangre de ciervo. No es nada grotesco como la sangre de

zombi.

Raeya se encogió de hombros.

—Supongo. —Se sentó y se puso los zapatos para correr—. Me

hubiera gustado que estos combinaran —se dijo a sí misma—. No es que

importe, supongo. —Siendo la persona inventiva que Raeya es, había

confeccionado un traje casi elegante dado el material que tenía para

trabajar. Una descolorida camisa de vestir de hombre color azul huevo, se

había convertido en un vestido, con un cinto de cuero alrededor de su

cintura. Usaba pantalones como mallones, los cuales, en mi opinión,

funcionaban a su favor ya que el material era más grueso. Al igual que yo,

ella sólo tenía una pieza de joyería: una pulsera de cuero trenzado con un

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amuleto tallado de elefante. Su cabello era espeso, hasta los hombros y le

caía en ondas alrededor de la cara.

—¿Quereis guantes? —Pregunté, pensando que podría ser una

buena idea. Busqué en el armario de los abrigos hasta que encontré

suficientes para nosotros. Los míos no coincidían y eran del tipo de

estúpido elástico que no ofrecía mucho calor. Le di a Padraic y a Raeya

unos agradables pares de cuero. Le entregué a Padraic el arma de calibre

.22 y mantuve mi pistola M9 en mi mano derecha ilesa.

Jason quería venir con nosotros. Sus ojos se iluminaron cuando vio

a Raeya y sus mejillas se sonrojaron cuando ella le habló. Ella le aseguró

que estaríamos a salvo y que quería que alguien fuerte cuidara de la casa y

de todos en ella. Sin querer, estaba coqueteando con él. Y él se lo creyó.

—No te preocupes. Mantendré a todos a salvo —le aseguró él,

hinchando un poco su pecho. Casi con aprensión, abrí la puerta principal.

Era tarde y el sol se escondía detrás de las nubes.

Todo estaba como lo recordaba: jardines crecidos, basura arrojada

detrás del cobertizo, el techo derrumbado del antiguo granero, el tractor

oxidado atascado en el barro como lo había estado durante la última

década. Al granero al que nos referíamos como el ―nuevo granero‖ fue

construido hace casi quince años. Las grandes puertas habían quedado

abiertas y ninguno de los compartimientos estaba cerrado. Ningún animal,

vivo o muerto, estaba ahí. El nudo se aflojó en mi corazón. Por supuesto

que no quería ver nada —humano o animal— sufriendo o muerto. Pero

además de eso, era una señal de que mi abuelo tuvo tiempo para poner las

cosas en orden.

Caminamos detrás del granero y un sonido familiar llenó el aire. Los

pollos cacareaban mientras estaban a algunos metros en medio del campo

arado de maíz, picoteando insectos y trozos de maíz caídos. Raeya agarró

mi mano y sonrió.

—¡Por lo menos tendremos huevos! —exclamó.

—Y un bonito y regordete pollo para la cena —añadí, ya temiendo

desplumarlo.

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—Eso suena delicioso —añadió Padraic—. Pero alguna de vosotras

sabe cómo, uh, ¿matar a un pollo?

—Yo sé —dije rotundamente, dándome la vuelta para explorar los

pastizales alejados. Los patos nadaban en la parte amplia y menos

profunda del arroyo, al que había llamado ―charca del río‖ por tanto tiempo

como podía recordar. El arroyo atravesaba la propiedad, casi exactamente

por la mitad. Y seguía hasta el bosque; era un lugar perfecto para

esconderse entre los árboles y esperar por los ciervos. Tenía siete años la

primera vez que mi abuelo me llevó a cazar. Todavía podía escuchar la voz

enojada de mi madre cuando se enteró de que disparé y maté un conejo.

Un pequeño enfrentamiento de gritos tuvo lugar entre ella y mi abuelo.

Ella insistió en que era un error someter a una niña pequeña al acto de

quitar la vida.

—Estás llena de sorpresas, Orissa —Padraic me miró con una suave

sonrisa.

—Lo creo. —No era sorprendente si conocías a mi abuelo. Él era más

sorprendente, tanto que yo resulté ser tan normal como lo era. Me acerqué

a la orilla del arroyo, los pequeños guijarros crujían bajo mis pies. El suave

murmullo del agua era tranquilo. El bosque estaba lleno de pájaros, su

canto casi era ensordecedor. Los gansos graznaban, volando en la famosa

forma V, señalando el final del otoño y el inicio del invierno—. Escuchad —

dije de pronto, dando vueltas alrededor.

—¿Qué? —preguntó Raeya, agarrando su raqueta de tenis.

—Nada malo, lo siento. Sólo acabo de tener una idea. —Caminé a

través del pastizal, Ray y Padraic me siguieron sin dudarlo. Entré de nuevo

al granero. Era raro ver los compartimientos desmontados. Se veía mal,

tan diferente a como lo recordaba—. Maldita sea, no hay luces en el cuarto

de los arreos.

—¿Qué es eso? —preguntó Padraic. Bueno, tal vez no se había

criado en una casa rural con un pintoresco granero de piedra en el patio

trasero.

—Los arreos son las cosas que les pones a un caballo, ya sabes,

como sillas de montar. El cuarto de los arreos es donde guardas las cosas.

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—Ah, está bien. ¿Qué podría haber allí adentro?

—Una cuerda para usarla como una correa para Argos —expliqué.

—Buena idea.

Pasé la mano por la pared, los dedos cubriéndose de polvo y

telarañas. Sabía que solía haber una linterna en el estante superior a la

derecha de la puerta interior del cuarto de arreos. Tiré varias cosas del

estante antes de encontrarla. La luz parpadeó y se encendió. Poco a poco

rodeé la habitación.

—Ah-ah —dije cuando la luz amarilla iluminó una escopeta. La

tomé, soplando el polvo.

—Jesús, ¿cuántas armas tiene tu abuelo? —preguntó Padraic.

—No quieres que ella responda esa pregunta —le dijo Raeya—.

¡Mirad, botas! —Cogió un par de mis viejas botas de montar—. A lo mejor

quedan bien —dijo esperanzadoramente y se las probó. Estaban un poco

apretadas, me dijo, pero eran mejores que sus tenis Puma. Salimos del

cuarto de arreos y nos dirigimos al otro lado del granero, considerado éste

como el ―taller.‖ Empujé la pesada puerta para abrirla, la luz se filtró

dentro, iluminando las pequeñas motas de polvo que flotaban en el aire.

Había varios rastreadores, el viejo camión de mi abuelo —su nuevo

Ford se había ido— y tres cuatrimotos todo terreno apiñando el suelo de

cemento, junto con otros cachivaches. Lo más importante aquí era que la

cosa funcionaba.

—Está lleno —suspiré y el nudo se aflojó aún más. Quería abrazar el

tanque de gasolina. Era enorme, en un momento ya sabía cuántos litros

contenía. No podía recordar el número exacto, aunque recuerdo que me

sorprendió que la cosa pudiera almacenar tanto combustible—. Hay otro

afuera. —Salimos por la parte trasera del granero. A este tanque de gas le

quedaba alrededor de un cuarto del tanque, el cual, teniendo en cuenta su

tamaño, era un montón.

Leña, la suficiente para que nos durara todo el invierno, se apilaba a

lo largo de la parte exterior del taller. Teníamos combustible y leña, pero

no comida. Mis abuelos no tenían una gran cantidad de ganado. Cuando

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me detuve en una corta visita el verano pasado había un pequeño rebajo

de siete vacas, cuatro cabras, los pollos y tres caballos. El nudo se apretó

cuando pensé en los caballos. No eran caballos de raza, de ninguna

manera; todos habían venido de la subasta. Pero estaban bien entrenados

y cuidados. Y, sobre todo, significaban mucho para mi abuelo.

—¿Alguna vez has montado una cuatrimoto? —Le pregunté a

Padraic, frotando mis manos sobre mis muslos. Los estúpidos pantalones

de pijama a rayas, no podían competir con el frío de noviembre.

—Nunca.

—Estás a punto de hacerlo. —Si encienden, añadí en mi cabeza. Sólo

dos lo hicieron, sin embargo, funcionó a nuestro favor. Era la mejor

manera de moverse en el bosque además de a caballo, y sólo porque ir a

caballo era mucho, mucho más silencioso. Raeya tomó automáticamente la

cuatrimoto azul. Era la que siempre montaba cuando éramos niñas. Me

subí a la roja más grande, haciéndole señas a Padraic para que se sentara

detrás de mí.

Cruzamos el arroyo en el estanque, cruzamos a través de una

delgada línea de árboles y salimos a los pastizales. La oxidada puerta de

metal había quedado abierta. Argos corrió junto a nosotros felizmente.

Ladró, lanzándose hacia adelante con más velocidad.

—Oh, Dios mío —susurré—. Todavía están vivas. —Una por una, las

vacas aparecieron a la vista. Si las vacas todavía estaban aquí, los caballos

también tenían que estarlo. Mi corazón se aceleró mientras escaneaba el

pastizal. Aprendí a montar al mismo tiempo que aprendí a cazar. Lo

disfrutaba y amaba a Sundance, pero nunca me convertí en una de esas

chicas obsesionadas con caballos. Mi abuela era la persona de los caballos

en la familia. Tía Jenny se había presentado en los Cuartos de

Milla10 como una chica, compitiendo en las carreras. Mi propia madre

había sido la extraña en esta familia de agricultores, ya que nunca se llevó

bien con los animales o el estilo de vida. Yo tampoco, pensando que sería

mucho más feliz en la cuidad donde había una indescriptible energía

fluyendo. Me gustó la ciudad, me encantó, incluso a veces.

10

Carreras de Caballos.

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Nunca te das cuenta de lo mucho que extrañas un lugar hasta que

regresas. Esta granja era mi hogar. En el fondo de mi mente creo que sabía

que terminaría regresando aquí. Reduje la velocidad de la cuatrimoto, no

queriendo asustar o molestar a las vacas. Parecían estar en buena forma;

no flacas o aporreadas. No me había molestado en revisar el granero de

heno. Si quedaba algo de heno, deberíamos sacar unas pocas pacas antes

de que todas las plantas murieran en el invierno.

Este pastizal tenía alrededor de cincuenta acres. Aceleré

rápidamente y Padraic me agarró de la cintura para mantener el equilibrio.

No encontramos las cabras o los caballos, lo cual podría ser bueno, me

recordé a mí misma. Con el límite de la luz del día que quedaba,

condujimos a casa. Las llaves de la vieja camioneta colgaban donde

deberían estar. La encendí y le di la vuelta para poner la leña en la parte

trasera. Recordándome de nuevo que no había sanado, Raeya y Padraic

hicieron todo el trabajo pesado mientras yo mantenía la camioneta en

marcha.

Todos se reunieron alrededor de la chimenea esa noche. Finickus

ronroneaba con fuerza en el regazo de Zoe, disfrutando del calor tanto

como ella lo hacía. Raeya y yo hicimos la primera guardia. Ella puso varias

hojas de papel sobre la mesa de café. Tomé la más cercana.

—¿Hiciste un circular sobre zombis?

—SÍ —dijo ella como si no fuera extraño—. Necesitamos saber con lo

que estamos lidiando. Mira —dijo y tomó otro papel—. El virus hace varias

cosas que sabemos: infectar, matar, o no hacer nada. Si eres infectado,

pasas por tres fases: loco, zombi y gomoso.

—¿Gomoso? —Le pregunté, incapaz de ocultar la incrédula ceja

levantada en mi rostro.

—Sí. Se ponen todos pegajosos y gomosos, recuerda. Creo que es

seguro decir que son los menos amenazantes. Y, teniendo en cuenta lo que

hemos visto, los locos no viven mucho tiempo, si le puedes llamar a eso

vivir. La fase más larga es el zombi uno. Y no sé cuánto tiempo duren los

gomosos. Estoy asumiendo que ellos se… desharán.

—Eres muy meticulosa —le felicité.

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—Gracias —sonrió—. Pensé que no sería mala idea conocer los

hechos.

Nos movimos más cerca del fuego, charlando, y luego subimos las

escaleras para despertar a Lauren y a Sonja. Sonja se arrastró lentamente

fuera de la cama. Lauren se cubrió la cara con las mantas y gimió.

—Lauren, es tu turno de vigilar —susurró Raeya, tratando de no

despertar a Lisa, quien se amontonó en la cama junto a ella. Tomó casi

diez minutos antes de que Lauren arrastrara su culo fuera de la cama. Ella

se quejó sobre que no era buena para mantenerse vigilando y que alguien

más debería hacerlo. Recordándole que todo lo que tenía que hacer era

despertarnos, un trabajo que hasta un mono podía hacer, suspiré y entré

en mi propia habitación.

Me vestí con mis vaqueros y mi camisa a cuadros la mañana

siguiente. Me atraganté con un pequeño tazón de avena, Raeya y yo fuimos

afuera y entramos al taller. Reunimos tres envases de gasolina, esperando

llevar a la casa un total de quince galones para añadirlos a los tanques

más grandes. Todos, excepto Ray y Padraic levantaron las cejas con

sorpresa cuando salí del sótano con dos rifles y una escopeta. Mi plan era

que Raeya y yo hiciéramos un rápido viaje a la ciudad. Si estaba libre de

zombis y locos, cargaríamos alimentos y gasolina.

Hubo objeciones, por supuesto. En realidad me estaba cansando de

todo el argumento de ―un hombre debería ir con vosotras.‖ Si estuviera

caminando por un callejón oscuro en el centro de la ciudad de Nueva York

después de una noche en el bar, entonces podría acertar a un hombre

para que alejara a los delincuentes sexuales. En nuestro caso, yo era la

única que podía proteger algo. Cuanta más gente tuviera que cubrir, más

tiempo llevaría salir de allí.

Jason tomó la noticia como la cosa más deplorable que jamás había

oído. Padraic no estaba feliz de no saber lo que estaba pasando y Spencer

parecía aliviado. Él era un gran hombre, de pie sobre su metro ochenta.

Era musculoso, pero con sobrepeso. A veces me preguntaba si estaba en

estado de shock porque nunca decía mucho y era reservado, nunca se

ofrecía a ayudar, pero nunca se quejaba como Lauren.

―La ciudad‖ consistía en dos bares, una funeraria, una gasolinera,

una tienda, una oficina de correos, una peluquería, una tienda de

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antigüedades llena de basura, una tienda de suministros de alimentación

y caza, y la cafetería de Bob and Barb. Dejando la camioneta encendida,

nos estacionamos enfrente a la tienda de Lee. La puerta principal estaba

entreabierta. Le quité el seguro al arma, mi dedo posicionado sobre el

gatillo.

Los estantes estaban volcados, la comida esparcida, y los carritos a

los lados. El lugar había sido locamente seleccionado y saqueado. Raeya

sostuvo la linterna mientras nos adentrábamos en la tienda. No era muy

grande y normalmente bastante luz brillaba a través de la entrada de

cristal. Las nubes hicieron imposible eso hoy. No podíamos perder tiempo

clasificando la comida en el suelo, tratando de encontrar algo comestible.

Raeya sugirió que llegáramos al pasillo de higiene y que lo intentáramos en

otra tienda. Se quitó la mochila y la lleno de cosas útiles.

La tienda de suministros de alimentación se encontraba en un

estado similar, aunque la obvia supervivencia humana era la máxima

prioridad. Apilamos varias bolsas de alimento para pollos, tres bolsas de

comida para perros, golosinas para perros, y una gran bolsa de comida

para gatos en la camioneta. No había absolutamente nada en la parte de la

tienda que albergaba los suministros de cacería.

Sintiéndonos disgustadas, regresamos a la casa. En el camino,

decidimos que era necesario ir a la ciudad más cercana con la esperanza

de encontrar comida. Le dije a Raeya sobre las tiendas de Indiana. Si

pudiéramos encontrar un lugar que no hubiera tenido tiempo para

prepararse estaríamos seguras de encontrar un montón de comida.

—Y un montón de zombis —añadió ella.

—Es cierto. Tal vez ellos ya se hayan movido a estas alturas. Ya

sabes, si no hay nada que comer.

—Qué cosa más encantadora que esperar —estuvo de acuerdo con

un suspiro—. ¿Crees que alguna vez encontraremos a otras personas?

—No lo sé. Estoy segura de que hay otros como nosotros, haciendo

lo que tienen que hacer para sobrevivir. No podemos ser todo lo que queda.

Como todos en esta ciudad. Ellos deben haber logrado salir y ponerse a

salvo. Se llevaron comida, coches, combustible, dejaron libres a los

animales… tuvieron tiempo para prepararse.

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Raeya asintió, pero no dijo nada. Me di cuenta de que no iba a creer

lo que estaba diciendo, y yo tampoco. En el fondo creía que había otras

personas en el mundo. En cuarentenas del gobierno. Detrás de grandes

vallas. Sin tener que buscar comida.

Un pequeño ciervo trotaba por el campo. Por una fracción de

segundo pensé en pisar el acelerador. Decidiendo que el ciervo podría

estrellarse a través del parabrisas y hacernos daño o estrellarse

completamente contra la camioneta, pisé los frenos.

—¿Qué demonios, Orissa? —Gritó Raeya—. Qué manera de esperar

hasta el último minuto.

—Lo siento —dije después de que el venado se fuera—. Quería

golpearlo.

—Me puedo doy cuenta. ¿Por qué demonios...? Oh, lo entiendo.

Comida gratis.

—Sip.

—Lista. Sin embargo, es como aproximarse a la línea de comida no

fresca, matar en el camino.

—Pienso lo mismo.

Fue desalentador compartir la situación de la comida con todos.

Raeya extendió un mapa de Kentucky en la mesa del desayuno y señaló la

tienda cerrada de comestibles: estaba a una hora de distancia.

—¿Cómo funciona vuestra gente aquí? —se burló Lauren.

—¿Vuestra gente? —Raeya y yo dijimos al unísono, inmediatamente

insultadas.

No viendo la infamia de su pregunta, ella continuó:

—Sí, tan lejos de todo. Quiero decir, ¿dónde compran ropa?

No había manera en el infierno que admitiera que esa misma cosa

solía molestarme.

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—Lo llevamos muy bien, muchas gracias —dijo Raeya con los

dientes apretados. Aunque ella no nació y se crio aquí como la mayoría de

la gente del pueblo, Raeya no tomó amablemente las duras palabras sobre

nuestra pequeña ciudad—. De todos modos —señaló un punto en el

mapa—, esta es nuestra mejor opción.

—Genial —dijo Jason, sus ojos examinando a Raeya—. ¿Cuándo nos

vamos?

—Uh… —me miró Raeya por una repuesta.

—Ahora mismo —dije—. Aunque creo que lo mejor es que nosotras

dos vayamos otra vez. —Esperé a que el caos comenzara. ¿Por qué alguien

querría ir voluntariamente afuera de la protección de la casa estaba más

allá de mí?

—Tal vez —dijo Padraic con censura—, deberías pensar más en ello.

Orissa, ¿qué pasa si resultas herida? Raeya se quedaría sola.

Maldita sea, ahora Padraic me estaba entendiendo.

—Cierto. Tres de nosotros entonces.

—Yo iré —se ofreció Jason—. Mantendré a Raeya a salvo. Y a ti

también —añadió rápidamente, sus mejillas poniéndose rojas. Sonja lo

agarró del brazo.

—No quiero que te vayas —gimió ella—. ¿Y si no regresas?

El rostro de Jason se suavizó.

—Lo haré.

—No sabes eso a ciencia cierta —dije, odiando ser la voz de la

razón—. No sabemos lo que hay ahí afuera. Esta cuidad está cerca de

donde ese loco casi me atrapa. Donde hay uno, supongo que hay dos. O

cientos. —Miré a los otros nueve, dividiéndolos en grupos en mi cabeza.

Lauren, Lisa y Zoe eran definitivamente un no.

Spencer, Sonja, y Hilary... no estaba segura. Me acordé de que

Sonja era rápida. Hilary tuvo el suficiente sentido común para sacar a Lisa

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y Zoe del sótano vivas e ilesas. Spencer era grande y presumiblemente

fuerte. Eso tenía que ser útil de una manera u otra.

Raeya, Jason, y Padraic eran inteligentes, fiables y capaces. Eran los

mejores para llevar conmigo. Y los peores para perder. Si algo nos

sucediera a los cuatro, los otros estarían absolutamente jodidos. Lo

reflexioné en mi mente mientras Sonja suplicaba a su hermano que se

quedara con ella.

—Así que, ¿quién será? —preguntó Jason, mirándome. Me mordí el

labio, deseando que alguien más pudiera asumir el control como líder

designado del grupo. No, pensé. Yo era la mejor en esto.

—Venid conmigo —dije y agité mi mano para que Raeya, Padraic, y

Jason me siguieran. Nos fuimos a la sala de estar—. Bueno, chicos sois mi

primera opción. Todos los tres. Pero no quiero dejar a los demás

desprotegidos. ¿Y si no logramos volver?

—Lo haremos —me dijo Jason, realmente creyéndolo.

—Espero que sí. Pero, vamos, sé honesto. Hay una gran posibilidad

de que no lo hagamos.

—Ella tiene razón —dijo Raeya, retirándose el pelo de su cola de

caballo. Se cayó sobre sus hombros. Pasó sus dedos a través de él—. Me

puedo quedar entonces. En vez de un arma, ¿me das tu arco y flechas?

—Por supuesto. Sabes dónde está, ¿no?

—Sí.

—La ballesta —sugerí—. Es más fácil de usar.

—Oh, cierto. Lo es.

—Consíguela ahora, mientras les digo a los demás. —Ella asintió y

se coló hacia el sótano. Me sentí mal por Sonja. Ella había perdido a toda

su familia, excepto a su hermano. Me prometí a mí misma que la iba a

cuidar—. Cinco horas —le dije a Raeya mientras me ponía las botas—.

Deberían ser lo máximo que estaremos ausentes.

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—Van a ser largas estas cinco horas —dijo con cautela. Como no

quería que esto pareciera más como un palo de ciego de lo que era, me

despedí y me fui. Podía oír a Argos lloriqueando mi partida.

—¿Alguna vez sabré por qué tu abuelo tiene tantas armas? —

preguntó Padraic después de sólo diez minutos de viaje. Junto con la M9,

traje dos rifles, una escopeta, una pistola calibre 22 para él y Jason, y un

arco y flechas.

—La caza —le dije rígidamente.

—¿Cazas con una pistola?

—Puedes.

—Claro. —Suspiró, tamborileando con sus dedos sobre el volante—.

No sabía que los arcos se veían así. Me los imaginaba mucho más simples.

—Estás pensando en un arco largo entonces —asumí.

—¿Cómo se llama eso? —preguntó, mirando a mi arco negro.

—Arco compuesto.

—¿Es mejor?

—En cierto modo. Este puede disparar más lejos. Puedes preparar y

retener la flecha mientras esperas a tu presa. Es sólo más moderno, en mi

opinión. Un arco largo es más ligero.

—Hmm. ¿Así que has disparado con los dos?

—Sip. Utilizamos mucho a los arcos en la caza. Es tranquilo, y

puedes conseguir tu munición de vuelta.

—Sabes —dijo y me miró—. Pensé que ibas a llegar a ser una perra

presumida. Lo siento.

Me encogí de hombros. ¿Por qué siquiera sintió la necesidad de

expresarlo en voz alta y pedir disculpas?

—No pasa nada. No eres la primera persona que piensa así.

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—Eres un poco mandona —intervino Jason desde el asiento trasero.

Tampoco podía desmentir eso.

—Simplemente me gusta hacer las cosas de la manera correcta.

—¿Y piensas que tu forma es la correcta? —preguntó Jason.

—Hasta ahora yo diría que mi forma ha sido la forma correcta —dije

simplemente.

Pasó una pacífica media hora antes de que Padraic comenzara con

las veinte preguntas de nuevo.

—¿Odiabas vivir en la ciudad?

—Nop.

—¿A pesar de que creciste en el campo?

—Fue un cambio divertido. —Y no siempre viví con mis abuelos.

—¿Tu abuelo estaba en el ejército?

—Nop.

—Dijiste que era un veterano.

—Lo es. De la Fuerza Aérea.

—Yo quería unirme a la Fuerza Aérea —dijo Jason con nostalgia—.

Acabo de cumplir los dieciocho años este verano, no es que importe ahora.

¿Crees que las leyes son realmente importantes?

—No en este momento —supuse—. Supongo que dentro de las

cuarentenas, el gobierno va a querer mantener el orden. Y espero que la

gente no cause ningún problema. Tal vez están amenazados por los

buenos modales, ya que tendremos una rabieta y los echaremos con los

infectados y hambrientos del resto del mundo.

—Ellos no saben de nosotros, ¿verdad? —Jason se inclinó hacia

adelante, no llevando puesto el cinturón de seguridad.

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—No, estoy seguro de que no lo hacen —contestó Padraic—. Habrían

enviado a alguien a estas alturas.

—Oh, sí —le interrumpí—. Enviado a alguien para salvar a los

enfermos, los moribundos que dejaron en el hospital. —Las ramificaciones

de mi sentencia colgaban pesadamente en el aire. Nadie volvió a hablar

hasta que llegamos a la ciudad—. Mierda —juré. Zombis arremolinándose

por las calles. No había un montón de ellos, eso pudimos ver, pero fue

suficiente para que se me pusiera la piel de gallina. Algunos de ellos

podrían ser clasificados en la fase "gomosa" de Raeya. Ellos se despertaron

al ver el movimiento de la camioneta.

Siete. Conté siete. Yo podría fácilmente liquidarlos, sobre todo los

que se movían lentamente. No estaba segura de si el eco de los disparos

los atraería más, si hubiera más, por supuesto. Podría tratar de

dispararlos con el arco.

Los rodeamos a todos juntos, con ganas de llegar a la tienda. La

camioneta rodó lentamente por la calle. Cuanto más nos acercábamos a la

tienda de comestibles, menos zombis veíamos. Cuando nos detuvimos en

el aparcamiento, no había ninguno. Algo no estaba bien —aparte del hecho

de que zombis existían— sobre eso. Tuve un mal presentimiento. Teníamos

que usarlo a nuestro favor.

El aparcamiento no estaba vacío, ni lleno. Había suficientes coches

para dejarme con la impresión de que el brote ocurrió durante el horario

normal, al igual que lo había hecho en Indiana. Padraic se detuvo en las

puertas que se activan por movimiento. No se abrieron, pero no es como si

yo esperaba que lo hicieran. Salí y con empujones traté de abrirla sin

resultado alguno.

—Cerrado —les dije a los chicos cuando regresé a la camioneta. Mis

ojos recorrieron el estacionamiento. Inmediatamente encontré lo que

estaba buscando—. Vete para allá. Tengo un plan. —Padraic echó el

camión para atrás y lejos de la puerta—. Mantened los dispositivos de

seguridad de vuestras armas, también.

—¿Qué estás haciendo, Orissa? —preguntó Padraic, sus ojos azules

nublados por la preocupación.

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—Metiéndonos a la tienda. Estad listos. —Abrí la puerta y corrí

hacia una nueva camioneta. Me subí a la parte de atrás, utilicé la culata

de mi rifle para golpear la cerradura de la caja de herramientas. Agarré lo

que necesitaba y corrí hacia un viejo coche de mierda. Como lo esperaba,

la puerta no estaba cerrada; nadie cerraba sus puertas en los pequeños

pueblos como estos. Me agaché en el frente y me puse a trabajar. Había

pasado un tiempo desde que había hecho esto, sin embargo, como andar

en bicicleta, manipular los cables de un coche no es algo que se olvida

fácilmente.

Retiré el coche y lo alineé con la puerta principal de la tienda.

Agarrando el volante, pisé el acelerador a fondo. El motor rugió y los

neumáticos chillaron. Cerré los ojos cuando me estrellé a través de la parte

delantera de la tienda. Vidrio y metal cayeron sobre mí. Pisé el freno antes

de que me estrellara contra la caja de registros. Con una gran cantidad de

crujidos bajo los neumáticos, retrocedí y salí de la tienda. Agité mi mano

hacia Padraic, moviendo mis dedos en círculos para señalar que entrara

marcha atrás en la tienda para que pudiéramos cargar la comida

directamente en la cama.

Maté a tres zombis en nuestra búsqueda de alimentos. Puse mi pie

en sus cuerpos en descomposición y saqué las flechas fuera, limpiándolas

de cualquier cosa que el zombi llevase. Ambos cogimos un carrito y nos

marchamos por el pasillo. En poco tiempo, la cama de la camioneta estuvo

llena. Era una vista extremamente satisfactoria.

Pensando que la suerte por una vez estaba de nuestro lado, nos

metimos en la camioneta. Había una tienda de ropa en la calle de al lado.

Todos necesitábamos chaquetas de invierno y si podía, quería tomar un

par de botas de mejor ajuste para Raeya, ya que las botas de montar eran

una media talla más pequeñas. Escuchamos los gritos antes de que

viéramos la horda de zombis.

—Janey Mac —juró Padraic. Puse mi mano sobre mi boca. Había

visto zombis agolpándose alrededor de un cuerpo vivo antes, rasgando y

arañando a su comida con locura, cuando Jason y yo estábamos en el

dormitorio universitario. La víctima había sido una niña infectada, que

técnicamente estaba viva, con la mitad de su cerebro dañado e incapaz de

sentir dolor. Quienquiera que gritaba estaba vivo, muy vivo. Por eso no

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había zombis o locos en el supermercado. Habían seguido a alguien hasta

aquí.

Los gritos se detuvieron.

Sin pensar en lo que estaba haciendo, bajé la ventana y abrí la

puerta principal. Usando la ventana abierta para mantener el equilibrio del

arma, apunté y disparé, enviando tres balas a la cabeza de tres zombis.

Demasiado ocupados con la carne fresca, los disparos fueron ignorados

por los monstruos.

Pero no por las tres vivas personas que se escondían debajo de un

coche. Uno de ellos gritó. Mi mente corría y mi corazón latía con fuerza.

Luché para mantener mis manos tranquilas para que pudiera seguir

disparando a los zombis.

—¿Qué hacemos? —me preguntó Padraic frenéticamente, levantando

la pistola. Olvidó quitar el seguro.

—Yo—yo no sé —balbuceé. La gente estaba a unos metros de

distancia. Una tonelada de mierda de zombis y una zanja de drenaje nos

separaban, haciendo la conducción a su lado imposible a menos que nos

fuéramos por la calle para cruzar un puente. Vacié mi cartucho—.

Conduce hasta ellos.

—Bien —Padraic puso la camioneta en marcha atrás y nos hizo

girar. En el espejo, alcancé a ver a alguien corriendo y agitando sus

manos.

—¡No! —grité, girándome. Debieron de pensar que no los vimos.

Debieron haber pensado que nos íbamos. Ella era joven; sus rizos rubios

volando ligeramente en el aire frío. Ella gritó algo incoherente, que

rápidamente se convirtió en un grito ahogado.

Un loco estaba sobre ella, haciendo todo lo posible para hundir sus

dientes en su piel y rasgar su estómago. Padraic pisó el freno. Salté del

coche, levantando la M9. Apreté el gatillo, olvidando que estaba vacía.

Jason me entregó un rifle.

Lo levanté, apunté y no disparé. La cabeza del loco estaba ahora

cerca de la de chica. Ella estaba poniendo una buena pelea, usando algo

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que había encontrado en el suelo para mantener el rostro del loco lejos de

su piel. Exhale, diciéndome a mí misma que era ahora o nunca. La cabeza

del loco se movía dentro y fuera de la vista. Si sólo se quedara quieto...

disparé.

Y fallé.

Apunté de nuevo, esta vez a su costado, que era un blanco más

estable que la cabeza. Le di, a pesar de que no tuvo un efecto inmediato.

Antes de que tuviera la oportunidad de desangrarse, tres zombis hicieron

su marcha de la muerte al sitio. Disparé de nuevo, acertando a uno

directamente entre los ojos. Padraic y Jason estaban disparando a los

infectados ahora también. No me molesté en decirles que sus rifles de

calibre 22 no alcanzarían hacer ninguna perforación a esta distancia.

Cuando un zombi caía, dos tomaban su lugar. Estábamos

horriblemente superados en número. La única esperanza que la chica

tenía en ese momento se estaba alejando. Ella todavía estaba luchando

con el loco. Si tuviera algo de sentido común, se agacharía, metería sus

dedos en el agujero de bala y rasgaría a su carne aún más. El hijo de puta

se estaba tomando un tiempo extremamente largo para desangrarse.

Otro grito rasgó el aire. Los zombis habían encontrado el escondite

de los otros. Un zombi gordo en general arrastró a un niño por el tobillo.

Disparé mi última ronda a su cara. Tuve que parar y recargar.

—¡Maldita sea! —grité, aterrada y frustrada. Jason y Padraic no

sabían cómo cargar los cartuchos. Torpemente busqué las balas, mis

dedos entumeciéndose en mi prisa ansiosa.

Tardé demasiado. Otro zombi estaba sobre el niño en cuestión de

segundos. Mordió un trozo de su piel, usando sus manos podridas para

meterlo en su boca. Había una persona más debajo del coche. Se me cayó

el cartucho. Quise gritar. Quería matar personalmente a todos y cada uno

de los zombis en este estacionamiento. Cuando la M9 estuvo finalmente

cargada, la vacié en segundos, matando a siete zombis.

El niño seguía gritando. Los zombis circularon a su alrededor.

Padraic debió haberme visto cargar el cartucho hace unos segundos

porque estaba trabajando afanosamente en llenar otro. Lo metí en la

pistola con un clic y miré a la chica.

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Un horripilante círculo de la muerte y la suciedad la rodeaba. Me

sentía enferma. Me quedé inmóvil, incapaz de apartar la mirada.

—Orissa —gritó Jason, sacudiéndome devuelta al aquí y ahora—.

¡Mira!

Los zombis que se habían dado un festín con la primera víctima se

estaban dispersando, viniendo hacia nosotros. Corriendo hacia nosotros.

¿Correr?

—¡Entra! —dijo Padraic. Nos volvimos a sumergir en la camioneta.

Padraic salió a toda velocidad. Volamos por la carretera y sobre el puente.

La tercera persona había logrado salir de debajo del coche. Estaba

corriendo hacia nosotros. Él no era lo suficientemente rápido. Había tantos

de ellos, viniendo de todas las direcciones. Disparé a cualquier cosa que se

moviera.

Pero llegaron a él primero. Estábamos sentamos allí con horror

mientras los zombis desgarraron su cuerpo, comiendo sus órganos y

bebiendo su sangre. Cuando se absorbió que ya no quedaba nada, Padraic

giró la camioneta. Nadie pronunció una palabra durante todo el camino a

casa.

Aparcamos cerca de la puerta principal, dando marcha atrás en el

porche para que pudiéramos sacar fácilmente la comida. Padraic apagó el

motor y me miró y luego a Jason.

—Esto no sucedió. —Sabía que mis labios se movían y que el sonido

estaba saliendo, pero no era plenamente consciente de lo que estaba

diciendo—. Nadie tiene que saber sobre esto —hablé lentamente—. No hay

necesidad de que sepan que las únicas personas vivas que hemos

encontrado acaban de ser comidas vivas.

—Sí —Padraic estuvo de acuerdo—. Conseguimos la comida y

vinimos enseguida. Había zombis pero no tantos.

—La cosa más memorable fue la manipulación de los cables de un

coche de Orissa —dijo Jason, aturdido.

—Sí —afirmé.

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Los tres nos quedamos callados y distantes el resto de la noche.

Culpamos al viaje y nadie nos cuestionó. Hilary y Raeya organizaron la

comida mientras Sonja y Lisa hacían la cena. Spencer estaba de vigilia y

Lauren hacía arriba sólo Dios sabía el qué. Zoe quería ayudarnos a llevar

las cosas adentro.

Ella estaba tan débil. Su tos había empeorado y estaba con fiebre.

Padraic le dijo que debería permanecer fuera del frío y descansar hasta

que alguien pudiera llevarle la cena. Ella me pidió que me acostara con

ella porque tenía miedo de estar sola arriba. Llevaba Finickus con ella,

metiéndolo debajo de las sábanas. El gato se quedó durante unos

segundos como si quisiera seguirle la corriente antes de saltar lejos.

Padraic hizo una limpieza a fondo de la farmacia dentro de la tienda

de comestibles. Trajo un puñado de pastillas y un vaso de agua. Le dijo a

Zoe que lo bebiera todo. Ella asintió con la cabeza y tomó las pastillas de

una a una.

—Estoy cansada, Orissa —me dijo, acurrucándose con su gato de

peluche de color rosa.

—Cierra los ojos. Voy a estar aquí —le prometí.

Trató de decir algo, pero la venció un ataque de tos.

—Y mis pulmones duelen.

—Padraic se hará cargo de ti. —Forcé una sonrisa—. ¿Quieres que te

lea un cuento?

Ella asintió con la cabeza. Fui a la estantería y cogí un libro sobre

una chica rica que se enamora de su pobre mozo de cuadra. Zoe estaba

casi dormida cuando terminé el primer capítulo. Dejé el libro y apagué la

lámpara de la mesilla.

—¿Orissa? —preguntó medio dormida.

—¿Sí, Zoe?

—¿Tienes miedo a morir?

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Tal vez era raro después de todo lo que había visto hoy. Pero le

contesté sin dudar.

—No.

—¿En serio?

—En serio —le juré. Yo no tenía miedo a la muerte. Si me moría,

todo habría terminado. Mi mayor temor no era la muerte, era vivir. Vivir,

mientras que todos a mi alrededor tenían su carne salvajemente arrancada

de sus cuerpos para ser metida en las podridas y siempre-hambrientas

bocas de zombis. Me aterrorizaba, hasta la médula, estar viva, mientras

que el resto del mundo estaba muerto.

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Traducido SOS por apolineah17

Corregido por Pily

asamos las siguientes semanas actuando como una familia

disfuncional. Raeya había elaborado tablas de quehaceres

domésticos. Me sentía como si tuviera siete años de nuevo,

pero las tablas nos mantenían organizados y en las tareas. Yo estaba

programada para cazar todos los días, alternándolo con enseñarle a los

otros cómo disparar. Manejábamos dieciséis kilómetros de distancia en

caso de que los ecos de los disparos atrajeran a cualquier errante infectado

a nuestro camino.

Hoy era un día de caza. Una fresca capa de polvo de nieve fina

cubría la tierra. Era una de esas mañanas que podían quitarte el aliento.

Todo estaba congelado e inmóvil, con aspecto hermoso, y una suave luz

matutina.

Me agaché en mi árbol de soporte, con arco y flecha listos. Sabía que

estaba a salvo en el árbol. Y sabía que sería más probable tener la ventaja,

literalmente, de matar cualquier cosa debajo de mí. Si había un lugar para

relajarse, era éste. Mi propia seguridad ya no era mi principal

preocupación. Me preocupaba constantemente por los demás. La salud de

Zoe estaba declinando rápidamente. Siendo realistas, era un milagro que

lo hubiera logrado todo este tiempo. Padraic y Hilary estaban con ella todo

el día, haciendo cualquier cosa y todo lo que podían para prolongar su

corta vida.

La nieve crujía bajo mis pies. Poco a poco, me senté, tirando de la

flecha hacia atrás. En silencio, exhalé, los ojos asegurando mi objetivo. La

flecha voló hacia la cabeza de un ciervo. Se desplomó, sangre roja

manchando y derritiendo la brillante nieve. No podía mirar al ciervo. Lo

agarré por los pies y lo arrastré a través de los árboles. Estaba agotada,

sudorosa y jadeante para el momento en que llegué a la cuatrimoto. Con

mucha dificultad, subí el pesado cadáver en la parte de atrás, lo até hacia

abajo, y monté de nuevo hacia el taller.

P

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198

Conforme a lo solicitado, entré a decirles a todos que estaba de

regreso. Jason me siguió hasta el taller, así le podía enseñar cómo

destripar y limpiar el ciervo. Era rápida. Era algo de lo que mi abuelo

estaba orgulloso de mí. Una vez mató a tres sólo para poder presumirme

ante sus amigos. Podía hacerlo en menos de diez minutos, siempre y

cuando tuviera un cuchillo afilado y una sierra.

Odiaba hacerlo. Odiaba escuchar el desgarre de la piel. Odiaba ver

los ojos negros y muertos. Odiaba la inocencia congelada en sus rostros.

Odiaba la manera en que la sangre salpicaba y la forma en que sus

órganos simplemente se desparramaban directamente hacia afuera.

Quería acabar de una vez, lo antes posible.

En esta ocasión, fui lentamente por el bien de Jason. Era diferente,

lo tuve que admitir cuando en realidad estábamos dependiendo de la carne

para sobrevivir. Cada uno de nosotros llevábamos un gran trozo de carne a

la casa para ser convertido en carne seca. Me coloqué sobre el mostrador y

comencé a cortar la grasa.

—Esto es asqueroso —dijo Lauren, arrugando la nariz. No

respondí—. ¿No te sientes mal, matando a un animal inocente sin razón?

—¿Sin ninguna razón? —Tartamudeé—. Hay una razón. Vamos a

comerlo. Moriríamos de hambre si no cazara para nosotros, y lo sabes.

—Ugh. Lo que sea. Mira, hay pequeños pelos por todas partes.

—Sí, eso pasa cuando lo despellejas. —Y fue la primera vez de

Jason. Fue un poco descuidado, pero mejor que mi primer intento

despellejando algo, aunque hubiera estropeado mis ojos entonces.

—Soy vegetariana —me recordó. Yo no tenía nada contra los

vegetarianos o los veganos para el caso. Pero con nuestro suministro de

alimentos muy limitado, negarse a comer carne era una estupidez. Ella me

había estado provocando, poco a poco, durante los últimos diez días,

diciendo pequeñas cosas acerca de mí cazando o matando. Por más que

trataba de no dejarla meterse bajo mi piel, estaba cerca de reventar.

—Bien. Más para mí.

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Lauren resopló y se alejó. Me concentré en cortar la grasa, así no me

enojaría.

—Jason dijo que no deberíamos hacerte enfadar —la voz de Padraic

flotó detrás de mí—. Dijo que dabas bastante miedo al cortar cosas.

—Sí, supongo.

—No quise ofenderte, Orissa.

—No lo hiciste —le aseguré.

—¿Qué estás haciendo?

—Cecina. Se mantendrá por más tiempo.

—¿Quieres enseñarme?

—Claro. No es difícil.

Padraic era bueno con el cuchillo. Tenía una impresionante

precisión y control. Había algo en la forma en que movía las manos, el

cuidado y la gracia con la que sostenía el cuchillo.

—¿Eras un cirujano? —pregunté, sintiéndome un poco avergonzada

por nunca haberme molestado en preguntar qué tipo de médico era antes.

—Sí, ¿cómo lo sabes? —preguntó, con los ojos azules parpadeando

hacia los míos.

—Por la forma en que cortas eso.

—¿Puedes saberlo por la forma en que estoy cortando un pedazo de

carne?

—Supongo. —Me volví hacia mis tiras de venado—. Entonces

deberías destripar el próximo cadáver.

Padraic negó.

—Puede parecer extraño, ya que solía abrir gente todos los días, pero

no sé si podría destripar un ciervo.

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—¿Por qué no?

—Abrir a alguien y hacer algo para que ellos puedan vivir es

completamente diferente a cortar a un animal muerto.

—No es un día de campo, estoy de acuerdo en eso. Pero alguien tiene

que hacerlo.

—Puedo hacerlo. No voy a disfrutarlo pero puedo hacerlo. Si quieres

que lo haga —ofreció.

Pusimos las rodajas de venado en tazones para marinarse durante la

noche. Me lavé las manos y me senté en la mesa, destrenzando mi cabello.

Zoe había hecho de nuevo unas apretadas trenzas francesas. Mi cabello

oscuro caía en suaves ondas alrededor de mi cara, cayendo en cascada

sobre mis hombros y por mi espalda.

—Te ves bonita con el cabello suelto —dijo Padraic tímidamente,

uniéndose a mí en la mesa.

—Gracias. —Puse mis manos sobre la mesa—. Nunca solía usarlo

atado. Odiaba la forma en que mi rostro se veía sin mi cabello

enmarcándolo. Ahora… ahora simplemente no es práctico.

—Es curioso cómo las cosas han cambiado, ¿verdad?

—Sí. Hace un año yo vivía al límite, saliendo de fiesta sin

preocuparme por el mundo. Todo se trataba sobre mí entonces.

—Estás haciendo un buen trabajo.

—Gracias. Espera, ¿con qué?

—Orissa, tú… tú eres fantástica. Bueno, eres un poco perra y

desafiante, pero nos has mantenido vivos.

Asentí.

—Sí, lo he hecho. —Bostecé y evité el cumplido.

—¿Cansada?

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—No pude dormir. Tuve ese sueño sobre matar a Logan de nuevo.

Extendió una mano y la puso sobre la mía. Su piel no era tan suave

como antes. Miré sus ojos azules. Lauren volvió a entrar a la habitación.

Abrió la nevera y hurgó a través de nuestro pequeño suministro de comida

fría.

—Todavía no es hora del almuerzo —le recordé.

—Lo sé —suspiró—. Pero tengo hambre.

—El desayuno fue hace sólo un par de horas.

—Estoy harta de los huevos. No puedo comerlos más.

—También estoy harta de huevos. Todos estamos hartos de los

huevos, créeme —dije uniformemente.

—Entonces entiendes.

Retiré mis manos de debajo de las de Padraic.

—No. Tenemos una cantidad limitada de comida. Comemos tres

veces al día y eso es todo.

Cerró la nevera de golpe.

—Bien.

—Oh, Dios mío. Voy a matarla —me desahogué con Padraic una vez

que ella salió de la habitación.

—Cada uno maneja el estrés de manera diferente —la defendió—.

Ella se está centrando en… otras cosas para no pensar en lo que

realmente está pasando.

—No, no lo está. Pero al menos ella es una ―perra abierta‖ conmigo.

Padraic se rió.

—Eso es un gran logro.

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Argos ladró. Mi corazón dio un vuelco. Agarré la M9 (que siempre

estaba conmigo) y corrí. Él estaba mirando por la familiar ventana de la

habitación en el patio trasero.

—¿En serio? —pregunté, pasando la mano por encima de su suave

pelaje—. Son los pollos. Te lo dije, si no es un zombi, no ladres. —

Terminadas mis tareas del día, entré a la sala de estar para calentarme

junto al fuego.

Zoe, vestida con mis viejas ropas de invierno, se sentó en el sofá a mi

lado.

—¿Puedo montar la cuatrimoto?

—No, Zoe. Hace frío afuera.

—Pero nunca he montado una.

—En primavera. Cuando haga calor.

—Pero quiero montarla ahora.

—Hace demasiado frío. Quédate aquí donde está cálido —insistí.

—¿Por favor, Orissa?

—Zoe, no. Te leeré un capítulo más.

—No. Leer es aburrido. Todos consiguen salir excepto yo. ¡No es

justo!

No estaba de humor para escuchar otro berrinche. Y no iba a dejar

que Zoe saliera al frío cuando estaba luchando contra una muy mala

infección respiratoria. Ni siquiera debería estar fuera de la cama justo

ahora.

—Dije que no. —Mi voz salió demasiado severa para mi gusto. Los

ojos verdes de Zoe se llenaron de lágrimas y salió corriendo.

—Ella realmente te admira —dijo Padraic en voz baja.

—¿Y?

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—Deberías sacarla.

—No. Hace frío y está enferma.

Padraic se sentó en el borde del sofá.

—Eso la haría feliz.

—No. No voy a hacer nada que pueda ponerla más enferma.

—Orissa, ¿prefieres pasar tres días viviendo de verdad o tres

semanas encerrada en una habitación? —Cuando no respondí, él

continuó—. La vida es acerca de calidad, no cantidad. Podríamos morir

mañana. ¿Eso quiere decir que deberíamos renunciar a la felicidad?

Odiaba que Padraic tuviera razón. Odiaba que en medio de toda la

muerte y la agonía todavía estuviera preocupado por ser feliz. Era bastante

difícil asegurarse de que llegáramos al siguiente momento con vida. No me

importaba una mierda la felicidad. Sólo quería que todos vivieran.

Puse mi cara entre mis manos. Echaba de menos ser feliz. Echaba

de menos reírme y sonreír libre de preocupaciones.

—Está bien. —Me levanté y encontré a Zoe. Envolví una bufanda

alrededor de ella y subí la cremallera de su abrigo. Padraic, Raeya y Argos

vinieron con nosotros, tomando turnos para vigilar y correr con nosotros.

Deje manejar a Zoe y ella lo hizo a máxima velocidad. Recorrimos el

arroyo, sobre la colina que conducía al gran pastizal y a través de los

árboles. Zoe se detuvo y señaló todo lo bello, desde la escharcha que

cubría las ramas hasta las diminutas huellas de las aves en la fina nieve.

En lugar de ver el mundo como el horrible lugar que era, no vi nada

además de maravilla y belleza.

La felicidad de estar fuera de forma temporal había hecho que se

olvidara de su atenuada enfermedad. Con buen humor, bailó alrededor de

la casa y ayudó a Raeya a preparar la cena.

—Eso huele de maravilla —elogió Hilary cuando Zoe sacó el pollo del

horno—. Oh, ten cuidado de no quemarte, Zoe.

Zoe apretó los labios y miró a Hilary.

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—Sé lo que estoy haciendo —dijo con tanta insolencia que nos hizo

reír a Hilary y a mí.

Junto con el pollo, estábamos teniendo otra delicia esta noche. Zoe

puso con entusiasmo una cesta de panecillos dulces sobre la mesa y los

cubrió con una servilleta de tela.

Y tuvimos pastel de postre.

Parecía tan trivial celebrar Acción de Gracias mientras los zombis

vagaban por la tierra. Fue idea de Raeya. Estuve en desacuerdo al

principio, argumentando que no tenía sentido continuar con las

tradiciones culturales.

—El grupo no tiene mucho que esperar —me recordó—. Todas

nuestras familias y amigos están muertos o algo peor en este punto.

Cuando logramos pasar un período de veinticuatro horas sin ser atacados

por los monstruos que comen carne, lo llamamos un buen día. La gente no

puede tomar tanto; las pequeñas cosas ahora son más importantes que

nunca, Orissa. Celebrar algo, incluso un día festivo sin sentido como el Día

de Acción de Gracias realmente podría alegrar el ánimo de todos.

Necesitamos esto.

Nos amontonamos alrededor de la mesa del comedor. El banquete no

era nada como lo que estaba acostumbrada en Acción de Gracias, pero

para nosotros fue un festín.

—Creo —dijo Raeya mientras pasaba la cesta de pan por la mesa—.

Que todos deberíamos pensar en una cosa por lo que estamos agradecidos.

Sé que los tiempos son peores que nunca, pero si todos pudiéramos

encontrar una pequeña cosa, sería bueno para nosotros.

—Esa es una idea maravillosa —estuvo de acuerdo Padraic.

—Sí —dijo Jason rápidamente—. Lo es.

—¡Gracias! —Sonrió Raeya—. Yo iré primero. Estoy agradecida por

todo lo que tenemos: comida, refugio, amigos. Tal vez no sea lo ideal, pero

estamos vivos y muy cómodos. —Giró hacia su derecha, mirándome.

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Odiaba la parte de ―dar gracias‖ del Día de Acción de Gracias incluso

antes de que los zombis atacaran. Siempre me sentía incómoda

compartiendo cómo me sentía.

—Estoy agradecida por mi mejor amiga, Raeya, y todo lo que ha

hecho por nosotros —dije con timidez y le sonreí.

Padraic fue el siguiente.

—Estoy agradecido por el apéndice de Orissa que tuvo que ser

sacado cuando lo hizo —dijo, guiñándome un ojo—. Sin ella, ninguno de

nosotros estaría aquí.

—Sí —estuvo de acuerdo Spencer cuando los ojos se fijaron en él—.

Estoy agradecido de que ella nos sacará de ese ático. Sé que sólo fue por

Raeya.

Las gracias continuaron con un tema similar, hasta que sólo quedó

Lauren.

—Estoy agradecida por este inocente animal que Orissa sacrificó.

Agarré mi tenedor. El silencio cayó sobre la mesa. Raeya se aclaró la

garganta.

—Está realmente bueno —dijo Raeya—. Gracias, Rissy.

—Sí —estuvo de acuerdo Lisa, mirando con enfado a Lauren—.

Gracias por poner comida en la mesa.

—De nada —dije con los dientes apretados, esperando que Lisa no

se ofendiera con mi poca benevolencia. La nube gris se cernió sobre mí por

el resto de la cena.

Raeya, Jason, Padraic, Sonja, Lisa y Zoe jugaron una partida de

Monopoly11 después del postre. Movieron la mesa de café cerca de la

chimenea en la sala de estar. Me senté en la mesa del comedor, limpiando

11 Monopoly: Juego de mesa de bienes raíces.

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206

las pistolas. La charla feliz y las risas del juego flotaban por el vestíbulo.

Casi me sentí feliz.

Lauren entró, poniéndose de pie en el extremo de la mesa.

—Siento si te ofendí —dijo en voz baja.

—Está bien.

—Bien. No quiero que alguien que puede destripar animales esté

enfadado conmigo.

Molestia hirvió dentro de mí.

—Sip.

Observó cómo armé de nuevo la pistola.

—Nunca me hubiera imaginado que fueras así en la escuela.

—¿Cómo qué?

—Toda cazadora. Parecías tan normal.

—Soy normal.

—No. La gente normal no sabe cómo hacer eso.

—¿Hacer qué?

—Desmontar una pistola. Eres como el padre que limpia sus armas

cuando su hija lleva a casa a su primer novio.

—Eso no tiene sentido, Lauren.

—Uh, sí, lo tiene.

—No, no lo tiene. Uno, no tengo una hija. Dos, no estoy tratando de

asustar a nadie para mantenerlo dentro de sus pantalones y tres,

simplemente eres estúpida.

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—¿Soy estúpida? —Levantó una ceja y puso una mano sobre su

cadera.

—Sí. Lo eres.

—Lo que sea. Tú eres una desertora de la universidad.

Con un movimiento de su cabello, giró sobre sus talones. Volví a

armar mi M9, agradecida de que no estuviera cargada. Distante, me uní a

los otros en la sala de estar, tratando de deshacerme de lo irritada que

estaba. No importaba, me dije.

Traté de leer. No había leído por diversión en Dios sabe cuánto

tiempo. Solo había leído dos páginas cuando Lauren se sentó en el sofá a

mi lado. Empezó a parlotear sobre su vida en la escuela con Padraic. Junto

con lo molesto de estarme jodiendo los últimos días, acertó coqueteando

abiertamente con él. Él sólo escuchaba a medias, demasiado educado para

decirle que se callara la boca.

Cuando ella volvió a contar —de nuevo— su historia de cómo una

agencia de modelos ―prácticamente le rogó firmar.‖ no pude soportarlo

más.

—Oh, Dios mío, Lauren —escupí, cerrando mi libro de golpe—. ¡Si no

te callas, voy a encontrar una botella de aerosol, llenarla de sangre de

zombi, y rociarla sobre tu cara!

—Caramba, ¿tan psico? —soltó en un bufido Lauren.

—Sí. Estoy loca. Realmente loca. ¡Y eres la primera persona a la que

jodidamente voy a morder!

—¿Rissy? —preguntó Raeya suavemente—. ¿Estás bien?

—Bien. Estoy bien. Sólo soy una asesina de animales, una loca

cabeza hueca.

—Está bien. —Asintió—. Siempre y cuando esté bien con eso.

Dejé el libro y salí de la habitación hacia el porche. El aire frío de la

noche me golpeó, haciéndome temblar. Raeya salió detrás de mí.

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—¿Rissy? ¿Qué está pasando?

—Nada. Estoy bien.

—No me mientas.

—Lo siento. No puedo soportar a Lauren.

—Yo tampoco. Intenta estar atrapada en un ático con ella durante

días. Varias veces contemplé la posibilidad de empujarla fuera.

Sonreí.

—Yo probablemente lo habría hecho. —Raeya tembló—. Estoy bien

ahora. Ese ataque de nervios fue bueno para mí. Vamos a volver a entrar.

Padraic y yo estábamos en la primera guardia esa noche. Hacía

viento y la vieja casa crujía y gemía con cada ráfaga.

—¿Dónde aprendiste cómo manipular los cables pare encender un

coche? —preguntó.

—En el centro de detención de menores.

—¿Te enseñan eso en el centro de detención de menores?

—Por supuesto que no —me reí.

—Entonces, ¿cómo…?

—Conocí a alguien en el centro de detención. Intercambiamos

mucha información divertida.

—¿Por qué estuviste en el centro de detención de menores?

—Yo, uh, golpeé a alguien —admití con vergüenza.

—¿Por qué?

Me encogí de hombros.

—Ellos insultaron a Raeya.

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En realidad, Ted me había dado un discurso sobre cómo no

deberíamos de demostrar violencia incluso cuando éramos tentados. No

esperaba ser arrestada. Y en realidad no le di una paliza al chico. Le di un

puñetazo en la cara, rompiendo su nariz, después de que llamó gorda a

Raeya. Pero, después de eso, viví con mis abuelos.

—De verdad no te entiendo. —Pasó las manos por su cabello,

despeinándolo—. Cada vez que pienso que puedo ver a través de las grietas

de tu exterior de chica dura, las eriges de nuevo. Creo que sé quién eres y

entonces te deslizas a través de mis dedos.

—Ni siquiera yo sé quién soy.

Las palabras salieron de mi poca por voluntad propia. De repente,

me sentí expuesta y desnuda. Me levanté y me encargué de mirar a través

de todas las ventanas en busca de zombis. Evité hablar con nadie más que

con Raeya por el resto de la noche.

Los caballos —los tres— vinieron corriendo a través del pastizal a la

mañana siguiente. Con las fosas nasales dilatadas, se detuvieron,

jadeando en busca de aire. No pude evitar el cariño que se agitó en mi

corazón. Demasiado emocionada para reflexionar sobre lo que los había

asustado, corrí hacia la casa para buscar a Raeya. Lisa, Sonja y Zoe

estaban completamente emocionadas. Como la mayoría de las chicas,

amaban a los caballos. Se apresuraron a ponerse sus abrigos.

Zoe estaba diciendo que iba a buscar golosinas para ellos cuando se

resbaló. Pensé que tal vez se había tropezado con su bufanda. Cayó por las

escaleras, aterrizando en la parte de abajo, inmóvil. El terror corría por

mis venas mientras me movía rápidamente.

—¡Padraic! —grité, mi voz amenazando con quebrarse—. ¡No, no, no!

¡Zoe! —La sacudí bruscamente buscando su pulso—. ¡Padraic! ¡Hilary!

¡Ayuda! —Las lágrimas llenaron mis ojos. Zoe no se movía—. ¡Zoe, Zoe!

Padraic y Raeya llegaron primero. Me quité para dejar que Padraic

trabajara en un milagro. Raeya agarró mis manos. Ahogué un sollozo. Ella

me abrazó. Todos los demás se había apresurado hacia allí ahora. Sonja

sostuvo a Lisa, ambas mirando con miedo en sus ojos.

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—Está viva —dijo Padraic, levantando suavemente el cuerpo

inconsciente de Zoe. Miró a Hilary, sus ojos transmitiendo un mensaje.

Hilary asintió y se alejó, las lágrimas corrían por su rostro. Padraic cargó a

Zoe por las escaleras y la acostó en mi cama. La metimos bajo las

sábanas—. Dejadla descansar —nos dijo Padraic, con el rostro sombrío.

Los ojos de Zoe se abrieron.

—Zoe —susurré, moviéndome a su lado.

—Vi los caballos. —Su voz era un débil eco—. Son hermosos.

—Sí, sí, lo son.

—El blanco es mi favorito.

Miré a Raeya. ¿Cómo lo supo Zoe… si ella no los había visto? La

boca de Raeya se abrió con asombro y negó con la cabeza.

Padraic se arrodilló junto a la cama.

—¿Quieres algo, Zoe? ¿Agua, comida… algo?

—Estoy un poco sedienta —respondió.

—Te traeré una bebida —dijo Raeya y salió corriendo de la

habitación, empujando a todos. Le trajo agua a Zoe, quien apenas tenía

fuerzas para sostener el vaso. Todos tomamos un turno sentándonos y

hablando con Zoe.

—¿Orissa? —me llamó débilmente.

—¿Sí?

—¿Te sentarías conmigo?

—Por supuesto, Zoe. —Me senté con cuidado a su lado. Ella levantó

las mantas para que metiera mis pies debajo. Cuidadosamente, se sentó y

apoyó su cabeza en mi hombro. Envolví mis brazos alrededor de ella y

luché contra las lágrimas.

—Estoy cansada —susurró.

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—Duerme. Yo me quedaré aquí.

—Está bien. —Como si supiera lo que estaba pasando, Finickus

saltó con gracia sobre la cama. Se frotó contra Zoe, ronroneando con

fuerza. Padraic les dijo a todos que Zoe realmente necesitaba descansar.

No sé a dónde se fueron o qué hicieron, pero la habitación se vació.

—¿Orissa? —dijo.

—¿Sí? —respondí.

—No puedo dormir.

—¿Quieres que te lea?

—No. ¿Me cantarías una canción?

—Claro. —Asentí, cerrando los ojos—. ¿Qué canción?

—Algo bonito.

—Está bien. —Mi cerebro se aceleró. La música que escuchaba

nunca sería clasificada como ―bonita.‖ Canté lo primero que se me vino a

la mente de mi película favorita de la infancia.

Vamos, deja de llorar.

Todo estará bien.

Sólo toma mi mano y apriétala fuerte.

Te protegeré

de todo a tu alrededor.

Estaré aquí.

No llores.

Para alguien tan pequeño,

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pareces demasiado fuerte.

Mis brazos te sostendrán,

te mantendrán a salvo y cálido.

Este vínculo entre nosotros.

No puede ser roto.

Estaré aquí.

No llores.

Las lágrimas brotaron de mis ojos, bajando por mis mejillas.

Luchando por mantener el nivel de mi voz, tuve que hacer una pausa y

tomar un respiro.

Porque estarás en mi corazón.

Sí, estarás en mi corazón.

Desde este día.

Ahora y para siempre.

Estarás en mi corazón.

No importa lo que digan.

Estarás aquí en mi corazón, siempre.

Por qué no pueden entender

la manera en que sentimos.

Ellos simplemente no confían

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en lo que no pueden explicar.

Sé que nosotros somos diferentes,

pero en el interior

no somos diferentes en absoluto.

Desde este día.

Ahora y para siempre.

Y tú estarás en mi corazón.

Sí, estarás en mi corazón.

Sollozos incontrolables escaparon de mi garganta. No fui capaz de

terminar la canción, a pesar de que no importaba. Los ojos de Zoe estaban

cerrados. Su respiración era débil y superficial. La besé en la parte

superior de la cabeza, llorando incluso más fuerte. No era justo. Ella había

llegado tan lejos, escapó de una muerte segura y desafió las

probabilidades. Era tan joven, tan inocente. Cerré los ojos y oré por

cambiar de lugar con ella. Ella tenía mucho por delante.

—Llévame —susurré.

Tuve mi oportunidad. Había arruinado mi vida, tomando malas

decisiones y haciendo cosas para lastimar y molestar a propósito a la

gente. No era una buena persona. Vivía por mí misma y nunca daba una

mierda por nadie más que no fuera yo.

Zoe era todo lo que yo no era. No estaba bien. No podía dejar de

estremecerme. Cautelosamente, moví a Zoe lejos de mí y me levanté para

conseguir otra manta y mantenerla caliente.

—Tienes una voz hermosa.

No lo había visto, sentado en el pasillo. Su voz me sobresaltó.

—Gracias —respondí y me limpié los ojos, no queriendo que Padraic

viera mis lágrimas. En la penumbra, pude ver que él también había estado

llorando—. ¿Hay algo que podamos hacer?

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—Permanecer con ella —susurró.

Asentí, mi corazón rompiéndose. Saqué una colcha de la cama en

una de las habitaciones de huéspedes. Me acosté junto a Zoe, poniendo la

colcha sobre las dos. Me aferré a su pequeña mano toda la noche, a la

espera de un milagro.

La luz del sol brilló a través de la ventana escarchada.

Y Zoe nunca despertó.

No recuerdo decir su nombre. Sus brazos se envolvieron alrededor de

mí y hundí mi cara en su pecho, llorando.

—No quiero seguir haciendo esto —admití.

—¿Hacer qué, Orissa? —preguntó, alisando mi cabello.

—Vivir en este mundo. —Sollocé—. Crees que soy dura, pero no lo

soy. No lo soy en absoluto.

—Sí, lo eres, Orissa.

Me sequé las lágrimas, mostrándole la prueba.

—Es obvio que no.

—Eres humana. —Me atrajo y apoyó su cabeza sobre la mía—. Dá

fhaid é an lá tiocfaidh an tráthnóna.

No tenía idea de lo que dijo. Dejé que me sostuviera durante un

minuto más, deseando alejar el dolor. Pasó su mano por mi mejilla,

girando mi rostro hacia él. Cuando sus labios se presionaron contra los

míos, me aparté.

—Tenemos que enterrar el cuerpo —dije, trayendo lágrimas a mis

ojos. Mi visión era borrosa mientras empezaba a llorar. Aturdida salí de la

habitación y encontré a Raeya.

Spencer y Jason cavaron la tumba. Raeya y yo envolvimos con

cuidado una sábana blanca alrededor de Zoe. El cortejo fúnebre se dirigió

a través del frío viento de noviembre hacia la cima de la pequeña colina.

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Raeya sostuvo mi mano mientras Hilary hablaba. Lisa encontró un ramo

de flores muertas y secas. Las dejó caer en el hoyo de una en una.

Apilamos rocas en la parte superior de la tumba como lápida y para

evitar que los zombis desenterraran su cuerpo sin vida. Me arrodillé junto

a la tumba, tomando lentas y controladas respiraciones para no llorar. El

viento sacudía las ramas muertas. Incliné mi cabeza, dejando que las

lágrimas cayeran.

Alguien gritó. Miré hacia arriba para ver una docena o más de

zombis estrellándose a través del bosque. Me tragué mi dolor,

convirtiéndolo en rabia. Agarré la pala, mi cuerpo voló sobre el zombi más

cercano. Usando la pala como una lanza, la empujé en la cara del zombi.

Sostuve el mango y le di un puntapié al cuerpo en descomposición. Me di

la vuelta, poniéndome de lado para golpear la cara de otro zombi.

Vagamente era consciente de alguien gritando mi nombre. Todo lo

que quería hacer era matar a los hijos de puta. Estaban por todas partes.

Rodeándonos, circundándonos. Unos pocos tenían sangre fresca en sus

rostros y se movían rápido.

Argos lanzó un gritó. No iba a perderlo hoy. Agarré la parte posterior

de la camisa de un zombi, tirando de ella para alejarlo de mi perro. Él cayó

al suelo y usé el tacón de mi bota para romper su cráneo. Ya que estaba en

la fase gomosa, mi pie se hundió en la masa putrefacta.

—¡Rissy! —gritó Raeya.

Me di la vuelta, dispuesta a defenderla. Estaba de pie a unos buenos

dieciocho metros de distancia, haciendo señas como una loca para que la

siguiera y huyera. Balanceé la pala por última vez. Golpeé a un zombi en

la cabeza, su oreja se aplastó, pegándose al metal. La dejé caer, agarré a

Argos por el cuello y corrí hacia Ray.

Cuando regresamos a la casa, me di cuenta de que Hilary y Spencer

no lo habían logrado. No teníamos tiempo para llorar. Sabiendo que

teníamos cuestión de minutos hasta que los zombis aporrearan la puerta

principal, nos apresuramos a empacar lo que pudimos. Si no fueran

malditamente tantos, me quedaría en la casa, esperando que los barrotes

de las ventanas resistieran y que la puerta pudiera soportar la presión.

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Y entonces todos nosotros moriríamos.

Eran demasiados. Rodearían la casa, haciendo cualquier cosa para

entrar y seríamos presas fáciles. Teníamos que irnos. Subí corriendo las

escaleras y agarré la Berretta y mi bolso. El peluche rosa de gato de Zoe

estaba enredado en las sábanas. Lo metí en mi bolso.

Padraic llevó a Lauren y a Jason abajo para cargar las armas. Raeya,

Lisa y Sonja tiraron frenéticamente comida en sus bolsos. No teníamos

tiempo para conseguir mantas o combustible. Con Finickus escondido

debajo de mi brazo, me obligué a salir por la puerta principal. Los zombis

gruñeron, a sólo unos metros de distancia. Disparé, dándole a uno y

asustando al gato. Él saltó fuera de mis brazos, arañando mi estómago, y

salió huyendo.

No podía pensar en ello. Teníamos suerte de que los coches se

mantuvieran cerca de la puerta principal. Nuestros escasos suministros

fueron arrojados en la parte trasera de la camioneta. Padraic, Jason, Sonja

y Lauren entraron a la Range Rover y Raeya, Lisa, Argos y yo subimos a la

camioneta.

Los zombis estaban por todas partes. Como si alguien hubiera

sacudido la colmena, pululaban alrededor, gimiendo y buscando comida.

Nos desplazamos hacia el sur. Mi corazón latía tan rápido que pensé que

podría explotar. Mis ojos estaban muy abiertos por el terror mientras

trataba de comprender cómo las cosas habían ido de mal a peor en

cuestión de segundos.

Una vez que la conmoción pasó, dejé la camioneta en la costa para

una parada. Estábamos en una zona boscosa, en una montañosa parte del

estado; no era un buen lugar para detenerse. Estábamos jodidos.

Realmente jodidos. No sabía cómo íbamos a salir de ésta.

Recomponte, me dije. Asintiendo con la cabeza a mis propios

pensamientos, me obligué a tomar una profunda respiración, manteniendo

la cuenta hasta cuatro y soltándola. Repetí el estúpido ejercicio de

respiración hasta que tuve más control. Padraic se detuvo a mi lado. Sus

ojos azules estaban inyectados de sangre y estaba temblando.

—¿Qué hacemos? —preguntó débilmente, su voz a punto de

quebrarse.

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—Seguir adelante. Encontrar un lugar abierto, um, un lugar seguro

para hablar. Refugiarnos, entonces… entonces seguir adelante.

—¿No podemos regresar? —preguntó Lisa.

Negué.

—No. Tal vez después, varios días después. Ya viste cuántos eran.

—¿De dónde vinieron? —preguntó Raeya distante. Se sentó inmóvil,

con sus ojos marrones fijos en nada.

—No lo sé. Debieron moverse en busca de comida.

—Había tantos —susurró Raeya, con labios temblorosos.

Peiné mi cabello hacia un lado y comencé a trenzarlo, necesitando

hacer algo con mis manos.

—Tal vez… ellos se unen o algo así. —Saqué la banda para el cabello

de mi muñeca y la envolví alrededor de la trenza—. Conducir. Sigamos

conduciendo.

Y lo hicimos.

La alarma de bajo nivel de combustible sonó ominosamente. Sabía

que Raeya la oyó y podía sentir sus ojos en mí. Me mordí el labio pero

seguí conduciendo. Estábamos en un tramo de la carretera nacional, con

nada más que campos a ambos lados. Pronto, recé, llegaríamos a un

pequeño pueblo, a una gasolinera o a una parada de camiones. Los

sifones12 todavía estaban en la Range Rover. Seríamos capaces de

conseguir gasolina y seguir nuestro camino.

Encontramos un pequeño pueblo. Un pequeño pueblo fantasma sin

coches ni gasolina. Decidiendo que era un buen lugar como cualquier otro,

nos detuvimos. Estaba desolado y vacío. Sin molestarnos en bajar

cualquiera de nuestras cosas, los siete salimos. Este pueblo fantasma no

12 Sifones: Tubo encorvado que sirve para sacar líquidos de algún recipiente contendor,

haciéndolos pasar por un punto superior a su nivel.

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218

era tan bonito como el último en el que nos quedamos. Las casas estaban

deterioradas antes de que fueran abandonadas; había puertas abiertas y

ventanas rotas.

Entré primero, con el arma en alto. La casa olía a viejo y a olvidado,

pero no era desagradable. Funcionaría. No teníamos velas ni fósforos.

Había guardado una pequeña linterna en mi bolso. Antes de la puesta del

sol, regresé a la camioneta para ordenar los pocos suministros que fuimos

capaces de conseguir.

Padraic hizo un buen trabajo reuniendo las armas. Fue algo bueno

que decidiera mantenerlas cargadas; habían sido arrojadas al azar dentro

de las bolsas de lona. Una caja de balas derramadas, rodando por todas

partes. Mientras las recogía, juré que cada una terminaría en la cabeza de

un zombi.

Raeya había tenido dos ―bolsos de emergencia‖ listos debajo del

mostrador de la cocina. Cada bolso contenía suficiente agua y comida para

durarnos dos días, y era para cuando había diez de nosotros. Si lo

racionábamos cuidadosamente, tendríamos cinco o seis días antes de que

empezáramos a morir de hambre. Más que nada, teníamos que encontrar

una fuente de agua limpia. No me iba arriesgar dejando que alguien

bebiera de un estanque, un lago o un arroyo, es decir, si teníamos suerte

de encontrar alguno. ¿Qué si los zombis los habrían atravesado? Dudaba

que pudieran nadar. ¿Sus cuerpos se quedarían para la eternidad en el

fondo?

—No —me dije a mí misma—. Se caerían a pedazos.

—¿Quiénes se caerían a pedazos? —preguntó Raeya,

sorprendiéndome.

—Los zombis bajo el agua. Bueno, tal vez caerse a pedazos no sea la

palabra correcta. ¿Desintegrarse? Sí, esa es mejor.

—Eww.

—Sí. —Alcé uno de los bolsos de emergencia por encima de mi

hombro—. Eres brillante por hacer esto, ya sabes.

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—Gracias, pero tú eres la que dijo que estar preparado es la clave,

¿recuerdas?

—Sólo estaba repitiendo lo que me dijo mi abuelo.

—Él estaría orgulloso de ti, Rissy.

Emoción apretó mi garganta.

—Sí. —Asentí y entré a la casa.

Comimos, dormimos, y nos fuimos. Me vi obligada a tomar gasolina

de la Range Rover, lo que me hizo sentir mal. Si nos quedábamos sin

combustible en medio de la nada… simplemente no habría esperanza.

Después de unas horas sin sentido dejando atrás la puesta de sol,

llegamos a un estacionamiento infestado de zombis. Ambos vehículos

tenían menos de un cuarto del tanque. Era ahora o nunca. Sonja era

rápida. Confiaba en que ella conseguiría la gasolina mientras yo distraía a

los zombis.

Probablemente parecía una terrorista, con un rifle en cada brazo y

una pistola en cada mano. Mis bolsillos estaban llenos de balas. Era un

plan horrible.

Pero funcionó.

Fui capaz de conseguir la atención de los zombis y abrí fuego con

una precisión mortal. En lo alto de un autobús escolar, estaba fuera de su

alcance. Tuve una enferma satisfacción al ver sus cerebros explotar

mientras las balas perforaban a través de su piel podrida.

Raeya se apresuró hacia nosotras dos mientras conducía la

camioneta. Salté, torciéndome el tobillo y la muñeca en un rápido intento

de largarnos de allí. Nos alejamos a toda velocidad, deteniéndonos cuando

ya no pudimos verlos, oírlos u olerlos. Me subí a la camioneta, Argos

emocionado me dio la bienvenida.

Los días se mezclaron. Incluso Raeya dejó de hacer el seguimiento

después de una semana. Estábamos cansados, andrajosos, hambrientos,

fríos, sucios y faltos de esperanza. Pero moviéndonos constantemente

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fuimos capaces de evitar casi cualquier zombi o loco. Dormíamos en los

coches, sintiéndonos más seguros en dos pares de ruedas bajo nosotros. Si

necesitábamos hacer una rápida salida, podríamos hacerlo.

Terminándonos nuestra última porción de carne seca, hice una

parada desesperada en un pequeño pueblo de Kansas. Al igual que en mi

ciudad natal, ésta había sido saqueada. No había quedado nada.

Revisamos una pequeña pizzería, saliendo con nada más que latas de

aceitunas y salsa de tomate.

Eso era lo que teníamos para cenar esa noche.

No había dormido en días. Me podría quedar dormida durante unos

minutos y luego despertaría sobresaltada. Me prometí que haría lo que

fuera para mantener vivos a los otros. Le mentí a Raeya, diciéndole que ya

había comido y le di mis pasas ―sobrantes‖ esa mañana.

Era una sombría, aburrida y triste mañana. El viento soplaba a

través de las débiles láminas del granero donde estábamos ocultos. La

mitad del techo se había volado en una tormenta. Era una protección de

mierda de los elementos naturales, pero nos permitía ver a nuestro

alrededor. Era temporal, les recordé a todos. Estábamos hartos de

permanecer en el coche. Nuestros músculos estaban tiesos de estar

sentados, nuestros ánimos estaban bajos, si es que aún existían en este

momento, y nuestro mal humor era alto.

Estábamos en el pajar. Incluso Argos. Fue un dolor en el culo

transportar sus más de 36 kilogramos hasta allí. Todos se habían

encariñado con él como mascota y podría discutir su practicidad. Estaba

descansando su cabeza en mi regazo, quedándose dormido mientras le

rascaba detrás de las orejas. Raeya tembló. Tratando de no molestar a

Argos, me quité la chaqueta y se la lancé.

—Riss, hace demasiado frío para que no lleves abrigo. —Frunció el

ceño y me lo ofreció.

—Voy a estar bien por un rato. Argos me mantiene caliente.

—Calentaré mis manos. Luego te la pondrás de nuevo —dijo y metió

las manos dentro de las mangas.

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—De acuerdo.

Padraic comenzó a hablar cuando Argos gruñó. Frenéticamente,

agarré su correa. Su piel se erizó y mostró los colmillos.

—Mierda —dije en voz baja cuando vi lo que él estaba viendo.

Zombis. El suelo temblaba bajo sus pies no-muertos. Eran más de

los que nunca había visto. Estábamos jodidos. No podíamos quedarnos

aquí. Si la próxima gran ráfaga de viento no derribaba este granero en

ruinas, la manada de los no muertos marchando sin duda lo haría.

—Poneos contra la pared y no habléis, mováis o respiréis —di

instrucciones.

Le di la correa de Argos a Padraic, que podría manejar mejor la

fuerza del perro. Padraic acercó el perro a él y puso una mano alrededor de

su hocico para que no ladrara. No podíamos quedarnos aquí. Todos

moriríamos. Eso, era seguro.

Agarré un rifle, metiendo la cabeza a través de la correa. Me colgué

el carjac de flechas y el arco por encima del hombro, metí un cargador

extra en mi bolsillo y me levanté.

—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó Padraic, sobre los

gruñidos ahogados de Argos.

—Voy a traer la camioneta. Entrad en la parte de atrás tan pronto

como sea posible.

—¡No! —Objetó Raeya—. ¡Rissy, vas a morir! ¡No-no puedes salir allí

con ellos!

—Todavía están lo suficientemente lejos, puedo llegar al coche.

—No, lo están. Quédate aquí y nos pasaran —suplicó.

—Nos encontrarán. Nuestra mejor opción es salir de aquí. Luego

podemos regresar por la camioneta.

—¡Orissa, esto es una locura! —Gritó Jason—. ¿Y si no lo logras?

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—Tengo que intentarlo. —Me acerqué a la escalera.

—Podrías morir —gritó Raeya, poniéndose de pie.

—Mueres intentándolo o simplemente mueres —le dije, sintiendo

que eso no estaba sucediendo realmente—. No me voy a dar por vencida

todavía. Dije que os mantendría vivos y, bueno, esta es la única manera.

Mis pies golpearon el frío cemento, el choque lastimando mis

tobillos. Saqué una flecha, lista para disparar. Mi respiración hizo una

nube a mí alrededor mientras la adrenalina corría por mis venas. Los

zombis estaban más cerca de lo que esperaba. Rodeando los coches,

pasándolos sin una segunda mirada. Hambrientos, seguían nuestro olor

humano. Solté una flecha. Cortó a través del aire y atravesó el blando

cráneo de un zombi, continuando su viaje letal dentro del ojo derecho de

otro.

No podría hacer eso de nuevo si lo intentara. Corrí alrededor del

granero, trepando el tejado de algún tipo de construcción. Disparé el resto

de mis flechas. Dos zombis rápidos corrieron delante del resto, estirando

sus brazos hacia adelante cuando captaron mi movimiento.

Disparar el arma sin duda alguna me delataría. Dejé caer el arco,

salté y sostuve el rifle como un bate de béisbol. Golpeé a uno en la cabeza

y le di una patada a otro en el pecho.

Su piel se despedazó, haciendo la parte de abajo de mi bota

resbaladiza. Mi pie se patinó debajo de mí. El zombi que había pateado

agarró mi pie, llevándolo a su boca. No pudo morder a través de mi boca.

La M9 estaba metida en mi cintura, hiriéndome como el infierno cuando

aterricé sobre mi espalda. Me retorcí locamente, recuperándola. La sostuve

en la cabeza del zombi y apreté el gatillo.

Trozos de cerebro y sangre seca salpicaron mi cara. Gracias a Dios

me acordé de cerrar los ojos. Limpiando la sangre de zombi de mis labios,

me di la vuelta, disparándole al otro en la mejilla. Maldita sea, pensé,

maldiciendo por desperdiciar una bala.

Disparé de nuevo, esta vez golpeándolo justo entre los ojos. Masa

encefálica amarilla brotó de la herida de bala. Escalé de nuevo hacia el

techo, a lo que debía de ser un gallinero, basándome en las plumas. Vacié

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mi cargador, enterrando cada bala profundamente en el cráneo de un

zombi.

A pesar de que caían como moscas, ni siquiera disminuí el

horripilante número que avanzaba hacia nosotros. Cambié al rifle,

disparando a todo lo que se movía. Tenía que bajar del techo antes de que

estuviera completamente rodeada. Dejé caer el rifle, deslizando otro

cargador dentro de la M9 y salté. Corrí al granero. Subí casi dos metros de

la escalera, me di la vuelta y disparé.

Un zombi se movió a través de la multitud con una velocidad y

gracia escalofriantes. Todavía quedaba una bala. Apunté cuidadosamente,

alineando la mirilla con su ojo. Hice una pausa, pensando que era el zombi

mejor parecido que alguna vez había visto. Sus ojos se encontraron con los

míos justo cuando apreté el gatillo.

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Traducido SOS por VicHerondale y GideonL

Corregido por katiliz94

n zombi junto a él cayó al suelo. Se puso el dedo en los

labios y se acercó, inadvertido, a través de los monstruos

que comen carne que desgarraban la parte rota del granero.

Cuando estuvo en la parte inferior de la escalera, me hizo una seña para

que bajase. Tragué saliva, sin saber por qué diablos yo confiaría en esta

persona o quién demonios estaba caminando entre los zombis. Metí la M9

vacía en mi cintura y bajé, con las manos temblando, casi sin control.

Tan pronto como mis pies tocaron el suelo, él se apretó contra mí,

sujetándome entre su cuerpo y el silo. Con una camisa de manga larga y

negra, llevaba un chaleco de cuero con moho peludo. Arrugado y podrido

por partes. Quería empujarlo fuera de mí cuando me di cuenta de que

estaba hecha de piel de zombis. Dedos, atados a cadenas como

enloquecidas decoraciones, colgaban de su cuello. Una mano estaba atada

a su cinturón. Yo no sabía qué parte de un zombi estaba sobre la gorra de

béisbol que llevaba puesta.

Era asqueroso, tener partes zombi frotando contra mí. Olía

repugnante. Tan repugnante, que los zombis no serían capaces de

distinguir su olor humano de la carne podrida de uno de los suyos. Cerré

los ojos y enterré mi cara contra su pecho.

Como si no existiéramos, los zombis, agarrándose a la madera débil

que mantuvo a mis amigos a salvo. Estaba agradecida por este extraño,

era muy extraño pero quería ayudar a mis amigos. Un arma se disparó. Mi

cuerpo se tensó, pensando de alguna manera que uno de mis amigos

había conseguido un arma y le disparó al tipo que me estaba salvando,

pensando que era realmente un zombi.

Él pasó un brazo alrededor de mí, obviamente pensando que el tiro

haciéndose eco me asustó. Mis dedos se cerraron alrededor del material de

la camisa. Un zombi se detuvo, mirándonos con avidez. Puse al chico más

U

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cerca de mí, aguantando la respiración. Él se acercó más, cada parte de él

pulsando en mí. Con demasiado miedo para respirar, contuve la

respiración hasta que el zombi siguió adelante.

El rápido fuego de ametralladoras era posiblemente el sonido más

hermoso en el mundo ahora mismo. Quería ver a los zombis caer,

finalmente muertos. Cuando me atreví a abrir los ojos, lo único que pude

ver fue el pecho del extraño. Algo de plata colgaba delante de mí. Seguí la

cadena a una placa de identificación. UNDERWOOD, HAYDEN J. estaba

grabado en el metal. Abajo su nombre, su tipo de sangre, y un número de

seguro social estaban la letra ―USMC.‖

El chico de la Marina me sostuvo cerca de él mientras los zombis

eran baleados. Voces hicieron eco, voces masculinas, deliberadamente

gritando sobre las llamadas de muerte de los zombis. Había más soldados.

Hayden se echó hacia atrás por lo que sus ojos podían encontrarse con los

míos. Miró a la derecha y luego a mí. Muy ligeramente, asentí. Aferrándose

a la otra, dimos el paso más pequeño a la derecha. Nos congelamos,

esperamos, y dimos otro paso. Exageradamente lento, continuamos

nuestro juego de para y sigue hasta que estuvimos en el lado opuesto del

silo.

Con un movimiento imperceptible, Hayden llegó detrás de mí y tiró

de la M9 de mis jeans. Sin quitar sus ojos de los míos, él la descargó,

dejando caer el cargador vacío. Así como extrajo algo del bolsillo. Que hizo

clic en su sitio. Puso la pistola cargada en su mano y sacó su propia

cuenta. Él asintió con la cabeza una vez más, una sonrisa taimada

intermitente en su rostro. Inclinó su arma y se alejó. Había un pedazo de

metal oxidado que yacía cerca de nuestros pies. Lo cogí. Hayden me cubría

mientras yo la metí en la boca abierta de un zombi que se aproxima.

Hayden vació rápidamente su clip, golpeando a un zombi en la

cabeza con cada disparo. Finalmente, alguien que sabía cómo manejar un

arma, me dije a mí misma. Le dio una patada a un zombi en el pecho y

luego aplastó su cráneo con sus botas de combate. Metió la mano detrás

de sí, agarrando mi mano. Corrimos a través del granero, sin pasar por el

lado de los zombis. Un motor acelerado y un camión negro a toda

velocidad ejecutaron a tres zombis. Hayden subió en la parte de atrás,

extendiendo su mano para ayudarme, pero yo ya había subido.

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—Mis amigos están ahí —jadeé cuando el camión se alejó a toda

prisa.

—Ya no —me informó Hayden. Señaló a otro camión, a un par de

metros por delante de nosotros—. Los tenemos adentro.

—Gracias —le susurré. Mi corazón se aceleró. Temí que estuviese

soñando o muerta. El camión salió a través de un campo de maíz. Una

pistola se montó en el centro de la cama. Me apoyé en la parte de atrás,

estudiando que el hecho era que habíamos sido más o menos rescatados.

—Soy Hayden —me dijo.

—Orissa.

—Estás loca, asumiendo todos los zombis. ¿Qué estabas haciendo?

—Estaba tratando de llegar a nuestros coches. Ya sabes, para

ahuyentarlos.

—Oh. No eres militar, ¿verdad?

—No —negué con la cabeza.

—Tienes un buen tiro.

—Gracias. Mi abuelo me enseñó. Él estaba en la Fuerza Aérea.

—Genial. Yo estaba en la...

—Marina —adelanté.

—¿Cómo...?

—Tú rescataste a un psíquico —dije con una sonrisa leve. Sus ojos

se abrieron. Creo que me creyó—. Tu placa de identificación.

—Oh —se rió.

—¿Estás seguro de que llegaron todos?

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—No dejamos a nadie.

Asentí con la cabeza. Hayden se sacó el sombrero y se pasó la mano

por su corto cabello castaño. Varias millas fueron puestas entre nosotros y

los zombis cuando el camión frenó, en un camino rural y con una unidad

pavimentada rota. Rusticas puertas de metal sin fuerzas colgaban de las

bisagras. Un edificio grande, gris y de piedra se alzaba delante de nosotros.

Nuestro conductor estacionó el camión cerca de la parte delantera.

Jason, Sonja, y Argos estaban en el camión negro que monté.

Adentro Lauren, Lisa, Padraic y Raeya bajaron de una cama. Raeya corrió

hacia mí y me abrazó. Cuatro soldados vestidos de camuflaje, botas,

cascos y chalecos se bajaron, examinando lo que nos rodeaba. Hayden

saltó de la camioneta y tomó el chaleco de piel apagado. Él lo manejó como

si fuera cualquier otra pieza de ropa. Lo tiró junto al resto de su

guardarropa zombi en la cama de la camioneta y sacó la camisa de color

negro apagado. Tenía tatuajes tribales en su bíceps derecho, corriendo por

su brazo, sobre su hombro y en la espalda. Lo miré, preguntándome si

estaba mal que admirara su paquete de seis cuando los zombis, no muy

lejos, cojeaban por el campo con la esperanza de rasgar los órganos de

nuestros cuerpos y hacer una fiesta con nuestra carne.

Se vistió en su atuendo de combate listo, igualando a sus

camaradas. Argos saltó hacia mí, tratando de lamer mi cara. Me arrodillé

para acariciarlo. Tuve que contar a mis amigos dos veces para asegurarse

de que todos estaban realmente conmigo.

Uno de los soldados aplaudió a Hayden en la parte posterior.

—Buen trabajo con los zombis. Ves, te lo dije, todo lo que teníamos

que hacer era recoger a alguien cuya inteligencia rivalizase a sus

pensamientos y que fuera impredecible.

—Es una buena cosa que te hayamos recogido. Ellos

instantáneamente matarían a alguien más tonto de lo que ellos son —

respondió Hayden.

El soldado —su apellido era Brewster, ya que estaba cosido en su

chaqueta— se echó a reír.

—Oh, tengo trece años.

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—No es cierto —argumentó otro soldado llamado Calias—. Los

derribos con la ametralladora no cuentan.

Miré a los chicos con curiosidad. ¿Estaban contando cuántos zombis

mataron? Me puse de pie, mirando a más de ellos.

—Hola —dijo Calias—. Soy Brock. Estuviste increíble por ahí.

—Perdónalo —dijo Brewster—, pero no es que a menudo nos

encontremos con alguien que pueda acabar con zombi.

—Conozco la sensación —dije con una leve sonrisa—. Uh, gracias

chicos. Por ayudar allí.

—¿Ayudar? —Lauren soltó un bufido—. Nos salvaron. Y estarías

muerta si no fuera por ellos.

—Tenía un plan —escupí.

—Sí, claro. Ella siempre tiene un plan —le dijo Lauren a Hayden,

sonriendo tímidamente. Quería decirle que sus intentos de coqueteo eran

un culo incluso cuando ella no había pasado días sin ducharse. Su pelo

era un desastre grasiento, pero, por lo que era el mío, mantuve la boca

cerrada.

Padraic se acercó a mí, tomando mi mano entre las suyas.

—¿Estás bien, Orissa? No te hicieron daño ¿verdad?

—Estoy bien. Realmente. Hayden, Hayden me salvó no quería ser

una damisela en apuros. No quería admitir que necesitaba que me

salvaran, aunque en honor a la verdad sabía que estaba en una situación

más allá de mi control. Ahora, si yo tuviese armas como las que los

soldados tenían, sería una historia diferente. Con envidia, examiné el rifle

montado en el camión. Padraic me apretó la mano, con los ojos azules

perforando los míos. Me acordé de su beso. Saqué mi mano de nuevo, para

no darle ninguna señal mixta, no es que pensase que las tenía.

—Gracias —dijo, mirando a Hayden—. Por salvar Orissa. Y a

nosotros —agregó.

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—Es lo que hacemos —dijo Hayden—. Entrad. Tenemos un

campamento establecido ahí.

Brock Calias entró primero, el rifle listo por si acaso. Supe dónde

estábamos tan pronto como entré en el vestíbulo. Por supuesto que

llegaríamos a un lugar como este. ¿Qué mejor escondite que un viejo

sanatorio?

A medida que caminaba por un pasillo, subí un tramo de escaleras,

pasé por otro pasillo y una habitación grande, tenía sentido por qué los

chicos habían elegido este lugar. Había rejas en las ventanas, las paredes

eran de bloques de hormigón o cementadas, y las puertas eran de acero

con varias cerraduras. Aunque era muy espeluznante, este lugar fue

diseñado para mantener a locos violentos, y, en nuestro caso, funcionaba

perfectamente para mantenerlos fuera.

—Vamos a ver ese corte —le dijo Brewster a otro soldado. Una joven

pelirroja tiró de la pernera del pantalón hacia arriba. Tenía una herida de

cuatro pulgadas en la parte posterior de la pantorrilla. Estaba sucio e

irregular, y parecía cerca de estar infectado—. Te dije que debías ver el

equipo de granja —suspiró e inspeccionó el corte—. Creo que necesitas

puntos de sutura. Podemos volver al campamento.

—No —argumentó el joven soldado—. Tenemos órdenes...

—Ordenes de volver si alguien está herido —le recordó Brewster.

—No es tan malo —le respondió.

Padraic intensificó.

—Tal vez yo pueda ayudar —ofreció. La incrédula mirada que Ginger

le dio a Padraic provocó algo dentro de mí.

—Él es un doctor —me jacté de Padraic.

—¿En serio? —preguntó Hayden, sus ojos iluminandose—. ¿Eres

médico? ¿Un médico de verdad? —Padraic asintió. El entusiasmo de

Hayden creció—. Gracias a Dios. Nuestro personal médico está formado

por dos veterinarios, un par de enfermeras y una neuróloga que nunca

terminó la escuela de medicina. Y ella es una locura, no con el virus zombi

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de los locos, pero se encierra en su habitación escribiendo fórmulas

científicas sobre la pared, esa es su locura.

—¿Y su personal médico? —preguntó Padraic, inclinándose para

atender el corte de Ginger.

—En el complejo —explicó Hayden—. Es donde nosotros, eh,

vivimos, por así decirlo. Hay alrededor de trescientas personas allí. Es

seguro de los hostiles.

—¿Te refieres a los zombis? —le pregunté.

—Sí —estuvo de acuerdo, y me dio una mirada dura—. Hostil es el

término políticamente correcto para utilizar. De todos modos, podéis volver

con nosotros. Estamos tratando de encontrar supervivientes. No nos

hemos encontrado con un grupo tan grande desde que sucedió —miró por

la ventana que daba a la fachada—. ¿Dijiste que teníais coches?

—Sí —respondí.

—¿Están en buenas condiciones?

—El Range Rover sí. El camión es viejo —le confesé—. Y está lleno de

munición —dije con amargura hacia mí misma.

—¿En serio? —Hayden estaba repentinamente interesado. Se volvió

hacia Brewster—. Tenemos que volver a por ellos. Estamos en necesidad

de buenos vehículos.

Brewster inicialmente asintió, deteniéndose y mirándonos a los

siete.

—No podemos dejar a los civiles.

—Sólo seremos dos de nosotros. —Señaló Hayden—. Lo que deja a

tres para proteger a los chicos.

Brewster lo consideró, luego miró a Ginger.

—Rider no está en condiciones. Probablemente no debería mantener

peso en la pierna, ¿verdad, doctor?

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Padraic miró hacia arriba con sangre en las manos.

—Sí. No necesita puntos de sutura, teníais razón, pero hasta que se

cure debe tomárselo con calma.

—Yo voy. —Se ofreció Brock.

Brewter negó con la cabeza.

—No, si tú y Hayden vais, nos dejaréis a mí y a Wade solos para la

guardia. Encontraremos otro coche... en algún sitio.

—Yo puedo ir —dije sin rodeos.

—No. —Dijeron al unísono Raeya, Padraic y los soldados.

—¿Por qué no? Obviamente soy capaz de cuidar de mi misma. Y es

mi elección. No parece que seamos rehenes aquí, así que creo que puedo

irme si quiero.

—No creo que sea buena idea. —Dijo Brewster.

—¿Por qué no? Es mi coche.

—En realidad, es mio. —dijo Padraic—. Orissa, no.

—No puedes decirme que hacer. ¿Y si nos dirigimos allí? Lo único

que habría que hacer es saltar de un coche a otro. Será fácil. —Miré a

Hayden. El asintió con la cabeza.

—Me parece muy bien. —dijo Brewster. No podía entender por qué

estaba a cargo. Tal vez había tan pocos soldados que decidieron que los

rangos no importaban. Hayden cogió una mochila y puso un walkie-talkie

en su cinturón. Padraic no me miró cuando sacó las llaves del bolsillo.

Raeya me llevó aparte.

—¿No puedes dejar la estúpida valentía para los soldados? —suplicó.

—Estaré bien. Voy a entrar en el Range Rover de inmediato y a

acelerar. Lo prometo.

Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza.

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—Estamos tan cerca, Rissy. Cerca de sobrevivir de verdad en un

refugio real. Por favor, por favor, vuelve.

—Lo haré. —Me abrazó y seguí fuera a Hayden, que estaba sentado,

escopeta en mano, en el camión negro. Se escuchaba música country a

bajo volumen desde los altavoces.

—¿No tienes miedo de ir allí? —preguntó apartándose para dejarme

pasar.

—No. —Contesté automáticamente.

—¿En absoluto?

—¿Y tú? —repliqué.

—No.

—Mira. Ya somos dos.

—Sí, pero tú eres...

—¿Una chica? Oh dios mío, no debería ir allí.

—No estás capacitada para este tipo de cosas. —Concluyó.

—Oh. Bien. No formalmente. Pero, ¿quién realmente está entrenado

para combatir una oleada de zombis? ¿Tú? ¿El gobierno sabía esto?

—No, no teníamos ni idea. —Prometió—. ¿Qué tipo de entrenamiento

hiciste?

—Ya te lo he dicho, mi abuelo me llevaba a disparar.

—¿Solo?

—Más o menos.

—Hmmm. —Se dio la vuelta—. ¿Ese chico irlandés es tu novio?

Me reí.

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—No.

—Parece protector contigo.

—Trata de serlo. En realidad es bastante molesto.

—¿No te gusta que alguien vele por ti?

—No, bueno, sí, está bien. Pero no le necesito.

—Obviamente. —Dijo Hayden con una sonrisa. No sabía si estaba

bromeando o hablando en serio. Ninguno de los dos habló hasta que

estuvimos de vuelta en el granero.

Un zombi yacía a nuestros pies, muerto (o re-muerto) a unos metros

de mí. Una flecha sobresalía de su cara. Puse mi pie en su pecho y tiré

hacia afuera, limpiando la mugre en la camisa del zombi. Miré a mi

alrededor en la mortecina luz y localicé otra flecha.

—Nunca hice tiro con arco. —Comentó Hayden mientras me

entregaba dos flechas—. Siempre quise hacerlo, en realidad.

—Me gusta. —Le dije tirando fácilmente una flecha en la cabeza de

otro zombie—. Mi abuelo lo prefería cuando cazaba porque es básicamente

silencioso. —¿Dónde estaba mi arco? No recordaba que se hubiese caído.

Hayden me acompañó de vuelta a la granja.

—¿Dónde se fueron todos? —le pregunté mirando a mi alrededor en

busca de zombis.

—No tengo ni idea. Me he preguntado lo mismo. A veces pienso que

sería interesante seguirlos, ya sabes, como esas personas que observan

animales. Luego recuerdo lo que son y quiero volarles los sesos.

—Mi amiga, Raeya, hizo esta lista de todo... —mis palabras murieron

en mi pecho mientras el viento se esfumaba para mí. Algo se lanzó y

aterrizó en mi espalda, empujándome al suelo. Hayden lo apartó antes de

que supiera que estaba pasando.

Otra loca gritó y salió cojeando hacia mí con el tobillo obviamente

roto. Cogí una flecha y fui tras ella. Sonó un disparo y el primer loco se

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234

derrumbó. Hayden disparó al segundo antes de que estuviera siquiera

cerca.

—¿Estás bien? —Preguntó,

—Sí. —Le contesté automáticamente. Los vi justo cuando Hayden les

oía. En respuesta a los sonidos de los disparos, los gritos, y, ahora, la

sangre humana, la manada de zombis venía de entre los árboles y la

maleza hacia nosotros.

El granero estaba más cerca. Trepamos por la escalera del pajar,

donde el heno cubría completamente los tablones podridos. Si muriésemos

sería culpa mía. Será culpa mía y de querer utilizar mis estúpidas flechas.

Hayden dijo que era una misión de entrar y salir y así debería haber sido.

Maldita sea.

Los zombis pasaron de largo, muy ocupados en comer los cuerpos

frescos puestos a su disposición como un Happy Meals. Entorné los ojos

como si eso me ayudase a ver mejor a través de la oscuridad.

—Creo que estamos a salvo. —Susurró.

—Sí. Están demasiado distraídos con los cuerpos.

—Lo cual es bueno porque no nos atacarán. —Bromeó Hayden—. En

serio.

—Y supongo que responde a mi pregunta. Nunca se fueron.

—Pero al menos no hay tantos.

—Es cierto. ¿Tienes suficiente munición para matarlos a todos?

Hayden frunció el ceño.

—Tengo suficiente para volver al campamento, sí. Suficiente para

mantenernos a salvo, no te preocupes.

—Si pudiese encontrar mi arco, tengo las flechas.

—Está oscuro. No sabes ni donde está. Es un suicidio.

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235

—¿Así que pretendes ocultarte aquí para siempre?

—No, sólo tenemos que esperar hasta el amanecer. —dijo como si

fuera obvio—. Oh.

Hayden bajó el volumen y explicó nuestra situación por el walkie-

talkie. Tuvo que insistir más de un vez en que no necesitábamos ayuda.

Los zombis no sabían que estábamos allí. Dado que todavía estaban

distraídos luchando sobre los cuerpos, Hayden aprovechó para encender la

linterna y mirar alrededor de nuestro pequeño escondite. Estaba ventoso y

frío. Movió un par de haces de heno húmedo por la lluvia y los puso como

barrera para detener el viento. Abrió la cremallera de su mochila y sacó

algo.

—No sabía que habría nadie conmigo, así que sólo hay suficiente

para una persona. —Dijo abriendo una pequeña bolsa con comida dentro.

Lo tomé como una forma educada de decir que no iba a compartirlo, lo

cual me parecía justo. Me tomó por sorpresa cuando la empujó hacia mí—.

Voy a aventurarme a decir que no has comido en un buen rato.

—No. —Admití. Mi boca se hizo agua al pensar en la comida. Me

entregó la bolsa. Dentro había un sándwich, un plátano, patatas dulces,

carne seca y galleas con chispas de chocolate—. Podemos compartir, hay

un montón de comida. —Aunque el blando pan del sándwich era tentador

hacía mucho que no comía fruta fresca. Cogí el plátano y tomé un bocado.

Estaba tan bueno. Debía parecer un cerdo, pero no me importaba.

—Así que, dime más acerca de este compuesto. —Le dije con la boca

llena.

—¿Qué quieres saber?

—Cualquier cosa, todo. Todavía no estoy segura de creer que existe.

Hemos estado en todas partes durante días o semanas, y nunca he visto

nada de eso.

—No sabes lo que era mirarlo. —Comentó Hayden—. Fue construido

hace más de cincuenta años como un refugio antiaéreo. La mayor parte es

subterránea.

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—¿Subterránea? Bueno, esa es una gran forma de mantenerlo a

salvo.

—Sí. Si conduces hacia ella solo ves un edificio de ladrillo y una

gran cantidad de tierras de cultivo. Y se entra al compuesto a través de la

casa. Es una gran tapadera.

—¿Y es realmente seguro?

—Tan seguro como hemos podido conseguir. Todavía trabajamos en

algunas mejoras.

—¿Cómo qué? —Le pregunté, y terminé el plátano.

—Un foso. Los zombis no pueden nadar.

—Oh. Ni siquiera había pensado en ello. Me dan ganas de vivir en un

yate.

—Sí, ya te digo. O ir a buscar una isla desierta a la que llamar

hogar. —Tenía una mirada lejana, como si estuviera contemplando la

búsqueda de un barco y el poder zarpar—. Pero tenemos mucho que hacer

aquí. Muchos zombis que matar, gente que salvar...

—Tal vez cuando haya acabado.

—Lo primero que voy a hacer, —dijo mientras partía el sándwich en

dos y me pasaba un trozo—, cuando esto acabe será aparcar mi culo en la

arena de México con una botella de tequila.

—Uf, eso suena bien. Mataría por una playa y un margarita.

—Yo también. Literalmente. Pero no importa cuántos mate, no estoy

cerca de esa playa. —Suspiró y se comió su medio bocadillo. Terminé el

mío y me apoyé en los finos tableros.

—Así que, ¿de veras no sabías nada sobre el brote? —Pregunté.

—Lo juro. Imagina mi sorpresa. Llegué a casa después de dos viajes

a Afganistán y encontré esto.

—Oh, Dios, lo siento mucho.

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—Debí imaginar que algo iba mal. —Estiró las piernas y se recostó—.

Todavía me quedaba más de un mes de servicio cuando nos sacaron de

allí. Todo lo que podía pensar era en volver a casa. No quería cuestionar si

había algo malo o bueno.

—Así que os trajeron de vuelta para pelear aquí...

—Supongo. No lo sé. Esperaba que mi familia estuviese allí cuando

bajé del avión, como siempre. Cuando vi que no estaban como siempre lo

hacían... fue cuando supe que algo iba mal. —Su voz se hizo más tranquila

a medida que hablaba, reviviendo sus recuerdos—. Cuando regresé a mi

ciudad natal los vi por primera vez. Simplemente caminaban con aspecto

normal. Entonces se desató una pelea. Era el señor Harris, del banco, que

atacó al viejo Gina Phelps. Cuando le aparté, Gina me mordió.

—¿Te han mordido?

—Sí. —Dijo con orgullo, subiendo su manga y dejando al descubierto

una cicatriz en forma de media luna. Seguí con el dedo el tejido de la

cicatriz—. Soy inmune.

—Resistente. —Le dije, haciéndome eco de las palabras de Padraic—.

Continúa.

—No sabía que pasaba. Pensé que estaban borrachos o algo similar.

Pero había otros. La mayoría estaban en etapa S1, atacándose unos a

otros. Vi cosas horribles en el extranjero. Cosas realmente terroríficas.

Pero ver a gente que conoces rasgar el estómago de los demás no es algo

que se pueda olvidar fácilmente. —Negó con la cabeza—. Nunca me

encontré con mi madre y mis hermanas. No sé si escaparon o... No lo sé.

Mi padre nos abandonó cuando era un niño. Me hice cargo de ellas. Quería

hacer algo con mi vida por lo que pudieran estar orgullosas. Así que me

uní a los Marines. Me moví rápido. Era bueno. Y no estuve allí cuando

ellas más me necesitaban.

—No puedes culparte. —Le dije, aunque sabía que me habría

sensación igual de culpable—. Yo estaba con mi tía. Ella es la persona más

pasiva que conozco. Y no sé lo que le ocurrió tampoco. Cuando llegué a su

apartamento ya se había ido. Es una mierda el no saber.

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—Ojaló lo supiera. En cada pueblo en el que entramos espero

encontrarlas. Es estúpido, lo sé.

—No. ¿Sabes qué? Espero que mi abuelo esté en vuestro compuesto.

—me sorprendió la forma en la que me alivió decirlo en voz alta—. No sé

qué ocurrió con él tampoco. No pude llegar a su granja hasta, Dios,

semanas después del estallido.

—¿Eres de por aquí?

—No. Ni siquiera sé dónde estamos, de verdad. Nosotros... —cerré

los ojos—. Nos habíamos alojado en su casa de Kentucky. Pero tuvimos

que irnos. El último lugar que recuerdo era un pequeño pueblo en Kansas.

—Estás en Oklahoma. O lo que solía ser Oklahoma.

—Oh. Tenía la sensación de que no estábamos en Kansas. —Acerqué

las rodillas al pecho—. ¿Dónde está el compuesto?

—Arkansas. ¿Has oído hablar de Marble Falls?

Negué con la cabeza.

—Yo tampoco, hasta ahora. —Me dijo—. Está cerca de allí, es lo que

importa.

—Oh. —Estaba ansiosa, emocionada por ver esa gran casa de

seguridad bajo tierra. Me pasé los siguientes minutos u horas (no tenía ni

idea sobre el paso del tiempo) pensando en ello. Imaginé salas y antorchas

de luz en cuevas, con el suelo de tierra y corrientes de aire. Mis ojos se

hacían pesados. Hayden dijo algo en voz baja al walkie-talkie. Era incapaz

de mantener los ojos abiertos, así que cerré los párpados.

Me desperté con la cabeza en el hombro de Hayden y su chaqueta

sobre mí. Me senté, frotándome los ojos. Tuve que recordarme a mí misma

lo que había sucedido y que el compuesto no era una cruel fantasía de mi

mente.

—Buenos días, cielo. —Bromeó Hayden.

—Cállate. —Me aparté, lejos de él—. ¿Cuánto tiempo he dormido?

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—Una hora, tal vez.

—¿Sólo?

—Sí.

—Oh, maldita sea.

—¿Sed? —preguntó, sosteniendo una botella de agua a medio llenar.

La tomé y bebí el resto con gusto.

—Gracias.

—De anda.

—¿Qué es un S1? Lo mencionaste antes.

—Es la abreviatura de la primera etapa. Estoy seguro de que has

notado la tendencia de loco y agresivo, zombi y, luego, menos que un

zombi. S1, S2 y S3.

—Oh. Los llamamos locos, zombis y gomoso.

—¿Gomoso?

—Sí, son pegajosos y gomosos. Tiene sentido.

—Supongo. Puedes volver a dormir, si quieres.

—No. Vigilaré. Estoy acostumbrada a ello. —Me quité la chaqueta,

con las consiguientes abatidas del aire sobre mí—. Toma, estoy bien.

—Estoy bien. —Insistió—. Y tú no. Cógelo.

Mi camisa roja a cuadros no ofrecía suficiente calor. La chaqueta de

Hayden era gruesa y cálida y realmente quería mantenerla puesta.

—De acuerdo.

—Duerme. Probablemente tampoco has dormido mucho

últimamente. ¿Me equivoco?

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—No. Nadie más en mi equipo es bueno cazando o sabe algo sobre

ello. Tenía que mantenerles a salvo.

—Hiciste un buen trabajo.

—No lo suficiente.

—¿Has perdido a alguien?

—A más de uno. Pero, ¿quién no? —Apoyé la cabeza contra la pared

del granero. Solo el viento aullaba tras nosotros—. ¿De verdad crees que

eso es todo lo que queda? ¿Trescientas personas?

—Quizás, pero te encontramos.

—Debe haber más como nosotros.

—Los hay. —Insistió.

—No lo sé. ¿No crees que con el paso del tiempo las posibilidades de

supervivencia disminuyen?

—En algunos casos. O tal vez a la gente le da tiempo a adaptarse.

Hay muchos terrenos que recorrer. Esto es lo más lejos que hemos ido del

compuesto aun. —Cambió su peso y se inclinó hacia mí—. ¿Qué tal está

Kentucky?

—Desolado en algunos lugares. Rebasado en los demás. Indy fue el

peor, creo.

—¿Indy?

—Indianápolis. Vivía allí.

—Oh, ¿alguna vez fuiste al Indy 500?

—Pues no.

—¿Vivías en Indy y no fuiste nunca?

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—Bueno, no vivía realmente allí. Estaba quedándome temporalmente

con mi tía hasta que me di cuenta de que necesitaba hacer algo con mi

vida.

—¿Hacer algo?

—Sí. Me había metido en algunos problemas.

—¿Qué tipo de problemas?

—Me arrestaron. —Admití con vergüenza.

—Sí, sólo unos pocos problemas. ¿Qué hiciste?

—Tengo un DUI.

—¿Conducir borracha? Inteligente.

Odié su comentario descarado, pero sabía que tenía razón.

—Fue estúpido, lo sé. Realmente estúpido. Y sé que todo el mundo

tiene una excusa de por qué hicieron algo malo. Tenía una de las peores

noches de mi vida y había un tipo en un bar demasiado cariñoso. Así que

me fui. Acabé de beber y me fui. Me odio a mí misma por hacerlo, de

verdad. —Sabía que podía confiar en Hayden lo suficiente para abrirme

así. Hay algo en la oscuridad que hace que la gente parezca segura.

Obviamente sabía que estaba allí. Pero no podía verle, no podía ver su

expresión de sorpresa, no podía ver el juicio en sus ojos. No era más que

una voz en la oscuridad.

—Bueno, tus antecedentes penales han desaparecido. —Me recordó.

Nos reímos.

—Gracias, zombis.

—¿Y él resto de tu equipo? ¿Sois amigos?

—No, Raeya, la chica alta y morena, es mi mejor amiga. Los otros...

es una larga historia.

—Cuéntame.

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Le conté a Hayden todo acerca de mi cirugía, el loco en las gradas y

el despertar en el sótano. Perdí la cuenta de cuantas veces bostecé y

finalmente cedí a las insistencias de Hayden de que durmiese. No creía

poder luchar contra ello mucho más.

Los zombis se habían ido por la mañana. Hayden había cogido mis

flechas (que encontré cubiertas de cerebro de zombi) y había cambiado las

armas del camión al Range Rover. Nos apresuramos a través del campo.

Nunca pensé que un antiguo manicomio fuera a ser tan acogedor.

Obviando que aún mantenía la chaqueta de Hayden no entendí la

mirada que Padraic me dedicó. ¿Eran celos lo de sus bonitos ojos azules?

Raeya parecía más en su estado normal. Me dijo que los soldados habían

estado debatiendo sobre volver al compuesto esa mañana ya que tenían a

siete personas que cuidar. Tenían órdenes de ir más lejos y Brewster creía

que debían seguir adelante. Dijo que estaban buscando algo, pero habló en

voz baja y no parecía querer que ella supiera lo que necesitaban.

Le dije que hablaría con Hayden sobre ello. Por alguna razón,

confiaba en él. Todos los demás ya habían desayunado cuando entré con

Hayden. Me dieron un poco de avena sosa y zumo de manzana.

Hayden dijo que se iba a dormir unas pocas horas antes de salir ya

que se había quedado despierto toda la noche. Me aconsejó que tratase de

conseguir algo para dormir también, recordándome que solo había

dormido de forma intermitente durante un par de horas la noche anterior.

Me quité las botas y me metí en un saco de dormir, junto a Hayden.

Dormí durante tres horas. Me desperté, cálidamente por primera vez

en días. Hayden aún dormía. Me fascinaba. Parecía extrañamente inocente

mientras dormía.

Los chicos empaquetaron sus cosas a una velocidad impresionante.

Cargamos el equipaje en la parte trasera de los camiones. Los soldados

llevaban sus uniformes y no pude evitar notar lo bien que Hayden lucía el

suyo, con las armas atadas a su cuerpo y con una pistola alrededor de su

hombro.

Raeya, Argos y yo fuimos con Hayden. Nos dirigimos de nuevo al

compuesto. En cuestión de horas, podría darme una ducha. Hayden dijo

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que no había agua caliente. Raeya estaba en éxtasis. Pusimos varias horas

tras nosotros antes de detenernos. Hayden, Brock y Wade salieron

primero, con las armas listas, y nos dieron permiso para salir. Mi M9

estaba cargada y con un cargador extra enclavado de forma segura en el

bolsillo.

Fui con las chicas a una zanja a un lado de la carretera para hacer

pis. Raeya se quejaba de lo injusto que eran estas cosas cuando se trataba

de chicos. Lisa tenía tos de nuevo, supuse que habría moho en el pajar

que había vuelto a desencadenar su asma. Incluso habían alimentado a

Argos. Hayden me dijo que tenían varios pastores alemanes en el

compuesto que habían sido perros militares en un momento dado. Algunos

fueron entrenados para encontrar cadáveres. Ahora estaban siendo

formados para encontrar personas vivas. Me prometió que Argos estaría

bien cuidado.

No quería decir nada. Quería fingir que no lo veía. Solo había tres

horas (más o menos) hasta el compuesto. Raeya, Hayden y yo estábamos

recordando nuestros juguetes preferidos de la infancia, riendo por primera

vez en semanas. Si lo ignoraba, me sentiría culpable. Y estaba intentando

cambiar. Hijodeputa.

—¿Es eso humo? —le pregunté, pensando que tal vez estaba

teniendo visiones.

Hayden frenó. Sí, lo hizo. Habló a través de los walkie-talkies y

explicó a los demás lo que ocurría. Lo soldados nos dijeron lo que hacer en

los coches. Ginger, es decir Rider, se vio obligado a quedarse atrás por su

lesión. Hayden me dio dos clips más y susurró que había más munición en

la caja de plata que había en el camión.

El humo salía de un edificio de ladrillo. Una valla de tela metálica lo

rodeaba, se inclinaba y rompía en algunas partes, lo que quería decir que

los zombis habían estado allí. Para nuestra seguridad los camiones

estaban a unos cincuenta metros de distancia.

Observé nerviosa como los cuatro marines desaparecían. Los

minutos pasaban.

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Argos gruñó. Pensando que alcanzaba a ver a Hayden o Brock salir,

le hice callar. Entonces me di cuenta de que no estaba buscando en el

edificio.

—Una loca. —Susurré, agarrando el brazo de Raeya—. No te

muevas. Tal vez nos pase de largo. —Y lo hizo. Fue a través de una

ruptura en la valla. Ni siquiera me preocupaba, una loca no sería una

amenaza para los cuatro bien armados soldados.

Pero la manada de zombis que la seguían sí.

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245

Traducido SOS por VicHerondale y SOS Apolineah17

Corregido por Nanami27

enía que hacer algo.

—Vamos, Hayden —susurré, tirando con nerviosismo de

mi trenza—. Vamos. —Me quedé mirando la puerta, tratando

de ver que los chicos emergieran antes de que la horda de zombis se

acercara. Mi mente corría tratando de averiguar qué hacer. Los soldados

necesitaban saberlo. Rider tenía un aparato de comunicación.

Seguramente él le había advertido a sus compañeros. Miré a través del

Range Rover, más allá de los ojos azules llenos de preocupación de

Padraic, y hacia el otro camión. Sí, Rider tenía el dispositivo en su boca y

sus labios se movían.

Brock salió primero, abriendo fuego contra la horda. Él podría

haberlo hecho en el camión. Podría haber garantizado su vida. Podríamos

haber acelerado hasta un lugar seguro dejando a Hayden, Brewster y

Wade en el interior. Pero él era un infante de la marina y nunca haría eso.

Y yo tampoco.

Brock le disparó al loco entre los ojos y abatió a tiros a algunos

zombis. La horda se trasladó hacia adentro. Brock cerró la puerta,

tambaleándose fuera del alcance de los zombis. Sus pieles se rasgaron

cuando atascaron sus brazos a través de la cerca de alambre. Alcancé a

ver a Hayden ante un muro de zombis bloqueándole. Llevaba un niño.

La cerca no se mantendría por mucho tiempo. Rider había

comenzado a disparar a los zombis que se arrastraban; era demasiado

arriesgado disparar a los que eran de mayor amenaza sin poder ver a los

chicos detrás de ellos. Ni siquiera se dieron vuelta para mirar a Rider, más

T

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246

preocupados por la perspectiva de que el grupo de comida intentara

escapar.

Era ahora o nunca. Miré a mi alrededor, mis ojos se posaron en el

edificio de al lado. Estaba cerca y en construcción. Antes de que Raeya

pudiera objetar, me bajé del camión y corrí hacia él. Subí al andamio,

fuera del alcance de los zombis. Me di la vuelta y grité:

—¡Oid! ¡Zombis estúpidos! ¡Venid por mí! —Mi voz fue ahogada por

sus gemidos—. ¡OID! ¡ZOMBIS! —Grité. Una vez más, mi voz solo se

mezcló. Necesitaba captar su atención de alguna manera. Gritar no

funcionaría, pero tal vez... valía la pena intentarlo. Respiré hondo, cerré los

ojos y canté.

“No los escuches

Porque te hacen saber que

Nos necesitamos el uno al otro,

para tenernos, apoyarnos

Lo verán con el tiempo

Lo sé.”

Mi voz flotó sobre los gemidos y crujidos de la cerca oxidada. Unos

zombis se volvieron. Oh, Dios mío, estaba funcionando. Pero no lo

suficientemente bien. Una caja de cartón muy sucia y olvidada estaba a un

par de metros de distancia. No quería pensar en los riesgos. La recogí,

reanudé el canto y levanté mi brazo.

“Cuando el destino te llama

Debes ser fuerte

No puedo estar contigo

Pero has de aguantar

Lo verán con el tiempo

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Lo sé

Se lo mostraremos juntos.”13

Tiré de mi manga y corté mi piel. El olor de la sangre en el viento

cerró el trato. Uno por uno, los zombis se volvieron. La sangre goteaba

lentamente del corte. Apreté mis puños, retorciendo mi brazo para que

goteara la sangre diez pies hacia abajo. Entonces realmente comenzó a

sangrar.

Disparos resonaron y zombis cayeron. Hayden y los otros tres

llegaron a los coches con dos niños y un adulto. La comprensión de que

había quedado atrapada llegó en el mismo momento en que me di cuenta

de que había cortado la misma vena que es ideal cuando te cortas las

muñecas.

El andamio tembló en un desesperado intento de los zombis por

tirarme. Al igual que la cerca, no aguantaría. Me apresuré hacia arriba y

dentro de una ventana abierta, perdiendo sangre. Cuanto más rápido

corría más sangraba. Me sentía mareada cuando llegué a donde las

escaleras deberían de haber estado. Un estallido vino de afuera.

El andamio había caído. Aplasté la mano sobre mi borboteante

herida. Me acerqué a la ventana del otro lado. Estaba libre de zombis, y a

una caída de tres pisos. Maldita sea. ¿Por qué había subido otro piso? Miré

a mi alrededor, tratando de encontrar algo para detener la caída. Un cable

de extensión naranja estaba cubierto de polvo. Vi que todavía estaba

unido. Mis manos ensangrentadas no podían conseguir un buen agarre

sobre alguna cosa. Tomó más de lo que debería para atar el cable de

extensión a un marco de la pared. No era lo suficientemente largo para

llegar hacia el grupo.

Me limpié las manos en los pantalones y me aferré a la cuerda, con

la esperanza de detener mi caída por el agujero que debería haber sido el

hueco de la escalera. Perdí mi agarre a la mitad. Aterricé duro y mi cadera

tomó la peor parte de la caída. Creo que salpiqué mi sangre. No estaba

segura de nada en ese punto. Me arrastré en dirección de la luz.

13La canción que Orissa canta es You'll be in my heart de Kelly Clarkson.

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Agarré una cortina de plástico para levantarme a mí misma. La

arranqué de la pared, llenándome de serrín y trozos de yeso. En mis

rodillas, me arrastré y dejé huellas de manos ensangrentadas en la pared

tratando de ponerme de pie.

Había perdido mucha sangre. Ya estaba débil por la falta de

alimento, agua y sueño. Mi visión se tornó negra. Mis piernas se doblaron.

—¡Orissa!

¿Alguien realmente había gritado mi nombre? Me esforcé por

permanecer consciente. Golpeé el suelo ya que no tenía fuerzas para gritar.

—¿Orissa? ¿Dónde estás? —Sí. Esa voz era real. No la reconocí al

principio. Era fuerte, profunda y llena de preocupación. El suelo vibró—.

Oh Dios, Orissa. —Hayden me recogió, cerrando su mano sobre mi corte

que seguía sangrando. Entré y salí de la conciencia cuando Hayden me

llevó por una escalera y afuera hacia el camión. Él saltó a la cama y los

neumáticos chillaron. Recuerdo que se quitó la chaqueta y la envolvió a mi

alrededor. Me abrazó cerca de él, intentando mantenerme cálida. Entonces

todo se oscureció por completo.

Un dolor punzante me trajo de vuelta. Abrí los ojos, mi visión estaba

borrosa. Padraic estaba inclinado sobre mí, presionando sobre mi brazo.

Vertió algo en él que juro que lo hizo congelar y ahumar como el agua

bendita sobre un vampiro. Grité.

—Trata de quedarte quieta —dijo suavemente.

—Es fácil para ti decirlo —murmuré. Hayden se echó a reír,

haciéndome consciente de que mi cabeza descansaba en su regazo—.

¿Hemos ganado?

—¿Ganado? —Preguntó Padraic, poniendo la botella del dolor hacia

abajo. Puso gasa alrededor de mi brazo.

—Los zombis. ¿Ahí atrás?

—Sí —dijo Hayden—. Supongo que podrías decirlo así. Huimos,

gracias a ti.

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—Fue un juego de niños —dije con sarcasmo—. Todo lo que tuve que

hacer fue casi desangrarme.

—Estuviste brillante —dijo admirablemente.

—Fuiste estúpida —escupió Padraic—. Podrías haber muerto.

—Bueno, no lo hice.

—¿Qué estabas pensando, encargarte de todos esos zombis? —Dijo y

envolvió cinta alrededor de mi brazo.

Me encogí de hombros, entonces me di cuenta de que me hacía

mover torpemente en el regazo de Hayden.

—Te lo dije, si caigo, va a ser luchando.

—Eres única en tu clase, Orissa —dijo Hayden—. Tenemos tres

personas allí, gracias a ti.

—Sí, eso es cierto —argumentó Padraic—. Pero ella no debe arriesgar

su vida de esa manera. No es su trabajo.

—Oh, ¿es el mío? —Intervino Hayden.

—No, bueno, sí —dijo Padraic.

Me senté.

—No importa, ¿de acuerdo? Estoy viva, estoy… —me entrecorté,

había un punzante dolor en mi brazo—. ¿Qué demonios me has hecho?

—No tenía nada con que coserte —dijo Padraic disculpándose—. Así

que he usado los pernos de seguridad.

—¡¿Qué?! —Me sentí un poco enferma—. Eso-eso es... inventivo.

Gracias.

—No hay de qué. Trata de no mover el brazo, ¿de acuerdo? No quiero

que rasgues tu piel. Te cortaste profundamente y perdiste mucha sangre.

Necesitarás atención médica adecuada una vez que lleguemos a este

recinto.

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—Voy a ver eso —prometió Hayden. Me envolvió fuerte en sus brazos

y se levantó. Tan avergonzada como estaba de admitirlo, estaba demasiado

cansada y débil para luchar contra él e insistí en que era capaz de

moverme por mi cuenta. No estaba segura de si realmente lo estaría.

El camión era cálido y confortable. Cerré los ojos y apoyé la cabeza

en la ventana fría. Raeya tomó mi lugar en la delantera. Hayden conducía

cuando Padraic y Argos se unieron a mí en la parte trasera. Quería

quedarme despierta, pero fracasé. Estaba tan adolorida cuando me

desperté. Casi todo dolía. Me apoyé en Argos. Quería dormir y no

despertarme hasta que esto hubiera terminado: el dolor, la muerte, el

mundo lleno de zombies.

—Hogar dulce hogar —habló Hayden en la oscuridad. Los faros

iluminaron una estrecha calzada de grava entre bosques espesos.

Habíamos conducido quizá treinta metros antes de detenernos. Hayden

bajó y abrió una pesada puerta de hierro. A unos cien metros había otra

puerta de metal. A ambos lados había dos torres de albañilería que me

recordaron las torres de vigilancia de un castillo.

—¿Ya has vuelto? —Le gritó a Hayden uno de la guardias.

—Tengo diez civiles —respondió Hayden. El guardia asintió, apretó

algunos botones y la puerta se abrió. Conducimos por un camino

serpenteante bordeado de árboles y emergimos en un gran campo. La finca

de ladrillo no era sólo grande. Era malditamente enorme.

Hayden tenía razón. Se veía como si una familia rica viviera aquí,

criando caballos de carreras caros o algo por el estilo. Había soldados

armados en cada entrada. Condujimos alrededor, a un gran establo

blanco. Hayden aparcó el camión, nos dijo que nos quedáramos, y se bajó.

Los otros soldados siguieron su ejemplo. Después de lo que pareció una

eternidad, Hayden volvió.

—Tienen que estar en cuarentena durante veinticuatro horas. —Él

levantó la mano antes de que pudiéramos objetar—. Nosotros también lo

hacemos. Si alguien deja el recinto tiene que hacerlo. No es tan malo, lo

prometo. Llevaré a Argos adentro y lo entregaré a los guías caninos.

Orissa, alguien va a venir a encargarse de ti. Nos vemos en veinticuatro.

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Quería estar enojada con él por no decírmelo antes, sin embargo,

estaba de acuerdo con que era una buena idea. Más soldados nos

acompañaron al establo. Habían transformado los establos de los caballos

en puestos de cuarentena. Cada puesto tenía un catre, saco de dormir y

un cubo. No entendí por qué el cubo estaba ahí en un principio. Entonces

me di cuenta de que estaríamos atrapados aquí durante veinticuatro

horas, y necesitábamos algo para ir al baño.

Mi puesto tenía un fuerte olor a cloro; supuse que su último

ocupante no había logrado salir con vida. Habían clavado sábanas a los

lados, creando un poco de intimidad. Algo zumbó y chasqueó. Un alambre

caliente había sido envuelto alrededor de las barras de metal a los lados

del puesto, electrificando toda la cosa.

Entré voluntariamente al puesto. Me senté en el catre —como me

indicaron— y esperé a que un médico viniera para coser mi brazo. Ella iba

vestida con un traje casero para materiales peligrosos. Su cara era

bastante linda detrás de la máscara protectora de plástico. Me sonrió y

abrió el botiquín de primeros auxilios. Me gustaría haber tomado una foto

de su cara cuando deshizo el vendaje y vio mi brazo Frankenstein. Me

dolió como el infierno cuando desabrochó los pernos de seguridad. Con el

estómago de hierro que tengo, tuve que apartar la mirada.

Cuando mi médico salió y la puerta del puesto se cerró, sentí el

pánico fluir en mi corazón. No confiaba en nadie por aquí. Quería hablar

con Hayden para saber más acerca de este lugar. ¿Estaría atrapada así

para siempre? No en el establo, sabía que no sería cierto, ¿pero, este lugar

funcionaría como una cárcel? ¿Qué tipos de reglas tenían? ¿Tenía que

recibir órdenes? Tal vez fue un error dejarle traernos aquí. Tal vez

podríamos haber ido de nuevo a Kentucky y hacer que las cosas

funcionen.

Anduve de un lado a otro, preocupándome a mí misma más de lo

que ya estaba. Cuando ya no pude aguantar más, me senté en el catre,

temblando. Por el momento no había nada que pudiera hacer. No me

sentía lo suficientemente segura para dormir. Tal vez estaba a salvo de los

zombis, pero estaba indecisa sobre los soldados, mi mente no me dejaba

descansar.

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En algún momento de la noche me entregaron una bolsa de

almuerzo con comida. Devoré el sándwich, la manzana y bebí el agua en

cuestión de minutos. Sin quitarme las botas, acomodé mi dolorido cuerpo

en el saco de dormir y traté de dormir.

Estaba más allá del aburrimiento cuando salió el sol. Raeya estaba a

mi lado y hablamos por un rato hasta que se durmió de nuevo. Vi a los

soldados haciéndonos guardia. Pasaron por delante de cada puesto, nos

inspeccionaron por síntomas de zombis. En base a la posición del sol en el

cielo, consideré el tiempo, esperando para salir de aquí. Nos dieron una

comida más antes de que fuéramos liberados.

Todo el mundo pasó, incluso los otros tres que nos detuvimos a

salvar. Una mujer soldado con ''EE.UU. ARMY'' cosido en su chaqueta nos

dijo que podíamos bañarnos antes de ir dentro a ''aprender las cuerdas''

del lugar. Incluso conseguir ropa limpia. La seguimos hasta una

habitación en el interior del establo. Una vez había sido un área de lavado

para los caballos de lujo de este lugar. El agua probablemente estaba fría,

pero no me importaba. El olor del jabón y el champú era maravilloso. Me

desabroché las botas cuando otro soldado abrió la puerta.

—¿Orissa? —Llamó.

—¿Sí?

—Ven conmigo, por favor. —Miré a Raeya. Ella alargó la mano por la

mía—. No es nada malo —prometió él—. Puedes reunirte con tus amigos

más tarde.

Asentí con la cabeza y salí del cuarto de baño sintiéndome más

asquerosa que nunca. El soldado estaba vestido de verde y tenía una

etiqueta de identificación oficial colgando de su cuello. Sólo alcancé verlo el

tiempo suficiente para saber que su apellido era Jones. Fuimos por un

camino bien iluminado y hacia la casa. La primera planta estaba

acondicionada como una casa normal. Hayden había dicho que la casa era

una gran cubierta. No tenía ninguna idea de que estábamos sobre un

refugio secreto contra bombas. Fuimos al centro de la casa. Dos soldados

estaban de pie junto a una puerta que conducía al sótano. Mi guía utilizó

una llave maestra antigua para abrirlo.

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Bajamos las escaleras normales hasta que quedamos frente a un

pasillo con tres puertas, había una en cada lado y una enfrente de

nosotros. Jones abrió esa, la mantuvo abierta para mí y volvió a cerrar una

vez que entramos. En el interior de la puerta había otro par de puertas.

Estas eran unas gruesas puertas de acero brillante que requerían un

código de acceso para pasar. Las puertas se cerraron con un silbido. Otro

conjunto de puertas de acero estaba delante de nosotros; estas requerían

un código de acceso y una exploración táctil para abrirse. Una puerta más

tuvo que ser desbloqueada con una llave normal antes de que pudiéramos

pasar a otro conjunto de escaleras.

El refugio no era como una cueva en absoluto. Los pasillos tenían

baldosas de cerámica, las paredes estaban pintadas de blanco y las luces

eran ultra brillantes. No como una cueva, pero sí muy laberíntico. Me

perdería aquí sin duda. Caminamos a través de un pasillo. Algunas de las

puertas estaban abiertas. Me recordaban a cuartos de dormitorio cuando

miré dentro.

Me dolía la cabeza por las luces fluorescentes. Mi guía golpeó una

puerta cerrada y sin marcar. Se abrió al instante. Un hombre mayor con

un atuendo militar formal abrió la puerta.

—Orissa —dijo con un asentimiento.

—¿Uh, sí?

—Por favor, adelante. —Él hizo un gesto con la mano hacia adentro.

Su oficina estaba pintada en tonos tierra, un buen descanso para los ojos

del blanco estéril de los pasillos. Me senté en un sillón de cuero. Todo aquí

estaba limpio y ordenado, por lo que mi estado sucio era muy saliente. Me

sentí como si estuviera en problemas. Sabía, que esta vez al menos, no

había hecho nada malo—. Soy el Coronel Fuller. Estoy más o menos a

cargo de las cosas por aquí. —Cerró la puerta y se sentó. Me sonrió

cálidamente—. Hayden respondió por ti. Tengo que decir que estoy muy

impresionado. He oído que no has tenido ningún entrenamiento formal.

—Uh, no. ¿Qué quieres decir con que respondió por mí?

—Nunca he hecho esto antes. Hayden insistió en que sería una

pérdida si no estuvieras en algún rango que no sea el A1.

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—¿A1? —¿Era como S1? No... No tenía sentido.

Él se rió entre dientes.

—¿Nadie te ha explicado los rangos?

—No. No sé mucho sobre este lugar.

—Mis disculpas. Te dejaré descansar y asearte, y luego me aseguraré

de que Hayden te explique todo. Debes de saber que ser un A1 es algo para

estar orgullosa. Tengo a todos mis A1 en una alta estima. Tienes

expectativas de vida hasta ahora, Orissa.

—Uh, de acuerdo.

Él destapó un bolígrafo.

—¿Cuál es tu apellido? Eso sí, puede ser cualquiera ahora. Pero elige

sabiamente, será tuyo a partir de ahora.

—Penwell —dije con sinceridad. Tan pronto como tuve la edad

suficiente, cambié el apellido del anormal de mi padre por el apellido de

soltera de mi madre.

—¿Edad?

—Veinticinco.

—¿Fecha de cumpleaños?

—10 de noviembre.

—Gracias —dijo mientras anotaba una cosa más antes de

levantarse. Jones me estaba esperando en la puerta. Era más difícil salir

del sótano, que entrar en él. Subimos al segundo piso. Jones me dijo que,

debido al hacinamiento, los A1s tuvieron que mudarse arriba. Sonaba un

poco celoso al hablar.

La casa me recordaba a la casa de la fraternidad de Seth por su

tamaño y diseño, a pesar de que estaba mucho, mucho más limpia. Cada

pesada puerta de roble tenía dos placas con nombres clavados sobre ella.

Fuimos a la última habitación en el pasillo. UNDERWOOD estaba grabado

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en la parte superior de la placa. La placa de abajo había sido quitada. Sólo

podía adivinar lo que le había pasado al compañero de cuarto de Hayden.

Jones llamó a la puerta. Le tomó un minuto a Hayden para responder.

Vestido con pantalones deportivos grises y una sudadera negra de

capucha, parecía completamente normal. Normal y atractivo. Se quitó sus

auriculares, apagó su iPod y sonrió.

—Orissa… entra —dijo.

Murmuré un gracias a Jones y entré a la habitación de Hayden.

Estaba limpia y ordenada, y casi tenía una apariencia pre-zombi. Dos

camas estaban empujadas contra las paredes opuestas, la de Hayden

estaba a la izquierda de la puerta. Un gran armario estaba frente a ellas

con una televisión de plasma de buen tamaño descansando en el centro.

El armario estaba abierto, revelando más ropa de la que esperaba y un

impresionante arsenal de armas. Un librero bastante lleno estaba al lado

de la cómoda.

—Se supone que tienes que explicarme algunas cosas —dije

simplemente.

—Oh, sí. ¿Quieres bañarte primero?

—¿Estoy tan repugnante?

—Bueno, no iba a decirlo… —se rió.

—No tienes idea de lo mucho que quiero quitarme esta ropa.

—Hay cosas para ti sobre tu cama —dijo, señalando.

—¿Mi cama?

—¿No lo sabes? Somos, uh, compañeros de cuarto.

—¿Lo somos?

—Si tienes un problema con eso, estoy seguro de que podemos

cambiarlo. Tal vez te pueden poner con otra mujer o…

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—…Está bien. Puedo manejarlo si tú puedes. —Me acerqué a la

cama. Una toalla, una pequeña bolsa con artículos de aseo, un cepillo y

una botella de loción estaban sobre ella—. Necesito ropa.

—Oh, supongo que Ender asumió que escogerías la tuya. Puedo

tomar algo por ti si quieres.

—Eso sería maravilloso.

—¿De qué tamaño? —Preguntó en voz baja, como si supiera que eso

era algo de mala educación para preguntarle a una mujer.

—Ya no estoy segura. —Había perdido un montón de peso desde mi

cirugía—. Solía ser mediana. —Darle mis medidas reales podría ser

demasiado. Sabía que los chicos no eran buenos con cosas como esa.

—Estoy seguro de que puedo encontrar algo —dijo—. Te mostraré

dónde está el baño.

El baño estaba varias puertas más abajo. Hayden me dijo que tenía

unos diez minutos de agua caliente antes de que de repente saliera fría. No

podría describir lo bien que se sentía tomar una ducha. Froté mi cuerpo

con jabón, lavé mi cabello dos veces, y le unté acondicionador, dejándolo

reposar mientras afeitaba mis piernas por primera vez en semanas.

Tomó una eternidad cepillar y deshacer los nudos de mi cabello. Con

la toalla lo sequé lo mejor que pude antes de acomodarlo hacia un lado y

trenzarlo. Envolví la toalla a mí alrededor, me lavé los dientes por

probablemente diez minutos y recogí mi ropa sucia, pensando que

quemarla era una gran idea. Abrí la puerta y miré al pasillo por Hayden.

Esperé unos minutos más. El baño se estaba enfriando rápidamente.

Dándome por vencida, corrí por el pasillo con sólo mi toalla.

Hayden no estaba en nuestra habitación y tampoco estaba la ropa

que prometió. Tal vez fue porque estaba casi desnuda con el cabello

mojado, o tal vez la habitación simplemente era fría. Temblé, haciendo que

la piel de gallina estallara por mi piel. Hurgué en las cosas de Hayden

mientras esperaba por ropa. Tenía una colección interesante de libros, la

mayoría de ellos del género de ciencia ficción, junto con una variedad de

películas. Cuanto más me acercaba a la ventana, más frío sentía.

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La ventana, que estaba al pie de mi cama, tenía barrotes en ella. Eso

trajo un sentimiento mezclado de seguridad y de estar atrapada. No podía

ver mucho de lo que había afuera. El exterior de la casa estaba bien

iluminado y, en el haz de luz, se venía como un patio normal.

La puerta se abrió y me di la vuelta. Los ojos de Hayden se

deslizaron sobre mí antes de que rápidamente bajara la mirada. Me tendió

un montón de topa.

—Finalmente —dije, tratando de reprimir mi sonrisa. Hacía mucho

tiempo desde que alguien me miraba de esa manera. Tomé las ropas y las

levanté. Me había traído un par de jeans, calcetines y una camisa azul de

cuadros—. ¿Se supone que tengo que andar sin sujetador y sin ropa

interior? —Levanté una ceja y sonreí a medias. Hayden parecía

avergonzado.

—Oh, y-yo… ni siquiera pensé en eso —balbuceó, sin dejar de mirar

el suelo—. Puedo, uh, regresar.

—Está bien. —Metí mis brazos en la camisa, haciendo una mueca

cuando la tela se quedó atrapada en el corte vendado de mi muñeca

izquierda. Cuando metí mis piernas en los jeans, me acordé de lo adolorido

que estaba mi cuerpo. Me tomó un gran esfuerzo ponerme los calcetines.

—¿Te queda la ropa? —Preguntó Hayden, ocupado pretendiendo leer

mientras me vestía.

—Sí. Los pantalones son un poco grandes, pero está bien porque

quiero recuperar de nuevo el peso que perdí.

—¿La mayoría de las mujeres no estarían felices por perder peso?

—La mayoría de las mujeres no han pasado las últimas semanas

muriéndose de hambre y corriendo de los locos comedores de carne.

—Muy cierto. ¿Tienes hambre?

—Eso sería un eufemismo —le dije.

—Bien, yo también. Puedo explicarlo todo mientras comemos.

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Después de ponerme dolorosamente las botas, seguí a Hayden por el

pasillo, prestando especial atención hacia dónde nos dirigíamos. Entramos

al sótano, atravesamos las puertas de seguridad, y bajamos las escaleras.

Giramos a la izquierda y caminamos por un pasillo silencioso que parecía

extenderse para siempre. La cocina y el comedor me recordaron algo de lo

que se veía en una escuela. Al igual que el resto del refugio, era

cegadoramente blanco y olía a productos de limpieza. Dibujos hechos a

mano, obviamente realizados por niños, pegados con cinta adhesiva a lo

largo de la pared le daban a este lugar un toque más personal.

Hayden abrió un refrigerador de tamaño industrial.

—¿Qué quieres?

Era extraño, lo emocionante que era elegir algo para comer.

—No me importa. Siempre y cuando no sea atún o algunas plantas

que encontré en el bosque, estoy bien.

—Hay restos de lasaña —sugirió.

—Eso suena increíblemente satisfactorio en este momento. —Mi

estómago gruñó. Hayden dejó caer un enorme pedazo sobre un plato y lo

metió al microondas.

—¿De verdad sobreviviste de plantas?

—No del todo. Teníamos cecina de venado y mucho atún en lata. No

creo que alguna vez pueda comerlo de nuevo.

—¿Cómo sabes qué plantas son comestibles?

—Mi abuelo me enseñó —le expliqué.

—Parece que te enseñó mucho.

—Sí, lo hizo. —Me senté en la mesa. Hayden sirvió dos vasos de

leche, poniéndolos sobre la mesa y trajo la lasaña. Se dio la vuelta para

calentar otro pedazo para él.

—¿De dónde sacaron la cecina de venado? No es algo que consigas

en las tiendas muy a menudo.

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—Cazaba al venado y lo hacía cecina yo misma antes de que

tuviéramos que irnos.

—Eres como uno de esos tipos salvajes de la televisión —bromeó.

—¿Lo soy?

—Sí, ¿no has visto esos programas con chicos que son dejados en

medio de la nada y te muestran cómo sobrevivir?

—Uh, no. —Y no lo necesitaba. Ya sabía cómo sobrevivir. El

microondas sonó. Había devorado la mayor parte de mi comida para el

momento en que Hayden se sentó frente a mí. Esa fue la lasaña sin carne

más insípida que había comido. Pero estaba caliente, era abundante y no

salió de una lata. Podía sentir la mirada curiosa de Hayden mientras

terminaba mi comida. Empujé el plato hacia un lado y bebí mi leche—.

Entonces, ¿qué necesito saber?

—Hay mucho —dijo con la boca llena.

—Ya entendí eso, genio. ¿Qué es un A1?

—Es una clasificación. Todo el mundo se clasifica en categorías de A,

B o C. A es para los soldados, B es para los médicos y C es para lo

doméstico, que implica cosas como cocinar, mantener el lugar limpio,

hacer un inventario de los suministros y cuidar de los elementos de la

granja. Las categorías A y B tienen números del uno al tres. Un A1 es lo

que yo —y tú— somos. Nosotros vamos a las misiones. Los A2 patrullan

los campos y las granjas donde están los animales, ya que ellos no están

dentro de la valla del refugio. Los A3 son los guardias, como los de las

rejas y las puertas.

—¿Así que un A1 es como la clasificación más alta?

—Supongo que puedes decir eso —dijo, tratando de no sonar como

si fuera la gran cosa—. Y los B tienen tres categorías: doctores, enfermeras

y médicos. ―Médicos‖ se utiliza ampliamente para cualquier persona con

una formación médica, como los veterinarios o cualquiera que haya

trabajado en asistencia sanitaria. No habíamos tenido un B1 hasta ahora.

—¿Y el grupo C? ¿Ellos no tienen números?

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—No, el trabajo dentro de ese grupo se divide según se considere

necesario. Niños, ancianos, o cualquier persona con algún tipo de

condición no deja la protección del refugio. Los campos son bastante

seguros y siempre están patrullados, pero no queremos correr el riesgo.

—¿Todos tienen que hacer algo?

—Sí y no. No es justo hacer que otros hagan todo el trabajo, así que

sí. Pero si alguien no puede, nosotros no lo obligaremos.

—¿Quiénes son ―nosotros‖?

—Nosotros. No puedo decir esto sin sonar como un cretino, pero sin

nosotros, los soldados, este lugar no existiría. Hacemos las tan llamadas

reglas. Pero nada es horrible, lo prometo. Necesitas reglas y estructuras

para mantener un lugar como este en marcha y bajo control.

—¿Así que aquí hay como un verdadero líder?

—Conociste a Fuller, ¿verdad? Él tiene la palabra final, supongo. No

está interesado en gobernar, tener el poder ni nada por el estilo. Quiere

que sobrevivamos.

Asentí.

—Así que, ¿cómo deciden quién entra en qué categoría?

—A todos se les da tiempo para descansar antes de entrar en ello,

por lo general se da alrededor de una semana, dependiendo de la

condición en la que vengan. Luego se les pone a prueba.

—¿A prueba?

—Para encontrar sus fortalezas y debilidades. De verdad, Orissa, sé

cómo suena esto. Queremos poner a las personas más capaces en los

sitios adecuados. Todo se hace por el bien de la comunidad.

—¿Qué pasa si alguien no tiene ninguna habilidad?

—Cualquiera puede limpiar.

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—Está bien. Y una vez puestos a prueba y clasificados… ¿quién

organiza quién hace qué? —Pregunté.

Él se echó a reír.

—Ellos han recibido el nombre de ―supervisores‖. Tenemos nueve en

este momento, pero necesitamos más. Es un trabajo difícil —admitió y se

cruzó de brazos—. Tienen que asegurarse de que todo se haga a tiempo y

de que haya alguien allí para hacerlo.

—¿Por qué no tuve que ser puesta a prueba?

—Hablé con Fuller.

—Él me lo dijo, pero… ¿por qué?

—Te vi allí afuera. Peleaste tan… tan valientemente. Te arriesgaste

por nosotros y-y tuviste éxito. Eres lista, astuta, rápida… una verdadera

luchadora. Reconozco a un soldado cuando lo veo.

—Gracias —dije, incapaz de mirar a Hayden. Esos no eran los

elogios a los que estaba acostumbrada—. ¿Así que todos los que vinieron

conmigo serán puestos a prueba en un par de días?

—Todos excepto Patrick.

—Pad-raic —lo corregí.

Hayden asintió en reconocimiento.

—¿Cansada?

—Entre otras cosas.

Él lavó los platos, quejándose de que las ―damas de la cocina‖ se

molestaban cuando quedaban platos sucios en el fregadero. Caminamos

de regreso por los silenciosos pasillos. Me asustaba cuán silencioso estaba

todo. Me sentí tonta una vez que me di cuenta de que era media noche y

todos estaban durmiendo.

—¿Dónde están mis amigos? —Pregunté.

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—Tienes sus habitaciones —respondió Hayden. Entramos por una

puerta dentro de una habitación oscura. Hayden deslizó su mano hacia

arriba y hacia debajo de la pared, buscando encender la luz. Ésta

parpadeó encendida—. Necesitarás más ropa —dijo y señaló con la mano

hacia los anaqueles frente a nosotros.

Muchas de las prendas eran nuevas y todavía tenían las etiquetas

del precio. Especulé que los chicos habían asaltado una tienda de ropa.

Estaba demasiado cansada y adolorida para que me importara un comino

la ropa en este momento. Tomé sólo lo que iba a necesitar para esa noche.

—¿Eso es todo? —Preguntó Hayden cuando vio mi montón.

—Por ahora. Sólo quiero dormir. Me duele el cuerpo.

Tomó la ropa de mis brazos como si fuera demasiado para que yo la

llevara. Tomaría mucho esfuerzo objetar al respecto. Regresamos a nuestra

habitación. Llevé el pijama al baño para cambiarme.

—Hace frío aquí en la noche —dijo Hayden cuando volví a la

habitación—. Hay algo mal con el sistema de calefacción de la casa.

Teníamos la esperanza de encontrar un mecánico.

—En cambio me obtuvieron a mí. —Me metí debajo de las sábanas.

—Creo que es un intercambio justo. —Sonrió y apagó la luz. Por

primera vez en meses, me sentí a salvo. Dormí profundamente. Es decir,

hasta que una fuerte alarma sonó.

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Traducido SOS por katiliz94 y SOS Apolineah17

Corregido por Key

e siento. El pitido sonó, haciendo eco a través de nuestra

habitación. Algo iba mal. ¿Habían entrado los zombis?

¿Estábamos bajo un ataque?

—Está bien —dijo Hayden somnolientamente, viendo mi miedo—. Es

mi alarma.

Mi corazón aún estaba acelerándose. Cogió el pequeño reloj de la

mesilla de noche y lo apagó, arrojó atrás las mantas, y a regañadientes

salió de la cama.

—¿También necesito levantarme? —pregunté.

—No. al menos, no aun. Tienes tiempo para descansar, también.

—Gracias a dios. —Me desplomé de nuevo y tiré las mantas más

cerca a mi alrededor—. ¿Qué tienes que hacer?

—Entrenar —murmuró—. Puedes ir abajo a desayunar en cualquier

sitio. Los soldados no tienen un tiempo programado como los otros que

hacer.

—Creo que me quedaré en la cama —le informé. No quiero salir de la

cama aún. Se siente bien conseguir varias horas de sueño pero podía decir

que mi cuerpo dolería instantáneamente cuando me moví.

—Está bien. Regresaré en un rato. Puedes, eh, hacer cualquier cosa,

imagino.

—Suena bien —planeé continuar de vuelta a dormir y después

buscar a Raeya. Cerré los ojos, pensando en dormir solo unas pocas horas.

Cuando Hayden regresó a la habitación alrededor del mediodía, no pude

M

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creer cuando había dormido. Me lavé la cara, cepillé y volví a trenzar el

pelo, y me vestí. Brewster estaba en nuestra habitación, hablando y riendo

con Hayden.

—Bienvenida al club A —dijo cuando entré.

—Gracias, creo. —Le destellé una sonrisa.

—Ivan Brewster, a tu servicio —bromeó y me sacudió la mano.

—¿Se supone que os tengo que llamar por vuestros apellidos o

dirigirme a vosotros como Soldado Raso, Sargento o lo que sea? —pregunté

y me senté en mi cama sin hacer.

Hayden sacudió la cabeza.

—Ya no continuamos con las formalidades. Realmente no importa en

este mundo.

—Lo hace más fácil para mí.

—Orissa Penwell —dijo lentamente Ivan—. Quiero saber todo sobre

ti.

—Uh, ¿todo?

—¿Por qué no? Toparse con alguien como tú no ocurre todos los

días. Has destellado mi interés. —Habló él afluente y profesionalmente con

una voz delicada.

—Puedo sostener un arma y no quiero morir. En realidad es eso —

simplifiqué.

—No compro eso durante un segundo.

—Mis padres son ninjas —suplementé irónicamente.

Ivan sonrió y se giró hacia Hayden.

—Me gusta. —Hayden sonrió y asintió, pareciendo extrañamente

tímido.

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—¿Queréis comer? —Nos pregunta a Ivan y a mí. Asentí y fui con los

chicos a la cafetería. Una puerta fue abierta en nuestro recibidor.

Curiosamente miré dentro a los dos chicos que estaban viendo la

televisión.

Ivan y Hayden estaban vestidos en botas de combate y pantalones de

camuflaje con camisas negras metidas dentro. Se veían como pensaba que

los soldados deberían: puestos juntos en una forma cómoda, confiados y

musculosos. Ivan estaba haciendo una broma sobre alguien al que se

refería como ―Loca Cara‖ cuando entramos en la cafetería. Estaba

completamente lleno, con una fila de personas esperando coger sus

bandejas. Un niño pequeño nos vio entrar. Tiró de la camiseta de su padre

y señaló. El padre miró arriba y codeó a su mujer. Pusieron las manos

sobre sus corazones y asintieron con respeto en nuestra dirección.

Los otros nos notaron, teniendo una reacción similar a la del niño.

El silencio cayó sobre la habitación. Un anciano nos saludó. Entonces,

como una entrada, todos emergieron en un aplauso. No sabía qué hacer.

Mirando a Ivan y Hayden por indicaciones, yo, también, sonreí.

Caminamos hacia una mesa en la parte trasera, llegando a detenernos y

agradecer.

—¿Esto ocurre todo el tiempo? —pregunté una vez que estuvimos

sentados.

—Sí, —me dijo Ivan—. Siempre dije que las personas aplaudirían por

mí un día. Sin embargo, pensé que serían por mis histéricas habilidades

en la guitarra y no por mis hostiles desarmes.

Era agradable que fuésemos apreciados. Después de que el asombro

desapareciese, una joven se acercó. Pensando que era algún extraño tipo

de admiradora, no miré arriba. Cuando escuché su voz, salté y envolví los

brazos alrededor de ella.

—¡Raeya! ¿Có-cómo estás?

—Estupendamente —dijo ella con una risa—. Estaba tan asustada

de que te llevasen lejos por algún motivo. —Trajo su bandeja adelante, Lisa

en pie detrás, y se unieron a nosotros. Le habían sido dichas las mismas

cosas sobre ser ordenada y en las formas de los compuestos como a mí.

Ella y Lisa estaban compartiendo una habitación con una mujer de

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mediana edad que perdió a todos. Se lo decía a todos en la categoría C a

través del A1s como las nuevas celebridades.

—Voy a salir con Raeya —le dije a Hayden cuando terminamos de

comer.

—Ok, te veo esta noche —dijo él con una ligera sonrisa.

—¿Chicos, que vais a hacer esta noche? —preguntó Raeya cuando

entramos en su habitación—. ¿Cosas de soldados de alto secreto?

—No —dije, aplastando su emoción—. Nosotros, eh, somos

compañeros de habitación.

Sus cejas se levantan.

—¿Lo son?

—Sí. —Esperé, juzgando su reacción. Ella presionó juntos los labios

y lo dejó ir. Su habitación era pequeña, situada como un dormitorio en

algunas formas. Tenía una litera y una sola cama, dos grandes vestidores,

un escritorio, y una incómoda silla rosa pálida de mala apariencia. Nos

sentamos en la cama de Raeya —en la litera de abajo— y hablamos sobre

el compuesto. Los del C tenían un calendario estricto que seguir. Raeya lo

apoyaba y pensaba que era necesario mantener un lugar como este en

orden. Estaba nerviosa por su prueba de clasificación, temerosa de que no

valdría para nada más que lavar platos.

Scarlett Procter era el mismo incisivo del Comité de Bienvenida. Fue

una de las primeras ocupantes en el refugio, junto con su marido, dos

hijos, madre, hermana, perro familiar, mejor amiga y su familia. Incluso

tuvo tiempo para empacar sus pertenencias. Los tacones, la falda, y la

blusa de seda que llevaba se verían bien en una reportera de noticias. En

alguien escondiéndose en el subsuelo de los locos humanos carnívoros se

veía increíblemente estúpido. Su insignia ID colgaba de un collar de

cuentas. Era más alegre y agradecida y no tenía ni idea de lo que

realmente había ahí fuera o lo que se sentía perder a los que quieres.

Nos llevó en un tour, mostrándonos la ―habitación de juegos,‖ la cual

era una habitación grande, pintada —a la espera de eso— de blanco.

Había mesas, sillas, estanterías llenas de libros y juegos. Nos mostró la

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―habitación de cine‖ que era muy parecida a la habitación de juegos pero

con una televisión grande y sofás. Nos mostró los cuartos de reservas y

después nos llevó abajo a otro nivel.

El segundo sótano, como ella lo llamó (aunque técnicamente era el

tercero) albergaba las salas de hospital, oficinas, suministros de

armamento, y más cuarteles de viviendas que alojaban a los A2s, A3s y Bs

también algunos desbordados del C. Ella solo tenía acceso a los cuarteles

de vivienda.

Nos condujo de regreso a la habitación del cine, donde los niños

estaban viendo algún tipo de película animada. Estuve feliz de ver a Lisa

sentándose al lado de otras chicas de su edad. Scarlett estaba

hablándonos sobre como el refugio siempre está lleno de cotilleos ya que

no hay mucho más para hacer que hablar.

—Escuché sobre el nuevo A1 —gesticuló, inclinándose adelante y

bajando la voz—. Al parecer, hizo una autentica impresión sobre Hayden

Underwood e Ivan Brewster.

—¿Por qué son esos dos tan importantes? —pregunté, evitando los

ojos de Raeya. La chica no podía mantener una cara de póker para

salvarse la vida.

Sonrió, complacida al saber algo que yo no.

—Son los mejores. —Guiñó—. Y también guapos, ¿no crees?

—¿Cómo hizo esa novata una impresión de esos dos? —pregunté.

—No lo escuchaste de mí, pero el hijo mi amiga de Minnie es un A3 y

escuchó por encima a los A1s hablar sobre el nuevo A1 y cómo pulverizó a

los hostiles. Y –captó esto– que es osado, valiente y casi se mató por salvar

a diez civiles y a los chicos.

—Wow. ¿Sabes cómo este maravillo, valiente, increíble y

probablemente de buena apariencia A1 lo hizo?

La confusión embrolló el rostro de Scarlett durante un breve

segundo ante mis palabras.

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—Imagino que alejó a los hostiles para que todos pudiesen escapar.

—Wow —repetí—. ¡Simplemente increíble! —Raeya me codeó.

Scarlett continuó al hablarnos sobre los planes para el refugio que no

podían ser ejecutados hasta la primavera, tales como plantar cultivos. No

presté un poco de atención a lo que estaba diciendo porque, francamente,

estaba demasiado distraída para importarme.

Miré por encima a todos en la habitación. Nadie se veía

particularmente miserable. Los que no estaban viendo películas estaban

hablando con tranquilidad, leyendo o dibujando. Y una anciana sentada

cerca de los niños trabajando en una cosa de punto de cruz que estoy

segura de que tenía un nombre apropiado.

¿Bordado, tal vez? Pensé en ello durante un segundo más antes de

darme cuenta de que no importaba. Pensé en ellos durante un segundo

más antes de darme cuenta de que no importaba. Nada sobre hoy era

normal y sin embargo todos continuaban. Es una cosa divertida sobre la

raza humana, como ansiamos la normalidad tanto que apenas somos

capaces de adaptarnos a casi todo. Y lo normal era sentirse a salvo, estar

relajados y cómodos, sin esconder el temor.

—…y entonces él explotó la puerta —dijo Scarlett sin aliento,

poniendo la mano sobre el brazo de Raeya. Estaba contenta de que no

estuviese sentándose a mi lado. Odiaba cuando las personas me tocaban

durante una conversación—. ¡Oh dios mío! ¡Hablando del malvado!

—Orissa —llamó Hayden. Me puse de pie para mirarlo. Él me lanzó

algo que instintivamente alargué la mano para coger. Estiré el brazo

izquierdo a un lado, doblándome de dolor—. Oh, lo siento, lo olvido.

Cogió la insignia de ID. Normalmente me negaría a llevar un cordel

alrededor del cuello. Pero el estatus de A1 se veía tan bien al lado de mi

nombre que no pude resistirlo. Me lo puse sobre la cabeza, golpeándolo

contra el pecho. Los ojos de Scarlett resaltaron.

—¿Tú eres la nueva A1? —preguntó con incredulidad.

—Sip —respondí. La mirada en su cara era absolutamente

incalculable.

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—Hola, Hayden, —dijo Raeya educadamente. Hayden le devolvió el

saludo pero podía decir que él había olvidado su nombre.

—Orissa —dijo—. Fuller quiere tenerte programada y darte los

códigos de pase.

Me despedí de Raeya y seguí a Hayden al siguiente nivel. Fuimos a

través de una de las puertas a las que Scarlett no estaba autorizada a ir y

sorprendentemente a una habitación de alto techo. Mi mano consiguió

escanear en el ordenador y me fue dada una lista de códigos para

recordar. Me fue advertido no perder la lista, ya que reprogramar los

códigos era un dolor en el trasero.

Cuando terminamos deambulé por los alrededores hasta la

habitación de Raeya; se mezclaba con los otros y la había pasado una vez.

Ella estaba volviendo a doblar su ropa y clasificándola en grupos de

colores.

—¿Quieres encontrar a Padraic? —preguntó—. No lo he visto desde

la cuarentena.

—Uh, no. Pasaré.

—¿Por qué?

Suspiré. Había esperado evitarlo hasta que hubiese pasado el tiempo

suficiente para que las cosas no fueran extrañas.

—Me besó.

—¿Qué? —sonrió—. ¿Cuándo?

—Antes de que tuviésemos que marcharnos. Fue… extraño. —

Arrugué la nariz.

—¿Extraño? ¿Estás pensando en el mismo doctor caliente de aquí?

—Admitiré que es caliente…

—…y amable, cariñoso y listo.

—No. —Sacudí la cabeza—. Todavía es extraño.

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—¿Por qué?

—No lo sé —mentí—. Está bien, sí. Me recuerda a Ted.

Raeya situó abajo una sudadera y se sentó a mi lado en la cama.

—¿Tu padrastro?

—Sí.

—La última vez que revisé, tu padrastro tenía sobrepeso y estaba

quedándose calvo. ¿Cómo diablos puedes siquiera comparar a esos dos?

Me crucé de brazos. Odiaba las conversaciones profundas como esta

cuando estaba forzada a admitir algo que me hacía sentir como escoria.

—Sabes que no soy la más gran admiradora de Ted. Y sabes también

que como cualquiera que no tenía motivos para enviarle al infierno. Él no

ha hecho nada más que hacer feliz a mi madre. Y digo que le odio, pero en

realidad… en realidad no puedo pensar en algunas buenas razones de

porque lo hago. Es una buena persona, tengo que admitirlo. Hace lo

correcto; pone fe en las personas que no lo merecen. Personas como yo. —

Miré a Raeya y sacudí la cabeza. Esta mierda sobre quitarte un peso del

pecho era verdad después de todo.

—Así que, ¿ya que Padraic es una buena persona no te gusta?

—Suena mal cuando lo dices así.

—No, esto es bueno. Creo que estamos llegando a un

descubrimiento.

—¿Estamos? —pregunté, jugando con un botón de mi camisa.

—Sí. ¿Por qué odias a Ted? —preguntó.

—Alejó a mi madre de mí.

—Le dio algo que tú no podías.

—Podía —comencé a argumentar. Me cerré la boca.

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—Él hizo algo que tu no podías hacer y nunca permitiste hacer —

analizó Raeta—. Y has sobrecompensado toda tu vida al sobresalir en todo

lo que haces.

—¿Yo, sobresalir? ¿Necesito recordarte cuantas clases suspendí y

que no me gradué? Asesiné a mi cactus, fui expulsada tres veces en un

año, totalmente atrapada cuando estaba saliendo con Marcus y Adam al

mismo tiempo, y, oh, ¿recuerdas cuando intenté ser vegetariana? Eso

duro, ¿qué, diez horas?

—Y durante seis de ellas estabas dormida, —me recordó, riendo—.

Está bien, tal vez no todo, pero eres buena en muchas cosas.

—Soy buena al matar. Cazar. Soy una rustica glorifica criada por mi

paranoico abuelo con un Desorden de Estrés Post Traumático. Tengo

veinticinco años y no tengo nada para mostrar.

—¡Ni yo! —argumentó ella.

—Bueno, no más. Pero lo hiciste. Tienes, tenías, tu grado de

negocios y estabas consiguiendo también el grado de master. Si, la

economía más que la lastima pero lo habrías hecho, sé que lo harías

porque eres lisas, lo intentas y tienes que acercarte.

—Gracias, Rissy. Es extraño, ¿verdad? Como ese pedazo de papel

significaba tanto para mí. Tener dos grados no va a ayudarme ahora.

—Muchas cosas que solían ser importantes parecen ser realmente

tontas ahora.

—Sí, como el Viernes Negro —dijo con seriedad.

—¿El Viernes Negro?

—Ya sabes, ¿las compras despues de acción de gracias? Solía

encantarme despertar a las tres de la mañana para atacar las tiendas.

Ahora puedo ver cuanta pérdida de tiempo y dinero era eso.

Reí y sacudí la cabeza.

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—Sí. Eso es muy estúpido. Las personas hiriéndose o matándose por

objetos materiales. Pone las cosas en retrospectiva, ¿verdad?

—Sí. Me siento mal por no apreciar las pequeñas cosas. —Sonrió y

suspiro—. Entonces, ¿qué vas a hacer sobre lo de Padraic?

—Sabes que no soy la que sale con algún tipo de cosas así. Me gusta

como un amigo, en realidad, lo hace. Simplemente no hay nada más. Y no

quiero herir sus sentimientos, por lo que planeo evitarlo a toda costa hasta

que se olvide de ello y continúe.

Más fácil de decir que de hacer. Fui enviada a la sala de hospital

para tener el corte revisado. Al menos no estábamos solos. Había varias

personas heridas yaciendo en las camas. Padraic me dijo que ya tenía que

fijar dos heridas pifiadas. Al parecer no consiguió una semana para

descansar. También estaba intentando juntar una clase de entrenamiento

para los del B3 y una más simple para cualquiera que estuviese

interesado. Sonrió cuando me dijo que siempre quiso enseñar.

Podía leerle con facilidad. Era una mentira. Estaba cansado,

estresado, ocupado y en realidad el único con el conocimiento sobre cómo

curar a esas personas. Me aseguró que una de las enfermeras solía

trabajar en la ER, era increíble y alegremente repartía las principales

responsabilidades. Todos lo miraban, como deberían, y confiaban en su

opinión profesional sobre la de todos los demás.

Me dijo que mi brazo se veía bien y que era la paciente ideal de cada

doctor porque me curaba demasiado rápido. Antes de que pudiese saltar

de la mesa de examen, puso las manos sobre mis hombros.

—¿Cómo estás, realmente, Orissa?

—Genial —espeté.

—¿De verdad?

—Bueno, dado lo que hemos tenido que atravesar, estoy tan bien

como puedo estarlo. Aquí estamos a salvo.

—Lo estamos.

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—No suenas demasiado feliz por eso, —dije en voz muy baja,

confundida por su tono sin emoción por mejorar nuestras vidas.

—No, estoy feliz —dijo y apartó sus manos de mí. Pasó una por su

cabello oscuro, alborotándolo—. Siento que tomé la vida como un hecho

antes. —Suspiró pesadamente y se sentó a mi lado—. También tengo que

darte las gracias, por todo lo que hiciste. Sé que eres consciente de que

ninguno de nosotros estaría aquí si no fuera por ti.

—Cierto. De nada —dije tan sinceramente como pude para tratar de

salir del apuro.

—Eres-eres una mujer increíble —comenzó. Aquí vamos, pensé y me

esforcé por no alejarme—. Estás tan-tan llena de fuego. Siempre pensé que

estaba vivo antes… —su voz se apagó. Horrorizada de que fuera a

parlotear alguna basura como ―No estaba vivo hasta que te conocí‖, me

concentré en el suelo. Él negó con la cabeza y volvió a empezar—. Solía ser

el único que se preocupaba por los demás. Tomé mi deber como médico en

serio. Mientas pudiera ayudar a otras personas, estaría bien. Pero estaba

equivocado. Me olvidé de mí mismo, me olvidé de que yo también quería y

merecía ser feliz.

—Lo haces, Padraic. Eres una buena persona, una persona

realmente buena. Si no te gusta aquí, no-no sé. Estoy segura de que puedo

pensar en algo.

—No, no. No es eso. Estoy agradecido por este lugar. Y —Me dio un

codazo—. Creo que puedo decirte ―te lo dije‖. Dijiste que nunca

encontraríamos un lugar como este.

Incluso tuve que sonreír. —Eso es cierto. —Me paré de un salto—.

¿Terminamos aquí? Tengo que reunirme con Fuller y revisar mis cosas…

A1 —mentí.

—Sí. Te ves genial. Físicamente, quiero decir, médicamente. —Sonrió

nerviosamente.

—Bien, genial. Gracias. —Puse mi mano en el picaporte—. Te veo

más tarde. —Corrí a mi habitación. Hayden estaba acostado en la cama

viendo una película. Llevaba pantalones tipo chándal y una camiseta con

una manta que cubría sus piernas. Me senté en la cama, con los ojos

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pegados a la televisión. Había viso esta comedia en particular muchas

veces. Ya que no había visto televisión en meses, esta era la mejor película

del momento.

—¿Donación de sangre? —preguntó Hayden, viendo una pequeña

bola de algodón sobre el inferior de mi codo. No apartó la mirada de la

película.

—Sí.

—¿Por qué?

—A los doctores les gusta asegurarse de que estamos sanos.

—¿Les sacan sangre a todos?

—Si quieren —dijo él rápidamente.

—Uh-huh. —Sabía que estaba mintiendo. Decidí que le preguntaría

a Padraic sobre ello más tarde.

Pasé mis días de sanación conociendo a los A1s, caminando por allí,

aburriéndome en mi mente con Raeya, explorando las partes del cercado

del refugio, las cuales no eran muchas, y jugando con Argos. Desayunaba

y almorzaba con Hayden y con los otros soldados y cenaba con mi viejo

grupo.

No todos los A1 eran acogedores. Los cinco chicos que me vieron en

acción estaban agradecidos de tener a otro en el equipo. Otros no lo

encontraban justo ya que no había pasado por el campo de entrenamiento

como ellos lo habían hecho. Brock dijo que ellos no estaban convencidos

de que fuera lo suficientemente buena, pero lo superarían una vez que me

vieran en el entrenamiento.

Mañana era mi primer día de entrenamiento. Hayden me aseguró

que entrenar no era nada más que hacer ejercicio, situaciones simuladas

de zombis, y aprender nuevas técnicas de lucha. Y, ya que era la única A1

que sabía cómo usar el arco y la flecha, Fuller quería que les enseñara a

los otros. Solía ejercitarme con regularidad. Después no pude pagar mi

membresía en el gimnasio, así que acorté mi rutina a correr, hacer yoga y

hacer mínimos ejercicios en mi habitación. En realidad tenía ganas de

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volver a estar en una caminadora mientras seguía a Hayden por las

escaleras del sótano.

No había atravesado ninguna de las puertas laterales. Entramos a la

de la izquierda, ingresando a una enorme sala de entrenamiento. Iba a

hacer ejercicio cardiovascular y luego iba a pasar por una lista de

ejercicios de entrenamiento de fuerza, siendo evaluada —por Hayden— en

lo que necesitara mejorar. Después de un breve descanso nos trasladamos

hacia afuera para las prácticas de tiro. Aunque el refugio tenía muchas

municiones, no queríamos desperdiciarlas.

Había un puñado de armas nuevas y modernas que no había usado

antes. No pasó mucho tiempo antes de que estuviera golpeando el centro

del blanco. Cuando terminamos con eso, el grupo se separó. La mitad se

retiró al interior, mientras que los demás entrenaban a los A3s. Hayden

me llevó cerca del granero en cuarentena en su camioneta. Sacó el arco y

las flechas.

—¿Me puedes mostrar cómo se usa? Quiero saber lo que estoy

haciendo antes de que juegues a la maestra —dijo con una sonrisa

insolente.

—Sí —le dije, sabiendo bastante bien que me gustaría hacer lo

mismo. Él miro a su alrededor, puso las flechas en el suelo y sacó las

llaves de su bolsillo.

—¿Quieres ir a dar una vuelta? —preguntó.

—¿Podemos simplemente irnos?

—Orissa, esto no es la prisión.

—Lo sé, es sólo… —No podía pensar en cómo decir lo que estaba

pensando—. ¿Tenemos que estar en cuarentena de nuevo?

—No. No si vamos a los campos. Aún no has estado allí, ¿verdad? —

Cuando negué con la cabeza, él sonrió—. Perfecto. Están vigilados, así que

es relativamente seguro. —Entramos en la camioneta. Ya que estaba

menos que consciente la última vez que estuve aquí, no me había dado

cuenta de lo bonito y detallado que estaba todo. Alguien había invertido un

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montón de dinero en esta camioneta. Hayden presionó la tecla de

reproducción en su iPod.

—¿Spice Girls? —pregunté, tratando de no reírme cuando Say You’ll

be There sonó en los altavoces.

—Oh, soy un gran fan —dijo con un movimiento rápido de su

mano—. En realidad no. Yo, uh, empecé a coleccionar iPods ya que no

puedo descargar más música. Me harté de la que estaba en el mío. —Iba a

cambiarlo a la siguiente canción, pero lo detuve.

—Me gusta esta canción.

—¿En serio? —preguntó con una sonrisa.

—Sí. ¿No me digas que, por lo menos, no te parece pegajosa? —Subí

el volumen para poder cantar—. Pasé por la fase de vestidos cortos y

zapatos de plataforma —le dije.

—¿De verdad?

—Mi padrastro la odiaba.

—Lo cual te hizo hacerlo más —adivinó correctamente.

—Por supuesto, ahora cállate y déjame cantar —dije con una

sonrisa. Cuando Wannabe siguió después, Hayden cantó el estribillo

conmigo. Los dos nos estábamos riendo cuando la canción terminó—. Ha

pasado un largo tiempo desde que he hecho eso —admití.

—¿Hecho qué?

—Cantar. Por diversión, no para distraer zombis.

—Eso fue una idea genial, por cierto. —Me miró con una sonrisa

irónica.

—Gracias. ¿Qué tan lejos está el campo?

—No demasiado lejos —dijo. Fue entonces que me di cuenta de que

sólo íbamos a cuarenta kilómetros por hora. Canté unas canciones más

antes de que nos estacionáramos cerca del enorme granero. Hayden

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saludó a la patrulla de A2s y bajó de la camioneta. Cargué el arco y él llevó

las flechas. Caminé delante de él, inspeccionando con curiosidad lo que

me rodeaba. Podía ver los rebaños de vacas y oler a las gallinas. Hubo

algún tiempo en que esto debió haber sido una auténtica granja. Alrededor

de medio metro de distancia de la valla de madera que acorralaba a las

vacas había un cable, un cable eléctrico.

—¿Esto se supone que mantiene a los zombis lejos? —pregunté,

alcanzándolo. Hayden dejó caer las flechas y tiró de mí hacia atrás. Mi pie

quedó atrapado con el terreno desigual, haciendo que me tropezara. Él me

atrapó con facilidad. Todavía sosteniéndome, dijo:

—No a los zombis. Pero si a los S1s. Tiene electricidad suficiente

para detener un corazón humano.

—Oh —dije, enderezándome—. Gracias por, uh, salvarme entonces.

—No hay problema. —Miró hacia atrás—. Vayamos por aquí. No

quiero matar accidentalmente algo.

Improvisamos objetivos utilizando fardos de heno y bolsas de

alimento vacías que volteé al revés y en las que dibujé círculos.

—Sería bueno tener una protección para el brazo —murmuré.

—¿Por qué?

—Es útil. A veces la cuerda golpea tu brazo cuando la sueltas. Y

mantiene la ropa holgada fuera del camino.

—Oh —dijo y levantó el arco. Me eché a reír.

—Lo siento. —Me tapé la boca.

—¿Qué?

—Lo estás haciendo todo mal. Mira. Presta atención a cómo se

mueve mi cuerpo.

—Creo que puedo hacer eso —bromeó Hayden. Rodé los ojos. Tiré de

una flecha, apunté y la solté—. Eres buena —me dijo—. Y haces que

parezca fácil.

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—He estado haciendo esto por un tiempo —dije con sinceridad—.

Apestaba al principio. —Pasamos la siguiente hora repasando las partes

del arco, lo que hacían y finalmente cómo disparar. Hayden prestó

atención a todo lo que dije y lo captó rápidamente.

Al día siguiente tuvimos un entrenamiento de combate uno-a-uno.

Ivan fue mi compañero. No había mencionado mis años de clases de artes

marciales.

Pateé su culo.

Hayden no fue a entrenar al día siguiente. Parecía haber

desaparecido. Nos despertábamos al mismo tiempo, tomábamos el

desayuno con los otros soldados, y caminábamos por el pasillo juntos.

Pero cuando entraba a la sala de entrenamiento, él simplemente no estaba

allí. Di mi demostración de tiro al arco combinada ese día; no creí que

Hayden querría perdérsela.

Me senté en mi cama cepillándome el cabello húmedo, recién

duchada después del entrenamiento de hoy. Cuando Hayden pareció

alarmado al verme, supe que algo estaba pasando. Apretó su brazo

izquierdo a un lado y trató de escabullirse para pasar desapercibido.

—¿Estás escabulléndote para ver a un vampiro? —pregunté.

—¿Eh?

—Has estado donando mucha sangre —dije seriamente. Esta fue la

cuarta vez que notaba la bola de algodón y el curita en su brazo.

—Oh, uh, no.

Me levanté y cerré la puerta. —Hayden, sé que estás mintiendo.

Él suspiró, se pasó la mano por la cabeza y se sentó en su cama—.

Lo estoy.

—¿Por qué?

—Se supone que no debo decirle a nadie.

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—¿Decirle a nadie, qué? ¿Y dónde estuviste hoy? —Me arrodillé en la

cama junto a él. Cogí su mano derecha y extendí su brazo—. ¿Y qué se

trata todo esto? ¿Estás enfermo? —De repente, tuve miedo. No quería que

nada estuviera mal con Hayden.

—No estoy enfermo.

Levanté las cejas, esperando una explicación. —Está bien…

Giró su brazo por lo que su mano estaba apoyada sobre la mía. —No

puedes decirle a nadie, ¿de acuerdo?

—Lo prometo.

—¿Recuerdas que te dije que me mordieron?

—¿Sí?

—Esa loca doctora de la que también te hablé está tratando de hacer

una vacuna.

—¿Una vacuna? —repetí incrédula.

—Sí.

—¿Puede hacerla?

—No lo sé. —Hayden alejó su mano—. No conocemos a nadie más

que haya sido mordido y no se haya infectado, así que no es fácil. Ella me

dijo que necesitaba probarla en personas, pero no hay manera de que

podamos hacer eso.

—Pero, ¿por qué sigue sacándote sangre?

—Ella —y ahora tu amigo Padraic, por cierto— están tratando de

averiguar lo que hay diferente acerca de mi sangre.

—¿Han encontrado algo? —pregunté. Me dolió un poco saber que

Padraic me guardó un secreto como ese. Él no tenía obligación de decirme,

y lo había evitado como una plaga, por lo que no tenía mucho sentido

preocuparme.

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—Nada substancial. Supongo que tengo más glóbulos blancos. Pero

no demasiados, igual que los pacientes con cáncer. Siempre he tenido un

buen sistema inmunológico. Padraic cree que necesitamos más muestras

de sangre.

—¿Qué quieres decir?

—No hablo lenguaje médico, pero él dijo algo acerca de necesitar

hacer pruebas neurológicas. Obviamente, no podemos hacer eso aquí.

—O nunca —solté, también sorprendida de la emoción que eso

despertó en mí—. ¿Qué pasa si te joden el cerebro?

—Ya está bastante jodido —dijo secamente—. Sin embargo, no

puedes decirle a nadie, ¿de acuerdo? Sólo Cara, Padraic y Fuller saben

sobre esto.

—No diré nada —prometí.

—No queremos que nadie sepa porque sería decepcionante si no

funciona —explicó.

—Entiendo.

Se acercó más. Suavemente, toco una cicatriz en mi frente. —¿Cómo

te hiciste esto? —preguntó en voz baja, con su rostro a pocos centímetros

del mío.

—Un accidente de carro. Bueno, algo así. Le robé una camioneta a

un loco y había un zombie en el asiento trasero.

—Esa si es una historia interesante.

—Lamentablemente, es cierto.

Él sonrió y quitó un mechón de cabello de mis ojos. Un golpe en la

puerta lo hizo alejarse. Era Fuller. Con una mirada seria en su rostro, sacó

a Hayden de la habitación. Hice lo mejor que pude por escuchar a

escondidas. De las partes y piezas que fui capaz de reunir, el grupo de A1s

estaban en una misión de la que no habían regresado todavía… como se

suponía que deberían haberlo hecho esa mañana.

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Podrían haberse encontrado con complicaciones, Hayden le recordó.

Un día más y ellos estarían aquí, Hayden estaba seguro. Me di cuenta por

la preocupación que escondía detrás de sus ojos color avellana que no

creía ni una palabra de lo que había dicho.

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Traducido SOS por Drys

Corregido por katiliz94

l calentador había dejado de funcionar. Mis manos y mis

pies estaban casi entumecidos por el frío. Me puse dos capas

de calcetines y una sudadera con capucha por encima del

pijama. Me acosté en la cama tiritando, tratando de dormir y de no notar

el frío. Era sobre la una de la mañana, un forcejeo me despertó. Me senté a

regañadientes, porque no quería dejar salir el poco calor corporal que se

había quedado atrapado debajo de las mantas. Entonces lo oí de nuevo.

Venía de la cama de Hayden. Su respiración era pesada.

—Hayden —susurré—. Despierta. —Él no respondió—. ¡Hayden!

Estás teniendo una pesadilla. Despierta. —Cuando golpeó de nuevo, me

levanté de la cama, temblando al instante. Hayden había tirado las mantas

de encima. Las recogí; él tenía que estar congelado.

—Hayden —le dije otra vez, sacudiéndolo suavemente. Se despertó

con un sobresalto, agarrando mis brazos con fuerza—. ¡Hayden!

Se puso rígido, todavía respirando con dificultad.

—¿Orissa?

—Sí.

—Oh. Lo siento. —Dejó que sus manos corrieran por mis brazos—.

¡Tus manos están heladas!

—Sí, hace frío aquí dentro.

—Oh. —No me dejó ir.

—¿Estás bien? —le susurré.

E

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—Yo-Yo, eh. Sí. —Apenas podía ver la silueta de su cabeza—. Tengo

este sueño a veces. Acerca de Ben.

—¿Ben?

—Mi mejor amigo. Se unió a los Marines conmigo. Murió cuando un

artefacto explosivo improvisado estalló.

No sabía lo que era eso, pero me dolía el corazón por él. No podía

imaginar perder a Raeya. Me senté en el borde de su cama.

—Aquí —dijo, y tiró de las mantas por encima de nosotros—. Es tan

real. Todo se vuelve a reproducir. Lo vi pasar... —se interrumpió.

—Hayden, lo siento mucho. —Giré y puse mi mano sobre su

hombro.

—Entonces, Ben regresó como un zombi. Esa parte era nueva. —

Puso su mano sobre la mía—. Todavía tienes frío.

—Sí.

Tomó mis manos entre las suyas para calentarlas.

—Y tengo que matarlo, y otra vez, porque no moría. Se siente como

que lo estoy haciendo de verdad. —Sin soltar mi mano, se tumbó—. Es

solo un sueño estúpido, lo sé.

Me acosté a su lado, tirando de la colcha hasta la barbilla.

—Mi madre solía ser una alcohólica. No sé cuántas veces la

encontré desmayada en su propio vómito. Todavía tengo pesadillas acerca

de ir a despertarla y ella estando dura, fría y muerta.

Hayden tomó su mano de la mía y tímidamente la puso en mi

cintura. Su cuerpo estaba tan caliente. Me acurruqué a su lado, no

queriendo reconocer que su presencia me traía más que simple comodidad

física.

—¿Qué hiciste? Cuando tuviste el sueño, quiero decir —me

preguntó.

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—Si estaba en casa iba a verla. Si no estaba, me levantaba. Me decía

que era solo un sueño y hacía otras cosas. O cantar. Me canté a mí misma

muchas veces para dormir.

—Tienes una hermosa voz —comentó.

—Gracias.

Se aferró a mí un poco más fuerte para que sus labios rozaran la

parte de atrás de mi cuello. La sensación que me dio solo podía ser

descrita como mariposas, algo que no había sentido desde el séptimo

grado, cuando Bobby Warner me llevó a mi primera cita verdadera.

—Puedes quedarte aquí hasta que estés caliente —susurró.

—Vale —le dije de nuevo.

Los brazos de Hayden seguían a mí alrededor cuando me desperté a

la mañana siguiente. Me levanté lentamente, porque no quería despertarlo,

y caminé lentamente al baño para ducharme. Él estaba en el proceso de

vestirse cuando volví a la habitación. Me sonrió, sus ojos chispeando un

poco. Dejé que mis ojos se deleitaran en su torso musculoso cuando la

camisa se desprendió. Mis ojos siguieron sus tatuajes y algo dentro de mí

se agitó.

Me obligué a mirar a otro lado, concentrándome en trenzarme el

pelo. Fuimos los últimos en llegar al desayuno esa mañana, nos sentamos

en una mesa. Hayden me hablaba de las cosas locas que él y Ben solían

hacer de nuevo en su podunk, pequeña ciudad en Dakota del Norte. Al

igual que yo, Hayden había roto unas cuantas leyes. A diferencia de mí,

nunca fue atrapado.

Tuvimos el día libre de formación y ejercicio. Hayden me dijo que a

los C les gustaban cuando los soldados interactuaron con ellos. Y, añadió,

que había algunas personas muy interesantes en el refugio. Estábamos

enfrascados en una conversación con un chico que solía ser un abogado.

Como no tenía ningún juramento que respetar, nos contó los chismes de

algunos de sus clientes de renombre.

—¡Ahí estás! —gritó Raeya y corrió—. ¿Cuándo se publicarán los

resultados? —preguntó, con el rostro tenso.

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—¿Los resultados? —le pregunté.

—Me hice la prueba hace tres días.

—¿Qué prueba?

—¡Riss! La prueba de habilidades —dijo exasperada.

—Oh. —Miré a Hayden.

—Uh, debe ser pronto —dijo.

Raeya asintió. Le acaricié el sofá junto a mí, como señal para

sentarse. Hablamos hasta el almuerzo. Tomé mi bandeja y me senté en la

mesa. Tenía hambre, pero no tenía la motivación para comer.

—¿Qué pasa? —preguntó Hayden.

—Estoy harta de patatas —me quejé—. Estoy agradecida por la

comida, pero esto —dejé caer una cucharada de puré de patatas insulsa

en mi plato—, se está volviendo difícil de comer.

—Sí —concordó Raeya—. ¿Recuerdas cuando solíamos comer por

diversión?

—Casi —suspiré y metí una cucharada en la boca. ¡Lo que daría por

un poco de mantequilla! Los cocineros hicieron todo lo posible para dar

sabor a la comida con especias y hierbas, sin embargo, todavía era

evidente que la mayor parte de nuestra dieta provenía de una lata.

Desde que hacía mucho frío en el piso de arriba, la mayoría de los

A1 nos alojamos en las habitaciones comunes hasta que era hora de ir a la

cama. El aire frío me dio una palmada en la cara cuando abrí la puerta.

—Orissa —dijo Hayden, sonando culpable—. ¿Me prometes no

enfadarte si te muestro algo?

—Uh, no.

Él hizo una mueca.

—Entonces tal vez no te lo voy a mostrar.

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—Dímelo o te lo sacaré a golpes.

—Bueno, en ese caso, mis labios están sellados. —Sonrió

maliciosamente. Cogí una almohada y se la arrojé. Él la tomó, la tiró hacia

atrás, y saltó fuera del camino antes de que pudiera tomar represalias.

Abrió el armario y movió a un lado su ropa, tirando una caja de cartón

fuera.

—¡Hijo de puta! —Juré cuando vi lo que había en la caja—. ¿Cómo

pudiste esconderlo de mí?

—Soy egoísta, lo sé. —Pateó la caja en mi dirección. Me abalancé

sobre él, agarrando una bolsa de chocolate.

—No es egoísta, es ser malvado. Ocultar una caja de comida

chatarra y dulces mientras estoy asfixiada por patatas sin mantequilla y

judías verdes.

Hayden se sentó en el suelo, cogiendo una bolsa de patatas fritas.

—¿Quieres ver una película? —preguntó. Me sugirió que me sentara

al lado de él en su cama, ya que la televisión estaba más cerca. No tenía

ninguna cinta de medir, pero apostaría mi vida a que la televisión estaba

solo un centímetro o dos más cerca de su cama que de la mía.

En el estado de coma de azúcar, incliné mi cabeza soñolienta en el

hombro de Hayden. Puso su brazo alrededor de mí. Caliente, fuerte, y

disfrutando la cercanía del otro más de lo que cualquiera de los dos

estuviera dispuesto a admitir, nos quedamos dormidos acurrucados

juntos.

Los A1 desaparecidos habían regresado ayer, como Hayden predijo.

Fueron puestos en cuarentena y se les daba un día para descansar.

Luego, otro grupo se expondría. Y ese grupo estaba formado por

Hayden, Ivan, Brock... y yo.

Estaba emocionada por mi primera misión. Era una carrera de

suministros, como Ivan la llamó. Teníamos una lista de artículos

necesarios. Si una ciudad estaba plagada de infectados, nos

marchábamos. Si veíamos señales de vida humana, nos ―animaba‖ a

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comprobar que funcionaba, sin embargo, Fuller nos recordó, que el

objetivo principal era traer de vuelta lo necesario para mantener la

vivienda en funcionamiento.

Desayunamos con la B y C antes de salir. Raeya no quería que me

fuera. Ella y Sonja me abrazaron y me dijeron que sería mejor que volviera.

Sonreí, prometimos que volveríamos después de cuatro días y nos fuimos.

Nos dirigimos a Luisiana. Iván y Brock abrieron el camino, sin parar

hasta que cruzamos la frontera. La primera ciudad grande que estaba

invadida. Y así estaba la siguiente, y la siguiente de esa. La luz del día se

estaba acabando.

—No vamos a encontrar ninguna que esté limpia —habló Hayden

sobre el walkie. Ivan estuvo de acuerdo. Nos apresuramos a lo largo de un

camino rural, llegando a una ciudad más pequeña con considerablemente

menos zombis. Rodeamos el área para conocer la zona. Debido al

movimiento, los zombis nos persiguieron—. ¿En equipos o solos? —

preguntó Hayden sobre el walkie.

—En equipos —dijo la voz de Ivan después de un momento de

consideración. Su camión se tambaleó hacia delante y golpeó a un zombi—

. Y creo que ganamos por dos puntos.

—No está muerto. Y, si lo está, era un S3. Un punto —sostuvo

Hayden.

—¿Les dan puntos? —pregunté.

—Sí. S1, es el más peligroso, obtienes los tres puntos. Dos puntos

para un S2 y uno para un S3.

—Vamos. Vamos a ganar. —Sonreí. Era una persona competitiva y

este era el un curso perfecto para mí. Ivan se desvió y golpeó a otro zombi.

—¡Patearte el culo es fácil! —Bromeó sobre el walkie—. ¡Ni siquiera

he comenzado a sudar!

—Ahí hay uno —le señalé, pensando que Hayden lo atropellaría.

Agarró el volante y no dijo nada—. ¿Qué?

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—El camión. No quiero darle a nada.

—Eres como los típicos hombres. —Puse los ojos en blanco.

Fuimos en coche a pocos kilómetros de distancia de la ciudad en

busca de un lugar para establecer el campamento para pasar la noche. Un

pajar demostró ser un buen escondite antes. Un nuevo granero con una

buhardilla robusta fue aún mejor. Tuvimos que arrastrar nuestro equipo

pesado por la escalera. Esta buhardilla era tres veces más grande que el

último lugar en el que estuve. Juntamos una gran cantidad de heno,

haciendo una cama casi cómoda. Comimos, registramos nuestras armas, y

nos acomodamos para pasar la noche.

Hayden y yo dormimos en primer lugar. A pesar de que habíamos

ido al sur, todavía hacía frío. Me acerqué más a Hayden que era la única

calidez en este momento. Me sentía vulnerable lejos de la protección del

refugio. Aunque esta vez, yo estaba con tres personas que podrían cuidar

de sí mismos y de hecho cubrirme. No estaba cansada, pero cerré los ojos

y traté de esforzarme para dormir.

—Mmhh —murmuré cuando Hayden se apoderó de mi lado—. Me

estás haciendo daño. —Sus dedos se clavaron en mí—. ¿Qué estás

haciendo? —Él no respondió. Mis ojos se abrieron con miedo. Antes de que

pudiera volverme, el loco me agarró.

Estúpido, saco de dormir de mierda. Me agitaba alrededor tratando

de salir del camino. Grité a Hayden. Él apareció una vez que vio lo que

estaba sucediendo. Brock e Ivan corrieron igual que Hayden. Trepé,

arrebatando un cuchillo, y hundiéndolo en el ojo del loco.

—¿Qué demonios? —dijo Hayden, apretando los puños con rabia—.

¿Quién vigilaba?

—Nosotros —dijo Ivan llanamente, incapaz de sacar sus ojos del

loco.

—Estábamos un poco más allí. —Miró a Brock—. Hace dos minutos,

estuvimos yendo atrás y adelante desde ese lado de las ventanas.

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—Este tuvo una sincronización impecable o lo esperaba —dijo

Brock—. Los S1 no pueden pensar. No se supone que deben ser capaces

de pensar.

—Pueden, y pueden hablar —le dije, recordando el chico en el barrio

de lujo de vuelta en Indy.

—No, no pueden. —La voz de Brock flaqueó, convirtiendo su

argumento en un grito de esperanza.

—Nos encontramos con uno. Había sido mordido y lo sabía. Estaba

confundido, pero todavía era capaz de mantener una conversación.

—¿Y por confusa que quieres decir?

—Trató de matarme, pero no con sus propias manos y los dientes.

Me disparó, pensando que tenía que ser castigada, por irrumpir en una

casa. Era... extraño. Como si quisiera compensar sus malos pensamientos

de alguna manera. Y luego otros. —Como Logan. Había estado normal

pocos minutos antes de que intentara matarme—. Y creo que me encontré

con uno que todavía podría conducir.

—La cara de loca querrá hablar contigo —me dijo Iván.

—No está loca —defendió Hayden.

—Oh, qué lindo. Hayden está enamorado de la estudiante de

medicina socialmente inepta —abucheó Ivan.

—Cállate —comenzó Hayden.

—Uh, chicos —interrumpí—. ¿Quién me ayudará a tirar al cuerpo

por la ventana?

Hayden lo levantó con facilidad. La loca era femenina y joven. No

quise mirarla a la cara. Odiaba que estuvieran vivos. Aunque nadie estaba

cansado después de la adrenalina, Hayden y yo tomamos la guardia y

dejamos que Iván y Brock intentaran dormir. Para eliminar la posibilidad

de otro loco por venir, quitamos la escalera pesada arriba en el desván.

Nos quedamos de guardia mirando por la pequeña ventana. Casi no servía

debido a la oscuridad.

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Oímos los gemidos de la neblina púrpura del crepúsculo. A toda

prisa, recogimos nuestras cosas, despertamos a los demás, y salimos

corriendo del granero. Disparé la primera, clavándola bien en la cabeza.

Los cuatro acabamos con los zombis, los chicos gritaban las puntuaciones

cuando cada uno caía. La amenaza de una docena de zombis era

inexistente. Si no sonara tan retorcido, habría dicho que era divertido.

—Entonces —les dije a Ivan y Hayden que peleaban sobre los

puntos—. Creo que una muerte por la flecha debe valer más puntos que

por la bala.

—Me parece bien —dijo Iván—. Pero tú eres la única con un arco.

—Qué suerte la mía —le dije con un guiño.

Regresamos a la ciudad. Los zombis que acechaban ayer aquí debían

ser los que matamos en el granero porque no eran muchos más. Los

primeros elementos de la lista eran herramientas. Iván y Brock fueron a

una tienda de droguería mientras que Hayden y yo fuimos a la ferretería.

Tres zombis se arremolinaban. Como no quería desperdiciar balas, Acabé

con dos con el arco. Uno gomoso, o más técnicamente llamado S3, cojeaba

hacia nosotros. Pasé el arco a Hayden.

—Haz el mejor disparo que puedas —le dije. Lo hizo y no acertó.

Cuando por fin acertó, el gomoso estaba meramente a unos metros de

distancia—. Se necesita acostumbrarse —le aseguré.

Limpiamos los estantes de cualquier cosa útil y todo lo pesado que

estaba en la lista. Las cargamos en bolsas y las depositamos en la parte

trasera de la camioneta. Volvimos para obtener los siguientes elementos en

la lista.

Fortalecidos. Así es como me sentía. Orgullosa era probablemente la

mejor palabra para usar. Hayden era rápido, fuerte, y podría llegar a un

zombi a unos metros de distancia. Yo era todo eso y más, capaz de usar el

arco. No tenía que preocuparme por él, de que no fuera capaz de cargar el

arma o cometer un error estúpido que hiciera aterrizar una bala en el pie.

Nos movimos a través de ese pequeño grupo de zombis como si

estuviéramos en un videojuego, como si no fuera nada en absoluto.

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No sentí temor hasta ese momento. Cuando suficientes zombis se

presionaron contra las ventanas y puertas para bloquear la luz del sol,

pensé que podríamos manejarlo. El sonido de la rotura de vidrio envió

escalofríos por mi columna vertebral.

No podíamos controlarlo.

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Traducido por katiliz94 y SOS por Drys

Corregido por Apolineah17

o solo Hayden y yo. Solo éramos dos personas. Y no podía

contar el número de zombis que se filtraban en la tienda. De

verdad, entre ambos, teníamos munición suficiente para

liquidarlos. Pero no teníamos suficiente tiempo.

Hayden agarró mi mano y corrió, tirando de mí hacia el cuarto de

almacenaje.

—Tiene que haber una puerta trasera —dijo en la oscuridad. Vestida

en un chaleco militar, palmeé mis bolsillos hasta que encontré la linterna.

Bloqueé la puerta sabiendo que no duraría. Moví la luz por la habitación.

No había puerta trasera. Estábamos atrapados en esta habitación—. Joder

—maldijo Hayden—. Lo siento, Orissa. Pensé que podíamos salir.

—Lo haremos —suspiré. Mi corazón se aceleró. Ya nada sobre esto

era divertido. Estábamos en un mundo lleno de monstruos. No importaba

lo de bien armados que estuviéramos, nos sobrepasaban en número. No

estábamos igualados. Nunca podíamos estar igualados.

Un zombi golpeó la puerta haciéndome saltar.

Llamar a Brock e Ivan no era una opción. Serían un anzuelo zombi,

sin retroceso. Mis ojos escanearon la oscura habitación. Tenía que haber

algo que pudiéramos usar. Nos encontrábamos en un gran armario de

suministros, no en el almacén que Hayden había esperado. Trapeadores,

trapos, y productos de limpieza estaban abarrotados en los estantes.

Mi corazón se aceleró, mis palmas sudaban, y mis mejillas ardían.

—Arder. ¡Eso es! —Mis ojos se centraron en los productos de

limpieza, llenos de químicos. Químicos, que seguro eran inflamables.

N

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—¿Qué pasa? —preguntó Hayden.

Tiré de una botella de spray de insectos sobre mí.

—¿Tienes un encendedor?

—Sí. ¿Por qué?

—Vamos a quemarlos.

—Eso es genial y todo, Orissa, pero ¿no arderemos también

nosotros?

—No deberíamos.

—Eso es reconfortante. Saldremos con algo más.

—No, no hay nada más. —Me forcé a tomar un profundo respiro.

Usando el cuchillo, desgarré los trapos en tiras. Las até alrededor de una

flecha—. Sostén esto —dije a Hayden. Él lo sostuvo con el brazo extendido

mientras yo lo rociaba con el espray de insectos—. Dispara un agujero en

la pared. —Hayden me tendió la flecha.

—¿Dónde? —preguntó.

—Uh, lo bastante alto para mantenerlos fuera. Durante un tiempo al

menos. Pero lo bastante bajo para que yo dispare a través de él.

El marco de la puerta amenazaba con ceder por el golpe de los

zombis. Hayden abrió fuego a la pared, salpicando agujeros en el panel de

yeso. Arrastró una mesa para cubrirnos. Usando la culata del rifle, perforó

las partículas restantes de pared. Envolví otro pedazo de tira alrededor de

una segunda flecha y salté a su lado.

—Ahí —dijo, señalando un espacio extendido libre de accesorios

para barbacoa— ¿Puedes darle?

—Eso creo. —Los zombis se empujaban los unos a los otros,

bloqueando mi objetivo.

—Tengo una idea —dijo y miró las latas de spray de insectos—.

Tómalo. —Salté de la mesa, chocando los tobillos, y agarré la lata—.

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Arrójalo y yo dispararé —me dijo. Lo arrojé al aire sobre la hambrienta y

maníaca multitud. Hayden le disparó. La lata explotó. Varios zombis se

giraron ante el ruido. Hayden encendió la primera flecha. Con cuidado tiré

de ella hacia atrás, el calor de la llama caliente en mi rostro. Todavía podía

ver el brillante grabado en mi visión después de que dejase ir la flecha. Se

enterró en el pecho del zombi que se mojó con mucho espray de insectos.

Ésta estaba demasiado gomosa y podrida para arder en llamas.

Sus ropas se prendieron fuego, ardiendo lo bastante como para crear

una distracción. Los zombis se movieron hacia ella, atraídos por el calor y

la luz. Hayden encendió la segunda flecha. Yo apunté. No tuve tiempo para

verlo arañar el objetivo. Hayden usó su cuerpo para cubrirme de la

explosión.

La explosión nos golpeó contra la mesa. Él tenía que estar tan herido

como yo. Sostuvo mi cabeza, protegiéndome. Llamas se lanzaron a través

del agujero en la pared. Sentí las llamas calientes sobre nosotros. En un

destello, se fueron. Nos levantamos para inspeccionar el daño.

—Mierda —maldijo Hayden. Zombis chamuscados se resbalaban.

Algunos se retorcían sobre el suelo, incapaces de moverse ya que sus

pieles y músculos habían sido quemados. El humo colgaba en el aire y

todo el lugar apestaba a barbacoa de muertos.

Era ahora o nunca.

Mientras los zombis aún se tropezaban los unos con los otros en la

brumosa confusión, hicimos una pausa. Moverse con tanta gracia como él

podía era casi como estar bailando, Hayden deslizó el cuchillo por el aire,

cortando a través de un engomado cráneo. Giró y enterró el cuchillo en la

cuenca ocular de un E2. Miró detrás de él y golpeó a un zombi en el

estómago, noqueándolo. Antes de que la criatura pudiera golpear el suelo,

una bala hizo un hoyo en su descompuesto cráneo.

Saltamos sobre los cuerpos, esquivamos las mercancías ardiendo, y

corrimos hacia la camioneta. Tan pronto como nuestros traseros golpearon

los asientos, cerré las puertas. Adolorida, me giré hacia Hayden.

—Eso fue jodidamente brillante —me dijo, sonriendo mientras

tomaba aire. De repente se inclinó más cerca, sus ojos se fijaron en los

míos. Su mano aterrizó en mi mejilla cuando la voz de Ivan vino desde el

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walkie-talkie. Había escuchado la explosión. Un zombi en llamas corrió

hacia nosotros en un borrón de humo y fuego. Lo observé, hipnotizada por

las crepitantes llamas.

Un disparo hizo eco y se fue, colapsando en una pila de carne

ardiendo. Hayden arrancó la camioneta. Puse el arco en la parte trasera y

no me molesté con el cinturón de seguridad. Ivan y Brock habían vaciado

la farmacia y estaban a medio camino de terminar de vaciar una tienda de

electrónicos, ya que desesperadamente necesitábamos calefactores de

espacio para nuestras habitaciones, cuando un grupo de E3 entró.

¿No un gran asunto, verdad? No lo era, hasta que Ivan se resbaló en

la viscosa materia cerebral y se retorció el tobillo. Estaba más molesto que

cualquier cosa. Aún podía andar, aunque el dolor que estaba intentando

cubrir por su miembro era obvio.

—Vamos a darlo por terminado —dijo Brock, casi sonando aliviado

de tener una excusa para regresar al refugio.

—De ninguna manera —discutió Ivan—. Solo tenemos la mitad de

las provisiones.

—Ropa está en la lista —interrumpió Brock—. Creo que pueden

sobrevivir un rato más con lo que tienen.

—Nos fueron dadas órdenes. Planeo seguir adelante con esas

órdenes —dijo Ivan duramente.

—Ivan —le dijo Hayden a su amigo—. Por lo menos te torciste el

tobillo. No estás en condiciones de llevar a cabo una misión.

—¡Estoy bien! He estado peor. Diablos… ¡Tú has estado peor!

Cuando Hayden sacó a relucir una mala situación que ocurrió para

los chicos fueran del país, me alejé respetuosamente. No había sabido que

Hayden e Ivan habían servido juntos. Descansé contra la camioneta,

escaneando el horizonte. El humo flotaba desde la tienda de hardware.

Debía de haber un tanque o dos de propano junto con la docena o más de

botellas de fluido más ligero. Estaba un poco disgustada porque perdí dos

flechas y no tenía forma de reemplazarlas.

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—Orissa —llamó Hayden. Me acerqué trotando—. ¿Cómo te sientes

sobre terminar la misión conmigo?

—Bien —dije casualmente.

—Sin Ivan y Brock.

—Oh. Eso también está bien. Podemos evitar pasar por las ciudades.

—Ya veo —aseguró Hayden a Ivan—. Estaremos bien. Seré listo. No

aceptaré lo que no podamos manejar.

—Solo volara un edificio —dijo Brock con una sonrisa—. No te

preocupes por eso, Ivan.

Llevó un tiempo más el convencerlo, pero finalmente, Ivan estuvo de

acuerdo en regresar al refugio con Brock para conseguir que revisaran su

tobillo. Juntamos todo lo que habíamos reunido hasta ahora, en su

camioneta. Hayden y yo pasamos el resto de las horas con luz

conduciendo por los alrededores en busca de un lugar para pasar la

noche.

Nunca había estado tan lejos en el sur. Muchos de los árboles

estaban caídos, haciendo al paisaje verse extraño y misterioso. Pasamos

numerosos pantanos. Genial. Ahora junto con los zombis, tenía que estar

atenta a los caimanes.

Condujimos por la solitaria carretera durante una milla o dos antes

de que algo captara mi atención: una histórica casa de plantación que

había sido convertida en un lugar de acogida y desayuno. A Raeya le

encantaría un lugar como este.

Estaba libre de infecciones. Elegimos una habitación que tenía un

balcón —solo en caso de que necesitáramos hacer un escape rápido.

Visualicé un cubo de basura que estaba lleno de latas vacías que

sobresalían al exterior de la puerta trasera. Hayden lo miró con curiosidad,

entonces me dijo que tenía un plan. Encordelamos las latas con cuerdas

eléctricas, colgándolas por las escaleras. Si algo intentaba subir, los

escucharíamos antes de que llegaran a la puerta. Hayden caminó

alrededor de la casa mientras yo reunía una desagradable cena.

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Algo zumbó y rugió a la vida. Me asustó hasta la mierda antes de

que me diera cuenta de que era un generador. Hayden regresó dentro,

viéndose victorioso. Sin querer atraer la atención a nuestro escondite,

apagamos todas las luces excepto dos: una a lo alto de las escaleras y una

en la habitación en la que estábamos refugiándonos.

—Oh dios mío, esto se siente muy bien —dije cuando metí la mano

bajo el agua caliente corriendo—. ¿Vigilas mientras me ducho?

—Puedo hacer eso —dijo Hayden.

Me observó quitarme las capas externas de ropa, sus ojos queriendo

más. Parpadeó, sacudió la cabeza y se dio la vuelta. Se duchó después de

mí, ambos vistiéndonos en nuestras ropas de repuesto y limpias. Agarré

las mantas de la cama frente al pasillo. Las quité de la cama,

nerviosamente viendo una muñeca de porcelana. Sus ojos eran tan azules

como el vestido que vestía y los perfectos rizos rubios rodeaban su rostro

pintado. Suprimí un temblor. No sé porque demonios alguien querría algo

tan espeluznante como eso.

—¿Cómo quieres hacer esto? —pregunté a Hayden cuando abrió la

puerta del baño. Me miró, yaciendo en la cama, con los ojos abiertos.

—¿Hacer qué?

—Dormir. ¿Hacemos una guardia y una guardia, vigilando?

—Uh, claro.

Esa no fue la respuesta que estaba esperando.

—¿Crees que lo necesitamos? Quiero decir, esta casa ha sido

ignorada durante un tiempo y escucharíamos si alguien intentara entrar.

—Es verdad —dijo Hayden y se sentó en la cama—. Imagino que

podríamos dormir algo.

—Sí —estuve de acuerdo—. ¿Estás cansado?

—En realidad no.

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—Yo tampoco. Es como que mi cuerpo lo está pero no mi mente.

Tengo momentos difíciles al dormir en este mundo muerto.

—Yo también —estuvo de acuerdo.

—Entonces podemos permanecer con insomnio juntos —ofrecí.

—Hecho.

Teníamos todo listo en caso de un ataque. Hayden se puso bajo las

mantas, su cuerpo caliente alcanzándome al instante. Quería con tanta

locura estar a su lado. Nos giramos, de espaldas el uno al otro. Apagué la

luz de al lado de la cama, dejando solo la luz proviniendo del cuarto de

baño para iluminar la habitación.

—¿Tienes frío? —Preguntó Hayden un rato después.

—Sí —respondí.

Rodó y puso su brazo alrededor de mí. Me contoneé hasta que estuve

de frente a él. Me acerqué, descansando la cabeza contra su pecho firme.

—Gracias.

—No hay problema —dijo suavemente.

Cerré los ojos, sintiéndome a salvo, cálida y algo más. Algo que me

llenaba en una forma que no había sentido en mucho tiempo.

—¿Hayden? —susurré.

—¿Sí?

—Esta muñeca está asustándome.

—¿Qué muñeca?

—¿En serio no lo notaste? ¿Echaste un vistazo al armario?

—Ah, tienes razón. —Me dejó ir, se levantó y cogió la pistola. El

disparo hizo eco en mis oídos—. ¿Mejor? —preguntó con una sonrisa.

Pedazos de la cara de la muñeca cayeron al suelo.

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—Sí, pero ahora el malvado espíritu que vive dentro de la muñeca

nos matará en nuestros sueños.

Se rió.

—Sí, seguro que lo hará. Espera, ¿de verdad crees eso?

—Por supuesto que no. Hice eso hace años para asustar a Raeya. Su

padre no estaba muy involucrado así que nunca supo que odiaba las

muñecas como esas. Ella, por supuesto, no tuvo corazón para decírselo.

Así que, año tras año ¿imaginas que recibía por Navidad? Un año, recibió

un payaso de porcelana. Lo digo en serio, ¿un payaso? Quien fuera que lo

hizo debería recibir un disparo. De cualquier forma, ella lo dejó caer a

propósito, por lo que se rompió y tuvo que ser tirado. Ahí fue cuando creé

la historia del espíritu malvado. No durmió en su habitación durante una

semana después de eso.

—¿Te creyó? —Me reí.

—Sip.

—Entonces la has conocido durante mucho tiempo.

—Sí, pero le dije eso cuando tenía quince años.

—Estás bromeando.

—Ojala —dije, riendo de nuevo. Él puso su brazo alrededor de mí

una vez más—. Buenas noches, Hayden.

—Buenas noches.

Desperté primero. Rápidamente, salí de la cama, queriendo dejar a

Hayden conseguir descansar tanto como fuera posible. Escaneé el patio y

no vi nada muerto —o no muerto, supongo. Con rapidez me vestí y fui al

baño. Puse la pistola en el mostrador y encendí el agua, levándome los

dientes mientras se calentaba. Cerré los ojos y me eché agua caliente en el

rostro, deseando tener tiempo para tomar un baño caliente. Presioné una

toalla acolchada contra mi cara,

Algo me agarró de la muñeca.

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Dejé caer la toalla y cogí el arma en cuestión de segundos.

—¿Qué diablos, Hayden? —dije, empujándolo juguetonamente—.

¡Podría haberte disparado! Nunca me perdonaría si recibieras un disparo

por mi culpa.

—Lo siento —dijo con una sonrisa taimada—. No pude resistirlo.

—Lo pagarás —amenacé, arrojándole la toalla.

Hizo una mueca.

—De acuerdo.

—Oh, apuesta que sí. —Atrapé la toalla que me lanzó y reí. Comimos

las no tan sabrosas barras de proteínas mientras arrojábamos todo en la

camioneta, Hayden soltando bromas y haciéndome reír todo el tiempo.

Fuimos por los objetos restantes en la lista mientras conducíamos.

—¿Crees que Brock estaba en lo cierto? Quiero decir, ¿las personas

realmente necesitan más ropa? —pregunté.

—No. No para sobrevivir, pero sí para sentirse normal.

—¿Qué es normal ahora? —Doblé la lista de nuevo—. Quiero decir,

incluso después de todo esto, cuando todos se vayan, nada será normal.

—No —concordó Hayden—. No lo será.

—Tendremos que restaurarlo a lo normal.

—Sí —dijo como si la idea nunca se le hubiera ocurrido.

—Y cuando lo hagamos, las personas serán multadas por ser rudas

o estúpidas.

—¿Multadas por ser rudas? ¿No es eso un poco extremo?

—Obviamente nunca has trabajado en ventas —le dije.

—No, no lo he hecho. ¿Es eso lo que hacías antes?

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—En la preparatoria.

Apartó los ojos de la vacía carretera.

—Háblame más sobre la Orissa del pre-apocalipsis.

—Ella no es tan interesante.

—¿De verdad? Porque creo que una chica caliente que puede

disparar casi tan bien como yo es muy interesante.

—¿Casi tan bien como tú? ¿Necesito recordarte la flecha que hizo

volar el edificio? —bromeé.

Se rió.

—Dame un tiempo y seré mejor.

—Oh, claro. —Rodé los ojos, riendo también.

—¿Cómo aprendiste a disparar así?

—Te lo dije, mi abuelo.

—¿Cuándo vas a dejar de mentirme?

—No te estoy mintiendo —insistí.

—Está bien, no mintiendo, pero ¿no diciendo toda la verdad?

Me mordí el labio. Hablar sobre mi abuelo era doloroso. Lo

extrañaba, me sentía culpable de no haberlo visto durante tanto tiempo, y

era repugnante pensar en lo que podría o no podría haberle ocurrido. Era

reluctante a hablar sobre él también por otras razones.

Lo que me hizo pasar fue menos que ortodoxo y, dependiendo de mi

expresión exacta, podría hacerlo sonar como una persona horrible. Todo lo

que hizo fue hecho con la mejor de las intenciones, queriendo que yo fuera

fuerte y capaz. No estaba enfada con él por eso, ¿por qué algunos sentían

que debería estarlo?

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—Mi abuelo volvió de Vietnam con algo más que un Corazón

Púrpura —comencé, escogiendo las palabras con cuidado —. Tuvo un

terrible TEPT14. Con medicación y terapia, se puso bajo control en el

momento en que nací, así que no supe nada de ello inmediatamente.

Siempre estaba todo el asunto al aire libre. Íbamos de caza, de pesca y de

campamento todo el tiempo, como algo normal.

—Y era normal, para mí. No vi los resbalones. No pensé que fuera

extraño que él insistiera en que yo manejara un rifle a los diez años.

Cuando mi abuela se enfermó, el estrés lo volvió aún peor. Cuando tenía

trece años, me dejó en el bosque de Dios-sabe-dónde en Kentucky con una

botella de agua, fósforos, un arco y flechas. Me tomó tres días regresa a

casa. —Miré a Hayden, calibrando su reacción. La camioneta había

desacelerado, me miró con curiosidad.

Doblé las manos en mi regazo, recordando esos tres días. Estaba

aterrorizada. Lloré durante las primeras seis horas, perdiendo toda la luz

del día. Estaba convencida de que era una broma y que él regresaría por

mí. No me moví ni una pulgada, deseando que él fuera capaz de

encontrarme. Entonces cayó la noche y supe que era algo serio. Me

acurruqué debajo de un árbol, despertando con arañas en mi cabello y

suficientes picaduras de mosquitos en los brazos y las piernas para jugar a

conectar los puntos. Tenía tanta hambre y sed. Sin pensar, me bebí toda el

agua.

En Kentucky los veranos son calurosos. En cuestión de horas había

sudado toda el agua en mi desesperado intento de encontrar la carretera.

No sabía que me estaba adentrando más en el bosque. Estaba exhausta y

casi deshidratada cuando encontré un arroyo. Una vez más sin pensar,

bebí de él. Tomaría hasta el día después de que regresé a casa para que el

E-coil15 me enfermera.

No era insensible a la caza todavía. Lloré cuando le disparé a una

ardilla y casi vomité cuando la desollé y le saqué las vísceras. Por suerte,

había aprendido a hacer fuego, así que fui capaz de cocinar la carne.

Saboreaba, comiendo pedacitos a la vez. No estaba segura de qué plantas

eran comestibles y cuáles eran venenosas, así que comí solo diente de

león.

14 TEPT: Trastorno de estrés post-traumático. 15 E-coil: Abreviación de Escherichia coli, bacteria infecciosa que reside en el intestino.

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Asumiendo que el arroyo era el mismo que corría a través de

nuestros pastizales, lo seguí. Se bifurcaba a unos kilómetros más adelante

y elegí el ramal equivocado. Tomó el resto del día regresar. Estaba sucia,

cansada, asustada y absolutamente molesta cuando llegué casa.

Pero mi abuelo estaba muy orgulloso de mí. Él continuó y continuó

con ello. Me llevó a tomar un helado. Fuimos de compras… y obtuve mi

propio arco, y entonces vimos una película. Suspiré ante el recuerdo.

—¿Por qué hizo eso? — preguntó Hayden.

—Él pensaba que podríamos escondernos en el bosque de... Ni

siquiera sé... el gobierno supongo. La siguiente vez fue aún más lejos. Me

tomó seis días y medio regresar a casa.

—¿Y tu abuela nunca se dio cuenta de que te habías ido por una

semana?

—Ella estaba en el hospital durante esa semana. Tenía cáncer de

pulmón y estaba mucho en el hospital.

—Oh, lo siento.

—Está bien. Cuanto más enfermaba ella, más trastornado se volvía

mi abuelo. Comenzó a comprar armas que no eran utilizadas

tradicionalmente para la caza. Y bueno... puedes imaginar el resto.

Hayden no dijo nada durante un minuto. Y esos sesenta segundos

fueron insoportables. Me pregunté qué clase de pensamientos estaban

pasando por su cabeza. Probablemente me compadecía, sintiéndose mal

porque hubiera sido criada en algún lugar remoto con un loco y rural

abuelo.

—¿Siempre has vivido con tus abuelos? —preguntó finalmente.

—No. Vivía en Ohio con mi mamá y mi papá. Siempre pasaba los

veranos con mis abuelos. Mi mamá no pudo manejar el divorcio bien, o

nada en absoluto, y ahí fue cuando empezó a beber. Mis abuelos no me

dejarían vivir con un alcohólico de manera que como que extraoficialmente

me mudé. Pero conoció a mi padrastro y se volvió sobria. Mi padrastro,

Ted, iba a misiones y ayudaba a otros países a acabar con el hambre. Al

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parecer se olvidó de las personas sin hogar aquí. Me negué a ir con ellos la

mayor parte del tiempo. Así vivía con mis abuelos mientras ellos estaban

lejos.

—Eres interesante —dijo con una sonrisa.

—¿Que pasa contigo? ¿Cuándo te dejó tu papá?

—Cuando tenía trece años —dijo sin dudar —. Era mi cumpleaños.

Me despertó muy temprano y dijo que tenía un regalo para mí. Estaba muy

emocionado porque sabía que no teníamos mucho dinero. Había querido

una bicicleta durante años. No podía creer que realmente consiguiera una.

La monté por horas... cuando finalmente me detuve, él se había ido. Solo

así. Cuando me di cuenta que nunca iba a volver, vendí la bicicleta y

conseguí un trabajo. Era mi responsabilidad cuidar de mi familia,

entonces.

—Eso es una mierda. Lo siento.

—Ambos tuvimos infancias jodidas.

—Eso es seguro.

Tomamos las carreteras secundarias en Shreveport. Casi todo había

sido quemado. Fue desgarrador ver los escombros y los ocasionales

cuerpos carbonizados.

—¿Quién encendió los fuegos? —pregunté, sabiendo que era una

pregunta retórica —. ¿La gente que vivía aquí? ¿Por qué?

—Tal vez estaba tan invadida que no tenían otra opción.

—Como atrás en la tienda —supuse.

—Sí. Ya no queda nada. Supongo que podríamos comprobar los

carros intactos por la gasolina.

—Me parece bien.

Nos detuvimos en el estacionamiento de un bar sin ventanas con

temática gótica. Vaciamos el tanque de un corvette rojo cuyo parabrisas

había sido aplastado y destrozado. Hayden estaba murmurando algo

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acerca de que era una pena, ya que era un carro bonito. Después de que

llenáramos nuestras latas de gasolina, entramos al bar, pasando por la

puerta rota. Estúpidamente, dejé salir un ligero suspiro. Hayden se dio la

vuelta, con la pistola en la mano.

—¿Dónde? —me preguntó.

—No es ningún zombi —le dije rápidamente —. Vamos, ¿hago ruidos

de sorpresa ante los zombis? Deberías saberlo mejor —dije, fingiendo estar

ofendida —. Acabo de darme cuenta de algo. El primer loco, o E1, que vi

fue en un bar. No tenía idea de ello en ese momento.

—Oh, está bien.

—Y sí. Dije que conseguiría que volvieras.

—Tonta —dijo Hayden, incapaz de dejar de sonreír. Los cuerpos

estaban apilados en el medio de la pista de baile. Era extraño y estaba

mal, bueno más equivocado que lo que una pila de cadáveres puede ser.

Alguien se había metido con ellos. El cuerpo de una camarera supuraba en

la parte superior de la pila. Facturas de dólares se derramaban de su

delantal. Era extraño cómo el dinero ya no tenía ningún significado o valor.

Me subí encima de la barra, en busca de algo útil.

—Sí —dije cuando vi la botella—. ¡Esta mierda es de primera!

Acuné la botella sin abrir de tequila. Hayden se unió a mí, cogiendo

una caja de cartón. Sacudió cualquier porquería que había dentro y colocó

una botella de Captain Morgan, sonriéndome.

—Nunca nadie nos dijo que no podemos tomar cosas para nosotros

mismos —me dijo.

Una botella de Jack resonó. Seleccionamos cuidadosamente las

botellas más caras para llevarlas con nosotros. Era tan tentador sentarse

en la camioneta, encender la radio y tomar unos cuantos tragos. Sin

embargo, ninguno de los dos fue lo suficientemente estúpido como para

seguir adelante con ello.

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Impresioné a Hayden de nuevo con mi habilidad para manipular

cables para encender un carro, repitiendo mi acto de conducir-un-pedazo-

de-mierda-de-automóvil-por-las-puertas-de-la-tienda.También me vi

obligada a decirle cómo aprendí eso, a su vez, me obligó a explicarle cómo

conseguí ser arrestada por primera vez. Fuimos hacia la tienda

departamental. Hayden se quedó en la cama de la camioneta, vigilando y

disparando ocasionalmente a algún empleado zombi en la cabeza mientras

yo conseguía ropa. Alojábamos a personas de una amplia variedad de

tamaños en el refugio.

Metí cosas al azar en bolsas de plástico, sin preocuparme por el

color o el estilo. Los calcetines y ropa interior eran los artículos más

necesarios.

Conduje, así Hayden podía quitar los obstáculos fuera del camino.

Rodé los ojos, molesta por lo presuntuoso que era estar preocupado

porque se rayara tu camioneta cuando el mundo se había ido a la mierda.

—Ya no hay tiendas para tomar nada más. Y no tengo nada para

arreglarla —argumentó.

Le sugerí que consiguiera una camioneta de mierda para conducir

para las misiones. Por supuesto, eso no funcionó ya había pasado ―mucho

tiempo trabajando‖ montando el arma en la parte trasera.

Fui a la sección de mujeres, mientras que Hayden iba a buscar

cosas para los chicos. Traté de ser práctica, pensando que nadie

necesitaría nada lujoso. Siempre había sido una fanática del encaje. Llené

una bolsa con ropa interior sexy solo para mí. Justifiqué que estaba siendo

egoísta porque estaba aquí afuera arriesgando mi vida. Era justo. Como

Hayden había dicho, nadie dijo que no pudiéramos tomar cosas para

nosotros.

Acabábamos de cruzar la frontera de Texas cuando nos dimos

cuenta del humo. Nos bajamos de la camioneta, examinando la pequeña

hoguera.

—A menos que los E1 conserven la habilidad lógica de hacer una

fogata, había personas aquí —dijo Hayden, pateando un palo —. Y no hace

mucho tiempo.

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—¿Deberíamos buscarlos?

—Sí —dijo con entusiasmo.

—Está bien. ¿Cómo? —Podía rastrear algo por el bosque. Miré a mí

alrededor hacia la gran nada que amenazaba con tragarnos—. Podrían

estar en cualquier parte.

—Y probablemente lo estén. En cualquier lugar que no sea aquí —

Dio un paso atrás—. Podemos sondear la zona en un... un radio de diez

kilómetros. Si no vemos ninguna señal podemos llamarlos.

No encontramos nada. Fue frustrante, saber que en algún lugar

había gente. Le conté a Hayden sobre nuestros días de ser nómadas,

siempre huyendo. Si estas personas eran como nosotros, ya se habían ido

lejos.

Y, le recordé, una fogata puede arder durante horas. No nos

habíamos tomado la molestia de apagar nuestros fuegos; no tenía sentido.

Podríamos hacer un favor al mundo si un enorme incendio estallaba y

quemaba algunos bastardos infectados.

—Vámonos. Es casi de noche y necesitamos un lugar para pasar la

noche —sugerí.

—Está bien. —Hayden estuvo de acuerdo con una señal y sacó las

llaves del bolsillo.

No encontramos un lugar seguro antes de que la luna tomara el

lugar del sol. Así que fuimos al complejo. Hayden lo llamaba ―casa,‖ pero

yo no me atreví a llamarlo así. Alrededor de las dos de la mañana, Hayden

dijo que apenas podía mantener los ojos abiertos. Me ofrecí a conducir ya

que me había quedado dormida antes en el camino.

Hayden detuvo la camioneta, la estacionó y vaciló con la mano en el

pomo de la puerta.

—Tal vez no deberías —sugerí. Estaba oscuro y no sabíamos lo que

había a nuestro alrededor. —Simplemente puedo pasar por encima y tú

puedes pasar por debajo.

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—Suena pervertido —bromeó adormilado.

—Quisieras.

—Tal vez lo haga —se rió entre dientes. Sentí una extraña sensación

de calor en mi corazón de nuevo. Sacudí la cabeza y lo obligué a que

desapareciera.

Sin mucha gracia, cambiamos de lugares. Siguiendo el mapa,

conduje de regreso al complejo.

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Traducido por Apolineah17

Corregido por Katiliz94

sta es la cuarentena de soldados? —Pregunté,

mirando alrededor de la habitación.

—Sí —dijo Hayden, desatándose sus botas

de combate.

—¡Es jodidamente increíble!

—Lo es. No, uh, se lo digas a nadie, ¿de acuerdo?

—¿Por qué? ¿Por qué sabes que es totalmente injusto?

—Después de salir y arriesgar nuestras vidas, diría que es bastante

justo —se rió entre dientes.

—No puedo debatir eso. —Me quité los zapatos también. Y la

chaqueta, el suéter y los pantalones tipo cargo que tenía sobre mis

mallas—. Está tan caliente aquí adentro. —Estábamos en el sótano de la

finca, en una habitación frente a la habitación de las pesas. Era grande,

bien iluminada y acogedora. Una enorme televisión estaba en el centro de

una pared, rodeada de sofás y sillones que parecían cómodos. Había una

mesa de billar detrás de todo eso, al lado de la pequeña cocina. Dos camas

fueron empujadas contra la pared de enfrente y había un baño completo.

—¿Te quieres cambiar? Puedo ir a buscar ropa —ofreció Hayden.

—Eso sería maravilloso. ¿Puedes ir?

—Puedo subir corriendo las escaleras y regresar.

—Entonces sí. Quiero mis pijamas —le informé.

—¿E

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—Yo también. Ya vuelvo. Puedes tomar una ducha primero

entonces.

Y lo hice. El agua se mantuvo caliente durante más de diez minutos.

Los B y los C podrían estar atrapados en habitaciones parecidas a

calabozos, pero al menos conseguían agua caliente. Y un calefactor. Me

tumbé en el sofá, disfrutando de la calidez. Estaba tan jodidamente harta

de estar fría.

Hayden se unió a mí, su piel roja y cálida por tomar una ducha

caliente. Puso una almohada contra mí y descansó la cabeza sobre ella,

cerrando los ojos y suspirando.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—Nada —mintió.

—Es por esas personas, ¿no?

—¿Cuáles personas?

—Las que encendieron el fuego en Texas. Estás pensando en ellas.

—Sí —admitió y abrió los ojos—. Me siento culpable por no

encontrarlas.

—¿Por qué? No es tu culpa que se hayan alejado.

—Deberíamos haber buscado por más tiempo.

—Necesitábamos regresar —le recordé.

—Un día más no habría hecho daño.

—Hayden, no puedes sentirte mal por no rescatar a todos en el

mundo. ¿Cuántas personas están aquí gracias a ti?

—Tienes razón —dijo, no sonando muy convencido. Vimos una

película, comimos una comida insípida de arroz y frijoles y regresamos al

sofá. Hayden señaló una luz parpadeante en el techo y me dijo que era una

cámara. Alguien de vez en cuando echaría un vistazo y se aseguraría de

que no estuviéramos locos.

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Jugamos cartas, vimos otra película, hablamos de nuestras

infancias jodidas un poco más y finalmente nos quedamos dormidos.

Cuando Fuller entró a hablar con nosotros al día siguiente, me sorprendió

lo rápido que las veinticuatro horas habían pasado.

Mientras Hayden llenaba a Fuller con detalles de nuestra misión, fui

a buscar a Raeya. Estaba en su habitación, volviendo a doblar la ropa

nueva que había conseguido —gracias a mí. Al ver mi rostro, dejó caer un

suéter y se acercó corriendo, con sus brazos volando alrededor de mí.

—¡Oh, Dios mío, Rissy! —Me apretó fuerte—. ¡Estaba tan

preocupada! Cuando vi a esos otros dos soldados con los que te fuiste

regresar sin ti… pensé que algo terrible había sucedido.

Le devolví el abrazo. —Deberías saber que se necesitan más que

zombis para detenerme.

—¿Cómo estuvo? La misión, quiero decir. —Nos sentamos en su

cama mientras le contaba la historia, dejando fuera la parte sobre la

búsqueda de rastros de existencia humana en el estado de la estrella

solitaria16.

—¡Oh! —exclamó tan pronto como me callé—. ¡Conseguí mi

clasificación!

—¿Clasificación?

Sacudió la cabeza. —De las pruebas.

—Oh, oh, sí. ¿Qué conseguiste?

—Yo —dijo orgullosamente— ¡soy un supervisor!

—¿En serio? ¡Eso es genial! ¡Felicidades, Ray!

—Gracias. Les sugerí rehacer la prueba. Eso simplemente apesta.

—Sin duda, tú sugerirías eso —dije con una pequeña risita.

16 Hace alusión a Texas, ya que su bandera está constituida por dos partes

horizontales iguales, blanca la superior y roja la inferior, con una franja vertical azul en la

que se encuentra una estrella de cinco picos blanca.

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—De todos modos, estoy ayudando a reorganizar un montón de

cosas. Oh, y Jason es un A3.

—¿De verdad?

—Sí. Sonja no está feliz con eso. Aunque, creo que ella no tiene de

que preocuparse. Los A3 no van a ninguna parte, ¿verdad?

—Creo que no. De lo que entiendo del entrenamiento, ellos tienen la

posibilidad de ascender a A2 y eventualmente a A1, pero no veo eso

sucediendo pronto.

Alguien llamó a la puerta. Raeya se levantó para abrirla. Un familiar

par de ojos azules se ampliaron con deleite.

—Estás de regreso —dijo Padraic con una sonrisa. Se acercó y me

abrazó—. ¿Cómo estuvo tu primera misión?

—No tan mal. Conseguimos todo lo que necesitábamos —le devolví el

abrazo, feliz de verlo de nuevo.

—¿Cómo está allá afuera?

—No ha cambiado en las pocas semanas que hemos estado aquí —

dije con una media sonrisa equívoca—. Volé un edificio.

—¿En serio?

—Sí. Fue increíble.

—Genial, supongo. ¿Vas a salir a otras misiones? —preguntó

aprensivamente.

—Estoy segura de que lo haré. Ese es el punto de ser un A1,

¿recuerdas? Me gustaría ir a Florida. Estoy harta del frío.

—Oh, si tú vas yo voy —me dijo Raeya—. ¿Podemos ir a México?

—Ahí es a dónde Hayden va a ir tan pronto como esto se acabe —dije

con una sonrisa—. Tenemos este plan de encontrar un yate y vivir sanos y

salvos en el océano. Los zombis no pueden nadar, ya sabes.

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—¡Oh, Dios mío! —exclamó Raeya—. ¿Qué diablos está mal con

nosotros? ¿Por qué no hacemos todas nuestras maletas y nos vamos a

Hawái? ¿Por qué estamos aquí cuando podríamos estar allá?

—No es tan fácil, Ray —dijo Padraic, no entendiendo el sarcasmo de

Raeya. ¿Y desde cuándo ella le permitía llamarla por su apodo? Él se sentó

a mi lado, con ganas de ser todo conversador y social.

—¿Cómo está Ivan? —pregunté de repente.

—Ivan… oh, se torció el tobillo. Estará bien en una semana o dos. No

es un esguince grave en absoluto —respondió Padraic.

—Oh, bueno —me puse de pie—. Voy a buscar a Argos. Extraño a

ese perro.

—Iré contigo —ofreció Padraic. Me había acostumbrado a su

compañía y no me importaba que fuera siguiéndome por allí, siempre y

cuando no tratara de besarme o darme la mano o nada de esa estúpida

mierda de romance de secundaria.

Había alrededor de un acre cercado en el exterior para que los perros

vagaran. A los perros más grandes parecía que les gustaba el espacio y no

les molestaba el frío, así que se quedaban afuera por tanto tiempo como

querían. Todos los perros pertenecían a las personas del complejo y vivían

con ellos tal y como lo hacían antes de que los zombis deambularan por la

tierra.

—¿Por qué crees que las personas trajeron a sus perros? —pregunté

en voz alta, mirando a un pequeño caniche.

—Sabes que las personas aman a sus mascotas —dijo Padraic—. Y,

como me dijeron, los perros son capaces de detectar a las personas

infectadas. Incluso esa pequeña cosa de allí —dijo, señalando a un

Chihuahua—. Sus dueños me dijeron que él básicamente les salvó la vida.

—¿Esa cosa? Es una triste excusa de un perro. Lleva puesto un

suéter.

—Tal vez, pero él los alertó de los zombis que estaban acechando su

casa por la noche. Les dio tiempo suficiente para huir.

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—Supongo —cogí una pelota de tenis y la lancé.

—Argos te extrañó.

—¿En serio? —pregunté, mi corazón casi doliendo por el pobre

perro.

—Sí. Observaba por allí, lloriqueando, pensando que vendrías a

verlo.

—¿Vienes aquí y juegas con él?

—Todos los días. Bueno, no aquí afuera, sino cuando están adentro.

—Oh. —No tenía idea—. Uh, gracias.

—No tienes que agradecerme. Me gusta ese perro. Nos ha salvado

muchas veces.

—Lo ha hecho.

Jugamos con el Doberman un rato más antes de volver a entrar.

Pasé el resto del día con mi viejo grupo. Sonja estaba feliz de haber sido

asignada a cuidar de los niños pequeños porque eso significaba que

estaría con Lisa. Raeya y yo nos reímos disimuladamente a las espaldas de

Lauren por su trabajo como lavaplatos.

Lauren había encontrado un nuevo grupo con el cual estar, lo que

estaba más que bien con nosotros. Sonja, Jason, Raeya, Padraic, Lisa y yo

nos sentamos juntos en la cena. Cuando vi a Hayden entrar, mi rostro se

iluminó y le hice señas con la mano. Él les dijo algo a los soldados con los

que estaba, agarró una bandeja y se unió a nosotros. Sonja se sonrojó

cuando atrajo su atención.

Jason nos bombardeó con preguntas sobre nuestra misión. Estaba

convencido de que ascendería en las clasificaciones de A3 a A1

rápidamente. Hayden se jactó de cuántos zombis habíamos matado,

bromeando acerca de ser mejor tirador que yo, y les dijo a todos lo

maravilloso que fue volar en pedazos el edificio —y que por poco evitamos

volar por los aires también. Ya no estaba de humor social, así que después

de cenar me fui a nuestra habitación. Hayden dijo que estaría allí en un

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rato. Me duché, vi una película completa y guardé mi nueva ropa. Él aún

no había llegado. Estaba cansada, aunque tenía la esperanza de esperar

por él. Me arrastré debajo de las colchas; hacía tanto frío aquí adentro que

sirvieron de poco.

Sólo unos minutos después la puerta se abrió lentamente. Pretendí

estar dormida, escuchando a Hayden quitarse en silencio su ropa y entrar

en un par de pantalones chándal y una camiseta de manga larga.

—¿Riss? —preguntó suavemente—. ¿Estás dormida?

—Ya no.

—Oh, lo siento.

—Está bien. No puedo dormir cuando estoy temblando.

—Ten —susurró. Escuché un crujido de tela—. Esto debería ayudar.

—Te vas a congelar —dije cuando puso su manta sobre mí.

—No, no lo haré —insistió.

—Sí lo harás. Tómala de regreso.

—Nop. —Se sentó en el borde de mi cama, metiendo sus pies fríos

debajo de las colchas—. Muévete a un lado.

No tuvo que decírmelo dos veces. Se metió en las mantas

rodeándonos, diciéndome que ya que nuestra habitación estaba al final del

pasillo y tenía dos ventanas en lugar de una como las de todos los demás,

teníamos la habitación más fría. Él estaba jugando videojuegos con Ivan y

Brock en su habitación antes y, aunque aun así era fría, no era tan fría

como la nuestra. Eso, por supuesto, lo justificaba a él metiéndose a la

cama conmigo.

Me gustaba el calor físico. No se podía negar que me encontraba con

una necesidad básica rudimentaria. Había algo más que me gustaba. Tal

vez la comodidad que sentía con él sosteniéndome. Era frívolo pensar

cosas así en un mundo como éste. Aun así, puse mi mano sobre la suya y

cerré los ojos.

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La alarma fue muy poco bienvenida. Ya que estaba en la mesita de

noche de Hayden, él se levantó de la cama primero para apagarla. Tuvo

que convencerme de salir de la cama y entrar a la sala de entrenamiento.

Me quejé todo el tiempo por no entender por qué teníamos que levantarnos

tan temprano. No veía como una hora extra de sueño podría hacer daño.

Tuvimos el habitual entrenamiento cardiovascular y de fuerza, seguido por

una sesión de entrenamiento con los A3. Jason sonrió y saludó como una

emocionada chica de escuela cuando nos vio a Hayden y a mí.

Mis músculos estaban un poco adoloridos; Fuller había ideado un

plan de entrenamiento para mí que era más intenso que cualquier cosa

que hubiera hecho antes. Me senté por ahí, hablando con las otras únicas

A1 femeninas: Jessica y Gabby. Jessica era varios años mayor que yo y

había perdido a su esposo y a su hijo en el brote inicial. Ella sirvió en un

período en el extranjero en el ejército y había sido policía. Gabby era más

joven, también del ejército, siguiendo los pasos de su padre. Sus dos

padres estaban en el complejo; su padre trabajaba en estrecha

colaboración con Fuller haciendo funcionar el lugar.

Jessica había perdido a las dos personas que más amaba en este

mundo. Era una sombra de su antiguo yo, silenciosa y rota. Era triste

estar cerca de ella. Permanecí allí sólo el tiempo suficiente para ser

educada, lo cual no era algo que normalmente hiciera. Realmente estaba

tratando de hacer un esfuerzo para ser mejor persona. Raeya estaba

ocupada haciendo su trabajo de supervisor y Hayden había desaparecido

con Fuller.

La puerta de Ivan estaba abierta. Me sorprendió ver todas las cartas

que atestaban su cómoda. Él estaba tumbado en la cama con los pies

apoyados hacia arriba, viendo televisión. Me saludó y me sonrió.

—Tienes completamente el club de fans —dije, señalando las cartas.

—Sí, me siento muy querido —dijo con una sonrisa—. Creo que a las

chicas adolescentes de aquí les encanta cuando uno de nosotros se

lastima. Les da una razón para fantasear con nosotros.

—Suertudo.

—Mmm, está bien. Bueno, ¿a quién estoy engañando? Me gusta la

atención.

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—Me imaginé que te gustaría.

—Y ahora los fans hombres te tienen a ti para fantasear —bromeó.

—¿Fans hombres?

—Vamos, ¿no has notado la forma en que te miran?

—En realidad no —dije con sinceridad—. Supongo que simplemente

estoy acostumbrada a ello —bromeé de regreso.

—Él es genial. Hacemos un buen equipo mata zombis.

—¿Qué pasa cuando no están matando? ¿Te gusta él entonces?

Me di cuenta de que Ivan estaba tratando de llegar a algo. —Uh, sí.

Es un buen chico.

—Lo es. Un buen amigo. ¿Te contó que servíamos juntos?

—Sí, lo mencionó. —Tal vez Ivan captó mi mirada inquisitiva porque

rápidamente cambió de tema.

—Tu amiga Raeya es bastante linda. ¿Está soltera?

—Técnicamente.

—¿Técnicamente?

—Sí. Su novio murió por el virus —dije con amargura, todavía

molesta por la muerte de Seth.

—Oh, así que es un tema delicado.

—Un poco. Lo ha sobrellevado muy bien. Estoy orgullosa de ella.

—Me habló de cómo fuiste y la rescataste. Eres una buena amiga.

Me encogí de hombros.

—Lo intento. Y le prometí que nunca dejaría que nada malo le

pasara. Me mataría si algo malo le pasara.

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—¿Son amigas desde hace mucho tiempo?

—Desde que éramos niñas. —Alguien caminó por el pasillo.

—Oye, Orissa —dijo Brock alegremente. Llevaba alimentos en los

brazos—. ¿Quieres unirte a nuestro video juego?

—No, gracias —dije mientras él descargaba lo que llevaba sobre su

cama.

—Tú te lo pierdes. —Sonrió y le lanzó una manzana a Ivan. Caminé

por el pasillo hacia mi habitación, sorprendiéndome al ver a Hayden allí. Él

sonrió cuando entré. Mi corazón hizo una extraña cosa de dar un salto.

—Traje nuestras ―cosas‖ que recogimos en la misión —dijo,

levantando las cejas.

—¿El alcohol?

—Sí. Está en el armario, oculto con mi comida chatarra.

—Nuestra comida chatarra —lo corregí, riéndome.

—Oh, y tengo tu bolso o bolsa o lo que sea. La que tenías cuando

llegaste aquí. —Levantó el bolso de cuero.

—Puedes empujarlo dentro del armario también. O tirarlo. No hay

nada útil dentro de él.

—¿Segura?

—Sí.

—Está bien. —Hayden abrió la solapa y miró dentro. Sonriendo,

levantó un animal de peluche—. ¿Te importaría explicar esto? —

preguntó—. Por favor, dime que no duermes con esta cosa.

—Oh, Dios. —La sangre se drenó de mi cabeza rápido, muy rápido.

Me hundí en mi cama. La visión del gato rosa era como un puñetazo en la

cara. Zoe. No había pensado en ella desde ese día. Enterré mi recuerdo de

ella cuando enterré su cuerpo. Era demasiado doloroso, demasiado triste.

La imagen de su frágil cuerpo tendido en la parte inferior de las escaleras

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cruzó por mi cerebro, el recuerdo revelando un enorme agujero de dolor en

mi corazón. Un extraño sonido escapó de mi boca mientras intentaba no

llorar. Lágrimas nublaron mis ojos. No recordaba haber visto a Hayden

acercarse precipitadamente, pero de repente estaba allí, justo frente a mí.

—Lo siento mucho, Orissa. No fue mi intención… está bien. —Puso

su mano en mi hombro. Mi cabeza se sacudió mientras trataba de frenar

las lágrimas.

—No es mío —intenté explicar. Una lágrima se me escapó, rodando

por mi mejilla. Hayden me abrazó. Su abrazo musculoso era cálido y

reconfortante. Un sollozo escapó; inhalé rápidamente para ahogarlo.

—Está bien —susurró, tocando mi cabello.

—Zoe —le dije—. Es de Zoe. E-ella está muerta. —Y entonces lloré.

Enérgicamente me sequé las lágrimas—. Lo siento por llorar —dije.

—Orissa, no lo sientas por ser humana. —Envolvió un brazo

alrededor de mi cuerpo y uso el otro para levantar mis piernas,

poniéndome en su regazo—. Siento mucho lo de tu amiga —susurró,

abrazándome. Estar envuelta en los brazos de Hayden no era nada nuevo.

Pero siempre nos habíamos abrazado juntos bajo el cobijo de la oscuridad.

Me sentía tan vulnerable y expuesta en este momento, con el corazón

sobre la mesa.

Pensé en los últimos días de Zoe: su sonrisa, su afán de encontrar

alegría en este horrible mundo, su amor por ese estúpido gato. Y entonces

sentí una oleada de culpa por dejar huir a Finickus. Debería haberlo

sostenido con más fuerza, asegurarme de que fuera cuidado. Recordé a los

zombis irrumpiendo en su funeral. Me enfermaba pensar que podían haber

usado sus uñas para desenterrar la tierra recién removida para carcomer

su cuerpo sin vida. Me aferré a Hayden, presionando mi rostro contra su

pecho.

—Está bien —me tranquilizó. Cuando levanté la mirada, su cara

estaba a sólo unos centímetros de la mía. Nuestros ojos se encontraron y

ese sentimiento regresó.

—Los zombis no la mataron —dije, bajando la mirada—. Llevaba

enferma mucho tiempo antes del virus. —Tomé varias respiraciones

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profundas para poner mis emociones bajo control—. Siento haber llorado

—repetí, sintiéndome avergonzada de mí misma.

—Orissa, detente.

—¿Qué me detenga?

—Sí, détente. —Su tono era severo y su rostro inflexible—. Deja de

actuar como si estuvieras haciendo algo malo al mostrar que tienes

sentimientos. El mundo se ha ido al infierno. Es más que un poco terrible.

—Llorar no resuelve nada —le dije.

—No, pero retenerlo dentro tampoco ayuda.

—Oh, gracias, Dr. Phil.

—En serio, Orissa. Me tomó mucho tiempo llegar a esta conclusión.

Después de todo lo que había pasado en Afganistán, después de la muerte

de Ben… sólo tienes que aceptar el hecho de que eres humano.

—Llorar no resuelve nada —repetí, mi voz un eco lejano de mi

pasado. Mi madre pasó dos años después del divorcio llorando y bebiendo.

Juré que nunca sería como ella. Que nunca sería débil. Que nunca dejaría

que nadie me hiciera daño.

—Sácalo y supéralo —dijo con un poco de brusquedad—. Sobre todo

ahora.

Preferiría no sentir nada de dolor; podía seguir el procedimiento.

Cerré los ojos, agarrando a Hayden más fuerte.

—Ella era inocente. Y joven. Antes de que muriera, recé para que

nosotras pudiéramos de alguna manera cambiar de lugar. Hubiera sido

mejor así.

Hayden no dijo nada. Pasó sus dedos por mi cabello. Vi su rostro,

sus grandes ojos verdes y sus pendientes color rosa. Y entonces Logan,

confiaba en él, incluso me agradaba, pensé en el como el más apto para

sobrevivir. Y lo maté. Seth. No era justo que hubiera muerto. No era justo

que Raeya hubiera perdido a alguien que amaba. Tía Jenny. Mi abuelo.

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Mis padres. Al igual que el vómito, las lágrimas brotaron

involuntariamente. Me sequé los ojos.

—Me siento mejor —confesé.

—Bien.

—Todavía me siento como una enorme cobarde por llorar.

Hayden se rio.

—Sí, por los dos minutos que lloraste. —Apartó un mechón de

cabello de mi cara, metiéndolo detrás de mi oreja. Sus ojos avellana se

encontraron con los míos y de repente fui consciente de todo lo relacionado

con: la calidez de su piel, el latido de su corazón, su pecho subiendo y

bajando al respirar, sus músculos debajo de mí. Parte de mí quería saltar

y correr por el pasillo. Y otra parte de mí nunca quería levantarse—. Es

hora de comer —me dijo—. ¿Tienes hambre?

—Siempre tengo hambre —dije con una media sonrisa. Nos paramos

y caminamos juntos. Me desvié hacia el baño para echarme agua fría en la

cara y eliminar la evidencia de mí teniendo un corazón. Los A1 tenían una

reunión después. Otro grupo iba a salir mañana para buscar más

sobrevivientes. Cuando ellos regresaran, un segundo grupo (que nos

incluía a Hayden y a mí) saldría a lo que Fuller llamaba una ―misión

destructiva.‖ Nos dijo que los zombis no se estaban deteriorando a la

tercera etapa tan rápido como lo habían estado haciendo al inicio del

brote. Sus ojos se encontraron los de Hayden varias veces en una

conversación silenciosa.

Sólo los A fueron arriba. Nunca había estado fuera de la planta, se

me dijo que no estaba permitido llevar a nadie conmigo. Parecía, al

escuchar algunas de las conversaciones de los soldados, que algunos de

ellos habían traído chicas en más de una ocasión. Aun así, Raeya y yo

susurramos mientras trotábamos por el pasillo esa noche.

—¡Estoy celosa de lo normal que es tu habitación! —exclamó

mientras miraba alrededor—. Tienes ventanas y paneles de yeso. Nosotros

tenemos paredes de cemento.

Me eché a reír.

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—Hay barrotes en las ventanas, si esto te hace sentir mejor.

—¡Y tienes un armario! —Abrió la puerta y miró dentro—. ¡Esto no

es justo! ¡Tienes perchas!

—Con mucho gusto te daría mis perchas. Sabes que odio esa mierda

de colgar cosas. Prefiero lanzarlo todo dentro de un cajón.

—Tienes cajones. Tienes un armario y una cómoda.

—Oh, tengo que mostrarte algo —dije en voz baja, sacando la caja de

comida chatarra, dulces y bebidas alcohólicas de Hayden—. Sin embargo,

no puedes decirle a Hayden que te lo mostré.

—¡Oh, Dios mío! Ahora, ¡esto-esto no es justo! —Se agachó,

cerniéndose encima de los dulces—. ¿Y ahora estás poniéndome al tanto?

¡Qué buena amiga eres!

Me reí.

—Es la provisión secreta de Hayden. Él me habló de ello… uh…

como hace una semana. —Agarré una caja de galletas Oreo—. Toma lo que

quieras y lo repondré antes de que venga.

—Hablando de Hayden —dijo, abriendo una bolsa de papas fritas

sabor queso—. Ustedes han estado pasando mucho tiempo juntos.

—Sí, somos compañeros.

—Sabes lo que quiero decir —insistió y levantó las cejas.

—No, no lo sé.

—Vamos, Orissa, lo sabes.

—No.

—Bueno, he visto la forma en que te mira. Creo que le gustas.

—Nah. Él sólo… él-él… soy la única mujer atractiva con la que pasa

tiempo. Por lo que parece.

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—Hay muchas otras mujeres atractivas aquí —señaló Raeya—. ¿Por

qué actúas como si eso fuera algo malo?

—¿Cuál sería el punto, Ray?

—¿No quieres ser feliz?

—Oh, sí, ser feliz en un mundo lleno de muertos vivientes.

—¿Qué pasa con los muertos vivientes? —una voz masculina habló

detrás de nosotras. Mierda. Era Hayden. ¿Nos había escuchado?

—Nada —dije rápidamente, sintiéndome nerviosa.

—Tú —dijo Raeya, poniéndose de pie. Cogió una almohada y se la

lanzó—. ¡¿Cómo te atreves a esconder dulces de mí?!

—¿Se lo dijiste? —preguntó Hayden, tratando de parecer enojado.

Me encogí de hombros.

—Me obligó a decirlo.

—Estoy seguro de que lo hizo —dijo Hayden, cruzando la habitación

para sentarse a mi lado. Tomó las Oreo de mis manos, las abrió y se comió

una. Tuve la urgencia inquietante de apoyarme en él. Salté de la cama,

caminando hacia el armario.

—¿Alguien quiere tragos? —dije, levantando el tequila.

—¡Oh, Dios mío, sí! —chilló Raeya—. Ha pasado mucho tiempo.

—Ni que lo digas —estuve de acuerdo.

—¿Tienes vasos para los tragos? —preguntó con seriedad.

—Sí, Ray, porque siempre los llevo conmigo. —Dije sarcásticamente.

Ella arrugó la nariz.

—Cállate.

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—Estoy seguro de que podemos encontrar algo —dijo Hayden—.

Vayan a buscar a la cocina.

—¿Puedes ir tú? —le pregunté, sonriendo inocentemente.

—No tengo ganas.

—Bien. Culo-perezoso —bromeé.

—Lo soy. ¡Ahora entra a la cocina, mujer! —bromeó él.

Le quité las Oreo, agarré una almohada y se la lancé de nuevo.

Riendo, Raeya y yo salimos por el pasillo. Nos encontramos a Padraic en el

camino a la cocina.

—¡Orissa! —dijo felizmente—. Me alegra haberte encontrado. Estoy

preguntando el tipo de sangre de todos los A. ¿Sabes tu tipo de sangre?

—A positivo. O negativo. O tal vez O. Mierda. No recuerdo. ¿No

estaba en mi historial médico en el hospital?

—Sí, pero no le eché un vistazo a tu historial médico. ¿Puedes venir

a la sala del hospital en una hora más o menos? Puedo tomar una

muestra y averiguarlo.

—Sí. Te veo en un rato, entonces.

—De acuerdo. —Sonrió cálidamente y dijo adiós. Nos colamos a la

oscura cocina, encendiendo las luces. Mientras Raeya buscaba tres

pequeñas tazas, abrí el refrigerador y saqué limones congelados. Las puse

en un recipiente, lo llené de agua y metí la cosa en el microondas mientras

buscaba alrededor por un salero.

Nos apresuramos de regreso a la habitación. Hayden se había

cambiado su ropa del ejército por unos pantalones deportivos y una

camiseta. Música country llenaba suavemente el aire.

—No estabas bromeando cuando dijiste que hacía frío aquí —

comentó Raeya cuando los tres nos acomodamos en el suelo.

—Puedo resolver eso —le dije, abriendo la botella. Vertí más que un

trago suficiente en cada uno de los tres vasos. Los sostuvimos arriba—.

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Por nosotros —dije. Chocamos los vasos y tomamos los tragos. El tequila

quemó su camino hacia abajo. Tosí, no acostumbrada a algo tan fuerte.

—Siento que deberíamos jugar un juego de bebidas —dijo Raeya,

todavía haciendo una mueca por su bebida.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó Hayden, rellenando los vasos.

—¿Yo nunca? —sugirió ella.

—Claro. ¿Quién quiere ir primero?

—Yo iré —dijo Raeya. Levantó su vaso—. Nunca he tenido un rollo

de una noche.

Hayden y yo bebimos. Él sirvió más en nuestras tazas.

—Nunca he besado a alguien del mismo sexo —dijo.

Tomé un trago.

—Mierda —dije, sacudiendo la cabeza cuando el tequila bajó—.

Mierda. ¿Qué he hecho? —Le sonreí maliciosamente a Raeya—. Nunca he

acomodado mi ropa por colores en el armario.

—Eres una perra —dijo y tomó un trago, haciendo una mueca de

asco ante el sabor.

Me eché a reír.

—Ten —dije, agarrando los limones y la sal. Utilicé una navaja de

bolsillo para cortar los limones todavía congelados—. Es tu turno otra vez,

Ray.

—Bien. Nunca he estado en la cárcel.

Bebí.

—Nunca —comenzó Hayden— he tenido una identificación falsa. —

Bebí de nuevo—. Tal vez no deberías participar en éste. Te pondrás

enferma pronto.

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—Estoy bien. Sólo estoy tomando pequeños sorbos. —Ya podía sentir

el zumbido insertándose—. Ya no me gusta este juego. Todo me hace sonar

como una zorra y mala persona.

—Eres una zorra y mala persona —rio Raeya.

—Nunca he —dije en voz alta— hecho notas sobre zombis.

Raeya frunció el ceño y tomó un trago.

—Nunca he mentido sobre mi cumpleaños para conseguir postres

gratis en un restaurante —dijo ella. Hayden y yo bebimos.

—Nunca le he tenido miedo a las muñecas de porcelana —dijo

Hayden casi tímido.

—¡Orissa! —chasqueó Raeya. Hayden y yo nos reímos.

—Nunca he disfrutado escuchando música country —lo dirigí

directamente a Hayden.

—Esto se está volviendo personal —dijo y tomó un trago. Me reí

como si eso fuera la cosa más graciosa del mundo, evidencia de que me

estaba poniendo ebria.

—Lo es —Raeya estuvo de acuerdo. Se inclinó hacia mí—. Nunca he

tenido moretones que no puedo explicar.

Hayden y yo bebimos.

—¿Dónde está el limón? —preguntó él.

—Aquí —se lo lancé—. Está bien —empecé, llenando los vasos de

nuevo. Me levanté y me dirigí hacia el iPod. Pasé las canciones hasta que

encontré una que me gustó lo suficiente para bailar. Tiré de Raeya para

que se parara a bailar conmigo. Se echó a reí, pero se negó. Hayden vació

su bebida de nuevo y se puso de pie. Lo agarré de las manos y lo hice

bailar conmigo.

—¡Eres un bailarín terrible! —le dije, riendo. Puso sus brazos

alrededor de mi cintura y me atrajo hacia él. Envolví los míos en su cuello.

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—Lo siento, no soy un profesional como tú —me reí de nuevo,

inclinándome, sus ojos avellana brillaban.

—Mira y aprende —dije. Terminé lo que quedaba en mi taza y fui al

centro de nuestra pequeña habitación, mostrando lo que pensaba que eran

mis movimientos más impresionantes de baile. Después de que se terminó

la canción, Hayden me alzó en brazos, me dio una vuelta y cayó de

espaldas en la cama.

—Está bien —dijo, todavía sosteniéndome—. ¿Qué es lo que más

extrañas?

—¿Lo que más extraño?

—¿De antes de los zombis?

—Hmm… ¿todo? —dije en voz alta.

—Extraño la privacidad —señaló Raeya—. No tenemos casi ninguna

aquí.

—Sí, también echo de menos eso —Hayden estuvo de acuerdo—. Y el

fútbol y el chocolate con leche.

—Chocolate con leche. ¿Cuántos tienes, cinco? —bromeé—. Extraño

las galletas, ir a los bares, divertirme y tener sexo.

—Sexo —repitió Hayden—. Si tú lo dices.

—¡Oh, sí! —Le quité la tapa a la botella y bebí un trago—. Llegaste

directamente aquí desde el extranjero. No has tenido nada de eso

en mucho tiempo, ¿verdad?

Me arrebató la botella.

—Tal vez.

Seguimos hablando de cosas que echábamos de menos por un rato

hasta que Raeya dijo que estaba cansada y quería ir a dormir a su propia

cama. Ya que Hayden estaba menos ebrio que yo, él la llevó, necesitando

abrir las puertas para ella. Me tumbé en la cama de Hayden, acunando la

botella de tequila.

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—No estás dormida, ¿verdad? —preguntó, cerrando la puerta.

—Por supuesto que no —dije, sentándome. Él se unió a mí,

envolviendo sus brazos alrededor de mí y tiró de mí hacia abajo—.

¿Quieres ver una película?

—Claro —estuvo de acuerdo.

Tuve que hacer palanca con sus brazos para conseguir salir de la

cama. Bailando con la música que seguía sonando, elegí una película de

terror. No habíamos terminado antes de que estuviéramos bebiendo de

nuevo.

—¡Sal, bebida, limón! —grité. Lamí mi mano, bajó por mi pecho y

salpicó sal sobre mi escote.

—¿Quieres que lama la sal de ti? —dijo Hayden, arrastrando las

palabras.

—Sí.

—Está bien. —Hayden hizo más que lamerme. Grité y me reí

mientras me mordía, dejando caer el limón cuando lo alejé.

—Tu turno. —Le puse sal en sus abdominales.

—¡Y el tuyo de nuevo! —dije mientras rociaba sal sobre mis tetas.

Justo cuando Hayden me lamía, la puerta se abrió—. ¡Padraic! —grité en

un intento de decir su nombre con énfasis.

Los ojos azules de Padraic estaban abiertos en estado de shock.

—¿O-Orissa?

—¡Ven a tomar una copa con nosotros!

Las manos de Hayden aún estaban en mi cintura. Su lengua no

estaba sobre mi piel pero su cabeza todavía seguía apoyada en mis pechos.

—Hola, doctor —dijo, también hablando con énfasis.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Padraic a Hayden.

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Hayden parpadeó, sentándose. En un momento de confusión

general, me miró.

—Bebiendo.

—¡Toma uno! —levanté la botella. La llevé a mis labios. Tan pronto

como el alcohol los tocó, Padraic me quitó la botella.

—Creo que has tenido suficiente —dijo en voz baja.

—¡No! —me puse de pie para tomarla de nuevo. Mi pie se quedó

atrapado en el de Hayden. Él intentó atraparme pero terminó cayendo

también al suelo. Nosotros, por supuesto, nos reímos como si esto fuera en

verdad hilarante.

—Ambos están ebrios —declaró Padraic.

—Tu rostro está ebrio —repliqué, riendo aún más fuerte.

—Esto es patético —se burló Padraic, viéndonos a Hayden y a mí

tratar de levantarnos.

—Entonces, ¿por qué viniste? —pregunté. Rodé sobre mi espalda y

me quedé mirando a Padraic.

—Se suponía que conseguiría tu tipo sanguíneo. Cuando no

apareciste pensé que algo malo había pasado. Obviamente, tenía razón.

—No pasa nada malo, ¡me encanta esta canción! —empecé a cantar

junto con Journey. Hayden se puso de pie.

—Nada malo ha pasado. No voy a dejar que nada malo le suceda a

Orissa —dijo arrastrando las palabras.

—Sí, realmente puedes cuidar de ella —se mofó Padraic—. Estás

haciendo un jodido excelente trabajo.

—Puedo cuidar de mí misma —les recordé a ambos, tomando un

descanso de Don’t Stop Believing.

—No, no puedes —dijo Padraic, agitando una mano hacia mí—.

¡Obviamente!

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—Oh, vamos, Paddy. Soy un adulto. Puedo hacer lo que quiera.

—No estás actuando como un adulto. De ninguna manera. Mírate,

ebria y retorciéndote en el piso. Eres una A1 por el amor de Dios. ¡Ten un

poco de respeto hacia ti misma!

—¡Soy un adulto! —Casi grité. Me di cuenta de que tendría más peso

mi argumento si no estuviera tendida en el piso. En ese momento dudaba

de mi capacidad de mantenerme de pie—. ¡Y sólo porque soy un adulto no

significa que no pueda divertirme!

—Orissa, tienes entrenamiento mañana por la mañana. Y Hayden,

eres visto como un líder. Tal vez las expectativas de Orissa son un disparo

en la oscuridad, pero tú-tú deberías saberlo mejor.

Mi mundo podría estar girando, pero todavía podía ser insultada.

Recuerdo a Hayden defendiéndome, recordándole a Padraic que habíamos

pasado por muchas cosas y que todos nos merecíamos un descanso. Tal

vez Hayden no estaba tan ebrio como pensaba. Titubeé en mi intento para

ponerme de pie. Padraic ofreció una mano para ayudarme.

—No gracias. No quiero no vivir a la altura de tus expectativas —

espeté, sabiendo que eso no tenía sentido. Sólo para molestarlo tomé otro

trago.

—Lo siento —dijo Padraic—. No quise decir eso.

—¿Qué quisiste decir? —tropecé de nuevo con un costado de

Hayden, hundiéndome en la cama junto a él.

—N-no quise decir nada. Estaba enojado, está bien. Y lo siento.

—Pruébalo tomando un trago —sugerí.

Hayden tomó la botella, sirvió una pequeña cantidad en un vaso y se

lo ofreció a Padraic.

—Relájate —dijo, sacudiendo el vaso.

—Bien —dijo Padraic y se lo bebió de golpe. Su rostro me hizo reí—.

¿Cómo pueden soportar esto?

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—Bebe más. Sabrá mejor —sugirió Hayden, tomando otro trago.

—Ves —dije, poniendo mi brazo alrededor de los hombros de

Hayden—. Esto puede ser divertido —sonreí—. Tengo que orinar. —Me

levanté, me tambaleé y me apoyé contra la pared mientras caminaba por el

pasillo hacia el baño. Decidí ducharme también por alguna razón. Cuando

regresé, Hayden estaba acostado en su cama.

—Hora de dormir —sugirió Padraic. Mi estómago se revolvió y supe

que dormir era una buena idea.

—Está bien. Buenas noches —le dije, subiéndome de rodillas a la

cama de Hayden, tratando de empujarlo para que así pudiera unirme a él

debajo de las colchas.

—Whoa, señorita. En tu propia cama —dijo Padraic, tomando mi

mano.

—Quiero acurrucarme.

—Bueno, tú, uh, no puedes —Padraic tiró de mí suavemente.

—¡Pero hace frío! —argumenté—. Y me gusta acurrucarme.

—Siempre me acurruco con Orissa —confesó Hayden ebrio.

—Por supuesto que lo haces —dijo Padraic, afortunadamente no

poniendo mucha —o nada— de atención a lo que Hayden estaba

diciendo—. Vamos, Orissa, métete en tu propia cama.

—¿Quieres mi sangre? —le pregunté de repente.

—No en este momento, ¿de acuerdo?

—Está bien. —La última cosa que recuerdo fue a Padraic

arropándome. Mi cabeza palpitaba cuando el despertador sonó a la

mañana siguiente. Hayden la apagó para echarse una siesta más de una

vez y terminamos durmiéndonos hasta el desayuno. Rider entró a

despertarnos, creo que se decepcionó de no encontrarnos desnudos y en la

cama juntos. El entrenamiento fue un infierno; mi cabeza palpitaba, sentía

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que iba a vomitar y todas mis reacciones estaban apagadas. Hice una milla

en la cinta de correr antes de que tuviera que correr al baño.

Hayden había hecho su acto de desaparición de nuevo. Cuando

arrastré mi cansado y nauseabundo culo de regreso a nuestra habitación,

estuve instantáneamente molesta al verlo tumbado en la cama.

—¿Cómo lograste librarte de eso? —pregunté, quitándome los

zapatos. Me desplomé en mi cama, demasiado cansada para molestarme

en bañarme.

—Le dije a Fuller que no me sentía bien.

—Eres tan tonto.

Hayden se encogió de hombros.

—¿Cómo te sientes?

—Terrible. Me voy a volver a dormir.

—¿Ya comiste?

—Ugh, no. No menciones comida en este momento.

—Te sentirás mejor. —Me lanzó una caja de galletas—. ¿Quieres algo

de beber?

—Agua —murmuré. Comí un par de galletas y bebí una botella de

agua. Me sentí un poco mejor. Aun así, me dormí hasta la cena. Lisa me

pidió que viera la película de Friday Night con ella. Miré a Hayden,

preguntándole no verbalmente si iría conmigo. Él asintió y dijo que le

encantaría. Algunos de los perros estaban descansando alrededor de

nosotros, incluyendo a Argos y un pastor alemán llamado Greta a la que

estaba particularmente aficionado.

Después de que Toy Story terminó, llevé a Lisa a su habitación y la

abracé deseándole buenas noches. Hayden y yo nos estábamos dirigiendo

lentamente hacia el piso de arriba cuando alguien se movió detrás de mí.

—¿Puedo tener tu sangre? —preguntó.

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Me di la vuelta y me encontré cara a cara con una mujer de treinta y

tantos años de edad. Su cabello castaño era un lío rizado alrededor de su

rostro, ojos grises ocultos detrás de unas gafas de montura metálica.

Llevaba una sudadera de gran tamaño con mariposas impresas en el

pecho y una falda larga color amarillo. Levantó una jeringa.

Mi primer pensamiento fue que era una loca que había conseguido

entrar. O alguien que estaba infectado y no lo sabíamos. Mi corazón se

aceleró mientras la adrenalina bombeaba a través de mi cuerpo. Tomé una

postura defensiva, con los ojos abiertos y lista. Hayden se rio, puso su

mano sobre la parte baja de mi espalda y dijo:

—Orissa, esta es la Dra. Cara.

—Oh. —Bueno, eso fue anti-climático—. Uh, ¿por qué necesitas mi

sangre?

—Para la determinación del grupo sanguíneo —dijo como si fuera

obvio.

—Cierto. Um, sí. Claro. —La seguimos por el pasillo hacia la sala del

hospital—. ¿Dónde está Padraic? —pregunté.

—No aquí —me dije—. Siéntate. Sólo necesito un poco. Más si es

buena como la de Underwood.

Me senté en un taburete tieso y frío. Hayden se paró detrás de mí,

poniendo su mano sobre mi hombro.

—¿Estás bien con que te saquen sangre? —preguntó.

—Mmm. No es como que no sea toda ―temerosa de las agujas,‖ pero

puedo manejarlo.

—¿Entonces no necesitas que sostenga tu mano? —bromeó.

—No. —Envolví mi manga hacia arriba y extendí el brazo para que la

Dra. Cara pudiera atar la banda elástica alrededor.

—Tienes buenas venas —comentó mientras hundía la aguja en mi

piel.

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—Gracias, creo —respondí.

Presionó una gasa sobre el agujero del tamaño de un pequeño

pinchazo y se acercó al mostrador. La sala de examinación era oscura y

estéril. Olía a lejía y a productos de limpieza. Vi como Cara repartía mi

sangre en diferentes placas de plástico. Agregó cierta clase de productos

químicos, sacudió suavemente la placa y esperó.

—AB positivo —me dije—. Eres afortunada.

—¿Afortunada?

—Puedes conseguir sangre de cualquiera —explicó. Se quitó los

guantes, chasqueando la goma—. El Dr. Sheehan dijo que sanas rápido.

—Sí.

—Conservaré el resto de esta sangre —dijo, mirando el frasco sobre

la mesa—. Podría necesitar más.

—Está bien —me puse de pie, desenrollé la manda y salí de la sala—

. Ella no es tan extraña —le dije a Hayden cuando estuvimos fuera del

alcance de su oído—. Estoy realmente decepcionada. Esperaba una

completa científica loca.

Él se echó a reír.

—No, es más como socialmente torpe, supongo.

—Y no sabe lo que es un cepillo de cabello —dije, haciendo reír una

vez más a Hayden—. ¿Ha encontrado algo más en tu buena sangre?

—No que yo sepa. Me alegro. Estaba harto de que ella me sacara

tanta sangre.

—¿Qué tipo de sangre eres?

—B negativo. Sin embargo, no creo que realmente importe en

términos de ser inmune.

—Cierto —de nuevo recordé a Padraic diciéndome que pensaba que

nadie era totalmente inmune ya que el virus podía mutar. Me hizo

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preocuparme que Hayden hiciera algo descuidado, pensando que era

inmune y terminara infectado.

Me metí debajo de las frías cobijas de mi cama. Hayden quitó el

cobertor de su cama y se unió a mí. Se movió más cerca, encerrándome en

su cálido abrazo. Todo se sentía tan correcto como era posible.

—¿Qué si alguien nos ve? —preguntó—. ¿Qué les diríamos?

—¿Que está helando aquí adentro y que estamos tratando de

permanecer calientes? —sugerí.

—Eso es cierto. ¿Es todo?

—Bueno, sí —dije porque no sabía que más decir.

—Oh, sí, tienes razón —dijo secamente y me soltó—. Buenas noches.

—Buenas noches Hayden. —El aire frío se apoderó del vacío, el

contraste con la calidez de la piel de Hayden haciéndome temblar. Me

acerqué a él, esperando que pusiera sus brazos alrededor de mí.

Extrañaba la calidez y echaba de menos algo más. No podía dejar de sentí

como si hubiera dicho algo malo. Lo que sea. Cerré los ojos e intenté

dormir.

Fuller me pidió que dirigiera la lección de yoga, ya que era la única

A1 que regularmente la practicaba. Él dijo que estaba bien, que era

tranquilizante y que quería ―expandir los horizontes‖ a sus soldados.

Hayden no pareció el mismo durante toda la mañana. Estaba retraído,

silencioso y parecía triste.

Raeya quería mostrarme los nuevos horarios en los que estaba

trabajando, así que pasé el resto de la mañana con ella. Hayden almorzó

con Ivan y Brock, sin mirarme en absoluto. Me senté entre Raeya y

Padraic. Jugué con Argos, hablé brevemente con Sonja, y serpenteé mi

camino de regreso a mi habitación. Puse una película, intentando

relajarme para verla. A la mitad, me sentía muy inquieta. Se sintió bien

hacer yoga de nuevo. En otros tiempos había sido una parte normal de mi

rutina.

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Aunque era el ártico aquí adentro, era difícil hacer yoga con

vaqueros y suéter. Me cambié de ropa a unas mallas y una camiseta sin

mangas, con la esperanza de que mis músculos no tardarán en entrar en

calor.

—Eres muy flexible —dijo Hayden, de pie en el umbral. De espaldas

con los pies sobre mi cabeza, levanté la mirada hacia él—. ¿Cómo se llama

esa posición?

—Arado —respondí.

—¿Arado? Definitivamente podría ver cómo algo de labranza podría

ser hecha —dijo y se rio.

—Ya quisieras —bromeé. Poco a poco deshice la posición y me

levanté.

—¿No tienes frío? —preguntó, mirando mi camiseta sin mangas.

—Sí y no. El yoga hace circular la sangre.

—No puedo dar fe de ello —dijo con una sonrisa—. ¿Has estado en

yoga desde hace mucho tiempo?

—En realidad no. Me uní a un grupo en mi primer año en la

universidad e iba casi siempre. Me gusta y es algo que puedes hacer en

casa, lo cual era muy agradable cuando ya no podía pagar mi membresía

en el gimnasio.

—Parece que lo has estado haciendo toda tu vida.

Me encogí de hombros.

—He estado en algún tipo de deporte toda mi vida. Ya te hablé de las

artes marciales. Estuve en gimnasia y fui animadora por un tiempo.

—¿Eras una animadora?

—Por dos años. Entonces fui suspendida y me echaron del equipo.

—Realmente eras una chica mala.

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—Te lo dije —dije con una sonrisa.

Hayden se sentó en su cama.

—Ellos están de regreso —dijo y supe que se refería a los A1 en

misión—. Y trajeron a tres civiles.

—Eso es increíble.

—Sí. En cinco días nos iremos de nuevo. Seremos tú, yo, Wade,

Rider y Brock. Ivan no va a ir. Está molesto por ello.

—Cierto, su tobillo. ¿Solemos ir con la misma gente?

—Sí. Es más fácil. Tienes la oportunidad de conocerse entre sí y

conocer su estilo. Esto hace que trabajar juntos sea más fácil.

—Está bien entonces. —Me senté junto a Hayden—. ¿Quieres ver

una película conmigo?

Él sonrió y asintió.

—Por supuesto.

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Traducido por Chienne_Esquitin.

Corregido por Key

os siguientes cinco días pasaron tan normal como podían en el

refugio de bombas convertido en casa segura contra zombis.

Nosotros cinco cargamos nuestros coches, Hayden y yo en su

camioneta y los otros tres en una SUV plateada. Salimos en una misión de

búsqueda, tratando de encontrar sobrevivientes. Nuestras órdenes eran ir

al noreste, pero no más lejos de Pennsylvania. Pensé que era extraño pero

Hayden me dijo que ir más allá era demasiado lejos. También traté de

convencerlo de decirle a Fuller que cambiara nuestra misión para explorar

la costa de Florida. Nos dieron diez días. Ninguno de nosotros estaba

particularmente emocionado de permanecer lejos del campamento tanto

tiempo, cuando eso significaba diez días sin bañarse, comida fría, tiempo

helado y estrés constante.

Órdenes eran órdenes. Ninguno de los chicos las cuestionaba.

Nuestro plan era manejar 1287 kilómetros más o menos y terminar en

algún lugar en Carolina del Sur. Dependiendo de lo que encontráramos

usaríamos el resto del tiempo sondeando el estado. Sería un viaje de doce

horas y habíamos planeado manejarlas de corrido. Desde que no

queríamos llegar a nuestro destino en la noche, nos fuimos a las nueve esa

noche.

Hayden manejó primero. De vez en cuando veíamos el resplandor de

ojos en las luces. Como si fuera un juego enfermo, me incliné por la

ventana y disparé una bala en el cráneo de un loco. Los zombis miraban

hacia nosotros también, pero sus ojos habían muerto hace tanto tiempo

que no quedaba nada en ellos que atrapara un reflejo. Nos apresuramos

en la oscuridad, pasando cuerpos, ciudades en ruinas, y los restos de la

vida humana.

—Tal vez fue mejor —dije en silencio.

L

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339

—¿Qué fue mejor?

—Tal vez fue mejor la manera en que Zoe se fue. —Abrí la ventana,

atrapando fragmentos de partes de cuerpos dispersos en la carretera, un

rastro de sangre que lleva a un monstruo siempre hambriento masticando

carne humana—. Este mundo no es… no será... no volverá a ser nunca el

mismo.

—Algún día. Se terminara algún día.

—Entonces nosotros también —dije con voz ronca.

—Ellos se irán primero.

—¿Estás seguro?

—No. Pero quiero creerlo —dijo él.

Pasamos por lo que quedaba de una iglesia. El cartel afuera hablaba

de la misericordia de Dios y los santos. No había más misericordia. Todo

se sentía raro. Cerré los ojos, dejando que el aire frío golpeara mi cara.

Hayden presionó el botón para cerrar la ventana…

—¿Te encuentras bien, Riss?

—Sí. Es solo… inútil. Quiero decir, ¿Cuántos de nosotros quedan?

Nunca volveremos a poblar la ciudad. Nosotros nunca seremos capaces de

hacer que las cosas vuelvan a ser normales. Simplemente no queda lo

suficiente. Y es extraño pensar en ello, pero que si realmente no queda

nadie más. ¿Los Zombis merodearan por siempre? No quedará nadie que

los mate. Tienen el camino libre.

>>Y si hay un Dios, ¿Por qué no está haciendo algo? ¿Cómo puede

sentarse y vernos pasar hambre y estar asustados, y tener dedos muertos

que destrozan nuestros cuerpos y comen nuestros órganos? E incluso si

matamos a cada uno de los zombis, seguiremos perdiendo gente. Nos

estamos volviendo nada. La gente se enferma, no tenemos atención médica

de calidad. Nos estamos haciendo viejos. Sí, no podemos detener eso.

Seguro, nosotros podremos siempre reventar algunos, pero eso toma

tiempo. Toma tiempo quedar embarazada, toma tiempo para que crezca

un bebé, e incluso más tiempo para que ese bebé tenga uno propio. Yo…

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Yo solo no veo como eso va a funcionar. ¿Y, para qué? ¿Para qué vivir?

¿Que nos queda para vivir?

Hayden abrió la boca para decir algo pero se detuvo. Su cara fija en

el camino.

—No creo que nada de lo que diga cambie tu mente. Tenemos que

seguir. Tenemos que creer que las cosas pueden ir mejor porque nosotros

quedamos. No podemos bajar nuestras armas y recibir a la muerte. Te

encontramos, vamos a encontrar otros, y seguiremos encontrando gente.

No regresaré hasta que lo hagamos. Incluso si pasamos los diez días. Te

prometo Orissa, que hay más gente afuera. Y los encontraremos por ti.

—No, el mundo no volverá a ser el mismo. Nunca. Ni siquiera en cien

años. Nadie olvidará esto, espero. Como todas las enfermedades, siempre

tendrá la habilidad de causar pánico, de ser una amenaza, pero piensa en

todas esas enfermedades de las que ya no tenemos que preocuparnos

nunca más. Además, esta ciudad comenzó con unos cientos de habitantes,

¿cierto? Las cosas no volverán a ser perfectas, pero mejorarán. Lo prometo.

—Puso su mano en la mía—. Quiero hacerte feliz, Orissa Penwell. Y haré lo

que sea.

Enredé mis dedos con los de él.

—Casi te creo. —Él no dijo nada pero siguió tomando mi mano.

Seis horas y media después cambiamos lugares. Hayden descansó

su mano en mi pierna, tranquilizadoramente dándole apretones cada

pocos minutos hasta que se quedó dormido.

Alcanzamos lo que quedaba de Greenville, Carolina del Sur,

alrededor de las diez del otro día. Había zombis, muchos de ellos.

—A lo mejor eso significa que no hay locos —balbuceé—. Un poco de

esperanza, lo sé.

—Tiempo de empezar el conteo —me dijo Hayden con una sonrisa

tímida. Recogí un rifle de alto impacto de atrás, abrí mi ventana y derribe

tres S2s.

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Rider llegó con su radio diciendo que esos no contaban. Hayden se

rió diciéndole que dejara de ser un bebe y que dos de nosotros seguían

venciéndolos tres suyos.

Manejamos arriba y debajo de las calles, escogiéndolos uno a uno.

Hayden dijo que tomaría por siempre hacer esta parte de Greenville lo

suficientemente segura para explorar, y que él tenía una idea. Él le llamó

por radio a Rider y le dijo que nos siguiera. Manejamos al centro de la

ciudad, nos detuvimos y abrimos las ventanas. Hayden prendió su IPod y

subió el volumen.

Los zombis gruñían y gemían, cojeando y arrastrando a sí mismos

en dirección de la música. Disparé a cuatro zombis, vaciando la recamara.

—Espera —dije, saliendo de la camioneta, con los brazos llenos de

armas y munición. Salté a la parte de atrás, cargué la metralleta y

disparé.

Fue un subidón de adrenalina, usar una pistola con todo ese poder.

Brock y Wade estaban en la parte de atrás de su SUV, disparando a

zombis a través de la ventana trasera. Cuando ellos estuvieron lo

suficientemente cerca por comodidad, Hayden manejó hacia adelante,

acelerando muy rápido haciéndome perder mi tiro. Volteé hacia Rider para

hacer que manejara frente a nosotros; no tenía ganas de dispararle

accidentalmente.

Balas llovieron a la multitud, los zombis caían, otros ser arrastraban

sobre sus cuerpos rematados. Una pequeña pieza de pesar desaparecía de

mi corazón cada vez que sangre y sesos salpicaban del cráneo podrido de

un zombi. Podía oír a Hayden animándome desde dentro de la camioneta

mientras observaba el baño de sangre.

—¡Aguanta! —gritó él e hizo una aguda vuelta en U, pisando el

acelerador y pasando con rapidez a los zombis. Él tenía su mano izquierda

fuera de la ventana, jalando el gatillo de su pistola, golpeado en un rápido

movimiento S2. Rodamos en la avenida, el sonido fuerte de música country

atraía zombis como fans locas de Justin Bieber en un concierto. Un grupo

de zombis lanzados sobre una reja de fierro y cadenas, que una vez fue

puesta con la esperanza de mantener a los infectados fuera. El cable

actuaba como un rebanador de queso, cortando la carne de sus flácidos y

frenéticos brazos, mientras intentaban pasar a través. Hayden siguió

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manejando y yo disparando. Si alguien seguía vivo en esta ciudad

desolada, ellos sabrían que estábamos aquí. Una vez que los números

empezaron a reducirse, Hayden siguió a Rider a un estacionamiento de un

centro comercial.

El centro comercial parecía lindo, cuando vi un letrero de Pottery

Barn, estuve tentada de ir y tomar algo de Decor para Raeya. No pensé que

los chicos quisieran ir por él.

—Hey —dije, saltando de la camioneta. Una idea me llegó, y no podía

ignorarla—. ¿Alguna vez han visto esa película donde la gente se esconde

en el centro comercial de los zombis? Tal vez deberíamos mirar dentro.

—¿Por qué no? —Brock estuvo de acuerdo. El tomó su mochila,

cargó su rifle y volteó hacia los lados.

—Mientras estamos ahí —comenzó Wade, ajustando la mira de su

arma—. Necesitaremos más películas, me estoy aburriendo de lo que

tenemos.

—Sí —dije con entusiasmo. Mirando a Hayden dije—: Vimos la

misma comedia tres veces la semana pasada. Y tengo ampollas porque

estos zapatos son realmente incomodos.

—¿Por qué no obtienes nuevos zapatos? —preguntó Hayden

levantando la ceja.

—Supongo. Me gustan las botas rudas, son más o menos a prueba

de mordidas. —Miré hacia mis pobres botas de cuero. Había pasado un

mes completo trabajando turnos extra, cuando aún tenía un trabajo, para

ganar el dinero suficiente para comprarlas.

Estaban batidas de infierno y oxido con solo Dios sabe qué.

Nosotros cinco caminamos dentro del centro comercial sin la más

ligera duda. Nuevamente, me sentía arrogante. La última vez que me sentí

así, Hayden y yo estuvimos a punto de explotar. Las puertas de vidrio no

estaban cerradas, ni estaban quebradas o marcadas con sangrientas

marcas de manos.

Eso tenía que ser una buena señal, ¿verdad?

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Caminamos a través de Macy. Había empezado a ver que las luces de

emergencia seguían encendidas. Una gran parte de las compañías grandes

habían cambiado a energía solar durante la Depresión como una forma de

ahorrar dinero, así que probablemente eso no era raro. Tan tentador como

era ir a ver los zapatos, la tienda era muy grande y estaba muy llena de

dispositivos como para sentirme segura. Los rifles y la munición estaban

listas, silenciosamente nos deslizamos dentro. Contra todo lo logramos.

Llegamos a la boca de la tienda, mirando los largos pasillos. A mi derecha

estaba una tienda Coach.

—¡Oh! —exclamé y caminé dentro. El cumpleaños de Raeya estaba a

solo unos meses. Sería tonto no entrar y obtener algo para ella.

Los ojos de Rider estaban fijos en una tienda Apple.

—Una hora para mirar —dijo Hayden lo que todos estábamos

pesando.

—Ustedes tres se quedan juntos. Radios prendidos, uno siempre

mirando fuera. Salgan si es mucho.

—Genial —dijo Wade y se fue con Raider y Brock.

Hayden troté para reunirse conmigo. Tomé bolsos de los estantes,

revisándolos como un cliente normal.

—¿En serio? —preguntó él, mirándome escépticamente.

—No es para mí. Es para Raeya a ella le gusta este tipo de mierda. —

Corrí mis manos a través de una suave bolsa de cuero—. Está bien, a mí

también me gusta, gustaba.

Elegí un par de zapatos y fui detrás del cambiador, saliendo con dos

bolsas grandes, le pregunté a Hayden—: ¿Está mal que me esté

divirtiendo?

—Demonios no. Como tú dijiste, somos básicamente todo lo que

queda. Yo digo que hagamos lo que se nos dé nuestra jodida gana.

El perverso brillo de sus ojos me hizo sentir bien. Había algo que

quería hacer, justo aquí en esta tienda. Sonreí ampliamente y me volví

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hacia el stand de cuero de diseño. Fuimos en el pasillo hasta un

Abercrombie & Fitch. Un empleado zombi estaba mutilado solo en el piso.

Si, mutilado. Sus piernas habían sido arrancadas. Hayden tomo su

cuchillo del cinturón, apuñalando a la patética cosa en la cabeza y

limpiándolo en una playera polo colgada. Yo agarré cosas que me gustaban

de los estantes mientras Hayden vigilaba. Después de llenar bolsas para

mí, hice una para Hayden, evitando cualquier cosa demasiado preppy,

pensando que ese no es su estilo.

Lo Preppy me recordaba a Padriac. Tome playeras tipo polo y

suéteres para él. Dejando mis múltiples bolsas en el solitario pasillo,

Hayden y yo fuimos a una joyería.

—Siempre he querido hacer esto —dije. Usando la culata de mi rifle,

rompí el cristal donde están los brazaletes de diamantes.

—Alguien no te abrazó lo suficiente de niña.

Hayden bromeó e hizo lo mismo. El tomó un caro reloj.

Tomé todo el exhibidor de brazaletes de diamante. Sacudiéndoles los

cristales rotos, y los lancé dentro de una bolsa. Golpeé la caja de collares,

tomando joyas y piedras preciosas.

—Oye Bonnie —me llamó Hayden. Miré arriba y él me tosió algo—.

Cásate conmigo.

—¡Santa mierda es enorme! —exclamé cuando miré el anillo de

compromiso—. Lo siento Clyde, tengo que declinar la propuesta pero me

quedo con el anillo.

El rió y guardó más joyería en nuestros bolsillos. Le prometí a

Hayden que sería más rápida en Pottery Barn. Como un chico normal

molesto con las compras de las chicas, él se quejó y gruñó que estaba

aburrido. Se calló cuando vio una exhibición de edredones de plumas

ocultos en la penumbra. Un disparo hizo eco. Me congelé, la rustica eco

alfombra a rayas ecológica casi se resbala de mis dedos. Rider

rápidamente habló por la radio, diciéndonos que un solitario S3 estaba en

el vestidor de la tienda en la que estaban. Con las armas cargadas,

arrastramos nuestras cosas al pasillo con las demás.

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Rider nos dijo que estaban en GameStop, tomando todo lo que

podían. Había solo una tienda en la que Hayden estaba interesado, así que

me siguió ansioso dentro de un Victoria´s Secret, haciendo caras y bromas

sobre verme en lencería negra, mientras yo miraba la mercancía.

—¿Algún otro lugar? —preguntó Hayden.

—Creo que tenemos suficiente. Y no quiero que se nos acabe la

suerte.

—Bien pensado. —Él pasó el mensaje a Ryder. Hice mi camino de

regreso a través de Macy para obtener un nuevo y más cómodo par de

botas. Cargamos las cosas, sintiéndonos como niños en una mañana de

navidad, y manejamos alrededor de la ciudad una vez más.

—No creo que haya nadie aquí. —La voz de Wade llego por la radio.

Manejamos hacia el centro de la ciudad, pensando que si alguien iba a

vivir, tenía mejores posibilidades lejos del nido de zombis.

No encontramos nada. Desilusionados, dejamos Greenville,

manejando hacia el este aunque en realidad sin prestar atención de a

dónde íbamos.

Buscando otra ciudad por la que manejar era fácil. Pasamos el resto

del día manejando arriba y debajo de las carreteras, buscando señales de

vida. Donde no había zombis, era casi aburrido. Hayden era una buena

compañía para estar, por la noche decidimos buscar un refugio, había

aprendido mucho de él.

Nos resguardamos en una casa semi-nueva. El vecindario donde

estábamos mostraba señales de pánico, pero no de vida.

Quedándonos en grupos, Hayden y yo tomamos el primer turno.

Estaba más cálido que en Arkansas, pero aun así frio. Me puse cerca de

Hayden en el techo, mi aliento salía en pequeñas nubes mientras hablaba.

Los dos estábamos congelados hasta los huesos cuando nuestra vigilancia

terminó. Cerrando el dormitorio nos acurrucamos en la cama juntos, a

pesar de que estaba lo suficientemente frio la electricidad que corría entre

nosotros puramente tibia era más allá de lo creíble.

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Fría lluvia golpeaba la camioneta, se oía como disparos. No

habíamos visto zombis, Hayden y yo jugábamos Yo nunca, que no era más

que preguntarnos cosas entre nosotros. Después de una hora nos

quedamos sin preguntas. Estábamos cerca de Catawba River cuando me

di cuenta de las maracas de pasos.

Hayden radio a los chicos mientras la camioneta de detenía a la

orilla del camino, siguiendo un camino de lodo.

Caminamos entre los árboles. Un poco más allá estaba un mugroso

RV estacionado a la mitad de un pequeño claro. Tenía dos llantas

ponchadas, había sido dejado ahí antes del brote.

Pero la fogata menguante bajo el toldo era nueva.

Un mugroso chico joven salió por la puerta del RV, sosteniendo una

pistola. La tomaba temblorosamente y la bajó una vez que el vio nuestras

caras. El le habló a alguien y un hombre de mediana edad salió de entre el

bosque, Hayden salió de la camioneta sosteniendo sus manos en alto en

una ―venimos en paz‖ forma. Yo me quedé atrás, dejando que los chicos se

presentaran y explicaran el plan de rescate.

No confiaba nada en ellos. El chico, Parker, tenía solo doce años.

Evan, su padre habían estado corriendo de los infectados desde el brote.

Ellos estaban con otras cuatro personas pero se separaron hacia dos días

mientras intentaban cazar.

Lo arboles de enero de hecho detuvieron un poco de la lluvia fría que

caía. Nos metimos dentro del RV.

—Había una casa en la que se suponía que nos íbamos a encontrar

—explicó Evan—. Estaba siendo cuidadoso marcando arboles mientras nos

íbamos. Pero de alguna manera nos perdimos y terminamos aquí.

—¿Se han cruzado con algún zombi? —preguntó Wade.

—No, es por eso que decidimos cazar. Pensamos que sería más fácil

cerca del río.

Contuve una risa. Cuando todos miraron con curiosidad hacia mí,

desvié la mirada.

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Con disimulo corrí mis ojos sobre Parker y su padre, en busca de

marcas de mordeduras o heridas recientes. Tal vez fue poco ortodoxo, pero

pensé que sería una buena idea de hacer desnudarse y demostrarnos que

no tenían cortes o raspones. Después de Karli y Rebecca, ¿quién puede

culparme?

—¿Cómo nos encontraron? —preguntó Parker. Él tenía una mirada

de temor en sus ojos, a medida que recorría las caras de los soldados.

Vestido con su uniforme militar, ellos parecían salidos de una

película de acción. Yo traía unos pantalones vaqueros sobre leggings

Underarmour, una playera de cuello alto azul marino y una chaqueta. Me

veía normal, por decir lo menos.

—Orissa vio sus huellas —le dijo Hayden.

Parker sonrió.

—Estoy feliz de que nos hayas encontrado.

—Yo también —respondió Hayden—. Ahora, esta casa. ¿Tienen

alguna idea de que tan lejos están de ella?

Evan juntó las manos y suspiró.

—No, no creo que estemos muy lejos, pero…

—Obviamente están —respondí—. ¿Estaba la casa cerca del rio?

—No al lado. Cerca, más bien. Es una casa grande, con un lago en el

jardín.

Pensando que sería mala onda decirle que el lago en su mayoría era

probablemente un estanque, no hice caso de su mala elección de palabras.

—¿Qué tan cerca?¿Menos de kilómetro y medio?

—Oh, mucho menos que eso.

—¿Al norte o al sur de aquí?

—Uhhh…

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—¿Con o contra el flujo del rio?

El miró hacia su hijo.

—Caminemos.

—Ok, yo debería de ser capaz de encontrarlo.

Hayden me llevó aparte.

—¿De verdad crees que puedes encontrarlo?

—Tal vez —dije honestamente.

—¿Cómo?

—Estaba planeando caminar a lo largo del río siguiendo sus huelas.

Si se fueron de la casa debería de haber un rastro.

—¿No podemos solo recorrer los caminos?

—Bueno, sí, pero cuantos caminos hay por aquí. Eso parece una

pérdida de tiempo. Realmente dudo que ellos se hayan alejado mucho de la

casa —insistí.

—Exacto. Vamos a conducir. Me sentiría mejor manejando que todos

nosotros caminando por estos bosques desconocidos.

—Hago mejor mi trabajo en lugares desconocidos, Además yo solo

iba a ir por mi cuenta —admití.

—¿Qué?, ¡No!

—Puedo tomar un radio, encontrar el camino y dejarte saber.

—Orissa, no.

—¿Quieres pasar la noche en ese apretado RV? Yo no. Puedo hacer

esto.

—No me gusta que vayas por tu cuenta —dijo, casi para sí mismo.

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—Puedo cuidar de mi misma.

—Como tu superior no.

—¿Mi superior? —Levanté la ceja.

—Sí.

—¿Por qué solo no puedes admitir que te preocupas por mí?

—Bien. Estaría realmente muy preocupado. No te quiero fuera de mi

vista. Puedo mantenerte a salvo, ¿de acuerdo?

Negué con la cabeza y rodé mis ojos, todo mientras trataba de

mantener una sonrisa en mi cara.

—Vamos a perder el tiempo. Además, ¿y si esas personas ya no

están en la casa?

—Tenemos que revisar —dijo Hayden. Nos reuniremos con el grupo y

explicaremos nuestro plan de conducir sin rumbo con la esperanza de

encontrar un camino que Parker o Evan reconozca.

Era casi de noche cuando encontramos la casa.

Era grande. Grande y agradable. Debía de haber sido la casa de

vacaciones de alguien. Bien conservada, limpia y equipada con muebles

cómodos, camas y un montón de libros, ofreciendo un toque hogareño que

todos extrañábamos. Los cuatro amigos perdidos no estaban por ningún

lado. Cenamos, calentando espagueti en la chimenea. Destinada a ofrecer

impresionantes vistas del bosque que nos rodeaba, las grandes ventanas,

amenazando con romperse fácilmente.

Parker y Evan engulleron la comida, no habían comido nada en las

últimas veinticuatro horas. Hicieron preguntas infinitas sobre nuestro

refugio, diciéndonos lo que ya sabíamos de los zombis y del mundo sin

esperanza.

Encendimos algunas velas, pero no las suficientes para llamar la

atención.

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Hayden y yo tomamos la primera vigilancia de la noche, rodeando la

casa, esperando y escuchando. Después de no oír nada, entramos,

moviéndonos de atrás para adelante, las dos eran difíciles al estar

rodeados de árboles que hacía difícil ver a nuestro alrededor.

Cuando llegó nuestro turno para descansar, nos acomodamos en el

sofá junto a la chimenea. Calentaba la habitación considerablemente.

Evan y Parker estaban dormidos delante.

Wade, Rider y Brock estaban patrullando fuera. Hayden y yo

estábamos solos por ahora.

Apoyé la cabeza en su hombro y él puso su brazo a mi alrededor. El

corrió sus dedos a través de mi cabello y me relajó, estirando mis piernas a

lo largo del sofá. Estaba casi dormida cuando escuche la voz de Parker.

—¿Ella puede realmente rastrear cosas?

—Sí, puede —susurró Hayden, pensando que estaba dormida—.

Además es buena en ello.

—¿Tú crees que pueda encontrar a mis amigos?

—Si alguien puede, es Orissa.

—Bien. —Con un crujido de cobijas, Parker se sentó—. ¿Es tu novia?

Hayden dudó.

—Bueno, ella es una chica, y es mi amiga…

—Ahh, ya entendí. ¿Quieres que lo sea?

Se sintió una eternidad antes de que Hayden contestara.

—Sí.

Que los zombis irrumpieran por una ventana de la casa sería

bienvenido ahora. Esto era tan incómodo. Tomó un gran esfuerzo

mantener mi cuerpo para que no me tensara.

—¿Ella lo sabe? —presionó Parker.

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—No lo creo. Espero que no.

—Eso parece tonto. ¿Por qué no quieres que ella sepa?

—Yo… yo creo que no le gusto de todas maneras. Mira, ¿no eres un

poco joven para estar interesado en estas cosas?

—¿Joven? ¿Has conocido a alguien de esta generación? —preguntó

él, haciendo que Hayden hiciera una suave mueca—. Creo que deberías

decirle.

—Tal vez después.

—¿Qué pasa si no hay un después? —preguntó el chico.

—Bueno eso realmente apestaría.

—Hay una chica con nosotros, Joni. Ella tiene catorce pero ella es…

wow.

Pude sentir a Hayden tratando de no reírse de Parker.

—¿Esta ella wow?

—Sí, ella tiene rizos rubios y hermosos ojos azules. Tiene catorce,

pero creo que tengo una oportunidad.

—Probablemente. Ya no queda mucha competencia, ¿está ahí? —

preguntó Hayden. Quería golpearlo.

—De cualquier manera, le voy a decir que la amo. La vida es muy

corta para contenerse. Deberías de considerarlo.

—Eres un chico listo, Parker. Vuelve a dormir, ahora. Necesitas tus

fuerzas para, uhh, impresionar a Joni.

—Cierto. Buenas noches Hayden.

En la temprana luz de la mañana, las cuatro personas perdidas

regresaron. Como Evan y Parker, ellos estaban sucios, cansados,

hambrientos y derrotados. Junto con Joni, el grupo consistía en Jane, la

hermana de veintitantos de Joni, un hombre mayor llamado Austin, y

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Lydia, una mujer de mediana edad. Pasamos por las presentaciones,

información acerca del campamento, y luego comimos un temprano

desayuno.

Los seis habían viajado juntos en una VAN. Tenían mínimos

suplementos y nada de comida. Los cuatro que se nos habían unido

recientemente estaban más ansiosos por irnos justo ahora.

Brock sugirió que el resto descansara mientras estábamos en un

lugar seguro. Nadie estuvo en desacuerdo.

Mientras los otros dormían, Hayden y yo caminamos alrededor de la

casa. El sol estaba brillando esta mañana y la temperatura estaba

alrededor de cincuenta grados. Las aves cantaban fuertemente, haciendo

que el lugar pareciera casi hermoso. Esperaba sentirme incómoda

alrededor de Hayden, sabiendo lo que hice.

Pero no. Caminamos, nos reímos como alguien normal.

Cambié mi rifle por un arco y flechas, pensando en disparar a una

ardilla o un conejo si tenía la oportunidad.

Había acondicionado una mochila de carcaj que era capaz de

almacenar tres veces más flechas.

Le pasé el arco a Hayden.

—¿Quieres practicar?

—Seguro. —Sus dedos cepillaron los míos cuando tomó el arco. Me

negué a sentir algo.

—¿Qué debería golpear?

—Hmmm —dije mirando alrededor—. ¿Qué te parece ahí? —

Señalé—. En ese gran árbol viejo.

—Está bien.

Hayden cargó una flecha y la soltó, falló. Estaba ocupada viendo su

agarre y su postura.

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—Necesitas soltar el hombro. Debería ayudar con tu puntería. —Me

quité mi chaqueta y la arrojé al suelo.

—Mira —dije, tomando el arco de él—. Mira como están mis

hombros.

Tiré y le di al árbol.

—Presumida —dijo Hayden. Descolgué el arco de mis hombros y

caminé para recuperar la flecha. Hayden tuvo que jalarla del árbol para

mí.

—Orissa —comenzó él, colocando el arco a un lado. Algo me baño.

Pero no era amenaza. Era… ansiedad.

—Hayden —dije con una delgada sonrisa.

—Hay algo que quiero decirte.

Di un paso más cerca de él, mi sonrisa creciendo.

—¡Hay un zombi detrás de ti!

El me tomó sacándome del camino. Un zombi con una flecha

atorada en su pecho se abalanzo hacia mí. Hayden sacó su arma y le

disparó en la cabeza.

—¿Eso es lo que me querías decir?

Pregunté casi furiosa.

—No, pero deberías saber que hay más.

El dio un paso hacia atrás.

—Corre. Ve a advertir a los demás.

—¿Y dejarte? De ninguna manera.

Tomé una flecha y la clave en la cabeza de un zombi.

—Mierda, ¡hay muchos!

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Con horror, Hayden y yo vimos una horda hacerse visible dentro del

bosque. Hayden vacío su cargador. Raider llegó corriendo, habiendo oído

los disparos.

—¡Santa Mierda! —juró él—. Tenemos que sacar a los civiles de aquí.

—Sí, ¡vamos! —gritó Hayden.

Los zombis nos gruñeron. El tomó mi mano y corrimos hacia la casa.

Había una locura por tratar de juntar las cosas. Hayden ordenó que se

fueran para que nos subiéramos a los autos antes de que los zombis se

acercaran más.

Teníamos siempre la esperanza de ser capaces de tener una manera

de encontrar nuestra salida. Siempre había sido así, derrapando por

segundos.

Pero no esta vez, esta vez íbamos muy tarde. Una multitud de

zombis bloqueaba nuestro camino hasta los autos.

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Traducido por Apolineah17 y Alisson*

Corregido por Pily

odos se quedaron inmóviles en el porche techado. Podríamos

salir corriendo, salir corriendo hacia los bosques de los que

nadie sabía hacia dónde se dirigían. No iba a morir en sus

manos. Tampoco iba a dejar que Hayden muriera.

—Cúbreme —le dije a Hayden.

—¿Qué? ¡No!

—¿Ves ese árbol? Voy a trepar por él.

—¡Treparlo, no!

—¿Tienes una mejor idea? —declaré desesperadamente.

—¡Sí! ¡Matarlos a disparos!

—¡Hay demasiados!

—Tenemos mucha munición —dijo él rápidamente.

—No siempre la tendremos —dije con dureza. Hayden perdía el

tiempo discutiendo conmigo—. Voy a ir. Cúbreme.

—Está bien, Tarzan, ¿qué vas a lograr trepando al árbol?

—Una distracción. Tenías razón, todavía quedan personas. El

mundo no tiene esperanza. Entren en los autos. Conduzcan. Te-te

encontraré. —Puse mis manos en su cintura, desenganchando el walkie-

talkie de su cinturón—. ¡Ahora!

T

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Hayden les gritó a los otros soldados para que me cubrieran. Salté

fuera del porche, ignorando el choque doloroso de mis tobillos, mis

pulmones ya trabajaban horas extras mientras corría hacia mi árbol

elegido. Un zombi bien alimentado corrió hacia mí, con los brazos

estirados y la boca abierta.

Saqué el cuchillo de mi cinturón, lanzándolo hacia su cráneo. Un

segundo después me di la vuelta, mis pies aterrizando en el centro del

pecho de un S3. Se desplomó hacia atrás, volcándose y cayéndose. Mocos

verdes y pus salpicaron por todos lados.

Llegué al árbol, locamente impulsándome hacia arriba. Habían

pasado años desde que trepé un árbol. Con la esperanza de que fuera

como andar en bicicleta y pudiera volver a mí, me acordé de lo difícil que

era con las manos. Me encontraba a mil doscientos metros de altura, no lo

suficientemente alto para estar a salvo de los zombis. Pateé a uno muy

fuerte en la cabeza; el efecto fue muy similar a patear una calabaza

podrida.

Trepé otra rama, finalmente atreviéndome a mirar hacia el porche.

Todos seguían allí; los chicos estaban golpeando zombis, disminuyendo el

número solo un poco.

—¡Oigan, pedazos de mierda! —grité a todo pulmón, rogando porque

eso fuera suficiente. No tenía ganas de cantar y casi desangrarme hasta la

muerte de nuevo. Enganché mi pierna alrededor de una rama y me apoyé

en el tronco, quitándome el arco de mi hombro. Disparé una flecha en el

cráneo de un niño zombi—. ¡Aquí arriba! —grité—. ¡Comida gratis, vengan

y consíganla!

Conseguí la atención de un par más de zombis. Maldita sea, no

funcionaba. Golpeé el árbol, viendo a los zombis acechar el porche.

Hayden extendió su brazo a la defensiva, en frente de todos, dispuesto a

morir luchando.

No iba a dejarlo. Con más cuidado esta vez, utilicé la punta de una

flecha para cortar mi dedo índice. Exprimí la sangre, gritando. Las

primeras gotas tocaron el suelo. Una mujer S2 se dirigió en picada,

lamiendo el suelo. Unté la sangre por toda la flecha y la disparé por debajo

de mí. Eso llamó la atención de todos.

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—¡Vete! —le grité a Hayden—. ¡Sácalos de aquí! —Utilicé el resto de

mis flechas, un poco molesta porque no podría recuperarlas. Motores

rugieron a la vida. La furgoneta y el todo terreno salieron por el camino de

grava. La camioneta de Hayden se dirigió lentamente hacia adelante.

Luego hizo un giro brusco. Aceleró el motor y lo pisó hasta el fondo,

dirigiéndose hacia el montón de zombis que desesperadamente se llegaban

a mí. Se echó de reversa y pasó por encima de ellos otra vez. Las manos de

los zombis llenas de sangre seca goleaban la camioneta.

Mi plan era saltar al árbol junto a mí. En el suelo, me pareció una

buena idea a prueba de tontos. Aquí arriba, el suelo parecía un largo

camino hacia abajo. Puse el arco por encima de mi hombro y sobre mi

pecho, alejándome lentamente del tronco.

Allá vamos, pensé y salté. La rama se rompió. La carne en mis

manos se desgarró mientras me deslizaba hacia abajo. Mi rostro atrapó la

enorme y retorcida rama. Sangre al instante brotó de mi nariz pero ya no

estaba cayendo.

Cualquier esperanza de Hayden distrayendo a los zombis murió. El

goteo constante de sangre de mi rostro los atrajo nuevamente hacia mí.

Todavía me encontraba a tres mil seiscientos metros más o menos de

altura. Con una mano sobre mi nariz, me deslicé por otro conjunto de

ramas. La camioneta se detuvo debajo de mí. Después retrocedió,

atropellando a un zombi. Y luego se movió hacia adelante, deteniéndose.

Sabía lo que Hayden esperaba. Columpié mis piernas sobre una

rama y salté. Aterricé fuerte sobre el techo de la camioneta. Me empujé

hacia la caja y golpeé la ventanilla trasera. Hayden aceleró y retrocedió,

dejando a los zombis en un rastro de polvo. Me quité el arco y colapsé

contra el frío revestimiento.

Preocupado por mí, se detuvo antes de que estuviéramos lo

suficientemente lejos. Dejando la camioneta en marcha y abriendo su

puerta, Hayden salió volando y saltó a la caja. Un brazo fue alrededor de

mí, tirándome hacia su pecho. El otro empujó mi cabeza suavemente hacia

arriba.

—Estoy bien —le aseguré, escupiendo sangre.

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—Sí, te ves bien —bromeó. Su sonrisa era genuina y su voz calmada,

pero le temblaban las manos—. Voy a buscar una toalla o algo así.

Me apoyé contra mis bolsas de compras, sin importarme si

manchaba de sangre mi ropa nueva. Mi corazón latía con fuerza y mis

nervios estaban llenos de electricidad, me encontraba en un extraño

estado de shock por no haber muerto.

Hayden me dio un trapo limpio para mantenerlo sobre mi rostro. No

sabía el procedimiento adecuado para hacerme cargo de una hemorragia

nasal. Solo había tenido dos en mi vida, una por un incidente con un

balón en la escuela secundaria y otra cuando Mindy Croswell me dio un

puñetazo en décimo grado. En su defensa, la provoqué. Ya ni siquiera

podía recordar por qué.

Hayden se sentó detrás de mí, poniéndome entre sus piernas. Dejé

que mi cuerpo cayera contra el suyo y pude sentir lo rápido que su

corazón seguía latiendo.

—Inclínate hacia adelante —dijo—. La sangre ya no llegará a tu

boca.

—Está bien —dije, mi voz sonando divertida. Haciendo una mueca,

me pellizqué la nariz para tratar de detener el sangrado.

—¿Está rota? —preguntó.

—No lo sé. No creo.

—Bien. —Sus brazos se envolvieron fuertemente alrededor de mí y

sus labios rozaron mi cuello cuando hizo un ruido ahogado de sorpresa.

La horda de zombis nos alcanzó. Hayden se levantó de un salto,

extendiendo su mano hacia mí. Un poco débil, me puse de pie. Él me

ayudó por la parte lateral. El walkie-talkie quedó atrapado y voló fuera de

mi cinturón. Me zambullí por él.

—¡Olvídate de eso! —gritó Hayden. Mis dedos se cerraron alrededor

cuando él aterrizó sobre mí. No lo vi venir. Ni siquiera supe de dónde vino.

Si era una gritona, ahora habría sido un buen momento para gritar.

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La mitad de la cara del zombi había sido quemada. Huesos

ennegrecidos estaban expuestos, los dientes, no ocultos entre los labios,

mordían en el aire. Me quedé sin aire y mi nariz todavía sangraba.

Cubierta con mi propia sangre, mis manos se deslizaban por su rostro

putrefacto mientras intentaba empujarlo.

Eso es todo, pensé. Después de todo lo que pasó, no me veía saliendo

de eso. Los zombis nos rodeaban. Si Hayden tenía un poco de sentido

común, se iría.

Sonó un disparo y sesos salpicaron mi rostro. La mano de Hayden

alcanzó la mía. Mis dedos se entrelazaron con los suyos justo mientras

una putrefacta fila de dientes se cerraba sobre su piel. Lo golpeé a un

costado de su cabeza. Me levanté de un salto, pateándolo lejos de Hayden

y caí en sus brazos, tropezando con un zombi. Hayden se las arregló para

hacer otro disparo y trepamos dentro de la camioneta, ambos entrando por

la puerta del lado del conductor.

No hablamos; Hayden solo condujo. Ya sentía náuseas por tragarme

mi propia sangre. El ver las marcas de dientes ensangrentados en el brazo

de Hayden era demasiado.

—Détente —dije. Sin cuestionarme, Hayden pisó los frenos—.

Déjame ver. —Mi voz salió ronca y débil.

—Está bien —me recordó—. Soy inmune, ¿recuerdas?

—Entonces, ¿por qué te ves tan asustado? —Con las manos

temblorosas, tomé su brazo izquierdo, empujando su manga hacia arriba—

. ¿Dónde está el botiquín de primeros auxilios? Incluso si no consigues el

virus, esto todavía puede infectarse con un montón de cosas horribles.

—No puedo esperar. Todavía sigues sangrando.

—Mi nariz está bien. No puedes hacer nada por las hemorragias

nasales, excepto esperar hasta que dejen de sangrar, de todos modos. —

Tomé el botiquín de la parte de atrás. Fui alrededor de la camioneta y abrí

la puerta de Hayden. Él extendió su brazo mientras le vertía peróxido en la

herida. No hizo mucho más que una mueca de dolor y supe que le dolía

jodidamente.

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Estaba asustado. Asustado de que el virus hubiera mutado y

estuviera en riesgo de ser infectado. Envolví un pedazo de gasa alrededor

de su antebrazo y bajé la manga. Lo miré a los ojos.

—Nadie sabrá sobre esto. No hasta que hayan pasado veinticuatro

horas, ¿de acuerdo?

—Riss…

—No. No quiero a nadie pensando que estás infectado o que podrías

estar infectado. Podrían hacer algo estúpido.

—Deberían saberlo. ¿Qué pasa si…?

—¡No lo sé! Lo manejaré. —Me moví más cerca—. Hayden, no. ¡Esto

nunca ha pasado!

—Si sospechas de algo, tienes que dispararme.

—Lo haré —prometí.

—Te creo. Gracias. —Se deslizó fuera del asiento. Sus brazos fueron

alrededor de mí y los míos alrededor de él. El rugido distante de un auto

nos separó. Rider se detuvo junto a nosotros, horror y preocupación se

reflejaron en su rostro cuando me echó un vistazo. Viendo un vistazo de

mi reflejo en el espejo lateral, pude ver por qué.

La sangre se escurrió por toda mi cara, toda la parte del frente de mi

camisa, mezclada con restos salpicados de zombis. Hayden cogió un trozo

de algo de mi brazo. Las palmas de mis manos sufrieron horribles

quemaduras de árbol; me estremecí cuando limpié la sangre en mis

vaqueros.

—Dios mío —susurró Rider y salió de la camioneta—. Quiero

preguntarles si están bien, pero creo que sé la respuesta a eso.

—Es peor de lo que parece —le aseguró Hayden.

Rider me miró de arriba abajo.

—Eres un poco increíble, sabes.

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—Gracias —dije. Mi estómago se revolvió por el sabor de la sangre.

Tuve miedo de que fuera a vomitar, caminé hacia el otro lado de la

camioneta. Escuché el plan de Hayden y Rider de ir directamente de

regreso al refugio ya que teníamos seis personas y yo estaba herida. Fría,

volví a entrar y encendí la calefacción, mis manos dolían cuando las

movía.

—Vamos a encontrar un espacio abierto —me informó Hayden en el

momento que tomó asiento—. Entonces me haré cargo de ti.

—Gracias —dije.

—¿En serio?

—Uh, sí. ¿Por qué?

Sonrió.

—Esperaba que protestaras.

Me encogí de hombros.

—Mmm. He hecho mi parte. —Y me sentía cansada, adolorida y

asustada. Y… sería agradable tener a alguien que cuidara de mí.

Hayden puso su mano sobre mi pierna.

—Rider tiene razón; eres increíble.

Para el momento en que llegamos a un lugar abierto, mis heridas

frescas casi habían formado costras. Cerré los ojos y apreté los dientes,

extendiendo mis manos para que Hayden las limpiara. Tuvo que quitar la

sangre seca para desinfectar mis heridas y arañazos.

—¿Tocaste a ese S2 con las manos? —preguntó mientras quitaba

pedazos de corteza.

—No, luché con él únicamente con los pies.

—Orissa, esto es serio. ¿Lo tocaste?

—Sí. Sin embargo, mantuve las manos cerradas.

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—¿Estás segura?

—Sí. Pero quiero decir, supongo que es posible… —me callé.

—Genial. Ahora ambos estaremos infectados. Diez dólares a que

patearé tu culo loco primero.

—¡Silencio! De ninguna manera. ¡No me gustaría enloquecer contigo

ningún día! Y ninguno de los dos está infectado. Lo más probable es que

no haya conseguido ninguna parte de zombi en mis cortadas y tú…

—Los dientes se hundieron en mi brazo —me recordó.

—Estás bien. —Hice lo que pude para quitar la sangre seca de mi

rostro. Sin importarme quién me viera, me quité el suéter y luego la blusa

de cuello alto, tirándolos en el suelo.

Los vendajes de mis manos hacían difícil rebuscar en mi bolso.

Debería haber buscado la nueva camiseta primero. Me puse una sudadera

color marrón por encima de la cabeza y me dejé caer de nuevo en la

camioneta. Wade sugirió que encontráramos un lugar para escondernos y

pasar la noche antes de que el sol se ocultara. Hayden instantáneamente

concordó. Él quería regresar al complejo de inmediato.

Sabía por qué: quería ponerse en cuarentena. Condujo la primera

mitad. La conversación fue escasa. Después de haber estirado uno o dos

músculos de mi espalda mientras trepaba (y caía desde) el árbol, me sentía

adolorida y muy incómoda en el asiento de la camioneta. Hayden estaba

tenso, agarrando el volando con fuerza, sentado de forma erguida.

Antes de que el sol se pusiera por completo, nos detuvimos por lo

que esperábamos fuera la última vez antes de entrar a la seguridad del

complejo. Salí para estirarme, pensando que Hayden se uniría a mí.

Cuando no salió del carro, me dirigí hacia su lado y abrí la puerta.

Estaba descansando la cabeza sobre el volante, sentado muy quieto.

—¿Estás bien? —pregunté, desconcertada.

—Sí. Estoy cansado.

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—Yo también. Vamos —Extendí mi mano—. Camina conmigo.

Tomó mi mano.

—Hace frío.

—Sí, ha estado así por un rato.

—No me molestó antes.

—Uh, ¿felicidades? —Apreté su mano—. ¿Seguro que estás bien?

—Sí. Creo. Estoy realmente cansado. —Se detuvo en seco—. ¿Ese es

un síntoma?

—¿Del virus? —susurré—. No lo creo. Padraic me dijo que los

pacientes llegaban quejándose de fuertes dolores de cabeza. Tu cabeza no

duele, ¿verdad?

—No. Espera, sí. No, no lo hace.

—Estás bien. —Solté su mano en el momento que nos acercamos a

los otros soldados. Después de comer rápidamente, nos fuimos. Conduje el

resto del camino. Hayden estaba preocupado de que podría volverse loco y

detuvo la camioneta al lado del camino. Aproximadamente pasaron quince

horas desde que fue mordido. Solo diez más hasta que pudiera respirar

tranquila.

A diferencia de la última vez, Hayden no perdió tiempo entrando a la

habitación de cuarentena. Fuller no se encontraba allí para recibirnos, lo

cual fue un alivio para mí ya que Hayden quería decirle que había sido

mordido, de nuevo. Subí a nuestra habitación por ropa. Ivan cojeó por el

pasillo ante el sonido de mis pasos.

—¿Cómo estuvo? —preguntó antes de darme un buen vistazo—.

Guau, ¿qué te pasó?

—Medio salté, medio caí de un árbol —dije con un encogimiento de

hombros. Estaba ansiosa por regresar con Hayden. Alguien tenía que

asegurarse de que no se volviera loco—. Trajimos seis personas —le dije

rápidamente.

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—Vas a tener que explicarme la cosa del árbol mañana —dijo Ivan

con una sonrisa.

—Por supuesto. —Entré rápidamente a mi habitación, agarré ropa

cómoda para Hayden y para mí, luego bajé corriendo hacia la habitación

de cuarentena. Como yo era la que estaba más llena de sangre, tomé una

ducha primero. Sequé mi cabello mojado y lo peiné hacia la izquierda en

una trenza.

—¿Parezco loco? —me preguntó Hayden.

—Un poco —respondí. Y lo hacía. Tenía mi sangre por todo su

cuerpo y su cabello castaño, el cual necesitaba un corte, era un desastre.

Sus ojos estaban muy abiertos por el miedo y líneas de estrés arrugaban

su frente—. Estás bien —repetí con firmeza.

—De acuerdo, estoy bien.

—Hayden —susurré, poniendo mi mano en su hombro—. Détente.

¡Estás enloqueciendo y estás comenzando a asustarme!

—Claro, lo siento. Dijiste que el virus puede cambiar y y-yo….

—Está bien.

—Sí. Lo estará —Se levantó de un salto—. ¿Tienes hambre?

—Sí. —Entramos a la zona de la cocina y calentamos las cenas que

habían sido preparadas para nosotros. Brock se unió a nosotros en la

pequeña mesa, haciendo una pequeña charla al azar de cosas no

relacionadas con zombis. Después de que todos se ducharon, cambiaron

de ropa y comieron, decidimos reunirnos alrededor de la televisión y ver

una película. Hayden y yo nos sentamos uno al lado del otro en el sofá.

Puse una manta sobre nosotros, si les parecía o no sospechoso a Wade,

Rider o Brock, no lo sabía o no me importaba.

A la mitad de The Dark Night Hayden se quedó dormido, su cuerpo

flojo se inclinó hacia mí. No queriendo despertarlo, me levanté con cuidado

y quité la película, acomodando la manta para mantenerlo caliente. Los

muchachos, tratando de ser caballerosos, dijeron que podía tener una de

las dos camas individuales mientras ellos discutían sobre la otra. Se sentía

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bien acostarse y estirarse. Mis ojos apenas se habían cerrado cuando

alguien se sentó a mis pies.

—¿Orissa? —susurró Hayden—. ¿Estás dormida?

—Aún no. —Me senté—. ¿Estás bien?

—Sí. Tengo frío.

—Ven aquí —dije sin pensar, levantando las mantas para que él se

metiera debajo, a un lado de mí. Lo hizo y su piel era todo menos fría.

Presioné el dorso de mi mano en su frente—. Creo que tienes fiebre —le

dije. Pude sentir su cuerpo tensarse.

—Tengo que salir de aquí antes de que colapse —suplicó.

—No, Hayden, estás bien.

—¡No si tengo fiebre!

—Ese no es un síntoma. Estás enfermo. Solo enfermo normal.

—¿Cómo puedes estar segura?

—Y-yo realmente no lo sé. Pero eso es lo que quiero.

—¿Quieres que esté enfermo? —bromeó. Podía imaginar su animada

sonrisa a través de la oscuridad. Dejó escapar un profundo suspiro,

poniendo las mantas muy cerca, alrededor de él.

—Por supuesto que no. Pero prefiero que estés normalmente enfermo

que zombi enfermo. Y —dije, recordando los tiempos en que mi abuela me

cuidaba mientras estaba enferma—, No deberías arroparte si tienes fiebre.

—Pero tengo frío —protestó, sonando como un niño testarudo—. Y

tal vez tus manos son solo frías y por eso crees que estoy caliente.

—No —dije, comprobando su piel otra vez—. Tienes fiebre.

—Me siento un poco enfermo.

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—Bueno, uh, creo que deberías descansar entonces. Hasta que

podamos hablar con Padraic.

—¿Debería ir por él ahora?

—No. Después de que obtengamos el visto bueno.

—Está bien. Gracias, Riss.

—De nada, Hayden. —Una vez que Hayden volvió a quedarse

dormido, me trasladé hacia el sofá. No quería explicarles a los otros por

qué estábamos acurrucados en la cama juntos y no quería llamar la

atención sobre Hayden estando enfermo.

Las personas se enfermaban todo el tiempo, me recordé. Solo porque

estábamos en una misión no significaba nada. Estuve a la deriva,

durmiéndome y despertándome, queriendo que el sol saliera, no es que

sirviera de algo ya que no podría ver el cielo.

Cuando el reloj digital finalmente mostró que eran las ocho de la

mañana, desperté a Hayden solo para decirle que no se había convertido

en un loco rabioso. Él sonrió débilmente, me dijo que le dolía la garganta y

se volvió a dormir. Jugué cartas con Brock, vi otra película y caminé de un

lado al otro en la habitación.

—Te ves como una mierda —le dijo Wade a Hayden cuando

finalmente se levantó de la cama.

—Me siento así —concordó Hayden, dejándose caer en una silla de la

cocina. Puso su cabeza entre las manos.

—Sabes —dijo Rider metiéndose en la conversación—. Me sorprende

que no nos enfermemos más seguido. Con todo el estrés y la mierda con

que lidiamos. Supongo que solo era cuestión de tiempo antes de que uno

de nosotros contrajera algo.

Suspiré internamente. Nadie iba a acusar a Hayden de estar

infectado. Sintiéndome doméstica, hice el desayuno de Hayden. Está bien,

no le hice el desayuno. Puse cereal y leche en un tazón y se lo llevé.

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Pasé por un Saludo al Sol17 antes de darme por vencida, mis

músculos estaban demasiado adoloridos. Frotando mi hombro, me senté

en el sofá.

—¿Estás bien? —preguntó Rider.

—Me duele la espalda —me quejé—. Pero estoy bien.

—¿Quieres un masaje en la espalda?

—Me encantaría un masaje de espalda.

—Ven aquí —dijo, señalando el piso delante de él. Me senté,

cerrando los ojos mientras masajeaba mis músculos adoloridos—. Tienes

muchos nudos —indicó, trabajando dolorosamente en ellos.

Aunque el masaje de Rider no era sexual en lo más mínimo, no pude

evitar preguntarme si le molestaba a Hayden ver las manos de alguien más

sobre mí. Me sentí mucho mejor y, ya que no pude dormir mucho o muy

bien anoche, me acurruqué debajo de las mantas de la otra cama y me

dormí.

En el momento que fuimos liberados, Hayden estaba obviamente

enfermo. Lo acompañé a la sala del hospital. Una joven B3 estaba de

guardia; ella sonrió y se sonrojó cuando vio a Hayden.

—¿Padraic está por aquí?

—No, está fuera esta noche.

—Mierda —maldije, mirando de reojo a Hayden—. ¿Crees que

podrías llamarlo? Es una cosa oficial médica A1. Quiere documentar

cualquier lesión que tengamos personalmente y —levanté mis manos

vendadas—, tengo muchas heridas. Son bastante profundas, no dejarán

de sangrar.

—¡Oh, Dios mío, sí! Iré por él. —Se escabulló. Algo me dijo que no

era muy fanática de la sangre. Y era una B3. Genial. Puse los ojos en

blanco.

17 Saludo al Sol: Posición de yoga.

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Hayden apoyó su cabeza sobre la mía.

—Mi cabeza duele mucho. Puedo decirlo ahora —admitió.

—¿Por cuánto tiempo te ha estado doliendo?

—Desde que llegamos aquí. No quería preocuparte.

—Oh, gracias por mentirme —bromeé.

Él sonrió a medias.

—De nada.

Nos abrimos paso hacia un consultorio. Me senté en la cama de

espuma junto a Hayden. Se apoyó contra mí con los ojos cerrados,

descansando una mano en mi muslo. Solo unos minutos después, Padraic

entró por la puerta. Estaba vestido con un pijama color azul marino y una

playera negra, seguramente acabando de salir de su habitación.

—¿Orissa, ya estás… —se detuvo a media frase, mirando hacia

Hayden con un poco de sorpresa.

—Estoy bien —dije rápidamente—. Cierra la puerta.

Padraic se obligó a hacerlo, aunque su confusión era evidente.

Levanté la manga de Hayden.

—Fui mordido —dijo con voz débil.

Padraic retrocedió.

—¿Cuándo?

—Pasamos por las veinticuatro horas, Padraic —espeté—. No seas

dramático. Está enfermo.

—Puedo ver eso —dijo Padraic, volviendo al modo de doctor—.

¿Puedes hacerte a un lado, Orissa? Necesito examinarlo.

—Claro. —Salté fuera de la mesa—. Traté de desinfectar la mordida,

pero no lo hice de inmediato.

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Padraic desenrolló la gasa. Las marcas de la mordida estaban rojas e

hinchadas, definitivamente parecían infectadas con una bacteria.

—No puedo imaginar que la boca de un zombi sea muy limpia —dijo

Padraic serio.

La frase fue tan extraña que me hizo reír. Padraic levantó una ceja,

cerrándome la boca. Salió de la habitación y regresó con una pequeña caja

llena de material médico. Inyectó algo en el brazo de Hayden, lo acostó y se

puso a limpiar la herida, lo que parecía completamente doloroso. Luego

hizo un examen completo y concluyó que Hayden tenía algún tipo de virus

de gripe. Estaba preocupado por la rapidez con la que la fiebre se había

elevado.

Padraic pensó que sería mejor mantener a Hayden en la sala del

hospital hasta que se mejorara. Recibiría más atención aquí abajo y no

expondría al resto de nosotros a lo que fuera que hubiera contraído del

zombi. Hayden parecía demasiado cansado y demasiado débil para que le

importara en ese momento. Dije que me quedaría con él y le haría

compañía, pero Padraic objetó, diciendo que necesitaba dejar descansar a

Hayden y que yo también debería descansar, sobre todo después de una

misión.

Me encontraba sola por mi cuenta esa noche, lo que me recordó lo

que Raeya dijo en cuanto a la privacidad, recordándome, por supuesto, a

mi mejor amiga. A pesar de que era tarde, me deslicé por la escalera y

silenciosamente llamé a su puesta. Ella estaba en la luna, emocionada

porque estuviera de regreso. Fuimos de puntitas a la cafetería para que

pudiéramos hablar.

Se sentía muy emocionada porque hubiéramos encontrado a más

personas. Le dio la esperanza de que más personas estuvieran por allí

afuera, a la espera de ser rescatados. Para ella, cuando más tiempo

pasaba, mejores oportunidades de sobrevivir tenían las personas. Si

habían llegado tan lejos, decía, entonces seguramente podían durar.

Pensaba lo contrario: si habían llegado tan lejos, habían tenido

suerte. Y la suerte se acaba. Le dije detalles mínimos sobre el estrecho

escape zombie y nada sobre el saqueo del centro comercial. Quería

sorprenderla en la mañana con un bolso Coach. La acompañé a su

habitación, le di un abrazo de buenas noches y fui más allá del pasillo

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hasta encontrar a Argos. Feliz de estar conmigo otra vez, no dejó mi lado

en toda la noche.

Me dormí hasta el desayuno a la mañana siguiente. Hambrienta, me

llené de comida chatarra. Raeya estaba haciendo algún tipo de proyecto de

supervisor, así que pasé un tiempo con Sonja antes de visitar a Hayden. Él

se encontraba conectado a una IV, lo que parecía más aterrador de lo que

era. Ya se estaba sintiendo mejor, me prometió, aunque todavía se veía

demasiado débil y cansado. Se había corrido la voz de que estaba enfermo,

y como Ivan, su habitación de hospital estaba llena de cartas hechas en

casa de mejórate.

El entrenamiento comenzó justo donde lo había dejado al día

siguiente. Después de hacer ejercicio, fui puesta en el grupo que entrenaba

a los A3. Nos aventuramos fuera a un gran campo para prácticas de tiro.

Tuve que trabajar para mantener mi paciencia y me recordé que ni

siquiera cuando yo empecé me salía perfecto.

—Pero nunca fui tan mal —murmuré en voz baja, teniendo que

alejarme de un adolescente llamado Jay, pensando que todos sus días de

gloria jugando Call of Duty lo hacían saber una o dos cosas acerca de

cómo funcionaban las armas. Era horrible y estaba completamente

indispuesto a aprender o tomar cualquier consejo de mi parte.

Jason no era tan malo. Él lo intentaba, realmente lo intentaba, y

tomó todo de mí decirlo en serio. No todos los A3 me tomaban en serio, ya

que no tenía antecedentes militares o policiales. Lo que no sabían es que

había estado disparando desde una edad más temprana de lo que casi

todos aquí habían comenzado.

Raeya prácticamente rebotaba de entusiasmo durante el almuerzo.

Todos los nuevos pasaron la cuarentena. Después de su tiempo asignado

para descansar, serían puestos a prueba para averiguar de qué manera

podrían beneficiar mejor al refugio. Había llegado con una nueva (y mejor,

como me recordó veinte veces) prueba.

—Necesitas traer a más gente —dijo, metiendo un bocado de frijoles

enlatados en su boca.

—Oh, sí, lo haré, para que puedas ponerles tus pruebas.

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Se rió.

—Sabes lo que quiero decir. Pero sí, estoy muy contenta con esta

prueba. Realmente mostrará los puntos fuertes de cada uno.

Después del almuerzo, fingí sacar a Argos, queriendo correr hacia la

camioneta y traer nuestras cosas. Padraic me atrapó de camino a la salida.

Hizo un gesto para que lo siguiera. Fuimos al nivel B, atravesamos el

pasillo hacia su habitación. Al igual que las C, su habitación tenía paredes

incoloras y pisos duros, pero era el doble de grande. Y —esto realmente

haría enfurecer a Raeya— tenía la habitación para el solo.

—¿Quién más sabe que Hayden es resistente al virus? —preguntó.

—No estoy segura. Asumo que algunos de los A1 y ustedes.

—Se suponía que no te lo diría.

—Lo vi siendo mordido —le recordé a Padraic.

—Lo sé. Hablamos. Me dijo que te comentó que era inmune.

—Sí, lo hizo. Y sé sobre la vacuna. Y… —dije rápidamente, así él no

me interrumpiría—. Sé que no debo decir nada.

—Bien. —Asintió Padraic. Suspiró, dejando caer su aire profesional y

sentándose en el pequeño sofá—. No se ve muy prometedor —confesó.

Me uní a él en el sofá.

—¿Por qué no?

—Bueno, para empezar, solo tenemos a una persona que sabemos

con certeza que es resistente. Estoy asumiendo que la mayoría de nosotros

aquí lo somos, pero no estoy dispuesto a probar eso.

—Recuérdame de nuevo por qué crees que somos resistentes.

—Todos estuvieron expuestos al virus aproximadamente al mismo

tiempo. Fue una pandemia, atravesando el país en días. Me resulta difícil

creer que nosotros, es decir, todos aquí, no han estado en contacto con él

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en algún momento u otro. Y no creo que todo el mundo lo sea. Es más una

esperanza que una teoría real.

—Eso tiene sentido —le dije—. Aunque me gustaría que supiéramos

cómo llegó el virus en primer lugar.

—A mí también. Y si es en todo el mundo —añadió en voz baja.

—Oh —susurré. Me sentí como una estúpida por no pensar en ello

antes. Estaba tan preocupada por mí misma y por salvar a las personas

que quería salvar que ni siquiera pensé en nadie más. La familia de

Padraic todavía vivía en Irlanda. No tenía idea de si se encontraban vivos o

muertos… o no muertos.

—Creo eso —especuló—. Si no fuera así, creo que algún otro país

entraría en una misión de rescate.

—Mi mamá y mi padrastro están en Papúa, Nueva Guinea —dije, mi

voz saliendo en un susurro áspero.

—¿Qué hacían allí?

—Metiendo su religión en las gargantas de personas que claramente

no lo quieren. Y alimentando a niños hambrientos o algo por el estilo.

—Oh —dijo, no sabiendo qué decir sobre mi mini diatriba—. Bueno,

esa es una zona bastante apartada; quizá aún están vivos.

—Digamos que lo están y que el virus no los golpeó allá. Ellos no

tendrían idea de lo que está pasando aquí. Puedes seguir pretendiendo ser

todos grandes y poderosos mientras estamos aquí, apenas lográndolo,

hambrientos, asustados y esquivando la muerte a cada maldito minuto.

—Voy a fingir que no escuché ningún resentimiento en esa

declaración —dijo con una sonrisa.

Me incliné hacia atrás.

—Sí… no cuando esto termine, ¿qué es lo primero que vas a hacer?

—No lo sé.

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—¿En serio?

—No. Probablemente seguiré siendo un médico —dijo lógicamente.

—¡Eres tan aburrido! —bromeé.

—¿Qué hay de ti?

—Voy a ir a una playa —cualquier playa— con una bebida en mi

mano y tomando el sol. No me voy a mover, salvo para darme la vuelta

para broncearme el culo, ni haré nada por nadie.

—Eso parece agradable.

—¡Puf! ¡Eso es mejor que agradable! Imagina el cálido aire del

océano, el olor a sal, la arena y los cocos, el sol brillando sobre ti, el

romper de las olas… —Cerré los ojos.

—Pájaros piando, pájaros tropicales, por supuesto —añadió Padraic.

—La sensación de la arena entre los dedos de tus pies, la forma de la

brisa refrescante soplando tu cabello.

—Quemaduras de sol.

Abrí los ojos.

—Apestas en este juego.

—Bueno, no mencionaste protector solar.

—Bien. Me estoy untando abundantemente ahora, ¿de acuerdo?

—Está bien. Soy un médico. Solo estoy cuidando de tu salud —

bromeó—. Será mejor que revise a mis pacientes. Fue un placer hablar

contigo, Orissa. Te he echado de menos.

Me encogí de hombros.

—Sí, lo siento, estoy ocupada haciendo cosas de A1.

Él se puso de pie.

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—No seas una extraña.

—No lo haré —prometí. Siguiendo a Padraic a la sala del hospital,

sonreí y saludé a Hayden, que estaba sentado en la cama leyendo.

—Orissa —susurró, formando una sonrisa.

—Oye, Hayden. ¿Cómo te sientes?

—Un poco mejor. Estoy malditamente aburrido.

Me senté en el borde de la cama.

—Apuesto a que sí. Ni quiera tienes televisión.

—Ni me lo digas. ¿Has hablado con alguno de los civiles?

—No. Todos ellos lo lograron, en caso de que no lo supieras.

—Bueno. Tenía curiosidad.

—¿Cuánto tiempo crees que estarás aquí abajo? —le pregunté.

—Espero que no mucho tiempo —dijo, inclinando su cuerpo hacia el

mío—. Sabes que estoy atrapado aquí por dos razones, ¿verdad? —

preguntó en voz baja. Cuando negué el prosiguió—: Tengo virus zombi

fresco flotando en mi sangre. Cara tomó mucha, lo suficiente para

clasificarme como anémico.

Inmediatamente me enfadé.

—¡No! ¡Ella no debería hacer eso! Eso no es…

—Orissa, está bien. Si no estuviera de acuerdo con ello, ella no

tomaría nada. No estoy siendo forzado, ¿recuerdas?

—Cierto. Es solo que n-no me gusta verte… no siendo tú mismo.

Puso su mano sobre la mía.

—No me gusta no ser yo mismo. —Parpadeó varias veces,

haciéndome pensar que estaba cansado.

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—¿Quieres que me vaya para que puedas dormir?

—No. Pero puedes hacer algo ilegal por mí.

—¿Ilegal? —pregunté con incredulidad—. No hay más leyes, tonto.

—Bueno, no es ilegal. Pero necesitas ser astuta.

—Eso lo puedo hacer.

—Genial. Tráeme algo de mi escondite.

—¿De tu reserva oculta?

—De comida chatarra.

—Oh, cierto. Tu escondite de comida chatarra, no drogas. Ya vuelvo.

—En menos de cinco minutos me senté de nuevo en su cama, abriendo

una bolsa de Cheetos.

—Tuve un sueño sobre ti la otra noche —me dijo Hayden.

—¿En serio? ¿Qué tipo de sueño?

—Oh, ya sabes —se interrumpió, alzando las cejas—. En realidad

no. Bueno, no el de ayer por la noche, por lo menos —bromeó—.

Estábamos matando zombis.

—Eso es una pesadilla —lo corregí.

—Supongo que sí. Éramos impresionantes en ese sueño.

—Somos impresionantes en la vida real.

—Jodidamente sí —dijo él y ambos nos reímos. Charlamos un rato

más, comiéndonos toda la bolsa de Cheetos. Estaba lamiendo el polvo de

queso de mis dedos cuando dos adolescentes entraron; una llevaba un

plato de galletas y la otra tenía un enorme vaso de leche.

La chica de la leche me frunció el ceño por un milisegundo antes de

mover sus labios sensuales en una amplia sonrisa.

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—Hola, Hayden —habló con un encanto practicado—, Te trajimos

galletas.

La chica de las galletas levantó el plato y sonrió, sus mejillas

poniéndose roja remolacha.

—Todavía están calientes —dijo en voz baja.

—Increíble, gracias. Huelen maravilloso —elogió Hayden.

La chica de la leche caminó alrededor de la cama, sus ojos azules

parpadeando hacia mí y dejó el vaso. La chica galleta extendió el plato.

Incapaz de alcanzarlo ya que su brazo estaba unido a una IV, Hayden no

pudo tomarlo. Extendí mi mano y ella se hizo hacia atrás, no queriendo

que tomara las galletas. Una vez que se dio cuenta lo que hacía, se sonrojó

y me dio el plato. Cogí una galleta, la cual aún estaba caliente y la sostuve

para que Hayden la mordiera.

—Mmm —dijo con la boca llena—. Están muy ricas. Gracias,

señoritas.

Las chicas prácticamente chillaron de alegría.

—Me alegra que te guste —dijo embobada la chica de la leche—.

¿Recibiste mi tarjeta?

—Oh, uh, sí. Gracias por eso también.

Me di cuenta de que Hayden no sabía quiénes eran estas chicas. Sus

ojos recorrieron las tarjetas, en busca de pistas.

—Soy Orissa —dije para conseguir que se presentaran ellas misma.

—Sabemos quién eres —añadió chica galleta—. Todo el mundo sabe

quién eres.

—¿Eso es bueno? —pregunté.

—Supongo —dijo la chica de la leche con un indiferente

encogimiento de hombros.

—Joni nos dijo que tú salvaste a todos —añadió la chica galleta.

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—Sí —admití. Mirando a Hayden dije—: Sin embargo, no podría

haberlo hecho sola.

Hayden terminó la galleta y puso su mano sobre la mía.

—Ella es increíble. Deberían haberla visto.

—Está bien, ahora sé que están en el subidón de las drogas.

—No, no lo estoy. Simplemente soy honesto. —Me sonrió.

—¿Es cierto que escalaste quince pies sobre un árbol? —preguntó

chica galleta.

Fueron más como veinte, como máximo.

—Bastante cerca de eso —mentí.

—Me alegra que haya más mujeres A —dijo ella, ganándose un

codazo de su amiga.

—A mí también —estuve de acuerdo—. No creo que te haya visto

mucho por allí, ¿cómo te llamas?

—Oh, soy Megan y esta es Felicity.

—Encanta de conocerlas a ambas. Así que entiendo que hablaron

con las personas que encontramos.

—Sí. Joni y Jane están en la habitación de enfrente a la nuestra —

nos informó Megan.

Hayden preguntó:

—¿Cómo se están acoplando?

—Bastante bien, considerando todo —nos dijo Megan.

Me le atravesé a Hayden y cogí el vaso de leche, ofreciéndoselo. Él

me lo quitó con una ligera sonrisa. Después de que tomó un trago, lo puse

de nuevo hacia abajo. Agarré dos galletas, le di una a Hayden y me comí la

otra.

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—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —preguntó Felicity, batiendo las

pestañas.

—Uh, no. Estoy bien. Gracias, sin embargo —dijo Hayden

torpemente. Las chicas no entendían la indirecta y no se iban. Hayden

miró la leche, molesto de que no pudiera alcanzarla por sí mismo. Me

incliné sobre él de nuevo, mi cuerpo rozándose de cerca contra el suyo. Me

ofreció la leche después de tomar un largo trago.

—Gracias —le dije. Las galletas son mejores con leche. Simplemente

lo son. Hayden bostezó y apoyó la cabeza contra las almohadas—. Bueno,

gracias por traerle galletas a Hayden —comencé—. No obstante, él necesita

descansar.

—Sí —estuvo de acuerdo Hayden—. Gracias. Las veré después,

chicas.

Felicity me lanzó una mirada como si quisiera preguntar por qué no

me iba, pero mantuvo la boca cerrada y se fue, solo después de decirle a

Hayden que les dejara saber si podían hacer algo por él. Puse la leche y las

galletas en la mesa junto a la cama.

—También puedo irme, si quieres dormir —le recordé.

—Puedes quedarte.

—No vas a herir mis sentimientos. Dime que me vaya si quieres que

lo haga.

—Lo haré. Cuando quiera que lo hagas. Como que te extraño. Ya

sabes, desde que estoy acostumbrado a estar contigo todo el tiempo. —

Pasó sus manos sobre mi mano izquierda—. ¿Tus cortadas sanaron?

Abrí mi mano para mostrarle las costras.

—Casi.

—Sanas rápido.

—Supongo. Parece normal para mí.

—Supongo que sí. —Sus ojos se cerraron.

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Estiré mis piernas sobre la cama. Los dedos de Hayden se cerraron

alrededor de los míos. Las palabras que dijo Parker hicieron eco en mi

cabeza. Me debatí sobre decirle algo. Lo conocía desde hace mucho tiempo

y si no sacaba el tema, ¿estaría molesto? Decidí dejar que él sacara el tema

por sí mismo de nuevo.

Me desperté a la mañana siguiente con dolor de garganta. Un dolor

de cabeza se había formado para el momento en que terminé de entrenar.

Sin fuerzas, me duché y regresé a la cama. Austin resultó ser una gran

persona para el rescate: supo cómo arreglar nuestro calentador. Cálida y

cómoda, me quedé dormida.

El colchón se hundió. Sabía que alguien estaba sentado en la cama

pero no me importó. Cuando su voz dijo mi nombre, abrí los ojos.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté, mirando a sus ojos color

avellana.

—Sentado.

—No jodas, Sherlock. Eso no es lo que quise decir.

—Lo sé, pero eso es lo que me preguntaste.

—Muy gracioso, Hayden.

—Me dejaron salir pronto por buen comportamiento. Sin embargo,

todavía estoy en reposo, aunque al menos ahora puedo ver televisión.

—Mmm —murmuré y tiré de las mantas sobre mi cabeza.

—¿Qué pasa contigo?

—Creo que cogí lo que tienes —me quejé.

—Mierda, me siento mal. Discúlpame, Orissa.

—No es tu culpa. Está bien, si lo es. Deberías sentirte horrible y

hacer todo lo que necesites hacer por mí.

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—¿Y cómo puedo hacer eso? —preguntó, tratando de sonar tímido,

en lo cual fracasó completamente teniendo en cuenta de que tenía dolor de

garganta y voz ronca.

—Déjame dormir.

Se echó a reír.

—Suena bien. ¿Te importa si veo una película? Voy a bajar el

volumen.

—Eso está bien. Creo que, teniendo en cuenta todos los lugares en lo

que me he visto obligada a dormir estos últimos meses, la televisión no va

a molestarme.

Y no lo hizo. Tal vez era el calor de la habitación o simplemente la

presencia de Hayden lo que me hicieron dormir como un bebé. Me tomé

con calma el resto del día, quedándome en cama, hablando a veces con

Hayden y tomando siestas. Cuando un B3 entró en nuestra habitación

para llevarle la cena a Hayden y su medicación, Hayden tuvo que abrir su

gran boca y le dijo que tampoco me sentía bien.

Padraic apareció pocos minutos después de que ella se fue. Me tomó

la temperatura (tenía un poco de fiebre), me dijo que tenía los nódulos

linfáticos inflamados y me ordenó que permaneciera en reposo hasta que

me sintiera mejor. La mejor parte de la visita fue que me dijo que le

enviaría un mensaje a Fuller para que pudiera faltar al entrenamiento en

la mañana.

Llevé a Argos a nuestra habitación, después de haberlo extrañado.

Se sentía muy emocionado por estar cerca de nosotros, lo que me hizo

sentir un poco culpable por no prestarle mucha atención últimamente.

Había arrastrado todas las cosas que habíamos recogido en el centro

comercial hasta nuestra habitación ayer y, después de otra larga siesta,

las revisé.

Teníamos miles de dólares en diamantes. O teníamos lo que solía

tener un valor de miles de dólares. Todo el dinero siendo una cosa sin

sentido todavía era demasiado alucinante para mí. Puse un collar, un

brazalete y dos pares de pendientes en una billetera, los envolví en una

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camisa y los metí en el bolso Coach. Raeya recibiría una agradable

sorpresa después.

A pesar de que la calefacción estaba encendida, la habitación no se

calentaba por encima de setenta y cinco, lo cual, para mis estándares,

todavía era frío. Saqué una de las colchas de plumas y la extendí sobre

Hayden, que estaba dormido. Puse otra en mi cama.

Repasé la masa de ropa a mi lado, poniendo las cosas en nuestro

armario. Habíamos construido estantes dentro, los cuales funcionaban

muy bien ya que no creía conseguir perchas para todos los nuevos

artículos. Junto con la ropa, zapatos, una bolsa de comida chatarra,

dulces y licores, el armario contenía varias armas de fuego, solo en caso de

que las necesitáramos.

Todo lo que era para Raeya fue a las bolsas que estaban a un

costado de la puerta. Se las llevaría mañana en la mañana, me dije. Las

camisas y suéteres que había tomado para Padraic estaban dobladas tan

pulcramente como pude en una bolsa también. Después de dejar salir a

Argos una última vez antes de dormir, volví bajo los cobertores y me dormí

hasta que Hayden me despertó para desayunar, el cual había sido traído.

—Podría acostumbrarme a esto —le dije, cómoda en mi cama con mi

plato en mí regazo. Argos asomó su cabeza cerca—. No creo que quieras

avena, chico. —Él continuó mendigando.

—Yo también. Pero estoy aburrido —se quejó Hayden.

—No sé cómo lo estás. Es agradable no hacer nada. —Comí todo lo

que quería y dejé que Argos lamiera mi plato. Me duché, me vestí y trencé

mi cabello. Entonces me sentí cansada de nuevo. Estar enferma apestaba.

No había estado así de enferma en mucho tiempo. Junto con la sanación

rápida, parecía tener un sistema inmunológico bastante eficiente. Después

de una siesta más y comer otro servicio de comidas, sentí la quemadura

del aburrimiento también.

—¿Quieres hacer algo? —preguntó Hayden.

—¿Cómo qué?

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—No lo sé, no es como que haya mucho qué hacer. Podríamos, uh,

caminar. Suena demasiado divertido, lo sé.

—Claro. Quiero llevarle a Raeya sus cosas.

—Te ayudaré a llevarlas —se ofreció.

—Gracias. —Encontramos a Raeya en la sala de juegos, hablando

con un muy cansado Padraic. Como no quería que todos los demás vieran

lo que no estarían recibiendo, les hice señas a Raeya y a Padraic para que

salieran hacia el pasillo—. ¡Tengo regalos para ustedes! —solté.

—Ustedes dos no deberían estar fuera de la cama —dijo

rotundamente Padraic.

—Estábamos aburridos —explicó Hayden.

—Sí y cállate —dije, sosteniendo una bolsa—. ¡Te he traído cosas! —

Padraic tomó su bolsa, sonriendo al ver el interior—. Raeya trata de no

gritar.

Tuvo que poner la mano sobre su boca mientras revisaba la ropa y

las cosas de decoración.

—¡Oh, Dios mío! N-no puedo creerlo, ¡oh, Dios mío!, ¡una alfombra!

¡El piso de baldosas de mi habitación es tan feo! —Me abrazó—. ¡Gracias,

Riss!

—De nada. Hubiéramos conseguido más si hubiéramos podido.

—¡Esto es increíble! ¡Ah! ¡Soy feliz porque seré capaz de vestirme

bien otra vez!

—Sí, porque eso importa mucho por aquí —bromeó Hayden.

—Lo hace para mí —racionalizó Raeya con una carcajada.

—Tienes un gusto caro —siguió molestándola—. Tienes suerte de

que no tuviéramos que pagar por nada de eso.

—Supongo que sí —dijo, sosteniendo un par de pendientes en forma

de gota que brillaban con diamantes.

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—Siempre lo has tenido —le recordé—. Eras la única de nuestra

secundaria con zapatos de diseñador.

—¡Y una de las pocas que incluso sabía quiénes eran esos

diseñadores! —me recordó.

Me eché a reír.

—¡Ninguno de nosotros teníamos un rico científico de investigación

como padre!

—Odio terminar con la diversión —dijo Hayden—. Pero

probablemente deberíamos quitar estas cosas fuera de la vista.

—Tienes razón —estuvo de acuerdo Padraic—. Gracias, chicos. De

verdad. Fue muy amable de su parte pensar en mí. —Sus ojos azules se

iluminaron cuando sonrió.

—¿Por qué no iba a pensar en ti? Eres un buen amigo —admití. Y lo

era. Un amigo, uno muy bueno.

—Bueno, gracias. —Cogió la bolsa—. Y Hayden, ya que estás aquí

abajo, ¿quieres venir al laboratorio para un, un, uh, chequeo?

—Claro —dijo Hayden, sabiendo que el chequeo era realmente ver

qué cantidad de virus zombis tenía todavía en su sistema.

—Gracias de nuevo, Orissa. Nos vemos después, Ray —gritó Padraic

por encima de su hombro mientras se alejaba.

—¿Ray? ¿Lo dejas llamarte Ray? —pregunté, ayudando a Raeya a

recoger sus cosas.

—Sí, ¿por?

—Ese es tu apodo. Pensé que no te gustaba ser llamada así.

—No me molesta —dijo con un encogimiento de hombros.

—Lo hace, a menos que esa persona sea un amigo cercano —

continué. Tuvimos una charla sobre ello antes.

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—Bueno —empezó ella, arrastrando la bolsa por el pasillo—. Él es.

Tú misma lo dijiste. Es un buen amigo.

—¿Has estado pasando mucho tiempo con él? —le pregunté,

tratando de mantener el áspero ángulo de prejuicio fuera de mi voz.

—En realidad no.

—¿Eso qué significa?

—Es el único B1 que tenemos; apenas tiene tiempo para dormir.

Solo hablamos ocasionalmente cuando estamos solos. Padraic y yo

realmente no tenemos a nadie más cuando estás fuera en tus misiones.

Somos amigos, eso es todo. ¿Por qué lo preguntas, Rissy?

—Solo me preguntaba.

Raeya se detuvo en seco, girándose hacia mí con una ceja levantada.

—Orissa, eso es pura mierda. Sabes que tienes sentimientos por él.

¿Por qué más te importaría si no sientes algo por nuestro médico irlandés

favorito?

—No tengo sentimientos por él.

—Oh, no. Simplemente no te gusta que pase tiempo con él.

—¡Nunca dije eso! Lo entendiste al revés —murmuré. Llegamos a su

habitación. Usé mi codo para abrir la puerta—. No… no quiero que tengas

un nuevo mejor amigo —confesé.

—¡Oh, Riss! ¡Nunca podría reemplazarte! ¡No te preocupes!

—Bien, porque probablemente tendría que matarte si lo hicieras.

—Ves, ¡eso es exactamente porque nunca te reemplazaría! ¿Quién

más podría lanzar tales amenazas? Las echaría mucho de menos. Lo juro.

—Hay algo que quiero decirte, pero tienes que prometerme que no se

lo dirás a nadie.

—Lo prometo —dijo y se inclinó más cerca.

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—Se trata de Hayden.

—Oh, sé que él es inmune, si es eso lo que ibas a decir.

—¡Lo es! ¿Cómo lo sabes?

—Me lo dijo Padraic —dijo con un guiño.

—¿Qué?¡Él acaba de hacer una gran cosa apestosa sobre mí sin

decir nada a nadie y te lo dijo!

Raeya se encogió de hombros con timidez.

—Te lo dije, hablamos. Siente una gran responsabilidad por hacer

una vacuna.

—¡Oh! ¿Y tú también sabes acerca de la vacuna, supongo? ¿Qué

más te ha dicho? —pregunté.

—Nada más, ¿Por qué? ¿Hay más?

—Bueno no, no que yo sepa. —Me estremecí—. Ver a Hayden

inyectándose es realmente horrible. Sigue repitiéndose en mi mente.

—Espera, ¿viste lo que pasó?

—Sí, él se encontraba justo en frente de mí. Estaba afuera luchando

con un pegajoso. Tenía cortes en la mano, así que no podía hacer mucho

antes de infectarme. Se agachó para tirar de mí hacia arriba. Y lo mordió.

—Él es muy valiente —dijo con un poco de fascinación en su voz, me

recordaba a las chicas adolescentes—. Y imprudente. —Bueno, mi Ray

había vuelto—. Aunque me alegro. Él te salvó.

—Lo hizo. No fue una buena situación en absoluto. Había muchos.

No entiendo por qué tienen que viajar en manadas o algo por el estilo.

—Deberían conseguir tanques.

—Ah, sí. ¡Oh, cómo me encantaría volar zombis! ¿Crees que las

librerías vendan libros sobre bombas?

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—No, creo que dejaron de venderlos desde hace algunos años —

reflexioné.

—Diablos.

—¿Quizá alguien de los A1 sepa? Quiero decir, creo que sabrían, ya

que han estado en el ejército.

—Apuesto a que lo saben.

—Debes preguntarle a Hayden —sugirió.

—Él no está demasiado entusiasmado por hablar de su tiempo en el

extranjero. —Bajé la mirada—. Perdió a su mejor amigo. No puedo

imaginar lo que está pasando.

—¿Sabes lo que pasó?

—Infantería. Fue en los infantes de la marina. No me ha dicho

mucho. Sé que él era, o es, un sargento —informó a Ray.

—Dijo que acababa de llegar a casa cuando todo esto sucedió.

—Sí, me dijo que bajó del avión, esperando ver a su familia. Pero no

había nadie allí. Cuando llegó a su ciudad, todo estaba lleno de locos.

—Guao. Eso es... eso es horrible. —Negó—. ¿Alguna vez encontrará a

su familia?

—Él espera que se hayan ido. Pero la forma en la que lo dijo... Creo

que sabe la verdad.

—Eso es muy triste.

—Sí, pero, oye, ¿quién no ha perdido a alguien? —Dejé escapar un

profundo suspiro.

—¿Te sientes mejor? —preguntó, con ganas de cambiar de tema.

—Sí, un poco. Mi garganta todavía me duele.

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Se mordió el labio para no sonreír. Pude ver una retorcida

interrogante en sus ojos. Cuando no tuvo éxito ocultándolo, los desvío

hacia el suelo.

—Escúpelo —pedí.

—Bueno, tengo curiosidad. ¿Hay algo más que no me estás

diciendo?

—¿Acerca de la vacuna? No, no sé más que tú.

—Eso no es lo que quiero decir. Creo que es curioso que Hayden se

enfermara, y unos días después, tú tienes lo mismo. ¿Estas segura de que

no me estás diciendo algo?

—Compartimos un vaso de leche —dije.

—Así que así lo llaman en estos días —bromeó.

—En serio. Eso fue todo. Y nosotros siempre estamos juntos. Porque

somos socios, recuerdas. Si me enfermo, él lo hará. Si se enferma, yo lo

haré.

—Está bien. Sigo pensando que le gustas.

Me limité a sonreír. No quería revelar lo que realmente sabía.

Parecería, de alguna manera, una traición a Hayden si lo hiciera. Me

quedé con Raeya un par de horas más, hasta que me sentí agotada y

cansada de nuevo. Hayden estaba dormido cuando volví a nuestra

habitación. Mientras dormía, pateó todas las mantas. Solo usaba bóxers,

él debía tener frío. Recogí las mantas, dispuesta a ponerlas por encima de

su cuerpo, cuando por primera vez me di cuenta de una cicatriz de una

quemadura en su lado derecho, a lo largo de sus costillas. Lo toqué

suavemente, pasando mi dedo por el tejido liso y brillante de la cicatriz.

Respondió a mi toque, moviéndose ligeramente. Como no quería

despertarlo, me metí en la cama y cerré los ojos. Se necesitaron dos días

más hasta que nos sintiéramos mejor y tres hasta que estuviéramos de

vuelta en los entrenamientos. Fuller nos dijo que lo tomáramos con calma

durante un par de días ; con Ivan de nuevo estaban poniéndose las cosas

bien , y no quería tres A1 totalmente fuera de servicio de nuevo.

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Los chicos se encontraban con Ivan en la sala de video juegos de

Brock cuando un A3 llamó a mi puerta. Era bastante tarde en la noche,

por lo que al instante su aparición hizo que mi corazón se acelerara.

—Orissa —preguntó tímidamente.

—¿Sí? —llamé, levantando la vista del libro que trataba de leer.

—El Doctor Sheehan solicita tu presencia y la de Underwood.

—El Doctor Shee. Oh, Padraic. De acuerdo. Encontraré a Hayden. —

Salté de la cama—. ¿Dijo por qué?

—No, solo quería que te avisara y que fueras al laboratorio tan

pronto como sea posible.

—Muy bien, gracias, Brian —dije, leyendo su nombre fuera de su

placa de identificación. Rara vez llevaba la mía; todo el mundo sabía quién

era y así que ¿cuál era el punto? Los chicos intentaron que me uniera a su

juego. Me negué y serpenteé a mi manera a través de la multitud buscando

a Hayden, que estaba sentado en una de las camas, cerca de la televisión.

Por suerte, no era su turno de jugar.

No queriendo anunciar lo que estaba pasando a todos, puse una

mano en el hombro de Hayden y me incliné para poder susurrarle el

mensaje al oído. Su mano se posó suavemente en la parte baja de mi

espalda cuando me agaché. El gesto fue pequeño, pero me hizo sentir...

algo. Me negué a pensar en ello, demasiado preocupada por lo que Padraic

podría desear.

Los soldados gato protestaron cuando les dije que tenía que pedir

prestado a Hayden por unos minutos. Una serie de chistes inapropiados

llenaron la habitación mientras nosotros salíamos juntos. Los ignoré,

riéndome, pero no pude encontrar los ojos de Hayden, por miedo de verlos

llenos de esperanza. Una vez que caminamos por las escaleras a la antigua

casa de la hacienda, le confesé mis miedos a Hayden.

—Tal vez es una buena noticia —sugirió—. Acerca de la vacuna.

—Ya me gustaría.

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—A mí también, sin embargo, soy realista.

—Exacto.

Nada podría haberme preparado para lo que vimos. Sentado en la

dura cama de espuma, se encontraba Parker. Le habían quitado la camisa,

dejando al descubierto una costra desagradable de uno de sus lados. En el

momento que me acerqué, pude ver las mordidas de dientes en forma de

media luna.

—¡Hola, Hayden! —dijo Parker con entusiasmo. Su padre estaba

detrás de él, con aspecto sombrío—. También he sido mordido —explicó.

Evan cerró los ojos, como si la información fuera demasiado.

—Ya veo —dijo Hayden. Se levantó la manga y mostró a Parker las

mordeduras—. ¿Cuándo te mordieron?

—Hace un par de semanas —dijo Evan, cuando habló su voz era

pesada por la preocupación. Sus ojos recorrieron dubitativos a Hayden—.

¿Realmente has sido mordido dos veces?

—Sí. Por un S1 y un S2 —explicó, olvidando que nadie más conocía

los términos adecuados para la locura, zombi, o gomosa.

—¿Qué es un S1? —preguntó Parker.

Hayden explicó las etapas del virus. Parker había sido mordido por

un S1. No había sabido que la chica estaba infectada cuando la encontró

vagando por las calles de una ciudad abandonada. Ella parecía casi

normal, nos dijo. Entonces lo mordió.

Padraic y Cara entraron en la habitación y le dijeron a Parker y Evan

que intentaban crear una vacuna. Explicaron que querían tomar algunas

muestras de sangre de Parker para estudiarla. Padraic aseguró a Evan

más de una vez que les explicó que no los obligarían a hacer algo que no

quisieran hacer.

—¿Podría esto ayudar? —preguntó Parker.

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—Esperamos que sí —dijo Padraic, apenas capaz de mantener el

tono neutral de su voz.

—Entonces quiero ayudar. Si hay una posibilidad, entonces lo haré.

—Parker —espetó Evan—, ¡Piensa en esto!

—No es nada malo —intervino Hayden—. No duele o molesta. Doy

sangre de vez en cuando. Y eso es todo.

—Quiero ser como Hayden —rogó Parker a su padre—. Si puedo

ayudar, entonces quiero hacerlo.

Evan miró a Hayden con desprecio, como si quisiera que hubiera

hablado sobre lo horrible que es la donación de sangre e hiciera que

Parker no quisiera hacerlo.

—¿Quién más lo sabe? —pregunté, sin entender del todo por qué me

necesitaban.

—Nadie. —Señaló Evan—. No le dije a nadie. Y tampoco lo hizo

Parker, ¿verdad?

—Correcto —concordó el niño—. No le dije a nadie.

—Bueno, entonces —dijo Padraic juntando las manos—. Parker, la

Doctora Cara te sacará una rápida muestra de sangre, y entonces podrás

irte.

El cabello de la Doctora Cara estaba más rizado que la última vez

que la vi. Llevaba un suéter cable morado y unos leggings rojos. La sopa de

patatas que teníamos para la cena estaba salpicada por el frente de ella, y

sus calcetines no coincidían. Se puso los guantes de goma y le dijo a

Parker que tomara la mano de su padre.

Padraic hizo señas para que lo siguiéramos al pasillo. Cerró la

puerta y miró a ambos lados del pasillo asegurándose de que nadie oyera.

—Sé que esto es pedir mucho —comenzó —. Pero ahora que hemos

extraído dos muestras de sangre, esto parece más prometedor. Si podemos

encontrar algo similar, entonces podemos estar en lo cierto.

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—¿Qué está pidiendo? —dijo Hayden con impaciencia.

—Necesitamos más muestras de sangre. De zombis. Las tres etapas

si es posible.

—Está bien —dije con indiferencia—. Eso no debería ser un

problema. Puedo dispararles primero, ¿no?

—Sí —dijo Padraic—. Siempre y cuando obtengan la sangre de forma

inmediata desde la etapa de locura. No creo que vaya haber una diferencia

para los otros dos también —dijo, mirando a Hayden—. Una muestra de

su líquido linfático posiblemente podría proporcionarnos información útil.

—Claro. —Hayden estuvo de acuerdo, antes de saber lo que eso

implicaría.

—Espera, ¿cómo se obtiene el líquido linfático? —pregunté, sin saber

realmente lo que era.

—Un procedimiento sencillo —explicó con calma Padraic—. Uno que

he hecho antes. Se llama una biopsia de los ganglios linfáticos. Voy a

empezar con una biopsia con aguja; todo lo que voy a hacer es sacar

líquido con una aguja. Esperemos que eso sea suficiente, aunque es solo

una pequeña muestra de células.

—¿Y si no es suficiente? —preguntó Hayden de mala gana.

—Una biopsia abierta sería lo próximo, pero de nuevo, solo si tú

quieres hacerlo.

—Sí. —Hayden estuvo de acuerdo de nuevo.

—¿Es que no necesita sus ganglios linfáticos? —cuestioné.

—Sí, los necesita —dijo Padraic—. Pero una biopsia de uno no va a

causar daño.

—Claro. Lo haré —dijo Hayden—. Uh, ¿cómo lo haces?

—La biopsia con aguja tarda menos de diez minutos —comenzó

Padraic—. Se insertará una aguja en el ganglio linfático y el fluido se saca.

Algo así como conseguir la muestra de sangre. Y una biopsia abierta es la

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eliminación real del nodo. Debes saber, que normalmente adormezco a

mis pacientes. Pero no tengo ningún tipo de anestésicos aquí.

—Oh, yey —dijo Hayden con menos entusiasmo.

—Te puedo dar morfina. Por lo menos ayudará.

—Es mejor que nada.

—Y —dijo Padraic, dándose la vuelta al oír el sonido de la voz de

Parker—, Me gustaría hacer la tuya en primer lugar, ya que no puedo

garantizar resultados favorables.

—Me parece muy bien. No quiero exponer al niño si no tiene por qué.

—Grandioso. Y una vez más, no menciones esto a nadie. Voy a

hablar con Fuller mañana. ¿Hay misiones previstas?

—Sí —respondió Hayden, eso era nuevo para mí—. Pero Orissa y yo

no vamos. Rotaremos para salir.

—Bien. —Padraic se pasó la mano por el cabello—. Y tú iras con los

demás, ¿verdad?

—Sí. Pero Orissa va a ser capaz de alejarse lo suficiente como para

recoger muestras de sangre.

—No puedo agradecerles lo suficiente —dijo Padraic sinceramente—.

Los veré mañana. —Forzó una sonrisa y volvió a entrar en el laboratorio.

—¿No estás de acuerdo con esto? —preguntó Hayden mientras

subíamos las escaleras.

—Lo estoy —dije.

—¿Entonces por qué estás tan calladla? Nunca estas callada.

—Estoy pensando —admití—. Sobre lo que significaría si realmente

tuviéramos una vacuna.

—Sería increíble, por un lado. Y creo que ofrecería mucha esperanza.

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—Sí, lo haría.

Sonreí, no digo que me gustará el hecho de que significara que le

causaran daño. Era horriblemente egoísta, eso lo sabía. Debería estar

pensando en el bien aquí. No debería estar preocupada por la comodidad

de Hayden, especialmente cuando Padraic estaba a cargo de la

investigación. Por mucho que el hombre irlandés me molestara, confiaba

en él con todo mi corazón. No haría nada que pudiera perjudicar a nadie.

Hayden volvió a entrar en la sala de videojuegos, y me dejó dormirme

sola. Me sentía muy contenta de saber que nosotros no iríamos a la

próxima misión. Era una para simples suministros; teníamos tres mujeres

embarazadas en el refugio que pronto necesitarán artículos para bebés.

Pero antes los cuatro A1izquierdos, tenían que cargar toda la basura de

compuestos, transportarla a kilómetros de distancia y volcarla y quemarla.

A Brock le dio un leve ataque al corazón cuando Hayden le dijo que no

había tanta basura que el camión pudiera utilizar. Riendo, le dijo que solo

estaba bromeando.

No vi mucho a Hayden en los próximos días. Estaba ocupado

hablando con Fuller y los otros ―oficiales‖ sobre la ampliación de viviendas.

Corrí otra sesión de yoga con los A1 y luego otra vez con los A3. Jason

había llegado con una historia estúpida de mí estando en la CIA. Me dijo

que odiaba verme no siendo tratada con respeto.

Era extraño, tener a alguien que sacara la cara por mí de esa

manera. No estaba segura de sí me gustaba o no. Solo necesitaba verme en

acción, continuó, y luego se iría. Le di las gracias, no obstante, deseando

que no hubiera ido tan lejos con esa agencia. Seguridad Nacional era más

moderno.

El equipo de la misión regresó cuatro días después. Su viaje fue

tranquilo, ya que evitaron con éxito las ciudades con los zombis. Hayden,

Ivan, Brock y yo íbamos en la próxima misión, en dos días. Era una misión

única, explico Fuller. Lo primero que necesitábamos era alimentar a

nuestro ganado. Uno de los veterinarios hizo una lista de las vacunas que

necesitaban tanto para el ganado como para los perros y gatos que

teníamos en el refugio. Nuestra próxima tarea era encontrar una granja

con animales de aspecto saludable. Finalmente, tuvimos que encontrar un

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remolque. Un camión semi remolcado en un centro comercial sería ideal,

aunque ninguno de nosotros sabía cómo conducir un semi.

Al llegar la primavera, los planes de expansión se pusieron en

acción. La adición funcionaba de una manera más bien anticuada,

confiando mucho en la agricultura, y no tendríamos electricidad. El plan

era empezar con el ganado poco a poco, y esperábamos tener lo suficiente

para sostenernos en la primavera. Las vacas y los pollos que tuvimos

fueron utilizados exclusivamente para la leche y los huevos; sería bueno,

Fuller me dijo, tener una hamburguesa para la cena.

Esa noche, nos reunimos con Sam, un hombre de mediana edad que

conducía camiones para ganarse la vida. Cuidadosamente nos enseñó todo

lo que necesitábamos saber sobre la conducción del equipo de perforación.

Personalmente, pensaba que tendría más sentido encontrar los animales y

camiones, volver y conseguir a Sam, y que él condujera el camión mientras

nos aseguramos de que no ocurriera nada. Los semis eran grandes; y

serían capaces de aplastar cualquier zombi que intentara atraparlo.

No le presté mucha atención, pensando que aunque tenía que

conducir, Hayden me enseñaría. Sam se fue y los chicos se quedaron

alrededor de la mesa en la oficina de Fuller, hablando de su tiempo en la

guerra. Brock dijo en broma que le faltó calor al desierto, e Iván dijo que se

alegraba de que los zombis no pudieran usar armas o detonar bombas.

Aunque no podía contribuir, me quedé, encontraba sus cuentos

horripilantes e interesantes. A las once y media nos despedimos y nos

dirigimos a la cama. Me quedé dormida rápidamente esa noche, soñando

con tener mi propia pequeña cabaña en el suelo compuesto.

Volteo y los gemidos de Hayden me despertaron. Estaba teniendo

una pesadilla. Rápidamente salí de la cama y corrí hacia él.

—Hayden —dije en voz baja—. Hayden, despierta. —Puse mis

manos sobre sus hombros y los sacudí con suavidad—. ¡Hayden!

Él se apartó, sus manos se agarraron fuertemente a mí. Sus ojos se

movían por toda la habitación, no era capaz de concentrarse en mí. Su

cuerpo se estremeció y dejó escapar jadeos.

—Hayden —repetí, con una voz calmada—. Está bien, estoy aquí.

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Asintió, tratando de quitar el infierno en el que estaba atrapado de

su mente.

—Se siente tan real —dijo sin aliento.

—No es verdad —le dije—. Yo soy real. Estoy aquí, escucha mi voz.

Esto es real.

Me atrajo hacia él. Acuné su cabeza contra mí, pasando los dedos

por su cabello.

—Respira. Está bien.

—Orissa —susurró—. Se sentía tan real. Un minuto Ben estaba allí,

el siguiente no estaba. El IED se fue y él, explotó con él. —Su cuerpo

empezó a temblar de nuevo—. A solo pedazos de dientes y cabellos. Ni

siquiera la mitad de su casco quedó. No había nada que llevar a casa.

Siento como si estuviera allí. Podía oír las bombas. Podía sentir su calor.

Me aferré a él con más fuerza.

—No estás allí. Estás aquí, en tu cama en el complejo, conmigo.

—Así es. —Respiró hondo varias veces—. Estás aquí. No estoy allí

ahora mismo.

Seguí pasando mis dedos por su cabello durante unos cuantos

minutos. Entonces me dejé ir, trazando los contornos de su cuello y

hombros, bajando por sus brazos y través de sus dedos.

—Tienes frío —dijo.

—Estoy bien.

—Te sientes fría. —Encuentra su cabeza con la mía—. Y de verdad.

Te sientes real.

—Eso es porque soy real —bromeé. Hayden parecía volverse de

repente consciente de que su cabeza descansaba sobre mis pechos. Su

cuerpo se puso rígido, como si no estuviera seguro de qué hacer. Decidió

que estar presionado contra mí era demasiado reconfortante, y se relajó.

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La luz de la luna llena se derramó en nuestra habitación.

—¿Quédate conmigo? —susurró.

—Por supuesto —le dije en voz baja. Nos acomodamos. Hayden me

atrajo hacia su pecho, envolviendo sus brazos alrededor de mí.

—No quiero volver a dormir —confesó—. No quiero volver.

—Te despertaré si lo haces. Te lo prometo. No voy a dejarte, ¿está

bien?

—Gracias, Orissa. No sé qué haría sin ti.

—Esperemos que nunca lo sepas —dije con una media sonrisa.

Había pasado un tiempo desde que me había quedado dormida en los

brazos de Hayden. A pesar de que se suponía que debía ser la que lo

consolaba, se sentía bien estar juntos. Me sentía segura con Hayden.

Confiaba en él y sabía que me protegería.

Hayden pulsó el botón de repetición de alarma dos veces. Todavía

estábamos enredados juntos, no dispuestos a levantarnos e irnos a la

formación por el momento. Cuando sonó por tercera vez, apagó la alarma

por completo.

—Orissa —dijo en voz baja mi nombre—. ¿Podemos hablar?

—Estamos hablando —le informé con una sonrisa.

—Lo sé. —Se rió entre dientes—. Hay algo que quiero decirte.

Mi corazón se aceleró. Rompí por el nerviosismo la banda en la parte

inferior de mi trenza. Antes de Hayden pudieran decir una palabra, la

puerta se abrió de golpe. Me aplasté, retorciéndome en la grieta entre la

pared y la cama. Hayden arrojó las mantas sobre mí y se sentó.

—Levántate y brilla, Underwood —dijo Iván alegremente—. Sé que

estás tan ansioso como yo de poner el culo en camino.

—Uh, sí —concordó Hayden, tratando de poner discretamente la

almohada sobre mi cabeza.

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—¿Dónde está Penwell?

—No lo sé. Desayunando probablemente. A ella le gusta comer con

su amiga, Raeya.

—Mmh, Raeya. Es caliente. Así como Orissa, pero sé que es para ti…

—Vamos a desayunar —intervino Hayden, saltando de la cama—.

Me muero de hambre.

—¿Vas a vestirte primero?

—Uh, oh sí. Nos vemos allí, entonces.

Me imaginaba la mirada interrogativa de Iván. Unos segundos

horriblemente lentos pasaron antes que la puerta se cerrara. No me moví

hasta que Hayden me dijo que la costa estaba despejada. Hayden se vistió

rápidamente y dijo que Iván desayunaría con él. Esperé unos minutos

antes de levantarme y hacer lo mismo. Si Iván me preguntaba, diría que

estuve en el baño.

Raeya salía de la cafetería cuando entré.

—¿Estás recién viniendo abajo? —preguntó.

—Sí. Yo, uh, me quedé dormida.

—Divertido, Hayden dijo la misma cosa.

—Bueno, somos compañeros de cuarto, recuerdas. Se olvidó de

poner la alarma. Tu nueva ropa se ve bien en ti.

—Oh, ¡gracias! Me gustaría tener una razón para llevar un bolso

alrededor. Podría poner mi placa de identificación en el interior, pero se

supone que debemos tenerla en un lugar visible. ¿Dónde está tu placa?

—En mi habitación... creo. Todo el mundo me conoce, ¿por qué

llevarla? —pregunté.

—Es una regla, Orissa —dijo, como diciendo que el cielo estaba

azul.

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—¿Y?

—Es la intención de mantener el orden y hacer las cosas más fáciles.

Realmente debes usarla.

—Es fea y tonta.

—¿Quieres una nueva? Pensaba en hacer nuevos identificadores.

Hay demasiada información en ellos. Es difícil de leer a distancia.

—¿Se puede hacer eso?

—Sí, hay una gran cantidad de material de oficina aquí,

sorprendentemente. No tienes idea de lo mucho que puedes cambiarla —

dijo con una sonrisa.

Me eché a reír.

—Eso debe emocionarte.

—¡Lo hace! ¿Eso es triste?

—No, creo que esto sea ―encontrar alegría en las cosas pequeñas del

mundo de ahora.‖

—Eso es muy cierto. Odio dejarte, pero tengo una reunión con los

otros supervisores. Tenemos muchos que planean que hacer por la

extensión.

—Diviértete.

—¡Lo haré! —exclamó. Con un gesto, se alejó. Tenía una bandeja y

me uní a los A1. No había un asiento libre junto a Hayden. Me sentí

decepcionada más de lo que estaba dispuesta a admitirme. Me senté junto

a Ivan.

—Hola, Agente Especial Penwell. —Miró de reojo.

—¿Has oído hablar de eso? —Apuñalé mi cuchara en la harina de

avena.

Él se echó a reír.

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—Sí. Ese pequeño A3 está enamorado de ti.

—No, estoy demasiado puta para él. Lo tiene para Ray.

—Ya somos dos —me dijo Iván, levantando las cejas—. ¿A ella

todavía no le interesa nadie?

—No lo creo. Siempre puedes intentar hablar con ella. Oh, debes

llevarle una muñeca de porcelana. Ella las ama.

—¿Lo hace?

—Sip. No puede tener suficientes. Solía tener una gran colección.

Realmente rompieron su corazón cuando las destruyeron —dije

seriamente.

—Entonces voy a tener que conseguir una. ¿Dónde, eh, encontraré

muñecas de ese tipo?

—No tengo ni idea. Ray tenía una adicción comprando cosas en

Amazon. Consiguió todas sus muñecas en línea.

—Maldita sea. Voy a encontrar una.

Hayden, después de haber escuchado nuestra conversación se echó

a reír. Sus ojos color avellana se encontraron con los míos y esos estúpidos

sentimientos regresaron, ya que mi estómago daba vueltas ya no quería

comer. Pero ignoré eso y me obligué a terminar el desayuno. Capacitación

pasó rápido ese día. Me había metido de nuevo en forma rápida y tenía el

placer de ser capaz de empujarme cada día más lejos. Y, ver chicos A1 sin

camisa y sudorosos no estaba tan mal.

Padraic me dio una pequeña bolsa con frascos vacíos. Ya estaban

marcadas con su desordenada escritura de doctor.

—No arriesgues tu vida por esto —presionó—. Podemos obtener

muestras en cualquier momento. No quiero perderte, ¿bien?

—Bien.

—En serio, promételo.

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—Lo prometo —dije.

—Lo digo en serio.

—Yo también. Vamos, Padraic, ¿Quieres que hagamos una promesa

de dedos?

—Tal vez —dijo con un brillo en sus ojos—. Sé lo que eres, Orissa.

Eres fuerte y valiente, y a veces me preocupa que olvides que eres

humana.

Me encogí de hombros.

—Hago lo que tengo que hacer. Y aún no he muerto.

—Vamos a mantenerlo de esa forma.

—Voy a hacer mi mejor esfuerzo. Pero recuerda, si voy abajo, voy a

estar luchando.

Él frunció el ceño.

—Eso es exactamente lo que quiero decir. No vale la pena. No vale la

pena arriesgar tu vida. Si puedes conseguir sin peligros una muestra de

sangre, la haces. Si no es así, vuelve aquí en una sola pieza.

—Sí, sí, capitán —dije con un saludo—. Nos vemos en unos días.

Antes de que pudiera salir del laboratorio, Padraic me abrazó. Fue

un abrazo aplastante, del tipo que me hacen muy consciente de mis

pechos presionándose en su delgado pecho pero firme. Agradecida tenía el

bolso para sostenerlo con torpeza, puse un brazo alrededor de Padraic y le

di unas palmaditas en la espalda.

—No te preocupes por mí —le dije.

—Siempre me preocuparé por ti —confesó, lentamente dejándome

ir—. Eso es todo lo que hago cuando estás fuera en misiones. Raeya

también. Incluso Sonja, Jasón, y Lisa. Aún nos sentimos como una

familia, ya sabes.

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—Lo sé —mentí. Hice una nota mental para pasar más tiempo con

Sonja y Lisa cuando regresara.

—No tienes ni idea de cómo se siente no saber lo que está pasando

contigo. Los días que se van son bastante horribles para nosotros —

continuó.

—Me haces sentir culpable —le dije, arrugando las cejas.

—No fue mi intención. Quería que supieras que nos importas. Si no

lo hicieras, no nos preocuparíamos.

—Lo sé. Soy inteligente, rápida, y soy buena. Y estoy con Hayden.

Vamos a estar bien.

—Sé que lo estarás. Ahora descansa un poco. Buenas noches,

Orissa.

—Buenas noches, Padraic. —Puse la bolsa en la camioneta de

Hayden y fui a toda prisa desde el frío. Hayden ya estaba en la cama—. ¿Te

sientes bien? —le pregunté. Todavía no eran ni siquiera las siete de la

noche.

—Sí. Estoy bien. Solo estoy cansado. No pude volver a dormir la

noche anterior.

—Oh, lo siento.

—No es tu culpa. De hecho, tú... hiciste mejor las cosas. Gracias.

—Por supuesto —dije, sentándome en la cama y quitándome las

botas—. ¿Quieres ver una película? Puedo sentarme a tu lado. Tal vez te

duermas temprano, lo que sería bueno ya que nos levantaremos muy

temprano.

—Sí, si quieres.

Escogí una película y me metí en la cama junto a Hayden. Él cayó

dormido antes de que terminara. Tenía hambre, así que escapé de la cama

y hurgué en la caja por comida chatarra. Despacio, para no hacer

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demasiado ruido, abrí una bolsa de palomitas de maíz con queso, había

comido la mitad en el momento en que la película terminó.

Me dirigí por el pasillo a la ducha a cepillarme y usar el hilo dental

por las palomitas en mis dientes. Hayden estaba quieto, se veía tranquilo y

cómodo. Me metí debajo de las frías sabanas de mi propia cama. En algún

momento en medio de la noche tuvo otra pesadilla. Lo desperté de nuevo,

aunque esta vez no parecía tan confundido.

Sonrió de inmediato.

—Orissa —susurró mi nombre, casi sonó atractivo—. ¿Quédate

conmigo?

—Por supuesto —prometí y me metí debajo de las sábanas.

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403

Traducido por Thisistefi

Corregido por Nanami27

os establecimos a primera hora de la mañana. Ya que

teníamos esperanzas de volver medio repletos con animales,

todos fuimos en el camión de Hayden. Los viales estaban

ocultos en la guantera. Ivan se montó la escopeta, fastidiando a Hayden al

poner sus pies en el tablero. Estaba confesando una historia divertida

sobre strippers en México cuando los vimos.

Una horda de más o menos veinte zombis bloqueaba la carretera.

Con el suelo congelado, fácilmente podríamos haberlos evitado. Hayden se

volvió, con una malvada sonrisa en el rostro. Todos estábamos pensando

lo mismo. Los zombis, la mayoría en la etapa S3, no nos notaron hasta que

salimos del camión. Ivan gritó un ―vamos‖ y empezamos a disparar,

gritando nuestros puntos mientras los zombis golpeaban el suelo.

Intentando obtener un resultado más alto, fui a por los S2.

Masacramos fácilmente a través de la horda. Nadie podía estar de acuerdo

en los resultados justos. Los S3 se convirtió en S2, e Ivan juró que había

un S1 al que él disparó y mató. Brock estaba listo para dejarlo y seguir

adelante, pero Hayden e Ivan continuaban discutiendo sobre quién tenía el

puntaje más alto.

—Ya supérenlo, chicos —dije y me subí de nuevo en el camión—.

Ambos saben que pateé sus traseros y que seguiré pateando sus traseros.

Tienen suerte que no tenga un arco y una flecha, ya que eso valdría el

doble de puntos.

—Equipos —dijo Hayden—. Tiene que haber una tienda de caza en el

camino para conseguir otro arco y algunas flechas. Ella está en mi equipo.

—Eso no es justo —se quejó Brock—. Ninguno de nosotros sabe

cómo usar un arco.

N

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—Tu pérdida —bromeó Hayden—. Encuentra otra arma que usar

para doblar tus puntos.

Froté mis manos.

—¿Puedes prender la calefacción? Me estoy congelando. Gracias —

dije después que Hayden la prendiera—. ¿Por qué vamos al norte en

febrero?

—Ahí nos dijeron que fuéramos —dijo Ivan con casualidad.

—Deberíamos ir al sur.

—Nos dijeron que fuéramos al norte —reiteró Ivan.

—Deberíamos ir al sur. Nadie lo sabrá. Además, las vacas en Florida

no son diferentes a las vacas de Ohio. De hecho, probablemente serán más

saludables porque han tenido más nutrientes. Mira, tiene sentido. Vamos

al sur.

Ivan miró escépticamente a Hayden, sus ojos diciendo algo que no

podía interpretar. Brock miró fijamente hacia adelante.

—Orissa —dijo Hayden en voz nivelada—. Nosotros no

desobedecemos órdenes.

—Técnicamente no lo haremos. Nos dijeron que llevemos animales a

casa. Nadie siquiera preguntará dónde los conseguimos. No es como si

pudieras morder un trozo y decir ―mmm, esta sabe como a una vaca criada

en Indiana. Mucho mejor que esas malditas vacas de Georgia‖.

—Es cierto y todo, pero nos dijeron que fuésemos al norte. Así que

allá es donde iremos. —A través del espejo retrovisor, sus ojos se

encontraron con los míos, rogándome silenciosamente callarme de una vez

por todas.

—Bien. Será al norte entonces. —Conducimos sin parar durante

cuatro horas. Sentarse en la parte trasera del camión no era tan malo

como pensé que sería. La cabina extendida ofrecía más espacio para las

piernas que un camión normal. Después de comer, orinar y caminar para

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estirar nuestros músculos, volvimos dentro, discutiendo sobre qué tipo de

música escuchar.

A Brock no le importada mientras no fuera jazz o música clásica. A

Hayden le gustaba su horrible música country, e Ivan y yo queríamos

escuchar hip-hop. Intentamos usar el punto de vista de dos-contra-uno,

pero como era el camión de Hayden, nos recordó que él debía escoger.

También me enteré de que este realmente era el camión de Hayden. Como

lo fue antes de que el mundo se convirtiera en un mundo sobrepoblado e

infectado de caníbales. Él había invertido mucho tiempo y dinero en su

camión, de ahí el no querer arruinarlo para nada. Y, aunque no lo admitió,

estaba seguro que le recordaba su casa y el tiempo en el que las cosas no

estaban tan jodidas.

Estaba nevando cuando nos detuvimos en algún lugar de Missouri

más tarde en la noche. Habría sido sabio parar durante el día, pero

estábamos emocionados por ahorrar tiempo y regresar a la seguridad y

calidez del compartimiento. Dudando que tuviéramos suerte y

encontráramos una casa con generador, nuestra siguiente mejor

esperanza era encontrar un lugar como una escuela o un hospital donde

seguramente habría uno.

Habiendo estado evitando las grandes ciudades, manejamos a través

de las calles vacías y los pequeños pueblos, el camión se deslizaba en el

hielo de vez en cuando. Nadie dijo nada, pero creo que todos lo

pensábamos: manejar un camión medio lleno de animales atrás del

compartimiento parecía una idea horrible con este clima.

Las carreteras estaban cubiertas en hielo negro. Las llantas no

ayudaban en nada a eso. Cuando una pequeña escuela primaria de ladrillo

se mostró ante el brillo de las luces fronteras, Hayden frenó con fuerza,

haciendo girar el auto en círculo apropósito. Aunque girar en círculos en

un parqueadero vacío era divertido, me di cuenta que saltar-en-el-carro-y-

manejar-como-el-viento como huida no era posible.

—Deberíamos quedarnos acá esta noche —dijo Hayden, poniendo el

camión en el parqueadero.

—No tenemos idea de qué está adentro —razonó Brock.

—Iré a revisar.

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—No, no lo harás —interrumpió Ivan—. Es demasiado grande.

—Eso es lo que ella dijo.

Ivan empujó juguetonamente a Hayden.

—Ya quisieras, Underwood. Y no. El lugar demasiado grande para

investigarlo en la noche cuando no tenemos razones para hacerlo.

—Puedo usar el chaleco. Si hay algún zombi por ahí, puedo

pretender que soy uno de ellos.

Ivan sacudió la cabeza.

—Underwood, esa es la cosa más tonta que podrías hacer.

Hayden sonrió.

—Obviamente nunca conociste a mi novia de la secundaria.

—No hay pistas —interrumpí—. Al menos ninguna que pueda ver

desde aquí. Y además de la nieve que aún está cayendo, diría que no ha

nevado en un tiempo. ¿Ves encima del techo? Puedes ver que se derritió y

se congeló de nuevo. Ha sido de esa forma por al menos un día, tal vez

dos.

Los ojos de los chicos se centraron en mí, como si hubiera dicho algo

profundo. Luego Ivan asintió.

—Correcto —sentención él—. No hay pistas. Así que nada está

adentro… o fuera.

—Sólo hay un modo de estar seguros —señaló Hayden. Apagó el

camión. Subimos la cremallera de nuestros abrigos, agarramos nuestras

armas, y dejamos la cálida cabina, entrando a las varias pulgadas de

nieve.

—Nunca he visto tanta nieve —nos dijo Brock, con asombro en su

voz—. Soy del sur de Texas —explicó, aliviando el gesto de incredulidad

que tenía.

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—Amarías Dakota del Norte, entonces —dijo Hayden bajo su

aliento—. Tenemos muchísima nieve allá arriba.

—Sabes —dijo Brock, girando con su rifle levantado—, siempre me

pregunté por qué alguien viviría allá en el norte. Es demasiado frío.

—Pensaba igual —admitió Hayden—. Siempre quisiera mudarme

adonde fuera cálido. Ahora, daría todo por volver.

—Pensaba igual sobre vivir en Indiana —confesé—. Aunque los

inviernos probablemente no se comparan con los de Dakota del Norte.

Kentucky era agradable. Aún teníamos inviernos fríos, pero no era tan

malo.

—Soy de New Jersey —dijo Ivan—. Teníamos lo mejor de ambos

mundos: veranos calurosos e inviernos fríos.

—Arkansas no está tan mal —trajo a colación Brock—. Aunque

todavía es más frío de lo que estoy acostumbrado.

—No puedo esperar a ir a México cuando esto termine —dije con un

suspiro.

—Tampoco yo —estuvo de acuerdo Hayden. Él avanzó un par de

pasos, mirando a través de la envergadura de su pistola de alta tecnología.

Una vez que nos aseguramos que la costa estaba tan limpia como pudiera

estar, caminamos hacia las puertas frontales. Encadenadas y cerradas, los

chicos tuvieron que sacar las herramientas del camión para poder cortar el

metal—. Esa es una buena señal —sugirió Hayden—. Al menos nada

nuevo ha entrado.

—No por el frente, al menos —corrigió Ivan. Permaneciendo juntos,

nos deslizamos silenciosamente a través de las puertas. Un esqueleto

cortado colgaba de la puerta de la oficina del director—. Pensé que a las

escuelas ya no se les permitía decorar por Halloween —cuestionó Ivan.

—Si este lugar es tan campestre y aislado como mi pueblo natal,

entonces todavía podrían —dijo Hayden suavemente, para no llamar la

atención de algún acechador desconocido—. Especialmente después que el

presidente Samael cortara el financiamiento de más de la mitad de los

profesores y perdieran sus trabajos.

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—Mi tía era profesora —susurré, sintiendo una ola de náuseas

cuando pensé en tía Jenny—. Ella perdió su trabajo hace dos años y fue

reducida a servir mesas a estudiantes de secundaria de clase baja.

—El mundo era malo antes de los zombis —afirmó Brock—. No

podría encontrar un trabajo. Incluso con la experiencia militar. No había

nada.

—Conozco el sentimiento —le dije—. Es por eso que dejé la

universidad. No importaba más. La economía era una mierda. —Aún me

enojaba cuando pensaba en eso. El Presidente Samael prometió muchas

cosas: un sistema de salud renovado, dinero para las escuelas públicas y

estímulos económicos. Sonaba bien en su campaña. Fue comparado con

JFK18, joven, guapo, y ofreciendo esperanza para nuestro país. Pero todo

cambió en el momento que entró en la oficina.

Nuestras tropas habían estado oficialmente en casa, fuera de la

guerra por menos de dos años cuando Samael los envió de vuelta. Ese fue

el punto en que nuestra economía cambió. El mercado de vivienda, que ya

estaba en una depresión, se derrumbó. Las cosas fueron de mal en peor a

una velocidad tremendamente aterradora. El mercado de acciones era un

chiste, los países extranjeros estaban escépticos de hacer tratados con

Estados Unidos, los bancos se habían quedado sin dinero. Lo que comenzó

como protestas pacíficas se convirtió en un montón de disturbios y

revueltas. Las personas estaban siendo víctimas de ataques con gases,

electrocutadas, y eventualmente disparadas.

Aún recuerdo caminar hacia la clase cuando ocurrieron los primeros

disparos. Los estudiantes de la Escuela de Artes Digitales en Florida

mantenían una protesta en contra del gobierno por suspender las

financiaciones para todos los programas públicos de arte. Supuestamente,

la protesta se volvió violenta y los estudiantes se negaban a escuchar las

órdenes de la policía. La entrevista por televisión con una estudiante fue

cortada abruptamente del aire.

Raeya especuló que era porque la estudiante de primer año tenía

mucho sentido. Ella mencionó algunos muy buenos puntos y también

encontró algunos defectos en las tácticas del gobierno, me dijo. El

18

JFK: Se refiere al Ex-presidente de los Estados Unidos; John F. Kennedy.

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409

Presidente Samael puso a nuestro país incluso más lejos de la deuda que

estaba ―arreglando‖ en lo que se refería a los puntos de conflicto de

América. California y Nueva York eran los estados más conocidos. Si algún

lugar de los Estados Unidos pudiera traer dinero por turismo, serían esos

dos, él prometió.

Dejé de seguir el choque de trenes en el que se encontraba nuestro

país. Era demasiado deprimente y no había nada que pudiera hacer para

cambiarlo. Raeya era optimista y pensaba que las cosas podrían mejorar.

Sobrevivimos la Depresión de 1930, me recordaba constantemente.

La escuela estaba vacía y todas las puertas habían sido

encadenadas. Era segura pero no tenía generador. El financiamiento debió

realmente haber sido cortado en este pequeño pueblo de Missouri.

Arreglamos nuestro campamento en un cuarto que parecía haber sido una

sala de música en un tiempo. Ahora había viejos escritorios y suplementos

de oficina. En el centro de la escuela, había un único cuarto al lado de la

biblioteca que no tenía ventanas.

Brock dañó las alarmas de incendio —Hayden rápidamente explicó

que Brock solía ser ingeniero de alguna clase— de manera no se activaran

cuando construyéramos la fogata. Construimos con cuidado una, debajo

de un conducto de aire, no queriendo ahogarnos en el humo que soltaba.

Los cuatro nos apiñamos juntos, dándonos a Hayden y a mí razones para

estar cerca.

Hayden y yo tomamos la primera vigilancia, patrullando los pasillos

por un rato y volviendo para calentarnos con el fuego. Entré a un salón de

kínder, examinando los trabajos de arte en las paredes. Iluminé con mi

linterna todo alrededor. Una lista de nombres estaba colgada en la puerta,

en la que el nombre de cada niño estaba deletreado con pegatinas

brillantes. Sus fotos estaban junto a sus nombres.

—Sasha —dije en voz alta a nadie, pasando mis dedos sobre las

letras rosadas. Una pequeña niña con crespos rubios que enmarcaban su

rostro me sonreía sin un diente. Me pregunté si ella estaba muerta, viva, o

no-muerta—. ¿Y qué hay de ti, Señora Hefty? —Pregunté cuando la luz

alumbró el nombre de la profesora en plata sobre el escritorio—. ¿Lograste

salir con vida?

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Cuatro horas después, Hayden y yo intercambiamos con Ivan y

Brock. Aunque lo odiaba, dormí con mis botas puestas, lista para saltar y

defenderme a mí y a los chicos si era necesario. Nos acostamos cerca del

fuego. Envolví la bolsa de dormir a mi alrededor, sin molestarme en

quitarme los guantes, ya que estaba haciendo mucho frío. Apreciaría

verdaderamente tener el cuerpo de Hayden presionado junto al mío justo

ahora.

Y como si él pudiera leer mi mente, se acercó y sostuvo mi mano.

Eso era todo lo cerca que podríamos estar con otros dos alrededor. Aun

así, de alguna manera, era suficientemente cómodo para mí. No quería

despertarme hasta mañana.

Hayden dejó a Ivan conducir, lo que nos sorprendió a todos. Él dijo

que no había dormido bien la noche anterior y que no se sentía bien para

concentrarse. Brock pidió la escopeta, forzando a Hayden a sentarse atrás

conmigo. Llegamos a un pueblo fantasma, lo que nos hizo sentir como si

estuviéramos desperdiciando las preciosas horas de la luz del día. Para el

almuerzo, ya habíamos encontrado otro pequeño pueblo. Los zombis

luchaban a través de la profunda nieve.

Con cuidado de no quedarnos atascados nosotros, Ivan detuvo el

camión. No queriendo caminar arduamente sobre el medio metro de nieve,

a Hayden y a mí no nos importó que Ivan y Brock juntaran una tonelada

de puntos mientras se asomaban a la ventana para disparar.

Mientras más lejos íbamos al norte, más profunda se hacía la nieve.

En un punto no estábamos seguros de si estábamos en la carretera

todavía. Era la mayor ansiedad que había sentido en mucho tiempo que no

involucraba zombis. Todo lo que podíamos pensar era en caer a un lago y

congelarnos hasta morir.

Resistiendo la urgencia de gritar ―Se los dije‖, giramos y fuimos

hacia el sur. Era pasada la medianoche para el momento en que logramos

llegar al pueblo con la escuela. La nieve se sentía más dura, retrasando

nuestro ya-lento-viaje. Hayden se desabrochó, subió su chaqueta y la usó

como una almohada improvisada, apoyándose en mí.

—Despiértame si pasa algo emocionante —dijo con una pequeña

sonrisa antes de cerrar los ojos. Dos horas pasarían antes que lo hiciera.

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—¡Detente! —Grité. Ivan frenó abruptamente; el camión se deslizó—.

Regresa y ve por esa calle.

—¿Por qué? —Preguntó él.

—Había un lujoso cartel para la granja Clydesdale.

—¿Y qué? —Preguntó Brock.

—Un caballo de tiro. Ya sabes, como los caballos de Budweiser.

—Bien, ¿y quieres que nos detengamos y acariciemos a los lindos

ponis? —Preguntó Ivan, mirándome a través del espejo retrovisor.

—No, sabelotodo. Los criaderos de grandes establos como ese,

usualmente tienen su propio camión y remolque. Y como tienen esos

grandes caballos…

—Tendrán camiones y remolques igual de grandes —terminó él.

—Exactamente.

Y yo tenía razón. El camión se encendió sin un gancho, el motor

volvió a la vida de manera ruidosa. Ivan y Brock tomarían turnos para

manejarlo; Brock parecía casi emocionado de probar sus habilidades para

manejar un gran camión. No vi a ninguno de los caballos. No quería

mirarlos, por miedo a lo que pudiera encontrar. Muchos kilómetros

después, la nieve estaba aguada.

Un gran establo parecía prometedor al frente. Las vacas de Brown

punteaban a una pastura distante. Estúpidamente, ninguno de nosotros

había pensado lo que conllevaría rodear los animales.

—Dudo que hayan tenido grano en un tiempo —dije, una idea

formándose—. Si hay un poco en el establo podríamos ser capaces de

atraerlos al remolque.

—Vale la pena intentarlo —estuvo de acuerdo Hayden, su aliento

saliendo en nubes a su alrededor mientras hablaba. Guardé mis manos en

mis bolsillos, queriendo que mis dedos se calentaran para poder arrojar el

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trigo. El establo estaba sellado. No nos pareció extraño hasta que algo

golpeó la puerta.

Los cuatro alistamos nuestras armas. Esperamos y las cosas

golpearon la puerta otra vez. El inconfundible sonido de las uñas arañando

el metal hizo eco a través de toda la granja nevada.

—Zombis —anunció Hayden. Presionó su oreja en la puerta—.

Suena como si hubiera más de uno.

—¿Hay alguna ventana? —Preguntó Ivan, moviéndose hacia atrás

para examinar el establo.

—Tragaluces —dije, señalando—. Levántame y te diré cuántos hay

allí dentro.

—¿Cómo?

—Uh… —Miré alrededor. El establo era agradable, pero nada

espectacular. Era largo pero no alto—. De hecho, si acercas el camión,

puedo trepar en el remolque y luego al techo fácilmente.

—Seguro —aceptó Ivan y trotó lejos. La nieve que estaba atorada en

mis botas hizo al techo del remolque deslizarse. Casi perdí el equilibrio

más de una vez. Pinchando el seguro en mi arma, se la entregué a Hayden.

No la necesitaría para mirar a través de la ventana.

Bastante inestable, trepé el techo cubierto de nieve. Usando mi brazo

para que mis guantes no se mojaran, sacudí la nieve y miré hacia adentro.

Estaba muy oscuro para discernir algo. Con cuidado, me moví a la

siguiente ventana de vidrio y sacudí la nieve, permitiendo que más luz se

derramara dentro del establo.

—Puedo ver tres —dije, moviéndome al tercer tragaluz. Este estaba

congelado y necesitaba algo de raspado—. Hay algo… extraño.

—¿Qué es extraño? —Me gritó Hayden.

—No puedo decirlo, esperen. —Ahuequé mis manos alrededor de mis

ojos y miré dentro. Algo grande se movía atropelladamente. Era demasiado

grande para ser un zombi, pensé. Golpeteé el vidrio, tratando de llamar su

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413

atención—. Tal vez pueda dispararle desde acá arriba —le dije a los chicos,

sin dejar de mirar la grande criatura.

—¿Qué? —Preguntó Hayden—. No puedo oírte, Riss.

—Dije —grité, reacomodándome para que mi voz viajara hasta los

chicos—. Que tal vez pueda… —No pude terminar de decirle a Hayden lo

que podría hacer. El cristal se rompió y caí a través de él, aterrizando en el

fuerte y frío establo.

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414

Traducido por Apolineah17

Corregido por katiliz94

e quedé sin aire. Me tambaleé, tratando de respirar.

Aterricé en un estalo. Un establo lleno de ropas de cama

sucias y heno sin comer. Nunca pensé que agradecería un

establo lleno de excremento de caballo y virutas de madera empapadas de

orina. Eso, sin embargo, impidió que me rompiera algo.

Los chicos gritaron frenéticamente fuera del granero. Alguien golpeó

el piso. Eso atrajo la atención de unos cuantos zombis. El olor no era tan

malo como debería ser. Apenas podían moverse ya que sus extremidades

estaban congeladas.

—Estoy bien —traté de gritar. Mi voz solo fue un débil silbido. Me

levanté, agarrándome de las barras de metal del establo. Había cinco

zombis aquí adentro, todos en la fase gomosa o peor. Limpiando el cristal,

lentamente me moví frente al establo. Saqué mi arma y disparé cuatro

veces.

La cosa enorme que vi no estaba a la vista. El granero todavía se

encontraba bastante oscuro. Deseé que los chicos dejaran de gritar y

trataran de atravesar las tablas; eso jodidamente más fácil escuchar dónde

se estaba escondiendo el bastardo.

El establo estaba cerrado y no había manera de salir a través de él.

Metí mi M9 de nuevo en la funda, subí el establo, mis pies fríos punzaron

cuando salté. Mis manos temblaban por la adrenalina mientras me

apresuraba para girar los prestillos metálicos de la puerta corrediza. Se

abrió de golpe. Ivan y Brock se precipitaron adentro, con los rifles listos.

Los brazos de Hayden se envolvieron alrededor de mí, como si no pudiera

evitarlo.

M

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415

—¿Estás bien? —preguntó, soltándome.

—Sí. Bueno, estoy adolorida. Pero no hay nada roto.

—Eso me asustó malditamente. No lo hagas de nuevo.

—Créeme, no planeo hacerlo. —Levanté la mirada—. No sé por qué

se rompió.

—El cristal está frío. Eso lo debilita. D-debería haber pensado eso

antes.

—Yo también. Y debería haber sido lo suficientemente inteligente

para no sentarme en él, pero vivimos y aprendemos, ¿no?

—Sí. Me alegra que estés bien. —Sus ojos color avellana aún estaban

llenos de preocupación, haciendo que su atractivo rostro pareciera más

viejo de lo que realmente era. Puse mi mano sobre su pecho.

—Estoy bien, Hayden. En serio.

—Orissa, yo… —Tres disparos sonaron. Corrimos hacia adentro. La

enorme cosa y un gomoso más yacían muertos en el suelo.

—¡Miren a ese enorme hijo de puta! —exclamó Ivan. La enorme cosa

era una gigante y gorda persona (en algún momento), de más de seis pies

de altura. Ancho de hombros y de la constitución de un toro, habría

mirado intimidantemente a un ser humano. Como zombi, era francamente

aterrador.

—No creo que lo hagan bien en el frío —dije—. Lo que explicaría por

qué no hemos visto muchos.

—Eso tiene sentido —dijo Brock, empujando la pierna del gordito

con su bota—. Está congelado en algunas partes.

—¿Estás bien, Penwell? —preguntó Ivan.

—Sí. Mierda congelada de caballo amortiguó mi caída.

—Estás fría. Puede que no lo sientas de inmediato, pero podrías

estar herida internamente.

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—No lo creo —dije, aunque, ahora que lo pensaba, no sentía nada.

Los zombis no comienzan siendo zombies atrapados en un granero.

Por lo visto, seis chicos se refugiaron aquí, pensando que era seguro. Uno

de ellos debió haber estado infectado. Una tienda de campaña yacía en

ruinas, cubierta de manchas de sangre y alimentos enmohecidos

congelados en el piso de cemento. En el momento que entramos a una

habitación llena de alimentos, sentí un pinchazo de dolor en la cadera.

—Estás cojeando. —Observó Hayden.

—No lo estoy —le resté importancia. La adrenalina se había ido, mi

cadera dolía como el infierno. Tanto que casi me hacía llorar cuando me

movía. No gustándome la preocupación en sus ojos, pensé que mentiría a

mi manera para salir de esto.

—Sí, lo estás. Puedo verlo —insistió.

—Solo es mi andar chulo.

—Muy graciosa, Orissa —dijo, sin poder contener la risa—.

¿Necesitas sentarte?

—No, creo que caminar ayudará a evitar que mis articulaciones se

pongan rígidas.

—Probablemente. Realmente eres algo, sabes.

—Gracias. —No estaba segura de lo que quiso decir. En lugar de

pensar en ello, entré al silo19. Hice brillar mi linterna alrededor del lugar,

tratando de parecer ocupada así no tendría que cargar ningún saco pesado

de alimentos. Simplemente no tenía ganas de hacer nada físico en este

momento—. Oigan —dije, cuando la luz iluminó una pila de papeles—.

Miren esta factura del veterinario.

—¿Qué hay con ello? —preguntó Ivan.

—La dirección. Está en Mill Road. Pasamos una carretera a Road

Mill hace cinco kilómetros.

19

Lugar subterráneo y seco en donde se guarda el trigo u otros granos, semillas o forrajes.

Modernamente se construyen depósitos semejantes sobre el terreno

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—Dulce. Vayamos a conseguir vacas, obtener medicina de mierda y

volver a casa.

—Suena como un plan —accedió Brock gustosamente. Los chicos

cargaron todo el alimento. Nos metimos en nuestros vehículos y

condujimos hacia las zonas de pastoreo. Sin molestarnos en cerrar la

puerta, nos acercamos. Las vacas levantaron la mirada esperanzadas ante

la vista de las camionetas.

Con la pretensión de ser un vigía, me quedé en la camioneta

mientras los chicos abrían una bolsa de alimento. Fue algo lento. Las

vacas no nos reconocieron, aunque estaban familiarizadas con alguien

llevando alimento.

Finalmente, tuvimos el remolque lleno de tantas vacas como

cupieron. Me sentí un poco mal por el largo viaje, por el hacinamiento que

tendrían que soportar. Me obligué a no sentirme culpable cuando recordé

que ellas irían a un nuevo y mejor hogar.

Me quedé afuera, cuidando nuestro remolque lleno de ganado

mientras los chicos entraban a la oficina del veterinario. Pensé en lo

extraño que era que Fuller nos dijera que nos dirigiéramos hacia el norte

en febrero. Él era una hombre inteligente; sabía que éste era uno de los

meses más fríos para la mayoría de los estados y que definitivamente nos

encontraríamos con nieve. No hacía falta ser un genio para darse cuenta

de que ningún humano limpiaría la nieve de los caminos. Sí, la camioneta

de Hayden era grande y tenía tracción de cuatro ruedas. Pero eso no servía

de nada en el hielo y no nos hacía invencibles a los grandes resbalones y

deslizamientos fuera de la carretera.

Condujimos directamente al complejo, tomando turnos para

manejar. Nos detuvimos una vez para reabastecernos; encontrar diésel era

un dolor en el culo. Hayden mintió sobre no estar cansado, pensando que

no era justo hacerme conducir ya que estaba herida. Le di una mierda por

ponérmela fácil porque era una mujer y él cedió, dejándome tomar el

volante por un rato.

Los A y unos pocos C a cargo de los animales nos recibieron

alrededor de media noche cuando finalmente llegamos al complejo. Ellos

se encargarían de llevar las reses a su nuevo hogar. Ivan y Brock se

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418

amontonaron en la parte trasera de la camioneta y Hayden se apresuró

hacia el refugio.

Abrí la ducha del baño de la habitación de la cuarentena. Fue

doloroso quitarme mis capas de pantalones. Un enorme moretón se había

formado en mi cadera derecha, sobre la que aterricé. Estúpidamente, lo

presioné, queriendo medir el dolor.

Era mucho.

Me quité mis tres capas de camisas para revelar un moretón en mi

hombro también. Mi cuello estaba rígido y dolía al caminar. Esto era

jodidamente genial. Me metí en la ducha de vapor, sintiendo mis músculos

relajarse casi al instante. Esperaba que Padraic no estuviera demasiado

decepcionado cuando le dijéramos que no habíamos tenido la oportunidad

de conseguir muestras.

Demasiado perezosa para trenzar mi cabello, lo dejé mojando,

cayendo por mi espalda. Me vestí con pantalones de pijama rosas y una

camiseta negra sin mangas. Dolió levantar mis piernas para meter mis

pies en los calcetines. Los chicos estaban jugando videojuegos y no me

prestaron mucha atención. Cansada y adolorida, eso fue más que ideal.

El reloj en la pared me dijo que pasaban de la una de la mañana. Me

metí debajo de los cobertores de la pequeña cama. El hambre me despertó

nueve horas después. Hayden e Ivan estaban comiendo avena mientras

veían una película. Me informaron que nos habíamos quedado sin leche,

mantequilla y azúcar morena. Ellos agregaron jarabe a su avena para

mejorar el sabor.

Tomé un platón, lo calenté en el microondas y me senté en medio de

los chicos. Sus ojos se quedaron fijos en mí.

—¿Qué? —le pregunté a Ivan.

—Lo siento —dijo, repentinamente nervioso—. No estoy

acostumbrado a ver tanta piel femenina.

—Y yo no estoy acostumbrado a ver tantos moretones —añadió

Hayden.

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—Oh. —Miré mi hombro—. Mi costado está aún peor. Incluso la

presión en mi cintura duele.

—¿Quieres que te examine? —bromeó Ivan.

—Está bien. Solo es un moretón. Feo, pero nada grave.

—Tal vez deberías hacer que te lo revisen —comentó Hayden,

preocupación oculta detrás de sus ojos una vez más—. Ya sabes, para

asegurarte de que no tengas huesos rotos.

—Dolería más si los tuviera —asumí.

—Como quieras. Al menos podrías conseguir algo para el dolor.

—De hecho —dije—. Esa no es una mala idea. Apuesto a que Padraic

también me daría algo para noquearme el resto del tiempo que estuviera

aquí.

—¿Crees que él haría eso? —preguntó Ivan.

—Claro. Lo ha hecho antes. Bueno, no en la misma situación, pero

bastante parecida.

—¿Cómo se conocieron ustedes dos? ¿Era tu amigo desde antes

como Raeya? —cuestionó Ivan.

—No —le dije a Ivan—. Me quitaron el apéndice antes de que el virus

se volviera nacional. Tuve que ir al hospital para una revisión después de

la cirugía. Para acortar la historia, fui atacada por un loco gaseado y me

desperté en el sótano del hospital. Padraic me salvó. —Era la primera vez

que decía esas tres palabras en voz alta. Me sentía culpable por lo perra

que había sido. Tan molesto e irritante como él podía ser, no estaría viva si

él no me hubiera sacado de esa habitación.

—¿Gaseado? —preguntó Hayden, levantando una ceja.

—Sí. Padraic me dijo que algún tipo de agentes policiales, no pudo

decir de qué tipo, entraron para salvar a las personas sanas. Ellos

lanzaron gas lacrimógeno. Él pensó que había sido para controlar a la

multitud, pero eso no parece correcto para mí.

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Hayden e Ivan intercambiaron miradas.

—Supongo —dijo Ivan, aunque no parecía muy convencido—. ¿Por

qué estabas en el sótano?

—Padraic llevó a sus pacientes allí. Era una habitación, una

habitación segura. Nos mantuvo con vida durante un tiempo.

—¿Entonces qué pasó?

Les conté el resto de la historia, omitiendo la muerte de Zoe.

—Y entonces ustedes aparecieron y ya saben el resto.

—Estás un poco loca, lo sabes, ¿verdad? —me preguntó, sonriendo.

—Sí. Siempre lo he estado. —Le devolví la sonrisa y nuestros ojos se

encontraron. Sentí esa cosa de nuevo, esta vez no quería que se fuera.

Podía haber jurado que solo unos segundos pasaron antes de que Ivan se

aclarara en voz alta la garganta. Hayden bajó la mirada.

—¿Todavía quieres algunos medicamentos para el dolor? —preguntó

Hayden.

—Claro.

Se levantó y se puso debajo de la cámara, haciendo señas con la

mano. Después de un minuto, todavía seguía haciendo señas con la mano.

—Pensé que alguien nos estaba observando todo el tiempo —resopló

irritado. Tomó otros cinco minutos más antes de que una voz saliera del

intercomunicador. Hayden explicó la situación, le aseguró a la voz que

ninguno de nosotros se sentía infectado y volvió a sentarse a mi lado.

Padraic llegó en cuestión de segundos. Tenía bolsas bajo los ojos y

lucía un poco pálido.

—Necesitas unas vacaciones —le dije con una sonrisa irónica.

—Tú también —dijo cuando vio los moretones—. ¿Qué pasó?

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—Me caí. Me resbalé en el hielo. Nada demasiado grave. Sólo estoy

adolorida y quiero algo que me ayude a dormir, si pudieras hacer eso por

mí. —Sonreí con una sonrisa inocente.

—Por supuesto. Sin embargo, es, uh, de mañana. ¿Lo quieres ahora?

—Sí. ¿Qué otra cosa voy a hacer?

—Tenemos que hablar de tu adicción a las drogas —bromeó—. Te

conseguiré algo.

—Está bien, gracias. Oh, y Padraic —dije antes de que él pudiera

darse la vuelta y marcharse—. Gracias por salvarme en el hospital.

Sus cejas se juntaron como si no pudiera entender por qué sacaba

eso.

—De nada. Si no lo hubiera hecho, no estaría vivo. —Sonrió, sus

ojos azules tan brillantes como el cielo despejad—. Ya vuelvo.

Lo que fuera que Padraic me dio era asqueroso. Creo que era una

especie de jarabe para la tos que fracasó al tratar de saber como uvas.

Media hora después, me estaba sintiendo somnolienta. Los chicos estaban

viendo Los Simpson en DVD. Tomé una manta de la cama y me acurruqué

al lado de Hayden con cuidado de no poner ninguna presión sobre mis

moretones. Ivan y Brock estaban acomodados en los sillones en un ángulo

próximo al nuestro y frente al sofá. Si ellos se dieran la vuelta, nos verían.

Ya que estábamos fuera de su línea de visión mientras ellos veían

televisión, Hayden puso su brazo alrededor de mí.

Permanecí drogada por la horrible medicina para la tos al día

siguiente. Realmente no me dolía tanto. Estaba impaciente y odiaba ser

frenada por una estúpida lesión. Hayden me dijo que Raeya amenazó con

arrastrarme a la cena si no sacaba mi perezoso culo fuera de la cama. Me

vestí, trencé mi desordenado cabello sin peinar y lo seguí hacia abajo.

—¡Te he estado esperando! —dijo Raeya con impaciencia—. Tengo

algo para ti. No es tan bueno como los bolsos de diseño o los diamantes,

pero es algo.

—¿Qué es?

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—Está en tu lugar en la mesa. Hay uno para ti también, Hayden.

Una pequeña tarjeta plastificada de color blanco estaba boca abajo

en mi lugar. La levanté y la leí en voz alta, sonriendo:

—―Escuadrón Mata Zombis: Matando a los Muertos Vivientes‖. ¡Me

gusta Ray! Mi nombre, mi clase y mi división están bajo el título.

—Pensé que te gustaría más. Tal vez realmente lo usarías si se

suponía que lo hicieras —dijo alegremente.

—Lo haré —le prometí—. Pero no tengo una de esas cosas con

cordeles.

—Un cordón —me informó—. Estoy trabajando en hacer algunos.

—Entonces siempre lo voy a usar.

Ray y yo hablamos de cosas bastante normales durante la cena. La

acompañé al cine para que pudiéramos ver una película con Lisa.

Alcanzamos asientos en el sofá, justo a tiempo antes de que la habitación

se llenara.

Al día siguiente Fuller nos llevó a Hayden y a mí a su oficina

después del entrenamiento. Dos listas detalladas estaban sobre la mesa.

Una estaba en orden alfabético y la otra tenía otros artículos en orden de

importancia. Eso sería obra de Raeya, de seguro. Nos dijo que el

compuesto estaba muy bajo de vitaminas. Ya que teníamos una dieta de

mierda que consistía en su mayoría en comida enlatada, era importante

que tomáramos vitaminas todos los días. Había otras cosas que se

necesitaban, principalmente artículos de higiene, que podríamos conseguir

en el mismo lugar donde encontráramos las vitaminas.

—Ahora —dijo, cruzando las manos—, Voy a dejarles esto a ustedes

dos. Sé que acaban de regresar y nunca los enviaría de nuevo. Sin

embargo, estas muestras son importantes. No será usado en su contra si

no aceptan esta misión.

Miré a Hayden. Él se encogió de hombros, diciéndome que no le

importaba. Genial, ahora la decisión dependía de mí.

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—Está bien. Pero tengo una condición —declaré.

—Dila —dijo Fuller y cruzó los brazos.

—Iremos a algún lugar cálido, como el oeste.

Algo parpadeó en el rostro de Fuller. ¿Era miedo?

—¿Qué tal Texas? No está tan lejos y es jodidamente mucho más

caliente que aquí.

—Es lo suficientemente bueno.

—¿Partir mañana es demasiado pronto?

—No, señor —dijo Hayden automáticamente—. Oh, Riss…

—Estoy bien —respondí rápidamente.

—¿Bien? —cuestionó Fuller.

—Me caí en el hielo. —Mentí sin problemas, no obstante, no tenía

ninguna razón para ocultarle la verdad a Fuller. Ya había mentido sobre

eso una vez, bien podría permanecer constante—. No es nada importante.

—Descansa mañana —ordenó Fuller—. Sin entrenamiento. Luego

váyanse al día siguiente.

—Suena bien —dije sobre el formal ―sí, señor‖ de Hayden.

Raeya se reunía con los otros supervisores hoy. Me dijo que los

suministros necesitaban ser mejor inventariados para que no corriéramos

el riesgo de quedarnos sin cosas de nuevo.

No le dije que eventualmente nos quedaríamos sin cosas. El mundo

se quedaría sin cosas. No quedaba nadie para trabajar en las fábricas.

Tendríamos que regresar a un estilo de vida totalmente antiguo,

cosechando nuestra propia comida y cazando. El compuesto tenía

generadores solares y eólicos, pero todavía nos basábamos en el uso de

gasolina para el transporte.

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No me importaba lo mucho que necesitáramos algo; no iba a salir en

una misión a caballo. No mientras los zombis vagaran por la tierra y no

mientras estuviera tan frío como estaba. Jason nos detuvo en nuestro

camino de regreso a nuestras habitaciones.

—Oye, Orissa —dijo tímidamente—. Mañana es mi primer día de

guardia.

—Eso es genial, Jason.

—Sí, estoy emocionado.

Por qué alguien estaría entusiasmado por estar de pie en el frío

estaba más allá de mí.

—Genial.

—¿Me puedes enseñar cómo usar el arco y las flechas?

—Lo haría, pero no tengo ninguna flecha —dije con amargura,

todavía molesta por la pérdida de mis flechas.

—Oh, no importa entonces —dijo, totalmente abatido.

—Conseguiremos más —le aseguró Hayden, viendo el malestar del

chico—. Y entonces tendremos a Orissa dándonos unas lecciones.

Tampoco soy muy bueno en eso.

—¿En serio? —Su rostro se iluminó de nuevo.

—Sí —dije—. Alguien además de mí debería saber cómo hacerlo —

añadí con un guiño.

—¡Increíble! —exclamó Jason—. ¡Gracias!

—No hay problema.

Hayden le dio una palmada en la espalda.

—Buena suerte, mañana. Mantente alerta. —Jason sonrió y se alejó

trotando—. Creo que le gustas —dijo riéndose.

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—No, le gusta Raeya. Soy demasiado mandona para él.

—Eres muy mandona… y maliciosa.

—Cierra la maldita boca. Estoy bromeando. Sé que lo soy.

—Realmente no lo eres. Te comportas como alguien problemática y

lo eres. Y eres una buena persona en el interior.

—Gracias —dije, no sabiendo si realmente estaba de acuerdo con

eso. Fuimos un rato con los C. Parker hizo dibujos par Hayden y para mí.

El niño era muy buen artista para su edad. Me dio un dibujo de una chica

en un árbol, disparando flechas hacia un montón de sangrientos zombis.

El dibujo de Hayden era de todos en el porche con Hayden delante de ellos,

bloqueando a todos para que no recibieran algún daño.

Hayden y yo permanecimos juntos el resto del día. Jugamos con

Argos, condujimos hacia los campos para ver cómo fueron instaladas las

nuevas vacas y él intentó enseñarme a jugar póker. Después de la cena,

fuimos a nuestra habitación para ver una película.

Hayden masticaba papas fritas mientras yo elegía qué ver. En

realidad estaba cansada de ver películas. No había nada más que hacer,

eso y conseguir matar zombis. Estaba esperando nuestra misión. Era

simple, apenas para nosotros dos, y conseguiríamos estar en algún lugar

cálido.

—Ya que no tenemos que levantarnos mañana temprano —dije y

sacudí la botella de tequila en el aire. Mi estómago se revolvió ante la idea

de tomar un trago de eso. Lo cambié por una botella de Capitán Morgan y

me senté a los pies de la cama de Haden. Desenroscando la tapa, presioné

la botella en mis labios y bebí. Hayden tomo un trago y me pasó la botella

de nuevo. Tomé otro trago, accidentalmente más de lo que pretendía. Tosí

y extendí la mano para alcanzar mi jugo de naranja.

La estúpida comedia que veíamos pareció divertida después de

algunas escenas. En realidad no me di cuenta de que ya estaba ebria

hasta que me levanté a orinar. La habitación giró y casi me caí.

—¿Estás bien? —preguntó Hayden, no viéndose afectado por el

alcohol ni un poco.

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—Sí. Estoy, uh, buen. —Me tambaleé por el pasillo, pasando mi

mano sobre los paneles de yeso para apoyarme. Decidí lavarme la cara y

terminé salpicando agua por mi frente. No me pensé (o me importó)

secarla.

—¿Se te tiró? —preguntó Hayden cuando me arrastré sobre él. Debí

verme confundida porque agregó—: Tu camisa está mojada.

—Ah, sí. Es solo agua.

Él se echó a reír.

—Me lo imaginé.

Tenía una camiseta sin mangas debajo de la húmeda y marro

camiseta de mangas larga. Tiré de ella hacia arriba, la capucha se quedó

atrapada alrededor de mi cabeza. Hayden se volvió a reír y me ayudó a

quitármela. Me sentía increíblemente cansada y en realidad quería

acurrucarme junto a Hayden. Mi mente ebria pensaba cosas muy

inapropiadas sobre el soldado musculoso en este momento.

Para distraerme, destrencé mi cabello. Lancé la banda elástica por la

habitación y sonreí cuando aterrizó sobre mi cama.

—Estás bonita con el cabello suelto —comentó Hayden, estirándose

para tocar los mechos ondulados que caían alrededor de mi rostro.

—Gracias —murmuré—. Está muy largo. No es bueno para matar

zombis.

—No vas a matar zombis en este momento.

No pude discutir eso. Me acurruqué contra él, encontrando consuelo

en los latidos de su corazón. Creo que él dijo algo más. No lo entendí antes

de quedarme dormida.

Me desperté sola en la cama de Hayden. Ya eran las nueve. Estaba

increíblemente sedienta. Arrastrándome fuera de la calidez, me dirigí hacia

el baño para tomar agua, cepillar mis dientes y ducharme. Un plato de

desayuno estaba esperando por mí cuando regresé a nuestra habitación.

Sonreí y comí.

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Pasé el resto del día con Raeya, quien no se sentía feliz porque nos

fuéramos de nuevo. Le aseguré que sería un viaje fácil. Hayden y yo

evitaríamos cualquier lugar lleno de muertos vivientes y no arriesgaríamos

nada por las muestras. Además del tiempo que pasaríamos conduciendo,

probablemente tomaría un día —dos a lo máximo— para conseguir lo que

necesitábamos.

Empaqué mi maleta, feliz de no llenarla de suéteres y ropa interior

de manga larga. No teníamos ningún destino en particular en mente,

además de conducir hacia el suroeste, deteniéndonos cuando quisiéramos.

Nos fuimos después del desayuno. Los otros A1 no se habían enterado de

nuestra segunda misión. Me pregunté cómo Fuller explicaría eso.

—¿Has sacado sangre alguna vez? —preguntó Hayden una vez que

emprendimos el viaje.

—Nop. ¿Tú?

—No. ¿Cómo vamos a saber cómo hacerlo?

—No puede ser difícil. En especial si están muertos. Oh, tal vez

podríamos cortarlos y succionar la sangre que se derrame.

—¿Crees que eso funcionaría?

—Tal vez. Podemos encontrar una vena en un loco, pero no estoy

segura de los zombis. ¿Si quiera laten sus corazones?

—Sí.

—¡¿Qué?! —No sé lo que me sorprendió más: la respuesta o el hecho

de que Hayden lo supiera.

—Muy, muy lentamente. Medicamente, ellos están muertos. Un ser

humano no podría sobrevivir con un latido del corazón tan lento. Su

sangre es espesa, como ya sabes, pero todavía pasa por su sistema.

—¿Cómo demonios sabes esto?

—La Dra. Cara me dijo. Supuse que era verdad.

—Entonces, ¿técnicamente están vivos? —pregunté.

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—No. Tiene algo que ver con el sistema nervioso central y disparos

aleatorios de neurotransmisores o algo que hace que los músculos tengan

espasmos… No entendí todo lo que dijo. De alguna manera tenía sentido.

—¿De qué forma tiene sentido eso?

—Si no tuvieras flujo sanguíneo, tus tejidos morirían. Y no serían

capaces de moverse. Se resquebrajarían —dijo.

—Lástima que no lo hagan.

—Sí, sería demasiado fácil.

Partes de la carretera estaban desiertas. En el momento que

llegamos a una obstrucción de autos abandonados, fuera o no la salida,

nos dimos la vuelta o saldríamos por la carretera, esperando encontrar

otro camino pronto. Estaba cargando balas cuando Hayden de repente viró

con el volante. Después de unas cinco horas de viaje, ya era hora de que

viéramos un poco de acción.

—¿Qué es? —pregunté, viendo nada excepto vacío.

—Ya verás —me dijo con una sonrisa.

—¿Ya veré qué?

—Una sorpresa.

—¿En serio tienes una sorpresa para mí? —pregunté dubitativa.

—Sí. Sin embargo, no puedo decir que la haya planeado.

—Está bien. —Cargué otra bala antes de que apareciera ante mi

vista. Me sentí como una niña yendo a la tienda de dulces. Guardé las

balas y me desabroché el cinturón de seguridad, con ganas de salir y

explorar la enorme la enorme tienda de deportes al aire libre—. ¡Eso es

genial! —exclamé, bajando la ventanilla. Estábamos en una zona bastante

poblada de Texas. El lago detrás de la tienda eliminaba algunas de las

amenazas, por lo menos; no teníamos qué preocuparnos por zombis

emergiendo desde el agua.

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El estacionamiento estaba lleno como lo habría estado durante el

horario habitual. Esa era una buena y una mala noticia. La buena noticia

es que nadie había tenido tiempo para saquearse e irse. La mala noticia

era que la gente, o lo que solía ser gente, estaban en el interior.

Nos estacionamos cerca de las puertas, las cuales no estaban

bloqueadas. Con las armas listas, bajamos de la camioneta. Nada saltó o

se tambaleó para comernos. Miré a Hayden. El asintió muy ligeramente y

se acercó a la puerta. Hizo un gesto con su mano y lo seguí.

Las puertas se abrieron con facilidad, permitiendo que el horrible

olor escapara. Ambos rehuimos de éste, cubriéndonos la nariz con

disgusto. Junto con zombis en descomposición, partes de cadáveres

pudriéndose, las enormes peceras estaban llenas de peces muertos y agua

sucia.

Los clientes de Zombiefield deambulaban alrededor. Algunos estaban

más allá del estado S3, que sería un desperdicio de municiones

dispararles. La bolsa de frascos estaba alrededor de mi cuello. Podría ser

un buen momento para conseguir algunas muestras de S3.

Cuando un muy deteriorado S3 percibió nuestro olor, cojeó hacia

adelante y cayó por las escaleras. Con un bufido de risa, le disparamos en

la cabeza. El disparo resonó en todo el edificio.

—Es hora de irnos —dijo Hayden con una sonrisa maliciosa. Una

docena de zombis tropezaron en mi camino. Las balas llovían, encontrando

nuevas viviendas en los cráneos blandos que solían ser personas. Hayden

subió las escaleras y sacó a todos de allí—. ¡Está despejado! —gritó.

—Lo mismo aquí —grité de regreso. Los zombis ya habían hecho la

mayor parte del trabajo. En la etapa de locura, debieron haber matado a la

mayoría de los clientes. Puse mi camiseta sobre mi nariz, sintiendo

náuseas por el olor a muerte. Era tan fuerte que quemaba mis ojos.

Hayden y yo nos encontramos en la sección de caza.

—Deberíamos haber venido aquí hace mucho tiempo —dijo, sus ojos

dándose un festín con la gloriosa exhibición de armas y munición.

—Dímero a mí —dije, arrodillándome, quitándome el bolso. Una vez

que ellos no se movieron, podía estar segura de que ninguno de los zombis

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se encontraba en la etapa S2. Por como olía, todos se estaban pudriendo

desde dentro hacia afuera. Metí la aguja en el brazo de lo que solía ser una

anciana de cabello gris. Tiré de la jeringa hacia atrás sin éxito.

—Aquí —sugirió Hayden. Con un golpe rápido, le cortó la muñeca.

Sangre espesa y marrón brotó. Él casi vomita y desvió la mirada—. ¡Esto

es jodidamente desagradable!

No creo jamás haber olido algo peor. Conteniendo la respiración,

traté de succionar la sustancia viscosa.

—Es demasiado espesa —dije, tendiendo solo un poco de arcadas.

—Tiene que haber un frasco en el que podamos poner todo. Pero no

tenemos que hacerlo ahora. —Miró alrededor—. No sé qué tomar primero.

—Ya sé, yo tampoco —exclamé entusiasmada, poniéndome de pie,

lejos del asqueroso S3—. Armas. En realidad tengo muchas ganas de tener

en mis manos una Benelli de calibre 12.

—Me encanta cuando hablas así —bromeó Hayden—. Esto es mejor

que Navidad —dijo, cargando una brazada de escopetas—. Me gustaría que

tuviéramos más espacio.

—Podemos regresar de nuevo, ¿no? Quiero decir, no está demasiado

lejos. Podemos hacer una misión de veinticuatro horas para salir.

—Sí. Podemos. Lo haremos —dijo sin duda. Me miró de arriba abajo

cuando salí detrás del mostrador con tres pistolas y una .45. Sonrojándose

ligeramente, apartó la mirada—. Iré a conseguir municiones. ¿Por qué no

consigues unas flechas y cualquier otra cosa de tiro que quieras? Mantén

un ojo alerta.

—Lo haré. —Arrastré tantas flechas como pude cargar hacia la

puerta principal, poniéndolas en una pila con otras armas. Hayden, ya

había llenado bolsas con balas, dirigiéndose a la sección de camping.

Después de llevar varios arcos compuestos, tres ballestas y más flechas,

me encontré con él.

—Comida deshidratada y descongelada. No sabe bien, créeme, pero

es buena comida de supervivencia —le dije. Tuve que correr hacia la zona

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de las cajas registradoras y conseguir más bolsas. Las llenamos con lo que

pensamos que sería útil de la sección de camping. Dejando que Hayden

terminara de conseguir la comida, fui a mirar el calzado. Tan elegantes

como mis altas botas de cuero eran, no eran nada cómodas y tenía

tracción mínima.

Me puse un par de botas de caza estilo combate. Eran cómodas y

quedaban muy bien con mis vaqueros. Después de haber dejado mi

chaqueta buen en el suelo del bosque de Carolina del Sur, estaba usando

una que salió de los suministros del complejo. Me la quité, decidiendo que

odiaba el feo suéter que tenía puesto y fui a comprar algo nuevo.

La camisa roja a cuadros era suave. Me la puse, gustándome

estúpidamente por lo similar que era a mi vieja camisa. Me recordó la

granja en Kentucky. Me la desabroché hasta la mitad, con la ballesta

colgada sobre mi espalda y tomé la M9.

—Te ves caliente —dijo Hayden, apareciendo detrás de mí.

Bajé la mirada hacia mi atuendo de campesina sureña.

—Oh, sí, demasiado caliente. —Sonreí, pensando que estaba

bromeando. Revisé las tallas de las chaquetas, con la esperanza de

encontrar mi talla en los abrigos Columbia negros que estaba mirando—.

Deberíamos poner estas cosas en la camioneta y ver cuánto espacio nos

queda.

—Buena idea. —Me di la vuelta rápidamente y me alejé. Fuimos

capaces de regresar por unas pocas armas más. Conseguí más flechas y

un par de accesorios, como porta armas y apoyos para flechas. Hayden

cogió un par de flechas de carbono.

—Ahora entiendo porque te gusta recuperar tus flechas. Estas son

caras —me dijo.

—Sí. No hay nada como perder una flecha de ocho dólares y algo en

el bosque. Bueno, una flecha no cuesta eso, toda la cosa lo hace, pero ya

sabes lo que quiero decir.

Metimos tanto como pudimos en la camioneta, dejando espacio para

poner una ametralladora si era necesario. Sentado en la puerta del

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maletero, Hayden abrió una bolsa de pastel de queso congelado y

deshidratado. Lo mezcló con agua y lo dejó reposar.

—Tiene que reposar por un rato. ¿Quieres ir a buscar nuestra

sangre S3 mientras esperamos? —preguntó.

—Sí, porque eso me abrirá el apetito. —Nos reímos.

Entramos de nuevo y subimos a la sección de camping. Hayden me

entregó un recipiente plástico con una tapa hermética. Él fue a buscar a

algún grotesco S3 y yo regresé con mi anciana.

Puse el recipiente en el piso, saqué mi cuchillo y me detuve. Si la

tocaba, conseguiría cubrirme de fluidos zombis. De verdad, Hayden

debería hacer esto porque sé que él es inmune, pensé. Después de

encontrar un par de guantes gruesos de cuero, corté la otra muñeca,

sujetándola por los dedos. Deslicé el recipiente abajo y esperé a que la

repugnante sangre saliera de sus venas muertas.

Cerré la tapa del recipiente, limpiando las gotas con los dientes.

Puse dos contenedores dentro de una bolsa de plástico, la até y la puse

dentro de otra. Nos comimos nuestro pastel de queso en el muelle detrás

de la tienda. Era casi pacífico, sentada cerca del agua junto a Hayden,

comiendo en silencio.

—Esto no está tan mal —me dijo—. Tal vez deberíamos regresar por

más.

—Por mí está bien —dije, terminando mi parte—. Y tienes razón. No

es tan malo como pensé que sería.

Hayden tomó mi mano cuando nos pusimos de pie. Sentí algo que

era parecido a los nervios cuando él me miró a los ojos. Lentamente,

caminamos por el muelle. Era más cálido aquí que en el compuesto, pero

todavía hacía frío. Deseando haberme puesto la chaqueta en lugar de

dejarla en la camioneta, temblé. Rápido para observar y responder,

Hayden envolvió su brazo alrededor de mí.

—Orissa —empezó.

—Hayden —dije en un tono similar, mirándolo con una sonrisa.

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—Orissa quiero de…

Me empujé fuera de su abrazo, tirando de la ballesta alrededor de mi

cuello. Un loco saltó de un barco atracado y corrió a toda velocidad hacia

nosotros. Hayden sacó su pistola y disparó antes de que yo tuviera

oportunidad. El loco dio un paso más antes de caer al agua.

—Maldita sea —maldije—. ¿No podría haber muerto en el muelle? Al

menos podría haber conseguido una muestra.

—Sí —dijo Hayden, poniendo el seguro de su arma y guardándola.

Pasó su mano por su cabello—. Qué lástima.

—¿Qué estabas diciendo?

—Uh, nada. No, uh, ni siquiera recuerdo —dijo vagamente.

—Está bien. Vámonos.

—Sí, deberíamos buscar una farmacia.

—Buen plan. Quiero regresar al recinto y jugar con nuestros

juguetes nuevos.

—¿Quieres encontrar un lugar para pasar la noche? —preguntó.

—Eso sería ideal.

—Algo me dice que este no es un buen lugar. Está demasiado…

demasiado poblado.

Asentí. En la orilla, volvimos a la camioneta. Condujimos un par de

millas hacia el oeste tratando de encontrar un pueblo pequeño. Cuando no

tuvimos mucha suerte, Hayden dijo que la camioneta tendría que ser

suficiente por esta noche. Manejamos dos horas más hacia el sur antes de

detenernos en un estacionamiento vacío.

Era tarde y ambos estábamos cansados. Mantuvimos las llaves

puestas para que pudiéramos hacer una escapada rápida, no podíamos

racionalizar por qué uno de nosotros tendría que permanecer despierto. No

era como su pudiéramos ver fácilmente afuera en la oscuridad de todos

modos.

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La brillante luz del sol me despertó. Hayden todavía seguía

durmiendo así que me moví silenciosamente. Escaneé nuestro alrededor

en busca de zombis. No encontrando ninguno, abrí la puerta y salí.

Caminé más hacia abajo, no queriendo que Hayden se despertara y me

viera en cuclillas orinando.

Estábamos en el estacionamiento de una especie de construcción

industrial. Parecía bastante nueva y de alta tecnología. Curiosa por lo que

era, caminé hacia la parte de enfrente para leer el letrero.

—Industrias Carisma. —Leí el letrero en voz alta—. No seas

demasiado descriptivo, Carisma.

El sol era brillante y cálido. Me subí las mangas y caminé por la

maleza crecida alrededor del resto del edificio. Sentí algo que sólo podía ser

descrito como cálido y difuso cuando una camioneta negra apareció a la

vista.

Lo cálido y difuso se convirtió en frío y terrorífico cuando vi la puerta

abierta y ningún marino de cabello castaño en el interior.

—¡Hayden! —grité, sin siquiera pensar en las implicaciones que mi

grito podría tener.

—¡Orissa! —gritó también y llegó corriendo alrededor del edificio—.

¿Qué demonios estás haciendo? ¡Me desperté y no estabas! —escupió,

enojado.

—Lo siento, no quería despertarte.

—Oh, sí, eso es genial. Sólo sales a hurtadillas en medio de la nada

con Dios sabe cuántos zombis deambulando por ahí.

—Estoy bien, ¿de acuerdo? Relájate.

—No me digas que me relaje. ¡Eso fue estúpido! —gritó.

—Bueno, supongo que soy estúpida entones. —Como una niña, subí

a la camioneta e hice un puchero, lo complementé cerrando la puerta de

golpe. Después de que varios segundos pasaron, Hayden abrió la puerta.

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—No debería haber gritado. E-estaba asustado. Asustado de que algo

te hubiera pasado. —Puso sus manos en mis muslos.

—Está bien. Supongo que salir así fue un poco estúpido.

—¿Un poco? —dijo con una media sonrisa—. Eres buena, Riss, pero

no invencible.

—No estoy de acuerdo —bromeé—. ¿Quieres desayunar? ¡Puedo

hacernos unos deliciosos panques liofilizados!

Él asintió. Comimos, disfrutamos del sol y rápidamente nos pusimos

en camino de nuevo. Ambos acordamos encontrar una farmacia sin zombis

ya que ninguno de nosotros nos sentíamos con ánimos para tener que

lidiar con una horda. Fuimos más allá del sur, pasamos una ciudad

fantasma y luego otra llena de zombis.

Los pueblos pequeños parecían estar más adelante. Ellos tenían lo

que necesitábamos sin la aglomeración. Por desgracia, eran difíciles de

encontrar ya que la economía había decrecido y era difícil mantener a una

comunidad pequeña. Pasamos la mitad del día sólo conduciendo por allí.

Estábamos más al sur de lo que planeábamos cuando llegamos a un

pueblo que parecía prometedor. La farmacia local era propiedad de una

familia y tenía grandes ventanas frontales de vidrio que no estaban rotas.

Unos cuando zombis recorrían las calles. Recordándome que no habíamos

conseguido nada de sangre S2, Hayden les disparó y extrajo las jeringas.

La sangre era espesa, pero no tanto como la del S3. Fuimos capaces de

llenar dos frascos.

—Realmente estoy deseando un S1 —dijo él con una sonrisa.

—Y ahora no vamos a encontrar ninguno.

—Ese es el truco entonces, solo tenemos que querer que vengan.

—Así es la vida —estuve de acuerdo. Hayden vació los estantes de

vitaminas mientras yo conseguía los artículos de higiene. Los cargamos en

la camioneta, aliviados de que tuviéramos todos los artículos de la lista.

Viajamos de regreso de nuevo, esta vez buscando a un S1 para matarlo.

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La bonita y enorme ciudad a la que entramos estaba llena de

zombis. Zombis se comían a un S1, así que con tantos, nos dimos cuenta

que no valdría la pena salir y buscar. Estábamos pensando en detenernos

para almorzar cuando vi un extraño símbolo pintado con aerosol en una

puerta.

—¿Qué es eso? —le pregunté a Hayden, señalando hacia el diseño

negro.

—Parece un caballo. Algo que un niño dibujaría.

Él tenía razón. La ―casa‖ consistía en un cuadrado con un techo

triangular. Era extraño, pero nada que valiera la pena investigar. No hasta

que había otro símbolo dos casa más abajo. Era la misma casa negra.

Hayden se encogió de hombros, no creyendo que fuera importante. Más

abajo en la calle había una casa con más marcas en la puerta: dos azules,

líneas onduladas. Dos casas cruzando la calle y la que se encontraba junto

a ésta tenían las mismas marcas.

—Está bien, ahora esto sí es raro —admitió Hayden. Detuvo la

camioneta en el estacionamiento y me miró—. ¿Quieres echar un vistazo?

—Por supuesto —dije, ya desabrochándome el cinturón de

seguridad—. Sigue manejando, veo una marca roja en esa puerta —le dije,

señalando una casa a pocos metros bajando la calle. Esta tenía una X roja

en la puerta—. Tienen que significar algo —especulé.

Entramos a la primera casa con la marca negra. No había nada

fuera de lo común. Fue abandonada durante el brote, las cosas fueron

dejadas atrás y las puertas no estaban cerradas.

—¿Hola? —llamé en voz alta con aprensión—. Nada, no escucho

nada —le dije a Hayden, en caso de que no fuera lo suficiente obvio.

—Vamos a intentar en la siguiente casa.

Bajamos por la calle hacia la casa con la marca de líneas onduladas

azules. Fue lo mismo; nada fuera de lo común. Fuimos al otro lado de la

calle. Una bolsa vacía de galletas saladas y varias latas de Coca-Cola

llenaban la mesa. Entramos a la cocina para conseguir un mejor vistazo

mientras Hayden se quedaba de guardia en la puerta.

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Cogí la lata y la agité. Pequeños restos de líquido golpearon un

costado de ésta. Alguien había estado aquí recientemente. Creí escuchar

algo que se movió por encima de mí. Esperé, escuchando, molesta con el

fregadero que goteaba.

Espera… ¿el fregadero goteaba?

—¡Hayden! —grité y él vino corriendo—. ¡Mira! —me acerqué al

fregadero de la cocina y abrí el grifo. Agua limpia salió. Como si fuera algo

espectacular, no pudimos apartar nuestros ojos de ello—. No huele.

—No se supone que el agua huela —declaró Hayden.

—No, me refiero a las tuberías. Cuando no utilizas el agua por un

tiempo, huele.

Nuestros ojos se encontraron.

—Alguien ha estado aquí. —Hayden encendió el interruptor de luz.

El ventilador lentamente comenzó a girar—. Hay energía.

—¿Energía solar? —sugerí.

—No he visto paneles.

Otra vez hipnotizados, observamos las aspas del ventilador girar más

rápido y más rápido.

—¿Crees que todavía están aquí?

—Tal vez.

Corrimos de la casa a las calles. Hayden lanzó un disparo en el aire.

Si alguien estaba cerca, lo escucharía. Subimos a la camioneta y

esperamos, condujimos un par de kilómetros, disparamos y esperamos de

nuevo. Decepcionado, Hayden orillo la camioneta para detenerse.

—Espera, regresa —dije.

—¿Por qué?

—Tengo una teoría.

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—¿Una teoría?

—Sobre los símbolos. —Tomé la mano de Hayden y emocionada tiré

de él hacia la otra casa con las líneas azules. Entramos a la cocina y

abrimos el fregadero. Agua fresca salió del grifo—. Las líneas azules

significan agua.

—Tienes razón.

—¿Qué hay de las otras marcas? —pregunté.

—No tengo idea —dijo mientras pasaba la mano por su cabello.

—Tiene que haber gente por los alrededores, gente organizada, ¿no?

—Creo que sí. Gente organizada, armada y lo suficientemente

inteligente para evitar ser comida.

—A menos que murieran recientemente.

Caminamos alrededor de la casa. Hayden se detuvo y miro

alrededor.

—Algo de esto no se siente bien. Vamos a conseguir la sangre del S1

y regresemos a casa.

—Está bien —concordé. Nos habíamos agotado esforzándonos tanto

como pudimos buscando a los que hicieron las marcas. De regreso en la

camioneta, tuvimos que revisar el mapa antes de que saliéramos

disparados hacia Arkansas, ya que ninguno de nosotros había prestado

mucha atención a dónde estábamos. Tan buena como era en los bosques,

fallaba en las indicaciones a la hora de conducir. Una vez que nos

quedamos sin luz del día, Hayden preguntó si quería seguir conduciendo o

detenerme a pasar la noche.

—No me importa —dije—. Podemos detenernos si tú quieres.

—Sí —dijo, sonriendo—, Me gustaría.

La cena fue comida en la puerta trasera bajo el cielo claro y

despejado de Texas. Era tan tranquilo y pacífico, si no pensabas en la

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población plagada de virus. El aire de la noche era frío, así que regresamos

al interior de la cabina y prendimos la calefacción.

—¿Cerveza o vino? —preguntó Hayden de repente.

—¿Eh?

—¿Cuál prefieres?

—Ah, cerveza.

—¿Duchas o baños? —preguntó después.

—Duchas. —Suspiré—. Lo que no daría por estar desnuda y mojada

en una larga y caliente ducha de vapor en este momento. Especialmente

una que dure más de unos pocos minutos. —Con una sonrisa melancólica

me giré hacia Hayden. Tenía una extraña expresión en su rostro—. ¿Qué,

no hay más preguntas?

Él se aclaró la garganta.

—No. Uh, no puedo pensar en ninguna.

—Está bien. —Me reí—. Tal vez yo pueda. —Pensé por un momento

antes de preguntar—: ¿Practicabas deportes en la secundaria?

—Fútbol y lucha.

—¿Eras bueno?

—Sí, pero era una escuela pequeña. Era fácil ser bueno. ¿Hiciste

algo además de lo de ser animadora y las artes marciales?

—No en la escuela. Exhibí caballos un par de veces. Nunca tenía

mucho tiempo, entre ir y venir de mi mamá a mis abuelos y ser dejada en

medio de la nada.

Hayden se rio entre dientes.

—Supongo que tienes un punto. —De repente se calló.

—¿Qué pasa?

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—Me pareció ver algo. Detrás de nosotros, en la luz de la luna. —

Puso pausa a Tim McGraw en el iPod.

—¿Qué tan cerca detrás de nosotros? —pregunté, viéndolo observar

el espejo retrovisor.

—Cerca. Dentro del alcance de la puerta trasera.

—¿Un zombi?

—Era rápido.

—¡Oh! ¡Tal vez es un loco! Podemos conseguir nuestras muestras de

sangre.

—Tal vez —estuvo de acuerdo.

—Iré a revisar. Tengo que orinar de todos modos.

—Riss, todavía no. Espera un momento. Puede haber más de uno.

—Solo hay una manera de averiguarlo. —Abrí la puerta contra las

protestas de Hayden—. ¿Hola? —dije en la oscuridad. No escuché nada

excepto los sonidos de la noche. Hayden bajó de la camioneta, con su

arma cargada y preparada.

—¿Ves algo? —preguntó.

—No. Ni tampoco escucho nada.

—Entremos a la camioneta. Podemos darnos la vuelta y encender los

faros.

—¡Déjame orinar primero!

—Bien. No vayas muy lejos. Quédate de tu lado y mantén la puerta

abierta.

—No espíes —añadí.

—No planeaba hacerlo —dijo. Hayden se relajó considerablemente

una vez que estuvimos en la camioneta y las puertas estaban cerradas.

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Nos dimos la vuelta, los faros iluminaron conos de luz blanca por la

tierra—. Nada —murmuró—. Sé que vi algo.

—Te creo —le prometí—. Ninguna cosa infectada vendría por

nosotros ahora mismo. Tal vez fue un animal.

—Quizás. Sin embargo, era alto y delgado, como una persona.

—¿Hay osos en Texas? —sugerí.

—No tengo idea. Y reconocería a un oso cuando viera uno, Riss.

—Entonces tal vez se trataba de un fantasma.

—Esa es la explicación más lógica —bromeó—. Apuesto a que era de

esas muñecas. Nos ha seguido hasta aquí. Ahora que estamos solos, nos

va a matar.

—Maldita sea, dejé mi kit para matar fantasmas en casa.

—¿Qué hay en un ―kit mata fantasmas‖ si puedo preguntar?

—Uh, cosas con los que matas fantasmas, duh. —Nos reímos de

nuevo.

—¿Quieres que avancemos un par de millas y nos detengamos de

nuevo? No me gusta no saber lo que eso era.

—Eso está totalmente bien conmigo —concordé.

Condujimos unas pocas millas hacia el noreste. Puesto que había

algo sospechoso, dormimos por turnos. Hayden tomó la primera guardia,

permaneciendo en el asiento del conductor en caso de que necesitáramos

hacer una escapada rápida. No queriendo gastar todo nuestro

combustible, nos acurrucamos en nuestros sacos de dormir y apagamos el

motor. Tuvimos alrededor de siete horas y media hasta que el sol salió, así

que tuvimos cuatro horas de sueño cada uno. Seis horas después, Hayden

me despertó. Le dije mierdas por dejarme dormir dos horas extra. Él digo

que había perdido la noción de tiempo y luego cambió su historia al decir

que no estaba cansado.

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Él trepó hacia atrás y yo me deslicé en el asiento del conductor.

Rápidamente se quedó dormido y supe que la excusa de Hayden no

estando cansado era una mentira. Una vez que él estuvo profundamente

dormido, me sentí un poco sola. Tiré de mi trenza mientras escaneaba la

oscuridad, no gustándome que no pudiera ver demasiado lejos.

Mentalmente me reprendí por no conseguir un par de gafas de visión

nocturna de la sección de caza de la tienda de deportes.

En la luz temprana de la mañana, partimos, conduciendo hasta que

encontramos una ciudad que parecía prometedora. Había pasado un rato

desde que cruzamos la frontera de Arkansas. El estacionamiento del cine

no estaba muy lleno. Las grandes puertas de cristal estaban rotas: sangre

seca y marrón machaba el interior.

—Cuando esto termine, a ningún establecimiento se le permitirá

tener puertas de cristal —le dije a Hayden—. Ya sabes, dado que nosotros

estaremos a cargo y todo eso.

—Por supuesto. ¿Algo más que desees añadir a las Reglas de Orissa?

¿Cuál sería la primera? ¿Las personas groseras serían multadas?

—Sip. ¡Ooh! Esta es una buena. Si abusas de un animal, el mismo

abuso se te infringirá a ti. Lo mismo para la irresponsabilidad. ¿Dejas a tu

perro encadenado afuera sin agua o refugio en un día caluroso? Bueno,

ahora podrás ver lo que se siente.

—Ojo por ojo, ¿eh? Me asustas —bromeó.

—¿Qué harías si estuvieras a cargo? —pregunté mientras

caminábamos cuidadosamente sobre el vidrio roto.

—Pruebas de manejo cada diez años. Sí, es un dolor en el culo pero

la gente de verdad olvida como manejar. Todo en cuanto al cuidado de la

salud y los seguros. Prohibir. Tolerancia cero para beber y conducir. No

armas nucleares. Ah y hacer la prostitución legar. —Se rio—. Estoy

bromeando sobre esto último.

—Has pensando en esto.

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—No he estado contento con este país desde que Samael entró en la

oficina. —Dejó de moverse y llevó un dedo a sus labios—. ¿Escuchaste

eso?

—Sí. Detrás del mostrador —susurré. Con las armas levantadas,

cruzamos en silencio el vestíbulo y encontramos ratas en las palomitas de

maíz—. Asco —dije— tenía la esperanza de que pudiéramos hacer algunas,

pero no después de esto. ¿La gente no se pone muy enferma por el

excremento de rata en los alimentos?

—Creo que cualquier excremento en los alimentos haría que te

enfermes —dijo Hayden tan serio que me hizo reír. Mis ojos se quedaron

fijos en el nido de ratas, no vi la pila tirada de tapas de plástico hasta que

me resbalé con ellas. Él me atrapó con una velocidad vertiginosa.

Agradecida de que mi pistola tuviera seguro, envolví mis brazos alrededor

de su cuello y dejé que él tirara de mí más cerca—. Orissa —comenzó—.

Simplemente podría escupirlo ahora mismo.

—¿Escupir qué? —pregunté. Nunca escuché la respuesta. Un loco

llegó corriendo hacia nosotros, tropezó sin gracia en el mostrador. Con una

mano, Hayden acunó mi cabeza en su pecho. Con la otra, sacó su arma,

disparó y mató al bastardo.

—Gracias —dije, casi sin aliento. No fue un encuentro cercano de

ninguna manera, pero no estaba lista para soltar a Hayden. Después de

unos segundos, me obligué a alejarme—. Deberíamos conseguir la muestra

cuando todavía está fresca.

—Ciento. Deberíamos. —Me soltó y sacó un frasco de su bolsillo—.

Yo lo haré —se ofreció—. Ya que no importa si me cae sangre en las

manos.

—Tengo guantes —le recordé. Agitó la mano, haciendo que me

alejara y se acercó al cuerpo. Inclinó la cabeza y examinó con curiosidad al

S1.

—Sabes, ella se ve saludable —dijo.

—Está muerta. ¿Cómo demonios eso es saludable?

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—Mira —dijo. Me acerqué. La loca era una mujer adulta con cabello

rubio y rosa, oídos grandes y una gargantilla. Estaba muy sucia y sus

ropas estaban desgastadas y desgarradas, pero Hayden tenía razón; su

cuerpo estaba en buenas condiciones, bueno, a excepción del agujero en

su cabeza.

—¿Desde hace cuánto tiempo crees que ha sido infectada? —

pregunté, empujando su pierna con la ballesta.

—A juzgar por su ropa un rato. A juzgar por su piel y sus mejillas

sonrojadas, no mucho.

—Tal vez estaba huyendo y fue mordida recientemente —sugerí.

—No está usando un abrigo. —Observó Hayden. Cierto, la chica

llevaba una falda corta plisada a cuadros negros y rojos, mallas rasgadas y

una camiseta negra.

—Perdí mi abrigo en Carolina del Sur —le recordé.

—Cierto. Supongo que eso no importa ya que está muerta.

—Sí. Vamos a obtener la sangre. —Ninguno de nosotros quería decir

cuánto duraba un loco. Basados en las notas de Raeya, y en nuestras

observaciones generales, los locos tenían una corta vida. Hayden agarró su

brazo y empujó la aguja.

—No estás en una vena —le dije.

—¿No puedo sacar sangre de alguna parte?

—Tal vez. Pincha en esa línea azul en el codo —sugerí. Durante mis

días de narcotraficante, vi a mi ―novio‖ inyectarse más de una vez. Era

asqueroso y aterrador y todavía no podía hacerme a la idea de por qué

alguien haría algo tan estúpido—. Funcionó —dije cuando Hayden tapó el

frasco.

—¿Esto es suficiente? —preguntó.

—Diría que sí. Habrá más misiones si no lo es.

—Bueno, vámonos.

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—¿Quieres ver qué hay allí adentro? —hice un gesto hacia las salas

del cine.

—En realidad no. —Metió el frasco en el bolsillo de su chaleco—.

Vamos, vayámonos.

—Tienes mucha prisa de irte —comenté.

—¿Tú no?

—Sí, supongo. —Y si la tenía. Me gustaba la seguridad del complejo.

Me gustaba tener una cama para dormir, una ducha que usar y amigos

rodeándome. Pero también me gustaba mucho estar a solas con Hayden.

Me guiñó un ojo y le disparó al cristal del escaparate de dulces.

—Dar la vuelta implica demasiado esfuerzo —explicó, acercándose al

cristal roto—. ¿Cuál es tu favorito?

—Sour Patch Kids.

Me lanzó tres bolsas. Con los brazos llenos de dulces, caminamos de

regreso a la camioneta.

—¿Hueles eso? —preguntó Hayden, luciendo alarmado.

Olí el aire.

—Sí. Huele a cigarrillo.

Lanzó los dulces en la caja de la camioneta y sacó su pistola.

—Alguien estuvo aquí. —Seguí su ejemplo, dando vueltas en un

círculo lento.

—No veo a nadie.

Entró a la caja de la camioneta y observó el horizonte.

—Yo tampoco. ¡HOLA! —gritó. Su voz hizo resonó en la plaza

abandonada.

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—¡Venimos en son de paz! —añadí. Contuve la respiración mientras

esperaba, seguramente alguien vendría corriendo, agitando una bandera

blanca.

Pero nadie lo hizo. No humanos, al menos. Una horda enorme de

zombis se tambaleó fuera de las sombras.

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Traducido por Pily

Corregido por Apolineah17

ayden saltó a su posición. Encendió la ametralladora y

descargó una tormenta de metales mortales a los zombis.

Disparé cada munición que tenía. Tenía que haber

cincuenta o más. Ellos seguían viniendo. Cuando estaban a menos de

veinte metros de distancia, entramos a la camioneta. Hayden alcanzó el

encendido.

Las llaves no estaban allí.

—Si perdiste las llaves, te mataré —amenacé, mirando con los ojos

muy abiertos mientras la horda estaba a sólo unos metros de distancia.

Frenético, buscó en sus bolsillos. Dejé escapar un suspiro de alivio

cuando las sacó. Los caballos de fuerza volvieron a la vida. Pisó el

acelerador y nos fuimos.

—Ahora puedo respirar. —Él solo medio bromeaba cuando

estábamos a una distancia segura—. En realidad, me estoy

acostumbrando a esos sustos.

—Yo también, por desgracia.

—Deberíamos irnos más rápido la próxima vez —dijo.

—Sí —Estuve de acuerdo—. A pesar de que es difícil dejar de

matarlos.

—Eliminando el virus, un zombi a la vez —dijo con una voz

divertida, profunda.

H

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448

A pocos kilómetros de distancia del complejo, decidimos parar y

tomar una última comida juntos en la apertura antes de ser forzados a los

confines de la sala de cuarentena. Sin embargo, tenía que admitir, que

quedarme con Hayden durante veinticuatro horas en una sala pequeña no

era nada de lo que me quejaría.

Nos detuvimos en el medio de un campo olvidado, cubierto de

maleza. Hayden tiró de la puerta trasera. Nos subimos, sentados en lados

opuestos de la ametralladora montada. El campo me recordó un poco a

Kentucky. No era enorme, era sólo de diez acres a lo sumo, y estaba

rodeado de árboles. El sol calentaba el aire frío y las aves ruidosamente

parloteaban en los árboles vecinos.

Nos acabamos otro pastel de queso liofilizado y nos sentamos en

silencio, disfrutando de la compañía del otro y de la libertad que las tierras

de cultivo ofrecían. Hayden recogió los platos, debatiéndose entre sí

tirarlos o no al suelo, y terminó por empujarlos a un lado de la caja de la

camioneta. Tirar basura parecía tan insignificante comparado con todo lo

que estaba pasando, pero era algo que ninguno de nosotros quería hacer.

Algún día, esperábamos, este sería el campo de alguien más.

—Orissa —dijo Hayden, sus ojos color avellana fijos en los míos

mientras se levantaba.

Esa sensación familiar envió un escalofrío por mi espalda. Esta vez,

no estaba ansiosa. Sabía lo que iba a decir y quería escucharlo. Sonreí

involuntariamente cuando de repente me di cuenta de lo que implicaba esa

sensación.

Estar con Hayden me daba esperanza y me hacía ver que el mundo

no era un pedazo de mierda después de todo. Con él, tenía una razón para

seguir viviendo. Si alguien podía hacerme sentir eso, era él.

Y solo él.

Se acercó más y mi corazón se aceleró.

—Orissa, no debería haber esperado... —Su voz se apagó y el horror

se hizo cargo de su rostro.

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Un punto rojo se cernía sobre mi pecho. Me quedé inmóvil,

aborreciendo la radiación a través de mi cuerpo, el corazón palpitando de

inmediato. Mis ojos revolotearon hacia Hayden, cuyos ojos estaban

ampliados por el miedo. Por una fracción de segundo, él sostuvo mi

mirada, inmóvil.

Y entonces él saltó.

Si alguien iba a morir ese día, debería haber sido yo. Yo no era un

héroe, no era un guerrero. No tenía verdadera importancia para el

complejo, nunca podría hacer una gran diferencia. Nunca lo habría dejado

tomar una bala por mí.

Pero era demasiado tarde. El disparo sonó, haciendo eco en todo el

campo estéril, salpicando sangre de Hayden en mi rostro.

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espués del descubrimiento de un refugio a prueba de zombis, las

cosas finalmente parecen ir bien para Orissa Penwell. Pero su

oportunidad de felicidad es destrozada

cuando alguien que le importa es

disparado. Empeñada en véngarse,

Orissa hará cualquier cosa que sea

necesaria para encontrar la venganza y

desquitarse.

Las cosas rápidamente se vuelven de

malas a peor y se encuentra perdida y

abandonada –y forzada a enfrentar al

plagado mundo de zombis por su cuenta.

Cuando las mentiras, secretos, y

desesperación son añadidas al ya

horroroso mundo, Orissa descubre que

los zombis no son lo uniúnicor lo que

preocuparse.

¿Qué –o quien– justicia le costará? ¿Y

cómo de lejos llegará Orissa para conseguir la venganza de alguien al que

ama?

D

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mily Goodwin es la autora internacional de best-sellers por las

novelas Stay, The Guardian Legacies Series: Unbound, Reaper,

Moonlight; The Beyond the Sea Series: Beyond the Sea, Red Skies at Night

(disponible en 2015) y la Serie Contagious:

Contagious, Deathly Contagious, Contagious

Chaos, The Truth Is Contagious.

E

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