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siones políticas, todas reconocen la necesidad de mantener una postura unitaria ante los poderes públicos nacionales y muy especialmente en el marco de la política común euro- pea, convergencia que está en sintonía con las semejanzas que se observan entre sus respectivos programas y estrategias de acción colectiva. En nuestra opinión, este esfuerzo de unidad que persi- guen las distintas centrales cooperativas en Italia es necesario para permitir el avance del cooperativismo en un mercado cada vez más competitivo, pero somos conscientes de la difi- cultad que existe para trasladar dicho mensaje unitario a sus respectivas bases sociales, teniendo en cuenta el arraigo que tiene la tradición política en una sociedad como la italiana. No es éste, sin embargo, el tema que nos ocupa, por lo que sólo centraremos nuestra atención en deshacer la maraña cooperativa italiana desglosándola en varios apartados. En el primero, se analizarán las condiciones ideológicas, sociales y económicas que hicieron posible la génesis y posterior desa- rrollo del cooperativismo en la sociedad italiana, tratando de un modo más concreto sus rasgos específicos en la agricul- tura. En un segundo apartado, se abordará el marco jurídico que ha venido regulando el funcionamiento del movvimiento cooperativo desde sus orígenes hasta la actualidad, para pasar posteriormente (tercer y cuarto apartados) al examen de las cuestiones relacionadas con sus estructuras organizativas, con las áreas en las que actúa y con su importancia cuantitativa en la agricultura italiana. Finalmente, se abordarán algunos de los problemas que, a nuestro juicio, constituyen hoy en día cuestiones abiertas sobre el rol del movimiento cooperativo italiano en la realidad nacional e internacional. 2. UNA APROXIMACION HISTORICA AL FENOMENO COOPERATIVO EN ITALIA 2.1. Los origenes: la unificación italiana El punto de partida del fenómeno cooperativo en Italia suele situarse en el año 1854 con la creación del primer «ma- 237

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siones políticas, todas reconocen la necesidad de manteneruna postura unitaria ante los poderes públicos nacionales ymuy especialmente en el marco de la política común euro-pea, convergencia que está en sintonía con las semejanzasque se observan entre sus respectivos programas y estrategiasde acción colectiva.

En nuestra opinión, este esfuerzo de unidad que persi-guen las distintas centrales cooperativas en Italia es necesariopara permitir el avance del cooperativismo en un mercadocada vez más competitivo, pero somos conscientes de la difi-cultad que existe para trasladar dicho mensaje unitario a susrespectivas bases sociales, teniendo en cuenta el arraigo quetiene la tradición política en una sociedad como la italiana.

No es éste, sin embargo, el tema que nos ocupa, por loque sólo centraremos nuestra atención en deshacer la marañacooperativa italiana desglosándola en varios apartados. En elprimero, se analizarán las condiciones ideológicas, sociales yeconómicas que hicieron posible la génesis y posterior desa-rrollo del cooperativismo en la sociedad italiana, tratando deun modo más concreto sus rasgos específicos en la agricul-tura. En un segundo apartado, se abordará el marco jurídicoque ha venido regulando el funcionamiento del movvimientocooperativo desde sus orígenes hasta la actualidad, para pasarposteriormente (tercer y cuarto apartados) al examen de lascuestiones relacionadas con sus estructuras organizativas, conlas áreas en las que actúa y con su importancia cuantitativa enla agricultura italiana. Finalmente, se abordarán algunos delos problemas que, a nuestro juicio, constituyen hoy en díacuestiones abiertas sobre el rol del movimiento cooperativoitaliano en la realidad nacional e internacional.

2. UNA APROXIMACION HISTORICA AL FENOMENOCOOPERATIVO EN ITALIA

2.1. Los origenes: la unificación italiana

El punto de partida del fenómeno cooperativo en Italiasuele situarse en el año 1854 con la creación del primer «ma-

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gazzino di previdenza» en la ciudad de Turín, de la región dePiamonte. Por aquel entonces Italia era un mosaico de Esta-dos, cada uno de ellos con un régimen político diferente ycon notables diferencias en sus niveles económicos y de pro-greso.

El Estado de Piamonte, donde se reconocía el derecho deasociación, era el más avanzado políticamente de la penínsulaitaliana, por lo que no es de extrañar que las primeras formasasociativas, creadas para la defensa de los intereses obrerosante la grave carestía de los artículos de primera necesidad,surgiesen precisamente en esta región.

Conforme se avanzaba en el procesó de unificación, los te-rritorios conquistados se anexionaban al reino de Piamonte,auténtico motor de dicho proceso, con lo que pasaban a dis-frutar del derecho de libertad de asociación allí reconocido.Dicha circunstancia favoreció notablemente el crecimientodel cooperativismo, proliferando las cooperativas de con-sumo, producción, crédito... por todo el país, pero especial-mente en las regiones del norte y centro. No obstante, dichaevolución se dio de forma espontánea y dispersa, sin que estu-viera enmarcada en un programa de acción pública para lapromoc^ón del cooperativismo, pues no hay que olvidar queel proceso de unificación culminó en 1870 y que durante esosquince años el interés político en alcanzar una Italia unida re-legó a un segundo plano la resolución de los problemas eco-nómicos y sociales que afectaban al país.

A pesar de ello, ya en la década de los 60 existían en Italia

más de 500 cooperativas, aunque de funcionamiento muy

poco formalizado y homogéneo y no siempre acordes con los

principios de Rochdale. En ese contexto se iniciará el debate

sobre los grandes temas ideológicos del movimiento coopera-

tivo italiano, un debate que, en sus grandes líneas, giraba en

torno a dos posiciones. A saber: la de los demócratas, con

Mazzini como máximo exponente; y la de los liberales, dirigi-

dos por Luzzati (DEGL^INOCENTI, 1981^.

Giuseppe Mazzini, nacido en Génova, en la región de Li-guria, fue un hombre clave en el proceso de unificación ita-liana. De naturaleza activa y agitador político, era conside-rado como «peligrosamente subversivo» por el gobierno real

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de Piamonte, razón por la que vivió muchos años en el exilioen Inglaterra y otros países de Europa. Durante su época deexiliado, conoció a grandes ideólogos y pensadores que le fa-cilitaron el contacto con las corrientes más progresistas quecirculaban en Europa por aquel entonces, entre ellas la del«ideal cooperativo» basado en los principios de Rochdale.Fue así como Mazzini comenzó a trazar un amplio proyectoideológico-político en el que el cooperativismo aparecíacomo un elemento esencial a través del cual el pueblo ita-liano debía involucrarse, sin espíritu antagonista, en el movi-miento nacional para la independencia y unificación de Ita-lia. Mazzini creía firmemente en la colaboración entre clasesy en la coexistencia del capital y el trabajo; igualmente soste-nía que la fórmula cooperativa podía sustituir a la empresa ca-pitalista para convertirse en el único modelo organizativo dela economía nacional, siempre que se contara para ello con elapoyo de un Estado republicano entre cuyas responsabilida-des debía estar la de promover dicho movimiento social.

Los ideales mazzinianos eran claramente opuestos a losde los liberales, como Luzzatti, que defendían, por el contra-rio, la coexistencia de dos tipos de modelos: las empresas ca-pitalistas y las sociedades cooperativas, destacando de estasúltimas la capacidad y espíritu de sacrificio de sus socioscomo auténtica fuente de solidaridad moral y estabilidadeconómica. Por lo que respecta al rol del Estado en el desa-rrollo del cooperativismo, los liberales se oponían rotunda-mente a que el Estado participara de forma activa en dichoproceso, ya que, en su opinión, eso coartaría la libertad delas cooperativas y frenaría su expansión, por lo que apelabancontinuamente en sus mensajes a la responsabilidad personalde los socios. Las iniciativas promovidas por la burguesía li-beral de Piamonte convergían todas ellas en limitar sus ac-tuaciones al fomento del crédito cooperativo, sin mostrar in-terés alguno por otras áreas potencialmente interesantespara el desarrollo del cooperativismo. Esta actitud de los libe-rales puede explicarse por el hecho de que su propósito erasólo el de mantener el equilibrio económico y social exis-tente, procurando reafirmar su propia hegemonía comoclase social en un contexto de profundos cambios y efectos

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disgregadores. A tal propósito, el papel específico que los li-berales asignaban, por ejemplo, al crédito cooperativo en eldesarrollo de la economía capitalista era el de promover laimplantación de una amplia red de cajas cooperativas portodo el país para canalizar las iniciativas empresariales, tantode la burguesía agraria, como de la incipiente burguesía in-dustrial y financiera, renunciando a desarrollar actividadescooperativas en otras áreas económicas y adornando todo ellocon una fuerte dosis de paternalismo altruista.

Fue así como, en marzo de 1864, se fundó, de la mano deLuigi Luzzatti, el primer Ban ĉo Popular en una pequeña loca-lidad próxima a Milán. La Banca Popular tenía como modelola alemana Schulze-Delitzsch, optando por organizarse en laforma de sociedad anónima y responsabilidad limitada yabriéndose a un cuerpo social muy heterogéneo: artesanos,comerciantes, campesinos, pequeños y grandes empresarios,entre otros. Los socios compraban acciones, generalmente depoca cuantía, y podían percibir préstamos cuya cuantía erasiempre proporcional al volumen de las acciones adquiridas.Este sistema fue duramente criticado por algunos sectores deopinión, debido sobre todo a que posibilitaba que fuesen losgrandes propietarios lo ŝ que adquirieran en la práctica la ma-yoría de las acciones, prevaleciendo, en consecuencia, los cri-terios empresariales sobre los mutualistas (ibídem, 1981).

A pesar de estas críticas, los bancos populares se expandie-ron rápidamente, convirtiéndose en verdaderas entidades decrédito y jugando un rol decisivo en la historia del cooperati-vismo italiano, ya que, desde su posición financiera, promo-vieron otras iniciativas cooperativas, tradicionalmente pobresen capital, en un afán por democratizar el ĉrédito. No obs-tante, es preciso señalar que tales iniciativas no alteraban enabsoluto las estructuras existentes, cosa que, como se ha indi-cado, tampoco se proponían los liberales.

Una vez alcanzanda la unidad italiana en 1870 y con lanueva perspectiva de un mercado nacional, el cooperati-vismo, tanto el de inspiración mazziniana como el liberal, sedesarrolló a gran velocidad. Hay que puntualizar, sin em-bargo, que dicho desarrollo no fue un proceso uniforme-mente extendido por todo el país, pues casi todas las iniciati-

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vas se concentraron en la región norte y centro (Liguria, Pia-monte, Veneto, Emilia-Romana, especialmente), mientras quelos múltiples intentos liberales por penetrar en la región me-ridional, en el Mezzogiorno, resultaron infructuosos.

Durante la década de los 70 y 80 y en las grandes ciuda-des, como Turín o Milán, proliferaron las cooperativas deproducción, derivadas de las antiguas corporaciones artesa-nales, y sobre todo las de consumo. Mientras tanto, en las re-giones agrícolas de gran desarrollo capitalista, como la lla-nura del Po, se difundieron las sociedades de obrerosagrícolas (brazzianti), como respuesta al problema de la deso-cupación que por aquellos años se presentaba al compás dela grave crisis agraria que empezaba a manifestarse por todoel país. En estas sociedades se exaltaba, sobre todo, el carác-ter emancipador de la clase obrera y se proponían nuevasformas de autogobierno, por lo que fueron el caldo de cul-tivo más apropiado para la propagación del sindicalismo y losideales socialistas.

No obstante, la relación entre socialismo y cooperativismono era tan armoniosa como pudiera creerse. En efecto, la acti-tud inicial de los socialistas hacia el movimiento cooperativofue cautelosa, por no decir hostil, ya que consideraban a lascooperativas como fórmulas pseudocapitalistas que no servíanpara defender los intereses de los trabajadores. Esta actitud derechazo iria progresivamente evolucionando y abriendo paso aotras actitudes más moderadas, de modo que en el seno de laideología socialista iria diferenciándose con el paso del tiempouna nueva corriente, denominada «reformista», que comenzóa percibir el cooperativismo como un medio eficaz para pene-trar entre las masas y organizar a obreros y campesinos. El mo-vimiento cooperativo comenzó entonces a tener una nueva re-ferencia en este ala reformista del socialismo, aunque erabastante frecuente que dicho movimiento no gozara de auto-nomía, sino que fuese utilizado más como un instrumento depresión sindical y política, que como un medio de acción en elterreno económico.

Un año muy importante en la historia del cooperativismoitaliano fue el de 1886, fecha en que tuvo lugar, en Milán, elprimer congreso nacional de las cooperativas, al que asistie-

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ron 248 delegados representando a 74.000 socios. El espírituinicial de los convocantes era dar al congreso un carácter to-talmente apolítico, aunque tal propósito resultaba bastantedifícil de lograr dado el alto grado de divergencia existenteentre las corrientes ideológicas presentes por aquel entoncesen el cooperativismo. Así, la corriente liberal promovía el de-sarrollo limitado del cooperativismo como una forma de au-toafirmación, mientras que los socialistas lo veían como unmedio eficaz de lucha contra el orden establecido, al tiempoque los mazzinianos apuntaban a una evolución puramenteeconómica del mismo de la que pudiera derivarse una más rá-pida promoción social del conjunto de los ciudadanos. A pe-sar de estas diferencias, el resultado del congreso fue la crea-ción de la Federazione delle Cooperative Italiane, que, añosmás tarde, en 1893, pasaría a denominarse Lega Nationale de-lle Cooperative e Mutue (Lega), nombre con el que se la co-noce todavía en la actualidad.

A comienzos de los 90 surgió otra gran fuente de inspira-ción para el movimiento cooperativo impulsándolo notable-mente: el catolicismo social. A raíz de la encíclica Rerum Nova-

rum, publicada, en 1891, por León XIII, el pensamiento socialcatólico comenzó a dar señales de presencia en la vida ita-liana por medio de la creación de cooperativas, concebidascomo instrumentos para contrarrestar la expansión de las ini-ciativas mazzinianas y socialistas y para garantizar el equilibriosocial existente, un equilibrio amenazado, en opinión de loscatólicos, por el avance del movimiento obrero marxista y lacreciente extensión del individualismo liberal a todas las face-tas de la vida económica y social. Una particularidad del coo-perativismo católico fue que se desarrolló sobre todo en elmedio rural, hecho explicable si se tiene en cuenta que la po-blación campesina italiana era la más sensible a los mensajesreligiosos. El impulso que los católicos dieron a las cooperati-vas en el mundo rural permitió la creación de una serie de es-tructuras económicas y culturales que de otra forma no se ha-brían originado.

A1 igual que los liberales, los católicos concentraron ini-cialmente sus esfuerzos en la creación de cooperativas decrédito, concretamente bajo la forma de Cajas Rurales Ca-

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tólicas, la primera de las cuales se fundó en la provincia deVenecia en 1892. No obstante, hay que señalar que las pri-meras cajas rurales no fueron iniciativa católica, sino libe-ral. En efecto, en junio de 1893, Leone Wollemborg, miem-bro de la clase media alta, fundó en Loreggia, municipio dePadova, la primera caja rural, inspirada en el sistema Raif-feisen alemán. De acuerdo con este modelo, las cajas rura-les eran sociedades de responsabilidad ilimitada, con capi-tal social indivisible, que concedían pequeños préstamosdestinados sobre todo a la compra de ganado. Tenían unadimensión territorial que coincidía con la del municipio,eran apoyadas por las élites locales y se dedicaban a la con-cesión de créditos en condiciones favorables a pequeñospropietarios, colonos y arrendatarios, colectivos general-mente escasos de dinero, pero de probada categoría moral.

Estas primeras cajas, inspiradas en el modelo de Wollem-borg, no estaban ligadas inicialmente al clero, pero pronto losliberales y laicos comenzaron a perder el control de las mis-mas frente a los católicos, debido a la importancia crecienteque adquirió la figura del párroco rural. El párroco era en lapráctica una figura clave en la comunidad, por lo que era élquien estaba en mejores condiciones para juzgar las caracte-rísticas morales de sus fieles y decidir sobre cuales de ellos po-dían ser beneficiarios de la obra social desarrollada por lacaja rural de su localidad. De esta forma, a finales de siglo, lascajas rurales se habían convertido ya en la expresión más sig-nificativa de la iniciativa católica en el mundo rural italiano,como lo prueba el hecho de que, en 1897, frente a las 125 ca-jas rurales controladas por los liberales existían ya 779 bajocontrol católico, repartidas, sobre todo, por las regiones sep-tentrionales de Veneto, Lombardía y Trentino, pero tambiénpor Sicilia (Vnc.i.nuiu, 1987).

Se cerraba así el siglo con un movimiento cooperativo enpleno desarrollo, que, sin embargo, se había visto obligado aadoptar una actitud de autodefensa como consecuencia de laespiral de conflictividad y represión desencadenada por aque-llos años en Italia. En efecto, ante tal situación de conflictivi-dad, los gobiernos de la época no escatimaron esfuerzos a lahora de reprimir las protestas populares, protestas en las que

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con frecuencia participaban las cooperativas; fruto de esa re-presión fue la desaparición de muchas entidades cooperativasy el arresto o exilio de sus dirigentes. Sólo después de variosaños desde el inicio de siglo, y tras abrirse un período de ma-yor estabilidad política, pudieron presentarse horizontes másfavorables para el movimiento cooperativo, un movimientoque ya había consolidado su propia caracterización política ylas profundas diferencias entre distintas corrientes ideológi-cas: liberales, mazzinianos, socialistas y católicos. Pero antesde pasar a la siguiente etapa veamos con más detalle cómosurgió el movimiento cooperativo en el sector agrario.

2.2. Génesis del cooperativismo agrario

Si bien la penetración del cooperativismo en el medio ru-ral fue más tardía que en otros sectores, también es cierto queel movimiento conoció después un crecimiento muy rápido,estimulado, en gran medida, como respuesta a la crisis agrariafinisecular.

Como es conocido, durante las décadas de los 60 y 70 delsiglo pasado se produjeron una serie de circunstancias queculminaron en una grave crisis económica de especial viru-lencia en el mundo rural italiano. El resultado fue una situa-ción económicamente desastrosa, ante la cual las estructurasexistentes en el mundo rural se revelaron como insuficientespara dar salida a la situación. Las consecuencias de esta crisis,que pasó de ser coyuntural a estructural, fueron muy diferen-tes en el norte y en el sur del país. En las regiones deprimidasdel Mezzogiorno, las posibilidades de recuperación eran prác-ticamente nulas, lo que provocó un proceso de fuerte disgre-gación social y una oleada masiva de flujos migratorios transo-ceánicos y continentales, acontecimientos que ni siquiera losproyectos asociativos promovidos por los liberales consiguie-ron frenar. Por el contrario, en las regiones agrarias del nortey centro del país, en donde el desarrollo del capitalismo eramás avanzado, la respuesta a la crisis vendría de la mano delas fórmulas asociativas que empezaban a ser introducidasdesde los núcleos urbanos.

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En esta línea fue decisiva la aparición de «círculos agra-rios», promovidos por los círculos obreros de las ciudades conel objetivo de penetrar entre los jornaleros para difundir suideología de corte radical y revolucionario. En principio sóloeran círculos de instrucción y educación, pero pronto comen-zaron a realizar actividades mercantiles entre sus miembroshasta llegar a convertirse en auténticos magazzini (almacenes)rurales. Una de las zonas más afectadas por la crisis agraria fuela de los valles alpinos, y, en general, toda la zona montañosade la Italia septentrional, en donde la estabilidad del equili-brio social preexistente aparecía bastante amenazada. En estaregión de montaña, los pequeños propietarios, arrendatarios yaparceros concentraron sus esfuerzos y escasos medios paradar vida a una serie de cooperativas, entre las que destacaríanlas «cantinas sociales» (bodegas cooperativas) y las cooperati-vas lácteas, que frecuentemente ampliaban su objeto socialpara convertirse, además, en cooperativas de consumo. Las zo-nas de la Italia central (Lombardíá, Emilia y Veneto) fueronlas más afectadas por el incremento del coste de los productosalimenticios básicos, sobre todo el pan, por lo que surgirían, ainiciativa de los grandes propietarios de tierras, multitud de«hornos sociales». Hay que tener en cuenta que el trigo erauno de los elementos básicos en la dieta de los jornaleros yque a menudo recibían como pago por su trabajo una cuotade participación en la cosecha. Surgieron también muchoshornos sociales en otras regiones del norte, si bien creados ainiciativa de las cooperativas de consumo urbano como mediode lucha contra la acción especuladora de los intermediarios.

Con la crisis agraria finisecular se difundieron otras for-mas asociativas, como los sindicatos y los consorzi agrari, te-niendo estos últimos por finalidad principal el aprovisiona-miento en común de materias primas (DE MARZI, 1987). Elprimero de estos consorzi que se creó en Italia fue la «asocia-ción agraria friuliana», fundada, en 1866, para facilitar lasimportaciones de nuevas especies de gusanos de seda quepudieran relanzar dicha actividad en crisis. Posteriormente,surgieron en otros lugares consorzi para la compra en comúnde semillas forrajeras, lo que serviría de modelo para iniciati-vas análogas. Sin embargo, el gran boom de los sindicatos y

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consorzi tuvo lugar con la generalización del uso de los fertili-zantes entre los agricultores. En efecto, en Italia los sindicatosactuaban en sus comienzos no sólo como asociaciones reivin-dicativas, sino también como intermediarios entre los produc-tores de materias primas y los agricultores, recogiendo, enocasiones, la cosecha de sus afiliados, ordenando pedidosconjuntos a las empresas industriales y recurriendo frecuente-mente a los servicios de las cajas rurales que ya empezaban aproliferar por todo el país. Más compleja era, sin embargo, laestructura de los consorzi, que, de la actividad inicial de adqui-sición de semillas, maquinarias y fertilizantes, pasaron a laventa de productos agrarios, desarrollando también, pero deuna forma más evolucionada que los sindicatos, actividadesde crédito agrario, así como de seguros y de alquiler de ma-quinaria. Algunos de estos consorzi llegaron, incluso, a crearsus propias instalaciones para la transformación de la produc-ción agraria, y, en general, todos desarrollaron actividades deformación profesional entre los agricultores.

El ámbito territorial del consorzi era generalmente provin-cial y el área geográfica en donde proliferaron se limitó prin-cipalmente a la región norte y centro del país. La confusiónoriginada por la variedad de actividades que acometían losconsorzi y la frecuente falta de capital con la que partían, dota-ron a estas formas asociativas de unas estructuras comercialesmuy débiles, lo que no disminuyó su importancia política enel marco de las iniciativas promovidas por la burguesía libe-ral. A diferencia de los proyectos cooperativos en sentido es-tricto, la creación de estos consorzi debe entenderse como larespuesta liberal a la salida de la crisis por medio de la moder-nización del campo, la difusión de los fertilizantes y la maqui-naria, la promoción de la formación profesional y la difusióndel espíritu empresarial, representando en el plano social elpunto de unión entre las fuerzas más dinámicas y evoluciona-das del capitalismo agrario italiano, es decir, las grandes pro-piedades y las explotaciones familiares de mediana dimensión(Ba^Ewouo, 1961; Mo^-ruxA, 1987).

Paralelamente a los consorzi se crearon en algunas regio-nes, como en la Emilia, cooperativas. destinadas a la venta enel mercado de productos hortofrutícolas, pero éstas no deja-

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ron de ser meras iniciativas esporádicas que no compensabanel gran retraso que, en el terreno cooperativo de la comercia-lización, estaba acumulando la agricultura italiana en relacióncon otros países europeos. Relativamente más tarde, en la se-gundá mitad de la década de los 80, empezaron a difundirseen el valle del Po las ya citadas cooperativas de braccianti, es-trechamente ligadas al objetivo de lucha contra la desocupa-ción obrera. En su origen, estas cooperativas de base jorna-lera estaban o bien promovidas por los aristócratas y notableslocales o bien surgían ocasionalmente cuando existía la posi-bilidad de acceder a un contrato de trabajo público. En cual-quier caso, su objetivo de luchar por el empleo para alcanzarla recuperación económica y moral del obrero agrícola, llevóa este tipo de cooperativas a liberarse de la tutela aristocráticacon la que surgieron, para convertirse en uno de los pilaresbásicos del ideal socialista.

La región de Emilia-Romana fue el centro neurálgico deeste tipo de cooperativas, que llegaron, incluso, a controlar laoferta de trabajo en el mercado local (AtvCA-LiGn, 1986; Va-Lt.^úcu, 1987) .

Otro importante medio empleado para combatir la deso-cupación en el campo fue el arrendamiento colectivo de tie-rras, una forma de asociacionismo que reflejaba el poder depenetración de los socialistas en el medio rural (Ai.^vn et al.,

1988). En su fase inicial, este tipo de sociedades de explota-ción comunitaria de la tierra constituía un experimento de lautópica comuna defendida por el cooperativismo agrario so-cialista. La primera de ellas surgió en Ravena, en 1888, y rápi-damente el modelo fue imitado en Cremona, Bérgamo yotros núcleos del norte del país. Con la aparición de la co-rriente católica en el panorama asociativo, los arrendamien-tos colectivos recibieron un nuevo impulso, aunque lógica-mente la fórmula católica difería de la socialista. En efecto,cuando el arrendamiento colectivo estaba promovido por lossocialistas, la fórmula adoptada era la de conduxione unita, se-

gún la cual el grupo de braccianti tenía una responsabilidadglobal como empresa, es decir, se efectuaba una colectiviza-ción de los medios de producción para crear grandes explota-ciones colectivas. Por el contrario, si la iniciativa era católica,

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la fórmula adoptada era la de conduzione divisa, según la cualla cooperativa era sólo una especie de organismo de serviciosque facilitaba la labor de los pequeños campesinos asociadosy en la cual la responsabilidad empresarial era asumida deforma individual por cada socio. Esta fórmula respondía alideal católico de favorecer la existencia de una amplia clasesocial de familias campesinas que sirviese de base para la ex-pansión del movimiento (DEGL'ItvlvoCElvT^, 1981).

Puede afirmarse que, a principios de siglo, el asociacio-nismo agrario había adquirido en Italia dimensiones no sólocomparables con el de otros países europeos, sino que, in-cluso, había dado vida a una mayor diversidad de formas aso-ciativas, penetrando en casi todos los estratos de la poblaciónrural. Sin embargo, los propios dirigentes reconocían ya poraquel entonces la insuficiente cohesión del movimiento, al noexistir ningún tipo de estructura de ámbito nacional queaglutinase las diferentes iniciativas, lo que hacía que las coo-perativas permaneciesen aisladas y económicamente débiles,sin posibilidad de acceder a un mercado que no fuese el lo-cal, y sin capacidad para influir en los centros de decisión.Este aislamiento impedía que el alto nivel de desarrollo cuan-titativo alcanzado por el cooperativismo agrario se tradujeraen fuerza política y económica, con lo cual quedaba subordi-nado siempre a los intereses industriales.

De esta forma, la brecha que separaba campo y ciudad o,lo que es lo mismo, agricultura e industria, no dejaba de acre-centarse. En general, las cooperativas agrarias eran, en estaprimera fase, más la expresión de defensa de determinadasclases sociales, que un polo relativamente autónomo de desa-rrollo económico en el mundo rural, aunque también escierto que ponían de manifiesto el potencial de ese mundorural para romper con las estructuras tradicionales y con losviejos equilibrios sociales y políticos.

2.3. La etapa giolittiana y la gran guerra

En el período comprendido entre el inicio del siglo y lallegada del fascismo (1922), el cooperativismo alcanzó una re-

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lativa estabilidad en su crecimiento. El cuadro económico ge-neral del país se caracterizaba por una aceleración del pro-ceso de industrialización y por la consolidación del mercadonacional, todo ello en torno al rol decisivo desarrollado porel Estado. El cooperativismo parecía entrar en una fase demadurez ligada a la creación de estructuras confederales, a laconcentración de sus iniciativas y a su plena integración en elmercado. Se intentaba salir de la esfera económica de auto-consumo y subsistencia para llegar, por un lado, a la afirma-ción de una vía antimonopolística de desarrollo económico y,por otro, a la transformación democrática del Estado liberal,una transformación que, en opinión de los dirigentes del coo-perativismo, pasaba por conciliar el papel activo del Estado yel protagonismo de los entes locales, y en la que a la fórmulacooperativa se le asignaba un papel decisivo (DEGL^INNOCENTI,1981) .

Duranté la llamada era giolittiana, de principios de si-glo, el cooperativismo tuvo un desarrollo cuantitativo y cua-litativo notable, beneficiándose tanto del despegue econó-mico general, como del favorable clima político creado porla relativa convergencia ideológica entre el primer ministroGiolitti y los socialistas reformistas. El cuadro general delcooperativismo seguía, sin embargo, caracterizado por unafalta de acciones y objetivos comunes, por su heterogenei-dad y sus profundas diferencias entre norte y sur. A títulode ejemplo, pueden observarse los datos ofrecidos por lasestadísticas oficiales de 1902 respecto a la estructura geo-gráfica del movimiento, datos que ponían ya de manifiestolos fortísimos desequilibrios regionales que aún hoy en díapersisten. De las 4.000 cooperativas existentes entonces,con cerca de 1.000.000 de socios, la distribución regionalera la siguiente:

Norte Centro Sur

Número de cooperativas .. . .. .. . . . . .. 62% 20% 18%Número de socios . . .. . .. . . . . . . . . . . .. . 77% 13% 10%Pairimonio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90% 7% 3%

Fuente: Stupazzoni (1984), pág. 21.

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Por lo que respecta al ámbito ideológico, se produjeronvariaciones importantes. La más importante fue el retrocesoexperimentado en la dirección del movimiento cooperativopor los liberales y republicanos, que antaño habían dadovida a multitud de proyectos, quedando éste marcado desdeentonces por la hegemonía de dos corrientes opuestas ysiempre antagonistas: por un lado, la socialista, dando vida alllamado «cooperativismo rojo»; y, por otro, los católicos, lide-rando el «cooperativismo blanco». En poĉos años, la ya ci-tada Lega Nazionale delle Cooperative e Mutue (Lega), queera entonces la única federación de ámbito nacional y en laque confluían unitariamente las distintas corrientes ideológi-cas, aumentó el número de sus asociados, pasando de 586 so-ciedades afiliadas en 1901 a más de 1.000 en 1904 (DECLi'Itv-tvoCEtvTi, 1981). Su punto fuerte seguía siendo las grandescooperativas de consumo de los núcleos urbanos, aunque te-nía también gran incidencia en el mundo rural a través delas ya citadas sociedades de braccianti. Dado el predominiode este tipo de cooperativas, de base obrera y urbana, se ex-plica que en el seno de la Lega la corriente socialista de lascooperativas «rojas» fuera la hegemónica. Los católicos, porsu parte, también permanecían integrados como corriente enel seno de la Lega, pero habían adquirido una presencia autó-noma en la sociedad italiana a través de su red de cooperati-vas de base que, en 1906, estaba evaluada en torno a los400.000 socios. Las iniciativas de los católicos se desarróllabanen todos los sectores tradicionales del cooperativismo: con-sumo, producción, arrendamiento colectivo (siempre a condu-zionedivisa), etc., pero el eje central seguía siendo el créditorural y la mutualidad agraria. A falta de una federación pro-pia que coordinase a las diferentes ramas del cooperativismocatólico (las cooperativas «blancas»), dispersas en el seno dela Lega, la Federación Nacional de Cajas Rurales, creada aprincipios de siglo, se convirtió inicialmente en el núcleo fun-damental del movimiento católico.

El papel del crédito y las cajas rurales, geográficamente li-mitados a la zona norte, se identificaba, por un lado, con elsostenimiento del microcosmos campesino familiar, consi-guiendo frenar el proceso de disgregación que afectaba a ca-

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tegorías como los pequeños propietarios, arrendatarios yaparceros; y, por otro, con el de convertirse en sólido instru-mento de consenso político en el campo. De acuerdo conesta línea de actuación se comprende que rara vez los católi-cos promovieran estructuras cooperativas que incidieran enlas viejas relaciones de producción o que tuviesen por obje-tivo una modernización del sector de distribución que acer-case los productos al mercado urbano.

Durante la época giolittiana también recibieron un granimpulso los ya mencionados consorzi agrari, beneficiados poruna legislación mucho más favorable y menos restrictiva quela anterior. Los elementos de mayor modernidad y eficaciaadministrativa de la agricultura italiana estaban representadosentonces en esos consorzi agrari, cuya federación nacional (laFederconsorzi) agrupaba ya, en 1911, a más de 100 entidadesy 22.000 socios. Especial relevancia tuvo también en estaépoca la creación, en 1913, del Instituto Nazionale di Créditodelle Cooperazione, que surgía como un ente de financiacióncon función autónoma y específica a favor de las cooperativas.Gracias a su acción, las cooperativas, sobre todo las de con-sumo y agrarias, pudieron acceder al crédito inicial para reali-zar sus inversiones, lo que permitió un importante avance delmovimiento cooperativo en su conjunto.

Puede afirmarse, por tanto, que, en vísperas de la pri-mera guerra mundial, el cooperativismo italiano había ya ad-quirido características de movimiento de masas aunque defi-cientemente organizado. Curiosamente, sería en la época deguerra, y con más intensidad durante la postguerra, cuandose produciría la tan necesitada estructuración del cooperati-vismo italiano. En efecto, con el estallido de la primera gue-rra mundial, en 1914, la situación económica del país seagravó, afectando también al conjunto del sistema coopera-tivo. La reacción del cooperativismo para responder al es-tado de guerra fue la puesta en marcha de una reestructura-ción interna que le permitiese integrarse en el aparato demovilización del Estado. Durante esta época, las relacionesentre cooperativismo y Estado se intensificaron, lo que pro-vocó fuertes polémicas en el seno del propio movimiento. Dehecho, la base social de la Lega, predominantemente obre-

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rista, reclamaba su naturaleza de movimiento obrero y exigíala adopción de una postura no colaboracionista con lo queentendían eran connivencias del gobierno con los interesescapitalistas, acercando con ello aún más su discurso al tam-bién no belicista del partido socialista de entonces. La citadareestructuración del movimiento cooperativo tuvo un carác-ter vertical, creándose en el seno de la Lega federaciones na-cionales de sector para las distintas categorías de cooperati-vas: de trabajo, de producción, de consumo, agrarias, etc.Aunque cada federación alcanzó un grado de desarrollo dife-rente, un rasgo común a todas ellas fue que surgieran comorespuesta a la necesidad del movimiento cooperativo porromper su tradicional aislamiento y dispersión y superar defi-nitivamente su carácter localista (V^.^uiu, 1987).

2.4. La primera postguerra y el fascismo

A pesar de que muchas cooperativas desaparecieron du-rante los años de la contienda bélica, el mundo cooperativoitaliano en su conjunto salió reforzado del conflicto al haberdemostrado su eficacia en circunstancias tan desfavorablescomo aquéllas. Aunque de la primera guerra mundial Italiasalió como uno de los países vencedores, consiguiendo ane-xionar a su territorio las regiones de Trento y Trieste, la situa-ción general del país era caótica, ya que había perdido600.000 hombres, su inflación se había multiplicado por seis yla economía estaba al borde del colapso.

El cooperativismo se presentaba entonces como uno delos elementos clave para la reconstrucción económica delpaís. E1 incremento que experimentó el movimiento fuecuando menos espectacular, dupliĉándose en poco más dedos años este tipo de sociedades: crecieron las cooperativasde producción, se mantuvieron constantes las de consumo yse redimensionaron las de crédito y las agrarias. Concreta-mente, en el sector agrario, la Federazione Nazionale delleCooperative Agrarie, con sede en Bolonia y reconocida legal-mente en diciembre de 1918, vio crecer el número de suscooperativas asociadas de 81 a 176 (V^.^uiu, 1987).

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Por lo que respecta a la Federconsorzi (Federazione Nazio-nale delle Consorzi Agrari), la tendencia fue también ascen-dente, agrupando en 1920 a más de 900 entidades y am-pliando su patrimonio con la creación de una red propia deexplotaciones destinadas a la producción de semilla seleccio-nada y de factorías para la fabricación de fertilizantes. En1921, y por iniciativa de la citada Federconsorzi se creó laBanca Nazionale dell'Agricoltura, que actuaba como secciónespecializada del ya mencionado Instituto Nazional dei Cré=dito per la Cooperazione. Los créditos concedidos por estanueva entidad se destinaban a financiar las inversiones para lamejora de las explotaciones, pero, sobre todo, eran utilizadospara fomentar la exportación de los productos agrarios y laconstrucción de plantas agroindustriales de transformaciónque sirviera a los grupos más modernizados de la agriculturaitaliana para neutralizar la cada vez más fuerte «invasión» de laindustria urbana. La línea de actuación de la Federconsorzi se-guía teniendo como eje central el apoyo a las grandes y medianas explotaciones, ignorando en gran medida a las explotacio-nes familiares de reducida dimensión.

En el terreno ideológico, y volviendo de nuevo al coopera-tivismo, reaparecieron las viejas diferencias entre socialistas ycatólicos sobre el papel de las cooperativas, surgiendo nuevasdiferencias entre ellos, especialmente de tipo estratégico enel terreno de las relaciones con la fuerza política en el poderpara consolidar su respectiva participación en la vida econó-mica italiana. En ese contexto resultaba cada vez más dificilque la Lega continuara jugando el papel unitario que hastaentonces había desempeñado, por lo que no debe sorprenderque surgieran otras centrales cooperativas, como la Confede-ración Católica de Cooperativas, la Federación de Cooperati-vas de Excombatientes, el Sindicato Nacional de las Coopera-tivas o el Sindicato Italiano de Cooperativas, de corte fascista.

La alternativa más importante surgiría en 1919, cuandolos católicos decidieron participar en la vida pública italiana através de su propio partido político, el Partido Popular, trasla-dando dicha estrategia autónoma a otros sectores. Así, en elsector cooperativo, la corriente católica, hasta entonces inte-grada en la Lega, creó su propia central cooperativa, denomi-

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nada Confederazione delle Cooperative Italiane (Confcoope-rativa-CCI), con lo que se materializaba la tradicional aspira-ción de las cooperativistas católicas a tener una representa-ción independiente que contrarrestase el poder de la Lega,hasta entonces dominada por la corriente socialista. El coope-rativismo católico, ya organizado de forma independiente,agrupaba a comienzos de los años 20 a tantas entidades coo-perativas como la Lega (unas 8.000 entidades cada central),lo que originó un ajustado equilibrio entre ambas corrientes yuna lucha constante por la hegemonía, creando, como conse-cuencia, una situación de conflictividad y antagonismo que,trasladada a otros sectores, como el sindical o el político, seríaaprovechada demagógicamente por el fascismo para llegar alpoder del Estado prometiendo el ordine nuovo de Mussolini.

El objetivo central del fascismo no era realmente la disolu-ción del movimiento cooperativo como tal, sino su absolutocontrol, lo cual pasaba irremediablemente por la eliminaciónde aquellos dirigentes que no estuvieran dispuestos a some-terse al poder fascista. En este sentido es significativo resaltarcómo, en 1922, con la llegada de Mussolini al gobierno, losgrupos fascistas desataron una oleada de violencia en formade incendios y saqueos de las sedes cooperativas, tanto socia-listas como católicas, que llevó al arresto y exilio a muchos desus dirigentes. En 1924, los dirigentes de las dos grandes co-rrientes cooperativas intentaron coordinar sus acciones paraofrecer un frente común al fascismo, pero el recelo mutuoentre ellos impidió que el proyecto cristalizase en algún tipode estrategia específica.

En 1925, el poder fascista, ya convertido en dictadura, su-primió toda organización democrática, quedando jurídica-mente disuelta tanto la Lega, socialista, como la CCI, católica,y siendo sus cooperativas de base integradas obligatoriamenteen los organismos cooperativos dominados por el fascismo(STUPAZZONI, 1984). Esta integración se produciría formal-mente en diciembre de 1926, cuando el gobierno fascistacreó el Ente Nazionale delle Cooperative (ENC), organismocorporativo que, bajo la autoridad directa del Ministerio deEconomía Nacional, se encargaría de aplicar un férreo con-trol sobre el conjunto del movimiento, al que vaciaba total-

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mente de contenido ideológico y privaba de toda autonomíapara desarrollar sus actividades. El nuevo régimen procedióigualmente a la nacionalización de los consorzi agrari y del Ins-tituto Nacional del Crédito para la Cooperación, con lo cualel movimiento cooperativo perdía toda su autonomía para ac-tuar en la vida social y económica italiana.

2.5. Desde la segunda postguerra a la actualidad

En la Italia liberada, y sobre todo recién terminada la se-gunda guerra mundial, el cooperativismo recibió un fuerteimpulso, al que contribuyeron positivamente tanto la recupe-ración de las libertades, como la reaparición de los partidospolíticos, deseosos por restaurar sus tradicionales bases deapoyo. A ello se unirá también el deseo y la necesidad de to-dos los grupos sociales de superar los problemas económicosque planteaba la reconstrucción del país.

De esta forma, entre los años 45 y 48, se produjo un autén-tico boom cooperativo, de especial relevancia en la región delMezzogiorno. Años más tarde, no obstante, se comprobaría elcarácter poco consistente de tal expansión, ya que las coope-rativas creadas en la región sur demostraron claramente su in-capacidad para funcionar independientemente sin la vitalayuda de los entes públicos locales (Nw[tnotvE Y Russi, 1989).

En la primavera de 1945, y con escasos meses de diferencia,reaparecieron las dos centrales cooperativas mayoritarias: laLega, socialista y comunista, y la CCI (Confcooperativa), cató-lica. El renacimiento de la Lega tuvo lugar al término de unareunión en la que participaron todas las fuerzas políticas delarco democrático excepto el partido demócratacristiano, quese oponía así a la posibilidad de crear una estructura unitariacomo deseaban socialistas y comunistas. La Democracia Cris-tiana promovió su propia federación autónoma, tanto en el te-rreno sindical, dando lugar a la Coldiretti, como en el coopera-tivo, la Confcooperativa, con la intención de implantarse en lasociedad a través del recuperado asociacionismo «blanco». Du-rante la década de los 50, las dos centrales cooperativas acome-tieron un amplio proyecto de reestructuración interna, queculminó con la creación de modelos organizativos más especia-

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lizados, vigentes aún en la actualidad, a fin de adaptarse mejoral cambiante panorama económico de la época.

En el seno de la Lega, y como consecuencia de la hegemo-nía que estaba alcanzando el tándem formado por socialistas ycomunistas, y como reflejo de la división producida en los añoscincuenta en el PSI, tuvo lugar la' e ĉcisión de un sector mode-rado de los socialistas -el ala socialdemócrata- y de los liberales, creando, en 1952, la Allianze Generale delle CooperativeItaliane (AGCI), no reconocida por los poderes públicos comorepresentativa hasta diez años más tarde. Por su parte, el movi-miento católico de la Confcooperativa amplió su presencia realen la sociedad italiana creando uniones provinciales y regiona-les y especializando sus actividades. Asimismo, dicha federaciónse integraría en el llamado «bloque moderado» mediante su in-corporación al Comitato Nazionale d'Intesa, plataforma de ac-ción unitaria creada, en 1964, por la Federconsorzi y los sindica-tos Coldiretti y Confagricoltura, ideológicamente cohesionadostodos ellos por su oposición a los movimientos de izquierda(MoY.vvo, 1988; Ar^^vFSE et al., 1993).

Por lo que respecta al cooperativismo agrario, aparece enla primera fase de ese período fuertemente vinculado a la po-lítica de intervención pública que contó por los años cin-cuenta con dos instrumentos esenciales: la Casa per il Mezzo-giorno y las leyes de reforma agraria. Ambos instrumentospropiciaron que el desarrollo de nuevas cooperativas respon-diera en aquellos años más a la exigencia de una mayor arti-culación de la lucha por la posesión de la tierra que frenase eléxodo rural y aliviase la degradación productiva del campo,que a una verdadera necesidad de modernización y consoli-dación empresarial de las explotaciones agrarias. Así, porejemplo, la política paternalista de los Entes de ReformaAgraria seguía objetivos prevalentemente sociales, promo-viendo cooperativas de primer grado, antes que el desarrollode estructuras secundarias para la comercialización.

Sólo después de 1958, fecha de creación de la CE, se abri-ría una nueva fase en el desarrollo del cooperativismo ita-liano, caracterizada por su creciente especialización y mayorpenetración en el mercado. Así, por ejemplo, de 1958 a 1963,el número de cooperativas promovidas por los Entes de Re-

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forma Agraria permaneció estancado, mientras que se triplicóel número de las especializadas, fundamentalmente en lossectores de vino, aceite y lácteos.

A principios de los 70, el movimiento cooperativo demos-

traba haber avanzado considerablemente. La CCI (Confcoo-

perativa) asocialia a 11.000 sociedades cooperativas, siendo su

máximo exponente las del sector agrario, con el 36,9% de sus

afiliados. A la Lega se adherían 8.200 cooperativas, en las que

el sector agrario ocupaba el tercer lugar (18,8%). Por último,

la AGCI agrupaba poco más de 2.000 sociedades cooperativas,

de las cuales más de la mitad eran del sector de la construc-

ción (STUPAZZONI, 1984).

En definitiva, a pesar del progreso general del cooperati-vismo en el plano empresarial, con la creación de estructurasde segundo grado y la consolidación patrimonial de algunasimportantes cooperativas, el cooperativismo italiano en losaños 90, y más concretamente el agrario, se presenta como unsector poco relevante en el sistema económico, todavía dema-siado disperso y localista y con unas dimensiones insuficientespara su plena integración en el mercado, debido, sobre todo,a la escasa especialización de las cooperativas de base. Detodo ello hablaremos con mayor detalle en los apartados si-guientes de este trabajo

3. REGIMEN JURIDICO DEL COOPERATIVISMO ENITALIA

En este apartado se analizará el marco jurídico que regulalas distintas formas de cooperativismo existentes en Italia. EIanálisis se hará exponiendo los hitos más importantes quehan caracterizado al Derecho cooperativo italiano desde sugénesis, a finales de siglo pasado, hasta la actualidad.

3.1. Del Código de Comercio de 1882 al régimen corpora-tivo fascista

En Italia, las,nuevas formas cooperativas tardaron en verreconocida jurídicamente su presencia, por lo que las prime-

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