2 Sinatra
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RESONANCIA: UN SIGNIFICANTE NUEVO
“Parece que esta falta relativa a la interpretación se hizo sensible para Lacan, ya que al terminar su seminario L'une-bevue anuncia su aspiración a un significante nuevo. Este significante nuevo encontraría su especificidad en no tener ningún sentido y se justifica si se coloca el inconsciente donde está lo real definido en tanto que no tiene ningún tipo de sentido”1
¿Qué es el “uso corriente de la lengua”?
Es lo simbólicamente imaginario -un Imaginario incluido en lo simbólico- , es decir: el sentido2.
Luego, el efecto de sentido es, en el hablar cotidiano, nuestra monedadecursocorriente’, y por la
función equívoca que induce el significante es nuestro destino, o sea: nuestra debilidad mental.
Luego, ¿cómo hacer resonar otra cosa que el sentido?
En este punto Miller pasa del Seminario del Sinthome al siguiente, L’insu…, con el que lee un
nuevo uso del concepto de resonancia: al ‘efecto de sentido’ normal(e)3, le agrega el ‘efecto de
agujero’, despojándolo del uso anterior –el que desde Función y Campo…permanecía adherido a
los ‘juegos de lenguaje’.
Al destacar en el concepto de resonancia la función esencial del efecto de agujero –el agujero en
lo real de la relación sexual4-, Miller habilita de este modo el pase del significante al cuerpo: “ la
resonancia corporal de la palabra, es decir, el eco del decir en el cuerpo”5 (es su comentario de la
frase del Sem. XXIII “Las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir”).
Siguiendo a la letra a Lacan, Miller ha torsionado el concepto de resonancia para modificar su
intensión: ha incluido en él el agujero central que afecta a la sexuación. En este punto, y luego de
dar varias vueltas sobre el eje (lo mismo que le adjudica a Lacan en L’insu) aísla un significante
nuevo –o, como él mismo indica, un nuevo uso del significante– resonancia, con el que sitúa la
función de la interpretación analítica6.
Finalmente, la resonancia interpretativa es un forzamiento
Entonces, hacer resonar otra cosa que el sentido, eso sólo es posible por un forzamiento que
introduce el analista por medio de la interpretación7. Es decir, al efecto de sentido (efecto normal
del hablar) ‘molestarlo’ con el ‘efecto de agujero’8.
De este modo, si “el esquema de la resonancia estaría soportado por lo real”9 , luego, por
esta vía se llegaría a alcanzar el goce que afectó al cuerpo: al introducir por la interpretación
el “efecto de agujero” se obraría el forzamiento del analista con el objetivo de alcanzar por la
1 MILLER, J.-Alain: El ultimísimo Lacan ; Edit. PAIDÓS; pág.1672 Ídem, pág.1773 Juego de palabras de Lacan condensando en ‘normal’: ‘norma (normal) y macho (mâle)’, para indicar la manipulación universal que opera el lenguaje4 Ídem, pág178: “…el agujero en lo real equivale a la relación sexual”5 Ídem, pág. 170 6 Ídem, pág. 1677 Ídem. pág.1808 Ídem. pág.1709 Ídem. pág. 171
resonancia corporal de la palabra, el goce del Uno en el cuerpo10. Comprobémoslo a partir de tres
resonancias interpretativas.
1º - El agujero en la cabeza.
Una mujer -cuyo poder de seducción era su “herramienta fundamental”- llega a su primera sesión
atravesada por el S1 fraude, pero al echarse al diván ocurrió algo inesperado. Luego de un breve
silencio, acompañado de un profundo suspiro emitió sus primeras palabras:
“no sé si decirlo, pero lo primero que se me ocurrió fue que usted, sentado allí atrás… me iba a penetrar por la cabeza”.
Luego de una vacilación -no calculada-, y casi sin saber lo que le decía, le espeté ‘de una’ –
sostenido en un semblante de asombro que replicaba la genuina afección que me atravesó-: “pero,
entonces, la condición de que pase lo que usted dice, es ¡tener un agujero en la cabeza!”.
Esa interpretación es “formal”, no tiene ningún sentido, localiza un obstáculo en la formulación:
para penetrar, hace falta lo penetrante y lo que ha de ser penetrado, y en ese caso –suponiendo el
pene como el objeto penetrante- ¿Cuál era el orificio? ¿Dónde estaba el agujero?
Esta interpretación marca un vacío de significación, denota una imposibilidad: la de realizar lo que
la frase enuncia. Esta interpretación permitió situar a posteriori algo que resultó fundamental en
este caso y que atravesó la cura de esta mujer: una notoria inhibición intelectual que la afectaba y
de la que –hasta ese momento– ella no tenía ni la menor idea y que tomó valor sintomático a partir
de ese momento. No es que el analista allí estuviera pensando (que había algo de lo intelectual ahí
para poner en juego); sólo se apuntó a la falta de un elemento. Y el elemento que faltaba era,
precisamente ése: esta mujer no sabía hacer con el vacío, estaba demasiado llena esa cabeza en
torno de otras cuestiones muy bien organizadas alrededor de los hombres, donde era esa función
del vacío creador –precisamente- la obturada.
Formulación paradojal: el “efecto de agujero” cavó un vacío en el sentido (del ‘agujero en la
cabeza’ que no hay). Ese ‘agujero en la cabeza’ era causa de una relación sexual fantasmática que
sostenía la inhibición intelectual, y que la contingencia de la intervención tocó, conmovió -sin
saberlo- ese goce que estaba allí cifrado sintomatizándolo; tampoco se sabía que esta mujer –como
diría años más tarde– se la había pasado “seduciendo hombres para no leer libros”.
2º - El anti-lapsus
Las huellas del goce culpable acechan al obsesivo, quien intentará por todos los medios eliminarlas.
Por eso -a veces en extremo- rechazará los lapsus: marcas del goce de lalengua en el lenguaje.
Cierto día un analizante me enseñó otra alternativa: los lapsus se producían primero en su
pensamiento, luego hacía un silencio –aislamiento casi imperceptible- y a continuación lo
confesaba en el habla: “Tuve un fallo...pensé x en lugar de y”. Un instante más y la bomba
explotaba; ¿explotó? No lo hizo.
10 Idem, pág. 172:“La interpretación se sostiene en la función del agujero… que concentra la eficacia propia del lenguaje”
2
Denominé anti-lapsus a esa huella del triunfo de la defensa contra el goce. Con él el analizante
anula la contingencia del lapsus que estaba a un paso de sorprenderlo. Funcionó su antídoto: el
corte de la sesión, sin ninguna consideración por el sentido ni sus secuencias, agujereando así la
trama del anti-lapsus.
3º - Seguir las huellas del goce
Otro analizante me enseñó algo más: a seguir las huellas del goce, literalmente.
Un hombre pulcro, irreprochable, se sostenía de un principio inamovible: el culpable de lo que él
había sufrido de niño, de adulto y de sus fracasos con las mujeres era siempre su padre.
Desbarataba con argucias inimaginables todas mis intervenciones: su inocencia se sostenía de
toneladas de interpretaciones aprendidas en otros análisis; desconocía sus enunciados de obviedad
y era un experto en producción de anti-lapsus: ¡Un irreventable!
Hasta que un día llegó al consultorio con un olor nauseabundo. Se recostó en el diván y comenzó
su paratodeo semántico, articulando las más variadas secuencias de sentido en sus frases, como si
nada hubiera sucedido.
Más acá de mis ocurrencias contra-transferenciales (de las que ustedes están pensando y muchas
más…), yo no sabía cómo intervenir, ya que no se trataba de lo que me molestaba sino de
determinar si lo que allí se mostraba tenía o no alguna incidencia en su modo de gozar. Para decirlo
en palabras de Miller: “¿cómo hacer resonar -ahí- otra cosa que el sentido?” ya que no se trataba
de agregar más de eso, sino –por el contrario- de conectar al parlêtre con “la resonancia corporal
de la palabra”?11
¿Qué hice? Sin pensarlo demasiado me lancé del sillón y comencé a reptar por el piso siguiendo las
huellas realmente hediondas -que habían dejado precisas marcas en la alfombra- mientras esnifaba
ruidosamente ¡sin que él se inmutara! Hasta que ya a su lado grité: ¡MIERDA! Saltó del diván,
sobresaltado. Ahí interrumpí la sesión entre sus justificaciones, disculpas y ofrecimientos de
reparación –a los que no accedí, despidiéndolo gentilmente, sin pronunciar ninguna palabra que
pudiera relanzar el sentido.
La sesión siguiente levantó un velo: con vergüenza y no sin angustia surgieron escenas infantiles en
las que invariablemente el objeto anal tomaba su lugar de forma humillante –sorprendiéndolo- al
evidenciarse el modo por el que sus pulsiones indicaban el “eco en el cuerpo del hecho de que hay
un decir”.
En las sucesivas sesiones se desplegaron finalmente escenas de crueldad física y moral que él
ejercía sobre las mujeres con las que había fracasado, y que habían pasado desapercibidas por un
relato que lo des-responsabilizaba siempre. Las huellas de su goce lo condujeron a su causa real,
para que el parlêtre verificara que finalmente, eso, “no tiene ningún tipo de sentido”.
11 Idem, pág. 170
3