2. Quien Es Jesucristo - William Hendricks

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BIBLIOTECA DE DOCTRINA CRISTIANA ¿Quién es Jesucris to? ¿QUIEN ES JESUCRISTO? Tiene en sus manos el Segundo tomo de la Biblioteca de Doctrina Cristiana. Se inician así las monografías que tratan cada una de las doctrinas en particular. Es lógico comenzar con el estudio de Jesucristo porque él es el fundamento de toda doctrina cristiana. Su autor pregunta: “¿Necesitamos otro libro sobre Jesucristo?” Sí, porque él siempre va delante de nosotros. La Biblia dice que “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb. 13:8). El mismo en lo concerniente a su naturaleza y propósito, el mismo en cuanto a que estuvo aquí y “este mismo Jesús, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hch. 1:11). Es el mismo pero nuestras percepciones de él cambian. Nosotros somos los que estamos en constante cambio y nuestros modelos, imágenes y cuadros de él difieren de lugar en lugar y de siglo en siglo. Por esta razón necesitamos recuperar y renovar nuestra visión del Jesucristo eterno redescubriéndole en las Escrituras. Los libros que componen esta biblioteca están destinados a la formación teológica doctrinal de sus ministros del evangelio, pero también para que los cristianos entendamos mejor lo que creemos y podamos compartir eficazmente nuestra fe. La Biblia es el fundamento sobre lo que se edifica esta Biblioteca doctrinal. Los distintos volúmenes seguirán fielmente la verdad bíblica de “Toda escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2ª Tim. 3:16). A fin de ayudar al lector a localizar con rapidez los lugares donde la Biblia data o apoya la doctrina se provee al final de cada libro un Índice de Referencias Bíblicas. William L. Hendricks, autor del presente libro, es profesor de Teología y Filosofía de la Religión. Maestro ampliamente conocido y respetado en los grandes centros de enseñanza teológica de la Convención del Sur de los Estados Unidos. En este trabajo pone de manifiesto su erudición bíblica y su calidad como escritor. Otros Títulos de la Biblioteca de Doctrina Cristiana ¿Qué es la doctrina cristiana? John P. Newport La revelación e inspiración de las Escrituras, John M. Lewis La naturaleza de Dios, Fisher Humphreys CASA BAUTISTA DE PUBLICACIONES 09112 HENDRICKS 09112¿Quién es Jesucristo? 2 WILLIAM HENDRICKS

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Libro dobre la doctrina de Jesucristo

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WILLIAM HENDRICKS

209112

¿Quién es Jesucristo?

HENDRIC

Tiene en sus manos el Segundo tomo de la Biblioteca de Doctrina Cristiana. Se inician así las monografías que tratan cada una de las doctrinas en particular. Es lógico comenzar con el estudio de Jesucristo porque él es el fundamento de toda doctrina cristiana.

Su autor pregunta: “¿Necesitamos otro libro sobre Jesucristo?” Sí, porque él siempre va delante de nosotros. La Biblia dice que “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb. 13:8). El mismo en lo concerniente a su naturaleza y propósito, el mismo en cuanto a que estuvo aquí y “este mismo Jesús, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hch. 1:11). Es el mismo pero nuestras percepciones de él cambian. Nosotros somos los que estamos en constante cambio y nuestros modelos, imágenes y cuadros de él difieren de lugar en lugar y de siglo en siglo. Por esta razón necesitamos recuperar y renovar nuestra visión del Jesucristo eterno redescubriéndole en las Escrituras.

Los libros que componen esta biblioteca están destinados a la formación teológica doctrinal de sus ministros del evangelio, pero también para que los cristianos entendamos mejor lo que creemos y podamos compartir eficazmente nuestra fe. La Biblia es el fundamento sobre lo que se edifica esta Biblioteca doctrinal. Los distintos volúmenes seguirán fielmente la verdad bíblica de “Toda escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2ª Tim. 3:16).

A fin de ayudar al lector a localizar con rapidez los lugares donde la Biblia data o apoya la doctrina se provee al final de cada libro un Índice de Referencias Bíblicas.

William L. Hendricks, autor del presente libro, es profesor de Teología y Filosofía de la Religión. Maestro ampliamente conocido y respetado en los grandes centros de enseñanza teológica de la Convención del Sur de los Estados Unidos. En este trabajo pone de manifiesto su erudición bíblica y su calidad como escritor.

Otros Títulos de la Biblioteca de Doctrina Cristiana¿Qué es la doctrina cristiana? John P. NewportLa revelación e inspiración de las Escrituras, John M. LewisLa naturaleza de Dios, Fisher Humphreys

CASA BAUTISTA DE PUBLICACIONES09112

¿QUIEN ES JESUCRISTO?

¿Quién es Jesucristo?

BIBLIOTECA DE DOCTRINA CRISTIANA

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PrefacioLa Biblioteca de Doctrina Cristiana trata las doctrinas principales de la fe cristiana. Cada libro es una

auténtica monografía sobre una doctrina en particular. Se presentan escritos en un estilo sencillo, pero sin menoscabo de la erudición, de la profundidad de contenido ni de la calidad literaria. Porque como nos demostró Cristo Jesús, la sencillez y la profundidad son perfectamente compatibles.

La necesidad de una serie así es evidente. El profesor, el estudiante y el pastor la precisan para profundizar seriamente en el contenido doctrinal histórico de la fe cristiana, y estar en condiciones de saber discernir la verdad bíblica. Los creyentes también necesitamos tener conocimiento claro de la fe que profesamos. De otra manera estamos al vaivén de "todo viento de doctrina" y en el riesgo de perder nuestra identidad cristiana evangélica. Cuando vemos que la fe de algunos se desvía, se desmorona o queda ahogada por los intereses del mundo es porque no prestaron la debida atención a la doctrina. Olvidarnos de la doctrina es tan trágico como olvidarnos de los cimientos de la casa donde queremos vivir con nuestra familia. El resultado será incertidumbre y ruina. La fe que salva es una fe que tiene la virtud de perseverar. Pero para que pueda permanecer tiene que estar bien establecida en nuestra mente, sentimientos y voluntad.

Los distintos tomos de esta Biblioteca se escriben con el propósito de ayudar al lector a evaluar, formar y profundizar sus creencias basadas en la Biblia y en las claras y básicas declaraciones de la posición cristiana histórica. Los diferentes volúmenes tienen un promedio de 168 páginas y cada uno de ellos trata una parte principal de la doctrina cristiana. El juego completo proporcionará al lector una visión amplia de las doctrinas básicas de la iglesia cristiana.

No siempre somos conscientes de que de alguna manera todos somos teólogos. Algunos creyentes llegan inclusive a pensar que [p. 6] ellos no saben nada de teología. Sin embargo todos tenemos aunque sea simples y elementales, conceptos y criterios doctrinales. Esta serie está pensada para ayudar al estudioso a profundizar en la doctrina Y al creyente a entender la fe y a estar "siempre preparado para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo aquel que demande razón de la esperanza que hay en nosotros" (1 Pedro 3:15).

Cada uno de los escritores es una personalidad reconocida en el campo de la teología, los estudios bíblicos y la predicación. Cada libro es personalizado por su autor, quien muestra la vitalidad de la doctrina cristina y su hondo significado para la vida diaria. El enfoque es estimulante por la forma y el contenido, lo que garantiza el interés permanente del lector, bien sea pastor o laico. A veces la fe personal del escritor queda expresada en las ilustraciones de su propio peregrinaje. Son hombres de Dios a quienes debemos agradecer el esfuerzo de haber hecho sencillo y ameno lo que es en sí mismo difícil para el estudioso.

La Casa Bautista de Publicaciones tiene una vez más el honor de ser el canal por el que llegan al pueblo evangélico de habla hispana obras serias sobre temas trascendentes. Libros que el profesor, el estudiante y el pastor valorarán en mucho y, a la vez, son trabajos que el creyente sencillo y espiritualmente inquieto podrá entender y disfrutar.

Los editores [p. 7]

Introducción

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La naturaleza de un evento¿Otro libro acerca de Jesucristo? Sí, porque él siempre nos lleva la delantera. En el peregrinaje que

todos hacemos por la vida, sin duda nos encontraremos con él. Su presencia en la tierra en el primer siglo hizo este encuentro posible y nuestro peregrinaje en el siglo veinte lo hace significativo.

"Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos" (He. 13:8). El mismo en lo concerniente al propósito, el mismo que cuando estuvo aquí y "este mismo Jesús, así vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hch. 1:11). Él es el mismo, pero nuestras percepciones de él cambian. Sólo tenemos que hojear una historia ilustrada del arte cristiano para darnos cuenta de la manera tan diferente en que los artistas le han percibido en las diferentes épocas. Nosotros somos los que estamos en constante cambio y nuestros modelos, imágenes y cuadros de él difieren de lugar en lugar y de siglo en siglo.

Además, la condición permanente de Jesús no es la inalterabilidad impersonal de las cosas, tales como las leyes de las matemáticas o la combinación de los elementos químicos. Su inmutabilidad es aquella propiedad de su carácter que invita y absorbe a todas nuestras interpretaciones, la cual queda expresada parcial, aunque efectivamente, por ellas, pero nunca agotada por ninguna.

Esta inmutabilidad provee estabilidad y fluidez para nuestras vidas en él y a causa de él. Él es persona, la persona suprema, la persona distintiva de Dios para nosotros. Está permanentemente caracterizado para nosotros en el Nuevo Testamento, como resultado de su interacción con el hombre en el primer siglo y de la inspiración del Espíritu de Dios en las interpretaciones de quien era y de lo que hizo. En los siglos subsiguientes, su persona fue artificialmente separada de su trabajo, pero para aquellos que realmente sintieron su impacto no hubo tal distinción. Él era lo que hizo e hizo lo que era. Era profeta y profetizó. Era maestro y enseñó. [p. 8] Fue el anunciador de lo que sucedería en el momento último con el mundo de Dios. Realizó obras extraordinarias para demostrar cómo serían las últimas cosas en el mundo. Era compasivo y curó a las personas. Tenía la capacidad y el deseo de enderezar las cosas y por eso murió. Se dedicó a sí mismo sin reserva alguna al Padre, y Dios le levantó de entre los muertos. Él es persona, el hecho y la interpretación de Dios, el Logos. La fe declara que él es la más clara representación de Dios que jamás se haya visto. Él es en sí mismo el Evento, el Hecho Supremo de Dios. Un evento es un acontecimiento ocasionado por una persona, el cual es interpretado y asimilado por otros que en el proceso son transformados.

¿Por qué otro libro acerca de "Jesús llamado el Cristo"? Por la interacción que tenemos con él, porque le interpretamos, porque somos salvos por él y participamos en el evento de Dios por medio de él.

Las fuentes del evento supremoUn evento ocasionado por alguien en el pasado debe tener alguna manera de trascender al presente.

Debe tener alguna razón y medios para permanecer vivo en el presente. Y si es el Evento Supremo, debe tener algo más que relevancia histórica y contemporánea para poseer valor último.

Las EscriturasEl evento de Cristo Jesús nos llega desde el pasado, principalmente por medio de las Escrituras, que

constituyen el registro histórico que tenemos de él y nos aportan lo que fundamentalmente necesitamos saber acerca de él. Con esto queremos decir dos cosas. Una, si queremos saber algo sobre el Jesús de Nazaret histórico, tenemos que saberlo por medio de la información procedente del primer siglo. A estos registros los llamamos el Nuevo Testamento, compuesto por aquellos libros escritos por cristianos para cristianos y que representan el punto de vista cristiano. Estos escritos han sido calificados como tendenciosos a favor de

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Jesucristo. Es así obvia, intencional y apropiadamente. Si no, ¿para qué iban a ser escritos? Sin ellos, no sabríamos nada sobre Cristo. Gracias al Nuevo Testamento sabemos acerca de él, conocemos algo de lo que dijo y bastante sobre lo que significó para aquellas personas del primer siglo que le llamaron Salvador y Señor.

El pueblo de DiosLa afirmación de que las Escrituras son todo lo que necesitamos [p. 9] para saber sobre Cristo es una

declaración de fe. Esta confesión nos lleva a una segunda fuente mediante la que Jesús de Nazaret es transportado al presente. Dicha fuente está compuesta por las memorias vivas pasadas de generación en generación por aquellos que en fe confiesan a Jesús como Señor y Salvador, títulos que consideraremos después. Este es el testimonio histórico, viviente, pasado por la comunidad de la fe, que cree en los registros de las Escrituras y cree también que Aquel en quien han confiado por medio de las Escrituras es digno de dedicarle la vida en el presente y confiar en él para el futuro. Este testimonio histórico y viviente de lo que los creyentes dicen acerca de Cristo está más difundido y es más complejo que las Escrituras. Dicho testimonio debe verificar constantemente su interpretación y aplicaciones con las Escrituras. Este pueblo de Jesucristo, segunda fuente del evento supremo, está convencido de que Jesús de Nazaret es el Cristo de Dios, el Señor y Salvador. Y también están persuadidos de que la vida es digna de vivirse a causa de aquella convicción. “Un cristiano es aquel que está convencido de que en asuntos de vida y muerte es con Jesucristo con quien tenemos que tratar.” Sin duda que el Cristo resucitado permanecería vivo en el siglo veinte sin el testimonio de su pueblo. Pero si no existiera el pueblo de Jesús, él sería desconocido aparte de las Escrituras y sería irrelevante, para el hombre del presente siglo. Su voluntad es tenernos con él. Darse cuenta de esto resulta aterrador. Cristo dedicó su ser a Dios y confió su tarea de proclamación, evangelización e instrucción a su pueblo. La cristología, el estudio de Jesucristo, y la eclesiología, el estudio de la iglesia, están inevitablemente entretejidos.

La experiencia con DiosLa tercera fuente de testimonio del evento supremo es la que hace al hecho de Cristo tan característico

en el siglo primero, en el veinte y en los siglos intermedios. Esta fuente es la dinámica de Dios mismo. Es el plan de Dios que “en el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su hijo, nacido de mujer" (Gá. 4:4). Fue por el poder de Dios que Jesús se levantó de entre los muertos y fue conforme a la promesa del Padre que él “envió al Espíritu”, “viviendo siempre para interceder por ellos” (He. 7:25), y viene “para juzgar a los vivos y a los muertos" (2 Ti. 4:1; 1 P. 4:5). Estas son formas bíblicas de expresar una sorprendente y alentadora afirmación de fe. Jesucristo vive y da testimonio de sí mismo a su pueblo por medio de su Palabra. Esta indefinible pero indispensable realidad es la tercera fuente del hecho de Cristo. Mediante la proclamación de quien era, tal como lo encontramos en el Nuevo Testamento, y la preservación [p. 10] de cómo ha sido recibido y percibido por su pueblo, él queda transformado en un hecho vivo para nosotros y entre nosotros. Cuando separamos estas fuentes de testimonio del evento supremo o las utilizamos unas contra otras, hacemos una disección de la fe y la disolvemos en fuentes competitivas. Terminamos entonces teniendo una crónica histórica, o una tradición vital, o una presencia viva. Separadas no representan la plenitud de Cristo.

Las épocas del evento de CristoUn evento consiste en actos separados identificables, interpretaciones y significados. El pueblo de

Jesús ha sugerido, siguiendo indicaciones bíblicas, muchas ideas y significados sobre Cristo. Cuando son

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examinados cronológicamente, es decir, en secuencia sistemática, forman un cuerpo doctrinal consistente y significativo. Sin embargo, no fue doctrina lo que los primeros seguidores de Cristo valoraron, sino la reflexión del impacto de Jesús sobre ellos. Quiero llamar a cada uno de estos actos trascedentes, interpretaciones y significados, una época. Pretendo decir con ello que cada uno de ellos define un aspecto importante de Jesucristo y que contribuye a la plenitud en la totalidad del hecho de Cristo.

Es imposible para nosotros determinar en qué secuencia aparecieron estas épocas en las mentes e impresiones de los primitivos creyentes.

Es indiscutible que fue la resurrección lo que captó la atención de los discípulos de forma más intensa y poderosa. Habían visto morir a las personas anteriormente, pero la experiencia de la resurrección era única. Sin el milagro de la resurrección, ni el Nuevo Testamento ni la iglesia habrían llegado a existir (1 Co. 15).

Cuando hablamos de la resurrección no nos referimos a la resurrección de los muertos en general; sino a la resurrección específica de Jesús de Nazaret, quien fue crucificado en una cruz romana. La gente del primer siglo había visto a otros morir en cruces romanas. Otros dos murieron también el mismo día que Jesús, pero fue una muerte diferente. Así lo reconocieron uno de los malhechores ejecutados y un centurión (Mr. 15:39 y Lc. 23:39-43). Lo que resultó difícil de entender para los primeros discípulos fue por qué tenía que morir él en una cruz romana.

Esta muerte diferente era soportable solamente debido a que aquel que murió y fue resucitado habló de una Parousia, una segunda venida, la cual era inminentemente esperada y grandemente deseada. Es siempre parte de la fe el esperar un futuro. Parte de la fe cristiana consiste en la esperanza del futuro relacionado con [p. 11] Jesucristo quien vuelve a nosotros y para nosotros. Pero él viene a su tiempo y conforme a su propósito.

¿Acaso aquel que fue crucificado, resucitado y vuelve, no nos dio parábolas en hechos y palabras por las que debemos vivir y por las que conoceremos el reino de Dios, el cual se manifiesta tanto en la historia como en la eternidad? Sus hechos poderosos, los milagros y señales, son parábolas del reino, y sus parábolas habladas son expresiones potentes de lo que el reino de Dios es.

Tampoco nos dejó desamparados. El Espíritu que nos envió es un amigo que ampara. Jesucristo es como un amigo en el hogar celestial, aquel que nos entiende y nos interpreta. Él es nuestro Intérprete delante del Padre, el Padre con el que estuvo siempre desde "antes que el mundo fuese".

El hecho de Cristo no comienza en Belén, allí sólo alcanzó la plenitud en su manifestación terrena. Hubo profetas que lo anticiparon; y patriarcas que lo esperaron. Él estaba allí, con el Padre, antes que se establecieran los fundamentos del universo.

¿Cómo puede ser introducido en la humanidad uno que es de los nuestros y a la vez es de otra condición distinta? Sólo mediante el nacimiento, ¡pero un nacimiento especial! Y el Evento se hizo carne y habitó entre los hombres y el conocimiento del Evento fue comunicado de generación en generación hasta que more con nosotros.

¿Cómo llamaremos a ese Ser tan singular que hace y dice estas cosas, a quien le han sucedido estas cosas y de quien se dicen cosas semejantes? Le llamaron de muchas maneras. Le dieron títulos que proceden de fuentes judías, griegas y romanas. Todos fueron aplicados con sentido nuevo y plenos de nuevos significados a aquel cuyo nombre propio es Jesús.

Dado que es imposible para nosotros establecer ahora el orden en que estos énfasis aparecieron en las mentes de los primeros creyentes, usaré el método cronológico para las épocas del evento de Cristo. Este

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orden, usado por los cristianos durante los siglos, nos ayudará a ver la totalidad de lo que el Nuevo Testamento, nuestra fuente primaria, dice acerca de Jesucristo. Dichas épocas son:

1. Fue profetizado.2. Se encarnó.3. Enseñó.4. Murió.5. Resucitó.6. Intercede.7. Volverá.

Para completar la historia consideraremos también:8. La manera en que los primeros discípulos le vieron.9. Testimonios de todos los tiempos y para todas las épocas.10. ¿Qué piensa acerca de Jesús llamado el Cristo? ¿De quién es hijo?

Queremos llenar cada una de estas épocas con lo que dice el Nuevo Testamento, que es nuestra fuente primaria; con lo que el pueblo de Jesús entendió acerca de estas épocas a lo largo de los [p. 12] siglos; y de que maneras podemos nosotros en el siglo veinte expresar y explicar cada una de estas épocas en nuestro tiempo. Esto es un peregrinaje, pero tenemos a nuestra disposición los recursos de la Escritura y de la historia. Nos rodea también un compañerismo que disfrutamos a lo largo del camino. [p. 13]

1Fue profetizado

Patrones de la Profecía¿Cómo podemos conocer el futuro? Con Dios todas las cosas son posibles. Admitiendo que todo es

posible, ¿es todo conveniente? No necesariamente. Si nosotros contemplamos el tiempo como pasado, presente y futuro, ¿por qué nos diría él el futuro? Esta es una buena pregunta.

Pocos cristianos niegan que Dios revela a su pueblo destellos del futuro, pero sí que hay mucha diferencia de opinión en por qué lo hace y hasta qué punto lo hace.

El punto de vista mínimoUn punto de vista sobre la profecía (este es el término usado para predecir el futuro) es el llamado

mínimo. Esta perspectiva dice que Dios ayuda a ciertas personas a ver lo que debería ser evidente para todos. Dios levanta profetas para anunciar consecuencias buenas o malas que son de sentido común. Este punto de vista mínimo no manifiesta interés en los detalles de la profecía, sino más bien enfatiza las verdades generales. Por ejemplo, si una nación no se interesa en la justicia y la misericordia, caerá víctima de la brutalidad y de la injusticia. Explican los detalles de la profecía bíblica afirmando que la profecía escrita se elaboró después de que sucedieran los hechos que describe o que los escritores registraron sucesos acaecidos posteriormente y que los arreglaron a propósito para hacerlos coincidir con antiguas predicciones. Esta forma de ver la profecía dice muy poco y realmente es una negación de la misma, porque presupone que Dios no puede dar, o los humanos no pueden recibir, visiones especiales y particulares acerca del futuro. Yo llamo [p. 14] a este punto de vista mínimo de la profecía, la perspectiva del “conocimiento posterior a los hechos”.

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El punto de vista máximoUna segunda manera de considerar la profecía es aquella que enfatiza los detalles y asume una

revelación completa. Este punto de vista ve la profecía como puramente futura, como algo que posee un solo cumplimiento, que nos da un programa completo y sistemático de lo que Dios va a hacer. Esta interpretación mira tan exclusivamente hacia el futuro como la del punto de vista mínimo mira hacia el pasado. Esto quiere decir que la profecía es apropiada y aplicable en sólo dos ocasiones: El tiempo de la primera venida de Cristo y el tiempo de la segunda venida. La profecía viene a ser, desde esta perspectiva, básicamente irrelevante o, en el mejor de los casos, un libro de claves para averiguar si estamos en los últimos días. Este punto de vista dice demasiado. Presupone que Dios ha revelado todos los detalles acerca del futuro en símbolos de significado oculto a aquellos que pueden discernirlos, convirtiendo la iglesia en el club de “los secretos del futuro”. Este punto de vista máximo olvida que la fe da por supuesto que toda la Biblia es buena y apropiada para todo el pueblo de Dios en todos los tiempos.

El punto de vista realistaLa tercera forma de entender la profecía es lo que podríamos llamar el punto de vista realista. En esta

interpretación se supone que Dios provee de esperanza a su pueblo en cada generación. La buena nueva de esta esperanza y la realidad de la verdad de Dios deben ser aplicadas en cada momento histórico y en toda la vida. Los profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel, hablaron para su propia generación (Israel era deportado), para días que estaban por venir (especialmente sobre la venida de Cristo), hablan para los días presentes (nuestra nación será juzgada si nos olvidamos de la justicia de Dios), y hablarán hasta el fin de los tiempos (hay un juicio final que viene). En esta visión realista los detalles pueden ser dados según la necesidad (como el lugar de nacimiento de Jesús), pero en eventos específicos (como el día y la hora de la segunda venida de Cristo) pueden ser retenidos. Figuras proféticas posteriores pueden consciente e intencionalmente cumplir predicciones anteriores (como Jesucristo hizo algunas veces en su ministerio) y, por otra parte, personas que no están abiertas al liderazgo de Dios pueden malentender y manipular sus palabras (como sucedió con los líderes religiosos del primer siglo que se opusieron a Cristo y los falsos profetas del Antiguo y Nuevo Testamentos). El punto de vista realista de la profecía es preferible porque afirma el hecho de que [p. 15] Dios nos anticipa el futuro con el fin de fortalecemos y damos esperanza.

Las suposiciones acerca de los propósitos de la profecía difieren en los puntos de vista presentados. El punto de vista mínimo asume que Dios guía a la humanidad mediante las visiones de personas dotadas que nos capacitan para ver lo que la sabiduría humana debe ser capaz de ver en cada época. Esta manera de entender la profecía puede ser válida, pero no es suficiente, pues la profecía incluye también conocimiento y promesas sobre el futuro. El punto de vista máximo presupone que Dios da a ciertos estudiosos de la Biblia un plano para descifrar los detalles concernientes a la primera y segunda venidas. Además, concluye que estos detalles sólo se cumplen una vez, y que si uno vive en los últimos días, es especialmente bienaventurado por ver el tiempo del cumplimiento. Parece como si la divisa de esta forma de interpretación fuera “conocimiento para los pocos y cumplimiento para los privilegiados”. La visión realista ve que el propósito de la profecía es advertir, animar y dar esperanza a todo el pueblo de Dios en todas las épocas. Las verdades del libro del Apocalipsis son muy confortantes para los santos que sufren en cualquier edad, independientemente de que el mundo termine mañana o dentro de mil años.

¿Cómo podemos aplicar todo este examen de la interpretación de la profecía a nuestra consideración del evento de Cristo? Muy sencillo. Cristo como promesa de Dios nos trae la esperanza de Dios. Trajo esa esperanza al primer siglo (Lc. 24). Sostuvo esta esperanza a los fieles en Israel que esperaban “ver su día” (Jn.

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8:56). Por el Espíritu él hace que dicha esperanza permanezca dentro de nosotros (1 Ti. 1:1). Y él es la esperanza profética de Dios que está todavía por venir (Col. 1:5,27; Tito 2:13). Quiero ahora, de manera específica, bosquejar algunas de las promesas en las cuales la primera venida de Cristo fue predicha. Para hacerlo usaré el patrón realista de interpretación profética que he descrito.

Lo que fue profetizadoMirando la profecía desde la perspectiva realista hay mucho en el Antiguo Testamento sobre la venida

de Jesús y acerca del triunfo último de Dios por medio de Cristo. En cada una de las siguientes épocas del evento de Cristo, usaré el material bíblico apropiado para cada sección. Por ejemplo, las numerosas profecías concernientes a la muerte de Cristo son convenientemente estudiadas bajo dicho asunto. Quiero aquí considerar siete profecías acerca de la primera venida de Jesús, y al llamar la atención sobre ellas subrayar el hecho de que el Antiguo Testamento está vivo con la promesa de su [p. 16] venida, y el Nuevo Testamento se desarrolla completamente en la buena tierra de las expectaciones del Antiguo Testamento.

El primer evangelioLos cristianos de todos los tiempos, incluidos los primeros testigos del evangelio, han notado,

subrayado y sacado las implicaciones de Génesis 3:15. Este pasaje fue llamado el protoevangelio, el precursor del evangelio o el primitivo evangelio, por los escritores cristianos del segundo siglo en adelante. En esta promesa de redención tenemos el modelo divino del envolvimiento de Dios con su creación. Dicha relación incluye el dolor (le herirá en el calcañar), así como la victoria sobre el mal (aplastará la cabeza de la serpiente). Las más profundas implicaciones de esta profecía las examinaremos después. Basta ahora decir aquí que Dios desde el principio se sintió comprometido con su creación. El vencerá el mal aun al precio de sufrir dolorosas consecuencias.

La fe de los patriarcasEn Juan 8:56, Jesús dice que Abraham se gozó en ver su día. En Génesis 12:1-3, a Abraham se le

promete la bendición de una gran nación. En Romanos 4:15-25, la fe de Abraham fue exaltada por Pablo. Estos pasajes bíblicos están conectados con la realidad de una fe viva. Por la fe Abraham pudo contemplar y creer las promesas de Dios. Jesucristo mediante su preexistencia, fue parte de la plenitud de Dios en quien Abraham confió. Y mediante la encamación, la promesa a la simiente de Abraham fue consolidada (Gá. 3:6-26). Esta predicción tiene el efecto de transportar a Abraham a lo largo del tiempo.

La roca proveedoraEn 1 Corintios 10:4, Pablo habla de Cristo como la roca que suplió las necesidades de Israel en el

desierto. Esta intrigante figura significa que Jesús, a quien los cristianos del primer siglo conocieron como la provisión salvadora de Dios, ha sido siempre la provisión divina para salvación. Esa profecía es una mirada retrospectiva a un acto redentivo antiguo a fin de reforzar el presente acto redentor de Dios. Este uso de la profecía tiene el efecto de transportar al Jesús histórico a los tiempos pasados.

La evidencia del evangelioMateo, que escribió el Evangelio más "judío" de los cuatro, usa la fórmula “escrito está” diez veces

(2:5; 4:4, 6, 7, 10; 11:10; 21:13; 26:24, 31; 27:37), y seis de éstas (2:5; 4:6, 7; 11:10; 26:24, 31) se [p. 17] refieren a Jesús y su cumplimiento mesiánico. La intención de Mateo no era la predestinación fatalista de que

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Jesús tenía que hacer aquello porque estaba escrito. Lo que sí pretendía Mateo era mostrar que Jesús cumplió libre, consciente e intencionalmente lo que estaba escrito porque él había voluntariamente optado por este camino de cumplimiento mesiánico. Mediante la declaración de “escrito está”, Mateo está interpretando, para sus lectores judíos, que los propósitos de Dios y las acciones de Jesús son una misma cosa.

La dirección celestial de JesúsEs difícil para cualquiera penetrar en la mente de otro, pero resulta imposible para nosotros que somos

sólo humanos penetrar en la mente de Aquel que fue más que humano. En el bautismo de Jesús (Mt. 3:17), la voz celestial combinó dos citas del Antiguo Testamento en una expresión de alabanza y unidad de ministerio. La porción de la exaltación del Hijo procede del Salmo 2, y “en quien tengo complacencia” viene de Isaías 42, que es un himno al Siervo Sufriente. Al combinarse ambas en la persona de Jesús, expresan la dirección celestial por la demostración de su condición de hijo a través del patrón de Siervo Sufriente.

El prototipo de ministerioEste modelo de siervo para el ministerio, el cual emerge claramente en el bautismo de Jesús, vino a ser

su prototipo por excelencia para el ministerio. Los poemas del siervo en Isaías (42:1-4; 49:1-6; 50:4-9; 52:13 a 53:12) no fueron considerados mesiánicos por los judíos, pero los cristianos sí los han interpretado en ese sentido ya que Jesús los adoptó como modelo para su ministerio. Sus sufrimientos y muerte son ejemplos supremos de este modelo. Cristo usó esta profecía como una pauta guiadora para el cumplimiento de su llamamiento mesiánico.

Un rayo de esperanzaUn tipo final de profecía lo encontramos en Malaquías 4:2, 3. En este pasaje se nos promete que

“nacerá el sol de justicia y en sus alas traerá salvación”. Juan en Apocalipsis utiliza ampliamente esta metáfora para referirse al Cristo resucitado (Ap. 1:16). Y los cristianos del presente siglo nunca se cansan de utilizar la figura bíblica básica de Jesús como la luz del mundo (Jn. 8:12; 9:5) y las similitudes entre la luz del sol y la luz del Hijo. Esta promesa redentora se aplica mediante el uso metafórico de la profecía.

El punto básico de toda esta sección con sus ilustraciones de la [p. 18] profecía, interpretadas desde la perspectiva del modelo realista, es mostrar que Jesús fue profetizado. La profecía da esperanza: nos lleva a vislumbrar el futuro en visión de fe y nos da esperanza en base a la fidelidad de Dios en el pasado. La profecía habló acerca de Jesús y le habló también a él. La profecía es Dios guiando nuestras vidas con el don de la esperanza.

El himno navideño, "Ven Jesús, tanto tiempo esperado", tiene base bíblica. En el capítulo 2 exploraremos lo que aconteció y cuáles fueron las consecuencias de su primera venida. [p. 19]

2Se encarnó

El testimonio bíblicoEl Nuevo Testamento dedica poco espacio a introducir a Jesús en escena. Mateo utiliza sólo dos

capítulos (1-2), lo mismo hace Lucas (1-2) y Juan dedica un versículo (1:14). Mateo y Lucas tienen un interés especial que compartir. Mateo comenzó con aquello que todo judío, sin distinción de grupo, quería oír: la

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genealogía. La ansiedad judía se relaja desde el principio al asegurarse de que Jesús es descendiente de David y Abraham. Tres series de catorce predecesores de Jesús son establecidas y, a la vez, se indica que los tres grandes puntos divisores de la historia sagrada son de Abraham a David, de David a la cautividad en Babilonia y de la cautividad en Babilonia a Cristo. ¿Qué se podría decir más a una audiencia hebrea para destacar el nacimiento de Jesús? Sólo dos cosas: Que su nacimiento era el cumplimiento de la profecía (Mt. 1:23; compárese con Is. 7:14), y que estuvo acompañado con señales extraordinarias de parte de Dios, como el mensaje del ángel a José (Mt. 1: 18-21).

Después del nacimiento de Jesús, unos magos del oriente lo encontraron siguiendo una estrella. Los sabios intérpretes bíblicos de Jerusalén determinaron para Herodes el Grande el lugar del nacimiento según las profecías (Mt. 2:6). Dichos magos ofrecieron presentes al niño Jesús y, según la tradición, esto fue el símbolo del reconocimiento de la misión mesiánica de Jesús de parte de todas las tribus de la tierra. Aquellos presentes, además, hicieron posible la huida de la sagrada familia a Egipto. La huida y el retorno fueron también conforme a las profecías (Mt. 2:15, compárese con Os. 11:1), como también lo fue el dolor ocasionado por Herodes con la [p. 20] matanza de los niños inocentes (Mt. 2:18 compárese con Jer. 31:15). Las conveniencias políticas sirvieron al cumplimiento de la profecía de que Jesús sería criado en Nazaret (Mt. 2:23). Todos estos detalles refuerzan la idea de que Jesús era esperado. Lo que era tan aparente para Mateo y los primeros cristianos fue rechazado por aquellos judíos que se suponía estaban preparados para recibirle.

Lucas escribió pensando en los gentiles. Jesucristo se relaciona con todas las gentes porque es un descendiente de Adán como lo somos todos. Al lector gentil se le dice esto no en relación con el nacimiento (Lc. 1, 2), sino en relación con el bautismo de Jesús y su entrada en la vida pública (cap. 3). Lucas establece el nacimiento de Jesús en conexión con la historia humana del tiempo del Nuevo Testamento. Aparece la relación de Jesús con Juan el Bautista. Lo sobrenatural abunda El nacimiento de Juan el Bautista se produce fuera de lo ordinario a causa de la edad de sus padres. El anuncio de su nacimiento fue seguido del milagro de quedarse mudo su padre y termina con el himno de Zacarías al tiempo del nacimiento de Juan. María, prima de Elisabeth, recibe la visita de un mensajero celestial y acepta la voluntad de Dios mediante un precioso himno (el Magníficat) que utiliza profecías éticas del Antiguo Testamento.

La historia inmediata de la familia de Jesús fue afectada por la historia del Imperio Romano a través del decreto de Augusto César, cuando Cirenío era gobernador de Siria. El censo llevó a José y a María a Belén, donde Jesús nació, acompañado por el canto de los ángeles y por la visitación de los pastores. La escena del nacimiento cede rápidamente el lugar a la presentación de Jesús en el templo, acompañada por el reconocimiento de Ana y Simeón y celebrada por el canto de cumplimiento profético de Simeón. En rápida sucesión vamos del Nazaret de la infancia de Jesús a la visita a Jerusalén con el interludio de la conversación con los maestros en el templo. La adolescencia de Jesús es bellamente retratada con la frase "crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres" (Lc. 2:52). Somos conscientes de que cada uno a su manera (Mateo por prescripción profética y Lucas mediante himnos de cumplimiento profético) presentan a Jesús a sus lectores (Mateo para los judíos y Lucas para los gentiles). Ambos dan por sentado y expresan lo milagroso, sin dedicar tiempo a explicarlo, pues prácticamente todos en el primer siglo creían en la realidad de los milagros. Si es cierto, como se afirma, que sólo una minoría cree hoy en milagros, este es un problema del tiempo presente, pero no de los escritores bíblicos.

Marcos comienza presentando al ya maduro Jesús en su bautismo. Pablo y el autor de Hebreos empiezan con el Cristo [p. 21] resucitado y exaltado y parten de allí para interpretar al Jesús adulto. Juan en su

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Evangelio declara de forma simple aunque profunda que el "Verbo se hizo carne" (Jn. 1:14) y posteriormente argumenta en 1 Juan 1:1-3 que era verdaderamente humano.

Lo que la Biblia dice acerca del nacimiento de Cristo es suficiente para iluminarnos e intrigarnos. De los hechos señalados se desprende una serie de preguntas: ¿Empieza en Belén la historia? ¿Dónde estaba Jesús en el tiempo del Antiguo Testamento? ¿Por qué vino a morar con nosotros? ¿Cómo vino a nosotros? El resto del capítulo tratará estas cuestiones.

En Belén no comienza la historiaMateo y Lucas, deseosos de presentar los elementos históricos de la vida, muerte y resurrección de

Jesucristo, empiezan desde “abajo” con genealogías y contexto históricos. Juan, partiendo de posiciones teológicas ya desarrolladas a finales del primer siglo empieza desde “arriba” y afirma que el Verbo se hizo carne. La reflexión madura de Juan acerca del significado de Jesús presta atención a cuestiones que los primeros Evangelios no consideraron. Algunas de estas cuestiones son: ¿Cuál es la relación de Jesús con el Dios de Israel? ¿En qué punto de los corredores de la eternidad podemos ubicar a Cristo? ¿Qué queremos decir al afirmar que Jesús comparte la gloria de la divinidad con Dios? ¿Qué parte tuvo Jesús en la creación?

Las más completas y profundas respuestas a estas reflexiones de Juan las encontramos en la reverente y bien pensada oración de Jesús en Juan 17. Cuando prestamos la debida atención a esta oración vemos destellos del propósito eterno que está en la mente del Padre y del Hijo y en la fe de la primitiva iglesia. Esta extraordinaria oración dice mucho acerca de nuestra redención y acerca de la conciencia que Jesús tenía de su relación con Dios. Notemos que la oración no responde a nuestros “cómos”. Más bien es funcional, nos habla acerca de relaciones y redención. Un repaso reverente de su contenido nos revela las siguientes percepciones.

La redención fue reservada para un tiempo especial, “una hora” cuando el acto final será revelado. El padre que envió al Hijo le dio autoridad como el agente de la redención. La consumación de esta redención glorificará tanto al Padre como al Hijo. Esta gloria es una extensión de la gloria que compartieron "antes que el mundo fuese (v. 5).

El testimonio fiel de Jesús manifestó al Padre a los discípulos que vieron y compartieron el significado de lo que Dios estaba [p. 22] haciendo. Por estos discípulos oró Jesús a fin de que fueran especialmente sostenidos y guardados por Dios.

No sólo oró Jesús por sus inmediatos seguidores, sino también por todos los discípulos que posteriormente se alcanzarían por medio de los primeros. Rogó que la unión de los creyentes fuera semejante a la unidad del Padre y del Hijo. El amor es el lazo más poderoso que une al Padre, al Hijo y a los creyentes en la redención.

Esta “oración del Señor” es, semejante a todo lo que Jesús dijo e hizo, inmensamente práctica. No fue designada para ser un tratado sobre la preexistencia, o sobre cómo se relacionan el tiempo y la eternidad o cómo Jesús descendió de la dimensión eterna para estar con nosotros. El “cómo"” enfoca preguntas más relacionadas con la filosofía griega que con la fe bíblica. Aquí el énfasis es por qué.

La función de la oración de Jesús era tener comunión con su Padre, fortalecerse para la terrible hora de la cruz, solicitar la protección divina para sus discípulos y pedir que la unidad del pueblo de Dios fuera tan estrecha como la unidad que conocían el Padre y el Hijo.

Al leer esta oración nos damos cuenta de que Jesús estuvo desde el principio con Dios (Jn. 1:1). Y es ahora posible comprender la interesante y sorprendente afirmación de Jesús a los descendientes de Abraham, “antes que Abraham fuese, yo soy” (Jn. 8:58). Al encontrarse con Dios en fe, Abraham contemplaba al Dios

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que era Padre, Hijo y Espíritu. Y al extender su mirada hacia las promesas en el futuro, pudo Abraham percibir aquella promesa de la cual Jesús era el cumplimiento. El círculo apostólico se dio cuenta que en la realidad de la vida humana de Jesús, Dios estuvo distintivamente presente desde el principio (1 Jn. 1:1-3).

La “función” de la preexistencia de Jesús podríamos decir que es triple: 1. Unir en la forma más ceñida posible a Jesucristo y al Dios de Abraham, Israel y Jacob; 2. Identificar la plenitud de Dios como Creador y como Redentor; 3. Enlazar estrechamente el Nuevo y el Antiguo Testamentos, porque es uno y es el mismo Dios el que actúa en ambos.

Empezamos con el Evangelio de Juan y sus profundas reflexiones teológicas en la “oración del Señor” (Jn. 17). Pero Pablo, el primer autor del Nuevo Testamento, era también consciente de la preexistencia de Jesús y nos ofrece sus hondas percepciones.

Efesios 1:3-14 y Filipenses 2:4-11 son dos grandes himnos acerca de Cristo. Efesios 1:3-14 fue usado como un salmo de alabanza en los saludos de la carta, y Filipenses 2:4-11 fue utilizado como un ejemplo y un estímulo para la vida cristiana. El propósito eterno de Dios es visualizado como estando en Cristo desde antes de [p. 23] la fundación del mundo (Efesios). Tal propósito es efectuado por Cristo al despojarse a sí mismo para venir a ser el Salvador, cuya mente debemos tener en nosotros para guiarnos en la vida cristiana (Filipenses). A estas expresiones específicas podemos añadir Romanos 9-11, que es la manifestación de la intención de Dios de salvar tanto a los judíos como a los gentiles mediante Cristo. Este argumento es central en Pablo. Dios estaba en Cristo y Cristo estaba en Dios, y el Dios que viene a nosotros en Jesucristo ha planeado y ha hecho provisión para la redención de su mundo desde la eternidad.

Los primitivos cristianos que usaron términos griegos para describir cómo era un Dios-hombre, o ideas latinas para expresar cómo Dios se hizo hombre, preguntaron muy especialmente acerca de la naturaleza humana de Jesús. Ellos sustentaron dos puntos de vista. Unos dijeron que fue creada una naturaleza humana antes de Belén y dada a Jesús cuando éste se hizo carne. Otros dijeron que su naturaleza humana se desarrolló durante el proceso de su nacimiento y que realmente se hizo hombre. La mayoría de los cristianos de hoy no piensan en términos griegos o latinos, pero nosotros normalmente nos identificamos más con el proceso de hacerse humano como la manera en que podemos entender y relacionarnos con Jesús.

En Belén no comienza la historia de Jesús, porque él es la Palabra eterna. Pero en Belén sí que comienza la historia de su presencia entre nosotros y de su identificación con nosotros. No se nos dan los pormenores del proceso sobre cómo vino a la tierra para ser Dios para nosotros y hombre con nosotros, pero la razón de su venida nunca se pone en duda. El vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lc. 19:10; Jn. 10:10). Fue llamado Jesús para recordarnos que él salvaría a su pueblo de sus pecados (Mt. 1:21).

¿Dónde estaba él en el Antiguo Testamento?Los cristianos deben leer la Biblia en dos sentidos: hacia adelante y hacia atrás. Una lectura hacia

adelante de las Escrituras debe tener en cuenta el marco histórico en el que aparecieron. Una lectura hacia atrás debe considerar las implicaciones teológicas de lo que la porción tardía de las Escrituras (el Nuevo Testamento) significa para la parte temprana de las Escrituras (el Antiguo Testamento).

La lectura hacia adelante del Antiguo Testamento nos ofrece algunas percepciones significativas que los primeros cristianos, leyendo hacia atrás desde su ventajosa perspectiva, profundizaron como testimonios sobre Cristo. El relato de la creación del Génesis [p. 24] (Gn. 1:26) habla de Dios en plural: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. El nombre plural elohim (Dios) requiere que el pronombre y el verbo vayan también en plural. Es diferente con "Yahweh'', el término revelado que usamos para Dios, el cual usamos

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como el nombre propio del Padre. El nombre común elohim, fue algunas veces traducido por “ángeles” o “dioses” (Salmo 8:5) y otras veces usado para nombrar los dioses de los paganos, los dioses falsos, que no existían, pero que, sin embargo, eran conceptos idolátricos afirmados por la gente. El nombre elohim, Dios, y el término Yahweh no hablaban de dos dioses diferentes, pues sólo había un Dios para Israel (Dt. 6:4).

Estaba también la frase “palabra del Señor”, debar Yahweh, la poderosa voz de Dios que salió y cumplió su propósito en la creación. El relato de la creación repite frecuentemente: "Y dijo Dios... y fue." En Proverbios 8:22-31 se habla de la sabiduría como el primogénito de Dios y es una extensión de su manera de participar en su mundo.

Acompañando a esa diversidad de formas y medios de Dios está el Espíritu o "aliento" de Dios. El Espíritu de Dios puso orden en el caos del cosmos, puso también el soplo divino dentro de la vida humana, lo que constituye la relación especial de la humanidad con Dios (almas vivientes), y ha venido a ser la forma primaria en que Dios se relaciona con su mundo.

Estas diferentes acciones divinas muestran la plenitud de Dios. No quieren decir que hay muchos dioses, de manera que Dios no sea uno. La esencia de la fe de Israel es que Dios es uno. Pero aún en el Antiguo Testamento esta unicidad no es una unidad simple que no puede ser expresada en una diversidad de formas ricas y significativas. Podemos ver la gran diversidad de las acciones de Dios inclusive cuando leemos la Biblia hacia adelante.

Cuando los cristianos empezaron a leer la Biblia hacia atrás a la luz de Belén (el Cristo encarnado) y de Pentecostés (la venida del Espíritu Santo), empezaron a iluminar las tempranas diversidades con la luz de las realidades espirituales posteriores. Por tanto, a la luz de Filipenses 2; Efesios 1; Juan 17 y Hebreos 1:1-3; los cristianos dicen que Jesús era con Dios en el principio y fue, con el Espíritu, el agente de la creación. El término griego palabra o verbo (logos) de Dios vino a ser una manera de identificar a Jesús en el Antiguo Testamento por medio del Evangelio de Juan, el cual es el Génesis cristiano (Jn. 1:1-5). La sabiduría de la cual habló Pablo en Colosenses 1-2 encuentra su rápida relación con la sabiduría de Dios que se cita en Proverbios 8:22.

Esta lectura espiritual de la Biblia "hacia atrás" por los primeros [p. 25] cristianos afirmó la realidad de que el Cristo de Dios había estado siempre con Dios y que el Espíritu hacía real la presencia de Dios. Esta fue la manera mediante la cual la plenitud trina de Dios se hizo aparente. Los cristianos también creen que Dios es uno, y no lo creen menos que el judaísmo; pero los cristianos están en mejores condiciones de distinguir más claramente la dimensión trina de Dios en su unidad. La respuesta cristiana a la pregunta de dónde estaba Jesús en el Antiguo Testamento, es que él estaba con Dios y en Dios y era Dios, no en lugar del Padre, sino como la plena expresión del Padre, el cual no pudo ser conocido hasta el “cumplimiento del tiempo” (Gá. 4:4).

Pablo nos ofrece un bello ejemplo de esta lectura hacia atrás de las Escrituras, al localizar en la vida de Israel los elementos de la nueva vida en Cristo. En 1ª Corintios 10:1-10, recuerda algunas de las alegrías y tristezas de Israel en el desierto. En el versículo 4, recuerda a los cristianos que Israel bebió agua de la roca que era Cristo y quien siguió a Israel a través del desierto. Una interpretación literal del versículo significaría que Cristo se preencarnó como una roca, la cual, cuando fue golpeada por Moisés, dio agua. Una interpretación teológica, sin duda más en línea con la interpretación rabínica de Pablo al Antiguo Testamento (véase Gá. 4:21-31), indicaría que Dios siempre provee para su pueblo antes, y ahora también, por medio de Jesús. El mensaje es simple y seguro. Jesús era siempre con Dios y, en consecuencia, Belén no es el comienzo de la historia.

Los primitivos escritores cristianos y posteriores grupos religiosos han tratado de explicar con demasiada precisión la pregunta latina de dónde estaba Jesús en el Antiguo Testamento. Algunos han sugerido

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que Yahweh era el Padre y Jesús era elohim. Algunos hoy llevan esta interpretación teológica a un extremo herético al declarar que Jesús era uno de los varios dioses que existían. Esta forma de politeísmo es inaceptable. Otra respuesta igualmente inaceptable a la pregunta de quién era Jesús antes de Belén es aquella que sugiere que él era el arcángel Miguel antes de Belén. El propósito de esta declaración es reducir todo lo que es Dios al Padre. El resultado es un tipo de politeísmo híbrido.

La permanencia de Cristo Jesús y la firmeza del propósito eterno de Dios es resumida muy bien por el autor de Hebreos al decir: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8). Él es el mismo en su función y propósito. Su manera de aparecer en Belén sí que fue diferente. Celebramos esa distinción contestando a la pregunta de cómo vino él a estar con nosotros. [p. 26]

Cómo vino Cristo a nosotrosLucas enfatiza el cómo vino Jesús desde el “ángulo femenino”. El ángel Gabriel visitó a una virgen

llamada María (Lc. 1:27). Ella declaró su virginidad (v. 34). El poder del Espíritu es asegurado para el cumplimiento de la promesa de Dios (v. 35).

Lo que es importante es que Dios en Cristo Jesús entró en nuestra condición y circunstancias de manera diferente. Los detalles de la concepción quedan como misterio divino. Una clave para entender mejor el propósito de Dios de entrar en nuestra condición de esta manera, es dada por Pablo al hablar de Cristo como “el postrer Adán” (1ª Co. 15:45). Todos los que pertenecen a la condición del primer Adán son pecadores y están bajo condenación. Lo que se requería era principiar de nuevo, el comienzo de un nuevo linaje por medio de uno que no está, a semejanza de todos los demás, sujeto al pecado, de manera que él pueda “salvar a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21).

Muchas objeciones se han levantado contra la doctrina del nacimiento virginal de Cristo, aunque, estrictamente hablando, debería de llamarse la concepción virginal de Cristo. Porque fue la concepción, no el nacimiento, lo que fue diferente de otros nacimientos.

Una objeción nos viene desde la perspectiva de la biología. Desde el siglo diecinueve ha habido algunos que su proposición primaría es que conociendo la ley natural y su uniformidad, bien sabemos que nada puede ocurrir contrario a ella. La mejor respuesta a esta objeción “naturalista” es señalar que la inevitabilidad y la inmutabilidad de todas las leyes naturales es una suposición en fe que no puede demostrarse en cada caso. Por consiguiente, la posibilidad del nacimiento virginal que es también una suposición en fe, es tan razonable como la de aquellos que dicen que no puede ser.

Otra objeción está basada en la mitología. Algunos señalan que la antigua literatura griega y romana abunda en declaraciones de que las figuras heroicas “nacieron virginalmente” (ver por ejemplo Eneas en la Eneida de Virgilio). La mejor respuesta a esta forma de negación del nacimiento virginal de Jesús, que pretende mostrar que el Nuevo Testamento seguía la pauta pagana de la mitología, es estudiar cuidadosamente los ejemplos dados en la mitología. Usualmente aparecen envueltos los dioses y diosas cohabitando con hombres y mujeres, el resultado de tal unión era llamado nacimiento virginal. No es esto de lo que habla el Nuevo Testamento, pues allí se enfatiza teología y no biología, mandamiento divino y no cohabitación divina-humana. [p. 27]

Existe una objeción teológica al nacimiento virginal de Jesús que indica que si él tenía que ser realmente humano y uno con nosotros, tenía que nacer de la misma manera que nosotros y asumir por completo nuestra naturaleza pecaminosa. La mejor respuesta a esta objeción es que Jesús vino para restituir y redimir a la humanidad. Él es, por tanto, lo que la humanidad debe ser y no lo que ha venido a ser.

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La aceptación del nacimiento virginal está también unido al asunto de la autoridad bíblica de los estudios bíblicos. Estudios del texto de los primeros capítulos de los Evangelios de Mateo y Lucas indican que los versículos acerca del nacimiento virginal son parte indiscutible de los más antiguos manuscritos. Aquel que trate de pasar por alto el testimonio del Nuevo Testamento sobre la manera especial en que Cristo vino a morar con nosotros, tendrá que hacerlo sobre otro terreno que el de la sólida evidencia textual.

Estas son en esencia las formas en que una generación incrédula ha intentado soslayar lo que para ella es desconcertante. Los asuntos de fe son raramente solucionados por la ciencia, la mitología o los estudios formales, pues las materias de fe son exactamente eso, asuntos de fe. Como tales hablan a las capas más profundas de nuestra necesidad humana.

Un teólogo de los que defienden el nacimiento virginal, ha sugerido que debemos más bien hablar de la maravilla de la concepción virginal y del milagro de su venida a habitar con nosotros. Esta manera de verlo merece mucha consideración. En último análisis, el nacimiento virginal es una manera de confirmar la paradoja de las dos partes de la Navidad. Una paradoja es la expresión de dos puntos de vista sobre la misma cosa, aparentemente contradictorios, que aparecen juntos en reconocimiento de la verdad. En Belén Dios descendió a nosotros mediante el nacimiento humano (continuidad), pero el nuevo propósito redentor de una nueva humanidad nos llegó por medio de la concepción virginal (discontinuidad). ¿Es Jesús divino o humano? ¡Ambas cosas! ¿Marca Belén la diferencia para Dios o para nosotros? Para ambos pero principalmente para nosotros. ¡Y qué preciosa diferencia! Pues afecta igualmente al tiempo y a la eternidad. La respuesta a la pregunta de cómo vino Jesús es el nacimiento virginal. Pero existe otra pregunta a la que nos llevan todas las afirmaciones hechas en este capítulo. Esta cuestión es ¿Por qué vino Jesús a habitar con nosotros?

La razón de su venida¿Por qué la encarnación, la venida real en carne como uno de [p. 28] nosotros, sujeto al tiempo y el

espacio, experimentando la condición humana, viviendo la vida como un hombre? ¿Por qué no una teofanía, una aparición temporal de Dios en nuestro medio desde su eternidad?

El Nuevo Testamento presenta bellamente, y de muchas maneras, la razón de su venida. El vino “para salvar a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21). Vino para que pudiéramos tener vida, abundante (Jn. 10:10). Vino para destruir las obras del diablo (1 Jn. 3:8). Vino para hacer la voluntad de Dios (He. 10:7). Estas son algunas expresiones directas de su propósito. Pero estas declaraciones de propósito no nos aclaran el porqué de su venida en la manera, en que lo hizo. ¿Por qué un nacimiento y una vida humanos junto con su divinidad?

Un escritor de la Edad Media compaginó elementos bien discernidos sobre la cuestión por qué vino Jesús. Los tomó del Nuevo Testamento, especialmente del libro de Hebreos, y de algunos de los primeros pensadores cristianos. Anselmo, en un trabajo intitulado ¿Por qué el Dios hombre?, apoyó fuertemente la idea de que a fin de poder representar al hombre, Jesús tenía que ser hombre. También subrayó el otro lado de la fórmula, de que para representar a Dios tenía que ser divino. Anselmo derivó las implicaciones de esta teoría de representación por extensión lógica. Conjeturó que los ángeles caídos no podían ser salvos debido a que no había un Dios-ángel que les representara. Pensadores modernos, como C. S. Lewis, han reflexionado acerca de la posibilidad de vida en otros planetas. Por vía de extensión lógica y por medio de la ficción teológica, han conjeturado que si hay formas de vida responsables en alguna parte, Dios envió a Jesús en la forma de los seres más elevados y responsables de aquel planeta. Esto nos parece, algo que sin duda Dios haría. Pero aún estas respuestas teóricas al por qué Jesús vino como una parte de la creación de Dios no responden completamente a nuestra pregunta.

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Dios hace las cosas porque esa es su voluntad, aunque generalmente hay una razón bien discernible detrás de cada expresión de su voluntad. En Belén Dios estaba, mediante la experiencia y bajo las condiciones de nuestra experiencia, involucrándose firme y decididamente con su creación en una manera que le coloca a él en su creación en un estado que nunca antes había conocido. Belén marca la diferencia. En lo que se refiere al conocimiento de la creación, Dios lo ha conocido siempre todo. Pero en lo que respecta al conocimiento experimental de estar profunda y completamente unido con nosotros, eso no sucedió antes de Belén. Sin embargo, desde Belén no podemos negar que él es uno con nosotros por medio de Cristo Jesús nuestro Señor. [p. 29]

La creación de Dios era originalmente buena, pero la humanidad la echó a perder. A través de Jesucristo, Dios procede a restaurala a su proyectada virtud y en el cumplimiento de los tiempos el completara su obra. Belén es el fino hilo mediante el cual Dios desciende a nuestro mundo de forma redentora y aunque delgado es suficientemente fuerte para elevamos a nosotros de vuelta a Dios. Al hacerse carne, Dios manifiesta su voluntad de que en Jesús él está por nosotros y con nosotros. Por tanto, hagamos de la Navidad la celebración de su primera venida. No es bueno actuar como si Belén fuera simplemente el tablado donde Jesús puede aparecer en escena para que los hombres lo maten. Su muerte es el clímax del drama de la redención y su segunda venida el acto final pero su nacimiento entre nosotros es la necesaria primera escena. Esta es la maravilla de la Navidad. Y la respuesta a por qué vino Jesús es la simple afirmación de Emanuel. Vino a estar con nosotros. [p. 31]

3Enseñó

Por las cosas que aprendió“Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lc. 2:52). Hay un

mundo de intrigante misterio detrás de este breve comentario de Lucas. Subsiste una serie de inquietudes que ni aun los materiales legendarios las explican, y cuando lo hacen son tan inaceptables que hay que rechazarlas. Por ejemplo: Una leyenda nos dice que Jesús hacía palomas de arcilla, palmeaba sus manos y las palomas empezaban a volar. En otra ocasión, un rabí que castigó a Jesús en la escuela con la clásica palmeta de maestro, cayó muerto. Jesús como hombre jamás utilizó su poder para su auto-satisfacción, es apropiado suponer que el niño Jesús tampoco lo hizo.

¿Fue Jesús a la escuela? Porque un niño verdaderamente humano tiene que crecer al estilo humano. ¿Cuándo murió José? ¿Qué amigos tuvo el joven Jesús? ¿De qué hablaban? Gran parte de esta clase de detalles, que son en buena medida parte de las biografías sicológicas modernas, no están a nuestra disposición.

Lo que sí está disponible para nuestro estudio son algunos de los actos públicos y palabras de Jesús que se produjeron desde su bautismo hasta su muerte. Estas palabras y hechos fueron recopilados por los creyentes y testigos. Sus narraciones son la base del Nuevo Testamento. Partiendo de estos registros de lo que “Jesús comenzó a hacer y enseñar”, podemos percibir sus propias intenciones y actos volitivos, y nos hacemos también conscientes de su sentido de misión. Él era un hombre joven con una misión y con sentido de urgencia. Su participación personal en dicha misión alcanzó su clímax en la cruz que fue el último acto histórico de su [p. 32] misión terrenal. Su primer acto histórico fue su bautismo. Y entre el bautismo y la cruz

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tuvo lugar su ministerio de revelación. Cristo enseñó. Lo hizo mediante todos los hechos y dichos conscientes de su vida.

Su infancia y adolescenciaCuando uno habla de un maestro hoy, la primera pregunta que frecuentemente formulamos es,

¿dónde cursó sus estudios? ¿Cuáles son sus credenciales? Estas preguntas reflejan nuestras tendencias institucionales contemporáneas. Si nos viéramos obligados a responder a este tipo de preguntas en relación con Cristo tendríamos que responder que en el cielo con el Padre y en los montes de Judea. Nosotros, como humanos, tenemos ciertamente más rápido acceso al último de estos que al primero.

A estas alturas parece que estamos metidos en un callejón sin salida en relación con dos puntos: 1. ¿Cómo podemos pensar en, o concebir a, una persona que es divina y humana? 2. ¿Cómo podemos reconstruir sus experiencias de aprendizaje en la tierra, si nuestra fuente, las Escrituras, no dicen nada acerca de este periodo de su vida? Hablaré del primer punto de nuestro atolladero en el capítulo 9. El segundo punto no es tan imposible como parece. Aun admitiendo que el Nuevo Testamento no nos dice nada especifico acerca del período de crecimiento de Jesús; con todo, al decirnos quién era Jesús, qué hizo y qué enseñó, nos habla de la “niñez que estaba aún en él como está en cada uno de nosotros”. Cuando decimos que “el niño es el padre del adulto”, afirmamos que las experiencias, memorias y cosas aprendidas. Durante la niñez persisten a lo largo de nuestra vida. Así sucedió con él.

Al mirar hacia atrás desde el ventajoso punto de observación del Jesús adulto del Evangelio, algunas cosas están claras. Había en su hogar terrenal un gran amor por la belleza tal como se observaba en el mundo que le rodeaba. Sus enseñanzas formales tienen un sabor rural, agricultural. El milagro de la semilla fértil es visto. Lo lirios del campo tienen una lección que enseñar a las personas dominadas por la ansiedad, como también lo hacen los pájaros. El sonido del viento y las observaciones de los cambios de las estaciones y del tiempo son excelentes ilustraciones de profundas verdades espirituales. Todo esto habla de la belleza de las cosas comunes. También hubo en los años de crecimiento de Jesús inquietud por las habilidades manuales. Este interés lleva a saber cómo suavizar yugos que facilitan el trabajo.

Hubo también en aquellos años formativos de Jesús un énfasis especial y central en las personas, acompañado con una aguda [p. 33] percepción de la naturaleza humana. Si el comentario de Juan “pues él sabía lo que había en el hombre” (Jn. 2:25) tiene un resplandor de divinidad cuando se aplica a los sucesos del evangelio, la misma declaración se aplicaría al agudo poder de observación de Jesús que se señala en los tres primeros Evangelios. Sus parábolas, cuyo contenido discutiremos después, son expresiones de profundo conocimiento humano. La gente espera mayor salario por más trabajo. Los pastores buscan diligentemente una oveja. Una mujer limpia su casa en la esperanza de encontrar su moneda extraviada. Los hombres se ceban acusando a mujeres caídas con el fin de desviar la atención de sus propias faltas. La gente a veces ofrenda de manera extravagante con el propósito de recibir alabanzas. Si alguien construye en la arena debe pensar en las olas. “Él sabía lo que había en el hombre.”

Su interés por las personas fue sin duda fomentado en su hogar y proporcionó el canal para manifestar el poder de Dios en “buscar y salvar lo que se había perdido”, incluidos los gentiles y también los samaritanos, las mujeres y los niños y todos, especialmente los necesitados. Jesús estaba preocupado por las muchas categorías de personas por quienes otros en su día estaban despreocupados. La diversidad de sus intereses queda reflejada en la variedad de sus apóstoles. Honró ocasionalmente acontecimientos sociales (una boda,

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un banquete). Estimó la amistad íntima disfrutada en el calor del hogar (Betania). Caminó por la vida con todos sus sentidos despiertos y con sus ojos bien abiertos. A través de todo esto aprendía.

Aprendió aún más intensamente de su Padre por medio de períodos de retiro, oración y reflexión. Hubo un sentido constante de comunión creciente entre ambos. Fue este sentido de comunión el que Jesús buscó extender a través de su cuerpo, la iglesia. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (He. 5:8). Esto no sucedió sólo en la cruz o al enfrentar la cruz. Este aprendizaje mediante el sufrimiento fue una lucha permanente en su vida al encarar su llamamiento mesiánico y sus tentaciones. Para este ministerio y para fortificación en la tentación, su bautismo fue también una “experiencia de aprendizaje”.

Su bautismoEl bautismo es para nosotros un acto de obediencia y la señal externa de una transformación interna.

El bautismo es el ritual del Nuevo Testamento de nuestra confesión pública de fe en Cristo. Para Cristo, el bautismo fue cruzar la línea para estar con nosotros que necesitamos arrepentimiento. Fue su ordenación al ministerio [p. 34] público. Fue la prefiguración de su muerte, sepultura y resurrección. Y fue por implicación de la voz celestial que se oyó, una proclamación de su vocación mesiánica, misión que se alcanzaría mediante el sufrimiento. A la luz de todo esto podemos decir sin temor a equivocarnos, que su bautismo fue una experiencia de aprendizaje.

Es necesario unir los relatos de este hecho que hallamos en los cuatro Evangelios para obtener todo el maravilloso significado del bautismo de Jesús, lo que él aprendió por su medio y lo que enseño acerca de ello. Estos relatos se hallan en Mateo 3:13-17; Marcos 1:9-11; Lucas 3:21, 22. Juan 1:19-34 nos da el testimonio de Juan el Bautista sobre el bautismo.

A la edad de treinta años Jesús se desplazó a la zona sur del rio Jordán y allí fue bautizado por Juan el Bautista, el hijo de Zacarías Y Elisabet. El Bautista disfrutaba de una interesante relación con Jesús a causa del parentesco entre María y Elisabet. Existía también la relación más amplia en el propósito redentor de Dios en el cual Juan participaba como el último de los profetas y Jesús como el primer heraldo del reino. Ambos compartieron un mensaje ético similar, insistieron en el común requerimiento del arrepentimiento y ambos fueron ejecutados a causa de su proclamación. Estos dos primos, en lo concerniente a la carne, fueron, uno el ultimo de lo antiguo, y el otro el primero de lo nuevo. Jesús aprobó el ministerio de Juan al someterse a su bautismo. Vindico las expectativas de Juan realizando las obras mesiánicas que Juan esperaba. Y, por último, Jesús completó el bautismo preliminar de fuego de Juan añadiendo el Espíritu, anulando de este modo el bautismo preliminar de Juan con el significado completo y final del bautismo cristiano, hecho posible sólo a través del bautismo del sufrimiento propio de Jesucristo. Estas son las cosas que Jesús enseño mediante su bautismo.

Hubo también cosas que Jesús aprendió por medio de su bautismo. La voz divina que se escuchó, unió el Salmo 2:7, “Este es mi Hijo amado”, con Isaías 42:1, “en quien tengo complacencia” (Mt. 3: 17). Unidos por el Padre nos hablan de mesianismo por medio de sufrimiento. El Hijo exaltado (Sal. 2) tema que servir a través del sufrimiento (Is. 42). Tenemos aquí al profeta escatológico prometido por Dios que a semejanza de Moisés, sufriría sirviendo. Pero él supera y anula a Moisés, el primer profeta de Israel, como también a Juan, el último de los profetas.

El bautismo de Jesús es un acto cristológico. El descendimiento de la paloma, representando al Espíritu, significaría para los antiguos israelitas que el Mesías verdaderamente había llegado. Los rabinos enseñaban que el Espíritu había dejado a Israel con el [p. 35] último de los profetas y no volvería hasta el día del Mesías.

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El día del bautismo de Jesús fue para Juan y otros el día de la venida del Mesías, porque fue acompañado por el retorno y testimonio del Espíritu. Los rabinos habían también sugerido que Dios daría testimonio directo de sí mismo mediante la voz celestial. El significado del bautismo de Jesús es parte inequívoca de las expectaciones judías del primer siglo. El Espíritu descendió, Dios habló. El Mesías se identificó a sí mismo a favor de los pecadores. También era cierto el signo terrible de que el Mesías llevaría a cabo su misión a través del sufrimiento. Esta última lección no fue fácilmente aprendida, ni era una verdad fácil de vivir. La lección aprendida en la clarificación de la misión mesiánica de Jesús nos lleva a la siguiente etapa de aprendizaje, la enseñanza por medio de la tentación.

A través de la tentaciónEn el estudio de la vida de Jesús hallamos siempre la doble referencia de lo que el hecho en sí

significaba para él y lo que significa, por vía de aplicación, para sus seguidores. Esto es cierto respecto de la experiencia de las tentaciones de Cristo. El asunto de las tentaciones fue motivo de debate interminable para los cristianos de siguientes generaciones. Si él era humano, argumentaban, estaba enteramente sujeto a la posibilidad de pecar, y si era divino no podía pecar. Este planteamiento era incorrecto. El Nuevo Testamento no habla de Jesús como si él fuera un vaso donde fueron volcadas dos naturalezas. El Nuevo Testamento retrata a Jesús como una personalidad total e integrada cuyos recursos procedían de Dios y con plena capacidad de libre albedrío, tan libre como son nuestras voluntades.

Las tentaciones de Jesús quizá sucedieron en un nivel distinto del nuestro, pues cada persona posee particularidades susceptibles de constituir materia especial de tentación. Aunque Jesús fue tentado en todo (He. 4:15). La expresión “tentado en todo según nuestra semejanza” quiere decir en la carta a los Hebreos que lo fue en cada nivel y en cada aspecto en los que para él la tentación era una posibilidad de pecar, como es individualmente nuestro caso.

Un error común es suponer que Jesús fue tentado solamente una vez, es decir, durante los cuarenta días en el desierto después de su bautismo. Este fue el período más intenso de tentación antes de la cruz, pero sin duda no fue el único.

Este período de tentación de cuarenta días merece atención especial. El momento es importante. Los Evangelios nos dicen que ocurrió inmediatamente después del bautismo. Como hemos visto, [p. 36] la voz divina clarificó que su tarea mesiánica la cumpliría por medio del sufrimiento y era éste el punto de su más dura y profunda tentación. ¿Qué clase de siervo de Dios seria y cómo podría cumplir mejor con su misión?

La primera de estas tentaciones consistía en transformar una piedra en pan. El diablo se le apareció a Jesús. Los pintores han reproducido siempre esta escena retratando al maligno vestido de manera extraña. Es más probable, sin embargo, que el diablo le habló, como a nosotros, por medio del ser interior, por medio de las intenciones y deseos -incluidos los virtuosos- de su ser. El diablo usa las circunstancias externas como cebo para engañarnos y utiliza los elementos internos para atraparnos. Las palabras "Si eres Hijo de Dios" (Mt. 4:3) pueden ser traducidas por "dado que tú eres el Hijo de Dios", lo que presupone que aun el diablo cree. En el Nuevo Testamento son básicamente los demonios y los discípulos los que disciernen con claridad la verdadera naturaleza de Jesús. Las piedras planas y redondas del desierto próximo al Jordán tienen la apariencia de panes sin leudar, usados como provisión para los viajes. El hambre natural de Jesús haría, sin duda, la tentación intensa. Más profunda aún era la tentación de ser un Mesías que diera pan. Esta tentación estuvo con Jesús hasta el día que no lo dio más a las multitudes y desde entonces muchos le abandonaron excepto

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sus discípulos (Jn. 6:66). La primera forma de tentación padecida por Jesús era la de ser un Mesías basado en el pan.

La segunda tentación, siguiendo el orden de Mateo, consistía en ser un Mesías espectacular. La escena tiene lugar en el muro del templo. El diablo, citando el Salmo 91:11, 12, anima a Jesús a saltar para ser sostenido en acción espectacular por los ángeles. Jesús respondió citando a su vez el pasaje de Deuteronomio 6:16. Frecuentemente en su ministerio fue tentado de la misma manera a causa de la admiración y alegría de la multitud ante sus hechos milagrosos. En una de tantas, la multitud estuvo dispuesta a hacerle rey, más él se retiró yéndose solo al monte (Jn. 6:15). El nunca permitió que se metiera ninguna cuña de división entre él y su Padre a quien él dio siempre la gloria en todo.

La tercera tentación incrementa la sutileza. El diablo reconoció la tarea mesiánica de Jesús y propuso un atajo. Jesús seria dueño de toda la tierra si se unía al diablo, porque "el mundo entero está bajo el maligno" (1 Jn. 5:19), y juntos se enseñorearían del mundo. Jesús no entró en este acuerdo porque él tiene que presentar un reino de justicia a su Padre. Esta tentación de ser el Mesías mediante el compromiso apareció de nuevo más tarde por medio de un discípulo amado que pretendía evitar que Jesús fuera a Jerusalén y enfrentara la cruz (Mt. 16:21-33). La lucha prosiguió en Getsemaní donde la [p. 37] tentación de buscar otro camino que no fuera el de la cruz fue al fin vencida por la aceptación de la copa del sufrimiento.

Lo que aparece claro en este intenso periodo de tentación es el carácter triple de la presión que Jesús sufrió a lo largo de su vida para hacer la voluntad de Dios en la manera sugerida por el maligno. Si él hubiera sucumbido, la historia habría sido distinta. Este libro no se habría escrito ni tampoco el Nuevo Testamento, texto básico de la comunidad cristiana. "Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia" (He. 5:8), y uno de sus continuos sufrimientos fue la presión de hacer el mal. Resistió y tuvo éxito, pues nadie excepto él puede decir "porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí" (Jn. 14:30). Jesús no tuvo nada que ver, humanamente hablando, con su nacimiento virginal que daba a la humanidad un nuevo comienzo, pero sí tuvo mucho que ver con su permanencia sin pecado que daba a la humanidad una nueva esperanza.

Lo mismo que el tiempo en que sucedieron las tentaciones fue significativo, también lo fueron el lugar y el método de vencerlas. El desierto representaba para Israel el lugar de la tentación y del vagar sin rumbo. El medio físico propio del desierto habla de desolación y de muerte. El efecto sicológico podía ser demoledor para el solitario profeta si éste no se mantenía cercano a Dios. Los cuarenta días de duración de las tentaciones encuentran su contrapartida en los cuarenta años de peregrinaje de Israel en el desierto a causa de su desobediencia. El autor de Hebreos nos dice mediante comparación que el daño producido por la desobediencia fue corregido por la obediencia del Hijo (He. 5:8, 9). El medio de la resistencia fue por medio del poder de la Palabra de Dios. Jesús citó las Escrituras no como una repetición mecánica acostumbrada sino como una fuente de poder frente a la dificultad. A este fin recordamos el estribillo de Juan: "Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno" (1 Jn. 2:14). Las tentaciones fueron para Jesús una lección de sufrimiento y de sujeción de hijo. Para nosotros es una lección de dependencia en la Palabra de Dios, la Palabra viva y la Palabra escrita.

Mediante parábolas"Y Jesús les enseñaba por parábolas." Esta frase nos suena familiar y es también una expresión técnica

en el Evangelio. Enseñar mediante parábolas era un sistema favorito de enseñanza de los rabinos. Lecciones mediante un objeto son siempre más claras y mejores que una amplia exposición. Recordamos, en [p. 38]

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general, mejor las enseñanzas sacadas de las realidades diarias de la vida. A todos nos gusta escuchar un buen relato. Mediante sus parábolas, Jesús inyectó gran significado a las cosas comunes. Es genuinamente cierto en la enseñanza de Jesús que una parábola es una historia humana con significado celestial.

Jesús no se contentó con sentarse y recitar historias de carácter a semejanza de como los poetas suelen recitar sus versos. Por el contrario, él elaboró las parábolas de manera que dijeran lo que él quería. Usó las experiencias cotidianas sacadas del tiempo y circunstancias del momento que vivía. Dado que, él vivió en un pueblo pequeño en un ambiente rural de la Palestina del primer siglo, nosotros, las personas del siglo veinte, que en general no sabemos nada directamente acerca de esparcir la simiente y de pastorear ovejas, tenemos que profundizar un poco con el fin de entender la hondas implicaciones de las parábolas de Jesús. Pero como la naturaleza humana permanece constante en su necedad, escenas como la de las vírgenes fatuas son perfectamente entendidas en cualquier tiempo y cultura.

La razón de Jesús para enseñar en parábolas parece triple:1. Las circunstancias de las parábolas hablan a la condición humana de cada época. Cuando

entendemos la enseñanza básica que hay detrás de cada parábola y la identidad del Maestro, se abren en una variedad de intrigantes posibilidades.

2. Las parábolas pueden resultar confusas y difíciles de asimilar para aquellos que no aceptan a Jesús o sus enseñanzas (Mt. 21:45, 46).

3. Las parábolas reflejan la visión de la realidad de Dios que puede ser fácilmente interpretada y entendida por todos los pueblos.

Resulta difícil fijar el número exacto de las parábolas de Jesús. Todo depende de la manera de contarlas; si cada dicho breve es considerado como una o la verdad central de Lucas 15 con los relatos de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo componen una parábola o tres. También hay que tener en cuenta que los tres primeros Evangelios pueden estar registrando las mismas escenas con palabras diferentes. Tomándolo con un sentido amplio, la lista de parábolas puede extenderse a cincuenta. Y si lo miramos con un sentido restringido puede resultar en la mitad.

Más importante que el número de las parábolas es la esencia de sus enseñanzas y el Maestro que las enseñó. Básicamente son un testimonio acerca del reino de Dios. Aquel que las enseñaba llegó a ser reconocido como el Rey del reino. El Padre a quien pertenece el reino demanda absoluta obediencia. La ley del amor es el principio ético básico. La lealtad al reino significa fidelidad a Dios. El Padre busca encontrar su mundo perdido. Su reino está a la mano y hay [p. 39] que estar listo para entrar. Esta preparación es capital, pues viene inesperadamente. El Rey espera de sus súbditos el mismo amor y gracia con que han sido tratados.

Hay al menos diez temas básicos que corren a lo largo de las parábolas. 1. El día de salvación ha llegado.2. Dios es misericordioso con los pecadores.3. La catástrofe final se acerca.4. Para algunos podría ser muy tarde (Mt. 24:37-39).5. Esta es la hora de la oportunidad, decídete (Mt. 5:25, 26).6. Sólo hay esperanza con Dios (Mr. 4:30-32).7. Las demandas del discipulado son grandes (Mt. 13:44).8. El Hijo del hombre será exaltado (Mr. 14:27, 28).9. Dios será el consumador de todas las cosas (Mr. 14:62).

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10. Los hechos mismos de Jesús fueron auténticas parábolas del reino (Lc. 19:5 y siguientes; Lc. 15:1, 2).

Las parábolas son como un calidoscopio, nos ofrecen facetas y direcciones varias. No es, sin embargo, apropiado elaborar una alegoría extensa haciendo coincidir cada parte de la parábola con alguna persona o institución histórica posterior. Pero sí nos ayuda ver la variedad de facetas y aplicaciones existentes en cada parábola. Por ejemplo, la llamada "parábola del hijo pródigo" (Lc. 15) además de la enseñanza que todos vemos claramente, nos enseña también algo de los celos y resentimiento del hermano mayor y también ofrece enseñanza muy bella sobre el padre que espera.

La enseñanza de Jesús no fue exclusivamente mediante parábolas. Tenemos el Sermón del monte de Mateo 5-7 y otros discursos y enseñanzas ocasionales de Cristo. En esas enseñanzas no sólo descubrimos cómo es Dios, sino también que los discípulos de Jesús deben ser semejantes a Dios. Las enseñanzas éticas del Maestro están resumidas en la Regla de Oro, las cuales los discípulos deben tratar de seguir. Con todo, los requerimientos de las enseñanzas de Jesús son tan rigurosos que sólo él pudo cumplirlos. Las enseñanzas de Cristo abarcan desde el requerimiento mínimo para poder vivir unos con otros hasta el máximo requerimiento para vivir como Dios. "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mt. 5:48). En último análisis, Cristo es la gran parábola del reino de Dios. El probó ser el reino de Dios entre nosotros y hace posible el reino para nosotros mediante la paradójica pérdida de su vida a fin de encontrarla y encontramos a nosotros (Mt. 10:39).

Mediante sus hechos poderosos"Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo

bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (Hch. 10:38). [p. 40] Esta es una de las primeras y más bellas descripciones de Jesús. Y el bien que él estuvo haciendo fue principalmente en la forma de obras poderosas o milagros.

Dos problemas saltan inmediatamente a la mente en relación con la palabra milagros. 1 ¿Es ese el mejor término que podemos usar y cómo definir lo que queremos decir con él? 2. ¿Qué podemos decir acerca de los milagros hoy? Es mejor que empecemos con la terminología y la definición y dejaremos para el final el asunto de la relevancia.

El Nuevo Testamento no emplea la palabra usual para milagros que era corriente en el primer siglo. Dicha palabra era thauma y era usada para designar una variedad de hechos prodigiosos realizados por productores de milagros (taumaturgos) en el tiempo del Nuevo Testamento. Aun en el vocabulario se separan las acciones de Jesús de la categoría de los hechos raros y caprichosos de los magos o taumaturgos (véase Simón el Mago en Hechos 8:9-24). La palabra básica que se usa en los tres primeros Evangelios es dunamis, que significa "poder" u "obra poderosa". De este término procede nuestra palabra dinamita, que enfatiza la fuente de la que procede el acto ejecutado. Jesús siempre glorificó al Padre como la fuente de su poder. Otra palabra que se usa es terata, que quiere decir "prodigio o maravilla". Este término es muy poco usado. Está basado más bien en la reacción de aquellos que lo reciban o son testigos del suceso. La tercera palabra usada en el Nuevo Testamento para describir la sorprendente, educativa y redentora actividad de Jesucristo es semeia, que quiere decir "señal". Este término enfatiza el propósito o fin del hecho poderoso. Una señal va más allá de sí misma, apunta a Dios, que es no sólo la fuente sino que determina el propósito de la señal en sí.

Muchos en el mundo antiguo pretendían hacer milagros (thauma). La mayoría de ellos, como Simón el Mago, explotaban económicamente a las personas y buscaban su provecho propio mediante tales

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demostraciones. Por el contrario, las señales de Cristo fueron siempre hechas con profunda conciencia de la dependencia de Dios y, además, nunca fueron realizadas para llamar la atención de las gentes hacia su persona. Jesús inclusive les pidió a algunos que no dijeran nada a nadie acerca de la curación recibida. Rehusó realizar milagros que le demandaban sus perseguidores y que le habrían producido algún descanso y beneficio. Jesús no fue un traficante en milagros.

Con todo, los milagros eran una parte indispensable de su ministerio. Cerca de un 30 por ciento del Evangelio de Marcos se dedica a registrar los hechos portentosos de Cristo. Juan recoge siete señales del Jesús terrenal, comienza con la transformación del [p. 41] agua en vino (Jn. 2:1 y sig.) y concluye con la resurrección de Lázaro (Jn. 11:38). El levantamiento de Cristo en la cruz es la última señal poderosa de Cristo Jesús en el cuarto Evangelio, y la pesca milagrosa de la que se nos habla en Juan 21 es una señal post-resurrección. Existe cierta dificultad en determinar cuántos milagros individuales hay, tal como sucede con las parábolas, debido a que los Evangelios los registran de manera que se perciba el mensaje inspirado especial de cada escritor. Una visión armonizada de los milagros y señales de Cristo es dada en las ayudas para el estudio en la Master Study Bible.

Las obras poderosas de Jesús caen dentro de cuatro categorías básicas. Están los milagros de curación (por ejemplo: la curación de la mujer con hemorragia que aparece en los tres primeros Evangelios). Tenemos también los exorcismos o expulsión de los demonios (el gadareno endemoniado de Mr. 5:1-19). Una tercera categoría la componen la resurrección de personas que habían muerto (ejemplo: el hijo de la viuda de Naín que se registra en Lc. 7:11-15). Y están, por último, los milagros de la autoridad divina sobre la naturaleza (por ejemplo: cuando Jesús calmó la tormenta en el mar, Mt. 8:23-27).

Los varios hechos milagrosos no pueden ser clasificados conforme a pautas predecibles. En algunos casos, la fe del individuo está envuelta. En otros no es mencionada. En una ocasión (Mr. 8:22 y sig.) se utiliza una sustancia para curar. Generalmente aparece la imposición de manos. En todos los casos es utilizada la palabra, particularmente en el caso de los demonios; y en una ocasión (la curación del siervo del centurión, Mt. 8:5-13), la persona curada no está presente.

Dos cosas son constantes en todos los hechos poderosos de Jesús: El poder del Padre y la presencia dinámica de Jesús el Hijo. Cristo consideró los milagros como señales de que el reino estaba a la mano. Esto nos proporciona una guía para una importantísima pregunta, ¿cuál es el propósito de los milagros?

En Juan capítulo 2, el primer milagro de Jesús, producido en Caná, se afirma que esta señal fue dada con el fin de apoyar la fe de los discípulos. Los milagros son importantes como confirmación de la fe en los apóstoles. A los incrédulos no se les dará señal, excepto la señal del profeta Jonás (Mt. 12:38-42). La expulsión de demonios por el dedo de Dios (poder de Dios) era una evidencia de que "el reino de Dios había llegado" (Mt. 12:28). Las obras poderosas son relacionadas con el reino. Me parece a mí que los milagros y señales fueron prendas o anticipos de lo que ocurrirá cuando el reino de Dios llegue en su plenitud. Es verdad que Jesús curó y ayudó a las personas como manifestación de su compasión por las necesidades [p. 42] de ellas, pero es también cierto que durante su vida terrenal el no pudo curar a todas la personas, muchas tuvieron que ser enviadas sin ser sanadas. Y es también verdad que el intencionalmente dejo de alimentar a las multitudes, debido a que sacaban ideas erróneas acerca del reino. Démonos cuenta de que cesó de alimentar a las multitudes a fin de evitar malos entendimientos. Ellos podían ir, y aparentemente lo hicieron, a cualquier otra parte a buscar alimentos. Esta decisión de Jesús no nos da base a nosotros hoy para quitamos de encima la responsabilidad de proveer y distribuir alimentos a aquellos que no disponen de recursos ni tienen esperanza de conseguirlos.

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Jesús manifestó su compasión al hacer estas señales poderosas, pero la intención principal era servir a un propósito más profundo que el alivio inmediato. Servían al propósito de la esperanza trascendente. Son ejemplos de lo que Dios hará por medio de Jesucristo cuando el reino sea establecido en su plenitud. El libro del Apocalipsis proporciona un comentario interesante sobre todas las categorías de obras poderosas de Jesús. Cuando el reino haya sido establecido en su plenitud, no habrá más llanto, ni dolor (señales de sanidad extendidas a todos los redimidos). La segunda muerte será vencida (la obra poderosa de resucitar a los muertos). Un cielo nuevo y una tierra nueva serán formados (la obra poderosa del poder divino reinando sobre la naturaleza). Y el antiguo enemigo, el viejo dragón, será finalmente encadenado (el milagro de la expulsión de demonios). Viéndolos en esta luz, contemplo los milagros o señales de Jesucristo como anticipos del reino.

Este estudio nos lleva a la definición de que los hechos portentosos de Jesús son las arras, los anticipos (los signos escatológicos), de la plenitud del reino. Creo que esto nos ayuda a poner los milagros en perspectiva. Definirlos como actos sobrenaturales contrarios al orden del mundo natural es originar discusiones entre gracia y naturaleza, religión y ciencia, filosofía y teología. Estas son discusiones en las que, a la luz de la plenitud el reino, no debemos consumir inútilmente nuestras energías.

El mundo bíblico no tenía problemas en creer en milagros. Los tenía en distinguir los verdaderos de los falsos. El problema del hombre moderno es la crisis de fe que padece. No hay duda alguna de que las gentes del primer siglo creían en milagros. Y no hay posibilidad de encontrar un texto del Nuevo Testamento que no mencione de alguna manera los hechos poderosos de Dios. Yo diría también que los hombres hoy sí creen en milagros; lo que sucede es que ellos ponen su fe y esperanza en la tecnología, las ciencias biológicas y en las estructuras sociales. Esperamos milagros de la medicina, de las máquinas y del gobierno. En cierto sentido estos [p. 43] "milagros" nos han llegado en la forma de drogas milagrosas, sistemas de transportación y estructuras de nuestra sociedad. Pero, en última instancia, no hemos encontrado, ni encontraremos, paz y milagros transcendentes en estas cosas. No los encontraremos por ese camino porque la muerte de los individuos, de la sociedad y del cosmos pone en tela de juicio todos nuestros logros. Los creyentes en los milagros modernos de la ciencia y la tecnología pueden considerar ingenua la fe en los milagros del Nuevo Testamento. Y en un sentido lo era.

Las gentes del primer siglo atribuían todos los males al diablo. Aquellas personas no distinguían cuidadosamente entre enfermedades físicas causadas por gérmenes y virus y los trastornos mentales producidos por sicosis, neurosis o desequilibrios químicos. Además, ellos suponían la posibilidad de una fuerza malévola en el universo que mediante la utilización diabólica de las tentaciones podía, y de hecho lo lograba, llevar a las personas buenas y a la sociedad entera a los abismos del egoísmo y del interés personal. En desesperación, aquellas personas se abandonaron a la misericordia de Dios, invocaron el nombre de Jesús y reclamaron liberación mediante el toque de Cristo. Las gentes sofisticadas del siglo veinte pueden aprender de la ingenuidad de los creyentes del primer siglo y encontrar una dimensión de lo "milagroso" de la que ahora carecen en su fe moderna.

Jesús aprendió mediante todas estas cosas y también enseñó. Aprendió lo que significaba estar realmente unido con la creación. Aprendió obediencia por el camino del sufrimiento. La última y más dolorosa lección que aprendió fue que el puro amor de Dios queda clavado a una cruz en un mundo como éste. Era una lección objetiva que él estuvo dispuesto a aprender y que nosotros estamos obligados a tener. [p. 45]

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Murió

¿Cómo?¿Cómo termina la vida de Jesús? ¿Cómo termina la vida de todas las personas? Con la muerte. Las

biografías de los grandes personajes terminan generalmente con un capítulo dedicado a la muerte de dicha persona. Los Evangelios, por el contrario, dedican mucho más espacio a la muerte de Cristo. Tenemos que aclarar que los Evangelios no son biografías, sino Evangelios. La muerte no fue el final de Jesús, él era más que un gran hombre. Para saber acerca del fin de Jesús tendremos que leer el próximo capítulo, pero si queremos llegar al final tenemos que considerar primero el acto penúltimo de su vida: Su muerte. La muerte fue el fin de su vida terrenal, pero no el fin de su humanidad.

La muerte de Cristo, lo mismo que su vida, debe ser contemplada paradójicamente y desde dos niveles. ¿Cómo murió Jesús? No lo hizo como un reverenciado líder religioso lleno de años, rodeado de amigos y en un ambiente de dignidad. Fue ejecutado en la flor de la vida, en unas condiciones humillantes y en medio de un populacho escarnecedor.

El instrumento de la muerte de Jesús, una cruz romana, se ha transformado en el símbolo del cristianismo. Con el fin de embellecerla, la hemos domesticado de tal forma que se ha convertido más bien en un instrumento de adorno que de sufrimiento. Lo que debíamos haber hecho era haber redefinido la belleza a la luz de la cruz, de manera que hubiéramos tenido una forma de relacionar y resolver la parte oscura de la vida.

La cruz tiene en la historia una dimensión terrible y pavorosa. La crucifixión era una antigua costumbre entre los persas. Los [p. 46] criminales persas eran crucificados y sus cuerpos quemados con el fin de que la tierra no quedara contaminada con la muerte. Los romanos adoptaron y adaptaron este método de ejecución como una advertencia pública para disuadir a los malhechores y como un signo visible del poder de Roma. Se acostumbraba que la pieza vertical de la cruz estuviera en el lugar de ejecución y a la víctima se le exigía transportar la pieza horizontal. Después se unían las dos partes y el condenado era clavado a ellas con los brazos extendidos y los pies forzados juntos sobre el madero vertical. Los crucificados eran también desnudados para mayor indignidad. Además de todos estos elementos comunes en la crucifixión romana, la muerte de Jesús fue acompañada de algunos otros elementos que la distinguieron: Una corona de espinas sobre su cabeza como burla de su realeza, ausencia de anestésico o narcótico como consecuencia de su determinación de beber todo el contenido de su copa de sufrimiento; y una lanzada en el costado cerca del corazón a fin de abreviar la agonía por deferencia a una institución religiosa, el sábado. Estos son los hechos duros y crueles y no debemos de olvidarlos.

La muerte de Jesús no fue una experiencia calmada y desapasionada al estilo de la de los filósofos. Fue un hecho desesperado y traumático. Las Escrituras nos dicen que Jesús fue a ella con clamor y angustia. No habría sido humano si hubiera sucedido de otra manera. Pero, ¿realmente murió? Sí, murió. Todo su ser pasó por ese instante de transición de esta etapa en la historia a la dimensión de la eternidad de Dios. Si alguien suscita la objeción de que lo divino no puede morir, está bien suscitada. Lo divino no puede morir si queremos decir que deja permanentemente de existir. Pero nosotros conocemos lo que es divino por lo que Jesús era e hizo, y Jesús murió.

Debemos mirar a este "nivel superior" o a lo que podemos llamar la "visión desde arriba" de la muerte de Jesús. La crucifixión de Cristo era parte de la intención de Dios. Exploraremos en la próxima sección el

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porqué de la muerte de Cristo y el propósito de Dios en relación con la crucifixión. En este momento lo que nos conviene es ver cómo la muerte de Cristo es también parte de la intención de Dios. Los persas y los romanos, como hemos mencionado, tenían razones para usar la crucifixión como instrumento de muerte, y las Escrituras nos ayudan a ver la dimensión divina de la cruz. "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna" (Jn. 3:14, 15). La tierra fue en verdad purificada y poder fue ciertamente desplegado en el levantamiento de Jesús en la cruz, pero en un sentido más [p. 47] completo y profundo que el que los persas y los romanos entendieron.

Las Escrituras sugieren que las heridas y los quebrantamientos son la suerte de los profetas de Dios en el mundo (Is. 53:5; Zac. 12:10) y que pies y manos traspasados son identificación particular del ungido de Dios (Sal. 22:16). De la herida en el costado abierta por la lanza, brotó sangre y agua. Intérpretes subsecuentes vieron en esto significados diferentes. Grupos litúrgicos lo ven como una referencia al cuerpo y la sangre de Jesús en la cena del Señor. Una interpretación teológica persistente ha sido que estos dos elementos representan la divinidad y la humanidad de Cristo. Fisiólogos piadosos lo ven como una declaración médica sobre el "rompimiento" del corazón y lo consideran como la causa real de la muerte. Una cosa es cierta, las heridas de Cristo han dejado una marca permanente en el mundo. Dicha marca persistirá hasta el fin del tiempo: "He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén" (Apocalipsis 1:7).

Jesús murió en medio de gran sufrimiento, pero en su juicio cabal hasta el final. Esta tuvo que ser la evaluación de todos aquellos que le oyeron y le vieron morir. Una ejecución pública de tal duración no sólo era posible verla sino también oírla. Las palabras últimas de los famosos que mueren nos intrigan, y si tales palabras son conocidas, generalmente quedan registradas. Las palabras últimas de Jesús son materia de registro público y son significativas para otros porque la mayoría fueron dichas a favor de otros, y esos otros somos nosotros.

Las siete últimas palabras no forman un discurso único y coherente. Tampoco son una despedida formal. Tal cosa fue ya hecha en el aposento alto (Jn. 14-16). Las últimas palabras son intensas y circunstanciales. Brotaron como fruto del sufrimiento y de lo que le rodeaba. No es fácil ponerlas en un orden estricto. Tres de ellas proceden de Lucas, otras tres de Juan, y una -cita del Antiguo Testamento- es compartida por Mateo y Marcos.

La primera palabra es una oración. "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc. 23:34). Esta oración es hecha a favor de todos aquellos que tienen parte en la creación de un mundo en el que la bondad tiene que sufrir indeciblemente. Mediante esta plegaria el mundo es juzgado y redimido. Poniéndolo a un nivel superficial, sabemos lo que hacemos cuando contribuimos a que se llene la copa de los males humanos. Por otro lado, ni aquellos que fueron los inmediatos responsables ni nosotros, que somos copartícipes remotos en las condiciones que hicieron posible la muerte de Jesús, podemos percibir lo que significa a nivel cósmico, "cuando [p. 48] Cristo, el Creador todopoderoso, murió en lugar del hombre por el pecado de la criatura pecadora".

La primera palabra era universal en su alcance y pone el perdón a disposición de todos aquellos que lo buscan. La segunda palabra aseguraba a un pecador concreto que él era perdonado. "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc. 23:43). Nos perdemos la inmensa ternura y compasión de este acto de gracia hacia un hombre que muere porque estamos con la atención descentrada, preocupados por la ubicación del paraíso. Paraíso es una palabra procedente de la lengua persa que significa el jardín de Dios. La

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promesa es que estaremos en la presencia de Dios, en la compañía de Jesús. Un verso de un sencillo himno de fe corta por lo sano toda nuestra argumentación teológica cuando afirma: "El cielo es para mí aquel lugar donde él está."

La tercera palabra es, de igual manera, una expresión de preocupación personal y amorosa. Cualquiera que malentienda las palabras de Jesús a María en Caná de Galilea considerándolas indebidamente duras, debe recordar el calvario, donde su inquietud por ella es conmovedora, contemplándolo a la luz de su propio sufrimiento. Jesús dijo a María, señalando al discípulo amado: "Mujer, he ahí tu hijo" (Jn. 19:26). Dijo después al discípulo amado, a quien la tradición identifica con Juan el apóstol: "He ahí tu madre" (Jn. 19:27).

Cuando una persona está en el proceso de morir, generalmente piensa en sí misma. Esta no era una muerte común, por esto Jesús está pensando principalmente en otros.

Sólo después de manifestar su interés por los demás aparece la comprensible inquietud por sus necesidades personales. "Sed tengo" (Jn. 19:28), dijo Cristo. Con esta sencilla expresión Jesús se une a todos aquellos que sufren. Y en esta palabra se manifiesta la gran paradoja de la salvación. Aquel que es el agua de vida (Jn. 4:14; 19:28) está ahora sediento, después de haberse derramado a sí mismo por otros. La profunda y reflexiva visión que Juan nos da de la muerte de Jesús tiene mucho en qué meditar.

Jesús también citó un salmo desde la cruz. Lo hace con un grito desgarrador en la antigua lengua del pueblo de Dios, "Elí, Elí, ¿lama sabactani?" (Mt. 27:46; Mr. 15:34; Salmo 22:1). El primer Evangelio preservó sólo esta palabra. Sin duda que es la más dramática y enigmática. Un intérprete dice que esta exclamación determina la muerte de Cristo e insiste en que Jesús murió con el sentimiento del abandono de Dios. Tal interpretación no tiene en cuenta todas las expresiones de la Palabra de Dios, porque esta nota de desesperación no fue la última palabra de Jesús. Este grito de desamparo es la cita de un Salmo cuyo comienzo es de desesperación, pero que entre [p. 49] sus expresiones finales se encuentra la bellísima afirmación, "Porque de Jehová es el reino, y él regirá las naciones" (Sal. 22:28).

Una interpretación que prevalece más es que Dios dio la espalda a Jesús porque él no puede mirar el pecado. Podemos entender los sentimientos que mueven esta opinión, pero si la llevamos a un riguroso extremo nos mete en dos problemas. Está el problema de separar tanto al Padre y al Hijo que perdamos de vista el corazón de la cruz, "que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo" (2 Co. 5:19). El segundo problema es que Dios lo "ve" todo. Aun nuestros pecados ocultos no están escondidos de él (Sal. 51:6; 44:21). Este grito es personal, el lenguaje trinitario que índica cuán profundamente afecta el pecado al ser divino y cuán determinado está Dios en Cristo, por medio del Espíritu, a asumir hasta su última instancia el dolor y rechazo del pecado.

La sexta palabra es una sola palabra en griego, tetelestai, "consumado es" (Jn. 19:30). Esta expresión es un resumen de la historia redentora y las últimas notas que marcan el fin del ministerio de Cristo. Se refiere obviamente al fin de la vida de Jesús en la tierra. Pero el Evangelio de Juan siempre va más allá de lo que es obvio. Este Evangelio, que los antiguos decían que tenía una visión de "ojo de águila" de la vida y ministerio de Jesús, vio los detalles y su significado. A lo largo del Evangelio de Juan, Jesús indica que "su hora" no ha llegado todavía. Mediante esta sexta palabra en la cruz, nos dice ahora que "su hora" había llegado y todo se había cumplido. Se ha desarrollado el evento clave en el drama redentor de Dios. Esta declaración de consumación tiene ramificaciones eternas. El Padre ha empezado a glorificar al Hijo con la gloría que compartieron antes de que el mundo fuese (Jn. 17:5).

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Lucas nos da la primera y la última de las palabras de Jesús en la cruz y ambas son oraciones. "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc. 23:46). Lucas es el "Evangelio del Espíritu". Es apropiado, por tanto, que tengamos por medio de Lucas esta última afirmación. ¿Qué más podíamos esperar?

Jesús nació por medio del Espíritu, fue ungido por el Espíritu y realizó su ministerio en el poder del Espíritu. Ahora, al fin, el Espíritu de Jesús, aquella parte interna de conexión que se relaciona con el Padre es puesta en las manos de él. La frase "en las manos de Dios", se transforma en expresión de tremendo significado a la luz de la palabra final de Jesús en la cruz.

Así es como Jesús murió, en grande agonía sobre la cruz.

¿Quién fue responsable?En el caso de un homicidio, la sociedad trata de encontrar al [p. 50] homicida. Es la manera de proveer

justicia y proteger la vida humana. En el caso de Jesús el mundo entero lleva dos mil años estableciendo responsabilidades. Hay, como siempre que consideramos el hecho de Cristo, dos niveles que debemos tener en cuenta: La escena humana y el propósito divino, la acción y la interpretación.

A nivel humano y en la superficie de las cosas, tenemos dos presuntos culpables. Y como suele suceder en materia de culpabilidad colectiva, se pueden acusar el uno al otro. Estos fueron la estructura religiosa judía dominante y la administración romana representada por Pilato.

El Evangelio de Marcos presenta estas dos estructuras como responsables. Los líderes judíos de aquellos días, representados por "los principales sacerdotes y todo el concilio buscaban testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte, pero no lo hallaban" (Mr. 14:55). Les llegó la ayuda de manera inesperada, pues Jesús mismo reconoció que él era el Cristo, exponiéndose a que le acusaran de blasfemia, lo cual sucedió. Al día siguiente fue llevado a Pilato. El gobernador le interrogó: "¿Eres tú el rey de los judíos?", a lo que Jesús respondió: "Tú lo dices" (Mr. 15:2). Esta admisión era muy perjudicial para uno que está en peligro de muerte a manos de un poder político paranoico. Marcos muestra a Pilato tratando de dejar libre a Jesús mediante el tradicional gesto de soltar a un reo durante las fiestas. Pero los principales sacerdotes manipularon hábilmente a la multitud para que pidiera a Barrabás en vez de a Jesús. Pilato dialogó con la multitud, pero al final cedió a sus deseos y Jesús fue crucificado después que los soldados romanos se divirtieran con él.

Mateo proporciona detalles adicionales sobre la participación de Judas con su traición, sus remordimientos y la devolución del dinero. Caifás es especialmente nombrado como líder de los sacerdotes. La actuación de Pilato es retratada con más detalle. Es revelado el sueño de su mujer y él se declara inocente (Mt. 27:24). Finalmente se lavó las manos y la multitud clamó: "Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos" (v. 25).

Lucas nos provee de la información extra de que Jesús fue llevado del Sanedrín a Pilato y de éste a Herodes Antipas, consiguiendo con esto un favor político. "Y se hicieron amigos Pilato y Herodes aquel día, porque antes estaban enemistados entre sí" (Lc. 23:12).

Juan agrega la comparecencia de Jesús ante Anás, el suegro de Caifás, y señala la preocupación ritual de los sacerdotes de evitar la contaminación, "y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua" (Jn. 18:28). Juan nos da también más detalles sobre la conversación de Jesús con Pilato, [p. 51] terminando con la pregunta crucial de: "¿Qué es la verdad?" (v. 38). Se nos llama también la atención en Juan a un detalle previo, esto es, la afirmación de Caifás, "nos conviene que un hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca" (Jn. 11:50 y 18:14).

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Estas son partes de la historia contemplada a nivel horizontal. El cuadro nos puede resultar diferente dependiendo de quién es consultado. Los romanos nos dirían que su muerte no fue un asesinato, sino una ejecución. Las siguientes generaciones, que siempre encuentran fácil juzgar a sus predecesores, han despreciado a Judas por su traición, a Caifás por su malicia, a Pilato por su cobardía y al pueblo judío por su comportamiento bajo y ruin:

Al tratar de determinar responsabilidades, una voz ha sido silenciada en la historia de los duros comentarios contra los participantes. Es la voz de Jesús. Él puede proveernos, como siempre, de la dimensión vertical aun en medio de la horizontal. Las propias declaraciones de Jesús contribuyeron a su muerte. Sus acciones, dadas las circunstancias, fueron provocativas y los resultados predecibles. Si su propósito hubiera sido evitar dificultades, habría eludido Jerusalén, sus intensos sentimientos religiosos y el ánimo amenazante del sistema religioso establecido. Si él hubiera tratado de evitarse problemas, habría procurado guardar silencio ante sus acusadores y no admitiría los cargos que él sabía le llevarían a la muerte. No debemos olvidar, porque la Biblia no lo hace, la parte que Jesús tomó en todo esto. La respuesta viene con fuerza: Con seguridad podemos decir que Jesús no fue responsable por su propia muerte. Él no se quitó la vida, pero sí dio deliberadamente su vida. Es en este punto que toda la cuestión de la responsabilidad se abre.

Todos los grupos mencionados son en un sentido, responsables. Todas las personas que han vivido y viven son también responsables ¿Cómo puede ser esto?, preguntan alarmados, gente "inocente" como nosotros que ni siquiera estuvo presente. Puede ser porque la muerte de Cristo en la cruz es un evento cósmico y no un simple hecho histórico. Los eventos cósmicos, por designio divino, afectan a todo el mundo. Recogen lo que aconteció antes, el significado del momento, y todo lo que viene después. Los tres eventos cósmicos en la historia sagrada de Dios son la creación al principio, la venida de Cristo en el medio y la consumación al final. Estos sucesos afectan a todo el cosmos por decreto divino. Nosotros también estamos "en la cruz" y somos responsables por la cruz, porque todos hemos contribuido a hacer de nuestro mundo un lugar en el que la muerte de Cristo era posible y necesaria.

Uno de los capítulos más crueles en la historia religiosa es que Mateo 27:25 ha sido usado como justificación para el antisemitismo, [p. 52] para la persecución y muerte de los judíos. Nos olvidamos de leer Juan 11:52, donde Caifás, sin darse cuenta del contenido y alcance de su profecía, que va más allá de las fronteras de una nación, profetiza que Cristo habría de morir "y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos''. Nosotros tampoco hemos prestado toda la atención debida al dolorido grito desde la cruz, "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lc. 23:34).

La cuestión de quién es responsable va desde el cargo por asesinato, a ejecución política y a sacrificio voluntario. En el sentido último de la interpretación de quién es responsable por la muerte de Cristo, la primitiva iglesia vio con clara visión el triunfo más allá de la tragedia. Un versículo del sermón de Pentecostés aglutina los elementos humanos de responsabilidad y el propósito divino trabajando detrás de ellos, "a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole" (Hch. 2:23). Judíos y gentiles (las categorías básicas de la humanidad en los días del Nuevo Testamento) clavaron a Cristo en la cruz conforme al plan "predeterminado" de Dios. Nosotros le entregamos pero él puso su vida voluntariamente. Dios estaba en Cristo. La responsabilidad humana (horizontal) y el propósito eterno y cósmico (vertical) de Dios se encontraron en la cruz. Debemos encontrar las partes responsables, es el camino para proveer justicia y asegurar la vida humana. Encontramos dichas partes responsables en la intersección de la intención divina y la culpabilidad humana. En la cruz hemos

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encontrado también la respuesta a la justicia misericordiosa de Dios y la más alta forma de asegurar la vida humana.

¿Por qué tenía que morir?La responsabilidad por la muerte de Jesús, y especialmente por la forma cruel y dolorosa en que murió,

está estrechamente unida a otra cuestión, ¿por qué tenía que morir? Esta pregunta debe también ser tratada a dos niveles. Como establecimos en el capítulo 1, un evento, en el sentido aquí expresado, es un suceso más, una interpretación. Además, reconocimos después que, en el caso de Jesucristo, nos es desvelada una realidad histórica y una intención divina. Debemos, pues, buscar una respuesta a esta pregunta. También a dos niveles, si es que esperamos responder a la pregunta. ¿Quién es Cristo Jesús?

Varias circunstancias históricas convergieron en la muerte de Jesús. Una de las más penosas circunstancias en su muerte, dignas de severa crítica, es la traición de Judas, un discípulo y amigo de [p. 53] confianza. Judas vendió su conocimiento de Jesús por el precio de un esclavo. Llevó a los encargados del arresto hasta el lugar íntimo de la oración y le identificó para sus perseguidores con un beso. Judas tuvo una parte en la razón de la muerte de Jesús a nivel histórico. No podemos eximirle de culpa. Hizo lo que hizo. No debemos forzar el Evangelio de Juan para que diga por un lado (Jn. 6:71, "¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?" y v. 64, "Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar") que Judas no era responsable porque él estaba "predeterminado". Tampoco debemos aseverar, por el otro lado, que Judas no era responsable porque el diablo le llevó a hacer lo que hizo. "Y después del bocado, Satanás entró en él" (Jn. 13:27a). Jesús "tenía" que ser traicionado, pero Judas no "tenia" que hacerlo. Lo que hace tan siniestra la traición es que todos somos capaces de hacerlo; pues en ciertos momentos y de ciertas maneras, nosotros también traicionamos nuestro discipulado cristiano. Pedro también negó a Cristo. La diferencia entre Judas y Pedro fue la disposición para buscar el perdón. La enormidad de la traición de Judas está en las circunstancias históricas y en las consecuencias irreversibles. Con todo, un traidor no puede funcionar a menos que haya gente dispuesta a pagar por sus servicios.

Los líderes religiosos judíos de aquellos días nos proveen de otra respuesta, al nivel histórico, de por qué Jesús tenía que morir. Jesús estaba desafiando las interpretaciones religiosas consagradas por el tiempo; estaba proclamando una versión nueva, no autorizada, de la verdad; estaba interfiriendo con la seguridad económica de la religión instituida. Enfrentar influencias que ponen en peligro el sistema instituido es difícil. Lo nuevo es difícil de adaptar y la economía es imprescindible para mantener el sistema.

Todas las instituciones en todos los tiempos, religiosas o no, han tenido que tratar con disidentes. Y en el caso de Jesús la situación era particularmente traumática debido a que la cuestión de fondo era la cuestión de autoridad. Estructuras eclesiásticas posteriores han censurado a las instituciones religiosas judías por crímenes que ellos mismos frecuentemente cometieron contra personas menos importantes. Caifás era un político. Él sabía que el peso del poder civil caería sobre ellos si la autoridad religiosa no preservaba la parte que le correspondía en la paz. No podemos excusar a Caifás ni a los otros líderes judíos responsables de aquellos días. Lo que hicieron es inexcusable, pero no podemos hacer caer sobre sus descendientes perpetua responsabilidad por la muerte de Cristo. Hacer eso es permitir que la declaración irresponsable del populacho judío, instigado por sus líderes, pese más que [p. 54] las palabras de Jesús y de Pablo sobre el perdón y el amor de Dios por su pueblo escogido.

Jesús no murió sólo debido a que los judíos del primer siglo así lo decidieran. Técnicamente hablando, ellos no lo mataron. Inmediatamente surge la pregunta, y ¿por qué no? Está claro que Jesús era

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primariamente un problema para la comunidad religiosa. Los judíos de aquella época procuraron la muerte de Jesús a causa de blasfemia. Jesús se hacía a sí mismo igual a Dios y esto era un crimen castigado con pena de muerte. ¿Por qué entonces no le ejecutaron ellos? Juan 18:31 nos dice que ellos no tenían la facultad de ejecutar las sentencias de muerte. Sin embargo, los eruditos no logran ponerse de acuerdo en este punto, porque no mucho después de la muerte de Jesús, Esteban fue sentenciado y lapidado por los judíos, con oficiales judíos observando y con Pablo como testigo. Una explicación posible es que la pena de muerte fuera temporalmente suspendida entre los judíos. Otra interpretación es que ellos buscaban para Jesús una forma particular de muerte, es decir, una cruz romana, con el fin de liquidar toda pretensión mesiánica. Este tipo de muerte colocaba a la víctima en conflicto con la ley "porque está escrito: maldito todo el que es colgado en un madero" (Gn. 3:13; Dt. 21:23). Esto representaba un problema teológico que afectó a Pablo y sin duda a otras muchas mentes rabínicas del primer siglo, ¿cómo podía ser Jesús el Mesías de Dios si era maldito para la Ley? La razón religiosa, al nivel histórico, por la que Jesús tenía que morir es que para los judíos él era un blasfemo.

Otra respuesta en relación a por qué Jesús tenía que morir, nos viene del campo político. Fue acusado de "insurrección", porque habló constantemente de un reino y un rey. Este cargo, al igual que otros, tenía su base en malentendidos pero había base para ello en las declaraciones y ministerio de Jesús. Parece que nadie en el aparato político (Roma, Pilato o sus sucesores) entendió lo que era un reino "que no es de este mundo". La historia nos informa que Pilato fue pronto relevado de su puesto y la leyenda nos cuenta que se suicidó arrojándose a un lago en Suiza buscando limpiar sus manos. Tampoco a Pilato le podemos excusar por lo que hizo. Con todo, él no fue el primer político ni tampoco el último, que se ha visto obligado a buscar una víctima propiciatoria por el interés público. Los gobiernos no pueden ignorar las presiones de los intereses creados en su propio territorio, ni tampoco pueden fallar en "conservar la paz" dentro de sus fronteras. Estas "realidades políticas" históricas llevaron a Jesús a la muerte en la cruz. Los crímenes políticos de Jesús contra la autoridad establecida fueron turbar la paz y presentar otra alternativa de autoridad.

Estas son las razones históricas de la muerte de Cristo. La [p. 55] traición de un amigo desilusionado, el cargo religioso de blasfemia y el cargo político de insurrección (no resistencia armada pero sí el establecimiento de elementos que representaban oposición política). En los tres casos los cargos estaban mal fundamentados. Pero reconozcamos que en igualdad de circunstancias, el juicio y muerte de Jesús habría ocurrido en cualquier otra época, incluida la nuestra.

Ahora debemos volver al nivel superior, a la dimensión vertical, y ver si podemos descifrar el porqué de la muerte de Jesús.

Una de las primeras confesiones de la comunidad cristiana, incorporada en 1 Corintios 15:3, habla de la muerte de Cristo en términos de pecado. "Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras." Una de las más profundas convicciones de los primeros cristianos era que Dios estaba involucrado en la muerte de Cristo con propósitos redentores. "Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación: Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados" (2 Co. 5:18, 19). Y cuando a esto le añadimos el sermón de Pentecostés y su visión de que Cristo "fue entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios" (Hch. 2:23), no nos queda la menor duda de que la muerte de Cristo tiene especial significado en el propósito divino. Íntimamente relacionada con las declaraciones de Pedro en Pentecostés, está la afirmación de Jesús en el Evangelio de Juan, "Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento

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recibí de mi padre" (Jn. 10:17, 18). Pero en el último análisis, ¿por qué tenía que morir Jesús y, además, hacerlo de aquella terrible manera?

Los pasajes citados en el párrafo anterior nos proveen de directrices. Cristo murió porque esa era la voluntad de Dios, porque Cristo estuvo de acuerdo, y porque su muerte era la manera elegida para tratar el problema humano básico que es el pecado, elemento que corrompía, y afeaba su creación.

Estoy elaborando al máximo este punto porque generalmente comenzamos la explicación última de la muerte de Cristo partiendo de nuestro campo. Es común y corriente escuchar declaraciones como "Era la única manera en que Dios podía tratar el problema del pecado"; "nuestros pecados le llevaron a la muerte", "nuestros pecados forzaron a Dios a su gran sacrificio". Aunque entendemos la buena intención de tales declaraciones, eso no quita que estén mal expresadas. Hablando con precisión, y es muy importante en [p. 56] este punto hablar con toda la precisión posible, los humanos no podemos "forzar" la mano de Dios. La iniciativa y la decisión fueron suyas. Contemplándolo desde la perspectiva del nivel superior, tenemos que concluir que Cristo murió en la cruz porque Dios y Cristo lo escogieron y así lo acordaron como la manera de resolver el problema del pecado. Teóricamente había otras maneras de enfrentar el pecado del mundo. Según el Antiguo Testamento, el testimonio de Noé y el juicio del diluvio son un tipo de respuesta divina al pecado humano. Jesús murió porque Dios en Cristo, seleccionó con el Espíritu esta "particularidad histórica" como el clímax del acto de propósito redentor. Si pretendemos seguir presionando sobre el porqué él eligió la muerte y esta particular forma de muerte a fin de reconciliar al mundo consigo mismo, hemos llegado al final de las respuestas. Es así porque esa es su voluntad. Podemos seguir reflexionando y ver cómo esta muerte se relaciona en profundidad con el sufrimiento, con la condición humana y con todos nuestros: problemas. Podemos y debemos ver en la cruz el amor redentor de Dios. ¿Y por qué específicamente la cruz? Porque une nuestra dimensión horizontal con la dimensión vertical divina; pero debemos confesar que es porque él lo quiso.

¿Por qué tenía Jesús que morir? Porque era la voluntad de Dios y estaba establecido como el clímax del evento de Cristo. Este es el nivel superior. El nivel inferior (las condiciones y circunstancias, humanas históricas) es que la traición de un amigo, los líderes religiosos, las autoridades civiles y todos nosotros creamos las condiciones que lo hicieron posible. Dado que la respuesta última está en el plan predeterminado de Dios, los primitivos cristianos formularon una variedad de explicaciones sobre cómo podía relacionarse algo tan trágico como la muerte de Cristo y algo tan sublime como la voluntad de Dios.

Cómo vieron los seguidores de Jesús su muerte¿Por qué se convencieron los primeros cristianos de que había relación entre la voluntad de Dios y la

muerte de Jesús? ¿Qué líneas de conocimiento y pensamiento estuvieron abiertas para ellos que les permitieron llegar a esta interpretación? Vieron esa relación porque Jesús hizo la conexión. Sus líneas de interpretación fluyeron de Cristo y de las visiones del Antiguo Testamento.

Los sinópticosLos primeros tres Evangelios nos presentan algunas sombras oscuras de la cruz antes de que sucediera

la crucifixión. El sufrimiento de Jesús es comparado a un bautismo (Lc. 12:50), es [p. 57] visto como una copa (Mr. 10:38), o un camino que él tenía que recorrer (Mr. 14:21). Cada una de estas frases con sentido oculto, nos proporcionan cierta conciencia de la visión que Cristo tenia de su sufrimiento. Su bautismo nos habla, como vimos antes, de un Mesías sufriente. La copa es una metáfora de los sufrimientos previstos por Dios (Is.

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51:17 y sig.). Jesús sabía que la copa que tenía que beber no era la manifestación de la ira de Dios sobre él, pero padeció las terribles consecuencias del sufrimiento. La senda del Hijo del Hombre de la que habla Marcos va por el valle de sombra de muerte. Esta visión da base al canto espiritual "Jesús caminó por este solitario valle".

Una de las maneras en que Jesús veía su muerte y su significado está sacada de los contratos sociales del Antiguo Testamento. Marcos 10:45 habla de un rescate. Detrás de esta figura está el pariente con su deber de redimir (ver el libro de Rut). El versículo clave es dado después de que Jesús expresa y une las metáforas de la copa y del bautismo (Mr. 10:38). Después Jesús hizo su incidental pero extraordinaria declaración profética: "Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (v. 45). Esta sugestiva metáfora fue utilizada más tarde en la historia cristiana para elaborar una serie de teorías sobre la expiación.

En los momentos finales de la última semana de la vida de Cristo en la tierra, tiempo que denominamos la semana de la pasión, durante la "última cena" con sus discípulos Jesús nos da dos interpretaciones más de su muerte. Era la ocasión de la Pascua y las palabras acerca de su cuerpo y de su sangre hicieron recordar el cordero pascual que era una parte de la festividad. Las ideas de la Pascua y del pacto son elementos esenciales de la relación de Israel con Dios. Ambos están conectados con el éxodo y ambos hablan de sacrificio, lealtad y del compromiso entre Dios y el hombre.

JuanEl Evangelio de Juan desarrolla un cuadro espléndido de Jesús como el profeta último, mayor que

Moisés. Dios promete en el Antiguo Testamento un profeta como Moisés (Dt. 18:15; 34:10) para los últimos días. Cuando la promesa se cumplió, uno mayor que Moisés apareció. "Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo" (Jn. 1:17). El período intertestamentario desarrolló un concepto mesiánico que combinó el estatus de profeta y legislador de Moisés con la perspectiva del profeta y siervo sufriente de Isaías. Las características atribuidas a este Mesías semejante a Moisés son las del que hace brillar la luz, da agua, habla con Dios cara a cara y es llevado [p. 58] con Dios. El Evangelio de Marcos y la interpretación que hace Esteban de la historia de la salvación en Hechos 7-8 apoyan el cuadro que ofrece Juan. Jesús, pues, murió como un profeta sufriente de Dios, y como la serpiente en el desierto fue levantado a fin de atraer a todas las gentes a él. Jesús no sólo dio ley, sino que también la reinterpretó. No dio luz guiadora a gente vacilante, él mismo era la luz del mundo. El no golpeó la roca para que diera agua, él es la roca de la cual brota el agua y la sangre. Él es el agua viva. Bajo la dirección y la inspiración del Espíritu Santo, Juan vio la muerte de Jesús como su glorificación (su levantamiento). En el Evangelio de Juan, la muerte de Jesús se toma de tragedia en triunfo.

HebreosEl autor de Hebreos interpreta la muerte de Jesús con un ojo especial para afirmar la superioridad y

transcendencia de Jesús. Cristo es superior a los ángeles y a Moisés. Él es el Sumo Sacerdote mesiánico que se identifica con el sufrimiento humano. Jesús es, en una combinación de metáforas, el altar, el sacerdote oficiante y el sacrificio por los pecados. Él es, en consecuencia, nuestro abogado intercesor con Dios y quien nos provee de acceso al Padre. A medida que él dirige la adoración en el cielo (He. 8:1-9:28), nosotros, su pueblo en la tierra, respondemos con alabanza y acción de gracias. En el desarrollo de esta bendita experiencia adquirimos el don de la esperanza. Jesús, como sacrificio sacerdotal, realizó una vez y para siempre el gran sacrificio y nos provee de esperanza. "Para asirnos de la esperanza puesta dentro de nosotros.

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La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec" (He. 6:18b-20).

1 PedroPedro interpretó la muerte de Jesús como un "evangelio de sufrimiento". La ironía del caso de Pedro

no debe escapársenos, pues él que quería evitar que Cristo fuese a la cruz, vio finalmente el propósito y valor de la cruz. En realidad es gracia más que ironía lo que transformó al "gran pecador" en el apóstol de la gracia, de la paciencia y el sufrimiento. El énfasis en 1 Pedro está en el sufrimiento del inocente. Jesús sufrió sin una razón justa y nosotros también debemos estar dispuestos si llega la ocasión (1 P. 2:20; 3:17; 4:15). Mediante este sufrimiento Jesús se convierte en el ejemplo para nuestro sufrimiento y muerte, si es necesario. Recordemos que el martirio fue para los cristianos del primer siglo una posibilidad constante (1 P. 1:6; 2:19 y sig.; 3:9, 14, 17; 4:14-16, 19; 5:6, 9 y sig.). [p. 59] El fin de este sufrimiento inocente es convertir a los injustos, quienes quedarían conmovidos y se volverían a Dios. Pedro, que habría evitado la cruz y que no estuvo para ser testigo de la crucifixión, quedó cautivado por ella de tal manera que recomendaba a los cristianos que enfrentaban el riesgo de la persecución y de la muerte que no dudaran en recorrer la senda de la cruz.

Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente (1 P. 2:21-23).

No es posible separar la realidad de la ficción en la tradición que dice que Pedro murió en Roma crucificado cabeza abajo. Pero tal muerte estaba en consonancia con el consejo que, fruto de la experiencia en la gracia que le capacitaba para hablar del sufrimiento y muerte de Cristo, daba a los creyentes.

PabloPablo fue el que proporcionó la primera interpretación de la muerte de Cristo y el que más

ampliamente escribió acerca de ella. He dejado a Pablo para el final porque fue él, más que ningún otro escritor del Nuevo Testamento, quien hizo serios esfuerzos de interpretación y conexión del Antiguo Testamento con la muerte de Cristo. Pablo, más que ningún otro intérprete cristiano, ha influido sobre lo que posteriores intérpretes, especialmente protestantes, han dicho acerca de la muerte de Jesús.

La comprensión de Pablo de lo que Jesús era es semejante a un diamante polifacético. El Apóstol, bajo la dirección del Espíritu, utilizó todas las categorías religiosas del mundo antiguo para explicar lo que Jesús era y lo que su vida y muerte significaban para el mundo de Dios. Mencionaré solamente sus más penetrantes percepciones que incluyen: 1. Dos sistemas del Antiguo Testamento; 2. dos caracteres del Antiguo Testamento; 3. dos fuerzas que había que vencer; 4. dos himnos a Cristo.

Dos sistemas del Antiguo Testamento: El sacrificial y el legal. La cruz era para el recién convertido Pablo el mayor de los problemas y para el Pablo, ya cristiano maduro, el más profundo de los goces. Como anteriormente dijimos, los maestros y líderes del [p. 60] judaísmo contemplarían la cruz como una infracción de la Ley. "Maldito todo el que es colgado en un madero." ¿Cómo podría ser Jesús el ungido de Dios si estaba en falta con la ley de Dios? Esta era la preocupante pregunta que abrasaba la mente de Pablo. La respuesta era: Jesús es el Cristo (Mesías) de Dios porque él cargó con la maldición de la ley a fin de proveer una

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alternativa de salvación, el camino de la gracia por medio de la fe. Esta solución es expresada de manera apasionada contra los judaizantes en la epístola a los Gálatas y de una forma más reflexiva y sistemática en la exposición de la historia de la salvación en Romanos. Detrás de estas interpretaciones de la obra de Cristo está la Ley del Antiguo Testamento y su sistema de sacrificios. Al quedar al margen de la Ley, Cristo no sólo echó sobre sí la maldición de la Ley, sino también vino a ser el sacrificio de Dios. "Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras" (1 Co. 15:3) es parte del más temprano mensaje de buenas nuevas que Pablo compartió con las iglesias, y el Apóstol afirma que este evangelio básico era algo que los creyentes antes de él ya compartían. Pablo no elaboró una teoría acerca de cómo la muerte de Cristo se aplicaba a los pecadores; pero tenía el modelo del sistema sacrificial delante de sí y usó el lenguaje de los sacrificios para sugerir que la muerte de Cristo era análoga a la de los animales ofrendados en sacrificio por los pecados de los creyentes hebreos. Los teólogos han argumentado sobre si la idea de la muerte de Cristo por nosotros es la de sustitución o como nuestro representante. Un hecho queda bien claro en los escritos de Pablo: si Cristo no hubiera muerto, no tendríamos la posibilidad de la gracia. Jesús es el dador del don de la gracia salvadora de Dios, y por él y en él, Dios declara justificados a los pecadores. Esta es la justificación por gracia por medio de la fe. Este es el corazón del mensaje de Pablo. La justificación es sólo posible mediante Jesús y su muerte. Los hombres no pueden guardar la Ley. Dios en su misericordia provee un sistema de sacrificios para pagar las infracciones de la ley. Jesús, en su muerte, cumplió la ley al constituirse en el sacrificio más noble y satisfactorio y la neutralizó al sustituirla por el camino de la salvación por la gracia. Pablo utilizó estos dos sistemas del Antiguo Testamento, la ley y los sacrificios, a fin de interpretar el evangelio.

Los dos caracteres del Antiguo Testamento: Adán y Abraham. En Romanos 5 y 1 Corintios 15, Pablo contrasta a Adán, el fundador de la raza humana caída en pecado, con Jesús, el creador de la nueva raza de Dios compuesta de personas redimidas del pecado. Jesucristo enderezó lo que Adán torció. El pecado y la muerte entraron en el mundo por medio de Adán. La redención de los pecadores por la muerte de Cristo hace a los creyentes justos. Cada [p. 61] uno, Adán y Cristo, son representantes de una raza. Somos pecadores condenados en Adán, pero salvados en Jesús. Cristo es el representante de Dios y del hombre a nuestro favor.

Se hace un uso más sutil de Abraham en Romanos 4 que de Adán en Romanos 5. Pablo usa el ejemplo de Abraham, el padre de la fe, para ensalzar a Jesús, el autor y consumador de la fe. Abraham encarna la conexión del Antiguo Testamento entre fe, obediencia y gracia. Jesús revela y hace posible la comprensión de la fe, la obediencia y la gracia que aparece en el Nuevo Testamento. Pablo contrasta la fe de Abraham contra la justicia legalista. El vio que el Dios de Abraham, el padre de los creyentes, es el Padre fiel de Jesús. Concluye su contraste indirecto y complementario de Abraham y Jesús, diciendo:

Por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él (Abraham) se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación (Ro. 4:22-25).

Dos fuerzas que vencer: Las cosas que dividen y los poderes que destruyen. Pablo contempló la muerte de Jesús como una lucha. Era una lucha contra el pecado en todas sus formas y contra Satanás en todas sus manifestaciones. Las cartas a los Gálatas, Efesios y Colosenses constituyen especialmente los puntos de referencia de la lucha contra todos los pecados que tan tenazmente nos asedian. Gálatas 5:19-21 nos da el catálogo paulino de pecados. Primera y Segunda a los Corintios nos proveen de un caso clásico de cómo el

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pecado divide al pueblo de Dios. El pecado divide. Las divisiones de los días de Pablo, al ser tan notorias dieron ocasión al pecado, eran: divisiones de raza, judíos y gentiles; divisiones económicas, ricos y pobres; divisiones de sexo, hombre y mujer; divisiones de cultura, griegos y bárbaros; divisiones sociales, esclavos y libres; divisiones de educación, cultos e ignorantes. Cristo deshizo todas estas barreras. "Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa" (Gá. 3:28, 29).

En Efesios 2:14-17 vemos cómo Pablo usa una antigua idea de redentor que habla de que sólo un redentor del cielo puede cerrar la brecha entre el cielo y la tierra. Los estoicos hablan de un logos universal que había dado sentido al mundo y proveía de significado para aquellos en el mundo. Efesios identifica esta unidad con Cristo [p. 62] Jesús, la cabeza de la iglesia (4:1-16). Colosenses extiende la unidad sanadora de Cristo a todos los que están en el mundo (1:13-20). Cristo, el gran Unificador, ha eliminado las divisiones destructivas.

Cristo, el poderoso Hijo de Dios, ha vencido a Satanás en todos los sentidos. Existían muchos nombres, formas y funciones del diablo en el tiempo de Pablo. Había muchos dioses y señores, y muchos de éstos eran "diablos" y muchos de los nombres del demonio expresan la multitud de los actos demoníacos contra Dios y su creación. Detrás de todo está Satanás (el adversario), que es el dios de este siglo (2 Co. 4:4; Ef. 2:2). Él es Belial (2 Co. 6:15), el tentador (1 Ts. 3:5; 1 Ti. 3:6, 7). Tiene principado, autoridad, poder y señorío (Ef. 1:21; Col. 1:16). Más insidiosamente, el diablo aparece como un ángel de luz (2 Co. 11:4). Pero Cristo ha vencido al diablo en todas sus manifestaciones y a todos los enemigos que amenazan al pueblo de Dios (1 Co. 15:24; Ro. 8:28 y sig.; Ef. 1:21; 3:10; 6:10; Col. 2:10, 15). Pero la victoria de Cristo, la cual no está plenamente revelada (1 Co. 15:24) no elimina para los cristianos la necesidad de la lucha permanente contra el pecado y Satanás (Ef. 6:10-17). Pablo ve a Jesucristo como el Vencedor sobre todo aquello que divide y destruye.

Dos himnos sobre Cristo: Filipenses 2:6-11 y Colosenses 1:13-20. Tendemos a olvidar que Pablo no fue el primer cristiano. Fue el primer gran misionero a los gentiles, pero ya había cristianos entre los gentiles y antes de Pablo celebraban su fe con himnos. El Apóstol aparentemente adoptó y adaptó dos de ellos, ofreciéndonos de esta manera dos de las más bellas declaraciones de quién es Jesús. Otra cosa que también olvidamos es que, aunque los escritores bíblicos usaron materiales de otras fuentes, la elección y uso de dichos materiales fue guiada por el Espíritu que es quien inspira todas las Escrituras (2 Ti. 3:16).

El himno a Cristo de Filipenses 2:6-11 contiene cinco ideas, 1. Cristo preexistía con Dios, vv. 6, 7a. 2. Se hizo hombre, la encarnación, vv. 7b, 8. 3. Murió como un siervo humilde, v. 8. 4 Resucitó y fue exaltado, v. 9. 5. Todo el mundo le rendirá homenaje, v. 10. En esta magnífica y breve composición se abarca la realidad de Cristo desde la eternidad, pasando por los corredores de la historia hasta el clímax de la exaltación final. Varias ideas se hallan incorporadas en estos movimientos del Salvador entre el cielo y la tierra. Está el trasfondo de un redentor celestial que desciende a la tierra y que se vacía a sí mismo (kenoo), un término que llevó en posteriores desarrollos teológicos a una intrigante teoría sobre la encarnación. Estos son los movimientos hacia abajo y hacia arriba del Hijo del Hombre. Están los temas opuestos de la humillación y [p. 63] la exaltación, que combinan los himnos sobre el Siervo Sufriente de Isaías y los salmos de entronización. Jesús, el Hijo obediente, es el antitipo de Adán, el fundador de la desobediente raza humana. Jesús, el Salvador humilde, aparece en contraste con la arrogancia de los ángeles tan prominentes en el período intertestamentario. En el homenaje que se le rendirá, destaca el repique de campanas de Isaías 45:22-25. Dicho homenaje es una ceremonia de tres partes: La presentación, la proclamación y la adoración, que incluye la reverencia de rodillas y la confesión.

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La iglesia primitiva y Pablo cantaron también "el himno del Cordero", un himno cuyo eco va desde la eternidad en el pasado a la eternidad en el futuro (Col. 1:13-20). Como una cascada de agua, este himno abarca la plenitud del Cristo cósmico quien es reconocido como cabeza de la iglesia. Siguen las voces y variaciones de esta forma de alabanza a Jesús. Todo es oscuro, pero él hace que todo se ilumine (v. 13). El contraste entre la luz y las tinieblas es un tema religioso elemental que aparece en las más tempranas épocas religiosas y cuyo interés había sido renovado en el tiempo del Nuevo Testamento por los esenios con sus temas de los hijos de luz y de los hijos de las tinieblas. Redención, que es rescatar mediante el pago de un precio, se transforma en un término técnico para designar rescate de los pecadores por Cristo. Ser redimido y tener el perdón de los pecados son términos sinónimos (v. 14). El versículo 15 cambia la escena de la tierra al cielo. "El primogénito de toda creación", al igual que la expresión "unigénito", no quiere decir que Dios es más viejo que Jesús. En esta imagen cronológica, lo que este versículo significa es que Jesús es "más antiguo" que la creación. Anticipándose a la réplica del escéptico, ¿por qué alguien más antiguo que la creación tiene que ser igual a Dios?, el himno declara que Jesús en verdad es igual a Dios, él es la misma imagen del Dios invisible. Los estoicos hablaban del alma del mundo que penetraba todo el universo. Pablo conocía a Jesús por quien y para quien, y en quien todas las cosas subsisten (vv. 16, 17).

Los antiguos contemplaban un mundo lleno de realidades, visibles e invisibles, físicas y espirituales. Tronos, dominios, principados, potestades no eran simples poderes terrenales, eran también criaturas espirituales que llenaban la creación. El vacío no existía para los antiguos, los modernos son los que ven el espacio vacío, los antiguos lo veían lleno de criaturas espirituales. Pablo consideraba que todo lo que existía era porque Dios en Cristo así lo había querido y por medio de Cristo permitía que todas las cosas subsistieran (vv. 16, 17). Jesucristo es el aglutinante de Dios. El mundo fue formado por medio de él y por medio de él permanece formado.

La antigua religión persa visualizó la forma del mundo como la [p. 64] de un cuerpo cósmico. La religión popular griega hablaba de Zeus como la cabeza del mundo. Los estoicos sugirieron que el aliento de Dios llenaba el universo. Pablo redujo ese concepto cósmico a la iglesia (v. 18). Él ya había mostrado (vv. 16, 17) cómo Jesús, cabeza de la iglesia, tenía el primer lugar en la creación; pero el Cristo cósmico de Colosenses es preeminente y, primariamente, el Cristo de la iglesia. Porque es en el ámbito de la iglesia donde "la sangre de su cruz" (v. 20) es vista como el gran acto de la reconciliación. Pablo sabía, y nosotros sabemos, que Cristo ha sanado el "extravío cósmico". Y la cruz fue el puente tendido sobre el abismo de separación. Un himno evangélico pregunta: "¿Por qué canto acerca de Jesús? ¿Por qué es él tan precioso para mí?" Y responde: "Él es mi Señor y Salvador, muriendo me hizo libre."

La primitiva iglesia también cantaba acerca de Jesús y estos dos himnos resumen su fe y la evaluación de Pablo de quién era Jesús qué hizo.

Interpretaciones posteriores de la muerte de CristoCada generación después de los días del Nuevo Testamento buscó combinar la enseñanza

neotestamentaria con ilustraciones y ejemplos de su propio tiempo con el fin de comprender lo que la muerte de Jesús, como clímax de su vida y ministerio, significaba para ellos. Nunca ha habido una teoría oficial sobre la expiación. La mayoría de los cristianos nunca ha llegado a un consenso acerca de cómo interpretar la muerte de Jesús. Un reformador dijo: "Los beneficios de la muerte de Cristo no son tanto para ser entendidos como para ser gozados." Hablando en términos generales, las numerosas teorías sobre la expiación aparecidas en la historia cristiana, caen dentro de tres categorías: El ejemplo, el rescate y la sustitución.

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La teoría del EjemploEsta teoría es también conocida como la teoría educativa o la influencia moral. Estos nombres

proceden de las respectivas ideas de que Jesús vino de Dios como el ejemplo supremo de su amor e interés por el mundo; que Jesús vino para mostrarnos el camino de vuelta a Dios; que por medio de su muerte sacrificial somos movidos a aceptarle y arrepentimos de nuestros pecados. La contribución de esta corriente de interpretaciones es que nos proporciona un sentido de valor último. Cuando contemplamos la cruz a la luz de estas teorías, nos damos cuenta del interés de Dios y de nuestra falta de mérito. Un himno que cantamos frecuentemente y que expresa este [p. 65] punto de vista sobre la expiación es "La cruz excelsa al contemplar". (Himno 109 del Himnario Bautista).

La forma Educativa de estas teorías es débil en que supone que nuestro mayor pecado es la ignorancia y que Cristo nos educa en la manera de volver a Dios. Es más acertado el concepto bíblico básico que reconoce que nuestro principal pecado es rebelión y que los rebeldes no siguen de buena gana a aquel contra quien abrigan la más profunda rebelión. La teoría de la influencia moral supone que si conociéramos el amor de Dios lo aceptaríamos, nos humillaríamos ante él y reconoceríamos con gratitud el señorío de Dios en nuestras vidas. La experiencia humana nos demuestra que los humanos somos arrogantes y orgullosos. Un teólogo contemporáneo ha dicho que "la ingratitud es nuestro peor y más persistente pecado".

La teoría de la SustituciónEste grupo de teorías tiene muchos defensores. Anselmo, un teólogo de la Edad Media, sugirió que el

honor herido de Dios quedó satisfecho con la muerte de Cristo (Teoría de la Satisfacción). Calvino, el gran reformador, enfatizó el concepto paulino de que Cristo era nuestro sustituto (Teoría de la Sustitución). Grotius, un abogado holandés, indicó que la muerte de Cristo cumplió las demandas de Dios, el Gobernador del Mundo (la Teoría Gubernamental). Más recientemente, Vicent Taylor, enfatizó que Jesucristo es nuestro representante en su muerte y sufrimiento (la Teoría Representativa).

Hay puntos muy fuertes en estas teorías. Dan atención a la categoría novotestamentaria del sacrificio y del sacrificio como sustitución de los pecadores. Reconocen la justicia de Dios al requerir que el pecado no sea tomado a la ligera y reconocen también la misericordia de Dios al hacer notar que Dios cumple lo que demanda mediante su graciosa provisión para los pecadores en Cristo Jesús.

Existe el riesgo real de tomar estas teorías con un sentido legal y punitivo. Si no prestamos la debida atención a las ilustraciones, podemos hacer decir a estas teorías que Dios el Padre estaba enfadado y castigó a Dios el Hijo. Esto tiende a llevamos cerca de Jesús y a alejarnos del Padre. Sin embargo, Jesús no estaba lejos del Padre. Debemos recordar siempre que "Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo mismo" (2 Co. 5:19) Las teorías de la Satisfacción y de la Sustitución presentan a Dios como un legalista y esta no es la imagen correcta de él. Las teorías de la Satisfacción y Gubernamental pueden ser expresadas tan crudamente que se puede dar la impresión de que Dios se preocupa más [p. 66] por su honor y sus derechos que por las necesidades de sus criaturas.

Un himno que expresa la verdad de la teoría de la Sustitución es "Mi vida di por ti" (Himno 427 del Himnario Bautista). La verdad de estas teorías es que la muerte de Jesús provee para nosotros de una aceptación última con Dios que de otra manera no la hubiéramos tenido.

La teoría del RescateEl tercer grupo de interpretaciones que surgieron de las Escrituras en el curso de la historia cristiana es

la teoría del Rescate y la de que Cristo es Vencedor. Estos puntos de vista comienzan con la situación crítica

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que el hombre tiene frente a enemigos tales como la muerte, la ley y el diablo. El énfasis de estas teorías está en que Cristo pagó el precio del rescate por nosotros; somos, pues, libres del pecado y su esclavitud. Cristo es el vencedor sobre nuestros enemigos, especialmente el peor de ellos, Satanás, y el último, la muerte. El reformador Martín Lutero era un apasionado de esta manera de expresar lo que Cristo hizo por nosotros en su muerte.

La debilidad de estas interpretaciones es que fallan en aplicar la victoria cósmica de Cristo a nuestras vidas individuales. Pueden hacernos creer que Jesús hizo todo lo que había que hacer y no hay lugar para la lucha individual y para la apropiación de su victoria.

La gran fuerza de esta manera de ver la obra de Cristo en la cruz está en que Cristo ha enfrentado y vencido a los grandes enemigos de la humanidad. Lo ha hecho por nosotros y lo hará con nosotros. Debido a que mediante su muerte él ha vencido al pecado, a la muerte y al diablo, nosotros también podemos vencerlos. Un himno que expresa las teorías del Rescate y Victoria es el himno triunfal de Lutero, "Castillo fuerte es nuestro Dios".

Los creyentes de cada generación han buscado relacionar la muerte de Cristo para su propia época y necesidades. La teología de la liberación de nuestro propio tiempo ha buscado señalar la relación intrínseca entre la muerte de Cristo y la libertad y dignidad humanas.

¿Qué hace la muerte de Jesús por nosotros? Nos da un sentido transcendente de dignidad. Nos provee de una aceptación última con Dios que de otra manera no gozaríamos. Y vence aquellos tenaces enemigos nuestros -pecado, muerte y demonio- que nosotros jamás hubiéramos vencido por nosotros mismos.

Esta es la historia de su muerte, el acto final en el evento de Cristo. Si esto fuera una biografía, éste sería el último capítulo, pero la vida de Jesús y el mensaje acerca de Jesús es evangelio, no [p. 67] biografía. De manera que este capítulo es sólo la mitad de la historia. ¿Cómo puede ser que alguien tenga historia después de su muerte? ¿No es la muerte el gran final para las criaturas terrenas? Para nosotros hubiera sido así, pero no para Jesús. La historia de Jesús continúa después de la muerte porque éste no es el final de su historia. La cruz fue el clímax de la vida terrena de Cristo, pero el gran capítulo final permanece en el futuro. Él era Hijo de la tierra y del cielo. Estas cosas son imposibles para los hombres, pero para Dios todo es posible. [p. 69]

5Resucitó

Respuestas antiguas sobre la muertePodemos decir que la muerte constituye los límites que definen la vida. Y no nos equivocamos si

afirmamos que nuestra generación está obsesionada con el proceso de morir. Siento que es así debido a nuestros intentos de evitar la muerte. La gente ha confiado íntimamente en que habrá solución para este hecho fatal. El mundo antiguo también estaba preocupado con el fenómeno de la muerte y muchas de las "respuestas" que los hombres hoy andan explorando fueron ya investigadas en los tiempos pasados.

El concepto biológico de la muerte es el más evidente y pesimista. Es físicamente conocido para todos lo que le acontece a un cadáver. "Polvo eres y al polvo volverás" (Gn. 3:19), es la vieja afirmación de la condición humana. La humanidad lucha contra lo inevitable buscando la fuente de la eterna juventud, y ninguna generación la ha perseguido tan ávidamente como la nuestra. Sin embargo, "está establecido que los hombres mueran una vez, y después el juicio" (He. 9:27). Si los oponentes temen u odian lo suficiente para

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vencer completamente a sus enemigos, ellos los destruirán. Y habiéndolo hecho así dirán: "¡Ya hemos terminado!" Este parece haber sido el camino en el caso de Jesús. Cuando los soldados se acercaron para acelerar la muerte a causa del sábado (Jn. 19:31), Jesús estaba ya físicamente muerto. Todos los que viven tienen esta experiencia. Todos los que andan por el camino de la tierra saben que van a salir a través del "valle de sombra de muerte" como Jesús hizo. Los oponentes dijeron, "Se acabó". Pero Dios tiene otra cosa que decir sobre el asunto.

Con el fin de suavizar la experiencia de la muerte individual, se [p .70] recordaban los antepasados ilustres de la persona y se extendía también hacia los descendientes que conservarían viva la memoria del fallecido. Esta es la solución social a la muerte. Era la mejor perspectiva en los tiempos del Antiguo Testamento, cuando todavía no se había escuchado la última palabra de Dios sobre la materia. Dios le dio a Josías una amable sentencia de muerte al decirle: "Por tanto, he aquí yo te recogeré con tus padres, y serás llevado a tu sepulcro en paz, y no verán tus ojos todo el mal que yo traigo sobre este lugar'' (2 R. 22:20). La ansiedad de la muerte de José fue aliviada por el conocimiento de que sería recordado por su pueblo y que cuando salieran de Egipto llevarían "sus huesos" con ellos. "E hizo jurar José a los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos" (Gn. 50:25; Jos. 24:32).

Es reconfortante ser recordado y es importante ser parte de un grupo que continúa. No podemos escapar a la muerte individual por pertenecer a un grupo, pero los moribundos pueden ser confortados por el recuerdo de las cosas pasadas y la visión de las venideras, es decir, ser recordado. Dos de los Evangelios dan las genealogías de Jesús, pero no fueron conexiones con su familia terrenal las que le confortaron en la hora de la muerte y tampoco tenía Jesús hijos físicos que conservaran viva su memoria. El lugar de Cristo entre su pueblo Israel no era insignificante. Pero cuando Jesús enfrentó la muerte, el Padre, quien está por encima de todo tribalismo y la "familia" nacida como fruto de su muerte son los que extendieron su ministerio por toda la tierra.

La solución más brillante al problema de la muerte en el mundo antiguo fue la manera de concebir la inmortalidad por la aristocracia egipcia. Las edificaciones más vetustas de la tierra, las pirámides de Giza, son un tributo a este intento de resolver el problema de la muerte. El faraón encarnaba a la nación y su destino era el de su pueblo. Por consiguiente, sí el rey podía vivir por siempre en la vida después de la muerte, la nación también podía vivir y a los individuos que les servían les sería sin duda concedida la inmortalidad. El sistema más elaborado y exitoso de conservación de los muertos, la momificación, fue en parte desarrollado a consecuencia del concepto egipcio de la inmortalidad. Cantidades importantes de riqueza fueron recogidas y colocadas en las tumbas a fin de asegurar esta solución de la muerte. Los esclavos en Egipto, y otros que buscaban la inmortalidad, sabían lo que era morir por los ricos. Los faraones de Egipto desearon su inmortalidad y la de su pueblo. No hay evidencias de que la teoría diera resultados; de hecho, los restos testifican en contra. El deseo de vivir para siempre no nos asegura la realidad de que vayamos a conseguirlo.

La inmortalidad aristocrática no fue aparente en la muerte de [p. 71] Jesús. Es cierto que había un rótulo a la cabecera de la cruz de Cristo que proclamaba que era rey, pero su intención era la burla. En su muerte "fue contado con los pecadores" (Is. 53:12). Cuando murió, lo mismo que cuando nació, hubo que buscarle un lugar prestado. Esta no es una muerte real, no tuvo las galas y honores de un rey ni nada parecido. Pero Dios tiene la última palabra y las cosas no son siempre como aparentan.

Unos seiscientos años antes de que Jesús naciera en Belén, Platón nació en Atenas. El ateniense llegó a ser un famoso filósofo. Fue uno de los primeros en pensar con profundidad y método en toda la realidad que envuelve al hombre. Sugirió que existían dos mundos. El de arriba contenía las formas y el de abajo templos

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de dichas formas en una manifestación física, no permanente. Plotino (205-270 a. de J. C.), edificando sobre las bases de Platón sugirió que el mundo de arriba llega a nuestro mundo mediante una serie de etapas intermedias, cada una de ellas más física que la inmediata superior. El resultado popular de estas teorías es que cada persona tiene un alma preexistente, una chispa de la divinidad que está encarnada en un cuerpo físico y cuando ese cuerpo se pierde a causa de la muerte física, el alma que es inmortal por su propia naturaleza vuelve a Dios automáticamente. Dicha ascensión no era fácil, según la teoría de las religiones de misterio y los gnósticos. Había que conocer las contraseñas secretas a fin de pasar a través de los poderes y principados que poblaban el aire y que mantenían a la humanidad lejos de Dios. Variaciones de estas formas de pensar y, a veces, expresiones casi cristianas de estos sistemas, han sido las ideas más prevalecientes sobre la supervivencia después de la muerte en el mundo occidental.1

Cuando contrastamos estas ideas con el hecho de la muerte de Cristo, percibimos al menos tres diferencias. 1. Mientras que un frío desapego filosófico puede acompañar a aquellos que creen que el cuerpo es la prisión del alma y está contento de separarse de él, Jesús, que fue el agente de la creación y sabía que era esencialmente bueno, afirmó la realidad y la bondad de la existencia corporal. 2. Mientras que algunos pretenden hacerse divinos muy fácilmente, declarando que hay una chispa de divinidad dentro de cada persona, Jesús, el hombre, el único poseedor de la divinidad en pleno, se vació a sí mismo y fue obediente a Dios hasta la muerte. 3. Mientras que el desapego filosófico griego apoyaba su pretensión de vida eterna por medio de divinidad innata, el destino de Jesús descansaba en Dios; fue a las manos de Dios a las que Jesús encomendó su espíritu.

Todos los intentos de solución del problema de la muerte señalados anteriormente prevalecieron en el Cercano Oriente y [p. 72] fueron transmitidos por el mundo Occidental. Otros dos intentos muy antiguos de solucionar esta cuestión provienen del Lejano Oriente y ambos han logrado ejercer su influencia hasta el día de hoy. Estas ideas son la de la absorción en el alma inconsciente universal (Nirvana) y la reencarnación. En el pensamiento hindú, y en forma diferente en el budismo, existe la idea básica de que toda la realidad es una, y dicha realidad es espiritual. El mundo físico es como una sombra fugaz del mundo espiritual y no tiene existencia real. Todo en este mundo ilusorio es un recuerdo del mundo espiritual. Hay muchas manifestaciones de Dios y muchos caminos que uno puede practicar (considerar las varias formas de yoga) para alcanzar contentamiento con Dios. Cuando llega la muerte, dependiendo de nuestro estado en la vida, somos absorbidos en el alma universal (Nirvana) o podemos reencarnarnos hasta que ocurra esta identificación y absorción. Entre los occidentales la aspiración más profunda es el deseo de identidad individual. Sin embargo, desde la perspectiva oriental y frente a aquello que lo contiene todo, esta adherencia al individualismo es ignorancia y pecaminosidad.

En el pensamiento clásico hindú; el propósito de la reencarnación era declarar a la persona libre de culpa. Es decir, si la persona se comportaba mal en esta vida, podía reencarnar en la vida siguiente en un estado humano menos deseable o inclusive en un estado inferior al humano. Las presentaciones contemporáneas de la reencarnación, y hay muchos en el Occidente a quienes les llama la atención, hablan más de la extensión de la vida en el futuro. El hinduismo moderno niega la reencarnación al nivel infrahumano y enfatiza que la persona vivirá una y otra vez en la tierra. Esta concepción religiosa es a veces perpetuada por las sectas guro no oficiales y va acompañada de prometedoras expectativas que gentes simples y crédulas encuentran muy atractivas.

1 Véase Oscar Cullmann, ¿Inmortalidad del alma o resurrección de los muertos? El testimonio del Nuevo Testamento.

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El evangelio cristiano nos proporciona entendimiento acerca de la aparición última de Jesús. Y se nos habla de que al estar en Dios y en Cristo todos podemos ser uno (Jn. 17; Ef. 5). Pero cuando Cristo murió, sus discípulos le enterraron y le lloraron como uno que realmente había fallecido. La unidad de Cristo con Dios no evitó que Jesús muriera y la unidad de los cristianos con Dios en Cristo no nos priva de sometemos a la muerte biológica. Todas las indicaciones del Nuevo Testamento señalan que seremos juzgados por él y no absorbidos por él.

Estas antiguas respuestas al hecho de la muerte satisfacen algunos aspectos pero no resuelven el problema. Sólo la realidad de una vida radicalmente nueva de la misma persona, sin el temor de otra muerte posterior, puede resolver adecuadamente el problema. Esta solución se llama resurrección. Resurrección es la palabra [p. 73] última que nos viene de Dios y él empezó a utilizarla con Cristo Jesús "el primogénito de entre los muertos". Antes de examinar el milagro de la resurrección de Cristo, debemos de explorar aquel fascinante interludio que los primeros creyentes llamaron "el descenso al infierno".

El interludio triunfal - El descenso al infiernoDe todos los actos del evento de Cristo, el más sorprendente es el "descenso al infierno". La mayoría

de nosotros jamás hemos escuchado un sermón sobre este tema. Los maestros de la Biblia ponen el énfasis sobre 1 Pedro 3:18, "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu". Pero debemos notar que el versículo 18 es sólo parte del pensamiento. La otra mitad se evita frecuentemente en las discusiones bíblicas. Los versículos 19 y 20, que completan el pensamiento que empieza con el versículo 18, dicen: "en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua". Este pasaje se ha conservado vivo mediante la cita que de él se hace en el Credo de los Apóstoles "y descendió a los infiernos". ¿Cómo interpretar este hecho? ¿Cómo podemos pensar e imaginarnos al Hijo de Dios en el infierno? ¿Quiénes son los espíritus encarcelados?

Es siempre lo más apropiado considerar los conceptos bíblicos en el contexto de los pasajes en los que aparecen y luego compararlos con otros pasajes, si es que los hay, que puedan ayudarnos en su comprensión. Este es el tratamiento que daremos a estos versículos. La primera pregunta que frecuentemente se hace es: ¿Cómo podía Cristo prometer al ladrón moribundo que aquel mismo día estaría con él en el paraíso y a la vez estar predicando a los espíritus desobedientes "encarcelados" desde los días de Noé? La respuesta es que una vez que Cristo fue liberado de las limitaciones de su cuerpo terrenal, él podía estar en todas partes, como él y el Padre habían estado siempre y están ahora.

Estudiantes perspicaces de la Biblia nos señalarían inmediatamente a Juan 20:17, donde Jesús le dijo a María Magdalena: "No me toques, porque aún no he subido a mi Padre." Lo obvio ha sucedido otra vez. Jesús había recibido el cuerpo glorificado al salir de la tumba y, para el interludio de los cuarenta días, se apareció a sus discípulos en una manera en la que estaba encarnado y a la vez glorificado. El punto importante de este pasaje es que estaba "en el [p. 74] espíritu" durante el tiempo que su cuerpo estaba sepultado y "estando en el espíritu" estaba capacitado para estar en todas partes, como Dios lo está; en el Paraíso, cielo, y en las "prisiones" del infierno.

Está bien la objeción de que Dios no está "en el infierno". Sin embargo, esta declaración debe ser cuidadosamente calificada, porque si hay algún lugar en el universo de Dios que está cerrado a su presencia, entonces él no es omnipresente (leer Sal. 139:7-12). Es mejor decir que Dios no está en el infierno en la

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posibilidad de compañerismo. La posibilidad de que él esté presente ante los desobedientes para juicio es lo que hace que el estado y lugar de los desobedientes sea tan infernal. Si existe una parte o lugar del universo de Dios a donde él no pueda ir, tenemos entonces un dualismo eterno; nos encontramos con dos dominios, uno el cual Dios conoce, controla y puede estar presente, y otro en el que no sucede esto. La fe bíblica no admite la idea de un segundo mundo que no es creado por Dios o en el que él no pueda estar presente. La siguiente pregunta que surge es. ¿Cómo podemos saber que el "encarcelamiento" es el infierno? Lo sabemos porque los muertos desobedientes son aquellos a quienes Cristo predicó, y 2 Pedro 2:4 y siguientes nos hablan de una situación similar. La cuestión siguiente y de mayor importancia es: ¿Qué quiere decir todo esto?2

Para mí este pasaje de 1 Pedro 3:18-20, quiere decir que Cristo, mediante su muerte, venció completamente y para siempre el pecado. Esta victoria fue anunciada abiertamente a la generación más desobediente, la gente del tiempo de Noé. Ellos vieron la salvación física preliminar de la humanidad por medio del arca y oyeron de la salvación espiritual última y transcendente de la humanidad a través del "bautismo" de Jesús en su muerte.3 Y hay otros posibles significados adicionales de este acto de descenso al infierno porque existen otros pasajes bíblicos relacionados con esta idea.

El pasaje principal que habla del descenso de Cristo está en Efesios 4:9, 10. Esta declaración es uno de los más grandes tributos del Nuevo Testamento a Cristo y que frecuentemente pasa desapercibido. Las partes más bajas de la tierra, el fuego consumidor, el lugar de los muertos, el lugar de las sombras donde las personas son enterradas, son todas expresiones procedentes del mundo antiguo para describir también el lugar donde eran apartados (Gehena), donde no se podía ver ni adorar a Dios (el hades). Todo esto está incluido en la idea que nos viene con el término infierno. Tal lugar constituye también una metáfora cósmica para indicar que está totalmente apartado del Dios redentor y está tan lejos "abajo" como el cielo está "arriba." Según Efesios, Jesús lo "llena todo". Aquel que [p. 75] está exaltado a la diestra de Dios, se humilló primeramente "hasta las partes más bajas de la tierra". Los antiguos teólogos hablaron mucho de este tema del descenso y la ascensión. Calvino, dando importancia a la teoría de la sustitución, sugirió que, dado que nosotros habríamos sufrido el infierno, Cristo debe sufrirlo por nosotros. Todas estas interpretaciones se suman a la idea de la humillación, del descenso completo antes de la plena ascensión. Estas interpretaciones de 1 Pedro 3:19 y Efesios 4:9, 10 parecen paradójicas y lo son. ¿Cómo pueden ser a la vez un interludio de proclamación victoriosa y de total humillación? Mi respuesta es que pueden ser perfectamente ambas a la vez, de la misma manera que el Evangelio de Juan ve la muerte de Cristo en los dos sentidos de humillación y exaltación.

Tenemos otros pasajes en las Escrituras que están también relacionados con el descenso, en el Antiguo Testamento bajo la perspectiva del sufrimiento y en el Nuevo Testamento que hacen alusión al descenso. Dichos pasajes son: Mateo 12:28; Hechos 2:27-31; Romanos 10:7; 14:9; Filipenses 2:10; Colosenses 2:15;

2 Véase J. A. MacCulloch, The Harrowing of Hell (El tormento del infierno) Edinburgh: T. & T. Clark, 1930), y mi obra, The Harrowing of Hell (Nashville: Broadman Press, 1977). Soy consciente de aquellas teorias que crean cuatro lugares para los que mueren. 1. Tartarus (el término griego usado solamente en 2 P. 2:4) el lugar intermedio para los injustos que mueren. 2. Infierno, el lugar de destino final de los impíos. 3. Paraíso (término persa que significa el jardín de Dios, usado sólo en Lc. 23:43; 2 Co. 12:4; Ap. 2:7) lugar intermedio de los creyentes que mueren, y 4. Cielo como lugar de destino final de los justos. Creo que en el último y más completo análisis, la Biblia sólo habla de dos lugares, cielo e infierno. Cielo como el lugar y estado de compañerismo con Dios y el infierno como lugar y estado de falta de relación con Dios.

3 Es digno de notarse que es el "bautismo" de Jesús, es decir, su muerte, la que nos salva a nosotros y no nuestro bautismo. Primera de Pedro 3:21 debe considerarse junto con los versículos precedentes y su referencia a la muerte de Jesús, descenso y resurrección.

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Efesios 5:14; 1 Pedro 4:6; Hebreos 11:40; 30:20; Apocalipsis 1:18; 20:13, 14; Salmos 16:10, 11; 63:9; 68:18; 71:20.4

Muchos intérpretes, comenzando con Agustín, han visto este hecho como alegórico. Y ciertamente es espiritual. Otros lo han visto como simplemente simbólico. Y es profundamente simbólico y dramático.5 Esto no quiere decir que no fue un acto real en el evento de Cristo. Intérpretes modernos sugieren que este pasaje enseña el universalismo. Leen en estos versículos el hecho de que Cristo abrió el infierno y ascendió al cielo con todos los espíritus encarcelados, incluida la impía generación de Noé. Sin duda que Dios puede hacer lo que él quiera, pero estoy convencido de que la interpretación global de las Escrituras no favorece el universalismo. Y desde luego no intentaría establecerlo sobre la base de 1 Pedro 3:19, que no dice nada de mover a nadie a ninguna parte. Dios tiene siempre la última palabra y estamos agradecidos por ello. Su última palabra es amor y este conocimiento nos conmueve hasta el fondo. El aspecto principal del descenso que no debemos perder de vista es el dramático despliegue de su victoria sobre el pecado, la muerte y el mal. Fue un interludio triunfal. Y fue también el punto crítico en lo que parecía un descenso final para transformarse ahora en la espiral ascendente que llamamos resurrección.

Testigos de la resurrecciónUn antiguo canto espiritual pregunta: "¿Estabas tú allí cuando crucificaron a mi Señor?" Toda la

humanidad estaba allí. Desde la [p. 76] perspectiva cósmica, todos estábamos allí (véase el capítulo 4). Históricamente estaban allí los miembros del sistema religioso de los días de Jesús, los soldados romanos, algunas de las mujeres que le seguían, su madre María y Juan el discípulo amado, también todos los curiosos de Jerusalén.

El canto espiritual continúa preguntando: "¿Estabas tú allí cuando se levantó de la tumba?" La respuesta es que la autoridad de Roma estaba allí, las mujeres fueron a la tumba y algunos discípulos la inspeccionaron. Pero desde un punto de vista estrictamente literal, nadie estaba “allí” en el sentido de ver a Jesús levantarse de la tumba. Los soldados romanos vieron al ángel, pero sus ojos fueron sin duda cegados por el resplandor de manera que no vieron a Cristo. Las mujeres y los discípulos también vieron al ángel en la tumba vacía. Pero en este glorioso momento cuando Jesús fue levantado, sólo Dios y Jesús en el poder del Santo Espíritu estuvieron presentes en este comienzo de la nueva creación, como estuvieron presentes en la génesis de la vieja creación. La historia nos provee de testigos de la tumba vacía y la fe fue asegurada y afianzada por la presencia del Cristo resucitado.

Debería haber una tercera estrofa en el canto espiritual que preguntara: "¿Le verás tú a él cuando vuelva otra vez a buscarnos?" Y la respuesta nos es dada mediante la persistente expresión de lo que será la completa manifestación del Cristo resucitado. "He aquí que vienen con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron” (Ap. 1:7; ver Jn. 19:37; Zac. 12:10).

Todos aquellos que inicialmente le vieron fueron comisionados como testigos de su resurrección para el mundo entero. Haber conocido al Jesús histórico desde el principio de su ministerio era la calificación para el apostolado. Y haber visto al Cristo resucitado en una manera especial era la marca del apostolado espiritual de Pablo. El primer círculo de creyentes fue también comisionado por el Cristo resucitado a quien habían visto. Y cada círculo sucesivo de creyentes es comisionado mediante las palabras de Jesús a quien no han visto pero en quien han creído. Han creído por medio del testimonio del Espíritu a través de las palabras escritas de los

4 Para una explicación y exégesis ver MacCulloch.5 Es en reconocimiento de esto que, en mi entendimiento, el drama es el mejor medio de explicarlo al mundo de hoy.

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primeros creyentes. En este ver y creer todos somos bendecidos, pues este ver y creer constituye el corazón de nuestra fe ("Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe", 1 Co. 15:14), y la bendición de la fe ("Bienaventurados los que no vieron, y creyeron", Jn. 20:29).

La mejor manera de tratar este asunto es examinando las declaraciones del Nuevo Testamento acerca de la resurrección de Jesús, prestando atención a aquellos que hablan de la tumba vacía.

Consideraremos entonces otras alternativas y las responderemos. [p. 77] Cuando hayamos examinado a fondo los testimonios de la resurrección, discutiremos después el significado de la resurrección de Jesús.

El testimonio de Pablo

Primera de Corintios 15 es el evangelio de Pablo en miniatura. Si me preguntan por un capítulo de los escritos de Pablo que exprese el corazón de la fe cristiana desde el punto de vista de los creyentes, señalaría este capítulo. Los versículos 1-4 dan los puntos básicos de la proclamación cristiana; vv. 5-11 establecen la comisión dada a los primeros testigos; vv. 12-19 manifiestan la importancia vital de la resurrección de Cristo; vv. 20-49 hablan del orden y de la naturaleza de la resurrección; y vv. 50-58 concluyen con el misterio y triunfo de la resurrección.

En su lista de apariciones del Cristo resucitado, Pablo incluye: 1. Una a Cefas, a quien todos los comentaristas suponen es Pedro; 2. A los doce; 3. A "más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún"; 4. Otra aparición a Santiago; 5. "después a todos los apóstoles"; y 6. Al último, pero no la menos importante se le apareció a Pablo.

El relato de Pablo establece la comisión del ministerio para la iglesia. También expresa sin ambigüedades la creencia en la resurrección de Cristo como la piedra fundamental de la fe cristiana. Tres de estas apariciones son exclusivas del relato de Pablo: La aparición individual a Cefas; la también individual a Santiago, a quien se identifica generalmente como el Santiago hijo de José y María; y la aparición a los quinientos. Es significativo que Pablo estaba transmitiendo lo que había recibido. Esto quiere decir que estos hechos eran parte de la tradición de los primeros creyentes en la iglesia. Pablo declara que él era "el más pequeño de los apóstoles". Debemos decir, sin embargo, que él fue en muchos sentidos el más elocuente portavoz de la resurrección, la de Jesús y la nuestra.

Testimonio de Mateo

El Evangelio de Mateo nos da un rápido testimonio de lo sucedido en el día de la resurrección:

Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro. Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos. Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí, va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho (Mt. 28:1-7).

María Magdalena y la otra María fueron a la tumba. Mientras lo hacían hubo un terremoto, un ángel descendió, quitó la piedra y se sentó sobre ella. Los soldados que hacían la guardia se asustaron y quedaron como muertos. El ángel anunció a las mujeres que Cristo había resucitado y las invitó a ver la tumba vacía. Les

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fue prometido que Jesús se les aparecería en Galilea y se les instruyó para que compartieran la buena nueva con los demás discípulos. Al ir corriendo para transmitir la noticia a los apóstoles, Jesús se les apareció. Cayeron a sus pies y le adoraron. Jesús les reiteró la promesa de una aparición en Galilea. Los soldados fueron a informar a los principales sacerdotes de lo que había sucedido. Los líderes religiosos sobornaron a los soldados para que dijeran que alguien había robado el cuerpo, y les dijeron que ellos se encargarían de resolver el asunto con sus superiores, si se producía algún castigo por su falta en el servicio. Se produjeron entonces y continúan aún rumores de que el cuerpo fue robado.

Mateo nos provee de valiosa información acerca de los miembros de la guardia. Los soldados incrédulos presentes en el lugar fueron neutralizados primero por la aparición del ángel y después por la compra de su silencio. No hay evidencia de que ellos vieron al Cristo resucitado, pero sí disponemos de la indicación clara de que vieron al ángel y la tumba vacía. El ángel permaneció en el lugar para rodar la piedra a fin de que las mujeres pudieran ver que Jesús no estaba allí. Les dijo que el Maestro ya había resucitado. Jesús no tuvo que rodar la piedra para poder salir. La piedra, con el sello romano que cerraba la tumba, tuvo que ser apartada con el fin de que los discípulos, los soldados, las mujeres y cualquier otro que se acercara a la tumba pudiera entrar y ver que estaba vacía. Si el Cristo resucitado pudo atravesar una puerta cerrada, también pudo hacerlo en la tumba. Ninguna fuerza en la tierra podía retenerlo.

El párrafo final del Evangelio de Mateo registra la presencia de los once discípulos en Galilea adorando a Jesús. Aún en esta circunstancia de verle y adorarle, algunos dudaban (Mt. 28:17). La conclusión de esta aparición es el comienzo de la misión mundial de la iglesia. Hablamos de estas palabras últimas de Jesús como la Gran Comisión: "toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles [p. 79] que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (28:18-20). De manera que el primer Evangelio en el canon del Nuevo Testamento esparce el testimonio del Cristo resucitado partiendo de aquellos pocos que le vieron a los millones que creerían.

El testimonio de Marcos

Aunque el Evangelio de Mateo aparece el primero, se cree generalmente que fue el de Marcos el primero en escribirse. El Evangelio de Marcos es el más corto pero no por eso da menos atención y espacio a la resurrección. Marcos relata la visita a la tumba de Jesús por tres mujeres -María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé. Llevaban especias aromáticas para ungir el cuerpo de Jesús. Iban pensando en cómo remover la piedra, pero un ángel intervino. Encontraron al ángel en la tumba, "un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca" (Mr. 16:5) les dio las buenas noticias de que Cristo había resucitado. Les prometió que le verían en Galilea Las mujeres salieron corriendo del sepulcro llenas de temblor y espanto. En muchos manuscritos antiguos el Evangelio de Marcos termina con el versículo 8; otros continúan con los versículos 9 al 20. Las apariciones que se registran en esta sección están también recogidas en otros lugares, y son las apariciones a María Magdalena, a dos discípulos en el camino a Emaús y a los once apóstoles. El Evangelio de Marcos se caracteriza por la resistencia que enfrentó Jesús tanto en el mundo como con la incredulidad entre sus propios discípulos. El v. 14 demuestra esta resistencia: "Finalmente se apareció a los once mismos, estando ellos sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado." Pero todo fue distinto después. "Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios. Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían" (Mr. 16:19, 20).

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Esta es la pauta que se sigue en el testimonio de la resurrección. Jesús los comisiona, los discípulos proclaman, el Señor confirma y trabaja con su pueblo.

El testimonio de Lucas

Lucas aporta con su Evangelio una variedad de detalles. "las mujeres que habían venido con él desde Galilea" (23:55) siguieron fielmente todo el proceso del duelo hasta la tumba. Pasado el sábado volvieron con las especias aromáticas para ungirle y encontraron la piedra removida. Dos hombres "con vestiduras resplandecientes" [p. 80] (24:4) les recordaron que Jesús les había hablado de la resurrección. Se les instó a no buscar entre los muertos al que vivía. Se dan los nombres de tres de las mujeres: María Magdalena, María la madre de Santiago y Juana. Estas y las "otras mujeres" que estaban con ellas fueron y se lo dijeron a los apóstoles, pero ellos no les creyeron (vv. 1-11). Pedro corrió al sepulcro, allí vio sólo los lienzos y se volvió a casa maravillado (v. 12, el cual es omitido en algunos, manuscritos). Seguidamente se cita la extraordinaria experiencia de Cleofás y su amigo en el camino a Emaús. Jesús se acercó a ellos mientras caminaban y durante la comida les reveló quién era él. Los dos hombres regresaron a Jerusalén donde informaron acerca de su experiencia. También se registra la aparición a Pedro (vv. 13-35).6 Lucas también nos habla de otra aparición de Jesús a los once apóstoles y a los dos discípulos de Emaús en la noche de la resurrección. Jesús compartió la comida con ellos después de haberles mostrado sus manos y pies. Cristo aprovechó para explicarles el significado de su muerte y resurrección a la luz de las Escrituras y les comisionó a que dieran testimonio de estas cosas, pero les encomendó "quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto" (v. 49).

Lucas da especial atención al papel de las mujeres en las escenas de la resurrección, lo mismo que en la vida y ministerio de Jesús. Lucas también señala la identidad del cuerpo resucitado de Jesús con el Jesús histórico. Este era el propósito de la acción de mostrar sus manos y pies y comer con ellos. Mientras que los discípulos estaban asustados, pensando que veían a un espíritu, Lucas declara con claridad que era el Cristo resucitado, con cuerpo visible, el que se les apareció (vv. 37-43). También declara Lucas que el testimonio de la resurrección debe comenzar por Jerusalén y seguir a Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra (Hch. 1:8).

EI testimonio de Juan

El Evangelio de Juan fue el último en escribirse y es el más completo de todos desde el punto de vista de la reflexión teológica. Dedica dos capítulos completos al hecho de la resurrección. En el cuarto Evangelio aparece María Magdalena yendo al sepulcro muy temprano en la mañana, cuando todavía era oscuro. La piedra había sido quitada. Ella corrió para comunicar a Pedro y "al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús" (a quien identificamos como Juan) que el cuerpo de Jesús había desaparecido. Pedro y Juan corrieron al sepulcro. Juan llegó antes, pero Pedro entró el primero. Vieron los lienzos y el sudario enrollado y colocado aparte. Los dos creyeron pero no entendieron bien qué es lo que había pasado (20:8, 9). Cuando Pedro y Juan se marcharon, María Magdalena quedó allí [p. 81] llorando junto al sepulcro, miró dentro de la tumba y vio dos ángeles; cuando le preguntaron por qué lloraba, respondió que era porque se habían llevado el cuerpo de su Señor. Al volverse ella se encontró con Jesús que estaba allí; pensando que era el hortelano insistió preguntando dónde habían puesto el cuerpo de Jesús. El Señor se identificó entonces claramente. Ella pretendió retenerlo pero Jesús le dijo: "No me toques, porque aún no he subido a mi Padre" (20:17).7

6 Es posible que esta aparición ocurriera después de la visita de Pedro al sepulcro en el v. 12 y sería entonces la visita registrada por Pablo, de manera que son usados todos los nombres de Pedro: Pedro, Lucas 24:12; Simón, Lucas 24:34; Cefas, 1 Corintios 15:5.

7 La mejor traducción es "no me detengas". Y no quiere decir "no me toques", una declaración que está en conflicto con Mateo 28:9 y con su invitación a Tomás en Juan 20:27.

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El Evangelio de Juan nos hace conscientes de que Jesús no podía permanecer físicamente con sus discípulos. Se había hecho provisión para que estuviera presente por medio del Espíritu Santo (Jn. 14:26; 15:7, 13). Después de su encuentro con Jesús, María Magdalena compartió con los discípulos su experiencia. Aquella noche Jesús se presentó para estar con sus discípulos y darles su paz y lo hizo entrando aunque las puertas estaban cerradas. Sopló sobre ellos y recibieron el Espíritu.8 Tomás, llamado Dídimo, no estaba presente y dudó de lo que le decían. Ocho días más tarde Jesús se volvió a aparecer a sus discípulos y esta vez estando Tomás presente. Le invitó a que le tocara. Tomás cayó de rodillas y expresó lo confesión cristológica más completa. "¡Señor mío y Dios mío!" (20:28). Jesús bendijo a Tomás. Los versículos 30 y 31 del capítulo 20 parecen una conclusión apropiada no sólo del capítulo sino también de todo el Evangelio. Es posible que el capítulo 21 fuera añadido posteriormente, aunque igualmente inspirado y guiado por el Espíritu, a fin de explicar una declaración de Jesús acerca de la muerte de Juan (Jn. 21:23). En cualquier caso, el contenido provee de una inspiradora experiencia de Jesús con sus discípulos en Galilea.

Siete de los discípulos, incluidos Pedro y juan, estaban pescando en el lago de Galilea. No lograron pescar nada, pero Jesús proveyó una pesca milagrosa. El siempre impulsivo Pedro se lanzó al agua y llegó primero a donde estaba Jesús. El Maestro les tenía preparado el desayuno. Esta era la tercera aparición a los apóstoles (cap. 20). Jesús le preguntó tres veces a Pedro acerca de su amor por él y le encomendó cuidar de las ovejas. Pedro entonces preguntó a Jesús sobre el papel de Juan. El Señor respondió preguntándole "¿qué a ti? Sígueme tú" (21:22). La enseñanza aquí es que el Cristo resucitado utilizará el servicio de sus pastores en su propia y amorosa manera. Los siglos han traído millones de pastores y ovejas que han experimentado que es mucho mejor que "nuestro tiempo y vida estén en sus manos".

Hay otro elemento tradicional en el testimonio de Juan. Está la visión del Cristo resucitado que nos presenta Juan en el Apocalipsis (Ap. 1:12-20, 21). Esta aparición en la que el Cristo resucitado es [p. 82] semejante al Hijo del hombre, debe ser considerada regulativa para todo el libro del Apocalipsis. Por tanto, el Cristo resucitado, triunfante y revestido con todos los atributos y símbolos de poder, habla todavía de paz a sus iglesias. "no temas yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades" (Ap. 1:17 b, 18). Esta visión es la que dio a Esteban las fuerzas para morir (Hch. 7:55, 56) y ha dado a muchos cristianos a lo largo de los siglos el valor para sufrir el martirio y el poder para vivir una vida triunfante.

El múltiple y continuo testimonio de la resurrecciónNo es fácil, y no estoy seguro de que sea conveniente desde el punto de vista bíblico, juntar todas las

aportaciones de los diferentes testigos en un paquete cronológico bien arreglado. Sin embargo, varias afirmaciones son posibles. La tumba estaba vacía. Jesús se apareció a los apóstoles. Las mujeres, algunas de las cuales estuvieron presentes durante la crucifixión, observaron su cuerpo resucitado; María Magdalena fue la principal entre ellas. El mensaje del Cristo resucitado era paz y su presencia fue confortadora. El mandato del Cristo resucitado era compartir las buenas nuevas con todo el mundo. En el Nuevo Testamento, un testigo de la resurrección estaba siempre obligado a compartir la esperanza. Nunca se hizo intento de "probar" la resurrección. Eran, a todas luces, conscientes de que era la piedra angular de la fe cristiana. Sin la fe en la

8 Hay maneras distintas de correlacionar Juan 20:22 con la venida del Espíritu el día de Pentecostés y que se cita en Hechos 2. Se puede decir que dio a los once el Espíritu en este momento y derramó el Espíritu sobre toda carne en Pentecostés. Esta opinión está en tensión, me parece a mí, con la experiencia de los apóstoles en Pentecostés. Se puede decir también que esta experiencia fue una anticipación de Pentecostés pero que no transmitió ninguna presencia real del Espíritu.

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resurrección el cristianismo no tiene sentido. Nada hay entonces más sensible en el mundo, porque la muerte, el gran absurdo, cuestiona todos los significados si no hay resurrección.

A. M. Hunter nos ha recordado que las tres grandes pruebas vivas de la resurrección son la iglesia, el Nuevo Testamento y el domingo como día de adoración. Sin la resurrección ninguna de estas cosas existiría. El cuerpo de Cristo, la iglesia, continúa afirmando que la Cabeza del cuerpo, Jesús, está todavía vivo, y "porque él vive triunfaremos mañana" y gozamos el presente. Los hechos y la fe están para siempre unidos en la resurrección de Jesús. El Nuevo Testamento provee de un testimonio múltiple y la iglesia provee de un testimonio continuo.

Sugerencias insatisfactorias sobre la resurrecciónDesde el período de la Ilustración ha habido intentos de negar la resurrección de Jesús. Desde el siglo

diecinueve se ha sugerido [p. 83] que la creencia en la resurrección de Jesús debe separarse de la creencia en la tumba vacía. En mi opinión, ambos intentos conceden excesivo crédito a lo que nosotros podemos establecer mediante la experiencia y ponen poca confianza en lo que el propósito redentor de Dios puede conseguir.

En el siglo dieciocho comenzó en Inglaterra la llamada filosofía empirista. Dicha forma de pensamiento ha sido, durante los últimos 250 años, el factor determinativo en nuestro proceso de aprendizaje experimental y avances tecnológicos. Descartes, el filósofo francés del siglo diecisiete, fue el precursor del empirismo y el alemán Kant el que dio la explicación racional de sus fundamentos y buscó señalar sus limitaciones. El empirismo, en esencia, afirma que toda la información para establecer nuestro conocimiento procede de las percepciones sensoriales o del pensamiento matemático abstracto; que todos los efectos proceden de alguna causa; que todas las causas discernibles cuando se repiten nos llevan a efectos o resultados predecibles.

Cuando el empirismo es aplicado a la resurrección de un cuerpo, necesitamos disponer de testigos oculares fiables y ser capaces de repetir los resultados, o al menos observarlo en algún lugar repetido de alguna manera. La documentación testifical sobre la resurrección que tenemos es tan fuerte como la existente para atestiguar cualquier otro hecho del mundo antiguo. Pero no tenemos, en mi opinión, ni estaremos en condiciones de encontrar otros ejemplos de la resurrección, o asignarle causas físicas demostrables, o explicar los efectos. Y la razón por la que no podemos es porque no es la clase de hecho que se puede sujetar a tales reglas. Es un error suponer que porque las leyes empíricas y físicas de causa-efecto funcionan en la ciencia y en la tecnología lo van a hacer también en todas las áreas de la vida. De igual manera, tampoco queremos decir que la resurrección es un asunto de pensamiento abstracto, lógico y matemático. Cuando permitimos a los oponentes establecer todas las reglas del juego estamos en el camino de perder la discusión.

En el siglo diecinueve, las objeciones para una resurrección física persistían sobre la base de la filosofía empirística del siglo precedente. Aunque se le agregó un nuevo enfoque, que consistía en un ataque al testimonio de los testigos oculares, y esto partió mayormente de círculos cristianos. Lessing, un filósofo alemán, publicó los trabajos de Reimarus, un erudito de la Biblia alemán, que señalaba las supuestas inconsistencias de los relatos de la resurrección en el Nuevo Testamento. Otros eruditos, cuya herramienta básica era la crítica racional y lógica, edificaron sobre estos primeros trabajos. El resultado fue que al final del siglo diecinueve, [p. 84] se produjeron negaciones de la resurrección de Jesús sobre las bases del criticismo bíblico racional y de las premisas empírico científicas.

Los teólogos cristianos se dedicaron a dar explicaciones precipitadas, cada una de ellas cada vez más ingeniosa e increíble que la de sus predecesores. La teoría del robo del cuerpo que empezó en los tiempos

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bíblicos fue resucitada. Se propuso la teoría del desmayo Ia cual afirma que Cristo no murió, sólo se desvaneció, y más tarde, en la frialdad de la tumba, se reanimó. Se propuso también la absurda sugerencia de que las mujeres y los discípulos se equivocaron de sepultura.

En el siglo veinte se ha dado mucho énfasis a la resurrección como un evento subjetivo. Se dice que el hecho sucedió en la mente, de los apóstoles o en su fe o en su proclamación. Se ha convertido en algo muy en boga separar el asunto de la tumba vacía de la creencia en la resurrección. Mediante la separación radical del hecho y de la fe, algunos dicen que los hechos no garantizan la creencia en la tumba vacía pero la fe afirmará la resurrección.

Mi punto de vista es que la resurrección de Jesús incluye a la vez la tumba vacía y la resurrección del cuerpo. Ambos, el hecho y la fe, operan juntos. Las narraciones bíblicas ofrecen un testimonio fiable. Concedemos que el mundo no había visto antes ni vio después una resurrección. Como señala C. S. Lewis, los milagros no deben ser juzgados por su frecuencia sino por los resultados. Además, la resurrección es el nuevo y decisivo acto de Dios desde la creación. Se repetirá solamente otra vez en el día último. Creer en la resurrección de Jesús es ante todo un asunto de fe, pero esta fe está basada en un evento, un evento que afectó a Jesús de Nazaret y, por medio de él, a todo el mundo. Quizá el argumento más fuerte a favor de la tumba vacía está en la consistencia de la común naturaleza humana. Los pescadores y publicanos del primer siglo difícilmente habrían creído si ellos no hubieran visto al Señor resucitado y la tumba vacía donde le colocaron. Es también dudoso que fueran capaces de convencer a nadie y llevarle a creer si ellos sabían que la tumba no estaba vacía. Hecho y fe se unieron en el mensaje angelical. "Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron" (Mr. 16:6). Y el corazón creyente responde, "¡En verdad resucitó!" [p. 86]

6Intercede

Días de confirmar y confortar del Cristo resucitado sobre la tierraDios como Creador ha estado siempre presente en su creación y él también se ha revelado a sí mismo

como Redentor de maneras muy definidas a lo largo de la historia. El canal de su revelación, fundamento de todas las demás, fue la acción redentora expresada en el Antiguo Testamento. La perfecta piedra de toque de la revelación de Dios, a través de la cual vemos las demás manifestaciones, es Jesucristo. Y al período histórico de esta suprema revelación de Jesús le llamamos la encarnación.

El tiempo de confortar

Jesucristo ha estado siempre presente en el mundo tanto como agente de la creación como unigénito Hijo del Padre. Mediante la encarnación estuvo también distintivamente presente dentro de los confines de la historia humana. Y hoy está redentoramente presente entre nosotros por medio del Santo Espíritu. La presencia final de Jesús será para introducirnos en el orden eterno. Estas manifestaciones parecen cubrir la historia completa de la salvación. Aunque tenemos todavía un interludio único: el tiempo entre la resurrección y la ascensión. Llamamos a este interludio los "cuarenta días". Fue éste el "tiempo especial" en el cual el Espíritu no había descendido plenamente en el sentido redentor de Pentecostés; ni tampoco Jesús había marchado del todo, como en la ascensión.

El Jesús histórico que había formado su cuerpo (la iglesia) parecía que había terminado con la muerte. Mediante la resurrección demostró su habilidad para asegurar la permanencia de los [p. 87] suyos. Después de

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Pentecostés, todos aquellos confrontados con Jesús, la Palabra redentora de Dios, eran capacitados para ser salvos por el Espíritu. De manera que el "plan de la redención" había cubierto completamente a la humanidad, excepto en el intervalo entre el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección. Con todo, ni aun entonces estuvo Dios ausente.

"Profundas tinieblas" cubrieron de verdad al pequeño grupo de discípulos de Jesús en ese corto intervalo. El período de descenso al infierno significó también la ausencia de su cuerpo. La primitiva iglesia sufrió la pérdida de su presencia. La otra cara del descenso de Jesús fue la desolación y la depresión espiritual de sus seguidores quienes no tuvieron la seguridad y la fortaleza de su presencia. Con la resurrección todo cambió dado que se reavivó la llama de la esperanza. Pentecostés también curó aquel estado al dar a la iglesia el poder para su misión, pero entre ambos acontecimientos estuvieron los cuarenta días.

Sólo un versículo nos resume la actividad de Cristo después de la resurrección. "A quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios" (Hch. 1:3).

Algunos eruditos han aplaudido la construcción teológica tan cuidadosamente equilibrada de Lucas. Este escritor sagrado nos ofrece una historia de la redención que enlaza estrechamente el Antiguo y el Nuevo Testamentos. Israel peregrinó por el desierto durante cuarenta años como resultado de sucumbir a la tentación del camino fácil al rehusar invadir la tierra prometida. Por el contrario, Cristo sufrió victoriosamente la tentación durante cuarenta días y rechazó el camino fácil, escogiendo la cruz y abriendo de esta manera la tierra prometida para todos. Además, Jesús era el nuevo Elías, el profeta sufriente de Dios, que a semejanza de Elías fue sostenido durante cuarenta días por Dios. Mientras que Elías fue alimentado por Dios; Jesús, en quien las profecías se cumplían, fue sostenido en su ayuno sólo por las Escrituras y el Espíritu.

Esta tipología puede parecer forzada y artificial para la mente moderna, pero el mundo antiguo estaba muy impresionado por la correlación entre los hechos primeros y posteriores de la historia redentora de Dios. Aquellos estudiosos que opinan que Lucas era ante todo un teólogo y no un historiador sienten que los cuarenta días al final del ministerio de Cristo es la construcción teológica de Lucas designada para equilibrar los cuarenta días al comienzo del ministerio del Señor. El período de tentación quedaría entonces equilibrado por un período equivalente de triunfo y vindicación.9

Cualquiera puede ver rápidamente la división teológica de los [p. 88] trabajos de Lucas. En Hechos la obra del Espíritu progresa partiendo de Jerusalén hacia Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra (Hch. 1:8). En Lucas, Jerusalén era la fuerza geográfica pivotal que se mantenía en tensión con el ministerio de Jesús en Galilea.

Pero el período registrado en Lucas puede responder no sólo a aspectos teológicos, sino estar también basado en acontecimientos. Lo divino se acomoda a sí mismo a las capacidades receptivas de los seres humanos. La correlación y la correspondencia prestan atención sicológicamente a las necesidades humanas.10 Hay, al menos a nivel subconsciente, una repetición de arquetipos y de símbolos. Además, la historia significa muchas cosas diferentes para personas distintas (véase el prefacio). Los hechos y los significados pueden y deben ser combinados en la interpretación. Por estas razones quiero afirmar tanto los hechos como la interpretación en el registro que hace Lucas de los cuarenta días.

9 Hans Conzehnann, The Theology of St. Luke (La Teología de San Lucas) traducción de Geoffrey Buswell (N. Y.: Harper & Brothers, 1960) págs. 183-184; y Edward Schillebeeckx, Jesus: An Experiment in Chistology (Jesús: Un experimento en cristología), traducción de Hubert Hoskins (Nueva York: Crossroad Publishing, 1979), pág. 343.

10 Carl J. Jung, The Collected Works of C.J. Jung, traducción R. F. C. Hull: Vol. 11: Psychology and Religion (Nueva York: Pantheon, 1958), Transformation Symbolism in the Mass, págs. 247-296.

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Más importante que la construcción de este fascinante post-ludio de la vida histórica de Jesús es la intención de los cuarenta días. ¿A qué propósito sirven? Me parece a mí que aquí tenemos algo más que equilibrio teológico. Hay inclusive algo más que una provisión para ver que a los primeros cristianos se les concedió una manifestación especial de la presencia de Dios. Un teólogo contemporáneo hizo la interesante sugerencia de que en este tiempo Jesús estuvo confirmando la interpretación de su propia persona que luego sería teológicamente explicada en el Nuevo Testamento. Pero esto es sólo una manera muy ingeniosa de evadir el tema del Jesús de la historia/Cristo de la fe que ha acaparado la atención de los estudiosos del Nuevo Testamento en los últimos cincuenta años.

Jesús dedicó todo su ministerio terrenal a reivindicar al Padre. Referencias e identificaciones de sí mismo fueron hechas en este contexto de llamar, instruir y confirmar a sus discípulos. La resurrección fue su vindicación y ya nada le quedaba por probar. Aquel que vivió para otros y dio gloria al Padre en todo, difícilmente ofrecerá un curso en cristología. En parte, el aparecer y desaparecer durante la primera semana después de la resurrección establece sin duda la pauta de los cuarenta días. Cristo se apareció a todos aquellos que estaban desanimados, que dudaban, que necesitaban confirmación. Con seguridad este fue el propósito y la pauta de los cuarenta días. Aquellos fueron días de confirmar y confortar a los discípulos.

Una pista bíblica, Lucas 24:27, nos da cierta luz sobre la conversación: "Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían." Esto no contradice necesariamente lo que dijo antes. La [p. 89] manera en que Cristo habló de sí mismo después de la resurrección es análoga a lo que explicó sobre sí antes de la muerte; esto cae dentro del cuadro último de la historia de la redención y en una manera que da gloria al Padre. Debemos reconocer, sin embargo, que estamos hablando ahora del Cristo resucitado, del Cristo eterno. Las autolimitaciones de la encarnación histórica habían ahora desaparecido. Los primeros testigos de la resurrección eran discípulos desalentados. El primer intérprete de la resurrección fue Cristo mismo, quien daba testimonio del Padre confortando y confirmando a los creyentes. Ellos tuvieron su presencia y nosotros tenemos su Espíritu, pero él está siempre con sus seguidores.

La ascensión: La marcha del Cristo resucitado de la tierra

La ascensión es una doctrina de necesidad geográfica. Si el Cristo resucitado hubiera permanecido en la tierra, la historia humana habría sido muy diferente. Él había dicho a sus discípulos que tenía que marchar (Juan 14-16, y los verbos usados aquí indican la necesidad de la situación). Jesús no visito, al contrario de algunas pretensiones, otros continentes, países y pueblos. Él había invertido su vida en seleccionar a un grupo específico de discípulos, confirmó su fe mediante su presencia, les prometió la plenitud del Espíritu Santo que les guiaría y entonces Jesús volvió al Padre.

La universalización del evangelio y la aparición visible para toda la tierra quedan reservadas para más tarde. El mandato de compartir las buenas nuevas fue dado a los creyentes y el espíritu les capacitó para llevar a cabo lo que se les había pedido. La presencia continua del Espíritu capacita a los discípulos de Jesús a lo largo de todos los tiempos a aceptar el desafío y cumplir con la demanda de universalizar el evangelio. El cumplimiento de los tiempos traerá su aparición universal a todas las gentes.

Mientras tanto y en el intervalo entre el ultimo mandamiento de Jesús (la Gran Comisión) y su venida final, era necesario que el fuera al Padre. Esta vuelta al Padre la llamamos la ascensión. Era necesario para Jesús que la ascensión se produjera ante los ojos de testigos creyentes. De otra manera los incrédulos que habían iniciado los rumores del robo del cuerpo podían más tarde empezar con los rumores de otro sepulcro. La resurrección demandaba la ascensión. Lázaro fue levantado de la tumba pero volvió a morir. Jesús fue

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resucitado en el cuerpo y trasladado a la eterna dimensión de Dios. El cómo de la ascensión quedará quizá sin respuesta, la necesidad de la misma será claramente percibida.

Lucas nos provee de las referencias. Marcos y Juan no dicen nada al respecto. La Gran Comisión de Mateo (28:18-20) fue dada en un monte en Galilea. La referencia de Pablo a quinientos testigos [p. 90] parece señalar a la ascensión, aunque Pablo no indica lugar ni especifica que esta aparición sucedió en el momento de la ascensión. El relato de Lucas nos dice:

Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo. Ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo; y estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios (Lucas 24:50-53). En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido; a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios. Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua más vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo. Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama del Olivar el cual está cerca de Jerusalén, camino de un día de reposo (Hch. 1:1-12).

Algunos se han quedado perplejos ante la aparente diversidad de estos testimonios. A los viajeros que hoy día visitan la Tierra Santa se les muestran dos lugares distintos donde se dice sucedió el hecho de la ascensión: el Monte de los Olivos en Jerusalén y un monte en Galilea. La respuesta obvia a tal dilema es darnos cuenta que fue la tradición la que fijó el lugar de la ascensión en Galilea. La lectura cuidadosa del Evangelio de Mateo nos demostrará que allí no se dice nada de la ascensión y Lucas tampoco habla claramente de ello. Sólo el libro de los Hechos describe específicamente la escena y el lugar.

Algunos eruditos sugieren, ante el hecho de la tendencia teologizante de Lucas, que la resurrección y la ascensión deben ser [p. 91] contempladas como un solo evento.11 Tal escepticismo no tiene razón de ser a la luz de las expresiones de Lucas. El hecho y la fe pueden caminar juntos. La historia y la interpretación van de la mano en un evento que es más que un incidente casual o una interpretación subjetiva. Ante la evidencia

11 Rudolf Karl Bultmann, Theology of the New Testament (La Teología del Nuevo Testamento) traducción Kendrick Grobel (London: SCM, 1952), pág. 45; John Macquarrie, Principies of Christian Theology (Principio de Teología Cristiana), Second edition (Nueva York: Charles Scribner's Sons, 1977), pág. 290.

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bíblica de los mejores manuscritos, Jesús volvió al Padre desde el monte de los Olivos cuarenta días después de su resurrección.

El "Día de la Ascensión" es todavía celebrado en algunos países europeos, muchos en aquel contexto disfrutan de la fiesta pero casi han olvidado el significado del día. Algunos cristianos evangélicos enfatizan la ascensión como plataforma para su interés por la segunda venida del Señor. Pero la ascensión, como parte del evento de Cristo, tiene su carácter propio. Es un elemento necesario en el plan de Dios devolver al Cristo resucitado a la dimensión eterna en una forma visible y tangible. Es el preludio imprescindible a Pentecostés. Para Cristo era el "día" de partir de la tierra y retornar al cielo. Como veremos, la encarnación no ha cesado, pero la capacidad de ver a Cristo sobre la tierra ha sido normativamente reemplazada por el Espíritu. Desde la perspectiva de la tierra, era marchar. Desde la perspectiva del cielo, era volver a casa. Cómo fue esto llevado a cabo y qué quiere decir que uno es "trasladado" de nuestra dimensión a la dimensión de Dios son todavía misterios. Pero es significativo para la fe su realización.

Dos cosas continúan conectadas en la tradición cristiana con la ascensión. Una es el desafío misionero, la universalización del evangelio. La otra es la promesa del retorno final de Cristo, la universalización del triunfo de Jesús. Es erróneo anticipar un gozo egoísta fruto de la esperanza del retorno de Cristo sin hacer todo lo que está a nuestro alcance para el cumplimiento de la misión ordenada. La ascensión da cumplimiento a una promesa de Jesús que tiene dos puntos focales: "todavía un poco y no me veréis; y de nuevo un poco y me veréis; y, porque yo voy al Padre" (Jn. 16:17). Estas palabras dejaron perplejos a los primeros discípulos y también a nosotros. ¿Estaba Jesús hablando acerca de su muerte como el "todavía un poco y no me veréis" y de su resurrección como el "de nuevo un poco, y me veréis"? o ¿Estaba él hablando sobre su muerte y ascensión como el poco durante el que no le verían y de sus propias muertes y la partida para estar ellos con él como el poco antes de que le vieran en su venida? Puede ser entendido de ambas maneras, pero me parece, a la luz de Juan 14:1-3, que la segunda interpretación es preferible. Dos cosas aparecen claras: No le veremos a él ahora, pero después de "un poco" sí que le veremos. La ascensión es el primer signo de este paréntesis de tiempo. [p. 92]

Los días de continuo interés: El Cristo resucitado intercede por la tierra

¿Dónde está Cristo ahora? En la dimensión eterna o, puesto en el simbólico lenguaje oriental indicativo de exaltación y gozo, está sentado a la diestra de Dios (Ef. 1:20; 1 P. 3:22; He. 8: 1; Col. 3: 1). En este tiempo entre su ascensión y su segunda venida, él intercede por su pueblo (1 Ti. 2:5; Ro. 8:34; 1 Jn. 2: 1; y especialmente He. 7, particularmente el versículo 25).

La terminología bíblica para intercesión es rica y merece un estudio detenido. La idea básica de la intercesión es tratar con algo o alguien a favor de otro. Los reformadores, siguiendo el libro de Hebreos, hablaron de esto como el ministerio sacerdotal de Cristo. Un sacerdote es uno que representa a las personas delante de Dios. Jesús, como Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, es superior al sacerdocio institucional. Al ser sin pecado no necesita ofrendas por sí mismo. Como Hijo no necesita audiencia para entrar al Padre. Como eterno tiene un sacerdocio permanente. El autor de Hebreos lo resume bellamente:

Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Porque la ley constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre (7:26-28).

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Admitiendo que el sacerdocio de Cristo es eterno (por designación divina) y vicario (a favor de otros), cabe preguntar, ¿en base de qué intercede? Generalmente cuando uno continúa buscando en las Escrituras las respuestas, éstas responden a las cuestiones obvias. Jesús intercede en virtud de su persona, oficio y hechos (He. 7-8). Pero dado que esto se refiere obviamente a su muerte, ¿qué razón tiene su intercesión hoy? Algunos han sugerido que él personifica su sacrificio como un recordatorio al Padre de su completa satisfacción por el pecado. Claramente paralela con esta idea es que la iglesia en la tierra repita su sacrificio por medio de la cena del Señor. A la vez esto lleva al pensamiento de que la iglesia es una extensión de la encarnación en la tierra, lo mismo que Jesús continúa y extiende su existencia encarnada y el recuerdo de su sacrificio ante el Padre. Para mí, esta serie de ideas puestas así juntas, hay que rechazarlas por las siguientes razones: 1. Dios no necesita que se le "recuerde" nada. La presencia de Cristo a la diestra del Padre es [p. 93] claramente una expresión de triunfo. Su sacrificio fue realizado una vez y para siempre. Por consiguiente, la cena del Señor nos recuerda aquel sacrificio, no es una repetición, 2. La iglesia como cuerpo de Cristo es parte de él. Él es la cabeza, nosotros su cuerpo (Ef. 4:15, 16.) Pero el acto distintivo de la encarnación fue algo suyo, singular y único. Nosotros personificamos su memoria, vivimos su vida y mostramos fe y sumisión a su señorío, pero no añadimos nada a lo que él es e hizo, excepto que él nos agrega al creciente círculo de la familia de Dios que tendrá parte con él en el reino de Dios.

Navidad tiene para Cristo un significado característico e irrepetible, lo mismo que Pentecostés lo tiene para el Espíritu. Puede haber una mejor comprensión y apropiación del significado de la Navidad y de Pentecostés, pero no repetimos ni afectamos en nada sus distintivas bendiciones. Estos son actos únicos y todos somos afectados por ellos y vivimos en razón de su significado. Pero las bases de la intercesión de Cristo fueron completadas durante su ministerio en la tierra, su progresión en la tarea debe ser otra que el continuo recordatorio para Dios de la memoria de la cruz.

Otra interpretación de la intercesión de Cristo es que él está "abogando nuestro caso" ante el Padre. Esta concepción se suele basar en 1 Juan 2:1, donde Jesús es llamado nuestro Abogado o Paracleto. Debemos recordar que este término es usado para el Espíritu Santo en Juan 14:26. Este es un término legal y la idea judicial de defensa ha sido la manera usual de entender el ministerio de intercesión de Cristo. Pero quisiera aquí reorientar y suplementar este punto de vista en dos aspectos principales, 1. El término Paracleto se refiere a uno que es llamado a nuestro lado. La idea puede ser la de uno que conforta, defiende o interpreta. Yo prefiero la idea del Paracleto como intérprete, la cual ciertamente nos ayuda con el segundo problema. 2. Si alguien dice que Cristo es el que nos defiende, el resultado que podemos obtener es que él es nuestro amigo y Dios el Padre como Juez es nuestro enemigo, y es duro, inflexible y poco dispuesto a que consigamos el perdón o salvación. Esta sería una interpretación absolutamente errónea. La noción de que el Espíritu es nuestro amigo procedente del tribunal y que Cristo es nuestro amigo ante el tribunal, tiene que suplementarse con la idea de que el Juez que está sentado en el tribunal está igual e inequívocamente de nuestra parte. La idea no es que por medio de la defensa del Hijo consigamos algo que el Padre no quiere hacer, pues el Hijo hace lo que ha visto y oído al Padre (Jn. 17). Y el Espíritu da testimonio del Hijo. En todos los sentidos y en cada caso, Dios es por nosotros -el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Entiendo [p. 94] la metáfora de que Cristo es nuestro abogado defensor, y me gozó mucho cantando "Oh Que Amigo Nos Es Cristo"; sin embargo, estas ideas no pueden ser llevadas tan lejos que digamos que el corazón de Dios es diferente de los sentimientos e intenciones del Hijo.

A mi parecer la intercesión de Jesucristo es un ministerio de interpretación. Él nos interpreta correctamente ante el Padre porque fue sobre Jesús que cayeron las tareas de la encarnación, el sufrimiento y

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la expiación. No es teológicamente correcto decir que el Padre murió sobre la cruz y tampoco es exacto decir que el Santo Espíritu se encarnó durante treinta años y residió en la Palestina del primer siglo. Las tres manifestaciones de la divinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo- son iguales y perfectas, aunque sus tareas son diversas. La tarea ahora de Jesús es interpretar la humanidad ante el Padre. "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Ti. 2:5).

Esto significa que Cristo se hizo hombre y permanece humano. Él es también divino, pero es su estado singular y único como humano lo que le permite representarnos, mediar e interpretarnos ante el Padre. Muchos, inconsciente o quizá intencionalmente, han asumido que Jesús dejó su humanidad en la tierra. Si ese fuera el caso, la interpretación docetista de la encarnación sería correcta. Esto es, que él sólo tuvo apariencia humana pero que aquello realmente no constituyó diferencia permanente para él. Esta no es la situación. De alguna manera divina la humanidad de Jesús continúa y forma la base de su comprensión de nosotros. Como resultado, su mediación es la obra mediante la cual Dios nos comprende verdaderamente, nos perdona y entra en relación con nosotros. No es como si Jesús mirara 2000 años hacia atrás y recordara lo que significa ser hombre. Él es todavía humano y es sobre esta base que Dios ha deseado venir a nosotros completamente Y es sobre la base de la humanidad de Cristo que nosotros, como humanos, somos finalmente capaces de allegarnos a Dios. Esto significa que la Navidad fue crucial. Belén no era simplemente una manera de traer a Jesús a la tierra a fin de que muriera. Todo debe ir junto. El evento de Cristo comienza como una promesa, viene en la Navidad (Dios manifestándose en carne), es expresado en sus enseñanzas y obras poderosas, es confirmado en la cruz, vindicado en la resurrección, continuado por medio de la intercesión y se culminará con la segunda venida. Este interludio es un tiempo durante el que él está con el Padre a nuestro favor. Belén marca una diferencia para nosotros porque es el momento y el lugar donde Dios en su plenitud se une y se identifica con su creación de una manera [p. 95] como nunca antes lo había hecho, de una forma que tiene consecuencias permanentes para él y para nosotros. El canto navideño es correcto: "¡Al mundo paz nació Jesús!" Si él no hubiera venido de la manera que lo hizo en Navidad (en carne humana) no estaría como está ahora (como un mediador, cuya humanidad nos entiende) con nosotros y a favor de nosotros.

¿Cómo lleva a cabo Jesús su obra de mediación a nuestro favor? Hasta ahora hemos hablado de lo que el oficio de Mediador de Cristo significa "en los cielos". Nuestro problema es cómo nos hacernos conscientes de ello en la tierra. La primera y más evidente respuesta es que conocemos su ministerio de intercesión de la misma manera que el resto de su historia, esto es, mediante las Escrituras. Es la Biblia la que nos lo "introduce" y es la Biblia la que sigue siendo nuestra mejor fuente de conocimiento "acerca" de Jesús.

El maestro nos dice, por medio de las Escrituras, que su presencia nos es impartida por el Espíritu. Y es mediante el Espíritu que se realiza nuestra identificación con él y disfrutamos de su acción mediadora. Esta fue su promesa (Juan 14-16) y ésta es nuestra experiencia cimentada por el Espíritu y la Escritura.

Hay una promesa y cumplimiento especiales de la presencia de Cristo allí donde hay dos o tres reunidos en su nombre (Mt. 18:20). Y ciertamente es en la iglesia, como cuerpo de Cristo y comunión de los santos, donde somos más conscientes de su presencia. La cena del Señor es el acontecimiento espiritual de la iglesia en el que recordamos de manera más especial el sacrificio de Cristo, y es el tiempo en el que reflexionamos más conscientemente en la obra que hizo su mediación más efectiva. Es lamentable que no usemos más frecuentemente este medio de recordarnos a nosotros mismos la realidad de su presencia a nuestro favor.12

12 Dietrich Ritschl, Memory and Hope: An Inquiry Concerning the Presence of Christ (Memoria y Esperanza: Una indagación concenúente a la presencia de Cristo), págs. 96-101.

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El renacimiento de la naturaleza cada primavera es un recordatorio cósmico del nuevo nacimiento hecho posible por Cristo. La belleza, natural o elaborada, puede y debe recordarnos la belleza de la obra de Cristo a nuestro favor en la presencia del Padre. Amigos humanos que nos interpretan ante otros y que interceden por nosotros ante "tribunales" poco amistosos, son recordatorios presentes de la necesidad y la delicia de gozar de un Mediador celestial. "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt. 5:9). El bendito Hijo de Dios primeramente nos enseña y después continúa sus incesantes esfuerzos a nuestro favor. Por medio de sus esfuerzos el mundo estará un día en paz. Los hijos e hijas del primer Adán serán "transformados" en hijos de Dios gracias a la obra de Aquel que nos interpreta ante el Padre. [p. 96]

Humanidad que engrandece la experiencia de Dios y divinidad que penetra la experiencia humana.

"Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos" (He. 13:8). Dios es inmutable. "En él no hay mudanza, ni sombra de variación", (Stg. 1: 17). “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Co. 5: 19). Esta permanencia e inmutabilidad de Dios es una constante en un universo en cambio continuo.

Y con todo Dios escucha las oraciones de sus hijos y las responde conforme a sus propósitos. El Antiguo Testamento nos habla de arrepentimientos de Dios, no de pecados, pero sí de decisiones previas. Y Jesús no estuvo encarnado antes de Belén. ¿Cómo puede todo esto acontecer? La permanencia de Dios y su continua nueva actividad son enseñanzas bíblicas, aunque desde nuestra perspectiva humana nos parezca imposible de unir lógicamente.

Para mí la solución está en las definiciones y en los modelos que usamos para entender los términos. Si por inmutable entendemos incapacidad para hacer ajustes, estático, inamovible, como grabado en piedra, no tenemos entonces forma de deshacer la contradicción. Es particularmente cierto si visualizamos el cambio como una alteración esencial, como algo totalmente diferente, una inestabilidad indeseable. Ninguna de estas concepciones extremas de estabilidad y de cambio es verdad del Dios de las Escrituras. La constancia de Dios descansa en su propósito último, su compromiso con la verdad, su amor permanente, su determinación a resistir el mal y asegurar el bien. Su variabilidad consiste en su disposición de entrar en relación con su creación en una manera que se acomode a nuestra condición y necesidad humanas para traernos "nuevas misericordias" cada mañana; en que va delante de nosotros para dirigirnos a lo nuevo y prometernos todas las cosas nuevas. Ambas maneras de contemplar a Dios son bíblicas y verdaderas en la experiencia del pueblo de Dios en sus relaciones con él. Un teólogo nos ha recordado que la inmutabilidad de Dios (su constancia) no quiere decir que Dios sea inamovible (inmovilidad que incapacita para todo cambio).

Jesucristo llevó consigo su humanidad al cielo y es esta experiencia humana la que le califica como nuestro mediador. Dios no se hizo hombre antes de Belén. Las teofanías son apariciones temporales de la divinidad en el tiempo y en el espacio. La encarnación es la divinidad haciéndose carne en un momento dado en el tiempo, conforme al predeterminado propósito salvador de Dios, para permanecer en esa condición por el resto del tiempo y la eternidad. Todas estas afirmaciones nos llevan a la conclusión de [p. 97] que en la venida de Jesús a estar con nosotros se produce un engrandecimiento de la Deidad. Tal cosa sucede a través de las experiencias de lo humano y de la salvación de la humanidad mediante ese punto de contacto de lo divino y humano que es Jesucristo, el Mediador.

Quisiéramos alejarnos de esta conclusión debido a una tensión que se produce en nuestra comprensión del conocimiento de Dios. Dios en la plenitud de su trina manifestación: Padre, Hijo y Espíritu

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Santo, debemos suponerle como "conocedor de todas las cosas" en todo momento. Esto significa que Dios asegura su propósito y que el futuro prometido será victoriosamente alcanzado. Existen dos formas de conocimiento, el intelectual y el experimental. Desde la perspectiva teológica y filosófica decimos que el conocimiento intelectual que Dios posee es la base y fundamento de toda verdad y sabiduría. En este sentido Dios es omnisciente. Este es un conocimiento intelectual. Por otra parte, el conocimiento experimental que Dios tiene de su creación le viene por la relación con su creación. Dios se comprometió con Israel y amó a la nación como a un hijo (Os 11:1). Llamó a la creación como testigo de su fidelidad a su pacto con Israel (Joel, Oseas). Y en el cumplimiento de los tiempos, experimentó las esperanzas y temores de los siglos, como las que se encontró en el pequeño pueblo de Belén, vivió a la orilla del Mar de Galilea y sufrió en Getsemaní. Él quiso salvarnos haciéndose como uno de nosotros. Y aunque Jesús ya no participa de nuestras limitaciones finitas, entra todavía, milagrosa y maravillosamente, dentro de nuestras experiencias como humanos. El conocimiento intelectual que Dios tiene de todas las cosas como fuente de toda verdad es algo que escapa a nuestra capacidad. Pero que él nos conoce experimentalmente, realzado a través de la humanidad de Jesucristo, es algo que podemos afirmar a causa del oficio Mediador de su Hijo.13

Somos siempre muy sensibles a que se diga que Dios es enriquecido o engrandecido en algo, de manera que demos la impresión de que él no es perfecto. Él no es menos que perfecto, pero el término perfección aquí no es la idea griega que indica una categoría estática. La perfección es lo que Dios es y hace. Y si él quiere, y aparentemente así lo quiso, ser perfecto mediante su relación con nosotros, así sea. Algo que nos humilla es darnos cuenta de que somos herencia de Dios (Ef. 1: 18)14, y es, por otra parte, algo sumamente gozoso saber que por medio de él "somos participantes de la naturaleza divina" (2 P. 1:4). Más sorprendente es la seguridad de que él amó de tal manera al mundo y a las personas en él, que quedó permanentemente relacionado con ellos como uno de ellos. Ireneo, un teólogo cristiano del segundo siglo, [p. 98] dijo: "Se hizo como nosotros somos para que pudiéramos ser como él es." Juan nos dice que cuando él aparezca seremos semejantes a él (1 Jn. 3:2).

Confusión y mal entendimiento pueden producirse a causa de estas expresiones. No quieren decir que nosotros nos haremos divinos. Hemos sido creados como humanos y eso es lo que siempre seremos. Y si fuéramos sabios, eso es todo lo que querríamos ser, porque debe ser una tremenda carga ser Dios. Estos pasajes se refieren al hecho de que tendremos una naturaleza humana glorificada. Estos términos que relacionan la humanidad con la divinidad deben ser vistos a la luz de Jesús, el ser divino que se hizo humano y cuya humanidad glorificada es el prototipo de lo que será la nuestra. Hay una diferencia cualitativa infinita entre Dios y el hombre, el Creador y su creación. Dicha diferencia fue salvada por Jesucristo. Él ha abierto el camino de vuelta a casa y, como el hermano mayor, nos guía al reino y hogar del Padre como hermanos cuyo derecho de estar allí descansa en el amor redentor de Dios. Seremos semejantes a Cristo hasta el punto que esto pueda ser, que es en la naturaleza humana glorificada. El Padre se deleita en agrandar su lugar para nosotros y compartir su presencia con nosotros en formas que son redentoras para el hombre y satisfactorias para él (Ap. 21-22).

Enfrentamos todavía otro dilema al hablar de esta humanidad de Cristo engrandecedora, experimental, permanente e interactiva. Es el problema de separar a las personas de la Trinidad y hacer como

13 Los estudiantes de teología no deben asociar apresuradamente esto con la "filosofía de proceso" en desarrollo, que sí enfatiza este aspecto de la naturaleza divina, pero que no tiene, en mi opinión, una declaración adecuada del estable y seguro conocimiento y ser de Dios que garantice el futuro y se anticipe a interpretaciones caprichosas de la providencia.

14 Soy consciente de que este pasaje habla de nuestra herencia en él, pero es también un genitivo subjetivo, refiriéndose entonces a su propia herencia que somos nosotros en Cristo.

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si Jesucristo estuviera en oposición o ampliamente separado del Padre por su humanidad. Esto sería un grave error. Ya he indicado antes que fue la "plenitud de la Deidad" la que aparecía en las teofanías del Antiguo Testamento. La encarnación es el "trabajo" del Hijo. Y cualquiera que sea el significado que demos a la expresión "naturaleza divina", involucra el ser, la voluntad y actividad total de Dios. El Santo Espíritu sabe también de nuestra humanidad. Lo que queremos señalar es que Jesucristo es el foco de la encarnación de Dios. Dicha encarnación es el evento histórico mediante el cual Dios entra en nuestra experiencia y permite que penetremos nosotros en su terreno, en la medida que somos capaces de hacerlo. Por medio de la encarnación, de la cruz, de la resurrección y de la ascensión nos sentamos "en los lugares celestiales" en Cristo Jesús. Llegará un momento en el que su presencia y tarea serán perfeccionadas, entonces él entregará el reino al Padre a fin de que el Padre sea el todo en todos (1 Co. 15:24-28). Esto no es una gran absorción en la que todos llegamos a ser un indistinguible uno. Es una relación disfrutada por entero en "honra, prefiriéndoos unos a otros" (Ro. 12:10). Así ha sido siempre con [p. 99] Dios. Cualquiera que fueran las tareas de las personas de la Trinidad, su voluntad y delicia unos en otros ha constituido el círculo unificador del amor. Si es Cristo Jesús quien incorpora en su persona la humanidad y la divinidad, no lo hace como una posesión exclusiva, pues no hay tal cosa en el seno de la Deidad, sino sólo tareas específicas. Jesús mediante su humanidad lleva nuestra humanidad a Dios. Esta convicción nos lleva a dejar confiadas todas las cosas en buenas manos, hasta aquel acto final y definitivo del evento de Cristo, la segunda venida. [p. 100]

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7Vuelve

La promesa de su venida¿Está Jesús ausente ahora? No, por cierto, pues tenemos al Santo Espíritu, el otro Consolador, que da

testimonio del Cristo. Poseemos las Escrituras, especialmente el Nuevo Testamento, la historia de Jesús. Poseemos su recuerdo, especialmente mediante su Cena. Tenemos la iglesia, la comunidad de la fe y del amor que conserva su recuerdo a lo largo de la historia. Tenemos comunión con Cristo por medio de la oración y la experiencia cristiana. Tenemos la seguridad de que mediante su humanidad nos provee de intercesión delante del Padre. Y con todo es cierto que en el sentido final y completo, él está ausente. Le tenemos, pero no tenemos de él todo lo que un día tendremos, o, quizá, mejor dicho, no le tenemos hoy como le tendremos aquel día cuando él nos tenga a su lado.

La pauta constante de las Escrituras es la promesa y cumplimiento. Nuestra experiencia es que todas las promesas cumplidas de Dios nos han traído mayores promesas. Es estimulante adorar al Dios que nos lleva a crecer y engrandecemos mediante promesas que nos traen el don de la esperanza. Los críticos del cristianismo, deben saber que la última escena de la obra de Dios no ha sido todavía representada. 15 El telón no ha caído aún sobre el acto final del drama de la redención de Dios. Se produjo el clímax del drama divino durante los actos históricos del evento de Cristo descritos en los primeros seis capítulos, pero todavía queda el acto final. Los detalles son menos de los que algunos suponen, pero la promesa y el apoyo bíblico del acto final son considerablemente mayores de lo que otros han supuesto. Nos será de mucha ayuda examinar las [p. 101] fuentes de estas promesas y sus expresiones en el Nuevo Testamento.

Las Fuentes

El Antiguo Testamento

El "Nuevo" Testamento implica la existencia del "Antiguo" Testamento. La fe de Israel, como ya ha sido mencionado era una fe que miraba hacia atrás a sus fundamentos históricos, pero era también una fe que miraba hacia lo porvenir sobre la base de las promesas de Dios. Este aspecto de la fe del Antiguo Testamento de mirar hacia adelante, conocido como profecía y promesa, fue validado en la primera venida de Jesús. Su vida y ministerio son el cumplimiento consciente e intencional de la profecía. En la medida que el cumplimiento se realizaba se nos daba un fundamento adicional de promesa y profecía. Las normas de revelación del Antiguo Testamento nos presentan y preparan el camino para las promesas del Nuevo Testamento sobre otras revelaciones de Dios.16

15 Hay un movimiento teológico contemporáneo, llamado la teología de la esperanza que está basado en esta misma interpretación. Jürgen Moltmann, Theology of Hope (La Teología de la Esperanza) Wolfhart Pannenberg, Theology and the Kingdom of God (Teología del reino de Dios) (Philadelphia: The Westminster Press, 1969). M. Douglas Meeks, Origins of the Theology of Hope (Origen de la Teología de la Esperanza) (Philadelphia: Fortress Press, 1974).

16 Barnabas Lindars, New Testament Apologetic (Londres: SCM Press, 1961) y James Barr, Old and New in lnterpretation: (Londres SCM Press 1966).

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Las profecías mesiánicas

Un foco singular de la profecía del Antiguo Testamento era la expectación de una figura mesiánica venidera. Dicha expectación tomó distintas formas: Un mesías-rey semejante a David cuya tarea especial sería gobernar y dar libertad política; un profeta o hijo sufriente, modelo que a veces Israel identificó con su propio sufrimiento; un profeta escatológico, un nuevo Moisés, que traería una nueva o final revelación de Dios. Jesús cumplió las profecías mesiánicas, pero lo hizo a su manera, cosa que no convenció a muchos de sus contemporáneos. "Más a todos los que le recibieron a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Jn. 1:12).

El foco especial de la profecía mesiánica y la venida de un Mesías era una segunda fuente de las profecías del Nuevo Testamento acerca de la venida última del Mesías. Pero existe una diferencia crucial y debe ser señalada. Mientras que las profecías del Antiguo Testamento sobre la venida del Mesías no permitían conocer de forma inequívoca quién era el Mesías, la profecía del Nuevo Testamento no deja ningún lugar a la duda. Es a Jesús de Nazaret a quien esperaba y sigue esperando la comunidad cristiana como el Mesías que retorna. Explicaré el significado completo de esta creencia que parece tan obvia para los cristianos. Aquí sólo recordaré a "las sectas que surgen en cada esquina" pretendiendo identificar a su "Mesías" con el cumplimiento de las profecías mesiánicas del Nuevo Testamento. [p. 102]

Pensamiento y literatura apocalíptica

Una tercera fuente de la profecía y promesa el Nuevo Testamento es lo que podemos llamar apocalipcísmo. Este término es usado para designar esa forma particular de pensamiento y literatura que conocemos como apocalíptica. Esta tercera fuente no es una fuente separada. Y aunque es profecía mesiánica, forma una categoría especial con ideas tomadas de las promesas y profecías del Antiguo Testamento; de manera que el pensamiento y la literatura apocalíptica aparecen en porciones especiales del Antiguo Testamento y proporcionan muchos de los símbolos y formas de expresión que usa el Nuevo Testamento al hablar de la segunda venida de Cristo.17

Existen también ideas mesiánicas y apocalípticas que se producen fuera del Antiguo Testamento, en el extenso campo de literatura producida en el período intertestamentario. Estas ideas, continuaban vivas aún en el mundo en el que se expresaron los escritores del Nuevo Testamento. Recordemos que la fuente última de todas las promesas de Dios es Dios mismo. La expresión de estas promesas entra en nuestra historia por medio de las palabras e ideas históricas en las que las Escrituras fueron escritas.

Algunas de las ideas apocalípticas importantes son: 1. Cuando las cosas van mal en la tierra, sólo hay una fuente de esperanza, esto es Dios. 2. Para expresar esta intervención de Dios se necesitan símbolos especiales debido a que nuestros símbolos habituales (las palabras) no son adecuadas para expresar las situaciones extremas. 3. Toda la creación (anímales, monstruos, otros elementos como las nubes, etc.) queda envuelta en la intervención final de Dios. 4. Dios usa seres espirituales e interviene directamente para alcanzar su propósito. 5. El Señor procurará que el mal sea condenado y la bondad prevalezca. 6. Por tanto, escuche a Dios y su mensaje porque el fin está cerca y las advertencias del Señor sirven como notas de purificación para todos aquellos que le aman, y de juicio para los que le rechazan. Estoy seguro que podemos empezar a reflexionar en cómo este lenguaje apocalíptico nos resulta familiar al prepararnos para examinar las expresiones específicas de promesa del Nuevo Testamento.

17 Para una discusión técnica del pensamiento y literatura apocalíptica, véase Paul D. Hansen, The Dawn of Apocalyptic (Philadelphia: Fortress Press, 1975) y Klaus Koch, The Rediscavery of Apocalyptic (Londres: SCM Press, 1972).

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Expresiones de las PromesasEl Nuevo Testamento dice mucho sobre las expectativas y promesas de la venida última del Mesías de

Dios. Con Cristo mismo surge el ímpetu por el tema. Nos dio parábolas relacionadas con un juicio final, indicativas de que esta edad terminará con juicio. Uno [p. 103] de los elementos que esperamos del Mesías de Dios es que él traerá juicio. Jesús expresó expectativas apocalípticas acerca del día y la hora final y estas expectaciones reflejan también un papel mesiánico tradicional. La comunidad cristiana identifica claramente a Jesús como el Hijo del Hombre que vendrá en el día del Señor. Aquel que era esperado en la primera aparición es el mismo cuya nueva aparición y presencia (epifanía y Parusía) es esperada.

Predicciones de Jesús

El espacio sólo nos permite examinar pasajes representativos más que referencias exhaustivas de las Escrituras. En la conclusión del Sermón del monte, Jesús expresó dos situaciones de juicio y se introdujo a sí mismo en la escena como Juez en "aquel día", el día de juicio final.18

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. (Mt. 7:21-27).

El mensaje de Dios, su Palabra, es el único fundamento seguro y capaz de ofrecer estabilidad y esperanza en el inminente e inevitable día del juicio. En Mateo 8:11, 12, Jesús habla de una reunión en el reino de Dios en los términos del Antiguo Testamento de un banquete mesiánico en la mesa del Señor. Las implicaciones futuras y mesiánicas son obvias y también se nos da la nota de juicio sobre gentes religiosas que esperan estar a la mesa del Señor pero no estarán porque no tienen fe. La fe que se refiere es como la del centurión romano que creía que Jesús podía curar a su siervo aun sin necesidad de ir a donde estaba.

Marcos 10:29-31 nos dice:

Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madre, [p. 104] hijos y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna. Pero muchos primeros serán postreros, y los postreros, primeros.

18 Los estudiantes contemporáneos del Nuevo Testamento estarán conscientes de los aspectos críticos envueltos en estos pasajes y también de su origen histórico. Véase Rodolfo Bultmann, The History of the Synoptic Tradition (La Historia de la Tradición Sinóptica) (Nueva York: Harper & Row, 1963). Para una perspectiva más conservadora véase R. H. Fuller, The Mission and Achievement of Jesus (La Misión y los Logros de Cristo) (Chicago: A. R. Allenson, 1954). Lo que aparece bien claro es que se espera un juicio futuro y el Mesías juega un papel activo como Juez.

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Quizá algunos se queden cavilando sobre dónde están estas mansiones terrenales, pero de lo que no les queda duda es que la plenitud de la vida eterna es realizada "en el siglo venidero". La idea de los dos mundos que aparece en el Nuevo Testamento es también la idea de las dos edades o siglos. Como podremos observar la antigua edad o siglo terminó con la primera venida de Jesús y el siglo nuevo ha comenzado, pero tanto este pasaje como la aparente realización de nuestras propias circunstancias, establece claramente que el "siglo venidero" todavía no ha llegado plenamente. Lucas 13:24-30 combina muy bien lo señalado en Marcos 10:31: "Pero muchos primeros serán postreros, y los postreros, primeros." De la misma manera, Lucas también une los grandes pasajes apocalípticos de Marcos 13 y Mateo 24-25 en una breve declaración:

Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria. Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca. (Lc. 21:25-28).

En los "apocalipsis" de Mateo y Marcos, Jesús nos da su enseñanza básica acerca del futuro. Nuestra dificultad en la comprensión de estos dos pasajes, que constituyen la versión abreviada (Marcos) y la ampliada (Mateo) de la misma enseñanza, procede del hecho de que está hablando a la vez de la destrucción de Jerusalén y del fin del mundo. Jerusalén fue conquistada y destruida en el año 70 d. de J. C. por el general romano Tito Vespasiano, quien después fue emperador de Roma durante los años 79 al 81 d. de J. C. El arco del triunfo de Tito todavía puede verse en Roma. En una de sus caras se observa la escena triunfal del general romano celebrando su victoria. Este fue el momento en que "no quedó piedra sobre piedra" (Mt. 24:2). Fue un tiempo en que se multiplicó la maldad, pero todos los que perseveraron hasta el fin de aquella batalla fueron salvos (vv. 12, 13). Más aún, la destrucción de Jerusalén forzó también a los cristianos judíos a salir a cumplir la misión de la iglesia (v. 14). La destrucción de aquel lugar sagrado de Dios fue una "abominación desoladora" (v. 15) a semejanza de la abominación anticipada por Daniel. El lector entenderá bien que la primera abominación fue la profanación del templo en el año 169 a. de J. C. por el rey sirio Antíoco Espífanes. La destrucción del templo [p. 105] fue, sin duda alguna, un golpe demoledor para el judaísmo. El tiempo de la conquista militar, los profetas clamarían: "Paz, paz", cuando no había paz (Jer. 6:14b); y el pueblo buscaría con ansiedad salvadores, principalmente políticos y militares, que los pudieran librar aun tal vez alguien que estuviera oculto ("Mirad, está en los aposentos", v. 26). Pero nada de esto era verdad. La destrucción era segura. Pero sólo después de aquella tribulación que tiene implicaciones cósmicas ("el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas", v. 29) aparecerá la señal del Hijo del Hombre. Dicha señal es la venida del Hijo del Hombre para confortar y recoger a su pueblo, acompañada por el sonido poderoso de la trompeta.

En este punto fue cuando Jesús, presionado por las preguntas de sus discípulos, dio cuatro parábolas de aplicación. Tenemos las dos parábolas de la higuera y de los días de Noé que enfatizan lo inesperado de su venida. "Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre" (v. 36). Las otras dos parábolas de la llegada sorpresiva del ladrón y el retorno imprevisto del Señor refuerzan esta impresión de sorpresa e inadvertencia. "Vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe" (v. 50). A la luz de la seguridad del juicio que se producirá cuando el Señor vuelva, y a la vez la incertidumbre

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del tiempo de su venida, los discípulos de Jesús deben estar siempre preparados. Con el fin de remachar esta idea Jesús les contó la parábola de las diez vírgenes, de las que cinco eran prudentes y cinco insensatas. La enseñanza clave de esta parábola es: "Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir" (25:13). Durante el tiempo antes de que Jesús venga de nuevo, los discípulos deben aprovechar al máximo los talentos (originalmente se interpretó como una cantidad de dinero y gradualmente se entendió como una habilidad o capacidad especial para hacer algo bien) dados por Dios, pues el juicio es el momento en el que se requiere que cada uno dé cuenta de sus talentos. La parábola de los talentos enfatiza esta enseñanza. La verdad central es, "porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado" (v. 29).

Después de estas parábolas acerca del juicio, Jesús describe en términos apocalípticos la escena del juicio y las bases sobre las que los hombres serán juzgados. Sus discípulos serán juzgados por lo que hayan hecho a favor de otros en su nombre (vv. 31-46).

Además de las parábolas en los discursos apocalípticos, también aparece la idea del juicio a la venida del Hijo del Hombre en la parábola del trigo y de la cizaña en Mateo 13:37-43. El trigo y la [p. 106] cizaña serán separados en el día último y la cizaña será echada en el fuego (v. 42). "Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre" (v. 43a, citando a Daniel 12:3). La misma enseñanza es expresada en la parábola de los peces buenos y malos cogidos en la red (vv. 47-50). Como una predicción de su propia pasión, con la doble visión de lo que sucederá con aquellos que han maltratado a los profetas de Dios y su heredero, Jesús les dio la parábola de los labradores malvados (Mt. 21:33, 34). Tenemos también otras dos parábolas mediante las cuales Jesús enfatiza la enseñanza del juicio final. La de Mateo 20:1-16, se refiere a la parábola de los obreros de la viña y aporta la idea de la gracia radical en la que el dueño de la viña hace en su soberanía lo que quiere con lo que es suyo, inclusive el pago idéntico para los que trabajan más o menos tiempo. La de Mateo 22:2-14 nos muestra que aquellos que rehúsan acudir a la fiesta de boda son reemplazados por aquellos que aceptarán la invitación. Sin embargo, la invitación a las bodas implica que el invitado debe prepararse cuidadosamente y vestirse en forma apropiada. Aquel que no lleva el vestido de bodas es echado fuera. Estas dos parábolas hacen hincapié en que la humanidad debe cumplir con las demandas de Dios para entrar en el reino. La condición básica es la voluntad de hacer lo que se les manda (obediencia) y confianza en que el Señor proveerá lo que se necesita (una paga adecuada y un vestido de bodas como el que se requiere).

Una promesa especial de galardón es dada a los discípulos que dejan relaciones y cosas importantes por seguir a Cristo (Mt. 19:28-30). El tiempo de este galardón se describe mediante la enigmática frase de "en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria" (v. 28). Esta frase es similar a la que Cristo empleó para responder al Sumo Sacerdote, "Tú lo has dicho (que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios); y además os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo" (Mt. 26:64). Estas referencias al Hijo del Hombre viniendo en poder se relacionan con el lamento de Jesús sobre Jerusalén que él concluye con la promesa: "Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Mt. 23:39). Estas afirmaciones fueron repetidas por Jesús de una manera más íntima y significativa durante la institución de la Santa Cena: "Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día que lo beba de nuevo con vosotros en el reino de mi padre" (Mt. 26:29).

A este extenso material que encontramos en el Evangelio de Mateo y sus paralelos en Marcos y Lucas, debemos añadir los [p. 107] famosos discursos de despedida de Juan capítulo 14-16. Estas expresiones

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teológicas de Jesús, recordadas por el Espíritu y transmitidas por medio de las reflexiones de Juan, hablan de consolación. Dice así esta promesa:

No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino (Jn. 14:1-4).

Las ideas clave de este pasaje que subrayan el consuelo que Jesús da son su trabajo "en la casa de mi Padre" a favor de sus discípulos, y su promesa "y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Jn. 14:3). Para reforzar la realidad de este consuelo, que viene en última instancia en el futuro, les es dado en el presente el don del Espíritu (vv. 16-21). La promesa de la venida de Jesús en el futuro es, en un sentido, cumplida mediante el don del Espíritu en el presente. Además, aquellos que reciben a Cristo en el Espíritu y por medio del Espíritu están obligados a amarse el uno al otro, a permanecer en Cristo y a obedecer su mandamiento principal de amor (Jn. 15:1-17). Los discípulos de Cristo no serán amados por el "mundo", como tampoco lo fue el Maestro. El fue rechazado y sus discípulos también lo serán. (Jn. 15:18 - 16:4). El ministerio del Espíritu, el Consolador, el Ayudador (Paracleto, literalmente quiere decir uno que está a nuestro lado, esto implica tanto convicción como consolación), les ayudará (Jn. 16:5-15). Jesús estará con el Padre (vv. 16-22) y con todo estará a su disposición mediante la oración (vv. 22-33). El orará por ellos y lo hizo, ¡y qué oración tan extraordinaria! (Jn. 17). Fue una oración no sólo por aquellos primeros discípulos, "sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos" (v. 20).

Nadie puede decir que Jesús no tenía la mirada puesta en el futuro. Dio muchas enseñanzas acerca del día final,19 pero no hizo una formulación sistemática y detallada de su venida final. Un resumen de lo que enseñó incluye: 1. El juicio sucederá; 2. El día y la hora son inciertos, sobrevendrá inesperadamente; 3. Los discípulos deben estar siempre listos, esperando el acto final de Dios; 4. No hay mesías o redentores humanos que puedan salvarnos en sentido último del cataclismo y holocausto que padecerá el mundo; 5. Los discípulos de Jesús deben vivir en obediencia y confiados, sabiendo que Dios suplirá para sus necesidades; 6. Jesús está aún ahora interesado y ocupado a favor de sus discípulos y finalmente volverá [p. 108] por ellos; 7. Mientras tanto, los seguidores de Jesús deben vigilar y orar, sobre todo estar unidos a él y unos a otros por medio del Espíritu que él ha enviado.

Habiendo explorado extensivamente las expresiones de Jesús acerca del día último, consideremos ahora lo que la primitiva iglesia dijo sobre su venida final.

Afirmación de los creyentes del Nuevo Testamento.

El puente entre las predicciones de Jesús y las afirmaciones de la iglesia sobre el último día se encuentran en la idea de “aquel que viene” (ho erchomenos). El Antiguo Testamento resuma con la idea de uno que viene en el nombre del Señor.20 Juan el Bautista esperaba a "uno que viene tras de mí" que es más poderoso que Juan. Y en un momento posterior de duda, envió a sus discípulos a preguntar si Jesús era aquel

19 Véase la correcta evaluación de Alberto Schweitzer que muestra que él estaba completamente inmerso en las expectativas apocalípticas. Alberto Schweitzer, The Mystery of the Kingdom of God (Nueva York: Macmillan Company, 1954). Schweitzer erró al pensar que Jesús era un apocalípcista-futurista que se equivocó en sus expectativas. Véase W. G. Kummel, Promise and Fulfillment. (Promesa y Cumplimiento).

20 Véase S. Mowinckel, He That Cometh (El que viene) (Oxford: Basil Blackwell, 1956).

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que había de venir o tenían que esperar a otro (Mt. 11:3). Aun el voluble pueblo de Jerusalén le vitoreó en el domingo de ramos, identificando a Jesús como el que había de venir: "¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!" (Lc. 19:38, citando al Sal. 118:26). Pablo reconoció como suyas las expectativas de Juan el Bautista e identificó lo que ambos creían, es decir, que Jesús era el que tenía que venir. Dijo Pablo: "Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo" (Hch. 19:4). El autor de Hebreos identifica a Jesús como Aquel que vendrá en el futuro: "Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará" (He. 10:37).

La literatura Juanina identifica firmemente a este Jesús, el enviado de Dios en el primer advenimiento, con el Cristo Jesús que viene en el advenimiento final. En el cuarto Evangelio tenemos tres "testimonios" (los testimonios son un factor importante en la literatura Juanina) de que Jesús era el que había de venir. Juan el Bautista lo confiesa dos veces (Jn. 1:15; 3:31). La multitud que Jesús alimentó con los panes y los peces exclamó: "Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo" (Jn. 6:14). Marta también le confiesa en el transcurso de la conversación que sostuvo con Jesús antes de la resurrección de Lázaro "Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo" (Jn. 11:27).

El libro de Apocalipsis identifica a Jesús como el Cristo, como aquel que "viene con las nubes" (1:7). En realidad una de las maneras de describir a Jesús en el Apocalipsis es el "que es y que era, y que ha de venir" (1:4). Muchas voces en los cielos dan gracias porque el que es y que era y que ha de venir, ha tomado el poder y [p. 109] reino (11:17). Las últimas palabras de Jesús en las Escrituras son: "Ciertamente vengo en breve" (Ap. 22:20). La suma y sustancia de toda esta consideración es que Aquel que era esperado conforme a la profecía, es claramente identificado como Jesús en el Nuevo Testamento. Quien quiera que fuera el misterioso Hijo del Hombre para Israel, fue ciertamente identificado como Jesús de Nazaret. Aquel que había de venir ha llegado, y está todavía por venir. Y en un sentido espiritual, él está con nosotros ahora.

El Nuevo Testamento usa un término especial para unificar todas estas maneras de ver a Jesús. Es la palabra Parusía que significa presencia o venida. Esta expresión es generalmente traducida por venida y ha quedado como un término especial que habla de la segunda venida de Cristo. Un examen rápido del uso de este término, como es aplicado a Jesús, nos servirá para profundizar en el retorno de Cristo.21

Pablo nos dice que la Santa Cena es una anticipación de la Parusía (1 Co. 11:26). También nos indica que los muertos se levantarán a la venida de Jesús (1 Co. 15, especialmente v. 23). Y en sus primeros escritos a las iglesias, 1 y 2 Tesalonicenses, el Apóstol manifiesta su preocupación por los creyentes que esperan a Cristo en forma inminente y que, debido a su incorrecta interpretación, rehuían trabajar en la esperanza de que la venida de Cristo les sirviera de excusa para su pereza. Pablo les amonestó, pero no les dijo que fuera erróneo esperar la venida de Cristo en cualquier momento en todo tiempo. La recompensa de Pablo era la fidelidad de los cristianos tesalonicenses. "Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante del Señor Jesucristo, en su venida? (1 Ts. 2:19). Lo que Pablo deseaba con todo su corazón era la diligencia de los creyentes tesalonicenses "para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos" (3:13). El Apóstol encaró sus más profundas ansiedades y las nuestras también al hablarles acerca de aquellos que mueren antes de la venida del Señor. Inspirado por el Espíritu, declara:

21 Nótese que hay cuatro instantes de la Parusía en Mateo 24 (vv. 3, 27, 37, 39). En el versículo 3, la Parusía es paralela con el fin del siglo.

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Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aíre, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras (1 Ts. 4:16-18).

"Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para [p. 110] la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Ts. 5:23). Pablo amplía en su segunda carta a los Tesalonicenses, que relacionada con la venida de Cristo (2 Ts. 2:1) sobrevendrá una manifestación última del mal, "cuyo advenimiento es por obra de Satanás" (v. 9), pero a quien el Señor destruirá con el espíritu de su boca (v. 8). El Apóstol no elabora más estos aspectos y nos deja suspirando por más detalles.

Juan, con su visión del anticristo trastornando inevitablemente al pueblo de Dios, nos confirma que este principio del mal se intensificará antes de la venida final de Cristo (1 Jn. 2:18). Todo el tenor del libro del Apocalipsis es una indicación de la oscuridad que reinará antes de que Cristo dirija la batalla final contra el mal (capítulo 16). Estos tres testimonios nos permiten agregar una octava idea a nuestro previo resumen sobre el retorno de Cristo. Es el "principio del anticristo" que el mal aumentará antes de la venida del Señor.

Santiago 5:8 sugiere que la Parusía se acerca. Y la carta a los Hebreos nos ofrece la referencia bíblica más precisa que tenemos al término tradicional de la segunda venida: "Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan" (9:28). La segunda carta de Pedro considera la última venida de Cristo como una parte importante del mensaje cristiano (1:16); asegura a aquellos que dudan de la venida de Cristo que Dios hará verdaderas estas promesas como también cumplió las promesas pasadas (2:4); y anima a los cristianos a que vivan vidas santas ante la realidad del día de Dios (3:12).

Primera de Juan 2:28 combina venida (Parusía) con un segundo término para hablar del advenimiento final de Jesús. Este segundo término es semejante al usado principalmente en las epístolas pastorales. Esta palabra es aparezca o manifieste (que proviene de phaneroo) y constituye otro pilar de la expectación que el Nuevo Testamento levanta en relación con el retorno de Cristo. Juan sabiamente reitera el llamamiento de Jesús a estar listos: "Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados" (1 Jn. 2:28).

En Colosenses 3:4, Pablo usa la forma verbal de aparecer o manifestarse y en 1 Pedro 5:4 se nos promete que "cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria". En las epístolas pastorales (1 y 2 Ti. y Tit.), la "aparición final" de Jesucristo es iluminada por cuatro referencias. Pablo encarga a Timoteo y a todos los cristianos "que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de [p. 111] nuestro Señor Jesucristo" (1 Ti. 6:14). La misión de Timoteo, y la de todos los ministros de Jesucristo, era "predicar la palabra", consciente de la presencia de Dios y del Señor Jesucristo, "que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino" (2 Tí. 4:1, 2), y el Señor concederá a Pablo y a todos aquellos que "aman su venida" la corona de la vida (v. 8). Otra expresión apropiada para todas estas referencias sobre el Señor, su presencia y aparición es la de Tito 2:13, donde se nos dice que la gracia de Dios se ha manifestado y nos ha enseñado a renunciar a la maldad y a vivir sabia, justa y piadosamente, "aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo" (Tit. 2:12b, 13). A la luz de la enseñanza de la primitiva iglesia sobre la venida de Cristo,

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podemos añadir un noveno principio general: Los escritores del Nuevo Testamento utilizaron la idea de la última venida del Señor como un estímulo para la vida cristiana y como una base motivadora de la conducta ética.

La última expresión bíblica sobre la venida de Cristo la encontramos en el Apocalipsis, el último libro de las Escrituras. Es expresada mediante símbolos apocalípticos. Se nos habla de ella en los capítulos 19:11 a 20:15. La visión no es muy sistemática pero contiene los siguientes elementos. El Mesías se presenta como un conquistador invicto que vence a sus enemigos (19:11-19). Derrota por completo a los adversarios de su causa en la tierra (vv. 20, 21). Al mismo tiempo, vence al diablo, al enemigo espiritual, aplastando toda resistencia del mal, lanzando al diablo y sus huestes al lago de fuego y azufre (20:1-10). El juicio es celebrado para todas las personas vivas o muertas (vv. 11-15). Y en aquel "último día", que es como mil años y mil años son como un día, porque nuestra manera de contar el tiempo terminó cuando la eternidad de Dios irrumpe, el Señor hace todas las cosas nuevas. Ante estos prodigios el corazón creyente responde diciendo: "Sí, ven, Señor Jesús" (22:20b). Ahora podemos ya agregar la última enseñanza general acerca del retorno de Cristo: la venida de Jesús en poder y gloria eliminará por completo el mal y dará lugar al mundo nuevo de Dios.

Muchos estudiantes se sienten desalentados al ver que estas simples enseñanzas del Nuevo Testamento sobre el retorno final de Jesucristo no pueden ser elaboradas, sin ser forzadas, en un sistema que responda a todas las preguntas humanas acerca del futuro. Para el creyente es suficiente saber que él volverá por nosotros, que estaremos con él y seremos semejantes a él. Creo que este es el centro y substancia de la "bendita esperanza."22

Después de esta visión panorámica de las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre la venida de Jesús, necesitamos plantearnos una cuestión que ha dado lugar a extensa discusión. ¿Cómo debemos [p. 112] entender los creyentes las insistentes promesas del Nuevo Testamento sobre la segunda venida de Cristo y el largo período que ha pasado sin que se produzca el suceso?

Interpretaciones de su venidaReconocemos en el Nuevo Testamento un inconfundible sentido de urgencia acerca del retorno del

Señor. El entusiasmo de los primeros cristianos era indestructible y así debe ser el nuestro. Pero, ¿cómo explicar el amplísimo lapso de tiempo existente entre la promesa y su cumplimiento? Aquellas expresiones del Nuevo Testamento tales como "pronto se cumplirá" "está a la mano'', "esta generación no pasará sin que estas cosas acontezcan'', son las que especialmente nos perturban a la luz de tan amplia dilación. La cuestión permanece sobre la mesa y no la podemos explicar ni resolver fácilmente. Existen muchas posibles respuestas lógicas y los teólogos de todos los tiempos las han razonado con más o menos fuerza convincente. Muchas de las respuestas no toman en cuenta la variedad y profundidad del material bíblico al respecto. Otros sacan conclusiones que son inaceptables para la mayoría de los cristianos. Ninguna posición resuelve por completo el problema. Ante este hecho creo que el lector disfrutará y se beneficiará con un resumen de las varias respuestas disponibles. A este fin utilizaré, autores contemporáneos para ilustrar las distintas respuestas.

El gran misionero Alberto Schweitzer representa una de las respuestas a la cuestión de la promesa del retorno inmediato de Cristo y la larga espera para su cumplimiento final. Schweitzer 23 vio a Jesús como a un

22 Véase G. E. Ladd, The Blessed Hope (La Bendita Esperanza) (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 1956) para un tratamiento equilibrado de toda la materia escatológica. Ver también Ray Summers, The Life Beyond (La Vida en el Más Allá) (Nashville: Broadman Press 1959). Nótese que no incluyo en la discusión, por razones de espacio, la provocativa frase "el día del Señor."

23 Alberto Schweitzer, The Quest of the Historical Jesus (La Búsqueda del Jesús Histórico) (Londres: A. & C. Black, 1910; reimpreso en Nueva York, Macmillan Co.,1950).

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mensajero de tendencia apocalíptica convencido de que traía a la humanidad el reino de Dios. Las proclamaciones de Jesús tenían que ser tomadas seriamente y fue a la cruz para forzar la mano de Dios con el fin de hacer realidad el reino apocalíptico de Dios en la tierra. Sin embargo, estando en la cruz se dio cuenta de que se había equivocado y su grito de desesperación, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt. 27:46) demuestra que Jesús supo que se había equivocado. El murió como un profeta desilusionado. En esta visión todas las predicciones de Jesús son contempladas como futuras, pero que no sucedieron ni sucederán porque él estaba equivocado acerca de ellas.

En honor a la verdad debemos agregar que Schweitzer pensaba que las enseñanzas de Jesús eran verdad y que debemos vivir guiados por ellas. El las practicó en su empresa misionera y en su filosofía de reverencia por la vida. No obstante, no es necesario decir que la mayoría de los cristianos encuentran inaceptable la respuesta de Schweitzer. Porque si no podemos confiar en las enseñanzas [p. 113] escatológicas de Jesús, ¿cómo podemos confiar en sus enseñanzas éticas? Schweitzer toma en serio las enseñanzas de Cristo sobre el futuro, pero no las toma suficientemente en serio como para creer que son la verdad. Para mí esta respuesta es inaceptable.

Otra posible respuesta a la cuestión de la promesa inmediata y el cumplimiento demorado, es la dada por los futuristas que creen que las enseñanzas de Cristo acerca del reino y su venida son puramente futuristas. J. Dwight Pentecost representa este punto de vista, el cual expresa en su libro Things to Come 24 (cosas por venir). Pentecost afirma que las expresiones de Jesús sobre su retorno y sobre la venida del reino de Dios sólo tienen sentido futuro y que, en esencia, ninguna de estas predicciones ha sucedido ni sucederá hasta el final del tiempo. El énfasis exclusivo de Pentecost sobre el futuro significa que no puede hacer justicia a aquellos pasajes que hablan del reino en términos de estar dentro o entre los discípulos. Ni tampoco puede reconocer que la generación de los discípulos es a la que Jesús se refiere en sus enseñanzas. 25 Esta interpretación exclusivamente futurista es encomiable en el sentido de que toma en serio el hecho de que Jesús habló sobre el futuro. Con todo, este punto de vista nos parece insuficiente porque lleva implícita la suposición de que Jesús no habló para su generación y que sus mandamientos éticos no son igualmente preceptivos para cada generación.

Otra manera de responder a la cuestión planteada es la aseveración de que el cumplimiento ha tenido ya lugar. Esta interpretación, muy antigua por cierto, indica que Jesús sí volvió otra vez. Hubo promotores serios de este punto de vista en el pasado, como Tertuliano en el segundo siglo. Y ha habido también eruditos del siglo XX muy prestigiosos que han declarado que la segunda venida de Cristo y el mensaje escatológico del Nuevo Testamento ya se han realizado. Esta opinión, expuesta por C. H. Dodd,26 sugiere que Jesús sintió que el reino de Dios comenzó con su propio ministerio. Esta es llamada escatología inaugurada o realizada y ha sido ampliada para incluir Pentecostés como el cumplimiento de la promesa de Jesús de volver otra vez. Otros han sugerido que la venida final de Cristo tiene lugar para el creyente en el momento de su muerte.27 La escatología realizada hace justicia a los elementos "en aquel entonces y ahora" de las enseñanzas de Jesús. Sin embargo, se queda corta en mi opinión en hacer la debida justicia a los elementos futuros y finales de la enseñanza del Maestro.

Otra forma en la que los eruditos han buscado resolver el problema del ya pero todavía no de la venida del reino y del retorno del Señor, ha sido por vía de una filosofía que afirma que el elemento tiempo no es

24 J. Dwight Pentecost, Things to Come (Cosas Que Vienen) (Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1964).25 Ibid., págs. 463-466.26 The Parables of the Kingdom (Nueva York: Charles Scribner's Sons, 1935; reeditado, 1958)27 Véase Emil Brunner, The Eternal Hope (La Esperanza Eterna) (Philadelphia: The Westminster Press, 1954), págs. 154-155.

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significativo. Lo que es importante, dice esta [p. 114] línea de interpretación, es la intensidad y la autenticidad de la existencia que Jesús nos proporciona. El trajo la plenitud de vida a sus primeros seguidores y quienquiera y dondequiera que las personas son confrontadas con las demandas de obediencia radical de Jesucristo y se sujetan a ellas, allí, en aquella relación significativa, viene Cristo de manera plena y final. Este es el punto de vista existencialista de su venida. Esa interpretación tiende generalmente a barrer los elementos "místicos" del apocalicismo del primer siglo y reforzar los elementos inmediatos y dinámicos de la enseñanza de Jesús.28 Esta visión es encomiable por su interés en las demandas radicales de Jesús por una decisión sobre el reino de Dios y por su énfasis en la calidad de la vida y en el significado del presente que Jesús nos ofrece. Pero no da la debida consideración al retorno futuro y final de Cristo o al fin de la existencia terrenal. Él ahora es, sin duda, un elemento temporal importante en el evangelio y en nuestras propias vidas, pero el ahora no es la única referencia de tiempo en el que están interesados el mensaje cristiano y los creyentes cristianos.

Pudiera parecer que estas son todas las respuestas disponibles al problema planteado de promesa inmediata-cumplimiento demorado, pero tenemos otra interpretación que los primeros cristianos tomaron seriamente y también los eruditos bíblicos contemporáneos. Este punto de vista tiene en cuenta ambos aspectos. Esta perspectiva nos dice que las promesas de Jesús acerca de su presencia y de la venida del reino han sido cumplidas en cierta medida y con todo esperamos aún un cumplimiento futuro y un retorno final.

Podemos afirmar con toda certidumbre que no hay una relación más intensa y auténtica que la del creyente y Cristo. El Señor Jesucristo vino para que sus discípulos, desde el primer siglo hasta el final de los tiempos, tengan vida, y la tengan en abundancia (Jn. 10:10). Y estoy convencido de que la vida abundante de sus seguidores comienza aquí, pero dicha vida abundante no termina en esta tierra. Ni tampoco nuestra relación con Cristo acaba cuando cesa nuestra vida aquí. El Santo Espíritu es el alter ego (el otro yo) de Cristo que está continuamente con nosotros desde Pentecostés. Pero por el otro lado, hay un fin, un retorno del Señor, una aparición final, una presencia de Jesús, al fin de los tiempos. El reino de Dios empezó con Jesús, pero todavía debe ser consumado por Jesús. Me parece a mí que esta interpretación del ya pero todavía no de la visión de la segunda venida del Señor y de la venida del reino de Dios en poder, es la que mejor cuadra con el conjunto de enseñanzas sobre el tema del Nuevo Testamento.29 [p. 115]

El propósito de su venidaPercibo tres propósitos primarios en el retorno final de Cristo. Y son: 1. Llevar a su fin todas las cosas.

2. Completar lo que empezó. 3. Consumar el juicio. Cada uno de estos propósitos envuelve un cierto número de afirmaciones teológicas importantes y también cada acto del evento de Cristo tiene su propia explicación y lógica interna. Este gran acto último no es una excepción.

Llevar a su fin todas las cosas

Según nos señala Génesis 1-3 el peregrinaje de la humanidad empezó en el jardín de Edén, y según nos enseña Apocalipsis 20-22 nuestro peregrinaje terminará en el jardín celestial de Dios. Hay, pues, un circulo apropiado y completo de la providencia de Dios. Dios se relaciona de cuatro maneras con su mundo: La creación, la providencia, la redención y la escatología. Las dos doctrinas centrales -la providencia, que es el

28 Véase por ejemplo, Rodolfo Bultmann, Jesus and the Word (Jesús y la Palabra) (Nueva York: Charles Scribner's Sons, 1958)29 Véase Osear Cullmann, Christ and Time (Cristo y el Tiempo) (Philadelphia: Westminster Press, 1964) y "The Retum of

Christ" in The Early Church ("El Retorno de Cristo" en la Iglesia Primitiva) (Westminster Press 1956). Véase también G. R. Beasley Murray, Jesus and the Future (Jesús y el Futuro); Ray Summers, The Things Which Shall be Hereafter (Las Cosas Que Serán en el Más Allá) y G. E. Ladd, The Blessed Hope (La Bendita Esperanza).

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cuidado de Dios de su mundo, y redención, que es la provisión de Dios para la salvación del mundo ocurrieron en la historia donde la gente pudo ver, observar e informar. Los apóstoles fueron testigos de la vida histórica de Jesús, de su muerte y resurrección. Y los hombres de todos los tiempos somos testigos de la guía providencial de Dios en nuestras vidas. Sin embargo, ningún ser humano estuvo presente durante el acto de la creación, como Dios se lo recuerda a Job (40-42), y ninguno tampoco ha vivido durante el fin de los tiempos.

A la luz de este propósito de llevar todas las cosas a su fin, notamos que la Palabra de Dios, es decir, Jesucristo como el agente de la creación (Ef. 1; Col. 1; Jn. 1; He. 1) fue el instrumento para el comienzo de las cosas. La creación es el paréntesis que separa la eternidad del comienzo del tiempo. De la misma manera, la Palabra será también el instrumento para cerrar el paréntesis entre el tiempo y la eternidad. El volverá en el último día para retomar el orden histórico al nuevo orden de Dios, la eternidad después del tiempo. En ambas situaciones, en el momento eterno antes del tiempo y en el momento eterno después del tiempo, Jesucristo-como la Palabra de Dios es el agente efectivo de Dios para cumplir con los propósitos de Dios. Aquel que penetró en la historia como emisario supremo de Dios (Jn. 1) entrará de nuevo como la Palabra final de Dios para someter todas las cosas al Padre, a fin de que Dios sea el todo en todo (1 Co. 15). Discutiremos después lo que todo esto significa en términos del Dios trino. En este momento lo importante es que veamos a Jesús, la Palabra de Dios, como instrumento divino en la creación y en la escatología. Esto es algo de lo que sin duda nos habla el Apocalipsis cuando nos presenta a Cristo como el Alfa y [p. 116] Omega, el principio y el fin. Uno de los propósitos de la venida de Cristo es llevar todas las cosas a su fin conforme al propósito y providencia de Dios para su mundo.

Completar lo que empezó

Este es otro de los propósitos de su segunda venida. Cristo comenzó nuestra redención (Gá. 3:13; Tit. 2:14; 1 P. 1:18; Ap. 5:9) y esperamos su terminación (Lc. 21:28; Ro. 8:23 y sig.; Ef. 1:14; 4:30). Jesús vuelve a completar nuestra redención.

Jesucristo nos ha salvado (Ef. 2:8, 9; notemos el tiempo perfecto del verbo en griego). Con todo, nuestra salvación, en el sentido de liberación final, está más cerca que cuando primeramente creímos (Ro. 13:11) porque nosotros estamos más cerca de su consumación final. El resultado último de la salvación está listo para ser revelado en el último día (1 P. 1:5).

Cristo comenzó un compañerismo de amor con su pueblo, la iglesia (Mt. 16:16 y sig.; 18:17, 20; Jn. 17) y, habiendo amado la iglesia, la purifica "a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha" (Ef. 5:27). Pocos, probablemente ninguno, discutirá que la iglesia, la esposa de Cristo, es ya lo que será cuando el Señor aparezca. Cristo vuelve para purificar y recibir a su iglesia.

Estas cosas son meramente representativas de todo el espectro de la existencia cristiana que Jesucristo trae para el creyente en su venida. Vendrá para completar lo que empezó en cada uno de nosotros. Sería de mucha ayuda para cada cristiano confeccionar una lista de aquellas cosas que todavía Cristo tiene que completar en él o ella. "Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo" (Fil. 1:6). Todas estas cosas que fueron empezadas, Cristo viene a terminarlas, a darles una conclusión apropiada.

Nos queda todavía por ver otro énfasis. El mismo Jesús que empezó todo es el mismo que lo terminará. Hechos 1:11 puede ser traducido que Jesús vendrá en la misma manera que marchó. Esto es cierto. Y también lo es la otra posible traducción que dice que este mismo Jesús volverá en forma semejante. Hay una razón importante en nuestros días que nos lleva a enfatizar y conservar la identidad de Jesús de Nazaret tanto en la

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condición de Salvador histórico como en la de Redentor que vuelve. Las palabras de Cristo en Mateo 24-25 y Marcos 13 acerca de que muchos vendrán declarando ser el Mesías se están cumpliendo en nuestros días. Vienen en seguida a nuestra mente los líderes de sectas modernas que proclaman ser el Señor de la Segunda Venida. Hay también competidores seculares [p. 117] que se llaman a sí mismos, o son considerados por los demás, como salvadores de su pueblo. Los cristianos afirman que su lealtad es con Cristo Jesús y que aquel que es su Señor histórico es el mismo que esperamos en el último día y el que implantará su reino en la tierra.

A pesar de todo el esplendor y gloria del Cristo triunfante, todavía será reconocible e identificado como el Jesús de Nazaret. (Ap. 1) Es en este punto donde algunos cristianos bien intencionados se equivocan al presentar la visión errónea de que Cristo en su primera venida fue amable, manso, amoroso pero que en su segunda venida vendrá lleno de poder, ira, enfado y venganza. Sin duda alguna, el Cristo usará en su retorno el grado de fuerza necesario para poner a sus enemigos "bajo la planta de sus pies". Pero habrá ciertamente una identidad esencial entre el Cristo de los Evangelios que amaba a los niños y era amado por los desechados de la tierra y el Jesús del Apocalipsis que encierra para siempre al maligno para que no dañe la creación. A menos que esta conexión sea apropiada y clara, el resultado será un Cristo esquizofrénico, y no este mismo Jesús que volverá para completar lo que empezó cuando estuvo aquí. Cristo, el Jesús histórico, volverá para llevar a su fin todas las cosas y para terminar lo que comenzó.

Consumar el juicio

Cristo viene para juzgar. Durante su ministerio terrenal sus juicios fueron controversiales. Tampoco aceptó fácilmente el papel de juez (Lc. 12:14), confirmando que el Padre es el origen del bien (Lc. 18: 19) y en consecuencia la fuente del juicio. Pero Jesús sí reconoció que él compartía con Dios la autoridad de dar la vida y que el Padre había encomendado el juicio al Hijo (Jn. 5:22) como una forma de compartir honor y poder. Los juicios de Jesús en el tiempo de su ministerio aquí no fueron conforme a los modelos humanos (Jn. 8:15), sino conforme al dechado recibido del Padre (v. 16). Su propósito primario no era castigar sino salvar (Jn. 12:47). Pero el juicio, aunque empezado, no está del todo consumado. Pablo deshizo cualquier confusión o ambigüedad sobre quién sería el Juez con su declaración armonizadora de que Dios el Padre "ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos" (Hch. 17:31). Pedro añade su testimonio de que todos darán cuentas "al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos" (1 P. 4:5 y por el contexto se infiere que se refiere a Cristo). Las escenas del juicio de Mateo 25 y Apocalipsis 19-20 revelan el papel de Cristo en el juicio final. El Señor nos juzgará a nosotros y al mundo; y este hecho nos llena de contentamiento, [p. 118] pues significa que nosotros no tenemos que hacerlo. Su juicio es el de uno que está incuestionablemente a nuestro favor. Aquel que es el Juez es también nuestro Amigo. Esto no nos conocerle favoritismos en nuestras desobediencias, pero sí nos da la confianza de las grandes y buenas promesas dadas a los que creen. Porque él viene a juzgar podemos consolarnos con estas palabras:

Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu -mismo intercede por nosotros con

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gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos. Y sabemos que a los que aman a Dios, todas la cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Ro. 8:22-39).

El evento de Cristo se ha completado. Fue profetizado, nació, enseñó, murió, resucitó, intercede y vuelve. Ahora nos queda examinar los testimonios que dieron de él sus primeros discípulos (capítulo 8), los de aquellos que buscaron explicar la realidad de Cristo desde el principio hasta nuestros días (capítulo 9), y preguntarnos a nosotros mismos qué pensamos de Jesús que es llamado el Cristo (capítulo 10) [p. 120]

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8Sus títulos: La manera en que le rieron

sus primeros discípulos

¿Qué significa un nombre?Se le daba mucha más importancia antes que ahora. En las primitivas sociedades del mundo antiguo, el

nombre generalmente expresaba algo importante sobre la persona. Solo un nombre le fue dado al Hijo del Hombre en su nacimiento y es el extraordinario nombre de Jesús. Todos los demás términos le fueron dados por sus seguidores porque vieron en el la realización y cumplimiento de lo que aquellos títulos significaban. Y ciertamente son numerosos los nombres usados en el Nuevo Testamento para designar a Jesús. Hablaremos solo de cinco de ellos y consideraremos también un grupo de expresiones propias de Juan que nos dan una reflexión teológica madura sobre la misión de Jesús.

Los títulos usados no son palabra nuevas. Estaban muy arraigados en la cultura de los días de Cristo. Son títulos que proceden del pensamiento dominante en el judaísmo palestino, en el pensamiento judío helenístico y en el mundo del pensamiento gentil helénico. Frecuentemente estos títulos compartían más de uno de estos fondos culturales y sirven como puentes entre el pensamiento judío y gentil. Un intérprete ve los títulos atribuidos a Jesús como la descripción de todo su ministerio desde su preexistencia hasta su final.30

Una de las principales discusiones en los estudios del Nuevo Testamento producidas en nuestro siglo ha sido en relación con estos títulos. Se ha discutido si dichos nombres le fueron aplicados más tarde como un intento cultural de explicar quién era Jesús –lo [p. 121] cual podría ser tornado como un desarrollo evolutivo de estos títulos o, ¿fueron estos títulos brotando como consecuencia lógica de lo que realmente había en el ministerio histórico de Jesús? Si este es el caso, sirven como el lazo que une al Jesús de la historia con el Cristo de la fe presentado por la iglesia más tarde. Podríamos llamar a este segundo enfoque la perspectiva del desarrollo progresivo. Yo lo prefiero porque creo que hay una perfecta integración entre lo que Jesús era históricamente y la manera en que los primeros creyentes del Nuevo Testamento empezaron a describirle.31

30 Oscar Cullmann. Cristología del Nuevo Testamento. Cullmann presenta su análisis de los títulos según el siguiente bosquejo:

I. Títulos que se refieren a la tarea terrenal de Jesús:a. Jesús Como Profetab. Jesús Como el Siervo Sufriente de Diosc. Jesús Como Sumo Sacerdote

II. Títulos que se refieren a la tarea futura de Jesús:a. Jesús Como Mesíasb. Jesús Como Hijo del Hombre

III. Títulos que se refieren a la tarea presente de Jesús:a. Jesús Como Señorb. Jesús Como Salvador

IV. Título que se refieren a la preexistencia de Jesúsa. Jesús Como la Palabrab. Jesús Como el Hijo de Dios

31 Para una completa discusión de la evaluación de la perspectiva del desarrollo progresivo, véase C. F. D. Moule, The Origin of Christology (El Origen de la Cristología) (Cambridge: Cambridge University Press, 1977).

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Todo estudio de estos títulos nos enriquecerá. No solo representaron lo que sus primeros seguidores pensaron acerca de él, sino que son los términos familiares empleados por los creyentes para describirle hoy. Dado que son títulos bíblicos, se han transformado en los nombres y títulos normativos para reconocerle e invocarle.

Jesús

El niñito nacido en Belén, el profeta de Nazaret, no fue el primero ni el último en llevar ese nombre; pero si fue el personaje más apropiado e ilustre para llamarse así. Josué era la forma del Antiguo Testamento para Jesús. Josué hijo de Nun, el sucesor de Moisés y conquistador de la tierra de Canaán para Israel, tenía este nombre. El nombre Josué o Jesús significa la salvación es de Yahweh o Yah. Una variante del nombre Josué es Oseas (Nm. 13:16). Un contemporáneo de Pablo en Roma era conocido como Jesús o Justo (Col. 4: 11). Muchas personas desde los días del Nuevo Testamento, especialmente en la cultura latina, han puesto a sus hijos el nombre Jesús, entendiéndolo como un honor. A pesar de estos otros usos, casi todo el mundo, tanto antiguo como moderno, han asociado el nombre de Jesús con el niñito que "nació de la virgen María, sufrió bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, resucito al tercer día de entre los muertos, ascendió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso".32

El nombre Jesús le fue dado al niñito por el ángel, antes de su nacimiento. Así le fue dicho a José por el ángel, quien tenía el derecho de nombrar a los hijos de María por estar desposado con ella. La razón del nombre la encontramos en el nombre mismo. Se le llamaría Jesús porque el salvaría a su pueblo de sus pecados. Jesús significa "Salvador", y él lo es porque salvó y salva. Esto no es un juego de palabras, sino cumplimiento profético. A muchas personas se les dan nombres significativos en su nacimiento, pero luego sus vidas de adultos no responden al significado de sus nombres. Al niñito Jesús le fue dado, por designio divino, un nombre "que es sobre todo nombre" (Fil. 2:9), el cual el distingue y cumple en todo su significado y expectativas. [p. 122]

Sin duda alguna, este es el título más familiar y frecuentemente usado. Era más que un título, era su propio nombre y es por ese nombre-título que es más frecuentemente nombrado en el Nuevo Testamento. 33 ¿Qué significa un nombre? Cuando el nombre es Jesús, la salvación del mundo está envuelta en él.

Cristo-Mesías

Para la mayoría "Cristo" es el segundo nombre de Jesús, pero no fue así en su sentido original e histórico. Cristo es el equivalente griego para el hebreo Mesías, que significa Ungido (Jn. 1:41; 4:25). El hecho de que el título Cristo fue unido al nombre Jesús en tantísimas ocasiones, al punto de que se transformó en un nombre propio, evidencia que para los escritores del Nuevo Testamento Jesús encarnaba y cumplía las promesas de Dios concernientes al Mesías. Todo lo que dijimos en el capítulo uno en relación con Jesús como aquel que fue profetizado, es relevante y aplicable aquí.

Fue Pablo quien unió los términos Jesús y Cristo en manera tal que han quedado como el nombre propio mediante el cual todo el mundo, cristiano o no cristiano, secular o religioso, se refiere al hombre de Nazaret, el Salvador del mundo. Fue Pablo el primero en registrar las expresiones que significan que Jesús sea el Cristo. Y todos los que escribieron después del Apóstol le siguieron en esta designación. No parece que haya significado mayor o distinto en el cambio en el orden de los nombres que aparece en las epístolas paulinas

32 Esta famosa descripción procedente del llamado Credo de los Apóstoles, ha quedado como una manera favorita de describir a Cristo en la comunidad cristiana. Philip Schaff, ed. The Creeds of Christendom (Los Credos de la Cristiandad) 3 volúmenes, 6 Ed. rev. David S. Schaff (Grand Rapids, Michigan: Baker Book House, 1931, 1983). 2:45

33 Hay más de seis columnas completas de referencias sobre Jesús en la Young's Analytical Concordance of the Bible.

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(por ejemplo, Cristo Jesús o Jesucristo).34 Lo que sí es importante es que el Apóstol especialmente llamado y ungido por el Señor, ve un vínculo indisoluble entre la persona de Jesús y Cristo, el Mesías prometido.

Había en aquel entonces mucha expectación acerca de qué sería el Cristo y qué haría. Pero los pensamientos de Dios no eran los pensamientos de los hombres. Jesús no fue el Cristo popular que cedia a la demanda de hacer milagros como evidencia de su carácter mesiánico, pero sí sufrió y dio su vida como prueba de su autenticidad mesiánica. Por esto no nos maravilla que Pablo dé gracias por Cristo. En su oración por sus antepasados, él ora diciendo: "de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas la cosas, bendito por los siglos" (Ro. 9:5).

Señor

Los cristianos instintivamente piensan y se refieren a un tercer título estrechamente asociado con los dos primeros. Es el título de Señor. Una forma de saludo muy propia de los apóstoles era: "Gracia [p. 123] y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Fil. 1:2).

Jesús y Cristo son títulos que surgieron de la cultura y religiosidad judía, pero Señor es un título que tiene sus raíces tanto en el pensamiento judío como en el griego y romano. Señor (Kurios) era una expresión muy usada en el mundo antiguo.

Los tres usos principales del término fueron el de cortesía, el legal o cortesano y el absoluto. La forma de cortesía de señor era una expresión de respeto, como hoy todavía lo es. Esta forma era común en Israel desde los tiempos de los patriarcas (Hebreo adon; véase Gn. 18:12; Jue. 4:18 y posiblemente en Mt. 8:2 y 15:27 es usado por los gentiles para referirse a Jesús). Relacionado con la forma de cortesía está el uso que se hacía de él en los títulos nobiliarios. Este título, todavía muy usado entre la nobleza británica, era también conocido en los tiempos del Antiguo Testamento (Hebreo seren, rab) y, por supuesto, entre los romanos, entre quienes el señor principal era llamado césar (dominus en la expresión latina usual). El tercer uso de Señor en el mundo antiguo era en su forma religiosa y absoluta. Los israelitas evitaban por razones de reverencia pronunciar el nombre divino dado por Dios a Moisés YHWH -Yo soy el que soy- y en su lugar usaban el de Adonaí que significa Señor, con él se referían a Dios, le alababan y oraban. En las religiones de misterio griegas se referían a sus dioses como señores.35 Los emperadores romanos, no satisfechos con el uso real del nombre, procuraron divinizarlo. Al principio, este proceso de declarar señores en el sentido absoluto a los emperadores, fue establecido por un decreto del Senado para honrar a emperadores ilustres después de su muerte. A partir de los tiempos del emperador Domiciano (81-96 d. de J. C.) los emperadores buscaron este honor en vida y requirieron que todos los habitantes del imperio, con notables excepciones, declararan que César era señor, al tiempo que ofrecían una pizca de sal sobre el altar. No nos sorprende por esto que el libro del Apocalipsis se refiera a Domiciano como la bestia. Los cristianos que sentían que el único a quien podían reconocer como Señor era a Jesús y no al emperador, fueron perseguidos y ejecutados.

El aplicar a Jesús el término Señor envuelve: 1. Su reconocimiento como Mesías por designio de Dios; 2. Conciencia de su resurrección y exaltación; 3. Admisión de su particular y peculiar relación con Dios a quien le pertenece por derecho el uso absoluto y exclusivo del título; 4. Expresión de la relación tan particular del creyente y Cristo tal como la veía Pablo de Señor (Kurios) y siervo (doulos); 5. La afinidad de señorío y gloria no sólo en la presente exaltación sino también en relación con el estado futuro; 6. Un término usado por los cristianos para referirse a la Divinidad [p. 124] expresada como Padre, Hijo y Espíritu; en relación con esto se

34 Es significativo notar que es una expresión casi exclusivamente paulina, pues sólo aparece en He. 3:1 y 1 P. 5:10, 14 fuera de los materiales paulinos.

35 El trabajo más antiguo de Wilhelm Bousset, Kyrios Christos, es un estudio histórico temprano del título Señor en el mundo helénico. El trabajo falla en reconocer los antecedentes y usos judíos de este término.

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utiliza a veces de manera ambigua, de forma que resulta difícil discernir si se refiere al Padre o al Hijo (por ejemplo, 2 Ti. 1:16, 18; Ef. 6:1; 1 P. 1:25); 7. La confesión de Jesús como Señor es parte esencial de lo que significa ser cristiano (Ro. 10:9, 10).36

La más temprana confesión de fe cristiana era que Jesucristo es el Señor. Las últimas palabras del Nuevo Testamento son "La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros" (Ap. 22:21). Señor es el título fundamental por el cual la iglesia se refiere a Cristo Jesús. Es lamentable que en nuestros días las expresiones Señor y señorío signifiquen tan poco. De hecho, en ciertos lugares y para ciertas personas tiene connotaciones negativas. En nuestro tiempo parece que resulta difícil seleccionar líderes y seguirlos. Posiblemente esto sea cierto debido a una imagen exagerada e incorrecta de nosotros mismos y al rechazamiento de los conceptos y aceptación de la autoridad. Al contrario de lo que se piensa, esto nos empobrece. Es el creyente individual, desobediente y espiritualmente empobrecido, el que llama a Jesucristo "Señor'', pero luego no se sujeta a su señorío de manera significativa y visible. La falta de conceptos adecuados sobre la autoridad, y la escasa voluntad de sujetarse a la autoridad de Dios es una manifestación de fracaso que arruina a los individuos, a las iglesias y aun a las civilizaciones. Las palabras de Pedro significaron vida y renovación para la primitiva iglesia, "Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas" (1 P. 2:25). Y también significaría vida y renovación para la iglesia de hoy si tuviera la voluntad de confesar en palabra y obra que "Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre".

Hijo del Hombre

Uno de los títulos favoritos aplicados a Jesús en el Nuevo Testamento, y posiblemente el preferido de Cristo para referirse a sí mismo, es el enigmático título de "Hijo del Hombre".37 Dado lo que los cristianos afirman acerca de Jesús como Dios y hombre, se presume frecuentemente que Hijo del Hombre se refiere a su humanidad, e Hijo de Dios habla de su divinidad. En verdad, como veremos en el capítulo siguiente, Jesús tiene una relación única con Dios y el hombre. Pero no es cierto que el término Hijo del Hombre en los Evangelios se refiera simplemente a la humanidad de Jesús. Este título aparece sólo en los Evangelios con excepción de unas citas del Antiguo Testamento en Hebreos 2:6 y Apocalipsis 1:13 y 14:14.

Cuando investigamos el trasfondo de esta expresión, observamos que se encuentra tanto en el Antiguo Testamento como en la [p. 125] literatura intertestamentaria, especialmente en los varios escritos bajo el nombre de Enoc. Ambas fuentes están reflejadas en el Nuevo Testamento, pero ninguna de ellas es responsable por la reinterpretación y uso de la idea tal como la encontramos referida a Jesús en el Nuevo Testamento.

El término hijo es una palabra que es a la vez evidente y ambigua. Designa al descendiente varón de unos padres. Este sentido literal es el que se da en la mayoría de los casos en el Antiguo Testamento. Se le usa también en otros sentidos especiales que merece la pena tenerlos en cuenta. "Hijo de Hombre" es usado en una forma poética como sinónimo de hombre en las palabras de apreciación poco favorables de la humanidad que pronuncia Bildad (Job 25:6). Este uso poético lo encontramos también en los Salmos 8:4; 80:17; 144:3; 146:3. El profeta Ezequiel hace también un uso especializado de "Hijo del Hombre". El sufrimiento y debilidad del profeta es contrastado con la fortaleza y el mensaje "duro" del Señor. En el sueño apocalíptico de Daniel, el profeta, a semejanza de Ezequiel, es llamado "hijo de hombre" (Dn. 8: 17) y uno semejante a un ser humano

36 Oscar Cullmann, Early Christian Confessions (Confesiones Cristianas Tempranas) (Londres: Lutterworth Press, 1949).37 Para una discusión erudita de este título y un repaso de opiniones y de cómo fue usado por Jesús y la primitiva iglesia,

véase Hans E. Tdt, The Son of Man in the Synoptic Tradition (El Hijo del Hombre en la Tradición Sinóptica) Philadelphia: The Westminster Press, 1965).

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(literalmente hijo de hombre) es visto en una visión (Dn. 10: 16). En el material intertestamentario de Enoc, el Hijo del Hombre es visto como un héroe triunfante y conquistador que sale de entre las nubes.38

Todo este trasfondo bíblico provee de un contexto para el título Hijo del Hombre. Y hay un amplio espectro de significados en su utilización antes del Nuevo Testamento, que va desde el uso poético para describir a un hombre, a la especial designación en los apócrifos de los profetas de Dios en su sufrimiento en el cumplimiento de la ardua tarea profética, hasta la figura conquistadora que viene en las nubes.

Jesús y la iglesia primitiva dieron a este título especial significación. No es humanidad común lo que debe entenderse en las expresiones obviamente futuras y apocalípticas de los Evangelios. En el breve estudio que sigue usaremos el Evangelio de Mateo, omitiendo las referencias a los demás Evangelios, excepto cuando existe algún significado adicional o distinto. Nos encontramos con cuatro categorías en las que es usado el título Hijo del Hombre.39

Tenemos primeramente aquellas referencias en las que Hijo del Hombre se refiere a Jesús en su estado encarnado y es una autodesignacíón. En este caso es casi una alternativa al uso del pronombre personal Yo. Estas referencias ilustran la condición baja del Jesús de la historia y en este sentido son expresiones de humanidad. Con todo es evidente que el encarnado Hijo del Hombre es más que un hombre. Mateo 8:20 es una respuesta fuerte a uno que pretendía ser discípulo. "Las zorras tienen guaridas, y las [p. 126] aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza." Tenemos otra réplica para sus críticos siempre presentes y nunca satisfechos, "Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Pero la sabiduría es justificada por sus hijos" (Mt. 11:19). Aquí es vindicado como un hombre abierto y compasivo en quien confían los pecadores y por quienes el murió. Mateo 12:32 resulta difícil de clasificar entre los dichos sobre el Hijo del Hombre. Creo que lo más apropiado es colocarlo en el grupo que habla de Jesús en su condición humana y servicial. Este versículo quiere entonces decir que cualquiera que blasfema contra el ministerio de Jesús puede ser perdonado, pero aquellos que blasfemen contra el Espíritu de Dios, que es el único que puede volvernos a Dios, no será perdonado. El Hijo del Hombre es también el que siembra buena semilla y el diablo es el que siembra cizaña (13:37 y sig.). El Hijo del Hombre se manifiesta interesado en saber lo que los demás piensan de él. La mayoría lo consideran como un profeta. Pedro hablando en nombre de todos lo reconoce como el Hijo de Dios (Mt. 16:16 y sigs.).

Este encarnado Hijo del Hombre no era sólo humilde y manso. El era también Señor del sábado (12:8) y tenía potestad en la tierra para perdonar pecados (9:6). Como prueba de esta potestad no sólo perdonó sino que también sanó (Lc. 5:24). El propósito del encarnado Hijo del Hombre era buscar y salvar lo que se habia perdido (Lc. 19:10, comparar con Mt. 18:11). Una expresión similar la encontramos en Mateo 20:28 donde Jesús afirma que "el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos". Sus discípulos serán bienaventurados si sufren por causa del Hijo del Hombre (Lc. 6:22). Y por otro lado si alguno se avergüenza del Hijo del Hombre ahora, el Hijo del Hombre se avergonzará de él después (Lc. 9:26, comparar con 12:8 y sig.).

Un segundo uso que Jesús hace del término Hijo del Hombre es en relación con el sufrimiento y la muerte. Una forma particularmente difícil de sufrimiento es la traición de un discípulo (Lc. 22:48, comparar

38 Enoc 90:37; 51:3; 62:3, 5; 69:27, 29; 62:6; 41:9. Ver también R. H. Charles, The Book of Enoch (El Libro de Enoc) (Oxford: Clarendon Press, 1893); The Books of Enoch: Aramic Fragments of Qumran Cave 4, (Los Libros de Enoc: Fragmentos Arámicos del Qumran, Cueva 4) edición de J. T. Milik con M. Black (Oxford: Clarendon Press, 1976). T. W. Manson, The Son of Man in Daniel, Enoch and the Gospels (El Hijo del Hombre en Daniel, Enoc y los Evangelios) Boletín de la Biblioteca John Rylands, 32 (1893): 171-193.

39 Ver a R. H. Fuller, The Mission and Achievement of Jesus (La Misión y Logros de Jesús) pág. 95-108.

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con Mt. 26:47-49; Mr. 14:43-46; Jn. 18: 1-5). La señal especial del Hijo del Hombre es el tiempo que permanecia en el sepulcro, análogo a la experiencia de Jonás (Mt. 12:40). La experiencia de la transfiguración, un tiempo de gloria, no debía ser revelada hasta después de su muerte y resurrección, que es un tiempo de sufrimiento (Mt. 17:9). El Hijo del Hombre padecería en las manos de aquellos que maltrataron a los profetas (v. 12). Fue traicionado, matado y resucitó (vv. 22, 23). El escarnecimiento y la burla precedería a la resurrección (Mt. 20:18, 19; 26:2). La traición [p. 127] fue inevitable, y la posición del traidor no era envidiable (26:24). El Hijo del Hombre sufrió, fue traicionado y resucitó. Estas referencias en la segunda categoría son llamadas predicciones de su pasion.

La tercera categoría de expresiones relacionadas con el Hijo del Hombre son escatológicas. Este grupo de afirmaciones habla de la futura venida del Hijo del Hombre. Yo incluiría a Mateo 13:41 en este grupo, aunque está precedido por el versículo 37 que presenta al Hijo del Hombre sembrando la semilla. Es, no obstante, el Hijo del Hombre que viene, quien "enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo y a los que hacen iniquidad". Hay referencias comparables en Lucas que dicen que el Hijo del Hombre negará o bendecirá en el futuro a aquellos que le niegan o le obedecen en este mundo (Lc. 9:26 y sig.; 12:8 y sig.). Estas referencias deben ser incluidas en la primera categoría, durante la revelación histórica del Hijo del Hombre, y en este tercer grupo también, que habla del futuro cuando él venga en su gloria. Disponemos al menos de diez referencias sobre la futura venida del Hijo del Hombre. Son: Mateo 16:27; 19:28; 24:27, 37; 25:31; 26:64 y Lucas 12:40; 17:22, 24, 26. Estas nos dan la siguiente visión acerca de la "venida del Hijo del Hombre"; 1. Vendrá en gloria con sus ángeles y para consumar el juicio (Mt. 16:27; 25:31; 26:64). 2. Esta venida en gloria será para renovación y regeneración. Cristo será entronizado y a sus apóstoles les serán dados lugares especiales de honor (Mt. 19:28). 3. Su venida será repentina, como la luz del relámpago (Mt. 24:27; Lc. 17:24). 4. La doble señal de su venida es un tiempo como en los días de Noé (Mt. 24:37; Lc. 17:26) y la aparición del Hijo del Hombre viniendo en las nubes (Mt. 24:30). 5. El tiempo de su venida es inesperado (Lc. 12:40).

A la luz de este importante título de Jesús divisamos un panorama del ministerio de Cristo en la tierra, su pasión (sufrimientos) con los que terminó su vida aquí, y su retorno triunfante. Dada la variedad del fondo bíblico del que brota y el uso amplio de este título concluimos que es el término que Jesús y la iglesia del primer siglo usaron para representar su descenso del cielo en su primera venida, el valle de la humillación al final de su vida y la glorificación triunfante del retorno de Cristo.

El Evangelio de Juan usa muy poco la expresión Hijo del Hombre, pero combina los elementos de los tres primeros Evangelios en una forma bella y única. El tema de la ascensión y venida del Hijo del Hombre forma la categoría clave en Juan. La promesa a Natanael es que verá a los ángeles del cielo que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre.40 El Hijo del Hombre descendió del cielo, y él mismo es el que está ahora en el cielo (Jn. 3:13). Fue levantado [p. 128] sobre una cruz, una paradójica combinación de exaltación por medio de la humillación (v. 14).

A este Hijo del Hombre que descendió le ha sido dado el poder de hacer juicio (5:26, 27) y él es el que da vida eterna (6:27). Ofreció su cuerpo y su sangre para que sean comidos por aquellos que permanecen en él (vv. 54-58). Este acto de ofrecerse a sí mismo es un milagro y un misterio tan grande como es ascender a los cielos (v. 62). Este levantamiento histórico del Hijo del Hombre en la cruz fue el periodo de exaltación a través de la humillación. Juan combina estas ideas utilizando de distinta manera la palabra glorificar, que habla de levantar (en el sentido de la crucifixión) y de exaltar (8:28; 12:23, 24). Esta es la razón por la que el Evangelio

40 Para los aspectos particulares del trasfondo y la exégesis de Juan, comparar Raymond Brown, The Cospel According to John (El Evangelio según Juan), The Anchor Bible, nos. 29-29A (Garden City, N. J.: Doubleday 1966, 1970).

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de Juan dice que el Hijo del Hombre fue "glorificado" cuando fue traicionado por Judas (13:31). Jesús es el Hijo del Hombre, lo cual significa sufrimiento, negación y traición, pero también significa exaltación, consumación y gloria.

Hijo de Dios

Jesús es también llamado Hijo de Dios. De la misma manera que la piedad popular tiende a asociar al Hijo del Hombre con la humanidad de Jesús, tiende también a asociar al Hijo de Dios con la Divinidad. Sin embargo, a la luz del trasfondo bíblico de donde proceden y del uso de los mismos en el Nuevo Testamento, dichas opiniones son meras simplificaciones.

Los ángeles en el Antiguo Testamento son llamados "hijos de Dios'', indicando que su estado es más el de seres celestiales que terrenales (Job 1:6). Israel era de forma particular el hijo de Dios a quien se le daba protección providencial (Os. 11:1). Los reyes de Israel son también llamados hijos de Dios en los salmos de entronización (Sal. 2:7). La paternidad de Dios sobre Israel no era, al contrario de otras naciones que hablaban de sus dioses como sus padres, en el sentido de propagación física, sino en la forma de adopción y en virtud de la relación provista por el pacto. La idea de Dios como Padre de todos, aparece en el Nuevo Testamento en términos de providencia general. Dios, quien es Señor del cielo y de la tierra, envía la lluvia sobre justos e injustos. Dios viste a los lirios del campo y alimenta a las aves del cielo. Pero debemos reconocer que Jesús llamó a Dios Padre en los Evangelios y lo hizo extensivo a los discípulos. Por consiguiente, en la mayoría, si no en todos, de los casos en que en los Sinópticos se habla de la paternidad de Dios se hace en términos de que Jesús es su Hijo y también los discípulos creyentes.

Pasando del nombre Padre al título Hijo, somos conscientes de que la expresión Hijo de Dios era ampliamente usada en el [p. 129] pensamiento griego del tiempo del Nuevo Testamento. Las deidades olímpicas eran consideradas hijas de Dios, y eran frecuentemente el fruto de una parte "divina" y otra parte humana. Los reyes del Lejano Oriente eran llamados hijos de los dioses y eran así también llamados los héroes y los grandes magos.41

Al investigar en el Nuevo Testamento, nuestra fuente principal de conocimiento, encontramos que el origen primario de la idea de Jesús como Hijo de Dios es Cristo mismo. La idea no la encontramos expresada en testimonios directos y específicos de "Yo soy el Hijo de Dios". Más bien es hallada en la conciencia de una relación especial entre Jesús de Nazaret y Dios. El Sermón del monte (Mateo 5-7) nos muestra la conciencia de esta relación especial con el Padre. Jesús habló al Padre a favor de los discípulos; les enseñó a orar al Padre; habló como si él supiera lo que el Padre celestial conoce, ve, quiere y hará. Jesús hizo la voluntad del Padre y la interpretó para sus discípulos. El esperaba que sus discípulos se relacionaran con el Padre en las condiciones enseñadas por él y en su nombre. Los pecados eran perdonados en el nombre del Padre y los milagros eran hechos en el poder del Padre. Jesús vivía teniendo conciencia de la voluntad del Padre para su vida y él la ofreció voluntariamente en obediencia a la voluntad del Padre. Los Evangelios Sinópticos abundan en este tipo de expresiones que manifiestan una relación especial entre Jesús y Dios. Pero la importancia de este título estriba en que habla de una relación singular y única resultante es que Jesús es el Hijo de Dios. Pero la importancia de este titulo estriba en que habla de una relación singular y única.

41 Wilhelm Bousset, Kyrios Christos (Señor Cristo). Bousset ve los títulos de Kyrios Señor e Hijo de Dios dados a Jesús como procedentes de fuentes helenísticas y asignadas a Jesús sobre la base de fuentes postreras. No concordamos con esta opinión, creemos que la relación de Jesús con Dios y el fondo histórico del término en el judaísmo es mucho más probable. Es, por otra parte, imposible negar que la expresión Hijo de Dios era ampliamente usada en el mundo del primer siglo. Nuestra tarea es discernir lo que significa en los Evangelios y diferencias el uso bíblico del uso popular de aquellos días.

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El Evangelio de Juan agrega una profundidad teológica impresionante a esta relación. El término griego monogenes (unigénito) es una expresión característica de Juan (1:14, 18; 3:16, 18). Es utilizado para enfatizar la relación tan especial existente entre Jesús y el Padre. Otra manera en la que esta alianza de Padre e Hijo es remarcada en los escritos de Juan es mediante la frase "al que me envió" o "del que me envió" (Jn. 5:24, 30), la cual indica la visión que Cristo tenía de Dios. Lo absoluto de esta relación es confirmado por Juan mediante la promesa de que el que tiene al Hijo tiene la vida (3:36), porque cualquiera que ha visto al Hijo ha visto al Padre también (14:7, 9). Aquel que no honra al Hijo no honra tampoco al Padre (5:23). El Padre puso en las manos del Hijo todo poder de juicio (v. 22). Y con todo el Hijo nada hace por sí mismo, sino todo lo que hace es con la ayuda del Padre (v. 19).

Lo que se está describiendo no es la dependencia servil de un hijo humano que crece bajo la tutela de un padre fisico mayor y reverenciado. Lo que se describe es aquella relación y actividad únicas que más tarde en la historia se llamó las dos personas de la [p. 130] Divinidad. El primer significado de Hijo de Dios es el de relación, una relación que tiene sus raíces en la eternidad y es diferente de lo que comúnmente indicamos por las palabras padre e hijo.

"Hijo de Dios" es también una confesión. Como tal aparece en los labios de criaturas tan diferentes como los endemoniados, los discípulos y el diablo mismo. El tentador se acercó a Jesús con las palabras. "Si eres Hijo de Dios" (Mt. 4:3, 6). Las fuerzas que invadían a los endemoniados nada podían hacer frente a Jesús, el Hijo de Dios (Mt. 8:29). Pedro, iluminado por el Padre, identifica a Jesús como "el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mt. 16:16). La pregunta crucial del Sumo Sacerdote tenía que ver con si Jesús era o no el Hijo de Dios, confesión que Cristo dejó que hiciera Caifás de él (Mt. 26:63, 64). El centurión reconoció al pie de la cruz que Jesús era el Hijo de Dios (27:54).42

Juan el Bautista reconoció a Jesús como el Hijo de Dios (Jn. 1:34). Y Natanael, maravillado por el conocimiento de Cristo, profirió efusivamente la doble confesión de: "tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel" (v. 49). Marta también confesó que Jesús es el Hijo de Dios (Jn. 11:27).

Pablo testificaba con entusiasmo del Hijo de Dios. Jesús es el Hijo de Dios porque así fue "declarado" por la resurrección (Ro. 1:4). El Hijo de Dios es el sí de Dios al mundo. "Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, que entre vosotros ha sido predicado por nosotros,…no ha sido Sí y No; mas ha sido sí en él" (2 Co. 1:19). En Gálatas 2:20, Pablo pone su vida en las manos del Hijo de Dios "el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". El Apóstol anima a los hermanos en la fe a procurar conseguir un conocimiento completo y maduro del Hijo de Dios (Ef. 4:13). Y aun cuando Pablo no usa toda la expresión completa, sino sólo Hijo, no hay duda sobre quién está hablando (1 Ts. 1:10).

Primera de Juan es la lista de repaso de la vida cristiana43 y es también un tratado antiherético escrito para corregir la opinión de algunos círculos cristianos de que Jesús no era realmente humano. El corazón de esta inestimable carta es la confesión de la humanidad de Jesús. Y, con todo, se da un equilibrio esencial. Aquel que vino según la carne es también Hijo de Dios. El vino para deshacer las obras del diablo (3:8). A los cristianos se les manda creer en el nombre de su Hijo Jesucristo y que se amen unos a otros (v. 23). "Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios" (4: 15). Todos aquellos que creen que Jesús es el Hijo de Dios vencen al mundo (5:5), y tienen la confirmación de Dios mismo (v. 10). Una confesión y declaración final acerca de la relación del Hijo y del Padre, dice: "Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para [p. 131] conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna" (5:20).

42 El original no lleva el artículo definido.43 W. L. Hendricks, The Letters of John (Las Cartas de Juan) (Nashville: Convention Press, 1970).

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Hijo del Hombre e Hijo de Dios son títulos de Jesús. Hablan de la comprensión que tenía Jesús de su misión y de su relación con Dios. Son también confesiones, confesión de fe de los primitivos cristianos y por su amplia e incuestionable base bíblica han quedado como confesión normativa acerca de nuestro Señor Jesucristo en todas las edades.

Hay otros títulos y términos aplicados a Jesús, y también indicaciones en sus propias enseñanzas, parábolas y sufrimientos, que hablan de lo que "él pensaba sobre sí mismo" y cómo era considerado por sus propios amigos. Los cinco títulos examinados en este capitulo no agotan las facetas de tan preciosa joya. Tenemos también el título de Profeta que podríamos considerar.44 Jesús fue más que un profeta que predijo cosas. El restauró la profecía en Israel que era una función del Mesías. El fue el profeta escatológico. A semejanza de otros profetas antes que él, tuvo que padecer persecución y sufrimiento, pago que tuvieron siempre los profetas.

El Evangelio de Juan presenta a Jesús de manera particular como el Logo, la Palabra. Detrás de este término está la Palabra del Señor en el Antiguo Testamento mediante la cual el mundo vino a existir y mediante la que el Señor Dios lleva a cabo su voluntad en su mundo. Los filósofos estoicos creían que había una razón para todo lo existente en el universo. Este significado racional y coherente para todo es lo que ellos llamaban Logos. Juan utilizó la palabra como un puente entre griegos y judíos y como un título que daba honor a Cristo. Decir que Jesús es la Palabra (Logos) de Dios significa que él es el instrumento poderoso que procede del Padre, cumple con su voluntad y provee de razón y significado coherente para toda nuestra existencia. Esta es una manera poderosa y efectiva de hablar de Dios. Y sin duda el Evangelio de Juan es un libro poderoso y efectivo.

Cristo, la gran necesidadEl Nuevo Testamento tiene también otras formas de describir a Jesús además de mediante los títulos.

La primera parte de ese libro presenta algunas de esas formas. Jesucristo es conocido tanto por lo que hizo y dijo como por los títulos que le dieron. Y en realidad, sus hechos y dichos vinieron antes que los títulos, y pienso que le reconocieron los títulos en razón de sus palabras y hechos. Para responder a la pregunta, ¿quién es Jesucristo?, debemos empezar diciendo lo que hizo y dijo. Después presentar lo que sus primeros discípulos vieron en él y dijeron sobre él, es decir, mediante los [p. 132] títulos que aparecen en el Nuevo Testamento y su significado.

Un grupo de expresiones del Cuarto Evangelio merecen atención especial. No son títulos, son metáforas. Mediante esta figura se quiere indicar que Jesús, en el ámbito espiritual, es comparable a ciertas cosas necesarias en el mundo físico. Estas expresiones son conocidas como los "Yo soy" del Evangelio de Juan. La consideración de estos dichos es una manera apropiada de concluir nuestro capítulo sobre las declaraciones del Nuevo Testamento acerca de quién es Jesús.45

Para decir Yo soy, empleamos obviamente dos palabras. En griego, lo mismo que en castellano, no es imprescindible el uso del pronombre personal, pues la persona quien habla o de quien se habla va ya expresada en el verbo. Pero si se quiere enfatizar la persona, se usa entonces el pronombre junto con el

44 Véase la discusión de Schillebeeckx, acerca del profeta escatológico, sus sufrimientos y su relación con la Ley de Dios. Schillebeeckx, Jesús, págs. 116-126; 206-213; 224-256; 274-318.

45 Además del comentario de Raymond Brown mencionado arriba, véase C. K. Barrett, The Gospel According to St. John (El Evangelio Según San Juan) (Nueva York: Macmillan, 1955); W. F. Howard, Christianity According to Saint John (Cristianismo según San Juan) (Philadelphia: Westminster Press, 1946); y para una perspectiva diferente véase Rudolph Bultmann, The Gospel of John: A Commentary (El Evangelio de Juan: Un Comentario), traducción de G. R. Beasley-Murray (Philadelphia: Westminster Press, 1971).

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verbo. Esta es una manera fuerte de llamar la atención sobre la persona que habla o de quien se habla. Esta es una de las maneras en la que Jesús llamó la atención a su ministerio especial. Por ejemplo: "Yo soy la luz del mundo."

El Evangelio de Juan añade peso teológico a la visión histórica de Jesús. De la misma manera que los pintores cristianos pintan siempre a Juan el Bautista señalando a Cristo, el Evangelio de Juan está siempre subrayando a aquel que es el Salvador del mundo. Además, el nombre de Dios en el Antiguo Testamento significa "yo soy el que soy". El uso que Jesús hizo de la expresión "Yo soy" debió de producir sin duda agitación entre sus oponentes (Jn. 8:24), pues sería entendida teniendo en mente el fondo del nombre divino y las expectaciones mesiánicas.46

Juan 4:4-26 nos presenta la memorable conversación que Jesús sostuvo con la mujer samaritana en el pozo de Jacob. El prometió darle agua viva. Ella identificó las expectativas mesiánicas implícitas y preguntó acerca del Mesías. Juan respondió, "Yo soy" (v. 26). El contexto requiere que esto sea entendio mesiánicamente. Y, además, la implicación es que Jesús es el agua de vida. No es preciso ahora que expliquemos y hagamos la aplicación de cuán importante es el agua para la vida con el fin de que la mente moderna entienda la metáfora. En un país desértico, donde los pozos son escasos, la necesidad vital del agua es más rápidamente entendida.

En el capítulo seis del Evangelio de Juan se nos dice que cinco mil fueron alimentados en el tiempo de la fiesta de la Pascua. Jesús hizo siete milagros (señales o hechos poderosos) según este Evangelio, y antes o después de cada uno de ellos él hizo una aplicación de su significado espiritual. En el caso del milagro arriba citado él les dijo "Yo soy el pan de vida" (v. 35). El motivo de la [p. 133] enseñanza fue los panes sin levadura de la Pascua. Juan, escribiendo bajo la inspiración del Espíritu que le llevaba a recordar, conecta esto con la última Pascua de Jesús. La enseñanza es clara, el cuerpo roto de Cristo es semejante al pan que más tarde comieron sus discípulos. Era símbolo de un sustento espiritual necesario. Cuando se vive en una sociedad que tiende a eliminar el pan de su alimentación diaria, no nos damos cuenta de que en buena parte del mundo el pan es imprescindible para sobrevivir. Así lo es también Jesús para el alma humana.

El tercer "Yo soy" de Jesús es "Yo soy la luz del mundo" (Jn. 8:12). La ocasión fue probablemente la fiesta de la Luz y la observación, por tanto, cobra un significado simbólico profundo en aquel contexto. Juan el Bautista ya había reconocido a Jesús como la "luz verdadera que alumbra a todo hombre" (Jn. 1:9) Entiendo esta declaración en el sentido de que Jesús alumbra el escenario del mundo de manera que podemos ver quién y qué somos, es decir, pecadores bajo la claridad meridiana de la verdadera Luz. En inglés el versículo se presta a diversas interpretaciones porque reza: "que alumbra a todo hombre que viene a este mundo". 47 Pero, independientemente de cómo se entiendan las palabras de Juan, no hay lugar para malentender las de Jesús. Nada puede crecer, ni siquiera existir, sin la luz. Sin el sol no existiríamos. Ahora entendemos el mensaje espiritual del profeta cuando declara que "nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación" (Mal. 4:2).

Una de las metáforas sobre el ministerio de Jesús de mayor efecto y permanencia es la del Buen Pastor. Cristo no fue literalmente un pastor, sino un carpintero. Pero era como un pastor. Los pastores tenían que trabajar duro, estar en constante vigilia cuidando del rebaño, enfrentar los peligros y, cuando era necesario, "dar su vida por las ovejas" (Jn. 10:11). Jesús fue un pastor en este sentido. Afirmó que él era el Buen Pastor y la puerta del redil (vv. 7, 14). Es más fácil para nosotros pensar de Jesús como un pastor que identificarle como una puerta. Esto es debido a que Jesús era una persona y pastorear es la tarea de una persona. El arte cristiano, la himnología y la literatura devocional han celebrado y nos han presentado de

46 Ethelbert Stauffer, Jesus and His Story (Jesús y Su Historia) (Nueva York: Alfred A. Knopt, 1960 págs. 91-92.47 J. Jeremías, New Testament Theology (Teología del Nuevo Testamento) (Londres: SCM Press, 1971).

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manera bella y apropiada a Jesús como el Buen Pastor. Pocos han usado la idea de Jesús como una Puerta. Puede que nos suene extraño, pero el mundo podría hoy existir sin pastores. ¿Conocen personalmente a un pastor verdadero? Pero no podríamos vivir sin puertas. Las puertas son para entrar y salir, para proteger y conservar. Y esto es lo que es Cristo en el reino de su Padre. El es la puerta a Dios. Es necesario y es hermoso.

En Juan 15 Jesús nos da amplia enseñanza basada en la vid y en los pámpanos. El es la vid verdadera, los discípulos son los [p. 134] pámpanos y el Padre es el labrador. La ocasión son los momentos siguientes a la celebración de la Pascua. Probablemente Jesús y los discípulos habían pasado el Monte del Templo en su camino hacia el jardín de Getsemaní, donde él oró por nosotros (Jn. 17). Encima de los dinteles de las puertas del Templo había racimos de uvas. Las uvas eran un símbolo del antiguo Israel. Hay en esta declaración de Jesús la afirmación de ser la revelación final de Dios, aun por encima del antiguo pueblo de Dios. Los cristianos son aquellos que creen que Jesús es la más clara imagen de Dios que el mundo viera jamás. Por medio de él discernimos y determinamos todas las demás expresiones de Dios. La metáfora de la vid y de los pámpanos es mucho mejor entendida en el apropiado escenario agrícola. Los pámpanos para que sean fructíferos deben estar conectados con la vid. Es cierto que el mundo hoy podría sobrevivir sin los productos de la viña. Pero no podríamos sobrevivir sin alimentos que crecen porque están enraizados en sus fuentes de origen. De la misma manera, es imposible que los cristianos puedan crecer o sobrevivir sin estar profundamente injertados en Cristo, su fuente y origen.

Juan 14:6 no ofrece una triple bendición en nuestra discusión acerca de Cristo como la gran necesidad. Una bendición es, por derivación de la palabra, hablar bien de alguien. No tiene que ser la última en el texto, pero escogí este "Yo soy" para concluir con él nuestra consideración de Jesucristo, la Gran Necesidad. La escena es la última cena y el objetivo confortar. Las palabras finales suelen encontrar su camino para permanecer y estas palabras estarán con todos los cristianos en todas las épocas. Jesús, después de su acto de humillación privada con sus discípulos (el lavamiento de los pies) y antes de su gran acto de humillación pública (la cruz), presentó un desafio ante sus discípulos mediante su respuesta al dubitativo Tomás. Jesús le dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida" (Jn. 14:6). Las otras metáforas habían sido muy concretas, estas son abstractas. Aquellas son inútiles si no nos damos cuenta que él es el que provee de la necesaria posibilidad para tal existencia. Si vamos a ser lo que podemos ser, debe haber un camino claro por donde andar, una visión clara de lo que es recto, bueno y verdadero, y de la existencia del ser interno que puede nutrirse. Si no le tenemos a él, perdemos el camino; si no le conocemos a él, no disponemos de la verdad última; y si no "vivimos y nos movemos en él" (Hch. 17:28), no hay vida en nosotros; ¿quien es entonces Jesús, el Cristo, Señor, Hijo del Hombre e Hijo de Dios? El es la Divina y Gran Necesidad. Así lo declararon los cristianos del Nuevo Testamento y así lo creemos nosotros. [p. 137]

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9Testimonio de todos los tiempos y para

todas las épocas

Las primeras confesionesCada generación de cristianos ha aportado su propio testimonio sobre Jesús. Algunos de estos

testimonios llegaron a ser muy importantes porque fueron expresados en una forma excepcional o porque muchos los adoptaron como sus propios testimonios. Todos hemos escuchado a grandes predicadores que han dicho las cosas de manera tan excelente y correcta que hemos adoptado sus expresiones como la confesión de nuestros propios pensamientos y sentimientos.

La más temprana confesión sobre Jesús brotó de las enseñanzas y confesiones del Nuevo Testamento. Probablemente la primera confesión cristiana fue: Jesucristo es Señor, Kurios Iësous Christos. Esta es la confesión bautismal similar a la que encontramos en Hechos 8:37.48 Pablo dice a los romanos que el creer en el corazón debe ir acompañado de la confesión verbal (Ro. 10:9, 10).

Estos breves testimonios bíblicos, o confesiones, abrieron el camino para símbolos y explicaciones verbales más completas sobre quién era Jesucristo en relación con Dios, el Espíritu Santo y la iglesia. Una de estas primeras confesiones cristianas procedentes de la comunidad cristiana en Roma ganó amplia aceptación y llegó a ser la base de lo que hoy conocemos como "El Credo de los Apóstoles". Insertamos a continuación el texto tal como es usado hoy. Los elementos básicos de esta declaración de fe proceden [p. 138] aproximadamente del año 100 d. de J. C., pero la expresión final no prevaleció hasta el siglo quinto.

Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo de la tierra. Y en Jesucristo su único Hijo nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió a los cielos y está sentado a la díestra de Dios Padre Todopoderoso; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo49…

El término credo procede del latín y significa "Yo creo". Los sentimientos negativos que los evangélicos tienen en general contra este tipo de declaración de fe arranca de aquellos aciagos días en que los credos eran usados como instrumentos políticos para forzar conciencias y voluntades. También somos especialmente sensibles a la posibilidad de que las personas repitan las palabras de otros sin tener la experiencia personal de la gracia que les da sentido y significado. Una tercera objeción que algunos han puesto a los credos es que pueden poner en peligro el sacerdocio de creyentes formulando para el cristiano lo que debe creer. Pero la razón más persistente por la que hemos evitado tener declaraciones formales de fe es porque pueden comprometer nuestra convicción de las Escrituras como "única fuente autoritativa de fe y práctica". No obstante, nuestro rechazo de los credos formales, con todas nuestras justificadas razones, no quiere decir que

48 Contando inclusive con las variantes textuales, esta es incuestionablemente una temprana confesión cristiana. Véase Oscar Cullmann. The Earliest Christian Confessions (Las primitivas Confesiones Cristianas) (Londres: Lutterworth Press, 1949).

49 Plúlip Schaff, The Creeds of Christendam, 3 Volúmenes (Los Credos de la Cristiandad) (Grand Rapids, Michigan: Baker Book House, 1931, 1983), 1:21.

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no podamos afirmar las verdades que otros cristianos, antiguos y modernos, han confesado sobre Jesucristo. En realidad, la mayoría de los bautistas afirmarían, en base de las enseñanzas de las Escrituras, todo lo que el Credo de los apóstoles dice en relación con Jesús. Y también estamos básicamente de acuerdo con mucho de lo que otros llaman "el credo cristológico". Es decir, asentimos con la mayor parte de los conceptos doctrinales, pero no con la idea de un credo que controlaría nuestra fe.

Los cuatro primeros concilios generales de los antiguos líderes cristianos estuvieron principalmente centrados alrededor de la cuestión, ¿quién es Cristo Jesús? Las respuestas fueron dadas en el lenguaje, circunstancias y filosofia de aquellos días. Los cuatro asuntos resueltos por los cuatro concilios fueron: 1. ¿Cuál es la relación de Cristo con Dios? Esto fue determinado en el de Nicea y se definió que Cristo es igual a Dios. 2. ¿Cuál es la relación de Cristo con la humanidad? 3. ¿Es Cristo realmente un individuo completo e integrado? 4. ¿Mantiene Jesús, con su personalidad individual completa e integrada, una relación singular y única tanto con Dios [p. 139] como con la humanidad? Estas cuatro cuestiones tenían que ver con Cristo y una quinta trataba de la relación del Padre, Hijo y Espiritu Santo. Resulta ineludible para nosotros plantearnos las cuatro primeras cuestiones si es que queremos conocer y entender lo que es Jesucristo según el testimonio de sus discípulos de los primeros siglos.

Nicea: Cristo es realmente Dios para nosotrosEl cristianismo surgió en una época humana radicalmente secular y pluralista. No hubo, como Pablo

testifica, muchos creyentes ricos y poderosos según los patrones culturales de aquel día (1 Co. 1:26). Y, sin embargo, al cabo de tres siglos los cristianos "trastornaron el mundo entero" (Hch. 17:6). El emperador Constantino, después de una visión que tuvo y de una victoria militar, fue bautizado y declaró cristiano al Imperio Romano. Desde entonces la relación de la iglesia y el estado ha sido un contencioso permanente en el mundo occidental.

Fue durante el gobierno de Constantino que se celebró el primer gran concilio de la iglesia para tratar el tema cristológico.50 Tuvo lugar en el 325 en la ciudad de Nicea y fue convocado para terminar con una disputa. Las iglesias de Cesarea estaban tratando de explicar la unicidad de Dios a la luz de Jesucristo. Los primitivos cristianos estaban convencidos de que Jesús era el Hijo de Dios, pero tal confesión parecía indicar la existencia de dos dioses.

Algunos cristianos habían sugerido que Dios el Padre se convirtió en Jesús, quien, cuando murió, pasó a ser el Espiritu Santo. Esta respuesta fue llamada modalismo. Resolvía el problema de la unidad de Dios, pero lo hacía a costa de sacrificar su condición trina. Decir que hubo primero un Padre, después un Hijo, y más tarde un Espiritu Santo; es negar que mientras hay un Padre hay también un Hijo o, mientras hay un Hijo, hay también un Espíritu Santo. Esta respuesta resuelve un problema intelectual, pero no responde a los requerimientos de las Escrituras. Según el Nuevo Testamento, el Hijo hablaba con el Padre y era movido por el Espiritu. Y están también las declaraciones del Nuevo Testamento sobre la preexistencia de Jesús.

Otra respuesta insatisfactoria fue la que sugería que Jesús, en algún momento -usualmente en el bautismo- fue adoptado Hijo de Dios. Se decía que el poder de Dios (algunas veces el principio de Cristo-Mesías) vino sobre el hombre Jesús y le llevó a ser adoptado Hijo de Dios. Este punto de vista fue llamado adopcionismo. Ambas teorías, modalismo y adopcionismo, fueron declaradas heréticas por [p. 140] los

50 Para mayor consideración del fondo específico de los Concilios Cristológicos, véase el trabajo erudito pero de fácil lectura de J. F. Bethune Baker, An Introduction to the Early History of Christian Doctrine (Una Introducción a la Historia de la Doctrina Cristiana) (Londres: Methuan & Co. 1938). Para un trabajo más completo, véase Aloys Grillmeier, Christ in Christian Tradition (Cristo en la Tradición Cristiana), Segunda edición.

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primitivos cristianos. Herejía es un término que indica cisma, división, alejamiento de la opinión ortodoxa aceptada.

Poco antes del concilio de Nicea en el 325, Arrío, un ministro de Cesarea, también trataba de encontrar una solución a cómo Dios es uno si Jesucristo es el Hijo de Dios. Arrío enfatizó un pasaje de las Escrituras que habla de Jesús como siendo menos que el Padre en su estado encarnado. Arrío eligió preservar la unicidad de Dios proponiendo que Dios creó a Jesús y seguidamente creó todas las cosas por medio de Jesús. De esta manera Arrío podía decir que Jesús existía antes de la creación y del tiempo (recordemos que el tiempo es una parte de la creación), pero lo que no podía decir es que Cristo era en el principio con Dios. En esta interpretación Cristo aparece como un ser creado, de rango superior a todas las demás criaturas pero inferior a Dios el Padre.

Fue Atanasio de Alejandría (Egipto), joven y brillante diácono, quien vio el fallo básico de la teología de Arrío. Durante sesenta años luchó por corregir el error de Arrío y por conseguir la aprobación de una interpretación ortodoxa de la relación de Cristo con el Padre. Atanasio sostenía que Jesús era igual al Padre y que no hubo un momento, ni en el tiempo ni en la eternidad, que él no existiera.

El emperador Constantino sólo quería paz y la mayoría de los 318 obispos participantes en el Concilio de Nicea se inclinaban por conservar el status quo. Pero fue imposible evitar la discusión, a veces tormentosa.

El furor se encendió a causa de incluir o no la palabra Homoousios en la declaración oficial del Concilio. Homoousios es un término griego que quiere decir "de la misma sustancia que el Padre". Arrío y sus partidarios (que más tarde fueron llamados arrianos) no lo podian aceptar y no estaban dispuestos a ceder en su postura. El Concilio aceptó oficialmente la declaración "de la misma sustancia que el Padre". No obstante, el debate entre los obispos y otros continuó por años.

Muchos desde entonces han menospreciado esta manera de hacer teología. Con todo, es importante que conozcamos cuál fue la razón de tanto ruido. Cuando Atanasio defendía en Nicea la posición de que Jesús "es de la misma sustancia que el Padre", lo que verdaderamente estaba sobre la mesa de discusión era la plena divinidad de Jesucristo. La intención del concilio fue decir que Cristo Jesús, representa a Dios de manera real y completa para nosotros. Jesús, junto con el Padre, es realmente Dios para nosotros. Pocos cristianos conservadores negarán lo que en Nicea se dijo aunque nosotros no expresemos nuestra teología en la terminología de la filosofía griega del siglo cuarto. [p. 141]

Constantinopla: El es realmente hombre con nosotrosEntre 325 y 381 hubo sesenta años de activa y vigorosa reflexión teológica. La cristiandad estaba en

general de acuerdo sobre la relación del Padre y del Hijo y su igualdad. Existía ya una conciencia creciente de que el Espíritu también tenia que ser declarado divino y que las tres "personas" de la Divinidad tenían que ser reconocidas iguales. Tres hombres, que son conocidos como los padres capadocianos, escribieron extensamente sobre el Espíritu y sobre la manera apropiada de expresar la interrelación del Padre, Hijo y Espíritu. Atanasio mismo, a su vuelta del exilio, había apoyado la celebración de un concilio en Alejandría en el que el Espíritu fue declarado de la misma esencia de Cristo. Y fue también negado en este concilio que el Espíritu fuera una criatura de Dios. El Concilio de Nicea tan centrado en la discusión sobre la persona de Cristo, había afirmado simplemente "creemos en el Santo Espíritu". La relación de Cristo y del Espíritu fue de nuevo considerada en Constantinopla en el 381. Con los antecedentes de casi sesenta años de intenso trabajo teológico pasados desde Nicea a Constantinopla, se pudo hacer una declaración más completa sobre la

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relación de las personas de la Trinidad. Aquel credo o testimonio teológico, el cual ha sido generalmente aceptado en la tradición cristiana, fue expresado de la siguiente manera:

Creo en un Solo Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas visibles e invisibles. Y en el Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, engendrado por el Padre antes que todas las cosas creadas, Luz de luz, Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma sustancia que el Padre; por quien todas las cosas fueron hechas; quien descendió del cielo por causa de nosotros y de nuestra salvación, y fue encarnado por el Santo Espíritu en la Virgen María, y se hizo hombre; fue crucificado por nosotros bajo el poder de Poncio Pilato, sufrió y fue sepultado, y al tercer día resucitó, según las Escrituras, y ascendió a los cielos y se sienta a la diestra del Padre; vendrá otra vez en gloria para juzgar a los vivos y a los muertos; y su reino no tendrá fin.Y en el Espíritu Santo, Señor y Dador de la vida, que procede del Padre, quien es adorado y glorificado junto con el Padre y el Hijo; quien habló por medio de los profetas. Y en una Iglesia Santa, Católica y Apostólica; reconozco un bautismo para la remisión de los pecados; y espero la resurrección de los muertos y la vida venidera. Amén51

Con esta expresión de la unicidad de la divinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo, la idea de la Trinidad fue virtualmente completada conforme a las antiguas categorías de la filosofia griega. Los toques finales fueron dados por Agustín a finales del siglo [p. 142] cuarto y principios del quinto. Los cristianos del mundo occidental han tendido a echar mano de estas respuestas ortodoxas cada vez que precisaban describir el carácter trino de Dios. Examinaremos más tarde si estas formas de pensamiento son las mejores para nuestro mundo actual cuando no son usadas para nada en ninguna otra conexión. Una respuesta a ¿quién es Jesucristo?, es la necesaria respuesta de que él es parte de la trinidad de Dios. La fórmula clásica para expresarlo es: Una sustancia en tres personas y tres personas que son iguales, coexistentes y eternas. Nosotros tendemos hoy a pensar que esta respuesta es correcta, aunque no siempre estamos seguros de lo que se quiere decir.

Sin duda que hubo buenas razones para convocar el Concilio de Constantinopla en el 381. Al examinar la declaración de fe elaborada en este concilio notamos que hubo otras preocupaciones además de la relación de Jesús con el Padre y el Espíritu. También se consideró el importante tema de la relación de Cristo con nosotros, la humanidad. Como era frecuente, alguien estuvo expresando un solo aspecto de la cuestión. La herejía es en la mayoría de las ocasiones falta de equilibrio. Cuando un elemento de la verdad se enfatiza, excluyendo los demás elementos o aspectos, nos deslizamos hacia la herejía.

En estas situaciones tenemos la tendencia de recordar el nombre del que hizo de "malo". En este caso el "malo" cuyas opiniones fueron rechazadas en Constantinopla fue Apolinario, líder de la iglesia de Laodicea a finales del siglo cuarto. Apolinario lucho con denuedo contra la herejía arriana. Temía que la insistencia de los arrianos sobre el uso que Jesús hizo de su voluntad humana para vencer el pecado comprometía su divinidad. También pensaba que cuando se hablaba de "naturaleza" y "persona" se estaba hablando de una misma cosa. Por consiguiente, si Jesús tenía dos "naturalezas", había en él también dos "personas". Apolinario conocía los escritos del filósofo griego Platón y tomó de él algunos conceptos para explicar cómo el Logos divino podía estar presente en el hombre Jesús y, a la vez, ser sólo una persona. Decía también que Jesús tenia un cuerpo

51 Schaff. Creeds of Christendom, 1:29.

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físico y un alma animal que gobernaba los instintos, pero que el alma humana de Jesús (pensamiento y voluntad) fue reemplazada por el Logos divino. Este enfoque aparentemente resolvía la dificultad de cómo Jesús se relacionaba a la vez con Dios y el hombre. Pero al profundizar aparece pronto el problema. Si el ser interior de Jesús (el alma humana), la parte pensante y volitiva, era solamente el Logos divino, entonces él no era completamente humano. Bajo estas condiciones él simplemente era un ser divino con disfraz humano.

Ya a finales del primer siglo encontramos a quienes pensaron [p. 143] que Jesús parecía ser humano (dokeo), pero que en realidad eran sus secretos divinos (gnosis) y su naturaleza divina los que controlaban su ser y lo que importaba. Esta posición fue llamada gnosticismo docético. La primera manifestación de esta forma de pensar es refutada enérgicamente por Juan en su Primera Epístola. El apóstol Juan se esforzó por declarar que Jesús era realmente humano. La razón por la que hay un solo libro en el Nuevo Testamento que enfatiza la humanidad de Jesús es porque en todas las demás partes se daba por sentado. Los padres capadocios del tiempo de Apolinario eran bien conscientes de su error en que negaba la humanidad de Cristo. Razonaban diciendo que si Jesús no era enteramente humano, tampoco podia entender completamente a los humanos y redimirlos.

Nosotros podemos estar hoy un poco confundidos por todo este diálogo sobre "sustancia" y "naturaleza", pero sí estamos convencidos de algo muy importante: Jesús es realmente hombre con nosotros. El autor de Hebreos se une a Juan en un himno que declara que Jesús se hizo humano como nosotros, él nos conoce, fue tentado, simpatiza con nosotros y sufrió por nosotros. Jesús es humano con nosotros. Esta es la lección importante que aprendemos del testimonio que nos viene por la declaración de fe de Constantinopla en el 381.

Efeso: Jesús es realmente una PersonaLas preguntas que tienen que ver con el cómo son difíciles de evitar. La Biblia generalmente no

responde a este tipo de preguntas: ¿Cómo puede Jesús ser a la vez Dios y hombre? ¿Cómo pudo hacer milagros? ¿Los hizo mediante su divinidad o su humanidad? La tercera pregunta que tenemos que hacer acerca de Cristo no está relacionada con el cómo, pero es difícil de eludir que se transforme en un cómo. La cuestión es, ¿cuál es la mejor manera de expresar la presencia real a la vez de Dios y el hombre en Cristo Jesús? La respuesta es: De tal manera que la integridad de Jesucristo, el encarnado Hijo de Dios, como una sola y completa persona no sea sacrificada.

Lo que llevó a la celebración del Concilio de Efeso en 431 fue en el fondo celos ministeriales. Es lamentable admitir que tales cosas sucedieran en la antigua iglesia y más lamentable aún reconocer que también suceden hoy. Lo que importa en nuestra búsqueda de quién es Jesús es el hecho de que Dios puede utilizar las acciones pecaminosas de los hombres para llevar a cabo sus fines buenos. Y este fue el caso de Efeso.

Nestorio fue el hombre doctrinalmente equivocado, el "hereje"; [p. 144] pero en muchas aspectos, especialmente en actitudes y acciones, fue el "hombre bueno". Por el contrario, Cirilo de Alejandría hablaba correctamente en el sentido teológico; pero fue el "hombre malo" en lo que tuvo que ver con actitudes y acciones. Como nos muestra la historia cristiana, no todos los que han estado en el lado de la pura ortodoxia doctrinal lo han hecho en espíritu de amor, inclusive cuando estaban hablando sobre Jesucristo. Nestorío era un hombre joven y brillante que quizá alcanzó mucho en poco tiempo, pues había recibido una distinguida posición de liderazgo eclesiástico en Constantinopla. Cirilo de Alejandría "defendía sin duda la posición correcta, pero sus maneras de hacer las cosas no fueron muy amistosas y tampoco se le puede librar de la

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sospecha de que sus motivos eran mundanos y de que estaba dominado por los celos del creciente prestigio de la sede de Constantinopla, como también era fuerte su deseo por la verdad teológica".52

Nestorío estaba especialmente interesado en preservar la humanidad de Cristo y deseoso también de mantener separadas la divinidad y la humanidad de manera que una no eliminara a la otra. Su error estuvo en hacer de la unión de lo divino y lo humano en Cristo un asunto demasiado externo y parecía separar la divinidad y la humanidad en manera que sonaba como si Cristo Jesús fuera un individuo dividido o dos personas. Se metió especialmente en problemas cuando eliminó de la música y del servicio de la iglesia un término muy aceptado. La expresión era theotokos, "portadora de Dios" que se aplicaba a María. Nestorio decía que María fue sólo madre de la naturaleza humana de Cristo y no de su naturaleza divina. Muchos protestantes se han sentido inclinados a favor de Nestorio por eliminar este término no bíblico. Debemos, sin embargo, recordar que la verdadera cuestión no es la exclusión de la expresión "portadora de Dios". La cuestión es: ¿No es el Cristo Jesús nacido de Maria una persona completa, independientemente de como la divinidad y la humanidad están unidas en él? Y la única respuesta adecuada a esta pregunta es: ¡Sí! La esquizofrenia teológica sobre Jesús no es posible si contemplamos desde la perspectiva del Nuevo Testamento la manera en que el Cristo íntegro funciona.

Después que Nestorio y Cirilo intercambiaron unos cuantos “anatemas”53 y respuestas, el Concilio de Efeso fue convocado por el emperador Teodosio, quien estaba muy influido por Cirilo. Nestorio perdió y este buen hombre fue vilmente tratado. Sin embargo, una cuestión fue correctamente contestada. Jesucristo nuestro Señor es divino (Nicea) y humano (Constantinopla), y es una persona completa (Efeso). [p. 145]

Calcedonia: Y sin embargo, tiene dos dimensionesA medida que aprendemos acerca de Cristo, podemos también aprender sobre la naturaleza humana.

La comparación entre Cristo y su pueblo es siempre dolorosa. La Cabeza de la iglesia sufre muchas penas causadas por las inconsecuencias de sus miembros. Esta realidad debería servir para llamar a todos los creyentes a volver a una vida cristiana semejante a la del Maestro. Recordemos que una de nuestras confesiones más comunes y conocidas es la de que Jesús es Señor.

La cuarta y última pregunta que los cristianos del cuarto y quinto siglos planteaban acerca de Jesucristo era: ¿Tiene todavía el Cristo encarnado, aunque es una sola persona, dos dimensiones distintas? ¿No es Jesús, después de la encarnación tanto divino como humano? Otra vez la respuesta debe ser sí.

Las relaciones entre los seguidores de Cirilo y los de Nestorio se deterioraron en la siguiente generación. Las rivalidades aumentaron. Flaviano de Constantinopla era un hombre amable y pacífico, uno de esos hombres que siempre queda herido en situaciones como ésta. Antiguas referencias indican que fue físicamente atacado durante el segundo Concilio de Éfeso en el 450 y murió poco después a consecuencia de las heridas. El partido alejandrino al defender a Eutiques, uno de sus simpatizantes, había forzado a los representantes a firmar su declaración. La muerte de Flaviano fue vista como el acto brutal que realmente fue. En 451, gracias a la ayuda de la nueva emperatriz Pulqueria, fue convocado un nuevo concilio en Calcedonia.

52 Bethune-Baker, pág 263.53 Palabra griega que significa "maldecir". Era típico en las antiguas confesiones que trataban de ganarse la opinión general y

asegurarse consenso universal, incluir un anatema en cada artículo de fe. Lo que quería decir que "si alguien no cree en esto que sea maldecido y maldito". Cuando el gobierno civil quedaba envuelto en estos asuntos y eran hechas declaraciones de fe respaldadas por la ley civil, como lo eran por la ley religiosa, las consecuencias eran terribles para los que no creían un determinado artículo de fe. Este uso político de los credos y el sometimiento por la fuerza de la Ley es otra razón por la que nuestros predecesores en la fe no estaban bien dispuestos hacia los credos.

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Allí Eutiques y sus partidarios exhibieron toda su arrogancia. Más importante que todo fue que una vez más fue afirmado algo permanentemente verdadero sobre Cristo.

Eutiques, el villano en todos los sentidos, dijo que cuando Jesús se hizo hombre, María llevó dentro de sí las "partes" divina y humana de Cristo. Eutiques estaba cazando nestorianos lo que le llevó a caer en esta posición desequilibrada. Además, Eutiques dijo también que aunque Jesús tuvo dos "naturalezas" antes de la encarnación, después de la encamación sólo tuvo una. Creía que las dos naturalezas habían quedado tan fundidas en una que había realmente sólo una nueva naturaleza híbrida en él. Si hemos seguido estos importantes testimonios hasta este punto, apreciaremos sin duda el error de la postura de Eutiques. Si Jesús no era tanto divino como humano cuando estaba en la tierra entonces él no podía representar en forma perfecta y debida el ser de Dios y el ser humano. Adoptar este punto de vista era volver en todos los sentidos a la posición de Arrío, quien decía que Jesús no era realmente Dios ni hombre, sino algo intermedio entre los dos. [p. 146]

En el Concilio de Calcedonia en el 451, el testimonio fue que Jesús tenía dos naturalezas, la divina y la humana. Decir cualquier otra cosa habría significado negar lo que había sido declarado en Nicea en el 325 y en adelante. La declaración final o testimonio sobre Jesús que se produjo en el Concilio de Calcedonia dice así:

Nosotros, siguiendo a los santos padres, siendo todos de un mismo sentir enseñamos a los hombres a confesar al Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como perfecto en su divinidad y también en su humanidad; verdaderamente Dios y hombre, con un cuerpo y alma racional; consustancial con nosotros según la humanidad; en todo semejante a nosotros pero sin pecado; engendrado del Padre en la eternidad conforme a la divina voluntad, y en estos últimos días, nacido, por nosotros y para nuestra salvación, de María Virgen, la madre de Dios, según la humanidad; uno y el mismo Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, debe ser reconocido en sus dos naturalezas, inconfundibles, inalterables, indivisibles, e inseparables; tal distinción de naturalezas no son eliminadas por la unión, siendo más bien preservadas las propiedades de ambas naturalezas, aunque concurren en una Persona y en una Existencia, no partidas o divididas en dos personas, sino en una sola, el Hijo, el Unigénito, la Palabra de Dios, el Señor Jesucristo; como los profetas hablaron de él desde el principio y como el mismo Señor Jesucristo nos enseñó acerca de sí mismo, y como el Credo de los Santos Padres nos lo ha confirmado.54

La razón principal para toda esta consideración de las respuestas generadas en los siglos cuarto y quinto es porque han sido generalmente aceptadas por los cristianos hasta los tiempos modernos. Una segunda razón para toda esta discusión es la de ayudarnos a tener ciertos criterios cuando examinamos lo que las sectas y cultos modernos dicen acerca de Jesús. La mayoría de estos grupos religiosos modernos se han apartado de las posiciones ortodoxas acerca de quién es Jesús. Unos dicen que fue adoptado y llego a ser Hijo de Dios. Otros dicen que él fue un "modo" de ser Dios y que hay otros muchos modos de ser Dios que nosotros inclusive podemos alcanzar (por ejemplo, los mormones). Nos ayuda a saber que muy temprano en la vida de la iglesia estos problemas fueron ya tratados y resueltos sobre la base de las Escrituras y del buen razonamiento.

54 J. L. Neve, A History of Christian Thought (Una Historia del Pensamiento Cristiano) (Philadelphia: Muhlenborg Press, 1946) pág. 135.

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No usamos en la misma manera en el siglo veinte los terminos o las filosofias del cuarto o del quinto siglo, pero nos es de mucha ayuda el testimonio de estos concilios que trataron las cuestiones cristológicas. Respondieron a preguntas ineludibles: ¿Es realmente Jesús Dios para nosotros? Sí (Nicea). ¿Es Jesús realmente hombre con nosotros? Sí (Constantinopla). ¿Es Jesús realmente una sola persona? Sí (Efeso) ¿Tiene realmente Jesús dos dimensiones? Sí, la divina y la humana (Calcedonia). [p. 147]

Estos fueron los primitivos testimonios generalmente aceptados sobre quién es Cristo Jesús. Con todo, sus respuestas deben ser re-expresadas en cada generación en aquellas formas y términos en los que pueden ser entendidos y apropiados. Por otra parte, ellos no respondieron a todas las preguntas. Quisiera explorar con usted por qué ellos, y tampoco nosotros, no pudieron responder ciertas cuestiones sobre quién es Jesús.

Amamos un misterio: La encarnación, el primer misterio de la fe cristiana

Todos, en un nivel u otro, amamos un misterio. La literatura, la ciencia, la filosofía ofrecen sus propios misterios y se proponen resolverlos. La mejor prueba de nuestro interés en lo misterioso es observar la curiosidad de un niño. Un misterio resuelto es el final de algo que comenzó con la curiosidad. La propia palabra misterio es en sí misma un misterio. ¿Qué significa? Pienso que al menos tres cosas. 1. Un misterio puede ser un enigma o problema que cualquiera con suficiente curiosidad, interés e inteligencia puede resolver 2. Misterio puede ser algo que es revelado por alguien con capacidad para revelarlo sólo a aquellos que son capaces de recibirlo. Esta es la forma en que el Nuevo Testamento describe la revelación de Dios en Cristo (Mt. 13:11; 1 Co. 4:1; Ef. 1:9; Col. 1:26). 3. Misterio puede ser una categoría en la que ocurren sucesos últimos e inexplicables. Esta clase de misterios no son comprendidos, aunque son celebrados y gozados. Muchas personas no quieren admitir esta tercera definición de misterio. Y no quieren hacerlo bien porque piensan que no hay nada que no pueda ser explicado o que su razón no pueda comprender, o bien creen que todo al final será conocido por la humanidad. Yo creo que hay categorías y clases de cosas que los humanos no pueden comprender o razonar (el funcionamiento interno del Dios-hombre, o la relación interna de la Divinidad que son tres personas en una son ejemplos de lo últimamente dicho). No estoy de acuerdo con aquellos que dicen que todas las cosas serán reveladas porque lo que ha sido revelado no es todo lo que va a ser revelado, pero sí representa todo lo que necesitamos saber. Finalmente, creo que Dios posee una vida propia que está más allá de la capacidad humana de abarcar y comprender; porque de otra manera, nosotros mismos seríamos dioses. Calvino fue, en mi opinión, muy sabio en este respecto cuando dijo que lo finito no puede abarcar lo infinito. Amo el misterio y pienso que hay ciertas cosas que caen por su propia naturaleza en la categoría de misterio.

En relación con la cuestión de quién es Jesús, todo lo dicho [p. 148] sobre el misterio quiere decir que nosotros no podemos entender plenamente cómo él puede ser a la vez divino y humano. Indiqué anteriormente que el "cómo" es ajeno al ambiente y vocabulario bíblico. La Biblia no responde a este tipo de preguntas. Las Escrituras hacen declaraciones hebraicas funcionales. Por ejemplo: "En el principio creó Dios... "(Gn. 1:1). ¿Cómo? Este es el tipo de pregunta errónea. Otro ejemplo: "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo" (2 Co. 5:19). ¿Cómo está Dios en Cristo y cómo funciona específicamente la reconciliación? Otra vez se produce el tipo de preguntas erróneas. El Antiguo Testamento nos describe lo que hizo el Dios que estaba allí, en el principio. El Nuevo Testamento usa el nacimiento virginal, las analogias sacrificiales y otros elementos para describir el evento de Cristo. Pero no nos da un plan detallado de la mecánica de manera que nosotros podamos repetir el proceso.

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El primer misterio de la fe cristiana es el evento de Cristo. Aplicándose esto especialmente a la venida de Dios a nosotros en la persona de Jesús de Nazaret y nuestra redención mediante la muerte de Cristo. Los cristianos de todos los tiempos han reconocido este misterio.55 Yo encuentro artificial, excepto por propósito de reflexión o de celebraciones específicas, referirnos a los hechos del evento de Cristo como misterios separados. Quiero decir que no hay tal cosa como el misterio de su nacimiento (encarnación), y otro misterio de su muerte (la expiación) y así. Todo el evento del ser de Cristo, su presencia con nosotros y para nosotros es un misterio. Y como tal, debemos intentar expresar el significado de Cristo lo mejor que podamos y ese es el propósito de un libro como éste; pero el evento de Cristo nos desborda por todas partes y es mucho más de lo que nosotros podemos explicar. Este elemento de misterio llena de reverencia y de maravilla el corazón del creyente que adora. Sin esta reverencia y admiración no existe adoración genuina. Por tanto, la confesión del misterio de Cristo es una parte importante de la "explicación" de quién es Cristo Jesús.

Un misterio lleva a otro: La TrinidadUn elemento permanentemente misterioso es cómo Cristo está con nosotros y a nuestro favor. Otro

misterio de la misma categoría es cómo Cristo Jesús es uno con Dios el Padre y el Espíritu Santo. La encarnación, la venida de Cristo para estar con nosotros, nos lleva al segundo misterio de la fe cristiana, la Trinidad. No pretendemos que éste sea un libro sobre la Trinidad56, pero cualquier libro acerca de Dios tendría que decir algo sobre su relación con Cristo. Y este libro sobre Cristo tiene mucho que decir sobre su [p. 149] relación con Dios. De la misma manera que cualquier libro sobre el Espíritu tendría que decir algo sobre su relación con el Hijo y el Padre. Esto es así debido a que el entendimiento cristiano de Dios provisto por las fuentes bíblicas, es trino es sus implicaciones y aplicaciones. La implicación es que si usted tiene al Padre que envía al Hijo, que a su vez envía al Espíritu nos aparece con claridad la condición trina citada. La aplicación está en que en la conversión somos llevados por el Espíritu al Hijo y al Padre y aquí también aparece la Trinidad.

No pierda tiempo buscando el término Trinidad en la Biblia. No está allí. Trinidad es una expresión latina que significa "tres en uno" y aunque el término no es bíblico, la idea sí que lo es. En secciones anteriores repasamos algunos de los errores que cometieron cristianos de los primeros siglos al tratar de explicar y definir la manera en que Cristo se relaciona con Dios. Ahora daremos algunas directrices para hablar acerca de la condición trina de Dios.

1. Decir que hay tres manifestaciones de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es bíblico.2. La manera mejor de describir la revelación de Dios es en términos de relación. Por ejemplo: El Padre

ama al Hijo (Juan 3). El Hijo obedece al Padre en un vínculo de unidad (Juan 17). El Espíritu da testimonio del Hijo (Juan 15-16).

3. Las relaciones de un Dios que se manifiesta tres en uno son difíciles de describir, aparte de lo que las Escrituras enseñan explícitamente. La Trinidad es un misterio.

4. Tenemos que emplear analogías personales cuando tratamos de expresar la Trinidad de Dios, porque Jesús, la revelación suprema de Dios, nos enseña a pensar en términos personales sobre Dios. Por ejemplo: Dios es Padre; Dios es Hijo; Dios es Espíritu Santo mediante el que se relaciona personalmente con nosotros. Decir que la Trinidad es semejante al hielo, el agua y el vapor no es una analogía personal.

55 Geoffrey Wainwright, Doxology: The Praise of God in Worship. (Doxología: La Alabanza de Dios en la Adoración). Doctrine and Life: A Systematic Theology (Doctrina y Vida: Una Teología Sistemática) (Nueva York: Oxford Univ. Press, 1980).

56 Claude Welch, In This Name (En Este Nombre) (Nueva York: Scribner's, 1952) y Leonard Hodgson, The Doctrine of the Trinity (La doctrina de la Trinidad) (Londres, Nisbet, 1943).

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5. La experiencia cristiana y la devoción cristiana precedieron a la reflexión y doctrina cristianas. Otro ejemplo: El creyente es llevado por el Espíritu y por medio del Hijo al Padre antes de que empecemos a reflexionar sobre la Trinidad. Por ejemplo: generalmente el cristiano ora al Padre en el poder del Espíritu y en el nombre del Hijo.

6. Aunque las tres "personas" de la Trinidad son iguales y eternas, cada una de ellas tiene una tarea particular que cumplir. Hablamos, por ejemplo, del Hijo que muere en la cruz, pero no decimos que el Padre murió en la cruz. Hablamos de la venida del Espíritu que viene en una manera redentora especial en Pentecostés, lo cual sucede después de la venida redentora especial del Hijo [p. 150] en Belén, todo lo cual es posterior a la promesa y pacto del Padre con Abraham. Expresándolo de otra manera, tenemos tres festividades o momentos conmemorativos de la Trinidad: 1. La revelación del Padre a Abraham; 2. La revelación del Hijo en Belén; 3. La revelación del Espíritu en Pentecostés.

7. Cuando separamos las funciones de la Trinidad debemos tener la prudencia de mantener la unidad de propósito. No debemos, por ejemplo, hablar del Padre de manera tal que los niños (o cualquiera) saquen la idea de que Dios el Padre es un tirano enfadado, mientras que Dios el Hijo es un ser amoroso con el que podemos unirnos para evitar la ira del Padre. Esta es una forma herética de pensar acerca de la Trinidad porque separa totalmente las personas y propósitos de Dios. No debemos, por ejemplo, anhelar el retorno de Jesús tan intensamente que nos olvidemos o ignoremos la presencia del Espíritu con nosotros ahora. No debemos tampoco, por ejemplo, proclamar ser "guiados por el Espíritu" en cosas que son contrarias a los actos y actitudes de nuestro Señor Jesucristo.

Hay muchas expresiones técnicas que han sido usadas acerca de la Trinidad en la historia cristiana. Creo que hablar en términos simples y usando analogías es mucho mejor. La Trinidad es el segundo gran misterio de la fe cristiana. A semejanza del primer gran misterio, el evento de Cristo, nos llama a la adoración, la alabanza y la celebración.

¿Quién es Jesucristo? Él es, como cualquier otro ser, la suma de sus relaciones. Sus relaciones son más extensas y más redentoras que las nuestras. Sus primeras relaciones eran con el Padre y con el Espíritu.

Otros testimonios sobre Cristo JesúsLas personas no dejaron de dar testimonio de Jesucristo y sobre él en el siglo quinto. Aquellas

respuestas se convirtieron en "clásicas" Sin embargo, otras muchas respuestas han sido dadas para expresar quién es Jesucristo.

La filosófica

Alejandría fue muy celosa en defender la divinidad de Cristo y Antioquía lo fue respecto de su humanidad. Agustín, después del periodo de los concilios cristológicos, expresó la teología cristiana en términos de la filosofía neoplatónica. Durante la Edad Media, Tomás de Aquino dio su respuesta a quién es Jesús utilizando como vehículo la filosofía aristotélica. En el tiempo de la Reforma, Lutero se inclinaba más del lado de Alejandría al enfatizar la divinidad, [p. 151] mientras que Calvino seguía a Antioquía con su interés por la humanidad de Cristo. Ambos reformadores fueron muy cuidadosos en afirmar tanto la divinidad como la humanidad de Jesús. La tendencia continúa en nuestros días. En el siglo veinte, Paul Tillich ha expresado su teología en términos del existencialismo e idealismo alemán. Charles Hartshorne y otros han manifestado a Cristo con el lenguaje de la filosofía de proceso.57

57 Para una definición básica de cada uno de ellos, véase The Encyclopedia of Philosophy, (Enciclopedia de la Filosofía) 8 volúmenes (Nueva York: Macmillan Publishing, 1967).

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Estos esfuerzos de expresar a Cristo mediante las formas y vocabulario de filosofías antiguas y modernas, agrada a unos y perturba a otros. Dos cosas deben ser observadas. Una es que no debemos forzar de tal manera el testimonio bíblico sobre Jesús metiéndolo en categorías filosóficas que distorsionemos lo que la Biblia dice. En segundo lugar, el poderoso testimonio bíblico sobre quién es Jesucristo puede ser traducido a una variedad de filosofías y contextos culturales, pero no puede ser agotado o congelado dentro de estas filosofías o culturas de manera que tal perspectiva venga a ser la última palabra. La Palabra viva de Dios es mucho más que los intentos humanos de describirla. La teología cristiana insiste en que el cuadro bíblico sobre Jesús, que puede ser expresado ampliamente mediante diversas perspectivas, continúa siendo, no obstante, en su manifestación original la visión normativa de quién es Cristo Jesús. Las expresiones filosóficas fueron otra manera en la que los cristianos buscaron describir a Jesús.

La sicológica.

Otro vehículo usado para dar testimonio de Jesús ha sido una combinación de un riguroso criticismo bíblico y una inconsciente "sicologización" del Cristo bíblico. Mediante esto queremos decir que muchos eruditos que escribieron "vidas de Jesús" en el siglo diecinueve lo hicieron en una manera que, cuando terminaron, Jesús parecía ser muy semejante al autor del libro. Este movimiento fue descrito por Albert Schweitzer en su libro The Quest of The Historical Jesus (La Búsqueda del Jesús Histórico). Los críticos bíblicos liberales del siglo diecinueve no fueron los únicos que "sicologizaron" a Jesús dentro de sus propias imágenes. Cada uno de nosotros quiere tenerle en su propio campo.

Puntos de vista de interés especial

Más recientemente, en la fragmentación de la teología que está teniendo lugar en la segunda mitad del presente siglo, nos encontramos con interpretaciones o cristologías de Jesús desde el punto de vista del pueblo negro, del movimiento feminista, cristologías desde la perspectiva asiática o africana o de la teología de la liberación de América Latina. Cada una de estas visiones especializadas [p. 152] de Jesús enfatiza algún aspecto bíblico específico sobre Cristo. El problema radica en la falta de equilibrio.58 Tenemos también que ser conscientes de que en nuestras iglesias y ministerios tenemos la tendencia de pintar a Jesús en el contexto de nuestras propias congregaciones. Todas estas perspectivas, visiones e interpretaciones pueden ayudar a conocerle mejor. Pero también pueden causar distorsiones si no somos cuidadosos en constatar todas estas versiones con las Escrituras. Jesucristo debe ser real y relevante para nosotros hoy, pero no debemos crear un Jesús a nuestra imagen y semejanza y apartarnos así del retrato histórico y bíblico que nos dan las Escrituras.59

Un resumen actual

Un teólogo del siglo veinte escribió su extensa obra teológica desde una perspectiva Cristo-céntrica. En su teología procuró presentar juntas la persona y la obra de Cristo, la naturaleza del hombre y la realidad del pecado, el ministerio del Espíritu y la iglesia. En un triple resumen, esta es la forma en que él condensó cientos de páginas de una teología centrada en Cristo Jesús.

Cristo el Señor se hizo siervo y como Sumo Sacerdote efectúa la justicia del hombre, vence el pecado del orgullo humano, envía al Santo Espíritu para crear la comunidad cristiana y nos concede el don de la fe.

Cristo el siervo llega a ser Señor y como rey efectúa la santificación del hombre, vence el pecado de la negligencia del hombre, envía al Espíritu para edificar la comunidad cristiana y nos da el don del amor.

58 Deane William Ferro, Contemporary American Thelogies: A Critical Survey (Teologías Americanas Contemporáneas: Un Estudio Critico) (Nueva York: Seabury Press, 1981).

59 Sobre el uso de la norma bíblica y del "conocimiento histórico" en comparación con fundadores de otras religiones, véase Hans Küng, On Being a Christian (Sobre Ser Cristiano) páginas 89-116.

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Cristo el testigo verdadero como profeta efectúa la vocación humana, vence el concepto de que el pecado del hombre es mentira, envía el Espíritu a la comunidad cristiana y nos da el don de la esperanza.60

Todos estos testimonios sobre Jesús han sido formales, teológicos y exclusivamente verbales. La palabra es una manera de testificar de Jesús, pero existen otras alternativas para describir quién es Jesús.

La visión artísticaAlgunas de las respuestas más interesantes a la pregunta ¿quién es Jesús? nos vienen por medio de

expresiones no verbales. Son las respuestas de varias artes.61 Los templos cristianos fueron diseñados con forma de cruz y revestidos con ornamentos y refinamientos arquitectónicos con el fin de comunicar lo que la comunidad adorante quería decir sobre Jesús. Dos de estos edificios [p. 153] memorables construidos en forma de cruz griega son el de Santa Sofía, de Estambul, y el de San Marcos en Venecia. Originalmente los mosaicos en Santa Sofía representaban escenas bíblicas de las Escrituras y especialmente de la vida de Jesús. Estos magníficos mosaicos todavía existen en la catedral de San Marcos en Venecia. El arte de la cultura bizantina fue recogido en pequeños mosaicos que expresan una perspectiva reverencial de Jesús. Las extraordinarias pinturas en mosaicos de Ravena, Italia, han dejado en piedras de colores el testimonio del bautismo de Jesús, la escena imperecedera del Buen Pastor y el reinado de Cristo en el juicio final. En la mayoría de las iglesias ortodoxas, Jesús, con gesto austero de juez, mira a los creyentes desde el centro de la cúpula para recordar a los adoradores que aquel que nos redime también nos juzgará.

Otros dos edificios notables y mundialmente conocidos, construidos en la forma de cruz latina, son la catedral de Notre Dame de París y la basílica de San Pedro en Roma. Ambas son testimonios en piedra acerca de Jesús. Encima de las puertas principales de Notre Dame en París está cincelada en piedra la escena del juicio final de la separación de las ovejas y de los cabritos. La basílica de San Pedro en Roma tiene un ventanal maravilloso con un sol ardiente y una paloma simbolizando la entrada del Espíritu. No es imprescindible compartir la herencia denominacional de los constructores de estos hermosos templos para compartir el mensaje imperecedero de estas decoraciones y pintura basadas en la Biblia. Estos grandes edificios fueron construidos en el nombre de Jesús y para honrar al Señor Jesucristo. Su mensaje es que Cristo es maravilloso y digno de honor (Ap. 5: 12). La arquitectura colonial de los templos evangélicos norteamericanos, adaptados de modelos ingleses, nos recuerdan con la aguja de sus torres rematadas con cruces la necesidad de mirar que "nuestra redención está cerca".

En los templos de comunidades rurales podemos ver pinturas de Jesús. Estos cuadros que frecuentemente son reproducciones de obras de arte de pintores románticos del siglo diecinueve, nos recuerdan la belleza y el amor de Jesús. Los artistas cristianos de todos los tiempos y de casi todos los grupos étnicos han pintado cada escena de la vida de Jesús que es mencionada en el Nuevo Testamento.62 Estas pinturas son testimonios de Cristo y también celebraciones de la fe del artista. Otras muchas obras de arte pictórico sobre Jesús están repartidas por los museos de arte cristiano. Muestran toda clase de estilos y sentimientos, lo que manifiesta claramente que Jesús es para todos los tiempos, situaciones y sensibilidades. Son testimonios mudos pero bien expresivos [p. 154] sobre Jesús que reciben personas que quizá no han estado nunca en un templo cristiano ni han escuchado la historia de Cristo.

60 Karl Barth, Church Dogmatics, 4 Volumes (Edinburgh: T. & T. Clark, 1948- 1977).61 F. Newton and W. Neil, 2000 Years of Christian Art (2000 Años de Arte Cristiano) (Nueva York: Harper & Row, 1966).62 Fredrick Buechner and Les Boltin, The Faces of Jesus (Los Rostros de Cristo) (Nueva York: Simon & Schuster, 1974); Roland

Bainton, Behold the Christ (He aquí el Cristo) (Nueva York: Harper and Row, 1976).

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En cada Navidad y Semana Santa los auditorios de ópera se llenan de personas deseosas de escuchar las interpretaciones del Mesías del famoso Oratorio de Handel. Otros para deleitarse con la celebrada composición de La Pasión según San Mateo de Juan S. Bach. El mensaje de las Escrituras puede ser cantado lo mismo que predicado. Tanto los coros del solemne Canto Gregoriano como los dinámicos conjuntos musicales de jóvenes cristianos han cantado y cantan alabanzas a nuestro Señor Jesucristo.

La inspiración, imaginación y habilidad de poetas y novelistas se ha expresado en una variedad de formas para dar testimonio de Jesús. El Paraíso Perdido de Milton está tan lleno de alusiones bíblicas que el lector tiene que tener a su lado el Nuevo Testamento para terminar de entenderlo. El novelista ruso Fedor Dostoievski nos ha recordado con su gran obra El Gran Inquisidor que la iglesia es menos perdonadora y amorosa que su Fundador y Señor. Inclusive Nikos Kazantzakis con su libro La última Tentación de Jesús estremece al lector, dando a la humanidad de Jesús un significado diferente que el que presenta el Nuevo Testamento. Rechazamos la interpretación de Kazantzakis pero reflexionamos más juiciosamente en la humanidad de Cristo después de haber leído su libro.

Quisiera insistir en que los símbolos artísticos y las pinturas de Jesús son parte del testimonio cristiano global sobre quién es él. Pero todo, tanto la sabia afirmación teológica como la expresión artística, debe ser verificada y constatada con las Escrituras que es nuestra norma para conocer a Jesucristo. Sin embargo, es un grave error separar nuestras reflexiones de nuestras experiencias estéticas. Todo en la vida, nuestros talentos y alabanzas, deben ser vistos a la luz de las escrituras, como elementos que nos hablan de cómo otros testifican de él y cómo nosotros, por medio de ellos, podemos conocer más acerca de Jesús. [p. 156]

10¿Qué piensa acerca de Jesús? ¿De quién

es Hijo?

En resumenHemos examinado lo que las Escrituras, la historia, la tradición y las artes dicen acerca de Jesús. Hemos

considerado también con detalle los varios actos o épocas en el evento de Cristo. Todo esto es importante, especialmente la base bíblica. Ahora, para terminar, debemos formular una última pregunta. ¿Qué piensa de Jesús, quien es llamado el Cristo? ¿De quién es Hijo?

Lo singular de este libro sobre Jesús está en presentar juntos los distintos elementos del evento de Cristo. Muchos libros se han escrito, y se seguirán escribiendo, sobre cada uno de estos elementos. Es importante para mí que el lector contemple al Cristo completo en un solo volumen. De esta manera podemos reflexionar mejor en la cuestión, ¿quién es Cristo Jesús? Y tener también a la mano los materiales necesarios para una respuesta razonada y documentada. Jesús fue profetizado, era hijo de la promesa. Nació, un niño santo creciendo en nuestras circunstancias de tiempo y espacio. Enseñó, nunca nadie enseñó como él lo hizo. Murió, una muerte trágica y con todo, la más triunfante de las muertes. Resucitó y fue reconocido como "el primogénito de entre los muertos". Intercede por nosotros, siendo como uno de nosotros. Vuelve para completar lo que empezó. Maravillados ante los hechos de este evento, tanto sus primeros discípulos como nosotros, le llamamos nuestro Señor Jesucristo, Hijo del Hombre e Hijo de Dios. No es menos el asombro al ver

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la historia del mundo occidental llena de aquellos que se esforzaron por testificar de él en cada generación y [p. 157] para explicar lo que significaba en términos de aquella generación.

En todo esto hemos visto los resultados combinados de los hechos y de la fe que se suman para interpretar el gran evento que llamamos Cristo Jesús.

Pensamientos que trascienden, opiniones que conforman la vidaConocer a Cristo con nuestras mentes es iluminador e interesante, pero no debemos olvidar otras

dimensiones del conocimiento de Jesús, pues este conocimiento es esencial para nuestra salvación. Una cosa es conocerle intelectualmente y otra es conocerle experimentalmente. Es un error separar de manera bien marcada estas dos formas de conocimiento cuando hablamos de Jesús. Porque, al igual que con cualquier figura histórica que ya no está físicamente presente sobre la tierra, tenemos que aprender primero mediante el conocimiento intelectual antes que podamos aprender por experiencia. Pues antes que tengamos una experiencia de salvación con Cristo necesitamos conocer, aunque sea de forma elemental, quien es Jesús, qué hizo y qué significa. Ambas formas de conocimiento están íntimamente relacionadas y son interdependientes. Cuando llegamos a conocerle por la experiencia, crece en gran medida la apreciación del conocimiento que tenemos de el por la biblia y la historia. De la misma manera, cuanto más aprendemos sobre lo que la Biblia significa y cómo otros creyentes entendieron a Jesucristo, tanto más nuestra mente apoya a nuestros corazones creyentes. En este sentido, hemos pensado acerca de materias y opiniones que trascienden y conforman la vida. Aprender solo acerca del Jesús histórico es una estéril gimnasia mental por simple amor a la cultura. Reducimos a Jesús a nuestra propia imagen si nuestras opiniones y experiencias no están en concordancia con el Cristo Jesús de las Escrituras. Decidir sobre lo que pensamos acerca de Jesús ayuda a estar bien informados.

La fe es responsabilidad de la iglesia, un testimonio compartidoEn el asunto de la decisión más significativa de la vida, en la decisión que salva, son necesarias la

información y la experiencia. Tal decisión también requiere fe. Los exploradores pioneros y la gente embaucada tienen en común la fe ciega. La fe ciega es esperanza en algo desconocido, sin verificar ni probar. La fe bíblica es "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (He. 11:1). Pero esto no quiere decir que las bases de esta fe no han [p. 158] sido pensadas, probadas y experimentadas a lo largo de la historia. La fe cristiana es la expresión de una comunidad de creyentes, es un cuerpo de doctrina, es un camino de vida. La fe cristiana no es un asunto privado. Millones de personas han "confesado" esta fe durante casi dos milenios. Esto es importante saberlo, porque la integración con alguna iglesia determinada que es una expresión del Cuerpo de Cristo, es también importante.63 Por supuesto que nosotros no creemos en Jesús porque otros crean, pero la fe de ellos nos hace a nosotros el camino más fácil. Y cuando creemos y experimentamos a Jesucristo no entramos en una relación puramente privada, sino que venimos a ser parte de una comunidad, de una familia de hermanos que formaban el cuerpo antes que nosotros. Pertenecer es una palabra importante en el vocabulario del siglo veinte. Pertenecer a Cristo son términos esenciales para el hombre en cada siglo. Y pertenecer al cuerpo de Cristo es consecuencia natural e inevitable de estar en Cristo. Con todo esto queremos decir que no estamos solos y, sin duda, tal cosa es muy confortante. Y también queremos decir que tenemos que respetar las opiniones de otros en la fe. Esto es convincente. Y con todo este

63 Elton Trueblood en su Philosophy of Religion (Filosofía de la Religión) (Nueva York: Harper & Bros., 1957) Págs. 156-158, señala cómo este testimonio cristiano corporativo es una validación de la fe cristiana.

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"pertenecer" queremos señalar que somos responsables en Cristo por todos aquellos que todavía no están en él. Esto también es convincente. De este "pertenecer" inferimos también que no tenemos la libertad de pintar nuestro propio cuadro de Cristo sin tener en cuenta a los demás creyentes, especialmente a aquellos de los días del Nuevo Testamento. Porque la fe es una responsabilidad de la iglesia, un testimonio compartido.

La fe es también un asunto personal: La necesidad de determinar y decidir por uno mismo.

Sí, la fe en Cristo es también un asunto personal. El individuo debe decidir acerca de Cristo. Jesús les preguntó a sus discípulos en aquel examen final en Cesarea de Filipos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? ... Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mt. 16:13-15). Esta es la última y trascendente pregunta que tenemos que responder cuando nos encontramos con Cristo o con la evidencia de Cristo. El corazón creyente responde con Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (v. 16). Esta era y es la primera gran confesión. Es la confesión cristiana básica. Es el testimonio de la iglesia, el cuerpo de Cristo. Pero debe ser también el testimonio del individuo. Cada persona tiene un lugar en el cuerpo de Cristo. Tal lugar es ocupado por aquellos que individual y libremente confiesan a Jesús en la manera que Pedro lo hizo y que hace de la iglesia el cuerpo de Cristo. Él es Señor y todos los [p. 159] creyentes confiesan su nombre y comparten su salvación. Pero él no es tu Señor hasta que tú no confiesas su nombre y participas en su salvación. La fe no es una cuestión de votación. No nos incorporamos al cuerpo de Cristo, por medio de nuestra asociación histórica o nuestras conexiones privadas, sino mediante el nuevo nacimiento en Cristo, a semejanza de como cuando originalmente nacemos según la carne. El propósito de este libro es informativo y también evangelizador, anhelo fervientemente que al leerlo usted sepa más de Cristo. Como también oro pidiendo que todo el que lo lea llegue a "conocer" a Cristo, si no lo conoce ya. Esta es una decisión individual porque la fe es un asunto personal. Cada cual debe determinar y decidir por sí mismo.

La fe es el don de Dios, el auxilio de las Escrituras y del EspírituLa fe no es sólo una confesión de grupo ni tampoco es sólo una decisión individual. La fe es

primeramente y ante todo el don de Dios. "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe (Ef. 2:8, 9). Algunos comentadores dicen que el pronombre demostrativo "esto" del versículo 8 se refiere a gracia. Otros dicen que habla de la salvación y otros que se refiere a la fe. ¿Quién está en lo cierto? Todos, pues gracia, salvación y fe son dones de Dios: La gracia que nos alcanza, la fe que nos la apropia y la salvación que gozamos.

Hasta ahora hemos usado el término fe muy libremente y nos conviene definirlo ahora con el máximo de precisión. La fe es creer basados en el conocimiento (assensus). La fe demanda el uso de nuestra mente. La fe es comprometemos fervientemente a algo (fiducia). La fe envuelve el corazón. La fe es un acto intencional de la voluntad (notitia) que se expresa en la conducta. El significado de los términos latinos usados, y que aparecen entre paréntesis, están básicamente incluidos en la palabra griega (pistis) que se emplea para fe. Detrás del término griego para fe está la afirmación del Antiguo Testamento de la verdad de Dios. La palabra usada en el Antiguo Testamento, emeth, significa la verdad, la fidelidad de Dios. La palabra amén está relacionada con este pensamiento; porque en Jesús todas las promesas de Dios son amén.

Somos verdaderamente capacitados para responder a la verdad de Dios en Cristo Jesús mediante el poder del Espíritu Santo. El Espíritu inspiró la Palabra escrita de Dios que nos habla acerca de Cristo Jesús, la

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Palabra viviente de Dios (Logos). Un creyente que ha experimentado esta verdad la proclama o da testimonio de ella, [p. 160] ésta es la Palabra de Dios predicada. Este es el camino de la fe. Jesús prometió el Espíritu. El Espíritu da testimonio de Jesús por medio de las Escrituras. El Espíritu da testimonio persuadiéndonos de que necesitamos y podemos creer en Jesús. "El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados" (Ro. 8: 16, 17).

La fe es un proceso que comienza al oír y conocer. Prosigue cuando escuchamos y creemos, y crece al compartir. Termina al ver como su objeto a nuestro Señor Jesucristo. Los creyentes que leen este libro se encuentran en la etapa de compartir la fe, porque aquellos que van a compartir deben estar impuestos en lo que forma el corazón de la fe. ¿Cuál es la fuente de la fe cristiana?

La fe que es compartida

El mensaje (Kerigma) del Nuevo Testamento

No debe sorprender a los creyentes que el mensaje central del Nuevo Testamento gire alrededor de Jesús. El primer evangelio y el más completo, después de la ascensión de Jesús y de la venida del Espíritu, fue las buenas noticias proclamadas por los primeros cristianos. Aquel mensaje de buenas nuevas lo encontramos en la serie de sermones recogidos en Hechos 2-5; 10; 13. Los predicadores fueron Pedro y Pablo, heraldos de Jesucristo. La Palabra griega para heraldo es Kerux. En aquellos días los heraldos oficiales leían y proclamaban sus mensajes en los mercados y plazas públicas. Su mensaje era llamado el Kerugma. Kerugma es la palabra griega para designar el mensaje que proclamaba el heraldo (Kerux). El mensaje que proclamaron Pedro y Pablo, los primeros heraldos de Cristo, es el corazón del mensaje cristiano.

El contenido del mensaje es apropiadamente Cristo Jesús. Estos sermones fueron las primeras respuestas del Nuevo Testamento concernientes a quién es Jesucristo y son una adecuada conclusión para este "moderno" libro sobre Jesús. Estos sermones, tal como están registrados, son sorprendentemente breves, pero poseen una importancia única para responder la pregunta, ¿quién es Jesucristo? Me gustaría parafrasearlos y combinarlos de la siguiente manera: Este Jesús de Nazaret fue un hombre enviado por Dios, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Hacedor del cielo y de la tierra. Este Jesús fue aprobado por Dios ante nosotros por medio de las maravillas, señales y milagros que hizo por medio de él. Él estuvo entre [p. 161] nosotros haciendo bien por todas partes. Todos nosotros le crucificamos porque todos hemos contribuido a hacer de este mundo el lugar propicio para que el muriera. Pero su muerte fue también conforme al propósito de Dios y como tal se transformó en el medio para nuestra redención. Dios lo levantó de entre los muertos y de esta manera confirmó y ratificó todo lo que el Señor Jesucristo vino a hacer. Jesús, quien está ahora sentado a la diestra de Dios envió el Espíritu para confirmar su obra y dar testimonio de él. En el tiempo oportuno, Dios quien en Cristo está reconciliando al mundo consigo y que nos encargó a nosotros ser sus mensajeros en esta reconciliación, terminará todas las cosas que ha empezado. Este mismo Jesús volverá de la misma manera que se marchó. Aquel que empezó la obra de la creación y de la redención, Dios en Cristo por medio del Espíritu, la terminará.

Esta es la palabra de Dios. Oídla. Él es la Palabra de Dios (el Logos), el unigénito Hijo del Padre que él envió por amor. A él oíd.